ÍNDICE

CAPÍTULO VIII

 2.ª PARTE

 

 

EL PRIMER MUERTO DE GARABANDAL II

 

 


 

Afirmaciones de mucha monta

    el retorno a Aguilar desde Cossío

   Muerte del P. Luis María Andreu

   "A tus fieles, Señor"...

   Más allá del crepúsculo

   Relato del P.  Ramón María Andreu al editor francés del diario de Conchita

 


 

Afirmaciones de mucha monta

 

Era naturalísimo que al salir de la iglesia, los que habían sido testigos de los sucesos de aquella tarde y noche, se entretuvieran en comentarios sobre ellos... En un corro hablaba el P. Royo Marín: "Yo no soy infalible; pero sí especialista  en estas cuestiones (Pocos años antes había publicado una extensa y muy documentada "Teología de la Perfección Cristiana", que ha tenido mucho éxito en los países de habla española.), y me parece que las visiones de las niñas son verdad. Yo he podido apreciar cuatro señales a favor, que no dejan lugar a dudas".

Entonces, don Rafael Fontaneda se le acercó y le dijo: "Padre, si la cosa es tan seria como dice, ¿por qué no se queda usted aquí unos días más, para estudiarla mejor?" A lo que replicó él: "Ahora me es imposible quedar; pero "esto" está tan claro, que no hay lugar a dudas". Y téngase en cuenta que el P. Royo Marín había subido a Garabandal tan escéptico como el que más: la simplicidad infantil no suele ser característica de los clérigos que se saben graduados y documentados.

Era ya muy de noche cuando los de la caravana que había salido con el alba de Aguilar de Campoo empezaron el descenso de Garabandal: unos, a pie; otros, en "jeep". Al P. Luis María, por deferencia, se le hizo bajar en dicho vehículo; durante el trayecto, todos pudieron observar que un contento muy interior le desbordaba... y él lo manifestaba de mil modos, al mismo tiempo que declaraba su absoluta certeza en cuanto a la verdad de lo que decían las videntes.

En Cossío hubo que esperar a los que bajaban andando. El P. Luis no se apeó del "jeep"; se estaba quedando casi dormido, cuando llegó don Valentín Marichalar, el párroco, y entonces el Padre, con plena lucidez, y en tono de gravedad, le dijo:

"Don Valentín: Lo que dicen las niñas es verdad; pero usted no repita por ahí esto que yo le digo ahora... La Iglesia tiene que usar de toda prudencia en estos asuntos".

(Aquella misma noche, antes de acostarse, anotó cuidadosamente D. Valentín lo que tan seriamente le había dicho el Padre a la hora de la despedida).

 

el retorno a Aguilar desde Cossío

 

Para el retorno a Aguilar desde Cossío se eligió una ruta distinta de la de ida, más larga, pero más fácil: la de Torrelavega-Reinosa. Tenemos un relato de don Rafael Fontaneda:

"En Cossío nos fimos repartiendo por los diversos coches que formaban la expedición; al P. Luis le reclamaban en el de mi hermano, pero él prefirió montar conmigo, ya que conmigo había hecho el viaje de ida. Tomó asiento delante, junto al conductor, José Salceda; detrás íbamos mi esposa Carmen, mi hija Mari Carmen (de ocho años) y yo.

"A lo largo del viaje íbamos comentando lo que habíamos visto en aquel día... El P. Luis nos dijo que había cambiado impresiones con el P. Royo Marín, y que estaban de acuerdo en todo.

"Tanto mi esposa como yo, y lo mismo José Salceda, nos sentíamos impresionados por la profunda e intensa alegría del Padre, así como por su seguridad. El hablaba sin prisas, y repetía muchas veces estas frases: "¡Qué contento estoy!... Me siento pleno de dicha... ¡Qué regalo me ha hecho la Virgen!... Yo no puedo tener la menor duda sobre la verdad de lo que ocurre a las niñas..."

"En Torrelavega alcanzamos al "jeep" que nos había subido de Cossío a Garabandal; estaba parado, con gente de Aguilar de Campoo. Nuestro conductor se acercó a ver si necesitaban algo, y él y el P. Luis estuvieron hablando unos minutos con los pasajeros.

"Al reemprender la marcha, yo le dije al Padre: "Padre, ¿por qué no trata de dormir un rato?" Aceptó la sugerencia, y estuvo durmiendo durante casi una hora, hasta poco antes de llegar a Reinosa (Importante población industrial al suroeste de Santander, en plena cordillera cantábrica; viene a ser como la puerta de la provincia hacia la alta meseta castellana. Algo por encima de Reinosa, al noroeste, nace el Ebro, y un poco por debajo de ella, al este, sus aguas se remansan y acumulan en el embalse o pantano de su nombre. Desde ella puede verse el cerro de Retortillo, donde han aparecido las ruinas de la que fue capital romana frente a los cántabros, Julióbriga.
Reinosa está sobre la carretera y ferrocarril que llevan de Santander a Madrid, vía Palencia.)
. Entonces despertó y dijo: "¡Vaya sueño más profundo, el que he tenido! Me encuentro estupendamente. Ni siquiera estoy cansado".

"Todos los demás estábamos bien cargados de sueño, pues eran las cuatro de la mañana. Nos detuvimos en una fuente, para beber y refrescarnos. El P. Luis preguntó después al conductor si él también había bebido, y José Salceda le contestó que había dado agua a sus ojos, que eran los que tenían mayor necesidad... (Podemos completar estas escenas con algunos pormenores.
Alrededor de esta fuente, en las cercanías de Reinosa, se detuvieron todos los coches que formaban la caravana, y todos los pasajeros salieron a estirar sus miembros y refrescarse, sólo el P. Luis quedó en su asiento, aunque con la puerta del coche abierta. Alrededor de él fueron agrupándose poco a poco casi todos los demás, y le hacían preguntas...
Al cabo de un rato, se reemprendió la marcha; el coche del padre iba en último lugar. Al entrar por las calles de la población totalmente desiertas a aquella hora, fue cuando el padre empezó a decir esas cosas tan importantes, que nos transmite el señor Fontaneda, y que fueron los últimos desahogos y afirmaciones de aquel verdadero hijo de San Ignacio.)
.

"Nuevamente en marcha, el Padre volvió a sus desahogos: "Me siento verdaderamente lleno de alegría, de felicidad. ¡Qué regalo me ha hecho la Virgen! ¡Vaya suerte tener una Madre así en el cielo!... No debemos tener ningún miedo a la vida sobrenatural... Hemos de aprender a tratar a la Virgen como lo hacen las niñas. ¡Ellas nos han dado ejemplo!... (El tratar de las niñas con la Virgen le parecía ahora al P. Andreu, después de su misterioso trance, como verdaderamente modélico o normativo. En cambio, los "peritos" de la Comisión episcopal han encontrado en ese mismo trato una poderosa razón para llegar a su actitud negativa. ¡No pueden con la "nimiedad o puerilidad de los diálogos"!).Yo no puedo tener la menor duda sobre la verdad de sus visiones...¿Por qué nos habrá escogido la Santísima Virgen?... HOY ES EL DÍA MÁS FELIZ DE MI VIDA".

 

Muerte del P. Luis María Andreu

 

"Cesó de hablar con esta última frase. Entonces yo le pregunté algo, y al no tener respuesta, le dije: "Padre, ¿le pasa algo?" "No, nada. Sueño". E inclinó la cabeza, al mismo tiempo que emitía un ligero ruido como de carraspeo. José Salceda volvió la cabeza hacia él, y al observar sus ojos, exclamó: "¡El Padre está muy mal!" Rápidamente mi esposa le tomó por la muñeca, para comprobar su pulso, y gritó: "Para, para, que no tiene pulso. Aquí tenemos una clínica: hay que llevarle inmediatamente".

"Yo creía que se trataba sólo de un mareo, y al parar el coche, me puse a abrir la puerta mientras le decía: "No se preocupe, Padre, que no es nada; se le pasará en seguida con un poco de aire". Pero mi esposa insistía: "Hay que llevarle inmediatamente a la clínica". "–No digas tonterías". "–Pero ¡si está sin conocimiento!..."

"Le llevamos a la clínica, que esta a muy pocos metros, y la enfermera que nos abrió, nos dijo inmediatamente que estaba muerto. Le replicó mi mujer que no podía ser..., y que había que hacer algo. La enfermera le puso una inyección, mientras José Salceda corría a llamar a un médico y a un sacerdote. El médico (Su nombre, don Vicente González. El del establecimiento sanitario a donde fue llevado el Padre, "Clínica Montesclaros" (sin duda, en honor de la Virgen de Montesclaros, que tiene su santuario no muy lejos de Reinosa y es muy venerada por toda la región).) llegó a los diez minutos; pero sólo pudo constatar que era efectivamente cadáver. Inmediatamente llegó el párroco, y le administró la santa unción.

"Pasados los primeros instantes de total desconcierto y nerviosismo, empezamos a hacer algo: llamé por teléfono a su hermano el P. Ramón, que estaba en Valladolid, dando los ejercicios espirituales a una comunidad de religiosas; me comuniqué también con Aguilar de Campoo, y horas más tarde fueron llegando mis hermanos y mi cuñado. Felizmente, también llegó a Reinosa el P. Royo Marín, que nos acompañó y consoló (El P. Royo Marín, aunque levantino, tenía familiares en Reinosa, y esto explica su parada allí, pues seguramente ignoraba la inesperada muerte del P. Luis María.). Y hacía media mañana se presentó el P. Ramón María Andreu".

Podemos imaginarnos la impresión de este último al encontrarse con el cadáver de aquel hermano menor, de treinta y seis años... La noticia de su fallecimiento había sido como un mazazo inmisericorde. ¿Cómo esperar una cosa así? Nunca le había visto enfermo, ni había oído nunca que tuviese alguna afección cardiaca (sólo sabía de su alergia a las emanaciones de la yerba o heno, que le obligaba a tomar ciertos medicamentos en las primaveras) y tenía buenas razones para creerle lleno de vitalidad, pues en Oña hacía deporte con frecuencia, y en los días de vacación salía con otros compañeros a caminar por aquellos montes. Era un hombre que prometía mucho, y nadie dudaba deque estaría "rindiendo" durante muchos años.

Pero los designios de Dios son inescrutables.

El P. Ramón María, que había recibido en Valladolid la llamada telefónica a las seis y cuarto de la mañana, llegó a Reinosa a las once. Después de cumplir piadosamente con su hermano, fue recogiendo las pocas cosillas de su pertenencia; entre ellas, un cuadernillo que llevaba en el bolso de su sotana: el cuadernillo número 3, donde había apuntado muy sumariamente las incidencias del día anterior en Garabandal.

Pudo luego entretenerse con el P. Royo Marín, y de sus labios recogió estas afirmaciones:

"Esto de Garabandal no tiene duda; lo menos que puede hacerse es tomarlo en serio. La marcha extática, para mí resulta clarísima: era sin luz, y tan rápida, que no podíamos seguir a las niñas; no miraban por dónde iban, y no tropezaban con nada (sólo observé algún ligerísimo resbalar sobre la yerba mojada). Llevaban los ojos bien abiertos; pero aquellos ojos estaban muertos para las excitaciones sensoriales que a todos nos afectan...

"Su hermano sabía mucho, tenía que ser un buen profesor: analizaba bien las cosas, y estábamos de acuerdo en todo" (La opinión del P. Royo Marín sobre Garabandal era bien firme.
Diez días después, el 18 de agosto, a las tres treinta de la tarde, llamaba él desde Castro Urdiales (hermosa villa de la costa santanderina) a un grupito de personas que querían ir con él y el P. Andreu a Santander, para informar sobre lo sucedido:
"Estoy enfermo, con cuarenta de fiebre, y muy a pesar mío no puedo acompañarles; pero vayan ustedes al señor obispo y díganle de mi parte, sin ninguna reserva, que lo de San Sebastián de Garabandal es sobrenatural con toda certeza. Esta es, al menos, mi opinión.
Y que él tiene obligación de ir a verlo. Si no quiere ir, llévenlo ustedes como sea... Hay un deber grave de aceptar lo que Dios hace con suficiente claridad."
El P. Royo Marín, después de estos días de agosto, no volvió a encontrar ocasión de subir a la famosa aldea. ¿Había cambiado de opinión? A principios de 1965 estaba en Santander, predicando en cierta iglesia de la ciudad, un día, acabada su misa, pasaron a la sacristía varias personas y le preguntaron: "Padre, ¿qué piensa sobre las apariciones?"
–"Yo no he podido retornar a Garabandal. Por consiguiente, no tengo opinión sobre lo que haya pasado después de mi última visita. Pero lo que allí había cuando yo estuve, no me cabe duda de que era verdad.").

 

"A tus fieles, Señor..."

 

Si el P. Luis María Andreu no murió de enfermedad, pues no se le conocía ninguna, ¿de qué murió, entonces?

Oigamos de nuevo al señor Fontaneda: "Siempre que he comentado con mi esposa estas escenas, tan terriblemente impresionantes para nosotros, hemos sentido a la vez una paz y un no sé qué de serenidad inconfundible. Y sólo encontramos una respuesta para la pregunta. ¿De qué murió el Padre?: ¡El murió de felicidad!

"No obstante haber pasado en fracciones de segundo de la normalidad más completa a un estado de cadáver, sobre los labios le quedó la sonrisa...

"Cuando, vuelto a Garabandal, oí a las niñas lo que me decían sobre el Padre, y escuché alguno de sus diálogos extáticos en que hablaban de él o con él, todas las escenas de aquella dolorosa madrugada del 9 de agosto en Reinosa se llenaron para mí de una especial significación, en la que la Providencia de Dios y el Amor de María jugaban un importantísimo papel.

" 'Este es el día más feliz de mi vida', me había dicho el P. Luis. Yo quise preguntarle por el sentido de aquella frase, ya que me imaginaba que para un sacerdote el día más feliz tenía que ser el de la ordenación sacerdotal o primera misa; pero no me dio tiempo. ¿No podían ser sus palabras como un anuncio de su entrada en la felicidad eterna?

"Todo apareció claro cuando oímos al P. Royo: "Verdaderamente, el día más feliz de mi vida es aquél en que se llega a los brazos de Dios".

"Y tal fue para el P. Luis María Andreu aquel 9 de agosto de 1961, a las cuatro y veinte de la madrugada, volviendo de San Sebastián de Garabandal".

Después de todo esto, ya podemos entender bien el caso del primer muerto de Garabandal: el P. Luis no pudo con la verdad y el gozo de lo que había visto.

¿No nos han confesado muchas veces los santos, los grandes favorecidos de Dios, que viendo u oyendo ciertas cosas en Él, hubieran muerto de gozo, o de dolor, de no venir muy particularmente el mismo Señor en su ayuda? De seguro que el P. Luis, dejado a sus fuerzas por arcana disposición divina, no pudo más que unas horas con la verdad y el gozo de Garabandal... Así fue su primer muerto. Pero muerto con signo de "mártir", pues selló su inequívoco "testimonio" con la entrega de su vida ("Mártir" es una palabra de origen griego, que significa testigo. La primitiva Iglesia la empleó para designar a quines daban público testimonio de Cristo, o confesaban ante los tribunales su fe en Él, aun a costa de la vida.).

Las últimas cosas que dijo en ella fueron cosas muy comprometidas y muy serias; pero no hay más remedio que aceptarlas, porque también para esto vale aquello de "inclinarse ante las palabras de testigos que dan su vida por lo que dicen".

Lo puso todo a una causa, y sucumbió. Pero nada perdió en el lance:

"A tus fieles, Señor, no se les quita la vida, ¡se les transforma! Y así, deshecha la habitación de nuestra estancia terrenal, se entra en la eterna morada de tu gloria en el cielo" (prefacio de la misa de difuntos).

 

Más allá del crepúsculo

 

"A los ojos de los insensatos" ("Las almas de los justos están en manos de Dios, y el tormento no las alcanzará. A los ojos de los necios parecen haber muerto, su partida es reputada como desgracia, su salida de entre nosotros, como aniquilamiento; pero ellos gozan de Paz. Pues, aunque a los ojos de los hombres recibieron no pocas tribulaciones, su esperanza está llena de inmortalidad... Dios los probó y los halló dignos de sí... Al tiempo de su recompensa, estarán llenos de gloria, y será su paso como el de centellas por un cañaveral. Juzgarán a las naciones y dominarán sobre los pueblos, y su Señor reinará por los siglos" (Libro de la Sabiduría, 3, 1-8).) pareció que todo acababa para él, y que le hubiera sido mucho mejor no meterse en una aventura "tan innecesaria", a la que jamás se hubieran ligado prematuramente ninguno de los muchos "listos" que hay en la Iglesia... Le cerraron los ojos, extendieron acta de su defunción, le acomodaron en un ataúd, le lloraron deudos y amigos, le metieron en un hoyo, y "descanse en paz". Desde el día siguiente cada uno de los vivos, a sus ocupaciones o entretenimientos, aunque hablando todavía algo del "malogrado P. Luis". La noble tierra burgalesa (Está enterrado en Oña, detrás de la iglesia del monasterio –románica–, que hoy hace de templo parroquial, en la parcela de cementerio que guarda los restos de los jesuitas fallecidos durante los años en que estuvo allí su Facultad Teológica.) caída sobre su caja pobre de religioso que no dispone de caudales, no tardaría en endurecerse, y quedaría encima sólo una cruz de madera, pintada de negro, para seguir diciendo a los pocos visitantes el nombre de quien tanto pudo haber sido o hecho en la vida...

¡Sólo para quienes se mueven entre limitadísimos horizontes pueden existir tales crepúsculos de noche total! El P. Luis no quedó así aprisionado por las sombras. El pasó, misteriosamente, del Ocaso de un vivir, a la Mañana de un día que no conocerá anochecer.

Hasta para lo que él dejó sobre las rutas de Reinosa sonará una hora radiante: "Exsultabunt Domino ossa humiliata": "En el Señor exultarán también los huesos humillados".

Mas no será preciso aguardar a que llegue tal hora, para tener pruebas de su nueva vida.

He aquí unas notas de su hermano, el P. Ramón: "Acabados los funerales del P. Luis en Oña, y después de acompañar unos días a mi madre (residente en Bilbao), yo me fui para Garabandal el día 14 de agosto. Al entrar en el pueblo me salieron a saludar las cuatro niñas, porque me habían visto subir el trayecto final.

"Me dijeron que cuando les habían dicho que el P. Luis había muerto, que gritaron de pena... (Conchita lo cuenta así en su diario, páginas 45-46:
"Al día siguiente fuimos nosotras cuatro a barrer la iglesia, y cuando estábamos barriendo, vino la mamá de Jacinta muy asustada, y nos dijo: "¡Se ha muerto el P. Luis María Andreu!" Y nosotras no nos lo creíamos: ¡Como le habíamos visto el día anterior! Y dejamos la iglesia a medio barrer, y nos fuimos a enterar bien.
Decían que cuando ya se iba a morir, que las últimas palabras que dijo, fueron: "Hoy es el día más feliz de mi vida... ¡Qué madre más buena tenemos en el cielo!" Y se murió.")
Que la Virgen les había hablado también de la muerte de mi hermano, y que ellas le preguntaron entonces dónde estaba, y la Virgen respondió con sonrisas; que entonces ellas le habían dicho: "¿Para qué nos lo vas a decir, si ya lo sabemos?" Decían las niñas: "La Virgen se reía ¡cuánto!", y hacían gestos expresivos.

"Loli me entregó después el rosario de decena que había recibido de mi hermano para darlo a besar a la Virgen, y que luego había perdido: "La Virgen me dijo tan claro dónde estaba, que lo encontré en seguida, nada más levantar unas piedras"."

La conversación con las niñas fue grata y algo extensa. Le decían ellas: que a la tercera llamada sentían dentro una cosa que ya no las dejaba parar..., que la Virgen es siempre la misma, aunque se presente unas veces con vestido y título distintos de otras... que desde unos días antes del 8 de agosto, ya se les aparecía sola..., que con Mari Cruz no había tenido las mismas visiones que con las otras..., que había sido así, porque a veces su madre la tenía encerrada en casa...

 

Relato del P.  Ramón María Andreu al editor francés

del diario de Conchita

 

Lo grato de este primer encuentro se le enturbió pronto al P. Andreu. El lo cuenta al editor francés del diario de Conchita:

"Era el día 14 de agosto. Venía de enterrar a mi hermano Luis, y acababa de llegar a Garabandal. Un muchacho de Burgos se acercó para decirme: "Hemos oído a las niñas durante su éxtasis: "¡Ay, qué bien! Entonces, ¿vamos a hablar con el P. Luis?" "

"Aquello me dejó totalmente decepcionado. Me pareció que se trataba de un caso típico de autosugestión: la inesperada muerte de mi hermano había sacudido demasiado fuertemente el espíritu de las niñas, y allí estaba el resultado... Quise marcharme inmediatamente de Garabandal.

–Sin embargo, allí se quedó.

–Efectivamente, allí me quedé. Pero fue porque mis acompañantes no tenían las mismas prisas que yo.

–¿Qué pasó después?

–Me fui donde las niñas en éxtasis, y me puse a escuchar sus "conversaciones" con o sobre el P. Luis... Al cabo de unos minutos, ya no sabía qué pensar. Estaba verdaderamente estupefacto, pues las niñas, al repetir las palabras de su visión, iban dando cuenta de la muerte de mi hermano y del desarrollo de sus funerales, con detalles muy precisos sobre los ritos especiales del entierro de un sacerdote. Hasta sabían que en el del P. Luis había habido ciertas excepciones a las reglas tradicionales sobre la manera de amortajar el cadáver; por ejemplo, no se le había puesto el bonete en la cabeza, y en lugar de cáliz se le había colocado un crucifijo entre las manos. Las pequeñas daban incluso la razón de estas variantes.

"En otra ocasión les escuché que mi hermano había muerto sin haber hecho su profesión, como así era verdad. Hablaron también de mí y de mis votos: ¡Conocían exactamente la fecha, el lugar donde yo los había pronunciado y el nombre del jesuita que los había hecho conmigo!"

"Comprenderéis mi asombro, mi estupefacción, ante una sarta tal de detalles rigurosamente exactos, que las niñas no habían podido conocer de ningún modo por conductos humanos..."

Creo que no todo lo que dice así, globalmente, el P. Andreu en su respuesta al interlocutor francés, ocurrió o lo escuchó él el mismo día de su llegada, 14 de agosto; parte al menos debe de pertenecer a los sucesos de días siguientes.

Del primer trance de este día 14 (El día 14 vino otra vez el P. Andreu; estuvo con las niñas casi todo el día, y por la noche hasta las tres. También estuvieron ese día en el pueblo don Alberto Martín Artajo (ex Ministro de Asuntos Exteriores), y el P. Lucio Rodrigo (jesuita profesor de Comillas); y mucha gente." (Notas de don Valentín), que fue hacia las diez de la noche, tenemos un breve apunte suyo: "Salen las niñas en marcha extática, la cabeza levantada. Recorren las calles del pueblo, a veces, juntas, a veces, separadas. Cuando se juntan en algún punto, prorrumpen en exclamaciones de alegría.

"Así, por dos largos ratos, de diez a doce. El público las sigue rezando; pero es difícil marchar a todas partes con ellas, porque van de prisa... y no tienen ningún tropiezo, ni con las muchas piedras que hay, esperándolas en algún punto, porque las vueltas por el pueblo son constantes, en todas direcciones y por todas las callejas. En una de esas pues han oído a las niñas hablar de mi hermano y decir: "Entonces, ¿le oiremos hablar?... ¡Ay, qué gusto! ¡Era más bueno!" "

Efectivamente, a partir de esta fecha, no pocas veces sintieron las niñas la presencia del P. Luis en sus éxtasis y escucharon su voz, manteniendo diálogo con él, aunque sin ver su figura. Conchita escribió en su diario, pág. 46-47:

"Cuando pasaron unos días de morir el P. Luis, nos dijo la Virgen que íbamos a hablar con él. Y el día 15 de agosto, fiesta de Nuestra Señora (la Asunción), pues ese día había muchas excursiones, y venían de juerga, y como armaban escándalos, ese día, que era cuando nos había dicho la Virgen que teníamos que hablar con el P. Luis María Andreu ... no vino (Del informe del P. Ramón María Andreu:
"Se ha repetido el caso de que, cuando el público ha sido más numeroso y con aire de romería, con borrachos y música o canciones profanas, la visión no ha tenido lugar. Y el público quedó defraudado.
La primera vez que lo observé, fue el 15 de agosto (1961), fiesta de la Asunción, por la tarde. Ese día, toda la multitud esperó en vano. A la vista de los que se comportaban como si hubiesen ido a una romería, al oír las canciones profanas y observar el estado de semiborrachera en que se encontraban algunos, me dijeron varios del pueblo, gente sencilla: "Hoy no habrá seguramente nada. Ya ha sucedido otra vez. Y aquí nos alegramos deque no haya nada cuando vienen en ese plan."
Otro día me llamó Amalia, la hermana de Loli, de once años recién cumplidos, la encontré en estado de trance... Escuché que le decía a la visión:
"¿Por qué te vas para decirme en secreto que Jacinta estaba viendo a la Virgen en su casa. Fui y tan luego?... ¡Ah! Como el día de Nuestra Señora... Están cantando..."
Acabado el trance, le pregunté, y me respondió: "Dice que se va, porque están cantando y de juerga."
Salí a la calle y pregunté: "¿Hay alguien que esté cantando por ahí?" –"Sí, me respondieron; allí hay un grupo que está en plan de romería."
Y no hubo visión, hasta que ese grupo, que había ido en autobús, se marchó. Esto ha sucedido más veces. Yo he podido constatar cinco, por lo menos; y los cinco días, la incorrección e irreverencia de los visitantes era manifiesta."
Ese día 15 de agosto de 1961, subió por primera vez a Garabandal alguien que había de convertirse en uno de los más cualificados testigos de su historia: don Celestino Ortiz Pérez, médico de Santander, especialista en Pediatría.
Me escribe él: "Subí con mi familia. Estuve allí desde las siete de la tarde hasta las seis de la mañana, en que tuve que marcharme para llegar a tiempo a mis obligaciones. No vi nada.
"Los míos se quedaron en el pueblo hasta las nueve de la mañana, en que les fueron a recoger. Fue en esa visita cuando conocimos al P. Ramón María Andreu; por cierto que éste, al enterarse de que yo era médico, mostró mucho interés en que examinara a las niñas.")

Al día siguiente, a las ocho o nueve de la noche, se nos apareció la Virgen muy sonriente, como siempre, y nos dijo a las cuatro: Vendrá ahora y os hablará el P. Luis. Y al poco rato vino, y nos llamó una por una; pero nosotras no le veíamos, nada más que le oíamos: su voz. Era exactamente igual que cuando hablaba en la tierra. Y cuando ya habló un rato, dándonos consejos, nos dijo también alguna cosa para su hermano el P. Ramón; y nos enseñaba palabras en francés, y a rezar en griego. También nos enseñó palabras en alemán y en inglés.

Y al cabo de un rato, ya no sentíamos su voz, y nos hablaba la Virgen y estuvo un momento más y se marchó."

No cabe duda de que las niñas pronunciaron más de una vez, en sus éxtasis, palabras o frases en lenguas que les eran totalmente desconocidas. Hay testigos de toda solvencia. En la edición francesa del diario de Conchita se recoge esta declaración del P. Ramón María Andreu: "Ciertamente, las niñas han hablado más de una vez en lenguas extranjeras. Yo mismo he escuchado a una de ellas recitar el avemaría en griego. Y tengo en mi poder una carta de Conchita, de la que quisiera repetiros íntegramente varios párrafos, en los que me da cuenta de las cosas que aprendió en francés, por habérselas oído, en éxtasis, a mi hermano" (pág. 57).

Más de uno ha expresado su opinión de que esto de las palabras o frases en lenguas extrañas parece "un juego" demasiado inútil, y hasta un poco tonto, para admitirlo como procedente del cielo... Con todo respeto para su perspicacia, yo me atrevo a hacer estas observaciones:

Todo lo de Dios ha de tener su porqué; pro o todo lo de Dios nos ha de aparecer en seguida con suficiente claridad en cuanto a motivaciones y finalidad. El se mueve siempre para nosotros en zonas de misterio. Y se va desvelando progresivamente... según sus designios, y en la medida en que nosotros le aceptamos o, al menos, no le salimos con obstáculos. Cuando se van descubriendo marcas divinas a favor de una realidad dada, en su conjunto, sería necio pretender descalificarla, porque no todos sus detalles, y en seguida, se nos muestran a buena luz. ¿Cuál es el "estilo" de Dios que nos enseña la Escritura? ¿Tal vez el de proclamar desde el principio todas sus intenciones o planes e ir dando en todo instante explicaciones de todo? Tenemos que aprender a fiarnos de Él, y por unas cosas en que le entendemos, aceptar otras aunque no le entendamos. Ante Dios no valen las posturas de simple sagacidad humana, y menos, si están empapadas de orgullo o autosuficiencia.

Me he preguntado más de una vez, si esto de las lenguas extrañas en Garabandal no venía precisamente apuntando a la dimensión universalista de su "misterio"... Menos que nunca podía encerrarse a la Virgen y su acción entre horizontes localistas o nacionales; en torno suyo sonaban diversas lenguas, porque Ella venía para todos, para los de lejos como para los de cerca.

Y no deja de llenarme de alegría el que en esas visitas de la madre, sonara el avemaría, la primerísima plegaria mariana, precisamente en griego. ¿No fue en esa lengua en la que se escribió por primera vez? ¿No fue de esa lengua de la que se tradujo a todas las demás? Y la lengua griega, lengua de la primera Iglesia ecuménica, sigue siendo el símbolo de una porción importantísima de cristianos de hoy, que deben encontrarse con nosotros en una misma comunión de fe y caridad.

La Virgen venía a nosotros, por Garabandal, en una gran hora ecuménica, y quizá todo esto de las lenguas, aparte de su valor de "milagro" en boca de aquellas aldeanucas, podía estar insinuando las dimensiones misteriosas de la nueva y singularísima epifanía de la Virgen.

***

Las relaciones del fallecido P. Luis con el fenómeno de Garabandal no acabaron en estos días de agosto, y hay muchos testimonios de las niñas que lo confirman.

Pero quizá lo más sorprendente sea esto que escribía Conchita al P. Ramón, en carta del 2 de agosto de 1964: "El día 18 de julio –fiesta de San Sebastián de Garabandal– he tenido una locución (Las locuciones son uno de los fenómenos de misteriosa comunicación entre Dios y el alma, que estudia la Teología Mística.
Por la "locución" el alma recibe interiormente lo que Dios quiere decirle; sin palabras, pero con total claridad y seguridad.
), y en esta locución se me ha dicho, que al día siguiente del milagro, se sacará a su hermano de la tumba, y se encontrará su cuerpo intacto".

Recientemente, en 1976, se corrió por todas partes la noticia de que los restos del P. Andreu habían sido exhumados, como los de otros muchos jesuitas sepultados en Oña durante el tiempo en que aquello había sido Facultad Teológica de la Compañía (ya no lo es); que se habían abierto los ataúdes, y "todos los cadáveres estaban descompuestos"...

Tal noticia, para desánimo de bastantes garabandalistas y regocijo de sus oponentes, fue en seguida tomada como nueva "prueba" contra la verdad de Garabandal.

Pero no hay nada como saber esperar, para que muchas cosas oscuras acaben aclarándose... Al cabo de un año, me ha llegado esta carta:"Mi amigo, el señor Cabré, de Barcelona, ha recibido carta de un Padre misionero de América del Sur, en la que dice que el otro día se encontró con el P. Alejandro Andreu, hermano del difunto, y le preguntó por lo ocurrido con el cadáver del P. Luis. A lo que le contestó, que en Oña habían sido desenterrados todos los cadáveres y llevados a Loyola; que habían destapado todas las cajas a excepción de la del P. Luis, por orden del Provincial de los Jesuitas. Así, pues, efectuaron el traslado de los restos del P. Luis sin saber su estado; los demás, sí estaban descompuestos.

Como se ve, el primer muerto de Garabandal está indisolublemente ligado al desarrollo de su gran misterio...

Y nosotros tenemos que agradecer al Señor el que por él nos haya venido una nueva seguridad en nuestra primordial certeza cristiana, la de que HAY MUCHO, MUCHO, MAS ALLÁ DEL ÚLTIMO CREPÚSCULO.

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A. M. D. G.