ÍNDICE

PARTE SEGUNDA

CAPÍTULO V.

 2.ª PARTE

 

 

ESPERANDO LA HORA H

 

 


 

atardecer del 17 de julio de 1962

   La jornada del 18 de julio

   el señor obispo envío un Cuestionario al P. Etelvino para que reflejase objetivamente los hechos con solidez y brevedad

    A la 1,40

     Testimonio de Elías González Cuenca, tío de Conchita

   ¿Milagro o fraude?

   Don Félix Gallego

   dOÑA María Paloma Fernández-Pacheco de Larrauri

   Preguntaba la Comisión en su cuestionario

    El P. Justo

    Y a la Comisión no le costó nada instalarse en el supuesto de que no había habido milagro...

    La Comisión se instala en la hipótesis de fraude

     Qué dice sobre el milagro de la Forma El conocido albañil del pueblo, José Díez Cantero, familiarmente llamado Pepe Díez,

    P. Laffineur

   DonBenjamín Gómez

   ¡Dios está aquí!

    Diálogo entre el doctor Caux y Alejandro Damians

   Lo que cuenta María Teresa Le Pelletier de Glatigny

    El "no" de la Comisión diocesana

   François Henri. Dijo ser empleado de correos y residente en París

    José Ramón García de la Riva dice así en sus memorial

 


 

 

atardecer del 17 de julio de 1962

 

Del ambiente de Garabandal al atardecer del 17 de julio de 1962 puede darnos idea este breve apunte de don Luis Navas Carrillo:

Durante el día habían estado llegando innumerables coches. Las casas se llenaban, resultando dificilísimo encontrar una cama para dormir. Otra vez los pajares volvieron a estar en pleno servicio para que muchos encontraran descanso.

Pero bastantes renunciaron a él, por no perderse las escenas de aquella noche, que estuvo casi toda ocupada por esperas y éxtasis. Primero fue el de Jacinta; luego, a las 5,15 de la madrugada, ya con las primeras luces del nuevo día, el de Mari Loli. Esta estuvo primeramente en el "Cuadro" y luego tomó la dirección de la iglesia, acompañada por un grupo de personas; don Luis Navas estaba entre ellas:

"Me adelanté a entrar en la iglesia, y vi a un sacerdote forastero, ya revestido de ornamentos sagradas, que disponía el altar para celebrar misa. No pudo disimular la sorpresa que le produjo la inesperada llegada de aquel cortejo, y empezó a decir: ¡Que no entre! ¡Que no entre!, como si de entrar la niña fuera a caer sobre él alguna grave responsabilidad.

"Sus temores se calmaron en seguida, pues la vidente, a pesar de estar abierta la puerta, se detuvo a la entrada, y cayó de rodillas allí, acabándose el trance. Recordé entonces cómo en otras ocasiones, desde que la autoridad eclesiástica ordenó tener cerradas las puertas de la iglesia durante los éxtasis de las niñas, éstas se detenían a la entrada del templo, y a veces se les oía murmurar: "¡Ah! ¿Que no quiere el señor obispo...?", adoptando siempre una actitud de total obediencia y acatamiento."

 

La jornada del 18 de julio

 

La jornada del 18 de julio, que empezaba de tan singular manera, continuó con unos aires que la hacían muy distinta de tantas otras jornadas. Para los forasteros, estaba sobre todo la expectación del milagro anunciado por Conchita; para los del pueblo, contaba también mucho que era la "fiesta" principal del año, el día en que volvían a encontrarse con familiares y amigos que habitualmente estaban lejos, el día en que todas las casas se llenaban de personas alegres, de trajes nuevos y de mesas abundantes... La fiesta, oficialmente, era en honor del mártir San Sebastián (el acribillado a flechazos), titular de la parroquia y patrono del pueblo; desde hacía años, se había trasladado del 20 de enero, el verdadero día del santo, a esta fecha de julio (jornada festiva en España), por causa de contar con mejor tiempo y mayores facilidades para la llegada de parientes o invitados.

Bien entrada la mañana –dice don Luis Navas–,

"asistimos a la misa mayor, cantada, en la que oficiaban tres sacerdotes (Por aquellos días aún no se había restablecido el rito de la "concelebración", y las misas más solemnes eran las de tres ministros sagrados: sacerdote celebrante, diácono y subdiácono; eran las que en los pueblos llamaban "de tres", y no podían faltar en las grandes fiestas, so pena de perder éstas bastante de su categoría...); el sermón corrió a cargo de un paisano mío burgalés, que ejerce su ministerio en San Vicente de la Barquera (Desde hacía años, Padres del Corazón de María (Claretianos) llevaban el servicio parroquial de esa villa santanderina de la costa. Con frecuencia alguno de ellos se desplazaba para predicar en los pueblos de la zona.)... Era hermoso contemplar tantas comuniones, especialmente de los forasteros que habían acudido por lo del milagro; hubo que fraccionar las Formas en varias partes."

Con las horas de mediodía el ambiente festivo alcanzó su punto culminante. Pero al paso de las horas vespertinas la impaciencia y la inquietud empezó a cundir entre los que esperaban... ¡Ni sucedía nada, ni se advertían señales de que fuera a ocurrir algo!

"A medida que el tiempo pasaba –escribe el referido señor–, crecía nuestro desasosiego..., que llegó a alcanzar tensión de verdadera angustia, cuando expiraba la tarde.

Achacábamos al baile (El baile era número imprescindible en una fiesta de pueblo; cosa de mozos, los de Garabandal no supieron renunciar a él, a pesar del anuncio de Conchita, y lo montaron, según costumbre, bastante cerca de su casa.) el motivo del retraso, quizá de la no realización del prodigio; y llenos de perplejidad, el tiempo se nos iba, haciendo multitud de conjeturas... Para mí, personalmente, no pedía nada, pues ya no tenía necesidad del milagro para creer en las apariciones; pero me dolía profundamente que, de no realizarse lo anunciado, quedaran por tierra, junto con la fe, los buenos propósitos de innumerables personas, principalmente de las que habían acudido por primera vez a Garabandal. ¡No podía olvidar lo ocurrido el 18 de octubre, y eso que entonces las niñas no habían anunciado prodigio alguno!"

Para mejor sostener su esperanza en aquella angustiosa espera, el señor Navas –dice él–

"no dejaba de recordar cómo días antes la vidente había dictado una nota para el sacerdote de Santander, señor Odriozola, invitándole a estar presente cuando le diera el ángel la comunión; anunciaba este hecho en términos categóricos, con firmeza y seguridad absoluta. Ella no había dicho hora, y el día solar no acababa hasta la 1,20 de nuestros relojes (Desde hace muchos años la hora oficial de España va con 60 minutos de adelanto sobre la hora solar, a fin de sintonizar mejor con el conjunto de Europa.); pero cada minuto que transcurría, aumentaba mi intranquilidad y me hacía pensar en lo que ocurriría de estar allí ese sacerdote a quien la niña tanto había apremiado (más tarde me dijeron que había enviado en lugar suyo a un representante)..."

Según referencias, ese enviado del reverendo Odriozola fue el abogado santanderino R. M. (Se trata, según parece, de don Regino Mateo, oriundo de la comarca de Reinosa, pero avecindado en Santander capital: era abogado de la Diputación.), quien actuó en Garabandal dentro de la más "ortodoxa" línea de la Comisión:

 "Hacía las cinco de la tarde, propuso a Conchita que desistiera ya de todo aquello.., que por parte del obispo tendría el más amplio perdón..., que si quería marcharse a Santander, él mismo la llevaría con muchísimo gusto... El marqués de Santa María, que estaba presente allí, en la casa de la niña, no pudo contenerse y entabló una discusión violenta con el abogado, que acabó yéndose de muy mal humor." (Referencia de otro testigo)

La casa de Conchita tenía que ser, naturalmente, aquella tarde del 18, el centro de la máxima expectación. Quienes entonces pudieran entrar y mantenerse allí, se habían de considerar verdaderamente privilegiados;; para tal privilegio tenían especial facilidad los sacerdotes, como es de suponer. Doña Paquina de la Roza Velarde, esposa del doctor Ortiz, recuerda que allí estaban, aparte de los más allegados familiares de la vidente, una jovencita de Aguilar (parece que la hija de don Rafael Fontaneda, hijo); un sacerdote de Madrid; el P. Justo, franciscano; el P. Bravo, jesuita de Comillas, y un P. dominico, de Asturias.

Es de este P. dominico –Etelvino González– de quien me ha llegado algo que puede ayudar a revivir aquellas horas tensas del 18 de julio.

 

el señor obispo envío un Cuestionario al P. Etelvino

 para que reflejase objetivamente

los hechos con solidez y brevedad

 

Semanas más tarde, a 10 de agosto, el nuevo obispo de Santander, don Eugenio Beitia Aldazábal, escribía a dicho P. Etelvino regándole que contestase al cuestionario que le enviaba: un largo cuestionario que había elaborado la Secretaría de la Comisión. Se le encargaba al Padre que procediera con "el más estricto secreto", mientras se le ponderaba "la importancia excepcional de que él reflejase objetivamente los hechos, con solidez y brevedad".

La carta iba dirigida a Villaviciosa, la pequeña capital de la sidra asturiana; pero el P. Etelvino contestó desde Oviedo, con un mes de retraso, por lo que pide disculpa.

De las 41 preguntas del cuestionario, sólo responde a 23, porque sobre la materia de las otras no tiene conocimiento directo; advierte:

"He procurado reflexionar, para ser lo más exacto y objetivo posible, limitándome a aquellos detalles o hechos de que fui personalmente testigo, y absteniéndome, no sólo de relatar lo simplemente oído, sino también, en la medida posible, de mixtificarlos (debería decir "mezclarlos") con mi personal opinión."

Pero antes de empezar con sus respuestas, confía al obispo algo que no deja de tener su dimensión bien personal:

"La triste impresión que me produjo el ver a Conchita rodeada en su casa de regalos, y cercada por gentes adineradas, que allí acuden al parecer con frecuencia, y que daban la sensación de haber hecho de Garabandal su feudo del espíritu. No fui el único en lamentarlo; entre sacerdotes y fieles se ha comentado muy desfavorablemente, llegándose a veces a conclusiones definitivas nada favorables (para todo aquello). Sin que caigamos en ese extremo, creemos que la circunstancia a que me refiero impide ver con claridad lo que pueda haber en el fondo de estos "hechos", que cada vez parecen más desconcertantes (Esto de que habla el P. Etelvino resulta ciertamente lamentable, y no ha sido él sólo en advertirlo y lamentarlo. me temo que algunos de los que se consideran o consideraban "garabandalistas" de primera línea han hecho muy flacos servicios a la causa... Y me temo igualmente que las mismas "niñas" y sus familiares –por lo menos algunos– no han estado siempre a suficiente altura de ejemplaridad por lo que se refiere a desinterés e independencia de miras humanas.

Pero de aquí no puede sacarse prueba decisiva contra la sobrenaturalidad de aquellos inexplicables fenómenos, sino tan sólo la conclusión de que, como tantas veces ha pasado en la Historia de la Salvación, los instrumentos con que Dios cuenta ni son siempre los mejores ni pierden en seguida su natural facilidad para fallar en muchas cosas; especialmente si quedan en no pocos aspectos abandonados a sí mismos. Las pobres gentes de Garabandal, metidas en unos fenómenos que tanto las desbordaban, ¿no tenían derecho a esperar de sus guías religiosos diocesanos algo más y bien distinto de lo que recibieron? No sé si en casos así se "cumple" sólo con desconfianzas, distanciamiento y parcial "no intervención"...)

Lo que diga, pues, este testigo ocular, que no estaba precisamente influenciado a favor, puede ilustrarnos mucho sobre lo que fue ocurriendo en torno a Conchita aquel atardecer del 18 de julio de 1962.

Primera pregunta.– ¿Estaba usted en la cocina de la casa de Conchita, antes de su salida en "rapto"?

Respuesta.– Pasé la tarde en casa de Conchita, en la cocina (a ratos) y principalmente en el piso superior (En este mismo piso estuvo también Conchita durante casi toda aquella tarde de fiesta, según testimonio preciso del P. Etelvino González a preguntas de la Comisión:

" Se mantuvo (Conchita) desde media tarde en el piso superior. En todo el tiempo creo que sólo bajó a la cocina unas dos veces... En la habitación, a cuyo balcón estuvo asomada casi toda la tarde, estaba acompañada de varias amigas, cuyos nombres ignoro. Todas jugaban (no se olvide que era la tarde de la fiesta del pueblo); pero noté en ella un aire como de estar un poco ausente. Reía, contestaba a las preguntas con serenidad, y dedicaba estampas con una facilidad de redacción, dentro de sus posibilidades, admirable.

"Durante la tarde fue muy accesible y dócil a los sacerdotes. Incluso llegó a decirme una vez: Quiero que los sacerdotes estén junto a mí, agachaducos (seguramente por respeto al Señor, a quien esperaba recibir), refiriéndose al momento que se esperaba."), en compañía de varios sacerdotes, un P. franciscano, un P. jesuita y un seminarista. En las horas inmediatamente anteriores al rapto estuve prácticamente ausente, salvo intervalos.

Segunda pregunta. ¿Cuál era la situación anímica de la pequeña?

Respuesta.– La tónica general, durante las horas en que la vi, fue de seguridad en el cumplimiento del pronóstico y de cuidado en prepararse espiritualmente para ello, rezando y haciéndonos rezar; rezamos una estación al Santísimo y dos partes del rosario (diez misterios). Al mismo tiempo, la niña se mostraba incierta sobre lo que convenía hacer con el baile, que se había organizado frente a su casa; quería que hubiera música, pero indicaba débilmente que debían dejar de bailar."

Esto del baile traía a mal traer a muchos de los que habían subido al pueblo. La misma conchita lo recoge en su diario, página 57:

"Junto a mi casa estaba la "función" (Se ve que en la zona de Garabandal, como en comarcas de otras provincias limítrofes, era de uso corriente llamar a la fiesta del pueblo "la función". Al aproximarse la fecha, la gente disponía las cosas y arreglaba las casas e invitaba a familiares o amigos "para el día de la función".), el baile; estaban las dos cosas juntas: unos rezando el rosario y otros al baile (El contraste es realmente sugestivo... ¡Qué mezcla extraña formamos los hombres! ¡Y qué mezcla tan extraña hay en cada hombre! Tarea de la vida es ir poniendo orden, sobre todo orden interior: mediante la eliminación de lo que no encaja en la marcha hacia arriba, mediante la puesta en su lugar de cuanto está para ayudarnos.).

Algunos querían quitar el baile, porque tenían miedo de que habiendo baile, no hubiera milagro; y entonces un señor de los que querían quitar el baile, Ignacio Rubio, me dijo a mí que si quería que quitara el baile, y yo le dije que, habiendo baile como no habiéndole, el milagro se produciría. Y entonces ya no discutieron más con el baile."

Quizás ese señor que dice Conchita sea el mismo de quien habla otra referencia:

"Un asistente, profesor de Granada, pidió ayuda a alguien influyente en el pueblo para que convenciese a los mozos, y el baile cesara, -este accedió; fue a los mozos y les ofreció que, si dejaban ya el baile, les pagaría música tres domingos seguidos...

–¿Quién te ha dicho esto –le replicó uno–, Conchita?

–Pues sí. (En realidad Conchita no había dicho tal cosa.)

–Vamos a ver, Conchita: ¿Te ha dicho la Virgen que no podemos bailar?

–Precisamente eso, no; podéis bailar, siempre que no ofendáis a Dios nuestro Señor (He aquí algo muy importante, y bastantes veces muy difícil... ¡Lástima que las diversiones estén demasiado frecuentemente montadas para sucio servicio de la sensualidad!)

El mozo marchó satisfecho, y el baile, naturalmente, siguió aún durante algún tiempo..."

Si la poca gente que tenía cabida en casa de Conchita andaba desconcertada con todo aquello, y se angustiaba viendo cómo se iban en vana espera las últimas horas del día 18, podemos imaginarnos cómo estarían los que sólo por imprecisas referencias podían enterarse de lo que estaba ocurriendo. Tenemos el testimonio de don Luis Navas:

"Yo me encontraba en casa de María Dolores, con su padre, el marqués de Santa María, un amigo de éste y algunas personas más, que no recuerdo; alguien vino a decirnos que uno de los sacerdotes que estaban en casa de Conchita, ya se había ido y abandonaba el pueblo, que incluso habían cerrado ya la casa... Me imaginaba a la madre de Conchita, después de no haber tenido la niña, ni la acostumbrada aparición del sábado, ni la del domingo, ni la comunión del Ángel el lunes, día 16, fiesta de la Virgen del Carmen...

Entre nosotros, alguien pensaba que si la comunión no tenía lugar, bien pudiera ser para probar nuestra fe; otros opinaban, por el contrario, que la causa podría estar en alguna falta de soberbia de la niña; y no faltaba quien dijese que él había encontrado muy raro, desde el principio, todo aquello del milagro de la Forma. Pero en general nos resistíamos a creer que la vidente lo hubiera inventado todo, tratando de forzar y apresurar los acontecimientos..."

Conchita captaba perfectamente la atmósfera que había en su derredor. Escribió en la página citada del diario:

Cuando ya llegaba la noche, el personal estaba intranquilo; pero yo, como el ángel y la Virgen me habían dicho que el milagro venía, no tenía miedo, porque ni la Virgen ni el ángel me han dicho nunca una cosa que iba a salir, y no saliera.

La tensión de la espera, hasta en los círculos más allegados a Conchita, queda bien reflejada en este detalle que nos da la señora del doctor Ortiz:

"Todos se hallaban en silencio; su hermano, subido encima del fogón, había quedado adormilado; de pronto tiene como un sobresalto y dice, dirigiéndose a Conchita: No aguanto más, me voy a la cama. ¡Nos estás engañando a todos miserablemente! Nadie contestó. Entonces el muchacho volvió a decir lo mismo y se levantó para salir.

–¡No! No te vaigas –le atajó Conchita–; espera sólo un poco."

La niña debía de sentir ya que llegaba el momento.

 "A las diez de la noche yo ya tenía una llamada, y a las doce otra, y después..." (Diario página 57.)

 

A la 1,40

 

Está fuera de toda duda que esa noche del 18 al 19 de julio de 1962, en el pueblo de San Sebastián de Garabandal sucedió "algo" que iba a suponer mucho para la historia de lo que allí estaba ocurriendo.

Tenemos un breve relato que nos da ese "algo" desde dentro, y también otros relatos que nos lo dan desde fuera.

Escribe la protagonista en su Diario, páginas 57-58:

A las 2, se me apareció el ángel en una habitación; en mi casa estaban mi mamá Aniceta, mi hermano Aniceto, y un tío, Elías, y una prima. Luciuca, y una de Aguilar, María del Carmen Fontaneda. Y el ángel estuvo un poco conmigo (Recuérdese que a las niñas en éxtasis, los más largos ratos se les hacían "minutines".

Y recuérdese también que ellas podían moverse mucho en sus trances, hacer de prisa extensos recorridos, sin perder la sensación de estarse quietas en el mismo lugar; como no salían de la luz que las envolvía en su campo de visión, quedaban sin la facultad normal de "sentir" los desplazamientos.) y me dijo igual que otros días: "Reza el "Yo, pecador" y piensa a quién vas a recibir." Y yo lo hice. Y después me dio la comunión. Y después de que me dio la comunión, me dijo que dijera el "Alma de Cristo" y que diera gracias, y que estuviese con la lengua fuera con la Sagrada Forma, hasta que él se fuera y la Virgen viniera; y yo así lo hice.

No podemos señalar con precisión el momento en que empezó el éxtasis de Conchita; acabamos de ver que ella dice " a las 2", pero sus precisiones cronométricas no son muy de fiar. Todos los testigos coinciden en que la cosa ocurrió poco después de acabar el baile, pasada la una de la noche; y concordando los datos de varios de ellos, se puede tener por cierto que el discutido trance empezó entre 1,30 y 1,40.

Poco antes de ese comienzo, Conchita, que había bajado un rato a la cocina, subió de nuevo al piso de arriba. Lo dice expresamente una persona que se encontraba allí, la señora del doctor Ortiz Pérez:

Después de un rato, Conchita subió de nuevo al piso alto, y al poco tiempo la vi bajar con las manos juntas.

 

Testimonio de Elías González Cuenca,

 tío de Conchita

 

En la habitación de aquel piso estaba desde hacia cosas de una hora un hombre no fácil para los entusiasmos religiosos: Elías González Cuenca. Aunque tío carnal de Conchita, no tenía mucha fe en su sobrina, ni mantenía relaciones cordiales con la casa. Oigamos su testimonio (Está grabado en cinta magnetofónica.):

"Eran más de las doce y media p'alante; yo estaba con otro tomando cerveza en casa de Elena, cuando oímos revuelo de gente, y entonces me fui hacia allá y entré en su casa; con toda malicia, a ver si veía algo que no me gustara. Es sobrina carnal; pero con ésta creo que han sido tres las veces que yo he entrado allí... Estuve con ella en su casa como una hora. Su madre, ella, su hermano Cetuco, una chiquilla y yo estuvimos rezando, y luego su madre se bajó a la cocina, quedando los cuatro solos (El P. Etelvino González había marchado hacía rato, pues sobre las diez y media, Conchita indicó a los presentes: "Pueden ir a cenar, si quieren", dando a entender que lo que estaban esperando no iba a tener lugar en seguida.) Hacia poco que su hermano le había dicho: ¿Ves la hora que es? Ya hoy, ¡na! ("Ná"= nada.); y Conchita le respondió: Todavía no ha pasao la hora. A los pocos minutos fue cuando cayó en éxtasis. Estábamos sentados en la cama, y ella hablando con nosotros, cuando de repente cayó allí al lado mío, contra la puerta..."

Muy de pronto la niña se levantó, salió de la habitación y empezó a bajar solemnemente la escalera.

La vi bajar –declara la señora del doctor Ortiz–

con las manos juntas ante el pecho, la cabeza echada hacia atrás, la boca un poco entreabierta, y una expresión de felicidad ¡maravillosa! Juntamente con doña Paquina de la Roza Velarde, salió de la cocina para ver a la vidente el P. Bravo, profesor de la Universidad de Comillas, especialista en materia de espiritualidad; ante aquella criatura transfigurada sólo acertó a repetir: ¡Qué maravilla! ¡Qué maravilla!

Los que estaban en la casa, intentaron seguir de cerca a Conchita que salía, pero se encontraron impedidos por la gente, que aguardaba con impaciencia y que se echó sin consideración encima, buscando, como fuera, un primer puesto de observación.

Salió a la calle y ya no pude seguirla, dice la señora de Ortiz. Yo salí detrás, entre la gente; pero me tumbaron, declara el tío Elías. Y al P. Bravo le empujaron también de tal forma, que por poco le tiran; tuvo que renunciar a ir en primer término. Miguel, el hermano de Conchita, y otros jóvenes robustos, se vieron y se desearon para protegerla en su marcha.

"Serían las dos menos veinte o menos cuarto de la noche -escribe don Luis Navas–,

cuando poco después de salir a la calle, y nada más doblar una esquina a la izquierda, donde menos se esperaba, frente a la casa de su amiga Olguita, la vidente cae de rodillas, y tiene lugar la comunión; era un lugar húmedo, poco grato, por verter allí a veces aguas sucias de las casas."

La vidente estaba abstraída de todo esto, ignorante incluso de sus actitudes y desplazamientos; para ella sólo existía lo que dice en su diario:

Se me apareció el ángel en una habitación. Y el ángel estuvo un poco conmigo, y me dijo igual que otros días: "Reza el "Yo, pecador", y piensa a quién vas a recibir." Y yo lo hice. Y después me dio la comunión. Y después de que me dio la comunión, me dijo que dijera el "Alma de Cristo" y que diera gracias, y que estuviese con la lengua fuera, con la Sagrada Forma, hasta que él se fuera y la Virgen viniera. Y yo así lo hice.

 

* * *

 

Es indudable, porque está asegurado y confirmado por no pocos testigos, que en la boca abierta de la niña y sobre su lengua echada graciosamente hacia fuera, se vio por algún tiempo una blanca Forma de comunión... Aunque era en plena noche, la escena y la protagonista estaban convenientemente iluminadas. he aquí, sobre todo esto, un testimonio que tiene especial fuerza por las circunstancias del sujeto que lo da y la "oficialidad" con que tuvo que darlo. Es el del dominico ya mencionado, P. Etelvino González:

–¿Qué hora era, había pasado ya el día 18?

–Eran exactamente las dos menos cuarto de la madrugada del 19 de julio.

–¿Había suficiente luz?

–Sí. Había luna llena, y además, muchas linternas en torno a la niña, aun antes de aparecer en su lengua el objeto del pronóstico. Yo mismo, que estaba de espaldas a ella (a distancia como de un metro), al oír gritar: ¡La forma!, me volví, enfocando con mi linterna su boca abierta, de frente.

–¿Se vio en su boca una forma de las utilizadas para comulgar?

–Sí. Con toda certeza.

–Antes que en la boca de la niña, ¿se percibió la forma en el exterior, v. gr. en manos del supuesto ángel, haciendo la señal de la cruz o en su trayectoria, de las manos del ángel a la boca de la niña?

–Como yo estaba de espaldas, intentando contener a la gente, no la vi aparecer.

–¿Cómo era la forma?

–El objeto era un cuerpo blanco, del mismo tamaño y figura que las formas utilizadas para la comunión. Tal vez más grueso; daba la impresión de ser algo esponjoso, y estaba perfectamente adherido a la lengua.

–¿Cuánto tiempo duró el fenómeno?

–Calculo que unos 45 segundos; tal vez 60.

–¿Oyó hablar a la pequeña con el supuesto ángel? ¿Qué decía?

–Ni la vi ni la oí hablar.

–¿Qué efectos produjo aquello en usted?

–Distingo tres momentos:

A) Estando de espaldas a la niña, al oír el griterío de "¡La forma! ¡Milagro!", me vuelvo sin creer que fuera cierto.

B) Al verlo con mis ojos, quedo impresionado y por completo atento en el examen de la "forma".

C) Finalmente intenté imponer silencio y un poco de reverencia (de tal modo era evidente la presencia de aquel cuerpo blanco, de características semejantes a una forma de comunión).

 

¿Milagro o fraude?

 

No podía, pues, negarse, ni siquiera discutirse, el "hecho" de que se había visto sobre la lengua de Conchita una hostia o forma como las que se usan para comulgar, tal vez, algo más gruesa (lo que se explica sin mucho esfuerzo teniendo en cuenta que al empaparse de saliva, tenía que esponjarse y crecer). Pero de aquí a admitir un auténtico milagro había un gran trecho.

Para algunos, el milagro resultó incuestionable desde el primer momento; para otros, las dudas empezaron pronto, y no han acabado de disiparse.

Si todas las obras de los hombres pueden discutirse, nunca faltan hombres dispuestos a discutir también todas las obras de Dios. Y a Dios parece no importarle mucho, pues nunca ata Él todos los cabos, de tal manera que resulte imposible una actitud de increencia o de resistencia a la fe. Nunca se nos avasallará para creer, se nos darán sólo pistas o datos, los suficientes para que el llegar a una actitud de fe resulte razonable y de buena lógica. Pero quien se empeñe en buscar sólo zonas oscuras, acabará encontrándolas, con toda seguridad. El Epulón de la parábola decía al patriarca Abraham: "Si Lázaro, resucitado, va a mis hermano, no podrán rechazar su testimonio"; el patriarca (y era el mismo Jesús quien hablaba por él) le contestó: "Si no hacen caso de Moisés y los profetas, tampoco aceptarán a un muerto que se diga resucitado."

Ya en la misma noche del "milagruco" empezaron las dudas, las sospechas, las torcidas interpretaciones...

Conchita tenía orden de permanecer con la lengua fuera, después de recibir en ella la forma, hasta que "viniera la Virgen". Yo así lo hice –escribe ella–, y cuando vino la Virgen, me dijo: "¡Todavía no creen todos!"

La prueba de esto la tuvo la niña tan pronto como regresó a casa, una vez acabado el largo trance.

Porque el trance fue largo; lo de la comunión fue sólo su comienzo.

Mientras muchos habían montado guardia en torno a la casa de la niña, esperando lo que pudiera ocurrir (y fueron los que de algún modo asistieron a lo que ya queda contado), otros se situaron en la Calleja, pensando que seguramente allí, como tantas otras veces, sería la comunión milagrosa de Conchita.

Entre estos últimos estaba nuestro conocido don Luis Navas; con anticipación corrió al "Cuadro", buscando asegurarse el mejor puesto de observación; pero allí le tocó esperar, aunque trató de hacerlo resignadamente.

"Mi resignación –dice él– se la expresé a Virginia, mientras aguardábamos allí: Si nosotros no tenemos la suerte de ver el milagro, por lo menos, ¡que se realice! No me sentía capaz de prever las consecuencias que pudieran derivarse de la no realización del milagro anunciado, ni las medidas que se adoptarían por parte de la Comisión, reacia desde el principio a admitir hasta la posibilidad de que fueran sobrenaturales las apariciones."

Cuando Conchita llegó al "Cuadro"... (según hemos visto ya, la Virgen se le presentó después de la comunión, y entonces empezó una marcha extática, cuya primera "estación" fue, al parecer, aquel lugar de la Calleja donde esperaban el abogado de Palencia y otras personas).

"Cuando Conchita llegó al "Cuadro", yo ignoraba si había recibido ya la comunión. Pero advertí que llevaba la boca entreabierta; lo vi bien, porque me encontraba en situación privilegiada, que me había asegurado previamente por si acaso tenía lugar allí, como estaba dentro de lo probable, el milagro que todos esperábamos.

"Después de estar allí algún tiempo, la vidente bajó de espaldas hacia el pueblo, y yo la seguí con dificultad por las calles, pues se me habían caído las gafas... Fue entonces cuando me enteré de que ya había recibido la comunión y cómo había sido... No me quedaba más que pedir perdón por haber dudado a última hora, y aceptar el no haber visto nada.

"Durante el éxtasis, la vidente fue dos veces ante la iglesia (Don Luis Navas deja consignado, como algo que le llamó particularmente la atención, lo de "la boca entreabierta de Conchita"; pero no da más detalles. En cambio, hay otros testimonios que hablan de algo muy revelador en relación con eso.

 

Don Félix Gallego

 

Don Félix Gallego, médico de Polanco (Santander), cuenta cómo él mismo, después del milagro y yendo la niña hacia la iglesia, vio perfectamente en derredor de su boca entreabierta una aureola de luz... Aquella misma noche, ya de regreso en su casa de Polanco, redactó un informe, que días después entregó a don Valentín, para que lo hiciera llegar, si le parecía conveniente, a su superior jerárquico.

 

dOÑA María Paloma Fernández-Pacheco de Larrauri

 

Y yo mismo he podido recoger el testimonio inequívoco de una señora de Madrid, María Paloma Fernández-Pacheco de Larrauri. Había llegado al pueblo en la madrugada del día 18, y fue viviendo aquella jornada como tantos otros que esperaban... Cuando Conchita salió al fin extática de su casa, dicha señora, que llevaba tanto tiempo aguardando fuera, no pudo seguirla por el tropel de gente que se echó encima. Resignada y silenciosa, tiró entonces por otra calles, y pausadamente anduvo divagando durante un rato, mientras percibía, sordo y lejano, el ruido de los que iban, sin duda, con la vidente. De pronto, sobre aquel ruido, ya familiar, y sacudiendo el silencio de la noche, oyó una emocionada exclamación de mujer: ¡Ay! ¡La lleva en la boca! Echó a correr hacia donde había sonado el grito y se encontró, a la entrada de la iglesia, con un espectáculo que nunca podrá olvidar. Dentro del pórtico, en medio de la gente, que se había dispuesto en amplio círculo, o más bien rectángulo, se movía extática Conchita; las linternas convergían sobre ella con sus haces de luz, pero imponiéndose a toda aquella luz había otra que envolvía la boca de la niña con un extraño resplandor. Doña Paloma logró situarse bien en la parte izquierda del pórtico y pudo comprobar perfectamente, durante unos minutos, de frente, tan extraordinario fenómeno. Era –dice ella– como si en el centro de la boca entreabierta, sobre la lengua de la niña, hubiera una hostia o "forma" de luz concentrada, que irradiaba en torno una pequeña aureola de claridad, de distinta claridad.

El fenómeno fue observado también, ciertamente, por otras personas; pero se sabe que algunas no quisieron hablar de él, por temor a que las tachasen de alucinadas o histéricas.), rezó el rosario por las calles (Y me mandó (la Virgen) –dice Conchita– rezar el rosario, y yo lo recé (Diario, pág. 58).), visitó el cementerio, y al volver de allí, nada más pasar el arroyuelo, se arrodilló y avanzó en esta posición como unos cincuenta metros; finalmente cantó la salve y fue a concluir la visión donde había comenzado casi dos horas antes, no sin antes haber ofrecido a besar los muchos objetos que se habían depositado sobre la mesa de la cocina."

Fue en ese momento cuando la niña empezó a tener las pruebas de lo que la Virgen le había dicho al presentársele después de la comunión: ¡Todavía no creen todos!

Ella estaba... como estaría cualquiera después de un extraordinario favor del cielo. Lo sabemos por testimonios de toda garantía.

 

Preguntaba la Comisión en su cuestionario

 

Preguntaba la Comisión en su cuestionario

–¿Es verdad que Conchita, ya de vuelta en su casa, se sonreía, evitando las preguntas? ¿Estaba atolondrada?

Y contesta el P. Etelvino:

–Estaba serena cuando yo lo vi... Hablaba con serenidad y gozosa.

Entre las personas que se encontraban en la cocina de su casa al final del éxtasis, estaba la señora del doctor Ortiz; le dijeron a la niña:

–¡Qué alegría tendrás, Conchita! por fin llegó el milagro.

–Sí; pero me ha dicho la Virgen que muchos, a pesar de verlo, no creerán... Y uno de ellos creo que es Plácido.

En el mismo momento llegó él. La niña, muy sonriente, le dice:

–Tú, ¿no crees?

–No mucho –replicó el hombre, tratando en vano de sonreír (Según lo que cuenta alguna persona, don Plácido no se mantuvo tan comedido con Conchita en todo momento; como entonces era muy de la casa se atrevió a decirle:

–¡Mentirosona! ¡Vaya un fraude que nos has hecho!

Sin inmutarse, con una sonrisa, le replicó la niña:

–¡Ya me lo dijo la Virgen: "A pesar de todos, algunos no creerán"!)

Plácido Ruiloba, a causa de la aglomeración, había quedado desplazado y no pudo ver con sus propios ojos lo de la forma; luego el franciscano P. Justo, que lo había visto, le llenó de dudas, al comunicarle las que él tenía...

 

El P. Justo

 

A este Padre le oyó la señora del doctor Ortiz, diciendo al P. Bravo:

–Tuve tentaciones de coger la forma con mi mano, para ver si era verdad...

–¿No le parece que hubiera sido "tentar" a Dios?

Escribió Conchita en su Diario, página 59:

Un Padre franciscano, P. Justo, según lo vio, no lo creyó, y se lo decía a la gente que no lo había visto: que era mentira, que había sido yo quien lo había hecho...

De las notas de don Luis Navas son estas líneas:

"Conchita había expresado en los días anteriores al 18 de julio su preocupación por que muchas personas no presenciaran el suceso y, en consecuencia, no creyesen en él... Este vaticinio resultó acertado, pues en general, bien porque unos no lo esperaban (les parecía demasiado el regalo de un milagro), bien porque bastantes no lo vieron, bien por otras causas, la gente se quedó un poco fría... Y yo creo que momentos antes de que se cumpliera lo anunciado, todos habíamos dudado, más o menos, de que tuviera lugar."

El supo reaccionar, hasta superar saludablemente sus dudas o perplejidades:

"Me acosté, al fin, meditando las palabras que dijera Nuestra Señora a Berta Petit en 1943: "Mira la herida de mi corazón, semejante a la del Corazón de mi Hijo, y los torrentes de Gracia prontos a brotar de ella: ¡no te dejes abatir por pena ninguna, por ningún engaño, por ningún desaliento". " Pero bastantes otros no supieron reaccionar así. Y en seguida llegó a la comisión de Santander la marea de habladurías, de sospechas, de interrogaciones, que levantaban a su paso los "no convencidos".

 

Y a la Comisión no le costó nada instalarse

 en el supuesto de que no había habido milagro...

 

Pero "algo" sí que había habido, con lo que no quedaba otra salida que la de buscar y ofrecer "explicaciones".

Pensaban seguramente los comisionados que así  –buscando pruebas en contra– cumplían con su deber; pero pensamos todos los demás que ellos empezaron por no cumplir otro deber, anterior y mucho más importante: el de estar en el lugar de los sucesos, siguiendo todo lo que ocurriera desde un primer plano de interés y observación.

Ellos invocaban frente a todos un derecho exclusivo a dictaminar, incluso a opinar, sobre los sucesos...; entonces, lo menos que podía pedírseles era que estuviesen por delante de todos en seguir, observar y estudiar esos mismos sucesos. ¡No ha sido así!

El repetido aviso con que Conchita les instó a que estuvieran presentes en Garabandal el día 18 de julio, podía ser o no ser del cielo, pero obligación grave de los citados era no perder aquella ocasión (que bien podía ser de gran importancia) para hacer más luz sobre el complejo asunto que tenían encomendado. En vez de esto, primero se desentienden, y luego se dedican a recoger datos de algunos testigos, ¡casualmente, según parece, sólo de los que ellos esperaban cualquier aportación desfavorable!

¿Qué hubiera ocurrido si tales "responsables" de la autoridad diocesana llegan a estar en su puesto el día que el cielo (posiblemente) les tenía señalado?

Dios puede hacer muy bien las cosas sin los hombres; pero la Historia de la Salvación nos ilustra sobre cómo se malogran a veces ciertos designios divinos por falta de cooperación humana. No es Dios quien tiene que estar a lo que nosotros –con autoridad o sin ella– nos dignemos acordar... ¡Cuántas veces podría decirnos Él: "Puesto que pretendéis llegar a la luz por vuestros caminos, y no por los míos, os quedaréis en vuestras tinieblas"!

El 18 de julio de 1962, en que tal vez hubiera podido esclarecerse decisivamente el misterio de Garabandal, acabó dejándolo como estaba, o quizá más a oscuras ¿Por culpa de quién?

 

* * *

 

La Comisión se instala en la hipótesis de "fraude"

 

Parece que la Comisión oficial de Santander dudó primero de la realidad del "hecho" mismo de la forma sobre la lengua de Conchita, atribuyendo a sugestión, alucinación o histeria colectiva lo que algunos decían haber visto... Después, ante pruebas demasiado contundentes, especialmente de placas fotográficas que decían haberse impresionado, se instaló en la hipótesis del "fraude": Conchita, ayudada por alguien, había montado todo aquello con una gran habilidad...

En el cuestionario presentado semanas después al P. Etelvino González, hay un

conjunto de preguntas por las que se ve que la Comisión toma en serio las muchas cosas que se dicen sobre unas circunstancias extrañas en torno al "milagro".

–"¿Es verdad que Conchita y su prima Luciuca Fernández González no cesaban de reír nerviosas y juguetear con las manos? ¿A eso de las doce de la noche la vio escribir unas letras a un tío suyo, llamado Elías González Cuenca? ¿Es verdad que en el dorso del escrito dibujó dos figuras femeninas? ¿Las identificó usted como Luciuca y Conchita? ¿Es verdad que en el dibujo Luciuca llevaba la mano a la boca de Conchita? ¿Es verdad que Conchita esquivaba el ser acompañada de los sacerdotes allí presentes? A eso de la 1,20, ¿le dijo su madre que si por fin se cambiaba de falda? A raíz de ello, ¿subió Conchita al piso superior? ¿Quiénes estaban allí? ¿Qué finalidad pudo tener esa subida? ¿Cuánto tardó en bajar? Al descender, ¿volvió a entrar en la cocina? ¿Bajaba ya en rapto? ¿Llevaba cerrada la boca? ¿Se la tapaba con el crucifijo? ¡Advirtió en su boca algo extraño? (Naturalmente, no se critica que la Comisión tratara de esclarecer los puntos oscuros; se critica el que su proceder haya sido tan poco claro, que ha dado motivos para pensar que sólo le interesaba confirmar los puntos oscuros, otorgando sólo audiencia y crédito a quienes pudieran presentar algo en "disfavor".)..."

No sabemos las respuestas de otros a tantas preguntas; el P. Etelvino respondió sólo a algunas, según ya dijimos, y se excusó de responder a las otras con todas razón:

"Lo ignoro, porque a esas horas estuve ausente de la casa. Nada oí decir entonces de la carta y del dibujo; pero sí días después, a personas que decían habérselo oído comentar a algún sacerdote."

La última pregunta de la Comisión era ésta:

–¿Cupo la posibilidad de un fraude?

Nuestro Padre dominico respondió simplemente:

–No es imposible, creo.

Pero bien podemos pensar que la Comisión, con todo aquello, más que a la simple posibilidad, apuntaba a la probabilidad de que los supuestos "movimientos" de Conchita hubieran estado encaminados a "preparar" el milagro, con la ayuda de su tío y prima... aprovechando alguna de su idas y venidas, la niña se metería disimuladamente en la boca lo que tenían preparado, y en seguida daría comienzo al "éxtasis"...

¿Qué es lo que pudieron tener preparado? Lo apunta concretamente una pregunta de la Comisión:

–La "forma", ¿podría ser un recorte de cartulina, una tortita de harina, un producto farmacéutico?

Respuesta del P. Etelvino:

–No he visto cartulina de aquel grosor. Más bien podría semejarse a una tortita de harina.

 

* * *

 

Tantas y tan laboriosas suposiciones habrían de venirse fácilmente abajo, si se demostraba que en el momento de la "comunión", al abrir la niña su boca y sacar la lengua, ésta había aparecido totalmente limpia, y luego...

Lo que dicen a este respecto varios testigos de primera fila, resulta en verdad apabullante; pero la Comisión, ni los ha llamado nunca a declarar, ni ha concedido valor a su testimonio.

 

Qué dice sobre el milagro de la "Forma"

 El conocido albañil del pueblo,

José Díez Cantero,

 familiarmente llamado Pepe Díez

 

El conocido albañil del pueblo, José Díez Cantero, familiarmente llamado Pepe Díez, gozó de situación verdaderamente privilegiada para seguir al detalle todo lo de la "comunión", pues él estaba a un lado de Conchita, tomándola del brazo y protegiéndola, mientras Miguel, el hermano, estaba al otro. Y Pepe Díez no se cansa de explicar, con una extraña vehemencia, cómo con su linterna estuvo iluminando todo el tiempo, escudriñadoramente, la boca de la niña, antes de abrirla y después de abrirla...

–"Cuando yo he visto que ella sacaba la lengua, y allí no había nada de nada, he tenido, creo, el peor momento de mi vida. ¡Ay, Dios mío! –dije para mí–. ¡Esta sí que es gorda: si aquí no se ve nada! Y al decirme esto, yo iluminaba con mi linterna todo el interior de la boca... De pronto, sin que la niña hubiera movido en absoluto su lengua, de la forma más inexplicable, apareció sobre ella, como si brotara repentinamente, una cosa blanca y redonda, que parecía crecer... No sé lo que duró aquello; tal vez dos o tres minutos."

La misma meticulosa comprobación que Pepe Díez, pudo hacer el que estaba al otro lado de la niña, Miguel, su hermano. Serafín, el mayor, no había podido acudir a Garabandal para la jornada del 18 de julio, pero regresó uno de aquellos días; Miguel salió a esperarle, y tan pronto como se encontraron los dos hermanos, saltó la pregunta:

–¿Qué pasó con el milagro de la forma?

–Te juro que fue verdad. Yo lo vi. Vi perfectamente cómo sacó la lengua limpia, sin nada; y sin meterla para adentro, le brotó de pronto una hostia blanca.

–¿Estás bien seguro?

–Completamente. Te juro que fue así.

–Bien, me basta con que tú lo digas.

 

P. Laffineur

 

En fecha bastante posterior, durante una de las estancias del P. Laffineur (Ya es conocido de los lectores este sacerdote belga, domiciliado en Francia y fallecido el 28 de noviembre de 1970) en Garabandal, éste y Serafín hablaban del milagro de la forma, y de sus testigos más inmediatos...

P. Laffineur. –Para mí, el verdadero testigo es Pepe Díez.

Serafín. No lo discuto; pero para mí, el verdadero testigo es Miguel, mi hermano. Quizá para usted no lo sea tanto, por ser el hermano de Conchita... Pero mire: allá en los prados, a adonde tenemos que subir a trabajar, Miguel y yo hemos hablado muchas veces de ese milagro; siempre me ha dicho que lo vio perfectamente, que el milagro fue verdad. El sujetaba a Conchita por un brazo y Pepe Díez por el otro, cuando ella cayó de rodillas para la comunión.

"Todo el honor de la familia está comprometido a propósito de la verdad de ese suceso. Miguel lo sabe, y dado su carácter, si lo mantiene con tanta firmeza, en contra de la opinión de tanta gente, es porque está bien seguro de que allí no hubo ningún engaño (Declaración del P. Laffineur en una conferencia-coloquio habida en Zaragoza el 8 de diciembre de 1968.)"

A pesar de todo, ni Miguel ni Pepe Díez han contado nada para la Comisión episcopal... Como nada han contado tampoco otros dos testigos de excepción: un labriego del país, Benjamín Gómez, y un industrial de ciudad lejana, Alejandro Damians.

 

Benjamín Gómez

 

El primero de estos hombres, Benjamín Gómez, no era fácil para los entusiasmos religiosos, pues según confiesa él (Benjamín Gómez ha referido más de una vez, pero casi con las mismas palabras, su extraordinaria experiencia de Garabandal. Aquí seguimos el relato que tiene recogido en cinta magnetofónica un señor de Santander.),

 "yo, antes de esto de Garabandal no era el que ahora soy. No vamos a decir que no creyera en Dios, pues alguna vez pensaba en esas cosas; pero las daba de lado, como si no tuvieran importancia. ¿Fueron los años? ¿Fue mi poca cabeza? El caso es que ahora me siento otro... Y este cambio empezó aquí (El suceso de la noche del 18 de julio marcó decisivamente a Benjamín. Cómo era antes su vida religiosa puede colegirse por lo que él mismo ha dicho: "Llevaba 23 años sin confesarme... De Dios no me preocupaba, como no fuese parta "mentarlo" (blasfemar)...). Porque a mi juicio, aquí han pasado cosas que son divinas, que no son de la tierra".

El hombre era natural de la comarca de Liébana; pero llevaba años avecindado en Pesués, aguas abajo del Nansa. Pronto, pues, le llegaron noticias de las cosas raras que pasaban en San Sebastián de Garabandal... Y al fin, n día se decidió a subir. Al principio no llamó con eso la atención: ¡eran tantos los que subían!; pero no tardó en ser comentada por el pueblo su asiduidad, y le gastaban bromas, y a veces le molestaban; hasta el cura, que estaba muy cordialmente contra "los cuentines de Garabandal", se metió repetidamente con él.

Lo de Garabandal le atraía, sí, mas no por eso cambió de golpe su frialdad en la práctica religiosa:

–"A pesar de lo que iba viendo, yo me echaba para atrás todavía, y no me importaba perder la misa cualquier domingo... Hasta que llegó lo del 18 de julio.

Lo recuerdo bien. A partir de las doce de la noche, mucha gente empezó a marcharse; yo me alegré de que se fueran, porque "cuanto menos bulto, más claridad". Era más adelante de la una, y yo estaba esperando cerca de la casa de Conchita, cuando la muchacha salió; un poco después cayó de rodillas en éxtasis, y yo no pude quedar más cerca de ella, para verlo todo a mi gusto. La muchacha abre la boca, pero sin prisa (allí no había prisa para nada); abre la boca, digo, y yo me pongo a mirarla con toda detención; cometí así la imprudencia de no dejar ver a otros, lo reconozco, pero yo quería enterarme bien... Yo miré en la boca abierta una y otra vez, ¡unas cuantas!, y arriba en el cielo de la boca, ni abajo sobre la lengua, ni por parte alguna se veía nada, ¡allí no había nada de nada!. La lengua estuvo así sin nada; y la forma apareció luego de repente y estuvo a vista de todos un buen tiempo, el suficiente para que la pudiéramos ver cuantos estábamos allí. Yo la miré bien... El color no tiene comparación o parecido con nada; lo más, con la nieve cuando sale el sol, que da un resplandor a la vista que deslumbra, pero no era precisamente así; era un blanco que yo no he visto nunca nada más blanco... Yo estaba sereno, sin dejar de mirar. Al fin, ella cerró la boca y marchó de allí y siguió en éxtasis.

Juro ante Dios y ante todos los santos, que lo que digo es verdad."

 

Alejandro Damians

relata lo que a él le sucedió

 

La experiencia de don Alejandro Damians (Barcelona), la  tenemos contada por él mismo en un escrito. Narra primeramente la extraña peripecia del arreglo de su viaje, que sólo fue decidido a última hora del lunes día 16; en tal peripecia hubo "un detalle" que estaba destinado –dice el señor Damians– a ser de la mayor importancia. Antes de marchar de Barcelona, mi primo me prestó una máquina de filmar de un amigo suyo, dándome sumarias explicaciones de cómo debía usarla, ya que mi desconocimiento en dicha materia era  total y absoluto.

"Casi todo el día 18 lo pasé por la casa de Conchita, con mi esposa, mi amigo, varios sacerdotes y algunas personas más.

"Dos circunstancias se daban cita para engendrar dudas sobre si se produciría o no el prodigio esperado: el ambiente de fiesta que reinaba en el pueblo y la presencia de los sacerdotes (ya es sabido que normalmente el ángel no acudía a dar la comunión, si había en el pueblo sacerdotes que lo pudiesen hacer).

"Así, entre dudas, ilusiones, tedio y esperanza, fue transcurriendo aquel largo día. El desaliento y la incredulidad se hicieron generales, cuando vimos que, por el reloj, el día 18 terminaba sin que nada hubiera ocurrido. Pero hacia la una de la noche, después que algunos emprendieran la marcha del pueblo, se extendió como un reguero de pólvora la noticia de que, según la hora solar, el día allí no terminaba hasta la 1,25 de la madrugada (Me parece que se ha puesto desmedida atención en ver si el momento del "milagro" caía o no dentro del día 18, cronométricamente delimitado. Los que están a favor del milagro hacen sutileza distinguiendo entre hora oficial y hora real según el meridiano del pueblo. Los que están en contra, como la Comisión, buscan en esto de la hora una prueba más de falsedad. En el cuestionario presentado al P. Etelvino González hay esta doble pregunta: "¿Qué hora era? ¿Había pasado ya el día 18?" Lo que yo me pregunto es si no se le ocurrió a la Comisión que esta "dificultad" de la hora, más que en contra, puede venir hablando a favor de la autenticidad del milagro. De haber sido todo cosa montada por la niña y sus cómplices, se hubieran cuidado mucho de atenerse a los términos del anuncio, para que nadie tuviese nada que decir, y la escena habría ocurrido sin duda, y bien holgadamente, dentro del día señalado. Lo sucedido muestra que allí ni la voluntad de la niña ni la impaciencia de quienes la rodeaban tenían nada que hacer..

En ese episodio de Garabandal, al modo de lo que tantas veces ocurre en la Biblia, las cosas o los dichos hay que entenderlos según la estimación común o vulgar. Y en la apreciación de la gente que no vive demasiado pendiente del reloj, los días vienen separados simplemente por el descanso nocturno; la jornada empieza con el levantarse de la mañana y concluye con el acostarse de la noche.).

"Poco después nos mandaron a los que estábamos en casa de Conchita, desalojarla, y yo me quedé en el portal en compañía de un amigo de la familia, para evitar la entrada de cualquier persona. Desde mi puesto de vigilancia, dominaba visualmente la cocina y la escalera que conduce al piso superior, donde se encontraba Conchita.

"Allí se produjo el éxtasis; pero no nos entramos hasta verla bajar las escaleras con esa clásica actitud en que sus facciones se dulcifican y embellecen de forma extraordinaria.

"Al cruzar ella el portal, la multitud que aguardaba se abrió el espacio justo para permitirle pasar, e inmediatamente se arremolinó en torno como un río desbordado. Vi caer gente al suelo y ser pisada por los demás. Que yo sepa, nadie resultó lesionado. Pero el aspecto de aquella fantástica turba, a la carrera, empujándose unos a otros, no podía ser más aterrador (También en esto del barullo ha querido encontrar la Comisión pruebas en contra, como demuestra otra pregunta de su cuestionario:

–¿El marco ambiente de apretones, corridas, achuchones, etc. era indicado para un evento eucarístico?

Sin mucha perspicacia responde el P. Etelvino: "No. Es más: me parece, por varios capítulos, inconveniente."

Yo me atrevería a recordarles –a él y a los comisionados– lo que tantas veces ocurrió en torno a Jesús, por ejemplo, cuando el episodio de la hemorroisa (Lc 8, 43-45)

Ciertamente, la reverencia y consiguiente compostura son exigidas para un buen trato con Dios; pero no es fácil mantenerlas cuando otros sentimientos muy vivos tiran de las personas en determinadas circunstancias. Afortunadamente, Dios siempre es más comprensivo que los hombres.)

"Yo también intenté seguir a Conchita; pero cinco o seis metro de cabezas se interponían entre los dos. De cuando en cuando la distinguía a la luz de las linternas, pero sin buena visibilidad. Dobló, nada más salir, a la izquierda, luego volvió a girar a la izquierda, y justo en el centro de aquella calleja, que es relativamente ancha, cayó de repente de rodillas. Fue tan inesperada su caída, que el alud de gente, por la fuerza de la inercia, la rebasó varios metros por los costados. ¡Así, inesperadamente, yo me vi de pronto a su derecha y a menos de medio metro de su rostro! Aguanté con firmeza el empuje de quienes venían detrás, y logré no ser desplazado del privilegiado lugar en que había caído.

"Se fue haciendo una relativa calma. Debo advertir que poco antes de la media noche, las nubes que antes cubrían el cielo se fueron disipando, y multitud de estrellas empezaron a brillar alrededor de la luna. A su luz y a la de infinidad de linternas que alumbraban la Calleja, podía verse claramente a Conchita con la boca abierta y la lengua fuera, en la clásica actitud de comulgar. ¡Estaba más bonita que nunca! Su expresión, sus gestos, lejos de provocar risas o tener algo de ridiculez, eran de un misticismo impresionante y conmovedor.

"De pronto, sin que yo pueda decir cómo, sin que Conchita hubiese variado en lo más mínimo su actitud o expresión, apareció en su lengua la Sagrada Forma.

"¡Es imposible describir la impresión que sentí en aquel momento! Y que aún siento hoy el recordarlo. Es algo que encoge el corazón en el pecho, llenándolo de ternura, y humedece los ojos con una necesidad casi incontenible de llorar (Recientemente he podido recoger también la "impresión" de otro cualificado testigo: Pepe Díez.

Me asegura que eso que él ha referido siempre sobre el milagro de la forma no es más que la verdad, lo que personalmente vio y observó desde muy cerca... Pero dice también que siempre, después de referirlo, le parece como si no respondiese de veras a la realidad, porque todo cuanto él es capaz de decir no llega, ni con mucho, a lo que aquello fue; no es más que un pálido reflejo.

No encuentra palabras para ponderar lo que entonces vivió...

Aquella noche, mientras iba ocurriendo la cosa, él no estaba nervioso ni emocionado, sino muy dueño de sí mismo y entregado sólo a observar con la máxima atención. Fue después, cuando todo acabó, cuando él sintió una tremenda emoción, el estremecimiento de haber vivido algo, que difícilmente puede repetirse en la vida.)

"Mas tarde me dijeron que Conchita había estado unos dos minutos inmóvil, con la Sagrada Forma sobre la lengua, hasta trabarla normalmente y besar luego el crucifijo que llevaba en su mano.

"Yo no me enteré del tiempo transcurrido. Recuerdo sólo como en un sueño, las voces que reclamaban a gritos que me agachase y también el haber sentido un fuerte golpe sobre mi cabeza.

"Me acordé entonces de que llevaba colgada de mi muñeca la máquina de filmar, y sin hacer caso de las protestas, me mantuve erguido, enfoqué la máquina, apreté el disparador y filmé los últimos instantes de la comunión de Conchita. Jamás había filmado, apenas recordaba las instrucciones de mi primo: era para dudar de que hubiese salido algo. Y estaba, además –me di cuenta más tarde– el hecho de una visibilidad totalmente inadecuada, pues tuve que operar a la luz de las linternas.

"Cuando llevé el rollo a revelar, me encontré casi con un nuevo "milagro": en la cinta aparecieron 79 fotogramas filmando la escena. Los empujones del público que me rodeaba hicieron que muchos de esos fotogramas no lograron centrar bien la imagen; pero varios habían captado la imagen con toda exactitud (Algunos de estos fotogramas son ya bien conocidos, por aparecer en diversas publicaciones sobre Garabandal.)

"No sé qué opinarán muchos de todo esto, ni la decisión que la Iglesia adoptará. Lo único que puedo asegurar yo, y lo hago sin ningún género de dudas,

es que el 18 de julio de 1962, en San Sebastián de Garabandal, ocurrieron dos milagros:

el primero, la comunión de Conchita, que revistió caracteres sobrenaturales de enormes proporciones;

el segundo, más pequeño, la prueba de la infinita condescendencia de la Virgen hacia mí, porque sólo a esa condescendencia debo el haber presenciado tan de cerca el prodigio y que el mismo quedara claramente impresionado en mi película."

 

¡Dios está aquí!

 

Vemos, pues, cómo a favor de la autenticidad del milagro del 18 de julio hay terminantes declaraciones de los más inmediatos testigos; pero tales declaraciones no quedan en un categórico afirmar la realidad del hecho, sino que nos dan también unas vivencias interiores que resultan del mayor valor para juzgar de su origen.

Ahí está lo que ha dicho y sigue diciendo Pepe Díez.

Ahí está lo que confiesa sin ningún respeto humano Benjamín Gómez:

Yo... ¡es allí donde la verdad he creído en Dios!

Ahí está lo que relata don Alejandro Damians:

Cuando Conchita se levantó después de haber comulgado y siguió su camino, yo no la seguí. Yo ya tenía bastante. Me aparté a un rincón, y allí me quedé enteramente solo, recostado en la pared, apretando con las pocas fuerzas que me quedaban la máquina de filmar. No sé el tiempo que estuve allí. Cuando la tranquila laxitud fue sucediendo en mis miembros a la rigidez provocada antes por el nerviosismo, me puse a recorrer el pueblo, sin rumbo fijo, a paso lento.

Estas palabras dicen mucho, pero no son las únicas que tenemos para asomarnos un poco a la extraordinaria vivencia interior que tuvo el señor Damians aquella noche inolvidable.

 

Diálogo entre el doctor Caux y Alejandro Damians

 

Aquella noche, en el mismo lugar que él, tan cerca de Conchita como él, más preparado y más dispuesto que él a filmar toda la escena, estaba un señor que había venido para eso desde París. Era el doctor Caux, de gran prestigio profesional, "estheticien" de Birgitte Bardot y otras mujeres famosas (Tengo la dirección completa de este señor, y hasta su teléfono.). Lo que él "sintió" en Garabandal aquella noche, en contraste con lo sentido por el señor Damians, lo vamos a ver a través de un diálogo que ambos mantuvieron un año más tarde, el 15 de agosto de 1963.

Dr. Caux.–Así que es usted quien hizo el film de la comunión de Conchita... ¡Qué ganas tenía de encontrarle, para charlar de lo de aquel día! ¿Le importa que le haga unas preguntas?

Sr. Damians.–Encantado yo también de este encuentro. Puede preguntar lo que quiera.

Dr. Caux.–He leído atentamente su informe; pero quiero más detalles.

Sr. Damians.–Tenga usted en cuenta que, si bien el informe es completo, hay algo que no me fue posible poner: lo que sentí por dentro; eso no lo puedo yo escribir.

Dr. Caux.–Dígame: ¿estuvo usted mirando todo el tiempo?

Sr. Damians.–Yo, en cuanto me vi junto a la niña, ya no miré más que a ella, y puedo jurar que no separé la vista ni un momento de su lengua; claro que pude haber pestañeado, pero esto ya sabe usted es cosa de una fracción mínima de segundo. Y yo vi cómo, con rapidez mayor de lo que alcanza la vista humana, se hizo la hostia en aquella lengua. Sin fracción de tiempo, diría para explicarlo mejor.

Dr. Caux.–¿Por qué no filmó desde un principio?

Sr. Damians.–¡Me quedé mudo, absorto! Cuando quise darme cuenta (no sé si en realidad me la di, pues no logro recordar cómo filmé), saqué la máquina y de prisa pude recoger los últimos segundos del milagro.

Dr. Caux.–¿Se le ocurrió tocar la forma?

Sr. Damians.–No.

Dr. Caux.–La lengua de la niña, ¿estaba en postura normal?

Sr. Damians.–Yo diría que estaba más fuera de lo que corrientemente se saca para comulgar.

Dr. Caux.–Permítame ahora una pregunta que deseo hacerle desde hace mucho tiempo: ¿Sintió usted en aquel momento una alegría tan enorme, tan fuera de este mundo, que no podrá usted compartirla con nadie, que no la cambiaría por nada, ni por mil millones de pesetas, por ejemplo?

Sr. Damians.–He aquí una pregunta que me he hecho yo más de una vez, y casi con las mismas palabras. La felicidad que yo sentí en aquellos momentos, no la cambiaría, ciertamente, ni por mil millones de pesetas, ni por nada del mundo. Era una alegría tan intensa, tan honda, que ni la puedo explicar, ni podría compartirla con nadie. ¡algo fura de serie! Algo por lo que daría mi vida, y que no me dejó luego ni seguir el éxtasis de la niña, ni ir con mi mujer, ni con nadie; sólo pude refugiarme en un rincón y llorar en silencio.

Dr. Caux.–¡Me encanta oírle esto! De veras, pues es lo que yo pensaba. Aún me quedan dos cosas que me gustaría muchísimo saber: por qué era tan grande su alegría, y si usted entonces se encontraba en estado de gracia. Perdone mi atrevimiento, si no quiere, no me conteste.

Sr. Damians.–Le contesto muy gustoso. Yo estaba en gracia de Dios; y mi enorme emoción me la produjo, no el milagro en sí, no el ver a la niña con una cosa blanca en la lengua (unos dicen que la hostia tenía una cruz en el centro, otro que la cruz era doble; yo de eso no vi nada)... Le voy a decir algo grande: lo que yo vi, o de lo que tuve tremenda impresión, fue de encontrarme con Dios Vivo y Verdadero. Por eso, aquello no lo cambiaría por nada en el mundo. Por eso, si Dios quiere que vea el milagro que se anuncia, me encantaría; pero si no es así, ¿qué quiere que le diga?, veo difícil que ya nada en el mundo pueda producirme una impresión como ésa que tuve de "verle a Él" en aquel solemne y grandioso momento de mi vida.

Dr. Caux.–No sabe usted cuán feliz me hace, por un lado, y cuán desgraciado, por otro. ¡Yo sentí lo mismo que usted, pero al revés!

Fíjese bien: yo llevaba todo preparado para filmar la cosa, lo tenía todo a punto como nunca... y todo se me puso mal y no pude filmar nada. Sólo en el último instante, en la última fracción de segundo, alcancé a ver la hostia, que ya desparecía, tragada por la niña. En ese momento, ¡tuve la impresión de un dolor espantoso, horrible, que me ahogaba! El dolor de un Dios que llegué a entrever, y que se me iba...

En ese momento, sólo pensé (¡no lo había pensado antes!) que yo estaba en pecado mortal. Lloré, como usted, ¡pero de dolor! Comprendí lo que era el pecado y el infierno... Fue inútil que mi mujer tratara de consolarme; ni yo le podía explicar nada, ni ella me hubiera comprendido. Aquello era algo demasiado grande, en dolor, para compartirlo o para recibir consuelo (Para entender algo, tanto de la alegría del señor Damians como del dolor del doctor Caux, téngase en cuenta lo que dice la teología católica:

–Que el Cielo se constituye sobre todo por el goce de la visión perfecta de Dios,
–Y que el Infierno está sobre todo en la horrible vivencia de tener a Dios perdido... para siempre.)

Por eso, creo que sólo si Dios me permite ver el Milagro (ahora que procuro estar siempre en su gracia), se me quitará del todo ese dolor tan hondo que creí me iba a matar y que aún sigue punzando mi corazón... Aquella noche en Garabandal tuve incluso la impresión de que el pueblo me esquivaba. ¡Cómo si vieran mi pecado!

Sr. Damians.–Lo comprendo todo, amigo mío. Y tengo que decirle que aquel día, no es que fuese únicamente impresión suya que el pueblo le quería mal: es que era verdad. El pueblo creyó que usted venía con una mujer que no era su esposa; incluso a mí me rogaron que viese la manera de echarle de allí... Ahora comprendo por qué Dios no dejó que le echasen. Se quedó usted y tuvo más dolor del que hubiera podido tener con una violenta expulsión.

Dr. Caux.–Tiene usted razón. Pero prefiero de verdad que las cosas ocurrieran así, pues ahora sé lo que es Dios y lo que Él quiere de mí, lo que es el infierno de no ver a Dios y cómo ese dolor (daría más que toda mi fortuna para evitarlo) se me alivió en la confesión (y ahora también con la esperanza de ver el Milagro algún día)... Digan lo que digan, y aunque muchos se rían, yo no puedo abandonar el servicio de esta causa de Garabandal, a la que debo algo tan hondo como desconocido y terriblemente grandioso, que espero se me quite, o que se me colme, el día del Milagro. La vista del infierno me mueve a tratar de mover yo mismo al mundo, anunciando lo que ha ocurrido, lo que va a ocurrir, para que se puedan salvar... Mi familia fue la primera en creerme loco, aunque ahora ya no piensan lo mismo. Pero le aseguro que nada me importa lo que se crea nadie; sólo me importa Dios.

 

Lo que cuenta María Teresa Le Pelletier de Glatigny

 

Este diálogo del señor barcelonés con el doctor parisino resulta de extraordinario valor por sus dimensiones e implicaciones teológicas... Con pena las omitimos aquí, por no alargar excesivamente este capítulo. Sí quiero añadir lo que me decía en una carta de abril de 1970 la baronesa María Teresa Le Pelletier de Glatigny:

"Una tarde, en París, el doctor Caux nos hacía confidencias sobre lo que él había sentido la noche aquella de Garabandal...; me dijo, entre otras cosas, cómo en el momento preciso del milagro él había "vivido", con una experiencia que no puede traducir la palabra humana, lo que es perder a Dios, la verdadera pena del infierno..., al mismo tiempo que le llenaba todo el horror de estar en pecado mortal... "Pida usted por mí, señora –me dijo al fin–, para que jamás recaiga en el pecado, ahora que ya tengo la experiencia de su terrible dimensión". "

Creo que esta página de Garabandal es de valor superlativo desde cualquier perspectiva que se la mira... Sin embargo, por un conjunto de circunstancias que no acierta uno a explicarse, la más espesa niebla de dudas y sospechas se ha mantenido pertinazmente sobre el hecho que fue su causa u ocasión.

 

El "no" de la Comisión diocesana

 

El señor Damians escribía al final de su relato:

 "No sé qué opinarán muchos de todo esto, ni la decisión que la Iglesia adoptará..."

La Iglesia no ha adoptado todavía ninguna decisión. Pero los que decían actuar en nombre y con poderes de la Iglesia, sí adoptaron, en seguida, una postura:

no admitir la realidad del milagro. Entonces, sólo quedaba explicar lo sucedido como fruto de un bien montado fraude.

La principal falsaria no podía ser otra persona que Conchita. Pero ella no hubiera podido actuar sola... En seguida aparecieron los cómplices: el tío Elías y la prima Luciuca. Empezaron a señalarlos algunos de los que andaban por Garabandal aquella noche; y la Comisión, con su acostumbrada facilidad para las posturas negativas, se situó sin tardar en aquel punto de vista.

De nada sirvieron las rectificaciones de algunos de los que en principio más contribuyeron a desorientar.

El P. Justo, por ejemplo, escribió a Conchita desde su residencia, dos o tres días después:

"Vi perfectamente la forma en tu lengua; pero me quedé intranquilo por no haberla visto desde un principio. Al salir de tu casa e ir detrás de ti, con la intención de no perderme detalle, tuve la fatalidad de caerme y ser atropellado por gran número de personas... Cuando me rehice del susto y quise darte alcance, ya estaba la forma en tu boca.

Me tentó el diablo y llegué a pensar mal... Después, durante unas cuantas noches que he pasado sin poder dormir, he ido pensando más serenamente, y ahora ya estoy otra vez en la seguridad de que es el cielo quien os da su protección..."

De nada sirvieron los testimonios a favor que pudieron recogerse de bastantes personas que "lo habían visto todo".

El doctor Ortiz tiene apuntados los nombres y direcciones de unos veintiséis testigos y, según parece, don Valentín tomó declaración a algunos más.

"Todos coincidían –escribe en sus notas el doctor Ortiz– en que la forma era de una blancura excepcional..., y algunos añadían que parecía algo más gruesa de lo normal. Los que vieron el hecho desde el principio, se expresaban así: "Fue como si, de repente, brotara la forma en su lengua"

De nada sirvió que se demostrase lo infundado de las sospechas sobre el tío Elías:

Los de Garabandal nunca tomaron en serio la cosa, porque sabían cómo era aquel hombre: el menos indicado para una cosa así. Sin embargo, Plácido Ruiloba, para disipar mejor toda duda, le sometió poco después a una especie de interrogatorio, que está recogido en cinta magnetofónica (la cosa tuvo lugar en Santander, en casa de una señora oriunda de Garabandal)... Quien escuche o lea ese diálogo entre el señor de la capital y el rudo hombre de pueblo, verá toda la inconsistencia de las acusaciones o sospechas que cayeron sobre este último. No es de extrañar que el hombre, harto ya, replique a cierta indicación del señor Ruiloba: "Lo primero que había que hacerles (a los padres o curas que habían hablado así de él) era quitarles la sotana." ¿Quién le hubiera dicho entonces al tío Elías que muy pocos años más tarde su fuerte expresión ya no  tendría sentido?

Pese a todo y a muchos, fiándose plenamente de algunos (ya que ella no cumplió con su deber de observarlo en forma directa), la Comisión ha seguido opinando

 que de milagro, el 18 de julio de 1962, no hubo nada.

Algún tiempo después de esa fecha, uno de los que habían estado en Garabandal se encontró casualmente en Santander con don Francisco Odriozola; le habló de lo mucho que le había extrañado que él no hubiese acudido a presenciar algo tan importante...

El interpelado, "factotum" de la Comisión, le replicó que había hecho bien en no ir, puesto que sólo se trataba de un fraude: la vidente había aprovechado el pretexto de cambiarse de falda o de vestido para meterse unas hostias en la boca y luego había hecho la comedia del milagro...

–Pero, ¿cómo puede usted afirmar así tal cosa, si no estuvo presente? –exclamó asombrado su interlocutor.

Por toda respuesta, el señor Odriozola dio media vuelta y se largó (Anécdota recogida por A. Corteville en "L'Imparcial", núm. 30, septiembre-octubre 1970.)

Pasó el tiempo; pero él no cambió de opinión.

 

François Henri.

 Dijo ser empleado de correos y residente en París

 

En los primeros días de mayo de 1963 subió a Garabandal el señor François Henri. Dijo ser empleado de correos y residente en París; creía en espiritismo y fuerzas ocultas... Ya había subido alguna otra vez en compañía del doctor Caux. Le dijo a Conchita que en Santander había estado hablando con los de la Comisión y que don Francisco Odriozola le había manifestado:

"El milagro de la forma fue puro fraude. Conchita salió de su casa llevando ya sobre la lengua un pedazo de pan que había preparado."

La niña, muy dolida, escribió entonces una carta para el reverendo y se la confió al mismo señor francés (Maximina González, en carta del 19 de mayo de 1963 a la familia Pifarré, escribe:

"Ahora tuve en casa seis días a un francés; es un señor muy bueno, ha ya venido varias veces, está muy interesado en esto de las apariciones. Al venir para aquí estuvo hablando con uno de la Comisión de Santander, me parece que el que hace de secretario...; y a este señor, que se llama don Francisco Odriozola, le mandó conchita la siguiente carta...;

La copia que da Maximina coincide exactamente con el texto que damos en este libro.) para que la entregara personalmente.

"El francés me ha dicho que usted piensa que yo puse sobre mi lengua una forma y que luego he caído de rodillas y he sacado la lengua para mostrar la forma y que antes estuve yo sola en mi habitación... Yo fui a cambiarme de falda y estaban allí presentes, en todo lo que yo estuve arriba, mi mamá, mis dos hermanos, una prima, un tío y una de Fontaneda; y estaría arriba un cuarto de hora, y se me apareció el ángel, y después salí a la calle con mucha gente y sacerdotes. ¡Y no es cierto que yo puse sobre mi lengua una forma! ¡Qué responsabilidad para mí delante de Dios! ¿No le parece que yo ya tengo algo de conocimiento para pensar en eso? Y, además, podía pensar que la gente me lo notaría, y yo no sería tan inteligente para hacer (con éxito) una cosa así.

Así que el ángel San Miguel es el que me puso sobre mi lengua una forma visible para la gente; y yo ese día no he fingido el éxtasis tampoco..."(Con este "tampoco" Conchita alude seguramente al hecho, ya sabido y por ella confesado, de que alguna vez tuvieron las niñas la ligereza de fingir una situación de éxtasis. Véase el capítulo de la primera parte, "El primer invierno de Garabandal".).

 

* * *

 

Evidentemente, el 18 de julio de 1962, en Garabandal, al modo de tantos hechos o realidades de la Historia de la Salud, quedó pronto convertido en "signo de contradicción" (Lc 2, 34). Para unos supuso algo decisivo a favor, Para otros...

 

José Ramón García de la Riva

dice así en sus memorial

 

Don José Ramón García de la Riva condensa así en sus memorias la impresión que le quedó de la jornada:

 "Ninguno de la Comisión se personó en el lugar del suceso, sino sólo un "delegado", que no vio nada. No pudo, por la aglomeración de las gentes. Y esto no tiene nada de particular, porque, en definitiva, sólo Dios puede poner condiciones, y las que puso no fueron cumplidas por los verdaderamente llamados. Los que debían estar presentes, no estuvieron.

A partir de este hecho, se fue sembrando la especie de que todo había sido un fraude."

Uno no puede evitar aquí que le suene como un lejano eco de cierta historia que pasó hace ya demasiado tiempo:

"Algunos de la guardia fueron a la ciudad a contar a los sumos sacerdotes todo lo que había ocurrido (cuando la Resurrección de Jesús)... Estos celebraron consejo... y advirtieron a los soldados: "Tenéis que decir que, mientras dormíais, vinieron sus discípulos y le robaron"... Y esto es lo que ha corrido entre los judíos hasta el día de hoy" (Mt 28, 11-15).

El 18 de julio de 1962 nos ha quedado, pues, como la jornada que parecía puesta para ser decisiva y que, al fin, en bastantes aspectos, lamentablemente, se malogró

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A. M. D. G.