ÍNDICE

PARTE SEGUNDA

CAPÍTULO VII

 

 

LOS "IRRASTREABLES CAMINOS..."

 

 


 

La uniforme marcha del misterio  don José Luis González Quevedo

   La Eucaristía, en primer plano

   Relación que los tres Hermanos de San Juan de Dios hacen de lo sucedido

 


 

Ya hacía más de un año que en las difíciles alturas de Garabandal estaban pasando cosas raras, frecuentemente muy raras... "Raras" en el doble sentido de poco corrientes y de nada fáciles de entender.

Esto último era lo que sobre todo desconcertaba a los "sabios y sagaces" (Lc. 10, 21).

No se veía el porqué de todo aquello.

No se veía a qué venía todo aquello. Si Dios quería comunicar algo, bien podía hacerlo en forma más directa y sencilla, sin tal derroche de cosas extrañas.

Y podía hacerlo pronto.

La espera o expectación ya duraba demasiado; y había motivos para no tener como "de Dios" –claridad y luz plena– un conjunto de fenómenos que ni en su planteamiento ni en su finalidad acababan de resultar claros al cabo de tanto tiempo.

Las cosas de Dios –pensaban los entendidos– por fuerza tienen que ser más inteligibles.

Estaban en el terreno de la razón. Sin embargo, para ellos y para todos había desde hacía mucho siglos en el centro del Antiguo Testamento una proclama que tenía todos los visos de ser principal entre las "declaraciones" de Dios:

"Mi pensamiento no son vuestros pensamientos,
ni mis caminos, vuestros camino:
cuanto aventajan los cielos a la tierra,
así están por encima de vuestros pensamientos mis pensamientos
y de vuestros caminos, mis caminos" (Is 55, 8-9).

Y con las venida del Verbo al mundo no cambió sustancialmente la situación. En el meollo del Nuevo Testamento brilla como texto de relieve esta emocionada exclamación del mayor pregonero del Evangelio:

"¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios!
¡Cuán insondables son sus designios e irrastreables sus caminos!" (Rm 11, 33).

Ahora se repite mucho:

 Lo que importa es la Biblia; ahí está todo.

Muy bien. Pero la Biblia ¿es acaso un dispositivo de lecciones lógicamente ordenadas, perfectamente expuestas y de lleno inteligibles?

Si ha habido caminos largos, ésos son los de la Biblia, es decir, los de la Historia de la Salud.

Si ha habido caminos para desconcertar, ésos han sido los de Dios en el curso de dicha Historia.

Tratando de explicar al pueblo que es la Biblia, un perito en la materia escribía en cierta revista popular (I. Arias, en "El Santo", enero 1972):

"Abramos ya el Libro Santo. ¿Qué es lo que encontramos? Muchos piensan toparse en él con ideas sublimes, teorías maravillosas acerca de lo que es Dios, el hombre y el mundo... ¡Qué desilusión! Al lado de relatos emocionantes, encontramos otros muchos

–superficiales...

–escabrosos...

–insoportables para nuestra actual mentalidad...

Todos estos textos nos desorientan. ¿Por qué? Por una inexacta idea de cómo dios se revela a nosotros. Nos hemos imaginado a Dios como una especie de profesor de teología, como un predicador que "habla bien y dice cosas"...

Estas palabras expresan mejor que ninguna teoría la pedagogía usada siempre por Dios en su revelación. El sabe que no es posible darlo todo en el primer encuentro. ¡Como en el amor! Se adapta a nosotros. Cuando éramos niños, nos habló como a niños. Es decir, se limitó a estar a nuestro lado, sin que apenas lo notásemos. Y no se apresuró a quitarnos todos nuestros berrinches. Más tarde...

La Biblia es la historia de esta convivencia y diálogo de Dios con el hombre."

Me parece que no es difícil entender mejor ahora la historia de esa otra convivencia y diálogo de la Virgen con nosotros –a través de unas niñas–, que ha sido en el fondo el sorprendente proceso de Garabandal.

 

La uniforme marcha del misterio

don José Luis González Quevedo

 

Durante todo el mes de agoto de 1962, el segundo agosto en el Garabandal de las "apariciones", sigue la "monotonía" de lo maravilloso y de lo desconcertante.

La "monotonía" estaba en que todos los días ocurrían allí unas cosas... que en los demás sitios no ocurren nunca: éxtasis, rezos y cantos inimitables, marchas de pasmosa gracia y movilidad ( Sobre esta sorprendente movilidad de las marchas extáticas abundan los testimonios. A última hora he recogido uno de alguien nada propenso a alucinaciones.

Se trata de don José Luis González Quevedo, nacido en Santander, pero desde hace años establecido en Nueva York, con notable éxito profesional. Por las fechas ya un poco lejanas del primer verano de los sucesos, 1961, subió varias veces a ver aquello, y le impresionó tanto que, a pesar de todos los alejamientos posteriores, no puede olvidar lo vivido allí.

Cierta tarde en que acompañaba a Conchita extática, la niña se arrancó de pronto como una exhalación y con una trayectoria que la llevaba derecha a estrellarse contra una pared que se veía allá al fondo; nuestro hombre, que estaba entonces en plena juventud y era un buen deportista, salió disparado detrás, para alcanzarla y detenerla a tiempo; pero ni la pudo alcanzar ni fue necesaria su intervención: "Cuando faltaban –me dice él– muy pocos centímetros para darse, y matarse, contra la pared, la niña, que no podía ver nada de lo que tuviese delante por la posición de su cabeza, se paró en seco, inexplicablemente, y yo llegué a tiempo de verla toda sonriente, en actitud maravillosa... Fue algo que nunca podré olvidar."): a los Pinos, al cementerio, por las calles del pueblo, en torno a la iglesia...

Las notas de don Valentín, y algunos otros relatos, vienen a decir poco más o menos lo mismo para todos estos días de agosto.

Pero, de cuando en cuando, salta el detalle interesante o revelador. Así, por ejemplo:

"Día 18. Durante una aparición de este día, sábado, Conchita le decía a la Virgen:

 "¿Tú eres muy rezadora?... ¿A quién rezas?... A Jesús, ¿le rezabas Tú?... ¡Pues si era tu Hijo!... ¿Cómo? ¿Qué era Dios?... (Aquí tenemos otra "réplica" por anticipado a las desviaciones y errores que por entonces se iban ocultamente fraguando en materia de fe, y que sólo en el post-Concilio habían de salir a plena luz. En torno a un dogma tan fundamental del cristianismo como la divinidad de Jesucristo ha tenido que intervenir al fin la Santa Sede –quizá algo tardíamente– con un documento de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la fe, publicado en marzo de 1972.

Como en tantos otros puntos, también en éste de la personalidad de Jesús ciertas "nuevas teologías" sólo han logrado renovar las viejas herejías.) ¡Ah! Un solo Dios". También le decía: "¿Cómo no te dejas ver de Mari Cruz? ¡Mira que está muy triste!... Estate conmigo la mitad del tiempo y la otra mitad con Mari Cruz".

No quiero pasar por alto lo que dice Maximina González en una carta que debió de escribir el día siguiente, domingo; la conservan los señores Ortiz, de Santander, y sólo tiene la indicación de "VIII-62" (Por otra carta de Maximina a la familia Pifarré, de Barcelona, ya podemos situar exactamente el suceso, pues la carta fechada el lunes, día 20, empieza así: "Asunción, ¡si viera qué apuros pasé anoche!..."

"... Yo no lo oí personalmente; pero sí lo oyeron varios de los que estaban allí, entre ellos un sacerdote; y fue que, una noche de éstas, vino Conchita a mi casa, donde yo tenía (Maximina solía dar hospedaje en su casa a algunos visitantes de Garabandal; esta vez, por compromiso, llegó a tanto que se quedó sin camas para acostar a "sus nenes", niña y niño) unos catalanes por compromiso. Mis nenes dormían sobre un jergón en el suelo y yo había puesto alrededor sillas, por que no me los vieran así. Y viene Conchita en éxtasis y entra en las habitaciones de abajo y hace cruces en las camas; y luego sube donde estaban durmiendo unas niñas de estos catalanes y les da el crucifijo a besar. Luego Conchita se iba; pero se para en la escalera y está un poco hablando..., y luego se echa a reír y se da la vuelta y va derecha donde yo tenía escondidos a mis nenes (que yo estaba sudando del apuro que me daba que me los vieran así en el suelo); se mete por entre las sillas y cae de rodillas junto a ellos: está un rato hablando y fue entonces cuando le oyeron decir: "¡Ah! ¿Que éste va a ser sacerdote?"; y les da la cruz a besar a los dos, pero al nene le hace una cruz en los pies, sólo al nene.

"Esto se lo dije yo ayer, sábado, a un P. Misionero de Bilbao, que estuvo un rato en mi casa, y él me dijo que la cruz que le hizo al nene en los pies, que tenía mucho de misterio...(No sabemos la explicación del P. Misionero (seguramente el "claretiano" que dice en sus notas don Valentín, pues los de la congregación fundada por San Antonio María Claret se llaman oficialmente "Misioneros Hijos del Corazón de María"); pero bien pudo ser alrededor de un viejo texto de Isaías (52, 7), repetido luego por Nahum (2, 1), y aplicado finalmente por San Pablo (Rm 10,15) y por la Iglesia a los predicadores del evangelio, a los misioneros itinerantes:

¿Qué hermosos son sobre los montes
los pies de quienes vienen anunciando la paz,
trayendo buenas nuevas,
proclamando la salvación!

Yo no sé cómo él me lo explicó, pero estoy muy contenta. El P. don Luis Retanaga sé que pide por el nene y le ha echado muchas bendiciones; y puede ser que la Virgen le oiga, que el mi nene desde muy chiquitín dice que quiere ser sacerdote. ¡Dios lo quiera!, siendo bueno (Es muy comprensible este deseo de una madre cristiana como Maximina; y también su salvedad de "siendo bueno", porque no hay cosa más lamentable que un sacerdote infiel a su vocación.

El niño de quien se trata, Pepe Luis ,después de comenzar sus estudios de seminarista junto al P. Retenaga, en Rentería (Guipúzcoa), los ha continuado luego en Comillas (Santander).

Cuando sus primeras vacaciones, en la Navidad de 1964, su prima Conchita le escribió una hermosa oración, que tituló: "Oración del pequeño seminarista": creo que traería muchos beneficios para todos el que los menguados alumnos de los seminarios de hoy entraran cordialmente en su letra y en su espíritu.)

"Hoy, domingo, cayeron en éxtasis Conchita y Loli, a la salida del rosario que fue de noche (Normalmente, los domingos se rezaba el rosario del pueblo a distinta hora que los días de labor; si en éstos era al anochecer (cuando la gente volvía de sus labores), en aquéllos se tenía a primera hora de la tarde. No fue así el domingo de referencia, y Maximina lo anota en un afán de precisión; tenía buenos motivos para saberlo, pues era ella quien de ordinario dirigía (y aún dirige) el rezo del rosario.); anduvieron así un rato. Jacinta y Mari Cruz andaban solas (aparte), que les dio el éxtasis un poco más tarde; y luego se juntaron las cuatro, subieron juntas a los Pinos, y bajaron para atrás (de espalda), y ¡si viera cómo bajaban por lo más malo! Estaba oscurísimo, todos bajábamos malísimamente, y ellas, sin tropezar. Anduvieron todo el pueblo para atrás, rezaron dos rosarios; duró mucho. A Mari Cruz anoche le duró muchísimo el éxtasis, dicen que como dos horas y media."

Día 22. Fueron cayendo en éxtasis las cuatro;

primero Loli y Conchita, después Jacinta y, finalmente, Mari Cruz... Ésta, al bajar de los Pinos, se fue a casa de Daniela (que estaba en cama, con una pierna muy mala, imposibilitada de andar) y le dio a besar el crucifijo. Daniela saltó de la cama y decía que estaba curada; yo creo que fue algo de sugestión, pero ella saltaba y subió las escaleras como si nada tuviese; veremos qué pasa mañana."

Don Valentín no oculta así su desconfianza de que hubiese de verdad una curación milagrosa; pero don José Ramón G. de la Riva apostilla esas palabras del párroco de Garabandal con estas otras suyas:

"Yo estaba en el pueblo y oí los gritos de alegría de las personas que lo vieron y los comentarios como si de un milagro se tratara. Pudo comprobarse más tarde que no hay explicación natural del hecho. Daniela fue a hacerse una radiografía y se vio su completa curación. Hoy está casada y tiene hijos, lo que seguramente no hubiera sido posible de seguir con las lesiones que tenía, creo, en la cadera."

A punto de terminar el mes, el día 29, miércoles, ocurrió algo que me parece muy importante, pero que don Valentín despacha con unas palabras: "Tiene aparición Loli en su casa a las cinco y media. Da a besar objetos a la visión... Una inglesa anglicana (La Iglesia anglicana surgió en el siglo XVI (cuando la Hora del Protestantismo), al romper con el Papa de Roma el rey de Inglaterra Enrique VIII; se impuso por la violencia como Iglesia oficial del país, y aunque tiene su jerarquía y organización "eclesiástica", reconoce al rey como su cabeza suprema.) se emociona mucho. Quiere que la bauticen." (Se sobreentiende con el rito católico, pues de suponer es que ella habría recibido el bautismo en su Iglesia anglicana.)

 

 * * *

 

Durante todo el mes los visitantes de Garabandal fueron numerosos, lo que no es de extrañar, teniendo en cuenta que agosto es por excelencia el mes de las vacaciones y que la tierra de Santander venía siendo tradicionalmente una de las zonas preferidas para el veraneo.

Por don Valentín sabemos, por ejemplo, que el día 8, además de los dos sacerdotes de San Sebastián que ya se dijo, estaban en el pueblo numerosos asturianos; el 12, dos canónigos de Oviedo: el señor Novalín, archivero, y don Rafael Somohano; el 15, fiesta de la Asunción, un agustino, un franciscano y dos monjas; el 16, tres sacerdotes de Palencia; el 17, unos doscientos forasteros, entre los cuales un hijo del señor Carrero Blanco (vicepresidente del Gobierno), otro hijo del que fue alcalde de Madrid, conde de Santa Marta de Babío, y los dos hermanos Martín Artajo: don Alberto, secretario del Consejo de Estado y ex ministro de Asuntos Exteriores, y don Javier, con muy altas funciones en el importante complejo de la "Editorial Católica".

De entre los visitantes cualificados de Garabandal en estos días tenemos que destacar al cura de Barro, don José Ramón García de la Riva; su visita fue prolongada y buscando aprovechar al máximo todo su tiempo. Cómo vivió él aquellas jornadas, nos lo dice una página de sus memorias:

"Todos los días bajaba a Cossío a celebrar la misa (Para presionar en orden a que los sacerdotes dejaran de subir a Garabandal no se les permitía celebrar misa en la iglesia del pueblo; y ya sabemos lo penoso que resultaba el camino de Cossío.). Luego subía al pueblo y preguntaba dónde estaría trabajando la niña vidente a la que yo tenía intención de acompañar aquel día en las faenas de la recogida de hierba, que allí llaman "verano". Entonces tomaba el camino... y hasta el invernal (Estos invernales –lugares de pasto y yerba para el ganado vacuno– están por lo general muy alejados del pueblo y con muy malos caminos.) que fuera.

Por la tarde, vuelta al pueblo. Al anochecer, el rosario en la iglesia, y después, las apariciones, tan largas frecuentemente. Todo ello contribuía a que el cansancio de todos los días se fuera acumulando."

Este cansancio acumulado le llevó una tarde, quizá la del día 11 (Señalo ese día porque, según las notas de don Valentín, ese día hubo en el pueblo tres seminaristas, y don José Ramón, que en su relato no concreta fechas, dice sin embargo: "Pregunté a un seminarista, creo que de Bilbao, si sabía..."), sábado, a desistir de acompañar a las videntes en sus marchas extáticas. A la salida del rosario, en vez de seguir a Jacinta que marchaba ya en trance por el pueblo, él se fue con la madre de la niña a casa de ésta y allí se puso a cenar. Acabada la cena, que tuvo sus anécdotas, don José Ramón salió para casa de Maximina, que era donde tenía hospedaje, y se acostó.

"Estaba un poco triste –dice él–, por no haber ido aquel día a las apariciones, como los del pueblo y los visitantes... Antes de acostarme, en una breve oración, le dije a la Virgen que, si ni no estaba enfadada conmigo por no haber acudido a las apariciones de después del rosario, que me diese alguna prueba. Y me dormí como un tronco."

Al cabo de unas horas, "me despertó el correr de una persona, y sentí la voz de Nandín (Fernando, el hermano de Loli), que decía:

Maximina, abre, que está aquí Loli.

Encendí la luz, miré el reloj y vi que eran las cuatro menos cuarto de la madrugada. "Anda –me dije–, si debe de hacer una hora, lo menos, que Loli está en éxtasis." (El seminarista antes mencionado le había dicho a don José Ramón que Loli tenía anunciada aparición para las tres.).

En esto, llaman a la puerta de mi habitación; me acomodé rápidamente en la cama y dije: "Adelante." Se abrió de golpe la puerta y apareció Loli en éxtasis. Se tiró de rodillas y así comenzó a andar, poco a poco, hacia la pared que estaba frente a mí. Esto me admiró mucho, pues aún no sabía yo, que cuando las niñas visitan en éxtasis las casas, casi lo primero que hacen es rezar por los difuntos de la familia. En la pared de enfrente había una fotografía grande de Maximina y su marido, que había muerto hacía unos años. Arrodillada bajo la fotografía, Loli estuvo rezando unos momentos; luego giró sobre sus rodillas y se fue hacia mi cama: con el crucifijo que llevaba en la mano hizo primero la señal de la cruz sobre la almohada, y después me lo dio a besar; se sonrió a continuación, dio media vuelta y empezó a marchar hacia la puerta, siempre de rodillas; ya en el umbral, se levantó y así se fue.

Entonces yo me dije:

La Virgen por el pueblo... y tú, ¿en la cama? Me vestí rápidamente y salí corriendo hacia la iglesia. Al pasar por casa de Loli me di cuenta de que la niña estaba en la cocina, todavía en éxtasis."

Naturalmente, don José Ramón entró y pronto advirtió que la niña, en aquellos momentos, hablaba precisamente de lo que había ocurrido en casa de Maximina.

Después del éxtasis, hubo dos preguntas;

 la primera para saber por qué el trance había comenzado bastante más tarde de la hora anunciada (que había sido la de las tres), y la segunda, para explicarse el hecho tan insólito de que Loli se arrancara así hacia la casa de Maximina.

A la primera, contestó Loli que la Virgen había querido demostrar de esa manera su disgusto, porque aquella misma noche unas señoras habían tomado a broma las apariciones (habían preguntado a la niña si la Virgen se pintaba las uñas, si se arreglaba el pelo, si traía reloj de pulsera...)

A la segunda, nadie podía responder satisfactoriamente; Ceferino sólo supo decir que su hija, efectivamente, y sin saber por qué, "inmediatamente de quedar en éxtasis, como a las cuatro menos cuarto de la madrugada, había arrancado corriendo hacia la casa de Maximina".

"–Entonces me di cuenta –confiesa don José Ramón– de que la Virgen se había dignado escuchar mi petición, dándome la "prueba" que yo le había pedido."

Y yo pienso que esa prueba no tiene por qué servirle sólo a él...

 

La Eucaristía, en primer plano

 

Me parece incuestionable que si Garabandal empezó siendo una desacostumbrada "epifanía mariana", pronto se reveló también como una empresa de promoción eucarística. Y en esta segunda dimensión hay que reconocer que venía oportunísimo, pues alrededor del "Mysterium fidei", la Eucaristía, empezaba entonces a fraguarse la enorme crisis de doctrina y culto, que hoy es de todos bien conocida.

Esa dimensión eucarística de Garabandal tuvo a lo largo de su segundo año, 19662, un especial relieve, como habrá podido ver el lector.

Pues bien, entre todos los episodios que fueron jalonando la marcha, al parecer monótona, del misterio garabandalino durante el mes de agosto de este año, está el de una "comunión mística" que tuvo lugar el lunes, día t. No fue ése el único día de tales comuniones; sabemos por las notas de don Valentín, de otros días de agosto en que las hubo.Y aún más, en esas mismas notas aparece escrito, el 2 de agosto:

Dice Conchita que desde el 18 de julio, siempre que no hay misa; y también Loli, cuyo sentido no puede ser otro que éste: Conchita y Loli comulgaban normalmente de manos del ángel, siempre que no podían hacerlo de manos de un sacerdote. (Si tales comuniones pasaban desapercibidas no pocas veces para el público, era a causa de la hora y el lugar en que ocurrían.)

Pero volvamos a lo del día 6. Quizá convenga ambientarlo con lo ocurrido el día anterior, domingo, tal como lo recoge don Valentín en sus notas:

"Hoy, Conchita llegó a misa después del Sanctus, y se acercó luego a comulgar. Yo, como había perdido la misa y era día de precepto, no se la di; lo mismo hice con la catalana y dos seminaristas, pero a éstos acabé dándosela, porque me dijeron que iban a oír misa por la tarde."

¿Qué opinar sobre esta actitud del señor cura?

Yo le daría la razón, en el caso de que Conchita fuese culpable de su retraso –lo que no podía constarle a don Valentín– o que se tratase de algo habitual en ella... ¿Se dieron de hecho tales circunstancias? No lo sé; pero tengo ante la vista lo escrito por el señor González-Gay, de Santander (En una pequeña serie de artículos titulada "Lo que no se ha escrito de Garabandal", que apareció en el semanario "¿Qué Pasa?" (Madrid) a lo largo de 1968.):

"La noche anterior las niñas habían estado en éxtasis durante muchas horas, por lo que se retiraron muy tarde a descansar (el mismo don Valentín corrobora esto, al anotar: "A las cuatro de la mañana tuvieron aparición Conchita y Loli; duró 45 minutos"). El párroco tocó a misa a las ocho: Conchita y su madre, que no oyeron la campana, se presentaron en la iglesia cuando la misa estaba ya en el ofertorio. Llegado el momento, Conchita fue con la demás gente a recibir la comunión, arrodillándose en el comulgatorio; pero don Valentín la saltó dos veces al pasar distribuyendo la sagrada hostia; no quiso darle la comunión, porque había visto que había llegado tarde a misa. Por los párpados de la niña rodaron dos gruesas lágrimas, y se volvió a su sitio. Nada más acabar el santo sacrificio, salió corriendo de la iglesia en dirección a los Pinos..."

Ese fue el incidente del domingo, día 5 de agosto;

pero el episodio que de verdad nos interesa pertenece al día siguiente, lunes. Don Valentín comienza así su escueta anotación:

 "Día 6. Hoy dije la misa a las nueve de la mañana. Comulgaron Loli y Jacinta. Conchita no fue a misa, pero a las 11,30 se fue a los Pinos (Esta anotación de don Valentín parece más o menos tocada de recelo o suspicacia... Pero no conviene precipitarse nunca a juzgar. He encontrado esto en una carta de Maximina a la familia Pifarré, del 7 de agosto:

"Había dicho el señor cura que el lunes la misa era a las 11, y después cambió y vino a decirla a las 9. Nosotras no lo sabíamos, y como desde aquí se oye muy mal la campana, pues perdimos la misa; y al señor cura no le gusta dar comuniones si no es en la misa...). Allí estaban tres Hermanos de San Juan de Dios (San Juan de Dios, aunque nacido en Portugal, fue en Granada donde se dio a conocer por su heroica caridad hacia los enfermos, sobre todo de la mente. De él trae origen la Orden Hospitalaria, tan benemérita y especializada en la atención a los enfermos mentales y los niños maltrechos o tarados.

Los Hermanos de quienes se habla en este episodio son, según su nombre de religión: H. Luis Gonzaga, H. Juan Bosco y H. Miguel de los Santos.)

 

Relación que los tres Hermanos de San Juan de Dios

hacen de lo sucedido

 

Puesto que tenemos una relación de esos mismos Hermanos, mejor será escucharles a ellos:

"Llegando de diversas procedencias, nos habíamos reunido unos cuantos Hermanos en nuestra casa de Celorio (Asturias) (Celorio es un bello pueblecito costero de la zona de Llanes. Tuvo una celebre abadía a la orilla misma del mar; de ella queda la iglesia, que es hoy parroquial, y unos solares y contrucciones, que se habilitaron hace años para Casa de Ejercicios. No lejos de esta Casa está la finca de los Hermanos de San Juan de Dios. Celorio es parroquia limítrofe de la de Barro, regentado por don José Ramón García de la Riva.), para hacer los Ejercicios Espirituales (iban a empezar el lunes, 6 de agosto, por la tarde). Durante la cena del día 5, domingo, nos pusimos de acuerdo para subir a San Sebastián de Garabandal cuatro Hermanos. Llegada la hora de levantarse el día 6, el Hermano Juan Bosco llamó a los otros tres; uno de ellos salió a la puerta y dijo: No voy, me he rajado (Un pequeño dato que cada cual puede interpretar a su modo:

Pocos años más tarde, el que así "se rajaba" de su compromiso para ir a Garabandal, se rajaba también de sus compromisos religiosos, saliéndose de la Orden.). Inmediatamente salimos los tres hacia Llanes... Llegamos a Cossío alrededor de las nueve de la mañana. De allí a San Sebastián de Garabandal nos separaban seis kilómetros de muy mal camino. Empezamos a preguntar sobre la manera de subir lo antes posible y la señora de una tienda nos advirtió que precisamente "Fidelín", joven taxista, llegaría de un momento a otro con un grupo de personas que bajaban de San Sebastián de Garabandal. En seguida los vimos. Eran un médico siquiatra barcelonés y su familia, que nos habló favorablemente de los fenómenos. Llegamos a San Sebastián de Garabandal alrededor de las 10,15. El taxi paró cerca de la casa de Mari Cruz, una de la videntes. Se encontraba ella en una solana con su hermana mayor. Le indicamos nuestro deseo de hablarle, y al momento, por indicación de su hermana, bajó hacia nosotros. Saludó con timidez, e inmediatamente comenzamos con nuestras preguntas...

"Al cabo de unos diez minutos, sube por la calle Jacinta. Saluda con una sonrisa angelical y comenzamos también a asediarla a preguntas. Nos hicimos varias fotos con ellas, y entonces se presentaron unos señores andaluces, entrando todos en conversación. Sin darnos cuenta, las niñas se retiraron. Los andaluces nos animaban insistentemente a pasar allí la noche, por ser a tales horas las apariciones. No sabíamos qué hacer... Entonces, aparece un sacerdote, natural de Beasaín (Guipúzcoa), que llevaba varios días en San Sebastián de Garabandal; este sacerdote, según nos manifestaron los andaluces antedichos, había sido objeto de una gracia de la Santísima Virgen por mediación de Conchita (otra de las videntes). Nosotros le saludamos y le sugerimos que nos relatara cuanto le había sucedido la noche anterior. Su contestación fue ésta: Yo les digo a ustedes, como suelen decir los cursillistas de cristiandad: Vayan y vean. Estaba emocionadísimo, y se fue (Lo que le había pasado a este sacerdote fue esto (según la carta de Maximina a la familia Pifarré del día 7):

"Este domingo (día 5) también había aquí unos padres de San Sebastián; y uno, por lo visto, está algo enfermo y parece que se iba a ir a Alemania, porque dicen que allí hacen mucha falta sacerdotes (para los emigrantes, supongo), y Conchita, en éxtasis, le dijo: "Me dijo la Virgen que curarías." El sacerdote se emocionó mucho. Después del éxtasis le volvió a repetir esto, y que no se fuera a ningún sitio, que donde estaba, estaba ganando muchas almas."). Por fin, subimos a los Pinos. El lugar es agradable. Una vez allí, nos dispusimos a tomar un bocadillo tranquilamente.

"A los pocos momentos de comenzar, aparece una niña de unos catorce años, acompañada de otros tres pequeñines, de dos, cinco y seis años, aproximadamente. Le preguntamos si era Conchita. Con toda sencillez y candor contestó: Sí. Nosotros, sorprendidos y alegres, comenzamos a acosarla con una y otra pregunta. Se nos ocurrió ofrecerle uno de los bocadillos, y cuál no sería nuestra sorpresa al oírle contestar: No, que tengo que comulgar aquí. Nos quedamos perplejos e intrigadísimos. Le preguntamos cómo iba a ser ello. Contestó con la misma naturalidad que al principio: Es que me va a dar la comunión el ángel, porque no pude hacerlo en la parroquia

(Creo que estas palabras de Conchita son buena respuesta para el desconcierto que don Valentín apunta en sus notas de este lunes, 6 de agosto de 1962:

"Yo no lo entiendo: la niña ha dicho siempre que el ángel sólo de la la comunión cuando no hay ningún sacerdote en el pueblo" (y él había estado allí y celebrado la misa a las nueve de la mañana, misa a la que Conchita no asistió).

Parece obvio que si el ángel venía a dar la comunión en sustitución del sacerdote, lo hiciera no sólo cuando no había ningún sacerdote por el pueblo, sino también cuando, aun habiéndolo, las videntes, sin culpa por su parte, no podían llegarse a la iglesia para utilizar sus servicios.

Sobre lo ocurrido aquel día de nuestra historia tenemos ciertos detalles del señor cura de Barro, que estaba presente:

"El señor cura, don Valentín, nos había dado permiso a don Luis L. Retenaga, a otro sacerdote vasco y a mí, para celebrar misa en la iglesia, pero con una condición: que fuese a puertas cerradas. Yo celebré después del P. Retenaga y estaba ayudando al sacerdote que celebraba en tercer lugar, cuando se me ocurrió pedir a la Virgen la gracia de que Conchita comulgara aquel día (era la fiesta de la Transfiguración del Señor); si no podía ir a la iglesia para comulgar de nuestra mano, que le diera la comunión el ángel. Las niñas tenían siempre verdaderos deseos de comulgar y no siempre lo lograban, debido a sus ocupaciones. Mi petición iba dirigida a tener una prueba más de la verdad de aquellos hechos."

Don José Ramón cuenta cómo se le arregló la cosa para salir sigilosamente y marchar corriendo a casa de Conchita, y continúa:

"Llegué en el momento en que su madre preparaba –sobre un borrico– los cuévanos en que Conchita debía llevar la comida a sus hermanos, que estaban en el invernal. Pregunté por Conchita, y quedé de una pieza cuando Aniceta me espetó desabridamente:

–Ustedes, los sacerdotes, me están echando a perder la niña. Hace "cuánto" que está en los Pinos con unos sacerdotes (acabo de verles asomarse allá arriba) y "cuánto" que ella debía estar ya en camino con la comida para sus hermanos, que buenas ganas tendrán.

–Es que yo venía corriendo para decirle a Conchita que si quería comulgar, ahora lo podía hacer, pues estamos tres en la iglesia.

–¡Comulgar, comulgar! Primero es la obligación que la devoción. Así que nada. Ya debería estar ella con la comida en el invernal.").

Nosotros, entre dudosos y gozosos (porque tal vez íbamos a ser testigos de algo sobrenatural) le preguntamos si tenía seguridad de que fuera a venir el ángel, aunque nosotros estuviésemos allí, y contestó con una seguridad pasmosa: Sí.

"Después de esto, continuamos acosándola a preguntas, relacionadas, como es lógico, con sus visiones y cuantas cosas le habían sucedido, y ella respondía con tanta sencillez a todo, que nos dejaba sorprendidos, pues contaba sucesos verdaderamente extraordinarios. Este diálogo duró cerca de hora y media...

"Nos hicimos alguna fotografía con ella y los tres niños que llevaba. Después hubo unos segundos en silencio, y vimos que ella daba unos pasos hacia el lugar donde habitualmente suele aparecérsele el ángel. Nos dimos cuenta de este alejamiento y uno de nosotros exclamó:

"Mira cómo se aleja.

" Ella lo oyó; nos miró con una sonrisa muy agradable, y dando unos pasos más, cayó de rodillas, dobló la cabeza hacia arriba, formando un ángulo, a nuestro parecer, de unos 60 grados, y juntando las manos en actitud de comulgar, quedó extática.

Ante este espectáculo, como por un resorte, dos de nosotros caímos de rodillas, uno al mismo lado de Conchita, y el otro a unos tres pasos frente a ella. El tercero, que llevaba una cámara, aprovechó para hacer instantáneas. El que estaba a su lado se levantó para observar su actitud, ojos, gestos, etc.

Vimos que, una vez de rodillas y en la postura descrita, se signó y santiguó de una manera lenta y devota; cómo musitaba unas palabras y cómo se daba tres golpes de pecho. Terminado esto, abrió la boca y, con devoción, sacó un poco la lengua, como suele hacerse al comulgar, y después, cerrando ella lentamente la boca, los que estaban a su mismo lado oyeron un ruido como si pasara algo por su garganta. Permaneció unos instantes en la misma actitud que al principio y musitando algo que no entendimos. En esto, giró de rodillas, y conservando siempre la primera actitud, se volvió hacia el Hermano Luis. Este, bastante asustado, se alejó de ella; mas viendo que la niña le seguía de rodillas, se paró.

 Entonces la niña tomó su escapulario con las manos, se puso de pie, y elevándolo de una manera solemnísima, hizo además de presentárselo a "alguien"; bajando el escapulario, cayó otra vez de rodillas, y siempre en la misma actitud, estuvo unos instantes inmóvil. Poco después se fue hacia el Hermano Miguel, antes de tomar la niña el escapulario del Hermano Juan Bosco, hizo un revoltijo con ambos –el suyo y el del Hermano Juan–, pero la niña, siempre mirando hacia arriba, los separó, y tomando el del Hermano Juan Bosco, hizo lo mismo que con los anteriores.

 Terminado todo este acto, la niña regresó de rodillas al punto donde había comenzado el éxtasis, allí estuvo unos segundos musitando unas palabras que no conseguimos captar, volvió a signarse y santiguarse, y se levantó con toda naturalidad. Y normal, nos dirigió una sonrisa, se colocó una cinta que se le cayó por el pelo, como consecuencia de la posición extática y...

"Volvimos inmediatamente a las preguntas:

–¿Ya has comulgado?

–Sí.

–¿Por qué nos cogiste los escapularios y por qué los elevabas?

–Me los pidió el ángel para besarlos.

–¿Has hablado con el ángel?

–Sí.

–¿Qué te ha dicho? ¿Te dijo algo de nosotros?

–El ángel ya sabía que estaban ustedes aquí, y me ha dicho que me ha traído aquí porque estaban ustedes. Y también me dijo que el Señor y la Virgen están contentos con ustedes.

–¿Te ha dicho algo para cada uno?

–Sí, me ha dado un mensaje para cada uno.

–Pues dínoslo.

–No, que tengo que decírselo primero a la Virgen, porque el ángel me dice que lo diga antes a la Virgen.

–Entonces, ¿nos lo dirás?

–Sí, sí.

–¿Y tú sabes de quién era el primero de los escapularios que presentaste?

–El primero era del Hermano Luis.

–¿Y el segundo?

–Del Hermano Miguel.

–¿Y el tercero?

–Del Hermano Juan. Esto lo dijo pensando antes un poco, como queriendo recordar. Hemos de advertir que antes del éxtasis le dijimos de una manera rápida nuestros nombres: al preguntarle qué ángel solía darle la comunión, y al contestar ella que San Miguel, aprovechamos para indicar el nombre del Hermano Miguel, y a renglón seguido, los dos restantes, para que pidiese por nosotros.

–¿Cómo viste al ángel?

–Con vestido azul, alas rosa y el pelo un poco largo, con las puntas rizadas hacia arriba. Al decir esto, ella misma hizo el ademán sobre su cabello, para hacer la descripción más gráfica.

"Durante la conversación, tanto antes como después del éxtasis, continuamente nos llamaba "Padres". Una de las veces,  después del éxtasis, al llamarnos de nuevo Padres, le indicamos que éramos Hermanos. Al oír esto, ella exclamó: ¡Ah! Por eso el ángel me dijo "los Hermanos", y entonces yo le dije que no eran hermanos míos, y el ángel se sonrió. Con esto queda todo aclarado. Comenzamos el regreso hacia el pueblo. Salió otra vez el tema de los mensajes:

–¿Es grave lo del mensaje para nosotros?

–¿Y qué es "grave"?

–Pues, que si es bueno o malo.

–¿Pero nos lo vas a decir de verdad?

–Sí, sí. De verdad.

"Hemos de advertir que no le dimos nuestra dirección. Al pasar por la pendiente situada entre los pinos y el pueblo, nos dice la niña: Por aquí, por estas piedras, dicen que bajo de espaldas. Llegados al pueblo, tomamos una pequeña refección y regresamos a nuestra residencia, dando gracias al Señor por "aquello" que inundó nuestra alma de tanta alegría."

 (La emoción de aquel lunes de agosto no se esfumó fácilmente en el alma de los tres afortunados Hermanos. Todavía el día 12 de septiembre el Hermano Miguel de los Santos, desde su Sanatorio Psiquiátrico de Mondragón (Guipúzcoa), escribía así a Conchita:

"Recordada Conchita:

Como es tanta la gente que pasa por ahí, no sé si te acordarás ya del Hermano Miguel de los Santos. Soy uno de aquellos tres Hermanos de San Juan de Dios, que el pasado 6 de agosto estuvimos ahí, y fuimos testigos del momento en que el arcángel San Miguel te dio de comulgar.

¡Qué momentos aquellos! A medida que pasa el tiempo estoy más impresionado cada día con lo que mis ojos vieron...

Saludos a tu madres; y dile que todo lo que ha pasado contigo no puede ser de otro sitio que del Cielo. Por algunas cosas que han sucedido, se ve de una manera clara que por ahí anda la mano de la Santísima Virgen. Esperamos tus noticias.")

Conchita llegó a su casa con los tres Hermanos de San Juan de Dios (que todos creían sacerdotes), en el preciso momento en que su madre estaba hablando, en la forma desabrida que ya vimos, con el señor cura de Barro. Tan pronto como la cansada mujer tuvo delante a su hija, empezó a reñirla por aquella tardanza. Conchita sólo supo responder, con la cabeza baja:

Es que me dio la comunión el ángel.

–¡El ángel, el ángel!... Bueno, será así, pero anda, que ya es hora de que tus hermanos tenga allá arriba la comida.

Ni éxtasis ni apariciones les libraban a ellos, como tampoco a los otros habitantes de Garabandal, de la necesidad de ganarse duramente el pan material de cada día. Pero había que pensar también en otro pan no menos necesario, un pan que no se ganaba con el sudor de la frente...

En la sinagoga de Cafarnaum, al día siguiente del más espectacular de sus milagros –la multiplicación de los panes– se había enfrentado Jesús a las muchedumbres, tan pronto esperanzadas como decepcionadas, de Israel:

Abiertamente tengo que deciros que vosotros me buscáis, no tanto por las "señales" que yo presento, cuanto por haberos dado de comer hasta saciaros. Afanaos por conseguir, aún más que ese alimento que perece, otro que permanece para la vida eterna, que es el que ha venido a darnos el Hijo del hombre (Jn 6, 26-27).

En Garabandal, con todo aquel despliegue de comuniones por mano del ángel, Dios venía a inculcar de nuevo la misma doctrina; y tanto más apremiantemente cuanto que ya se estaba fraguando aquel estado de cosas que debería ser reprobado tres años más tarde con una denuncia verdaderamente profética:

A la Eucaristía cada vez se le da menos importancia.

 

* * *

 

El ángel de Garabandal venía a decir a cada hijo de la Iglesia lo que tantos siglos atrás había dicho el ángel de Israel al prófugo profeta Elías:

Levántate y come... y vuelve a comer, que tienes por delante demasiado camino ( 1 R 19, 3-8).

Difícilmente nos damos cuenta de toda la dimensión que tiene eso que a veces cantamos:

"No podemos caminar
con hambre bajo el sol..."

421-433

A. M. D. G.