ÍNDICE

CAPÍTULO X

 1.ª PARTE

 

 

EN EL PROCESO DE LA SALUD

 

 


 

la Historia de la Salud. No es una historia fácil de entender

   Es la Madre la que actúa de protagonista en Garabandal

   un caso bien singular

  Detalles reveladores... 

 Otro de los innumerables sucesos de Garabandal

    Otro episodio  

 La Virgen no dejó de llamarles la atención, con delicadeza de Madre. 

  Del agua de Garabandal, al agua del bautismo

 


 

Los que creen en Garabandal, es decir, los quedan por cosa averiguada, que en la serie de sucesos allí ocurridos ha estado la mano de dios y la acción de su Madre, tienen que considerar a Garabandal como un nuevo misterio de Salud.

O mejor, un nuevo y excepcional brote o despliegue del gran Misterio de la Salud.

Lo de "nuevo y excepcional" me parece que ya va quedando bastante claro; pero me temo que no a todos se les alcance suficientemente eso de MISTERIO y de SALUD. ¿De qué se trata?

 

la Historia de la Salud.

 No es una historia fácil de entender

 

El largo proceso de intervenciones divinas a favor de una criatura tan distinguida por El como la humana, para sacarla de la mala situación en que viene caída y ponerla en el buen camino hacia la meta final, constituye la Historia de la Salud.

No es una historia fácil de entender. Para captarla en su verdadera dimensión y sentido no basta con una buena inteligencia y el manejo de los criterios al uso, porque los datos que vamos teniendo a mano, tan pronto resultan claros como desconcertantes... Así, nuestra marcha por ella es siempre entre luces y sombras: luces, a veces maravillosas, y sombras, a veces espesísimas. O lo que es lo mismo, vamos por la Historia de la Salud tropezando de continuo con el Misterio. Y una vez más nos viene aquí aquello tan certero e iluminador de "Mis caminos no son vuestros caminos, ni mis pensamientos son vuestros pensamientos; como se eleva el cielo sobre la tierra, así..."

Aunque se habla de "salud", no se trata aquí de esa pequeña, bien que preciosa, por la que nos preguntamos y que nos deseamos buena en el momento del saludo y de la despedida: se apunta a otra, que debemos escribir siempre con mayúscula, porque nos afecta en el plano más alto, en orden a lo que es y será para nosotros lo rigurosamente decisivo. ¡Es, ni más ni menos, nuestra alternativa de vida o muerte, eternas! ¡Salvarnos o perdernos!

La Historia o Misterio de la Salud tiene sus capítulos "oficiales", que dan la pauta o clave para entender de la materia, y son los que componen "el Libro" –Biblia o Sagrada Escritura–, único texto reconocido y aprobado con toda autoridad; pero ha tenido también y sigue teniendo, capítulos complementarios... sin los cuales el texto oficial resultaría, para muchos, de no fácil asimilación, y la misma marcha de la Historia adolecería de falta de actualidad y viveza.

Bien podemos considerar como uno de esos capítulos complementarios, de última hora, el que se ha venido escribiendo –en líneas no siempre claras ni rectas– con los "sucesos" de Garabandal.

¿Qué la Revelación oficial o pública se cerró con la muerte del último Apóstol? La Historia de la Salud no se concluyó por eso, y la marcha de su misterio nos seguirá envolviendo a todos "para erección o para ruina" (Lc 2, 34), hasta que llegue la consumación (Mt 13, 39-49; 24, 29, 31) (Ya en los cursos del Instituto Católico de París escuché un día al entonces P. Jean Danielou, hoy cardenal Danielou: "La visión de la Historia de la Salud no puede limitarse al "pueblo escogido", hay que darle una amplitud cósmica: de la Creación del hombre a la hora actual de la Iglesia... Cristo no se nos ha presentado como el "nuevo Abraham", sino como el "Adán nuevo"..."). Como Dios intervino con acciones o palabras de salud desde el principio, así intervendrá hasta el fin. Por Sí, o por otros; por sus "profetas", por su propio Hijo (Comienzo de la Epístola a los Hebreos.), por la Madre... "Yo estaré con vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos" (Mt 28, 20).

 

Es la Madre la que actúa de protagonista en Garabandal

 

Es la Madre la que actúa de protagonista en Garabandal, especialmente en estos sus primeros tiempos, que ahora vamos historiando; pero aparece claro en seguida que su actuar –no podía ser de otro modo– se mueve de lleno en la dinámica general de la "Salud que nos viene de Dios" ()Lc 1, 77-79). Estamos ante un nuevo despliegue del gran misterio de Salvación que el montó desde el principio para ayuda de sus pobres criaturas humanas.

La Madre de Dios y de los hombres ha aparecido nuevamente entre nosotros para repetirnos una vez más, en nombre propio y sobre todo de parte de Quien la enviaba: "Salus populi, ego sum; de quacumque tribulatione clamaverint ad me, ego exaudiam: La salud del pueblo, en mí está; yo les escucharé en cualquier tribulación de la que clamen a mí" (Introito de la misa votiva "Pro quacumque necessitate").

Esto empezó bien pronto a flotar en el ambiente, y muchos que sabían de tribulaciones, con ellas se fueron a Garabandal... Yo no tengo aún pruebas de que la Virgen hiciera entonces "milagros" evidentes para liberar, a los que acudían, de todas sus tribulaciones, aun de las físicas o materiales; pero son innumerables, los que tienen muy íntimo testimonio de que no acudieron en vano a Ella, de que Ella ciertamente "escuchó".

Ha habido muchas y misteriosas respuestas de la Virgen a interrogantes que surgían torturadores en lo más recóndito de las conciencias.

(Un ejemplo, entre mil:
Las hermanas Talavera, que tienen y dirigen una bien acreditada peluquería para señoras en Astillero (Santander), cuentan con todo conocimiento de causa lo ocurrido a cierto señor de Aguilar de Campoo (Palencia).
Había subido él a Garabandal en este verano de 1961. Al ver a Conchita en éxtasis, pidió mentalmente a la Virgen una como respuesta a algo que de verdad le preocupaba... Acabó el éxtasis, y nadie se ocupó de venir a darle mensaje alguno. Bastante apenado, regresó a su pueblo.
Pasó un mes, y sintió nuevas ganas de visitar Garabandal. Ya allí, pudo asistir a un éxtasis de Mari Loli..., que le conmovió. Después del trance, nuestro hombre se perdía ya entre los anónimos espectadores (ni conocía ni trataba personalmente a ninguna de las videntes), cuando la pequeña se fue a él, y le dijo, "de parte de la Virgen", unas palabras, que eran la precisa respuesta a lo que había pedido ¡un mes antes, sólo con la mente, y ante otra niña! Está dispuesto a jurar que de aquella su secretísima petición no había hablado absolutamente con nadie.

–La Virgen venía para ayudar, no para entretener. Entre las varias cosas que el 31 de agosto, y por encargo, preguntaron las niñas a la Virgen, una fue que si le parecía bien que la gente le hiciera preguntas... Contestó que sí; pero que no estaba para atender a preguntas tontas. En más de una ocasión se habían hecho preguntas de esta índole por parte de personas insustanciales o no bien intencionadas.). ¡Y cuánto de paz, de consuelo, (El Rvdo. don José Ramón García de la Riva, que tantas vivencias tuvo de las pequeñas "maravillas" de Garabandal, cuenta en sus Memorias: "Cierto día, en casa de Loli (concretamente en el bar o taberna), y sobre la mesilla que allí había para recibir los objetos que se deseaba besase la Virgen, yo coloqué un crucifijo ¡un mes antes, sólo con la mente, y ante otra niña! Está dispuesto a jurar que de día pendiente por saber de quién sería aquel crucifijo.

Por la noche, me encontraba yo en la cocina de Conchita, sentado, cuando llegó Loli en éxtasis, acompañada de su padre y otras personas. Se arrodilló allí..., dio a besar el crucifijo que llevaba en la mano, y se quedó quieta ante mí. Quería darme algo; pero yo, a causa de mi miopía y porque estaba más pendiente de su rostro que de sus manos, no me daba cuenta, hasta que Ceferino me dijo: "Mire, que le da un crucifijo". ¡Fue uno de los momentos más conmovedores de mi vida! Se trataba exactamente del crucifijo que yo había dejado por la mañana, sin ser visto, en su casa y que tan intrigada la había tenido a ella todo el día".), de ánimo y de seguridad ha irradiado, hacia innumerables espectadores, de aquellos trances casi diarios, que algunos consideraban un superlujo que no podía justificarse, o desdeñaban como un "juego" que no debía creerse de Dios! Los que "a Dios buscaban con sencillez de corazón" (Sab 1,1), los que amaban el mundo de su FE y anhelaban tener de él nuevas certidumbres, supieron allí de maravillas...

 

un caso bien singular

 

No quiero omitir un caso bien singular. Ocurrió por los primeros días de septiembre de 1961.

Estaba el P. Andreu en la taberna-tienducha de Ceferino, cuando bruscamente entra un cura tocado de boina, que se dirige a él con cierta agresividad:

"–Oiga: ¿es usted el P. Andreu?

–Para servirle.

–Pues yo vengo a decirle que esto ¡no me gusta nada!

–Nadie mejor que usted para saber qué es lo que le gusta... De todos modos, le agradezco la información. Bien... ¿hace mucho que está aquí?

–Diez minutos.

–¡Hombre! Yo llevo ya aquí cuatro semanas y todavía no acabo de ver con toda claridad; y usted, a los diez minutos..."

Se trataba de un cura asturiano, fuerte, cuadrado, como un conductor de camiones. El P. Andreu, para quitárselo de encima, pues en seguida vio que "iba de muy mala sangre", llamó al doctor Ortiz, de Santander, que andaba también por allí, y le dijo: "Oiga, doctor Ortiz: aquí está este sacerdote que se interesa mucho por esto, y como es intelectual, usted puede explicarle algunas cosas..."

El doctor Ortiz se lo llevó.

A los diez minutos, el cura estaba de vuelta. Pero con un talante totalmente distinto: pálido, trémulo, demudado. –"P. Andreu: ¡Esto es verdad! Yo soy un convencido."

"–Oiga: vamos despacio... Hace diez minutos esto no le gustaba nada, ¿y ahora ya es usted un convencido? ¿No le parece que va muy de prisa?"

"–Es que, vea usted lo que me ha pasado. Andaba con este señor Ortiz por ahí, cuando aparece en éxtasis una de las niñas, la que se llama Jacinta, y viene junto a mí, y me santigua, y había a mi lado un hombrín, y le santiguó también, y luego me daba a besar la cruz, y se la daba también al hombrín; después volvió a santiguarme a mí, y santiguó lo mismo al hombrín. en esto, yo pensé: si es verdad que es la Virgen que se aparece, que se acabe el éxtasis. ¡En el mismo momento la niña baja la cabeza y se me queda mirando enteramente normal!

"Yo me quedé sin aliento, y le digo: "Pero ¿es que no ves a la Virgen?"

–No, señor.

–¿Por qué?

–Porque se me retiró.

"Y la niña se dio media vuelta y marchaba. No habría dado cuatro pasos, cuando cayó de nuevo en éxtasis, y otra vez vino donde nosotros, y me santiguó a mí, y luego santiguó al hombrín; y me dio a besar la cruz a mí, y se la dio a besar al hombrín...

"–Oiga, oiga –le interrumpió el P. Andreu–: señáleme quién es ese hombrín, porque me parece que el tipo de verdad interesante en este caso es el hombrín, y no usted."

Así era, en efecto, como se desveló bien pronto.

El "hombrín" aquel era un cura párroco de cierto pueblo, que llevaba ya tiempo terriblemente atormentado por grandes dudas sobre su ordenación sacerdotal. que si él no había tenido clara y explícita voluntad de ordenarse, que si, en consecuencia, el sacramento no había sido válido, que, así, estaba ejerciendo indebida y nulamente las funciones sacerdotales... Sólo Dios podía saber lo que venía sufriendo el pobre hombre a causa de aquellos escrúpulos.

Cuando oyó hablar de Garabandal y de las "maravillas" que allí sucedían, pensó que tal vez pudiera estar allí la salida para su oscuro túnel.

Tan pronto como pudo, se fue a la famosa aldea. Pero antes de llegar a ella, se disfrazó concienzudamente (entonces era muy raro que un sacerdote o religioso dejara su sotana o su hábito sin graves motivos); tan a conciencia se disfrazó, dice el P. Andreu, "que allí no había manera de sospechar, ni remotamente, la persona de un cura; era el bicharraco más raro que uno se puede imaginar. ¡Estaba bien puesto lo de "el hombrín"!"

Para él ya fue una primera y consoladora respuesta a sus dudas interiores, al poco de llegar, el que la niña, tan marcadamente, fuera repitiendo en él todo lo que hacía antes al sacerdote aquel que tenía al lado... Pero no le bastó. ¡Cualquiera deja en seguida tranquilo a un escrupuloso! Después de la primera alegría, se le volvió a oscurecer el espíritu. Y pensó: "Yo no puedo marchar así; necesito más pruebas".

Buscó sitio en un pajar para pasar la noche, y esperó a ver si al día siguiente obtenía esas pruebas absolutamente convincentes que tanto necesitaba.

Llegó el nuevo día; y el pobre hombre no tuvo que estar esperando, como de ordinario, hasta la caída de la tarde. Ya por la mañana hubo un éxtasis interesantísimo; muchas personas acudieron a la cita celestial, y nuestro hombrín, naturalmente, en primera línea.

Cuando la niña extática empezó a dar a besar el crucifijo, la gente se colocó rápidamente en fila a lo largo del trayecto, para que la niña lo pudiera hacer mejor. El hombrín se situó como uno cualquiera en medio de la fila; y desde allí observaba con qué gracia celestial la vidente ofrecía su crucifijo, y con qué emoción lo iban besando los alineados, uno tras otro... Pero no se contentó con observar; su mente trabajaba, e hizo esta precisa formulación. Si de verdad yo soy sacerdote, que la niña, en vez de darme a besar el crucifijo, como a los demás, que venga y me santigüe con él.

La niña llegaba entonces frente al brigada de la Guardia Civil (tan benemérito para la causa de Garabandal): se para ante él, se sonríe, y sin mirarle (en realidad, no miraba a nadie, pues su arrobamiento la mantenía con el rostro muy hacia arriba), le santigua lentamente. Luego continúa su recorrido por la fila, dando a besar el crucifijo... Llega ante el hombrín, ¡y le santigua! La respuesta parecía clarísima; pero...

El hombre era difícil. No tardó en pensar: Esto no vale, porque también ha santiguado al brigada, y el brigada no es cura. Si en vez de esto, hubiera dado a besar el crucifijo a todos, sin excepción, y a mí, sólo a mí, me hubiera santiguado tres veces, entonces sí que no habría duda.

No acababa de pensarlo, cuando la niña interrumpe su recorrido y marcha corriendo al comienzo de la fila, para ir dando de nuevo a besar el crucifijo... Llega otra vez ante el brigada, y debió de escuchar algo a la visión, porque se le oyó preguntar: "¿Qué?"; tras una brevísima pausa, se sonríe, y le da a besar la santa imagen, como a los demás... Y ya de nuevo está ante el hombrín; podemos imaginarnos la emoción de éste. La niña, con todo cuidado, le va santiguando respetuosamente ¡hasta tres veces! Y algo más; le dice clarísimamente: "Sí".

Aquello fue el colmo; el pobre hombrín trato de disimular sus lágrimas mientras la niña seguía por la fila, y se marchó a la iglesia tan pronto como pudo. Allí, en la sacristía, deshizo un envoltorio que llevaba con él..., se vistió con más emoción que nunca su sotana de sacerdote, y cayó luego de rodillas ante el sagrario, sin acertar a expresar al Señor y a la Madre todo lo que sentía de emoción y agradecimiento.

Cuando sale, ya es verdaderamente "otro". Mucho más por dentro que por fuera.

¡Cuántas e inefables "misericordias" del Señor a través de la Virgen, sobre las almas de los que subían hasta los altos lugares de Garabandal, creyendo que allí habían puesto Ellos un "trono de gracia, para irnos levantando con el auxilio oportuno"! (Hebreos 4, 16).

Aun los que iban por esos otros favores de menos vuelo –como una mejoría de salud, el arreglo de una situación difícil, la solución de ciertos problemas muy concretos– y que a los ojos de los demás parecían haber perdido el viaje, acababan sintiendo muy en el fondo de su alma que no habían ido, ni esperado, ni orado en vano, que de los contactos con el Misterio de la Salud, si el corazón no está mal dispuesto, nunca se vuelve con las manos vacías.

 

Detalles reveladores...

 

El ya mencionado señor de Santander don Plácido Ruiloba, testigo de excepción para tantas cosas de Garabandal, subió un día de septiembre con su esposa y el padre de ésta, que tenía amputada una pierna y se angustiaba con el temor de que más pronto o más tarde le fuera preciso quedar también sin la otra. "Mi suegro –asegura el señor Ruiloba– iba con gran fe a dicho lugar".

Como tantos otros visitantes, hicieron su primera estación en casa de Ceferino, con quien don Plácido había ya hecho buena amistad; y a él le contaron todo el caso y el interés que tenía el enfermo por que Mari Loli, cuando entrara en éxtasis, rogase a la Virgen por é, pidiendo su salud, ¡que le salvara al menos la pierna que le quedaba...! Ceferino les dijo que por aquellos días su hija solía tener los éxtasis en las habitaciones de arriba, y que él, aun sintiéndolo mucho, no podía permitir que subiera mucha gente, por el peligro de que cediesen las tablas o vigas y ocurriera una desgracia; pero que en atención a su caso, ya cuidaría de que ellos pudiesen subir. Minutos después, se presentó Mari Loli, y los visitantes la apremiaron encarecidamente a que tuviera muy en cuenta su petición cuando estuviese con la Virgen.

De allí se fueron a casa de Conchita, para hacer el mismo encargo (se lo transmitieron a Aniceta); y cuando se disponían a marchar, el señor Matutano, que estaba allí, les dijo que valía la pena quedarse, pues Conchita había tenido ya dos llamadas y no tardaría mucho en llegar el momento de la visión.

Así fue. y ocurrió en la pequeña cocina de la casa, a la hora acostumbrada del anochecer. El reducido grupo de circunstantes pudo seguir a ráfagas el diálogo de la niña, que trataba de muchas cosas... Una de las que ellos captaron con mayor claridad fue precisamente su ruego por la salud de aquel señor que estaba allí con la pierna cortada: ¡"por lo menos, que no tengan que cortarle la otra"...!

La ventana estaba abierta de par en par, a fin de que bastantes personas que no habían podido entrar, siguiesen el trance desde fuera (No se olvide que las cocinas de todas las casas en Garabandal están al nivel de la calle). Al cabo de un rato, la vidente, siempre sumida en su trance, con la cabeza muy hacia atrás y la mirada clavada en lo alto, fue dando a besar a todos su crucifijo (Dice don José Ramón García de la Riva en sus citada "Memorias": "El crucifijo comenzaron a llevarlo las niñas en sus éxtasis, ya de ordinario, desde agosto de 1961. Cuando tenían la primera llamada, iban a buscarlo y lo escondían entre sus ropas; al llegar el momento del éxtasis, ya lo tenían entre sus dedos. Durante el éxtasis, se lo daban a besar a la Virgen; luego, a veces, lo besaban ellas, y, finalmente, se lo daban a besar a las personas que las rodeaban, aunque no siempre a todas, y también signaban o santiguaban con él a algunas".
...Debe de tener su porqué y su valor para la Salud el piadoso uso de imágenes sagradas...
Aun por vía natural puede demostrarse que no son inútiles. "Hablan", con su expresión y actitudes, sobre unas realidades misteriosas, pero ciertas (¿no se pondera mucho hoy la "pedagogía visual"?), y "recuerdan" personas y hechos que deben significar mucho para nosotros, poniendo en el campo de la conciencia ideas y reflexiones, por vía asociativa, que despiertan y cultivan ciertos estados psicológicos.
He aquí algo que dice Santa Teresita del Niño Jesús en el cap. IV de su autobiografía, hablando a la M. Inés de Jesús (su hermana Paulina, que en la casa paterna había hecho de "madrecita" para ella):
"A las bonitas estampas que me enseñabais entonces como premio, debo una de las más dulces alegrías y fuertes impresiones que me hayan incitado a la práctica de la virtud. Me pasaba las horas muertas mirándolas... "La florecilla del Divino Prisionero", por ejemplo, me inspiraba tan bellos pensamientos, que me quedaba ensimismada". )
, y cuando acabó con los de la cocina, pasó su mano sin un solo tropiezo por entre los barrotes de la ventana, para que los de fuera pudiesen acercarse a besar también aquella sagrada imagen. Lo fueron haciendo de uno en uno, no poco emocionados. Cuando parecía que lo habían hecho todos (como fuera reinaba ya una completa oscuridad, sólo podían verse aquellos a los que llegaba de algún modo la claridad de la cocina), se observó con asombro que la niña seguía manteniendo su brazo hacia el exterior, como si esperara que se acercase alguien, y los de dentro la oyeron decir: "¡Ah! ¿Que no quieren besarle? ¿Por qué?..." siguió una breve pausa, en la que podía oírse con entera claridad hasta la respiración. Uno de los presentes no se pudo contener, y salió a ver qué ocurría. Se encontró con una pareja, que, un poco alejada, trataba de protegerse en la oscuridad; les habló, y ellos le confesaron que se habían alejado de la ventan precisamente cuando la niña empezó con lo de los besos: él y ella se consideraban indignos de poner sus labios en aquella santa imagen.

Le costó un poco al hombre convencerles de que era equivocada su actitud, de que por muy pecadores que se sintieran, no había razón para rehuir a quien había venido precisamente en busca de pecadores...; que El les esperaba, era evidente, pues allí estaba la niña, con su brazo tendido hacia la oscuridad, y ofreciendo el crucifijo... ¡a ellos, que eran los únicos que faltaban!; y no hacía tal cosa por propia iniciativa, pues no había más que ver cómo ella estaba plenamente abstraída de cuanto ocurría a su alrededor... Ante estas reflexiones, cesó la resistencia, y los alejados se acercaron temblorosos a poner también sus labios en la imagen de quien tan extraordinariamente les había querido invitar y esperar.

Después de aquellos dos últimos besos, la niña retiró su brazo de la ventana, y minutos más tarde acabó el éxtasis (He llegado a comprobar por las notas de don Valentín que este episodio tuvo lugar en la noche del 17 de septiembre.),

Casi en el mismo momento llegó recado de Ceferino para el señor Ruiloba, de que fueran inmediatamente, porque su hija Mari Loli acababa de entrar en trance. Se fueron tan de prisa como pudieron, y llegaron a tiempo de escuchar cómo la niña hacía fielmente a su visión la súplica que tanto le habían encargado... Esto les llenó de consuelo; pero al consuelo siguió la mayor sorpresa, cuando oyeron decir luego a la niña: "¡Ah! ¿Que ya te lo acaba de pedir Conchita?"

–Y de todo esto, ¿qué? –preguntará alguien.

–Pues, seguramente, el señor tan respetable de la pierna cortada se quedaría, en cuanto a salud física, en la situación en que se encontraba antes... (ahora ya descansó en el Señor); pero no quedó como antes en cuanto a otras cosas más valiosas. Como había subido "con gran fe", no quedó defraudado, y sabemos que bajó muy contento de Garabandal, con el alma llena de soplos bienhechores. Sabemos que estaba emocionado por cuanto había visto y sentido..., y bien seguro de que no había perdido el viaje. No podía dudar de que en aquellas alturas actuaba algo, que a él le había afectado muy "saludablemente"; algo que, aunque no lo supiera explicar, le había acercado a la mejor Salud. Ya podía entender como nunca aquellas palabras de Cristo: "Más vale entrar cojo en la vida eterna, que disponiendo de dos pies, ir a parar a la barranca del fuego inextinguible" (Mt 18, 8).

¿Y qué decir de la pareja refractaria? ¡En la vida olvidarán ellos tales minutos de "suspense"!

Debió de dolerles en lo más vivo la agudeza con que entonces percibieron su "indignidad"; aquella incompatibilidad, en unos mismos labios, entre los besos lascivos o sensuales y los besos a la imagen del absolutamente Puro... Pero también entonces, como nunca, hubieron de vislumbrar hasta qué punto está dispuesto Él a acoger a los manchados, para perdonarles y ser su mejor ayuda en una tarea de purificación.

Aquel beso, tan esperado y tan exigente, en la noche de Garabandal ha tenido que marcar "saludablemente" el vivir de la pareja. Ante Dios nunca hay cosas sin importancia...

"Lo que no puede el viento,
puede a veces la brisa;
y hay vidas que se pierden
por sólo una sonrisa" (Pemán).

si un simple sonreír puede iniciar la ruina de una vida, también un beso bien dado puede marcar el comienzo de una vital recuperación.

* * *

 

Otro de los innumerables sucesos de Garabandal

 

Aquí encaja de lleno, aunque no puedo precisar su fecha, otro de los innumerables y "menudos" sucesos que constituyeron la Hora de Garabandal en la inmensa Historia de la Salud.

Lo he recogido directamente de labios del albañil Pepe Díez, que fue su protagonista: se acuerda de ello como si aún lo estuviera viviendo.

Como en casi todos los anocheceres por aquellas fechas, también en el del día a que nos referimos hubo "fenómenos" dentro del pueblo, y las singulares procesiones de oración y penitencia que se formaban siempre en seguimiento de las niñas que recorrían en éxtasis las calles o los caminos. Pero aquel día Pepe Díez no se molestó en asociarse a ellas: aparte de que ya no constituían ninguna novedad, él estaba algo cansado, o no tenía ganas.

Desde casa pudo seguir perfectamente el ruido de pisadas y rezos que se acercaban, y pasaban, hasta perderse en la distancia... Cuando todo quedó en silencio, nuestro hombre salió, a no sé qué asunto, y se metió por una calleja oscura, para evitar mejor todo encuentro que pudiera detenerle. En cierto momento, al arrimarse más a la pared, se dio un buen golpe en la frente contra alguna piedra que sobresalía de la misma; y la reacción fue inmediata –"motus primo primi", que han dicho los moralistas–, la reacción típica de tantos hombres que han crecido entre el mal hablar y han acabado haciéndole suyo: soltó una blasfemia.

–Menté a San Pedro, confiesa él.

Inmediatamente se sintió avergonzado. Pero no tuvo tiempo ni de reflexionar. Algo le dejó como clavado en un rincón de la calleja: el ruido de la "procesión", que se había alejado del todo, volvía ahora de pronto, y empezaba a crecer como con cierto apresuramiento... No tardó en tener todo aquella encima, e inútilmente trató él de refugiarse donde más espesas eran las sombras, para que todos pasaran sin advertir su presencia: la niña que venía extática al frente del cortejo, sin bajar de lo alto su mirada se fue hacia él, crucifijo en mano... El pobre Pepe hubiese preferido que le tragara la tierra. Cayó tembloroso de rodillas, y sintió cómo ella le ponía con suave fuerza el crucifijo en los labios, como obligándole a un beso de reparación por aquella blasfemia que sólo habían podido escuchar los oídos de Dios.

El buen albañil quedó bien adoctrinado, con más provecho que si se le hubieran dirigido varios sermones sobre la fiel observancia del segundo mandamiento de la Ley divina. No se le olvidará la lección.

Y es que en Garabandal, de un modo inefable, parecía estar la madre para repetirnos a todos: "Hijos míos, me dirijo a vosotros, para que no pequéis. Pero si alguno llega a caer para eso está el abogado que tenemos ante el Padre: Jesucristo, el Justo. El es la víctima de propiciación por vuestros pecados" (I Jn 2,1).

 

Otro episodio

 

Hay más episodios aleccionadores de estas últimas semanas de un verano inolvidable. Vamos a recordar uno, que es precisamente sobre cierto punto que suele minimizarse ahora con exceso.

Sabemos que "Las niñas" eran de un comportamiento honestísimo. Los testimonios son explícitos y abundantes. Véase uno de gran valor, por la calidad de la persona y porque convivió como pocos con las protagonistas de nuestra historia.

"Desde mi primera visita, el 22 de agosto de 1961, he aprovechado todas las oportunidades para subir a Garabandal, donde pasé y paso mis mejores días.

"Me determiné a estudiar bien a las niñas, no sólo en sus trances, sino también en su estado de normalidad. Tengo hasta películas en que se demuestra claramente que no se trata de niñas enfermizas o raras, o con síntomas anormales. Y puedo referirme, con buen conocimiento de causa, a su manera de comportarse: en casa, en la mies, en los invernales, en la iglesia, etc., etc. No se distinguían de las demás niñas del pueblo: jugaban, corrían, saltaban, rezaban... Ahora sí, hasta en su porte externo podía advertirse algo, que no era común con las demás niñas. Por ejemplo, su misma manera de sentarse; lo hacían siempre con gran modestia. Y nunca se las ha podido sorprender en la más mínima falta de impureza. Su comportamiento en esto ha sido extremado. Es más: todos hemos podido observar en los éxtasis cómo se preocupaban de que sus vestidos quedaran en orden" (don José Ramón García de la Riva, "Memorias de mis subidas a Garabandal").

Sí, su comportamiento fue siempre honestísimo; pero no olvidemos que los usos y estilo de la moda en el vestir, que coyunturalmente dominan en el ambiente, llegan a los rincones más apartados. Las niñas de Garabandal vestían como las demás niñas de su tiempo y tierra; y, por eso, sin desentonar en absoluto, algunas veces andaban, en fuerza de lo que entonces se estilaba, un poco faldicortas.

 

La Virgen no dejó de llamarles la atención,

con delicadeza de Madre.

 

"En uno de sus éxtasis (Se trata del éxtasis de media noche, en la del 9 al 10 de septiembre.) fueron las tres niñas a su respectiva casa, por orden de la Visión, a cambiar los vestidos que llevaban por otros más largos. "Siempre deberíamos llevar los vestidos así de largo, sobre todo para venir a verte a Ti", se le oyó decir después a Conchita durante su trance" (Sánchez-Ventura, o.c., pág. 132).

"El día 31 de agosto, una de las niñas (Se trata de Conchita, según las notas de don Valentín.) fue, sentada, varios metros de ida hacia la iglesia y varios metros de regreso. El público que lo estaba viendo quedó tan emocionado, que muchos lloraban..., no tanto por el mismo hecho de ir así sentada sobre el suelo, cuanto porque en todo el trayecto los vestidos de la niña, sin descomponerse nada, la cubrían perfectamente hasta las rodillas. Y se constató después que, a pesar de haberse deslizado así por un suelo nada limpio, los vestidos no se habían manchado. Fue ese mismo día de agosto cuando la Virgen aconsejó a Loli que se alargara un poco la falda... "Se lo dijo sonriendo", explicaron después las niñas" (P. Ramón Andreu, Informe citado).

Los "espíritus fuertes", que ahora abundan mucho, hasta en el clero, esbozarán aquí una sonrisa de suficiencia, desvalorizando a Garabandal por estas "nimiedades", que sólo pueden tener importancia para mentes estrechas, todavía afectadas por "la vieja y ñoña moral"...

Por fortuna, Dios tiene sus propios criterios: bastante próximos, de ordinario, al sentir de la gente sencilla y recta; bastante alejados, de ordinario, de los que cavilan, para "estar al día", ciertos "sabios y sagaces" que no quedan muy bien parados en las páginas sagradas...

La Salud, la Salud grande, se va haciendo, al parecer, de cosas bastantes menudas.

"No penséis que Yo he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a rematar...

"Por eso, quien viole uno de estos menores preceptos, y enseñe a los hombres a no hacer de ellos caso, ese tal será el menor en el Reino de los Cielos; pero quien los practique y enseñe, ése será el grande en el Reino de los Cielos" (Mt 5, 17-19).

La modestia y la honestidad no podrán ser nunca dadas de baja en una auténtica moral, porque las exigen nuestra condición de criaturas hechas a imagen y semejanza de Dios, elevadas además a ser hijos suyos y miembros del Cuerpo Místico de Cristo. No es que nos avergoncemos de nuestro cuerpo, sino que estamos persuadidos de que lo que más vele en nosotros es precisamente lo que no se ve; y no hay por qué dar tan incitante atención o realce a lo físico, que lo otro, lo mejor de nuestro ser, quede como anulado o oscurecido. El vestir, y vestir bien, es un distintivo del ser humano, en orden a atenuar o velar con mesura nuestra realidad animal, por el convencimiento de que en nosotros hay una superior realidad que merece más atención y cuidado.

"Salus populi, ego sum"... Cada día se verá más claro que la Virgen intervino en Garabandal, para promover la Salud de su pueblo (¿Más datos?
Del éxtasis de l4 de septiembre: "A una hora fueron cogiendo las manos de todos los presentes, y en ellas hacían una cruz por fuera... Cantaron luego rosarios por el pueblo, la visión delante, pues las niñas cantaban sólo una parte; iban de casa en casa, cantando un avemaría en cada casa donde se vive, al tiempo subían las escaleras" (si era necesario).
Del día 5: "A las cinco de la tarde entraron en éxtasis Jacinta y Loli; nos hicieron la señal de la cruz en la frente a todos los que estábamos allí; después salieron con un crucifijo pequeño y fueron casa por casa, dándole a besar a todos".
Del día 6: "Estuvieron de puerta en puerta cantando rosarios. Dieron a besar el crucifijo a todos, y subían donde había enfermos o ancianos". (Notas de don Valentín.).
A mí me parece claro que en todo esto había una hermosa manera de reconocer y proclamar cada casa u hogar de cristianos –y en Garabandal todos lo eran– como verdadera "iglesia doméstica", con todo lo que esto entraña. Y es que cualquier lugar donde viven hijos de Dios, tiene no poco de "Casa de Dios".).
De aquí que ninguno de cuantos subieron hacia Ella con auténtica religiosidad, o con el ánimo no en mala disposición, bajara de allá defraudado. Y son bastantes los que afirman que en aquel pueblecito montañés han pasado los mejores momentos de su vida. "Yo, decía un sacerdote, aún no sé lo que es el cielo; pero en Garabandal me parece que he estado en su antesala".

 

Del agua de Garabandal, al agua del bautismo

 

Hay, de los finales de este verano de 1961, una singular historia, que pone de relieve como pocas otras la acción "de Salud" que la Virgen vino a hacer en Garabandal.

Por una serie de circunstancias, que muchos atribuirían a la casualidad, cuando no al destino, pero que nosotros, los de la fe, atribuimos a la Providencia, una señorita de París llegaba en los comienzos del verano de 1960 a la casa de una señorita de Burgos. La de París andaba por los dieciocho años, si es que ya los había cumplido, y se llamaba  por los dieciocho años, si es que ya los había cumplido, y se llamaba Muriel Catherine X (Tengo la ficha completa de Catherine; mas por ciertas razones no la doy aquí.); la de Burgos tenía algunos más, y se llamaba Ascensión de Luis. Es ésta la que puede informar, con pormenores interesantísimos, sobre cómo y por qué Muriel Catherine cayó "providencialmente" por su casa y se mantuvo en ella.

La francesita venía con afán de aprender nuestro idioma, y al mismo tiempo tener nuevas experiencias y encontrarse con nuevos ambientes. Sus padres la dejaban para esto con notable autonomía, y así ya había andado ella, sola y libre, por otros países de Europa.

Ascensión de Luis, empleada en unas oficinas estatales, vivía casi sola en el piso familiar, pues había perdido tempranamente a sus padres y los hermanos se habían ido independizando. Por eso había accedido a tener temporalmente con ella a la desconocida estudiante francesa. Ascensión era de profunda religiosidad, marcada por una extraordinaria devoción a la Virgen, cuya actuación maternal –¡era la única madre que le quedaba!– había sentido muy de veras en momentos importantes de su vida... Vivir la fe era para ella como la cosa más natural del mundo, y así, el primer domingo de tener en su casa a la francesa, con toda naturalidad le dijo a Muriel: "¿A qué hora vamos a misa?"

Esta acogió la invitación, y del brazo se fueron las dos a la iglesia. Pero Ascensión de Luis no tardó en advertir, sin pretenderlo, que su compañera estaba allí como gallina en corral ajeno: su despiste era evidente, aunque ella trataba de hacer lo mejor posible cuanto veía a los demás.

Las cosas se aclararon pronto, pues entre las dos se había creado ya un excelente clima de comprensión y mutuo afecto. ¡La francesita no era católica...! Peor aún: no tenía religión alguna. Y no precisamente por culpa de ella. Su padre era judío, su madre protestante; pero ninguno de los dos "practicaba". Y como resultado, los tres hijos que tenían habían crecido sin instrucción ni preocupación religiosa alguna.

Estos descubrimientos llevaron a Ascensión a un mayor interés y casi maternal solicitud por Catherine. Le parecía que Dios y la Virgen se la habían confiado, para que fuera poniendo ante ella los horizontes de la Fe y de la Esperanza, para que la introdujera en el camino de la Salud. Encomendó el asunto a la Madre del cielo, y puso manos a la obra.

"–Me quedé no poco impresionada cuando me dijo que ella no tenía ninguna religión. Yo le dije que no era posible vivir así, que debía aceptar la de su madre, o la de su padre..., o bien, puesto que me había conocido a mí, que era católica, podía interesarse también por nuestra religión, que es la más exigente, pero también la más pura, ¡la verdadera!, y así, contrastando unas con otras, podría ver cuál la acercaría más a Dios.

"Empezamos en seguida las instrucciones, y las mantuvimos con constancia durante julio y agosto de ese año."

Catherine respondía bien, pues era un alma recta; y hubo hasta su poquito de emoción en sus primeras experiencias, en sus primeros rezos... (Ascensión recuerda su arrodillarse juntas ante una imagen de la Virgen de Fátima, con unos detalles que realmente impresionan, y las primeras avemarías de la "discípula" por el rosario de plata que Ascensión tenía y usaba como preciado tesoro...)

"–Como a Catherine le gustaba mucho España y el idioma se le daba muy bien, se decidió a escribir a sus padres para que la dejasen estar aquí más tiempo. Le contestaron que podía ir a recoger su ropa de invierno, y así lo hizo. Marchó a París ya muy preparada en religión, y dispuesta a decir a sus padres que se haría católica. Creía que, al no haberle dado ellos ninguna religión, nada les importaría que ella abrazase la que mejor le pareciese... Pero no fue así. Cuando dijo a sus padres lo que pensaba hacer, ellos reaccionaron con violencia, y el padre le gritó que ¡cualquier cosa, menos hacerse católica!, pues esto supondría una verdadera deshonra para la familia... Unido esto a la poquísima simpatía que ya nos tenía él a los españoles, la consecuencia fue que no dejó volver a Catherine.

"Pero yo me seguía escribiendo con ella; y en el mes de julio del año siguiente, 1961, vencidas providencialmente muchas dificultades y la cerrada oposición paterna, Catherine se presentó aquí de nuevo. A los pocos días, llegó por primera vez a mí la noticia o rumor de que había "apariciones" en un pueblo de Santander llamado San Sebastián de Garabandal..., y lo que entonces se me ocurrió fue esto. "Si en Lourdes y Fátima se ha aparecido la Virgen, ¿por qué no se puede aparecer aquí?"

"Pensé luego que, si aquello fuera verdad, cosa de Dios, bien podía estar aquí la última fuerza para la conversión de mi amiga...

"Procuré informarme sobre lo que estaba ocurriendo en el pueblecito de la Montaña; y dispusimos el viaje: ella iba todavía con más fe que yo.

"Al llegar, el día 27 de agosto, domingo, nos encontramos con un ambiente desagradable..., debido a cierta excursión, que daba a todo aquello un aire de romería, como si se tratara más de una cosa de juerga que de asunto religioso y serio. Nos encontramos con un padre salesiano, que también andaba desconcertado; al ver aquel ambiente de gente, se había indignado, diciendo entre otras cosas que todo aquello tenía las mayores trazas de ser diabóli8co... A tal punto, acertó a pasar por allí el cura del pueblo, y se acercó a él para tranquilizarle: "Usted no puede juzgar de esto que pasa aquí, por lo que está viendo en esa gente; aguarde a ver los éxtasis de las niñas, que todavía no ha visto ninguno".

"El Padre, sin embargo, no se tranquilizaba, y yo le recuerdo muy preocupado por si ya habían echado los exorcismos a las niñas..., y que si no habían hecho esto, que había que hacerlo cuanto antes. Este Padre residía en América, y resolvió quedarse allí en Garabandal dos o tres días, para estudiar mejor todo aquello; sé que después marchó entusiasmado."

El sobresalto y los dichos del Padre hicieron efecto en la gente sencilla de San Sebastián. Nos lo dice Ascensión de Luis:

"Al día siguiente, lunes, 28 de agosto, las niñas y sus familias estaban impresionadas, y el pueblo también por aquello que tanto repetía el Padre de que muy bien pudiera ser cosa del demonio. Por eso habían preparado un frasco, pequeño, de agua bendita, para echársela a la aparición tan pronto como volviera. No había que fiarse, decía el Padre, pues el demonio es muy listo, y puede engañar, apareciéndose de diversas maneras; a él nada le cuesta empezar con apariencias buenas. Las niñas, muy preocupadas, no se desprendían para nada de su frasco de agua bendita.

"Ya por la tarde, Catherine y yo, aunque éramos unas desconocidas, logramos entrar en una casa, la de Jacinta, donde estaban, allí en la cocina, ella con sus padres y Mari Loli con los suyos, sin poder disimular la preocupación que tenían por aquello del padre salesiano. ¿Qué ocurriría cuando, al llegar la visión, la recibieran con un "asperges" de agua bendita? Éramos como ocho o nueve personas, presididas por el párroco, don Valentín. Cuando pude, expliqué muy brevemente a las niñas la situación de mi compañera..., rogándoles que pidiesen mucho a la Virgen por ella. Y les confié mi querido rosario de plata, para que lo dieran a besar.

"No mucho después, Jacinta y Loli entraron en éxtasis, de la forma impresionante que tantas veces se ha descrito. Y en seguida les entendimos decir a la visión, con aquel habla como en un susurro tan característica de los trances, que había venido un Padre que decía era el demonio y que iban a tirarle agua bendita para que se marchara... Lo decían con una carita de tristeza y de susto que impresionaba. Pero de pronto se iluminó su cara con extraordinaria alegría, y rompieron a sonreír maravillosamente, posando a un lado, y detrás, el frasco de agua que llevaban".

Aquello llenó también de alegría y seguridad a todos los presentes, pues era de suponer cuál había sido la respuesta de la aparición a los temores expresados por las dos pequeñas... Una escena muy similar había ocurrido ya cuando las apariciones de Lourdes.

"Las dos niñas –continúa Ascensión de Luis– estaban sentadas delante de nosotras, en unos banquitos pequeños y bajos, como los que aún se ven por cocinas de aldea, y en su regazo tenían los objetos religiosos que les habían dado para ofrecerlos al beso de la virgen. Tan pronto como se les pasó el susto, empezaron a hablar de Catherine, pues les oímos claramente: "¡No es católica! No, no es católica... Está sin bautizar... Anda, ayúdala... ¡Ah!, por sus padres..." Estuvieron un ratito con el mismo tema; y luego empezaron a ofrecer a la visión los objetos que tenían sobre las rodillas.

"Era algo digno de verse. Sin agachar la cabeza ni mover la mirada del punto en que estaba fija, iban tomando los objetos uno a uno, levantaban con mucha gracia el brazo como hasta alcanzar los labios de quien debía besarlos, estaban así unos momentos con el brazo en alto, y luego los dejaban en su lugar. Cuando le llegó el turno a mi rosario, se les oyó decir: "¡Ah! Con este rosario ha aprendido (Catherine) a rezar... ¿Que por él ha rezado sus primeras avemarías...? Sus primeras avemarías..." Era Loli quien ofrecía mi rosario, y no dejaba de repetir esto. Iba a depositarlo ya entre los demás objetos, cuando lo tomó en su mano Jacinta, y de nuevo lo levantó hacia la visión, repitiendo a su vez, como si aquello le hubiera llegado muy adentro, lo de "¡Sus primeras avemarías!... Sus primeras avemarías..." Finalmente, lo dejó sobre las rodillas de Loli, unido a todo lo demás. Mi emoción era enorme; y lo fue aún más cuando me enteré de que seguramente era el único objeto que había recibido por dos veces el beso de la Virgen. Porque me dijeron que cuando las niñas ofrecían algo que ya había sido besado una vez, aunque hiciera mucho tiempo, solían bajarlo en seguida diciendo: "Dice que ya está besado". Por eso, desde entonces, guardo este rosario como un verdadero tesoro.

"Cuando terminaron de ofrecer a la Virgen todo lo que tenían allí para eso, les oímos preguntar: "¿Ahora?... ¡Bueno!" Y Loli echó la mano hacia atrás del banquito donde estaba sentada, hacia el frasco del agua bendita que había dejado allí: lo tomó, lo destapó y tiró con fuerza el agua hacia arriba, enfrente de ella..., y entonces pudimos darnos cuenta de una pequeña maravilla: el agua no vino a caer donde naturalmente debía haber caído, sobre mí, que era quien estaba más cerca y enfrente de Mari Loli, sino que, haciendo una misteriosa inflexión en su trayectoria, fue a caer en forma de pequeña ducha sobre Catherine, que estaba frente a Jacinta. Don Valentín, que estaba casi pegando a Catherine, detrás, me aseguró que a él no le había caído ni una gota; yo, que la tenía cogida del brazo –nos apretábamos la una contra la otra por la emoción–, puedo atestiguar que tampoco me alcanzó nada; en cambio, Catherine sintió ampliamente el misterioso "baño" no sólo en la cabeza, sino también en el vestido y hasta en los pies: "¡Si me ha empapado!..." Y debo decir que se trataba de un frasco muy pequeño, y que no estaba lleno del todo, pues con parte de su contenido habían rociado el suelo de la cocina poco antes de comenzar la aparición".

Creo que a cualquiera le será fácil captar el misterioso alcance de este suceso. Aquella criatura de diecinueve años, por la acción misericordiosa del Padre Celestial, había llegado ya a la fe...; pero aún le faltaba algo para entrar de lleno en el Pueblo de Dios, para contarse en el número de sus hijos: "Id por el mundo entero y predicad la Buena Nueva a toda criatura. Quien creyere y SEA BAUTIZADO, se salvará; quien rehúse la fe, será condenado" (Mc 16, 15-16). El cielo intervenía así milagrosamente para animar a Catherine a dar el último paso en aquel proceso de entrada por los caminos de la Salud. Y aquella singular intervención tuvo buena acogida, como luego veremos.

"Poco después –prosigue Ascensión de Luis–, vimos a Loli buscando con mucho interés entre los objetos besados, y repitiendo, como preocupada: "La suya, la suya... ¿Dónde está la suya? Era muy pequeñita..." Al fin, como si alguien misteriosamente la guiara, echó la mano al suelo y recogió de junto a sus pies una imagencita de la Virgen de Lourdes, de dos o tres centímetros lo más; era de Catherine, y se la habíamos entregado a las niñas (junto con el rosario y algunas medallas mías) cuando entramos, y ellas la habían puesto entre los muchos objetos que esperaban el beso de la Virgen, en el curso del éxtasis se les había caído al suelo. La imagen era tan diminuta, que yo estoy segura de que en una cocina de tan poca luz, hubiera sido imposible  encontrarla, de no estar guiada por alguien la mano de la niña...

"Loli levantó el brazo para dar a besar la imagencita; mas a pesar de estirarle cuanto pudo, parecía que no llegaba. Entonces tomó las cosas que tenía en el regazo o sobre las rodillas, y se levantó: dejó las cosas en el banquito, y se estiró cuanto pudo sobre las puntas de los pies... Pero se veía que tampoco así llegaba. Entonces se levantó a su vez Jacinta, tomó a Loli por las rodillas sin el menor esfuerzo, y la elevó como si fuera de pluma. Yo no he visto cuadro más bello: las dos niñas con la cabeza hacia atrás, su cara irradiando la más inefable felicidad, sonrientes, haciendo con gracia insuperable todos los movimientos... Loli, brazo en alto, trataba de llegar con su imagencita al misterioso ser que estaba allí. Pareció haberlo conseguido, y Jacinta la bajó en seguida mientras decía hacia arriba: "¿Yo...? ¡Se la doy yo...? ¿Que se la meta en el bolso...?" Se acercó Catherine, que casi no respiraba de emoción (Catherine estaba sentada en otro de aquellos banquitos tan bajos, y no se podía apreciar si su chaqueta tenía bolsos o no), sin mirar dio en seguida con uno de sus bolsillos: "¡Aquí, aquí está el bolso!", y metió en él con todo cuidado aquella imagencita, que parecía tener bastante más importancia de la que representaba su tamaño.

"A renglón seguido, las dos niñas (a las que teníamos en frente, de pie) se empezaron a inclinar, rígidas, hacia nosotras, en muy difícil postura, como para no poder sostenerse sin caer..., y poco después, con naturalidad asombrosa, volvieron a la posición normal. al contarlo, esto puede parecer... qué sé yo; pero respondo de que contemplarlo era una verdadera maravilla, por la expresión de sus caras y la gracia de sus movimientos. Nuevamente Loli empezó con aquellas inclinaciones, esta vez sólo hacia Catherine, hasta el punto de quedar casi encima de ella, en una postura imposible de sostener y sin un solo movimiento de balanceo o pérdida de equilibrio: instintivamente tendimos las manos, pues parecía imposible que no se desplomara, pero nos dijo don Valentín: "Dejarla, que no se cae". Estuvo así unos segundo, y volvió a la posición normal. Yo tenía la impresión de que ellas eran como llevadas hacia donde se movía la aparición, o la Virgen, sin apartar nunca los ojos de Ella, y que esto las obligaba y las mantenía en las más difíciles o llamativas posturas.

"Finalmente, las dos niñas empezaron a decir a la Virgen:  "¿Aquí? ¿Rezamos aquí...?" Y sin echarse a la calle como tantas otras veces, allí mismo se pusieron a rezar –¡y cómo lo hacían!– una estación a Jesús Sacramentado, a la que nos sumamos nosotros lo mejor que pudimos. Luego, vinieron las despedidas: ponían sus caritas, primero una, después la otra, en ademán de recibir un beso en cada mejilla, mientras decían con el más vivo anhelo: "¡No te vaigas tan pronto...! ¡Quédate un poquitín más...!" No sé cuánto había durado todo aquello; pero ciertamente más de media hora."

Ascensión de Luis guarda un recuerdo bien preciso e imborrable de lo sucedido en aquel 28 de agosto de 1961. No sólo por la dimensión que todas aquellas cosas tenían en sí , y respecto a su amiguita francesa, sino porque era su primera subida a Garabandal (habían de seguir bastantes otras, pues esta señorita burgalesa es de las personas mejor vinculadas a los famosos "sucesos"), y precisamente en una fecha para ella singularísima: la del aniversario de su madre de la tierra, fallecida un 28 de agosto. En relación con esto, tuvo ella entonces, de parte de la del cielo, "detalles" maravillosos, en el momento en que las niñas dieron a besar el recordatorio de la fallecida, dentro del cual, escondida, iba una pobre hojita de calendario, pero una hojita con "historia".

Catherine hubo de seguir luchando contra la incomprensión y oposición de sus padres. Mas al fin, providencialmente, pudo volver a España en 1963; más providencialmente aún, logró el necesario permiso para quedarse temporalmente a trabajar en Burgos... y el 20 de octubre recibía solemnemente el bautismo en su grandiosa catedral. Las "niñas" no habían insistido por ella en vano: en varias apariciones se les oyó recordar su caso, y repetir después de sus súplicas: "¡A los 21 años... Cuando sea mayor..." Sí, a los 21 años, en su mayoría de edad, Muriel Catherine X. entró en la familia de los hijos de Dios con el nombre bien cristiano e hispano-francés de María del Carmen Catherine.

Tal vez ni ella misma acertaría a medir la profundidad y anchura de aquel misterio de salud al que había sido llevada, con tan decisiva intervención de la Madre que nos visitaba en Garabandal:

"El día en que se nos manifestaron la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor por los hombres, no precisamente a causa de las obras de justicia que hubiéramos hecho nosotros, sino a impulsos de su sola misericordia, Él se puso a salvarnos mediante el baño de la regeneración y de la renovación en el Espíritu Santo. Ha sido este Espíritu lo que Él ha querido difundir profusamente sobre nosotros, por Jesucristo nuestro Salvador, a fin de que, justificados por su Gracia, tengamos ya en esperanza la herencia de la vida eterna" (Tt 3, 4-7).

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A. M. D. G.