ÍNDICE

CAPÍTULO XI

 1ª PARTE

 

 

TRAS DE LA GRAN ESPERA,

 

UNA GRAN DECEPCIÓN

 

 


 

Algo grande se prepara...

    lA FIESTA DE la Maternidad de María 

  Mientras llega el gran día 

  Lo de las estrellas 

  A dónde irá a parar todo esto 

  Accidente en la Montaña. Relato de don Máximo Förschler Entenmann  

 Curación del P. Ramón María 

  Siguen los sucesos

 


 

Hay en el extremo oriental de Asturias, lindando con las tierras santanderinas en que se esconde San Sebastián de Garabandal, un doble ayuntamiento que recibe su nombre de Peñamellera, el esbelto, agudo y singular picacho que domina la comarca, de espléndida belleza. En torno a la confluencia del Deva y el Cares, dos ríos salmoneros, el ayuntamiento o concejo de Peñamellera Baja, con capitalidad en Panes, y aguas del Cares arriba, el concejo de Peñamellera Alta, con centro en Alles.

Cerca de Alles está Ruenes, con su paisaje de bosque y praderíos por las laderas de los montes o en el seno de breves hondonadas; y en Ruenes, por estos días de mediados de septiembre de 1961, había algunos forasteros, que por tener relaciones con el pueblo, allí pasaban unas gratas vacaciones. La gente comentaba con frecuencia las cosas que se decían ocurrir en el puebluco montañés de San Sebastián de Garabandal... ¿Quién resistía a la tentación de acercarse al lugar de aquellos famosos sucesos? Los forasteros de que hablamos no la resistieron, y acordaron aprovechar su viaje de regreso a Madrid; el rodeo de unos cuantos kilómetros no tenía demasiada importancia.

Así pues, un día de ésos ("después del día 9 y antes del día de San Cipriano", que es el 16), bajo un sol espléndido, llegaban a Garabandal: Adriano Peón, cubano oriundo de Asturias, Carmen Pilart, navarra del Roncal, y Elena Cossío Nevares, con raíces de antepasados en Ruenes. Esta es la que me informa: "Han pasado ya nueve años; pero todo lo de aquel día me ha quedado en el recuerdo como si hubiera sido ayer".

Al poco rato de haber parado ellos ante la casa de Ceferino, a primera hora de la tarde, salió de la misma, "maravillosamente transfigurada", su hija Loli. Igualmente transfiguradas llegaban de sus respectivas casas Conchita y Jacinta. Se juntaron al comienzo de la calle que va hacia la iglesia, y empezaron la marcha...

"Según iban, pudimos entender muy bien a una de ellas: "¡No, no!... ¡Qué horror! ¡Qué horror!" Nos impresionó mucho aquello, y la cara de susto de la niña era de las que no pueden olvidarse; pero nadie pudo saber de qué se trataba.

"Un sacerdote se abrió paso a empujones por entre todos los que las seguíamos y se plantó delante de ellas, con los brazos extendidos... No sé por qué hizo aquello; tal vez buscaba alguna prueba. Las niñas, que no le podían ver (tan levantada llevaban la cabeza y tan clavada la vista en el cielo), le rodearon sin tropezarle, y siguieron adelante, dejándole en el medio.

"Estuvimos luego un rato largo en la iglesia, con una serie de detalles verdaderamente emocionantes...

"Al salir, las niñas iniciaron una marcha extática. Ceferino se puso entonces a su espalda, para protegerlas.

"En una calle pudimos contemplarlas casi tendidas en tierra, en extraña posición: la espalda y los pies levantados del suelo, tocando ligeramente en él sólo con la extremidad de la columna vertebral, los brazos extendidos en ademán suplicante, y los ojos mirando hacia arriba sin pestañear...(Elena Cossío añade un detalle, quizá demasiado realista, pero que sirve no poco para hacerse cargo de hasta qué punto las videntes estaban fuera de sí, totalmente absortas en lo que veían: "Varias moscas, tan pesadas en el mes de septiembre, revoloteaban sobre sus caras, y se les posaban alguna vez en los mismos ojos, sin que se advirtiera, por parte de las niñas, el más mínimo reflejo de contracción o parpadeo".) No sé lo que sentirían los demás: yo estaba sobrecogida, como temblando ante algo misterioso que parecía palparse".

Luego vino una de las velocísimas marchas hacia los Pinos... Los espectadores las siguieron como pudieron.

"¡Había que verlas debajo de aquellos árboles! en pie, las caras levantadas del todo, los brazos extendidos en cruz y con las manos vueltas hacia arriba..., eran la más hermosa imagen que he visto de un alma en plena actitud suplicante.

"Al cabo de un rato, en aquella misma postura, empezaron, pero de espalda, la dificilísima bajada de los Pinos... La gente resbalaba, tropezaba, caía, rodaba: ellas, como si alguien las llevara en palmitas (Don José Ramón García de la Riva dice en sus "Memorias", hablando de las bajadas de los Pinos por parte de la videntes:

"No hay persona humana, que lo haya visto y pasado, y sea imparcial, que diga que aquello puede explicarse "naturalmente" de este hecho concreto. Le invito a que haga la prueba sobre el terreno. Cierto que dirá que no hay posibilidad de explicación natural. Pues esas actuaciones de las niñas ¡se repetían casi a diario!")

"En la plaza del pueblo se separaron, y sin salir del éxtasis, cada una marchó para su casa. Ante la suya, vimos a Loli salir del trance con la más encantadora sonrisa".

Los espectadores serían aquel día unos cincuenta; entre ellos, el matrimonio con la niña sin ojos que ya ha salido en estas páginas. Y podemos imaginarnos los comentarios... Algunos estaban emocionadísimos, y todos, estupefactos. El cubano, creyente, pero no del todo practicante, que había subido con cierto escepticismo, no se recataba de decir una y otra vez: "Esto es asombroso. Esto sólo lo puede hacer Dios".

"Recuerdo que entre los de aquel día en Garabandal había un mejicano, o español residente en Méjico, que decían era muy rico, millonario; no creía en nada, pero ante lo que acababa de ver, no salía de su asombro: "Estoy de verdad desconceertado. Ofrezco parte de mi fortuna, o toda ella, a quien sea capaz de hacer otra vez delante de mí todo eso que he visto en las niñas... Así podría seguir tranquilo, con la seguridad que antes tenía de que no hay nada por encima de nosotros" ".

El desahogo da materia para no pocas reflexiones y comentarios...

No sé cómo no aprovechan el ofrecimiento del mejicano quienes vienen diciendo con seguridad; hasta "oficial", que todo aquello tiene una explicación natural.

 

"Algo grande se prepara..."

 

Estas "maravillas de Garabandal, que eran diarias (Tan cotidianas, efectivamente, venían ya resultando aquellos extraordinarios fenómenos, que en la historia de Garabandal se ha registrado como día singular el 6 de octubre, por la razón poderosa de que en dicho día... no hubo nada. Y el día 8, porque sólo Jacinta, a media noche, y en su casa, tuvo algo.
Este día, domingo, Loli guardaba cama a causa de un fuerte catarro, y conchita y Mari Cruz se aprovecharon de un coche para bajar a Cossío: cuando regresaron, ya había pasado la hora del rosario en la iglesia. La bajada al pueblo vecino no debía de estar plenamente justificada, pues parece que Conchita se fue luego en busca de Jacinta, para encargarle que, si ella veía a la Virgen, no dejara de pedirle perdón, en su nombre, por haber faltado al rosario.
¡Un punto de meditación para quienes pierden una función sagrada, hasta la misa dominical, por cualquier pretexto, o sin pretexto ninguno!)
y que parecían ir adquiriendo un ritmo "in crescendo", mantenían a un número cada vez mayor de personas en vilo de expectación.

Y luego, ciertos detalles...

El día 6 de septiembre, don Valentín, por medio de Conchita, que estaba normal, hizo varias preguntas a Loli, que estaba en éxtasis. Luego, Conchita pasó también mentalmente, a su compañera esta doble cuestión:

"–Don Valentín no hace más que decir: "No sé, no sé qué es esto..." "(lo de las apariciones).

Respuesta (luego se supo): una amplia y benévola sonrisa de la Virgen.

"–Dice también don Valentín que qué es lo que quiere la Virgen con todo esto".

Respuesta: "Ya se verá el 18 de octubre".

¿Qué pasaría entonces aquel ya próximo 18 de octubre? Las niñas venían hablando de un secreto, que hasta dicho día no podría revelarse...; de un mensaje, que en tal fecha debían hacer público... Y aunque, como vulgarmente se dice, "no soltaban prenda" de lo más interesante que ocurría entre ellas y los misteriosos personajes de sus apariciones, algún desahogo se les escapaba de cuando en cuando, que contribuía a calentar la fantasía y los anhelos. Por ejemplo, sus parcas alusiones a un futuro milagro, que podría convencer a todos...

"–¡Qué bonito es el Milagro! –se había oído a Conchita en un éxtasis del 3 de septiembre. ¡Cuánto me gustaría que lo hicieras pronto!... ¿Por qué no lo haces ahora ya? Hazlo, aunque no sea más que para los que creen... A los que no creen, les es igual" (Según las notas de don Valentín, en la noche del 3 al 4 de septiembre tuvieron Jacinta, Loli y Conchita un éxtasis muy espectacular, muy movido y muy prolongado... Hacia las tres de la madrugada estaban las tres "caídas" ante la puerta de la iglesia, formando un grupo de singular devoción y belleza. Fue entonces cuando se oyó a Conchita esas palabras sobre el Milagro.)

¿Cómo no suponer que aquel próximo 18 de octubre, tan señalado en el misterioso dispositivo de Garabandal, sería de verdad una jornada impresionante?

Sin embargo, había advertencias de las niñas como para poner cierto freno a aquella desaforada expectación.

Ya hemos visto en el capítulo anterior la visita que hizo a Garabandal un día de verano el suegro de don Plácido Ruiloba. "Al día siguiente –testifica este último–, mi suegro, acompañado de dos de mis hijas, se encontró con Mari Loli, y él, que estaba profundamente emocionado con lo que ya había visto el día anterior, se despidió así de la niña: "Hasta el 18 de octubre. Ese día volveré, pues creo que va a haber un milagro y subirá mucha gente".

¡Por favor –replicó muy vivamente Loli–, por favor!, usted no se moleste en venir, que no va a ocurrir ningún milagro. Nosotras, por lo menos, no lo hemos anunciado; lo único que hemos dicho es que vamos a dar un mensaje, y éste lo puede usted conocer en Santander, sin necesidad de desplazarse. Entiéndame bien, se lo ruego: nosotras no hemos anunciado ningún milagro".

A pesar de puntualizaciones así, la gente seguía en su espera, confundiendo las propias suposiciones y deseos con lo que tenía que suceder.

Octubre iba a ser, pues, el mes del gran día. Pero octubre tenía ya en sí mismo bastante grandeza. Su clara dimensión marina, como mes del rosario, le parangonaba con el otro mes de María, mayo, mes de las flores, y le distinguía piadosamente entre los meses del año.

Por eso, en las horas de Garabandal, con la entrada de octubre, parecían matizarse los rezos con un nuevo fervor; y ¡como nunca! se ofrecían a la Virgen las coronas o ramilletes de espirituales rosas ("Rosario" viene de rosa, y quiere decir, etimológicamente, un conjunto bien dispuesto de rosas; como "relicario", de reliquias, y "vocabulario" de vocablos. Las rosas son las avemarías.) que florecían en la boca de sus hijos todos los atardeceres. Cualquiera hubiese podido decirles entonces:

"Ella está presente,
y por cada avemaría
que los labios pronuncian amorosos,
una sonrisa desde el cielo envía".

Con el primer sábado de mes, día 7, llegó la fiesta litúrgica del Santísimo Rosario, y eran así demasiadas circunstancias marianas en un mismo día, para que en Garabandal no hubiera una "velada" de las grandes...

La Iglesia, en su orar litúrgico y oficial de la festividad, honraba a la Virgen Madre con singular belleza:

"–¿Quién es ésta, graciosa como una paloma, como una rosa plantada al borde de arroyo cristalino?

–¡Virgen fuerte, como torre de David!: mis escudos penden de ella, toda clase de armas para los esforzados.

–El Señor te ha bendecido con su poder, pues por ti reduce a la impotencia a nuestros enemigos.

–Floreciendo en botones de rosas la han visto las hijas de Sión, y no se cansan de proclamarla bienaventurada"
(Antífonas de las primeras Vísperas de la festividad.)

El rosario de aquel primer sábado de mes, y de octubre, fue seguramente el más bello del año. En él hubo de todo..., de todo lo que puede haber en una oración para que resulte perfecta: rezos vocales (pausados, cadenciosos, ¡ya sabemos cómo rezaban las niñas en éxtasis!, meditación de misterios..., cánticos que brotaban del corazón antes que de los labios. ¡Aquel rosario "de fiesta" duró nada menos que dos horas y cuarto" pero nadie sintió el peso de tal duración; y menos que nadie, las niñas, que estaban sumergidas en una contemplación bienaventurada.

Mientras todo aquel pobre, pero sentidísimo, homenaje de amor y entusiasmo subía hasta Ella, en su Corazón resonaría con nueva fuerza las viejas y proféticas palabras del "Creador de todo":

"Instálate en Jacob,
busca herencia en Israel,
y echa raíces entre mis elegidos".

(Palabras del libro del Eclesiástico (24, 11...), que la Iglesia aplica repetidamente a la Virgen.)

¿No venia a Garabandal precisamente para llevar adelante este programa? Un nuevo Israel de Dios (Es San Pablo quien en su epístola a los Gálatas señala al "Israel de Dios", en contraposición a un Israel según la raza (6,16).) estaba esperando su llegada, para congregarse en torno a Ella y afianzarse en la Alianza.

Y no sé cómo acabó aquel singular rosario del 7 de octubre de 1961; mas pienso que debiera de haber estado allí un fervoroso sacerdote para recoger todo el orar del pueblo de María y presentárselo finalmente a Dios con la fórmula oficial de la fiesta: "¡Oh Dios, cuyo Unigénito, por su vida, muerte y resurrección, nos ha conseguido los premios de la Salud eterna: concédenos que, recordando tales misterios a través del santísimo rosario de la bienaventurada Virgen María, nos pongamos a imitar lo que enseñan, y así podamos alcanzar lo que prometen".

Los señores Ortiz, "dejando a un lado la comodidad", se fueron a pasar en este mes de octubre sus vacaciones de año a Garabandal. Había un serio problema de alojamiento pero se lo resolvieron el cura don Valentín y el indiano don Eustaquio Cuenca (oriundo del pueblo), convenciendo a la tía de Conchita, Maximina González, para que los recibiera en su casa.

El día 7, recién llegados, quisieron celebrar la fiesta mariana yendo con todo el pueblo al rosario del atardecer en la iglesia. A la salida, las niñas entraron en éxtasis... y don Celestino quedó impresionado, una vez más, ante aquel fenómeno de que "ellas daban la impresión de caminar lentamente, y quienes las acompañábamos, teníamos que ir deprisa, cuando no a marchas forzadas, si las queríamos seguir".

Como pormenores más llamativos, don Celestino anotó tres:

–Las videntes, en postura de sentadas, las piernas estiradas hacia adelante, las manos juntas ante el pecho en actitud de oración, y la cabeza echada hacia atrás, se deslizaban sobre el suelo pedregoso como si fuera sobre suave alfombra. Acabado el trance, pudo el comprobar que las pequeñas no tenían ni una leve marca de rasguño o rozadura.

–Después de veloz carrera, las niñas cayeron extáticas sobre un montón de leña que había junto a la casa del indiano, formando "un maravilloso cuadro plástico, con tal expresión de felicidad en sus rostros, que no podrían simularla, ni de lejos, los artistas más consumados".

–Un señor de Madrid, que quiso seguir a las niñas en aquellas marchas, perdió el bastón que llevaba, y descorazonado ante la imposibilidad de encontrarlo en la oscuridad, se fue a sentar ante la puerta de Ceferino, lamentándose vivamente de lo ocurrido, pues "era un bastón prestado y, además, recuerdo de guerra"... No mucho después, los circunstantes vieron aparecer a Conchita en éxtasis y marchando hacia ellos; la niña se llegó al desconsolado señor, le entregó, sin mirarle, su bastón y siguió adelante.

* * *

La fiesta de la Maternidad de María

 

El día 11 de octubre celebraba la Iglesia la fiesta litúrgica de la Maternidad de María (al año siguiente, en tal fecha, empezaría el Concilio Vaticano II), y la Madre de Dios y Madre nuestra vino a regalar con su visita a los hijos que la esperaban en Garabandal... Habían aparecido por allí tres señores, con cierto aire de suficiencia y desenfado, que luego se supo eran periodistas del diario bilbaíno "La Gaceta del Norte"; uno de ellos, regordete y de no mucha estatura, tenía ya un nombre famoso en España; pero nadie le conocía allí, y nadie hubiera podido reconocer en él a un sacerdote, pues llegaba de paisano, en mangas de camisa (la temperatura era muy buena), el cuello desabrochado, etc. "Por su aspecto exterior –diría luego un testigo–, se le hubiera creído cualquier cosa, menos un cura". Se trataba de don José Luis Martín Descalzo.

A cierta hora de la tarde, los de la prensa asomaron por casa de Conchita, Esta, se encontraba en la pequeña cocina, a la espera del éxtasis, pues ya había tenido llamadas; la acompañaban algunas personas, entre ellas la señora del doctor Ortiz, que se sentaba a su lado junto al fogón. Los llegados se quedaron a la puerta, observando atentamente a la niña... Conchita, que parecía estar como a la escucha de algo, se inclinó entonces hacia la señora de Ortiz y le habló al oído:

Dígale a ese señor que se siente. (En la cocina no quedaba libre más que una sillita muy baja.)

–Pero ¿cuál? Son tres.

Ese, ése del medio.

La señora se estaba poniendo ya colorada, pues al cuchichear así, todas las miradas les habían caído encima. Levantó la voz hacia Marín Descalzo:

–Dice la niña que se siente usted.

–¿Quién?... ¿Yo?

Sí, sí –intervino Conchita –, usted.

–Pero... ¿yo?

Que sí, ¡usted!

Con aire de gran extrañeza y desconcierto, tal vez de contrariedad, fue el hombre a ocupar la sillita vacía. ¿Por qué aquella distinción? como no fuera por su condición de sacerdote... ¿Y quién sabía allí nada de eso?...

Porque les cansara la espera, o por lo que fuese, al poco rato los periodistas salieron a la calle. El doctor Ortiz llegaba entonces, y al pasar, oyó decir a uno de ellos: "Me gustaría quedarme a ver esto; pero se retrasa mucho, y yo tengo que estar en Bilbao por lo menos a las seis de la mañana".

Tuvieron la atención de entrar a despedirse, y entonces Conchita le dijo al desconocido Martín Descalzo, con gran dulzura: "Vamos, quédese un poco más..." Quedaron ellos titubeando..., y muy poco después, "al de poco", que dicen en Bilbao, se produjo el éxtasis... Como tantas otras veces, la niña se echó extática a la calle, y en ella les dio a besar el crucifijo a los de "La Gaceta"...; es de suponer que no lo habrán olvidado.

Después del trance, estaban haciendo comentarios, en la cocina de Aniceta, don Valentín, los señores Ortiz y algunas personas más. Llegaron los del periódico, y el padre Martín Descalzo, nada sereno, se dirigió a don Valentín:

–He oído por ahí que las niñas reciben la comunión de manos de un ángel...

–Eso dicen ellas por le menos –replicó bastante tranquilo don Valentín.

–¡Pues eso no puede ser! Porque el ángel no puede consagrar.

Don Valentín guardó silencio, y entonces intervino el doctor Ortiz:

–Esa razón no vale mucho, porque el Señor puede permitir que el ángel tome formas consagradas de cualquier sagrario

El impugnador quedó algo desconcertado, pero se repuso pronto y preguntó a don Valentín:

–¿Usted ha contado las formas que tiene en el sagrario, para ver si le faltan?

–No; nunca me he preocupado de contarlas.

–Pues debería hacerlo.

–Y ¿acaso es necesario –intervino de nuevo el doctor Ortiz– que las formas sean del sagrario de esta iglesia) Pueden venir incluso de la China, pues para Dios no hay distancias ni dificultades.

Don José Luis Martín Descalzo dio media vuelta, y se marchó con sus compañeros. Parece que salió de Garabandal con no muy buen talante..., no sabemos si porque no le gustaba aquello, o porque su dialéctica había quedado malparada frente a las observaciones de un seglar.

 

Mientras llega el gran día

 

En octubre se remansó la afluencia de forasteros. Ya no quedaban veraneantes por la Montaña, y el ritmo normal de ocupaciones y trabajo requería la presencia de cada uno en su puesto... Estaba, además, por delante y muy cerca el gran día; y casi todos se reservaban para él. Porque, sin duda, ¡valdría la pena! Los que ya habían visto "cosas", se encontrarían con más, mucho más, el día 18; y los que aún no sabían de aquellas emociones, podían contar con que las tendrían al máximo en tan señalada fecha.

No obstante los fenómenos seguían a diario (En estos días de octubre presenciaron los señores Ortiz muchas escenas o detalles interesantísimos. Por ejemplo:
Conchita y Loli, en éxtasis a la puerta de la iglesia, cantaron a dúo y admirablemente el Ave María.
Una de las noches, a Conchita la sorprendió el éxtasis cuando aún estaba cenando, sentada encima del fogón: quedó maravillosamente transformada, y apretando en su mano el vaso de leche, que no hubo manera de quitárselo.
Alguien llegó a pedir a Maximina González alojamiento, del 14 al 18, para una señorita extranjera que ya había estado en el pueblo anteriormente (Muriel Catherine). Los señores Ortiz, que no la conocían, oyeron comentar que era judía, pero que quería bautizarse; y quedaron verdaderamente sorprendidos ante la ingenuidad de las niñas videntes, que comentaban:
"Siendo ya grande, ¿cómo podrá tenerla el padrino en el brazo durante su bautismo?" Después que les explicaron la diferencia entre el bautismo de párvulos y el de adultos, exclamó alegremente Conchita: "¡Qué bien! Así podrá ser "padrino" Mari Cruz y madrina yo".)

Por el lugar que ocupa en el diario de Conchita, aunque ella no dé ninguna precisión cronológica, quizá debamos poner en alguna de estas fechas el llamativo fenómeno de que habla en la página 50: "En una de nuestras apariciones, bajábamos Loli y yo de los Pinos con mucha gente, y vimos una cosa como fuego en las nubes; lo vieron la gente que estaba con nosotras y también los que no estaban.

Cuando pasó eso, se nos apareció la Virgen, y le preguntamos que qué era aquello, y Ella nos dijo que en aquello vino Ella".

No fue ésta la única "señal en el cielo" (Lc 21, 11 y 25).) Tenemos la fecha exacta de otra, quizá más espectacular: "En otro día de nuestras apariciones, en que estábamos Loli y yo; era el día del Pilar (El día del Pilar –lo advierto para los no españoles– es el 12 de octubre. Se trata de una jornada muy distinguida en España e Hispanoamérica.
Viene su celebración religiosa, del culto a María en su antigua imagen del gran templo mariano de Zaragoza, imagen que por su estar sobre una columna recibe el nombre "del Pilar". De creer a la tradición, en dicho lugar a orillas del Ebro habría tenido su primer culto y su primer templo en la tierra la Madre de Dios.
La celebración civil, en confraternización con los países americanos, se basa principalmente en el hecho de que fue un 12 de octubre, el de 1492, cuando las carabelas españolas descubrieron la primera tierra americana. El 12 de octubre celebra también la Guardia Civil su fiesta patronal.
De don Juan Álvarez Seco, el brigada de la Guardia Civil, es esto: "El día 12 de octubre yo recibí la cruz a besar de las cuatro niñas, por separado, como si fuera una felicitación de la Virgen por ser la fiesta de nuestra Patrona y acudir esa tarde a Garabandal"..)
; cuando estábamos viendo a la Virgen, se vio una estrella con un rastro muy grande debajo de los pies de la Virgen. Y lo vieron varios. Le preguntamos a la Virgen qué quería decir; pero no nos contestó".

En rigor cronológico, este fenómeno que dice Conchita parece que ya no ocurrió el día del Pilar, 12 de octubre, sino al comienzo del día 13. Pero es muy explicable lo que ella escribe, porque, en una espontánea computación del tiempo, para las niñas era una misma jornada desde que se levantaban por la mañana hasta que volvían a acostarse ya de noche; es decir, el día duraba lo que duraba el quehacer o el estar en vela, prescindiendo de relojes.

Los éxtasis que empezaron en el atardecer del día 12, se prolongaron hasta más de medianoche... La gente se iba marchando, y ya hacia las dos y media de la madrugada casi no quedaba por la plazuela del pueblo más que un grupito, formado precisamente por hombres de toda responsabilidad: don Celestino Ortiz, de Santander; don Luis Adaro, de Gijón; don Rafael Sanz Moliner, de Oviedo, y don Rufino Alonso, de Pola de Siero (Asturias). Estos se encontraban allí, esperando a sus esposas, que se habían llegado a casa de Mari Cruz, para recoger algunos objetos, confiados a la niña para que los diera a besar a la Virgen (Mari Cruz había tenido un precioso éxtasis, durante el cual subió a los Pinos, donde rezó una estación al Santísimo Sacramento, y se detuvo luego en la calleja, en el punto de la primera aparición, donde rezó otra estación).

 

Lo de las estrellas

 

Los de la plazuela vieron de pronto a dos niñas –Conchita y Loli– meterse debajo de la solana o corredor que tiene la casa de la abuela de la última: estaban en éxtasis, y allí prorrumpieron en un grito, al mismo tiempo que levantaban los brazos. "Instintivamente, dice don Celestino, miramos todos hacia arriba, al cielo, y vimos una estrella que cruzaba de norte a sur (o sea, en dirección a los Pinos), con gran luminosidad y dejando una estela que duró bastantes segundos... Sé que también vio la estrella Maximina González y otras mujeres del pueblo; en cambio, unos muchachos que estaban a la entrada de la casa de Ceferino y que corrieron hacia las niñas al oír su grito, no vieron nada, por quedar debajo de la solana como ellas. Nosotros, después que pasó lo de la estrella, nos fuimos donde las niñas, y las acompañamos rezando hasta la iglesia, a cuya entrada se les pasó el éxtasis. Inmediatamente les preguntamos:

–¿Por qué habéis gritado?

–Porque vimos que la Virgen desprendía una estrella.

–¡Pero si vosotras no pudisteis ver la estrella, por encontraros debajo de la solana!

–Pues sí que le hemos visto. Lo habrá hecho la Virgen".

De este fenómeno dice don Valentín en sus notas: "Estando en la plaza, Conchita y Loli gritaron asustadas bastante fuerte. Todos se asustaron. Algunos miraron a las niñas, otros al cielo; los que hicieron esto último, dicen que vieron como una cinta brillante que cruzaba de parte a parte el cielo, y que de ningún modo podía confundirse con una estrella fugaz, ni con un cometa. Después de haber dado el grito, las niñas rieron, y andaban contentas, como bailando de alegría".

 

¿A dónde irá a parar todo esto?

 

Hay que comprender que todas estas cosas, envueltas así en un halo de misterio (y muy probablemente, agrandadas al transmitirse de boca en boca), por fuerza habían de traer a la gente un mucho impresionada..., con lo que era fácil pensar: ¿A dónde irá a parar todo esto? De seguro que todas estas cosas son anuncio de algo grande que va a venir. ¿Qué veremos el día del mensaje?

Con vistas a ese día empezaron a llegar anticipadamente algunas personas.

Por ejemplo, dos días después de la fiesta del Pilar, aparecía por primera vez en Garabandal un ingeniero alemán avecindado en España, en Madrid: don Máximo Förschler Entenmann (El mismo dice así al presentarse: "He sido desde mi infancia un fervoroso creyente, pues fui bien educado por unas padres, ya fallecidos, de ejemplar cristiandad; por eso he amado sobre todo a Nuestro Señor Jesucristo. Estoy casado con una súbdita española, católica".
A este señor se refiere la anécdota que ya hemos recogido en el capítulo V: "Una señora pidió con insistencia a la niña vidente que preguntara a la Virgen si su marido creía en dios. Después del éxtasis, conoció la respuesta:
"En Dios, sí cree; en la Virgen, muy poco... Pero ya creerá". Hubo aquí dos realidades milagrosas: saber de la intimidad de una persona a la que la niña no conocía de nada, y una clara profecía, que ciertamente se cumplió.).
Aunque protestante, estaba muy vinculado a la familia Andreu; por eso venía acompañando a nuestro ya bien conocido P. Ramón María.

 

Accidente en la Montaña.

Relato de don Máximo Förschler Entenmann

 

Su llegada no fue del todo fácil... Era el día 14, segundo sábado de octubre, octava de aquella especialísima fiesta del Rosario que había habido en Garabandal. Oigámosle a él: "Faltando unos treinta kilómetros para llegar a Cossío, tuvimos un tremendo choque, en pleno puerto (Se trata, sin duda, porque ellos llegaban desde tierras palentinas, del Puerto de Piedras Luengas, 1213 metros sobre el nivel del mar, a caballo sobre las provincias de Palencia y Santander, y desde el que pueden contemplarse, en días despejados, soberbias panorámicas hacia los Picos de Europa y la Sierra de Peña Sagra.), con otro coche; el accidente pudo tener consecuencias fatales..., y sólo posteriormente he llegado a comprender que fue sin duda la Santísima Virgen quien nos libró de una muerte segura.

"Por causa de lo ocurrido, llegamos a San Sebastián de Garabandal muy tarde, sobre las once de la noche. Pero con la suerte de poder presenciar, apenas llegados, dos éxtasis... Confieso que entonces no me impresionaron lo más mínimo.

"Nos retiramos a la casa donde teníamos hospedaje (para el P. Ramón María Andreu, las casas del pueblo estaban abiertas); y, en seguida, a eso de las doce, el Padre se puso muy malo, con mareos, sudores fríos, fortísimos dolores en el tobillo izquierdo, que aparecía muy inflamado... Había en el pueblo un médico de Santander y un especialista en huesos, de Burgos (La casa donde se alojaban el P. Andreu y el señor Förschler era la de la señora Epifanía, "Fania".
Los doctores eran don Celestino Ortiz Pérez (Santander) y el señor Renedo, de Burgos.);
se les llamó, y después del reconocimiento, diagnosticaron que, aparte del evidente derrame, había probable fractura del tobillo, o seria fisura, como mínimo. Le aplicaron un adecuado vendaje y una bolsa de hielo que se pudo encontrar, y entre varios le llevamos en brazos a la cama: sus dolores eran horrorosos (Tan fuertes eran sus dolores, que no pudo ni aguantar sobre el pie el ligerísimo peso de una sábana que le extendieron encima para que no lo tuviera totalmente al descubierto.
El hielo de la bolsa era el único hielo que pudo encontrarse en el pueblo y se lo trajeron de la nevera o frigorífico del indiano.
En Santander han venido llamando "indianos" a los emigrantes de la tierra que han logrado hacer alguna fortuna en países de América, las "Indias" de nuestros antepasados. La emigración santanderina a ultramar se ha orientado preferentemente hacia Méjico y Cuba.).

"Como viejo amigo del padre, quedé yo a cuidarle durante la noche, en una segunda cama que había o dispusieron en la habitación.

 

Curación del P. Ramón María

 

"Después de muy largo rato –debían de ser ya las tres y media de la madrugada– empezamos a oír ruido en la calle, y que la gente pedía a voces que la dueña de la casa abriese la puerta, porque Jacinta estaba allí en éxtasis, queriendo entrar.

"Bien pronto apareció en la habitación, se fue hacia el Padre y le dio a besar el crucifijo (Jacinta entró en la habitación, enarbolando el crucifijo en la mano y diciendo a la Visión, con un habla muy de aquellas gentes: "El Padre está ¡mu malísimo! (acentuaba extrañamente la fonética esdrújula de estas palabras) ... Cúralo. Que delira 'cuánto"... cúralo".
En el mismo momento en que el Padre  besaba el crucifijo que le tendía la niña, le desaparecieron por completo los dolores. Pero él se cuidó muy bien de decirlo delante de la gente que acompañaba a Jacinta –algunos habían venido hasta de Sevilla, Cádiz y Jerez–, por miedo de que todo se debiese a la tremenda emoción del momento; el hombre se dijo a sí mismo:
"Aquí, ¡todo, menos hacer el ridículo! Y te callas como un muerto"...

¡El resabio del intelectualismo, que tan poco favorece la actitud evangélica del "Si no os hiciereis como niños..."! Un hombre que se estime, más un intelectual, tendrá menos miedo a ser tenido por malo, que a ser tenido por tonto.); a continuación habló con él algo que yo no pude entender... Empezaba ya la niña a tener ademanes o gestos como de despedida de la visión, cuando de repente se para: hace una flexión hacia atrás, hacia donde yo estaba, y me da también a mí el crucifijo a besar ¡por dos veces!"

Parece que aquello ya no le dejó tan "frío" a don Máximo...

"Cuando marchó la niña, nos pusimos, naturalmente, a comentar todos los detalles; y el Padre me confesó que había pedido muy de veras, en su interior, que la niña, antes de marcharse, me diera también a mí a besar el crucifijo. Tuve para pensar durante las pocas horas que quedaban de la noche".

De esto mismo ha dado el P. Andreu una referencia con más pormenores y viveza.

Poco después de haber besado el crucifijo que le ofreciera Jacinta, vio él que ésta empezaba a santiguarse y a ofrecer sus mejillas a unos besos invisibles: señal inequívoca de que el éxtasis iba a concluir. Entonces él, rápidamente, formuló en si interior una petición a la Virgen: que la niña diera también a besar el crucifijo a don Máximo... (el buen señor, horas antes, había seguido a las videntes en sus trances, sin obtener de ellas ninguna muestra de atención; más bien, lo contrario, pues cuantas veces ellas dieron el crucifijo a los circunstantes, siempre le saltaron a él).

Apenas había el Padre formulado su secretísima petición, Jacinta se detuvo y exclamó: "¿Qué?" Quedó en actitud de escucha, y añadió en seguida: "¡Ah!" Empezó a inclinarse más y más hacia atrás, hasta que pudo llegar con el crucifijo a la boca del señor Förschler, a quien no podía ver, por tenerle a su espalda...

Instantes después, volvió la niña en sí. ¡Ya era hora de ir a descansar1 Los relojes estaban a punto de dar las cuatro de la madrugada de aquel domingo, 15 de octubre.

"Clareaba ya la mañana de ese día, cuando se presentaron varios franceses, y detrás, uno de los dos médicos, a preguntar por el Padre. Serían las ocho, aproximadamente. El Padre dijo al médico que habían cesado del todo los dolores, y que podía mover el pie sin dificultad. Era bastante sorprendente; mas como medida de precaución le aconsejaron que no pisar con aquel pie, y que aguardase la llegada de una ambulancia que se podía pedir a la "Casa Valdecilla" (La "Casa de Salud Valdecilla" es una verdadera institución –la máxima institución– en la capital de la Montaña para todo lo que se refiere a labor sanitaria; está constituida por un conjunto de pabellones que ocupan considerable terreno.
Se debió su fundación a un ilustre emigrante de la tierra, que amasó en Cuba una gran fortuna: don Ramón Pelayo. Por su obra filantrópica, el rey Alfonso XIII le otorgó el título de Marqués de Valdecilla, del pueblecito donde había nacido, en las inmediaciones de Solares. También de aquí recibió nombre su Casa de Salud.)
, de Santander: la lesión había sido seria y, normalmente, tardaría de quince a veinte días en curar".

También sobre esto tenemos más pormenores del P. Andreu.

El médico encontró al Padre sentado en el borde de la cama:

–Pero ¿qué hace usted, Padre?

–Ya ve: trato de levantarme...

–¡No haga usted eso! Es un disparate. Vamos a ver el tobillo...

El médico se puso con una rodilla en tierra, para examinarlo mejor. Luego levantó la cabeza hacia el Padre, mirándole de cierta manera, y le dijo:

–¡Qué bromista es usted! Vamos, enséñeme el tobillo malo.

El Padre, con aparente indiferencia, le enseñó el otro tobillo, que era precisamente "el bueno". El médico lo examinó con toda atención..., lo comparó con el otro..., y acabó levantando de nuevo la cabeza hacia el Padre, mientras decía con una expresión difícil de definir: "¡Pero qué cosas más raras pasan en este pueblo!"

"Cuando marcharon los médicos, el Padre se empeñó en que le calzáramos, pues no sentía dolor alguno... Fue a ponerse en pie, y lo hizo sin dificultad. Entonces decidió celebrar él la misa del pueblo, desistiendo de avisar a don Valentín para que subiera, como ya habíamos acordado. mandó tocar las campanas  a misa, y nos pusimos a buscarle un bastón.

"Yo mismo le acompañé a la iglesia; y cuando iba a empezar el acto, como yo de la misa no entendía nada, busqué un lugar a propósito en el último banco, y me dediqué a observar desde allí atentamente cómo marchaba lo de su pie: durante toda la ceremonia se movió, y se arrodilló y levantó, sin dificultad.

"Le dije mis observaciones, después de la misa, y él hizo delante de mí varios movimientos o flexiones de pie sin molestia alguna; y al fin me confió qué había sido esto: "Padre, la Virgen me ha dicho que está usted malo ("Esta malo" es una expresión castellana, muy castiza, para indicar cualquier situación accidental de salud deteriorada. El pueblo aún sigue diciendo mucho más espontáneamente "está malo" que "está enfermo".); pero me ha mandado a decirle que está usted curado". En el mismo instante le desaparecieron los dolores".

También esto le dio que pensar al señor Förschler; pero ahí se quedó por entonces la cosa.

* * *

 

Siguen los sucesos

 

Al día siguiente llegaba a Garabandal un grupo de asturianos. Era un día cualquiera, un lunes, 16 de octubre. Día cualquiera en el calendario, pero bastante distinguido en nuestros anales.

A la caída de la tarde hubo éxtasis, el fenómeno que nunca cansaba... ni siquiera a quienes podían contemplarlo casi todos los días. Durante él, el ya sabido número del presentar a la aparición los objetos que se quería fueran besados, y luego su devolución o entrega a los dueños...

Donde se desarrollaba un trance de Loli logró entrar al fin (era la primera vez que estaba en Garabandal) un hombre que llevaba en brazos un niño enfermo, y a causa de él, una buena cruz sobre las espaldas. El niño lloraba cuanto podía... Loli, avisada sin duda por la aparición, se fue hacia él y, sin mirar, le santiguó con una perfecta señal de la cruz. Inmediatamente cesaron los lloros y apareció sobre el rostro, aún convulso, del pequeño, una sorprendente sonrisa. Aquello dulcificó de emoción la amarga expresión del padre, que se desahogó escuetamente: "¡Aún no le había visto sonreír!"

Cuando acabó el éxtasis, Mari Loli preguntó por "el niño enfermo que había llegado en brazos de su padre"... Quería conocerle, pues no le había visto todavía, y transmitir al mismo tiempo un encargo. Hizo unas caricias al pequeño, y al padre le dijo, recalcando suavemente las palabras: "Me ha dicho la Virgen ,que no se preocupe". También Jacinta, que venía entonces extática de la calle, precisamente en busca de dicho señor, repitió "de parte de la Virgen" las mismas palabras de seguridad respecto al pequeño.(Según las notas de don Valentín, parece que este episodio del niño enfermo sucedió, no el día 16, sino el 17; tal vez en la noche del 16 al 17: "Loli, en éxtasis, fue donde estaba un niño enfermo, lo santiguó varias veces y le dio a besar la cruz. Fue una escena muy emocionante, porque el padre del niño lloraba y pedía a gritos su curación".)

Me hubiera gustado seguir el rastro de él, pero hasta la fecha no lo he conseguido.

Contemplando los diversos lances de aquella "velada", había un numeroso grupo de espectadores, entre ellos los asturianos que dijimos. Eran casi todos muchachos, pero dos hombres entre ellos parecían hacer de guías o responsables. Les decía uno: "Observad con toda atención y no os dejéis sugestionar, porque estas cosas..."

A eso de las 10,30 de la noche se encontraban frente a la antigua casa de Ceferino. Llega entonces Conchita en éxtasis, se les acerca y empieza a dar a besar el crucifijo... Los dos hombres se guardan de ella, y para esconderse mejor, suben por la escalera exterior de una casa que estaba allí al lado (La llamada "casa de los mozos", pues, al estar deshabitada, les servía a éstos para sus reuniones y fiestas (hace pocos años fue derribada, y en su solar se ha levantado una casa de huéspedes que desdice totalmente del típico caserío del pueblo); tal escalera constaría de una media docena de peldaños de piedra sobre el nivel de la calle.). La niña, en aquella su postura de cabeza increíblemente echada hacia atrás, por tanto, sin verles a ellos ni la escalera, trepa milagrosamente por ésta y les presenta a besar el crucifijo: el primero de ellos lo esquiva visiblemente, torciendo el rostro; pero la niña logra santiguarle dos veces con la sagrada imagen; insiste de nuevo para que la bese, y otra vez rehúsa aquel hombre; por tercera vez le santigua la niña, con una extraña dulzura en los ademanes... y ¡sólo entonces el hombre se rinde y pone sus labios en el crucifijo" Casi lo mismo ocurrió con su acompañante.

Conchita desciende majestuosamente de la escalera y va donde el brigada de la Guardia Civil, para darle a besar el Santo Cristo. Impensadamente se torna y de nuevo marcha hacia los dos señores mencionados, poniéndoles delante el crucifijo, y ¡otra vez ellos rehúsan besar! Los circunstantes estaban entre indignados y escandalizados... La niña, de golpe, vuelve en sí, y todos pueden ver al más obstinado, tembloroso y como si le hubiese dado un mal; va a ocultarse a una esquina, a donde le siguen algunos de sus muchachos: "Pero don X, ¿qué le ha pasado?" –"Dejadme, dejadme...". Por fin confesó: "Ya habéis visto cómo yo rechazaba el crucifijo que me ofrecía la niña... Pues bien, después de besarle al fin, he pedido mentalmente a Dios una prueba: Dios mío, si de veras es sobrenatural todo esto que está ocurriendo, que la niña venga otra vez a mí y cese de pronto en su éxtasis; así yo podré creer. Ya veis lo que ha ocurrido... no me preguntéis más".

Aquellos dos hombres, que habían llamado la atención por su actitud, eran sacerdotes; uno de ellos , según parece, cura párroco en Turón, importante centro minero de Asturias.

Naturalmente, nosotros podemos pedir "pruebas" a Dios; pero no tenemos derecho a exigirlas según nuestro gusto; si Él condesciende, ¡loado sea su nombre!

En nuestro caso aún hubo más. Conchita, una vez acabado el éxtasis, no tenía nada que hacer a aquellas horas en tal lugar, por lo que tomó el camino de su casa. Pero casi no había salido de la plazoleta, cuando entró de nuevo en éxtasis... y otra vez se arremolinó gente en su derredor. Nuestro "difícil" cura aún quiso más de lo que había recibido, y como que exigió entonces en su interior: "Si la niña vino a mí antes por conocer sobrenaturalmente que yo era sacerdote, que a me lo demuestre de nuevo, y venga a darme a besar otra vez el crucifijo y que me santigüe varias veces" (cosa que no había hecho con ninguno).

La reacción de la niña a esta nueva y secretísima exigencia fue maravillosa, dejando satisfecho a aquel ministro de Dios, que tan en el papel de Santo Tomás había actuado durante la inolvidable noche.

Pero no es raro que Dios dé aún más de lo que se le pide, y esto sucedió a nuestro hombre, del que nadie sabía que era cura; al ver que otras personas alargaban a las niñas, en los momentos del adiós, estampas o fotografías para que se las firmaran, también él presentó una... y pudo leer después en ella una dedicatoria ¡con clara mención de su estado sacerdotal!

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A. M. D. G.