ÍNDICE

CAPÍTULO XI

 2.ª PARTE

 

 

EMPIEZA LA CONGREGACIÓN DE LA ESPERANZA

 

 


 

La tensión del día antes

    La noche del 17 al 18 fue de agua hasta más no poder

  El pueblo, bajo la lluvia implacable, se iba colmando de esos caminantes peregrinos

   Pendientes del cielo

   El cielo parecía ensañarse con nosotros

  La hora H

  PRIMER MENSAJE PÚBLICO DE GARABANDAL 

  Una llamada de salud 

  La apabullante simplicidad del mensaje garabandalino le pone precisamente en la mejor línea de los Mensajes de la Salud.

   –Hay que hacer muchos sacrificios, mucha penitencia.

   Hay que visitar al Santísimo.

    –Pero, antes que nada, tenemos que ser muy buenos.

   –Y si no lo hacemos, nos vendrá un castigo.

   –Ya se está llenando la copa; y si no cambiamos...

   En el corazón de muchos se hace de noche

   La bajada de los Pinos. La prueba del P. Ramón María Andreu

   al llegar al "cuadro", entraron súbitamente en éxtasis  

 El doctor Ortiz exprime en pocas palabras su vivencia

 


 

El 17 de octubre tuvo en Garabandal todo el aire de unas grandes e ilusionadas vísperas. Iban llegando los adelantados de la innumerable masa expectante...

Y por todos los caminos, por todas las callejas, en todos los hogares, y en todos los corazones, de avecindados o de forasteros, el mismo interrogantes: "¿QUÉ PASARÁ MAÑANA? (Del brigada don Juan A. Seco: "La "víspera del día 18 subí a Garabandal con catorce parejas a mis órdenes, por lo que pudiera suceder. Conchita, en éxtasis, se acercó a mí, y a mí solo me dio a besar la  cruz, lo que para mí significaba como una garantía de que todo saldría bien, a pesar de la enorme cantidad de personas que habrían de congregarse y de la lluvia torrencial que estaría cayendo todo el día...")".

 

La tensión del día antes

 

Durante toda la jornada, se habló, más que se trabajó, en Garabandal. La tensión de espera era demasiado grande, para poder aplicarse en forma a trabajos que no fuesen ineludibles.

Esa tensión de espera estaba empapada, en unos, de gozosa seguridad...; en otros, de preocupado desasosiego: ¿y si no ocurriera nada?, ¿qué destino aguardaba a TODO lo de Garabandal, si la masa que estaba llegando, que iba a venir, se marchaba en total o casi total decepción?

Quizá uno de los que más desasosegadamente se movían entonces por el pueblo era su párroco, el bueno de don Valentín Marichalar. ¡Le afectaba tan de cerca todo aquello! Y no las tenía todas consigo...

Tampoco los padres de las videntes andaban demasiado tranquilos. No dudaban de la sinceridad de sus hijas; pero se encontraban ante cosas tan fuera de su alcance, que todo desconcierto o incertidumbre tenía cabida y explicación.

Eran seguramente las mismas niñas, las más directamente afectadas, quienes, de todos cuantos se movían a la sazón por el pueblo, se mantenían en mayor tranquilidad. No podían dudar de que era la Virgen quien con ellas estaba y hablaba, y de la Virgen podían fiarse...

El P. Ramón María Andreu participaba no poco de la tranquilidad de las niñas. Totalmente recuperado de aquel accidente que había tenido pocos días antes, estaba seguro de que iba a ser afortunado testigo de nuevas maravillas.

Años después, declaraba él al editor francés del diario de Conchita: "Estaba yo en Garabandal el día 17 de octubre. Durante ese día y, sobre todo, el día 18, vi llegar al pueblo una multitud inmensa..."

"Yo estaba contento y tranquilo; no tenía ningún motivo para estar de otra manera. Durante los meses de agosto y septiembre, e incluso en el mismo octubre, había sido testigo de muchos acontecimientos en este pueblo de montaña, y de todo ello tenía los recuerdos más felices. Las perspectivas, por tanto, no podían ser mejores."

En las horas del día 17, fueron llegando al pueblo preferentemente los "asiduos" o casi asiduos a las apariciones, que por tener ya allí conocimientos o amistades, podían contar con no verse forzados a pasar la noche a la intemperie.

Como el tiempo meteorológico no era precisamente apacible, las cocinas de Garabandal se llenaron aquella tarde de encuentros y tertulias, y se pasaban las horas entre evocaciones y esperanzas...

Hubo rosario en la iglesia, como de costumbre; también, como de costumbre, hubo aparición. Me imagino que ya no importaba demasiado, porque con lo que esperaban ver todos al día siguiente... Con aparición o sin ella, la "velada" tenía que ser larga y muy viva.

Lejos de allí, en innumerables puntos, había también innumerables "velas" de esperanza e ilusión: las de aquellos que lo estaban dejando todo ultimado para salir al día siguiente, muy de mañana, hacia el escondido lugar que t alvez fuera a darles, o salud, o consuelo, o fe, o seguridad, o soluciones. ¡Y había en verdad que esperar mucho, para ponerse a aquel viaje que no se presentaba precisamente como "de placer"!

 

La noche del 17 al 18 fue de agua hasta más no poder

 

La noche del 17 al 18 fue de agua hasta más no poder. En la oscuridad de su silencio, a lo largo y a lo ancho de toda la vertiente cantábrica, hubiera podido escucharse la inmensa y sorda sinfonía del agua que cae y que corre... incansablemente, monótonamente, espesamente... Las "cataratas del cielo" parecían inagotables. Montes y valles resonaban de ríos, de arroyos y de arroyuelos. Goteaban las hojas de todos los árboles. Incontables lagunas pespunteaban de burbujas ante los ojos de la noche. Y los que dormían o intentaban dormir por villas y aldeas, tenían como arrullo el monótono son de goteras y canalones...

 

* * *

 

Antes que la luz del día 18 de octubre lograse filtrar su claridad a través de la inmensa bruma, muchos vehículos de todas clases empezaron a poner en marcha sus motores. Y esta puesta en marcha duró largas horas en la mañana. "El 18 de octubre de 961 –nos dice doña María Herrero en su relación amaneció lloviendo a cántaros en toda la provincia de Santander. Nosotros salimos a buena hora de la capital de la Montaña, y ya en el alto de Carmona (Viniendo de Santander, el camino más directo para Garabandal era dejar en Virgen de la Peña o en Cabezón de la Sal la carretera general, la N-634, y meterse por la izquierda hacia Cabuérniga, para cambiar nuevamente aquí de carretera, y seguir a la derecha por la transversal a Puente Nansa. En el Collado de Carmona está ese alto que dice doña María, pequeño puerto de 622 metros, que tiene a una vertiente la cuenca del Nansa y a la otra la del Saja.), tuvimos que ponernos en caravana, una larguísima caravana de coches, que nos precedían, y que sin duda iban, como nosotros, hacia San Sebastián de Garabandal.

"De Puente Nansa a Cossío hay tres kilómetros terribles. La lluvia, que no paraba, había convertido todo el camino de subida en un lodazal. Sosteniendo en una mano el paraguas y manteniendo libre la otra para los resbalones, emprendimos la marcha a pie. Había trayectos en que lograbas dar un paso, y luego, por el suelo resbaladizo, reculabas, a lo mejor, dos."

"Recuerdo aquella ascensión como un verdadero camino del Calvario... buen símbolo del sacrificio y la penitencia que se nos iban a pedir a todos con el mensaje. ¡Más de tres horas duró nuestra penosísima marcha, a pesar de que la quisimos acortar tomando un atajo, que luego nos resultó bastante más duro que el acostumbrado camino."

Lo que así vivió nuestra testigo, lo vivieron también y simultáneamente, miles de personas de toda edad y condición... Muy fuerte tenía que ser la esperanza o el anhelo que las sostenía. Ni por "contagio de histeria", ni por tomar parte en "un juego de niñas", se hacía aquello.

A través de todas las penalidades, a pesar de los cuerpos maltrechos, los corazones tenían letra y música de salmos: "Hacia ti, morada santa; hacia ti, tierra de salvación... peregrinos, caminantes... ¡Vayamos hacia ti!"

 

El pueblo, bajo la lluvia implacable,

se iba colmando de esos caminantes peregrinos

 

El pueblo, bajo la lluvia implacable, se iba colmando de esos caminantes peregrinos que no cesaban de llegar. ¿Cuál era el ambiente?

"–Llegamos –nos dice doña María– hacia la 1,30 de la tarde. La muchedumbre lo invadía todo... en espera del "acontecimiento". Porque yo creo que todos esperábamos no sé qué, algo verdaderamente extraordinario; confieso que yo también lo esperaba, a pesar de que pocos días antes me habían advertido Loli y Jacinta (como advertían a todo el que quería oírlas), que no había por qué esperar "milagro" alguno, porque a ellas lo único que les había dicho la Virgen era que tenían que hacer público el mensaje, según tantas veces habían anunciado..."

"Al ver cómo esta todo, me lamenté de no haber ido a misa antes de salir de Santander. Entonces alguien me dijo: "Vete a la iglesia, que están celebrando misas, casi sin interrupción, desde esta madrugada". Corrí, bueno, quise correr, pues era tal la aglomeración, que con dificultad pude ir abriéndome paso hasta la iglesia. Efectivamente, se estaba celebrando una misa, era la última, pues se acababa el tiempo hábil (Recuérdese que por aquellas fechas no había las facilidades de ahora para celebra misas vespertinas. Con las horas de mediodía se acababa el tiempo en que tenia cabida, según el derecho, la celebración del santo sacrificio.); me quedé asombrada de la cantidad de religiosos y sacerdotes que había allí, Me alegré de no quedarme sin misa, pues aunque no era día de precepto, tenía algo de distinguido, por celebrarse la fiesta de San Lucas, el evangelista que más nos ha hablado de la Virgen."

 

Pendientes del cielo

 

Las siguientes pinceladas de realidad vivida nos harán entender mejor que cualquier intento de descripción general, cuál era el "clímax" del pueblo en las horas de espera de aquella jornada memorable. Las pinceladas son de la misma testigo.

"–Al llegar al pueblo y junto a la casa de Ceferino, desde debajo del paraguas levanté los ojos y percibí a Loli detrás de su ventana, en la planta de arriba. Nos miraba a todos con esa su mirada, tan transparente, tan pura, y parecía no admirarse mucho de las multitudes que no cesaban de llegar (estoy segura de que jamás había visto tanta gente junta). Debía de esta sentada: luego me enteré de que sufría de inflamación en una rodilla. No pude hablar con ella, pues entonces no tenía yo suficiente amistad con las niñas, y menos con sus familias, poco dadas a la charla y a las confidencias... y que, especialmente en aquel día, tenían que defenderse del asedio de innumerables curiosos.

"Pero poco después me encontré con Elena García Conde, de Oviedo, que me dijo: "Estoy impresionada. Hablé antes con Loli y ella, de pronto, exclamó: "¡Ay! Si supieran quién está hoy aquí, entre ellos...". ¡Lo ha dicho de una manera impresionante! Por favor, Marichu, pregúntales tú, a ver de quién habla". Intenté acercarme a Loli; mas no hubo manera: su padre, que ha sido siempre un buen defensa, lo era mucho más en aquel día."

"Por fortuna, divisé a don Valentín: iba de un lado para otro, ajetreadísimo, nervioso, y me parece que también sumido en un mar de confusiones. En una de sus pasadas, me acerqué a él, y después de los saludos, se desahogó en seguida: "¡Dios mío! No sé lo que va a pasar aquí... Estoy verdaderamente asustado de toda esta multitud. ¡Y que no les va a gustar el mensaje!" "

"–¡Ah! Pero ¿usted ya conoce el mensaje?"

"–Sí, desde ayer por la tarde, que me lo dio Conchita."

"–¿Y qué dice, qué dice?"

"–Hay que aguardar. Tienen que leerlo ellas esta tarde. Pero no sé... a mí me parece... no sé... me parece como pueril, como de niño pequeño. Estoy muy preocupado, por la gente, que no sé qué espera."

"Aproveché la ocasión para preguntarle lo de Loli. ¿A quién podría referirse la niña con esas enigmáticas palabras?"

"Se quedó desconcertado de momento; guardó silencio unos instantes, como pensando, y luego me dijo: "No sé; pero bien pudiera tratarse de San José, como hoy es miércoles (Como, entre los días de la semana, el jueves es el de la Eucaristía y el sábado el de la Virgen, así también suele considerarse el miércoles como el día especialmente vinculado a San José. El 18 de octubre de 1961 cayó efectivamente en miércoles.)..." Entonces fui yo la desconcertada, pues no sé por qué había pensado que el misterioso personaje de que hablaba Loli bien podía ser, o el P. Pío de Pietrelcina, el conocidísimo y veneradísimo capuchino de las llagas (Este famoso hombre de Dios murió el 23 de septiembre de 1968, después de haber llevado visiblemente impresas en su cuerpo ¡durante cincuenta años! las llagas de Cristo crucificado.
Su influencia espiritual en las almas ha sido enorme... Está ya en marcha el proceso de su beatificación y canonización; hoy nadie duda de su santidad fuera de serie, pero en su vida conoció hasta lo increíble la incomprensión y persecución de muchos..., aun de aquellos de quienes menos podrá esperarse. ¡Nada menos que cuatro "notas" desfavorables a él llegaron a brotar, en diversos tiempos, del supremo organismo eclesiástico que era el Santo Oficio!)
, o Juan XXIII, que aún vivía y que estaba en la cumbre de su popularidad. Podían hacerse sobrenaturalmente presentes en Garabandal por el don de bilocación (Sorprendente milagro de estar una persona al mismo tiempo en dos lugares distintos.), ¡y aquello sí que daría realce a lo que allí iba a pasar!"

No nos extrañen las buenas ocurrencias de doña María con motivo de las palabras de Loli: el ambiente era como para alentar las más extraordinarias suposiciones.

Lo de San José, de haberse sabido, no hubiera emocionado, me parece, demasiado (No porque San José fuese de menor categoría, que siempre ocupará el puesto número 1 en la escala de los santos, sino porque todo lo que se esperaba aquel día tenía que ser "sensacional"; y, más que una nueva "aparición", en lugar tan hecho a "apariciones", causaría seguramente "sensación" la presencia inesperada de unos personajes vivos que tanto daban que hablar por entonces.); y hubiera desde luego, despertado menos entusiasmo que si corriese la voz de que el P. Pío o Juan XXIII andaba por allí. Sin embargo, y pensándolo bien ahora, creo que la probable y especial presencia del glorioso patriarca en aquella jornada de Garabandal daba a la misma una nueva dimensión.

Todo hacía creer que lo que allí ocurría, tenía ya, o había de tener, un alcance verdaderamente eclesial, ecuménico... ¡Era la Iglesia entera la afectada! Y entonces, nada más en su punto que la presencia de quine había sido declarado por la suprema jerarquía, primer patrono o protector de la misma Iglesia (Esta declaración o proclamación fue hecha por Pío IX, el Papa de la Inmaculada, en la fecha solemne del 8 de diciembre de 1870.)

En el  templo de Garabandal, como en todos los demás templos de España (no sé si también en todos los del orbe católico), resonaban diariamente por aquellos días de octubre, después del rosario, las apremiantes palabras de una oración:

"A vos, bienaventurado San José, acudimos en nuestra tribulación, y después de implorar el auxilio de vuestra santísima esposa, solicitamos también confiadamente vuestro patrocinio... volved benigno los ojos a la herencia que con su sangre adquirió Jesucristo... Apartad de nosotros toda mancha de error y de corrupción. Asistidnos propicio desde el cielo, fortísimo libertador nuestro, en esta lucha con el poder de las tinieblas. Y como en otro tiempo librasteis al Niño Jesús del inminente peligro de la vida, así ahora defended a la Santa Iglesia de Dios, de las asechanzas de sus enemigos y de toda adversidad..."

¿Quién podría decir que esta oración, mandada hacía años por el Pontífice de mirada de águila, León XIII, no alcanzaba plenitud de sentido en la hora de Garabandal? Venía esta hora, a caballo de dos épocas de la Iglesia: la monolítica, segura, del Concilio de Trento, de la contrarreforma, y la, al menos de momento, insegura, agitada y confusa, que había de seguir al Vaticano II (Es preciso que se me entienda bien. Ni quiero ni puedo hablar mal del Concilio Vaticano II. Lo que se buscaba en él era una verdadera "puesta al día" de la Iglesia, y a eso tienden los documentos conciliares... y quienes rectamente los entienden y tratan de vivirlos.
Pero sería de ciegos o de necios desconocer cómo han afectado a la vida de la Iglesia católica las situaciones que se han desencadenado con ocasión o pretexto del Concilio. Para mejora y purificación, en unos casos; ¿para qué, en otros? ¿No ha sido el mismo Pablo VI quien ha hablado de una "autodemolizione"?
Porque tenemos fe, estamos seguros de que la Iglesia superará todas las crisis; pero que estamos atravesando una de tremenda envergadura, es la realidad más innegable de nuestra hora.
Cuando sucedían en Garabandal las cosas que vamos narrando, se daban lo últimos toque al montaje del Concilio Vaticano II; y exactamente un año después, el 11 de octubre de 1962, comenzaba solemnemente su celebración.).
Aquella hora de Garabandal bien podía ser una anticipación de Salud a los gravísimos peligros que se avecinaban... Y entonces, la presencia allí del "fortísimo protector nuestro en esta lucha con el poder de las tinieblas" estaba más que justificada y con plena significación.

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"–El tiempo seguía empeorando, y la gente se cobijaba como podía en las casas y bajo los soportales. Hay que reconocer que los vecinos del pueblo se portaron con la gente lo mejor que pudieron. Y tuvieron que ejercitar no poco la caridad y la paciencia, pues la multitud, que todo lo inundaba, les estropeó sus sembrados, les machacó mucha hierba... A pesar de las considerables pérdidas que todo esto suponía, no oí quejarse a nadie, ni promover alborotos. ¡Podíamos aprender!

 

El cielo parecía ensañarse con nosotros

 

"El cielo parecía ensañarse con nosotros. A la lluvia, constante y fuerte, empezó a unirse un frío horrible, que culminó en una granizada y que hacia las cinco o seis de la tarde se convirtió en agua-nieve."

(En tal ambiente hubiera encajado bien la recitación del salmo 17:

"Tembló y retembló la tierra;
vacilaron los cimientos de los montes...
Dios inclinó el cielo y bajó
con nubarrones debajo de sus pies;
iba como sobre un querubín,
cerniéndose sobre las alas del viento,
envuelto en un manto de oscuridad;
le rodeaban denso aguacero y nubes espesas,
que al fulgor de su presencia
se deshacían en centellas y granizo:
el Señor tronaba desde lo alto...")

"Aunque encontré refugio en una casa, donde me dieron de comer, no podía sustraerme al ambiente de las calles y callejas, animadísimas, en las que podían oírse diversos idiomas, aunque predominando, naturalmente, el español (creo que sólo entre los religiosos había una mayoría extranjera).

"El comportamiento del público no era uniforme. Había bastantes mujeres que se portaban mal: bebían, estaban disipadas, sin espíritu de oración..., y algunas hasta se reían de lo que pudiese suceder, quitándole importancia o atribuyéndolo al demonio. Los hombres, en general, mostraban mayor respeto; y también los jóvenes, que se encontraban allí en gran número.

"El espectáculo era ciertamente curioso; y era fácil comprobar que quines habían subido con buena fe, estaban contentos, animados, con las mejores esperanzas: rezaban, y no se cuidaban mucho de las inclemencias del tiempo. Y, probablemente, muchos de ellos ni siquiera habían comido...

"Ante cada una de las casas de las niñas videntes estaban apostadas parejas de la Guardia Civil a caballo, impidiendo la entrada de los innumerables curiosos que buscaban a toda costa conocer, hablar y besar a las niñas, verdaderas protagonistas de aquella concentración a escala internacional. En la única casa en que yo logré entrar fue en la de Jacinta, cuya madre, María, me apreciaba, y fue conmigo de una gentileza que nunca podré olvidar".

 

La hora H

 

Ya antes de media tarde empezaron muchos a tomar posiciones, para asegurarse puestos de preferencia en los probables escenarios del "acontecimientos". Pero había discrepancia sobre este punto: unos decían que sería en los Pinos, como tantas otras veces; otros, que en la calleja...; otros, finalmente (parecían más enterados), que en la iglesia.

Conchita, al hablar en su diario (pág. 37) de la aparición del día 4 de julio –tercera aparición de la Virgen–, escribe:

 "La Virgen, siempre sonriendo, lo primero que nos dijo fue: "¿Sabéis lo que quería decir el letrero que traía el ángel debajo?", y nosotros exclamamos a la vez: "¡No, no lo sabemos!" Y dice Ella: "Quería decir un mensaje, que os lo voy a decir, para que el 18 de octubre lo digáis vosotras al público", y nos lo dijo. Es lo siguiente...

Luego nos explicó qué quería decir el mensaje y cómo lo teníamos que decir nosotras en el portal de la iglesia... y que se lo dijéramos a don Valentín, para que lo dijese él en los Pinos a las diez y media de la noche.

Esto nos lo dijo la Virgen que lo hiciéramos así; pero la Comisión..."

Solemos decir frecuentemente los españoles: "El hombre propone y Dios dispone". En aquel día clave de Garabandal, se invirtieron los términos: el Cielo propuso y la Tierra dispuso... Y así salieron las cosas. Cuando nos metemos a enmendarle la plana a Dios, los resultados son siempre muy lucidos.

No sabemos quiénes estaban allí de la comisión (el día era demasiado malo para que hubieran acudido todos, como era su deber); ellos no creían, y no es de extrañar que se sintieran en gran desazón y deseando acabar lo antes posible con todo aquello. Se echaba la noche encima y no sabían qué podría pasar con una multitud así, en plena, oscuridad, por tales caminos, y bajo las peores condiciones atmosféricas. "¿Por qué teméis, hombres de poca fe?", hubiera podido decirles también el Señor; pero quizá en ellos una prudencia demasiado humana no dejaba espacio para ese punto de confianza en Dos y de plena entrega a lo que Él planee –aunque no se entienda–, que es siempre lo decisivo en las empresas del Espíritu. ¿Por qué no atenerse con exactitud a lo que tal vez podía venir de arriba, y aceptar en forma aquel misterioso desafío, con todas sus condiciones, detrás de las cuales bien podría estar "la prueba" que se buscaba?

"La Comisión dijo que como había mucha gente y llovía mucho y no había dónde cobijar al personal, sería mejor decir el mensaje a las ocho y media o nueve" (diario, pág. 38).

Oscureció muy pronto; no sólo porque a mediados de octubre los días son ya notablemente cortos, sino también porque el cielo estaba del todo encapotado. Con la oscuridad, el desasosiego, cuando no la impaciencia, iba creciendo en la inmensa multitud. ¿Qué pasaba allí? ¿Iba a haber algo, o estaban perdiendo el tiempo? Muy pocos sabían de las concretas instrucciones "superiores" que habían recibido las niñas desde hacía meses; en cambio, casi todos estaban al corriente de que las cosas de Garabandal solían pasar al oscurecer... La espera se iba haciendo, para muchos difícilmente soportable: no todos estaban con el mejor espíritu.

A eso de las ocho, don Valentín ya no fue capaz de resistir más a las presiones de los comisionados, y fue en busca de las niñas, para hacer las cosas, no según las instrucciones que "ellas" habían recibido, sino a tenor de lo que "ellos" acababan de acordar. Se suprimiría lo del portal de la iglesia (tal vez para subrayar más que el elemento oficial eclesiástico nada tenía que ver con aquellos) y todo se haría rápidamente en los Pinos (No sé por qué me viene al recuerdo de cierto pasaje de la Escritura (I Sam 13, 7-14). El profeta Samuel ha dado, de parte de Dios, instrucciones muy concretas al rey Saúl para una hora que podía considerarse verdaderamente crítica tanto para él como para su pueblo. Antes de empeñar combate con los filisteos, de conocida superioridad bélica, debe esperar él en Gilgal durante siete días, hasta que llegue el mismo Samuel y ofrezca en holocausto para aplacar al Señor... Pero Saúl no fue capaz de llevar bien las cosas hasta el fin; al ver que Samuel no acababa de llegar, y que se le desmoralizaba el ejército, y que los filisteos podían atacar de un momento a otro, pidió lo necesario para un sacrificio y ofreció por sí mismo el holocausto...
"Apenas había acabado, llegó Samuel. Saúl salió a su encuentro para saludarle, pero Samuel le dijo: "¿Qué has hecho?"
Fueron inútiles las justificaciones de Saúl; el profeta sentenció: "Has obrado como un insensato, al desobedecer las instrucciones del Señor tu Dios. Él estaba ya para afirmar tu reino sobre Israel por siempre; mas ahora, tu reino no perdurará"". En aquel no seguir fielmente las disposiciones de Dios, empezó la reprobación de Saúl.)

La voz corrió en seguida por todos los grupos: "¡A los Pinos! ¡A los Pinos!", y hacia allá empezó a moverse la masa (bastantes estaban ya allí) bajo el terrible aguacero. "Marchábamos –nos dice doña María Herrero– a trompicones en la oscuridad, chapoteando en una especie de riada de lodo, piedras y palos que bajaba de la vertiente de los Pinos; nos caíamos, rodábamos a veces, gateábamos echando mano a las piedras grandes del suelo o a las zarzas de las orillas (había gente mayor que estaba a punto de abandonar).... Y a pesar de tantas caídas y trompicones, no supe de nadie que se rompiera un hueso o se lastimara en lo más mínimo. ¿No le parece asombroso?"

Mientras tanto don Valentín reunía a las niñas. Parece que al menos Conchita le ofreció alguna resistencia, por no estar conforme con que se hicieran así las cosas; pero él la obligó a salir de casa para ir a leer el mensaje.

Oigamos de nuevo a nuestra testigo: "Debo confesar que yo acabé la subida de bastante mal humor. entre el miedo que me causan las multitudes desordenadas, la lata que me dieron a lo largo del trayecto, preguntando y preguntando sin cesar, y la contrariedad de no encontrar allí un puesto a gusto, me fui enervando notablemente. Por fin, me situé arriba de los Pinos, como a unos setenta metros de ellos, en la pendiente de la derecha; la multitud me impedía acercarme más. No se veía del todo mal, porque había muchas linternas encendidas.

"Al cabo de un rato, de improviso, entre una multitud que las envolvía, y protegidas por varias parejas de guardias a caballo, aparecieron a ciertas distancia las cuatro frágiles siluetas de las niñas... (Así, como perdidas en aquel mar humano, bajo un cielo hosco, desamparadas frente a la magnitud de los acontecimientos, eran verdaderamente la imagen de la fragilidad. ¿Qué fuerza podía tener aquellas criaturas, que en circunstancias normales no hubieran significado nada para nadie?
"Precisamente lo que hay de necio en el mundo, es lo que Dios ha querido escoger para confundir a los sabios, y lo que hay de débil en el mundo es lo que ha escogido Él para confundir a la Fuerza, y lo que no tiene casi nombre, lo que se desestima, lo que casi no es, es lo que Él se ha querido escoger para doblegar a los muy pagados de lo que son, a fin de que nadie pueda engreírse en su presencia". Lo dejó proclamado para siempre el apóstol San Pablo en su Primera Carta a los Corintios (1, 27-29).)

"Cuando ya estuvieron arriba, el agua-nieve que nos calaba y casi cegaba, dejó de caer; las nubes negras y bajísimas empezaron a ser barridas por un vendaval, y apareció la luna. Una luz pálida iluminó entonces los Pinos y al grupo de guardias, niñas, sacerdotes, etc., que estaban bajo mi punto de observación. Confieso que aquello me resultó de pronto verdaderamente impresionante..."

Muchos serían los que creyeran que entonces se iba a producir el milagro tan esperado... Pero ¡no hubo nada! hubo sólo, y muy apagadamente, lo previsto.

Las niñas dieron a don Valentín el pobre papel del mensaje (Estaba firmado por las cuatro: Debajo del nombre, cada una había puesto su edad:  Conchita González, doce años. María Dolores Mazón, doce años. Jacinta González, doce años. Mari Cruz Gonzáles, once años.), porque según las instrucciones de la Virgen, él debía ser quien lo proclamara en los Pinos.

Pero don Valentín lo "leyó para él solu, y después que lo leyó, nos le dio a nosotras, para leerle; y le leímos las cuatro juntas..." (diario, página 38).

No era precisamente aquello lo señalado. El señor cura párroco, don Valentín Marichalar, que estaba ya acomplejado por "lo pueril" del mensaje, no tuvo valor para hacer la proclamación que se le pedía. ¿Fue acaso respeto humano? ¿Tuvo miedo de hacer el ridículo? No creo que su actuación en esa noche se le pueda poner en cuenta para gloria. Pero ¿quién puede juzgarle?

La lectura de las cuatro niñas no sería precisamente una buena proclamación; las palabras del mensaje saldrían apresuradamente de sus labios, con cierto tonillo de escuela y no perfectamente pronunciadas... Sin embargo, desde aquel momento, los que en verdad buscaban una palabra del cielo como estimulo y advertencia, ya sabían a qué atenerse.

"Yo distinguí claramente –dice doña María– la voz infantil de Conchita leyendo el mensaje..." Después, porque a las niñas no se les había oído bien (diario, pág.38), repitieron la lectura en voz alta dos hombres.

Así quedaba suficientemente proclamado lo que en aquel momento se debía saber. Sobre la noche de Garabandal, sobre la noche del mundo, flotaban ya unas palabras precisas, aunque simplicísimas: si a causa de esto, de no tener nada de sensacionales, muchos apenas les concederían atención, otros, los que buscaran en verdad ser "hijos de la Luz", podrían encontrar en ellas suficiente contenido para dar pábulo a grandes reflexiones:

 

PRIMER MENSAJE PÚBLICO DE GARABANDAL

 

"Hay que
            hacer muchos sacrificios, mucha penitencia;
            visitar al Santísimo;
            pero antes, tenemos que ser muy buenos.

Y si no lo hacemos
            nos vendrá un castigo.

Ya se está llenando la copa,
            y si no cambiamos,
            nos vendrá un castigo muy grande".

 

Una llamada de salud

 

Imposible que la masa de expectantes que acogió estas palabras en la revuelta noche de Garabandal pudiera captar entonces las verdaderas dimensiones de tan cortísimo y pueril mensaje... Por eso, a todos o casi todos decepcionó.

"Al terminar de oírse el mensaje, que la gente se fue transmitiendo de grupo en grupo (¡y habría que saber las reducciones o variantes que tales transmisiones irían introduciendo!), me quedé decepcionadísima  –confiesa doña María Herrero–. ¿Qué valor tenía aquello? ¡Parecía tan infantil...! Sin embargo, yo conocía lo suficiente a esas niñas para saber que no improvisaban y que no mentían... Quedé perpleja y malhumorada".

No es de extrañar. Quizá a mí me hubiera pasado lo mismo. Pero me siento ahora en condiciones y con el deber de proclamar que a través de aquellas cuatro criaturas, que muchos descubrieron entonces en toda su natural insignificancia, hablaba a los hombres el mismo que desde siempre viene dirigiéndoles esas palabras que "no pueden pasar", aunque "pasen el cielo y la tierra" (Mc 13, 31).

El no se comunica con los hombres para decirles siempre cosas "interesantes", sino precisamente las que necesitan saber en orden a su Salud.

Y se acomoda al ser o a la virtualidad del instrumento que elige. Como en otros tiempos nos habló a través del lenguaje rudo y crudo de los primeros hagiógrafos o profetas, ha podido muy bien hablarnos últimamente por el lenguaje infantil de cuatro crías poco desarrolladas e ignorantes (El nombre de "hagiógrafos" se da en terminología teológica a quienes escribieron o redactaron, bajo la inspiración de Dios, los diversos libros de la Sagrada Escritura. También a ellos se les aplica el término más general de "profetas", en el sentido bíblico de personas que hablan a los hombres en nombre del Señor.
Para la recta inteligencia de lo que va en el texto, debo aclarar que no se trata de poner en un mismo rango la palabra de Dios que nos viene por medio de los "hagiógrafos" o profetas de la Biblia, y la que nos venga, por ejemplo, a través de las niñas de Garabandal. Tan "palabra de Dios" puede haber en este caso como en el otro; pero hay mucha diferencia en cuanto a garantía de origen y deber de aceptación... Ante todo debe estar la plena estima por la Revelación oficial y pública; mas no son precisamente los que mejor cultivan esa estima, los que luego alardean de abierta desestima para toda revelación privada... ¡Como si Dios ya no pudiese hablar, o no interesara en absoluto lo que Él vaya a decir!)

Que la expresión o envoltura de su mensaje nos resulte pueril, no tiene importancia; lo que importa es su contenido. Y éste necesita ser desentrañado. Porque la auténtica Palabra de Dios no suele decir en seguida mucho...: acaba diciéndolo, íntimamente, a quienes sobre ella vuelven una y otra vez con la meditación. "Recibid con docilidad la Palabra, que ha sido instalada entre vosotros y puede salvar vuestras almas. Esforzaos por llevarla a la práctica. ¡No seáis únicamente oidores...! Porque los que se limitan a oírla, sin cuidarse de practicarla, se parecen a uno que de pronto contempla su rostro en el espejo, y sin más sale a la calle, descuidado enteramente del aspecto que pueda tener" (Ja 1, 21-24).

Sabemos que la reacción de muchos en la noche de Garabandal fue de malhumorada decepción: ¡tantas penalidades, tantas horas de espera!..., ¿sólo para escuchar aquello?

Sin embargo, "aquello" era una proclama nueva de "lo de siempre". De lo que más necesitamos oír, aunque menos nos guste escuchar. Porque los hombres gustan de cosas que emocionen, no de cosas que exijan...; y lo que entretenga, siempre será mejor acogido entre ellos, de pronto al menos ,que lo que obligue...

 

La apabullante simplicidad del mensaje garabandalino

 le pone precisamente en la mejor línea

de los Mensajes de la Salud.

 

Mucho esperaban las multitudes judías de aquel Jesús de Nazaret que empezaba ya a mostrarse como "profeta poderoso en obras y palabras" (Lc 24, 19)..., y sin embargo, Él les sale con esto, que inaugura a fondo su vida pública: "El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está bien próximo; haced penitencia (Deliberadamente empleo "haced penitencia" en lugar de "arrepentíos" que se lee en tantas traducciones: me parece de más sabor y de mayor contenido, como después veremos.) y dad fe a la Buena Nueva" (Mc 1,15). ¿Algo más breve y más simple? Pues allí estaba en germen todo lo que podía renovar al mundo.

Quizá aún más esperaban de Él posteriormente esas mismas muchedumbres que habían vivido la gran hora de la multiplicación de los panes: ¡allí tenían el indiscutible rey y caudillo para sacarles de su lamentable situación! Y Él se les escabulle al final de aquella jornada, para, al día siguiente, en la sinagoga de Cafarnaum, salirles con esto a los grupos más exaltados: "Sé bien por qué me buscáis... Afanaos, no tanto por el pan que perece, cuanto por el pan que permanece para la vida eterna. Este es el que os puede dar el Hijo del hombre..." (Jn 6, 14-27). Aquello no tenía nada de sensacional ni alentador; y cunde la decepción, y el desencanto se va impregnando de hostilidad, para acabar en abierta ruptura con un hombre al que antes se había admirado y seguido con verdadero entusiasmo: "Desde aquel día, muchos de sus discípulos se retiraron y no volvieron a andar con Él" (Jn 6, 66).

Mucho esperaban también de Simón Pedro, que se estrenaba como jefe de "los del Nazareno", aquellos grupos de judíos congregados ante el Cenáculo por las maravillas de Pentecostés y acabados de convencer por las palabras del ex pescador de Betsaida. "¿Qué tenemos que hacer, hermanos?", preguntaron ellos. Y con esto les salió Pedro: "Haced penitencia, y que cada uno de vosotros se haba bautizar en el nombre de Jesús el Cristo" (Act 2, 37-38). No era una respuesta demasiado emocionante.

Y es que nosotros, tan fácilmente dados a confundir lo importante con lo aparatoso y complicado, quedamos también muy fácilmente desconcertados por la soberana simplicidad de lo de Dios.

Tal simplicidad viene una y otra vez a someternos a algo que nos cuesta: una labor de docilidad y de búsqueda; porque detrás de esa simplicidad siempre hay mucho que descubrir y mucho que aceptar.

Reléase detenidamente, línea por línea, el texto de aquella proclama del 18 de octubre de 1961:

 

–Hay que hacer muchos sacrificios, mucha penitencia.

 

Esas siete vulgares palabras, saliendo al paso de ciertas espiritualidades "nuevas" (en el fondo, una viejísima falta de espiritualidad), que entonces burbujeaban ya por la Iglesia y sólo ahora han logrado dominarla en amplios sectores (No digo que tales "espiritualidades" esté dominando a la Iglesia, sino que dominan a muchos en la Iglesia. Obsérvese cómo hablan bastantes clérigos y no clérigos..., y póngase quien quiera a detectar lo que flota en el ambiente hasta de centros de "formación" eclesiástica.), nos ponen de nuevo ante el insondable e insoslayable Misterio de la Cruz, "necedad para los que van camino de perderse, pero fuerza de Dios para los que van hacia la salvación" (I Cor 1,18).

Frente a tanto "cultivo" de la propia personalidad... (Hay un cultivo de la propia persona, que encaja perfectamente, y hasta se impone, en un marco de verdadero cristianismo; pero hay también un cultivo del propio yo, que es de cuño pagano y se da de golpes con todas las grandes consignas evangélicas. lo cual no impide que sea precisamente éste, el que está en el corazón y en la práctica, en la mente y en el habla de no pocos cristianos.), ¡otra vez el "Niéguese a sí mismo" de Cristo! Y frente a la estudiada demolición de toda exigencia moral incómoda, ¡de nuevo el "Tome su cruz cada día", como algo que sólo en plan de réprobos se puede rechazar! (Lc 9, 23).

Todos los reales y pretendidos derechos de la persona humana, todos los fueros de su libertad, no podrán hacer que caiga en desuso la proclama divina: "¡Entrad por la puerta estrecha" ancho y fácil es el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que se meten por él; pero es estrecha la puerta y bien angosto el camino por los que se va a la Vida, y no son muchos los que aciertan con ellos" (Mt 7, 13-14).

 

–Hay que visitar al Santísimo.

 

Cuando en el seno de la Iglesia Católica, por extracatólicas o anticatólicas influencias, estaba cuajando una grave crisis de doctrina y de vida en torno a la realidad eucarística, Dios acude al remedio con una breve y simplicísima línea del mensaje dado, según creemos, por su Madre. Nos llama la atención sobre lo que es verdaderamente nuclear en todo vivir cristiano: el contacto personalísimo  –no sólo comunitario– y frecuente con el Salvador.

El "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos" de Jesús (Mt 28,20) no puede tener sólo las sutiles y desencarnadas dimensiones que le asignan ciertos teólogos "de razón"..., no "de vida y de sentir"... (No puedo hablar mal de los teólogos; entre otras razones, por aquellas palabras de San Francisco de Asís: "Y a todos los teólogos, y a los que nos administran las santísimas palabras divinas, debemos honrar y reverenciar puesto que ellos nos administran espíritu y vida". Pero hay teólogos y teólogos. Si todos los de ahora nos suministran espíritu y vida, venga Dios y lo vea. me temo que a algunos no van a tener que agradecerles mucho ni la Iglesia ni el pueblo fiel.
Quizá porque sólo se les soban algo los codos, y nunca o casi nunca se les matiza de polvo, a la altura de la rodilla, la raya del pantalón...)
. No podemos los cristianos vivir nada más que del recuerdo y de las palabras de un gran Muerto, que sólo hace muchos siglos estuviera de verdad entre nosotros... Sin Él de verdad vivo y de verdad presente a nuestro alcance en todo momento, sucumbiríamos ante las exigencias tantas veces sobrehumanas de nuestro compromiso total de fe. ¡Sí, hay que hacer visitas, muchas visitas al Santísimo!

 

–Pero, antes que nada, tenemos que ser muy buenos.

 

¡Qué cosa tan sabida! –Sí, y también, ¡qué cosa tan olvidada!

¡Qué cosa más vieja! –Pero también, ¡qué cosa tan de actualidad! Porque frente a la actual exaltación de "todo lo humano" –hasta la lujuria se nos quiere presentar como "un valor"–, y el desmonte de la doctrina del pecado original, y los proyectos o experiencias de "educación"  desde supuestos russonianos, viene este vulgarísimo "tenemos que ser muy buenos" a recordarnos que naturalmente no lo somos, ni hemos empezado siéndolo, sino que lo hemos de conquistar con nuestro esfuerzo de cada día. Estamos "de origen"  mal inclinados, y si no luchamos contra las apetencias de la naturaleza, iremos fatalmente a malograrnos, para Dios y para nuestro propio bien. "La carne apetece contra el espíritu, y el espíritu desea a la contra de la carne... Andad según el espíritu, y no os entregaréis a las apetencias de la carne... Si viviereis según la carne, moriréis; mas si, llevados del espíritu, mortificáis las obras de la carne, alcanzaréis la vida" (Gál 5, 16-17; Rom 8, 12-13).

Ciertamente, Dios nos ha amado desde el principio.

Ciertamente, Dios nos sigue amando, aun como somos, a pesar de lo que somos.

Mas, ciertamente también, Él nos ama con la esperanza y la exigencia de que vayamos dejando de ser así, para ir siendo como Él nos quiere. Y Él nos quiere "otros", a imagen y semejanza de su Hijo hecho hombre (Rom 8, 29). Sólo nosotros, entre todas las criaturas del universo, tenemos un cierto destino de "alienación": somos criaturas llamadas a ser otras. Es decir, no las mismas que hemos empezado siendo.

Esta empresa de cambio a fondo, desde dentro, es la gran tarea del vivir humano, cuando este vivir se enfoca con mente cristiana.

Por eso, una exigencia de cambio –mutación de mente, de interioridad, de estilo en el ser y en el hacer– ha sido y será siempre el primer capítulo en toda leal proclamación del Mensaje Salvador.

Por ahí empezó Cristo (En su primera predicación latía un reiterado apremio a "hacer penitencia" y a creer..., según ya queda indicado.
Muchos han achicado este "hacer penitencia", al confundirlo con hacer penitencias. No es precisamente eso. Apoyándonos en los términos que emplea el original griego de los Evangelios, debemos reconocer, que "hacer penitencia" es todo un proceso de renovación o cambio del hombres, desde el interior; proceso que marcha en tres tiempos: 1º, romper con un pasado culpable o de abandono, mediante el arrepentimiento; 2º, expiar ese pasado, mediante la práctica o aceptación de cosas aflictivas; 3º, poner en lugar del pasado que se deplora, la novedad de una vida mejor.
)
; por ahí empezaron los Apóstoles; y con eso en primerísimo plano quiso lanzar San Pablo, desde el Areópago de Atenas, su gran proclama de salvación al mundo de la gentilidad ("Pues bien, Dios, disimulando los tiempos de ignorancia, intima ahora a los hombres todos, que todos ellos y en todas partes hagan penitencia, porque tiene ya señalado el día en juzgará a todos con exacta justicia por Uno a quien ha acreditado frente a todos por su resurrección de entre los muertos" (Act.17, 30-31).).

La empresa de ir siendo mejores, la empresa de llegar a "ser muy buenos", como decían las niñas de Garabandal, está, en consecuencia, por encima de todo, "antes que nada", y en orden a ella es como tienen razón de ser todas las demás tareas.

 

–Y si no lo hacemos, nos vendrá un castigo.

 

Dios aguarda mucho, pero no siempre.

Ahora respeta mucho nuestra situación de libertad; pero ¡que nadie sueñe con un desenlace de impunidad! Al final, las cuentas. Y a cada uno, su merecido. En este orden sí que tiene aplicación aquello de que "quien la hace, la paga".

Mas Dios no tiene por qué aguardar siempre al final-final. También ha habido acciones punitivas de su Justicia en este mundo; y las habrá. En este mensaje se nos dice, en serio y en concreto, que vamos hacia una, y no de las corrientes.

 

–Ya se está llenando la copa; y si no cambiamos...

 

Esa copa misteriosa simboliza para nosotros el "aguante" de Dios Frente a sus criaturas desmandadas. Cuando la última gota de nuestros pecados colme la medida, se pondrá en marcha el dispositivo de la Justicia ¿Tiene que ver esto de Garabandal con algunas horas decisivas de las que se habla en el último libro de la Biblia, el libro de la consumación? "Salieron los siete ángeles de las siete plagas, llevando túnicas de lino puro, deslumbrantes, ceñidas al talle con cinturones de oro. Entonces, uno de los cuatro vivientes repartió entre los siete ángeles siete copas de oro, colmadas de la cólera del Dios que vive por los siglos de los siglos... Cuando el séptimo ángel acabó de derramar su copa por el aire, se oyó una voz que decía: "¡Esto es hecho!" Y fueron entonces los relámpagos y los bramidos y los truenos, con un violento temblor de tierra: jamás, desde que hay hombres, se había visto un sacudimiento así..." (Ap 15, 6-7, 17-21).

Las niñas decían lo de la copa, sin entenderlo apenas; parece que durante las explicaciones del mensaje que la Virgen les fue dando a lo largo del verano, se les mostró una gran copa, dentro de la cual caían espesas gotas de tonalidad oscura, como de sangre. Cuando la Virgen hablaba de esto de la copa y del castigo que se avecinaba, se oscurecía su semblante y se apagaba notablemente su voz.

A partir, pues, de esta noche del 18 de octubre, Garabandal empieza a revelarse en su fuerte dimensión de admonición profética. Vamos hacia horas de muy graves decisiones por parte de Dios.

Como las consecuencias serán terribles para muchos, misericordiosamente se nos advierte, para que veamos la manera de evitarlo. Y no hay más que una manera: la que Cristo dejó proclamada en su Evangelio: "Si no hiciereis penitencia, todos por un igual pereceréis" (Lc 13, 1-5).

En adelante, un gigantesco contraluz de Misericordia y de Justicia a escala divina va a estar siempre como gravitando sobre el horizonte lejano de esta increíble historia de Garabandal.

 

En el corazón de muchos se hace de noche

 

El silencio expectante que había ambientado la lectura del mensaje, se quebró tan pronto como el papel que lo contenía fue guardado.

Se quebró primeramente para que el mensaje llegara a quienes no habían oído bien, y luego... Al ver que todo indicaba que "ya no había más", un viento de decepción, más fuerte que el temporal atmosférico, sopló sobre aquella multitud; y en muchos corazones también se hizo de noche. ¡Nada de lo que tanto esperaran se había producido! Y aquel mensaje, por sí solo, verdaderamente no valía la pena... ("Todos los que ese día subieron, esperaban ver un gran milagro, como el del sol en Fátima. No hubo eso, pero sí un gran mensaje, que hoy día tiene mucha importancia. Yo, por lo menos, así lo entiendo y lo creo". (El brigada de la Guardia Civil.). Lo de Garabandal era cosa fallida y fallada. ¡Cómo había hecho el tonto subiendo allí!

Es cierto que para aquel 18 de octubre sólo estaba anunciada la publicación del mensaje, y que el imaginarse prodigios espectaculares quedaba exclusivamente a cuenta de la gente; mas ¿qué hubiera ocurrido, de haberse observado puntualmente las instrucciones de la aparición?, ¿qué hubiera ocurrido sin la "prudentísima" ingerencia de aquellos comisionados, que impusieron a don Valentín y a las niñas un proceder que no se ajustaba a las normas recibidas? No son quiénes los hombres para imponer al cielo sus criterios. Con el cielo no se juega.

"–¡Ah! ¡Estos hombres, que temen el ridículo de la humilde docilidad, que se creen más inteligentes que la Virgen, y que se embarazan de consideraciones que ellos creen muy sensatas!" ("L'Etoile dans la Montagne", número 18).

 

* * *

 

La bajada de los Pinos.

La prueba del P. Ramón María Andreu

 

La bajada de los Pinos, bajo el azote exterior de la lluvia y el viento, y con el desabrimiento interno de la decepción, fue aún más penosa que la subida. Lo que le pasó a doña María Herrero debe multiplicarse por mil, por tres mil...: "Perpleja y malhumorada, bajé de aquel promontorio de barro, piedras y hoyos, sin ver nada, ayudando como podía a alguna persona en apuros, bajo la lluvia que volvía a ser implacable".

Uno de los que más sintieron los efectos de la "prueba" de aquella noche fue el P. Ramón María Andreu. Había sido allí favorecido como pocos, y como pocos fue también allí probado.

Durante muy largo rato, entre el agua que corría monte abajo por todas partes y la muchedumbre que subía o que bajaba, se movió él de un punto a otro de la ladera como un verdadero náufrago (Parece que la "prueba empezó ya antes de la lectura del mensaje, cuando la multitud seguía concentrándose en torno a los Pinos.
"Como a medio camino de aquella penosísima subida, yo me encontré de verdad perdido: en la noche, en medio de aquel monte inundado de sombras...; invadiéndome el alma un dolor tremendo, una sensación inaguantable de soledad, y un convencimiento del ridículo que representaba todo aquello..." (P. Andreu).)

"Me invadió de golpe, brutalmente, una intensísima amargura interior. Era como una mezcla de impresiones penosas y de sentimientos deprimentes. Me parecía que todo se dislocaba, como si todo se me derrumbara. Acababa de entrar en un desierto moral. El pasado se embrollaba... Sólo quedaba clara y evidente la muerte de mi pobre hermano, el P. Luis, poco más de dos meses antes.

"Luego, con lo que estaba pasando en los Pinos, mi estado de sufrimiento interior no hizo más que empeorar. Creo que jamás, a lo largo de mi vida, he conocido una tal desolación... Sentí violentas ganas de marchar, ¡lejos", a América. Y me decía: "¿Qué haces tú aquí? Esas niñas no son más que unas pobres enfermas. Y todo esto, una triste comedia de aldeanos retrasados..."

"Me quedé parado unos minutos. Con la vista interrogaba al cielo. Hubiese clamado, para que se produjera el gran milagro, que ciertamente las niñas no habían anunciado jamás para este 18 de octubre. Nada pasaba... Y me decepción era total.

"Cambié de sitio, y nuevamente permanecí parado durante un tiempo que no puedo precisar. Estaba como inconsciente; sólo advertía en torno mío el continuo pasar de la multitud, que me desbordaba por un lado y por otro; las linternas se acercaban y se alejaban en la oscuridad... De golpe, una de ellas me dio en la cara con su haz de luz. Un amigo (Se trata de uno de los Fontaneda, la conocida familia de Aguilar de Campoo, donde paraba muchas veces el P. Andreu.) , que bajaba, me acababa de reconocer y quería darme rápidamente sus impresiones: "Esto es maravilloso... Esto es estupendo..."

"Yo le dejaba hablar, replicándole en mi interior: "¡Ya comprenderás mañana!" Y me daba pena su entusiasmo; casi me irritaba.

"Juntos fuimos bajando al pueblo. Creo que yo había permanecido en la ladera del monte no menos de una hora, viendo subir y bajar linternas como una pesadilla.

"Me cobijé de momento en una casa cualquiera, para no mojarme; pero me sentía tan desilusionado, que todo me molestaba. Por eso salí y dirigí mis pasos a la casa donde me estarían esperando: necesitaba de caras conocidas, para no sentirme tan solo... Al poco rato, llegó Amaliuca, hermana de Loli, algo más pequeñas que ella. Señalándome a mí y a otras dos personas (Eran el señor Fontaneda y el señor Fontibre, los amigos del Padre Andreu, de Aguilar de Campoo (Palencia).), dijo: "Dice Loli que vayas tú y tú y tú".

"Yo no tenía ganas ni intención de ir. Me decidí al fin, pensando: "Bien, visitar a los enfermos sigue siendo una obra de misericordia". Aseguro que, si fui, fue con el propósito de darle a ella y a todo aquello el adiós definitivo.

"Llegamos a casa de Ceferino y subimos al piso de arriba: habría allí como una docena de personas; en medio de ellas, Loli; parecía contenta, diría que hasta dichosa. Yo me busqué un rincón, y empecé a pensar en la inconsciencia de aquella criatura, y en la credulidad de quienes la rodeaban...

"Entonces ella viene hacia mí y me dice sonriente:

"Siéntese usted. Me señalaba una especie de camastro. Le obedecí como un autómata, y ella vino a sentarse a mi lado. La conversación que siguió, confidencial, creo que no se me olvidará en la vida:

–De ustedes tres hay uno que no cree... ¿Sabe usted quién es?

–Sí, lo sé. ¿Lo sabes tú también?

–Ciertamente. La Virgen me lo ha dicho.

–¿Cuándo?

–Hace muy poco: cuando bajábamos de los Pinos.

–Pues a ver: dínoslo.

–No me atrevo. Si fuera uno de los otros dos...

–Sí, yo soy;  ya no creo en nada.

En los ojos tan infantiles de Loli brilló una sonrisa comprensiva:

–Nos dijo la Virgen: "El Padre duda de todo, y sufre mucho. Llamadle y decidle que no dude más, que ciertamente soy yo, la Virgen, quien se aparece aquí. Y para que os crea mejor, le diréis: Cuando subías, subías contento; cuando bajabas, bajabas triste".

"Me quedé estupefacto, mirando a la niña.

Ella añadió: –A Conchita le ha hablado mucho de usted.

"Me levanté; veía confusamente que aún no había llegado la hora de los adioses... Tomé el brazo a los dos amigos, que me miraban sin comprender y me preguntaban: "Pero ¿qué es lo que ha dicho?, ¿qué pasa?", y les empujé hacia la puerta, diciendo: "¡Vamos en seguida a la casa de Conchita!"

"A pesar de lo intempestivo de la hora, Aniceta nos recibió.

–¿Puedo estar con Conchita?

–Ya está acostada; pero usted puede subir, si quiere.

"Subí con los dos amigos. Conchita estaba en la cama con su prima Luciuca, un año menor que ella. Tan pronto como me vio, sin esperar a que yo hablara, me dijo sonriente:

–¿Estará contento, no? ¿O es que está triste todavía?

–Casi no lo sé. Loli me ha dicho que la Virgen te ha hablado mucho de mí.

–¡Lo menos un cuarto de hora!

–¿Y qué te ha dicho?

–Aún no se lo puedo decir.

–Entonces me quedo igual que antes.

Conchita sonrió.

–Bueno, algo sí que le puedo decir. "Cuando subía, subía contento; cuando bajaba, bajaba triste"... Ella me ha dicho todo lo que usted estaba pensando... Y dónde lo estaba pensando... Y que pensaba: "Ahora me voy a América". Y en otro sitio pensaba: "Ya no quiero saber más de fulano y de fulano".. Y usted sufría mucho. Me ha encargado que se lo diga y que le advierta que todo esto le ha pasado para que en adelante, acordándose de todo ello, no vuelva a dudar más.

"Como cualquiera puede comprender, yo me quedé sin habla.

"Al día siguiente, sobre una detallada fotografía de los Pinos y sus alrededores, Conchita ¡me fue señalando con el dedo cada uno de los sitos donde yo había estado y lo que había pensado allí! Puedo asegurar que no se equivocó en nada" (El P. Andreu ha relatado varias veces esta su personalísima vivencia del 18 de octubre, con algún que otro detalle de más o de menos; uno de tales relatos ha sido recogido en cinta magnetofónica. Yo me he atenido, casi al pie de la letra, al que él mismo dio al editor francés del diario de Conchita: "Journal de Conchita", págs. 110-113 (París, 1967, Nouvelles Editions Latines).
"Como efecto de todo aquello –ha confesado él pocos años más tarde a un auditorio de Palma de Mallorca–, yo estuve quince días, si no como sonámbulo, si con una impresión tremenda... Porque me impresionaba hasta el máximo, que cuando en mi vida me había creído más solitario –que fue aquella noche en el monte Garabandal–, estuviera de hecho totalmente controlado, hasta en mis más recónditos pensamientos; y que tales pensamientos fueran tan fácilmente a conocimiento de aquellas niñas a través de un misterioso personaje que ellas decían ver...").

No todos tuvieron esta gracia del P. Andreu, de salir tan pronto de la noche de su decepción. Mientras él tenía en el pueblo tan inefables experiencias, la inmensa multitud descendía en condiciones infernales por los difíciles caminos de Garabandal.

"Cuando acabó lo de los Pinos, mis amigas se empeñaron en volver en seguida y de prisa a Santander, sin detenernos más en el pueblo –nos dice doña María Herrero–.

 

al llegar al "cuadro",

 entraron súbitamente en éxtasis

 

"Y así me perdí algo que por lo visto fue maravilloso: cuando las niñas bajaban de los Pinos, con la Guardia Civil, y la multitud asediándolas, al llegar al "cuadro", entraron súbitamente en éxtasis; dándose la vuelta, empezaron a mirar hacia los Pinos, pues su visión venía de allí, y reculando hacia atrás bajaron al pueblo. Creo que todo acabó ante las puertas de la iglesia; y me han dicho que fue de verdad maravilloso".

Conchita recoge así el episodios en su diario (pág.38): "Después de leerle (el mensaje), nos bajamos para el pueblo; y en la calleja, donde el sitio que llamamos cuadro, se nos apareció la virgen, y me dijo a mí la Virgen: "Ahora está dudando el P. Ramón María Andreu", y yo, pues me extrañó mucho..., y me dijo dónde había empezado a dudar, y que había pensado, y todo".

Volvamos al relato de la señora Herrero de Gallardo: "Yo bajé con la multitud, y como muchos, en parte descontenta y en parte impresionada. Ya no se oía, como a la subida, a grupos que rezaban el rosario o cantaban himnos.

"Por debajo del pueblo es cuando empecé a sentir más miedo: la avalancha de gente bajaba con prisas, a toda velocidad, resbalando por el barro y empujando. Para que no faltara nada, se desencadenó una tormenta como no he visto. Los truenos retumbaban atronadores por aquellos valles, y los rayos caían sin cesar, cegándonos de luz. ¡Cuánto invoqué a San Miguel!

"Como me resbalaba y perdía el equilibrio, y temía que la gente acabara pisoteándome, me senté en el suelo, a un lado del camino, abrumada por el miedo. Dos hombres, cuyo rostro no pude reconocer por la oscuridad, me tomaron cada cual por un brazo, y así pude llegar hasta Cossío. No sé quiénes serían; pero de todo corazón digo: ¡Que Dios se lo pague! El último kilómetro tuve que hacerlo descalza sobre aquel lodazal de piedras sueltas: se me rompieron los zapatos y tuve que tirarlos. Sin embargo, crease milagro o no, no sufrí el menor roce en mis pies, se me quedaron tan intactos como si hubiese bajado sobre una alfombra.

"Cuando a hora muy avanzada de la noche me encontré al fin en mi cuarto de Santander, lloré desconsolada. Me parecía que Garabandal había terminado para siempre.

"Yo no podía dudar de la verdad de las apariciones que había presenciado: me hubiese dejado matar por defenderlas... ¿Qué había pasado entonces en aquel decepcionante 18 de octubre? ¿Es que habíamos defraudado a la Virgen, y ya no volvería? ¡Muy probablemente! Me partía el alma este pensamiento..., y así fue aquella noche para mí una verdadera "noche oscura", quizás la única en lo que se refiere a Garabandal".

Hasta tal punto fue general el temor o el pensamiento de que aquella jornada del 18 de octubre era "la muerte de Garabandal", que dos días después, el 20, se le oyó a Jacinta en éxtasis: "Ya no nos cree nadie, ¿sabes?... Así que ya puedes hacer un milagro muy grandísimo para que vuelvan muchos a creer..." La respuesta de la Virgen fue sonreír y decirle: "Ya creerán" (Aunque en menor escala, también la historia de Lourdes conoció un momento así, a consecuencia de haber visto los espectadores cómo Bernardita Soubirous, en uno de sus trances, se ponía a comer hierba y se "lavaba" con barro... Casi todos creyeron que era una pobre trastornada.).

 

El doctor Ortiz exprime en pocas palabras su vivencia

 

El doctor Ortiz exprime en pocas palabras su vivencia de este 18 de octubre en Garabandal:

"A pesar del ambiente que había tan propicio para la sugestión, pues la mayoría de la gente, ilusionada, estaba esperando un gran milagro, yo no pude descubrir ni un solo caso de tal sugestión... ¡Hecho muy importante!, si se tiene en cuenta que algunos de mis colegas, con otros miembros de la Comisión, vienen sosteniendo que se trata de "fenómenos de sugestión colectiva".

"Muchos de los que habían subido al pueblo, al no suceder el Milagro, que ellos se tenían imaginado, nunca anunciado por las niñas, bajaban totalmente defraudados, y hasta de mal humor. Una mujer del pueblo, Angelita, cuñada de Maximina, escuchó a un forastero que gritaba con indignación:

–¡Las niñas, a la hoguera! ¡Y sus padres con ellas!

–Oiga, oiga –le replicó la mujer–: ¡A usted sí que le debían quemar! ¿Qué telegrama le han puesto para que subiera aquí?"

La ya citada doña María, cuya aportación tanto nos ha servido para dar una visión de aquel día inolvidable, termina su relato así: "Yo no acierto a decirle más; pero estoy segura de que ese 18 de octubre tiene que estar plagado de anécdotas interesantes y más o menos inexplicables. De una cosa no puedo dudar: que los ángeles del Señor tuvieron que velar sobre cada uno de nosotros, para que, como dice el salmo, "no tropezaran nuestro pies contra las piedras del camino", o de los caminos... Creo que todos volvimos ilesos a casa; yo, por le menos, no he sabido nunca de ningún accidente. Y esto me parece un grandísimo milagro.

"Todo lo de aquel día se me ha quedado profundamente grabado en la memoria, dándome la imagen de un día de ilusión y de penitencia, quizá pálida imagen de lo que pueda ser el día del "Aviso" (El aviso es uno de los grandes anuncios proféticos de Garabandal, uno de los capítulos pendientes de esta extraordinaria historia. Hablaremos de él cuando le llegue la hora: aún estamos en el primer año de los sucesos, 1961.), pues todo en el ambiente parecía estar para probarnos, y realmente fue una jornada de purificación. Nunca cosa alguna me ha dado tanta impresión del temor de Dios como lo sucedido en aquel día"

No cabe duda de que el 18 de octubre de 1961, tan largamente esperado y que luego advino como un signo tan distinto del que muchísimos se imaginaban, es uno de los momentos estelares en el largo misterio de Garabandal. ¡Una fecha clave! Una jornada con no sé qué de Sinaí... (Ex. 19., 16).

En ella llegó, sobre Garabandal, la primera admonición pública del cielo.

Con ella empezó la acción depuradora en las filas de "adictos", la primera criba de muchos entusiasmos fáciles.

"Señor, Señor, Dios nuestro: ¡qué admirable es tu nombre por toda la tierra!" (salmo 8).

Me parece que al 18 de octubre de 1961 en Garabandal alcanza, de algún modo, cierto texto de un viejo profeta de Israel:

"Que los toques del cuerno (Desde muy antiguo los cuernos de ciertos animales han sido habilitados como instrumento de potente llamada, para la caza o para la guerra; en Israel, también para congregaciones religiosas.) retumben en Sión;
dad la voz de alarma sobre mi montaña santa:
que tiemblen todos los habitantes del país,
porque se acerca el día del Señor,
¡se viene encima!
Día de oscuridad y de espesas sombras,
día de nubarrones y tinieblas...
Cual una luz de aurora, se ha desplegado sobre los montes
un pueblo innumerable y fuerte,
como no se había visto, ni se volverá a ver" (Joel 2, 1-2).

239-259

A. M. D. G.