ÍNDICE

CAPITULO I (Continuación)

 

Año 1961.

Mes de Junio.

 Día 18, domingo

 

 

¿Un domingo cualquiera?

 

 


 

Y fue un domingo 18 de junio de 1961

Al fin suenan las campanas. Para la misa llega don Valentín Marichalar

  Tentación en el crepúsculo.- Las manzanas

   Ad auram post meridiem; Al aire del atardecer

   SE ME APARECIÓ una figura muy bella, con muchos resplandores, que no me lastimaban nada los ojos

    Es que HEMOS VISTO AL ÁNGEL.

  Te lucis ante terminum

   Conchita continúa su relato:

   Lo sucedido con la madre de Mari Cruz

  Decía Aniceta a don Julio Meinvielle

  Lo sucedido en la casa de Loli

  Lo sucedido en la casa de Jacinta

 


 

Y fue un domingo 18 de junio de 1961

 

Sí, domingo, el día radiante de la semana; pero, en fin, un domingo como otro cualquiera: ¿por qué había de distinguirse?

Ha amanecido muy pronto, pues los días en torno al solsticio de verano tienen muchas horas de luz. (Estos amaneceres de junio suelen ser una verdadera delicia: por la acariciadora temperatura, por la pureza del aire, por el encanto de la luz, que va besando cumbres, despertando cantos de pájaros, dando a todo nitidez de perfiles y colores.)

Los habitantes de Garabandal saben ya demasiado de amaneceres, por exigencias de su labor ganadera y campesina; así que no madrugan para gozar del de este domingo. La mayor parte se levantan más tarde que de ordinario, pues también para descansar está hecho el día el Señor.

Los hombres se lavan y afeitan..., lo que no hacen todos los días; las mujeres andan quizá más afanosas que otras mañanas, poniendo a punto la ropa de todos los de la familia, pues nadie va a ir a la misa dominical sino con ropa limpia y un traje decente.

Cuando las campanas toquen o repiquen desde la maciza torre, se esparcirán por todo el pueblo los mejores aires de fiesta. Aquella bronca música de badajos percusores rodará sobre los tejados apiñados, llenará después sus callejuelas, y se irá perdiendo luego, por encima de mieses y de prados, hacia las laderas de helechos, de pastizal o de bosque que presentan hacia el pueblo los montes de su contorno.

 

Al fin suenan las campanas.

Para la misa llega don Valentín Marichalar

 

Al fin suenan las campanas. Primero, para la misa; más tarde, para el rosario: sin misa y rosario, bien compactos de asistencia, ¿cómo entender una jornada festiva en Garabandal? Para la misa llega don Valentín Marichalar, cura de Cossío (Es un pueblo, no muy grande, pero de cierto abolengo, que ha dado origen a ilustres apellidos. Está en la confluencia del río Vendul con el Nansa, sobre la carretera que desde Pesués (estación del Ferrocarril Cantábrico) en la ría de Tina Menor, sube hasta el puerto de Piedras Luengas (soberbio mirador al pie de Peña Labra), para ir descendiendo luego hacia Cervera de Pisuerga y Palencia.

San Sebastián de Garabandal, a diferencia de casi todos los pueblos de la costa Cantábrica, no tiene barrios ni caseríos dispersos; todo él está bien agrupado, y como al amparo de la torre de su iglesia. Aunque no se le haya cantado nunca, como a Jerusalén, Garabandal está igualmente fundado como aldea "bien compacta"... Esperemos que también hasta allí puedan ir subiendo, pronto, y con toda alegría, las tribus del Señor.) y encargado de esta parroquia de San Sebastián, que le cae a unos seis kilómetros de mal camino; para el rosario sirve cualquier fiel, con tal que tenga algo de gracia para dirigirlo y no se equivoque ni en los misterios ni en la letanía.

La misa puede ser a cualquier hora, según la disponibilidad que tenga el señor cura; pero el rosario hay que rezarlo poco después de comer, porque a esa hora están libres todos y, quizá aún más, porque hay que dejar a la gente tiempo de divertirse o expansionarse.

Los jóvenes han montado esta tarde un pequeño baile en la calle Caballera, aunque algunos de ellos hablaban de bajar a Cossío (Prefiero escribir Cossío, porque me parece más genuino y tradicional. Como alguien que pudo leer el original del libro, me ponía reparos, escribí al abogado de Santander, don Miguel González-Gay, rogándole que se informara bien sobre el asunto con personas competentes de la tierra, y él me contestó con una diligencia que agradezco:

"He consultado con mi prima María del Carmen, muy bien informada sobre genealogías de la Montaña; ella me ha mostrado los libros de Escagedo Salmón , especialista en temas de la "tierruca", que tiene obras tan interesantes como "Solares Montañeses", "Valle de Cabuérniga", etc.; ahí viene el pueblo de Cossio, escrito con dos ss y sin acento. Afirma que de ese pueblo salió el apellido Cossío, que llevan algunas familias de la Montaña, aunque en algunas se haya suprimido ya una de las eses. En consecuencia que puede usted mantener que el verdadero nombre del pueblo es como usted lo escribe: "Cossío".") ( o a Puentenansa (Garabandal no sabe todavía ni de cines, ni de televisión, ni de salas de fiesta); los hombres hacen corro en cualquier sitio, o charlan a voces en la taberna; de las mujeres, enlutadas bastantes de ellas, han continuado algunas en la iglesia, otras intercambian parloteos, de camino hacia sus casas, o bien pasan un rato sentadas con las vecinas en los poyos que hay a los lados de las puertas...

Los niños, como siempre, juegan... donde pueden y como pueden, huyendo de la quietud, del silencio y de la soledad; por eso andan casi todos, ellos y ellas, por la plaza. En un grupo de ellas los juegos o los entretenimientos no deben de ser muy "divertidos", pues una, morenilla, de coletas, bastante agradable y ya mayorcita, por salir de aquel aburrimiento en que se está acabando la tarde de este domingo como otro cualquiera (¿o es ya cosa de las insatisfacciones y vagas apetencias o ensueños de la adolescencia?), tiene de pronto una ocurrencia, que se apresura a deslizar en el oído de la que está al lado... Ella misma lo "confesará" meses más tarde.(Se trata de Conchita González. Es la última –única hembra– de los hijos de Aniceta González, una mujer del pueblo que ha perdido tempranamente a su marido. En este comienzo de nuestra historia, Conchita tiene doce años; es una niña agraciada, muy observadora, y de viva inteligencia; pero en cuanto a cultura..., anda muy escasa, como todas las niñas de Garabandal: no debe ser mucho lo que se aprende en la escuela de este pueblo tan apartado.

Seguramente por consejo de alguien, Conchita se puso a escribir su diario en 1962. En él, con un lenguaje sucinto y directo, de niña, va contando cosas que no podían borrársele de la memoria. Yo he tenido en mis manos fotocopias del original: son páginas grandes, de cuaderno de colegio, apretadas de irregular escritura, y con muchas falta de ortografía...; pero verdaderamente deliciosas por lo que nos dicen.

Ese diario comienza así: "Voy a relatar en este libro mis apariciones y mi vida corriente.

El mayor acontecimiento de mi vida fue el día 18 de junio de 1961, en San Sebastián. Sucedió de la siguiente manera...").

 

Tentación en el crepúsculo

 Las manzanas

 

"Era domingo por la tarde y nos encontrábamos todas las niñas jugando en la plaza (Se llama La Plaza a ese centro del pueblo, porque es un lugar bastante desahogado adonde van a salir varias calles o callejuelas. Pero que nadie se lo imagine como una plaza de ciudad o de villa; el suelo está aquí..." al natural": tierra apisonada, polvo (o barro, si llueve), piedras sueltas, y todo eso que va quedando del paso continuo de hombres, carros y animales.).  De repente, Mari Cruz (Esta Mari Cruz  González es hija de Escolástico y Pilar; tiene a la sazón once años, es delgaducha y morena, y lleva el pelo muy corto.) y yo pensamos ir a coger manzanas, y nos dirigimos directamente allí, sin decir nada a nadie que íbamos a coger manzanas".

El pensamiento de ir a coger manzanas fue una verdadera tentación; las manzanas no eran de Mari Cruz ni de Conchita: se trataba, pues, de un verdadero hurto o robo..., es decir, de un pecado. El demonio se movía en aquella hora de crepúsculo por entre las gentes de Garabandal. A dos niñas, dos pequeñas mujeres, les incitaba hacia un árbol de manzanas prohibidas. ¡Casi como en el principio! No sabemos si ellas, como Eva en el principio, opusieron alguna resistencia a las sugestiones del tentador; si hubo alguna resistencia, debió de ser muy débil.

"Las niñas, al ver que nos alejábamos las dos solas, nos preguntaron: ¿A dónde vais? Y nosotras les contestamos: ¡Por ahí...!

Y seguimos nuestro camino, pensando cómo nos las íbamos a apañar para cogerlas.

Una vez allí (El lugar de que se trata es un pequeño huerto que estaba a la salida del pueblo, en dirección a los Pinos; el manzano se conserva todavía, a la vera del camino o "calleja", pero está ya mutilado por causa de una casa nueva que se ha construido junto a él. Parece que el huerto no era propiedad del maestro, sino de una señora que se llama doña Pilar Cuenca.), nos pusimos a coger manzanas; y cuando estábamos más entusiasmadas, vimos llegar a Loli, Jacinta (Loli, María Dolores Mazón, es la segunda hija de Ceferino y Julio, que tienen una prole numerosa. Ceferino lleva la "alcaldía" del pueblo, y además de las cosas del campo, a las que se dedican todos en Garabandal, tiene un pequeño establecimiento o taberna.

Jacinta se apellida también, como Conchita y Mari Cruz; los padres de Jacinta son María y Simón: dos cristianos de gran fe, que llevan con dignidad la vida sacrificada que les impone su exiguo caudal de bienes.

Loli y Jacinta tienen doce años; la "cría" que venía con ellas se llamaba Virginia, pero todos le decían "Ginia".) y a otra cría, que venían a buscarnos. Al vernos coger manzanas, exclamó Jacinta:

–¡Ay, Conchita que coges manzanas!

–¡Calla!, le contesté yo, que te oye la señora del maestro y se lo dice a mi mamá (Aniceta González, como hemos dicho. Mujer cristiana de recia contextura  –"chapada a la antigua", diría alguien–,  educa a sus hijos con toda firmeza. Los tres primeros son varones: Serafín, que sabe del duro trabajo del carbón por su estancia en las minas de Santa Lucía (León), Aniceto, a quien llaman familiarmente "Cetuco" y que morirá tempranamente en 1965, y Miguel. Es natural que Aniceta concentre sus desvelos sobre la más pequeña de todos, ¡única hija!, y que trate de tenerla bien apartada de peligros: por su fe cristiana y por su honra de mujer.)

Entonces yo me escondí entre las patatas y Mari Cruz echó a correr por las tierras.

Loli exclamó: ¡No corras, Mari Cruz!, que te vimos; ya se lo diremos al dueño.

Entonces Mari Cruz, vuelve donde mí, y salimos de nuestro escondrijo para reunirnos todas. Estando hablando, llamaron a la cría que venía con Jacinta y Loli, y se fue.

Nos quedamos las cuatro solas; y pensándolo mejor, volvimos las cuatro a coger manzanas... Cuando estábamos más divertidas, oímos la voz del maestro (Se llamaba don Francisco Gómez, y estaba cojo.), quien al ver que se movían tanto las ramas, creyó que eran las ovejas, y le dijo a su mujer, Concesa: ¡Vete al huerto!, que andan las ovejas donde el manzano.

Nosotras al oírlo, nos entró mucha risa.

Cuando ya nos llenamos los bolsillos, echamos a correr para comerlas más tranquilamente en el camino, o sea, en la calleja" (Según confidencias de Loli a don Manuel Antón, cura párroco de San Claudio, en la ciudad de León, las cuatro protagonistas de esta historia no habían mantenido siempre las mejores relaciones. Habían reñido últimamente entre sí, como sucede casi a diario entre crías, y llevaban ya algún tiempo en cierta tensión de distanciamiento  – no se "ajuntaban"–; solían andar dos por un lado y dos por otro: Loli-Jacinta, Conchita-Mari Cruz.

He tenido ocasión de preguntar últimamente a Jacinta:

–Para la primera visita del Ángel os encontrasteis reunidas las cuatro, como por casualidad; pero ¿es cierto que no os llevabais muy bien, especialmente tú y Conchita?

–Bueno, cosa de crías, que tan pronto riñen como se juntan. Sí es cierto que unos días antes de la aparición nos habíamos pegado.

La calleja es un camino tortuoso, en pendiente, mal empedrado, que sale de la espalda del pueblo hacia la altura en que están los Pinos.)

Estas manzanas de Garabandal no podían ciertamente ser tan apetitosas como las del Edén... Por los días de junio, en tierras y alturas como las de Garabandal, las manzanas, aun en años en que "todo viene adelantado" no pueden ser más que pobres frutos a medio hacerse, agrios, sin jugo, y muy a propósito para dar dentera; pero aun así, es increíble el poder de seducción que tienen para los niños de aldea, que apenas ven otra fruta que la que traen cada verano los árboles de sus huertos. Casi enteramente privados (así era, por lo menos, hace años) de la fruta que podría llegar de fuera, se echan vorazmente sobra la del pueblo, tan pronto como la ven con un poco de forma y de color (El terreno del huerto en que había crecido el manzano, a la izquierda de la calleja empedrada que sube hacia los Pinos, fue adquirido posteriormente por el matrimonio García Llorente-Gil Delgado, de Sevilla. Aquel huerto estaba notablemente descuidado. El matrimonio sevillano, creyente en la verdad de Garabandal, levantó allí, en 1968, una hermosa casa de piedra para sus largas residencias en el pueblo; desde el comienzo de las obras se tuvo el máximo cuidado en conservar el árbol de nuestra historia, cosa que sólo pudo hacerse a medias, pues de las dos partes de su tronco una estaba ya tan dañada y podrida, que se la eliminó para salvar la otra... Así estuvo el árbol, al amparo de la nueva casa, hasta enero de 1975, en que un fuerte vendaval le tronchó; de él sólo queda ahora un tronco seco y de escasa altura, que puede verse a la derecha de la entrada de la casa susodicha.

Me han dicho los señores García Llorente, que la última cosecha de manzanas, en septiembre de 1974, fue de estupenda calidad: unas sabrosísimas manzanas "reineta".)

Sin embargo, y a pesar de lo que escribe Conchita en su diario, yo me imagino que aquellas manzanas del maestro, más que para saciar su apetito, debieron de servir a las niñas como excitante entretenimiento en una aburrida tarde de domingo. Y me imagino también que las tales manzanas, más que golosamente comidas, acabarían cayendo por tierra irregularmente mordisqueadas.

"Cuando estábamos entretenidas comiéndolas, escuchamos un fuerte ruido, como de trueno. Y exclamamos a la vez: ¡Parece que truene!"

Debió de ser un muy extraño tronar. Y seguro que las niñas se asustaron: la gente tiene un misterioso terror a las tormentas..., especialmente sobrecogedoras cuando a uno le sorprenden en descampado, sobre el silencio de la naturaleza. Las niñas estaban precisamente en este silencio, fuera del pueblo, aunque muy próximas a él. Levantaron la cabeza para ver de dónde venía la tronada... Ni allá a lo lejos, hacia Peña Sagra (Imponente macizo, como ya está dicho, que cierra por un lado y a lo lejos el horizonte de Garabandal. A la otra vertiente de esta serranía de Peña Sagra se despliega la complicada geografía de Liébana, extremo suroccidental de la provincia santanderina, que limita  –límites de altísimos picos y difíciles puertos–  con las de Palencia, León y Asturias.

Uno de los atractivos de Liébana es la contemplación de la imponente crestería de los Picos de Europa, en su macizo Oriental; pero el verdadero tesoro de la región está en el antiquísimo monasterio  –ahora restaurado y confiado a los franciscanos–  de San Toribio, que guarda el mayor trozo que se conoce del "Lignum Crucis", es decir, del madero de la Cruz del Señor. Encaja muy bien, que en las vecinas tierras de Garabandal la Virgen haya venido a repetir a los hombres: "Pensad en la Pasión de Jesús".), que tantas veces mostraba su frente coronada de oscuras nubes, ni en las alturas más próximas, hacia Poniente, por donde llegaban las tormentas, se descubría nada inquietante... ¡Qué tronar más raro! ¿Qué habría sido?

 

"Ad auram post meridiem";

Al aire del atardecer

 

En el Paraíso de Adán y Eva, tan pronto como ellos, los primeros pecadores, hubieron comido las manzanas prohibidas, oyeron el ruido del paso de Dios, "que se paseaba por allí al fresco de la tarde" (Gén. 3, 8): "ad auram post meridiem"

Lo que acababan de oír nuestras niñas, con no poco susto, ¿no podría ser también, en esta atardecida dominical tan misteriosa, el ruido de un especial moverse de Dios hacia los hombres y las cosas de Garabandal?

El sol se inclinaba ya sobre el horizonte. Todos los relojes de España estaban a punto de dar las 8,30 de la tarde (Lo anota expresamente Conchita en su diaria, página 3.).

En nuestras cuatro pequeñas pecadoras, a la sugestión diabólica que tan fácilmente las había llevado a la aventurilla nada santa del huerto, sucede ahora, con el trueno, un soplo de bien distinta inspiración; y la protagonista exclama de pronto:

"¡Ay, qué gorda! Ahora que cogimos las manzanas, que no eran nuestras, el demonio estará contento, y el pobre ángel de la guarda estará triste..."

Entonces empezamos a coger piedras y a tirárselas con todas nuestras fuerzas al lado izquierdo (decíamos que allí estaba el demonio)" (Es una ingenua creencia que yo mismo he comprobado en bastantes pueblos de España. Como se supone que el ángel de la guarda tiene su puesto a nuestra derecha, el ángel caído y tentador se nos acerca siempre por la izquierda.)

El relato, en su infantil simplicidad, es realmente extraordinario. Las niñas reaccionaron vigorosamente contra los espíritus del mal, que han logrado de momento seducirlas, y decididamente se ponen, frente a ellos, del lado de los ángeles buenos que están para llevarlas a Dios, y que no dejan de velar a su derecha.

 

SE ME APARECIÓ una figura muy bella, con muchos

 resplandores, que no me lastimaban nada los ojos

 

"Una vez cansadas de tirar piedras, y ya más satisfechas (el sosiego que vuelve a sus conciencias después de la reacción antidiabólica), empezamos a jugar a las canicas con piedrecitas del suelo.

De pronto, SE ME APARECIÓ una figura muy bella, con muchos resplandores, que no me lastimaban nada los ojos" (.

En el lenguaje de estas niñas de aldea, pobres de léxico y nada acostumbradas a la literatura de superlativos que tanto derrocha la propaganda, esas escuetas expresiones suponen la más extraordinaria ponderación. La figura aparecida, y los resplandores que la envolvían, eran tan por encima de todo lo bello e impresionante que puede contemplarse aquí abajo, que Conchita quedó arrancada de sí y del mundo por la admiración y la sorpresa...

"Las otras niñas, Jacinta, Loli y Mari Cruz (ellas se lo contaron después), al verme en este estado, creían que me daba un ataque, porque yo decía con las manos juntas: ¡Ay... Ay... Ay...! Cuando ellas ya iban a llamar a mi mamá, se quedaron en el mismo estado que yo, y exclamaron a la vez: ¡Ay, el ángel!

Luego hubo un corto silencio entre las cuatro...; y de repente, desapareció (La niña nos cuenta así "desde dentro", lo que ocurrió en aquella visita del cielo; pero podemos completar su informe con algún detalle exterior, que debemos al susodicho brigada don Juan Álvarez Seco.

"Unas niñas, que jugaban también por los alrededores, al ver a las cuatro en aquella extraña actitud, se pusieron a tirarles piedras; entonces el ángel las llevó como a unos cincuenta metros más arriba, en la misma calleja. Una vez allí, y mientras duraba su posición extática de rodillas, quiso pasar por entre ellas un vecino del pueblo que venía de arriba, del monte, con un panal de miel, al ver que no se movían para dejarle pasar, y bien ignorante de lo que estaba ocurriendo, se sintió malhumorado por la "poca educación de aquellas crías"... Después de haberlas pasado en dirección al pueblo, se volvió el hombre a mirar hacia arriba, y fue grandísima su sorpresa al ver que las niñas continuaban allí, exactamente en la misma postura y posición de antes. Cuenta él, que en toda la noche apenas pudo dormir, pensando en que todo aquello era muy raro...; se lo dijo a su mujer, pero ésta le contestó que no tenía importancia, "¡cosas de niñas!" Este vecino del pueblo se llama Vicente Mazón.).

Al volver normales, y muy asustadas, corrimos hacia la iglesia, pasando de camino por la función de baile que había en el pueblo. Entonces, una niña que se llama Pili González nos dijo: ¡Qué blancas y asustadas estáis! ¿De dónde venís?

Nosotras, muy avergonzadas de confesar la verdad, le dijimos: ¡De coger manzanas! Y ella dijo: ¿Por eso... venís así?

Nosotras le contestamos todas a uno: ¡ES QUE HEMOS VISTO AL ÁNGEL!

Y ella dijo: ¿De verdad?

Nosotras: Sí, sí... Y seguimos nuestro camino en dirección a la iglesia; y esa chica quedó diciéndoselo a otras.

Una vez en la puerta de la iglesia, y pensándolo mejor, nos fuimos detrás de la misma a ... LLORAR".

Confieso que conmueve este cuadro de las niñas, que necesitan desahogar su indecible emoción, y se refugian detrás de los muros de la iglesia para soltar su llanto... Un instinto misterioso de su alma cristiana las ha llevado allí. No pueden explicarse lo que les acaba de pasar, pero sienten oscuramente que es algo muy grande... y hasta presienten que puede ser el comienzo de cosas aún mayores; ¿dónde buscar cobijo y protección, sino en el lugar que especialmente guarda la presencia de Dios?, ¿no es también allí donde mejor puede rezarse a la que es Madre suya y nuestra, tan dispuesta siempre a favor de sus pobres hijos? Pero antes de pasar al interior para rezar, necesitan desahogarse a sus muros por fuera.

Los muros aquellos, severos, macizos, levantados sobre la pequeña meseta de Garabandal, frente a los más bravíos repliegues de la cordillera Cantábrica (Es la que recorre casi todo el Norte de España, próxima y paralela al mar Cantábrico, separando las breves tierras de la costa, de las altas y extensas del interior.), saben de siglos y de temporales, de soles y de noches...; generaciones y generaciones de garabandalinos han acudido allí con sus mejores alegrías, con sus más recónditas penas, con sus postreras esperanzas... Pero jamás aquellos muros habían sentido un llanto de niñas tan inefable, tan fuera de serie como éste de las cuatro que así lloran a su amparo mientras se pone para siempre el sol del día 18 de junio de 1961.

No hubo quien entonces subiera a la torre para señalar aquella hora con un toque de campanas; pero, ciertamente, con el llanto de aquellas niñas, que no estaban precisamente tristes, algo misterioso empezaba a repicar en Garabandal, que iría encontrando muchísimo eco en innumerables corazones.

"Unas crías, que andaban jugando, nos encontraron, y al vernos llorar, nos preguntaron: ¿Por qué lloráis? Nosotras les dijimos: Es que HEMOS VISTO AL ÁNGEL.

Ellas echaron a correr a comunicárselo a la señora maestra (En Garabandal había dos escuelas nacionales en el mismo edificio: para niños, una; para niñas, otra. A la primera atendía el señor maestro del huerto del manzano; la segunda estaba regentada por esta señora que entra ahora en escena y que debía de llevar ya bastantes años en el pueblo. Su nombre: doña Serafina Gómez González; era natural de Cossío; viuda de don Raimundo Rodríguez y con una niña llamada Toñita.).

Nosotras, una vez que terminamos de llorar, volvimos a la puerta de la iglesia y entramos dentro. En aquel mismo momento llegó la señora maestra, toda asustada, y en seguida nos dijo:

–Hijas mías: ¿Es verdad que habéis visto al ángel?

–Sí, señora.

–¿A ver si es imaginación vuestra?

–¡No, señora, no! ¡Hemos visto bien al ángel!

Entonces la maestra nos dijo: Pues vamos a rezar una estación a Jesús Sacramentado en acción de gracias" (Práctica de devoción eucarística muy corriente en España; consta de seis padrenuestros, avemarías y glorias, con la invocación: "Viva Jesús Sacramentado–Viva, y de todos sea amado". Solía rezarse especialmente: al dejar expuesto el Santísimo, al hacer una visita al Señor ante el sagrario, y como acción de gracias colectiva después de la comunión.

En su origen  –atribuido a los franciscanos–  parece que estos seis padrenuestros de la estación tenían el siguiente sentido: cinco, como homenaje de adoración al Señor en sus cinco llagas: las de los pies, manos y costado, y el otro, sexto, como rezo a intención del Romano Pontífice para ganar las indulgencias.).

Sabemos que durante esa inolvidable estación, las palabras del rezo se les entrecortaban a las niñas por sollozos y por risas. "Estábamos tan no sé cómo  –ha confesado Loli–, que tan pronto reíamos como llorábamos."

 

"Te lucis ante terminum"

 

Probablemente, jamás en la iglesia de San Sebastián de Garabandal se había rezado una estación como aquella: con tal conmoción de alma, con tal deseo y necesidad de cobijarse cabe el Señor..., que estaba de verdad allí, cerca de ellas, vivo y lleno de amor, poderoso y misterioso en su designio, y que seguramente tenía mucho que ver con todo aquello que acababa de ocurrirles.

La maestra se sentía más madre que nunca hacia aquellas alumnas, y éstas, como polluelos asustados, se apretaban junto a ella para sentirse más seguras. Sonaban ahogados los rezos: "Viva Jesús Sacramentado... Padre nuestro... Hágase tu voluntad... Perdónanos... No nos dejes caer en la tentación... ¡Líbranos del mal!"

Y estos rezos de las cinco criaturas, en la iglesia solitaria y ya en sombras, fueron sin duda las verdaderas Completas (Se llama Completas a la última parte del Oficio Divino, rezo oficial diario de la Iglesia; su momento propio es el del ocaso, y tiene el sentido de acudir a Dios para ofrecerle la jornada que concluye y acogerse a su protección frente a los misterios y peligros de la noche que ya se echa encima.) de Garabandal en aquel domingo de junio que había empezado para todos como un domingo cualquiera.

Se apagaba la luz del día. Momentos de la oración crepuscular. como había sucedido durante siglos en innumerables monasterios y conventos de la Iglesia, seguramente que también en este día y a esta misma hora de Garabandal, no pocas almas de las consagradas a Dios estarían por diversas partes haciendo ante Él sus preces litúrgicas de final de jornada.

"Te lucis ante terminum... Antes de que toda luz se vaya, te rogamos, Creador del universo, que según tu gran clemencia seas nuestro guardián y defensor...

"Guárdanos como las niñas de tus ojos; a la sombra de tus alas cobíjanos...

"Tú Señor, estás con nosotros, y sobre nosotros se ha invocado tu nombre: no nos dejes, pues, Señor Dios nuestro."

Las niñas ni siquiera conocían la palabra "completas", pero se pueden hacer muchas cosas, sin saberlas rotular o definir.

 

Conchita continúa su relato:

 

Conchita continúa su relato: "Cuando hubimos terminado de rezar la estación, nos fuimos para nuestras casas. Ya eran más de las nueve de la noche, y mi mamá me había dicho que fuera a casa de día (No es de extrañar y sí muy de agradecer, que Aniceta velara así por su hija única. En Garabandal las noches eran de verdad noches, con las calles apenas iluminadas, y aunque sus moradores fueran gente de honestas costumbres, una niña como Conchita no tenía nada que hacer por el pueblo a aquellas horas...), y yo este día fui ya de noche.

Cuando llegué a casa, mi mamá me dijo: ¿No te he dicho ya que a casa se viene de día?

Yo, toda asustada por las dos cosas: por haber visto aquella figura tan bella y por venir tarde a casa, no me atrevía a entrar en la cocina y me quedé junto a una pared, muy triste..."

¡Verdaderamente sugestivo, el cuadro de esta criatura, en la gracia de sus radiantes doce años, que apoya contra la pared todo su desamparo y emoción, y trata de sostener con la luz de un mirar manso lo inverosímil de sus palabras.

"... y le dije yo a mi mamá: ¡He visto al ángel!"

Era de esperar la desabrida réplica de Aniceta: "¿Todavía? ¡Encima de llegar tarde a casa, me vienes con esas tonterías!"

"Yo le respondí de nuevo: Pues es verdad, yo he visto al ángel".

Siguieron aún las réplicas y contrarréplicas entre la hija y la madre; ésta, menos segura cada vez en sus negativas, acabó muy inclinada a admitir que a su hija, aquella hija para la que vivía y por la cual velaba con extraño brío, debía de haberle, efectivamente, pasado algo (He encontrado una nueva versión de lo ocurrido en aquella tarde memorable. Procede de Pilar, la madre de Mari Cruz, y se la recogieron disimuladamente en un magnetófono, la tarde del 25 de julio de 1964, en la cocina de su casa.

Nosotros nunca la pegábamos... y resulta que un día, un domingo 18 de junio, me fui al lavadero con una vaca que teníamos aquí en casa (Pilar llevaba la vaca al agua, para luego cerrar y recogerse, porque se echaba la noche). Me encontré allí con Angelita, la de Fael, y no sé quién más...; y me dijo: "Pero, ¿qué pasa con María Cruz?"

–¿Qué pasa, qué pasa? repliqué yo. ¿Qué es lo que ha hecho?

–Pero ¿tú no sabes nada entonces? Pues que dice que ha visto un ángel.

–¿Un ángel? ¡Uy, qué cosa! Ya me habías dado un susto: creí que habría hecho alguna cosa mala.

Después de esto, iba yo pensando por el camino: ¿Será posible que esta criatura ande haciendo el ridículo con los ángeles y las cosas de la Iglesia? (El ambiente en casa de María Cruz no debía de ser de especial fervor religioso. A Conchita se le escapa en su diario la observación de que su padre, Escolástico, no iba mucho a misa".)

En esto que me encuentro a Mari Cruz, ahí mismo, donde casa de Sinda. Yo bajaba enfadada, y le digo: "Oye, Mari, ¿qué andas diciendo por ahí?

–Nada.

–¿Cómo nada? Que me han dicho en el lavadero que habías visto a un ángel... Mira: te voy a coger y... te voy a dar unas patás, que ya tienes años para decir esas cosas..."

En esto, que está allí Jacinta y contesta: "Pues sí, le vimos".

–Alabado sea Dios, dije; ¿también tú eres del lío ese? ¡Qué vergüenza, María Santísima! ¡Unas crionas, a la edad que tienen!

Y aquel día reñí mucho a Mari Cruz; pero no volví a reñirla más.") Años más tarde, cuando las grandes pruebas y dudas y contradicciones, exactamente el 8 de abril de 1967, decía Aniceta al ilustre sacerdote argentino Julio Meinvielle, que había subido a Garabandal con don Jaime García Llorente, de Sevilla (Don Julio Meinvielle, figura señera de la intelectualidad católica argentina, había ya oído y leído cosas de Garabandal en su país; y tan pronto como pudo, aprovechó la ocasión de visitarlo. Llegó a Madrid en avión; en el aeropuerto de Barajas le recogió don Jaime García Llorente y le llevó directamente a Garabandal. Aquí, el perspicaz sacerdote contempló, rezó, escuchó..., y su impresión fue decididamente favorable; llegó a decir a su acompañante don Jaime, en el viaje de regreso: "Garabandal va a ser la bandera de la Contrarrevolución.")

 

Decía Aniceta a don Julio Meinvielle

 

"Parece que estoy viendo a Conchita cuando volvía a casa después de la primera aparición: ¡Venía transformada del todo! Hasta la voz la traía cambiada, y a mí me impresionó mucho. Era como otra voz, una voz muy dulce. ¡Y sonreía con una dulzura en el rostro!"

 

Lo sucedido en la casa de Loli

 

Loli llegó a casa con su hermana Amaliuca, un año menor que ella. Iban temerosas, esperándose una reprimenda por volver tarde (en aquellos hogares de San Sebastián había mucho rigor, especialmente para las chicas, en esto del regreso a casa antes de anochecer).

Cuando llegaron, su madre estaba ya acostada, y no es de extrañar, pues la pobre mujer trabajaba en firme durante todo el día; subieron al piso de arriba, donde estaba la alcoba, y se asomaron tímidamente a la puerta, Loli detrás de Amaliuca:

–Mamá...  –dijo ésta con mansa voz.

–Sí, mamá, mamá  –replicó Julia desabridamente–. ¿Qué horas son éstas de volver a casa? ¿Os parece bien? Debería daros unos azotes.

– Es que Loli ha visto un ángel...

–¿Qué ángel ni qué demonio? ¡Vergüenza os debía dar! Hala, cenad y acostaros; y dejadme a mí tranquila, que bastante cansada estoy.

Bajaron las niñas y cenaron; y luego Loli, como de costumbre, se fue a casa de la abuela materna, que estaba al lado, para dormir con ella, pues la buena señora vivía enteramente sola (esta casa es la que ocupa ahora la familia Mazón-González).

Abuela y nieta solían rezar juntas, antes de acostarse, las oraciones del escapulario del Carmen, y a esto se pusieron también en esta noche del 18 de junio de 1961. Pero la abuela notó enseguida algo desacostumbrado en la nieta; ésta, de rodillas, se apretujaba temblorosa contra ella, como un pajarillo asustado... (téngase en cuenta que Loli era por entonces bastante menudilla).

–Pero, ¡niña!, ¿qué es lo que te pasa?

–Abuela, he visto al ángel.

–¿Qué? ¿Ver tú a un ángel?, ¿con lo mala que eres? ¡Vamos!

La niña insistió, y con tal acento de cosa vivida, que la abuela, aun sin darle entero crédito, quedó un poco impresionada.

Se continuó con el rezó de los padrenuestros y avemarías que faltaban... y acabó todo, según costumbre, con la vieja y hermosa invocación (que tuvo que sonar como nunca en aquella noche):

ABUELA– Pues sois de nuestro consuelo
                el medio más poderoso,

    LOLI– Dadnos amparo amoroso,
               Madre de Dios del Carmelo
(Al fin he podido saber también de Jacinta cómo fue el encuentro con los suyos aquella noche de la primera aparición:

"Al volver a casa, no pude ocultar que habíamos visto un ángel... Mi madre y mi hermano lo tomaron a broma; no lo podían creer, y trataron de convencerme de que lo mejor que podía hacer era olvidarlo... Como yo decía que el ángel tenía alas, mi hermano salió con que seguramente había sido uno de los pájaros tan grandes que él había visto a veces por los parajes de Peña Sagra; al no estar nosotras acostumbradas, nos habíamos asustamos, y el susto nos había hecho ver cosas raras...

Mi padre intervino para decir: No quiero que toméis a broma una cosa como ésta, que es muy seria. Yo no sé qué habrá ocurrido; pero conozco bien a Jacinta y sé que si ella dice que ha visto un ángel, es que algo de eso ha pasado...

Aquella noche no hablamos más del asunto. Yo, a solas, no podía dejar de pensar en la calleja.")

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

"Esto fue a las 9,30 de la noche. Después, esa noche, ya no hablamos más de ello; fue una noche corriente, igual que las otras..."

Conchita dice esto en su diario, pero bien seguros podemos estar de que para las cuatro hijas de Garabandal aquella noche no pudo ser una noche "corriente, igual que las otras". Sería así en los aspectos externos de cena, hora de acostarse, etc., mas por dentro, en el alma de las cuatro, aquella noche tuvo que ser de verdad insólita, por las evocaciones y los anhelos. ¡Llevaban demasiado grabada la maravillosa visión de la calleja, haciéndolas muy felices!; pero con ella se mezclaba el desasosiego de múltiples preguntas, de dos sobre todo: ¿Volverá? ¿Qué querrá de nosotras? 

1961, 14-24

A. M. D. G.