ÍNDICE

TERCERA PARTE

CAPÍTULO V

 

 

DESPEDIDA BAJO LA LLUVIA

 

 


 

monseñor Vicente Puchol Montís, nuevo obispo

    El P. Laffineur sometió a la joven nada menos que 45 cuestiones o preguntas.

   Diálogo entre Conchita y una familia francesa

    carta del cardenal Ottaviani

 


 

Durante el éxtasis del 18 de junio, entre las pocas cosas que se han logrado entender a Conchita, una era "2 de julio"...

¿Qué se le anunciaba para tal fecha?

No lo sabemos. O, por lo menos, yo no lo sé.

Sí sabemos que en ese 2 de julio, cuarto aniversario de la primera aparición de la Virgen, ésta se dignó visitar a la joven vidente. Fue con una "locución".

Tuvo otra el día 18 del mismo mes, fiesta del pueblo, tercer aniversario del "milagrucu" de la comunión visible.

Podría así pensarse que las cosas mantendrían su curso acostumbrado, que allí iba a seguir todo, o casi todo, como antes...

Pero los más agudos observadores bien pronto no podrían sustraerse a la impresión de que lo del 18 de junio había venido como una coronación y cierre –en cuanto a proyección pública– de todo lo ya ocurrido en Garabandal.

"Aquello"... no se repetiría.

Las "niñas" ya eran otras.

Las circunstancias, también.

Y las ex niñas no tendrán por qué seguir allí en la aldea, dedicadas a esperar las intervenciones del cielo. Será preciso que piensen en su futuro, que traten de encauzar concretamente su vida.

De las singularísimas experiencias que han vivido, irá quedando sólo el recuerdo –confuso más de una vez– y la exigencia de tener una conducta muy esmerada de cara a Dios y a los hombres.

 

* * *

 

monseñor Vicente Puchol Montís,

nuevo obispo

 

El día 16 de agosto marcha definitivamente de Santander monseñor Beitia Aldazábal; la fiesta de la Asunción, con sus solemnidades litúrgicas, con sus populares ramos de flores a los pies de la imagen que se levanta ante la catedral, ha sido su última jornada en aquella diócesis que ha tenido como suya durante tres años. Dos días después, 17 de agosto, se instala allí como obispo su sucesor, monseñor Vicente Puchol Montís.

Ante el nuevo obispo, muchos sienten una gran euforia: es joven, de vocación tardía (Se llama así a los que no han empezado desde temprana edad con la idea y la preparación del sacerdocio.

Después de la sangrienta guerra civil española, en el fervor de la reconstrucción católica del país, abundaron mucho esas vocaciones tardías. Llegaron a supervalorizarse, como si de ellas se pudiera siempre esperar bastante más que de las otras. Ha pasado el tiempo, y ante ciertos resultados, la especial estima por tales vocaciones ha mermado no poco.), enormemente simpático...; otros no pueden librarse de un gran recelo: en la Iglesia de España ha empezado a vivirse ya, con cierto dramatismo, la disociación de mentes y voluntades (que llevaría más tarde a violentos enfrentamientos), y el nuevo señor obispo aparece como demasiado beligerante en el frente de los "innovadores" (se dice de él, que es el iniciador, o al menos gran fautor, del cambio total –algunos hablan de "verdadera revolución"– en el que van siendo metidos los seminarios diocesanos).

A propósito de Garabandal, los pronósticos no auguraban nada bueno con el nuevo señor obispo. Tan pronto como se dio a conocer su nombramiento, un sacerdote de Madrid, ex alumno de Comillas, comunicó al P. Lucio Rodrigo, S.J.: "Ya pueden andar con cuidado, conozco a don Vicente Puchol, y sé que está contra Garabandal. Es enemigo declarado de "apariciones"..."

 

* * *

 

Sin que una cosa tuviese nada que ver con la otra, al día siguiente de la instalación de monseñor Puchol, Conchita escribía al P. Laffineur, para comunicarle su "gran alegría: Mi mamá ya me deja entrar en el convento. Para mí, es una gran cosa poder consagrarme así a Cristo, totalmente, desde los 16 años, para toda la vida... Pida usted por mí, para que pueda ir lo antes posible a las Carmelitas Descalzas Misioneras.

Pensando tal vez que la partida de Conchita era inminente, el P. Laffineur arregló un nuevo viaje a España, para obtener de ella ciertas aclaraciones. El encuentro tuvo lugar en Torrelavega (Santander), el día 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de María.

 

El P. Laffineur sometió a la joven nada menos

que 45 cuestiones o preguntas.

 

Con el P. Laffineur estaban unos compañeros de viaje, que sirvieron de testigos; al lado de Conchita estaba, como siempre, su madre, Aniceta. El P. Laffineur sometió a la joven nada menos que 45 cuestiones o preguntas. Y registró cuidadosamente sus respuestas: parte de éstas las ha hecho él públicas en el capítulo 37 de "L'Etoile dans la Montagne"; otra parte las ha reservado "para el porvenir".

He aquí lo más interesante de las ya publicadas:

"–Sí, yo he escrito al señor obispo la fecha del milagro (parece cierto que esa carta no llegó nunca a las manos de monseñor Beitia: ¿por culpa de quién?)

–He tenido una locución el día 2 de julio: ya se lo explicaré a usted por carta. Y tuve otra el día 18 del mismo mes: se lo diré igualmente por escrito.

–Mis compañeras y yo pensamos en el convento desde los primeros días de las apariciones. Ningún sacerdote nos ha metido esto en la cabeza.

–El Papa verá el milagro, esté donde esté; también lo verá el P. Pío

–Sí, el Concilio tendrá un impacto extraordinario.

–Después de Pablo VI, no quedan más que dos Papas. Luego, el fin de los tiempos, que no es lo mismo que fin del mundo. Yo no entiendo muy bien esto, pero la Virgen me lo dijo así.

–Mi marcha de Garabandal no es ningún obstáculo para anunciar la fecha del milagro. Yo puedo decir la fecha a mi superiora, y si fuese necesario, también a mi director espiritual...

–Después del milagro, se construirá una capilla en honor de San Miguel Arcángel (Evidentemente, nada tiene que ver con este anuncio la capillita montada por unos particulares, cerca e los Pinos, en septiembre de 1967.). Yo preferiría que no se hiciese como en Lourdes, que yo he conocido en mayo de 1963; me gustaría que fuese todo más sencillo, más pobre.

–El más grande peligro que corre el pueblo de Garabandal es el orgullo.

–Ciertamente, Mari Cruz ha visto a la Virgen. Sus negaciones de ahora se deben a una operación misteriosa del demonio. Después del milagro, ella reafirmará la verdad de sus éxtasis.

–Cuando todas las cuatro hayamos marchado del pueblo, será el mejor tiempo para subir a Garabandal: entonces se irá sólo por la Virgen."

 

* * *

 

Diálogo entre Conchita

y una familia francesa

 

Dos días más tarde de este encuentro en Torrelavega, el 10 de septiembre, hay otro encuentro en el mismo Garabandal. Es bajo la lona de una tienda, que cierta familia francesa ha montado casi a dos pasos de la casa de Aniceta. Conchita va a visitar a la señora, que se ha quedado allí con los dos más pequeños de sus ocho hijos...

–Ustedes tienen suerte en haber plantado la tienda aquí: aquí precisamente tuvo Mari Cruz una aparición de la Virgen... (De esta aparición, bastante notable, ya hemos hablado en el capítulo VIII de la primera parte.)

–Tú sí que has tenido suerte en haber sido tan especialmente escogida por Ella.

–Cuando la Virgen se me aparecía, su mirada no quedaba precisamente fija en mí; iba de un lado para otro sobre las montañas, abarcaba el mundo entero, y su cara parecía sonreír a todo el universo. Ella no venía precisamente por mí.

–Tú tienes un gran cuadro de la Virgen en casa. Es muy bonito. ¿Corresponde a tu visión?

–¡Oh, no! Eso no es nada. Es menos que cero ante la realidad. No hay manera de reproducir la belleza de la Virgen... ¿Usted conoce lo de Fátima?

–Sólo un poco. He oído hablar del milagro del sol.

–Ese milagro de Fátima no es nada en comparación de lo que va a pasar aquí. Esto será mucho, pero mucho más grande.

(Entonces, la intérprete, Eloísa Deguía, insinúa a la señora francesa: "Quizá se vea a la misma Virgen en persona." Conchita, que ha entendido, replica vivamente:)

–No, no! No será eso... Si fuera eso, entonces se trataría de una aparición, no precisamente de un milagro. (Levantando los brazos y extendiéndolos, Conchita continúa.)

Lo de aquí será mucho más grande, mucho más fuerte que lo de Fátima. Causara tal impresión, que nadie de cuantos lo vean, podrá marcharse con dudas. Convendría que todo el mundo estuviese presente, pues no habría seguramente castigo, ya que todos creerían.

–Todos los enfermos que vengan, ¿serán curados?

–La Virgen no me dijo "todos", ni tampoco "algunos", sino "los" : "Los enfermos quedarán sanos."

La Virgen reía, sonreía mucho. ¡No inspira ningún temor!

–Entonces, Ella es muy buena. Buena como una madre.

–No, ¡mucho más que una madre! Ella es buena como una que además de madre fuese la mejor amiga, porque le podemos decir todo lo que se nos pase por la cabeza. Y nos comprende, Y nos ayuda.

Ella reía, y hasta jugaba con nosotras. Un día llegó a dejar su corona a Loli, para que ésta se divirtiera poniéndosela en la cabeza (aunque Loli tenía mucho miedo de quemarse con las estrellas tan encendidas...).

Con una madre no se siente una tan libre y tan confiada como con la Santísima Virgen. Nadie confiesa sus propias faltas a la madre, ni se le revelan los ocultos defectos... (Conchita habla desde su propia situación. En Aniceta tiene ella una madre más bien severa y exigente; aunque llena de solicitud por el bien de su hija.) (Ver cap. 38 de "L'Etoile dans la Montagne".)

* * *

Cuatro días después, 14 de septiembre, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, nuevo encuentro y nuevos desahogos, o precisiones sobre las cosas que han quedado flotando en el aire de Garabandal. Se diría que la joven vidente, ante su partida para el convento –que ella creía muy próxima–, es más fácil que nunca para hablar sobre las cuestiones que interesan a todos. Esta vez, sus interlocutores son unos americanos. Ellos han dado sus preguntas por escrito, y por escrito les ofrece Conchita sus respuestas. Tenemos copia fiel de todo; pero sólo reproduciremos los puntos de mayor interés, pues hay bastantes cosas que ya están suficientemente repetidas:

"–El Aviso, ¿será una cosa visible, una cosa interior, o ambas a la vez?

–Es algo que viene directo de Dios, y será visible en todo el mundo, en cualquier sitio que se esté.

–¿Revelará a cada persona del mundo sus propios pecados, incluso a personas de otras religiones y a los mismos ateos?

–Sí, el Aviso será como una revelación de nuestros pecados, y lo verán y pasarán, lo mismo creyentes, y de cualquier religión que sean.

–¿Es cierto que el Aviso hará que muchos recuerden a los muertos?

–El Aviso vendrá a purificarnos para el Milagro, y es como una catástrofe que repercutirá en nuestro interior. Nos hará recordar a los muertos en el sentido de que preferiríamos estar entre los muertos, antes que soportar el Aviso

(Durante mucho tiempo la única vidente que ha venido hablando del Aviso ha sido Conchita. Esto hacía pensar que sólo ella había recibido "comunicaciones" acerca de una cosa tan importantes (y esto me había llevado a mí a tener lo del Aviso como lo de menos garantía entre los acontecimientos pendientes que se han anunciado en Garabandal).

Pero al poder hablar con Jacinta (10 de noviembre de 1973, en casa de los señores Villar-Iturriaga, de Santander) he descubierto que lo del Aviso tiene más amplia base. En presencia de varias personas, Jacinta afirmó con toda claridad:

Que a ella también le había hablado la Virgen, y más de una vez, sobre un aviso que vendría antes del castigo.

Que ella sabe en qué va a consistir, aunque ignora la fecha; si no dice nada acerca de lo que va a ser, es porque la Virgen le mandó guardar secreto.

Que, en cambio, no sabe nada del milagro que anuncia Conchita, porque a ella la Virgen nunca le dijo que iba a venir: siempre que se lo pidió, como las demás, la Virgen, o no le contestó, o se limitó a decir: "¡Ya creerán, ya creerán!"

Lo poco que se le saca del Aviso coincide con lo que ya se sabe por Conchita: que será de alcance universal, que nos obligará a enfrentarnos con nuestras conciencias, que será terriblemente impresionante, etc.

Más posteriormente todavía he tenido pruebas de que también Loli estaba informada por la Virgen de esto del Aviso. Parece incluso que se trata de algo que apareció bien pronto en el marco de las "comunicaciones" que se recibían en Garabandal..., aunque las niñas receptoras –Ésa es mi impresión– tardarán no poco en darse cuenta de la importancia y características especiales del fenómeno sobrenatural que se les anunciaba.

La señorita Sagrario Aguirre, de Oviedo, me decía en carta de 9 de mayo de 1978:

"En una ocasión, antes que se hablara del Aviso, es decir, antes –y más de un año– de que Conchita anunciara al mundo tal cosa, Loli me dijo cierto día:

Una noche te vas a llevar una impresión bien grande (no puedo asegurarle que dijes "noche", pero yo sí quedé con la impresión de que iba a ser de noche).

La noche de aquel día, y también la siguiente, yo no pude dormir, expectante y atemorizada... Pero, hablando de nuevo con Loli, ella me dijo:

Pero ¿crees que va a ser para ti sola? ¡No; va a ser para todo el mundo!

 Y me impuso total secreto...; y me añadió que eso se lo había dicho la Virgen a Jacinta y a ella ya desde el principio de las apariciones.)

 

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–Por favor, díganos lo que pueda sobre el Castigo, y qué sintió usted cuando lo vio.

–El Castigo, si no cambiamos, será horrible. Nosotras, Loli, Jacinta y yo, lo hemos visto; pero yo no puedo decir en qué consiste, porque no tengo permiso de la Virgen. Cuando lo vi, sentí un grandísimo temor, ¡y eso que estaba viendo al mismo tiempo a la Virgen, en toda su belleza e indescriptible bondad!

–Cuando usted rezó el rosario con Nuestra Señora, ¿le enseñaba Ella cómo rezarlo?

–La Virgen, al principio, rezaba el rosario delante de nosotras muy despacio, como Ella quería que lo rezáramos. Por eso, Ella misma rezaba también el Ave María, para que aprendiésemos.

–¿Es verdad que el cuerpo del P. Luis Andreu será desenterrado el mismo día del Milagro y se le encontrará incorrupto?

–La Virgen me dijo en una "locución": "El cuerpo del P. Luis Andreu será encontrado incorrupto, tal como fue enterrado."

(ya hemos dicho en otra parte que Conchita escribió al P. Ramón Andreu, asegurándole que, al día siguiente del Milagro, encontrarían el cuerpo de su hermano tal como lo enterraron.)

–¿Qué valor tendrán, antes y después del Milagro, los objetos besados por la Santísima Virgen durante las apariciones?

–La Virgen me dijo: "Jesús hará milagros con estos objetos. Aquellos que los lleven con fe y confianza, pasarán su purgatorio en la tierra." Es decir, pasarán ya aquí, lo que de otro modo tendrían que pasar después de su muerte (Nadie puede entrar en el Cielo si no está bien purificado. O, dicho de otro modo, si no ha expiado debidamente por sus faltas.

Tal es la razón de ser del Purgatorio. Pasar en este mundo lo que debemos por nuestros pecados es mucho mejor que pasarlo en el otro, porque aquí, al mismo tiempo que "satisfacemos", "merecemos"; en cambio, allá sólo es posible "satisfacer".)

–¿Dijo algo la Santísima Virgen respecto al aroma de flores, que algunas veces emanan de los objetos besados por Ella?

–No, yo nunca le oí nada sobre eso. Sí dijo que harían milagros y prodigios.

–¿Les ha enseñado la Virgen alguna canción?

–No. La Virgen nos ayudaba a sacar algunas canciones... (Seguramente, en el sentido de que ante Ella se sentían como inspiradas, y así podían prorrumpir las tres niñas, simultáneamente, en la misma letra y música.)

–La Santísima Virgen o Jesús, ¿dijeron algo sobre la conversión de Rusia?

–En una locución de Jesús, la única que hasta ahora he tenido de Él, me dijo que Rusia se convertiría.

–Puede explicarnos la "señal" que quedará del Milagro en los Pinos?

–Esa señal, que quedará para siempre, se podrá fotografiar, televisar, ver; pero no se podrá palpar. Y será evidente que no es cosa de este mundo, sino de Dios.

–Muchos creyentes en Garabandal desean trabajar en la difusión de los mensajes de la Virgen; pero están preocupados a causa de la obediencia que se debe a la jerarquía... ¿Qué tiene usted que decirles?

–Que eso es muy agradable a la Virgen. A Ella le gusta mucho –y éste es su deseo– que trabajemos por extender su mensaje. Pero Ella quiere también que obedezcamos a la Iglesia, para así darle más gloria a Dios... Ya dará Ella tiempo para que el mensaje se extienda, con permiso de la Iglesia."

 

* * *

 

A través de todas estas declaraciones, creería Conchita estar haciendo los últimos servicios a la causa de la Virgen en Garabandal, antes de que le llegase la hora, por su ingreso en la vida religiosa, de guardar silencio y mantenerse en retiro.

Anhelaba impacientemente esa hora. Pero al mismo tiempo, me parece, sentía ante ella un instintivo temor...

Dos días después de su encuentro con los americanos, se puso a escribir al cura de Barro, don José Ramón García de la Riva.

Deliberadamente utiliza para su carta una hoja de papel donde está fotocopiado el mensaje del día 18 de junio, y se desahoga así:

"San Sebastián de Garabandal, 16-9-1965.

Reverendo don José Ramón:

Nada más unas líneas para decirle que me he enterado deque hace algunos días ha estado usted aquí; ¡pues lo he sentido mucho!, ya que quería hablar con usted unos minutos, de no poder ser más...

Ya sabrá que dentro de pocas semanas, mejor dicho, de pocos días, ingresaré en un convento. Pues mi deseo de entrar, pronto es para primero hacer, o intentar hacer, lo que la Virgen quiere.

No sé si tendré verdadera vocación. Creo que sí, aunque algunas dudas tengo. La Virgen no me ha dicho de meterme..."

Estas líneas últimas son muy reveladoras. Vuelven sobre algo que está desazonando hondamente a Conchita:

no saber con exactitud los planes de Dios sobre ella.

Hasta este momento, cuantas veces en sus éxtasis o locuciones ha hecho ella preguntas muy personales, referentes a su porvenir, tantas se ha quedado sin respuesta, o ha recibido como respuesta unas palabras que eludían claramente la cuestión.

Y habrá de llegar un día en que este no sentirse claramente elegida por Jesús para formar parte de las que la Iglesia considera como sus "esposas", será para ella causa de grandes sufrimientos, y hasta de peligrosas crisis espirituales.

Pero en estos finales de verano de 1965, ella cuenta con marchar en seguida para la casa de Pamplona donde va a tener sus comienzos de vida religiosa. Incluso está ya señalada la fecha de partida:

29 de septiembre, fiesta de San Miguel Arcángel.

¿Acaso hubiera podido elegirse una fecha mejor?

Sin embargo, llega la fecha, y Conchita ha de permanecer en Garabandal...,

mientras ve con ojos llorosos cómo el día 30 parten para Zaragoza sus queridas compañeras y amigas, Loli y Jacinta.

El reverendo don Luis Jesús Luna lo ha arreglado todo para que las dos puedan entrar gratuitamente, de internas, en el colegio que las Hermanas de la Caridad de Santa Ana tienen en la villa aragonesa de Borja.

Jacinta y Loli están ya en los dieciséis años: un comienzo de espléndida juventud. Nunca han vivido fuera de San Sebastián de Garabandal, y arrancarse ahora del pueblo, aunque por una parte las ilusiones, tiene que resultarles muy doloroso...

Parece que Loli, antes de partir, en la hora de las despedidas, empapó ampliamente dos pañuelos con sus lágrimas.

¡Explicable dolor! ¿No habría allí más que la pena de la separación y la de dar por cerrada la más inolvidable etapa de su vida?

Quizá se angustiara también con el presentimiento de que su camino iba a volverse pronto aún más angosto y más difícil.

Casi en vísperas de la marcha, había tenido ella una locución, y había entendido a la Virgen:

Loli, si en adelante ya no me muestro más a ti, es que te ha llegado la hora de sufrir.

(De hecho, ambas criaturas, Loli y Jacinta, sufrieron no poco en el colegio de Borja. Lo sé expresamente por confesión de Jacinta, que guarda penoso recuerdo del curso pasado allí... Parece que no toda la culpa hay que ponerla en la cuenta d las religiosas educadoras, entre las que habría de todo; según el P. Luna, los principales causantes del "malestar" fueron ciertos "garabandalistas" de primera fila, que no podían resignarse a que las "niñas" estuviesen fuera de su alcance y control...)

Jacinta, muy probablemente, lloró menos que Loli y a la hora de las despedidas. No porque fuese menos sensible, sino porque tenía otro carácter: más difícil para la expansión.

Antes de que el P. Luna pudiera arreglar lo de su estancia en el colegio, Jacinta hablaba de entrar en un convento de Carmelitas de clausura. Incluso el P. Luna había pedido ya su admisión en el Carmelo de Zaragoza, y la comunidad, por votación secreta, tenía aceptada la solicitud. ¿Por qué entonces no fue? (Parece que la acción decisiva para que Jacinta no entrara en el Carmelo partió de su padre Simón. El buen hombre se opuso terminantemente a última ora, por creer que era una barbaridad que su hija, a los 16 años, sin haber salido nunca de casa, sin tener la menor experiencia del mundo y de la vida, se comprometiera así y para siempre con algo tan difícil.

La verdad es que Jacinta no estaba muy segura de su "vocación". Y cuando en el tiempo de los éxtasis, ella había hablado o preguntado sobre el particular, la Virgen nunca le había dado una clara respuesta.)

Quizá quien más se alegró de aquel cambio del Carmelo por un colegio de enseñanza, fue María, su madre; le parecía que así perdía mucho menos a su hija. No nos extrañemos: nada es tan difícil como la plena generosidad para el Señor.

Pero volvamos a aquel 30 de septiembre de 1965, en que empiezan las dispersiones de Garabandal:

Cuando las dos jovenzuelas, Jacinta y Loli, bajando ya hacia Cossío, se volvieron en un recodo del camino para lanzar una última mirada  a su pueblo, no podían entender la cantidad de cosas, reales y posibles, que estaban dejando atrás.

 

* * *

 

Allá arriba, saboreando a solas su pena, quedaba quien tanto había soñado también con su día 29, el día de su marcha para el aspirantado de las Carmelitas Descalzas Misioneras:

Conchita.

Su madre, que había dado oportunamente el consentimiento, luego se volvió atrás, negándose a dejar marchar a su hija antes de... ¿De qué?

A Aniceta se le había hablado de la conveniencia y posibilidad de que Conchita fuese a Roma, para entrevistarse con altas jerarquías de la Iglesia, y ver incluso (de resultar posible) al mismo Padre Santo. Y Aniceta llegó a la conclusión de que esto había que hacerlo por encima de todo, y lo antes posible; desde luego, antes de que la joven se encerrara en un convento. En agosto, parecía muy fácil realizar el proyectado viaje antes de mediados de septiembre, por eso ella dio su consentimiento para que marchara Conchita al convento en la fiesta de San Miguel. Pero no tardarían las complicaciones...

Escribe el P. Laffineur:

"El 8 de septiembre, en Torrelavega, Conchita y su madre nos anunciaron formalmente la marcha de la primera a las Carmelitas Descalzas Misioneras de Pamplona. Tal marcha debería ser el 29 del mismo mes, fiesta de San Miguel Arcángel; también por esa fecha partirían para Zaragoza Loli y Jacinta.

¿Por qué precisamente en esos finales de septiembre? Porque Aniceta y Conchita tenían buenas razones para creer que su viaje a Italia se iba a realizar antes del día 14, que era el señalado para inaugurar la última sesión del Concilio Vaticano II...

Pero las cosas se complicaron, y las dos mujeres, a partir de esa fecha malograda del 29 de septiembre, hubieron de vivir unos meses muy dolorosos."

¿Por qué se complicaron las cosas? El P. Luna se había empeñado, "contra viento y marea", como buen aragonés, en llevar a Conchita a Roma, plenamente de acuerdo con el cardenal Ottaviani, que entonces estaba aún al frente de la Suprema Congregación del Santo Oficio. Pero en el obispado de Santander, tan pronto supieron del proyecto, desplegaron todo el abanico de sus posibilidades en Roma y fuera de Roma... para hacerlo fracasar. Algo temían.

Veamos cómo lo cuenta el mismo P. Luna en la introducción a un libro suyo sobre otro lugar de "apariciones":

"En septiembre teníamos los pasaportes a punto. Pero...

A finales de agosto yo me había ofrecido al nuevo obispo de Santander, don Vicente Pucho, para ponerle en contacto directo con las niñas. Me dijo que no consideraba necesario, ni siquiera prudente, conocerlas (¿Que necesidad tenía de conocer a las niñas y estudiar bien el asunto, si él estaba plenamente asentado en la doctrina "progresista" de que las apariciones y revelaciones están de sobra en la Iglesia?

Poco después de su nota del sábado, 18 de marzo de 1967, dada con la máxima publicidad (hasta por televisión), con la que él creyó que enterraba definitivamente a Garabandal, Mons. Puchol subió al pueblo para ver de liquidar aquello con la mayor suavidad y eficacia: él era sumamente educado y cortés. Era domingo y el pueblo asistió en masa a su misa. Se esperaba que su homilía fuese un poner en claro las cosas que tanto preocupaban a todos. Pero el obispo eludió el gran tema..., y todos salieron con la impresión de que se había limitado a "comentar el evangelio".

Sin embargo, Aniceta, que estaba atentísima y en vilo, para no perderse nada, captó algo, que luego me ha confiado a mí con absoluta seguridad: el señor obispo, en un momento de su predicación, bajando la voz y como de pasada, soltó esto: Ya sabemos que después de lo que nos trajo Jesucristo ya no puede haber más apariciones ni revelaciones.

Grueso disparate, muy repetido ahora, que nos da una pobre idea de la formación teológica del obispo... No parece que esté él muy en comunión con el Supremo Magisterio, que nos ha dicho, por ejemplo: "Cristo, desde el Cielo, mira siempre con particular afecto a su esposa (la Iglesia), desterrada en este mundo; y cuando la ve en peligro, ya por sí mismo, ya por medio de sus ángeles, ya por medio de Aquella a quien invocamos como Auxilio de los cristianos, o por otros celestiales abogados, la libra de las oleadas de la tempestad... y la consuela con esa paz que supera todo sentido" (Enc. "Mystici Corporis Christi", 1943). Aseguró estar y muy enterado, y me confió su plan:

 encargaba del pueblo a un joven sacerdote (El sacerdote designado fue don José Olano, que hacía poco había terminado su carrera de preparación sacerdotal. Así, pues, se mandaba a Garabandal un sacerdote primerizo, casi sin experiencia, como si allí no hubiera pasado nada y se tratase de una parroquia sin especiales dificultades.

Pero si el nuevo sacerdote llegaba falto de conveniente práctica pastoral, como contrapartida venía bien provisto de "instrucciones". No tardarían en verse los efectos.

Parece que el punto de vista del obispado era éste: el problema de Garabandal se resolvería por sí solo, "mentalizando" bien –es decir, "mundanizando" todo lo posible– a las "niñas" y a los vecinos, y teniendo mano dura para los visitantes. Con ese programa llegó el nuevo cura.

Él lo apuntó de algún modo al despedirse de sus feligreses del valle de Polaciones (Cabeceras del río Nansa) para bajar a Garabandal. Uno de este pueblo, que por causalidad estaba presente en aquella misa dominical de despedida, captó bastante bien las cosas dicha, y hasta las apuntadas, por el señor Olano (don José) en su alocución. Después de la misa, sus conocidos de allí le tomaban el pelo con las "historias" de Garabandal, que se iban a acabar bien pronto...) y las niñas deberían permanecer allí.

Le contesté que me parecía excelente la idea de enviar un sacerdote bien elegido, pero que en cuanto a las niñas, ni él ni yo teníamos autoridad para disponer dónde debían estar. Aniceta había autorizado ya el ingreso de su hija en Pamplona, y los padres de Loli y Jacinta también consentían en que ellas marcharan a Borja.

–¿Por escrito?

–Sí, señor obispo, sí; por escrito. Tengo los permisos firmados.

Siempre he tenido como norma respetar a la jerarquía, pero también exigirle respeto. Conscientemente he sido noble ante quien representa a Dios; pero no débil.

Aquel mismo día le dije a don Vicente:

"No quiero obrar a espaldas suyas, por eso me he ofrecido a presentarle a las niñas. Ahora voy a confiarle un secreto:

un señor de alta categoría gestiona en Roma que las niñas sean recibidas por el Papa."

El señor obispo sonrió ampliamente, como dudando... Estábamos sentados, solos, en una sala del primer piso del seminario de Santander; saqué entonces de la cartera dos telegramas, los desplegué y se los ofrecí abiertos.

–Es usted aragonés.

–¡De Zaragoza, señor obispo!

 

carta del cardenal Ottaviani

 

La noticia se filtró, y los trámites se entorpecieron... hasta que, ya a mediados de diciembre, recibí una llamada telefónica desde Santander, anunciándome la llegada de alguien desde Roma con una carta del cardenal Ottaviani, que decía:

Con permiso del señor obispo, o sin él, tráigame a las niñas.

 Rogué a quien me hablaba, que diera a leer la carta, en secreto y personalmente, al señor obispo. Pero, ¡hace falta paciencia y energía para no darse por vencido ante las defensas de la puerta de un prelado!, y entonces no las hubo en grado suficiente: la copia de la carta quedó en manos del vicario general

(Don Vicente Puchol llevó consigo a Santander, haciéndole su vicario general, a un sacerdote navarro, también de vocación tardía (y bastante discutido en sus actuaciones): don Javier Azagra.

Ahora es obispo auxiliar de Cartagena-Murcia.). Cuando, ya de regreso de Roma, en enero de 1966, estuve con el señor obispo, él me aseguró que no se la habían entregado. Le creí sincero."

Ahora podrían venir los comentarios sobre estos curiales de Santander, que tanto invocaban "la debida sumisión a la jerarquía" para ahogar lo de Garabandal, y tanto empeño ponían luego en que la causa no llegase directamente a otra jerarquía superior, a la que ellos deben estar tan sometidos como nosotros.

Se entiende ahora mejor lo que escribe el P. Laffineur:

"Temiendo para ellos lo peor, ciertos adversarios de Garabandal hicieron lo imposible para que Conchita no fuera recibida en Roma... Al mismo tiempo, otros, de menos talla, se desahogaban interpretando maliciosamente el que Conchita no estuviese aún en Pamplona:

"La vocación se ha ido a pique, el globo se ha desinflado... Conchita no piensa más que en arreglarse, se aturde de radio, anda con falda corta... El cuento de Garabandal se ha acabado"."

Mientras tanto, Conchita sentía al demonio que rondaba en torno a ella, y conocía las más grandes "pruebas" interiores... De cuando en cuando, ella se desahogaba escribiendo a algún sacerdote de su confianza; casi siempre les pedía que presionaran sobre su madre, para que la dejara marchar al convento lo antes posible...

Pero la voluntad de Aniceta es de hierro. Se le había convencido de la necesidad y de la inminencia de la visita a Roma, y nada ni nadie en el mundo la harían ceder" (L'Etoile dans la Montagne", cap. 55).

Conchita, pues, no se separaría de su lado hasta que hubiese cumplido su misión en Roma.

Pero tal misión no pudo cumplirse antes de enero del año siguiente, 1966. Y entonces, ya en Garabandal se había puesto punto final a la larga y extrañísima historia que había empezado el 18 de junio de 1961.

 

* * *

 

El 30 de octubre –último sábado del mes del rosario–, en este penoso otoño de 1965, Conchita tuvo un paréntesis de claridad celestial. Había ido a la iglesia, a hacer su vista a Jesús Sacramentado ("Encontré a Conchita muy contenta; en nuestro diálogo comentó que a últimos de octubre, cuando estaba haciendo en la iglesia su habitual visita a Jesús Sacramentado, había tenido una locución, en la que la Virgen le dijo que "subiera a los Pinos el día 13 de noviembre y llevase los objetos religiosos que tuviera"..." (carta del doctor Ortiz al P. Ramón Andreu, 13-XII-1965).), y de pronto sintió en su interior la comunicación de la Virgen, que no sólo la consoló en su pena de no poder ir todavía al convento, sino que la dejó citada para un nuevo encuentro.

Conchita escribió entonces varias cartas, una de ellas al sacerdote mejicano P. Gustavo Morelos; lleva fecha del 8 de noviembre:

"Reverendo y querido P. Morelos:

Ya ve, sin recibir contestación suya, le vuelvo a escribir, y es para decirle que he tenido una locución de la virgen y me ha dicho: El sábado, día 13 de noviembre, ven a los Pinos, y allí me verás. Y me traes muchos objetos religiosos, y Yo todos los besaré, para que tú los repartas: mi Hijo, por medio de ellos, hará prodigios...

Pida muchísimo por mí, para que me vaya muy pronto al convento y sea buena. En unión de oraciones."

El anuncio se cumplió.

La relación de lo ocurrido será mejor dejársela a la misma Conchita (Damos en este libro, con toda fidelidad, el texto que parece mejor, y que sólo en ligerísimas variantes difiere de otros, escritos también por la misma Conchita.):

"Era una especial aparición, para besar objetos religiosos, y luego repartirlos, ya que ellos tienen una gran importancia.

Yo estaba con grandes deseos de que llegara ese sábado, día 13, para volver a ver a quienes han sembrado en mí la felicidad de Dios: la Virgen y el Niño Jesús.

Estaba lloviendo; pero a mí no me importaba subir así a los Pinos..."

Como ilustración de esto, quiero traer aquí lo que el doctor Ortiz le decía al P. Andreu en carta del 13 de diciembre:

"He podido comprobar en nuestra última subida a Garabandal, el domingo día 5, que Conchita tuvo efectivamente un éxtasis en los Pinos el día 13 de noviembre. Como dato curioso, he de decirle que, no obstante haber quedado Olguita (su vecina) en acompañarla, luego no lo hizo, por la curiosidad de ir a ver el accidente que había sufrido un camión en La Jaraíz; este accidente constituía la atracción del pueblo (Parece que en el Garabandal de entonces llamaba más la atención, por lo insólito, el accidente de un camión que el éxtasis de una niña.). En aquel atardecer, cuando más llovía, Conchita dejó a las personas que ocupaban su cocina y subió sola a los Pinos."

Continuemos con el relato de la vidente:

"Llevaba muchos rosario, que hacía poco me los habían regalado (Sabemos por lo menos de un señor francés que, estando de peregrinación en Lourdes, había tenido la idea, o la inspiración, de enviar a Conchita cien rosarios de cinco decenas y cuatro de quince. El envío había llegado a tiempo para lo de este día 13.), para que los repartiera; yo, como me había dicho la Virgen, los llevé para que Ella los besara.

Subiendo a los Pinos, que subía sola, iba diciéndome, muy arrepentida de mis defectos, que ya no caería más en ellos, porque me daba apuro presentarme así delante de la Madre de Dios, a quien mis defectos le hacen mucho daño, y yo creo que en mí son mayores, ya que la he visto a Ella.

Cuando llegué a los Pinos, me puse a sacar los rosarios que llevaba, y estando así sacándolos, oí una voz muy dulce –¡claro, la de la Virgen!; se distingue bien entre todas las demás–, que me llamaba por mi nombre, y yo le contesté:

¿Qué?,

y entonces la he visto, con el Niño Jesús en brazos. Venía vestida como siempre y muy sonriente.

Yo le dije:

He venido a traerte los rosarios, para que los beses,

y Ella me ha dicho:

Ya lo veo.

Yo llevaba chicle en la boca, aunque no lo masticaba después de verla, sino que lo había pegado a una muela, y Ella me dijo:

"Conchita, ¿por qué no dejas tu chicle y ofreces eso como un sacrificio por la gloria de mi Hijo?" (Evidentemente, la Virgen no condena, como si fuera una falta, el uso del chicle; simplemente invita a Conchita, demasiado aficionada a eso, a que cumpla también en eso lo de "hacer pequeños sacrificios". )"

Yo, con vergüenza, lo he sacado de la boca y lo he tirado al suelo.

Después me ha dicho:

"Te acordarás de lo que te dije el día de tu santo, que sufrirás mucho en la tierra... Pues te lo vuelvo a decir. Pero ten confianza en Nosotros y llévalo todo a nuestros Corazones por el bien de tus hermanos: así nos sentirás cerca de ti."

Yo le he dicho:

"¡Qué indigna soy, oh Madre nuestra, de tantas gracias que me habéis dado! Y todavía venir hoy a mí, para aliviarme de la pequeña cruz que ahora tengo..."

–"Conchita, no vengo sólo por ti: vengo por todos mis hijos, con el deseo de atraerlos hacia nuestros Corazones.

Dame todo lo que traes, para que Yo lo bese."

Y se lo he dado. Llevaba también conmigo un crucifijo y Ella lo ha besado y me ha dicho:

 "Pásalo por las manos del Niño Jesús",

y yo así lo he hecho. Él no me ha dicho nada. Yo le dije a la Virgen:

"Esta cruz la llevaré conmigo al convento",

pero Ella tampoco me dijo nada.

Después de besarlo todo, me ha dicho:

"Mi Hijo, por este beso que yo he puesto en ellos, se servirá de estos objetos para hacer prodigios; repártelos a los demás"

Y yo así lo pienso hacer.

Después de esto, me ha pedido que le diga las peticiones que me habían encargado otras personas, y yo se las he hecho.

Ella continuó:

"Dime Conchita, ¡dime cosas de mis hijos! A todos los tengo debajo de mi manto."

Yo le dije:

"Es muy pequeño, no cogemos (cabemos) todos",

y Ella se ha sonreído.

–¿Sabes, Conchita, por qué no he venido Yo el 18 de junio a darte personalmente el mensaje para el mundo? Porque me daba pena deciros esas cosas. Pero teníais que saberlas, para bien vuestro y, si cumplís el mensaje, para gloria de Dios. Os quiero mucho y deseo vuestra salvación:

¡reuniros aquí en el cielo en torno del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo!...

Tú, Conchita, ¿nos responderás?

–Si estaría siempre viéndote, entonces sí; pero si no, no sé..., porque soy muy mala.

–Pon de tu parte todo lo que puedas y Nosotros te ayudaremos, como también a mis hijas Loli, Jacinta y Mari Cruz.

Me pareció que había estado conmigo muy poco...

Me dijo también:

–Esta es la última vez que me ves aquí, Pero estaré siempre contigo. Y con todos mis hijos.

También me ha dicho:

–Conchita, debes visitar más a mi Hijo en el Sagrario: ¿por qué te dejar llevar de la pereza para no visitarle? Él os está esperando día y noche.

Como ya he dicho antes, estaba lloviendo mucho, pero la Virgen y el Niño no se mojaban nada. Yo, cuando los estaba viendo, no conocía que llovía; pero después, cuando ya no les veía, estaba mojada.

También le dije a la Virgen:

–¡Ay, qué feliz soy cuando os veo! ¿Por qué no me llevas ahora contigo?

–Acuérdate de lo que te dije el día de tu santo: al presentarte delante de Dios, tienes que mostrarle tus manos, llenas de obras hechas por ti en favor de tus hermanos y para gloria de Dios; ahora las tienes vacías.

Y nada más. Se ha pasado ese feliz rato que estuve con mi Mamá del cielo y mi mejor Amiga, y con el Niño Jesús. Los he dejado de ver, pero no de sentirlos.

De nuevo han dejado en mi alma ¡una paz, una alegría y unos deseos de vencer mis defectos y amarlos a Ellos con todas mis fuerzas!...

Anteriormente, la Virgen me había dicho que Jesús no nos manda el Castigo para fastidiarnos, sino para ayudarnos y reprendernos de que no le hacemos caso. Al Aviso nos le manda para purificarnos antes del Milagro, en el cual nos demostrará claramente el amor que nos tiene. Por eso es el deseo que tienen de que cumplamos el mensaje."

 

* * *

 

Tal fue el episodio del sábado día 13 de noviembre de 1965 en Garabandal. Último episodio de una historia sin par, que aún tenemos demasiado cercana para poder valorarla con suficiente perspectiva.

Hemos llegado al final, y todo final da un poco de pena.

De algo inefable estaría matizada la voz de la Virgen al declararle a Conchita:

"Esta es la última vez que me ves aquí"...

Lo que había empezado cuatro años antes con estampido de trueno, un día radiante de junio, se acaba ahora, sin ruidos, un grisáceo día de noviembre.

"Estaba lloviendo... Yo subía sola... Y la Virgen me dijo..."

Ya no habrá más encuentros en aquel escenario, donde tantos ha habido.

Sí, era el final. La despedida bajo la lluvia. ¿Por qué todas las cosas maravillosas pasarán tan pronto?

Cuando Conchita volviera en sí, cuando arrancara sus rodillas del húmedo suelo, cuando se diera cuenta de su soledad bajo los árboles y la lluvia, ni ella misma podría decir si las gotas que corrían por su cara eran lágrimas de las nubes, que lloraban la tristeza del mundo, o lágrimas de sus ojos ,que lloraban porque no volverían a ver lo que tantas veces habían visto.

Doy por seguro que la muchacha no se apresuró a bajar de los Pinos después de acabada la visión. El estado de su espíritu no se lo permitiría. Tenía que quedarse un rato allí, a solas con sus emociones...

Morosa y amorosamente iría ordenando y envolviendo todos aquellos rosarios, tan distinguidos ya por el beso de la Madre; daría luego unos pasos, lentos emocionados, hacia el borde la leve hondonada donde hunden los nueve árboles solitarios sus raíces... y sobre aquel borde se detendría. Allí estaba ante sus ojos la inolvidable panorámica (aunque un poco desdibujada por la bruma de la lluvia): las cumbres, las laderas, los angostos valles, el boscaje alternando con la pradería, las dispersas cabañas... y, más cerca, a sus pies, el pueblo:

su pueblo de San Sebastián de Garabandal.

¡Su pueblo, que durante meses inolvidables parecía haber sido el pueblo de la Virgen!

Porque Ella lo había visitado y recorrido todo, en paso de sonrisas y misericordias:

 sus casas, pardas y pobres;

sus callejuelas, tortuosas;

 sus rincones, innumerables;

su iglesia, que tanto sabía de intimidades;

su cementerio, que a todos acogía para el último descanso...

¡Cómo se había familiarizado la Virgen con todo aquello! Como Madre, para la que nada de sus hijos carece de interés:

"Se interesaba por todo –recordaría Conchita con los ojos humedecidos–, hasta por nuestras vacas".

Bien ha podido decirse:

 "Es la historia más hermosa de la humanidad desde los tiempos de Cristo. Ha sido como una segunda vida de la Virgen en la tierra, y no hay palabras para agradecerlo".

A partir de aquella despedida bajo la lluvia, empezaba "todo aquello" a ser historia.

Pero de todo aquello que ya empezaba a ser historia, quedaría allí, para siempre, algo inefablemente fresco o inmarchitable, que encontrarían cuantos llegasen con fe, y de lo que sacarían fuerzas para mantenerse en la más alta esperanza y el mejor amor.

"Ya no me verás más aquí.
Pero estaré siempre contigo
Y con todos mis hijos".

Es la última y mejor palabra de todas las de Garabandal.

537-553

A. M. D. G.