ÍNDICE

CAPÍTULO XII

 1ª PARTE

 

 

EL PRIMER INVIERNO DE GARABANDAL

 

 


 

De la prevención a la descalificación

   Comentarios a esta Nota del obispado

   Cuando Dios quiere hablar, lo hace en términos claros e inequívocos

   Cuando Dios nos quiere decir algo, sus palabras no admiten tergiversación ni oscuridad 

  Ante puntos oscuros

   He aquí un nuevo relato de don Plácido Ruiloba, el conocido comerciante de Santander

   los éxtasis fingidos

 


 

De mis tiempos de niño de colegio me ha quedado muy grabado cierto pasaje de una pieza teatral:

"En invierno Dios dispone
que se cumplan los misterios
de que las semillas prendan
y con fuerza bajo el suelo
vayan el tallo formando,
para darnos fruto luego."

Me parece que Dios tenía también sus planes "de invierno" para Garabandal... Bajo los fríos y las inclemencias de una estación, invernal en todos los aspectos, quería Él que fueran calladamente arraigando las muchas cosas que ya habían sido sembradas; sólo así, con un tiempo de "pruebas", en semanas y semanas de letargo, se protegía y aseguraba la lenta germinación que debía llevar a los mejores frutos. El aspecto de los campos en el invierno es triste...; pero es entonces cuando se cumplen no pocos misterios en el seno de la madre tierra.

Creo que con la jornada del 18 de octubre de 1961 empezó para el gran hecho de Garabandal el primer "invierno" de su historia. Invierno que desbordaba, naturalmente, la simple dimensión meteorológica.

El soplo helado de decepción que ese mismo día 18 de octubre marchitó o deshizo muchos entusiasmos o veleidades garabandalistas, llegó a tener efectos de desarboladura con la publicación de una nueva "Nota" del obispado santanderino.

 

De la prevención a la descalificación

 

El señor administrador apostólico de la diócesis, don Doroteo Fernández, con un apresuramiento que no acertamos a explicarnos y que la Historia juzgará, hizo inmediatamente suyo el sentir de la Comisión y lo lanzó a los cuatro vientos mediante una "Nota oficial" que había de publicar el "Boletín del Obispado", número de noviembre, en sus páginas 214-215. Dice así:

"Amadísimos hijos: Hace ya tiempo que os dije cuál debía ser nuestra actitud ante el rumor público que atribuye a la Virgen Santísima ciertos hechos maravillosos, especialmente revelaciones, apariciones, locuciones orales con otras señales más o menos extraordinarias.

"Nos (Esto del "Nos" en lugar del "yo", es lo que podemos llamar plural mayestático o de autoridad. Hasta hace muy poco era fórmula corriente, casi obligada, en los documentos de las diversas jerarquías eclesiásticas. Lo advierto, por algunos lectores a quienes pudiera chocar la expresión.) quisiéramos ver en todos vosotros la suma discreción y prudencia con que la Iglesia juzga acerca de la sobrenaturalidad de tales fenómenos. Poderoso es el Señor, que nos dio la revelación de cuanto le plugo, para manifestarse y decirnos cuanto tenga a bien su bondad; pero sería en nosotros gran falta de cordura el aceptar como venido del señor cualquier soplo de opinión humana. Cuando Dios quiere hablar, lo hace en términos claros e inequívocos; cuando nos quiere decir algo, sus palabras no admiten tergiversación ni oscuridad. Y es a la Iglesia puesta por Jesucristo, no a la opinión pública, y mucho menos a la de algún particular, a quien compete el juicio definitivo sobre tales hechos supuestamente sobrenaturales. Que nadie se arrogue y atribuya funciones y poderes que Dios no le ha confiado, porque el tal sería un usurpador e intruso.

Por lo que respecta a los sucesos que vienen ocurriendo en San Sebastián de Garabandal, pueblo de nuestra diócesis, debo deciros que en cumplimiento de nuestro deber pastoral y para salir al paso de interpretaciones ligeras y audaces de quienes se aventuran a dar sentencia definitiva donde la Iglesia no cree aún prudente hacerlo, así como para orientar a las almas, venimos en declarar lo siguiente:

"1. No consta que las mencionadas apariciones, visiones, locuciones o revelaciones puedan hasta ahora presentarse ni ser tenidas con fundamento serio por verdaderas y auténticas.

"2. Deben los sacerdotes abstenerse en absoluto de cuanto pueda contribuir a crear confusión entre el pueblo cristiano. Eviten, pues, cuidadosamente, en cuanto de ellos dependa, la organización de visitas y peregrinaciones a los referidos lugares.

"3. Ilustres a los fieles con sobriedad y caridad acerca del verdadero sentir de la Iglesia en estas materias. Háganles saber que nuestra fe no necesita de tales apoyos de supuestas revelaciones y milagros para sostenerse. Creemos lo que Dios nos ha revelado y la Iglesia nos enseña: a esta categoría pertenecen los milagros claros y auténticos de Jesucristo. Él nos los dio como prueba de su doctrina, a la que ya nada hay que añadir. Si Él por sí o por medio de su Santísima Madre tiene a bien hablarnos, atentos debemos estar para escuchar sus palabras y decirle como Samuel: "Habla, Señor, que tu siervo escucha".

"4. Inculquen igualmente a sus feligreses que la mejor disposición para oír la voz de Dios es la sumisión perfecta, completa y humilde a las enseñanzas de la Iglesia, y que nadie puede oír con fruto la voz del Padre que está en los cielos, si rechaza con soberbia la doctrina de la Iglesia-Madre, que nos acoge y santifica en la tierra.

"5. En cuanto a vosotros, amados fieles, no os dejéis seducir por cualquier viento de doctrina. Escuchad dóciles y confiados las enseñanzas de vuestros sacerdotes, puestos a vuestro lado para ser maestros de verdad en la Iglesia.

"Sé que habéis estado impacientes y expectantes, y que la turbación se había apoderado de muchos ánimos ante la proximidad de las fechas recientemente pasadas. Quisiera yo llevar a vuestras almas el sosiego y la tranquilidad, que es el supuesto básico de juicio sereno y equilibrado. Que nadie os arranque el don precioso de la paz, que descansa en Dios, y "no os alarméis, ni por espíritu, ni por dicho, ni por carta", como decía San Pablo a los de Tesalónica.

"Haciendo nuestros estos sentimientos, amadísimos hijos, esperamos que la Virgen, a quien saludamos con el nombre de Sedes Sapientiae –Morada de la Sabiduría–, nos ilumine para conocer todo lo que interesa a la gloria de su Hijo y a nuestra salvación.

DOROTEO, A.A."

 

* * *

 

Comentarios a esta Nota

 

Podrá discutirse la "oportunidad" de esta nota; pero creo que nadie podrá negar en ella dos cosas muy buenas: el estar animada de celo pastoral y el guardar un tono general de prudente mesura.

Con todo, cualquiera puede ver también que –sin causa suficiente, según mi criterio– se agrava la actitud negativa frente a los hechos de Garabandal: del "Nada nos obliga a afirmar la sobrenaturalidad de los hechos" que decía la primera nota, se ha pasado en la segunda a la afirmación de que no hay "fundamento serio para tener por verdaderas y auténticas las mencionadas apariciones, visiones, locuciones o revelaciones"

Y el señor administrador apostólico no ha visto ni observado personalmente nada: se apoya de lleno en el sentir de su Comisión..., que tampoco ha visto ni observado por sí misma lo suficiente, y que encima no se ha cuidado de montar un genuino proceso informativo, interrogando en forma adecuada a las protagonistas y a los principales testigos: sus padres, el párroco del pueblo, las personas solventes que más de cerca han seguido todo aquello (De lo que se afirma en este párrafo, ya quedan pruebas en capítulos precedentes.).

A nadie hubiese parecido mal que se dieran oficialmente ciertas disposiciones de índole disciplinaria, para evitar posibles abusos o enredos. Mas ¿por qué tanta prisa en pronunciarse ya, aunque fuera provisionalmente, sobre el carácter de unos hechos que estaban en pleno curso y aún no habían sido debidamente estudiados? Nos parece recordar que tanto en Lourdes como en Fátima las respectivas jerarquías diocesanas aguardaron al final de los sucesos y a que estuviera concluido un auténtico proceso canónico, para hablar oficialmente sobre el carácter de lo que allí había ocurrido (En Lourdes el veredicto eclesiástico se hizo esperar cuatro años (1858-1862). En Fátima, trece (1917-1930).

En el caso de Garabandal ha habido siempre unas extrañas prisas, por la parte oficial, para ir diciendo sobre la marcha, que aquello estaba demasiado oscuro... que aquello no convencía... que aquello daba motivos para serias desconfianzas... que aquello podía explicarse naturalmente todo... que de aquello, sobrenaturalmente, no había nada...

Bien. Volvamos a esa segunda y última nota de Don Doroteo Fernández (Meses más tarde don Doroteo Fernández fue trasladado de Santander, donde hubiese querido quedarse, según dicen, de obispo titular o residencial, a Badajoz, donde ha estado hasta este año de 1971 de administrador apostólico.). Ya he reconocido antes los dos valores que me parece tener: un buen celo pastoral y un tono general de prudente mesura; pero debo igualmente señalar algunas cosas que la desvirtúan no poco:

–Emplear ambiguamente el término "Iglesia", confirmando a muchos en su equivocado confundir Iglesia con jerarquía, como si ésta fuera, sin más, la Iglesia..., como si todos los fieles católicos no fuéramos también Iglesia, tan Iglesia como los jerarcas, aunque con distinta función.

–Invocar con parecida ambigüedad el derecho a un "juicio definitivo", que ciertamente corresponde a la jerarquía, como razón para excluir todo juicio por parte de particulares... Como si en la Iglesia de Dios los no jerarcas careciéramos de todo derecho a opinar en materias opinables; es decir, en materias sobre las cuales aún no se ha pronunciado en última instancia, y con carácter de irreformable decisión, la autoridad a quien corresponda. Habla su señoría de usurpación e intrusismo..., pero el intrusismo y la usurpación pueden venir tanto de arrogarse funciones que no competen, como de pretender ahogar en otros los derechos que legítimamente pueden invocar.

–Hay también en la nota una tercera ambigüedad: la de poner de tal modo ciertas verdades ante los fieles, que éstos fácilmente crean que sus jerarquías diocesanas son, sin más, "la Iglesia", y que por tanto han de aceptar cuanto ellas digan con "la sumisión perfecta, completa y humilde" que se debe a las enseñanzas que explícita e incuestionablemente parten de un Supremo Magisterio. A nivel diocesano no se da el carisma de la infalibilidad; a nivel de obispo no puede decirse la última palabra en cuestiones o enseñanzas de FE. Por consiguiente, frente a los dictámenes episcopales –de un obispo concreto– se nos puede pedir acatamiento y obediencia práctica, pero no exigir "sumisión perfecta y completa", hasta de pensamiento...

–Habría que matizar asimismo eso de que los sacerdotes están puestos al lado de los fieles como "maestros de la verdad de la Iglesia". Esa es una parte muy principal de su altísima misi8ón; mas no se puede contar con que siempre la cumplan... Debemos aceptarles como tales maestros cuando ellos se esfuerzan por darnos el pensamiento o doctrina "de la Iglesia"; pero no les debemos la misma docilidad y confianza cuando, sobre puntos concretos, lo que nos dan ellos, es fruto de sus personales puntos de vista, que pueden ser muy discutibles.

–Finamente, y esto es más gordo, he de señalar como claramente inaceptable una doble y solemne afirmación: "Cuando Dios quiere hablar, lo hace en términos claros e inequívocos; cuando nos quiere decir algo, sus palabras no admiten tergiversación ni oscuridad".

No sé como un obispo, y más siendo especialista en estudios bíblicos, como monseñor Fernández, ha podido firmar eso. Porque, si algo aparece claro de la Historia de la Salvación, a través de los Libros santos, es que Dios no suele hablar así... Su hablar termina siendo claro e inconfundible, para las almas bien dispuestas, que le buscan de corazón y se aferran meditativamente a su Palabra, aunque oscura y difícil; pero dicho hablar empieza casi siempre en forma de insinuación o llamada misteriosa, que desconcierta, que incluso sirve de tropiezo a los mal dispuestos, que por eso es causa de "erección para unos y de ruina para otros" (Lc 2, 34.).

El hablar de Dios a los hombres suele ser un "proceso" de progresiva comunicación, que sólo al final queda suficientemente claro, y esto, para las almas de buena voluntad. Es como la marcha de la luz en cada nuevo día: unos comienzos indecisos, en la vaga y confusa claridad del alba, que no permite captar bien las perspectivas ni distinguir netamente contornos o perfiles, para ir llegando poco a poco el inequívoco resplandor que nos dé en conjunto y al detalle dota nuestra "circunstancia" (Porque Dios no suele hablar como dice Mons. Fernández en su nota, andaremos siempre a vueltas con la dificultad y el mérito en la FE. ¡La difícil FE!
En orden a ella, muy frecuentemente las cosas estarán al mismo tiempo: suficientemente claras, para que terminen viendo las almas de fundamental rectitud, y suficientemente oscuras, para que no vean, o encuentren siempre razones para no creer, los espíritu que andan en mala disposición.

–"Para un juicio he venido ya a este mundo:
para que los que no ven, vean;
y los que ven, se vuelvan ciegos" (Jn 9, 39).

Los mismos milagros del Señor, que don Doroteo señala en su nota como prototipo de acción sobrenatural clara y auténtica, y en los cuales yo creo con toda mi alma, no deben de resultar tan "patentes" para todos... Que vea, si no, cómo hablan los equipos de "desmitizadores" o "desmitologizadores" que en los últimos años vienen cayendo sobre el Evangelio.)

 

–"Cuando Dios quiere hablar,

 lo hace en términos claros e inequívocos."

 

–Sí, como en los mensajes de los viejos profetas, los del Antiguo Testamento: tómelos en su mano cualquiera, y verá con qué maravillosa claridad los entiende ya desde la primera lectura... Sí, como en bastantes pasajes de los últimos profetas, los del Nuevo, por ejemplo en el Apocalipsis, con capítulos enteros que aún están esperando una sustancial clarificación.

El mismo Jesús, Palabra personal del Padre, nos comunicó ciertas cosas con inmediata y transparente luminosidad; pero en cuanto a otras... Que se lo hubieran preguntado a Nicodemo (Jn 3, 1-14), o a la mujer de Sicar (Jn 4, 4-14), o a los oyentes de sus parábolas del Reino (Mt 13, 10-15), o a los que le escuchaban en la sinagoga de Cafarnaum al día siguiente de la multiplicación de los panes (Jn 6, 60 y 66), o a los que le abordaron, ya al final de sus días, con un vehemente apremio: "¿Hasta cuándo nos vas a tener en vilo? Si eres de verdad el Mesías que esperábamos, dínoslo de una vez con toda claridad" (Jn 10, 24) (¿Se quiere un episodio más? Ahí está el de Mt 11, 2-15 y Lc 7, 18.
Juan Bautista llama a dos de los discípulos que le quedan, y les envía a Jesús con esta pregunta: "¿Eres tú el que había de venir, o aún hemos de esperar a otro?"
La pregunta sí que está formulada en términos claros e inequívocos, para poner a Jesús en trance de afirmar abiertamente su personalidad de Mesías o Cristo. Pero ¿cómo es la respuesta de Jesús?
Hizo delante de los enviados una serie de prodigios..., y les dijo luego: "Id a informar a Juan de cuanto habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados. ¡Y dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí!"
No es una respuesta "clara e inequívoca", sino misteriosa: con la suficiente claridad para que la entendiesen ciertas almas, con la suficiente oscuridad para desorientar a otras, que no tenían buena disposición hacia la luz.
¡Qué significativo es el final! "Dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí". O según una traducción más literal: "Dichoso aquel a quien yo no le sirva de tropiezo para caer". Evidentemente, en el hacer y en el decir de Jesús podrían encontrar los mal dispuestos base o materia para tergiversaciones y repulsas...)
...

 

–"Cuando Dios nos quiere decir algo,

sus palabras no admiten tergiversación ni oscuridad."

 

–Sí, y por eso en la Iglesia no han aparecido nunca (¡...!) herejes o maestros de error, que trataran de apoyar siempre sus doctrinas en textos de la Palabra de Dios... Cotéjese lo que que dice el obispo en su segunda nota con lo que hace siglos escribió San Pedro en su segunda epístola (3, 15-16): "Creed que la paciencia del Señor es para nuestra Salud, según que nuestro amado hermano Pablo (el apóstol) os escribió conforme a la sabiduría que a él le fue concedida. Es lo mismo que hablando de esto enseña en todas sus epístolas, en las cuales hay puntos de difícil inteligencia, que hombres indoctos e inconstantes tergiversan o pervierten, no menos que las demás Escrituras, para su propia perdición".

Parece, pues, que el obispo santanderino se descuidó notablemente cuando escribió, o firmó, eso de que "Cuando Dios quiere hablar, lo hace en términos claros e inequívocos; cuando Él quiere decirnos algo, sus palabras no admiten tergiversación ni oscuridad"...

Si en esa doble afirmación quisieron apoyarse él y los comisionados como base doctrinal para llegar a una descalificación de los hechos de Garabandal, porque allí no todos los puntos estaban ya bien claros, tenemos que decir, con harto sentimiento, que se lucieron los descalificadores.

El haber comenzado misteriosa y oscuramente, si eso no se desmonta con seria pruebas, puede resultar hasta un buen signo a favor de Garabandal, pues nos lo hace ver en la línea de lo que Dios acostumbra, cuando trata de revelarse o desvelarse a los hombres: sólo al cabo de cierto proceso irá quedando suficientemente claro lo que Él quería decirnos; y esto, no para todos, sino para aquellos que, no obstante sus muchas miserias, no "prefieran las tinieblas a la luz" (Jn 3, 19).

 

Ante puntos oscuros

 

No todos los que se sentían a favor de Garabandal, marchaban sin obstáculos por el camino de su adhesión.

Ya hemos visto lo que le ocurrió al P. Andreu, cuando volvió al pueblo después de la imprevista muerte de su hermano, y más aún, en aquellas negrísimas horas del 18 de octubre; asimismo, lo que vivió Marichu Aledo (doña María Herrero de Gallardo) con ocasión de esta última fecha, y lo que ya había observado anteriormente el P. Lucio Rodrigo, de la Universidad de Comillas... Pero no fueron ellos solos.

 

He aquí un nuevo relato de don Plácido Ruiloba,

el conocido comerciante de Santander

 

"Yo había quedado impresionado por aquel primer mensaje del 18 de octubre, que hablaba tan seriamente de la necesidad de sacrificios y penitencia, porque se estaba llenando la copa y nos habría de venir un castigo muy grande."

"El pensamiento de este mensaje, completamente ortodoxo, me punzaba la conciencia, pues yo comprendía que efectivamente teníamos mucha necesidad de ser mejores... y no me faltaba la buena voluntad de procurarlo. Sin embargo, siempre me estaban saltando las dudas, y cuando subía a Garabandal –cosa que hacía con frecuencia–, andaba a la caza de la posible parte negativa, no precisamente porque tuviera algo contra aquello, sino por afán de esclarecer los hechos, con el fin de aquilatar mejor la verdad."

"Pues bien, uno de aquellos días del otoño del 61, no recuerdo exactamente la fecha, llegué al pueblo con una gran preocupación por todo lo que estaba sucediendo allí... Era por alguna cosa negativa que había visto, y de la que no logro acordarme ahora con toda precisión; sólo sé que aquello me atormentaba..."

"Llegue al pueblo ya de noche –los días habían acortado considerablemente–, y a mi llegada, las niñas andaban en éxtasis. Me quedé a propósito en un sitio apartado, un lugar que no solía ser de paso en aquellas tan conocidas marchas extáticas de las niñas; y, siempre atormentado por mis dudas, empecé a decir mentalmente: "Virgen Santísima, ¡hay que ver la cantidad de gente que va viniendo a ver esto! Y pensar que, si esto fuera mentira... ¡Cuantísimo mal podría hacer! Señora: para que yo acabe de ver que es tuyo todo esto que ocurre, te pido que, aun estando tan apartado como estoy, venga una de las niñas, desde donde esté, a darme a besar el crucifijo." "

"Desde el recoveco donde me había metido, detrás de la fuente, yo podía observar, sin ser advertido, bastantes cosas de las que estaban ocurriendo; y así me di cuenta de que las niñas habían cesado en sus éxtasis: sólo seguía extática Conchita, a quien vi venir hacia su casa, próxima al lugar de mi escondite. Vi perfectamente cómo entraba en ella... y sufrí en aquel momento una tremenda decepción, al ver que mi oración no había sido escuchada, y que en consecuencia mis dudas tenían fundamento (Es, psicológicamente, muy comprensible la ocurrencia o actitud del señor Ruiloba; pero debemos advertir, que de no haber recibido la prueba que quería, nada podía concluirse contra la verdad de lo que allí estaba pasando. Somos muy libres para pedir "pruebas" a Dios...; pero ninguna obligación tiene Él de responder siempre a esas peticiones nuestras, por muy justas que nos parezcan. Si lo hace, agradecérselo; si no lo hace, confiar lo mismo en Él, sin desconcertarse.
DE un modo o de otro, por unos u otros caminos, no nos faltará lo necesario para saber a qué atenernos.
–En Garabandal se dio mucho, mucho (y por parte de muchos), aquel talante, del que ya se quejó Jesús en sus días evangélicos:
"Si no veis de continuo señales y prodigios, NO CREÉIS" (Jn 4, 48).)
)..."

"Estaba saboreando amargamente esto, cuando de repente vi que la gente que había entrado en la casa, empezaba a salir rápidamente, y detrás, la niña, todavía en éxtasis: aquello me sobresaltó, intuyendo cuál podría ser el motivo. Conchita, en efecto, vino derecha hacia mí, manteniendo como siempre la cabeza inverosímilmente vuelta hacia arriba, lo que le impedía del todo ver lo que tenía delante o alrededor; llegó al recoveco donde yo me había escondido, se paró ante mí, y ¡por tres veces me dio a besar el crucifijo!"

"La respuesta estaba tan clara, que se disiparon todas mis dudas... al menos por entonces."

Hace muy bien el señor Ruiloba en añadir esta salvedad final, pues parece que las dudas o perplejidades no dejaban de asaltarle por cualquier motivo, y eso que venía siendo testigo, como pocos, de innumerables cosas sorprendentes en Garabandal.

"Otro día –me acuerdo que era una noche malísima y llovía torrencialmente– Jacinta cayó de pronto en éxtasis, y yo me presté a acompañarla solo: pensaba que iba a tener así ocasión de hacer nuevas e interesantes experiencias. Una señora del pueblo me dejó uno de esos grandes paraguas que llaman familiares: lo abrí sobre la cabeza de Jacinta, y seguimos los dos solos por las calles embarradas... El brazo con que yo sostenía el paraguas, pasaba por encima de los hombros de la niña, apoyándome suavemente en ellos: parecía tenerla totalmente a merced mía, y se me presentaba así la mejor ocasión para hacer nuevas pruebas sobre la realidad de aquellos trances, en torno a los cuales no dejaban de asaltarme las más diversas dudas."

"Me puse al intento de llevarla yo, no dejar que me llevara ella: la cosa parecía bien fácil, pues la niña no podía ver por dónde caminaba, a causa de la postura de su cabeza, de la noche cerrada y del paraguas, que yo mantenía bajo para que cerrase toda perspectiva. Repetidas veces, y haciendo fuerza con el brazo que le había echado por encima de los hombros, procuré llevarla en esta o en la otra dirección... Todo fue inútil: sin violencia ninguna, era ella la que me llevaba irresistiblemente a mí. Era evidente que, con su mirada hacia arriba, a pesar de la noche, de la lluvia y del paraguas, ella veía de continuo algo que no podía alcanzar ni impedir, algo maravilloso que la arrebataba y la llevaba...

"El éxtasis se prolongó mucho, los caminos estaban intransitables, y llegó un momento en que, verdaderamente cansado, no podía ya casi con el paraguas; entonces lo cerré, aunque seguía a todo llover. Pero no tuve valor para dejar sola a la niña... No mucho después de cerrar el paraguas, yo me sentía ya tan completamente calado, que el agua me salía hasta de los zapatos. Al pasar bajo una pequeña bombilla –por las calles del pueblo había poquísimas–, me pareció advertir que la niña iba completamente seca; lleno de asombro, le pasé tres veces la mano por los hombros y el pelo: tan de verdad iba completamente seca bajo aquel aguacero, que pasándola por su pelo se me secó la mano, que yo tenía bien fría y mojada."

"La verdad de todo esto podría yo jurarla ante los Santos Evangelios. Y que nadie me venga con que tal vez sufrí alguna alucinación... porque soy mucho más fácil para las desconfianzas y las dudas, que para las alucinaciones, de las que no recuerdo haber tenido una sola en mi vida."

Este mismo señor, tan difícilmente contentable en orden a un creer sin reservas, pudo presenciar por entonces otra auténtica maravilla.

También hacía mal tiempo –"el pueblo estaba completamente embarrado"– y fue en el curso de un éxtasis que tuvieron conjuntamente Jacinta, Loli y Conchita. Esta última marchaba entre las otras dos, y de pronto el crucifijo que llevaba en las manos, sobre el pecho, se le cayó... No obstante, la marcha de las tres continuó, como unos 25 o 30 metros más; entonces se oyó a Conchita: "¡Ah! ¿Que lo recoja? ¿Que me dices tú dónde está?" Sin cambiar de postura, fueron retrocediendo las tres hasta el punto donde había caído el pequeño crucifijo.

"Conchita, sin dejar de mirar hacia arriba, empezó a agacharse, con el brazo extendido hacia abajo. Detuvo este movimiento cuando su mano estaba como a medio metro del suelo... y todos los que estábamos allí pudimos ver, estremecidos de emoción, cómo el crucifijo salía del barro y subía hasta la mano de la niña; ésta lo apretó, y lo llevó de nuevo a la altura del pecho, manteniéndolo allí, fervorosamente, entre las dos manos. Luego reemprendieron su marcha."

"Tan pronto como acabó el éxtasis, yo me puse a mirar detenidamente las manos de Conchita: y puedo afirmar que ni en sus manos, ni en el crucifijo pude descubrir la menor señal de barro."

Estoy dispuesto a atestiguarlo donde sea; y creo que no sólo yo, pues había allí bastantes personas, que lo vieron como yo. Recuerdo concretamente a una señora de Los Corrales de Buelna (Santander), llamada Daniela Cuenca."

Hablando de todas estas cosas, años más tarde, el señor Ruiloba con un amigo santanderino, le decía:

 "Muchas fueron las pruebas que me dio la Virgen, para que disipara mis dudas..., sin embargo, como tú sabes bien, y según me lo había de predecir Conchita, yo llegué posteriormente a dudar más que nunca, hasta el punto de no subir ya por el pueblo (Se alude a la época que había de venir de dudas y desconcierto general, incluso negaciones –empezaron por las videntes–, en torno a los hechos de Garabandal...
Conchita lo anunciaba así en su diario: "A nosotras cuatro, Loli, Jacinta, Mari Cruz y yo, al principio de todo, nos había dicho la virgen que nos íbamos a contradecir unas con otras, que nuestros padres no andarían bien, y hasta que habíamos de negar el que hubiéramos visto a la Virgen y al ángel... A nosotras nos extrañaba mucho, claro, que nos dijera esas cosas" (página 60).
Y del P. Ramón María Andreu son estas palabras (recogidas en cinta magnetofónica): "Ya al principio, ellas –Loli y Jacinta– me dijeron un día: "Oiga Padre, ¿cómo se puede entender esto que nos ha dicho la Virgen, que llegará un momento en que dudaremos de que la hemos visto a Ella y al Niño..., y además, que nos contradiremos unas a otros, y que negaremos..., o sea, que diremos que no hemos visto ni a la Virgen ni al Niño?")
"

Es que a veces somos más exigentes que el mismo apóstol Santo Tomás, y queremos estar "tocando y palpando" de continuo la acción milagrosa de Dios para creer en ella...

Y a veces –o siempre– es también que en las obras de Dios, a pesar de todas sus claridades, no faltan puntos oscuros... que vienen bien para que no nos falte a nosotros una saludable ejercitación.

 

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los éxtasis fingidos

 

Parece que uno de los puntos oscuros, o signos "negativos", que más pesó para la actitud dibutativa o "anti" de algunos frente a Garabandal, estuvo en los éxtasis fingidos.

Oigamos a nuestro ya conocido don José Ramón García de la Riva:

"Recuerdo que allá por los primeros tiempos, en 1961, yo estaba un día bastante consternado porque, a mi manera de ver, Jacinta y Loli habían fingido estar en éxtasis, en algún momento al menos de los trances del día...

"Lo advertí, porque, acompañando a las dos niñas, iba con nosotros cierto joven de muy buen humor, que de cuando en cuando soltaba frases que a todos hacían reír, incluso a las videntes. Además, cuando él decía que las niñas, que iban por determinada calleja, tirarían a la derecha (pongo por ejemplo) y yo decía lo contrario, las niñas siempre me hacían caso a mí...; el chico estaba con gran admiración (no podía adivinar que yo, en cambio, estaba lleno de pena), y llegó a preguntarme: "Pero ¿cómo lo sabe usted?" –"Como lo sabrías tú, si te fijaras mejor", pensé para mis adentros."

"Al salir del éxtasis, nos encontramos Loli, Jacinta y yo en casa de Mari Cruz, que estaba en cama con gripe, aunque incorporada y descansando sobre la almohada. Cuando ellas menos lo esperaban, les solté a bocajarro: "Vosotras, hoy, habéis fingido algún éxtasis". Loli se puso roja como una amapola y se tapó la cara con las manos, inclinándose hacia adelante, con los codos sobre las rodillas; sólo supo decir: "¡Ay qué gorda!" Jacinta rompió a llorar, mientras me decía: "Ya se lo diré a mi mamá, que usted tampoco cree que nosotras vemos a la Virgen...". "

"–No es eso –les dije yo–; creo que sí veis a la Virgen, pero hoy fingisteis estar en éxtasis cuando de verdad no estabais... Mirad: eso no tiene importancia para vosotras, porque, a causa de la edad, no os dais cuenta del mal que podéis hacer. Pero suponed que hoy o cualquier otro día viene un teólogo o un médico de importancia a estudiar con toda atención estos hechos, y os sorprende como yo en un éxtasis fingido, y que no puede volver más días..., ¿qué impresión llevará, y cómo será el informe que dé.?"

"La madre de Mari Cruz también se lo afeaba vivamente.

"Como unos tres meses más tarde, me encontré a solas con Loli en el pequeño establecimiento de su casa, y le dije (ya por entonces estaba más averiguado que las niñas había fingido a veces):

 "Entonces, ¿qué?, ¿fingíais o no?" Me contestó riendo: "¿Sabe usted qué dijo Jacinta cuando usted salió aquel día de la casa de Mari Cruz? –'¡Qué bribón! ¡Cómo nos pescó!' "

Conchita habla de estos éxtasis fingidos en un pasaje de su diario, donde dice:

"No todos los fingíamos" (luego algunos, sí) (Nuestro admirado cura de Barro sufre aquí una confusión: el texto auténtico de Conchita no dice eso, sino algo que se le parece, pero que es muy distinto. Se verá luego)... A mí, confidencialmente, me contó uno de ellos, en el que por cierto, según dice ella misma, "Dios la castigó", pues se dio una soberana caída cuando bajaba de los Pinos, "no creyendo nunca morirse de dolor como aquel día"... "Aguanté como pude el dolor, y creo que nadie se dio cuenta, hasta que de verdad vino la Virgen, y entonces sí que quedé en éxtasis"."

"Me dijo entonces, que solamente fingían cuando en el pueblo había gente de confianza o vecinos; y también que sólo lo habían hecho cuando sabían de fijo que iba a venir después la Virgen, como una media hora antes de la aparición, y que la Virgen solía castigarlas viniendo más tarde de la hora, y que siempre las reprendía."

El texto del diario de Conchita es así:

"A veces, que queríamos estas juntas las tres (ella, Jacinta y Loli), como nuestros padres no nos dejaban estar fuera de casa de noche, pues algunas veces, cuando salíamos del rosario, que ya teníamos dos llamadas, mirábamos para arriba como si ya estuviéramos viendo a la Virgen... y así estábamos juntas por la calle, y los padres con nosotras, y gente, y luego, ya llegaba la Virgen y estábamos juntas. Siempre terminábamos viendo a la Virgen: éxtasis enteros nunca fingíamos" (pág. 51).

De cuanto antecede, queda claro:

–que había "puntos oscuros" en Garabandal, no sólo subjetivamente, "para algunos", en determinada situación psicológica, sino también en la misma realidad de los hechos;

–y que esto último se dio, sobre todo, o casi exclusivamente, por culpa de las niñas, al tratar con cierta inconsciencia, en contadas ocasiones, lo que merecía un tremendo respeto. Son ellas, por tanto, muy dignas de reprensión. Pero tengamos nosotros en cuenta los atenuantes: el no sospechar la importancia de lo que hacían, y el haber llegado a una tal familiaridad con el misterio, que fácilmente pudieron caer en la equivocación de creerlo "suyo", de que casi podían jugar con él. También aquí se cumplió el dicho de que "en la confianza está el peligro" (Parece que también para algunos resultaba "punto oscuro" el que las niñas buscaran evadirse de las preguntas con que las asediaban tantísimo curiosos... Aparte de la molestia de tanto preguntar, y de la abierta indiscreción de no pocos, podía motivar la actitud de las niñas aquello que apunta Santa Teresita del Niño Jesús en su autobiografía, como resultado de haber confiado a algunas personas –no tuvo otro remedio– la intervención maravillosa de la Virgen para curarla de la extraña enfermedad que la acometió a sus diez años:

"Como lo había presentido, mi felicidad iba a desaparecer, cambiándose en amargura. El recuerdo de la gracia inefable que había recibido, fue para mí, durante cuatro años, una verdadera pena interior... En el locutorio del Carmelo me interrogaron acerca de la gracia que había recibido, preguntándome si la Virgen llevaba al Niño, si resplandecía mucho, si... Aquellas preguntas me turbaron y me hicieron sufrir. Yo no podía decir más que una cosa: "La Santísima Virgen me había parecido muy hermosa... y me había sonreído". Sólo su rostro me había impresionado. Por eso, viendo que las carmelitas no sé qué se imaginaban, caí en la angustia de pensar que también aquí había mentido... Sólo en el cielo podré decir lo que sufrí". ("Historia de un alma", final del cap. III.)

Lo que de todos modos resulta evidente, es que bien poco pueden esos raros y aislados "puntos negros" contra la CLARIDAD que desprende un abrumador despliegue de pruebas y testimonios a favor de la autenticidad sobrenatural de los hechos garabandalinos en su conjunto.

Aunque no tenga abierta relación con lo que antecede, no me resigno a dejar de poner aquí lo que Conchita escribió a continuación en su diario (pág. 51):

 "Cuando íbamos juntas, cuando se nos descalzaba el calzado, decía la Virgen a la otra: "Cálzala", y nos calzábamos unas a otras; y cuando íbamos solas, si nos descalzábamos, seguíamos toda la aparición descalzas... y a lo últimos nos decía la Virgen dónde estaba el zapato, o lo que fuera (Hay muchos testimonios de espectadores que confirman cuanto aquí dice Conchita. Los "de fuera" no podían "intervenir" en lo que ocurría dentro del "mundo aparte" de los trances.).

En nuestras apariciones le pedíamos a la Virgen que hiciera un milagro, y Ella no nos decía nada: se sonreía. Y nosotras le decíamos: "¡Hazle!", para que la gente crea, que no lo cree nadie..." Y ella se sonreía."

Detalles deliciosos, que están proclamando la verdad de que era una auténtica Madre la que hablaba con sus hijas.

261-272

A. M. D. G.