ÍNDICE

CAPÍTULO IX

 2.ª PARTE

 

 

OTRA VEZ EN FAMILIARIDAD CON LA MADRE

 

 


 

El canto de la niña de tres años, ciega

  quedó sorprendida por una música como de gorjeo de muchos pájaros; pero gorjeo maravilloso..

  Los "comisionados" enfrente

  le fue dado también el tener ante sus ojos y oídos el proceder de quienes estaban allí con obligaciones sagradas hacia aquellas criaturas y sus "cosas"...

  La primera nota episcopal 

  el primer documento público sobre los acontecimientos de Garabandal

 


 

La testigo doña María Herrero de Gallardo sigue informando sobre lo que ella vio el primer día de su estancia en Garabandal (17 de agosto, jueves).

"Después de varias vueltas muy rápidas por el pueblo –a veces cambiaban de dirección tan bruscamente, que más de una vez choqué contra ellas–, las niñas se dirigieron hacia la iglesia. Allí, ante la puerta, abierto, cayeron de rodillas y rezaron... Luego, Jacinto rió y dijo a su visión que no se atrevía a saltar por encima del umbral para entrar en el templo. La visión debió de insistir, y entonces ella, con la mayor naturalidad, muy suavemente, sin ninguna contracción de su cuerpo, tal como estaba, con las manos juntas ante el pecho y de rodillas, saltó (Habla de "salto" por decir de algún modo lo que fue aquel maravilloso pasar de fuera a dentro: traslación instantánea, inexplicable, bellísima, que dejó a todos los circunstantes pasmados de gozosa admiración) adentro por encima de los obstáculos del umbral, ante la estupefacción de todos los presentes. Ella sonreía a su visión.

"Las dos niñas se dirigieron como jugando hacia el altar; y allí, sobre la balaustrada del presbiterio, continuaron con su celeste juego..., que escandalizó a unos cuantos (todo esto lo llevaron al obispado de Santander, de donde vino luego una prohibición formal de que las niñas entraran en éxtasis a la iglesia, y por eso la cerraban durante los trances).

"Yo puedo atestiguar que la belleza de actitudes durante su "juego" era en verdad cautivadora. Cayeron después a la larga, muy suavemente, delante del tabernáculo: Jacinta de costado, con su ropa cubriéndole muy decentemente las piernas, las manos cruzadas sobre el pecho; Loli, de modo similar, pero apoyando su cabeza sobre las rodillas de Jacinta. Durante esta situación, ciertamente muy conmovedora (allí había sacerdotes testigos, que la contemplaban con todo respeto), ellas desarrollaron un diálogo muy largo, muy íntimo, que yo apenas entendía, pero que me daba la impresión de ser como una conversación de hijas pequeñas con su madre, a quien le cuentan todas sus cosas y las de lugar".

Sabemos por la testigo que el éxtasis no terminó aquí, sino que las niñas continuaron luego por el coro su extraño y misterioso "juego", asustando a no pocos espectadores cuando se deslizaban por entre los barrotes de la balaustrada con evidente peligro de caer y matarse...

"–En algunos momentos daban la impresión de estar como para echarse a volar. Ellas me declararon más tarde que la Santísima Virgen les había dicho entonces que la siguieran sin miedo..., pero que no se habían atrevido. "Si la hubiéramos obedecido, habríamos volado".

"Después de mucho rato, se dirigieron, siempre en éxtasis, hacia la plaza... Junto a la casa de Fania, cayeron otra vez al suelo, tan largas como eran; Loli se incorporó la primera, y se puso de rodillas, en oración, con un mirar espléndido en sus ojos llenos de luz; recitaba el "Dios te salve, María" de un modo conmovedor, y las lágrimas corrían de sus ojos (Loli, verdaderamente transfigurada, estuvo así de rodillas un rato, pidiendo "Misericordia"... Recitó luego, con extraordinaria unción, un "Señor mío Jesucristo", y luego, la "Salve".). Vivía profundamente lo que estaba viendo, y tal vez fue entonces cuando contempló, como un cuadro, a la Sagrada Familia.

 

El canto de la niña de tres años, ciega

 

"Un sacerdote, a mi lado, me llamó la atención sobre que el trance duraba ya dos horas más veinticinco minutos. En ese momento llegó una joven pareja con una hijita de tres años, nacida sin ojos. La madre, con los ojos llenos de lágrimas, pedía y pedía a la Virgen un milagro. Las niñas en éxtasis se asociaron a su petición... El silencio, sobre esta escena, era impresionante... De pronto, la cieguecita rompió a cantar una canción encantadora, llena de alegría. La emoción nos dominaba (El canto de esta criatura de tres años me parece que está para decirnos mucho.
Es una prueba de que las peticiones que se estaban haciendo por ella, no se perdían en el vacío. En vez de la vista corporal, que se pedía, recibía ella otra gracia o iluminación interior, más valiosa, que desataba su lengua para el misterioso desahogo del canto.
Y es que una cosa habemos de tener por cierta desde el punto de vista de la fe: ¡nunca recurrimos inútilmente a Dios! Si no recibimos precisamente aquello por lo que íbamos, y que tal vez no era lo más conveniente desde todos los aspectos, se nos compensará con otras cosas, subestimadas de momento, pero que se irán demostrando como más beneficiosas. Después de todo, lo de aquí y ahora no es siempre lo más importante.).

"Por fin, Jacinta y Loli marcharon hacia la casa de esta última. Y vertiginosamente, sin que las pudiéramos seguir, subieron al primer piso, donde continuó la aparición. Poco después la ventana se abrió de golpe, y vimos a las dos niñas echándose hacia fuera y gritando suplicantes a su visión que no las dejara, que las llevase con ella. Era impresionante la vehemencia con que lo pedían. Poco después empezaron a hacer gestos de adiós con sus manos, como si la visión se les alejara por el horizonte, a la izquierda de los Pinos".

El relato es precioso, como cualquiera puede apreciar. Pero de la misma testigo tenemos otro que se refiere también a estos días estivales de agosto, y que nos muestra una vez más a las niñas en plena intimidad con la Madre.

"Ceferino, delante de su casa, me dijo que subiera en seguida a los Pinos, pues Mari Cruz llevaba ya un buen rato en éxtasis. Fue el día en que un grupo de "peregrinos", reunidos allá arriba en torno a las niñas, entendieron a Mari Cruz decirle a su visón: "¡Ah! Entonces es un padre dominico el que está aquí vestido de paisano". (El hecho es cierto, pues luego, por la tarde, me lo contó el mismo religioso, como de unos treinta años, que estaba muy impresionado, ya que él no había revelado a nadie ni su condición ni su identidad).

"Cuando yo llegué, Mari Cruz daba a besar a su visión una gran cantidad de rosarios y medallas –quizá no menos de una centena–, al mismo tiempo que iniciaba un descenso de espaldas hacia el pueblo... Había que verla: unos momentos, detenía su marcha; otros, la aceleraba vertiginosamente, rozando apenas con sus pies el terreno, tan accidentado.

"A medo camino, ya cerca del "cuadro", también Loli y Jacinta, que la acompañaban, entraron en éxtasis, y cogidas del brazo las tres, marcharon hacia la iglesia, que por aquellos días aún no se cerraba a las videntes. Antes de penetrar en su interior, ellas dieron varias vueltas en torno, desgranando las avemarías del rosario (Muchas, muchas veces ocurrieron estas como marchas procesionales en torno a la iglesia. Algo querrían decir del valor del lugar sagrado en orden a encontrarnos con Dios... Y algo querrían decir también del valor de ciertas manifestaciones religiosas que bastantes quieren dar ya por caducadas como si estuviesen faltas de contenido...). La multitud alrededor se había hecho muy compacta...

"En estos momentos, entró también en éxtasis Conchita, se cogieron las cuatro del brazo y pasaron, de modo increíble, por la pequeña puerta del pórtico de la iglesia. Digo "increíble", porque dicha puerta o acceso no tiene suficiente anchura como para pasar a las cuatro en línea, sin apretarse ni tropezarse.

"Yo, logré deslizarme rápidamente a la iglesia, y así tuve la suerte de poder contemplar a mi gusto la impresionante entrada de las cuatro extáticas en el recinto sagrado: lo hicieron lentamente, con un pisar seco y acompañado, como de desfile militar, que resultaba extrañamente sonoro en el silencio y penumbra del lugar santo. Daban una tal impresión de fuerza, que Loli, al pasar, rozó apenas con el brazo a una amiga nuestra, de considerable talla, y la derribó al suelo (Téngase en cuenta que Loli, por aquellas fechas, era más bien menuda para sus años.
De la impresión que causaba aquel paso de las niñas, rítmico y firme, en el silencio o en la noche de las calles de Garabandal, dominando el confuso arrastrar de pies de quienes las seguían callados o rezando, tenemos preciosos testimonios.
No olvidemos que la Virgen, toda encanto y bondad, es también la "Virgo Potens", la Virgen Fuerte, que se enfrenta a los poderes del mal y es capaz de arrollar, como le canta la Iglesia, todas las herejías a lo ancho del mundo y de la historia.).
Creo que todos cuantos estábamos allí quedamos sobrecogidos de un saludable temor..., y en cuanto a mí, confieso que sentí como una fuerte experiencia de lo que tiene que ser el temor de Dios, y me acordé de aquello de la Escritura que la Iglesia aplica a la Virgen: "Hermosa y atractiva eres, hija de Jerusalén; pero también terrible, como escuadrón puesto en orden de batalla" "
(Ya queda apuntada antes cierta anotación que hizo don Valentín para el 5 de agosto: "A las nueve y media de la noche, yo estaba en el portal de la iglesia; llegaron las niñas, y las quise parar, pero no pude. Es enorme la fuerza que desarrollan en sus marchar; y que aun queriéndolas parar, no se puede, o es sumamente difícil".).

De estos trances, en que las niñas eran arrebatadas del mundo circundante para entrar en admirable comunicación con personas y realidades de otro mundo que se nos oculta, a los espectadores sólo llegaban ciertas irradiaciones o reflejos; lo que de verdad había en la dimensión interna de aquellos fenómenos, sólo las videntes podrían explicarlo, y hasta la fecha es muy poco lo que han sabido decirnos. Creo que no debe extrañar a nadie, pues el lenguaje que tenemos a mano está hecho para expresar realidades y experiencias de la tierra, no de un mundo superior.

Conchita nos declara en su diario (pág. 48) que en los trances de estos días que venimos historiando, la Virgen puso especial atención en llevarlas a ellas, las niñas, tan faltas de instrucción humana, a un hábito de orar con el mayor esmero o cuidado.

Les mandaba rezar el rosario, como tantas otras veces; mas para adoctrinarlas prácticamente sobre el modo de hacerlo, les dijo el viernes, día 18 de agosto. "Yo voy rezando delante, y vosotras me seguís".

"Y ella –asegura la niña– rezaba muy lento"... Las niñas repetían después palabra por palabra lo que Ella decía primero, tratando de asimilar su aire, tono y pronunciación. El ejercicio seguía en un todo la manera habitual de rezar el rosario; pero "todo –nos dice Conchita– muy despacio. Y a la salve nos mandó cantarla, y nosotras la cantamos".

Creo que debe ponerse atención en ese "rezaba muy lento"... y en el "todo muy despacio"... No es lo importante hacer, como sea, muchas cosas, sino hacer bien las cosas que deben hacerse; como no está la cosa en rezar de prisa muchas oraciones, sino en orar siempre bien, con el tiempo que sea preciso. Dar a cada "hacer", especialmente a la comunicación con Dios, el tiempo y atención que requiera, debía de ser el estilo de la Llena de Gracia, Desde siglos se ha dicho entre nosotros: "De prisa y bien, no hay quien"; y en eso de "bien" debió de cargar siempre Ella la fuerza de su vivir. Por eso fue tan única su perfección.

Quiero reproducir aquí la nota de la página 59 de la edición francesa del diario (creo que se debe al P. Andreu): "Conchita nos ha dicho ya al principio que la visión les hacía recitar el rosario con mucha frecuencia. Y a veces era cantado...

"Existen grabaciones magnetofónicas, verdaderamente cautivadoras, de este orar de las niñas en éxtasis: el avemaría suena siempre muy lentamente, con voz intensa y ligeramente temblorosa, y las palabras son pronunciadas con perfecta distinción; lo mismo se advierte en la recitación del padrenuestro, donde el "hágase tu voluntad" tiene siempre un acento especial.

"Como extraña música de fondo, las bandas magnetofónicas hacen oír por debajo de la voz de las niñas el ruido sordo del andar de las personas que las acompañaban en su marcha mística por las calles del pueblo".

Son muchas las observaciones que podíamos hacer sobre cuanto acabamos de transcribir...; pero será mejor que se las haga cada uno, seguro de que en todos esos "detalles" hay avisos y amonestaciones de Madre, que no debemos soslayar. Por nuestro bien y el de la Iglesia.

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Este 18 de agosto (se cumplían dos meses justos desde el comienzo de los sucesos) no sólo hubo lecciones saludables de buen orar, sino que el cielo regaló también a quienes velaban, con extrañas ráfagas de música..., de música no compuesta por hombres.

La esposa del doctor Ortiz recuerda bien este día, como el primero en que ella fue testigo de "algo".

Después del aparente fracaso de la primera subida del matrimonio (aquel día de la Asunción que parecía tan indicado para una demostración mariana), quizá hubieran tardado en volver por Garabandal, de no haber surgido el compromiso de llevar allí a unos primos de la señora, que venían de Madrid con grandísimas ganas de ir a ver qué pasaba en el ya famoso pueblecillo. Como don Celestino no podía dejar sus muchas ocupaciones profesionales, acompañaron a los llegados su señora y algunos familiares de ésta.

Ya en Garabandal, aprovecharon las horas de luz para recorrer aquellas calles y callejas, de tan singular tipismo; y a la hora del crepúsculo se dispusieron a ser testigos de las cosas tan raras que allí ocurrían. Por parecerles muy difícil y expuesto andar o correr detrás de las niñas en la oscuridad de la noche, se fueron hacia la entrada de la iglesia, a apostarse allí, pues habían oído que muy frecuentemente los trances, o empezaban, o pasaban, o acababan por el lugar sagrado; sólo Fernando, hermano de la señora Ortiz, se decidió, bajo la guía de Fidelín, el taxista de Puente Nansa, a seguir de cerca todas las incidencias de los fenómenos que ocurrieran.

Y los fenómenos empezaron... A los de la iglesia sólo les llegaba algún que otro eco; por ejemplo, gritos de chiquillos que decían: "¡Ahí vienen! ¡Ahí vienen!" Lo que no les causaba la mejor impresión: sabemos que a la señora Ortiz aquello le hacía recordar, y no con gusto, el encierro de los toros en las fiestas de Pamplona.

 

quedó sorprendida por una música como de gorjeo

de muchos pájaros; pero gorjeo maravilloso...

 

Después de larga y pesada espera, hacia las diez de la noche, desde el pórtico de la iglesia empezaron a oírse unos pasos firmes, rítmicos, bien marcados, que parecían aproximarse; la señora Ortiz, su hermano Pancho y una hija de éste salieron a asomarse a la calle, a ver qué era, y se encontraron con una niña en éxtasis que venía en su dirección, seguida de muy poca gente... La niña se paró de pronto en la esquina de una casa de la callecita que da a la iglesia, y allí estuvo durante unos instantes, mirando absorta al cielo. En aquellos instantes la señora de Ortiz, que estaba muy próxima, quedó sorprendida por una música como de gorjeo de muchos pájaros; pero gorjeo maravilloso... Se volvió a su sobrina y le dijo: "¿No oyes nada?" La sobrina alargaba el cuello hacia la vidente, porque había entendido que las niñas, en éxtasis, hablaban con su visión. Le dijo a la tía: "No, tita, no le oigo nada; sólo oigo cantar a muchos pájaro, pero ¡más suavemente...!" "–¡Eso es lo que oigo yo!"

La vidente –luego supieron que era Jacinta– arrancó de nuevo hacia el pueblo, sin llegar a la iglesia, y en ese momento cesaron todos aquellos cantos.

Cuenta la señora de Ortiz: "Al reunirnos con nuestro grupo, pudimos oír a unos muchachos que andaban por el puentezuco que había ante el pórtico: "¡Madre! ¡Madre! ¿No han oído cantar a muchos pájaros?" Y unas mujeres contestaban: "Sí, también nosotras lo hemos oído".

"Yo pregunté a mi cuñada Maruja, quien me dijo: "Yo lo he oído también; me hacía el efecto de una pajarera con miles de pájaros cantando a la vez, ¡y maravillosamente!"

–¿No os disteis cuenta que fue al marcharse la niña cuando todo cesó?

–Pues no, no se me ocurrió relacionar lo de los pájaros con la presencia de la niña.

–Pues, para mí, es evidente que una cosa se debía a la otra".

En esto llegó Fernando, el que había ido a ver de cerca los éxtasis, y todos, naturalmente, le preguntaron: "Cuenta, cuenta, ¿qué es lo que has visto?"

"–No sabría explicároslo... He visto unas caras tan transformadas, de dulzura tan sensacional...

–¿Y no has oído cantar a muchos pajarines?

–No, no he oído nada... Pero, ¡bueno!, ¿qué tonterías preguntáis? ¡Los pájaros nunca cantan de noche!"

Esta rotunda afirmación dejó a la señora de Ortiz, no muy familiarizada con la vida del campo, en el colmo del desconcierto... Si los pájaros nunca cantan de noche, ¿qué era aquello que ellas ciertísimamente habían oído? Se le hubiera podido decir: "Mire, señora, los pájaros que cantan en Garabandal no son de los que pernoctan en las ramas de los árboles"...

Por lo demás, no era aquélla la primera vez en que extraños y dulcísimos cantos de aves han venido a acompañar las especiales comunicaciones de Dios con sus almas predilectas... Adéntrese, quien quiera saber algo más de esto, por ciertas páginas de la vida de San Francisco de Asís, o por las de la crónica del viejísimo monasterio de Leyre (en los confines de Navarra con Aragón), cuando habla del santo abad Virila (La "diplomática" del monasterio registra el nombre de este abad a partir del año 928.)

En la familia del doctor Ortiz, por aquello de que los pájaros nunca cantan de noche, y no había por qué exponerse a que les creyeran con alguna chifladura, se decidió no hablar por el momento del asunto. Pero cuando más tarde tuvieron ya suficiente confianza con las niñas y se enteraron de que había sido Jacinta la vidente de aquella noche, no se quedaron con las ganas de pedir alguna explicación. La niña se limitó a sonreír, y a decirles evasivamente: "Mi abuela también decía entonces, que oía a las golondrinas..."

 

Los "comisionados" enfrente

 

El día 22 de agosto, martes, octava de la Asunción y fiesta del Inmaculado Corazón de María, hacía por primera vez la ruta de río Nansa y río Vendul arriba un joven sacerdote asturiano que iba a quedar para siempre entrañablemente vinculado a Garabandal. De él tenemos un valioso documento que acaba de ver la luz pública. "Memorias de mis subidas a Garabandal (años de 1961, 62, 63, 64, 65, 66, 67 y 68). Por el P. José Ramón García de la Riva, cura párroco de Ntra. Sra. de los Dolores, del pueblo de Barro, arciprestazgo de Llanes, arzobispado de Oviedo (España)".

Don José Ramón redactó estas memorias "a vuela pluma, y con el solo intento de llenar posibles lagunas en la información hecha hasta ahora, como ayuda para quienes puedan afrontar una tarea importante de investigación.".

Después de explicarnos en nota preliminar cómo trató de hacer "legalmente" todas sus subidas a Garabandal, empieza a referirnos así la primera:

"Surgió de una conversación mantenida con el actual párroco de San Claudio de la ciudad de León, reverendo señor don Manuel Antón. Este señor cura pasaba entonces unos días en Barro (Llanes, Asturias). Yo acababa de llegar a dicha parroquia, y no tenía la menor idea de aquellos sucesos que ocurrían a 57 kilómetros, en la vecina diócesis de Santander. Tales sucesos habían comenzado el 18 de junio de 1961, y yo tomé posesión de la parroquia de Nuestra Señora de los Dolores de Barro, el día 10 de agosto."

"De aquella conversación me quedé con un dejo de curiosidad..."

La curiosidad por saber qué era lo que de verdad estaba ocurriendo llevó a don José Ramón hasta Garabandal en día 22 de agosto. Un día de signo muy mariano, según dijimos antes.

Subió con su padre en una motocicleta "Roa", y la primera pregunta que hizo en el pueblo fue sobre la hora de las "apariciones". "–Es al atardecer, después del rosario en la iglesia; las niñas suelen extasiarse al salir". La información produjo cierta contrariedad a los llegados, pues no podían quedarse los dos para una hora tan tardía. Decidieron que el padre bajara o regresara en un taxi que había allí, y que estaba presto a partir con otras personas que tampoco podían esperar.

Entonces, dice don José Ramón, "me dediqué con un sacerdote burgalés, venido de la Lora (Comarca de la alta meseta castellana, de clima recio, en el extremo Noroccidental de la provincia de Burgos, confinando con Palencia y Santander. Sonó bastante cuando la guerra civil española, y posteriormente, con motivo de haberse encontrado allí el primer petróleo de la península.), a pasear por el pueblo. Sus calles o callejas eran tortuosas y pedregosas. Fui conociendo poco a poco a las niñas videntes; la primera, Loli, que correteaba junto a su casa alrededor de un "jeep"; después, Conchita y Mari Cruz, que por entonces solían andar juntas; a Jacinta no la vi hasta por la noche, y en éxtasis. Me dieron impresión de ser normales, juguetonas, risueñas, vivarachas; pero un tanto tímidas... Les hice unas fotografías, que conservo; y me extrañó verlas con rosarios, cadenas y medallas colgando del cuello. Luego supe que los llevaban así para darlos a besar a la visión durante el éxtasis (Más adelante dirá don José Ramón, resumiendo algo de lo que fue muchas veces testigo:
"Era una auténtica maravilla ver con qué facilidad desenredaban en éxtasis verdaderos montones de rosarios y de cadenas con sus medallas.
También era digno de presenciar el momento en que todos aquellos rosarios y cadenas con sus cruces y medallas correspondientes, eran impulsados hacia arriba, hacia la Virgen, con un juego muy bonito de los diez dedos..., quedando como en corona, vueltos hacia la visión, sólo los crucifijos y las medallas".)
, y que eran de las numerosas personas que acudían a San Sebastián llevadas por la curiosidad o la fe. También me enteré entonces de que en los comienzos de las apariciones las niñas daban a besar pequeñas piedrecitas, que recogían previamente por el suelo, y luego se las ofrecían a distintas personas de parte de la Virgen. Yo no llegué a ver esto, porque hacía ya tiempo que sólo daban a besar objetos religiosos o alianzas matrimoniales".

"Al atardecer de este día 22 de agosto, me fui a la iglesia: era sencilla y acogedora... Entonces había un comulgatorio de hierro, separando el presbiterio del cuerpo del templo. Yo me coloqué a la izquierda, arrodillado en la primera gradilla; y me hice la reflexión siguiente: "Si esto es de Dios, las mejores cosas se verán seguramente en la iglesia". Y en este sentido le contesté a una señora que me preguntó por el lugar de las apariciones. Me puse a rezar con devoción, y pedía al Señor que pronto se esclarecieran aquellos sucesos... No había de ser así: los juicios de Dios son distintos de los de los hombres, y tienen su modo y hora para actuar."

"Ese día se encontraban en Garabandal unos cinco sacerdotes asturianos, todos adscritos al concejo y arciprestazgo de Llanes, y también un canónigo de la catedral de Oviedo; aparte de otros sacerdotes que andaban en torno a las niñas videntes."

"Se rezó el santo rosario, que dirigió el R. P. Ramón María Andreu, jesuita. Recuerdo que antes de comenzar nos dijo desde el presbiterio, que aquellos sucesos eran muy dignos de nota, y que allí había campo de estudio para teólogos, místicos, psicólogos, psiquiatras, etc. (no habló en público de que aquello fuese sobrenatural, como alguien falsamente le atribuyó)."

Acabado el rezo del rosario, cuando la gente estaba saliendo aún de la iglesia, se produjo ya el primer fenómeno. "Mari Cruz cayó de bruces en el interior del templo, a la altura del altar de la Inmaculada; y las otras niñas se vinieron encima de Mari Cruz. Noté con admiración que, si bien las niñas en su caída se habían ido bruscamente al suelo, sin embargo sus vestidos quedaron bien colocados, tapándoles hasta las rodillas. Estaban como en un cuadro escultórico, más para ver y admirar que para referir. Allí mismo hizo el P. Andreu la precisión de que en su libro de ascética y mística el P. Royo Marín habla de los cuadros escultóricos humanos que forman a veces los místicos en sus trances...

"Visto esto, y al salir las niñas de la iglesia y seguir en éxtasis por el pueblo, yo me volví al presbiterio y ya no me preocupé más que de hablar en mi oración con el Señor Sacramentado. Todo mi afán era pedir a Dios luz para el señor obispo y para los encargados de estudiar todo aquello.

"Varias veces volvieron las niñas a la iglesia, y se iban a colocar junto a mí, en la gradilla del presbiterio: no tenía más que volverme un poco de lado, con ligero movimiento de cabeza, y veía perfectamente todo el desarrollo de aquellos fenómenos, místicos a ojos vistas. Las niñas REZABAN ANTE EL SANTÍSIMO... y todo su porte externo era de una vistosidad admirable (a pesar de lo pobre de su indumentaria). Rezaban en voz baja, con la cabeza hacia arriba y hacia atrás... Hacían su entrada en la iglesia de dos en dos: Loli y Jacinta, Conchita y Mari Cruz; pero alguna vez entró Loli sola: se llegaba al presbiterio, y se arrodillaba o se tendía en el suelo con la cara vuelta hacia arriba. Si esto podía llamar la atención por lo raro, ciertamente no molestaba, sino que agradaba."

 

le fue dado también el tener ante sus ojos y oídos

el proceder de quienes estaban allí con

obligaciones sagradas hacia aquellas criaturas y sus "cosas"...

 

Al señor cura de Barro, don José Ramón García de la Riva, no sólo le fue dado en esta noche del 22 de agosto el poder admirar tan de cerca el espectáculo único de aquellas criaturas fuera de sí por una fuerza misteriosa: le fue dado también el tener ante sus ojos y oídos el proceder de quienes estaban allí con obligaciones sagradas hacia aquellas criaturas y sus "cosas"...

"Todo mi afán –nos ha dicho el buen sacerdote– era pedir a Dios luz para el señor obispo y para los encargados de estudiar aquello." No sabía él que tales encargados, por rara excepción, se encontraban precisamente aquel día allí. Y con unas disposiciones muy poco a propósito para dejarse esclarecer por la luz de Dios. Veamos:

"Los de la Comisión diocesana (él no tenía entonces ni noticia de su existencia, se lo explicaron luego) aparecieron bastante después del rosario, cuando ya las niñas andaban en éxtasis por el pueblo. Y siento tener que decir que, a mi juicio, no mereció ningún aplauso la actuación de los miembros de tal comisión en este día.2

En una de las veces que las niñas volvieron a la iglesia, acertó a llegar el doctor Piñal, y desde la entrada, en voz bien alta, para que le oyeran todos los que rodeaban a las videntes, preguntó: "¿Qué? ¿Todavía continúa esta farsa?" "Aquí el único farsante es usted –le replicó el doctor Ortiz, de Santander, que en aquellos momentos tomaba concienzudamente las pulsaciones de Conchita–. No es éste el lugar apropiado para decir esas cosas, y menos en público". No se habían reconocido los dos médicos. Mas fue cuestión de unos segundos.

"DR. ORTIZ.- ¡Ah! ¿Pero eres tú?

DR. PIÑAL.- Sí, y a ti te tengo yo que decir unas cuantas cosas en la sacristía.

DR. ORTIZ.- Puedes decirme las que quieras."

Se fueron, efectivamente, a la sacristía, y "aquí termina, según dice don José Ramón, el estudio de la Comisión, por parte de los médicos, en este día; un estudio que no comenzó, para poder terminar".

Pero tal vez los sacerdotes "comisionados"... Oigamos al testigo:

"Uno de los sacerdotes de la Comisión llegó hasta el presbiterio y puesto allí, de espaldas al Santísimo y de cara al público, hizo sin recato ninguno, en voz bien alta, este comentario: "Yo, en esto no creo... pase lo que pase".(El autor de esta declaración tan "discreta" no fue el Rvdo. Odriozola, que aparece casi siempre como portavoz y "factotum" de la Comisión.)

Parece que también aquí terminó el estudio "teológico" realizado por la Comisión aquella noche.

Pero los comisionados llevaban su fotógrafo "oficial". Pasó también al presbiterio, y allí estuvo al lado del sacerdote que hemos visto ¡tan bien dispuesto a la fe!; don José Ramón le oyó decir: "Yo no soy profesional de arte; pero...". Como la máquina del dicho fotógrafo era automática, cargada con carrete de color y provista de flash, don José Ramón le indicó que era una pena que se perdiese las preciosas fotografías que podía hacer de Jacinta y Loli, que estaban entonces arrodilladas en la gradilla, "y con una gracia y pose verdaderamente extraordinarias". La respuesta del fotógrafo fue desdeñosa y desabrida: que ya había hecho las fotos que tenía que hacer.

Al llegar a este punto, hemos de decirnos que la actuación de los comisionados en esa noche, de la que tenemos referencias tan directas, es como para erigirla en paradigma o modelo...

Ellos no están en el escenario de los sucesos a la hora de la oración; sólo vendrán después, como para echar un vistazo y ver de tomar medidas contra "los obstinados" en mantener todo aquello.

No va con ellos el seguir de cerca a las protagonistas en sus trances, para conocerlos a fondo, para no perderse detalle, y así tener un completo cuadro de referencias o datos sobre el que montar sólidamente un dictamen. ¡Que se molesten otros por aquellas callejas y caminos! ¡Que otros pierdan el sueño con las largas e insustanciales "vigilias"! Ellos, los que en definitiva cuentan, porque tienen autoridad, no necesitan seguir así de cerca la cosa...; ellos ya han "calado" desde lejos en el asunto, y saben a qué atenerse. Hemos oído al médico, al sacerdote y al fotógrafo... ¡Causa fallada!

Lo que les molesta es que haya todavía obstinados o indocumentados, que se mantengan en otra actitud.

Escuchemos de nuevo a don José Ramón García de la Riva: "Me quedé en la iglesia hasta las once de la noche, delante del Santísimo. Cierto, que no todo mi cometido fue rezar; también me apliqué a escuchar atentamente cuanto desde mi sitio podía oírse, porque, eso sí, todo se decía en alta voz, no en tono misterioso. Todo daba a entender que no se trataba de ningún secreto"(Del "debate" que hubo aquella noche en la pequeña sacristía, antes de las decisiones de la Comisión, tenemos esta escueta referencia del doctor Ortiz: "Allí, en presencia del párroco, don Valentín Marichalar, del Padre Andreu, S.J., y de los que se decían de la Comisión, traté de demostrar a éstos que estaban confundidos en muchas de sus apreciaciones... Tuve que terminar diciéndoles que yo no había subido allí para perder el tiempo discutiendo, que lo primero que había que hacer era observar con todo detenimiento las cosas".
Fue al quedar los comisionados solos, cuando éstos deliberaron en el sentido que nos dice don José Ramón.)
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"De sus deliberaciones, me quedé concretamente con esto: "Vamos a cerrar la iglesia al culto. Enviaremos a don Valentín con un mes de vacaciones: lo admitirá fácilmente, pues parece que está nervioso... Al padre jesuita le haremos marchar. Impediremos subir aquí a los sacerdotes, y ... si esto es de Dios, ya se abrirá paso."

¡Sentencia luminosa, esta última, en boca de sacerdotes  teólogos! Como si fuera estilo de Dios el imponerse "como sea" a sus criaturas humanas, haciendo saltar todas las vallas y todos los cerrojos... ¿No sabían ellos que Dios ha querido necesitar del hombre en todas sus empresas de salvación? Hay que "prepararle los caminos" con una actitud de sincera apertura a su querer, de búsqueda, de docilidad, de rectitud de intención, de discernimiento y de rendimiento. Dios podrá abrirse camino, a pesar de todos los obstáculos de los hombres; pero también desistirá a veces de ciertos planes de misericordia, por culpa de esos mismos obstáculos. Y en todo caso, ¡malo para aquéllos que se hayan puesto, de hecho, más a suscitarle dificultades que a buscar de corazón el entenderle!

No me extraña que don José Ramón, después de referir lo ocurrido, se desahogue así: "¡En verdad que es un buen programa de estudio y actuación para una Comisión que se encuentra ante hechos de tanta gravedad! Allí se daba, como en el Pretorio de Pilato, un lavatorio de manos... Mientras tanto, en el obispado estarían muy creídos de la buena fe de médicos y sacerdotes, y sobre esta base se cimentarían luego las "notas" que todos conocemos".

* * *

Como lo que apunta el señor cura de Barro en sus memorias es de mucha gravedad contra la Comisión, yo he buscado desmontarlo o confirmarlo con otros testimonios, y he aquí algunos que he recogido:

–"Por las impresiones que recibí de otros y por lo que yo mismo pude observar algún día, tengo que decir que el proceder de los de la Comisión no estuvo a la altura del encargo recibido. No se aplicaron a observar personalmente, y muy de cerca, las cosas... ni se informaban de las mismas niñas, ni del párroco. Sé de una de las pocas veces que subieron, que durante el éxtasis de las niñas ellos pasaron el rato en la sacristía, charlando, fumando y tomando a chacota aquellos fenómenos." (Un párroco de León.)

–"En cuanto a los comisionados médicos, puedo decir que ninguno de ellos subió a Garabandal más de cinco veces. Así como tampoco se molestaron en quedarse, para observar mejor a las niñas y el ambiente."

"De los sacerdotes que se decían comisionados, yo conocí por primera vez en Garabandal, el 22 de agosto de 1961, al señor Odriozola (hoy canónigo) y al señor Del Val (hoy obispo auxiliar). Tampoco ellos se molestaron mucho en observar personalmente los hechos, habiendo sido testigos, el que más, de media docena de éxtasis, siempre, claro está, que se desarrollaran a hora no intempestivas..." (Un médico de Santander, en carta del 30 de mayo de 1970.)

–"Sé por Ceferino, el padre de Loli, que los de la Comisión subieron muy contadas veces al pueblo, y quizá nunca todos. Y Loli me dijo cuando estuvo en el colegio de Balmori (Asturias), que no hablaban con ellas... que se contentaban con lo que decía la gente del pueblo o alguno de los forasteros." (Don José Ramón García de la Riva, en carta del 1 de junio de 1970.)

–"Hago constar que durante el año de 1961, a los médicos de la Comisión sólo los he visto por Garabandal tres días."

"Uno, cuando me dijo el señor Rocha, de Saltos del Nansa, que ese día no llegarían las videntes al "cuadro", porque el doctor Morales las pararía e hipnotizaría en la calleja, con el resultado que ya se sabe..."

"Otro, el 18 de octubre, cuando el primer mensaje; entonces iban custodiados por la fuerza para que no se les molestara, pues en el pueblo estaban indignados a causa de su actuación."

"Y el tercero, la noche que estuvieron en Garabandal, cuando todo el vecindario dormía, por ver si podían llevarse clandestinamente a las videntes para Santander." (Don Juan Álvarez Seco, comandante de la Guardia Civil en la zona de Río Nansa, que vigiló personalmente desde el principio todo lo de Garabandal.)

Añadamos a esto un doble dato que anda en boca de todos los enterados: que los de la Comisión jamás montaron un proceso informativo en debida forma, y que nunca contaron en serio con el párroco don Valentín Marichalar, a quien aún no han pedido una declaración formal...

La cosa es bastante seria, como cualquiera puede ver, y más adelante se irán acumulando otras pruebas; aquí sólo quiero añadir algo de lo que estoy bien informado, que es de mucho peso, y que cronológicamente pertenece a esta "hora" de Garabandal que venimos historiando.

La Universidad eclesiástica de Comillas, asentada sobre la villa del mismo nombre, en la costa de Santander, y regida por la Compañía de Jesús (de la "antigua observancia"), ha pesado en la vida de la Iglesia de España como ninguna otra institución docente durante los primeros cincuenta años de este siglo.

Promociones y promociones de sacerdotes han salido de su seno para ocupar después los más diversos puestos de apostolado y jerarquía... Ha tenido ilustres maestros y formadores; pero entre los de la primera fila –bien conocidos del clero español– tenemos que hacer un hueco al que regentó durante añoso y años su cátedra de Teología Moral, P. Lucio Rodrigo: hombre de libros, hombre de almas y hombre de Dios.

Al P. Lucio Rodrigo le llegaron las primeras noticias sobre Garabandal hacia finales de julio de 1961, por conducto de un sacerdote de Madrid, señor Gamazo, exdiscípulo suyo. Este venía impresionado, muy favorablemente impresionado, por lo que había podido ver y palpar en la remota aldea. (Posteriormente, a ruegos del mismo P. Rodrigo, dicho sacerdote redactó un informe o relación escrita, que el Padre guarda "como oro en paño, porque es de lo mejor que he visto".)

Creyó el P. Rodrigo que aquellas noticias eran del mayor interés, y se las comunicó por carta, a San Sebastián (Guipúzcoa), a los marqueses de Comillas, tan ligados a la Universidad eclesiástica (un abuelo suyo, el segundo marqués de Comillas, don Claudio López Bru, la había fundado en los días de León XIII).

Pocos días más tarde se presentaron los marqueses, acompañados de su madre, la condesa viuda de Ruiseñada. El 4 ó 5 de agosto subieron todos a Garabandal; pero bajaron sin ver nada, por no esperar hasta la noche: la condesa tenía miedo (nada de extrañar): "No, no; no esperamos. De noche nos podemos matar por esos caminos tan horribles".

Así, pues, la primera subida a Garabandal se le malogró al P. Rodrigo en su propósito de examinar atentamente aquellos extraños fenómenos... Mas pronto se le presentó nueva ocasión. Llegó a Comillas el exministro de Asuntos Exteriores, don Alberto Martín Artajo, tan vinculado a la Compañía de Jesús por lazos familiares y de formación, y con él pudo subir por segunda vez a Garabandal el P. Lucio Rodrigo. Fue el 14 de agosto, poco después de la muerte del P. Luis María Andreu. Y esta vez sí pudo el Padre ver de cerca lo que tanto le interesaba...

No formó en seguido juicio; quería seguir observando, reflexionando, y pidiendo luz a Dios... Y al cabo de bastantes otras visitas y de no pocas reflexiones, maduró su parecer: "aquello", en su conjunto, tenía un cúmulo de indicios y pruebas favor de su carácter sobrenatural de origen divino. Se dice "en su conjunto", porque no todos los detalles le aparecían igualmente claros al P. Rodrigo, incluso cree él que las videntes hicieron alguna tontería... por influencia de sacerdotes poco discretos y de algunos visitantes seglares aún más indiscretos.

Pero la cosa, en su conjunto, estaba allí suficientemente clara, para que los libres de prejuicios pudieran captarla en cuanto nueva intervención de Dios a favor de los hombres.

Pronto llegó a Santander el soplo de que el P. Lucio Rodrigo, aunque manteniéndose en una línea de absoluta discreción, hacia visitas a Garabandal... Y los de la Comisión vieron en ello un gran peligro, o una gran baza: por su excelente prestigio ante los muchísimo sacerdotes que habían pasado por sus clases. Un gran peligro, si él tomaba abiertamente una postura de discrepancia frente a la posición que ellos pensaban imponer; una gran baza, si le inclinaban a su punto de vista.

Una de las primeras mañanas de septiembre de aquel verano del 61, sonó el teléfono en la Universidad Pontificia con llamada desde Santander, preguntando por el P. Rodrigo. Se contestó que estaba en San Vicente de la Barquera, en casa del señor X, y allá le siguió la llamada telefónica (El P. Rodrigo había ido a la famosa villa marinera, a pocos kilómetros de Comillas, para confesar a las religiosas de Cristo Rey. Se hospedaba en la casa de cierto señor, director de una sucursal de banco.)... Eran los de la Comisión, que querían verse con él. Se concertó la entrevista, y pocas horas más tarde se presentaban en la villa los reverendos señores don José María Sáez, don Juan Antonio del Val y don Francisco Odriozola, acompañados del doctor Piñal.

Los tres sacerdotes, que habían sido discípulos del Padre en Comillas, parecían ir a recabar de él luces para acertar en tan delicado asunto... Mas pronto se dio cuente el maestro de que no iban precisamente a esos sus exalumnos, sino a ganarle para sus propios puntos de vista. "No me fue difícil entender –ha declarado el padre– que no buscaban precisamente mi opinión, como elemento que les sirviese en orden a formar juicio: ellos venían ya con el juicio vencido, en posición contra el posible signo sobrenatural de los sucesos".

Por eso, les dejó hablar... y luego les dijo poco más o menos esto, para que lo tuvieran en cuenta, si querían: "Ante sucesos como los de Garabandal, surgen en seguida dos posiciones muy definidas: una, la de la gente devota y sin complicaciones, que pronto se emociona y fácilmente los cree de Dios; otra, la de los sacerdotes y otras personas más o menos intelectuales, que en principio siempre desconfían y fácilmente tienden a negar o a encogerse de hombros, como si eso fuera lo más inteligente. Pero hay una tercera posición, que es indudablemente la más acertada, y la única admisible cuando, como en su caso, se tiene una grave responsabilidad sobre el asunto; y esta posición es la de acercarse seriamente a los hechos, estudiarlos con toda imparcialidad, sin precipitaciones y sin prevenciones, buscando la verdad, que es buscar a Dios, por encima de todo". (El P. Rodrigo me confió que ya desde entonces creyó descubrir en los miembros de la Comisión algo que luego se haría casi evidente: que ellos "andaban muy especialmente a la caza de datos o pruebas en contra".)

Se levantó la sesión... y en un momento en que don José María Sáez se quedó casi a solas con el Padre, se inclinó hacia éste para decirle: "Estoy con usted, P. Rodrigo". Don José María Sáez era, sin duda, el de mayor talla intelectual y teológica entre los sacerdotes de la Comisión; con este su reservado desahogo no quería decir ue compartía el punto de vista del Padre en cuanto a la calificación de los hechos de Garabandal, sino que estaba con él en cuanto al enfoque de su estudio.

 

La primera nota episcopal

 

Volvamos a las fechas de agosto en que nos encontrábamos.

El cura de Barro pasó en Garabandal la noche del 22 al 23. No descansó mucho, por la inefable impresión de los fenómenos que había visto y por la bastante menos grata impresión que le habían dejado los "comisionados".

"–A la mañana siguiente, terminada la misa, salía yo de la iglesia, cuando me encontré, junto al puentecillo que había delante, a don Valentín y al padre jesuita: me esperaban para comunicarme las decisiones de la Comisión... Les dije que sabía aquello y más, y que de verdad sentía tener que marcharme, porque mi intención era quedarme varios días más en un lugar que ya me agradaba tanto. Entonces don Valentín habló aparte con el P. Andreu... y vino a decirme: "Pensamos otra cosa. Usted se va a quedar hoy de párroco aquí, porque yo tengo que ir a Santander". Me dio la llave de la iglesia y yo quedé muy contento, porque se cumplían mis deseos de permanecer en el pueblo al menos un día más."

"Después le dije al P. Andreu que me sentía animado a escribir una carta certificada al señor administrador apostólico de Santander, comunicándole las malas impresiones que había recibido de la Comisión. Le pareció bien, y así lo llevé a efecto."

A partir de este 23 de agosto de 1961, la humilde iglesia de San Sebastián no volvió a ser escenario de aquellos trances y "juegos" de las niñas.

"–Por la tarde de ese día, para mí de feliz memoria, el P. Andreu me comunicó que había llegado una notificación del obispado para que se les cerrase la puerta de la iglesia a las niñas cuando estuvieran en éxtasis..."

"Yo fui quien tuvo que cumplir por primera vez con esta disposición. Al salir este día del rosario, rezado como de costumbre al atardecer, las niñas entraron en éxtasis... Y al volver de sus vueltas por el pueblo, me impresionó sobremanera advertir que se pararon en el pórtico las dos que venían extáticas, Loli y Jacinta. La cosa fue así: delante de la puerta de la iglesia estaba yo y frente a mí se quedaron ellas, teniendo a sus espaldas la entrada de piedra del pórtico. Ciertamente las niñas no sabían que se les iban a cerrar las puertas: esto sólo era conocido de quines habían dado la orden y de quienes la debíamos de cumplir. Pues bien, estando así ellas paradas delante de mí, de pie y en éxtasis (es de sobra conocido que durante sus trances no veían nada fuera de su campo misterioso de visión), yo le entendí a Loli: "¿Por qué nos cierran la puerta de la iglesia? ¡No veníamos a hacer nada malo en ella...! Si no nos la abren, ¿no volveremos a entrar en ella?" Yo, como si pudiera entrar en su diálogo, dije: "Tenéis razón; pero hay que cumplir órdenes". Y una señora presente me contestó: "Usted no hace más que cumplir con su deber".

"Soy testigo de excepción de este hecho, y se puede comprobar cómo las niñas, a partir de este día, no volvieron a entrar en éxtasis a la iglesia, para cumplir con las disposiciones del prelado; se limitaban a dar vueltas alrededor con quienes las acompañaban, rezando el rosario, o cantando la salve... incluso cuando vinieron los casos de comunión extática, de manos del ángel, esto nunca ocurrió dentro del recinto sagrado, sino, a lo más, en el pórtico."

Para revivir mejor el ambiente de Garabandal por estas fechas del verano de 1961, quiero recoger aquí unos datos significativos de los últimos días de agosto.

Del día 29: "Entró en éxtasis Conchita a las once y le oí preguntar: "¿Todos los sacerdotes son buenos?"... Hizo un gesto de admiración. Yo le pregunté luego por aquel gesto, y me dijo que no lo podía decir. Pero al fin me explicó que le había dicho la Virgen que, efectivamente, no todos los sacerdotes eran buenos."

Del día 30: "Salió (en éxtasis) Conchita de su casa a las 12,10; dio unas vueltas por el pueblo. Junto a la puerta de la iglesia le oí decir: "Yo creía que todos los jesuitas eran buenos"..." (De las notas de don Valentín Marichalar.)

Pienso que esta especial mención de los jesuitas se debió a su especial trato con los hermanos Andreu.

En estos días hubo varios éxtasis de Loli y Jacinta, en los que no tuvo parte Conchita, a pesar de estar presente. Entonces don Valentín se servía de ella para preguntar a las videntes. Y anota el señor cura: "Si Conchita hacia las preguntas de palabra, no se enteraban las del éxtasis; tenía que hacerlas mentalmente. Lo mismo pasó el sábado anterior (seguramente el día 19), cuando Jacinta salió del éxtasis y Loli siguió en él: Jacinta preguntaba mentalmente.

"Volvió a repetirse en la noche del 30 de agosto al 1 de septiembre: Conchita, normal, hablaba de pensamiento con Jacinta y Loli, en éxtasis, y éstas respondían de palabra."

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el primer documento público

sobre los acontecimientos de Garabandal

 

Cuando la carta certificada de don José Ramón llegase a la curia de Santander, el señor administrador apostólico, monseñor Fernández, debía de tener ya preparado el primer documento público sobre los acontecimientos de Garabandal. Lo publicó el "Boletín Oficial" de la diócesis, en su número de agosto de 1961, pág. 154. Lleva la fecha del día 26, y dice así:

"Ante las constantes preguntas que se nos hacen acerca de la naturaleza de los sucesos que vienen ocurriendo en la aldea de San Sebastián de Garabandal, y con el deseo de orientar a los fieles en la recta interpretación de los mismos, nos hemos creído obligados a estudiarlos detenidamente, a fin de cumplir con nuestro deber pastoral.

"Con este fin nombramos una Comisión de personas de reconocida prudencia y doctrina para que nos informasen acerca de la naturaleza de los fenómenos en cuestión. Nada, hasta el presente, nos obliga a afirmar la sobrenaturalidad de los hechos allí ocurridos."

"A la vista de todo esto y condicionando el juicio definitivo a los hechos que se produzcan en el futuro, manifestamos:"

"1) Es nuestro deseo que los sacerdotes, tanto diocesanos como extradiocesanos, y los religiosos de ambos sexos, aun los exentos, se abstengan por ahora de acudir a San Sebastián de Garabandal."

"2) Aconsejamos al pueblo cristiano que hasta que la autoridad eclesiástica no dé su dictamen definitivo sobre el caso, procuren no concurrir al mencionado lugar.

"Con estas medidas provisionales no estorbamos ciertamente la acción divina sobre las almas, antes al contrario, quitando el carácter espectacular de los hechos, se facilita grandemente la luz de la verdad."

"Doroteo, A. A. de Santander."

 

Indudablemente, este primer documento tiene un encomiable tono de sensatez y mesura, que honra a quien lo dio. El señor administrador apostólico creía proceder del modo más acertado, sobre la base de la confianza puesta en sus asesores. Pero ciertas expresiones suyas habremos ya de recibirlas con la reserva a que nos obligan los datos ofrecidos anteriormente.

Con ellos a la vista, no es fácil convencerse de que los hechos fuesen "estudiados con todo detenimiento...", ni de que "las personas de la Comisión informaran con toda garantía de objetividad y competencia...". Y si hay motivo para no confiar plenamente en los estudiosos e informadores "de oficio", pierde mucha fuerza la aseveración, emanada de ellos, de que "nada obliga aún a afirmar la sobrenaturalidad de los hechos".

En cuanto a las dos medidas prácticas: pueden ser muy prudentes..., pero si se busca que todo el campo quede libre para los de la Comisión, y éstos ni se cuidan mucho, ni en debida forma, de ocuparlo, ¿a cargo de quién queda el testimoniar y orientar y esclarecer sobre unos sucesos que desbordan tanto el fluir normal de la vida en la Iglesia?

Siento tener que decirlo; pero me parece que la acción jerárquica diocesana no entra con muy buen pie en el complicado interrogante de Garabandal.

178-194

A. M. D. G.