ÍNDICE

CAPÍTULO VIII

1.ª PARTE

 

 

EL PRIMER MUERTO DE GARABANDAL

 

 


 

Oyen del brigada de la Guardia Civil, don Juan A. Seco, la historia auténtica de lo que había pasado dos día antes

   Suben hacia los Pinos

    Sobre esta aparición lo que dice el P. Ramón María Andreu

    In crescendo

   día 1, de rezar el avemaría con una preciosa añadidura, que ya hemos dicho: Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra... 

  el día 3 las primeras caídas extáticas, más otros fenómenos  

 El día 4, viernes, fue lo del magnetófono...

   El 5 la bajada de las niñas, en marcha extática a impresionante velocidad, desde los Pinos hasta la iglesia

   tres estrellas fugaces cruzaban luminosamente el firmamento.

   El día 6 de agosto, domingo, tuvieron éxtasis las niñas ya anochecido 

  Una jornada estelar  

 ¡Milagro, milagro, milagro, milagro!   

 El lugar donde la Virgen quiere que se haga la capilla a San Miguel 

 El Milagro que anticipadamente vio el P. Luis María Andreu el 8 de agosto de 1961 

  La pérdida de los dos rosarios

 


 

Si yo empleara el recio lenguaje de la tradición cristiana, diría el primer "mártir"...; si me acomodara al uso de los movimientos políticos de nuestro siglo XX, hablaría del primer "caído"... para quedarme modestamente a igual distancia del empaque de uno y otro término, me pongo a escribir sin pretensiones sobre el primer "muerto" de Garabandal.

Tuvo de mártir, porque fue un "testigo" de excepción a favor de la causa, sobre todo con su muerte.

Tuvo de caído, porque en servicio de esa causa, como consecuencia de su meterse plenamente en ella, llegó a "perder" la vida.

¿Quién es él?

Con un inicial escepticismo...

Ya hemos copiado antes aquellas líneas de Conchita: "En los días que estuve yo en Santander, había en el pueblo dos padres jesuitas..."

Así, pues, hemos de retroceder un poco en nuestra narración, volviendo al día 29 de julio, ya que fue en esta fecha cuando la presencia de los Padres quedó bien marcada en Garabandal.

Habían llegado los hermanos Andreu, Ramón María y Luis María, como tantísimas otras personas: más empujados por la curiosidad, que por la esperanza de encontrarse con cosas realmente serias. Iban, sencillamente, a ver qué había allí, ya que la gente hablaba tanto de ello...

–"Venían, como muchos, sin creer nada. Y un día de esos, tuvieron Loli y Jacinta una aparición, por el día, en los Pinos; y estaban allí estos Padres, y viéndolas a ellas en éxtasis, creyeron; pero no sólo con esto creyeron..."

Conchita apunta una pequeña parte de lo que ocurrió aquel día 29.

Mas podemos ahora completar su relato con unas referencias pormenorizadas de aquella primera subida de los hermanos Andreu a Garabandal.

 

Oyen del brigada de la Guardia Civil, don Juan A. Seco,

la historia auténtica de lo que había pasado dos día antes

 

Ya de entrada tienen una sorpresa fenomenal, escuchando al brigada de la Guardia Civil, don Juan A. Seco, la historia auténtica de lo que había pasado dos días antes: cómo las niñas, en su éxtasis del jueves, día 27, a las nueve de la tarde en los Pinos, van sabiendo de boca de la Virgen todo lo que en aquellos mismos momentos le está ocurriendo a su compañera conchita en Santander: primero, en la calle Alta, y luego, en la oficina de la parroquia de la Consolación...; y cómo él mismo comprueba inmediatamente, por conferencia telefónica con sus jefes de Santander, la completa exactitud de cuanto las niñas han dicho... Ante aquel relato, los dos hermanos se miran asombrados y con una sensación que no podrían describir:

"–Pero esto, esto... ¿qué es?", se desahoga el padre Ramón.

"–Por lo menos, esto... va a ser de verdad interesante", le replicó el padre Luis.
Preguntaron si también aquella tarde habría algo. "Seguramente, sí –les respondió alguien–; a eso de las siete, tendremos éxtasis, pues ayer la Virgen, al despedirse, dijo a las niñas que volvería hoy".

Entonces, uno de los Fontaneda, con los que habían venido los hermanos Andreu desde Aguilar de Campoo (Palencia), no pudo disimular el temblor íntimo que aquella expectación le producía, y le dijo al P. Ramón María: "¡Esto es terrible, Padre! Estar así esperando, como a sangre fría, y reloj en mano, un acontecimiento sobrenatural..."

Habría por el pueblo, en aquel último sábado del mes de julio, como unos trescientos o cuatrocientos forasteros. Al acercarse la hora, ellos y muchos del pueblo andaban por aquí y por allá, con el movimiento nervioso de quienes esperan ciertamente algo, pero no saben muy bien ni qué ni dónde. Bastantes se dirigían ya a "la calleja".

Aparece de pronto un niño, o niña, que dice en un grupo de los que esperan: "Ya han tenido un aviso". La noticia se propaga inmediatamente; y el P. Ramón María pregunta muy extrañado: "Y eso ¿qué es?"

–"Pues que las niñas, le explica alguien, reciben primero tres avisos; y luego, ya viene".

Aquello añadió una nueva sorpresa a las muchas que ya iba recogiendo el Padre. Un misterio más, por cierto, interesantísimo, que sería preciso esclarecer (Pocos días después de esto que vamos relatando, subió a Garabandal el famoso rejoneador de toros Álvaro Domecq, que había actuado o tenía que actuar en la plaza de una población próxima; iba con su padre, y le acompañaba toda su cuadrilla.
Las cosas que le contaron en el pueblo le colmaron de admiración; y luego corría detrás de las videntes, diciendo en el más castizo andaluz: "Pero ¿tú ve a la Virgen, cariño? Pero ¿tú ve a la Virgen, mi cielo?"
También a estos hombres del toreo les desconcertó o hizo gracia lo de los "avisos" que tenían las niñas antes de sus trances. Oyeron a alguien que venía diciendo a la gente: "Estar preparados, que ya han tenido dos avisos...", y en seguida saltó la ocurrencia del buen andaluz en boca del señor Domecq, padre:
"¡Cuidado, Alvarito, no te los den a ti mañana!"
Nota para lectores no españoles: los "avisos" en las plazas de toros, son de la autoridad que preside la corrida, para los toreros que no lo están haciendo bien.)
.

No mucho más tarde, aparecieron Loli y Jacinta corriendo hacia "el cuadro"... El revuelo que se armó fue fenomenal. En la más desordenada avalancha se lanzaron todos hacia el punto indicado. El P. Ramón María, por no atropellar a nadie y también por no ser atropellado, se apartó como pudo para dejar pasar aquella ola..., con lo que luego tuvo que resignarse a quedar en la periferia de los espectadores, sin poder seguir de cerca unos fenómenos que tanto tenían que interesarle. Para poder captar algo siquiera, vio de encaramarse a uno de los pequeño muros de piedras sueltas que bordeaban "la calleja" en aquel punto; pero con tan mala suerte, que las piedras empezaron a correrse y a caer, con no pequeño ruido... La gente se volvió a mirar, protestando de aquel ruido que no dejaba entender nada de lo que decían las niñas en éxtasis. Y entonces el pobre Padre se encogió cuanto pudo, para hurtarse a aquellas miradas nada benévolas.

En esto estaba, cuando siente que por detrás alguien le agarra de los brazos: se vuelve y ve una especie de gigante –así, por lo menos, le pareció a él– que le levanta y empieza a empujarle a través de aquel compacto cerco de curiosos hacia donde estaban las niñas, mientras va diciendo enérgicamente a unos y a otros: "Paso a la autoridad eclesiástica".

Gracias a tan providencial ayuda, el P. Ramón se encontró inesperadamente en el mejor punto de observación, pegadito a las videntes, y junto a su hermano, a quien descubrió allí, tomando concienzudamente notas en un cuadernillo. El no estaba así de concentrado, ni tampoco emocionado. Su primera atención fue para un señor que tenía al lado, en cuclillas, y muy puesto a seguir el pulso de las niñas. Cada poco levantaba la cabeza hacia la gente y decía: "Normal... Normal..." El brigada acabó cansándose de tanto "Normal...", y le preguntó: "Oiga: ¿es usted médico?" "–No, señor, soy periodista". "–Pues entonces, haga el favor de retirarse de ahí inmediatamente". "–Con mucho gusto. Usted dispense".

Estos detalles un poco chuscos, y los que les habían precedido, llevaron al P. Ramón a pensar para sus adentros: "Esto no tiene pies ni cabeza".

De pronto, las niñas, las dos a la vez, con absoluta simultaneidad, vuelven en sí y miran cándidamente a su alrededor... A nadie se le ocurre nada. Entonces don Valentín, que ya tiene alguna práctica en estos lances (después de un mes largo de familiaridad con ellos), se acerca y les pregunta, con su típico tartamudeo: "¿Qué, qué, qué dice la Virgen?"

"–La Virgen dice que subamos a los Pinos, nosotras, nuestros padres, los guardias, los sacerdotes y las monjas; y los demás, que se queden abajo".

Se vuelve don Valentín hacia el P Andreu, y le dice nervioso: "Pero ¿qué monjas? ¿Qué monjas? ¡Aquí no hay monjas! ¿Qué monjas? ¡Esto no es la Virgen!"

El P. Andreu se calló: él ¿qué sabía? Era la primera vez que estaba allí, y ya tenía bastante desconcierto.

 

Suben hacia los Pinos

 

Subieron todos hacia los Pinos; y allí, las niñas, con toda naturalidad, fueron señalando los sitios en que debían ponerse los diversos grupos ("A mitad del camino hacia los Pinos, se vuelve Loli y señala así con el dedo: "Que no pasen de ahí", indicando una especie de sendero que cruzaba la ladera.
No fue fácil hacer que todos, de una multitud de 500 personas, obedecieran en seguida. ¿No puede suponerse también que algunos ni habían oído lo dicho por la vidente? Unos tres o cuatro números de la Guardia Civil se encargaban de hacer cumplir "las órdenes". Yo pasé al lado de un guardia, gallego, cuando él impedía el paso a varios que querían seguir adelante; uno de ellos le decía: "¿Y quién es usted para impedirme a mí ver un milagro?". Le contestó el guardia: "¡Y luego! Mándalo Dios, y hay que obedecer"." (De una conferencia del P. Andreu en Palma de Mallorca.)
Todo esto tiene una genuina palpitación bíblica. Véase el cap. 24 del viejo libro del "Éxodo": "Dijo Dios a Moisés: 'Sube a mi presencia, en el monte, tú, con Aarón, Nadab y Abihú; también los setenta ancianos escogidos de Israel. Adoraréis desde lejos. Luego, te acercarás tú solo al Señor; ellos no se acercarán, ni menos subirá el pueblo contigo'... Moisés subió con Aarón, Nadab y Abihú, con los setenta ancianos...; pero luego, sólo Moisés se adentró en la montaña de Dios, con Josué, su ministro, a los ancianos les dijo: 'No paséis de aquí, y esperad hasta que volvamos a vosotros'.").

Parece que la Virgen había dicho a las niñas que el público podría ver, pero sin oír (No resulta fácil la atribución de escenas o episodios a cada uno de los diversos trances que tuvieron lugar en los Pinos aquella tarde del 29 de julio..
Por los datos que penosamente he podido recoger, parece que primeramente sólo las dos pequeñas "testigos" de quienes se habla en el texto pudieron moverse alrededor de Jacinta y Loli en éxtasis, los del grupo privilegiado –sus padres, los guardias, etc.– hubieron de quedar un poco alejados, de modo que pudieran verlas, pero sin oírlas, mientras que la multitud, abajo, a media ladera, sin ver nada, se mantenía a la expectativa. En una segunda fase, los del grupo "privilegiado" pudieron acercarse más y rodear a las niñas, y finalmente, subió a los Pinos toda multitud.)
. Cerca de las videntes sólo podrían estar, como testigos, dos niñas pequeñas, de seis años: Mari Carmen y Sari (hermanas de Jacinta y Loli).

Empezó el éxtasis o la aparición, y los espectadores más próximos pudieron apreciar que la cara de las videntes tomaba una expresión de profunda tristeza. La madre de una no pudo contenerse. "¡Están llorando!"

Como no se lograba captar los diálogos, el párroco llamó a Mari Carmen, la niña testigo, para preguntarle, la pequeña se fue acercando sin mucha prisa, y cuando oyó las preguntas del cura, contestó, entre aburrida e indiferente: "Le dicen a la Virgen que no les diga cosas malas" (Cosas tristes, que asustan o hacen sufrir.).

Comprendieron todos que aquella aparición no era una de tantas, que la Virgen explicaba o mostraba ciertas cosas muy serias, en relación seguramente con algún gran castigo que vendría sobre el mundo, si los hombres, haciendo penitencia, no entraban por los caminos de Dios.

Por declaraciones o medias frases de las niñas, dadas posteriormente, se supo que ese día la Virgen les confió algún secreto y les completó el mensaje que habían de hacer público la noche del 18 de octubre (Sobre lo de este día 29 de julio, tan señalado en el proceso de Garabandal, atestigua el brigada don Juan Álvarez Seco:
Recuerdo que a mí me dijo María Dolores: "Brigada, usted y mi padre podrán estar arriba, un poco cerca, como a unos cien metros a la derecha de los Pinos; el señor cura y las monjas, también a unos cien metros, pero a la izquierda; la demás gente, abajo y bien retirada."

Así lo hicimos todos. Y se pudo observar que durante el éxtasis lloraron mucho las videntes, hasta el punto de que las pequeñas se asustaron... Se supo después que el motivo de estar así las videntes, solas y aisladas, era para que la gente no se impresionara demasiado viendo de cerca lo que ellas sufrían, pues la Virgen tenía que hablarles del mensaje, mostrándoles alguna cosa del Castigo y cómo la Copa se iba llenando de pecados. Era lo que ellas tenían que hacer público luego, el 18 de octubre.
Ese día hicieron los del pueblo un pequeño altar con cajones de fruta, y lo colocaron al pie de los pinos: estaba bien preparado, y lo adornaron con flores del campo.)

Un testigo presencial anotó: "Levantan las manos, como ofreciendo algo. Una cruza los brazos... Se oye besos... Alargan los brazos... Sonríen... Escuchan algo... y lloran...

Cuando vuelven a la normalidad, corremos hacia ellas y vemos que una tiene aún lágrimas. "Por qué lloras?" Nos quedamos sin respuesta".

Cuando parte de la gente estaba hablando así con ellas, se produce allí mismo, en los Pinos, el tercer trance del día. Ahora se oye a las niñas con notables claridad:

–la aparición ha venido con el Niño, pues ellas preguntan por los años que tiene, y piden que les deje su corona, y comentan que es pequeña...;

–la aparición expresa a las niñas que está contenta del comportamiento de la gente, ya que han obedecido con docilidad a lo que se les dijo sobre su colocación;

–encomienda una vez más que recen el rosario;

–y que para ello pueden acudir a los Pinos.

Vueltas pronto a la normalidad Jacinta y Loli, se inicia allí mismo el rezo del rosario. En la quinta avemaría del tercer misterio quedan las dos niñas en "... el Señor es contigo...", si acabar de pronunciar esta última palabra...

Y el éxtasis fue largo, cerca de una hora. He aquí algo de lo que se les captó: "¿Para qué viniste?... Si la gente no hubiera obedecido, ¿no hubieses venido tú?... ¿Para que crean?... (Ofrecen algo. Dan un beso.) ¡Qué lindo es!... Eres muy buena... Mañana vendremos en ayunas, sin comer ná, ni ná... ¿Te beso el escapulario?... Hoy vinieron unos Padres del Carmen... Me estoy acordando del dominicu... Enséñanos el vestido otra vez... Es blanco, con flores blancas... Un guardia trajo una nena que no habla ni anda. Se lo he prometido: ¡cúrala!... Cura a alguno, para que lo vea toda la gente".

Quien tomaba todas estas notas era uno de los dos jesuitas que habían subido "sin creer nada". Escuchémosle a él, según la conversación que nos ofrece el editor francés del diario de Conchita, G. du Pilier, para confirmar y explanar unas líneas del mismo, que continúan lo que antes hemos dejado nosotros en puntos suspensivos.

 

Sobre esta aparición lo que dice el P. Ramón María Andreu

 

"Hemos hablado a propósito de esto con el P. Ramón María Andreu; y ponemos aquí lo más sobresaliente del diálogo:

–Hablando Conchita en su diario sobre esta aparición de Loli y Jacinta, asegura que usted aceptó como una prueba a favor lo que ocurrió con Loli: ¿es verdad?

P. Andreu: –Sí, es verdad; pero la cosa es un poco más larga de lo que escribe Conchita...

Como usted puede suponer, yo no pensaba en absoluto cuando subí ese día a Garabandal, que estuvieran ocurriendo efectivamente allí unos fenómenos digno de seria atención. La primera vez que me invitaron a subir, respondí que disponía de muy poco tiempo, para poder perderlo en tales cosas. Y es que, de verdad, suelo estar bastante ocupado; si acepté, por fin, llegarme a San Sebastián, fue sólo por no desairar la insistencia de mis amigos, y también porque ya tenía necesidad de unos días de descanso después de las tandas de ejercicios que había dado seguidas.

–Su hermano, el P. Luis María, ¿ya creía en todo aquello?

P. Andreu: –¡De ningún modo! Ni él ni yo teníamos "pruebas", y creo que ninguna persona inteligente acepta esa clase de fenómenos sin una base de pruebas o razones.

–¿Cómo sucedió exactamente lo que Conchita recoge en su diario?

P. Andreu: –Verá. Yo subía aquel día por primera vez a Garabandal; y aquel día fue pródigo en "sucesos", que nosotros pudimos ver.

A la caída de la tarde, nos encontrábamos en los Pinos. Loli y Jacinta entraron en éxtasis. No había en torno un excesivo número de curiosos, por lo que yo pude situarme cerquísima de ellas. Les oía perfectamente hablar con su visión, en esa voz baja, como con sordina, que caracteriza su hablar en éxtasis; pero no captaba todo, sino frases sueltas.

Después de ocho o diez minutos, se me ocurrió que aquello bien podía ser un caso de hipnotismo (confieso que fue una ocurrencia bien vulgar, sin originalidad alguna; pero así fue). Entonces empecé a mirar atentamente a las personas que estaban allí, para descubrir al posible causantes de la hipnosis. Observé a don Valentín, a Ceferino, a Julia, a los demás... Había en todos los rostros una clarísima expresión como de sorpresa admirativa, que descartaba toda posibilidad de que actuasen como agentes hipnotizadores: estaban más para ser llevados, que para llevar cualquier iniciativa.

En ratos anteriores, yo había visto ya a las niñas entrar y salir del éxtasis; pero siempre las dos a la vez, como si tuvieran una sola alma. Por eso, se me vino al pensamiento algo que tal vez no tuviera mucho sentido, pero que me pareció interesante: como prueba de la verdad de todo esto, que una de las dos vuelva en sí, mientras la otra continúa en éxtasis (Pensaba el Padre, que de ser todo aquello, efecto de una acción hipnotizadora externa, a distancia, dicha acción tendría que alcanzar por igual y simultáneamente a las dos niñas.).

¡En el mismo instante, Loli, que era la más próxima, salió del trance y se volvió a mí, mirándome con una sonrisa!

Como si no pasara nada, le pregunté: –¿Ya no ves a la Virgen?  –No, señor. –Y ¿por qué?, insistí yo. –Porque se me ha ido.  –Pues mira a Jacinta...

La niña miró y se sonrió ampliamente, pues era la primera vez que ella podía contemplar a una compañera en éxtasis, estando ella fuera.

–¿Qué te ha dicho la Virgen?, le pregunté.

Abría la boca para responderme, cuando entró de nuevo en la visión, echando la cabeza hacia atrás. Me pegué más a ellas, y pude entender a Jacinta:

–Loli, ¿por qué te fuiste?

Esta hablaba ya con la aparición y le decía: –¿Por qué te retiraste de mí?... ¡Ah! ¿Entonces es por eso, para que él crea?

Me volví hacia mi hermano Luis y le dije:

–¡Mucho cuidado con lo que piensas, que aquí la transmisión del pensamiento es fulminante!

–¿Te ha ocurrido algo?

–¡Desde luego! Ya te contaré (Se terminó el éxtasis; yo me puse a contar lo que acababa de ocurrirme..., y en esto, que las niñas entran de nuevo en trance. De pronto, por otro lado del monte, aparecen trepando ¡dos monjitas! Don Valentín que las ve, se vuelve agitado hacia mí: "Mire. ¡Monjas!" – "Pues sí, monjas", le repliqué yo, que de pronto no caí en la cuenta–. "Esto es la Virgen", exclamó él muy emocionado. Y entonces ya caí: era la explicación de lo que habían dicho las niñas en "el cuadro": que también podían estar junto a ellas, arriba, "las monjas". No se había visto ni una monja por el pueblo, de donde brotó el primer desconcierto de don Valentín." ¡Ahora , al cabo de mucho rato, aparecían también las misteriosas invitadas!
(He podido averiguar quiénes eran estas dos "monjas". Se trataba de dos religiosas de cierta Congregación apenas conocida en España: "Hijas de Nuestra Señora del Sagrado Corazón", que por entonces sólo tenían alguna casa en Cataluña. Una de tales religiosas, natural de Santander, se encontraba temporalmente con sus familiares en Roiz, pueblo no demasiado lejos del valle del Nansa; era la hermana María de Jesús, ahora (1971) Madre Provincial de su Congregación en España.).
"Llegaron a tiempo de emocionarse no poco con aquel éxtasis de las niñas... Cuando éstas volvieron en sí, dijeron:
"Ha dicho la Virgen que ya pueden subir todos." Nadie se decidía a dar el aviso, y me lo encomendaron a mí. Me asomé al borde de aquella explanada de los Pinos, y vi a la multitud que llevaba aguardando tanto tiempo...; les hice señas y todos se lanzaron cuesta arriba en la mayor confusión. El Señor les obsequió con un nuevo éxtasis, por cierto bien hermoso, de las niñas" (P. Ramón Andreu, conferencia en Palma de Mallorca).
Después de una jornada así, podemos imaginarnos con qué sentimientos en el alma bajarían los hermanos Andreu de su primera visita a Garabandal...)
.

–Usted, Padre, ¿ya creyó a partir de aquel momento?

–Todo esto, ciertamente, llamó mucho mi atención, y me hizo pensar que no se trataba de ninguna comedia, sino que había allí materia para estudiar a fondo. Indudablemente, estábamos ante fenómenos que resultaban apasionantes, tanto para el médico como para el teólogo.

De esto, a creer, hay todavía un buen paso, que no se da así como así. De lo que yo no puedo ya dudar, tomando en conjunto los hechos a los que he asistido (con un escepticismo a veces excesivo, lo confieso), es de que no se trata absolutamente de ninguna comedia o simulación por parte de las niñas. Desgraciadamente, decir esto es casi no decir nada; porque plantear un problema no es resolverlo. Y el problema sigue siendo:

¿Cuál es la causa de unos fenómenos, a muchos de los cuales yo he asistido como testigo ocular, y en los que la anécdota que acabo de referir no es más que una porción insignificante, como gota de agua en el océano?

¡A cuántas personas no he comunicado yo mi anhelo de que me digan, de que me expliquen! Pero ¡no acepto una explicación cualquiera!

Aún estoy esperando respuesta a mis preguntas" ("Journal de Conchita", Nouvelles Editions Latines, París, 1967; páginas 49-51.).

Así, en este 29 de julio de 1961, con un inicial escepticismo, que ya hemos visto cómo recibió su primer golpe, entraron en la historia de Garabandal dos hermanos (Ya hemos presentado a uno de ellos, el P. Ramón María. El otro, Padre Luis, era algo más joven: tenía treinta y seis años. Había hecho sus estudios eclesiásticos en Oña, Innsbruck (Austria) y Roma, y desde hacía algún tiempo era profesor en la Facultad Teológica que los Jesuitas tenían en Oña (Burgos). Digo "tenían", porque hace ya unos años que la trasladaron a Bilbao.
Oña es una histórica villita burgalesa, al nordeste de la capital, en un paraje pintoresco sobre el río Oca, no lejos de su confluencia con el Ebro, entre montes con muchos pinos. Servía de sede a la Facultad el antiguo monasterio –había sido de benedictinos– de San Salvador, abandonado cuando las leyes de Mendizábal, en 1835. Al dejarlo ahora los jesuitas, se ha hecho cargo del edificio la Diputación Provincial de Burgos, acomodándolo para residencia psiquiátrica
.), sacerdotes, religiosos, que tanto habían de suponer para el desarrollo o comprensión de la misma.

 

In crescendo 

 

Con la llegada de agosto, mes veraniego por excelencia, cuando Santander y sus puntos costeros se ponen "al tope", la afluencia a Garabandal de forasteros procedentes de todas las regiones fue adquiriendo un ritmo acelerado. Y hasta un ritmo acelerado pareció alcanzar también a los mismos "sucesos": como si aumentaran en número y se hicieron más llamativos.

 

día 1, de rezar el avemaría con una preciosa añadidura,

que ya hemos dicho: "Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra...

 

Se abrió el mes con aquello del día 1, de rezar el avemaría con una preciosa añadidura, que ya hemos dicho: "Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra..."

 

el día 3 las primeras caídas extáticas, más otros fenómenos

 

Ocurrieron el día 3 las primeras caídas extáticas, más otros fenómenos, que culminaron con la reentrada de Conchita en el pueblo, después de ocho días en Santander, según queda referido.

 

El día 4, viernes, fue lo del magnetófono...

 

 

El 5 la bajada de las niñas, en marcha extática a impresionante

 velocidad, desde los Pinos hasta la iglesia

 

El 5, entre otras cosas, llamó poderosamente la atención de todos la bajada de las niñas, en marcha extática a impresionante velocidad, desde los Pinos hasta la iglesia. A Conchita se le oía pedir muy vivamente perdón por haber ido a la playa...; y con no menor viveza rogaba a la aparición que hiciera un milagro patente, para que "todos creyeran".

"A las dos de la tarde llegaron hasta más arriba de los Pinos Loli, Conchita y Jacinta; allí se arrodillaron, y preguntaron: "Nos vamos... ¿a dónde? ¿A la iglesia?" Y emprendieron la bajada en éxtasis.

"En la iglesia estuvieron primero ante el altar mayor; luego se fueron al de la Inmaculada, y rezaron el rosario muy bien, Conchita delante, las otras detrás... Duró todo como hora y media.

"Por la tarde, a eso de las nueve y media, volvieron extáticas a la iglesia; yo estaba en el portal cuando llegaron, y quise pararlas, pero no pude. Fueron ante el altar mayor, se pusieron de rodillas, y empezaron a decir algunas cosas. Conchita pedía perdón por haber ido a la playa, y al cine... Conchita lloraba, las otras menos. También pidieron con mucha insistencia que hiciera un milagro... Y preguntaron por qué Mari Cruz no la veía". (De algunas notas de don Valentín.)

La "ausencia" de Mari Cruz tiene explicación, seguramente, en ciertas presiones que se ejercían sobre sus padres (ya bastante dudosos y desconcertados) para que la tuvieran como secuestrada, lejos de aquellos lugares y fenómenos de las otras tres. Sabemos, por ejemplo, que en estos días de agosto estaba allí una tía suya de Madrid, y ella y otras personas decían a la madre que "la niña estaba enferma, y las otras también..."; por eso la llevaban siempre que podían al prado.

Encaja aquí aunque no puedo asegurar que ocurriera en este día, algo que me han contado y que revela bien la preocupación de las niñas por estas fechas. Mari Cruz y Jacinta quedaron arrebatadas por el éxtasis en el prado de la fuente, y la gente se fue arremolinando en torno. Era con las últimas luces del día... La señora de don Augusto Fernández (Este don Augusto Fernández era un señor natural de San Sebastián de Garabandal, a donde iba con frecuencia, pero empleado en la empresa "Nueva Montaña-Quijano", factoría de Los Corrales de Buelna. Su esposa se llamaba Oliva. Ahora viven en Santander.) vio que su hijo, con efectos de parálisis infantil, estaba al lado de las niñas, en medio de la gente, y temiendo que pudiera ocurrirle algo con los apretujones, se abrió denodadamente paso hasta él, para protegerle de una posible avalancha de curiosos; se recostó en el suelo a su lado, tratando de no impedir la visión a los que estaban detrás, y tuvo la suerte de quedar con la cabeza casi pegada a Mari Cruz, a la que, como en un susurro, oyó decir:

 

tres estrellas fugaces cruzaban luminosamente el firmamento.

 

"Mira: la gente no cree... Sólo cree que estamos locas o tontas... ¡Anda! ¡Haz un milagrín! Aunque sea muy chicu... Para que crean. Desprende ahora tres estrellas". Ante el asombro de todos, pues casi todos ignoraban el motivo, unos instantes después, tres estrellas fugaces cruzaban luminosamente el firmamento.

 

El día 6 de agosto, domingo,

tuvieron éxtasis las niñas ya anochecido

 

El día 6 de agosto, domingo, tuvieron éxtasis las niñas ya anochecido, exactamente a las 9,30; durante él rezaron el rosario, y era como una música celestial, que arrullaba y daba devoción, el escucharles aquel desgranar de avemarías, lentas, cadenciosas, profundas... Volvieron en sí a las 10,12; y entonces, para concluir la inefable velada de comunicación con el cielo, como tantas otras veces, se pusieron a rezar una estación a Jesús Sacramentado. No lo hacían mal las niñas, ni mucho menos; pero los asistentes quedaron impresionados del contraste entre rezo y rezo: el de ahora, aunque devoto y bien hecho, no tenía ni la voz, ni el ritmo, ni la vibración, ni la música del primero. Era evidente que las niñas, en éxtasis, estaban ante algo o alguien que las transfiguraba (Don Valentín termina así sus notas de este día 6: "Después rezaron una estación en estado natural. ¡Qué diferencia en el rezo.")

El día 7, lunes, no faltaron tampoco los trances: uno, por ejemplo a las dos de la tarde, de las cuatro (Otro, aún más interesante, cuando ya había oscurecido. Durante él fueron recorriendo los lugares donde habían tenido apariciones: el prado de la fuente, el manzano de la calleja, el "cuadro", los Pinos... En cada uno de estos lugares se arrodillaban devotamente unos minutos, y luego seguían. El recorrido acabó en la iglesia.
–"Era noche cerrada; pero ellas me dijeron que veían como si fuese de día" (Don Valentín).)
. Parece que éste fue uno de los días en que la Virgen recomendó a las niñas que permanecieran en casa, sin salir, a causa de la excesiva afluencia de forasteros: así loas protegía de entusiasmos o curiosidades indiscretas, y les proporcionaba un poco de descanso.

 

Una jornada estelar

 

El día 8 de agosto de este año 1961 ha quedado muy especialmente señalado en la marcha de esta historia.

La madrugada de tal día, exactamente a las 5,45, con aire fresquecito y bajo un cielo limpio que empezaba a iluminarse, salía de la villa palentina de Aguilar de Campoo una caravana de varios automóviles y un "jeep". Dejando a un lado el cerro del castillo, que de lejos parece poner a la villa una corona mural de piedra, en parte desmoronada, enfilaron la carretera que había de llevarles a Cossío por Cervera, Piedras Luengas, Polaciones y Tudanca.

Los de la caravana llegaron a Cossío ya bien entrada la mañana; entre ellos iba el P. Luis María Andreu, con algunos miembros de la familia Fontaneda. En Cossío quedaron los automóviles, y el "jeep" hizo tres veces el viaje a Garabandal para ir subiendo a todos los pasajeros.

Don Valentín Marichalar, el párroco, se alegró mucho de la visita o llegada del P. Luis María, y le dijo: "Ha llegado usted muy oportunamente, pues yo tenía que ir hoy a Torrelavega. Le doy las llaves de la iglesia, y le confío además el cuidado de la parroquia durante mi ausencia". El Padre aceptó encantado, y bromeaba con Rafael Fontaneda (Hijo y sobrino, respectivamente, de don Rafael y don Aniano Fontaneda Ibáñez, fundadores de una famosa industria.): "Vamos, amigo, que ahora soy yo el cura de Garabandal".

Resultaba evidente que para él era aquello un honor y un privilegio. El señor Fontaneda asegura que el P. Luis estaba visiblemente interesado por todo lo de Garabandal desde su primera visita..., aunque se reservaba su opinión o parecer; hablaba de las visiones en general, de sus formas y grados, de la importancia de los conocimientos psicológicos para un conveniente enjuiciamiento de tales fenómenos... Se le veía apasionado por el tema.

Actuando ya de cura, el P. Luis hizo que tocaran las campanas de la torre para la misa.

Y a pesar de ser un día laborable, acudió bastante gente: forasteros, del pueblo. Comulgaron "unas veinte personas, entre ellas Conchita, Jacinta y Mari Loli" (De un cuadernillo de notas que fue tomando el mismo P. Luis María en ese día de Garabandal, y que ahora guarda su hermano el Padre Ramón).

"La misa que celebró el Padre –asegura don Rafael Fontaneda– fue extraordinariamente sentida. Emocionó a todos los asistentes". Del hecho no cabe duda, pues hay bastantes testimonios. ¿A qué se debió?

"Al principio, lo atribuyeron algunos a la presencia de las videntes. Después, se relacionó con el hecho de que aquella misa iba a ser ¡la última!, del Padre..., y tal vez tuviera algún extraño presentimiento... También pudo contribuir el pequeño incidente de que, a l ir a servir las vinajeras, las encontraron vacías; el ayudante corrió a buscar vino a una casa vecina, y volvió pronto con él, pero quedaba el recelo de que estuviera más o menos adulterado: el P. Luis se recogió unos momentos en oración, los ojos cerrados, las manos juntas ante le pecho..., después hizo un gesto para que le sirvieran la vinajera, y prosiguió la misa con toda serenidad y devoción.

"Todo aquello, unido a la emoción de las apariciones de la víspera y a la expectación por las que se esperaban aquel día, pudo tener decisiva influencia en la devoción y fervor colectivo de aquella celebración. Lo cierto es que el  público, a la salida de la iglesia, comentó el silencio, la piedad y la emoción de fe con que el celebrante y asistentes se unieron, en íntima comunión, ante el altar" (Sánchez-Ventura, o.c., núm. 38, pág. 115.).

No hubo ninguna otra novedad por la mañana; pero todos estaban expectantes, pues las niñas habían anunciado aparición para poco después de comer, a las dos de la tarde.

A esta hora, ellas, acompañadas de mucha gente, entran en la iglesia; no falta ninguna de las cuatro.

"A las 2,11 quedan extáticas. Sonríen algo. Jacinta, más. Mari Cruz, gesto de encogida"; es lo primero que anota el P. Luis en su cuadernillo. Va poniendo después lo que logra captar de los diálogos.

"El Padre, escribe don Rafael Fontaneda, estaba junto a las niñas, y como había hecho en las ocasiones anteriores, anotaba atentamente todo lo que ellas hacían o decían. Pero en este éxtasis parecía extrañamente absorto, y los más próximos a él veían correr lágrimas silenciosas por sus mejillas (Cuando al día siguiente, en Reinosa, se le referían estos pormenores al P. Ramón María Andreu, éste no pudo ocultar su extrañeza, pues aseguraba que "jamás había visto llorar a su hermano".)".

No solamente tomaba notas el P. Luis; había allí otros dos espectadores, que también estaban a que no se les perdiera detalle: el seminarista de Aguilar, Andrés Pardo, y el ilustro P. dominico, Antonio Royo Marín.

Por las notas de unos y otros, sabemos que Conchita dijo a la visión, entre otras cosas: "¿Sabes lo que te digo? Que tienes que dar una prueba; que a... les des una prueba... A Lourdes y Fátima les diste una prueba... ¿Quieres que te enseñe todo lo que te traigo? (presenta rosarios y medallas). Los tienes que besar... ¿Qué te parezco con el pelo corto?... ¿Vienes a la tarde?... ¡Ay, qué gusto!... ¿Cuántos años tienes?... ¿Eh? ¿Que me llevas tres? ¿Seis? ¡Ah, sí! Yo, doce: seis más, dieciocho. A Mari Cruz le llevas siete".

No hablaba sólo Conchita. Loli preguntó al principio por qué no venía el ángel..., e insistió después en la misma petición de una prueba: "¡Dala ahora mismo! Siempre dices que ya la darás, que ya la darás..." También Jacinta tomaba parte en la conversación, preguntando, entre otras cosas, si también aquella tarde habían de estar de dos en dos como otras veces, cada pareja en distinta casa... (Quien anotaba lo dicho por Jacinta era el seminarista Andrés Pardo. Ya tiene ahora años de sacerdocio, y está en la Comisión Nacional de Liturgia.).

Hablaron, naturalmente, de los sacerdotes que estaban allí aquel día.

"Hoy vinieron dos sacerdotes; uno es jesuita, y ha dicho la misa muy bien... ¿Cómo se llama? Algo así como Andrés... El dominico... por Santander vi muchos dominicos..."

El P. Luis fue anotando, minuto a minuto, las incidencias del aquel trance: "A las 2,19, Loli tiene un gesto fuerte de caída hacia delante. A las 2, 24, Conchita llora (¿sería por lo de Santander?; lo acababa de recordar...). Pocos instantes después, Loli se cae y Mari Cruz la sostiene, sujetándola por la espalda. A las 2,35, caen las cuatro: "las intentamos recoger; quedan con la mirada en alto, sin pestañear". A las 2,40, se enderezan y quedan arrodilladas... A las 2,43, van de espaldas hacia el altar de la Virgen del Rosario... Caen derribadas ante él; y derribadas en el suelo, comienzan a rezar el rosario... A las 2,47, se enderezan, y continúa el rosario de rodillas. Se les pasa la mano por los ojos, y no pestañean; pestañean alguna vez por su cuenta, pero muy poco; se les nota cierta rigidez en la mandíbula... Terminan el rezo con un padrenuestro al Ángel de la Guarda, una salve a la Virgen del Carmen y un credo al Sagrado Corazón de Jesús. Hacia las tres acaba todo el trance".

Pero en él habían quedado citadas para el anochecer. Y la cosa no iba a ser ligera, pues se les oyó decir: "¿Cuánto vas a estar? ¿Dos horas?... ¿En dónde vamos a estar de rodillas?"

 

¡Milagro, milagro, milagro, milagro!

 

Poco después de las nueve de la tarde empezó la segunda "sesión" de aquel día inolvidable. Se reúnen otra vez en la iglesia las cuatro niñas, y ante el altar mayor caen en éxtasis. Respiran hondamente... Luego ríen, excepto Conchita; es ella la que habla: "Sí, como Tú quieras, como Tú mandes... Lo mismo nos da ir a todos los lados. Como Tú digas... Pero no hemos dado ninguna prueba, y la gente no cree..."

Hacia las 9,40, se levantan y salen de la iglesia en marcha extática.

Se van parando en los sitios del pueblo donde han tenido ya algún éxtasis, y allí rezan...

¡En Garabandal no se habían hecho nunca "estaciones" tan devotas! La gente, que seguía silenciosamente a las niñas en sus marchas, y devotamente las acompañaba en sus paradas y rezos, estaba como transida de sobrenatural emoción. Parecía "el paso del Señor", paso de misericordia, por la aldea hasta entonces tan perdida y olvidada. Paso de Dios y de la Virgen entre gentes que nada significaban para el mundo, que hasta entonces nada habían contado en él.

Frente a este mundo en furor de desacralización, aquella noche de Garabandal –¡y no fue la única!– parecía puesta para dedicarse a "consagrarlo" todo: las callejas, los rincones, las casas, los arranques de los caminos, la quietud de los campos, el parpadeo de las estrellas... En cualquiera de esos puntos podía el cielo establecer contacto con la tierra; desde cualquiera de esos puntos podía la torpe creatura humana arrancarse hacia quien la aguarda en todas partes, cercano y lejano tras el sutil velo.

"¡Oh noche que guiaste...!" En su silencio amplísimo, bajo un cielo estival y sin fondo, sólo sonaba el rezo de las "estaciones", o el pisar, impresionante y rítmico, de las cuatro niñas en marcha, traspuestas y cogidas del brazo.

Hacia el final del recorrido se las oyó decir: "¿Cuándo va a ser el próximo día que te veamos, para que la gente venga?... Dice la gente que todo esto es una enfermedad nuestra, y los críos nos han tirado piedras... Bueno, si están contenta con nosotras, a nosotras lo mismo nos da".

Y cuando parecía que todo iba a concluir, se lanzan ellas a una subida a los Pinos, que todos los testigos han calificado de "impresionante", tanto por el aspecto de las cuatro niñas, como por la velocidad e ingravidez de su marcha.

 

El lugar donde la Virgen quiere

que se haga la capilla a San Miguel

 

Al llegar a arriba, Loli, que parecía un tanto temblorosa, decía, hablando con la visión: "Sí, aquí es donde va a hacerse la capilla... Este es un buen sitio... Según un apunte que ha caído en mis manos, ya el primer día que las niñas cayeron en éxtasis en los Pinos –fecha que no he logrado precisar–, se oyó a Conchita, entre otras cosas:
"Parecía que me traían arrastrando, sin saber adónde, hasta llegar aquí... Ya sé cómo se llama el ángel: San Miguel. Lo mismo que un hermano mío; pero mi hermano sin el "San"... Entonces, ¿la capilla ha de ser aquí?... Pero ¡si ahí no se tiene!... Yo no sé cómo se va a tener ahí..."
Le he preguntado recientemente a Jacinta:
–¿Os dijo algo la Virgen sobre cosas que había que hacer aquí en el pueblo, como, por ejemplo, capillas, víacrucis...?
–Que yo recuerde, lo único que pidió de modo expreso fue una capilla dedicada a S. Miguel.
–¿Dónde? ¿En el lugar que ocupa la actual capillita?
–No; en los Pinos.
–¿Y cuándo hay que levantarla?
–Cuando la Iglesia lo permita.) ¿Nos ponemos así?"
Y se arrodillaron.

Cantaron el himno a San Miguel.

Besaron luego en el aire...

Y fue en este momento cuando el P. Luis María Andreu... Oigamos el testimonio de don Rafael Fontaneda: "En los Pinos, el P. Luis inspeccionaba a las niñas con toda minuciosidad. Parecía como si no quisiera perder un solo detalle de lo que estaba sucediendo.

"De pronto, observamos que una emoción especial le invadía, y por cuatro veces le escuchamos, en tono alto y visiblemente impresionado, la palabra ¡Milagro!" (También esto extrañó mucho al P. Ramón cuando se lo contaron, pues sabía que su hermano tenía fama de hombre reposado, y él mismo no se acordaba de haberle visto nunca en un estado de exaltación.).

 

El Milagro que anticipadamente vio el P. Luis María Andreu

el 8 de agosto de 1961

 

No sólo los espectadores pudieron observar el trance del P. Luis: también las niñas, arrebatadas al normal mundo de los sentidos, le pudieron ver. Y fue ésta la primera y única vez que una persona extraña a las videntes entró de lleno en su campo de visión. "A la salida del rosario nos pusimos en éxtasis las cuatro... Y empezamos a caminar hacia los Pinos; y cuando llegamos allá, el P. Luis María, dijo: ¡Milagro! ¡Milagro!, y se quedó mirando hacia arriba. Nosotras le veíamos, y en nuestros éxtasis nunca vemos a nadie (salvo a la Virgen); y al P. Luis le vimos, y nos dijo la Virgen que él la estaba viendo a Ella, y el Milagro"(Diario de Conchita.
No se trata de un milagro, sino del Milagro. Las videntes, muy especialmente Conchita, han hablado repetidamente de él: Es algo todavía por realizar, un importantísimo capítulo en la historia de Garabandal que todavía está pendiente... Lo que se nos dice en este episodio del P. Luis María Andreu, es que él, en aquella noche del 8 de agosto de 1961, pudo contemplar, anticipadamente, por singularísimo favor de la Virgen, lo que ni las videntes ni nadie han visto todavía, aunque para todos esté ya anunciado.
Lo que veremos entonces –cuando el gran día llegue–, a Quién veremos, es todavía para nosotros un misterio... Pero esto de que el P. Luis ya no pudiese vivir después de su éxtasis en los Pinos, debe hacernos recordar aquel pasaje bíblico del Éxodo (33, 18-20):
Moisés, que hablaba con Yahveh "como un hombre habla con su amigo", le suplica al Dios Invisible:
–"Déjame ver tu gloria, por favor".
Y el Invisible contesta: –"Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad... Pero mi rostro no podrás verlo; no puede verme el hombre, y seguir con vida".
¿Cómo podrá la limitadísima y frágil criatura contemplar sin deshacerse la Realidad soberana, que infinitamente la desborda?
Pero los anhelos son los anhelos, y no dejará de repetirse la súplica de Moisés, o el abrasado apremio de San Juan de la Cruz:

"Descubre tu presencia
y máteme tu vista y hermosura:
mira que la dolencia
de amor..., que no se cura
sino con la presencia
y la figura".

Sólo Dios puede ponernos "en forma" para poder contemplar sus maravillas.).

Días más tarde, el P. Ramón María, que no había estado en Garabandal el día 8, supo por las niñas algo más del trance de su hermano: "Estaba con ellas de rodillas; gotas de sudor brillaban en su frente; y la Virgen le miraba... Parecía como si le estuviera diciendo: Dentro de muy poco, estarás a mi lado".

Eran alrededor de las diez de la noche.

El P. Luis volvió en sí, y "las niñas iniciaron el descenso, diciendo en éxtasis que iban a la iglesia: lo decían, como de costumbre, en su diálogo con la Virgen... El P. Royo Marín avisó a los presentes, para que corrieran a la iglesia, pues, según se expresión, las niñas llevaban alas en los pies" (señor Fontaneda).

Efectivamente, si la subida había sido muy rápida, el descenso fue casi vertiginoso.

 

La pérdida de los dos rosarios

 

Nada extraño que las niñas perdieran dos rosario de los que les habían confiado para darlos a besar. Uno de ellos, el del seminarista; Conchita, que era quien lo llevaba, se dio cuenta en la iglesia; la oyeron decir: "Perdí el rosario; era el del estudiante... ¡Qué disgusto tengo! ¿Me reñirá? ¿Eh?... ¿En dónde se me cayó?... ¿Allá arriba? ? ¿Más arriba de donde te vimos? ¡Ah!"

El otro era del P. Luis. No se trataba de un rosario corriente, sino de uno de ésos que empezaron a utilizarse por entonces, en forma casi de anillo, rematado por una cruz y con diez pequeños salientes para contar las avemarías: se introduce en el dedo índice y se le hace girar con el pulgar. Al salir de la iglesia, Loli se dirigió al Padre: "He perdido su rosario, pero la Virgen me ha dicho dónde quedó: vamos a buscarlo". Oyó esto Julia, la madre de la niña, y se opuso: "No, ahora no, que ya es demasiado tarde. Aguarda a mañana, y cuando sea bien de día, lo irás a buscar".

El P. Luis aprobó inmediatamente la sensata decisión de Julia; y poco después dijo a la niña: "Loli, yo voy a marchar esta noche; cuando encuentres el rosario, no se lo des a nadie, sino a mi hermano Ramón. Si yo no vuelvo, él ciertamente volverá".

No muchas horas más tarde, quedaría desvelado el oscuro alcance profético de estas palabras. El diminuto rosario fue encontrado en el sitio preciso que había indicado la Virgen; pero su dueño ya no iba a necesitar de él.

El remate milagroso de aquel día 8 de agosto, que no se podrá olvidar, nos lo da así Conchita en su diario, páginas 44-45: "Dice la gente que en los Pinos rezamos nosotras un credo –ese día fue el primero en que nos enseñó la Virgen a rezar (La Virgen las estuvo enseñando desde el principio a hacer bien todas las cosas, en especial, las más directamente referidas a Dios; y se lo enseñaba sobre todo con su manera de "hacer"... Mas parece que en este día empezó como un curso de adoctrinamiento más completo sobre la materia, añadiendo explicaciones de palabra a las lecciones de su ejemplo.
–Si bastantes de estas cosas que van saliendo ahora, las encontró ya el lector apuntadas en el capítulo V, no pierda de vista que en él se trató de ofrecer anticipadamente como una panorámica de lo que fue el verano de 1961 en San Sebastián de Garabandal)–,
y nos bajamos para el pueblo en el mismo estado; y cuando llegamos a la iglesia, se nos desapareció la Virgen.

Y como Mari Cruz ya hacía varios días que no se le aparecía la Virgen, ella siguió en éxtasis, con la virgen; y ella entró en la iglesia, y junto al altar de la Virgen del Rosario y del Ángel San Miguel empezó a rezar con la Virgen el credo, muy despacio..., y decía Mari Cruz que la Virgen iba rezando delante para enseñarle a rezar despacio; después del creo, rezó la salve; y después se santiguaba muy despacio, ¡muy bien!

Y hablaba con la Virgen, y decía: "¡Ay, qué bien, que vino el Niño Jesús! ¡Cuánto hace que no venía!... ¿Por que tardaste tanto en venir donde mí, y donde las otras vienes más?" (Mari Cruz fue, de las cuatro videntes, la que menos apariciones tuvo y la primera a quien se le retiraron. ¿Por qué? Sólo Dios podría contestar. Y nada puede concluirse de este hecho en disfavor de la niña, pues si es verdad que pudo haber obstáculos humanos a la acción divina, también es verdad que Dios puede distribuir sus dones como le plazca, sin agravio de nadie... Recuérdese la "desigualdad" con que se procedió hacia los niños en las "comunicaciones" de Fátima.
A causa de lo dicho, ¿se fue formando en el corazón de Mari Cruz como un poso de amargura, al que contribuyeran con sus "distinciones" no pocos visitantes? De momento no tenemos datos para contestar.)
.

Esto se lo escuchamos varios que estábamos junto a ella; entre ellos estaba el P. Luis María Andreu, un seminarista y el P. Royo Marín".

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A. M. D. G.