MISTICA CIUDAD DE DIOS

VIDA DE LA VIRGEN MARIA

María de Jesús Agreda

LIBRO II

CAPITULO 1
De la presentación de María santísima en el templo el año tercero de su edad.

CAPITULO 2
De un singular favor que hizo el Altísimo a María santísima luego que se quedó en el templo.

CAPITULO 3
De la doctrina que me dio la Reina del cielo para los cuatro votos de mi profesión.

CAPITULO 4
De la perfección con que Maria santísima guardaba las ceremonias del templo y lo que en el le ordenaron

CAPITULO 5
Del grado perfectísimo de las virtudes de María santísima en general y cómo las iba ejecutando.

CAPITULO 6
De la virtud de la fe y su ejercicio que tuvo María santísima.

CAPITULO 7
De la virtud de la esperanza y ejercicio de ella que tuvo la Virgen Señora nuestra.

CAPITULO 8
De la virtud de la caridad de María santísima Señora nuestra.

CAPITULO 9
De la virtud de la prudencia de la santísima Reina del cielo.

CAPITULO 10
De la virtud de la justicia que tuvo María santísima.

CAPITULO 11
De la virtud de la fortaleza que tuvo María santísima.

CAPITULO 12
De la virtud de la templanza que María santísima tuvo.

CAPITULO 13
De los siete dones del Espíritu Santo que tuvo María santísima.

CAPITULO 14
Se declaran las formas y modos de visiones divinas que tenía la Reina del cielo y los efectos que en ella causaban.

CAPITULO 15
Se declara otro modo de vista y comunicación que tenía María santísima con los santos ángeles que la asistían.

CAPITULO 16
Se continúa la infancia de María santísima en el templo; la previene el Señor para trabajos, y muere su padre san Joaquín.

CAPITULO 17
Comienza a padecer en su niñez la Princesa del cielo María santísima; auséntasele Dios; sus querellas dulces y amorosas.

CAPITULO 18
Se continúan otros trabajos de nuestra Reina y algunos que permitió el Señor por medio de criaturas y de la antigua serpiente.

CAPITULO 19
El Altísimo dio luz a los sacerdotes de la inocencia inculpable de María santísima, y a ella de que estaba cerca el tránsito dichoso de su madre santa Ana; y se halló en él.

CAPITULO 20
Se manifiesta el Altísimo a su dilecta María nuestra Princesa con un singular favor.

CAPITULO 21
Manda el Altísimo a María santísima que tome estado de matrimonio, y la respuesta de este mandato.

CAPITULO 22
Se celebra el desposorio de María santísima con el santo y castísimo José.

CAPITULO 23
Se explica parte del capítulo 31 de las Parábolas de Salomón, a donde me remitió el Señor para manifestar el orden de vida que María santísima dispuso en el matrimonio.

CAPITULO 24
Prosigue el mismo asunto con la explicación de lo restante del capítulo 31 de las Parábolas. (Prov 31,16)

 

LIBRO II

CONTIENE LA PRESENTACIÓN AL TEMPLO DE LA PRINCESA DEL CIELO; LOS FAVORES QUE LA DIESTRA DIVINA LA HIZO; LA ALTÍSIMA PERFECCIÓN CON QUE OBSERVÓ LAS CEREMONIAS DEL TEMPLO; EL GRADO DE SUS HEROICAS VIRTUDES Y MODO DE VISIONES QUE TUVO; SU SANTÍSIMO DESPOSORIO Y LO RESTANTE HASTA LA ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS.

CAPITULO 1

Regresar al Principio

De la presentación de María santísima en el templo el año tercero de su edad.

413. Entre las sombras que figuraban a María santísima en la ley escrita, ninguna fue más expresa que el Arca del Testamento, así por la materia de que estaba fabricada, como por lo que en sí contenía, y para lo que servía en el pueblo de Dios, y las demás cosas que mediante el arca y con ella y por ella hacía y obraba el mismo Señor en aquella antigua Sinagoga; que todo era un dibujo de esta Señora y de lo que por ella y con ella había de obrar en la nueva Iglesia del evangelio. La materia del cedro incorruptible (Ex 25,10) de que no acaso pero con divino acuerdo fue fabricada, expresamente señala a nuestra arca mística María, libre de la corrupción del pecado actual y de la carcoma oculta del original y su inseparable concupiscencia y pasiones. El oro finísimo y purísimo que por dentro y fuera la vestía (Ib. 11) cierto es que fue lo más perfecto y levantado de la gracia y dones que en sus pensamientos divinos, y en sus obras y costumbres, hábitos y potencias resplandecía, sin que a la vista de lo interior y exterior de esta arca se pudiese divisar parte, tiempo, ni momento en que no estuviese toda llena y vestida de gracia, y gracia de subidísimos quilates

414. Las tablas lapídeas de la ley, la urna del maná y vara de los prodigios, que aquella antigua arca contenía y guardaba, no pudo significar con mayor expresión al Verbo eterno humanado, encerrado en esta arca viva de María santísima, siendo su Hijo unigénito la piedra fundamental (1 Cor 3,1l) y viva del edificio de la Iglesia evangélica; la angular (Ef 2,20) que juntó a los dos pueblos, judaico y gentil, tan divisos, y que para esto se cortó del monte (Dan 2,34) de la eterna generación, y para que, escribiéndose en ella con el dedo de Dios la nueva ley de gracia, se depositase en el arca virginal de María; y para que se entienda que era depositaria esta gran Reina de todo lo que Dios era y obraba con las criaturas. Encerraba también consigo el maná de la divinidad y de la gracia y el poder y vara de los prodigios y maravillas, para que sólo en esta arca divina y mística se hallase la fuente de las gracias, que es el mismo ser de Dios, y de ella redundasen a los demás mortales, y en ella y por ella se obrasen las maravillas y prodigios del brazo de Dios; y todo lo que este Señor quiere, es y obra, se entienda que en María está encerrado y depositado.

415. A todo esto era consiguiente que el arca del testamento - no por la figura y sombra, sino por la verdad que significaba - sirviese de peana y asiento al propiciatorio (Ex 26,34) donde el Señor tenía el asiento y tribunal de las misericordias para oír a su pueblo, responderle y despachar sus peticiones y favores; porque de ninguna otra criatura hizo Dios trono de gracia fuera de María santísima; ni tampoco podía dejar de hacer propiciatorio de esta mística y verdadera arca, supuesto que la había fabricado para encerrarse en ella. Y así parece que el tribunal de la divina justicia se quedó en el mismo Dios y el propiciatorio y tribunal de la misericordia le puso en María dulcísima, para que a ella como a trono de gracia llegásemos con segura confianza a presentar nuestras peticiones, a pedir los beneficios, gracias y misericordias, que, fuera del propiciatorio de la gran reina María, ni son oídas ni despachadas para el linaje humano.

416. Arca tan misteriosa y consagrada, fabricada por la mano del mismo Señor para su habitación y propiciatorio para su pueblo, no estaba bien fuera de su templo, donde estaba guardada la otra arca material, que era figura de esta verdadera y espiritual Arca del Nuevo Testamento. Por esto ordenó el mismo Autor de esta maravilla que María santísima fuese colocada en su casa y templo, cumplidos los tres años de su felicísima natividad. Verdad es que no sin grande admiración hallo una diferencia admirable en lo que sucedió con aquella primera y figurativa arca y lo que sucede con la segunda y verdadera; pues cuando el rey David trasladó el arca a diferentes lugares, y después su hijo Salomón la trasladó o colocó en el templo como a su lugar y asiento propio, aunque no tenía aquella arca más grandeza que significar a María purísima y sus misterios, fueron sus traslaciones y mudanzas tan festivas y llenas de regocijo para aquel antiguo pueblo como lo testifican las solemnes procesiones que hizo David de casa de Aminadab a la de Obededón y de ésta al tabernáculo de Sión, ciudad propia del mismo David; y cuando de Sión la trasladó Salomón al nuevo templo, que para casa de Dios y de oración edificó por precepto del mismo Señor (2 Sam 6,10.12; 3 Re 8,6; 2 Par 5 (A.)).

417. En todas estas traslaciones fue llevada la antigua Arca del Testamento con pública veneración y culto solemnísimo de músicas, danzas, sacrificios y júbilo de aquellos reyes y de todo el pueblo de Israel, como lo refiere la sagrada historia de los libros II y III de los Reyes y 1 y II del Paralipómenon. Pero nuestra arca mística y verdadera, María santísima, aunque era la más rica, estimable y digna de toda veneración entre las criaturas, no fue llevada al templo con tan solemne aparato y ostentación pública; no hubo en esta misteriosa traslación sacrificios de animales, ni la pompa real y majestad de Reina, antes bien fue trasladada de casa de su padre Joaquín, en los brazos humildes de su madre Ana, que, si bien no era muy pobre, pero en esta ocasión llevó a su querida Hija a presentar y depositarla en el templo con recato humilde, como pobre, sola y sin ostentación popular. Toda la gloria y majestad de esta procesión quiso el Altísimo que fuese invisible y divina; porque los sacramentos y misterios de María santísima fueron tan levantados y ocultos que muchos de ellos lo están hasta el día de hoy por los investigables juicios del Señor, que tiene destinado el tiempo y hora para todas las cosas y para cada una.

418. Admirándome yo de esta maravilla en presencia del Muy Alto y alabando sus juicios, se dignó Su Majestad de responderme de esta manera: “Advierte, alma, que yo si ordené fuese venerada el Arca del Antiguo Testamento con tanta festividad y aparato, fue porque era figura expresa de la que había de ser Madre del Verbo humanado. Aquella era arca irracional y material, y con ella sin dificultad se podía hacer aquella celebridad y ostentación; pero con el arca verdadera y viva no permití yo esto, mientras vivió en carne mortal, para enseñar con este ejemplo lo que tú y las demás almas debéis advertir, mientras sois peregrinos en la tierra. A mis electos, que están escritos en mi mente y aceptación para eterna memoria, no quiero yo ponerlos en ocasión que la honra y el aplauso ostentoso y desmedido de los hombres les sea parte de premio en la vida mortal, por lo que en ella trabajan por mi honra y servicio; ni tampoco les conviene el peligro de repartir el amor, en quien los justifica y hace santos y en quien los celebra por tales. Uno es el Criador que los hizo y sustenta, ilumina y defiende; uno ha de ser el amor y atención y no se debe partir ni dividir, aunque sea para remunerar y agradecer las honras que con piadoso celo se les hacen a los justos. El amor divino es delicado, la voluntad humana fragilísima y limitada; y dividida, es poco y muy imperfecto lo que hace, y ligeramente lo pierde todo. Por esta doctrina y ejemplar con la que era santísima y no podía caer por mi protección, no quise que fuese conocida, ni honrada en su vida, ni llevada al templo con ostentación de honra visible.

419. “A más de esto, yo envié a mi Unigénito del cielo y crié a la que había de ser su Madre, para que sacasen al mundo de su error y desengañasen a los mortales, de que era ley iniquísima y establecida por el pecado que el pobre fuese despreciado y el rico estimado; que el humilde fuese abatido y el soberbio ensalzado; que el virtuoso fuese desacreditado y el pecador acreditado; que el temeroso y encogido fuese juzgado por insensato y el arrogante fuese tenido por valeroso; que la pobreza fuese ignominiosa y desdichada; las riquezas, fausto, ostentación, pompas, honras, deleites perecederos buscados y apreciados de los hombres insipientes y carnales. Todo esto vino el Verbo encarnado y su Madre a reprobar y condenar por engañoso y mentiroso, para que los mortales conozcan el formidable peligro en que viven en amarlo y en entregarse tan ciegamente a la mentira dolosa de lo sensible y deleitable. Y de este insano amor les nace que con tanto esfuerzo huyan de la humildad, mansedumbre y pobreza, y desvíen de sí todo lo que tiene olor de virtud verdadera de penitencia y negación de sus pasiones; siendo esto lo que obliga a mi equidad y es aceptable en mis ojos, porque es lo santo, lo honesto, lo justo y que ha de ser premiado con remuneración de eterna gloria, y lo contrario con sempiterna pena.

420. “Esta verdad no alcanzan los ojos terrenos de los mundanos y carnales, ni quieren atender a luz que se la enseñaría; pero tú, alma, óyela y escríbela en tu corazón con el ejemplo del Verbo humanado, de la que fue su Madre y le imitó en todo. Santa era, y en mi estimación y agrado la primera después de Cristo, y se le debía toda veneración y honra de los hombres, pues no le pudieran dar la que merecía; pero yo previne y ordené que no fuese honrada ni conocida por entonces, para poner en ella lo más santo, lo más perfecto, lo más apreciable y seguro, que mis escogidos habían de imitar y aprender de la Maestra de la verdad; y esto era la humildad, el secreto, el retiro, el desprecio de la vanidad engañosa y formidable del mundo, el amor a los trabajos, tribulaciones, contumelias, aflicciones y deshonras de las criaturas. Y porque todo esto no se compadece ni conviene con los aplausos, honras y estimación de los mundanos, determiné que María purísima no las tuviese, ni quiero que mis amigos las reciban ni admitan. Y si para mi gloria yo los doy a conocer alguna vez al mundo, no es porque ellos lo desean, ni lo quieren; mas con su humildad, y sin salir de sus límites, se rinden a mi disposición y voluntad; y para sí y por sí desean y aman lo que el mundo desecha, y lo que el Verbo humanado y su Madre santísima obraron y enseñaron. Esta fue la respuesta del Señor a mi admiración y reparo; con que me dejó satisfecha y enseñada en lo que debo y deseo ejecutar.”

421. Cumplido ya el tiempo de los tres años determinados por el Señor, salieron de Nazaret Joaquín y Ana, acompañados de algunos deudos, llevando consigo la verdadera Arca viva del testamento, María santísima, en los brazos de su madre, para depositarla en el templo santo de Jerusalén. Corría la hermosa niña con sus afectos fervorosos tras el olor de los ungüentos de su amado (Cant 1,3) para buscar en el templo al mismo que llevaba en su corazón. Iba esta humilde procesión muy sola de criaturas terrenas y sin alguna visible ostentación, pero con ilustre y numeroso acompañamiento de espíritus angélicos que para celebrar esta fiesta habían bajado del cielo, a más de los ordinarios que guardaban a su Reina niña, y cantando con música celestial nuevos cánticos de gloria y alabanza del Altísimo oyéndolos y viéndolos a todos la Princesa de los cielos, que caminaba hermosos pasos a la vista del supremo y verdadero Salomón prosiguieron su jornada de Nazaret hasta la ciudad santa de Jerusalén, sintiendo los dichosos padres de la niña María grande júbilo y consolación de su espíritu.

422. Llegaron al templo santo, y la bienaventurada Ana, para entrar con su hija y Señora en él, la llevó de la mano, asistiéndolas particularmente el santo Joaquín; y todos tres hicieron devota y fervorosa oración al Señor: los padres ofreciéndole a su hija y la hija santísima ofreciéndose a sí misma con profunda humildad, adoración y reverencia. Y sola ella conoció cómo el Altísimo la admitía y recibía; y entre un divino resplandor que llenó el templo, oyó una voz que le decía: “Ven, esposa mía, electa mía, ven a mi templo, donde quiero que me alabes y me bendigas.” Hecha esta oración se levantaron y fueron al sacerdote y le entregaron los padres a su hija y niña María, y el sacerdote le dio su bendición; y juntos todos la llevaron a un cuarto, donde estaba el colegio de las doncellas que se criaban en recogimiento y santas costumbres, mientras llegaban a la edad de tomar estado de matrimonio; y especialmente se recogían allí las primogénitas del tribu real de Judá y del tribu sacerdotal de Leví.

423. La subida de este colegio tenía quince gradas, adonde salieron otros sacerdotes a recibir la bendita niña María; y el que la llevaba, que debía de ser uno de los ordinarios y la había recibido, la puso en la grada primera; ella le pidió licencia y, volviéndose a sus padres Joaquín y Ana, hincando las rodillas les pidió su bendición y les besó la mano a cada uno, rogándoles la encomendasen a Dios. Los santos padres con gran ternura y lágrimas la echaron bendiciones, y, en recibiéndolas, subió por sí sola las quince gradas con incomparable fervor y alegría, sin volver la cabeza ni derramar lágrima, ni hacer acción párvula, ni mostrar sentimiento de la despedida de sus padres; antes puso a todos en admiración el verla en edad tan tierna con majestad y entereza tan peregrina. Los sacerdotes la recibieron y llevaron al colegio de las demás vírgenes; y el santo Simeón, sumo sacerdote, la entregó a las maestras, una de las cuales era Ana profetisa. Esta santa matrona había sido prevenida con especial gracia y luz del Altísimo para que se encargase de aquella niña de Joaquín y Ana, y así lo hizo por divina dispensación, mereciendo por su santidad y virtudes tener por discípula a la que había de ser Madre de Dios y maestra de todas las criaturas.

424. Los padres, Joaquín y Ana, se volvieron a Nazaret doloridos, y pobres sin el rico tesoro de su casa, pero el Altísimo los confortó y consoló en ella. El santo sacerdote Simeón, aunque por entonces no conoció el misterio encerrado en la niña María, pero tuvo grande luz de que era santa y escogida del Señor; y los otros sacerdotes también sintieron de ella con gran alteza y reverencia. En aquella escala que subió la niña se ejecutó con toda propiedad lo que Jacob vio en la suya (Gen 28,12) que subían y bajaban ángeles; unos que acompañaban y otros que salían a recibir a su Reina; y en lo supremo de ella aguardaba Dios para admitirla por Hija y por Esposa; y ella conoció en los efectos de su amor que verdaderamente aquella era casa de Dios y puerta del cielo.

425. La niña María, entregada y encargada a su maestra, con humildad profunda le pidió de rodillas la bendición, y la rogó que la recibiese debajo de su obediencia, enseñanza y consejo, y que tuviese paciencia en lo mucho que con ella trabajaría y padecería. Ana profetisa, su maestra, la recibió con agrado y la dijo: “Hija mía, en mi voluntad hallaréis madre y amparo y yo cuidaré de vos y de vuestra crianza con todo el desvelo posible.” Luego pasó a ofrecerse con la misma humildad a todas las doncellas que allí estaban, y a cada una singularmente la saludó y abrazó y se dedicó por sierva suya, y les pidió que como mayores y más capaces de lo que allí habían de hacer la enseñasen y mandasen; y diales gracias porque sin merecerlo la admitían en su compañía.

Doctrina de la santísima Virgen María.

426. “Hija mía, la mayor dicha que puede venirle en esta vida mortal a un alma es que la traiga el Altísimo a su casa y la consagre toda a su servicio; porque con este beneficio la rescata de una peligrosa esclavitud y la alivia de la vil servidumbre del mundo, donde sin perfecta libertad come su pan con el sudor de su cara (Gen 3,19). ¿Quién hay tan insipiente y tenebroso que no conozca el peligro de la vida mundana, con tantas leyes y costumbres abominables y pésimas como la astucia diabólica y la perversidad de los hombres han introducido? La mejor parte es la religión y retiro; aquí se halla puerto seguro y lo demás todo es tormenta y olas alteradas y llenas de dolor y desdichas; y no reconocer los hombres esta verdad y agradecer este singular beneficio, es fea dureza de corazón y olvido de sí mismos. Pero tú, hija mía, no te hagas sorda a la voz del Altísimo, atiende y obra y responde a ella; y te advierto que uno de los mayores desvelos del demonio es impedir la vocación del Señor cuando llama y dispone a las almas para que se dediquen a su servicio.”

427. Sólo aquel acto público y sagrado de recibir el hábito y entrar en la religión, aunque no se haga siempre con el fervor y pureza de intención debida, indigna y enfurece al dragón infernal y a sus demonios, así por la gloria del Señor y gozo de los santos ángeles, como porque sabe aquel mortal enemigo que la religión lo santifica y perfecciona. Y sucede muchas veces que habiéndola recibido por motivos humanos y terrenos, obra después la divina gracia y lo mejora y ordena todo. Y si esto puede cuando el principio no fue con intención tan recta como convenía, mucho más poderosa y eficaz será la luz y virtud del Señor y la disciplina de la religión, cuando el alma entra en ella movida del divino amor y con íntimo y verdadero deseo de hallar a Dios, servirle y amarle.

428. Y para que el Altísimo reforme o adelante al que viene a la religión por cualquier motivo que traiga, conviene que, en volviendo al mundo las espaldas, no le vuelva los ojos y que borre todas sus imágenes de la memoria y olvide lo que tan dignamente ha dejado en el mundo. A los que no atienden a esta enseñanza y son ingratos y desleales con Dios, sin duda les viene el castigo de la mujer de Lot (Gen 19,26) que si por la divina piedad no es tan visible y patente a los ojos exteriores, pero le reciben interiormente, quedando helados, secos y sin fervor ni virtud. Y con este desamparo de la gracia, ni consiguen el fin de su vocación, ni aprovechan en la religión, ni hallan consuelo espiritual en ella, ni merecen que el Señor les mire y visite como a hijos; antes los desvía como esclavos infieles y fugitivos. Advierte, María, que para ti todo lo del mundo ha de estar muerto y crucificado, y tú para él, sin memoria, ni imagen, ni atención, ni afecto o cosa alguna terrena y si tal vez fuere necesario ejercitar la caridad con los prójimos, ordénala tan bien que en primer lugar pongas el bien de tu alma y tu seguridad y quietud, paz y tranquilidad interior. Y en estas advertencias todo extremo, que no sea vicio, te lo amonesto y mando si has de estar en mi escuela.”

CAPITULO 2

Regresar al Principio

De un singular favor que hizo el Altísimo a María santísima luego que se quedó en el templo.

429. Cuando la divina niña María, despedidos sus padres, se quedó en el templo para vivir en él, le señaló su maestra el retiro que le tocaba entre las demás vírgenes, que eran como unas grandes alcobas o pequeños aposentos para cada una. Se postró en tierra la Princesa de los cielos y, con advertencia de que era suelo y lugar del templo, le besó y adoró al Señor dándole gracias por aquel nuevo beneficio, y a la misma tierra, porque la había recibido y sustentaba, siendo indigna de aquel bien, de pisarla y estar en ella. Luego se convirtió a sus ángeles santos y les dijo: “Príncipes celestiales, nuncios del Altísimo, fidelísimos amigos y. compañeros míos, yo os suplico con todo el afecto de mi alma, que en este santo templo de mi Señor hagáis conmigo el oficio de vigilantes centinelas, avisándome de todo lo que debo hacer; enseñadme y encaminadme como maestros y nortes de mis acciones, para que acierte en todo a cumplir la voluntad perfecta del Altísimo, dar gusto a los santos sacerdotes y obedecer a mi maestra y compañeras.” Y hablando con los doce ángeles singularmente que arriba dijimos (Cf supra 202 y 273) eran los doce del Apocalipsis les dijo: “Y a vosotros, embajadores míos, os pido que, si el Altísimo os diere su licencia, vais [sic] a consolar a mis santos padres en su aflicción y soledad.”

430. Obedecieron a su Reina los doce ángeles y, quedando con los demás en coloquios divinos, sintió una virtud superior que la movía fuerte y suave y la espiritualizaba y levantaba en un ardiente éxtasis; y luego el Altísimo mandó a los serafines que la asistían ilustrasen su alma santísima y la preparasen. Y luego le fue dado un lumen y cualidad divina que perfeccionase y proporcionase sus potencias con el objeto que le querían manifestar. Y con esta preparación, acompañada de todos sus santos ángeles y otros muchos, vestida la divina niña de una refulgente nubecilla, fue llevada en cuerpo y alma hasta el cielo empíreo, donde fue recibida de la santísima Trinidad con digna benevolencia y agrado. Se postró ante la presencia del poderosísimo y altísimo Señor, como solía en las demás visiones, y le adoró con profunda humildad y reverencia. Y luego la volvieron a iluminar de nuevo con otra cualidad o lumen con el cual vio la divinidad intuitiva y claramente; siendo esta la segunda vez que se le manifestó por este modo intuitivo a los tres años de su edad.

431. No hay sentido ni lengua que pueda manifestar los efectos de esta visión y participación de la divina esencia. La persona del eterno Padre habló a la futura Madre de su Hijo, y la dijo: “Paloma mía y dilecta mía, quiero que veas los tesoros de mi ser inmutable y perfecciones infinitas y los ocultos dones que tengo destinados para las almas que tengo elegidas para herederas de mi gloria, que serán rescatadas con la sangre del Cordero que por ellas ha de morir. Conoce, hija mía, cuán liberal soy para mis criaturas que me conocen y aman; cuán verdadero en mis palabras, cuán fiel en mis promesas, cuán poderoso y admirable en mis obras. Advierte, esposa mía, cómo es verdad infalible que quien me siguiere no vivirá en tinieblas. De ti quiero que, como mi escogida, seas testigo de vista de los tesoros que tengo aparejados para levantar los humildes, remunerar los pobres, engrandecer los abatidos y premiar todo lo que por mi nombre hicieren o padecieren los mortales.”

432. Otros sacramentos grandes conoció la santísima niña en esta visión de la divinidad, porque el objeto es infinito; y aunque se le había manifestado otra vez claramente, pero siempre le resta infinito que comunicar de nuevo con más admiración y mayor amor de quien recibe este favor. Respondió la santísima María al Señor, y dijo: “Altísimo y supremo Dios' eterno, incomprensible sois en vuestra grandeza, rico en misericordias, abundante en tesoros, inefable en misterios, fidelísimo en promesas, verdadero en palabras, perfectísimo en vuestras obras, porque sois Señor infinito y eterno en vuestro ser y perfecciones. Pero ¿qué hará, altísimo Señor, mi pequeñez a la vista de vuestra grandeza? Indigna me reconozco de mirar vuestra grandeza que veo, pero necesitada de que con ella me miréis. En vuestra presencia, Señor, se aniquila toda criatura, ¿qué hará vuestra sierva, que es polvo? Cumplid en mí todo vuestro querer y beneplácito; y si en vuestros ojos son tan estimables los trabajos y desprecios de los mortales, la humildad, la paciencia y mansedumbre en ellos, no consintáis, amado mío, que yo carezca de tan rico tesoro y prendas de vuestro amor; y dad el premio de ello a vuestros siervos y amigos, que lo merecerán mejor, pues nada he trabajado yo en vuestro servicio y agrado.”

433. El Altísimo se agradó mucho de la petición de la divina niña y la dio a conocer cómo la admitía para concederle que trabajase y padeciese por su amor en el discurso de su vida, sin entender entonces el orden y modo como había de suceder todo. Dio gracias la Princesa del cielo por este beneficio y favor de que era escogida para trabajar y padecer por el nombre y gloria del Señor y, fervorosa con el deseo de conseguirlo, pidió licencia a Su Majestad para hacer en su presencia cuatro votos; de castidad, pobreza, obediencia y perpetuo encerramiento en el templo, adonde la había traído. A esta petición la respondió el Señor, y la dijo: “Esposa mía, mis pensamientos se levantan sobre todas las criaturas y tú, electa mía, ahora ignoras lo que en el discurso de tu vida te puede suceder y que no será posible en todo cumplir tus fervorosos deseos en el modo que ahora piensas; el voto de castidad admito y quiero le hagas, y que renuncies desde luego las riquezas terrenas; si bien es mi voluntad que en los demás votos y en sus materias obres, en lo posible, como si los hubieras hecho todos; y tu deseo se cumplirá en otras muchas doncellas que, en el tiempo venidero de la ley de gracia, por seguirte y servirme harán los mismos votos viviendo juntas en congregación, y serás madre de muchas hijas.”

434. Hizo luego la santísima niña en presencia del Señor el voto de castidad, y en lo demás sin obligarse renunció todo el afecto de lo terreno y criado; y propuso obedecer por Dios a todas las criaturas. Y en el cumplimiento de estos propósitos fue más puntual, fervorosa y fiel que ninguno de cuantos por voto lo prometieron ni prometerán. Con esto cesó la visión intuitiva y clara de la divinidad, pero no luego fue restituida a la tierra; porque en otro estado más inferior tuvo luego otra visión imaginaria del mismo Señor y estando siempre en el cielo empíreo; de manera que se siguieron a la vista de la divinidad otras visiones imaginarias.

435. En esta segunda e imaginaria visión llegaron a ella algunos serafines de los más inmediatos al Señor y, por mandado suyo, la adornaron y compusieron en esta forma. Lo primero, todos sus sentidos fueron como iluminados con una claridad o lumen que los llenaba de gracia y hermosura. Luego la vistieron una ropa o tunicela preciosísima de refulgencia y la ciñeron con una cintura de piedras diferentes de varios colores transparentes, lucidísimos y brillantes, que toda la hermoseaba sobre la humana ponderación; y significaba la pura candidez y heroicas y diferentes virtudes de su alma santísima. La pusieron también una gargantilla o collar inestimable y de subido valor con tres grandes piedras, símbolo de las tres mayores y excelentes virtudes, fe, esperanza y caridad; y estas pendían del collar sobre el pecho, como señalando su lugar y asiento de tan ricas joyas. Le dieron tras esto siete anillos de rara hermosura en sus manos, donde se los puso el Espíritu Santo en testimonio de que la adornaba con sus dones en grado eminentísimo. Y sobre este adorno la santísima Trinidad puso sobre su cabeza una imperial corona de materia y piedras inestimables, constituyéndola juntamente por Esposa suya y por Emperatriz del cielo; y en fe de todo esto la vestidura cándida y refulgente estaba sembrada de unas letras o cifras de finísimo oro y muy brillante, que decían: “María hija del eterno Padre, Esposa del Espíritu Santo y Madre de la verdadera luz.” Esta última empresa o título no entendió la divina Señora, pero los ángeles sí, que admirados en la alabanza del Autor asistían a obra tan peregrina y nueva; y en cumplimiento de todo esto puso el Altísimo en los mismos espíritus angélicos nueva atención, y salió una voz del trono de la santísima Trinidad, que hablando con María santísima le dijo: “Nuestra Esposa, nuestra querida y escogida entre las criaturas serás por toda la eternidad; los ángeles te servirán y todas las naciones y generaciones te llamarán bienaventurada.” (Lc 1,48).

436. Adornada la soberana niña con las galas de la divinidad, se celebró luego el desposorio más célebre y maravilloso que pudo imaginar ninguno de los más altos querubines y serafines, porque el Altísimo la admitió por Esposa única y singular y la constituyó en la más suprema dignidad que pudo caber en pura criatura, para depositar en ella su misma divinidad en la persona del Verbo y con él todos los tesoros de gracias que a tal eminencia convenían. Estaba la humildísima entre los humildes absorta en el abismo de amor y admiración que la causaban tales favores y beneficios y en presencia del Señor, dijo:

437. “Altísimo Rey y Dios incomprensible, ¿quién sois vos y quién soy yo, para que vuestra dignación mire a la que es polvo, indigna de tales misericordias? En vos, Señor mío, como en espejo claro, conociendo vuestro ser inmutable, veo y conozco sin engaño la bajeza y vileza del mío, miro vuestra inmensidad y mi nada, y en este conocimiento quedo aniquilada y deshecha con admiración de que la Majestad infinita se incline a tan humilde gusanillo, que sólo puede merecer el desecho y desprecio entre todas las criaturas. ¡Oh Señor y bien mío, qué magnificado y engrandecido seréis en esta obra! ¡Qué admiración causaréis conmigo en vuestros espíritus angélicos, que conocen vuestra infinita bondad, grandeza y misericordias, en levantar al polvo y a la que en él es pobre (Sal 112,7) para colocarla entre los príncipes! Yo, Rey mío y mi Señor, os admito por mi Esposo y me ofrezco por vuestra esclava. No tendrá mi entendimiento otro objeto, ni mi memoria otra imagen, ni mi voluntad otro fin ni deseo fuera de vos, sumo, verdadero y único bien y amor mío, ni mis ojos se levantarán para ver otra criatura humana, ni atenderán mis potencias y sentidos a nadie fuera de vos mismo y a lo que Vuestra Majestad me encaminare; solo vos, amado mío, seréis para vuestra Esposa (Cant 2,16) y ella para solo vos, que sois inconmutable y eterno bien.”

438: Recibió el Altísimo con inefable agrado esta aceptación que hizo la soberana Princesa del nuevo desposorio que con su alma santísima había celebrado; y, como a verdadera Esposa y Señora de todo lo criado, le puso en sus manos todos los tesoros de su poder y gracia y la mandó que pidiese lo que deseaba, que nada le sería negado. Lo hizo así la humildísima paloma y pidió al Señor con ardentísima caridad enviase a su Unigénito al mundo para remedio de los mortales; que a todos los llamase al conocimiento verdadero de su divinidad; que a sus padres naturales Joaquín y Ana les aumentase en el amor y dones de su divina diestra; que a los pobres y afligidos los consolase y confortase en sus trabajos; y para sí misma pidió el cumplimiento y beneplácito de la divina voluntad. Estas fueron las peticiones más particulares que hizo la nueva esposa María en esta ocasión a la beatísima Trinidad. Y todos los espíritus angélicos en alabanza del Altísimo hicieron nuevos cánticos de admiración y, con música celestial, los que Su Majestad destinó volvieron a la santísima niña desde el cielo empíreo al lugar del templo, de donde la habían llevado.

439. Y para comenzar luego a poner por obra lo que Su Alteza había prometido en presencia del Señor, fue a su maestra y la entregó todo cuanto su madre santa Ana le había dejado para su necesidad y regalo, hasta unos libros y vestuario; y la rogó lo distribuyese a los pobres, o como ella gustase disponer de ello, y la mandase y ordenase lo que debía hacer. La discreta maestra, que ya he dicho era Ana la profetisa, con divino impulso admitió y aprobó lo que la hermosa niña María ofrecía y la dejó pobre y sin cosa alguna más de lo que tenía vestido; y propuso cuidar singularmente de ella como de más destituida y pobre, porque las otras doncellas cada una tenía su peculio y homenaje señalado y propio de sus ropas y otras cosas a su voluntad

440. Le dio también la maestra orden de vivir a la dulcísima niña, habiéndolo comunicado primero con el sumo sacerdote; y con esta desnudez y resignación consiguió la Reina y Señora de las criaturas quedar sola, destituida y despojada de todas ellas y de sí misma, sin reservar otro afecto ni posesión más de solo el amor ardentísimo del Señor y de su propio abatimiento y humillación. Yo confieso mi suma ignorancia, mi vileza, mi insuficiencia y que del todo me hallo indigna para explicar misterios tan soberanos y ocultos; donde las lenguas expeditas de los sabios y la ciencia y amor de los supremos querubines y serafines fueran insuficientes ¿qué podrá decir una mujer inútil y abatida? Conozco cuánto ofendiera a la grandeza de sacramentos tan venerables, si la obediencia no me excusara; pero aun con ella temo y creo que ignoro y callo lo más y conozco y digo lo menos en cada uno de los misterios y sucesos de esta ciudad de Dios María santísima.

Doctrina de la santísima Virgen María.

441. “Hija mía, entre los favores grandes e inefables que recibí en el discurso de mi vida de la diestra del Todopoderoso, uno fue el que acabas de conocer y escribir ahora; porque en la vista clara de la divinidad y ser incomprensible del Altísimo conocí ocultísimos sacramentos y misterios, y en aquel adorno y desposorio recibí incomparables beneficios, y en mí espíritu sentí dulcísimos y divinos efectos. Aquel deseo que tuve de hacer los cuatro votos de pobreza, obediencia, castidad y encerramiento, agradó mucho al Señor; y merecí con el deseo que se estableciese en la Iglesia y ley de gracia el hacer los mismos votos las religiosas, como hoy se acostumbra; y aquel fue el principio de lo que ahora hacéis las religiosas, según lo que dijo David (Sal 44,15): Adducentur Regi virgines post eam, en el salmo 44, porque el Altísimo ordenó que fuesen mis deseos el fundamento de las religiones de la ley evangélica. Y yo cumplí entera y perfectísimamente todo lo que allí propuse delante del Señor, en cuanto según mi estado y vida fue posible; ni jamás miré al rostro a hombre alguno, ni de mi esposo José, ni de los mismos ángeles, cuando en forma humana se me aparecían, pero en Dios los vi y conocí todos; y a ninguna cosa criada o racional tuve afecto, ni en operación e inclinación humana; ni tuve querer propio: sí o no, haré o no haré, porque en todo me gobernó el Altísimo, o por sí inmediatamente, o por la obediencia de las criaturas a quien de voluntad me sujetaba.

442. “No ignores, carísima, que como el estado de la religión es sagrado y ordenado por el Altísimo, para que en él se conserve la doctrina de la perfección cristiana y perfecta imitación de la vida santísima de mi Hijo, por esto mismo está indignadísimo con las almas religiosas que duermen olvidadas de tan alto beneficio y viven tan descuidadas y más relajadamente que muchos hombres mundanos; y así les aguarda más severo juicio y castigo que a ellos. También el demonio, como antigua y astuta serpiente, pone más diligencia y sagacidad en tentar y vencer a los religiosos y religiosas que con todo el resto de los mundanos respectivamente; y cuando derriba a un alma religiosa, hay mayores consejos y solicitud de todo el infierno, para que no se vuelva a levantar con los remedios que para esto tiene más prontos la religión, como son la obediencia y ejercicios santos y uso frecuente de los sacramentos. Para que todo esto se malogre y no le aproveche al religioso caído, usa el enemigo de tantas artes y ardides, que sería espantosa cosa el conocerlos. Pero mucho de esto se manifiesta considerando los movimientos y obras que hace un alma religiosa para defender sus relajaciones, excusándolas si puede con algún color y si no con inobediencias y mayores desórdenes y culpas.

443. “Advierte, pues, hija mía, y teme tan formidable peligro; y con las fuerzas de la divina gracia procura levantarte a ti sobre ti, sin consentir en tu voluntad afecto ni movimiento desordenado. Toda quiero que trabajes en morir a tus pasiones y espiritualizarte, para que, extinguido en ti todo lo que es terreno, pases al ser angélico por la vida y conversación. Para llenar el nombre de esposa de Cristo has de salir de los términos y esfera del ser humano y ascender a otro estado y ser divino; y aunque eres tierra, has de ser tierra bendita sin espinas de pasiones, cuyo fruto copioso sea todo para el Señor, que es su dueño. Y si tienes por esposo aquel supremo y poderoso Señor, que es Rey de los reyes y Señor de los señores, te quita dignidad de volver los ojos, y menos el corazón, a los esclavos viles, que son las criaturas humanas; pues aun los ángeles te aman y respetan por la dignidad de esposa del Altísimo. Y si entre los mortales se juzga por osadía temeraria y desmesurada que un hombre vil ponga los ojos en la esposa del príncipe ¿qué delito será ponerlos en la esposa del Rey celestial y todopoderoso? Y no será menor culpa que ella lo admita y lo consienta. Asegúrate y pondera que es incomparable y terrible el castigo que para este pecado está prevenido, y no te le muestro a la vista porque con ella no desfallezca tu flaqueza. Y quiero que para ti sea bastante mi enseñanza para que ejecutes todo lo que te ordeno y me imites con lo discípula en cuanto alcanzaren tus fuerzas; y sé solícita en amonestar a tus monjas esta doctrina y hacer que la ejecuten.” “Señora mía y Reina piadosísima, con júbilo de mi alma oigo vuestras dulcísimas palabras llenas de espíritu y de vida; y deseo escribirlas en lo íntimo de mi corazón con la gracia de vuestro Hijo santísimo que os suplico me alcancéis. Y si me dais licencia, hablaré en vuestra presencia como discípula ignorante con mi Maestra y Señora. Deseo, Madre y amparo mío, que para cumplir los cuatro votos de mi profesión, como Vuestra Majestad me lo manda y yo debo, y aunque indigna y tibia lo deseo, me deis alguna doctrina más copiosa que me sirva de guía y magisterio en el cumplimiento de esta obligación y afecto que en mi ánimo habéis puesto.”

CAPITULO 3

Regresar al Principio

De la doctrina que me dio la Reina del cielo para los cuatro votos de mi profesión.

444. “Hija y amiga mía, no quiero negarte la enseñanza que con deseo de ejecutarla me pides; pero recíbela con aprecio y ánimo devoto y pronto para obrarla. El Sabio dice (Prov 6,1-2 (A.)): Hijo, si prometiste por tu amigo, tu mano clavaste acerca del extraño, con tu boca te ligaste, con tus palabras quedas atado. Conforme a esta verdad, quien a Dios ha hecho votos ha clavado la mano de la propia voluntad, para no quedar libre ni tener elección de otras obras fuera de aquellas para que se obligara según la voluntad y elección de aquel a quien queda obligado y atado con su misma boca y palabras de la profesión. Antes que hiciera los votos, en su mano estaba elegir el camino; pero habiéndose atado y obligado el alma religiosa, sepa que perdió totalmente su libertad y se la entregó a Dios en su prelado. Toda la ruina o remedio de las almas consiste en el uso de su libertad; pero como los más usan mal de ella y se pierden, ordenó el Altísimo el estado fijo de las religiones mediante los votos, para que, usando de una vez la criatura de su libertad con perfecta y prudente elección, entregase a Su Majestad en aquel acto lo que con muchos perdiera, si quedara suelta y libre para querer y no querer.

445. “Se pierde dichosamente con estos votos la libertad para lo malo y se asegura para lo bueno, como con una rienda que desvía del peligro y adiestra por el camino llano y seguro; y pierde el alma la servidumbre y sujeción a sus propias pasiones y adquiere sobre ellas nuevo imperio, como señora y reina en el dominio de su república, y sólo queda subordinada a la gracia y movimientos del Espíritu Santo, que la gobernaría en sus operaciones si ella destinase toda su voluntad para sólo obrar aquello que prometió a Dios. Pasaría con esto la criatura del estado y ser de esclava a la excelente dignidad de hija del Altísimo y de la condición terrena a la angélica; y los defectos corruptibles y castigo del pecado no la tocarían de lleno. Y no es posible que en la vida mortal puedas alcanzar ni comprender cuáles y cuántos bienes y tesoros granjea el alma que se dispone con todas sus fuerzas y afectos a cumplir perfectamente con los votos de su profesión; porque te aseguro, carísima, que pueden las religiosas perfectas y puntuales llegar al mérito de los mártires, y aun excederles.

446. “Hija mía, tú conseguiste el dichoso principio de tantos bienes el día que elegiste la mejor parte; pero advierte mucho que te obligaste a un Dios eterno y poderoso a quien lo más oculto del corazón es manifiesto. Y si el mentir a los hombres terrenos y faltarles en las promesas justas es cosa tan fea y aborrecida de la razón ¿cuánto pesará el ser infiel a Dios en las promesas justísimas y santísimas? Por tu criador, conservador y bienhechor le debes la gratitud, por padre la reverencia, por esposo la lealtad, por amigo la buena correspondencia, por fidelísimo le debes la fe y esperanza, por sumo y eterno bien el amor, por omnipotente el rendimiento y por justísimo juez el temor santo y humilde. Pues contra todos estos y otros muchos títulos cometerás traición y alevosía, si faltas y quebrantas lo que le tienes prometido en tu profesión. Y si en todas las religiosas, que viven con obligación de trato y vida espiritual, es tan formidable monstruosidad el llamarse esposas de Cristo y ser miembros y esclavas del demonio, mucho más feo sería en ti, que has recibido más que todas, pues debes excederlas en el amor, en el trabajo y en el retorno de tan incomparables beneficios y favores.

447. “Advierte, pues, alma, cuán aborrecible te haría esta culpa para con el Señor, para conmigo, con los ángeles y santos; porque todos somos testigos de su amor y fidelidad que contigo ha mostrado, como esposo rico, amoroso y fidelísimo. Trabaja, pues, con sumo desvelo para que no le ofendas en lo mucho ni en lo poco; y no le obligues a que desamparándote te entregue a las bestias de las pasiones del pecado; que no ignoras sería esto mayor desdicha y castigo que si te entregara al furor de los elementos y de todas las fieras y animales brutos y al de los mismos demonios, para que todas estas cosas ejecutaran en ti su ira y el mundo todas las penas y deshonras que puede hacer; todo fuera menor daño para ti que cometer sola una culpa venial contra Dios, a quien debes servir y amar en todo y por todo. Cualquiera pena de esta vida es menos que la culpa, y éstas en la vida mortal se acabarán, y la culpa puede ser eterna, y con ella lo sería la pena y castigo.

448. “En la vida presente atemoriza mucho a los mortales y les espanta cualquiera pena o tribulación, porque la tienen presente al sentido y les toca en él; pero no les altera ni atemoriza la culpa, porque, embarazados en lo visible, no pasan a lo inmediato de la culpa, que es la pena eterna del infierno. Y con estar embebida y unida con el mismo pecado, es tan grave y tardo el corazón humano, que se deja embriagar de la culpa y no toca en la pena porque no siente al infierno por el sentido; y cuando le podía ver y tocar con la fe, la deja ociosa y muerta, como si no la tuviera. ¡Oh infelicísima ceguedad de los mortales! ¡Oh torpeza y negligencia, que a tantas almas capaces de razón y de gloria tienes engañosamente oprimidas! No hay palabras ni razones suficientes para encarecer este formidable y tremendo peligro. Hija mía, huye y aléjate con el temor santo de tan infeliz estado y entrégate a todos los trabajos y tormentos de la vida, que luego pasa, primero que te acerques a él, pues nada te faltará si a Dios no perdieres. Muy poderoso medio será para asegurarte, que no imagines hay culpa pequeña para ti ni para tu estado; lo poco has de temer mucho, porque el Altísimo conoce que en despreciar las pequeñas culpas abre el corazón la criatura para admitir otras mayores, y no es amor loable el que no cela cualquier disgusto de la persona que ama.

449. “El orden que las almas religiosas deben guardar en obrar sus deseos ha de ser que, en primer lugar, sean solícitas y puntuales en cumplir la obligación de los votos y todas las virtudes que en sí contienen; y sobre esto, en segundo lugar, entran las obras voluntarias que llaman de supererogación. Este orden suelen pervertir algunas almas engañadas del demonio con indiscreto celo de la perfección, que faltando en culpas graves a las cosas obligatorias de su estado, quieren añadir otras acciones y ocupaciones voluntarias, que de ordinario son párvulas o inútiles y originadas de espíritu de presunción y singularidad, deseando ser miradas y señaladas entre todas por muy celosas y perfectas, y estando muy lejos de comenzar a serlo. No quiero yo en ti esta mengua tan reprensible; mas antes quiero que en primer lugar cumplas con la observancia de tus votos y vida común y después añadas lo que pudieres con la divina gracia y según tus fuerzas; que todo junto hermosea el alma y la hace perfecta y agradable a los ojos divinos.

450. “El voto de la obediencia es el mayor de la religión, porque contiene una renunciación y negación total de la propia voluntad, de suerte que a la religiosa no le queda jurisdicción ni derecho alguno sobre sí misma para decir quiero o no quiero, haré o no haré; todo esto lo puso y renunció por la obediencia, dejándolo en manos de su prelado; y para cumplirlo es necesario que no seas sabia contigo misma, ni te imagines señora de tu gusto, ni de tu querer ni entender, porque la obediencia verdadera ha de ser de linaje de fe; que lo que manda el superior se ha de estimar, reverenciar y creer, sin pretender examinarlo ni comprenderlo; y conforme a esto, para obedecer te debes juzgar sin razón, ni vida, ni discurso; antes como un cuerpo muerto te deja mover y gobernar, estando viva sólo para ejecutar con presteza todo lo que fuere voluntad del superior. Nunca discurras contigo lo que has de obrar y sólo piensa cómo ejecutarás lo que te mandaren. Sacrifica tu querer propio y degüella todos tus apetitos y pasiones; y después que con esta eficaz determinación quedes muerta a tus movimientos, sea la obediencia alma y vida de tus obras. En la voluntad de tu superior ha de estar reputada la tuya con todos tus movimientos, palabras y obras, y en todo pide que te quiten el ser propio y te den otro nuevo, que nada sea tuyo y todo sea de la obediencia sin contradicción ni resistencia alguna.

451. “El modo de obedecer más perfecto, advierte, es que el superior no ha de reconocer disonancia que le disguste, antes se le debe obediencia con satisfacción y que le conste se cumple con prontitud lo que manda, sin replicar ni remurmurar con palabras ni otros desiguales movimientos. El superior hace las veces de Dios, y quien obedece a los prelados obedece al mismo Señor que está en ellos, y los gobierna y los ilustra en lo que mandan a los súbditos para el bien de sus almas y salud; y el desprecio que se hace del prelado pasa a Dios (Lc 10,16) que por ellos y en ellos está ordenándote y mandándote su voluntad; y has de entender que el mismo Señor les mueve su lengua, o que es lengua del mismo Dios omnipotente. Hija mía, trabaja por ser obediente para que cantes victorias (Prov 21,28); y no temas en obedecer, porque este es el camino seguro; y lo es tanto, que los yerros de los obedientes no los pone Dios en memoria para el día de la cuenta, antes borra los demás pecados por solo el sacrificio de la obediencia. Y mi Hijo santísimo ofreció al eterno Padre su preciosísima pasión y muerte con particular afecto por los obedientes, y que por esta virtud fuesen mejorados en el perdón y en la gracia, en el acierto y perfección de todo lo que obrasen por obedecer; y ahora muchas veces representa al Padre, para aplacarle con los hombres, que murió por ellos obedeciendo hasta la cruz (Flp 2,8) y por esto se aplaca el mismo Señor. Y por lo que se agradó de la obediencia de Abrahán y su hijo Isaac, se dio por obligado (Gen 22,16) no sólo para que no muriese el hijo que tan obediente se mostraba, mas para que fuese padre del Unigénito humanado y señalado entre los demás para cabeza y fundamento de tantas bendiciones.

452. “El voto de la pobreza es un generoso ahorro y desembarazo de la pesada carga de las cosas temporales; es un desahogo del espíritu, alivio de la humana flaqueza y libertad de la nobleza del corazón capaz de bienes eternos y espirituales; es una satisfacción y hartura en que sosiega el apetito sediento de tesoros terrenos y un dominio o posesión y uso nobilísimo de todas las riquezas. Todo esto, hija mía, y otros mayores bienes contiene la pobreza voluntaria, y todo lo ignoran porque de todo carecen los hijos del siglo, amadores de las riquezas y enemigos de la rica y santa pobreza. No advierten, aunque la padecen y sufren, cuán pesada es la gravedad de las riquezas que los abruma hasta el suelo y aun hasta las entrañas de la tierra, a buscar el oro y la plata con cuidados, desvelos, trabajos y sudores, no de hombres de razón, sino de brutos irracionales que ignoran lo que hacen y lo que padecen. Y si antes de adquirir las riquezas son tan pesadas ¿cuánto lo serán después de conseguidas? Díganlo cuantos con esta carga han caído hasta los infiernos; díganlo los desmedidos afanes en conservarlas, y mucho más las intolerables leyes que han introducido en el mundo las riquezas y los ricos que las poseen.

453. Si todo esto ahoga el espíritu y oprime tiránicamente su flaqueza y envilece la nobilísima capacidad que tiene el alma de bienes eternos y del mismo Dios, cierto es que la pobreza voluntaria restituye a la criatura a su generosa condición y la alivia de vilísima servidumbre y la pone en la libertad ingenua en que fue criada para señora de todas las cosas. Nunca es más señora que cuando las desprecia, y entonces tiene la mayor posesión y el uso más excelente de las riquezas cuando las distribuye o las deja de voluntad y sacia el apetito cuando tiene gusto de no tenerlas; y sobre todo dejando desocupado el corazón le tiene capaz de que deposite en él los tesoros de su divinidad, para los cuales le crió con capacidad casi infinita.

454. “Hija mía, yo deseo que tú estudies mucho esta filosofía y ciencia divina, que tan olvidada tiene el mundo, y no sólo el mundo, pero muchas almas religiosas que la prometieron a Dios, cuya indignación es grande por esta culpa; y de contado reciben un pesado castigo en que no advierten los transgresores de este voto, pues con haber desterrado la pobreza voluntaria han alejado de sí el espíritu de Cristo, mi Hijo santísimo, y el que venimos a enseñar a los hombres en desnudez y pobreza. Y aunque ahora no lo sienten, porque disimula el justo Juez y ellos gozan de la abundancia que desean, pero en la cuenta que les aguarda se hallarán confusos y desimaginados del rigor que no pensaban, ponderaban ni pesaban en la divina justicia.

455. “Los bienes temporales los crió el Altísimo para que sirviesen a los hombres sólo de sustentar la vida y conseguido este fin cesa la causa de la necesidad; y siendo ésta limitada y que en breve se acaba y con poco se satisface y restando el alma que es eterna, no es razón que el cuidado de ella sea temporal y como de paso y el deseo y afán de adquirir las riquezas venga a ser perpetuo y eterno en los hombres. Suma perversidad es haber trocado los fines y los medios en cosa tan distante y tan importante, que le dé el hombre ignorante a su breve y mal segura vida del cuerpo todo el tiempo, todo el cuidado, todo el trabajo de sus fuerzas y desvelo de su entendimiento; y a la pobre alma en muchos años de vida no quiera darle más de una hora, y aquélla muchas veces la última y la peor de la vida.

456. “Aprovéchate, pues, hija mía carísima, de la verdadera luz y desengaño que de tan peligroso error te ha dado el Altísimo. Renuncia toda afición y amor a cosa alguna terrena y, aunque sea con pretexto y color de que tienes necesidad y que tu convento es pobre, no seas solícita desordenadamente en procurar las cosas necesarias para el sustento de la vida; y cuando pusieres el cuidado moderado que debes, sea de manera que ni te turbes cuando te falte lo que deseas, ni lo desees con afición, aunque te parezca es para el servicio de Dios; pues tanto menos le amas cuanto con él quieres amar otras cosas. Lo mucho debes renunciarlo por superfluo y no lo has menester y es delito tenerlo vanamente; lo poco también se debe estimar poco, porque será mayor error embarazar el corazón con lo que nada vale y estorba mucho. Si todo lo que a tu juicio humano pide tu necesidad lo consigues, no eres de verdad pobre, porque la pobreza en rigor y propiedad es tener menos de lo que es menester y sólo se llama rico al que nada le falta; porque el tener más antes desasosiega y es aflicción de espíritu, y desearlo y guardarlo sin usar de ello viene a ser una pobreza sin quietud ni sosiego.

457. “De ti quiero esta libertad de espíritu que a cosa alguna te aficiones, sea grande o pequeña, superflua o necesaria; y lo que para la vida humana hubieres menester, debes admitir sólo aquello que es preciso para no morir ni quedar indecentemente; pero sea lo más pobre y remendado para tu abrigo y en la comida lo más grosero, sin antojo de gusto particular, sin pedir más de aquello en que tienes mucha desazón y menos gusto, para que antes te den lo que no deseas y te falte lo que pide el apetito y hagas en todo lo más perfecto.

458. El voto de castidad contiene la pureza de alma y cuerpo; es fácil el perderla, difícil y según como se pierde, aun imposible repararla. Este gran tesoro está depositado en castillo de muchas puertas y ventanas, que si no están bien guarnecidas y defendidas no tiene seguridad. Hija mía, para guardar con perfección este voto, es preciso que hagas pacto inviolable con tus sentidos de no moverse para lo que no fuere ordenado por la razón y a la gloria del Criador. Muertos los sentidos, fácil es el vencimiento de los enemigos, que sólo con ellos te pueden vencer a ti misma, porque los pensamientos no reviven ni se despiertan si no les entran especies e imágenes por los sentidos exteriores que los fomenten. No has de tocar, ni mirar, ni hablar a persona humana de cualquiera condición que sea, hombre ni mujer, ni a tu imaginación entren sus especies o imágenes. En este cuidado, que te encargo mucho, consiste la guarda de esta pureza que de ti quiero; y si por la caridad o por obediencia hablares, que sólo por estas dos causas debes tratar con criaturas, sea con toda severidad, modestia y recato.

459. “Para con tu persona vive como peregrina y ajena del mundo, pobre, mortificada, trabajada y amando la aspereza de todo lo temporal sin apetecer descanso ni regalo, como quien está ausente de su casa y patria propia, conducida para trabajar y pelear con fuertes enemigos. Y porque el más pesado y peligroso es la carne, te conviene resistir a tus naturales pasiones sin descuido y en ellas a las tentaciones del demonio. Levántate a ti sobre ti y busca una habitación muy levantada sobre todo lo terreno para que vivas debajo de la sombra del que deseas (Cant 2,3) y en su protección goces de tranquilidad y verdadero sosiego. Entrégate de todo tu corazón y fuerzas a su casto y santo amor, sin que imagines hay para ti criaturas más de en cuanto te ayudan y obligan a que ames y sirvas a tu Señor, y para todo lo demás han de ser para ti aborrecibles.

460. “A la que se llama esposa de Cristo, y lo tiene por oficio, aunque ninguna virtud le ha de faltar, pero la castidad es la que más la proporciona y asimila a su esposo, porque la espiritualiza y aleja de la corrupción terrena y la levanta al ser angélico y aun a cierta participación del mismo ser de Dios. Es virtud que hermosea y adorna a todas las demás y levanta el cuerpo a superior estado, ilustra al entendimiento y conserva a las almas en su nobleza superior a todo lo corruptible. Y porque esta virtud fue especial fruto de la redención, merecida por mi Hijo santísimo en la cruz donde quitó los pecados del mundo, por eso singularmente se dice que las vírgenes acompañan y siguen al Cordero (Ap 14,4).

461. “El voto de la clausura es el muro de la castidad y de todas las virtudes, el engaste donde se conservan y resplandecen y es un privilegio del cielo para eximir a las religiosas, esposas de Cristo, de los pesados y peligrosos tributos que paga la libertad del mundo al príncipe de sus vanidades. Con este voto viven las religiosas en seguro puerto, cuando las otras almas en la tormenta de los peligros se marean y zozobran a cada paso. Con tan grandes intereses no es lugar angosto el de la clausura, donde a la religiosa se le ofrecen los espaciosos campos de las virtudes y del conocimiento de Dios y de sus infinitas perfecciones y misterios y admirables obras que hizo y hace por los hombres. En estos dilatados campos y espacios se puede y se debe esparcir y recrear, y de no hacerlo viene a parecer estrecha cárcel la mayor libertad. Para ti, hija mía, no hay otro ensanche, ni yo quiero que te estreches tanto como lo es todo el mundo. Sube a lo alto del conocimiento y amor divino, donde sin términos ni límites que te angosten, vivas en libertad espaciosa y desde allí conocerás cuán estrecho, vil y despreciable es todo lo criado para ensancharse tu alma en ello.

462. “A esta clausura forzosa del cuerpo añade tú la de tus sentidos, para que, guarnecidos de fortaleza, conserven tu pureza interior y en ella el fuego del santuario (Lev 6,12) que siempre debes fomentar y guardar que no se apague. Y para la guarda de los sentidos y lograr la clausura, nunca llegues a la puerta, ni a red, ni ventana, ni te acuerdes de que las tiene el convento, si no fuere para cumplir con lo preciso de tu oficio y por la obediencia. Nada apetezcas, pues no lo has de conseguir, ni trabajes por lo que no debes apetecer; en tu retiro, recato y cautela estará tu bien y paz y el darme gusto y merecer el copioso fruto y premio de amor y gracia que deseas.”

CAPITULO 4

Regresar al Principio

De la perfección con que Maria santísima guardaba las ceremonias del templo y lo que en el le ordenaron

463. Volviendo a proseguir nuestra divina Historia, después que la niña santísima consagró el templo con su presencia y habitación, fue creciendo con toda propiedad en sabiduría y gracia acerca de Dios y de los hombres. Las inteligencias que se me han dado de lo que la mano poderosa iba obrando en la Princesa del cielo en aquellos años, me ponen como en la margen de un mar dilatadísimo y sin términos, dejándome admirada y dudosa por dónde entraré en tan inmenso piélago para salir con acierto, habiendo de ser inexcusable dejar mucho y dificultoso acertar en lo poco. Diré, pues, lo que el Altísimo me declaró en una ocasión, hablándome de esta manera:

464. “Las obras que hizo en el templo la que había de ser Madre del Verbo humanado, fueron en todo y por todo perfectísimas, y el alcanzarlas excede a la capacidad de toda humana criatura y angélica. Los actos de las virtudes interiores fueren tantos y de tan alto merecimiento y fervor, que se adelantaron a todos los de los serafines; y tú, alma, conocerás de ellos mucho más de lo que pueden explicar tus palabras y tu lengua. Pero mi voluntad es que, en el tiempo de tu peregrinación en el cuerpo mortal, pongas a María santísima por principio de tu alegría y la sigas por el desierto de la renunciación y negación de todo lo humano y visible. Síguela por la perfecta imitación conforme a tus fuerzas y a la luz que recibes; ella será tu norte y tu maestra y te hará manifiesta mi voluntad y en ella hallarás mi ley santísima escrita con el poder de mi brazo, en que meditarás de día y de noche. Ella será quien con su intercesión herirá la piedra (Num 20,11) de la humanidad de Cristo, para que en ese desierto redunden en ti las aguas de la divina gracia y luz con que sea tu sed saciada, ilustrado tu entendimiento y tu voluntad inflamada. Será columna de fuego (Ex 13,21) que te dé luz y nube que te haga sombra y refrigere con su protección de los ardores de las pasiones e inclemencias de tus enemigos.

465. Tendrás en ella ángel que te encamine (Ex 23,20) y te desvíe lejos de los peligros de Babilonia y de Sodoma para que no te alcance mi castigo. Tendrás madre que te ame, amiga que te consuele, señora que te mande, protectora que te ampare y reina a quien como esclava sirvas y obedezcas. En las virtudes que obró esta Madre de mi Unigénito en el templo hallarás un arancel universal de toda la suma perfección por donde gobiernes tu vida, un espejo sin mácula en que reverbera la imagen viva del Verbo humanado, una copia ajustada y sin erratas de toda su santidad, la hermosura de la virginidad, lo especioso de la humildad, la prontitud de la devoción y obediencia, la firmeza de la fe, la certeza de la esperanza, lo inflamado de la caridad y un copiosísimo mapa de todas las maravillas de mi diestra. Con este nivel has de regular tu vida y por este espejo quiero que la compongas y te adornes, acrecentando tu hermosura y gracia, como esposa que desea entrar en el tálamo de su esposo y señor.

466. “Y si la nobleza y calidad del maestro sirve de estímulo al discípulo y le hace más amable su doctrina ¿quién puede atraerte con mayor fuerza que la maestra misma que es Madre de tu Esposo, y escogida por más pura y santa, y sin mácula de culpa, para que fuese Virgen y juntamente Madre del Unigénito del eterno Padre y el resplandor de su divinidad en la misma sustancia? Oye, pues, a tan soberana Maestra, síguela por su imitación y medita siempre sin intervalo sus admirables excelencias y virtudes. Y advierte que la vida y conversación que tuvo en el templo fue el original que han de copiar en sí mismas todas las almas que a su imitación se consagraron por esposas de Cristo.” Esta inteligencia y doctrina es la que me dio el Altísimo en general de las acciones que María santísima obraba los años que vivió en el templo.

467. Pero descendiendo más en particular a sus ocupaciones, después de aquella visión de la divinidad que dije en el capitulo 2, y después de haberse ofrecido toda al Señor, y a su maestra todas las cosas que tenía, quedando absolutamente pobre y resignada en manos de la obediencia, disimulando con el velo de estas virtudes los tesoros de sabiduría y gracia en que excedía a los supremos serafines y ángeles, pidió con humildad a los sacerdotes y maestra le ordenasen la vida y ocupaciones en que había de trabajar. Y habiéndolo conferido con especial luz que les fue dada y deseando medir por entonces los ejercicios de la divina niña con la edad de tres años, la llamaron a su presencia el sacerdote y la maestra Ana. Estuvo la Princesa del cielo hincadas las rodillas para oírlos y, aunque la mandaron se levantase, pidió licencia con suma modestia para estar con aquella reverencia delante del ministro y sacerdote del Altísimo y de su propia maestra por el oficio y dignidad que tenían.

468. La habló el sacerdote y la dijo: “Hija, muy niña os ha traído el Señor a su casa y templo santo, pero agradeced este favor y procurad lograrle trabajando mucho en servirle con verdad y corazón perfecto, en aprender todas las virtudes, para que de este lugar sagrado volváis prevenida y guarnecida para llevar los trabajos del mundo y defenderos de sus peligros. Obedeced a vuestra maestra Ana y comenzad temprano a llevar el yugo (Lam 3,27) suave de la virtud, para que le halléis más fácil en lo restante de la vida.” Respondió la soberana niña: “Vos, señor mío, como sacerdote y ministro del Altísimo, que estáis en lugar suyo, y mi maestra juntamente, me mandaréis y enseñaréis lo que debo hacer para no errar yo en ello; y así os lo suplico con deseo de obedecer en todo a vuestra voluntad.”

469. Sentían el sacerdote y la maestra Ana en su interior grande ilustración y fuerza divina para atender con particularidad a la divina niña y cuidar de ella más que de las otras doncellas; y confiriendo el gran concepto que de ella habían hecho, sin saber el misterio oculto de aquel soberano impulso, determinaron asistirla y cuidar de ella y de su gobierno con especial atención. Pero como ésta sólo podía extenderse a las acciones visibles y exteriores, no le pudieron tasar los actos interiores y afectos del corazón que sólo el Altísimo gobernaba con singular protección y gracia; y así estaba libre aquel cándido corazón de la Princesa del cielo para crecer y adelantarse en las virtudes interiores, sin perder un instante en que no obrase lo sumo y más excelente de todas.

470. La ordenó también el sacerdote sus ocupaciones y la dijo: “Hija mía, a las divinas alabanzas y cánticos del Señor asistiréis con toda reverencia y devoción y haréis siempre oración al Muy Alto por las necesidades de su templo santo y de su pueblo y por la venida del Mesías. A las ocho de la noche os recogeréis a dormir y al salir el alba os levantaréis a orar y bendecir al Señor hasta hora de tercia” - esta hora era la que ahora las nueve -; “desde tercia hasta la tarde ocuparéis en alguna labor de manos para que en todo seáis enseñada; y en la comida, que después del trabajo tomaréis, guardad la templanza que conviene; iréis luego a oír lo que la maestra os enseñare y lo restante del día ocuparéis en la lección de las Escrituras santas; y en todo seréis humilde, afable y obediente a lo que mandare vuestra maestra”.

471. Oyó siempre la santísima niña de rodillas al sacerdote y le pidió la bendición y la mano y, habiéndosela besado a él y a la maestra, propuso en su corazón guardar el orden que le señalaban de su vida todo el tiempo que estuviese en el templo y no le mandasen otra cosa; y como lo propuso lo cumplió, la que era maestra de santidad y virtud, como si fuera la menor discípula. A muchas obras exteriores, más de las que le ordenaron, se extendían sus afectos y ardentísimo amor, pero le sujetó al ministro del Señor, anteponiendo el sacrificio de la perfecta y santa obediencia a sus fervores y dictamen propio; conociendo, como maestra de toda perfección, que se asegura más el cumplimiento de la voluntad divina en el humilde rendimiento de obedecer que en los deseos más altos de otras virtudes. Con este raro ejemplo quedaremos enseñadas las almas, especialmente las religiosas, a no seguir nuestros fervorcillos y dictámenes contra el de la obediencia y voluntad de los superiores, pues en ellos nos enseña Dios su gusto y beneplácito y en nuestros afectos buscamos sólo nuestro antojo; en los superiores obra Dios y en nosotros, si es contra ellos, obra la tentación, la pasión ciega y el engaño.

472. En lo que nuestra Reina y Señora se señaló, a más de lo que le ordenaron, fue pedir licencia a su maestra para servir a todas las otras doncellas y ejercitar los oficios humildes de barrer y limpiar la casa y lavar los platos. Y si bien esto parecía novedad, y más en las primogénitas, porque las trataban con mayor autoridad y respeto, pero la humildad sin semejante de la divina Princesa no podía resistirse o contenerse en los límites de la majestad sin descender a todos los ejercicios más inferiores; y así los hacía con tan prevenida humildad, que ganaba el tiempo y ocasión de lo que otras habían de hacer, para tenerlo hecho antes que ninguna. Con la ciencia infusa conocía todos los misterios y ceremonias del templo, pero como si no las conociera las aprendió por disciplina y experiencia, sin faltar jamás a ceremonia ni acción por mínima que fuese. Era estudiosísima en su humillación y desprecio rendidísimo; y a su maestra cada día por la mañana y tarde pedía la bendición y besaba la mano, y lo mismo hacía cuando la mandaba algún acto de humildad o le daba licencia para hacerlo, y algunas veces, si lo permitía, le besaba los pies con humildad profundísima.

473. Era tan dócil la soberana Princesa, tan apacible y suave en su proceder, tan oficiosa, rendida y diligente en humillarse, en servir y respetar a todas las doncellas que vivían en el templo, que a todas robaba el corazón y a todas obedecía como si cada una fuera su maestra. Y con la inefable y celestial prudencia que tenía, ordenaba sus acciones de suerte que no se le perdiese ocasión alguna en que adelantarse a todas las obras manuales, humildes y del servicio de sus compañeras y agrado de la voluntad divina.

474. Pero ¿qué diré yo, vilísima criatura, y qué diremos todos los fieles hijos de la Iglesia Católica, llegando a escribir y ponderar este ejemplo vivo de humildad? Virtud grande nos parece que el inferior obedezca al superior y el menor al mayor y humildad grande que el igual quiera obedecer lo que le manda otro igual; pero que el inferior mande y el superior obedezca, que la reina se humille a la esclava, la santísima y perfectísima criatura a un gusanillo, la Señora del cielo y tierra a una ínfima mujercilla; y que esto sea tan de corazón y verdad ¿quién no se admira y se confunde en su desvanecida soberbia? ¿Quién se mira en este claro espejo, que no vea su infeliz presunción? ¿Quién podrá imaginar que ha conocido la humildad verdadera, cuanto menos obrarla, si la reconoce y mira en su propia esfera María santísima? Las almas que vivimos debajo de la obediencia prometida, lleguemos a esta luz para conocer y corregir nuestros desórdenes, cuando la obediencia de los superiores que representan a Dios se nos hace molesta y dura si contradice a nuestro antojo. Quebrántese aquí nuestra dureza, humíllese la más engreída y confúndase en su vergonzosa soberbia y desvanézcase la presunción de la que se juzga por obediente y humilde, por haberse rendido tal vez a los superiores, pues no ha llegado a pensar de sí que a todas es inferior y a ninguna es igual, como lo juzgó la que es superior a todas.

475. La hermosura, gracia, el donaire y agrado de nuestra Reina eran incomparables, porque a más de estar en ella en grado perfectísimo todas las gracias y dones naturales de alma y cuerpo, como no estaban solas, antes obraba en ellas el realce de la gracia sobrenatural y divina, hacía un admirable compuesto de gracias y hermosura en el ser y en el obrar, con que llevaba la admiración y el afecto de todos; aunque la divina providencia moderaba las demostraciones que de esto hicieran cuantos la trataban, si se dejaran a la fuerza de su amor fervoroso con la Reina. En la comida y sueño era, como en las demás virtudes, perfectísima; tenía regla ajustada a la templanza, jamás excedía, ni pudo, antes moderaba algo de lo que era necesario. Y aunque el breve sueño que recibía no la impedía la altísima contemplación como otras veces he dicho (Cf. supra n.353) por su voluntad le dejara; pero en virtud de la obediencia se recogía el tiempo que le habían señalado y en su humilde y pobre lecho, florido (Cant 1,15) de virtudes y de los serafines y ángeles que la guardaban y asistían, gozaba de más altas inteligencias, fuera de la visión beatífica, y de más inflamado amor que todos ellos juntos.

476. Dispensaba el tiempo y le distribuía con rara discreción, para dar el que le tocaba a cada una de sus acciones y ocupaciones. Leía mucho en las sagradas Escrituras antiguas; y con la ciencia infusa estaba tan capaz de todas ellas y de sus profundos misterios, que ninguno se le ocultó, porque le manifestó el Altísimo todos sus secretos y sacramentos, y con los santos ángeles de su custodia los trataba y confería, confirmándose en ellos y preguntándoles muchas cosas con incomparable profundidad y grande agudeza. Y si esta soberana Maestra escribiera lo que entendió, tuviéramos otras muchas escrituras divinas, y de las que tiene la Iglesia alcanzáramos toda la inteligencia perfecta de sus profundos sentidos y misterios. Pero de toda esta plenitud de ciencia se valía para el culto, alabanza y amor divino y toda la reducía a este fin, sin que en ella hubiese rayo de luz ocioso ni estéril. Era prestísimo en discurrir, profundísima en entender, altísima y nobilísima en pensamientos, prudentísima en elegir y disponer, eficacísima y suavísima en obrar y en todo era una regla perfectísima y un objeto prodigioso de admiración para los hombres, para los ángeles y, en su modo, para el mismo Señor, que la hizo toda a su corazón y agrado.

Doctrina de la soberana Señora.

477. “Hija mía, la naturaleza humana es imperfecta y remisa en obrar la virtud y frágil en desfallecer, porque se inclina mucho al descanso y repugna al trabajo con todas sus fuerzas. Y cuando el alma escucha y contemporiza con las inclinaciones de la parte animal y le da mano, ella la toma de suerte que se hace superior a las fuerzas de la razón y del espíritu y le reduce a peligrosa y vil servidumbre. En todas las almas este desorden de la naturaleza es abominable y formidable, pero sin comparación le aborrece Dios en sus ministros y religiosos, a quienes, como la obligación de ser perfectos es más legítima, así es mayor el daño de no salir siempre victoriosos de esta contienda de las pasiones. De esta tibieza en resistir y la frecuencia en ser vencidos, resulta un desaliento y perversidad de juicio, que vienen a satisfacer y quedar mal seguros con hacer algunas ceremonias muy leves de virtud, y aun les parece, sin hacer cosa de provecho, que mudan un monte de una parte a otra. Introduce con esto el demonio otros divertimientos y tentaciones y, con el poco aprecio que hacen de las leyes y ceremonias comunes de la religión, vienen a desfallecer casi en todas y, juzgándolas cada una por cosa leve y pequeña, llegan a perder el conocimiento de la virtud y vivir en una falsa seguridad.

478. “Pero tú, hija mía, quiero que te guardes de tan peligroso engaño y adviertas que un descuido voluntario en una imperfección dispone y abre camino para otra, y éstas para los pecados veniales, y ellos para los mortales, y de un abismo en otro se llega al profundo y al desprecio de todo mal. Para prevenir este daño se debe atajar muy de lejos la corriente, porque una obra o ceremonia que parece pequeña es antemuralla que detiene lejos al enemigo, y los preceptos y leyes de las obras mayores obligatorias son el muro de la conciencia, y si el demonio rompe y gana la primera defensa está más cerca de ganar la segunda, y si en ésta hace portillo con algún pecado, aunque no sea gravísimo, ya tiene más fácil y seguro el asalto del reino interior del alma, y como ella se halla debilitada con los actos y hábitos viciosos, y sin las fuerzas de la gracia, no resiste con fortaleza, y el demonio que la tiene adquirida la sujeta y oprime sin hallar resistencia.

479. “Considera, pues, ahora, carísima, cuánto ha de ser tu desvelo entre tantos peligros, cuánta tu obligación para no dormir entre ellos. Considérate religiosa, esposa de Cristo, prelada, enseñada, ilustrada y llena de tan singulares beneficios, y por estos títulos y otros, que en ellos debes ponderar, mide tu cuidado, pues a todos debes retorno y correspondencia a tu Señor. Trabaja, porque seas puntual en el cumplimiento de todas las ceremonias y leyes de la religión y para ti no haya ley, ni mandato, ni acción perfecta que sea pequeña; ninguna desprecies ni olvides, todas las observa con rigor, porque en los ojos de Dios todo es precioso y grande, lo que se hace por su gusto. Cierto es que le tiene en ver cumplido lo que manda y que el despreciarlo le ofende. En todo considera que tienes Esposo a quien agradar, Dios a quien servir, Padre a quien obedecer, Juez a quien temer y Maestra a quien imitar y seguir.

480. Para que todo esto lo cumplas has de renovar en tu ánimo una resolución fuerte y eficaz de no oír a tus inclinaciones ni consentir en la flojedad remisa de tu naturaleza; ni, por la dificultad que sintieres, omitir acción o ceremonia alguna, aunque sea besar la tierra, cuando sueles hacerlo, según la costumbre de la religión; lo poco y lo mucho ejecuta con afecto y constancia y serás agradable a los ojos de mi Hijo y a los míos. En las obras de supererogación pide consejo a tu confesor y prelado; y primero suplica a Dios que le dé acierto y llega desnuda de toda inclinación y afecto a cosa determinada, y lo que te ordenare, óyelo y escríbelo en tu corazón y ejecútalo con puntualidad; y si es posible acudir a la obediencia y consejo, nunca por ti sola determines cosa alguna por más buena que te parezca; que la voluntad de Dios se te manifestará siempre por la santa obediencia.”

CAPITULO 5

Regresar al Principio

Del grado perfectísimo de las virtudes de María santísima en general y cómo las iba ejecutando.

481. Es la virtud un hábito que adorna y ennoblece la potencia racional de la criatura y la inclina a la buena operación. Se llama hábito, porque es una cualidad permanente que con dificultad aparta de la potencia, a diferencia del acto que se pasa luego y no permanece. Inclina y facilita la virtud a las operaciones y las hace buenas; lo que no tenía por sí sola la potencia, porque es indiferente para las obras buenas y malas. Fue adornada María santísima desde el primer instante de su vida con los hábitos de todas las virtudes en grado eminentísimo, y continuamente fueron aumentando con nueva gracia y operaciones perfectas en que ejercitaba con altísimos merecimientos de todas las virtudes que la mano del Señor le había infundido.

482. Y aunque las potencias de esta Señora y Princesa soberana no estaban desordenadas, ni tuvieron repugnancia que vencer, como la tenemos los demás hijos de Adán, porque a ella ni la alcanzó la culpa, ni la concupiscencia que inclina al mal y resiste al bien, pero tenían aquellas ordenadas potencias capacidad para que los hábitos virtuosos las inclinasen a lo mejor y más perfecto, santo y loable. A más de esto, era criatura pasible y pura, estaba sujeta a sentir pena y a inclinarse al descanso lícito y dejar de hacer algunas obras, a lo menos de supererogación, y sin culpa pudiera sentir alguna propensión a no hacerlas. Para vencer esta natural inclinación y apetito le ayudaron los hábitos perfectísimos de las virtudes, a cuyas inclinaciones cooperó la Reina del cielo tan varonilmente, que en ningún efecto frustró ni impidió la fuerza con que la movían y purificaban en todas las obras.

483. Con esta armonía y hermosura de todos los hábitos virtuosos estaba el alma santísima de María tan ilustrada, ennoblecida y enderezada al bien y al último fin de la criatura, tan fácil, pronta, eficaz y alegre en el bien obrar, que si fuera posible penetrar con nuestra flaca vista aquel secreto tan sagrado de su pecho, fuera el objeto más hermoso y admirable de todas las criaturas y de mayor gozo después del mismo Dios. Todo estaba en María purísima como en su propio centro y esfera; y así tenían todas estas virtudes su última perfección sin que se pudiese decir: esto le falta para ser hermoso y consumado. Y a más de las virtudes que recibió infusas tuvo también las adquiridas, que con el uso y ejercicio granjeó. Y si en las demás almas un acto se suele decir que no es virtud, porque son necesarios muchos repetidos para adquirirla, pero las obras de María santísima fueron tan eficaces, intensas y perfectas, que cada una excedía a todas las de todas las demás criaturas; y conforme a esto, donde fueron tan repetidos los actos virtuosos, sin perder punto ni grado de perfectísima eficacia ¿qué hábitos serían los que esta divina Señora adquirió con sus propias obras? El fin del obrar, que hace también el acto virtuoso, porque ha de ser bueno y bien hecho, fue en María Señora nuestra el supremo de todas las obras, que es el mismo Dios; porque nada hizo que no la moviese la gracia y que no lo encaminase a la mayor gloria y beneplácito del mismo Señor, mirándole como motivo y último fin.

484. Estos dos géneros de virtudes infusas y adquiridas asientan sobre otra virtud que se llama natural, porque nace en nosotros con la misma naturaleza racional, y tiene por nombre sindéresis. Este es un conocimiento que la luz de la razón tiene de los primeros fundamentos y principios de la virtud y una inclinación a ella que a esta luz corresponde en nuestra voluntad, como conocer que debes amar a quien te hace bien, que no hagas con otro lo que no quieres que se haga contigo mismo, etc. En la Reina santísima fue esta virtud natural o sindéresis excelentísima y de los principios naturales infería con suma y profunda claridad las consecuencias de todo lo bueno, aunque fuese muy remoto, porque discurría con increíble viveza y rectitud. Para estos discursos se valía de la noticia infusa de las criaturas, especialmente de las más nobles y universales, los cielos, sol, luna y estrellas, y disposición de todos los orbes y elementos; y en todo discurría desde el principio al fin, convidando a todas estas criaturas a que alabasen a su Criador y llevasen al hombre tras de sí hasta darle este mismo conocimiento que por ellas podía alcanzar, y no le detuviese hasta llegar al Criador y Autor de todo.

485. Las virtudes infusas se reducen a dos órdenes y clases. En la primera entran solamente las que tienen a Dios por objeto inmediato; por esto se llaman teologales, que son fe, esperanza y caridad. En el segundo orden están todas las otras virtudes que tienen por objeto próximo algún medio o bien honesto que encamina el alma al último fin, que es el mismo Dios; y éstas se llaman virtudes morales, porque pertenecen a las costumbres y, aunque son muchas en número, se reducen a cuatro cabezas, que por esto se llaman cardinales, cuales son prudencia, justicia, fortaleza y templanza. De todas estas virtudes y sus especies hablaré adelante en particular lo que pudiere, para declarar cómo todas y cada una estuvieron en las potencias de la soberana Reina. Ahora sólo advierto generalmente que ninguna le faltó en grado perfectísimo y con ellas tuvo todos los dones del Espíritu Santo y los frutos y bienaventuranzas. Y ningún género de gracia ni beneficio necesario para la perfección hermosísima de su alma y potencias, dejó de infundirle Dios desde el primer instante de su concepción, así en la voluntad como en el entendimiento, donde tuvo los hábitos y especies de las ciencias. Y para decirlo de una vez, todo lo bueno que pudo darle el Altísimo, como a Madre de su Hijo, siendo ella pura criatura, todo se lo dio en supremo y eminentísimo grado. Y sobre esto crecieron todas sus virtudes: las infusas, porque las aumentaba con sus merecimientos, y las adquiridas, porque las engendró y adquirió con los intensísimos actos que hacía mereciendo.

Doctrina de la Madre de Dios y Virgen santísima.

486. “Hija mía, a todos los mortales sin diferencia comunica el Altísimo la luz de las virtudes naturales; y a los que se disponen con ellas y con sus auxilios, les concede las infusas cuando los justifica; y estos dones distribuye como Autor de naturaleza y gracia más o menos, según su equidad y beneplácito. En el bautismo infunde las virtudes de fe, esperanza y caridad y con ellas infunde otras para que con todas trabaje y obre bien la criatura y no sólo se conserve en los dones recibidos por virtud del sacramento, pero adquiera otros con sus propias obras y merecimientos. Esta fuera la suma dicha y felicidad de los hombres si correspondieran al amor que les muestra su Criador y Reparador, hermoseando sus almas y facilitándoles con los hábitos infusos el ejercicio virtuoso de la voluntad; pero el no corresponder a tan estimable beneficio los hace en extremo infelices, porque en esta deslealtad consiste la primera y mayor victoria del demonio contra ellos.

487. “De ti, alma, quiero que te ejercites y trabajes con las virtudes naturales y sobrenaturales, con incesante diligencia para adquirir los hábitos de las otras virtudes, que tú puedes granjear con los actos frecuentados de las que Dios graciosa y liberalmente te ha comunicado; porque los dones infusos, junto con los que granjea y adquiere el alma, hacen un adorno y un compuesto de admirable hermosura y sumo agrado en los ojos del Altísimo. Y te advierto, carísima, que la mano poderosa de tu Señor ha sido tan larga en estos beneficios para con tu alma, enriqueciéndola de grandes joyas de su gracia, que si fueras desagradecida será tu culpa y tu cargo mayor que con muchas generaciones. Considera y advierte la nobleza de las virtudes, cuánto ilustran y hermosean al alma por sí solas, pues cuando no tuvieran otro fin ni les siguiera otro premio, el poseerlas era grande por su misma excelencia; pero lo que las sube de punto es tener por fin último al mismo Dios, a quien ellas van buscando con la perfección y verdad que en sí contienen; y llegando a tan alto premio como parar en Dios, con esto hacen a la criatura dichosa y bienaventurada.”

CAPITULO 6

Regresar al Principio

De la virtud de la fe y su ejercicio que tuvo María santísima.

488. En breves razones comprendió santa Isabel, como lo refiere el evangelista san Lucas (Lc 1,45 (A.)) la grandeza de la fe de María santísima, cuando la dijo: “Bienaventurada eres por haber creído; que por esto se cumplirán en ti las palabras y promesas del Señor.” Por la felicidad y bienaventuranza de esta gran Señora y por su inefable dignidad se ha de medir su fe; pues fue tal y tan excelente que por haber creído llegó a la grandeza mayor después era del mismo Dios. Creyó el mayor sacramento de los sacramentos y misterios que en ella se habían de obrar. Y fue tal la prudencia y ciencia divina de María nuestra Señora para dar crédito a esta verdad tan nueva y nunca vista, que trascendió sobre todo el humano y angélico entendimiento y sólo en el divino se pudo fraguar su fe, como en la oficina del poder inmenso del Altísimo, donde todas las virtudes de esta Reina se fabricaron con el brazo de Su Alteza. Yo me hallo siempre atajada y torpe para hablar de estas virtudes y mucho más para las anteriores; porque es grande la inteligencia y luz que de ellas se me ha dado, pero muy limitados los términos humanos para declarar los conceptos y actos de fe engendrados en el entendimiento y espíritu de la más fiel de todas las criaturas, o la que fue más que todas juntas; diré lo que pudiere, reconociendo mi incapacidad para lo que pedía mi deseo, y mucho más el argumento.

489. Fue la fe de María santísima un asombro de toda la naturaleza criada y un patente prodigio del poder divino; y porque en ella estuvo esta virtud de la fe en el supremo y perfectísimo grado que pudo tener, en gran parte y por algún modo satisfizo a Dios la mengua que en la fe habían de tener los hombres. Dio el Altísimo a los mortales viadores esta excelente virtud, para que sin embarazo de la carne mortal tuviesen noticia de la divinidad y sus misterios y obras admirables, tan cierta, infalible y segura en la verdad como si le vieran cara a cara, así como le ven los ángeles bienaventurados. El mismo objeto y la misma verdad que ellos tienen patente con claridad, esa creemos nosotros debajo del velo y oscuridad de la fe.

490. Este grandioso beneficio, mal conocido y peor agradecido de los mortales, bien se deja entender volviendo los ojos al mundo cuántas naciones, reinos y provincias le han desmerecido desde el principio del mundo; cuántas le han arrojado de sí infelizmente, habiéndoselo concedido el Señor con liberal misericordia; y cuántos fieles, habiéndolo recibido sin merecerlo, le malogran y le tienen como de burlas, ocioso y sin provecho ni efecto para caminar con él a conseguir el último fin adonde los endereza y guía. Convenía, pues, a la divina equidad, que esta lamentable pérdida tuviese alguna recompensa y que tan incomparable beneficio tuviese adecuado y proporcionado retorno, en cuanto fuese posible a las criaturas, y que entre ellas se hallase alguna en quien estuviera la virtud de la fe en grado perfectísimo, como en ejemplar y medida de todos los demás.

491. Todo esto se halló en la gran fe de María santísima y sólo por ella y para ella, cuando fuera sola esta Señora en el mundo, convenientísimamente hubiera Dios criado y fabricado la virtud excelente de la fe; porque sola María purísima desempeñó a la divina providencia para que, a nuestro modo de entender, no padeciera mengua de parte de los hombres, ni quedara frustrada en la formación de esta virtud y en la corta correspondencia que en ella le habían de mostrar los mortales. Este defecto recompensó la fe de la soberana Reina, y ella copió en sí misma la divina idea de esta virtud con la suma posible perfección; y todos los demás creyentes se pueden regular y medir por la fe de esta Señora y serán más o menos fieles cuanto más o menos se ajustaren con la perfección de su fe incomparable. Y para esto fue elegida por maestra y ejemplar de todos los creyentes, entrando los patriarcas, profetas, apóstoles y mártires y todos cuantos con ellos han creído y creerán los artículos de la fe cristiana hasta el fin del mundo.

492. Alguno podría dificultar cómo se compadecía que la Reina del cielo ejercitase la fe, supuesto que tuvo muchas veces visión clara de la divinidad y muchas más la tuvo abstractiva, que también hace evidencia de lo que conoce el entendimiento, como queda dicho arriba (Cf. supra n. 229 y 237) y adelante repetiré muchas veces (Passim). Y la duda nacerá de que la fe es la sustancia de las cosas que esperamos y argumento de las que no vemos, como lo dice el Apóstol (Heb 11,1 (A.)) que es decirnos cómo de las cosas que ahora esperamos del último fin de la bienaventuranza no tenemos otra presencia, ni sustancia o esencia, mientras somos viadores, más de la que contiene la fe en su objeto creído oscuramente y por espejo; si bien, la fuerza de este hábito infuso con que inclina a creer lo que no vemos y la certeza infalible de lo creído hacen un argumento infalible y eficaz para el entendimiento y para que la voluntad segura y sin temor crea lo que desea y espera. Y conforme a esta doctrina, si la Virgen santísima en esta vida llegó a ver y tener a Dios que todo es uno sin el velo de la fe oscura, no parece que le quedaría oscuridad para creer por fe lo que había visto con claridad cara a cara, y más si en su entendimiento permanecían las especies adquiridas en la visión clara o en la evidente de la divinidad.

493. Esta duda no sólo no impide la fe de María santísima, pero antes la engrandece y levanta de punto, pues quiso el Señor que su Madre fuese tan admirable en el privilegio de esta virtud de la fe y lo mismo es de la esperanza que trascendiese a todo el orden común de los otros viadores y que su excelente entendimiento, para ser maestra y artífice de estas grandes virtudes, fuese ilustrado unas veces por los actos perfectísimos de la fe y esperanza, otras con la visión y posesión, aunque de paso, del fin y objeto que creía y esperaba, para que en su original conociese y gustase las verdades que como maestra de los creyentes había de enseñar a creer por virtud de la fe; y juntar estas dos cosas en el alma santísima de María era fácil al poder de Dios; y siéndolo era como debido a su Madre purísima, a quien ningún privilegio por grande desdecía, ni le debía faltar.

494. Verdad es que con la claridad del objeto que conocemos no se compadece la oscuridad de la fe con que creemos lo que no vemos, ni con la posesión la esperanza, ni María santísima, cuando gozaba de estas visiones evidentes, ni cuando usaba de las especies que con evidencia, aunque abstractiva, le manifestaban los objetos, ejercitaba los actos oscuros de la fe, ni usaba de su hábito, sino de solo el de la ciencia infusa. Mas no por esto quedaban ociosos los hábitos de las dos virtudes teologales, fe y esperanza; porque el Señor, para que María purísima usase de ellos, suspendía el concurso o detenía el uso de las especies claras y evidentes, con que cesaba la ciencia actual y obraba la fe oscura, en cuyo perfectísimo estado quedaba a tiempos la soberana Reina, ocultándose el Señor para todas las noticias claras; como sucedió en el misterio altísimo de la Encarnación del Verbo, de que diré en su lugar (Cf. infra p.II n.119,133).

495. No convenía que la Madre de Dios careciera del premio de estas virtudes infusas de la fe y esperanza; y para alcanzarle había de merecerle y para merecerle había de ejercitar sus operaciones proporcionadas al premio; y como éste fue incomparable, así lo fueron los actos de fe que obró esta gran Señora en todas y en cada una de las verdades católicas; porque todas las conoció y creyó explícitamente con altísima y perfectísima creencia como viadora. Y claro está que cuando el entendimiento tiene evidencia de lo que conoce no aguarda para creer al consentimiento de la voluntad, porque antes que ella se lo mande es compelido de la misma claridad a dar asenso firme; y por eso aquel acto de creer lo que no puede negar no es meritorio. Y cuando María santísima asintió a la embajada del arcángel, fue digna de incomparable premio, porque en el asenso de tal misterio mereció; y lo mismo sucedió en los otros que creyó, cuando el Altísimo disponía que usase de la fe infusa y no de la ciencia, aunque también con ésta tenía su mérito, por el amor que con ella ejercitaba, como en diferentes lugares he dicho (Cf. supra n.231, 380,383).

496. Tampoco le dieron el uso de la ciencia infusa cuando perdió al Niño, a lo menos para conocer aquel objeto dónde estaba, como con aquella luz conocía otros muchos; ni tampoco usaba entonces de las especies claras de la divinidad; y lo mismo fue al pie de la cruz, que suspendía el Señor la vista y operaciones que en el alma santísima de su Madre habían de impedir el dolor; porque entonces convenía que le tuviese y obrase la fe sola y la esperanza. y el gozo que tuviera con cualquiera vista o noticia, aunque fuera abstractiva, de la divinidad, naturalmente impidiera al dolor, si no hacía Dios nuevo milagro para que estuviesen juntos pena y gozo. Y no convenía que Su Majestad hiciera este milagro, pues con el padecer se compadecían en la Reina del cielo el mérito e imitación de su Hijo santísimo con las gracias y excelencia de Madre. Por esto buscó al Niño con dolor (Lc 2,48) como ella lo dijo, y con fe viva y esperanza; y también las tuvo en la pasión y resurrección de su único y amado Hijo, que creía y esperaba; permaneciendo en ella sola esta fe de la Iglesia, como reducida entonces esta virtud a su Maestra y Fundadora.

497. Tres condiciones o excelencias particulares se pueden considerar en la fe de María santísima: la continuación, la intensión y la inteligencia con que creía. La continuación sólo se interrumpía cuando con claridad intuitiva o evidencia abstractiva miraba a la divinidad, como ya he dicho; pero distribuyendo los actos interiores del conocimiento de Dios que tenía la Reina del cielo aunque sólo el mismo Señor que los dispensaba puede saber cuándo y en qué tiempos ejercitaba su Madre santísima los unos actos o los otros; pero jamás estuvo ocioso su entendimiento, sin cesar solo un instante de toda su vida, desde el primero de su concepción, en que perdiese a Dios de vista; porque si suspendía la fe, era porque gozaba de la vista de la divinidad clara o evidente por ciencia altísima infusa, y si el Señor le ocultaba este conocimiento, entraba obrando la fe; y en la sucesión y vicisitud de estos actos había una concertadísima armonía en la mente de María santísima, a cuya atención convidaba el Altísimo a los espíritus angélicos, según aquello que dijo en los Cantares, cap. 8 (Cant 8,13 (A.)): La que habitas en los huertos, los amigos te escuchan, hazme oír tu voz.

498. En la eficacia o intensión que tenía la fe de esta soberana Princesa excedió a todos los apóstoles, profetas y santos juntos y llegó a lo supremo que pudo caber en pura criatura. Y no sólo excedió a todos los creyentes, pero tuvo la fe que faltó a todos los infieles que no han creído y con la fe de María santísima pudieron todos ser ilustrados. Por lo cual de tal suerte estuvo en ella firme, inmóvil y constante, cuando los Apóstoles en el tiempo de la pasión desfallecieron, que si todas las tentaciones, engaños, errores y falsedades del mundo se juntaran, no pudieran contrarrestar ni turbar la invencible fe de la Reina de los fieles; y su Fundadora y Maestra a todos venciera y contra todos saliera victoriosa y triunfante.

499. La claridad o inteligencia con que creía explícitamente todas las verdades divinas no se puede reducir a palabras sin oscurecerla con ellas. Sabía María purísima todo lo que creía y creía todo lo que sabía; porque la ciencia infusa teológica de la credibilidad de los misterios de la fe y su inteligencia estuvo en esta sapientísima Virgen y Madre con el grado más alto que a pura criatura fue posible. Tenía en acto esta ciencia y memoria de ángel sin olvidar lo que una vez aprendía; y siempre usaba de esta potencia y dones para creer profundamente, salvo cuando por divina disposición ordenaba Dios que por otros actos se suspendiese en la fe, como arriba dije (Cf. supra n.494 ,467). Y fuera de no ser comprensora, tenía en el estado de peregrina al cielo, para creer y conocer a Dios, la inteligencia más alta y más inmediata en la esfera de la fe con la noticia clara de la divinidad, con que transcendía el estado de todos los viadores o peregrinos, siendo ella sola en otra clase y estado de viadora a que ninguno otro pudo llegar.

500. Y si María santísima, cuando ejercitaba los hábitos de fe y esperanza, tenía el estado más ordinario para ella, y por eso era el más inferior, y en él excedía a todos los santos y ángeles y en los merecimientos se les adelantó amando más que ellos ¿qué sería lo que obraba, merecía y amaba, cuando era levantada por el poder divino a otros beneficios y estado más alto de la visión beatífica o conocimiento claro de la divinidad? Si al entendimiento angélico le faltarían fuerzas para entenderlo y penetrarlo ¿cómo tendrá palabras para explicarlo una criatura terrena? Yo quisiera al menos, que todos los mortales conocieran el valor y precio de esta virtud de la fe, considerándola en este divino ejemplar donde llegó a los últimos términos de su perfección y adecuadamente tocó el fin para el que fue fabricada. Lleguen los infieles, herejes, paganos, idólatras a la maestra de la fe, María santísima, para que sean iluminados en sus engaños y tenebrosos errores y hallarán el camino seguro para atinar con el último fin para el que fueron criados. Lleguen también los católicos y conozcan el copioso premio de esta excelente virtud y pidan con los apóstoles al Señor que les aumente la fe (Lc 17,5 (A.)) no para llegar a la de María santísima, mas para imitarla y seguirla, pues con su fe nos enseña y nos da esperanza de alcanzarla nosotros por sus merecimientos altísimos.

501. Al patriarca Abrahán llamó san Pablo (Rom 4,11 (A.)) padre de todos los creyentes, porque fue quien primero recibió las promesas del Mesías y creyó todo lo que Dios le prometió, creyendo en esperanza contra esperanza (Rom. 4,18) que es decir cuán excelente fue la fe del Patriarca, pues el primero creyó las promesas del Señor, cuando no podía tener esperanza humana en la virtud de las causas naturales, así para que su mujer Sara le pariese un hijo ya estéril, como para que ofreciéndosele después a Dios en sacrificio como se lo mandaba, le quedase de él la sucesión innumerable (Gen 15,5) que el mismo Señor le había prometido. Todo esto que naturalmente era Imposible y otras palabras y promesas creyó Abrahán que haría el poder divino sobrenaturalmente, y por esta fe mereció ser llamado padre de todos los creyentes y recibir la señal de la fe en que se había justificado, que fue la circuncisión.

502. Pero nuestra preexcelsa señora María tiene mayores títulos y prerrogativas que Abrahán para ser llamada Madre de la fe y de todos los creyentes y en su mano está enarbolado el estandarte y portaestandarte de la fe para todos los creyentes de la ley de gracia. Primero fue el patriarca en el orden del tiempo, y de primer intento fue dado por padre y cabeza del pueblo hebreo; grande y excelente fue su fe en las promesas de Cristo nuestro Señor yen las palabras del Altísimo; pero en todas estas obras fue la fe de María purísima más admirable sin comparación, y así es la primera en la dignidad. Mayor dificultad o imposibilidad era parir y concebir una virgen que una vieja estéril; y no estaba el patriarca Abrahán tan cierto de que se ejecutara el sacrificio de Isaac, como lo estaba María santísima de que sería con efecto sacrificado su Hijo santísimo. Y ella fue la que en todos los misterios creyó, esperó y enseñó a toda la Iglesia cómo debía creer en el Altísimo y las obras de la Redención. Y conocida la fe de María nuestra Reina, ella es la madre de los creyentes y el ejemplar de la fe Católica y de la santa esperanza. Y para concluir este capítulo, digo que Cristo, nuestro Redentor y Maestro, como era comprensor y su alma santísima gozaba la suma gloria y visión beatífica, no tenía fe ni podría usar de ella, ni con sus actos pudo ser maestro de esta virtud. Pero lo que no pudo hacer el Señor por sí mismo hizo por su Madre santísima, constituyéndola fundadora, madre y ejemplar de la fe de su Iglesia evangélica, y para que el día del juicio universal sea esta soberana Señora y Reina juez que singularmente asista con su Hijo santísimo a juzgar los que después no han creído, habiéndoles dado este ejemplo en el mundo.

Doctrina de la Madre de Dios y Señora nuestra.

503. “Hija mía, el tesoro inestimable de la virtud de la fe divina está oculto a los mortales que sólo tienen ojos carnales y terrenos; porque no le saben dar el aprecio y estimación que piden este don y beneficio de tan incomparable valor. Advierte, carísima, y considera cuál estuvo el mundo sin fe y cuál estaría hoy si mi Hijo y Señor no la conservase. ¡Cuántos hombres que el mundo ha celebrado por grandes, poderosos y sabios, por faltarles la luz de la fe se despeñaron desde las tinieblas de su infidelidad en abominables pecados y de allí a las tinieblas eternas del infierno! ¡Cuántos reinos y provincias llevaron ciegas y llevan hoy tras de sí estos más ciegos, hasta caer todos en la fóvea de las penas eternas! A estos siguen los malos fieles y creyentes que, habiendo recibido esta gracia y beneficio de la fe, viven con él como si no le tuviesen en sus almas.

504. “No te olvides, amiga mía, de agradecer esta preciosa margarita que te ha dado el Señor, como arras y vínculo del desposorio que contigo ha celebrado para traerte al tálamo de su santa Iglesia y después al de su eterna visión beatífica. Ejercita siempre esta virtud de la fe, pues ella te pone cerca del último fin adonde caminas y del objeto que deseas y amas. Ella es la que enseña el camino cierto de la eterna felicidad, ella es la que luce en las tinieblas de la vida mortal de los viadores o peregrinos al cielo y los lleva seguros a la posesión de su patria, adonde debían caminar si no estuvieran muertos con la infidelidad y pecados. Ella es la que despierta las demás virtudes, la que sirve de alimento al justo y le entretiene en sus trabajos. Ella es la que confunde y atemoriza a los infieles y a los tibios fieles, negligentes en el obrar; porque les manifiesta en esta vida sus pecados y en la otra el castigo que les aguarda. Es la fe poderosa para todo, pues al creyente nada le es imposible (Mc 9,22) antes lo puede y lo alcanza todo; es la que ilustra y ennoblece al entendimiento humano, pues le adiestra para que no yerre en las tinieblas de su natural ignorancia y le levanta sobre sí mismo para que vea y entienda con infalible certeza lo que no alcanzara por sus fuerzas y lo crea tan seguro como si lo viera con evidencia; y le desnuda de la grosería y villanía, cual es no creer el hombre más de aquello que él mismo con su cortedad alcanza, siendo tan poco y limitado mientras vive el alma en la cárcel del cuerpo corruptible, sujeta en el entender al uso grosero de los sentidos. Estima, pues, hija mía, esta preciosa margarita de la fe Católica que Dios te ha dado y guárdala y ejercítala con aprecio y reverencia.

CAPITULO 7

Regresar al Principio

De la virtud de la esperanza y ejercicio de ella que tuvo la Virgen Señora nuestra.

505. A la virtud de la fe sigue la esperanza, a quien ella se ordena; porque si el altísimo Dios nos infunde la luz de la fe divina, con que todos sin diferencia y sin aguardar tiempo vengamos en el conocimiento infalible de la divinidad y de sus misterios y promesas, es para que conociéndole por nuestro último fin y felicidad, y también los medios para llegar a él, nos levantemos en un vehemente deseo de conseguirle cada uno para sí mismo. Este deseo, a quien se sigue como efecto el intento de alcanzar el sumo bien, se llama esperanza, cuyo hábito se nos infunde en el bautismo en nuestra voluntad, que se llama apetito racional; porque a ella le toca apetecer la eterna felicidad como su mayor bien e interés y también el esforzarse con la divina gracia para alcanzarle y vencer las dificultades que en esta contienda se ofrecieren.

506. Cuán excelente virtud es la esperanza, se conoce de que tiene por objeto a Dios como último y sumo bien nuestro, aunque le mira y le busca como ausente, pero como posible o adquirible por medio de los merecimientos de Cristo y de las obras que hace quien espera. Se regulan los actos y operaciones de esta virtud por la lumbre de la fe divina y de la prudencia particular con que aplicamos a nosotros mismos las promesas infalibles del Señor; y con esta regla obra la esperanza infusa tocando el medio de la razón, entre los vicios contrarios de la desesperación y presunción, para que ni vanamente presuma el hombre alcanzar la gloria eterna con sus fuerzas o sin hacer obras para merecerla, ni tampoco si quiere hacerlas tema ni desconfíe que la alcanzará, como el Señor se lo promete y asegura. Y esta seguridad común y general a todos, enseñada por la fe divina, se aplica el hombre que espera por medio de la prudencia y sano juicio que hace de sí mismo para no desfallecer ni desesperar.

507. Y de aquí se conoce que la desesperación puede venir de no creer lo que la fe nos promete o, en caso que se crea, de no aplicarse a sí mismo la seguridad de las promesas divinas, juzgando con error que él no puede conseguirlas. Entre estos dos peligros procede segura la esperanza, suponiendo y creyendo que no me negará Dios a mí lo que prometió a todos y que la promesa no fue absoluta sino debajo de condición, que yo de mi parte trabajase y procurase merecerla en cuanto me fuese posible con el favor de su divina gracia; porque si Dios hizo al hombre capaz de su vista y eterna gloria, no era conveniente que llegase a tanta felicidad por medio del mal uso de las mismas potencias con que le había de gozar, que son los pecados, sino usando de ellas con proporción al fin adonde con ellas camina. Y esta proporción consiste en el buen uso de las virtudes, con las cuales se dispone el hombre para llegar a gozar del sumo bien, buscándole desde luego en esta vida con el conocimiento y amor divino.

508. Tuvo, pues, esta virtud de la esperanza en María santísima el sumo grado de perfección posible en sí y con todos sus efectos y circunstancias o condiciones; porque el deseo y propósito de conseguir el último fin de la vista y fruición divina tuvo en ella mayores causas que en todas las criaturas; y esta fidelísima y prudentísima Señora no impedía sus efectos, antes los ejecutaba con suma perfección posible a pura criatura. No sólo tuvo Su Alteza fe infusa de las promesas del Señor, a la cual, siendo como fue la mayor, correspondía también proporcionadamente la mayor esperanza; pero tuvo sobre la fe la visión beatífica, en que por experiencia conoció la infinita verdad y fidelidad del Altísimo. Y si bien no usaba de la esperanza cuando gozaba de la vista y posesión de la divinidad, pero después que se reducía al estado ordinario le ayudaba la memoria del sumo bien que había gozado para esperarle y apetecerle ausente con mayor fuerza y conato; y este deseo era un género de nueva y singular esperanza en la Reina de las virtudes.

509. Otra causa tuvo también la esperanza de María santísima para ser mayor y sobre la esperanza de todos los fieles juntos; porque el premio y gloria de esta soberana Reina, que es el principal objeto de la esperanza, fue sobre toda la gloria de los ángeles y santos; y conforme al conocimiento de tanta gloria que el Altísimo le dio, tuvo la suma esperanza y afecto para conseguirla. Y para que llegase a lo supremo de esta virtud, esperando dignamente todo lo que el brazo poderoso de Dios quería obrar en ella, fue prevenida con la luz de la fe suprema, con los hábitos y auxilios y dones proporcionados y con especial movimiento del Espíritu Santo. Y lo mismo que decimos de la suma esperanza que tuvo del objeto principal de esta virtud, se ha de entender de los otros objetos que llaman secundarios, porque los beneficios, dones y misterios que se obraron en la Reina del cielo fueron tan grandes, que no pudo extenderse a más el brazo del omnipotente Dios. Y como esta gran Señora los había de recibir mediante la fe y esperanza de las promesas divinas, proporcionándose con estas virtudes para recibirlas, por eso era necesario que su fe y esperanza fuesen las mayores que en pura criatura eran posibles.

510. Y si, como queda dicho (Cf. supra 499) de la virtud de la fe, tuvo la Reina del cielo conocimiento y fe explícita de todas las verdades reveladas y de todos los misterios y obras del Altísimo, y a los actos de fe correspondían los de la esperanza, ¿quién podrá entender, fuera del mismo Señor, cuántos y cuáles serían los actos de esperanza que tuvo esta Señora de las virtudes, pues conoció todos los misterios de su propia gloria y felicidad eterna y los que en ella y en el resto de la Iglesia evangélica se habían de obrar por los méritos de su Hijo santísimo? Por sola María, su Madre, formara Dios esta virtud y la diera como la dio a todo el linaje humano, como antes dijimos de la virtud de la fe (Cf. supra n.491).

511. Por esta razón la llamó el Espíritu Santo Madre del amor hermoso y de la santa esperanza (Eclo 24,24 (A.)); y así como el darle carne al Verbo divino la hizo Madre de Cristo, así el Espíritu Santo la hizo Madre de la esperanza; porque con su especial concurso y operación concibió y parió esta virtud para los fieles de la Iglesia. Y el ser Madre de la santa esperanza fue como consiguiente y anejo a ser Madre de Jesucristo nuestro Señor, pues conoció que en su Hijo nos daba toda nuestra segura esperanza. Y por estos concebimientos y partos adquirió la Reina santísima cierto género de dominio y autoridad sobre la gracia y promesas del Altísimo que con la muerte de Cristo nuestro Redentor, hijo de María, se habían de cumplir; porque todo nos lo dio esta Señora, cuando mediante su voluntad libre concibió y parió al Verbo humanado y en él todas nuestras esperanzas. Donde se cumplió legítimamente aquello que la dijo el Esposo: Tus emisiones fueron paraíso (Cant 4,13 (A.)); porque todo cuanto salió de esta Madre de la gracia fue para nosotros felicidad, paraíso y esperanza cierta de conseguirle.

512. Padre celestial y verdadero tenía la Iglesia en Jesucristo, que la engendró, fundó y con sus merecimientos y trabajos la enriqueció de gracias, ejemplos y doctrinas, como era consiguiente a ser tal Padre y autor de esta admirable obra; parece que a su perfección convenía que juntamente tuviese madre amorosa y blanda, que con regalo y caricia suave y con maternal afecto e intercesiones criase a sus pechos los hijos párvulos (1 Cor 3,1) y con tierno y dulce mantenimiento los alimentase, cuando por su pequeñez no pueden sufrir el pan de los robustos y fuertes. Esta dulce madre fue María santísima, que desde la primitiva Iglesia, cuando nacía en los tiernos hijos de la ley de gracia, les comenzó a dar dulce leche de luz y doctrina como piadosa madre; y hasta el fin del mundo continuará este oficio con sus ruegos en los nuevos hijos que cada día engendra Cristo nuestro Señor con los méritos de su sangre y por los ruegos de la Madre de misericordia. Por ella nacen, ella los cría y alimenta y ella es dulce Madre, vida y esperanza nuestra, el original de la que nosotros tenemos, el ejemplar a quien imitamos, esperando por su intercesión conseguir la eterna felicidad que su Hijo santísima nos mereció y los auxilios que por ella nos comunica, para que así la alcancemos.

Doctrina de la santísima Virgen.

513. “Hija mía, con las dos virtudes fe y esperanza, como con dos alas de infatigable vuelo, se levantaba mi espíritu buscando al interminable y sumo bien, hasta descansar en la unión de íntimo y perfecto amor. Muchas veces gozaba y gustaba de su vista clara y fruición, pero como este beneficio no era continuo por el estado de pura viadora, éralo el ejercicio de la fe y esperanza; que como quedaban fuera de la visión y posesión, luego las hallaba en mi mente y no hacía otro intervalo en sus operaciones. Y los efectos que en mí hacían, el afecto, propósito y anhelo que causaban en mi espíritu para llegar a la eterna posesión de la fruición divina, no puede entenderlo con su cortedad el entendimiento criado adecuadamente, pero lo conocerá en Dios con alabanza eterna el que mereciere gozar de su vista en el cielo.

514. “Y tú, carísima, pues tanta luz has recibido de la excelencia de esta virtud y de las obras que yo ejercitaba con ella, trabaja por imitarme sin cesar según las fuerzas de la divina gracia. Renueva siempre y confiere en tu memoria las promesas del Altísimo y con la certeza de la fe que tienes de su verdad levanta el corazón con ardiente deseo, anhelando a conseguirlas; y con esta firme esperanza te puedes prometer por los méritos de mi Hijo santísimo que llegarás a ser moradora de la celestial patria y compañera de todos los que en ella con inmortal gloria miran la cara del Altísimo. Y si con esta ayuda que tienes levantas tu corazón de lo terreno y pones toda tu mente fija en el bien inconmutable por quien suspiras, todo lo visible te será pesado y molesto y lo juzgarás por vil y contentible y nada podrás apetecer fuera de aquel amabilísimo y deleitable objeto de tus deseos. En mi alma fue este ardor de la esperanza como de quien con la fe le había creído y con experiencia le había gustado, lo cual ninguna lengua ni palabras pueden explicar ni decir.

515. “Fuera de esto, para que más te muevas, considera y llora con íntimo dolor la infelicidad de tantas almas, que son imagen de Dios y capaces de su gloria y por sus culpas están privadas de la esperanza verdadera de gozarle. Si los hijos de la santa Iglesia hicieran pausa en sus vanos pensamientos y se detuvieran a pensar y pesar el beneficio de haberles dado fe y esperanza infalible, separándolos de las tinieblas y señalándolos sin merecerlo ellos con esta divisa, dejando perdida la ciega infidelidad, sin duda se avergonzarían de su torpísimo olvido y reprendieran su fea ingratitud. Pero desengáñense; que les aguardan más formidables tormentos, y que a Dios y a los santos son más aborrecibles por el desprecio que hacen de la sangre derramada de Cristo, en cuya virtud se les han hecho estos beneficios; y como si fueran fábulas desprecian el fruto de la verdad, corriendo todo el término de la vida sin detenerse sólo un día, y muchos ni una hora, en la consideración de sus obligaciones y de su peligro. Llora, alma, este lamentable daño y según tus fuerzas trabaja y pide el remedio a mi Hijo santísimo y cree que cualquier desvelo y empeño que en esto pongas te será premiado de Su Majestad.”

CAPITULO 8

Regresar al Principio

De la virtud de la caridad de María santísima Señora nuestra.

516. La virtud sobreexcelentísima de la caridades la señora, la reina, la madre, alma, vida y hermosura de todas las otras virtudes; la caridad es quien las gobierna todas, las mueve y encamina a su verdadero y último fin; ella las engendra en su ser perfecto, las aumenta y conserva, las ilustra y adorna y les da vida y eficacia. Y si todas las demás causan en la criatura alguna perfección y ornato, la caridad se la da y las perfecciona; porque sin caridad todas son feas, oscuras, lánguidas, muertas y sin provecho; porque no tienen perfecto movimiento de vida ni sentido. La caridad es la benigna (1 Cor 13,4) paciente, mansísima, sin emulación, sin envidia, sin ofensa, la que nada se apropia, que todo lo distribuye, causa todos los bienes y no consiente alguno de los males cuanto es de su parte; porque es la mayor participación del verdadero y sumo bien. ¡Oh virtud de las virtudes y suma de los tesoros del cielo! Tú sola tienes la llave del paraíso; tú eres la aurora de la eterna luz, sol del día de la eternidad, fuego que purificas, vino que embriagas dando nuevo sentido, néctar que deleitas, dulzura que sacias sin hastío, tálamo en que descansa el alma y vínculo tan estrecho que con el mismo Dios nos haces uno (In 17,21 (A.)) al modo que lo son el eterno Padre con el Hijo y entrambos con el Espíritu Santo.

517. Por la incomparable nobleza de esta señora de las virtudes el mismo Dios y Señor, a nuestro entender, quiso honrarse con su nombre, o quiso honrarla a ella, llamándose caridad, como lo dijo san Juan (1 Jn 4,16 (A.)). Muchas razones tiene la Iglesia Católica para que de las perfecciones divinas se le atribuya al Padre la omnipotencia, al Hijo la sabiduría y al Espíritu Santo el amor; porque el Padre es principio sin principio, el Hijo nace del Padre por el entendimiento y el Espíritu Santo de los dos procede por la voluntad; pero el nombre de caridad y esta perfección se la aplica el Señor a sí mismo sin diferencia de personas, cuando de todas dijo el evangelista sin distinción: Dios es caridad. (Ib) Tiene esta virtud en el Señor ser término y como fin de todas las operaciones ad intra y ad extra, porque todas las divinas procesiones, que son las operaciones de Dios dentro de sí mismo, se terminan en la unión del amor y caridad recíproca de las tres divinas Personas, con que tienen entre sí otro vínculo indisoluble después de la unidad de la naturaleza indivisa, en que son un mismo Dios. Todas las obras ad extra, que son las criaturas, nacieron de la caridad divina y se ordenan a ella, para que saliendo del mar inmenso de aquella bondad infinita se vuelvan por la caridad y amor a su origen de donde manaron. Y esto es singular en la virtud de la caridad entre todas las otras virtudes y dones, que es una perfecta participación de la caridad divina; nace del mismo principio y mira al mismo fin y se proporciona también con ella más que las otras virtudes. Y si llamamos a Dios nuestra esperanza, nuestra paciencia y nuestra sabiduría, es porque la recibimos de su mano y no porque estén en Dios estas virtudes como en nosotros. Pero la caridad no sólo la recibimos del Señor, ni él se llama caridad sólo porque nos la comunica, sino porque en sí mismo la tiene esencialmente; y de aquella divina perfección que imaginamos como forma y atributo de su naturaleza divina redunda nuestra caridad con más perfección y proporción que otra alguna virtud.

518. Otras condiciones admirables tiene la caridad de parte de Dios para nosotros; porque siendo ella el principio que nos comunicó todo el bien de nuestro ser, y después el sumo bien que es el mismo Dios, viene a ser el estímulo y ejemplar de nuestra caridad y amor con el mismo Señor; porque si para amarle no nos despierta y mueve el saber que en sí mismo es infinito y sumo bien, a lo menos nos obligue y atraiga el saber que es sumo bien nuestro. Y si no podíamos ni sabíamos amarle primero (1 Jn 4,10) que nos diera a su Hijo unigénito, no tengamos excusa ni atrevimiento para dejarle de amar después de habérnosle dado; pues si tenemos disculpa para no saber granjear el beneficio, ninguna hallaremos para no agradecerle con amor después de haberle recibido sin merecerle.

519. El ejemplar que en la divina caridad tiene la nuestra, declara mucho más la excelencia de esta virtud, aunque yo con dificultad puedo declarar en esto mi concepto. Cuando fundaba Cristo Señor nuestro su perfectísima ley de amor y de gracia, nos enseñó a ser perfectos a imitación de nuestro Padre celestial, que hace nacer el sol, que es suyo, sobre los justos e injustos (Mt 5,45 (A.)) sin diferencia. Tal doctrina y tal ejemplo, sólo el mismo Hijo del eterno Padre le podía dar a los hombres. Entre todas las criaturas visibles ninguna como el sol nos manifiesta la caridad divina y nos la propone para imitarla; porque este nobilísimo planeta por su misma naturaleza, sin otra deliberación más que su inclinación innata, comunica su luz a todas partes y a todos aquellos que son capaces de recibirla sin diferencia, y cuanto es de su parte nunca la niega ni suspende (Dionisio (Pseudo), De áivinis nominibus, c.IV (A.)); y esto lo hace sin obligarse a nadie, sin recibir beneficio ni retorno de que tenga necesidad y sin hallar en las cosas que ilumina y fomenta alguna bondad antecedente que le mueva y le atraiga, ni esperar otro interés más que derramar la misma virtud que en sí contiene, para que todos la participen y comuniquen.

520. Considerando, pues, las condiciones de tan generosa criatura ¿quién hay que no vea en ellas una estampa de la caridad increada a quien imitar? Y ¿quién hay que no se confunda de no imitarla? y ¿quién imaginará de sí mismo que tiene caridad verdadera si no la imita? No puede nuestra caridad y amor causar alguna bondad en el objeto que ama, como lo hace la caridad increada del Señor; pero a lo menos, si no podemos mejorar lo que amamos, bien podemos amar a todos sin intereses de mejorarnos y sin andar deliberando y escogiendo a quién amar y hacer bien con esperanza del retorno. No digo que la caridad no es libre, ni que hizo Dios alguna obra fuera de sí por natural necesidad, ni corre en esto el ejemplo; porque todas las obras ad extra, que son las de la creación, son libres en Dios. Pero la voluntad libre no ha de torcer ni violentar la inclinación e impulso de la caridad; antes debe seguirla a imitación del sumo bien que, pidiendo su naturaleza comunicarse, no le impidió la divina voluntad, antes se dejó llevar y mover de su misma inclinación para comunicar los rayos de su luz inaccesible a todas las criaturas según la capacidad de cada una para recibirla, sin haber precedido de nuestra parte bondad alguna, servicio o beneficio y sin esperarle después, porque de nadie tiene necesidad.

521. Habiendo ya conocido en parte la condición de la caridad en su principio, que es Dios, donde, fuera del mismo Señor, la hallaremos en toda su perfección posible a pura criatura es María santísima, de quien más inmediatamente podemos copiar la nuestra. Claro está que saliendo los rayos de esta luz y caridad del Sol increado, donde está sin término ni fin, se va comunicando a todas las criaturas hasta la más remota con orden, con medida y tasa, según el grado que tiene cada una por estar más cerca o más distante de su principio. Y este orden dice el lleno y perfección de la divina providencia; pues sin él estuviera como defectuosa, confusa y manca la armonía de las criaturas que había criado para la participación de su bondad y amor. El primer lugar en este orden había de tener después del mismo Dios aquella alma y aquella persona que juntamente fuese Dios increado y hombre criado; porque a la suma y suprema unión de naturaleza siguiese la suma gracia y participación de amor, como estuvo y está en Cristo Señor nuestro.

522. El segundo lugar toca a su Madre santísima María, en quien con singular modo descansó la caridad y amor divino; porque, a nuestro modo de entender, no sosegaba harto la caridad increada sin comunicarse a una pura criatura con tanta plenitud, que en ella estuviese recopilado el amor y caridad de toda su generación humana y que sola ella pudiese suplir por lo restante de su naturaleza pura y dar el retorno posible y participar la caridad increada sin las menguas y defectos que le mezclan todos los demás mortales infectos del pecado. Sola María entre todas las criaturas fue electa como el sol de justicia (Cant 6,9) para que le imitase en la caridad y copiase de él esta virtud ajustadamente con su original. Y sola ella supo amar más y mejor que todas juntas, amando a Dios pura, perfecta, íntima y sumamente por Dios y a las criaturas por el mismo Dios y como él las ama. Sola ella adecuadamente siguió el impulso de la caridad y su inclinación generosa amando al sumo bien por sumo bien, sin otra atención; amando a las criaturas por la participación que tienen de Dios, no por el retorno y retribución. Y para imitar en todo a la caridad increada, sola María santísima pudo y supo amar para mejorar a quien es amado; pues con su amor obró de suerte, que mejoró el cielo y la tierra en todo lo que tiene ser, fuera del mismo Dios.

523. Y si la caridad de esta gran Señora se pusiera en una balanza y la de todos los hombres y ángeles en otra, pesara más la de María purísima que la de todo el resto de las criaturas, pues todas ellas no alcanzaron a saber tanto como ella sola de la naturaleza y condición de la caridad de Dios; y consiguientemente sola María supo imitarla con adecuada perfección sobre toda la naturaleza de puras criaturas intelectuales. Y en este exceso de amor y caridad, satisfizo y correspondió a la deuda del amor infinito del Señor con las criaturas todo cuanto a ellas se les podía pedir, no habiendo de ser de equivalencia infinita, porque esto no era posible. Y como el amor y caridad del alma santísima de Jesucristo tuvo alguna proporción con la unión hipostática en el grado posible, así la caridad de María tuvo otra proporción con el beneficio de darle el eterno Padre a su Hijo santísimo, para que ella fuese juntamente Madre suya y le concibiese y pariese para remedio del Mundo.

524. De donde entenderemos que todo el bien y felicidad de las criaturas se viene a resolver por algún modo en la caridad y amor que María santísima tuvo a Dios. Ella hizo que esta virtud y participación del amor divino estuviese entre las criaturas en su última y suma perfección. Ella pagó esta deuda por todos enteramente cuando todos no atinaban a hacer la debida recompensa ni la alcanzaban a conocer. Ella con esta perfectísima caridad obligó en la forma posible al eterno Padre para que le diese su Hijo santísimo para sí y para todo el linaje humano; porque si María purísima hubiera amado menos y su caridad tuviera alguna mengua, no hubiera disposición en la naturaleza para que el Verbo se humanara; pero hallándose entre las criaturas alguna que hubiese llegado a imitar la caridad divina en grado tan supremo, ya era como consiguiente que descendiese a ella el mismo Dios, como lo hizo.

525. Todo esto se encerró en llamarla el Espíritu Santo Madre de la hermosa dilección o amor (Eclo 24,24 (A.)) atribuyéndole a ella misma estas palabras como en su modo queda dicho de la santa esperanza (Cf. supra n.511); Madre es María del que es nuestro dulcísimo amor, Jesús, Señor y Redentor nuestro, hermosísimo sobre los hijos de los hombres por la divinidad de infinita e increada hermosura y por la humanidad que ni tuvo culpa, ni embuste (1 Pe 2,22) ni le faltó gracia de las que pudo comunicarle la divinidad. Madre también es del amor hermoso; porque sola ella engendró en su mente el amor y caridad perfecta y hermosísima dilección, que todas las demás criaturas no supieron engendrar con toda su hermosura y sin alguna falta, para que no se llamase absolutamente hermoso. Madre es de nuestro amor; porque ella nos le trajo al mundo, ella nos le granjeó y ella nos le enseño a conocer y obrar; que sin María santísima no quedaba otra pura criatura en el cielo ni en la tierra de quien pudieran los hombres y los ángeles ser discípulos del amor hermoso. Y así es que todos los santos son como unos rayos de este sol y como unos arroyuelos que salen de este mar; y tanto más saben amar, cuanto más participan del amor y caridad de María santísima y la imitan y copian ajustándose con ella.

526. Las causas que tuvo esta caridad y amor de nuestra princesa María fueron la profundidad de su altísimo conocimiento y sabiduría, así por la fe infusa y esperanza como por los dones del Espíritu Santo, de ciencia, entendimiento y sabiduría; y sobre todo por las visiones intuitivas y las que tuvo abstractivas de la divinidad. Por todos estos medios alcanzó el altísimo conocimiento de la caridad increada y la bebió en su misma fuente; y como conoció que Dios debía ser amado por sí mismo y la criatura por Dios, así lo ejecutó y obró con intensísimo y ferventísimo amor. Y como el poder divino no hallaba impedimento ni óbice de culpa, ni de inadvertencia, ignorancia o imperfección, o tardanza en la voluntad de esta Reina, por esto pudo obrar todo lo que quiso y lo que no hizo con las demás criaturas; porque ninguna otra tuvo la disposición que María santísima.

527. Este fue el prodigio del poder divino y el mayor ensayo y testimonio de su caridad increada en pura criatura y el desempeño de aquel gran precepto natural y divino: Amarás a tu Dios de todo tu corazón, alma y mente, y con todas tus fuerzas (Dt 6,5); porque sola María desempeñó a todas las criaturas de esta obligación y deuda que en esta vida y antes de ver a Dios no sabían ni podían pagar enteramente. Esta Señora lo cumplió durante su peregrinaje, más ajustadamente que los mismos serafines en su estado beatifico. Desempeñó también a Dios en su modo en este precepto, para que no quedara vacío y como frustrado de parte de los viadores; pues sola María purísima le santificó y llenó por todos ellos, supliendo abundantemente todo lo que a ellos les faltó. Y si no tuviera Dios presente a María nuestra Reina para intimar a los mortales este mandato de tanto amor y caridad, por ventura no le hubiera puesto en esta forma; pero sólo por esta Señora se complació en ponerle y a ella se le debemos, así el mandato de la caridad perfecta como su cumplimiento adecuado.

528. ¡Oh dulcísima y hermosísima Madre de la hermosa dilección y caridad, todas las naciones te conozcan, todas las generaciones te bendigan, todas las criaturas te magnifiquen y alaben! Tú sola eres la perfecta, tú sola la dilecta, tú sola la escogida para tu madre la caridad increada; ella te formó única y electa como el sol (Cant 6,9 (A.)) para resplandecer en tu hermosísimo y perfectísimo amor. Lleguemos todos los míseros hijos de Eva a este sol, para que nos ilustre y encienda. Lleguemos a esta Madre para que nos reengendre en amor. Lleguemos a esta Maestra para que nos enseñe a tener el amor, dilección y caridad hermosa y sin defectos. Amor dice un afecto que se complace y descansa en el amado; dilección, obra de alguna elección y separación de lo que se ama de todo lo demás; y caridad dice sobre todo esto un íntimo aprecio y estimación del bien amado. Todo esto nos enseñará la Madre de este amor hermoso, que por tener todas estas condiciones viene a serlo, y en ella aprenderemos a amar a Dios por Dios, descansando en él todo nuestro corazón y afectos; a separarle de todo lo demás que no es el mismo sumo bien, pues le ama menos quien con él quiere amar otra cosa; a saberle apreciar y estimar sobre el oro y sobre todo lo precioso; pues en su comparación todo lo precioso es vil, toda la hermosura es fealdad y todo lo grande y estimable a los ojos carnales viene a ser contentible y sin algún valor. De los efectos de la caridad de María santísima hablo en toda esta Historia, y de ellos está lleno el cielo y la tierra; y por eso no me detengo a contar en particular lo que no puede caber en lenguas ni palabras humanas ni angélicas.

Doctrina de la Reina del cielo.

529. “Hija mía, si con afecto de madre deseo que me sigas y me imites en todas las otras virtudes, en esta de la caridad, que es el fin y corona de todas ellas, quiero, te intimo y declaro mi voluntad de que extiendas sobremanera todas tus fuerzas para copiar en tu alma con mayor perfección todo lo que se te ha dado a conocer en la mía. Enciende la luz de la fe y de la razón para hallar esta dracma (Lc 15,8) de infinito valor y, habiéndola topado, olvida y desprecia todo lo terreno y corruptible; y en tu mente una y muchas veces confiere, advierte y pondera las infinitas razones y causas que hay en Dios para ser amado sobre todas las cosas; y para que entiendas cómo debes amarle con la perfección que deseas, éstas serán como señales y efectos del amor, si le tienes perfecto y verdadero: si meditas y piensas en Dios continuamente; si cumples sus mandamientos y consejos sin tedio ni disgusto; si temes ofenderle; si ofendido solicitas luego aplacarle; si te dueles de que sea ofendido y te alegras de que todas las criaturas le sirvan; si deseas y gustas hablar continuamente de su amor; si te gozas de su memoria y presencia; si te contristas de su olvido y ausencia; si amas lo que él ama y aborreces lo que aborrece; si procuras traer a todos a su amistad y gracia; si le pides con confianza; si recibes con agradecimiento sus beneficios: si no los pierdes y conviertes a su honra y gloria; si deseas y trabajas por extinguir en ti misma los movimientos de las pasiones que te retardan o impiden el afecto amoroso y obras de las virtudes.

530. Estos y otros efectos señalan como unos índices de la caridad, que está en el alma con más o menos perfección. Y sobre todo, cuando es robusta y encendida, no sufre ociosidad en las potencias, ni consiente mácula en la voluntad, porque luego las purifica y consume todas, y no descansa si no es cuando gusta la dulzura del sumo bien que ama; porque sin él desfallece (Cant 2,5 (A.)) está herida y enferma y sedienta de aquel vino que embriaga (Cant 5,1 (A.)) el corazón, causando olvido de todo lo corruptible, terreno y momentáneo. Y como la caridad es la madre y raíz de todas las otras virtudes, luego se siente su fecundidad en el alma donde permanece y vive; porque la llena y adorna de los hábitos de las demás virtudes, que con repetidos actos va engendrando, como lo significó el Apóstol (1 Cor 13,4 (A.)) y no sólo tiene el alma que está en caridad los efectos de esta virtud con que ama al Señor, pero estando en caridad es amada del mismo Dios, recibe del amor divino aquel recíproco efecto de estar Dios en el que ama y venir a vivir como en su templo el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; beneficio tan soberano que con ningún término ni ejemplo se puede conocer en la vida mortal.

531. “El orden de esta virtud es amar primero a Dios que es sobre la criatura y luego amarse ella a sí misma y tras de sí amar lo que está cerca de sí, que es su prójimo. A Dios se ha de amar con todo el entendimiento sin engaño, con toda la voluntad sin falsedad ni división, con toda la mente sin olvido, con todas las fuerzas sin remisión, sin tibieza, sin negligencia. El motivo que tiene la caridad para amar a Dios y todo lo demás a que se extiende es el mismo Dios; porque debe ser amado por sí mismo, que es sumo bien infinitamente perfecto y santo. Y amando a Dios con este motivo, es consiguiente que la criatura se ame a sí misma y al prójimo como a sí misma; porque ella y su prójimo no son suyos, tanto como son del Señor, de cuya participación reciben el ser, la vida y movimiento; y quien de verdad ama a Dios por quien es, ama también a todo lo que es de Dios y tiene alguna participación de su bondad. Por esto la caridad mira al prójimo como obra y participación de Dios y no hace diferencia entre amigo y enemigo; porque sólo mira lo que tienen de Dios y que son cosa suya y no atiende esta virtud a lo que tiene la criatura de amigo o enemigo, de bienhechor o malhechor; sólo diferencia entre quien tiene más o menos participación de la bondad infinita del Altísimo y con el debido orden los ama a todos en Dios y por Dios.

532. “Todo lo demás que aman las criaturas por otros fines y motivos, y esperando algún interés y comodidad o retorno, o lo aman con amor de concupiscencia desordenada o con amor humano o natural; y cuando no sea amor virtuoso y bien ordenado, no pertenece a la caridad infusa. Y como es ordinario en los hombres moverse por estos bienes particulares y fines interesables y terrenos, por eso hay muy pocos que atiendan, abracen y conozcan la nobleza de esta generosa virtud, ni la ejerciten con su debida perfección; pues aun al mismo Dios buscan y llaman por temporales bienes, o por el beneficio y gusto espiritual. De todo este desordenado amor quiero, hija mía, que desvíes tu corazón y que sólo viva en él la caridad bien ordenada, a quien el Altísimo ha inclinado tus deseos. Y si tantas veces repites que esta virtud es la hermosa y la agraciada y digna de ser querida y estimada de todas las criaturas, estudia mucho en conocerla y, habiéndola conocido, compra tan preciosa margarita, olvidando y extinguiendo en tu corazón todo amor que no sea de caridad perfectísima. A ninguna criatura has de amar más de por sólo Dios y por lo que en ella conoces que te le representa y como cosa suya, y al modo que la esposa ama a todos los siervos y familiares de la casa de su esposo porque son suyos; y en olvidándote que amas alguna criatura sin atender a Dios en ella y amándola por este Señor, entiende que no la amas con caridad, ni como de ti lo quiero y el Altísimo te lo ha mandado. También conocerás si los amas con caridad en la diferencia que hicieres de amigo o enemigo, de apacible o no apacible, de cortés más o menos y de quien tiene o no tiene gracias naturales. Todas estas diferencias no las hace la caridad verdadera, sino la inclinación natural o las pasiones de los apetitos, que tú debes gobernar con esta virtud, extinguiéndolos y degollándolos.”

CAPITULO 9

Regresar al Principio

De la virtud de la prudencia de la santísima Reina del cielo.

533. Como el entendimiento precede en sus operaciones a la voluntad y la encamina en las suyas, así las virtudes que tocan al entendimiento son primero que las de la voluntad. Y aunque el oficio del entendimiento es conocer la verdad y entenderla, y por esto se pudiera dudar si sus hábitos son virtudes - cuya naturaleza consiste en inclinar y obrar lo bueno, - pero es cierto que también hay virtudes intelectuales, cuyas operaciones son loables y buenas, regulándose por la razón y la verdad, que conoce el entendimiento es su propio bien. Y cuando se le enseña y propone a la voluntad para que ella le apetezca y le da reglas para hacerlo, entonces el acto del entendimiento es bueno y virtuoso en el orden del objeto teológico, como la fe, o moral, como la prudencia, que entendiendo endereza y gobierna las operaciones de los apetitos. Por esta razón la virtud de la prudencia es la primera y pertenece al entendimiento; y ésta es como la raíz de las otras virtudes morales y cardinales, que con la prudencia son loables sus operaciones y sin ella son viciosas y reprochables.

534. Tuvo la soberana reina María esta virtud de la prudencia en supremo grado proporcionado al de las otras virtudes que hasta ahora he dicho y adelante diré en cada una; y por la superioridad de esta virtud la llama la Iglesia Virgen prudentísima. Y como esta primera virtud es la que gobierna, endereza y manda todas las obras de las otras virtudes, y en todo el discurso de esta Historia se trata de las que obraba María Santísima, con eso estará lleno todo el discurso de lo poco que pudiere decir y escribir de este piélago de prudencia, pues en todas sus obras resplandecerá la luz de esta virtud con que las gobernaba. Por esto hablaré ahora más en general de la prudencia de la soberana Reina, declarándola por sus partes y condiciones, según la doctrina común de los doctores y santos, para que con esto se pueda entender mejor.

535. De los tres géneros de prudencia, que al uno llaman prudencia política, al otro prudencia purgatoria y al tercero prudencia del ánimo purgado o purificado y perfecto, ninguno le faltó a nuestra Reina en supremo grado; porque si bien sus potencias estaban purificadísimas o, por decir mejor, no tenían que purificar de culpa ni de contradicción en la virtud, pero tenían que purificar en la natural nesciencia y también caminar de lo bueno y santo a lo más perfecto y santísimo. Y esto se ha de entender respecto de su mismas obras y comparándolas entre sí mismas y no con las de otras criaturas; porque en comparación de los demás santos, no hubo obra menos perfecta en esta ciudad de Dios, cuyos fundamentos estaban sobre los montes santos (Sal 86,1); pero en sí misma, como fue creciendo desde el instante de la concepción en la caridad y gracia, unas obras, que fueron en sí perfectísimas y superiores a todas las de los santos, fueron menos perfectas respecto de otras más altas a que ascendía.

536. La prudencia política, en general, es la que piensa y pesa todo lo que se debe hacer y, reduciéndolo a la razón, nada hace que no sea recto y bueno. La prudencia purgatoria o purgativa es la que todo lo visible pospone y abstrae por enderezar el corazón a la divina contemplación y a todo lo que es celestial. La prudencia del ánimo purgado es la que mira al sumo bien y endereza a él todo el afecto para unirse y descansar allí, como si ninguna otra cosa hubiera fuera de él. Todos estos géneros de prudencia estaban en el entendimiento de María santísima para discernir y conocer sin engaño y para dirigir y mover sin remisión ni tardanza lo más alto y perfecto de estas operaciones. Nunca pudo el juicio de esta soberana Señora dictar ni presumir cosa alguna en todas las materias, que no fuese lo mejor y más recto. Nadie alcanzó como ella, ni lo hizo, a posponer y desviar todo lo mundial y visible, para enderezar el afecto a la contemplación de las cosas divinas. Y habiéndolas conocido como las conoció con tantos géneros de noticias, de tal suerte estaba unida por amor al sumo bien increado, que nada la ocupó ni impidió para descansar en este centro de su amor.

537. Las partes que componen la prudencia, claro está que con suma perfección estaban en nuestra Reina. La primera es la memoria, para tener presentes las cosas pasadas y experimentadas; de donde se deducen muchas reglas de proceder y obrar en lo futuro y presente; porque esta virtud trata de las operaciones en particular; y como no puede haber una regla general para todas, es necesario deducir muchas de muchos ejemplos y experiencias; y para esto se requiere la memoria. Esta parte tuvo nuestra soberana Reina tan constante, que jamás padeció el defecto natural del olvido; porque siempre le quedó inmóvil y presente en la memoria lo que una vez entendió y aprendió. En este beneficio transcendió María purísima todo el orden de la naturaleza humana y aun la angélica, porque en ella hizo Dios un epílogo de lo más perfecto de entrambos. Tuvo de la naturaleza humana lo esencial, y de lo accidental lo que era más perfecto y lejos de la culpa y necesario para merecer; y de los dones naturales y sobrenaturales de la naturaleza angélica tuvo muchos, por especial gracia, en mayor alteza que los mismos ángeles. Y uno de estos dones fue la memoria fija y constante, sin poder olvidar lo que aprendía; y cuanto excedió a los ángeles en la prudencia, tanto se aventajó en esta parte de la memoria.

538. En sola una cosa limitó este beneficio misteriosamente la humilde pureza de María santísima; porque habiendo de que darle fijas en su memoria las especies de todas las cosas, y entre ellas era inexcusable haber conocido muchas fealdades y pecados de las criaturas, pidió al Señor la humildísima y purísima Princesa que el beneficio de la memoria no se extendiese a conservar estas especies, más de en lo que fuese necesario para el ejercicio de la caridad fraternal con los prójimos y de las demás virtudes. Le concedió el Altísimo esta petición, más en testimonio de su candidísima humildad que por el peligro de ella; pues al sol no le ofende lo inmundo que sus rayos tocan, ni tampoco a los ángeles los conturban nuestras vilezas, porque para los limpios todo es limpio (Tit 1,15). Pero en este favor quiso privilegiar el Señor de los ángeles a su Madre más que a ellos y sólo conservar en su memoria las especies de todo lo santo, honesto, limpio y más amable de su pureza y más agradable al mismo Señor; con todo lo cual aquella alma santísima, aun en esta parte, estaba más hermosa y adornada de especies en su memoria de todo lo más puro y deseable.

539. Otra parte de la prudencia se llama inteligencia, que principalmente mira a lo que de presente se debe hacer; y consiste en entender profunda y verdaderamente las razones y principios ciertos de las obras virtuosas para ejecutarlas, deduciendo su ejecución de esta inteligencia, así en lo que conoce el entendimiento de la honestidad de la virtud en general, como de lo que debe hacer en particular quien ha de obrar con rectitud y perfección; como cuando tengo profunda inteligencia de esta verdad: A nadie debes hacer el daño que tú no quieres recibir de otro; luego a este tu hermano no debes hacerle agravio particular, que a ti te pareciera mal, si contigo lo hiciera él mismo o cualquiera otro. Esta inteligencia tuvo María santísima en tanto más alto grado que todas las criaturas, cuantas más verdades morales conoció y más profundamente penetró su infalible rectitud y participación de la divinidad. En aquel clarísimo entendimiento, ilustrado con los mayores resplandores de la luz divina, no había engaño, ignorancia, ni duda, ni opiniones como en las demás criaturas; porque todas las verdades, especialmente en las materias prácticas de las virtudes, las penetró y entendió en general y en particular, como ellas son en sí mismas; y en este grado incomparable tuvo esta parte de prudencia.

540. La tercera se llama providencia, y es la principal entre las partes de la prudencia, porque lo más importante en la dirección de las acciones humanas es ordenar lo presente a lo futuro, para que todo se gobierne con rectitud; y esto hace la providencia. Tuvo esta parte de la prudencia nuestra Reina y Señora en más excelente grado, si pudiera serlo, que todas las otras; porque, a más de la memoria de lo pasado y profunda inteligencia de lo presente, tenía ciencia y conocimiento infalible de muchas cosas futuras a que se extendía la buena providencia. Y con esta noticia y luz infusa, de tal suerte prevenía las cosas futuras y disponía los sucesos, que ninguno pudo ser para ella repentino ni impensado. Todas las cosas tenía previstas, pensadas y ponderadas en el peso del santuario de su mente, ilustrada con la luz infusa; y así aguardaba no con duda ni incertidumbre, como los demás hombres, todos los sucesos antes que fuesen, pero con certeza clarísima; de suerte que todo hallase su lugar, tiempo y coyuntura oportuna, para que todo fuese bien gobernado.

541. Estas tres partes de la prudencia comprenden las operaciones que con esta virtud tiene el entendimiento, distribuyéndolas en orden a las tres partes del tiempo pretérito, presente y futuro. Pero considerando todas las operaciones de esta virtud en cuanto conoce los medios de las otras virtudes y endereza las operaciones de la voluntad, en esta consideración añaden los doctores y filósofos otras cinco partes y operaciones a la prudencia, que son: docilidad, razón, solercia, circunspección y cautela. La docilidad es el buen dictamen y disposición para ser enseñada la criatura de los más sabios, y no serlo consigo misma, ni estribar en su propio juicio y sabiduría. La razón, que también se llama raciocinación, consiste en discurrir con acierto, deduciendo de lo que se entiende como en general las particulares razones o consejos para las operaciones virtuosas. La solercia es la diligente atención y aplicación advertida a todo lo que sucede, como la docilidad a lo que nos enseñan, para hacer juicio recto y sacar reglas de bien obrar nuestras acciones. La circunspección es el juicio y consideración de las circunstancias que ha de tener la obra virtuosa; porque no basta el buen fin para que sea loable, si le faltaren las circunstancias y oportunidad que se requieren en ellas. La cautela dice la discreta atención con que se deben advertir y evitar los peligros o impedimentos que pueden ocurrir con color de virtud o impensadamente, para que no nos hallen incautos o inadvertidos.

542. Todas estas partes de la prudencia estuvieron en la Reina del cielo sin defecto alguno y con su última perfección. La docilidad fue en Su Alteza como hija legítima de su incomparable humildad; pues habiendo recibido tanta plenitud de ciencia desde el instante de su Inmaculada Concepción y siendo la maestra y madre de la verdadera sabiduría, siempre se dejó enseñar de los mayores, de los iguales y menores, juzgándose por menor que todos y queriendo ser discípula de los que en su comparación eran ignorantísimos. Esta docilidad mostró toda la vida como una candidísima paloma, disimulando su sabiduría con mayor prudencia que de serpiente (Mt 10,16). De niña, se dejó enseñar de sus padres y de su maestra en el templo y de sus compañeras, y mas tarde, de su esposo José, de los apóstoles y de todas las criaturas quiso desprenderse para ser ejemplo portentoso de esta virtud y de la humildad, como en otro lugar he dicho (Cf. supra n.405,472).

543. La razón prudencial o raciocinación de María santísima se infiere mucho de las veces que dice de ella el evangelista san Lucas (Lc 2,19.51 (A.)) que guardaba en su corazón y confería lo que iba sucediendo en las obras y misterios de su Hijo santísimo, Esta conferencia parece obra de la razón, con que careaba unas cosas primeras con otras que iban ocurriendo y sucediendo y las confería entre sí mismas, para hacer en su corazón prudentísimos consejos y aplicarlos en lo que era conveniente para obrar con el acierto que lo hacía. Y aunque muchas cosas conocía sin discurso y con una simplicísima vista o inteligencia que excedía a todo discurso humano, pero, en orden a las obras que había de hacer en las virtudes, podía raciocinar y aplicar con el discurso las razones generales de las virtudes a sus propias operaciones.

544. En la solercia y diligente advertencia de la prudencia también fue la soberana Señora muy privilegiada; porque no tenía el peso grave de las pasiones y corrupción, y así no sentía descaecimientos ni tardanza en las potencias, antes estaba fácil, pronta y muy expedita para advertir y atender a todo lo que podía servir para hacer recto juicio y sano consejo en obrar las virtudes en cualquier caso ocurrente, atendiendo con presteza y velocidad al medio de la virtud y su operación. En la circunspección fue María santísima igualmente admirable; porque todas sus obras fueron tan cabales, que a ninguna le faltó circunstancia buena, y todas tuvieron las mejores, que, las pudieran levantar de punto. Y como eran la mayor parte de sus obras ordenadas a la caridad de los prójimos, y todas tan oportunas, por eso en el enseñar, consolar, amonestar, rogar o corregir, siempre se lograba la eficaz dulzura de sus razones y agrado de sus obras.

545. La última parte, de la cautela para ocurrir a los impedimentos que pueden estorbar o destruir la virtud, era necesario que estuviese en la Reina de los ángeles con más perfección que en ellos mismos; porque la sabiduría tan alta, y el amor que le correspondía, la hacían tan cauta y advertida que ningún suceso ni impedimento ocurrente la pudo topar incauta, sin haberle desviado para obrar con suma perfección en todas las virtudes. Y como el enemigo, según adelante diré (Cf. infra p.II n.353) se desvelaba tanto en ponerle impedimentos exquisitos y extraños para el bien, porque no los podía mover en sus pasiones, por esto ejercitó la prudentísima Virgen esta parte de la cautela muchas veces con admiración de todos los ángeles. Y de esta discreción cautelosa de María santísima, le cobró el demonio una temerosa rabia y envidia, deseando conocer el poder con que le deshacía tantas maquinaciones y astucias como fraguaba para impedirla o divertirla, y siempre quedaba frustrado, porque siempre la Señora de las virtudes obraba lo más perfecto de todas en cualquiera materia y suceso.

546. Conocidas las partes de que la prudencia se integra y compone, se divide en especies según los objetos y fines para que sirve. Y como el gobierno de la prudencia puede ser consigo mismo o con otros, por eso se divide según que enseña a gobernarse a sí y a otros. La que sirve a cada uno para el gobierno de sus propias y especiales acciones, creo se llama anárquica; y de ésta no hay que decir más de lo que arriba queda declarado del gobierno que la Reina del cielo tenía principalmente consigo misma. La que enseña el gobierno de muchos se llama poliárquica; y ésta se divide en cuatro especies, según las diferencias de gobernar diversas partes de multitud: la primera se llama prudencia regnativa o monárquica, que enseña a gobernar los reinos con leyes justas y necesarias, y es propia de los reyes, príncipes y monarcas y de aquellos donde está la potestad suprema; la segunda se llama prudencia política, determinando este nombre a la que enseña el gobierno de las ciudades o repúblicas; la tercera se llama prudencia económica, que enseña y dispone lo que pertenece al gobierno doméstico de las familias y casas particulares; la cuarta es la prudencia militar, que enseña a gobernar la guerra y los ejércitos.

547. Ninguno de estos linajes de prudencia faltó a nuestra gran Reina; porque todos se le dieron en hábito en el instante que fue concebida y santificada juntamente, para que no le faltase gracia, ni virtud, ni perfección alguna que la levantase y hermosease sobre todas las criaturas. Formula el Altísimo para archivo y depósito de todos sus dones, para ejemplar de todo el resto de las criaturas y para desempeño de su mismo poder y grandeza, y que se conociese enteramente en la Jerusalén celestial lo que pudo y quiso obrar en una pura criatura. Y no estuvieron ociosos en María santísima los hábitos de estas virtudes, porque todas las ejercitó en el discurso de su vida en muchas ocasiones que se le ofrecieron. Y de lo que toca a la prudencia económica, sabida cosa es cuán incomparable la tuvo en el gobierno de su casa con su esposo José y con su Hijo santísimo, en cuya educación y servicio procedió con tal prudencia, cual pedía el más alto y oculto sacramento que Dios ha fiado de las criaturas; de que diré lo que entendiere y pudiere en su lugar (Cf. infra p.II n.653-663, 702-711).

548. El ejercicio de la prudencia regnativa o monárquica tuvo como Emperatriz única en la Iglesia, enseñando, amonestando y gobernando a los sagrados apóstoles en la primitiva Iglesia, para fundarla y establecer en ella las leyes, ritos y ceremonias más necesarios y convenientes para su propagación y firmeza. Y aunque les obedecía en las cosas particulares y preguntaba especialmente a san Pedro como vicario de Cristo y cabeza, y a san Juan como a su capellán, pero juntamente la consultaban y obedecían ellos y los demás en las cosas generales y en otras del gobierno de la Iglesia. Enseñó también a los reyes y príncipes cristianos que la pidieron consejo; porque muchos la buscaron para conocerla después de la subida de su Hijo santísimo a los cielos (Cf. infra p.II n.567 y p.III n.587-588); especialmente la consultaron los tres reyes magos, cuando adoraron al Niño, y ella les respondió y enseñó todo lo que debían hacer en su gobierno y de sus estados, con tanta luz y acierto que fue su estrella y guía para enseñarles el camino de la eternidad; y volvieron a sus patrias ilustrados, consolados y admirados de la sabiduría, prudencia y dulcísima eficacia de las palabras que habían oído a una tierna doncella. y para testimonio de todo lo que en esto se puede encarecer, basta oír a la misma Reina que dice (Prov 8,15-16 (A.)): Por mí reinan los Reyes, mandan los Príncipes y los autores de las leyes determinan lo que es justo.

549. Tampoco le faltó el uso de la prudencia política, enseñando a 1as repúblicas y pueblos, y a los de los primitivos fieles en particular, cómo habían de proceder en sus acciones públicas y gobierno y cómo debían obedecer a los reyes y príncipes temporales, y en particular al Vicario de Cristo y cabeza de la Iglesia, y a sus prelados y obispos, y cómo se debían disponer los concilios, definiciones y decretos que en ellos se hacían. La prudencia militar tuvo también su lugar en la soberana Reina; porque fue consultada también sobre esto de algunos fieles, a quienes aconsejó y enseñó lo que debían hacer en las guerras justas con sus enemigos, para obrarlas con mayor justicia y beneplácito del Señor. Y aquí pudiera entrar el valeroso ánimo y prudencia con que venció esta poderosa Señora al príncipe de las tinieblas y enseñó a pelear con él con suprema sabiduría y prudencia, mejor que David con el gigante y Judit con Holofernes ni Ester con Amán. Y cuando para todas estas acciones referidas no sirvieran estas especies y hábitos de prudencia en la Madre de la sabiduría, convenía que los tuviese todos, a más del adorno de su alma santísima, para ser medianera y abogada única del mundo; porque habiendo de pedir todos los beneficios que Dios había de conceder a los mortales, sin venir alguno que no fuese por su mano e intercesión, convenía que tuviese noticia y perfecto conocimiento de las virtudes que pedía para los mortales y que se derivasen de esta Señora como de original y manantial después del mismo Dios y Señor, donde están como en principio increado.

550. Otros adminículos se le atribuyen a la prudencia, que son como instrumentos suyos, y les llaman partes potenciales con que obra. Estos son, la fuerza o virtud en hacer sano juicio y se llama síntesis, y la que endeza y forma el buen consejo y se llama abulia, y la que en algunos casos particulares enseña a salir de las reglas comunes y se llama gnome, y ésta es necesaria para la epiqueya o epiquía, que juzga algunos casos por reglas superiores a las leyes ordinarias. Con todas estas perfecciones y fuerza estuvo la prudencia en María santísima; porque nadie como ella supo formar el sano consejo para todos en los casos contingentes, ni tampoco pudo nadie, aunque fuese el supremo ángel, hacer tan recto juicio en todas las materias. Y sobre todo alcanzó nuestra prudentísima Reina las razones superiores y reglas de obrar con todo acierto en las casos que no podían venir las reglas ordinarias y comunes, de que sería muy largo discurso quererlos referir aquí; muchos se entenderán en el progreso de su vida santísima. Y para concluir todo este discurso de su prudencia, sea la regla por donde se ha de medir, la prudencia del alma santísima de Cristo Señor nuestro, con quien se ajustó y asimiló en todo respectivamente, como formada para coadjutora, semejante a él mismo en las obras de la mayor prudencia y sabiduría que obró el Señor de todo lo criado y Redentor del mundo.

Doctrina de la Reina del cielo.

551. “Hija mía, todo lo que en este capítulo has escrito y lo que has entendido, quiero que sea doctrina y advertencia que te doy para el gobierno de todas tus acciones. Escribe en tu mente y conserva la memoria fija del conocimiento que te han dado de mi prudencia en todo lo que pensaba, quería y ejecutaba; y esta luz te encaminará en medio de las tinieblas de la humana ignorancia, para que no te confunda y turbe la fascinación de las pasiones y mucho más la que con suma malicia y desvelo trabajan tus enemigos por introducir en tu entendimiento. El no alcanzar todas las reglas de la prudencia, no es culpable en la criatura; pero el ser negligente en adquirirlas, para estar advertida en todo como debe, ésta es grave culpa y causa de muchos engaños y errores en sus obras. Y de esta negligencia nace que se desmanden las pasiones, que destruyen e impiden la prudencia; particularmente la desordenada tristeza y deleite, que pervierten el juicio recto de la prudente consideración del bien y del mal. Y de aquí nacen dos peligrosos vicios, que son la precipitación en obrar sin acuerdo de los medios convenientes, o la inconstancia en los buenos propósitos y obras comenzadas. La destemplada ira o el indiscreto fervor, entrambos precipitan y arrebatan en muchas acciones exteriores que se hacen sin medida y sin consejo. La facilidad en el juicio y el no tener firmeza en el bien son causa de que el alma imprudentemente se mueva de lo comenzado; porque admite lo que en contrario le ocurre y se agrada livianamente ahora del verdadero bien y luego del aparente y engañoso que las pasiones piden y el demonio representa.

552. “Contra todos estos peligros te quiero advertida y prudente, y lo serás si atiendes al ejemplar de mis obras y conservas los documentos y consejos de la obediencia de tus padres espirituales, sin la cual nada debes hacer para proceder con consejo y docilidad. Y advierte que por ella te comunicará el Altísimo copiosa sabiduría, porque le obliga sobremanera el corazón blando, rendido y dócil. Acuérdate siempre de la desdicha de aquellas vírgenes imprudentes y fatuas (Mt 25,1-13) que por su inadvertida negligencia despreciaron el cuidado y sano consejo, cuando debían tenerle; y después cuando le buscaban hallaron cerrada la puerta del remedio. Procura, hija mía, con la sinceridad de paloma juntas la prudencia de serpiente (Mt 10,16) y serán tus obras perfectas.”

CAPITULO 10

Regresar al Principio

De la virtud de la justicia que tuvo María santísima.

553. La gran virtud de la justicia es la que más sirve a la caridad de Dios y del prójimo, y así es la más necesaria para la conservación y comunicación humana; porque es un hábito que inclina a la voluntad a dar a cada uno lo que le toca; y tiene por materia y objeto la igualdad, ajustamiento o derecho que se debe guardar con los prójimos y con el mismo Dios. Y como son tantas las cosas en que puede el hombre guardar esta igualdad o violarla con los prójimos, y esto por tan diversos modos, por lo cual la materia de la justicia es muy dilatada y difusa y muchas las especies o géneros de esta virtud de justicia; en cuanto se ordena al bien público y común, se llama justicia legal; y porque a todas las otras virtudes puede encaminar a este fin, se llama virtud general, aunque no participe de la naturaleza de las demás; pero cuando la materia de la justicia es cosa determinada, y que sólo toca a personas particulares entre quienes se le guarda a cada una su derecho, entonces se llama justicia particular y especial.

544. Toda esta virtud, con sus partes y géneros o especies que contiene, guardó la Emperatriz del mundo con todas las criaturas sin comparación de otra ninguna; porque sola ella conoció con mayor alteza y comprendió perfectamente lo que a cada uno se le debía. Y aunque esta virtud de la justicia no mira inmediatamente a las pasiones naturales, como lo hacen la fortaleza y templanza, según adelante diré, pero muchas veces y de ordinario sucede que, por no estar moderadas y corregidas las mismas pasiones, se pierde la justicia con los prójimos, como lo vemos en los que por desordenada codicia o deleite sensual usurpan lo ajeno. Pues como en María santísima ni había pasiones desordenadas ni ignorancia para no conocer el medio de las cosas en que consiste la justicia, por eso la cumplía con todos obrando lo justísimo con cada uno, enseñando a que todos lo hiciesen cuando merecían oír sus palabras y doctrina de vida. Y en cuanto a la justicia legal, no sólo la guardó cumpliendo las leyes comunes, como lo hizo en la purificación y en otros mandatos de la ley, aunque estaba exenta como Reina y sin culpa, pero nadie, fuera de su Hijo santísimo, atendió como esta Madre de misericordia al bien público y común de los mortales, enderezando a este fin todas las virtudes y operaciones, con que pudo merecerles la divina misericordia y aprovechar a los prójimos con otros modos de beneficios.

555. Las dos especies de justicia, que son distributiva y conmutativa, estuvieron también en María purísima en grado heroico. La justicia distributiva gobierna las operaciones con que se distribuyen las cosas comunes a las personas particulares; y esta equidad guardó Su Alteza en muchas cosas que por su voluntad y disposición se hicieron entre los fieles de la primitiva Iglesia; como en distribuir los bienes comunes para el sustento y otras necesidades de las personas particulares; y aunque nunca distribuyó por su mano el dinero, porque jamás lo trataba, pero se repartía por su orden y otras veces por sus consejos; pero en estas cosas y otras semejantes siempre guardó suma equidad y justicia, según la necesidad y condición de cada uno. Lo mismo hacía en la distribución de los oficios y dignidades o ministerios que se repartían entre los discípulos y primeros hijos del evangelio en las congregaciones y juntas que para esto se hacían. Todo lo ordenaba y disponía esta sapientísima Maestra con perfecta equidad, porque todo lo hacía con especial oración e ilustración divina, a más de la ciencia y conocimiento ordinario que de todos los sujetos tenía. Y por esto acudían a ella los apóstoles para estas acciones, y otras personas que gobernaban le pedían consejo; con lo cual todo cuanto por ella era gobernado se hacía y disponía con entera justicia y sin acepción de personas.

556. La justicia conmutativa enseña a guardar igualdad recíprocamente en lo que se da y recibe entre las particulares personas; como dar dos por dos, etc., o el valor de una cosa guardando igualdad en ello. De esta especie de justicia tuvo la Reina del cielo menos ejercicio que de las otras virtudes, porque ni compraba ni vendía cosa alguna por sí misma, y si alguna era necesario comprar o conmutar, esto lo hacía el santo patriarca José, cuando era vivo, y después lo hacían san Juan evangelista o algún otro de los apóstoles. Pero el Maestro de la santidad que venía a destruir y arrancar la avaricia, raíz de todos los males (1 Tim 6,10), quiso alejar de sí mismo y de su Madre santísima las acciones y operaciones en que se suele encender y conservar este fuego de la codicia humana. Y por esto su providencia divina ordenó que ni por su mano ni por la de su Madre purísima se ejerciesen las acciones del comercio humano de comprar y vender, aunque fuesen cosas necesarias para conservar la vida natural. Mas no por eso dejaba de enseñar la gran Reina todo lo que pertenecía a esta virtud de justicia conmutativa, para que la obrasen con perfección los que en el apostolado y en la Iglesia primitiva era necesario que usasen de ella.

557. Tiene otras acciones esta virtud que se ejercitan entre los prójimos, cuales son juzgar unos a otros con juicio público y civil o con juicio particular; de cuyo contrario vicio habló el Señor por san Mateo cuando dijo (Mt 7,1 (A.)): No queráis juzgar y no seréis juzgados. En estas acciones de juicio se le da a cada uno lo que se le debe, según la estimación del que juzga; y por esto son acciones justas si se conforman con la razón y si desdicen de ella son injusticia. Nuestra soberana Reina no ejerció el juicio público y civil, aunque tenía potestad para ser juez de todo el universo; pero con sus rectísimos consejos en el tiempo de su vida, y después con su intercesión y méritos, cumplió lo que está de ella escrito en los Proverbios (Prov 8,20.16 (A.)): Yo ando en los caminos de la justicia y por mí determinan los poderosos lo que es justo.

558. En los juicios particulares nunca pudo haber injusticia en el corazón purísimo de María santísima; porque jamás pudo ser liviana en las sospechas, ni temeraria en los juicios, ni tuvo dudas; ni cuando las tuviera las interpretara con impiedad en la peor parte. Estos vicios injustísimos son propios y como naturales entre los hijos de Adán, en quienes dominan las pasiones desordenadas de odio, envidia y emulación en la malicia, y otros vicios que como esclavos viles los supeditan. De estas raíces tan infectas nacen las injusticias, de las sospechas del mal con leves indicios y de los juicios temerarios y de atribuir lo dudoso a la peor parte; porque cada uno presume fácilmente de su hermano la misma falta que en sí mismo admite. Y si con odio o envidia le pesa del bien de su prójimo y se alegra de su mal, ligeramente le da el crédito que no debía, porque se lo desea, y el juicio sigue al afecto. De todos estos achaques del pecado estuvo libre nuestra Reina, como quien no tenía parte en él; toda era caridad, pureza, santidad y amor perfecto lo que en su corazón entraba y salía; en ella estaba la gracia de toda la verdad (Eclo 24,25) y camino de la vida. Y con la plenitud de la ciencia y santidad nada dudaba ni sospechaba; porque todos los interiores conocía y miraba con verdadera luz y misericordia, sin sospechar mal de nadie, sin atribuir culpa a quien estaba sin ella; antes remediando a muchos las que tenían y dando a todos y a cada uno con equidad y justicia lo que le tocaba y estando siempre dispuesta con benigno corazón para llenar a todos los hombres de gracias y dulzura de la virtud.

559. En los dos géneros de justicia, conmutativa y distributiva, se encierran muchas especies y diferencias de virtudes, que no me detengo a referirlas; pues todas las que convenían a María santísima las tuvo en hábito y en actos supremos y excelentísimos. Pero hay otras virtudes que se reducen a la justicia, porque se ejercitan con otros y participan en algo las condiciones de justicia, aunque no en todo; porque no alcanzamos a pagar adecuadamente todo lo que debemos, o porque, si podemos pagarlo, no es la deuda y obligación tan estrecha como la induce el rigor de la perfecta justicia conmutativa o distributiva. De estas virtudes, porque son muchas y varias, no diré todo lo que contienen; pero por no dejarlo todo, diré algo en compendio brevísimo para que se entienda cómo las tuvo nuestra soberana y muy excelsa Princesa.

560. Deuda justa es dar culto y reverencia a los que son superiores a nosotros; y según la grandeza de su excelencia y dignidad, y los bienes que de ellos recibimos, será mayor o menor nuestra obligación y el culto que les debemos, aunque ningún retorno sea igual con el recibo o con la dignidad. Para esto sirven tres virtudes, según tres grados de superioridad que reconocemos en los que debemos reverencia. La primera es la virtud de la religión, con la que damos a Dios el culto y reverencia que le debemos, aunque su grandeza excede en infinito y sus dones no pueden tener igual retorno de agradecimiento ni alabanza. Esta virtud entre las morales es nobilísima por su objeto, que es el culto de Dios, y su materia tan dilatada cuantos son los modos y materias en que Dios puede inmediatamente ser alabado y reverenciado. Se comprenden en esta virtud de religión las obras interiores de la oración, contemplación y devoción, con todas sus partes y condiciones, causas, efectos, objetos y fin. De las obras exteriores se comprende aquí la adoración latría, que es la suprema y debida a sólo Dios con sus especies o partes que la siguen, como son el sacrificio, oblaciones, décimas, votos y juramentos y alabanzas externas y vocales; porque con todos estos actos, si debidamente se hacen, es Dios honrado y reverenciado de las criaturas y por el contrario con los vicios opuestos es muy ofendido.

561. En segundo lugar está la piedad, que es una virtud con que reverenciamos a los pobres, a quienes después de Dios debemos el ser y educación, y también a los que participan esta causa, como son los deudos y la patria, que nos conserva y gobierna. Esta virtud de la piedad es tan grande, que se debe anteponer, cuando ella obliga, a los actos de supererogación de la virtud de la religión, como lo enseñó Cristo Señor nuestro por san Mateo (Mt 15,3ss (A.)) cuando reprendió a los fariseos que con pretexto del culto de Dios enseñaban a negar la piedad con los padres naturales. El tercero lugar toca a la observancia, que es una virtud con que damos honor y reverencia a los que tienen alguna excelencia o dignidad superior de diferente condición que la de los padres o natural patria. En esta virtud ponen los doctores la dulía y la obediencia como especies suyas. Dulía es la que reverencia a los que tienen alguna participación de la excelencia y dominio del supremo Señor, que es Dios, a quien toca el culto de la adoración latría. Por esto honramos a los santos con adoración o reverencia dulía, y también a las superiores dignidades, cuyos siervos nos manifestamos. La obediencia es con la que rendimos nuestra voluntad a la de los superiores, queriendo cumplir la suya y no la nuestra. Y porque la libertad propia es tan estimable, por eso esta virtud es tan admirable y excelente entre todas las virtudes morales, porque deja más la criatura en ella por Dios que en otra ninguna.

562. Estuvieron estas virtudes de religión, piedad y observancia en María santísima con tanta plenitud y perfección que nada les faltó de lo posible a pura criatura. ¿Qué entendimiento podrá alcanzar la honra, veneración y culto con que esta Señora servía a su Hijo dilectísimo, conociéndole, adorándole por verdadero Dios y Hombre, Criador, Reparador, Glorificador y Sumo, Infinito, Inmenso en ser, bondad y todos sus atributos? Ella fue quien de todo conoció más entre las puras criaturas y más que todas ellas, y a este paso daba a Dios la debida reverencia y la enseñó a los mismos serafines. En esta virtud fue maestra de tal suerte que sólo verla despertaba, movía y provocaba con oculta fuerza a que todos reverenciasen al supremo Señor y Autor del cielo y tierra y sin otra diligencia excitaba a muchos para que alabasen a Dios. Su oración, contemplación y devoción, y la eficacia que tuvo, y la que siempre tienen sus peticiones, todos los ángeles y bienaventurados la conocen con admiración eterna y todos no la podrán explicar. Le deben todas las criaturas intelectuales el haber suplido y recompensado, no sólo lo que ellos han ofendido, pero lo que no han podido alcanzar, ni obrar, ni merecer. Esta Señora adelantó el remedio del mundo y, si ella no estuviera en él, no saliera el Verbo del seno de su eterno Padre. Ella transcendió a los serafines desde el primer instante en contemplar, orar, pedir y estar devotamente pronta en el obsequio divino. Ofreció sacrificios cual convenía, oblaciones, décimas, y todo tan acepto a Dios que por parte del oferente nadie fue más acepta después de su Hijo santísimo. En las eternas alabanzas, himnos, cánticos y oraciones vocales que hizo, fue sobre todos los patriarcas y profetas y, si los tuviera la Iglesia Militante, como se conocerán en la Triunfante, fuera nueva admiración del mundo.

563. Las virtudes de piedad y observancia tuvo Su Majestad como quien más conocía la deuda a sus padres y más sabía de su heroica santidad. Lo mismo hizo con sus consanguíneos, llenándolos de especiales gracias, como al Bautista y a su madre santa Isabel, y a los demás del apostolado. A su patria, si no lo hubiera desmerecido la ingratitud y dureza de los judíos, la hubiera hecho felicísima, pero, en cuanto la divina equidad permitió, la hizo muy grandes beneficios y favores espirituales y visibles. En la reverencia de los sacerdotes fue admirable, como quien sola pudo y supo dar el valor a la dignidad de los cristos del Señor. Esto enseñó a todos; y después a reverenciar los patriarcas, profetas y santos, y luego a los señores temporales y supremos en la potestad. Y ningún acto de estas virtudes omitió que en diferentes tiempos y ocasiones no los ejercitase y enseñase a otros, especialmente a los primeros fieles en el origen y principio de la Iglesia evangélica, donde obedeciendo, no ya a su Hijo santísimo ni a su Esposo presencialmente pero a los ministros de ella, fue ejemplo de nueva obediencia al mundo; pues entonces con especiales razones se la debían todas las criaturas a la que en él quedaba por Señora y Reina que los gobernase.

564. Restan otras virtudes que también se reducen a la justicia, porque con ellas damos lo que debemos a otros con alguna deuda moral, que es un honesto y decente título. Estas son: la gratitud, que se llama gracia, la verdad o veracidad, la vindicación, la liberalidad, la amistad o afabilidad. Con la gratitud hacemos alguna igualdad con aquellos de quienes recibimos el beneficio, dándoles gracias por él, según la condición del beneficio, y también según el estado y condición del bienhechor; que a todo esto se debe proporcionar el agradecimiento y se puede hacer con diversas acciones. La veracidad inclina a tratar verdad con todos, como es justo que se trate en la vida humana y conversación necesaria de los hombres, excluyendo toda mentira - que en ningún suceso es lícita - toda engañosa simulación, hipocresía, jactancia e ironía. Todos estos vicios se oponen a la verdad; y si bien es posible y aun conveniente declinar en lo menos cuando hablamos de nuestra propia excelencia o virtud, para no ser molestos con exceso de jactancia, pero no es justo fingir menos con mentira, imputándose lo que no tiene de vicio. La vindicación es virtud que enseña a recompensar y deshacer con alguna pena el daño propio o el del prójimo que recibió de otro. Esta virtud es dificultosa entre los mortales, que de ordinario se mueven con inmoderada ira y odio fraternal, con que se falta a la caridad y justicia; pero cuando no se pretende el daño ajeno sino el bien particular o público, no es ésta pequeña virtud, pues usó de ella Cristo nuestro Señor cuando expelió del templo a los que le violaban con irreverencia (Jn 2,15) y Elías y Eliseo pidieron fuego del cielo (4 Re 1 (A.)) para castigar algunos pecados; y en los Proverbios se dice (Prov 13,24 (A.)): Quien perdona la vara del castigo, aborrece a su hijo. La liberalidad sirve para distribuir conforme a razón el dinero o semejantes cosas, sin declinar a los vicios de avaricia y prodigalidad. La amicicia o afabilidad consiste en el decente y conveniente modo de conversar y tratar con todos, sin litigios ni adulación, que son los vicios contrarios de esta virtud.

565. Ninguna de todas éstas y si hay otra alguna que se atribuya a la justicia faltó a la Reina del cielo; todas las tuvo en hábito y las ejercitó con actos perfectísimos, según ocurrían las ocasiones, y a muchas almas enseñó y dio luz con que las obrasen y ejerciesen con perfección, como Maestra y Señora de toda santidad. La virtud de la gratitud con Dios ejercitó con los actos de religión y culto que dijimos, porque éste es el más excelente modo de agradecer; y como la dignidad de María purísima y su proporcionada santidad se levantó sobre todo entendimiento criado, así dio el retorno esta eminente Señora, proporcionándose al beneficio, cuanto a pura criatura era posible; y lo mismo hizo en la piedad con sus padres y patria, como queda dicho. A los demás agradecía la humildísima Emperatriz cualquier beneficio, como si nada se le debiera, y, debiéndosele todo de justicia, lo agradecía con suma gracia y favor; pero sola ella supo dignamente y alcanzó a dar gracias por los agravios y ofensas, como por grandes beneficios, porque su incomparable humildad nunca reconocía Injurias y de todas se daba por obligada; y como no olvidaba los beneficios, no cesaba en el agradecimiento.

566. En la verdad que trataba María Señora nuestra, todo cuanto se puede decir será poco; pues quien estuvo tan superior al demonio, padre de la mentira y engaño, no pudo conocer en sí tan despreciable vicio. La regla por donde se ha de medir en nuestra Reina esta virtud de la verdad es su caridad y sencillez columbina, que excluyen toda duplicidad y falacia en el trato de las criaturas. Y ¿cómo pudiera hallarse culpa ni falsedad en la boca de aquella Señora que con una palabra de verdadera humildad trajo a su vientre al mismo que es verdad y santidad por esencia? En la virtud que se llama vindicación tampoco le faltaron a María santísima muchos actos perfectísimos, no sólo enseñándola como maestra en las ocasiones que fue necesario en los principios de la Iglesia evangélica, pero por sí misma celando la honra del Altísimo y procurando reducir a muchos pecadores por medio de la corrección, como lo hizo con Judas muchas veces, o mandando a las criaturas que todas le estaban obedientes castigasen algunos pecados para el bien de los que con ellos merecían eterno castigo. Y aunque en estas obras era dulcísima y suavísima, mas no por eso perdonaba al castigo cuando y con quien era medio eficaz de purificar el pecado; pero con quien más ejercitó la venganza, fue contra el demonio, para librar de su servidumbre al linaje humano.

567. De las virtudes de liberalidad y afabilidad tuvo asimismo la soberana Reina actos excelentísimos; porque su largueza en dar y distribuir era como de suprema Emperatriz de todo lo criado y de quien sabía dar la estimación a todo lo visible e invisible dignamente. Nunca tuvo esta Señora cosa alguna, de las que puede distribuir la liberalidad, que juzgase por más propia que de sus prójimos; ni jamás a nadie las negó, ni aguardó que les costase el pedirlas, cuando esta Señora pudo adelantarse a darlas. Las necesidades y miserias que remedió en los pobres, los beneficios que les hizo, las misericordias que derramó, aun en cosas temporales, no se pueden contar en inmenso volumen. Su afabilidad amigable con todas las criaturas fue tan singular y admirable que, si no la dispusiera con rara prudencia, se fuera todo el mundo tras ella, aficionado de su trato dulcísimo; porque la mansedumbre y suavidad, templada con su divina severidad y sabiduría, descubrían en ella en tratándola, unos asomos de más que humana criatura. El Altísimo dispuso esta gracia en su Esposa con tal providencia que, dando algunas veces indicios a los que la trataban del sacramento del Rey que en ella se encerraba, luego corría el velo y lo ocultaba, para que hubiese lugar a los trabajos, impidiendo el aplauso de los hombres; y porque todo era menos de lo que se le debía, y esto ni lo alcanzaban los mortales, ni atinaran a reverenciar como a criatura a la que era Madre del Criador, sin exceder o faltar, mientras no llegaba el tiempo de ser ilustrados los hijos de la Iglesia con la fe Cristiana y Católica.

568. Para el uso más perfecto y adecuado de esta virtud grande de la justicia le señalan los doctores otra parte o instrumento, que llaman epiqueya, con la cual se gobiernan algunas obras que salen de las reglas y leyes comunes; porque éstas no pueden prevenir todos los casos ni sus circunstancias ocurrentes, y así es necesario obrar en algunas ocasiones con razón superior y extraordinaria. De esta virtud tuvo necesidad y usó la Reina soberana en muchos sucesos de su vida santísima, antes y después de la ascensión de su Hijo unigénito a los cielos, y especialmente después, para establecer las cosas de la primitiva Iglesia, como en su lugar diré (Cf. p.III) si fuere servido el Altísimo.

Doctrina de la Reina del cielo.

569. “Hija mía, en esta dilatada virtud de la justicia, aunque has conocido mucho del aprecio que merece, ignoras lo más por el estado de la carne mortal, y por eso mismo no alcanzarán tampoco las palabras a la inteligencia; pero en ella tendrás una copiosa apreciación del trato que debes a las criaturas y también al culto del Altísimo. Y en esta correspondencia te advierto, carísima, que la majestad suprema del Todopoderoso recibe con justa indignación la ofensa que le hacen los mortales, olvidándose de la veneración, adoración y reverencia que le deben; y cuando alguna le dan, es tan grosera, inadvertida y descortés, que no merecen premio sino castigo. A los príncipes y magnates del mundo reverencian profundamente y los adoran, les piden mercedes y las solicitan por medios y diligencias exquisitas, y les dan muchas gracias cuando reciben lo que desean y se ofrecen a ser agradecidos toda la vida; pero al supremo Señor que les da el ser, vida y movimiento, que los conserva y sustenta, que los redimió y levantó a la dignidad de hijos y les quiere dar su misma gloria y es infinito y sumo bien, a esta Majestad, porque no le ven con los ojos corporales, la olvidan y, como si de su mano no les vinieran todos los bienes, se contentan cuando mucho con hacer un tibio recuerdo y apresurado agradecimiento; y no digo ahora lo que ofendan al justísimo Gobernador del universo los que inicuamente rompen y atropellan con todo el orden de justicia con sus prójimos, como quien pervierte toda la razón natural, queriendo para sus hermanos lo que no quieren para sí mismos.

570. “Aborrece, hija mía, tan execrables vicios y cuanto pueden tus fuerzas recompensa con tus obras lo que deja de ser servido el Altísimo con esta mala correspondencia; y pues por tu profesión estás dedicada al divino culto, sea ésta tu principal ocupación y afecto, asimilándote a los espíritus angélicos, incesantes en el temor y culto suyo. Ten reverencia a las cosas divinas y sagradas, hasta los ornamentos y vasos que sirven a este ministerio. En el oficio divino, oración y sacrificio, procura estar siempre arrodillada; pide con fe y recibe con humilde agradecimiento; y éste le has de tener con todas las criaturas, aun cuando te ofendieren. Con todos te muestra piadosa, afable, blanda, sencilla y verdadera, sin ficción ni doblez, sin detracción ni murmuración, sin juzgar livianamente a tus prójimos. Y para que cumplas con esta obligación de justicia, lleva siempre en tu memoria y deseo hacer con tus prójimos lo que tú quieres que se haga contigo misma; y mucho más te acuerda de lo que hizo mi Hijo santísimo, y yo a su imitación, por todos los hombres.”

CAPITULO 11

Regresar al Principio

De la virtud de la fortaleza que tuvo María santísima.

571. La virtud de la fortaleza, que se pone en el tercer lugar de las cuatro cardinales, sirve para moderar las operaciones que cada uno ejercita principalmente consigo mismo con la pasión de la irascible o propensión a la ira -. Y, si bien es verdad que la concupiscible - a quien pertenece la templanza - es primero que la irascible, porque del apetecer la concupiscible nace el repeler la irascible a quien impide lo apetecido, pero con todo eso se trata primero de la irascible y de su virtud, que es la fortaleza, porque en la ejecución de ordinario se alcanza lo apetecido interviniendo la irascible, que vence a quien lo impide; y por esto la fortaleza es virtud más noble y excelente que la templanza, de quien diré en el capítulo siguiente.

572. El gobierno de la pasión de la irascible por la virtud de la fortaleza se reduce a dos partes o especies de operaciones, que son: usar de la ira conforme a razón y con debidas circunstancias que la hagan loable y honesta, y dejar de airarse reprimiendo la pasión cuando es más conveniente detenerla que ejecutarla; pues lo uno y lo otro puede ser loable y reprochable según el fin y las demás circunstancias con que se hace. La primera de estas operaciones o especies se quedó con el nombre de fortaleza, y algunos doctores la llaman belicosidad. La segunda se llama paciencia, que es la más noble y superior fortaleza y la que principalmente tuvieron y tienen los santos, aunque los mundanos, trocando el juicio y los nombres, suelen a la paciencia llamarla pusilanimidad y a la presunción impaciente y temeraria llaman fortaleza; porque aún no alcanzan los actos verdaderos de esta virtud.

573. No tuvo María santísima movimientos desordenados que reprimir en la irascible con la virtud de la fortaleza; porque en la inocentísima Reina todas las pasiones estaban ordenadas y subordinadas a la razón y ésta a Dios, que la gobernaba en todas las acciones y movimientos; pero tuvo necesidad de esta virtud para oponerse a los impedimentos que el demonio por diversos modos le ponía, para que no consiguiese todo lo que prudentísima y ordenadamente apetecía para sí y para su Hijo santísimo. Y en esta valerosa resistencia y conflicto nadie fue más fuerte entre todas las criaturas; porque todas juntas no pudieron llegar a la fortaleza de María nuestra Reina, pues no tuvieron tantas peleas y contradicciones del común enemigo. Pero cuando era necesario usar de esta fortaleza o belicosidad con las criaturas humanas, era tan suave como fuerte o, por mejor decir, era tan fuerte cuanto era suavísima en obrar; porque sola esta divina Señora entre las criaturas pudo copiar en sus obras aquel atributo del Altísimo que en las suyas junta la suavidad con la fortaleza (Sab 8,1). Este modo de obrar tuvo nuestra Reina con la fortaleza, sin reconocer su generoso corazón desordenado temor, porque era superior a todo lo criado; ni tampoco fue impávida y audaz sin moderación; ni podía declinar a estos extremos viciosos, porque con suma sabiduría conocía los temores que se debían vencer y la audacia que se debía excusar, y así estaba vestida como única mujer fuerte de fortaleza y hermosura (Prov 31,25 (A.)).

574. En la parte de la fortaleza que toca a la paciencia fue María santísima más admirable, participando sola ella de la excelencia de la paciencia de Cristo su Hijo santísimo, que fue padecer y sufrir sin culpa y padecer más que todos los que las cometieron. Toda la vida de esta soberana Reina fue una continuada tolerancia de trabajos, especialmente en la vida y muerte de nuestro Redentor Jesucristo, donde la paciencia excedió a todo pensamiento de criaturas y sólo el mismo Señor que se la dio puede dignamente darla a conocer. Jamás esta candidísima paloma se indignó contra la paciencia con criatura alguna, ni le pareció grande algún trabajo y molestia de las inmensas que padeció, ni se contristó por él, ni dejó de recibirlos todos con alegría y hecho de gracias. Y si la paciencia -según el orden del Apóstol- se pone el primer parto de la caridad (1 Cor 13,4 (A.)) y su primogénito, si nuestra Reina fue Madre del amor (Eclo 24,24) también lo fue de la paciencia; y se debe medir con él, porque cuanto amamos y apreciamos el bien eterno sobre todo lo visible tanto nos determinamos a padecer, por conseguirle y no perderle, todo lo penoso que sufre la paciencia; por eso fue María santísima pacientísima sobre todas las criaturas y madre de esta virtud para nosotros, que, acudiendo a ella, hallaremos esta torre de David con mil escudos (Cant 4,4) pendientes de paciencia, con que se arman los fuertes de la Iglesia y de la milicia de Cristo nuestro Señor.

575. No tuvo jamás nuestra pacientísima Reina ademanes afeminados de flaqueza, ni tampoco de ira exterior, porque todo lo tenía prevenido con la divina luz y sabiduría; aunque ésta no excusaba dolor, antes le añadía, porque nadie pudo conocer el peso de las culpas y ofensas infinitas contra Dios, como las conoció esta Señora. Mas no por eso se pudo alterar su invencible corazón; ni por las maldades de Judas, ni por las contumelias y desacatos de los fariseos, jamás mudó el semblante y menos el interior. Y aunque en la muerte de su Hijo santísimo todas las criaturas y elementos insensibles parece que quisieron perder la paciencia contra los mortales, no pudiendo sufrir la injuria y ofensa de su Criador, sola María estuvo inmóvil y aparejada para recibir a Judas y a los fariseos y sacerdotes, si después de haber crucificado a Cristo nuestro Señor se volvieran a la Madre de piedad y misericordia.

576. Bien pudiera la virtuosísima Emperatriz del cielo indignarse y airarse con los que a su Hijo santísimo dieron tan afrentosa muerte y no pasar en esta ira los límites de la razón y virtud, pues el mismo Señor ha castigado justamente este pecado. Estando yo en este pensamiento me fue respondido que el Altísimo dispuso cómo esta gran Señora no tuviese estos movimientos y operaciones, aunque pudiera debidamente, porque no quería que ella fuese instrumento y como acusadora de los pecadores, porque la eligió por medianera y abogada suya y madre de misericordia, para que por ella viniesen a los hombres todas las que el Señor quería mostrar con los hijos de Adán, y hubiese quien dignamente moderase la ira del justo Juez, intercediendo por los culpados. Sólo con el demonio ejecutó la ira esta Señora, y en lo que fue necesario para la paciencia y tolerancia, y para vencer los impedimentos que le pudo oponer este enemigo y antigua serpiente para el bien obrar.

577. A la virtud de la fortaleza se reducen también la magnanimidad y la magnificencia; porque participan de estas condiciones en alguna cosa, dando firmeza a la voluntad en la materia que las toca. La magnanimidad consiste en obrar cosas grandes a quienes sigue la honra grande de la virtud; y por eso se dice que tiene por materia propia los honores grandes, y de que le nacen a esta virtud muchas propiedades que tienen los magnánimos, como aborrecer las lisonjas y simuladas hipocresías que amarlas es de ánimos apocados y viles no ser codiciosos, ni interesados, ni amigos de lo más útil, sino de lo más honesto y grande; no hablar de sí mismo con jactancia; ser detenidos en obrar cosas pequeñas, reservándose para las mayores; ser más inclinados a dar que recibir; porque todas estas cosas son dignas de mayor honra. Mas no por esto es contra la humildad esta virtud, que una no puede ser contraria de otra; porque la magnanimidad hace que con los dones y virtudes se haga el hombre benemérito de grandes honras, sin apetecerlas ambiciosa y desordenadamente; y la humildad enseña a que las refiera a Dios y se desestime a sí mismo por sus defectos y por su propia naturaleza. Y por la dificultad que tienen las obras grandes y honrosas de la virtud, piden especial fortaleza, que se llama magnanimidad, cuyo medio consiste en proporcionar las fuerzas con las acciones grandes, para que ni las dejemos por pusilánimes, ni las intentemos con presunción ni desordenada ambición ni con apetito de gloria vana; porque todos estos vicios desprecia el magnánimo.

578. La magnificencia también significa obrar grandes cosas, y en esta significación tan extendida puede ser común virtud, que en todas las materias virtuosas obra cosas grandes. Pero como hay especial razón o dificultad en obrar y hacer grandes gastos, aunque sea conforme a razón, por esto se llama magnificencia especial la virtud que determinadamente inclina a grandes sacrificios, regulándolos por la prudencia, para que ni el ánimo sea escaso cuando la razón pide mucho, ni tampoco sea profuso cuando no conviene, consumiendo y talando lo que no debía. Y aunque esta virtud parece la misma con la liberalidad, pero los filósofos las distinguen; porque el magnífico mira a cosas grandes sin atender más y el liberal mira al amor y uso templado del dinero; y alguno podrá ser liberal sin llegar a ser magnífico, si se detiene en distribuir lo que tiene más grandeza y cantidad.

579. Estas dos virtudes de magnanimidad y magnificencia estuvieron en la Reina del cielo con algunas condiciones que no pudieron alcanzar los demás que las tuvieron. Sólo María purísima no halló dificultad ni resistencia en obrar todas las cosas grandes; y sola ella las hizo todas grandes, aun en las materias pequeñas, y sola ella entendió perfectamente la naturaleza y condición de estas virtudes como de todas las demás; y así pudo darles la suprema perfección, sin tasarla por las contrarias inclinaciones, ni por ignorar el modo, ni por acudir a otras virtudes, como suele suceder a los más santos y prudentes que, cuando no lo pueden todo, eligen y obran lo que les parece mejor. En todas las obras virtuosas fue esta Señora tan magnánima, que siempre hizo lo más grande y digno de honor y gloria; y mereciéndola de todas las criaturas fue más magnánima en despreciarla y posponerla refiriéndola sólo a Dios, y obrando en la misma humildad lo más grande y magnánimo de esta virtud; y estando las obras de la humildad heroica como en una divina emulación y competencia con lo magnánimo de todas las demás virtudes, vivían todas juntas como ricas joyas que a porfía con su hermosa variedad adornaban a la hija del Rey, cuya gloria toda se quedaba en lo interior, como lo dijo David su padre (Sal 44,14 (A.)).

580. En la magnificencia también fue grande nuestra Reina; porque si bien era pobre, y más en el espíritu sin amor alguno a cosa terrena, con todo eso de lo que el Señor le dio dispensó magníficamente, como sucedió cuando los reyes magos le ofrecieron preciosos dones al niño Jesús, y después en el discurso que vivió en la Iglesia, subido el Señor al cielo. Y la mayor magnificencia fue que, siendo Señora de todo lo criado, lo destinase todo para que magníficamente, cuanto era de su afecto, se gastase en el beneficio de los necesitados y en el honor y culto de Dios. Y esta doctrina y virtud enseñó a muchos, para ser maestra de toda perfección en obras que, tan a pesar de las viles costumbres e inclinaciones, hacen los mortales, sin llegar a darles el punto de prudencia que deben. Comúnmente desean los mortales, según su inclinación, la honra y gloria de la virtud y ser tenidos por singulares y grandes; y como esta inclinación y afecto van desordenados, y tampoco enderezan esta gloria de la virtud al Señor de todo, desatinan con los medios y, si llega la ocasión de hacer alguna obra de magnanimidad o magnificencia, desfallecen y no la hacen, porque son de ánimos abatidos y viles. Y como por otra parte quieren juntamente parecer grandes, excelentes y dignos de veneración, toman para esto otros medios engañosamente proporcionados y verdaderamente viciosos, como hacerse iracundos, hinchados, impacientes, ceñudos, altivos y jactanciosos; y como todos estos vicios no son magnanimidad, antes dicen poquedad y bajeza de corazón, por eso no alcanzan gloria ni honra entre los sabios, sino vituperio y desprecio; porque la honra más se halla huyendo de ella que solicitándola, y con obras, más que con deseos.

Doctrina de la Reina del cielo.

581. “Hija mía, si con atención procuras, como yo te lo mando, entender la condición y necesidad de esta virtud de la fortaleza, con ella tendrás a la mano la rienda de la ira, que es una de las pasiones que más presto se mueven y conturban la razón. Y también tendrás un instrumento con que obrar lo más grande y perfecto de las virtudes como tú lo deseas, y con que resistir y vencer los impedimentos de tus enemigos que se te oponen para acobardarte en lo más difícil de la perfección. Pero advierte, carísima, que como la potencia irascible sirva a la concupiscible para resistir a quien la impide en lo que su concupiscencia apetece, de aquí procede que, si la concupiscible se desordena y ama lo que es vicioso y sólo bien aparente, luego la irascible se desordena tras ella y en lugar de la fortaleza virtuosa incurre en muchos vicios execrables y feos. Y de aquí entenderás cómo del apetito desordenado de la propia excelencia y gloria vana, que causan la soberbia y vanidad, nacen tantos vicios en la irascible, cuales son las discordias, las contenciones, las riñas, la jactancia, los clamores, impaciencia, pertinacia, y otros vicios de la misma concupiscible, como son la hipocresía, mentira, deseo de vanidades, curiosidad y parecer en todo más de lo que son las criaturas y no lo que verdaderamente les toca por sus pecados y bajeza.

582. “De todos estos vicios tan feos estarás libre, si con fuerza mortificas y detienes los movimientos inordenados de la concupiscible con la templanza, de que dirás luego. Pero cuando apeteces y amas lo justo y conveniente, aunque te debes ayudar para conseguirlo de la fortaleza y de la irascible bien ordenada, sea de manera que no excedas; porque siempre tiene peligro de airarse con celo de la virtud quien está sujeto a su propio y desordenado amor; y tal vez se disimula y solapa este vicio con capa de buen celo, y se deja engañar la criatura airándose por lo que ella apetece para sí, y queriendo que se entienda es celo de Dios y del bien de sus prójimos. Por esto es tan necesaria y gloriosa la paciencia que nace de la caridad y se acompaña con la dilatación y magnanimidad, pues el que ama de veras al sumo y verdadero bien fácilmente sufre la pérdida de la honra y gloria aparente, y con magnanimidad la desprecia como vil y contentible; y aunque se la den las criaturas, no la estima, y en los demás trabajos se muestra invencible y constante; con que granjea cuanto puede el bien de la perseverancia y tolerancia.”

CAPITULO 12

Regresar al Principio

De la virtud de la templanza que María santísima tuvo.

583. De los dos movimientos que tiene la criatura en apetecer el bien sensible y retirarse del mal, este último se modera con la fortaleza, que como he dicho sirve para que por la irascible no deje vencerse la voluntad, antes ella venza con audacia, padeciendo cualquier mal sensible por conseguir el bien honesto. Para gobernar los otros movimientos de la concupiscible sirve la templanza, que es la última virtud de las cardinales y la menor; porque el bien que consigue no es tan general como el que miran las otras virtudes, antes la templanza inmediatamente mira al bien particular del que la tiene. Consideran los doctores y maestros a la templanza en cuanto dice una general moderación de todos los apetitos naturales, y en este sentido es virtud general y común, que comprende a todas las virtudes que mueven el apetito conforme a razón. No hablamos ahora de la templanza en esta generalidad, sino en cuanto sirve para gobernar la concupiscible en la materia del tacto, donde el deleite mueve con mayor fuerza, y consiguientemente en otras materias deleitables que imitan a la delectación del tacto, aunque no con tanta fuerza.

584. En esta consideración tiene la templanza el último lugar de las virtudes, porque su objeto no es tan noble como en las otras; pero con todo eso se le atribuyen algunas excelencias mayores, en cuanto desvía de objetos y vicios más feos y aborrecibles, cuales son la destemplanza en los deleites sensitivos comunes a los hombres y a los brutos irracionales. Y por esto dijo David (Sal 48,13.21) que fue hecho el hombre semejante al jumento, cuando se dejó llevar de la pasión del deleite. Y por la misma razón el vicio de la destemplanza se llama pueril; porque un niño no se mueve por la razón sino por el antojo del apetito, ni se modera si no es con castigo; como también le pide la concupiscible para refrenarse en estos deleites. De este deshonor y fealdad redime al hombre la virtud de la templanza, enseñándole a gobernarse no por el deleite mas  Por la razón; y por esto mereció esta virtud que se le atribuyese a ella cierta honestidad y decoro o hermosura, que nace en el hombre de conservarse en el esta do de la razón contra una pasión tan indómita, que pocas veces la escucha ni obedece; y por el contrario, al sujetarse el hombre al deleite animal, se le sigue gran deshonor por la similitud bestial y pueril.

585. Contiene la templanza en sí a las virtudes de abstinencia y sobriedad, contra los vicios de la gula en la comida y de la embriaguez en la bebida, y en la abstinencia se contiene el ayuno; y son las primeras, porque al apetito lo primero se le ofrece la comida, objeto del gusto, para conservación de la naturaleza. Tras de estas virtudes se siguen las que moderan el uso de la propagación natural, que son castidad y pudicicia, con sus partes virginidad y continencia, contra los vicios de lujuria e incontinencia y sus especies. A estas virtudes, que son las principales en la templanza, se siguen otras que moderan el apetito en otros deleites menores; y las que moderan el sentido del olfato, oído y vista reducen a las del tacto. Pero hay otras semejantes a ellas en diferentes materias: éstas son la clemencia y mansedumbre, que gobiernan la ira y el desorden en castigar contra el vicio de la crueldad inhumana o bestial a que pueden declinar. Otra es la modestia, que contiene en sí cuatro virtudes: la primera es la humildad, que contra la soberbia detiene al hombre para que no apetezca desordenadamente la propia excelencia; la segunda es la estudiosidad, para que no apetezca saber más de lo que conviene y como conviene contra el vicio de la curiosidad; la tercera es la moderación o austeridad para que no apetezca el superfluo fausto y ostentación en el vestido y aparato exterior; la cuarta es la que modera el apetito desmedido en las acciones ilusorias, como son juegos, movimientos del cuerpo, burlas, bailes, etc., y, aunque no tiene particular nombre esta virtud, es muy necesaria y se llama generalmente modestia o templanza.

586. Para manifestar la excelencia que tuvieron estas virtudes en la Reina del cielo -y lo mismo he dicho de las otras- siempre me parece que vienen cortos los términos y palabras comunes con que hablamos de las virtudes de otras criaturas. Mayor proporción tuvieron las gracias y dones de María santísima con las de su dilectísimo Hijo, y éstas con las perfecciones divinas, que todas las virtudes y santidad de los santos con la de esta soberana Reina de las virtudes; y así viene a ser muy desigual cuanto podemos decir de ella con las palabras que significamos las gracias y virtudes de los demás santos; donde por más consumadas que fuesen, estaban en sujetos imperfectos y sujetos a pecado y desordenados por él. Y si de éstas dijo el Eclesiástico (Eclo 26,20 (A.)) que no había digna ponderación para la excelencia del continente ¿qué diremos de la templanza de la Señora de las gracias y virtudes y de la hermosura que tenía su alma santísima con el colmo de todas ellas? Todos los domésticos (Prov 31,21 (A.)) de esta mujer fuerte estaban guarnecidos con duplicadas vestiduras, porque sus potencias estaban adornadas con dos hábitos o perfecciones de incomparable hermosura y fortaleza: el uno, el de la justicia original, que subordinaba los apetitos a la razón y gracia; el otro, el de los hábitos infusos, que añadía nueva hermosura y virtud para obrar con suma perfección.

587. Todos los demás santos que en la hermosura de la templanza se han señalado, llegarían hasta sujetar la concupiscencia indómita, reduciéndola al yugo de la razón, para que nada apeteciese sin modo, que después había de retractar con el dolor de haberlo apetecido; y el que a esto se adelantase llegaría a negar al apetito todo aquello que se le puede substraer a la naturaleza humana sin destruirla; pero en todos estos actos de templanza sentiría alguna dificultad que retardaría el afecto de la voluntad, o a lo menos le haría tanta resistencia que no pudiese conseguir su deseo con toda plenitud; y se querellase con el Apóstol de la infeliz carga de este pesado cuerpo (Rom 7,24). En María santísima no había esta disonancia; porque sin remurmurar los apetitos y sin adelantarse a la razón dejaban obrar a todas las virtudes con tanta armonía y concierto que, fortaleciéndola como ejército de escuadrones bien ordenados (Cant 6,3 (A.)) hacían un coro de celestial consonancia. Y como no había desmanes de los apetitos que reprimir, de tal manera ejercitaba las operaciones de la templanza, que no pudo caer en su mente especies ni memoria de movimiento desordenado; antes bien imitando a las divinas perfecciones eran sus operaciones como originadas y deducidas de aquel supremo ejemplar, y se convertían a él como a única regla de su perfección y como fin último en que se terminaban.

588. La abstinencia y sobriedad de María santísima fue admiración de los ángeles; porque siendo Reina de todo lo criado y padeciendo las naturales pasiones de hambre y sed, no apeteció jamás los manjares que a su poder y grandeza pudieran corresponder, ni usaba de la comida por el gusto mas por sola necesidad; y ésta satisfacía con tal templanza, que ni excedía ni pudo exceder sobre lo ajustado para el húmido radical y alimento de la vida; y éste recibía dando primero lugar al padecer el dolor del hambre y sed, y dejando algún lugar a la gracia junto con el efecto natural del escaso alimento que recibía. Nunca padeció alteración de corrupción por la superfluidad de la comida o bebida, ni por esta causa sintió más necesidad, ni la tuvo un día más que otro, ni tampoco sintió estas alteraciones por defecto de alimento; porque si le moderaba algo de lo que el calor natural pedía, lo suplía la divina gracia, en que vive la criatura, y no en solo pan (Mt 4,46). Bien pudo el Altísimo sustentarla sin comida ni bebida, pero no lo hizo; porque no fue conveniente ni para ella dejar de merecer en este uso de la comida y ser ejemplar de templanza, ni para nosotros que nos faltase tanto bien y merecimientos. De la materia de su comida que usaba y de los tiempos en que la recibía, se dice en diferentes lugares de esta Historia (Cf. infra p. II n.196, 424,898). Por su voluntad nunca comió carne, ni más de sola una vez cada día, salvo cuando vivió con su esposo José o cuando acompañaba a su Hijo santísimo en sus peregrinaciones, que en estas ocasiones, por la necesidad de ajustarse a los demás, seguía el orden que el Señor le daba; pero siempre era milagrosa en la templanza.

589. De la pureza virginal y pudor de la Virgen de las vírgenes no pueden hablar dignamente los supremos serafines; pues en esta virtud, que en ellos es natural, fueron inferiores a su Reina y Señora; pues con el privilegio de la gracia y poder del Altísimo estuvo María santísima más libre de la inmunidad del vicio contrario que los mismos ángeles, a quienes por su naturaleza no puede tocarles. No alcanzamos los mortales en esta vida a formar el concepto debido de esta virtud en la Reina del cielo, porque nos embaraza mucho el pesado barro con que a nuestra alma se le oscurece la candidez y cristalina luz de la castidad. La tuvo nuestra gran Reina en tal grado, que pudo dignamente preferir a la dignidad de Madre de Dios, si no fuera ella quien más la proporcionaba con esta inefable grandeza. Pero midiendo la pureza virginal de María con lo que ella la apreció y con la dignidad a que la levantó, se conocerá en parte cuál fue esta virtud en su virgíneo cuerpo y alma. La propuso desde su Inmaculada Concepción, la votó desde su natividad, y la observó de suerte que jamás tuvo acción, ni movimiento, ni ademán en que la violase, ni tocase en su pudor. Por eso no habló jamás a hombre sin voluntad de Dios; ni a ellos, ni a las mujeres mismas miraba al rostro, no por el peligro sino por el mérito, por el ejemplo nuestro y por la superabundancia de la divina prudencia, sabiduría y amor.

590. De su clemencia y mansedumbre dijo Salomón que la ley de la clemencia estaba en su lengua (Prov 31,26); porque nunca se movió que no fuese para distribuir la gracia que en sus labios estaba derramada (Sal 44,3). La mansedumbre gobierna la ira y la clemencia modera el castigo. No tuvo ira que moderar nuestra mansísima Reina, ni usaba de esta potencia más de como en el capítulo pasado dije (Cf. supra n.573ss) en los actos de fortaleza contra el pecado y el demonio, etc.; pero contra las criaturas racionales no tuvo ira que se ordenase a castigarlas, ni por suceso alguno se le movió ira, ni perdió la perfectísima mansedumbre con inmutable e inimitable igualdad interior y exterior; sin que jamás se le conociese diferencia en el semblante, en la voz, ni movimientos que testificasen algún interior movimiento de ira. Esta mansedumbre y clemencia tuvo el Señor por instrumento de la suya, y libró en ella todos los beneficios y efectos de las eternas y antiguas misericordias; y para este fin era necesario que la clemencia de María Señora nuestra fuese proporcionado instrumento de la que el mismo Señor tiene con las criaturas. Considerando atenta y profundamente las obras de la divina clemencia con los pecadores y que de todas fue María santísima el idóneo instrumento con que se disponían y ejecutaban, se conocerá en parte la clemencia de esta Señora. Todas sus reprensiones fueron más rogando, amonestando y enseñando, que castigando; y esto pidió ella al Señor, y su providencia lo dispuso así, para que en esta sobreexcelsa Reina estuviese la ley de la clemencia (Prov 31,26) como en original y en depósito, de quien Su Majestad se sirviese, y los mortales desprendiesen esta virtud con las demás.

591. En las otras virtudes que contiene la modestia, especialmente en la humildad, y en la austeridad o pobreza de María santísima, para decir algo dignamente fueran necesarios muchos libros y lenguas de ángeles. De lo que yo puedo alcanzar a decir está llena toda esta Historia, porque en todas las acciones de la Reina del cielo resplandeció sobre todas las virtudes su incomparable humildad. Mucho temo agraviar la grandeza de esta singular virtud, queriendo ceñir en breves términos el piélago que pudo recibir y abrazar al Incomprensible y sin términos. Todo cuanto han alcanzado a conocer y a obrar los santos y los mismos ángeles con esta virtud de la humildad, no pudo llegar a lo menos de la que tuvo nuestra Reina. ¿A quién de los santos ni de los ángeles pudo llamar Madre el mismo Dios? Y ¿quién, fuera de María y del eterno Padre, pudo llamar Hijo al Verbo humanado? Pues si la que llegó en esta dignidad a ser semejante al Padre, y tuvo las gracias y dones convenientes para ella, se puso en su estimación en el último lugar de las criaturas y a todas las reputaba por superiores ¿qué olor, qué fragancia daría al gusto del mismo Dios este humilde nardo (Cant 1,11 (A.)) comprendiendo en su pecho al supremo Rey de los reyes?

592. Que las columnas del cielo se encojan (Job 26,11) y estremezcan en presencia de la inaccesible luz de la Majestad infinita, no es maravilla, pues a su vista tuvieron la ruina de sus semejantes, y ellos fueron preservados con beneficios y razones comunes a todos. Que los más fuertes e invencibles santos se humillasen, abrazando el desprecio y abatimiento, conociéndose por indignos de cualquier mínimo beneficio de la gracia, y aun del mismo obsequio y socorro de las cosas naturales, todo esto era justísimo y consiguiente; porque todos pecamos y necesitamos de la gloria del mismo Dios (Rom 3,23) y ninguno fue tan santo ni tan grande, que no lo pudiese ser mayor, ni tan perfecto que no le faltase alguna virtud, ni tan inculpable que no hallasen los ojos de Dios qué reprender en él; y cuando en todo fuera alguno perfectamente consumado, todos se quedaban en la esfera de la común gracia y beneficios, sin que nadie fuese superior a todos en todo.

593. Pero en esto fue sin ejemplo y sin segunda la humildad de María purísima, que siendo autora de la gracia, principio de todo el bien de las criaturas, la suprema de ellas, el prodigio de las perfecciones divinas, el centro de su amor, la esfera de su omnipotencia, la que le llamó Hijo y se oyó llamar Madre del mismo Dios, se humilló al más inferior lugar de todo lo criado. Y la que gozando de la mayor excelencia de todas las obras de Dios en pura criatura, no le quedaba otra superior en ellas a que levantarse, se humilló juzgándose por no digna de la menor estimación, ni excelencia, ni honra que se le pudiera dar a la mínima de todas las criaturas racionales. No sólo se reputaba indigna de la dignidad de Madre de Dios y de las gracias que en esto se encerraban, pero del aire que respiraba, de la tierra que la sufría, del alimento que recibía y de cualquier obsequio y oficio de las criaturas, de todo se reputaba indigna y lo agradecía como si lo fuera. Y para decir mucho en pocas razones, el no apetecer la criatura racional la excelencia que absolutamente no le toca, o que por algún título le desmerece no es tan generosa humildad, aunque la infinita clemencia del Altísimo la admita y se dé por obligado de quien así se humilla; pero lo admirable es que se humille más que todas juntas las criaturas aquella que, debiéndosele toda la majestad y excelencia, no la apeteció ni buscó; pero estando en forma de digna Madre de Dios, se aniquiló en su estimación, mereciendo con esta humildad ser levantada como de justicia al dominio y señorío de todo lo criado (Fep 2,6-11).

594. A esta humildad incomparable correspondían en María santísima las otras virtudes que se encierran en la modestia; porque el apetito de saber más de lo que conviene, de ordinario nace de poca humildad o caridad; y siendo vicio sin provecho, viene a ser de mucho daño, como le sucedió a Dina (Gen 34,1-3) que con inútil curiosidad saliendo a ver lo que no le era de provecho, fue vista con tanto daño de su honor. De la misma raíz de soberbia presuntuosa suele originarse la superflua ostentación y fausto en el vestido exterior y las desordenadas acciones y gestos o movimientos corporales que sirven a la vanidad y sensualidad, y testifican la liviandad del corazón, según que dijo el Eclesiástico (Eclo 19,27 (A.)). El vestido del cuerpo, la risa de la boca y los movimientos del hombre nos avisan de su interior. Todas las virtudes contrarias a estos vicios estaban en María purísima intactas y sin reconocer contradicción ni movimiento que las pudiese retardar o inficionar; antes, como hijas y compañeras de su profundísima humildad, caridad y pureza, testificaban en esta soberana Señora ciertos asomos más de criatura divina que de humana.

595. Era estudiosísima sin curiosidad; porque estando llena de sabiduría sobre los mismos querubines, desprendía y se dejaba enseñar de todos como ignorante. Y cuando usaba de la divina ciencia o inquiría la divina voluntad, era tan prudente y con tan altos fines y debidas circunstancias, que siempre sus deseos herían el corazón de Dios y le atraían a su ordenada voluntad. En la pobreza y austeridad fue admirable; pues quien era Señora de todo lo criado y lo tenía a su disposición, dejó tanto por la imitación de su Hijo santísimo cuanto el mismo Señor puso en sus manos; porque así como el Padre puso todas las cosas en manos (Jn 13,3) del Verbo humanado, así las puso este Señor todas en manos de su Madre y ella, para hacer lo mismo, las dejó todas con afecto y efecto por la gloria de su Hijo y Señor. De la modestia de sus acciones y dulzura de sus palabras y todo lo exterior, bastará decir que, por la inefable grandeza que con ellas descubría, fuera tenida por más que humana, si la fe no enseñara que era pura criatura, como lo confesó el sabio de Atenas, san Dionisia (Cf. supra la nota 7 del c.8 de este libro II).

Doctrina de la Reina del cielo.

596. “Hija mía, de la dignidad de esta virtud de la templanza has dicho algo por lo que de su excelencia has entendido y de la que yo ejercitaba; aunque de todo dejas mucho que decir para que se acabase de entender la necesidad tan precisa que los mortales tienen de usar en sus acciones de la templanza. Pena del primer pecado fue perder el hombre el perfecto uso de la razón, y que las pasiones, inobedientes contra ella, se rebelasen contra quien se había rebelado contra su Dios, despreciando su justísimo precepto. Para reparar este daño fue necesaria la virtud de la templanza, que domase las pasiones, que refrenase sus movimientos deleitables, que les diese modo, y restituyese al hombre el conocimiento del medio perfecto en la concupiscible y le enseñase e inclinase de nuevo a seguir la razón como capaz de la divinidad y no a seguir su deleite como uno de los brutos irracionales. No es posible, sin esta virtud, desnudarse la criatura del hombre antiguo, ni disponerse para los dones de la gracia y sabiduría divina; porque ésta no entra en el alma del cuerpo sujeto a pecados (Sab 1,4). El que sabe con la templanza moderar sus pasiones, negándoles el inmoderado y bestial deleite que apetecen, éste podrá decir y experimentar que le introduce el rey en las oficinas de su regalado vino (Cant 2,4 (A.)) y tesoros de la sabiduría y espirituales carismas; porque esta virtud es una oficina general, llena de las virtudes más hermosas y fragantes al gusto del Altísimo.

597. “Y si bien quiero que trabajes mucho por alcanzarlas todas, pero singularmente considera la hermosura y buen olor de la castidad, la fuerza de la abstinencia y sobriedad en la comida y bebida, la suavidad y efectos de la modestia en las palabras y obras y la nobleza de la pobreza altísima en el uso de las cosas. Con estas virtudes alcanzarás la luz divina, la paz y tranquilidad de tu alma, la serenidad de tus potencias, el gobierno de tus inclinaciones y llegarás a ser toda iluminada con los resplandores de la divina gracia y dones; y de la vida sensible y animal serás levantada a la conversación y vida angélica, que es la que de ti quiero y lo que tú misma deseas con la virtud divina. Advierte, pues, carísima, y desvélate en obrar siempre con la luz de la gracia y nunca se muevan tus potencias por solo deleite y gusto suyo; pero siempre obra por razón y gloria del Altísimo en todas las cosas necesarias para la vida, en el comer, en el dormir, en el vestir, en hablar, en oír, en desear, en corregir, en mandar, en rogar; todo lo gobierne en ti la luz y el gusto de tu Señor y Dios y no el tuyo.

598. “Y para que más te aficiones a la hermosura y gracia de esta virtud, atiende a la fealdad de sus vicios contrarios y pondera con la luz que recibes cuán feo, abominable, horrible y monstruoso está el mundo en los ojos de Dios y de los santos por la enormidad de tantas abominaciones como los hombres cometen contra esta amable virtud. Mira cuántos siguen como brutos animales el horror de la sensualidad, otros la gula y embriaguez, otros el uso y vanidad, otros la soberbia y presunción, otros la avaricia y deleite de adquirir hacienda y todos generalmente el ímpetu de sus pasiones, buscando ahora sólo el deleite, en que para después atesoran eternos tormentos y el carecer de la vista beatífica de su Dios y Señor.”

CAPITULO 13

Regresar al Principio

De los siete dones del Espíritu Santo que tuvo María santísima.

599. Los siete dones del Espíritu Santo según la luz que de ellos tengo me parece añaden algo sobre las virtudes adonde se reducen, y por lo que añaden se diferencian de ellas aunque tengan un mismo objeto. Cualquiera beneficio del Señor se puede llamar don o dádiva de su mano, aunque sea natural, pero no hablamos ahora de los dones en esta generalidad, aunque sean virtudes y dádivas infusas; porque no todos los que tienen alguna virtud o virtudes tienen gracia de dones en aquella materia o, a lo menos, no llegan a tener las virtudes en aquel grado que se llaman dones perfectos, como los entienden los doctores sagrados en las palabras de Isaías, donde dijo que en Cristo nuestro Salvador descansaría el Espíritu del Señor (Is 11,2 (A.)) numerando siete gracias, que comúnmente se llaman dones del Espíritu Santo, cuales son: el espíritu de sabiduría y entendimiento, el espíritu de consejo y fortaleza, el espíritu de ciencia y piedad y el de temor de Dios. Los cuales dones estuvieron en el alma santísima de Cristo, redundando de la divinidad a que estaba hipostáticamente unida, como en la fuente está el agua que de ella mana, para comunicarse a otros; porque todos participamos de las aguas del Salvador (Is 12,3) gracia por gracia (Jn 1,16) y don por don; y en él están escondidos los tesoros de la sabiduría y ciencia de Dios (Col 2,3 (A.)).

600. Corresponden los dones del Espíritu Santo a las virtudes adonde se reducen. Y aunque en esta correspondencia discurren con alguna diferencia los doctores, pero no la puede haber en el fin de los dones, que es dar alguna especial perfección a las potencias para que hagan algunas acciones y obras perfectísimas y más heroicas en las materias de las virtudes; porque sin esta condición no se pudieran llamar dones particulares más perfectos y excelentes que en el modo común de obrar las virtudes. Esta perfección de los dones ha de incluir o consistir principalmente en alguna especial o fuerte inspiración y moción del Espíritu Santo, que venza con mayor eficacia los impedimentos y mueva al libre albedrío y le dé mayor fuerza para que no obre remisamente, antes con grande plenitud de perfección y fuerza, en aquella especie de virtud adonde pertenece el don. Todo lo cual no puede alcanzar el libre albedrío, si no es ilustrado y movido con especial eficacia, virtud y fuerza del Espíritu Santo, que le compele fuerte, suave (Sab 8,1) y dulcemente para que siga aquella ilustración y con libertad obre y quiera aquella acción que parece es hecha en la voluntad con la eficacia del divino Espíritu, como lo dice el Apóstol a los Romanos (Rom 8,14 (A.)). Y por esto se llama esta moción instinto del Espíritu Santo; porque la voluntad, aunque obra libremente y sin violencia, pero en estas obras tiene mucho de instrumento voluntario y se asimila a él, porque obra con menos consulta de la prudencia común, como lo hacen las virtudes, aunque no con menos inteligencia ni libertad.

601. Con un ejemplo me daré a entender en algo, advirtiendo que, para mover la voluntad a las obras de virtud, concurren dos cosas en las potencias; la una es el peso o inclinación que en sí tiene, que la lleva y mueve, al modo de la gravedad a la piedra o la liviandad en el fuego para moverse cada uno a su centro, Esta inclinación acrecientan los hábitos virtuosos más o menos en la voluntad y lo mismo hacen los vicios en su modo porque inclinando al amor pesan, y el amor es su peso que la lleva libremente. Otra cosa concurre a esta moción de parte del entendimiento, que es una ilustración en las virtudes con que se mueve y determina la voluntad; y esta ilustración es proporcionada con los hábitos y con los actos que hace la voluntad; para los ordinarios sirve la prudencia y su deliberación ordinaria, y para otros actos más levantados sirve o es necesaria más alta y superior ilustración y moción del Espíritu Santo, y ésta pertenece a los dones. Y porque la caridad y gracia es un hábito sobrenatural que pende de la divina voluntad al modo que el rayo nace del sol, por esto la caridad tiene una particular influencia de la divinidad, y con ella es movida y mueve a las demás virtudes y hábitos de la voluntad, y más cuando obra con los dones del Espíritu Santo.

602. Conforme a esto, en los dones del Espíritu Santo me parece conozco de parte del entendimiento una especial ilustración en que se ha muy pasivamente para mover a la voluntad, en la cual corresponden sus hábitos con algún grado de perfección que inclina sobre la ordinaria fuerza de las virtudes a obras muy heroicas. Y como si a la piedra sobre su gravedad le añaden otro impulso se mueve con más ligero movimiento, así en la voluntad añadiéndole la perfección e impulso de los dones los movimientos de las virtudes son más excelentes y perfectos. El don de sabiduría comunica al alma cierto gusto, con el cual gustando conoce lo divino y humano sin engaño, dando su valor y peso a cada uno contra el gusto que hace de la ignorancia y estulticia humana; y pertenece este don a la caridad. El don del entendimiento clarifica para penetrar las cosas divinas y conocerlas contra la rudeza y tardanza de nuestro entendimiento; el de ciencia penetra lo más oscuro y hace maestros perfectos contra la ignorancia; y estos dos pertenecen a la fe. El don de consejo encamina y endereza y detiene la precipitación humana contra la imprudencia; y pertenece a su virtud propia. El de fortaleza expele el temor desordenado y conforta la flaqueza; y pertenece a su misma virtud. El de piedad hace benigno el corazón, le quita la dureza y le ablanda contra la impiedad y dureza; y pertenece a la religión. El don de temor de Dios humilla amorosamente contra la soberbia; y se reduce a la humildad.

603. En María santísima estuvieron todos los dones del Espíritu Santo, como en quien tenía cierto respeto y como derecho a tenerlos, por ser Madre del Verbo divino, de quien procede el Espíritu Santo, a quien se le atribuyen. Y regulando estos dones por la dignidad especial de madre, era consiguiente que estuvieran en ella con la proporción debida y con tanta diferencia de todas las demás almas, cuanta hay de llamarse ella Madre de Dios y todas las demás sólo criaturas; y por estar la gran Reina tan cerca del Espíritu Santo por esta dignidad, y juntamente por la impecabilidad, y todas las demás criaturas estar tan lejos, así por la culpa como por la distancia del ser común, sin otro respeto ni afinidad con el divino Espíritu. Y si estaban en Cristo, nuestro Redentor y Maestro, como en fuente y origen, estaban también en María, su digna madre, como en estanque o en mar de donde se distribuyen a todas las criaturas, porque de su plenitud superabundante redundan a toda la Iglesia. Lo cual en otra metáfora dijo Salomón en los Proverbios cuando la Sabiduría dice edificó para sí una casa sobre siete columnas (Prov 9,1 (A.)) etcétera, y en ella preparó la mesa, mezcló el vino y convidó a los párvulos e insipientes para sacarlos de la infancia y enseñarles la prudencia. No me detengo en esta declaración, pues ningún católico ignora que María santísima fue esta magnífica habitación del Altísimo, edificada y fundada sobre estos siete dones para su hermosura y firmeza y para prevenir en esta casa mística el convite general de toda la Iglesia; porque en María está preparada la mesa, para que todos los párvulos ignorantes, hijos de Adán, lleguemos a ser saciados de la influencia y dones del Espíritu Santo.

604. Cuando estos dones se adquieren mediante la disciplina y ejercicio de las virtudes, venciendo los vicios contrarios, el primer lugar tiene el temor; pero en Cristo Señor nuestro comenzó Isaías a referirlos por el orden de la sabiduría, que es el supremo; porque los recibió como maestro y cabeza y no como discípulo que los aprendía. Con este mismo orden los debemos considerar en su Madre santísima; porque más se asimiló en los dones a su Hijo bendito que a ella las demás criaturas. El don de sabiduría contiene una iluminación gustosa, con que el entendimiento conoce la verdad de las cosas por sus causas íntimas y supremas, y la voluntad con el gusto de la verdad del verdadero bien le discierne y divide del aparente y falso; porque aquel es verdaderamente sabio que conoce sin engaño el verdadero bien para gustarle y le gusta conociéndole. Este gusto de la sabiduría consiste en gozar del sumo bien por una íntima unión de amor, a que se sigue el sabor y gusto del bien honesto participado y ejercitado por las virtudes inferiores al amor. Por esto no se llama sabio el que sólo conoce la verdad especulativamente, aunque tenga en este conocimiento su deleite; ni tampoco es sabio el que obra actos de virtud por sólo el conocimiento, y menos si lo hace por otra causa; pero si por el gusto del sumo y verdadero bien, a quien sin engaño conoce, y en él y por él todas las verdades inferiores, obra con íntimo amor unitivo, éste será verdaderamente sabio. Este conocimiento administra a la sabiduría el don de entendimiento, que la precede y acompaña, y consiste en una íntima penetración de las verdades divinas y de las que a este orden se pueden reducir y encaminar; porque el espíritu escudriña las cosas profundas de Dios (1 Cor 2,10 (A.)) como el Apóstol dice.

605. Este mismo espíritu era necesario para entender y decir algo de los dones de sabiduría y entendimiento que tuvo la emperatriz del cielo, María. El ímpetu del río que de la suma bondad estaba represado por tantos siglos eternos, alegró esta ciudad de Dios (Sal 45,5) con el corriente que, por medio del Unigénito del Padre y suyo que habitó en ella, derramó en su alma santísima; como si -a nuestro modo de entender- desaguara en este piélago de sabiduría el infinito mar de la divinidad, al mismo punto que pudo llamar al espíritu de sabiduría; y para que le llamase, vino a ella para que la desprendiese sin ficción y la comunicase sin envidia (Sab 7,13 (A.)) como lo hizo; pues por medio de su sabiduría se manifestó al mundo la luz del Verbo eterno humanado. Conoció esta sapientísima Virgen la disposición del mundo, las condiciones de los elementos, el principio, medio y fin de los tiempos y sus mudanzas, los cursos de las estrellas, la naturaleza de los animales, las iras de las bestias fieras, la fuerza de lo vientos, la complexión y pensamientos de los hombres, las virtudes de las plantas, yerbas, árboles, frutos y raíces, lo escondido y oculto (Sab 7,17-21) sobre el pensamiento de los hombres, los misterios y caminos retirados del Altísimo; todo lo conoció María nuestra Reina y lo gustó con el don de la sabiduría que bebió en su fuente original y quedó hecha palabra de su pensamiento.

606. Allí recibió este vapor de la virtud de Dios y esta emanación de su caridad sincera (Sab 7,25) que la hizo inmaculada, y la preservó de la mancha que ensucia al alma, y quedó espejo sin mácula de la majestad de Dios. Allí participó el espíritu de inteligencia que contiene la sabiduría, y es santo, único, multiplicado, sutil, agudo, diserto, móvil, limpio, cierto, suave, amador del bien y que nada le impide, bienhechor, humano, benigno, estable, seguro, que todas las virtudes comprende, todo lo alcanza, todo lo entiende con limpieza y delgadaza purísima con que toca a una y otra parte (Sab 7,22-23). Todas estas condiciones que dijo el Sabio del espíritu de sabiduría, única y perfectamente estuvieron en María santísima después de su Hijo unigénito; y con la sabiduría le vinieron juntos todos los bienes (Sab 7,11) y en todas sus operaciones le precedían estos altísimos dones de sabiduría y entendimiento, para que en todas las acciones de las otras virtudes fuese gobernada con ellos, y en todas estuviese embebida su incomparable sabiduría con que obraba.

607. De los demás dones está dicho algo en sus virtudes, adonde pertenecen; pero como todo cuanto podemos entender y decir es tanto menos de lo que había en esta ciudad mística de María, siempre hallaremos mucho que añadir. El don de consejo se sigue en el orden de Isaías al de entendimiento; y consiste en una sobrenatural iluminación con que el Espíritu Santo toca al interior, iluminándole sobre toda humana y común inteligencia, para que elija todo lo más útil, decente y justo, y repruebe lo contrario, reduciendo a la voluntad con las reglas de la eterna e inmaculada ley divina a la unidad de un solo amor y conformidad de la perfecta voluntad del sumo bien; y con esta divina erudición deseche la criatura la multiplicidad y variedad de diversos afectos, y otros inferiores y externos amores y movimientos que pueden retardar o impedir al corazón humano, para que no oiga ni siga este divino impulso y consejo, ni llegue a conformarse con aquel ejemplar vivo de Cristo Señor nuestro, que con altísimo consejo dijo al eterno Padre: “No se haga mi voluntad sino la tuya. (Mt 26:39 (A.)).

608. El don de fortaleza es una participación o influjo de la virtud divina que el Espíritu Santo comunica a la voluntad criada, para que felizmente animosa se levante sobre todo lo que puede y suele temer la humana flaqueza de las tentaciones, dolores, tribulaciones, adversidades; y sobrepujándolo y venciéndolo todo, adquiera y conserve lo más arduo y excelente de las virtudes, y transcienda, suba y traspase todas las virtudes, gracias, consolaciones internas y espirituales, revelaciones, amores sensibles, por muy nobles y excelentes que sean, todo lo deje atrás, y se extienda con un divino propósito, hasta llegar a conseguir la íntima y suprema unión del sumo bien, a que con deseos ardentísimos anhela; donde con verdad salga del fuerte la dulzura (Jue 14,14 (A.)) habiéndolo vencido todo en el que la conforta (Flp 4,13 (A.)). El don de ciencia es una noticia judicativa con rectitud infalible de todo lo que se debe creer y obrar con las virtudes; y se diferencia del consejo, porque éste elige y aquella juzga, el uno hace juicio recto y el otro la prudente elección. Y el don de entendimiento se distingue, porque éste penetra las verdades divinas internas de la fe y virtudes, como en una simple inteligencia; y el don de la ciencia conoce con magisterio lo que de ellas se deduce, aplicando las operaciones externas de las potencias a la perfección de la virtud, en la cual el don de ciencia es como raíz y madre de la discreción.

609. El don de piedad es una virtud divina o influjo con que el Espíritu Santo ablanda y como derrite y licua la voluntad humana, moviéndola para todo lo que pertenece al obsequio del Altísimo y beneficio de los prójimos. Y con esta blandura y suave dulzura está pronta nuestra voluntad, y atenta la memoria para en todo tiempo, lugar y suceso alabar, bendecir y dar gracias y honor al sumo bien; y para tener compasión tierna y amorosa con las criaturas, sin faltarles en sus trabajos y necesidades. No se impide [sic] este don de piedad con la envidia, ni conoce odio, ni avaricia, ni tibieza, ni estrechez de corazón; porque causa en él una fuerte y suave inclinación con que sale dulce y amorosamente a todas las obras del divino amor y del prójimo; y a quien le tiene, le hace benévolo, obsequioso, oficioso y diligente. Y por eso dijo el Apóstol que el ejercicio de la piedad era útil para todas las cosas (1 Tim 4,8 (A.)) y tiene la promesa de la vida eterna; porque es un instrumento nobilísimo de la caridad.

610. En el último lugar está el don de temor de Dios tan alabado, encarecido y encomendado repetidamente en la Escritura divina y por los santos doctores, como fundamento de la perfección cristiana y principio de la verdadera sabiduría; porque el temor de Dios es el primero que resiste a la estulticia arrogante de los hombres y el que con mayor fuerza la destruye y desvanece. Este don tan importante consiste en una amorosa fuga y nobilísima erubescencia y encogimiento con que el alma se retrae a sí misma y a su propia condición y bajeza, considerándola en comparación de la suprema grandeza y majestad de Dios; y no queriendo sentir de sí ni saber altamente, teme, como enseñó el Apóstol (Rom 11,20 (A.)). Tiene sus grados este temor santo, porque al principio se llama inicial y después se llama filial; porque primero comienza huyendo de la culpa como contraria al sumo bien que ama con reverencia, y después prosigue en su abatimiento y desprecio, porque compara su propio ser con la majestad, su ignorancia con la sabiduría, su pobreza con la infinita opulencia. Y todo esto hallándose rendida a la divina voluntad con plenitud, se humilla y rinde a todas las criaturas por Dios; y para con él y con ellas se mueve con un amor íntimo, llegando a la perfección de los hijos del mismo Dios y a la suprema unidad de espíritu con el Padre, Hijo y Espíritu Santo.

611. Si me dilatara más en la explicación de estos dones, saliera mucho de mi intento y alargara demasiado este discurso; lo que digo me parece suficiente para entender su naturaleza y condiciones. Y habiéndola entendido se debe considerar que en la soberana Reina del cielo estuvieron todos los dones del Espíritu Santo, no sólo en el grado suficiente y común que tienen en su género cada uno porque esto puede ser común a otros santos pero estuvieron en esta Señora con especial excelencia y privilegio, cual no pudo caber en otro santo alguno, ni pudiera ser conveniente a otro inferior suyo. Entendido, pues, en qué consiste el temor santo, la piedad, la fortaleza, la ciencia y el consejo, en cuanto son dones especiales del Espíritu Santo, extiéndase el juicio humano y el entendimiento angélico y piense lo más alto, lo más noble, lo más excelente, lo más perfecto, lo más divino; que sobre lo que concibieron todas juntas las criaturas están los dones de María, y lo inferior de ellos es lo supremo del pensamiento criado; así como lo supremo de los dones de esta Señora y Reina de las virtudes toca, en algún modo, a lo ínfimo de Cristo y de la divinidad.

Doctrina de la Reina santísima María.

612. “Hija mía, estos nobilísimos y excelentísimos dones del Espíritu Santo que has entendido, son la emanación por donde la divinidad se comunica y transfiere a las almas santas; y por esto no admiten limitación de su parte, como la tienen del sujeto donde se reciben. Y si las criaturas desocupasen el corazón de los afectos y amor terreno, aunque su corazón es limitado, participarían sin tasa el torrente de la divinidad infinita por medio de los inestimables dones del Espíritu Santo. Las virtudes purifican a la criatura de la fealdad y mácula de los vicios, si los tenía, y con ellas comienza a restaurar el orden concertado de sus potencias, perdido primero por el pecado original y después por los actuales propios; y añaden hermosura, fuerza y deleite en el bien obrar. Pero los dones del Espíritu Santo levantan a las mismas virtudes a una sublime perfección, ornato y hermosura con que se dispone, hermosea y agracia el alma para entrar en el tálamo del Esposo, donde por admirable modo queda unida con la divinidad en un espíritu y vínculo de la eterna paz. Y de aquel felicísimo estado sale fidelísima y seguramente a las operaciones de heroicas virtudes, y con ellas se vuelve a retraer al mismo principio donde salió, que es el mismo Dios, en cuya sombra (Cant 2,3) descansa sosegada y quieta, sin que la perturben los ímpetus furiosos de las pasiones y. sus desordenados apetitos; pero esta felicidad alcanzan pocos, y sólo por experiencia la conoce quien la recibe.

613. “Advierte, pues, carísima, y con atención profunda considera cómo ascenderás a lo alto de estos dones; porque la voluntad del Señor y la mía es que subas más arriba (Lc 14,10 (A.)) en el convite que te previene su dulzura con la bendición de los dones (Sal 20,4) que para este fin de su liberalidad recibiste. Atiende que para la eternidad hay solos dos caminos: uno que lleva a la eterna muerte por el desprecio de la virtud y por la ignorancia de la divinidad; otro lleva a la eterna vida por el conocimiento fructuoso del Altísimo; porque ésta es la vida eterna, que le conozcan a él y a su Unigénito que envió al mundo (Jn 17,3 (A.)). El camino de la muerte siguen infinitos necios (Ecl 1,45) que ignoran su misma ignorancia, presunción y soberbia con formidable insipiencia. A los que llamó su misericordia a su admirable lumbre (1 Pe 2,9) y los reengendró en hijos de la luz, les dio en esta generación el nuevo ser que tienen por la fe, esperanza y caridad, que los hace suyos y herederos de la divina y eterna fruición; y reducidos al ser de hijos les dio las virtudes que se infunden en la primera justificación, para que como hijos de la luz obren con proporción operaciones de luz; y tras ellas tiene prevenidos los dones del Espíritu Santo. Y como el sol material a nadie niega su calor y luz, si hay capacidad y disposición para recibir la fuerza de sus rayos, tampoco la divina Sabiduría que, dando voces en los altos montes, sobre los caminos reales y en las sendas más ocultas, en las puertas y plazas de las ciudades (Prov 8,1-3 (A.)) convida y llama a todos, a ninguno se negaría ni ocultaría. Pero la estulticia de los mortales los hace sordos, o la malicia impía los hace mofadores, y la incrédula perversidad los aparta de Dios, cuya sabiduría no halla lugar en el corazón malévolo, ni en el cuerpo sujeto a pecados (Sab 1,4).

614. “Pero tú, hija mía, advierte en tus promesas, vocación y deseos; porque la lengua que miente a Dios es feo homicida de su alma (Sab 1,11) y no celes la muerte en el error de la vida, ni adquieras la perdición con las obras de tus manos, como se te manifiesta en la divina luz que lo hacen los hijos de las tinieblas. Teme al poderoso Dios y Señor con temor santo, humilde y bien ordenado, y en todas tus obras te gobierna con este Maestro. Ofrece tu corazón blando, fácil y dócil a la disciplina y obras de piedad. Juzga con rectitud de la virtud y del vicio. Anímate con invencible fortaleza para obrar lo más arduo y levantado y sufrir lo más adverso y difícil de los trabajos. Elige con discreción los medios para la ejecución de estas obras. Atiende a la fuerza de la divina luz, con que transcenderás todo lo sensible y subirás al conocimiento altísimo de lo oculto de la divina sabiduría y aprenderás a dividir el hombre nuevo del antiguo; y te harás capaz de recibirla, cuando entrando en la oficina del vino (Cant 2,4) de tu Esposo serás embriagada de su amor, ordenada en ti su caridad eterna.”

CAPITULO 14

Regresar al Principio

Se declaran las formas y modos de visiones divinas que tenía la Reina del cielo y los efectos que en ella causaban.

615. La gracia de visiones divinas, revelaciones y raptos no hablo de la visión beatífica aunque son operaciones del Espíritu Santo, se distinguen de la gracia justificante y virtudes que santifican y perfeccionan el alma en sus operaciones; y porque no todos los justos y santos tienen forzosamente visiones ni revelaciones divinas, se prueba que puede estar la santidad y virtudes sin estos dones. Y también que no se han de regular las revelaciones y visiones por la santidad y perfección de los que las tienen, sino por la voluntad divina que las concede a quien es servido y cuando conviene, y en el grado que su sabiduría y voluntad dispensan, obrando siempre con medida y peso (Sab 11,21) para los fines que pretende en su Iglesia; bien puede comunicar Dios mayores y más altas visiones y revelaciones al menos santo y menores al mayor. Y el don de la profecía con otros gratis datos puede concederlos a los que no son santos; y algunos raptos pueden resultar de causa que no sea precisamente virtud de la voluntad; y por esto, cuando se hace comparación entre la excelencia de los profetas, no se habla de la santidad, que solo Dios puede ponderarla (Prov 16,2) sino de la luz de la profecía y modo de recibirla, en que se puede juzgar cuál sea más o menos levantado, según diferentes razones. Y en la que se funda esta doctrina es, porque la caridad y virtudes, que hacen santos y perfectos a los que las tienen, tocan a la voluntad, y las visiones, revelaciones y algunos raptos pertenecen al entendimiento o parte intelectiva, cuya perfección no santifica al alma.

616. Pero no obstante que la gracia de visiones divinas sea distinta de la santidad y virtudes, que pueden separarse, con todo eso la voluntad y providencia divina las junta muchas veces según el fin y motivo que tiene en comunicar estos dones gratuitos de las revelaciones particulares; porque algunas veces las ordena al beneficio público común de la Iglesia, como lo dice el Apóstol (1 Cor 12,7 (A.)); y sucedió con los profetas que inspirados de Dios por divinas revelaciones del Espíritu Santo (2 Pe 1,21 (A.)) y no por su propia imaginación, hablaron y profetizaron para nosotros (1 Pe 1,10 (A.)) los misterios de la redención y ley evangélica. Y cuando las revelaciones y visiones son de esta condición, no es necesario que se junten con la santidad; pues Balaán fue profeta y no era santo. Pero a la divina providencia convino con gran congruencia que comúnmente los profetas fuesen santos, y no depositase el espíritu de profecía y divinas revelaciones en vasos inmundos fácil y frecuentemente aunque en algún caso particular lo hiciese como poderoso, porque no derogase a la verdad divina y a su magisterio la mala vida del instrumento; y por otras muchas razones.

617. Otras veces las divinas revelaciones y visiones o no son de cosas tan generales y no se enderezan al bien común inmediatamente, sino al beneficio particular del que las recibe; y así como las primeras son efecto del amor que Dios tuvo y tiene a su Iglesia, así estas revelaciones particulares tienen por causa el amor especial con que ama Dios al alma, que se las comunica para enseñarla y levantarla a más alto grado de amor y perfección. Y en este modo de revelaciones se transfiere el espíritu de la sabiduría por diferentes generaciones en las almas santas para hacer profetas y amigos de Dios (Sab 7,27 (A.)) y como la causa eficiente es el amor divino particularizado con algunas almas, así la causa final y efecto es la santidad, pureza y amor de las mismas almas; y el beneficio de las visiones y revelaciones es el medio por donde se consigue todo esto.

618. No quiero decir en esto que las revelaciones y visiones divinas son medio preciso y necesario absolutamente para hacer santos y perfectos, porque muchos lo son por otros medios, sin estos beneficios; pero suponiendo esta verdad, que sólo pende de la divina voluntad conceder o negar a los justos estos dones particulares, con todo esto, de parte nuestra y de parte del Señor hay algunas razones de congruencia que alcanzamos para que Su Majestad las comunique tan frecuentemente a muchos siervos suyos. La primera entre otras es, porque de parte de la criatura ignorante el modo más proporcionado y conveniente para que se levante a las cosas eternas, entre en ellas y se espiritualice para llegar a la perfecta unión del sumo bien, es la luz sobrenatural que se le comunica de los misterios y secretos del Altísimo por las particulares revelaciones, visiones e inteligencias que recibe en la soledad y en el exceso de su mente; y para esto la convida el mismo Señor con repetidas promesas y caricias, de cuyos misterios está llena la Escritura santa, y en particular los Cantares de Salomón.

619. La segunda razón es de parte del Señor, porque el amor es impaciente para no comunicar sus bienes y secretos al amado y al amigo. “Ya no quiero llamaros ni trataros como a siervos, sino como a amigos” - dijo a los apóstoles el Maestro de la verdad eterna (Jn 15,15 (A.)) “porque os he manifestado los secretos de mi Padre.” Y de Moisés se dice que Dios hablaba con él como con un amigo (Ex 33,11 (A.)). Y los santos padres, patriarcas y profetas no sólo recibieron del Espíritu divino las revelaciones generales, pero otras muchas particulares y privadas, en testimonio del amor que les tenía Dios, como se colige de la petición de Moisés que le dejase el Señor ver su cara (Ib. 13). Esto mismo dicen los títulos que da el Altísimo a las almas escogidas, llamándolas esposa, amiga, paloma, hermana, perfecta, dilecta, hermosa (Cant 4,8.9; 2,10; 1,14), etc. y todos estos títulos, aunque declaran mucho de la fuerza del divino amor y sus efectos, pero todos significan menos de lo que hace el Rey supremo con quien así quiere honrar; porque sólo este Señor es poderoso para lo que quiere, y sabe querer como esposo, como amigo, como padre, y como infinito y sumo bien, sin tasa ni medida.

620. Y no pierde su crédito esta verdad por no ser entendida de la sabiduría carnal; ni tampoco porque algunas almas se hayan deslumbrado con ella, dejándose engañar por el ángel de Satanás transformado en luz (2 Cor 11,14) con algunas visiones y revelaciones falsas. Este daño ha sido más frecuente en mujeres por su ignorancia y pasiones, pero también ha tocado a muchos varones al parecer fuertes y científicos. Pero en todos ha nacido de una mala raíz; y no hablo de los que con diabólica hipocresía han fingido falsas y aparentes revelaciones, visiones y raptos sin tenerlos, sino de los que con engaño las han padecido y recibido del demonio, aunque no sin grave culpa y consentimiento. Los primeros más se puede decir que engañan, y los segundos que al principio son engañados; porque la antigua serpiente, que los conoce inmortificados en las pasiones y poco ejercitados los sentidos interiores en la ciencia de las cosas divinas, les introduce con sutileza astutísima una oculta presunción de que son muy favorecidos de Dios y les roba el humilde temor, levantándolos en deseos vanos de curiosidad y de saber cosas altas y revelaciones, codiciando visiones extáticas y ser singulares y señalados en estos favores; con que abren la puerta al demonio, para que los llene de errores y falsas ilusiones y les entorpezca los sentidos con una confusa tiniebla interior, sin que entiendan ni conozcan cosa divina ni verdadera, si no es alguna que les representa el enemigo para acreditar sus engaños y disimular su veneno.

621. A este peligroso engaño se previene temiendo con humildad y no deseando saber altamente (Rom 11,20) no juzgando su aprovechamiento en el tribunal apasionado del propio juicio y prudencia, remitiéndolo a Dios y a sus ministros y confesores doctos, examinando la intención; pues no hay duda que se conocerá si el alma desea estos favores por medio de la virtud y perfección o por la gloria exterior de los hombres. Y lo seguro es nunca desearlos y temer siempre el peligro, que es grande en todos tiempos y mayor en los principios; porque las devociones y dulzuras sensibles, dado que sean del Señor - que tal vez las remeda el demonio - no las envía Su Majestad porque el alma esté capaz del manjar sólido de los mayores secretos y favores, sino por alimento de párvulos, para que con más veras se retiren de los vicios y se nieguen a lo sensible y no porque se imaginen por adelantados en la virtud; pues aun los raptos que resultan de admiración, suponen más ignorancia que amor. Pero cuando el amor llega a ser extático, fervoroso, ardiente, moble, líquido, inaccesible, impaciente de otra cosa fuera de la que ama, y con esto ha cobrado imperio sobre todo afecto humano, entonces está dispuesta el alma para recibir la luz de las revelaciones ocultas y visiones divinas, y más se dispone cuanto con esta luz divina sabe desearlas menos por indigna de menores beneficios. Y no se admiren los hombres sabios de que las mujeres hayan sido tan favorecidas en estos dones; porque a más de ser fervientes en el amor escoge Dios lo más flaco por testigo más abonado de su poder; y tampoco no tienen la ciencia de la teología adquirida como los varones doctos, si no se les infunde el Altísimo para iluminar su flaco e ignorante juicio.

622. Entendida esta doctrina - cuando no hubiera en María santísima otras especiales razones - conoceremos que las divinas revelaciones y visiones que le comunicó el Altísimo fueron más altas, más admirables, más frecuentes y divinas que a todo el resto de los santos. Estos dones -como los demás - se han de medir con su dignidad, santidad, pureza y con el amor que su Hijo y toda la beatísima Trinidad tenía a la que era Madre del Hijo, Hija del Padre y Esposa del Espíritu Santo. Con estos títulos se le comunicaban los influjos de la divinidad, siendo Cristo Señor nuestro y su Madre más amados con infinito exceso que todo el resto de los santos ángeles y hombres. A cinco grados o géneros de visiones divinas reduciré las que tuvo nuestra soberana Reina, y de cada una diré lo que pudiere, como se me ha manifestado.

Visión clara de la divina esencia a María santísima.

623. La primera y sobreexcelente fue la visión beatífica de la esencia divina, que muchas veces vio claramente siendo viadora y de paso; y todas las iré nombrando desde el principio de esta Historia (Cf. supra n.333, 340; infra p.II n.139, 473, 956,1523 y p.III n.62, 494, 603, 616, 654,685) en los tiempos y ocasiones que recibió este supremo beneficio para la criatura. De otros santos dudan algunos doctores si en la carne mortal han llegado a ver la divinidad clara e intuitivamente; pero dejando las opiniones de los otros, no la puede haber de la Reina del cielo, a quien se hiciera injuria en medirla con la regla común de los demás santos; pues muchos y más favores y gracias de las que en ellos eran posibles se ejecutaron en la Madre de la gracia, y por lo menos la visión beatífica es posible de paso sea por el modo que fuere en los viadores. La primera disposición en el alma que ha de ver la cara de Dios, es la gracia santificante en grado muy perfecto y no ordinario; la que tenía la santísima alma de María desde el primer instante fue superabundante y con tal plenitud que excedía a los supremos serafines. A la gracia santificante ha de acompañar para ver a Dios gran pureza en las potencias, sin haber en ellas reliquia ni efecto ninguno de la culpa; y como si en un vaso que hubiese recibido algún licor inmundo, sería necesario lavarle, limpiarle y purificarle hasta que no le quedase olor ni resabios de él, para que no se mezclase con otro licor purísimo que se había de poner en el mismo vaso, así del pecado y sus efectos y más de los actuales queda el alma como inficionada y contaminada. Y porque todos estos efectos la improporcionan con la suma bondad, es necesario que para unirse con ella por visión clara y amor beatífico sea primero lavada y purificada, de suerte que no le quede remanente, ni olor, ni sabor de pecado, ni hábito vicioso, ni inclinación adquirida por ellos. Y no sólo se entiende esto de los efectos y máculas que dejan los pecados mortales, sino también de los veniales, que causan en el alma justa su particular fealdad, como a nuestro modo de entender si a un cristal purísimo le tocase el aliento que le entrapa y oscurece; y todo esto se ha de purificar y reparar para ver a Dios claramente.

624. A más de esta pureza, que es como negación de mácula, si la naturaleza del que ha de ver a Dios beatíficamente está corrupta por el primer pecado, es necesario cauterizar el apetito desmesurado; de suerte que para este supremo beneficio quede extinto o ligado, como si no le tuviese la criatura; porque entonces no ha de tener principio ni causa próxima que la incline al pecado ni a imperfección alguna; porque ha de quedar como imposibilitado el libre albedrío para todo lo que repugna a la suma santidad y bondad; y de aquí y de lo que diré adelante se entenderá la dificultad de esta disposición viviendo el alma en carne mortal. Y que se ha de conceder este altísimo beneficio con mucho tiento y no sin grandes causas y mucho acuerdo, la razón que yo entiendo es, porque en la criatura sujeta al pecado hay dos improporciones y distancias inmensas comparada con la divina naturaleza; la una consiste en que Dios es invisible, infinito, acto purísimo y simplicísimo, y la criatura es corpórea, terrena, corruptible y grosera; la otra es la que causa el pecado, que dista sin medida de la suma bondad; y ésta es mayor improporción y distancia que la primera; pero entrambos se han de quitar para unirse estos extremos tan distantes, llegando la criatura a ponerse en el supremo modo con la divinidad y asimilarse al mismo Dios, viéndole y gozándole como él es. (1 Jn 3,2 (A.)).

625. Toda esta disposición de pureza y limpieza de culpa o imperfección tenía la Reina del cielo en más alto grado que los mismos ángeles; porque ni le tocó el pecado original ni actual, ni los efectos de ninguno de ellos; más pudo en ella la divina gracia y protección para esto que en los ángeles la naturaleza por donde estaban libres de contraer estos defectos; y por esta parte no tenía María santísima improporción ni óbice de culpa que la retardase para ver la divinidad. Por otra parte, a más de ser inmaculada, su gracia en el primer instante sobreexcedía a la de los ángeles y santos, y sus merecimientos eran con proporción a la gracia; porque en el primer acto mereció más que todos con los supremos y últimos que hicieron para llegar a la visión beatífica de que gozan. Conforme a esto, si en los demás santos es justicia diferir el premio que merecen de la gloria hasta que llegue el término de la vida mortal, y con él también el de merecerla, no parece contra justicia que con María santísima no se entienda tan rigurosamente esta ley, y que con ella tenga el altísimo Gobernador otra providencia y la tuviese mientras vivía en carne mortal. No sufría tanta dilación el amor de la beatísima Trinidad para con esta Señora, sin manifestársele muchas veces; pues lo merecía sobre todos los ángeles, serafines y santos que con menos gracia y merecimientos habían de gozar del sumo bien. Fuera de esta razón, había otra de congruencia para manifestarse la divinidad claramente, por ser elegida para Madre del mismo Dios, porque conociese con experiencia y fruición el tesoro de la divinidad infinita, a quien había de vestir de carne mortal y traer en sus virginales entrañas; y después tratase a su Hijo santísimo como a Dios verdadero, de cuya vista había gozado.

626. Pero con toda la pureza y limpieza que está dicha y añadiéndole al alma la gracia que la santifica, no está proporcionada ni dispuesta para la visión beatífica, porque le faltan otras disposiciones y efectos divinos que recibía la Reina del cielo cuando gozaba de este beneficio; y con mayor razón las ha menester cualquiera otra alma si le hiciesen este favor en carne mortal. Estando, pues, el alma limpia y santificada, como he dicho, le da el Altísimo un retoque como con un fuego espiritualísimo, que la caldea y acrisola como al oro el fuego material, al modo que los serafines purificaron a Isaías (Is 6,7). Este beneficio hace dos efectos en el alma; el uno, que la espiritualiza y separa de ella - a nuestro modo de entender - la escoria y terrenidad de su propio ser y de la unión terrena del cuerpo material; el otro, que llena toda el alma de una nueva luz que destierra no sé qué oscuridad y tinieblas, como la luz del alba destierra las de la noche; y esta nueva luz se queda en posesión, y la deja clarificada y llena de nuevos resplandores de este fuego. Ya esta luz se siguen otros efectos en el alma; porque, si tiene o ha tenido culpas, las llora con incomparable dolor y contrición, a que no puede llegar ningún otro dolor humano, que todos en comparación del que aquí se siente son muy poco penosos. Luego se siente otro efecto de esta luz, que purifica el entendimiento de todas las especies que ha cobrado por los sentidos de las cosas terrenas y visibles o sensibles, porque todas estas imágenes y especies adquiridas por los sentidos desproporcionan al entendimiento y le sirven de óbice para ver claramente al sumo espíritu de la divinidad; y así es necesario despejar la potencia y limpiarla de aquellos terrenos simulacros y retratos que la ocupan, no sólo para que no vea clara e intuitivamente a Dios, pero también para que no le vea abstractivamente, que para esta visión asimismo es necesario purificarle.

627. En el alma purísima de nuestra Reina, como no había culpas que llorar, hacían los demás efectos estas iluminaciones y purificaciones, comenzando a elevar a la misma naturaleza y proporcionarla para que no estuviese tan distante del último fin y no sintiese los efectos de lo sensible y dependencia del cuerpo. Y junto con esto causaban en aquella alma candidísima nuevos afectos y movimientos de humillación y propio conocimiento de la nada de la criatura, comparada con el Criador y con sus beneficios; con que se movía su inflamado corazón a otros muchos actos heroicos de virtudes; y los mismos efectos haría este beneficio respectivamente, si Dios se le comunicase a otras almas disponiéndolas para las visiones de su divinidad.

628. Bien podría juzgar nuestra rudeza que bastan para llegar a la visión beatífica estas disposiciones referidas; pero no es así, porque sobre ellas falta otra cualidad, vapor o lumen más divino, antes del lumen gloriae. Y esta nueva purificación, aunque es semejante a las que he dicho, todavía es diferente en sus efectos; porque levanta al alma a otro estado más alto y sereno, donde con mayor tranquilidad siente una paz dulcísima, la cual no sentía en el estado de las disposiciones y purificaciones primeras; porque en ellas se siente alguna pena y amargura de las culpas, si las hubo, o si no, un tedio de la misma naturaleza terrena y vil; y estos efectos no se compadecen con estar el alma tan cerca y asimilada a la suma felicidad. Paréceme que las primeras purificaciones sirven para mortificar, y ésta que ahora digo sirve de vivificar y sanar a la naturaleza; y en todas juntas procede el Altísimo como el pintor, que dibuja primero la imagen y luego le da los primeros colores en bosquejo, y después le da los últimos para que salga a luz.

629. Sobre todas estas purificaciones, disposiciones y efectos admirables que causan, comunica Dios la última que es el lumen gloriae, con el cual se eleva, conforta y acaba de proporcionarse el alma para ver y gozar a Dios beatíficamente. En este lumen se le manifiesta la divinidad, que sin él no podrá ser vista de ninguna criatura; y como es imposible por sí sola alcanzar este lumen y disposiciones, por eso lo es también ver a Dios naturalmente, porque todo sobreexcede a las fuerzas de la naturaleza.

630. Con toda esta hermosura y adorno era prevenida la Esposa del Espíritu Santo, Hija del Padre y Madre del Hijo, para entrar en el tálamo de la divinidad, cuando gozaba de paso de su vista y fruición intuitiva. Y como todos estos beneficios corresponden a su dignidad y gracias, por eso no puede caer debajo de razones ni de pensamiento criado -y menos en el de una mujer ignorante - qué tan altas y divinas serían en nuestra Reina estas iluminaciones; y mucho menos se puede ponderar y apear el gozo de aquella alma santísima sobre todo el más levantado de los supremos serafines y santos. Si de cualquier justo, aunque sea el menor de los que gozan de Dios, es verdad infalible que ni ojos lo vieron, ni oídos lo oyeron, ni puede caer en humano pensamiento aquello que Dios le tiene preparado (1 Cor 2,9) ¿ qué será para los mayores santos? Y si el mismo Apóstol que dijo esto, confesó no podía decir lo que él había oído (2 Cor 12,4) ¿qué dirá nuestra cortedad de la Santa de los santos y Madre del mismo que es gloria de los santos? Después del alma de su Hijo santísimo, que era hombre y Dios verdadero, ella fue la que más misterios y sacramentos conoció y vio en aquellos infinitos espacios y secretos de la divinidad; a ella más que a todos los bienaventurados se le franquearon los tesoros infinitos, los ensanches de la eternidad de aquel objeto inaccesible, que ni el principio ni el fin le pueden limitar; allí quedó letificada (Sal 45,5) y bañada esta ciudad de Dios del torrente de la divinidad, que la inundó con los ímpetus de su sabiduría y gracia, que la espiritualizaron y divinizaron.

Visión abstractiva de la divinidad que tenía María santísima.

631. El segundo modo y forma de visiones de la divinidad que tuvo la Reina del cielo fue abstractivo, que es muy diferente y muy inferior al intuitivo; y por eso era más frecuente, aunque no cotidiano o incesante. Este conocimiento o visión comunica el Altísimo, no descubriéndose en sí mismo inmediatamente al entendimiento creado, sino mediante algún velo o especies en que se manifiesta; y por haber medio entre el objeto y la potencia, es inferiorísima esta vista respecto de la visión clara intuitiva; y no enseña la presencia real, aunque la contiene intelectualmente con inferiores condiciones. Y aunque conoce la criatura que está cerca de la divinidad, y en ella descubre los atributos, perfecciones y secretos, que como en espejo voluntario le quiere Dios mostrar y manifestar, pero no siente ni conoce su presencia, ni la goza a satisfacción ni hartura.

632. Con todo eso, este beneficio es grande, raro, y después de la visión clara es el mayor; y aunque no pide lumen gloriae más de la luz que tienen las mismas especies, ni tampoco se requiere la última disposición y purificación a que sigue el lumen gloriae, pero todas las demás disposiciones antecedentes que preceden a la visión clara, preceden a ésta; porque con ella entra el alma en los atrios (Sal 64,5) de la casa del Señor Dios eterno. Los efectos de esta visión son admirables, porque a más del estado que supone el alma, hallándola a sí sobre sí (Lam 3,28), la embriaga (Sal 35:9) de una inefable e inexplicable suavidad y dulzura, con que la inflama en el amor divino y se transforma en él y la causa un olvido y enajenamiento de todo lo terreno y de sí misma, que ya no vive ella en sí, sino en Cristo, y Cristo en ella (Gal 2,20). Fuera de esto le queda de esta visión al alma una luz, que si no la perdiese por su negligencia y tibieza o por alguna culpa, siempre la encaminaría a lo más alto de la perfección, enseñándola los más seguros caminos de la eternidad, y sería como el fuego perpetuo del santuario (Lev 6,12) y como la lucerna de la ciudad de Dios (Ap 22,5).

633. Estos y otros efectos causaba esta visión divina en nuestra soberana Reina con grado tan eminente, que no puedo yo explicar mi concepto con los términos ordinarios. Pero se deja entender algo considerando el estado de aquella alma purísima, donde no había impedimento de tibieza ni óbice de culpa, descuido, ni olvido, ni negligencia, ni ignorancia, ni una mínima inadvertencia; antes estaba llena de gracia ardiente en el amor, diligente en el obrar, perpetua e incesante en alabar al Criador, solícita y oficiosa en darle gloria y dispuesta para que su brazo poderoso obrase en ella sin contradicción ni dificultad alguna. Tuvo este género de visión y beneficio en el primer instante de su Concepción, como ya he dicho en su lugar (Cf. supra n. 229,237, 312, 383,389). Y después muchas veces en el discurso de su vida santísima, de que también hablaré adelante (Cf. infra n.734, 742; p.II n.6-8; p.III n.537).

Visiones y revelaciones intelectuales de María santísima.

634. El tercer género de visiones o revelaciones divinas que tuvo María santísima, fueron intelectuales. Y aunque la noticia abstractiva o visión de la divinidad se puede llamar revelación intelectual, pero le doy otro lugar solo y más alto por dos razones: la una, porque el objeto de aquella revelación es único y supremo entre las cosas inteligibles, y estas más comunes revelaciones intelectuales tienen muchos y varios objetos, porque se extienden a cosas espirituales y materiales y a las verdades y misterios inteligibles; la otra razón es, porque la visión abstractiva de la divina esencia se causa por especies altísimas, infusas y sobrenaturales de aquel objeto infinito; pero la común revelación y visión intelectual algunas veces se hace por especies infusas al entendimiento de los objetos revelados y otras veces no son necesarias infusas para todo lo que se entiende; porque pueden servir a esta revelación las mismas especies que tiene la imaginación o fantasía y en ellas puede el entendimiento, ilustrado con nuevo lumen y virtud sobrenatural, entender los misterios que Dios le revela, como sucedió a José en Egipto (Gen 40 (A.)) y a Daniel en Babilonia (Dan 2,19). Y este modo de revelaciones tuvo David; y fuera del conocimiento de la divinidad, es el más noble y seguro, porque ni los demonios ni los mismos ángeles buenos pueden infundir esta luz sobrenatural en el entendimiento, aunque pueden mover las especies por la imaginación y fantasía.

635. Esta forma de revelación intelectual fue común a los profetas santos del Antiguo y Nuevo Testamento, porque la luz de la profecía perfecta, como ellos la tuvieron, se termina en la inteligencia de algún misterio oculto; y sin esta inteligencia o luz intelectual no fueran profetas perfectamente ni hablaran proféticamente. Y por eso, el que hace o dice alguna cosa profética, como Caifás (Jn 11,51) y los soldados que no quisieron dividir la túnica de Cristo nuestro Señor (Jn 19,24), aunque fueron movidos con impulso divino, no eran perfectamente profetas; porque no hablaban proféticamente, que es con lumbre divino o inteligencia. Verdad es que también los profetas santos y perfectamente profetas, que se llamaban videntes por la luz interior con que miraban los secretos ocultos, podían hacer alguna acción profética, sin conocer todos los misterios que comprendía, o sin conocer alguno; pero en aquella acción no fueran tan perfectamente profetas como en las que profetizaban con inteligencia sobrenatural. Tiene esta revelación intelectual muchos grados que no toca a este lugar declararlos; y aunque la puede comunicar el Señor desnudamente y sin caridad o gracia y virtudes, pero de ordinario anda acompañada con ellas, como en los profetas, apóstoles y justos, cuando como a amigos les manifestaba sus secretos; como también sucede cuando las revelaciones intelectuales son para el mayor bien del que las recibe, como arriba está dicho (Cf. supra n.617). Por esta razón piden estas revelaciones muy buena disposición en el alma que ha de ser levantada a estas divinas inteligencias, que de ordinario no las comunica Dios si no es cuando el alma está quieta, pacífica, abstraída de los afectos terrenos y bien ordenadas sus potencias para los efectos de esta luz divina.

636. En la Reina del cielo fueron estas inteligencias o revelaciones intelectuales muy diferentes que las de los santos y profetas; porque las tenía Su Alteza continuas, y en acto y en hábito, cuando no gozaba de otras visiones más altas de la divinidad. Y a más de esto, la claridad y extensión de esta luz intelectual y sus efectos fueron incomparables en María santísima; porque de los misterios, verdades y sacramentos ocultos del Altísimo, conoció ella más que todos los santos patriarcas, profetas, apóstoles y más que los mismos ángeles juntos; y todo lo conocía con mayor profundidad, claridad, firmeza y seguridad. Con esta inteligencia penetraba desde el mismo ser de Dios y sus atributos hasta la mínima de sus obras y criaturas, sin escondérsele cosa alguna en que no conociese la participación de la grandeza del Criador y su divina disposición y providencia; y sola María santísima pudo decir con plenitud que el Señor la manifestó lo incierto y oculto de su sabiduría, como lo afirmó el profeta (Sal 50,8 (A.)). Los efectos que causaban en la soberana Señora estas inteligencias, no es posible decirlo, pero toda esta Historia sirve para su declaración. En otras almas son de admirable utilidad y provecho, porque iluminan altamente el entendimiento, inflaman con increíble ardor la voluntad, desengañan, desvían, levantan y espiritualizan a la criatura; y tal vez parece que hasta el mismo cuerpo terreno y pesado se aligera y sutiliza en emulación santa de la misma alma. Tuvo la Reina del cielo en este modo de visiones otro privilegio, que diré en el capítulo siguiente.

Visiones imaginarias de la Reina del cielo María santísima.

637. El cuarto lugar tienen las visiones imaginarias que se hacen por especies sensitivas causadas o movidas en la imaginación o fantasía; y representan las cosas con modo material y sensitivo, como cosa que se mira con los ojos, o se oye, o se toca, o se gusta. Debajo de esta forma de visiones manifestaron los profetas del Testamento Viejo grandes misterios y sacramentos, que les reveló el Altísimo en ellas, particularmente Ezequiel, Daniel y Jeremías; y debajo de semejantes visiones escribió el evangelista San Juan su Apocalipsis. Por la parte que tienen estas visiones de sensitivo y corpóreo, son más inferiores que las precedentes; y por eso las puede plagiar el demonio en la representación, moviendo las especies de la fantasía, pero no las plagia en la verdad el que es padre de la mentira. Con todo eso se deben mucho desviar estas visiones y examinar con la doctrina cierta de los santos y maestros, porque, si el demonio reconoce alguna golosina en las almas que tratan de oración y devoción y si lo permite Dios, las engañará fácilmente; pues aun aborreciendo el peligro de estas visiones los santos fueron invadidos con ellas por el demonio transfigurado en luz, como en sus vidas está escrito para nuestra erudición y cautela.

638. Donde estuvieron estas visiones y revelaciones imaginarias sin peligro alguno y con toda seguridad y condiciones divinas, fue en María santísima, cuya interior luz no podía oscurecer ni invadir toda la astucia de la serpiente. Tuvo nuestra Reina muchas visiones de este género; porque en ellas le fueron manifestadas muchas obras de las que su Hijo santísimo hacía cuando estaba ausente, como en el discurso de su vida veremos (Cf. infra p.II n.965-994,1156-1179,1204-1222). Conoció también por visión imaginaria otras muchas criaturas y misterios en ocasiones que eran necesarios según la divina voluntad y dispensación del Altísimo. Y como este beneficio con los demás que recibía la soberana Princesa del cielo eran ordenados a fines altísimos, así en lo que le tocaba a su santidad, pureza y merecimientos, como en orden al beneficio de la Iglesia, cuya maestra y cooperadora de la redención era esta gran Madre de la gracia, por esto los efectos de estas visiones y de su inteligencia eran admirables, y siempre con incomparables frutos de gloria del Altísimo y aumento de nuevos dones y carismas en el alma santísima de María. De lo que en las demás criaturas suele suceder con estas visiones diré en la siguiente; porque de estas dos especies de visiones se debe hacer un mismo juicio.

Visiones divinas corpóreas de María santísima.

639. El último y quinto grado de visiones y revelaciones es el que se percibe por los sentidos corporales exteriores, que por eso se llaman corpóreas, aunque puede suceder de dos maneras. La una es propia y verdaderamente corpórea, cuando con cuerpo real y cuantitativo se aparece a la vista o al tacto alguna cosa de la otra vida, Dios, ángel, o santo, o el demonio, o alma, etc., formándose para esto, por ministerio y virtud de los ángeles buenos o malos, algún cuerpo aéreo y fantástico, que si bien no es cuerpo natural ni verdadero de lo que representa, pero es verdaderamente cuerpo cuantitativo del aire condensado con sus dimensiones cuantitativas. Otra manera de visiones corpóreas puede haber más impropia, y como ilusoria del sentido de la vista, cuando no es cuerpo cuantitativo el que se percibe, sino unas especies del cuerpo y color, etc., que alterando el aire medio puede causar un ángel en los ojos; y el que las recibe piensa que mira algún cuerpo real presente; y no hay tal cuerpo, sino solas especies con que se altera la vista con una fascinación imperceptible al sentido. Este modo de visiones ilusorias al sentido no es propia de los buenos ángeles ni apariciones divinas, aunque es posible, y, tal pudo ser la voz que oyó Samuel (1 Sam 3,4 (A.)); mas las afecta el demonio por lo que tienen de engaño, especialmente por los ojos; y así por esto como porque no tuvo la Reina esta forma de visiones, sólo diré de las verdaderamente corpóreas, que fueron las que tenía.

640. En la Escritura hay muchas visiones corporales que tuvieron los santos y patriarcas. Adán vio a Dios representado por el ángel (Gen 3,8 (A.)); Abrahán a los tres ángeles (Gen 18,1-2), Moisés la zarza (Ex 3.2 (A)), y muchas veces al mismo Señor. También han tenido muchas visiones corpóreas e imaginarias otros que eran pecadores, como Caín (Gen 4,9), Baltasar (Dan 5,5), que vio la mano en la pared; y de las imaginarias tuvo Faraón (Gen 41,2) la visión de las vacas y Nabucodonosor la del árbol (Dan 4,2) y estatua (Dan 2,1); y otras semejantes hay en las divinas letras. De donde se conoce que para estas visiones corpóreas e imaginarias no se requiere santidad en el que las recibe. Pero es verdad que quien tiene alguna visión imaginaria o corpórea, sin alcanzar luz o alguna inteligencia, no se llama profeta, ni es perfecta revelación en el que ve o recibe las especies sensitivas, sino en el que tiene la inteligencia, que, como dijo Daniel (Dan 10,1) es necesario en la visión; y así fueron profetas José y el mismo Daniel, y no Faraón, ni Baltasar, ni Nabucodonosor. Y aquella será más alta y excelente visión en razón de visión, que viniere con mayor y más alta inteligencia, aunque en cuanto a lo aparente son mayores las que representan a Dios y su Madre santísima, y después a los santos por sus grados.

641. El recibir visiones corpóreas cierto es que pide estar dispuestos los sentidos para percibirlas con ellos. Las imaginarias muchas veces las envía Dios en sueños, como al santísimo José (Mt 1,20), esposo de María purísima, y a los reyes Magos (Mt 2,12) y Faraón (Gen 1,1) etc. Otras se pueden recibir estando en los sentidos corporales, que en esto no hay repugnancia. Pero el modo más común y connatural a estas visiones y a las intelectuales, es comunicarlas Dios en algún éxtasis o rapto de los sentidos exteriores; porque entonces están las potencias interiores todas más recogidas y dispuestas para la inteligencia de cosas altas y divinas; aunque en esto menos suelen impedir los sentidos exteriores para las visiones intelectuales que para las imaginarias, porque éstas están más cerca de lo exterior que las inteligencias del entendimiento. Y por esta causa, cuando las revelaciones intelectuales son por especies infusas, o cuando el afecto no arrebata los sentidos, se reciben muchas veces, sin perderlos, inteligencias altísimas de grandes misterios y sobrenaturales.

642. En la Reina del cielo sucedía esto muchas veces y casi frecuente; porque si bien tuvo muchos raptos para la visión beatífica -donde siempre es forzoso en los viadores y también en algunas visiones intelectuales e imaginarias, pero, aunque estaba de ordinario en sus sentidos, tenía más altas revelaciones e inteligencias que todos los santos y profetas en sus mayores raptos, donde vieron tantos misterios. Ni tampoco para las visiones imaginarias estorbaban a nuestra gran Reina los sentidos exteriores; porque su dilatado corazón y sabiduría no se embarazaba con los efectos de admiración y amor, que suele arrebatar los sentidos en los demás santos y profetas. De las visiones corpóreas que tuvo Su Majestad de los ángeles, consta por la anunciación de san Gabriel arcángel (Lc 1,28). Y aunque del discurso de su vida santísima no lo digan los evangelistas, no puede el juicio prudente y católico poner duda, pues la Reina de los cielos y de los ángeles había de ser servida de sus vasallos; como adelante iremos (Cf. infra n.761 y passim) declarando el continuo obsequio que le hacían los de su guarda, y otros en forma corporal y visible, como se verá en el capítulo siguiente.

643. Las demás almas deben ser muy circunspectas y cautelosas en este género de visiones corporales, por estar más sujetas a peligros, engaños e ilusiones de la serpiente antigua; quien nunca las apeteciere, excusará gran parte del peligro. Y si hallando al alma lejos de éste y otros desordenados afectos, le sucediere alguna visión corporal o imaginaria, deténgase mucho en creer y en ejecutar lo que le pide la visión; porque será muy mala señal, y propia del demonio, querer luego y sin acuerdo ni consejo que se le dé crédito y obedezca; lo que no hacen los santos ángeles, como maestros de obediencia y verdad, prudencia y santidad. Otros indicios y señales se toman de la causa y efectos de estas visiones para conocer su seguridad y verdad o engaño; pero yo no me detengo en esto por no alejarme más de mi intento y porque me remito a los doctores y maestros.

Doctrina de la Reina del cielo.

644. “Hija mía, de la luz que en este capítulo has recibido, tienes la regla cierta de gobernarte en las visiones y revelaciones del Señor, que consiste en dos partes, La una en sujetarlas con humilde y sencillo corazón al juicio y censura de tus padres y prelados, pidiendo con viva fe les dé luz el Altísimo para que entiendan su voluntad y verdad divina y te la enseñen en todo. La otra regla ha de estar en tu mismo interior; y ésta es atender a los efectos que hacen las visiones y revelaciones, para discernirlas con prudencia y sin engaño, porque la virtud divina, que obra con ellas, te inducirá, moverá, inflamará en amor casto y reverencia del Altísimo, al conocimiento de tu bajeza, a aborrecer la vanidad terrena, a desear el desprecio de las criaturas, a padecer con alegría, a amar la cruz y llevarla con esforzado y dilatado corazón, a desear el último lugar, a amar a quien te persiguiere, a temer el pecado y aborrecerle, aunque sea muy leve, a aspirar a lo más puro, perfecto y acendrado de la virtud, a negar tus inclinaciones, a unirte con el sumo y verdadero bien. Estas serán infalibles señales de la verdad con que te visita el Altísimo por medio de sus revelaciones, enseñándote lo más santo y perfecto de la ley cristiana y de su imitación y mía.

645. “Y para que tú, carísima, pongas por obra esta doctrina que la dignación del Altísimo te enseña, nunca la olvides, ni pierdas de vista los beneficios de habértela enseñado con tanto amor y caricia; renuncia toda atención y consolación humana, los deleites y gustos que el mundo ofrece; y a todo lo que piden las inclinaciones terrenas te niega con fuerte resolución, aunque sea en cosas lícitas y pequeñas; y volviendo las espaldas a todo lo sensible, sólo quiero que ames el padecer. Esta ciencia y filosofía divina te han enseñado, te enseñan y te enseñarán las visitas del Altísimo, y con ellas sentirás la fuerza del divino fuego, que nunca se ha de extinguir en tu pecho por culpa tuya ni por tibieza. Está advertida, dilata el corazón y cíñete de fortaleza para recibir y obrar cosas grandes, y ten constancia en la fe de estas amonestaciones, creyéndolas, apreciándolas y escribiéndolas en tu corazón con humilde afecto y estimación de lo íntimo de tu alma, como enviadas por la fidelidad de tu Esposo y administradas por mí, que soy tu Maestra y Señora.”

CAPITULO 15

Regresar al Principio

Se declara otro modo de vista y comunicación que tenía María santísima con los santos ángeles que la asistían.

646. Tanta es la fuerza y eficacia de la divina gracia, y del amor que causa en la criatura, que puede borrar en ella la imagen del pecado y del hombre terreno y formar otro nuevo ser y celestial imagen (1 Cor 15, 48-49 (A.)) cuya conversación sea en los cielos (Flp 3,20 (A.)) entendiendo, amando y obrando, no como criatura terrena, pero como celestial y divina; porque la fuerza del amor roba el corazón y el alma de donde anima y le pone y transforma en lo que ama. Esta verdad cristiana, creída de todos, entendida de los doctores y experimentada de los santos, se ha de considerar en nuestra gran Reina y Señora ejecutada con privilegios tan singulares, que ni con ejemplo de otros santos, ni con entendimiento de ángeles, se puede comprender ni explicar. Era María santísima, por Madre del Verbo, Señora de todo lo criado; pero siendo imagen viva de su Hijo unigénito, a su imitación usó tan poco de las criaturas visibles, de quien era Señora, que ninguna menos parte tuvo en ellas, fuera de lo que fue preciso y necesario para el servicio del Altísimo y vida natural de su Hijo santísimo y suya.

647. A este olvido y alejamiento de todo lo terreno había de corresponder la conversación en lo celestial; y ésta se había de proporcionar con la dignidad de Madre del mismo Dios y Señora de los cielos, en cuya comunicación debidamente estaba conmutada la conversación terrena. Por esto era como necesario y consiguiente que la Reina y Señora de los ángeles fuera singular y privilegiada en el obsequio de los mismos cortesanos, vasallos suyos, y los tratase y comunicase con diferente modo que todas las criaturas humanas, por más santas que fuesen. En el capítulo 23 del primer libro dije algo de las apariciones ordinarias y diversas con que se le manifestaban a nuestra Reina y Señora los santos ángeles y serafines destinados y señalados para guarda suya; y en el capítulo precedente quedan declarados generalmente los modos y formas de visiones divinas que Su Alteza tenía, advirtiendo que siempre en aquella esfera y especie de visiones eran las suyas mucho más excelentes y divinas en la sustancia y en el modo y efectos que causaban en su alma santísima.

648. Para este capítulo remití otro modo más singular y privilegiado que concedió el Altísimo a su Madre santísima, para que viese y comunicase a los santos ángeles de su guarda y a los demás que de parte del mismo Señor en diversas ocasiones la visitaban. Este modo de visión y comunicación era el mismo que los órdenes y jerarquías angélicas tienen entre sí mismos, donde cada uno de los espíritus soberanos conocen a los demás por sí mismos, sin otra especie que mueva su entendimiento más que la misma sustancia y naturaleza del ángel que es conocido. Y a más de esto, los ángeles superiores iluminan a los inferiores, informándolos de los misterios ocultos que a los superiores inmediatamente revela y manifiesta el Altísimo, para que se vayan derivando y remitiendo de lo supremo a lo ínfimo; porque este orden conviene a la grandeza y majestad infinita del supremo Rey y gobernador de todo lo criado. De donde se entenderá cómo esta iluminación o revelación tan ordenada es fuera de la gloria esencial de los santos ángeles; porque ésta la reciben todos inmediatamente de la divinidad, cuya visión y fruición se comunica a cada uno a la medida de sus merecimientos; y un ángel no puede hacer a otro esencialmente bienaventurado, iluminándole o revelándole algún misterio, porque el iluminado no vería a Dios cara a cara, y sin esto no puede ser bienaventurado ni conseguir su último fin.

649. Pero como el objeto es infinito y espejo voluntario fuera de lo que pertenece a la ciencia beatífica de los santos tiene infinitos secretos y misterios que les puede revelar y revela especialmente para el gobierno de su Iglesia y del mundo; y en estas iluminaciones se guarda el orden que digo. Y como estas revelaciones son fuera de la gloria esencial, por eso el carecer de su noticia no se llama ignorancia en los ángeles ni privación de ciencia, pero se llama nesciencia o negación, y la revelación se llama iluminación, purgación o purificación de esta nesciencia; y sucede, a nuestro modo de entender, como si los rayos del sol penetrasen muchos cristales puestos en orden, que todos participarían de una misma luz comunicada de los primeros a los últimos, tocando primero a los más inmediatos. Sola una diferencia se halla en este ejemplo; que las vidrieras o cristales, respecto de los rayos, se han pasivamente sin más actividad que la del sol, que a todas las ilumina con una acción, pero los santos ángeles son pacientes en recibir la iluminación de los superiores y agentes en comunicarla a los inferiores; y comunican estas iluminaciones con alabanza, admiración y amor, derivándose todo del supremo Sol de justicia, Dios eterno e inmutable.

650. En este orden admirable de revelaciones divinas introdujo el Altísimo a su Madre santísima, para que gozase los privilegios que tienen como propios los cortesanos del cielo; y para esto destinó los serafines que dije en el capítulo 14 del primer libro, que fueron de los más supremos e inmediatos a la divinidad; y también hacían este oficio otros ángeles de su guarda, según la voluntad divina disponía, cuando y como era necesario y conveniente. A todos estos ángeles y a otros los conocía su Reina y nuestra por sí mismos, sin dependencia de los sentidos y fantasía y sin impedimento del cuerpo mortal y terreno; y mediante esta vista y conocimiento la iluminaban y purificaban los serafines y ángeles del Señor, revelando a su Reina muchos misterios que para esto recibían del Altísimo. y aunque este modo de vista intelectual e iluminaciones no era continuo en María santísima, pero fue muy frecuente, en especial cuando para ocasionarle mayores merecimientos y diversos afectos de amor se le encubría o ausentaba el Señor, como diré adelante (Cf. infra n.278-279; p.II n.719-720). Entonces usaban más de este oficio los ángeles, continuando el orden de iluminarse a sí mismos hasta llegar a la Reina, donde se terminaba.

651. Y no derogaba este modo de iluminación a la dignidad de Madre de Dios y Señora de los ángeles; porque en este beneficio, y en el modo de participarle, no se atiende a la dignidad y santidad de nuestra soberana Princesa, en que era superior a todos los órdenes angélicos, sino al estado y condición de su naturaleza, en que era inferior, porque era viadora y de naturaleza humana, corpórea y mortal; y viviendo en carne pasible y con necesidad natural del uso de los sentidos, levantarla al estado y operaciones angélicas fue gran privilegio, aunque digno de su santidad y dignidad. Yo creo ha extendido este favor la mano poderosa del Altísimo a otras almas en esta vida mortal, aunque no tan frecuente como a su Madre santísima, ni con tanta plenitud de luz y otras condiciones tan excelentes como en la Reina. Y si muchos doctores, no sin gran fundamento, conceden la visión beatífica a san Pablo, Moisés y a otros santos, mucho más creíble será haber tenido algunos viadores este conocimiento de las naturalezas angélicas, pues no es otra cosa este beneficio, que ver intuitivamente la sustancia del ángel; y así conviene esta visión en esta claridad con la primera que dije en el capítulo pasado, y en ser intelectual conviene con la tercera arriba declarada, aunque no se hace por especies impresas.

652. Verdad es que este beneficio no es ordinario ni común, pero muy raro y extraordinario; y así pide en el alma gran disposición de pureza y limpieza de conciencia. No se compadece con afectos terrenos, ni imperfecciones voluntarias, ni afectos del pecado; porque para entrar el alma en el orden de los ángeles ha menester vida más angélica que humana; pues si faltase esta similitud y simpatía, parecería monstruosidad y desproporción de los extremos de esta unión. Pero con la divina gracia puede la criatura, aunque de cuerpo terreno y corruptible, negarse toda a sus pasiones e inclinaciones depravadas y morir a lo visible y borrar sus especies y memoria y vivir en espíritu más que en la carne. Y cuando llegare a gozar de verdadera paz, tranquilidad y sosiego del espíritu, que le causen una serenidad dulce, amorosa y suave con el sumo bien, entonces estará menos indispuesta para ser levantada a la visión de los espíritus angélicos con claridad intuitiva y recibir de ellos las divinas revelaciones que entre sí se comunican, y los efectos admirables que de la visión resultan.

653. Los que recibía nuestra soberana Reina, si correspondían a su pureza y amor, no pueden caer debajo de humana ponderación. Era incomparable la luz divina que recibía de la vista de los serafines; porque en cierto modo reverberaba en ellos la imagen de la divinidad, como en unos espirituales y purísimos espejos, donde María santísima la conocía con sus atributos y perfecciones infinitas. Se le manifestaba también en algunos efectos por admirable modo la gloria que los mismos serafines gozaban porque de esto se conoce mucho viendo claramente la sustancia del ángel y con la vista de tales objetos era toda encendida e inflamada en la llama del divino amor y arrebatada muchas veces en milagrosos éxtasis. Allí con los mismos serafines y ángeles prorrumpía en cánticos de incomparable gloria y alabanza de la divinidad, con admiración de los mismos espíritus celestiales; porque si bien por ellos era iluminada en su entendimiento, pero en la voluntad los dejaba muy inferiores, y con mayor eficacia del amor velozmente subía y llegaba a unirse con el último y sumo bien, de donde inmediatamente recibía nuevas influencias del torrente (Sal 35,9) de la divinidad con que era alimentada. Y si los mismos serafines no tuvieran presente el objeto infinito que era el principio y término de su amor beatífico, pudieran ser discípulos de María santísima su Reina en el amor divino, así como ella lo era suya en las ilustraciones del entendimiento que recibía.

854. Después de esta forma de visión inmediata de las naturalezas espirituales y angélicas, es más inferior, y común a otras almas, la visión intelectual por especies infusas, al modo de la visión abstractiva de la divinidad, que dejo dicha. Este modo de visión angélica tuvo la Reina del cielo algunas veces, pero no era tan ordinario como el pasado; porque si bien para otras almas justas este beneficio de conocer a los ángeles y santos por especies intelectuales infusas es muy raro y estimable, pero en la Reina de los ángeles no era necesario, porque los comunicaba y conocía más altamente, salvo cuando el Señor disponía que se escondiesen y faltase aquella vista inmediata para mayor mérito y ejercicio; que entonces los miraba con especies intelectuales o imaginarias, como dije en el capítulo pasado. En otras almas hacen divinos efectos estas visiones angélicas por especies; porque se conocen aquellas supremas sustancias, como efectos y embajadores del supremo Rey, y con ellos tiene el alma dulcísimos coloquios del mismo Señor y de todo lo celestial y terreno, y en todo es ilustrada, enseñada, corregida y gobernada, encaminada y compelida para levantarse a la unión perfecta del amor divino y obrar lo más puro, perfecto y santo, lo más acendrado de lo espiritual.

Doctrina de la Reina del cielo María santísima.

655. “Hija mía, admirable es el amor, fidelidad y cuidado de los espíritus angélicos en asistir a las necesidades de los mortales; y muy aborrecible es el olvido, ingratitud y grosería de parte de los mismos hombres en reconocer esta deuda. En el secreto del pecho del Altísimo, cuyo rostro miran (Mt 18,10) con claridad beatífica, conocen estos espíritus celestiales el infinito y paternal amor del Padre que está en los cielos para los hombres terrenos, y allí dan el aprecio y estimación digna a la sangre del Cordero con que fueron comprados (1 Cor 6,20) y rescatados, y lo que valen las almas compradas con el tesoro de la divinidad. Y de aquí nace en los santos ángeles el desvelo y atención que ponen en guardar y beneficiar las almas, que por estimarlas tanto el Altísimo se las encomendó a su custodia. Y quiero que tú entiendas cómo por este altísimo ministerio de los ángeles recibieran los mortales grandes influencias de luz y favores incomparables del Señor, si no los impidieran con el óbice de sus pecados y abominaciones y con el olvido de tan estimable beneficio; y porque cierran el camino que Dios con inefable providencia había elegido para encaminarlos a la felicidad eterna, son muchos más los que se condenan, y con la protección de los ángeles se salvaran, no malogrando este beneficio y remedio.

656. “Oh hija mía carísima, pues tan dormidos están muchos de los hombres en atender a las obras paternas de mi Hijo y Señor, de ti quiero en esto singular agradecimiento, pues con tan liberal mano te ha favorecido, señalándote los ángeles que te guarden. Atiende a su compañía y oye sus documentos con reverencia; déjate encaminar de su luz, respétalos como embajadores del Altísimo y pídeles su favor para que, purificada de tus culpas y libre de imperfecciones, inflamada en el divino amor, te puedas reducir a un estado tan espiritualizado, que estés idónea para tratar con ellos y ser compañera suya, participando sus divinas ilustraciones, que no las negará el Altísimo, si te dispones de tu parte como yo deseo.

657. “Y porque has deseado saber, con aprobación de la obediencia, la razón por que los santos ángeles se me comunicaban con tantos modos de visiones, respondo a tu deseo declarándote más lo que con la divina luz has entendido y escrito. La causa de esto fue por parte del Altísimo su liberal amor para conmigo en favorecerme, y por la mía el estado de viadora que tenía en el mundo; porque éste no podía ni convenía que fuese uniforme en las acciones de las virtudes, por cuyo medio disponía la divina sabiduría levantarme sobre todo lo criado; y habiendo de proceder como viadora humana y sensible en variedad de sucesos y obras virtuosas, unas veces obraba como espiritualizada y sin embarazo de los sentidos, y me trataban los ángeles como a ellos mismos entre sí y como obran ellos obraban conmigo; otras era necesario padecer y ser afligida en la parte inferior del alma, otras en lo sensible y en el cuerpo, otras padecía necesidades, soledad y desamparos interiores y, según la vicisitud de estos efectos y estados, recibía los favores y visitas de los santos ángeles; que muchas veces hablaba con ellos por inteligencia, otras por visión imaginaria, otras por corporal y sensible, según el estado y necesidad lo pedía, y como lo disponía el Altísimo.

658. “Por todos estos modos fueron mis potencias y sentidos ilustrados y santificados con obras de divinas influencias y favores, para que todas las obras de este género las conociese por experiencia y por todas recibiese los influjos de la gracia sobrenatural. Pero en estos favores quiero, hija mía, quedes advertida que, si bien el Altísimo fue conmigo tan magnífico y misericordioso, tuvo su equidad tal orden, que no sólo por la dignidad de Madre me favoreció tanto con ellos, mas también atendió a mis obras y disposición con que yo concurrí de mi parte, asistiéndome su divina gracia. Y porque yo alejé mis potencias y sentidos de todo el comercio de las criaturas y, negando todo lo sensible y criado, me convertí al sumo bien, entregándome toda con mis fuerzas y voluntad a solo su amor santo; por esta disposición, que en mi alma puse, santificó todas mis potencias con retribución de tantos beneficios, visiones, ilustraciones de las mismas potencias, que por su amor se habían privado de todo lo deleitable, humano y terreno. Y fue tanto lo que en premio de mis obras recibí en carne mortal, que no lo puedes entender ni escribir, mientras en ella vives; tanta es la liberalidad y bondad del Muy Alto, que de contado da este pago por prenda del que tiene reservado en la vida eterna.

659. “Y no obstante que por estos medios me dispuso el brazo poderoso, para que desde mi concepción se previniese dignamente la encarnación del Verbo en mis entrañas y para que mis potencias y sentidos quedasen santificados y proporcionados con el trato y comunicación que había de tener con el Verbo encarnado, pero si las demás almas se dispusiesen a mi imitación, viviendo, no según la carne, mas con vida espiritual, limpia y alejada del contagio de lo terreno, el Altísimo es tan fiel con quien así le obliga, que no le negara sus beneficios y favores con la equidad de su divina providencia.”

CAPITULO 16

Regresar al Principio

Se continúa la infancia de María santísima en el templo; la previene el Señor para trabajos, y muere su padre san Joaquín.

660. Dejamos a nuestra soberana princesa María santísima, mediando los años de su infancia en el templo, y divirtiendo el discurso para dar alguna noticia de las virtudes, dones y revelaciones divinas que, niña en los años pero adulta en suma sabiduría, recibía de la mano del Altísimo y ejercitaba con sus potencias. Crecía la santísima niña en edad y gracia acerca de Dios y de los hombres; pero con tal correspondencia, que siempre la devoción era sobre la naturaleza y nunca la gracia se midió con la edad, pero con el divino beneplácito y con los altos fines adonde la destinaba el impetuoso corriente de la divinidad, que se iba a represar y sosegar en esta ciudad de Dios. Continuaba el Altísimo sus dones y favores renovando cada hora las maravillas de su brazo poderoso, como si para sola María santísima estuviera reservado. Y correspondía Su Alteza en aquella tierna edad llenando el corazón del mismo Señor de perfecto y adecuado beneplácito, y a los santos ángeles del cielo de grande admiración. Era manifiesta a los espíritus celestiales entre el Altísimo y la Princesa niña una como porfía y competencia admirable; porque el poder divino, para enriquecerla, sacaba cada día de sus tesoros nuevos y antiguos beneficios (Mt 13,52) reservados para sola María purísima; y como era tierra bendita, no sólo no se malograba en ella la semilla de la palabra eterna y sus dones y favores, ni sólo daba ciento por uno (Lc 8,8). como el mayor de los santos, pero con admiración del cielo una tierna niña sobreexcedía en amor, agradecimiento, alabanza y todas las virtudes posibles a los más supremos y ardientes serafines, sin perder tiempo, lugar, ocasión, ni ministerio en que no obrase lo sumo, entonces posible, de la perfección.

661. En los tiernos años de su infancia, que ya era manifiesta su capacidad para leer las Escrituras, leía muy de ordinario en ellas; y como estaba llena de sabiduría, confería en su corazón lo que por las divinas revelaciones sabía con lo que en las Escrituras estaba revelado para todos; y en esta lección y conferencias ocultas hacía peticiones y oraciones continuas y fervorosas por la redención del linaje humano y encarnación del Verbo divino. Leía más de ordinario las profecías de Isaías y Jeremías y los salmos, por estar más expresos y repetidos en estos profetas los misterios del Mesías y de la ley de gracia; y sobre lo que de ellos entendía y comprendía, preguntaba y proponía altísimas y admirables cuestiones a los santos ángeles; y muchas veces del misterio de la humanidad santísima del Verbo hablaba con incomparable ternura, y de que había de ser niño, nacer, criarse como los demás hombres y que había de nacer de madre virgen, crecer, padecer y morir por todos los hijos de Adán.

662. A estas conferencias y preguntas le respondían sus ángeles y serafines, ilustrándola de nuevo, confirmándola y caldeando su ardiente y virginal corazón en nuevas llamas de divino amor; pero ocultándole siempre su dignidad altísima, aunque ella se ofrecía con humildad profundísima muchas veces por esclava del Señor y de la feliz Madre que había de elegir para nacer en el mundo. Otras veces, preguntando a los ángeles santos, decía con admiración: “Príncipes y señores míos ¿es posible que el mismo Criador ha de nacer de una criatura y la ha de tener por Madre? ¿Que el Omnipotente e Infinito, el que fabricó los cielos y no cabe en ellos, ha de encerrarse en el vientre de una mujer y se ha de vestir de una breve naturaleza terrena? El que viste de hermosura los elementos, los cielos y a los mismos ángeles ¿se ha de hacer pasible? ¿Y que ha de haber mujer de nuestra misma naturaleza humana, que sea tan dichosa que pueda llamar Hijo al mismo que de nada la hizo, y que ella se ha de oír llamar Madre del que es increado y criador de todo el universo? ¡Oh milagro inaudito! Si el mismo Autor no le manifestara, ¿cómo podía la capacidad terrena hacer concepto tan magnífico? ¡Oh maravilla de sus maravillas! ¡Oh felices y bienaventurados los ojos que le vieren y los siglos que le merecieren!” A estos afectos y exclamaciones amorosas le respondían los santos ángeles, declarándole los sacramentos divinos, fuera de lo que a ella le tocaba y pertenecía.

663. Cualquiera de los altos, humildes y encendidos afectos de la niña María eran aquel cabello de la Esposa que hería el corazón de Dios (Cant 4,9 (A.)) con tan dulce flecha de amor, que, si no fuera conveniente aguardar la edad competente y oportuna para concebir y parir al Verbo humanado, no pudiera - a nuestro modo de entender - contenerse el agrado del Altísimo, sin tomar luego nuestra humanidad en sus entrañas; pero no lo hizo, aunque desde su niñez en la gracia y merecimientos estaba ya capaz, porque se disimulara mejor y ocultara el sacramento de la Encarnación, y la honra de su Madre santísima estuviera también más oculta y más segura, correspondiendo su virginal parto a la edad natural de otras mujeres; y esta dilación entretenía el Señor con los afectos y cánticos agradables que - a nuestro entender - escuchaba atento en su Hija y Esposa, que luego había de ser Madre digna del eterno Verbo. Y fueron tantos y tan altos los cánticos y salmos que hizo nuestra Reina y Señora que - según la luz que de esto se me ha dado - si quedaran escritos, tuviera la santa Iglesia muchos más que de todos los profetas y santos, porque María purísima dijo y comprendió todo lo que ellos escribieron; y sobre eso entendió y dijo mucho más que ellos no alcanzaron. Pero ordenó el Altísimo que su Iglesia militante tuviese en las Escrituras de los apóstoles y profetas todo lo necesario con superabundancia; y lo que reveló a su Madre santísima, reservó escrito en su mente divina, para que en la Iglesia triunfante se manifieste lo que fuere conveniente a la gloria accidental de los bienaventurados.

664. A más de esto, la divina dignación condescendió con la voluntad santísima de María Señora nuestra que, para engrandecer su prudentísima humildad y dejar a los mortales este raro ejemplar en tan excelentes virtudes, siempre quiso ocultar el sacramento del Rey (Tob 12,7); y cuando fue necesario revelarle en algo para el obsequio de Su Majestad y beneficio de la Iglesia, procedió María purísima con tan divina prudencia, que siendo maestra no dejó de ser siempre humildísima discípula. En su niñez consultaba a los ángeles santos y seguía su consejo; después que nació el Verbo humanado tuvo a su Unigénito por maestro y ejemplar en todas sus acciones; y al fin de sus misterios y subida a los cielos obedecía la gran Reina de todo el universo a los apóstoles, como en el discurso de esta Historia diremos. Y esta fue una de las razones por que san Juan evangelista, los misterios que escribió de esta Señora en el Apocalipsis, los encubrió con tantos enigmas, que se pudiesen entender de toda la Iglesia militante o triunfante.

665. Determinó el Altísimo que la plenitud de gracias y virtudes de la princesa María anticipasen el colmo de merecimientos, extendiéndose a las obras arduas y magnánimas en el modo posible a sus tiernos años. Y en una de las visiones que se le manifestó Su Majestad, la dijo: “Esposa y paloma mía, yo te amo con amor infinito, y de ti quiero lo más agradable a mis ojos y la satisfacción entera de mi deseo. No ignoras, hija mía, el tesoro oculto que encierran los trabajos y penalidades que la ciega ignorancia de los mortales aborrece y que mi Unigénito, cuando se vista de la naturaleza humana, enseñará el camino de la cruz con ejemplo y con doctrina, dejándola por herencia a sus escogidos, como él mismo la elegirá para sí, y establecerá la ley de gracia, fundando su firmeza y excelencia en la humildad y paciencia de la cruz y penalidades; porque así lo pide la condición de la misma naturaleza de los hombres y mucho más después que por el pecado quedó depravada y mal inclinada. Y también es conforme a mi equidad y providencia, que los mortales alcancen y granjeen la corona de la gloria por medio de los trabajos y cruz, por donde se la ha de merecer mi Hijo unigénito humanado. Por esta razón entenderás, Esposa mía, que habiéndote elegido con mi diestra para mis delicias y habiéndote enriquecido de mis dones, no será justo que mi gracia esté ociosa en tu corazón, ni tu amor carezca de su fruto, ni te falte la herencia de mis escogidos; y así quiero que te dispongas a padecer tribulaciones y penalidades por mi amor.”

666. A esta proposición del Altísimo respondió la invencible María con más constante corazón que todos los santos y mártires han tenido en el mundo, y dijo a Su Majestad: “Señor Dios mío y Rey altísimo, todas mis operaciones y potencias y el mismo ser que de vuestra bondad infinita he recibido, tengo dedicado a vuestro divino beneplácito, para que en todo se cumpla según la elección de vuestra infinita sabiduría y bondad. Y si me dais licencia para que yo haga elección de alguna cosa, sólo quiero hacerla del padecer por vuestro amor hasta la muerte; y suplicaros, bien mío, hagáis de esta esclava vuestra un sacrificio y holocausto de paciencia aceptable en vuestros ojos. Yo confieso, Señor y Dios poderoso y liberalísimo, mi deuda, y que ninguna de las criaturas debe tan grande retribución, ni todas juntas están tan empeñadas como yo sola, la más insuficiente para el descargo que deseo dar a vuestra magnificencia; pero si el padecer por vos admitís por alguna retribución, vengan sobre mí todas las tribulaciones y dolores de la muerte; sólo pido vuestra divina protección y postrada ante el trono real de Vuestra Majestad infinita os suplico no me desamparéis. Acordaos, Señor mío, de las promesas fieles que por nuestros antiguos padres y profetas tenéis hechas a vuestros fieles de favorecer al justo, estar con el atribulado, consolar al afligido y hacerle sombra y defenderle en el conflicto de la tribulación; verdaderas son vuestras palabras, infalibles y ciertas vuestras promesas; primero faltará el cielo y la tierra que falten ellas; no podrá la malicia de la criatura extinguir vuestra caridad al que esperare en vuestra misericordia; hágase en mí vuestra voluntad perfecta y santa.”

667. Recibió el Altísimo este sacrificio matutino de la tierna esposa y niña María santísima, y con agradable semblante la dijo: “Hermosa eres en tus pensamientos, hija del Príncipe, paloma mía y dilecta mía; yo admito tus deseos agradables a mis ojos y quiero que en su cumplimiento entiendas se llega el tiempo en que, por mi divina disposición, tu padre Joaquín ha de pasar de la vida mortal para la inmortal y eterna; su muerte será muy breve y luego descansará en paz y será puesto con los santos en el limbo, aguardando la redención de todo el linaje humano.” Este aviso del Señor no turbó ni alteró el pecho real de la Princesa del cielo María; pero como el amor de los hijos a los padres es deuda justa de la misma naturaleza, y en la santísima niña tenía este amor toda su perfección, no se podía excusar el natural dolor de carecer de su santísimo padre Joaquín, a quien santamente amaba como hija. Sintió la tierna y dulce niña María este doloroso movimiento compatible con la serenidad de su magnánimo corazón, y obrando en todo con grandeza, dando el punto a la gracia y a la naturaleza, hizo una ferviente oración por su padre Joaquín. Pidió al Señor le mirase como poderoso y Dios verdadero en el tránsito de su dichosa muerte y le defendiese del demonio, singularmente en aquella hora, y le conservase y constituyese en el número de sus electos, pues en su vida había confesado y engrandecido su santo y admirable nombre; y para obligar más a Su Majestad, se ofreció la fidelísima hija a padecer por su padre santísimo Joaquín todo lo que el Señor ordenase.

668. Aceptó Su Majestad esta petición y consoló a la divina niña, asegurándola que asistiría a su padre como misericordioso y piadoso remunerador de los que le aman y sirven y que le colocaría entre los patriarcas Abrahán, Isaac y Jacob; y la previno de nuevo para recibir y padecer otros trabajos. Ocho días antes de la muerte del santo patriarca Joaquín tuvo María santísima otro nuevo aviso del Señor, declarándole el día y hora en que había de morir, como en efecto sucedió, habiendo pasado sólo seis meses después que nuestra Reina entró a vivir en el templo. Después que Su Alteza tuvo estos avisos del Señor, pidió a los doce ángeles - que arriba he dicho (Cf. supra n.202, 273,371) eran los que nombra san Juan en el Apocalipsis (Ap 21,12 (A.)) - asistiesen a su padre Joaquín en su enfermedad y le confortasen y consolasen en ella; y así lo hicieron. Y para la última hora de su tránsito envió a todos los de su guarda y pidió al Señor se los manifestase a su padre para mayor consuelo suyo. Lo concedió el Altísimo, y en todo confirmó el deseo de su electa, única y perfecta; y el gran patriarca y dichoso Joaquín vio a los mil ángeles santos que guardaban a su hija María, a cuyas peticiones y votos sobreabundó la gracia del Todopoderoso; y por su mandado dijeron los ángeles a Joaquín estas razones:

669. “Varón de Dios, sea el Altísimo y poderoso tu salud eterna y te envíe de su lugar santo el auxilio necesario y oportuno para tu alma. María, tu hija, nos envía para asistir contigo en esta hora que has de pagar a tu Creador la deuda de la muerte natural. Ella es fidelísima y poderosa intercesora tuya con el Altísimo, en cuyo nombre y paz parte de este mundo consolado y alegre, porque te hizo padre de tan bendita hija. Y aunque Su Majestad incomprensible, por sus ocultos juicios, no te ha manifestado hasta ahora el sacramento y dignidad en que ha de constituir a tu hija, quiere que lo conozcas ahora, para que le magnifiques y alabes y juntes el júbilo de tu espíritu con tal nueva al dolor y tristeza natural de la muerte. María, tu hija y nuestra Reina, es la escogida por el brazo del Omnipotente para que en sus entrañas se vista de carne y forma humana el Verbo divino. Ella ha de ser la feliz Madre del Mesías y la bendita entre las mujeres, la superior a todas las criaturas y sólo inferior al mismo Dios. Tu hija dichosísima ha de ser la reparadora de lo que perdió el linaje humano por la primera culpa y el monte alto donde se ha de formar y establecer la nueva ley de gracia; y si dejas ya en el mundo su restauradora y una hija por quien le prepara Dios el remedio oportuno, parte de él con júbilo de tu alma, y te bendiga el Señor desde Sión (Sal 127,5) y te constituya entre la parte de los santos, para que llegues a la vista y gozo de la feliz Jerusalén.”

670. Cuando los ángeles santos hablaron a san Joaquín estas palabras, estaba su esposa santa Ana presente, asistiendo a la cabecera de su lecho, y las oyó y entendió por divina disposición; y al mismo punto el santo patriarca Joaquín perdió el habla y, entrando en la vereda común de toda carne, comenzó a agonizar con una lucha maravillosa entre el júbilo de tan alegre nueva y el dolor de su muerte. En este conflicto con las potencias interiores hizo muchos y fervorosos actos de amor divino, de fe, de admiración, de alabanza, de agradecimiento y humillación, y otras virtudes ejercitó heroicamente; y así absorto en el nuevo conocimiento de tan divino misterio, llegó al término de la vida natural con la preciosa muerte de los santos (Sal 115,15). Su alma santísima fue llevada por los ángeles al limbo de los santos padres y justos; y para nuevo consuelo y luz de la prolija noche con que vivían, ordenó el Altísimo que el alma del santo patriarca Joaquín fuese el nuevo nuncio y legado de su gran Majestad, que diese parte a toda aquella congregación de justos cómo amanecía ya el día de la eterna luz y era nacida el alba María purísima, hija de Joaquín y de Ana, de quien nacería el sol de la divinidad, Cristo reparador de todo el linaje humano. Estas nuevas oyeron los santos padres y justos del limbo, y con el júbilo que recibieron, hicieron nuevos cánticos de alabanza al Altísimo.

671. Sucedió esta feliz muerte del patriarca san Joaquín medio año - como dije arriba (Cf. supra n.668) - después que su hija María santísima entró en el templo, que eran tres y medio de su tierna edad, cuando quedó sin padre natural en la tierra; y de la edad del patriarca eran sesenta y nueve años, partidos y divididos en esta forma: de cuarenta y seis años recibió a santa Ana por esposa, a los veinte años del matrimonio tuvieron a María santísima, y tres y medio que Su Alteza tenía, hacen los sesenta y nueve y medio, día más o menos.

672. Difunto el santo patriarca y padre de nuestra Reina, volvieron luego a su presencia los santos ángeles de su custodia, que la dieron noticia de todo lo sucedido en el tránsito de su padre; y luego la prudentísima niña solicitó con oraciones el consuelo de su madre santa Ana, pidiendo al Señor la gobernase y asistiese como padre en la soledad que la dejaba la falta de su esposo Joaquín. Le envió también la misma santa Ana el aviso de la muerte, y se le dieron primero a la maestra de nuestra divina Princesa, para que dándole noticia de ello la consolase. Lo hizo así la maestra, y la niña sapientísima la oyó con disimulación y agrado, pero con paciencia y modestia de reina, y que no ignoraba el suceso que la refería su maestra por nuevo. Pero como en todo era perfectísima, se fue luego al templo repitiendo el sacrificio de alabanza, humildad, paciencia y otras virtudes y oraciones, procediendo siempre con pasos tan acelerados como hermosos (Cant 7,1) en los ojos del Muy Alto. Y para el colmo de estas acciones, como de las demás, pedía a los santos ángeles concurriesen con ella y la ayudasen a bendecirle y alabarle.

Doctrina que me dio la Reina del cielo.

673. “Hija mía, repite muchas veces en tu secreto el aprecio que debes hacer del beneficio de los trabajos, que la oculta providencia dispensa con justificación a los mortales. Estos son los juicios justificados en sí mismos, y más estimables que las preciosas piedras y el oro, y más dulces que el panal de miel (Sal 18,10-11 (A.)) para quien tiene concertado el gusto de la razón. Quiero, alma, que adviertas que padecer y ser trabajada la criatura sin culpa, o no, por ellas, es beneficio de que no puede ser digna sin grande misericordia del Altísimo; y el dar a padecer por sus culpas, aunque es misericordia, tiene mucho de justicia. Conforme a esto advierte ahora la común demencia de los hijos de Adán, que todos quieren y apetecen regalos, beneficios y favores de su gusto sensibles, y se desvelan y trabajan por arrojar de sí lo penoso y prevenir que no les toque el dolor de los trabajos; y siendo así que su mayor dicha fuera buscarlos con diligencia sin merecerlos, la ponen toda en desviar lo que merecen, y sin lo que no pueden ser dichosos ni bienaventurados.

674. “Si el oro huye de la hornaza, el hierro de la lima, el grano del molino y del trillo, las uvas de la prensa, todos serán inútiles y no se conseguirá el fin para que fueron criados. Pues ¿cómo se dejan engañar los mortales, suponiendo que estando llenos de feos vicios y abominaciones de culpas, sin la hornaza y sin la lima de los trabajos, han de salir puros y dignos de gozar de Dios eternamente? Si cuando fueran inocentes no eran aptos ni beneméritos de conseguir el bien infinito y eterno por premio y por corona ¿cómo lo serán estando en tinieblas y en desgracia del mismo Dios? Y sobre todo esto los hijos de la perdición emplean todo su desvelo en conservarse indignos y enemigos de Dios y en arrojar de sí la cruz de los trabajos, que son el camino para volver al mismo Dios, la luz del entendimiento, desengaño de lo aparente, alimento de los justos, medio único de la gracia, precio de la gloria y sobre todo herencia legítima de mi Hijo y mi Señor que eligió para sí y para sus electos, naciendo y viviendo siempre en trabajos y muriendo en cruz.

675. “Por aquí, hija mía, has de medir el precio del padecer, que los mundanos no alcanzan; porque son indignos de esta ciencia divina, y como la ignoran la desprecian. Alégrate y consuélate en las tribulaciones, y cuando el Altísimo se dignare de enviarte alguna, procura tú salirle al encuentro, para recibirla como bendición suya y prenda de su amor y gloria. Dilata tu corazón con la magnanimidad y constancia, para que en la ocasión del padecer seas igual y la misma que eres en lo próspero y en los propósitos; y no cumplas con tristeza lo que prometes con alegría (2 Cor 9,7); porque el Señor ama a quien es el mismo en dar y en ofrecer. Sacrifica, pues, tu corazón y potencias en holocausto de paciencia y cantarás con cánticos nuevos de alegría y alabanza las justificaciones del Altísimo, cuando en el lugar de tu peregrinación te señalare y tratare como suya con la señal de su amistad, que son los trabajos y cruz de las tribulaciones.

676. “Advierte, carísima, que mi Hijo santísimo y yo deseamos tener entre las criaturas alguna alma de las que han llegado al camino de la cruz, a quien pudiésemos enseñar ordenadamente esta divina ciencia, y desviarla de la sabiduría mundana y diabólica, en que los hijos de Adán con ciega porfía se quieren adelantar y arrojar de sí la saludable disciplina de los trabajos. Si quieres ser nuestra discípula entra en esta escuela, donde sólo se enseña la doctrina de la cruz, y busca en ella el descanso y las delicias verdaderas. Con esta sabiduría no se compadece el amor terreno de los deleites sensibles y riquezas; no la vana ostentación y pompa que fascina los flacos ojos de los mundanos, codiciosos de la honra vana, de lo precioso y grande que lleva tras de sí la admiración de los ignorantes. Tú, hija mía, ama y elige para ti la mejor parte y ser de las ocultas y olvidadas del mundo. Madre era yo del mismo Dios humanado y Señora por esta parte de todo lo criado con mi Hijo santísimo, pero fui poco conocida, y Su Majestad muy despreciado de los hombres; y si no fuera esta doctrina la más estimable y segura, no la enseñáramos con ejemplo y con palabras: ésta es la luz que luce en las tinieblas (Jn 1,5) amada de los escogidos y aborrecida de los réprobos.

CAPITULO 17

Regresar al Principio

Comienza a padecer en su niñez la Princesa del cielo María santísima; auséntasele Dios; sus querellas dulces y amorosas.

677. El Altísimo, que con infinita sabiduría dispensa el gobierno de los suyos en peso y medida (Sab 11,21), determinó ejercitar a nuestra divina Princesa con algunos trabajos proporcionados a su edad y estado de la niñez, aunque siempre grande en la gracia, que por este medio le quería acrecentar con mayor gloria. Muy llena estaba de sabiduría y gracia nuestra niña María; pero con todo eso convenía que fuese estudiante de experiencia y en ella se adelantase y aprendiese la ciencia del padecer trabajos, que con el uso llega a su última perfección y valor. En el breve curso de sus tiernos años había gozado de las delicias del Altísimo y sus regalos de los santos ángeles, también de sus padres, y en el templo de los de su maestra y sacerdotes, porque en los ojos de todos era graciosa y amable; convenía ya que del bien que poseía comenzase a tener otra nueva ciencia y conocimiento que se adquiere con la ausencia y privación de él, y nuevo uso que ocasiona de las virtudes, confiriendo el estado de los regalos y caricias con el de la soledad, sequedad y tribulaciones.

678. El primero de los trabajos que padeció nuestra Princesa fue suspender el Señor las continuas visiones que la comunicaba; y fue tanto mayor este dolor, cuanto él era nuevo y desacostumbrado, y más alto y precioso el tesoro que perdía de vista. Se le ocultaron también los santos ángeles, y con el retiro de tantos, tan excelentes y divinos objetos que a un mismo tiempo se escondieron de su vista, aunque no se alejaron de su compañía y protección, quedó aquella alma purísima a su parecer como desierta y sola en la noche oscura de la ausencia de su Amado que la vestía de luz.

679. Le hizo novedad este suceso a nuestra niña Reina; porque el Señor, aunque la había prevenido por mayor para recibir trabajos, no la había determinado cuáles serían. Y como el cándido corazón de la sencillísima paloma nada podía pensar ni obrar que no fuese fruto de su humildad y amor incomparable, se resolvía toda en estas dos virtudes: con la humildad atribuía a su ingratitud no haber merecido la presencia y posesión del bien perdido, y con el encendido amor le solicitaba y buscaba con tales y tan amorosos afectos y dolor, que no hay palabras para encarecerlo. Convertíase toda al Señor en aquel nuevo estado que sentía, y le dijo:

680. “Dios altísimo y Señor de todo lo criado, en bondad infinito y rico en misericordias, confieso, Dueño mío, que tan vil criatura no pudo merecer vuestras favores, y mi alma con íntimo dolor se recela de su propia ingratitud y vuestro desagrado. Si ella se ha interpuesto para eclipsarme el sol que me animaba, vivificaba y alumbraba y he sido remisa en el retorno de tantos beneficios, conozca yo, Señor y Pastor mío, la culpa de mi grosero descuido. Si como ignorante y simple ovejuela no supe ser agradecida y obrar lo más acepto a vuestros ojos, postrada estoy en tierra y unida con el polvo, para que vos, mi Dios, que habitáis en las alturas, me levantéis por pobre y destituida (Sal 112, 5-7). Vuestras manos poderosas me formaron (Job 10,8) y no podéis ignorar nuestro figmento (Sal 102,14) y en qué vaso depositáis vuestros tesoros. Mi alma desfallece en su amargura (Sal 30,11); y en vuestra ausencia, que sois su dulce vida, nadie puede dar alimento a mi deliquio. ¿Adónde iré de vos ausente? ¿Adónde volveré los ojos sin la luz que los alumbra? ¿Quién me consolará si todo es pena? ¿Quién me preservará de la muerte sin la vida?”

681. Se volvía también a los santos ángeles y continuando sin cesar en sus querellas amorosas, les hablaba y les decía: “Príncipes celestiales, embajadores del supremo y gran Rey de las alturas y amigos fidelísimos de mi alma ¿por qué también me habéis dejado? ¿Por qué me priváis de vuestra dulce vista y me negáis vuestra presencia? Pero no me admiro, señores míos, de vuestro enojo, si por desgracia mía he merecido caer en el de vuestro Criador y mío. Luceros de los cielos, alumbrad a mi entendimiento en esta mi ignorancia y si tengo culpa corregidme y alcanzad de mi Dueño me perdone. Nobilísimos cortesanos de la feliz Jerusalén, condoleceos de mi aflicción y desamparo; decidme dónde fue mi amado; decidme dónde se ha escondido; decidme dónde le hallaré sin andar vagueando y discurriendo por los rebaños de todas las criaturas (Cant 1,6). Pero ¡ay de mí, que tampoco me respondéis vosotros, siendo tan corteses y que expresamente conocéis las señas de mi Esposo, porque no os arroja de la vista de su rostro y hermosura!”

682. Convertíase luego al resto de las otras criaturas y con repetidas ansias de amor hablaba con ellas, y decía: “Sin duda que vosotras, que también estáis armadas (Sab 5,18) contra los ingratos, estaréis indignadas, como agradecidas, contra quien no lo ha sido; pero si por la bondad de mi Señor y vuestro me consentís entre vosotras, aunque yo soy la más vil, no podéis satisfacer a mi deseo. Muy bellos y espaciosos sois los cielos, hermosos y refulgentes los planetas y todas las estrellas, grandes e invencibles los elementos, adornada la tierra y vestida de plantas olorosas y de yerbas, innumerables los peces de las aguas, admirables las elevaciones del mar (Sal 92,4), ligeras las aves veloces, los minerales ocultos, fuertes los animales y todo junto es una continuada escala y una dulce armonía para llegar a la noticia de mi Amado; pero son largos rodeos para quien ama; y cuando por todos camine con presteza, al fin me quedo y hallo ausente de mi bien; y con la cierta relación que me dais las criaturas de su hermosura sin medida, no se quieta mi vuelo, no se templa el dolor, no se modera mi pena, crece mi congoja, se aumenta el deseo, se inflama el corazón y en el no saciado amor la vida terrena desfallece. ¡Oh dulce muerte sin mi vida! ¡Oh penosa vida sin mi alma y sin mi Amado! ¿Qué haré? ¿Adónde volveré? ¿Dónde vivo? Pero ¿dónde muero? Pues me faltó la vida ¿qué virtud es la que sin ella me sustenta? ¡Oh vosotras todas las criaturas que con vuestra repetida conservación y perfecciones me dais tantas señas de mi Dueño, atended si hay dolor semejante al mío!” (Lam 1,12)

683. Otras muchas razones formaba en su pecho y repetía en su lengua nuestra divina Señora, que no pueden caer en otro pensamiento criado; porque sola su prudencia y amor alcanzaron el peso y sentimiento del ausentarse Dios de una alma, habiéndole gustado y conocido como la de Su Alteza. Pero si los mismos ángeles, como con una emulación amorosa y santa, se admiraban de ver en una pura criatura y tierna niña tanta variedad de acciones prudentísimas de humildad, de fe, de amor, afectos y vuelos del corazón, ¿quién podrá explicar el agrado y beneplácito del mismo Señor en el alma de su electa y sus movimientos, que cada uno hería el corazón de Su Majestad, y procedía de mayor gracia y amor que cuanto había puesto en los mismos serafines? Y si todos ellos a la vista de la divinidad no sabían ejercer ni imitar las acciones de María santísima ni guardar las leyes del amor con tanta perfección como ella, estando ausente y escondido el mismo Dios, ¿qué complacencia sería la que con tal objeto recibía toda la beatísima Trinidad? Oculto misterio es éste para nuestra bajeza; pero debemos reverenciarle con admiración y admirarle con toda reverencia.

684. No hallaba nuestra candidísima paloma donde su corazón pudiera sosegar, ni descansar el pie (Gen 8,9) de sus afectos, que con repetidos vuelos y gemidos discurrían sobre todas las criaturas. Iba muchas veces al Señor con lágrimas y suspiros amorosos, volvía y solicitaba a los ángeles de su guarda y despertaba a todas las criaturas, como si fueran todas capaces de razón; subía a aquella habitación altísima con su ilustrado entendimiento y ardentísimo afecto, donde el sumo bien se le hacía encontradizo y gozaba recíprocamente sus inefables delicias. Pero el supremo Señor y enamorado Esposo, que se dejaba poseer y no gozar de su querida, enardecía más y más aquel purísimo corazón con poseerle, acrecentando sus méritos y poseyéndole de nuevo por nuevos y ocultos dones, para que más poseído más le amase y más amado y poseído le buscase con nuevas invenciones y ansias de amor inflamado. “Le busqué - decía la divina Princesa - y no le hallé; me levantaré de nuevo y, discurriendo más por las calles y plazas de la ciudad de Dios, renovaré mis cuidados (Cant 3, 1-2). Pero ¡ay de mí, que mis manos destilaron mirra (Cant 5,5), no bastan mis diligencias, no son poderosas mis obras más de para acrecentar mi dolor! Busqué al que ama mi corazón, le busqué y no le hallé. Ya mi querido se ausentó; le llamé y no me respondió; volví los ojos a buscarle, pero las guardas de la ciudad y centinelas y todas las criaturas me fueron enojosas y me ofendieron con su vista. Hijas de Jerusalén, almas santas y justas, yo os ruego, yo os suplico, si encontraréis a mi querido, le digáis que desfallezco y muero de su amor.” (Cant 3,1-5)

685. En estas endechas dulces y amorosas se ocupó continuamente nuestra Reina algunos días, derramando fragantísimos olores de suavidad aquel humilde nardo, en sus recelos despreciado del Señor, que descansaba en el retrete de su fidelísimo corazón. Y la divina providencia, para mayor gloria suya y superabundantes merecimientos de su Esposa, alargó este plazo de suerte que se continuó algún tiempo, aunque no fue muy largo; pero en él padeció la divina Señora más tormentos espirituales y trabajos que todos los santos juntos; porque llegando a sospechar y recelarse si había perdido a Dios y caído en su desgracia por culpa suya, nadie puede encarecer ni conocer, fuera del mismo Señor, cuánto y cuál sería el dolor de aquel ardiente corazón que tanto supo amar; y para ponderarlo tenía el mismo Dios, y para sentirlo lo debajo Su Majestad en los recelos y temores de haberlo perdido.

Doctrina que me dio mi Señora y Reina.

686. “Hija mía, todos los bienes se estiman según el aprecio que de ellos hacen las criaturas, y en tanto los aprecian, en cuanto conocen ser bienes; pero como sólo es uno el verdadero bien, y los demás fingidos y aparentes, sólo este sumo bien debe ser apreciado y conocido; y entonces llegarás a darle la estimación y amor cuando le gustares y conocieres y apreciares sobre todo lo criado. Por este aprecio y amor se regula el dolor de perderle; y así entenderás algo de los afectos que yo sentí cuando se me ausentaba el bien eterno, dejándome temerosa si acaso por culpas le perdía. Y es sin duda que muchas veces el dolor de estos recelos y la fuerza del amor me privaran de la vida, si el mismo Señor no la conservara.

687. “Pondera, pues, ahora, cuál debe ser el dolor de perder a Dios verdaderamente por pecados, si en un alma que no siente los malos efectos de la culpa puede causar tanto dolor la ausencia del verdadero bien; siendo así que no le pierde, antes le posee, aunque disimulado y oculto a su propio dictamen. Esta sabiduría no llega a la mente de los hombres carnales, antes con estultísima ceguedad aprecian el aparente y fingido bien y se atormentan y desconsuelan de que les falte. Pero del sumo y verdadero bien no hacen concepto ni estimación, porque nunca le gustaron ni conocieron. Y aunque esta ignorancia formidable contraída por el primer pecado la desterró mi Hijo santísimo, mereciéndoles la fe y la caridad, para que pudiesen conocer y gustar en algún modo el bien que nunca habían experimentado, pero ¡ay dolor! que la caridad se pierde y por cualquier deleite se pospone y la fe quedando ociosa y muerta no aprovecha; y así viven los hijos de las tinieblas, como si de la eternidad sólo tuviesen una fingida o dudosa relación.

688. Teme, alma, este peligro nunca bastantemente ponderado; desvélate y vive siempre advertida y prevenida contra los enemigos que jamás duermen. Tu meditación de día y de noche sea cómo trabajarás para no perder el sumo bien que amas. No te conviene dormir ni dormitar entre invisibles enemigos, y si tal vez se te escondiere tu amado, espera con paciencia y búscale con solicitud sin descansar, que no sabes sus ocultos juicios; y para el tiempo de la ausencia y tentación lleva prevenido el aceite (Mt 25,4) de la caridad y sana intención, para que no te falte y seas reprobada con las vírgenes estultas y necias.”

CAPITULO 18

Regresar al Principio

Se continúan otros trabajos de nuestra Reina y algunos que permitió el Señor por medio de criaturas y de la antigua serpiente.

689. Perseveraba siempre el Altísimo escondido y oculto con la Princesa del cielo; y a este trabajo, que era el mayor, añadió Su Majestad otros con que se acrecentase el mérito, la gracia y la corona, inflamándose más el castísimo amor de la divina Señora. El dragón grande y antigua serpiente Lucifer estaba atento a las obras heroicas de María santísima; y si bien de las interiores no podía ser testigo de vista, porque se las ocultaron, pero estaba en asechanza de las exteriores, que eran tan altas y perfectas cuanto bastaba para atormentar la soberbia e indignación de este envidioso enemigo; porque le ofendía sobre toda ponderación la pureza y santidad de la niña María.

690. Movido con este furor juntó un conciliábulo en el infierno, para consultar sobre este negocio a los superiores príncipes de las tinieblas, y congregados les propuso este razonamiento: “El gran triunfo que hoy tenemos en el mundo con la posesión de tantas almas como rendimos a nuestra voluntad, me recelo y temo se ha de ver deshecho y humillado por medio de una mujer; y no podemos ignorar este peligro, pues le conocimos en nuestra creación y después se nos notificó la sentencia que la mujer nos quebrantaría la cabeza (Gen 3,15); por lo cual nos conviene estar en vela y no tener descuido. Noticia tenéis ya de una niña que nació de Ana y va creciendo en edad y juntamente señalándose en virtudes; yo he puesto mi atención en todas sus acciones, movimientos y obras y no he reconocido, al tiempo común de entrar en el discurso y llegar a sentir sus pasiones naturales, que en ella se descubran los efectos de nuestra semilla y malicia como en los demás hijos de Adán se manifiestan. La veo siempre compuesta y perfectísima, sin poderla inclinar ni reducir a las infantilismos pecaminosos y humanos o naturales de otros niños, y por estos indicios me recelo si ésta es la escogida para Madre del que se ha de hacer hombre.

691. “Pero no me puedo persuadir a esto; porque nació como los demás y sujeta a las leyes comunes de la naturaleza, y sus padres hicieron oración y ofrendas para que a ellos y a ella les fuera perdonada la culpa, siendo llevada al templo como las demás mujeres. Con todo eso, aunque no sea ella la escogida contra nosotros, tiene grandes principios en su niñez y prometen para adelante señalada virtud y santidad, y no puedo tolerar su modo de proceder con tanta prudencia y discreción. Su sabiduría me abrasa, su modestia me irrita, su paciencia me indigna y su humildad me destruye y oprime y toda ella me provoca a insufrible furor y la aborrezco más que a todos los hijos de Adán. Tiene no sé qué virtud especial, que muchas veces quiero llegar a ella y no puedo, y si le arrojo sugestiones no las admite, y todas mis diligencias con ella hasta ahora se han desvanecido sin tener efecto. Aquí nos importa a todos el remedio y poner mayor cuidado para que nuestro principado no se arruine. Yo deseo más la destrucción de esta alma sola que de todo el mundo. Decidme, pues, ahora, qué medios, qué arbitrios tomaremos para vencerla y acabar con ella; que yo ofrezco los premios de mi liberalidad a quien lo hiciere.”

692. Se ventiló el caso en aquella confusa sinagoga, sólo para nuestro daño concertada, y entre otros pareceres dijo uno de aquellos horribles consiliarios: “Príncipe y señor nuestro, no te atormentes con tan pequeño cuidado, que una mujercilla flaca no será tan invencible y poderosa como lo somos todos los que te seguimos. Tú engañaste a Eva (Gen 3,4), derribándola del feliz estado que tenía, y por ella venciste a su cabeza Adán; pues ¿cómo no vencerás a esa Mujer su descendiente, que nació después de su primera caída? Prométete desde luego esta victoria; y para conseguirla determinemos, aunque resista muchas veces, perseverar en tentarla; y si necesario fuere que deroguemos en alguna cosa nuestra grandeza y presunción, no reparemos en ello a trueco de engañarla; y si no bastare, procuraremos destruir su honra, y se quitarémosle la vida.”

693. Otros demonios añadieron a esto, y dijeron a Lucifer: “Experiencia tenemos, ¡oh poderoso príncipe!, que para derribar muchas almas es medio poderoso valernos de otras criaturas como eficaz medio para obrar lo que por nosotros mismos no alcanzamos, y por este camino trazaremos y fabricaremos la ruina de esta mujer, observando para esto el tiempo y coyunturas más oportunas que nos ofreciere con su proceder. Y sobre todo importa que apliquemos nuestra sagacidad y astucia para que una vez pierda la gracia con algún pecado y, en faltándole este apoyo y protección de los justos, la perseguiremos y comprenderemos como a quien está sola y sin haber en ella quien la pueda librar de nuestras manos, y trabajaremos hasta reducirla a la desconfianza del remedio.”

694. Agradeció Lucifer estos arbitrios y esfuerzo que le dieron sus secuaces cooperadores de la maldad, y recíprocamente les mandó y exhortó le acompañasen los más astutos en la malicia, constituyéndose de nuevo por caudillo de tan ardua empresa; porque no la quiso fiar de otras manos que las suyas. Y aunque le asistían otros demonios, pero el mismo Lucifer en persona se halló siempre el primero en tentar a María y a su Hijo santísimo en el desierto, y en el discurso de sus vidas, como en ésta veremos adelante.

695. Por todo este tiempo nuestra divina Princesa continuaba las congojas y dolor de la ausencia de su Amado, cuando aquella infernal cuadrilla embistió de tropel para tentarla. Pero la virtud divina que la hacía sombra impidió los empeños de Lucifer para que no pudiese acercarse mucho a ella, ni ejecutar todo lo que intentaba; pero con permiso del Altísimo le arrojaban en sus potencias muchas sugestiones y pensamientos varios de suma iniquidad y malicia; porque no extrañó el Señor que la Madre de la gracia fuese también tentada en todo, pero sin pecado (Heb 4,15), como lo había de ser después su Hijo santísimo.

696. En este nuevo conflicto no se puede fácilmente concebir cuánto padeció el purísimo y candidísimo corazón de María, viéndose rodeada de sugestiones tan extrañas y distantes de su inefable pureza y de la alteza de sus divinos pensamientos. Y como la antigua serpiente la reconocía a la gran Señora afligida y llorosa, pretendió con esto cobrar mayor esfuerzo, cegándole su misma soberbia, porque ignoraba el secreto del cielo. Pero animando a sus infernales ministros, les dijo: “Persigámosla ahora, persigámosla, que ya parece logramos nuestros intentos y siente la tristeza, camino de la desconfianza. Y con este engaño le enviaron nuevos pensamientos de desmayo y desconfianza y con terribles imaginaciones la combatieron, aunque en vano, porque herida la piedra de la generosa virtud, con mayor fuerza despide más centellas y fuego de divino amor. Estuvo nuestra invencible Reina tan superior e inmóvil a la batería del infierno, que en su interior ni se alteró, ni dio por entendida a tantas sugestiones, más de para reconcentrarse en sus incomparables virtudes y levantar más la llama del divino incendio de amor que en su pecho ardía.

697. Como ignoraba el dragón la oculta sabiduría y prudencia de nuestra soberana Princesa, aunque la reconocía fuerte y sin turbarle las potencias, y sentía la resistencia de la virtud divina, con todo eso perseveraba en su antigua soberbia, acometiendo a la ciudad de Dios por diversos modos y baterías. Pero, aunque el astuto enemigo con un mismo afecto mudaba los ingenios, venían a ser sus máquinas como las de una débil hormiga contra un muro diamantino. Era nuestra Princesa la mujer fuerte, de quien se puede fiar el corazón de su varón (Prov 31,11 (A.) sin recelos de hallar frustrados sus deseos. Era su adorno la fortaleza que la llenaba de hermosura; y su vestido que le servía de gala, eran la pureza y caridad. No podía sufrir la inmunda y altiva serpiente este objeto, cuya vista le deslumbraba y turbaba con nueva confusión; y así trató de quitarla la vida, forcejando mucho en esto todo aquel escuadrón de espíritus malignos; y en este propósito gastaron algún tiempo, sin más efecto que en los demás.

698. Grande admiración me ha hecho el conocimiento de este sacramento tan oculto, considerando a lo que se extendió el furor de Lucifer contra María santísima en sus primeros años, y por otra parte la oculta y vigilante protección del Altísimo para defenderla. Veo al Señor cuán atento estaba a su Esposa electa y única entre las criaturas; y miro juntamente a todo el infierno convertido en furor contra ella, y estrenando la suma indignación que hasta entonces no había ejecutado con otra criatura, y la facilidad en que el poder divino desvanecía todo el poder y astucia infernal. ¡Oh más que infeliz y mísero Lucifer, cuánto es mayor tu soberbia y arrogancia que tu fortaleza! (Is 16,6) Muy débil y enano eres para tan loca presunción; desconfía ya de ti y no te prometas tantos triunfos, pues una tierna niña quebrantó tu cabeza, y en todo y por todo te dejó vencido. Confiesa que vales y sabes poco, pues ignoraste el mayor sacramento del Rey, y que te humilló su poder con el instrumento que tú despreciabas, de una mujer flaca y niña en la condición de su naturaleza. ¡Oh cómo sería grande tu ignorancia, si los mortales se valiesen de la protección del Altísimo, y del ejemplar e imitación e intercesión de esta victoriosa y triunfadora Señora de los ángeles y los hombres!

699. Entre estas alternadas tentaciones y combates era incesante la oración fervorosa de María santísima, y decía al Señor: “Ahora, Dios mío altísimo, que estoy en la tribulación, estaréis conmigo (Sal 90,15); ahora que de todo mi corazón os llamo y busco vuestras justificaciones (Sal 118,145), llegarán mis peticiones a vuestros oídos; ahora que padezco tan gran violencia, responderéis por mí ( Is 38,14); vos, Señor y Padre mío, sois mi fortaleza y mi refugio (Sal 30,4), y por vuestro santo nombre me sacaréis del peligro, me encaminaréis para el seguro camino y me alimentaréis como hija vuestra.” Repetía también muchos misterios de la sagrada Escritura, y en especial los salmos que hablan contra los enemigos invisibles; y con estas invencibles armas, sin perder un átomo de la paz, igualdad y conformidad interior, antes confirmándose más en ella, elevado su purísimo espíritu en las alturas, peleaba, resistía y vencía a Lucifer con incomparable agrado del Señor y merecimientos.

700. Vencidas ya estas ocultas tentaciones y peleas, comenzó otro nuevo duelo la serpiente por medio e intervención de las criaturas, y para esto arrojó ocultamente algunas centellas de envidia y emulación contra María santísima en el pecho de las doncellas compañeras suyas, que asistían en el templo. Este contagio tenía el remedio tanto más dificultoso, cuanto se ocasionaba de la puntualidad con que nuestra divina Princesa acudía al ejercicio de todas las virtudes, creciendo en sabiduría y gracia para con Dios y con los hombres; que donde pica la ambición de la honra, las mismas luces de la virtud encandilan el juicio y le deslumbran, y aun encienden la llama de la envidia. Les administraba el dragón a las simples doncellas muchas sugestiones interiores, persuadiéndolas que a vista del sol de María santísima quedaban ellas oscurecidas y poco estimadas y que sus propias negligencias eran más conocidas de la maestra y de los sacerdotes y que sola María sería la preferida en estado y estimación de todos.

701. Admitieron esta mala semilla en su pecho las compañeras de nuestra Reina y, como poco advertidas y ejercitadas en las batallas espirituales, la dejaron crecer hasta que llegó a redundar en interior aborrecimiento con la purísima María. Este odio pasó a indignación, con que la miraban y trataban no pudiendo sufrir la modestia de la cándida paloma; porque el dragón las incitaba, revistiendo a las incautas doncellas del mismo furor que él había concebido contra la Madre de las virtudes. Perseverando más la tentación se fue también manifestando en los efectos y llegaron las doncellas a conferirla entre sí mismas, ignorando de qué espíritu eran; y concertaron molestar y perseguir a la Princesa del mundo, no conocida, hasta despedirla del templo; y llamándola aparte, la dijeron palabras muy pesadas, tratándola con modo muy imperioso de gestera, hipócrita y que sólo trataba de granjear con artificio la gracia de la maestra y sacerdotes y desacreditar a las demás compañeras, murmurando de ellas y encareciendo sus faltas, siendo ella la más inútil de todas, y que por esto la aborrecían como al enemigo.

702. Estas contumelias y otras muchas oyó la prudentísima Virgen sin recibir turbación alguna, y con igual humildad respondió: “Amigas y señoras mías, razón tenéis por cierto que yo soy la menor y más imperfecta de todas; pero vosotras, mis hermanas, como más advertidas habéis de perdonar mis faltas y enseñar mi ignorancia, encaminándome para que acierte en hacer lo mejor y en daros gusto. Yo os suplico, amigas, que aunque soy tan inútil, no me neguéis vuestra gracia, no creáis de mí que deseo desmerecerla, porque os amo y reverencio como sierva y lo seré en todo lo que gustareis; haced experiencia de mi buena voluntad; mandadme, pues, y decidme lo que de mí queréis.”

703. No ablandaron estas humildes y suaves razones de la modestísima María el pecho endurecido de sus amigas y compañeras, poseídas de la saña furiosa que el dragón tenía contra ella; antes irritándose él más, las incitaba e irritaba también a ellas, para que con el dulce antídoto se entumeciesen más la mordedura y veneno serpentino derramado contra la mujer que había sido señal grande en el cielo (Ap 12,15 (A.)). Fuese continuando muchos días esta persecución, sin que fuesen poderosas la humildad, paciencia, modestia y tolerancia de la divina Señora para templar el odio de sus compañeras; antes se avanzó el demonio a proponerles muchas sugestiones llenas de temeridad, para que pusiesen las manos en la humildísima cordera y la maltratasen, y aun le quitasen la vida. Pero el Señor no permitió que tan sacrílegos pensamientos se ejecutasen, y a lo que más se extendieron fue a injuriarla de palabra y darle algunos empellones. Pasaba esta batalla en secreto, sin haber llegado a noticia de la maestra ni de los sacerdotes; y en este tiempo la santísima María granjeaba incomparables merecimientos y dones del Altísimo con la materia que se le ofrecía de ejercitar todas las virtudes con Su Majestad y con las criaturas que la perseguían y aborrecían. Con ellas hizo heroicos actos de caridad y humildad, dando bien por mal, bendiciones por maldiciones, obsecraciones por blasfemias (1 Cor 4,12-13) y cumpliendo en todo con lo perfecto y más alto de la divina ley. Con el Altísimo ejercitó las más excelentes virtudes, rogando por las criaturas que la perseguían, humillándose con admiración de los ángeles, como si fuera la más vil de los mortales y merecedora de lo que con ella hacían; y todas estas obras excedían al juicio de los hombres y al más alto merecimiento de los serafines.

704. Sucedió un día que, atropelladas aquellas mujeres de la tentación diabólica, llevaron a la princesa María a un aposento retirado y, pareciéndoles estaban más a su salvo, la llenaron de injurias y contumelias desmedidas para irritar su mansedumbre y desquiciar su inmóvil modestia con algún desairado ademán. Pero como la Reina de las virtudes no podía ser esclava de algún vicio ni por sólo un instante, se mostró más invencible su paciencia cuando fue más necesaria, y las respondió con mayor agrado y dulzura. Ofendidas ellas de no conseguir su desordenado intento, alzaron la voz destempladamente, de manera que siendo oídas en el templo, fuera de lo que se acostumbraba, causaron grande novedad y confusión. Acudieron al ruido los sacerdotes y maestra y, dando lugar el Señor a esta nueva aflicción de su Esposa, preguntaron con severidad la causa de aquella inquietud. Y callando la mansísima paloma, respondieron las otras doncellas con mucha indignación, y dijeron: “María de Nazaret nos trae a todas inquietas y alteradas con su terrible condición, y fuera de vuestra presencia nos desconsuela y provoca, de suerte que si no sale del templo no será posible tener todas paz con ella. Si la sufrimos, es altiva, y si la reprendemos se burla de todas, postrándose a los pies con fingida humildad, y después lo murmura y lo inquieta todo entre nosotras.”

705. Los sacerdotes y maestra llevaron a otro aposento a la Señora del mundo y allí la reprendieron con la severidad consiguiente al crédito que dieron por entonces a sus compañeras; y habiéndola exhortado que se enmendase y procediese como quien vivía en la casa de Dios, la amenazaron que si no lo hacía la despedirían y echarían del templo. Y esta amenaza fue el mayor castigo que pudieron darle, aunque hubiera tenido alguna culpa, siendo ignorante en todas las que le imputaban. Quien tuviere del Señor inteligencia y luz para conocer alguna parte de la profundísima humildad de María santísima, entenderá algo de los efectos que en su candidísimo corazón obraban estos misterios; porque se juzgaba por la más vil de los nacidos y la más indigna de vivir entre ellos y pisar la tierra. Se enterneció un poco la prudentísima Virgen con esta conminación y con lágrimas respondió a los sacerdotes, y les dijo: “Señores, yo agradezco el favor que me hacéis con reprenderme y enseñarme como a tan imperfecta y vil mujer; pero os suplico me perdonéis, pues sois ministros del Altísimo, y disimulando mis defectos me gobernéis en todo para que yo acierte mejor que hasta ahora a dar gusto a Su Majestad y a mis hermanas y compañeras; que con la gracia del Señor lo propongo de nuevo y comenzaré desde hoy.”

706. Añadió nuestra Reina otras razones llenas de dulcísima candidez y modestia; con que la dejaron la maestra y sacerdotes, advirtiéndola de nuevo de la misma doctrina de que ella era sapientísima maestra. Fuese luego a las demás compañeras y doncellas y postrándose a sus pies les pidió perdón, como si, los defectos que la imputaban pudieran caer en la que, era Madre de la inocencia. La admitieron ellas mejor por entonces, juzgando que sus lágrimas eran efecto del castigo y reprensión de los sacerdotes y maestra, a quienes habían reducido a su intento mal gobernado. El dragón, que ocultamente iba urdiendo esta tela, levantó a mayor altivez y presunción los incautos corazones de todas aquellas mujeres y, como habían hecho camino en el de los mismos sacerdotes, prosiguieron con mayor audacia en desacreditar y descomponer con ellos a la purísima Virgen. Para esto fabricaron nuevas fabulaciones y mentiras con instinto del mismo demonio; pero nunca dio lugar el Altísimo que se dijese ni presumiese cosa muy grave ni indecente de la que tenía escogida para Madre santísima de su Unigénito. Y sólo permitió que la indignación y engaño de las doncellas del templo llegase a encarecer mucho algunas pequeñas aunque fingidas faltas que la imputaban, y que por mayor hiciesen muchas hazañerías mujeriles; cuanto bastaba para que ellas declarasen su inquietud y con ella y con las reprensiones de la Maestra y sacerdotes tuviese nuestra humildísima Señora María ocasión de ejercitar las virtudes y acrecentar los dones del Altísimo y el colmo de merecimientos.

707. Todo lo hacía nuestra Reina con plenitud de agrado en los ojos del Señor, que se recreaba con el olor suavísimo de aquel humilde nardo (Cant 1,11), maltratado y despreciado de las criaturas que no le conocían. Repetía sus clamores y gemidos por la ausencia continuada de su amado, y en una de estas ocasiones le dijo: “Sumo bien y Señor mío de misericordias infinitas, si vos que sois mi Dueño y mi Hacedor me habéis desamparado, no es mucho que todo el resto de las criaturas me aborrezcan y se conviertan contra mí. Todo lo merece mi ingratitud a vuestros beneficios; pero siempre os reconozco y os confieso por mi refugio y mi tesoro; vos sólo sois mi bien, mi amado y descanso, y si lo sois y os tengo ausente ¿cómo sosegará mi afligido corazón? Las criaturas hacen conmigo lo que deben, pero aun no llegan a tratarme como merezco, porque vos, Señor y Padre mío, en afligir sois moderado y en premiar liberalísimo. Descontad, Señor, mis negligencias con el dolor de haberos ocultado a mi interior y pagad con larga mano el bien que vuestras criaturas me granjean, obligándome a conocer más vuestra bondad y mi vileza; levantad, Señor, a la menesterosa del polvo de la tierra (1 Sam 2,8) y renovad a la que es pobre y vilísima entre las criaturas, y vea yo vuestro divino rostro y seré salva.” (Sal 79,4).

708. No será posible ni necesario referir todo lo que sucedió a nuestra gran Princesa en esta prueba de sus virtudes; pero, dejándola por ahora en ella, será vivo ejemplar para llevar con dilatación cualquiera trabajo los que necesitamos de las penas y de duros golpes para satisfacer nuestros pecados y domar nuestra cerviz al yugo de la mortificación. No cometió culpa ni se halló malicia en nuestra inocentísima paloma, y padeció con humilde silencio y tolerancia ser de balde aborrecida y perseguida; pues hallémonos en su presencia confundidos los que una leve injuria que todas son muy leves para quien tiene a Dios por enemigo reputamos por irreparable ofensa hasta vengarla. Poderoso era el Altísimo para desviar de su escogida y Madre cualquiera persecución y contrariedad, pero, si en esto usara de su poder, no le manifestara en conservarla perseguida, ni le diera prendas tan seguras de su amor, ni ella consiguiera el dulce fruto de amar a los enemigos y perseguidores. Indignos nos hacernos de tanto bien cuando en los agravios levantamos el grito contra las criaturas y el corazón soberbio contra el mismo Dios que en todo las gobierna, y no se quieren sujetar a su Hacedor y Justificador que sabe de lo que necesitan para su salud.

Doctrina de la Reina del cielo María santísima.

709. “Pues adviertes, hija mía, en el ejemplar de estos sucesos, quiero que él te sirva de doctrina y enseñanza para que con aprecio la escondas en tu pecho, dilatándole para recibir con alegría las persecuciones y calumnias de las criaturas, si fueres participante de este beneficio. Los hijos de perdición que sirviendo a la vanidad ignoran el tesoro de padecer injurias y perdonarlas, hacen honra de la venganza, que aun en los términos de la ley natural es la mayor vileza y fealdad de todos los vicios; porque se opone más a la razón natural y nace de corazón no humano sino brutal o ferino y, por el contrario, el que perdona las injurias y las olvida aunque no tenga fe divina ni luz del evangelio por esta magnanimidad se hace superior, como rey de la misma naturaleza; porque tiene de ella lo más noble y excelente y no paga el vilísimo tributo de hacerse fiera irracional con la venganza.

710. “Y si tanto se opone el vicio de la venganza con la misma naturaleza, considera, carísima, qué oposición tendrá con la gracia y cuán odioso y aborrecible será el vengativo en los ojos de mi Hijo santísimo, que se hizo hombre, murió y padeció sólo por perdonar y para que el linaje humano alcanzase perdón de las injurias cometidas contra el mismo Señor. Contra esta intención y obras suyas y contra su misma naturaleza y bondad infinita se opone la venganza; y cuanto en ella es, el vengativo destruye todo punto al mismo Dios y sus obras; y así merece singularmente por este pecado que le destruya Dios con todo su poder. Entre el que perdona y sufre las injurias y entre el vengativo, hay la misma diferencia que entre el hijo único y heredero y el enemigo mortal: éste provoca toda la fuerza de la indignación de Dios y el otro merece todos los bienes y los adquiere; porque en esta gracia es imagen perfectísima del Padre celestial.

711. “Quiero, alma, entiendas que padecer las injurias con igualdad de corazón y perdonarlas enteramente por el Señor, será más grato a sus ojos que si por tu voluntad hicieres rígidas penitencias y derramares tu propia sangre. Humíllate a los que te persiguen, ámalos y ruega por ellos con verdadero corazón; y con esto rendirás a tu amor el corazón de Dios, subirás a lo perfecto de la santidad y vencerás a todo el infierno. Aquel gran dragón que a todos persigue, le confundía yo con la humildad y mansedumbre y no podía su furor tolerar estas virtudes y más veloz que un rayo huía por ellas de mi presencia; y así alcancé con ellas grandes victorias para mi alma y gloriosos triunfos para la exaltación de divinidad. Cuando alguna criatura se movía contra mí, no concebía indignación contra ella, porque de verdad conocía era instrumento del Altísimo, gobernado por su providencia para mi bien propio; y este conocimiento y considerarla hechura de mi Señor y capaz de su grada, me atraían para que la amase con verdad y fuerza, y no sosegaba hasta remunerarle este beneficio con alcanzarle, en cuanto me era posible, la salvación eterna.

712. “Procura, pues, y trabaja por imitar lo que has entendido y escrito, y muéstrate mansísima, pacífica y agradable a los que te fueren molestos; estímalos con verdad en tu corazón; y no tomes venganza del mismo Señor por tomarla de sus instrumentos, ni desprecies la estimable margarita de las injurias; y cuanto es de tu parte dales siempre bien por mal (Rom 12,14), beneficios por agravios, amor por aborrecimientos, alabanzas por vituperios, bendición por maldición; y serás hija perfecta de tu Padre (Mt 5,45) y esposa amada de tu Dueño, mi amiga y mi carísima.”

CAPITULO 19

Regresar al Principio

El Altísimo dio luz a los sacerdotes de la inocencia inculpable de María santísima, y a ella de que estaba cerca el tránsito dichoso de su madre santa Ana; y se halló en él.

713. No dormía el Altísimo ni dormitaba (Sal 120,4) entre les clamores dulces de su dilecta esposa María, si bien disimulaba oírlos, recreándose con ellos en el prolongado ejercicio de sus penas, que le ocasionaban tan gloriosos triunfos y admiración y alabanza de los espíritus soberanos. Perseveraba siempre el fuego lento de aquella persecución ya dicha para que la divina fénix María se renovase muchas veces en las cenizas de su humildad y renaciese su purísimo corazón y espíritu en nuevo ser y estado de la divina gracia. Pero cuando ya era tiempo oportuno de poner término a la ciega envidia y emulación de aquellas engañadas doncellas, para que sus pequeñeces no pasasen a descrédito de la que había de ser honra de toda la naturaleza y gracia, habló en sueños al sacerdote y le dijo el mismo Señor: “Mi sierva María es agradable a mis ojos, es perfecta y escogida y está sin culpa en lo que se le atribuye.” La misma inteligencia y revelación tuvo Ana, la maestra de las doncellas. Y a la mañana el sacerdote y ella confirieron la divina luz y aviso que entrambos habían recibido; y con este conocimiento del cielo se compungieron del engaño padecido y llamaron a la princesa María pidiéndola perdón de haber dado crédito a la falsa relación de las doncellas y la propusieron todo lo que les pareció conveniente para retirarla y defenderla de la persecución que la hacían y las penas que la ocasionaban.

714. Oyó esta propuesta la que era Madre y origen de la humildad y respondió al sacerdote y maestra: “Señores, yo soy a quien se deben las reprensiones, y os suplico no desmerezca oírlas, pues como necesitada las pido y estimo. La compañía de mis hermanas las doncellas para mí es muy amable y no quiero perderla por mis deméritos, pues tanto debo a todas por lo que me han sufrido y en retorno de este beneficio las deseo más servir; pero si me mandáis otra cosa, aquí estoy para obedecer a vuestra voluntad.” Esta respuesta de María santísima confortó y consoló más al sacerdote y maestra y aprobaron su humilde petición; pero de allí adelante atendieron más a ella mirándola con nueva reverencia y afecto. Pidió la Virgen humildísima al sacerdote la mano y bendición, y también a la maestra, como lo tenía de costumbre, y con esto la dejaron. Pero como al sediento se le van los sentidos y el apetito tras del agua cristalina que se aleja, así quedó el corazón de María Señora nuestra entre anhelado y dolorido por aquel ejercicio de padecer, que como sedienta y abrasada en el amor divino juzgaba que, con la diligencia que el sacerdote y maestra querían hacer, le faltaría para adelante el tesoro de los trabajos.

715. Se retiró luego nuestra Reina y a solas hablando con el Altísimo le dijo: “¿Por qué, Señor y amado Dueño mío, tanto rigor conmigo? ¿Por qué tan larga ausencia y tanto olvido de quien sin vos no vive? Y si en mi prolija soledad sin vuestra vista dulce y amorosa me consolaban las prendas ciertas de vuestro amor, cuales eran los pequeños trabajos que padecía por él, ¿cómo viviré ahora en mi deliquio sin este alivio? ¿Por qué, Señor, tan presto alzáis la mano de este favor? ¿Quién fuera de vos pudiera transformar el corazón de mis señores, los sacerdotes y maestra? Pero no merecía yo el beneficio de sus caritativas reprensiones, no soy digna de padecer trabajos, porque no lo soy tampoco de vuestra deseada vista y regalada presencia. Si no he sabido obligaros, Padre y Señor mío, yo enmendaré mis negligencias y si me dais algún alivio a mi flaqueza, ninguno puede serlo faltándole a mi alma la alegría de vuestra cara; pero en todo espero, Esposo mío, con rendido afecto que se cumpla vuestro divino beneplácito.

716. Con este desengaño de los sacerdotes y maestra del templo se atajó la molestia que las doncellas daban a nuestra soberana Princesa, y a ellas también moderó el Señor, impidiendo juntamente al demonio que las irritaba. Pero la ausencia con que estaba escondido de la divina Esposa duró por diez años; cosa admirable; si bien la interrumpía el Altísimo algunas veces corriendo la cortina de su rostro, para que su querida tuviese algún alivio; mas no fueron muchas las que dispensó en este tiempo, y éstas con menos regalo y caricia que en los primeros años de la niñez. Fue conveniente esta ausencia del Señor, para que por el ejercicio de todas las virtudes se dispusiese nuestra Reina con la perfección ejecutada para la dignidad que el Altísimo la prevenía; y si gozara siempre de la vista de Su Majestad por los modos que sucesivamente la tenía en lo demás del tiempo, y arriba declaramos (Cf. supra n.615-645), no pudiera padecer por el orden común de pura criatura.

717. Pero en este género de retiro y ausencia del Señor, aunque a María santísima le faltaban las visiones intuitivas y abstractivas de la divina esencia y las de los ángeles que se dijo arriba, tenían su alma santísima y sus potencias más dones de gracias y luz sobrenatural que alcanzaron ni recibieron todos los santos, porque en esto nunca la mano del Altísimo estuvo abreviada con ella; mas, en comparación de las visiones frecuentes de los primeros años, llamo ausencia y retiro del Señor haber estado sin ellas tanto tiempo. Le comenzó esta ausencia ocho días antes de la muerte de su padre san Joaquín; y luego sucedieron las persecuciones del infierno por sí y tras ellas las de las criaturas, con que llegó nuestra Princesa a los doce años de su edad. Y entrada ya en ellos, un día los santos ángeles sin manifestársele la hablaron y dijeron: “María, el término de la vida de tu santa madre Ana está dispuesto por el Altísimo se cumpla ahora, y Su Majestad ha determinado que sea libre de las prisiones del cuerpo mortal y sus trabajos tengan dichoso fin.”

718. Con este nuevo y doloroso aviso se enterneció el corazón de la piadosa hija y, postrándose en la presencia del Altísimo, hizo una fervorosa oración por la buena muerte de su madre santa Ana, y dijo: “Rey de los siglos invisible y eterno, Señor inmortal y poderoso, autor de todo el universo, aunque soy polvo y ceniza y confieso que tendré desobligada a vuestra grandeza, no por eso dejaré de hablar a mi Señor (Gen 18,27) y derramaré mi corazón en su presencia (Sal 61,9) esperando, Dios mío, que no despreciaréis a la que siempre ha confesado vuestro santo nombre. Enviad, Señor mío, en paz a vuestra sierva, que con invicta fe y con esperanza cierta ha deseado cumplir vuestro divino beneplácito. Salga victoriosa y triunfante de sus enemigos al seguro puerto de los santos vuestros escogidos; confírmela vuestro brazo poderoso; asístala en el término de la carrera de nuestra mortalidad la misma diestra que hizo perfectas sus pisadas y descanse, Padre mío, en la paz de vuestra gracia y amistad la que siempre la procuró con verdadero corazón.”

719. No respondió el Señor de palabra a esta petición de su amada, pero la respuesta fue un admirable favor que hizo a ella y a su santa madre Ana. Mandó Su Majestad aquella noche que los santos ángeles de María santísima la llevasen real y personalmente a la presencia de su madre enferma y que en su lugar quedase sustituto uno de ellos, tomando cuerpo aéreo de su misma forma. Obedecieron los ángeles al divino mandato y llevaron a su Reina y nuestra a la casa y aposento de su madre santa Ana. Y hallándose con ella la divina Señora, la dijo besándole la mano: “Madre mía y mi Señora, sea el Altísimo vuestra luz y fortaleza y sea bendito, pues no ha querido su dignación que yo, pobre y necesitada, quedase sin el beneficio de vuestra última bendición; recíbala yo, madre mía, de vuestra mano.” Le dio su bendición santa Ana, y con íntimo afecto dio al Señor las gracias de aquel beneficio, como quien conocía el sacramento de su hija y Reina, a la cual también agradeció el amor que en tal ocasión había manifestado.

720. Luego se convirtió nuestra Princesa a su santa madre y la confortó y animó para el trance de la muerte; y entre otras muchas razones de incomparable consuelo, la dijo éstas: “Madre y querida de mi alma, necesario es que por la puerta de la muerte pasemos a la eterna vida que esperamos; amargo es y penoso el tránsito, pero fructuoso; porque se admite por el divino beneplácito y es principio de la seguridad y sosiego y satisface asimismo por las negligencias y defectos de no haber empleado tan ajustadamente la vida como debe la criatura. Recibid, madre mía, la muerte y pagad con ella la común deuda con alegría de espíritu y partid segura a la compañía de los santos patriarcas, profetas, justos y amigos de Dios, nuestros padres, donde con ellos esperaréis la redención que nos enviará el Altísimo por medio de su salud y nuestro Salvador; la seguridad de esta esperanza será el alivio mientras llega la posesión del bien que todos esperamos.”

721. Santa Ana respondió a su hija santísima con el recíproco amor y consuelo digno de tal madre y tal hija en aquella ocasión, y con maternal caricia la dijo: “María, hija mía querida, cumplid ahora con esta obligación, no me olvidando en la presencia de nuestro Señor Dios y Criador, representándole mi necesidad de su divina protección en esta hora; advertid lo que debéis a quien os concibió y tuvo en sus entrañas nueve meses y después sustentó a sus pechos y siempre os tiene en el corazón. Pedid, hija mía, al Señor extienda la mano de sus misericordias infinitas sobre esta inútil criatura que salió de ellas, y venga sobre mí su bendición en esta hora de mi muerte, pues ahora y siempre he puesto mi confianza toda en solo su santo nombre, y no me desamparéis, amada mía, antes que cerréis mis ojos. Huérfana quedáis y sin amparo de los hombres, pero en la protección del Altísimo viviréis y esperaréis en sus misericordias antiguas. Caminad, hija de mi corazón, por el camino de las justificaciones del Señor (Sal 118,27) y pedid a Su Majestad gobierne vuestros afectos y potencias y sea el maestro que os enseñe su santa ley. No salgáis del templo antes de tomar estado, y éste sea con el sano consejo de los sacerdotes del Señor y habiendo pedido continuamente a Dios que lo disponga de su mano; y si fuere su voluntad daros esposo, sea de Judá y de linaje de David. De la hacienda de vuestro padre Joaquín y mía, que os pertenece, partiréis con los pobres, con quienes seréis larga y caritativa. Guardaréis vuestro secreto en lo escondido de vuestro pecho y continuamente pediréis al Omnipotente quiera su misericordia enviar al mundo su salud y redención por el Mesías prometido. Ruego y suplico a su bondad infinita que sea vuestro amparo y venga sobre vos su bendición con la mía.”

722. Entre tan altos y divinos coloquios la dichosa madre santa Ana sintió las últimas congojas de la muerte, o de la vida, y reclinada en el trono de la gracia que eran los brazos de su hija santísima María dio su alma purísima a su Criador. Y habiéndole cerrado los ojos, como lo pidió a su hija, dejando el sagrado cuerpo compuesto, volvieron los santos ángeles a su reina María purísima y la restituyeron a su lugar en el templo. No impidió el Altísimo la fuerza del natural amor para que la divina Señora no sintiera con gran ternura y dolor la muerte de su feliz madre y con ella su propia soledad sin tal amparo. Pero estos movimientos dolorosos fueron en nuestra Reina santos y perfectísimos, gobernados y regulados por la gracia de su inocente pureza y de su prudentísima inocencia; y con ella alabó al Muy Alto por las misericordias infinitas que en su santa Madre había mostrado en su vida y muerte; y siempre se continuaban las querellas dulces y amorosas de tener oculto al Señor.

723. Mas no pudo saber la hija santísima todo el consuelo de su dichosa madre en tenerla presente a su muerte, porque ignoraba la hija su propia dignidad y sacramento que conocía la madre, la cual guardó siempre este secreto, como el Altísimo se lo había mandado Pero hallándose a su cabecera la que era lumbre de sus ojos, y la había de ser de todo el universo, y expirando en sus manos, no pudo desear más en su vida mortal, para darle fin más dichoso que todos los mortales hasta ella. Murió llena no tanto de años como de merecimientos, y su alma santísima fue colocada por los ángeles en el seno de Abrahán y reconocida y venerada por todos los patriarcas, profetas y justos que allí estaban. Fue esta santísima matrona en lo natural de dilatado y magnánimo corazón, de claro y alto entendimiento, fervorosa, y con esto muy sosegada y pacífica; la persona de mediana estatura, algo menor que su hija santísima María, el rostro algo redondo, el semblante siempre igual y muy compuesto, el color blanco y colorado; y al fin fue madre de la que o fue del mismo Dios, y en esta dignidad encierra juntas muchas perfecciones. Vivió santa Ana cincuenta y seis años, repartidos de esta manera: de veinte y cuatro se casó con san Joaquín, veinte estuvo casada sin sucesión y en el cuarenta y cuatro parió a María santísima, y doce que sobrevivió de la edad de esta Reina, que fueron tres que la tuvo en su compañía y nueve en el templo, hacen todos cincuenta y seis.

724. De esta grande y admirable Señora he oído que algunos autores graves afirman se casó tres veces y en cada uno de los matrimonios fue madre de una de las tres Marías, y que otros sienten lo contrario (Según esta opinión el matrimonio de santa Ana se estructuraría de esta manera: se casó primero con san Joaquín y de este matrimonio nació María, la Madre de Dios; muerto san Joaquín se casó con Cleofás y de este matrimonio nació María Cleofás; muerto Cleofás se casó con Salomé y nace María Salomé. Samaniego cita en favor de esta sentencia, entre otros, a Estrabón, Haymon Albertense, Hugo de S. Víctor, Pedro Comestor, Ludulfo Cartujano, San Antonio de Florencia y Pedro Sutor Cartujano, quien escribió De triplici connubio D. Annae, donde a su vez cita en su favor a Alberto Magno, Pedro de Tarantasia (Inocencio V) y Vincencio Belvacense (Notas a la MCD, nota 35 a la primera parte))  A mí me ha dado el Señor -por sola su bondad inmensa luz grande de la vida de esta dichosa santa y nunca se me ha mostrado que se casase más de con Joaquín, ni que haya tenido otra hija fuera de María, Madre de Cristo; puede ser que, por no ser perteneciente ni necesario a la Historia divina que escribo, no se me haya declarado si fue o no tres veces casada santa Ana, o que las otras Marías, que se llaman sus hermanas, fuesen primas hermanas, hijas de hermana de santa Ana. Cuando murió su esposo Joaquín quedó en cuarenta y ocho años de edad, y la escogió y entresacó el Altísimo del linaje de las mujeres, para que fuese madre de la que fue superior a todas las criaturas y sólo a Dios inferior, pero madre suya; y por haber tenido esta hija, y por ella ser abuela del humanado Verbo, todas las naciones pueden llamarla bienaventurada a la felicísima santa Ana.

Doctrina de la Reina santísima María.

725. “Hija mía, la mayor ciencia de la criatura es dejarse toda en manos de su Criador, que sabe para qué la formó y cómo la ha de gobernar. A ella sólo le pertenece vivir atenta a la obediencia y amor de su Señor; y él es fidelísimo en el cuidado de quien así le obliga y toma por su cuenta todos los negocios y sucesos para sacar de ellos victorioso y acrecentado a quien de su verdad se fía. Aflige y corrige con adversidades a los justos, consuela y vivifica (1 Sam 2,6) con favores, alienta con promesas y atemoriza con amenazas; se ausenta para más solicitar los afectos del amor, se manifiesta para premiarlos y conservarlos y con esta variedad hace más hermosa y agradable la vida de los escogidos. Todo esto es lo que me sucedía a mí en lo que has escrito, visitándome y preparándome su misericordia por diversos modos de favores, de trabajos del adversario, persecuciones de criaturas, desamparo de mis padres y de todos.

726. “Entre esta variedad de ejercicios no se olvidaba de mi flaqueza el Señor y con el dolor de la muerte de mi madre santa Ana juntó el consuelo y alivio de hallarme presente a ella. ¡Oh alma, y cuántos bienes pierden las criaturas por no alcanzar esta sabiduría! Se niegan ignorantes a la divina providencia, que es fuerte, suave y eficaz, que mide los orbes y elementos (Is 40,12; Job 31,4), cuenta los pasos, numera los pensamientos y todo lo dispone en beneficio de la criatura; y se entregan de todo punto a su misma solicitud, que es dura, ineficaz y flaca, ciega, incierta y precipitada. De este mal principio se originan y se siguen para la criatura irreparables daños, porque ella misma se priva de la divina protección y se degrada de la dignidad de tener a su Criador por amparo y tutor suyo. Y a más de esto, si por la sabiduría carnal y diabólica a quien se somete le sucede alcanzar alguna vez lo que con ella busca, se juzga por dichosa su infelicidad y con sensible gusto bebe el mortal veneno de la eterna muerte entre la engañosa delectación que desamparada y aborrecida de Dios consigue.

727. “Conoce, pues, hija mía, este peligro, y sea toda tu solicitud en arrojarte segura en la providencia de tu Dios y Señor, que, siendo infinito en sabiduría y poder, te ama mucho más que tú a ti misma y sabe y quiere para ti mayores bienes que tú sabes desear ni pedir. Fíate de esta bondad y de sus promesas que no admiten engaño; oye lo que dice por su profeta (Is 3,10): Al justo, que bien está, aceptando sus deseos y cuidados y encargándose de ellos para remunerarlos con largueza. Con esta segurísima confianza llegarás en la vida mortal a una participación de bienaventuranza en la tranquilidad y paz de tu conciencia; y aunque te halles rodeada de las impetuosas olas de las tentaciones y adversidades, que te acometen los dolores de la muerte y te cercan las penalidades del infierno (Sal 17,5-6), espera y sufre con paciencia, que no perderás el puerto de la gracia y beneplácito del Altísimo.”

CAPITULO 20

Regresar al Principio

Se manifiesta el Altísimo a su dilecta María nuestra Princesa con un singular favor.

728. Sentía ya nuestra divina Princesa que se llegaba el claro día de la vista deseada del sumo bien y, como por crepúsculos y anuncios, reconocía en sus potencias la fuerza de los rayos de aquella luz divina que ya se le acercaba. Se enardecía toda con la vecindad de la invisible llama que alumbra y no consume, y retocado su espíritu con los asomos de esta nueva claridad preguntaba a sus ángeles y les decía: “Amigos y señores, centinelas mías vigilantes y fidelísimas, decidme: ¿qué hora es de mi noche? Y ¿cuándo llegará el alba de mi claro día en que verán mis ojos al sol de justicia que los alumbra y da vida a mis afectos y espíritu? La respondieron los santos príncipes, y dijeron: “Esposa del Altísimo, cerca está vuestra deseada verdad y luz y no tardará mucho, que ya viene. Con esta respuesta se corrió algo la cortina que encubría la vista de las sustancias espirituales y se le manifestaron los santos ángeles y los vio, como solía, en su mismo ser, sin estorbo ni dependencia del cuerpo ni sentidos.”

729. Y con estas esperanzas y con la vista de los espíritus divinos se alentaron algo las ansias de María santísima por la vista de su amado. Pero aquel linaje de amor que busca al objeto nobilísimo de la voluntad sólo con él se satisface, y sin él, aunque sea con los mismos ángeles y santos, no descansa el corazón herido de las flechas del Todopoderoso. Con todo eso alegre nuestra divina Princesa con este refrigerio, habló a los ángeles y les dijo: “Príncipes soberanos y luceros de la inaccesible luz donde mi amado habita, ¿por qué tan largo tiempo he desmerecido vuestra vista? ¿En qué os desagradé faltando a vuestro gusto? Decidme, mis señores y maestros, en qué fui negligente, para que no me desamparéis por culpa mía.” “Señora y Esposa del Todopoderoso - respondieron ellos - a la voz de nuestro Criador obedecemos y por su santa voluntad nos gobernamos todos, y como a espíritus suyos que somos, nos envía y ordena lo que es de su servicio; nos mandó ocultar de vuestra vista cuando encubrió la suya, pero que disimulados asistiéramos cuidadosos a vuestro amparo y defensa; y así lo hemos cumplido estando en vuestra compañía, aunque encubiertos a la vista.”

730. “Decidme, pues, ahora - replicó María santísima dónde está mi dueño, mi bien, mi Hacedor; decidme si le verán mis ojos luego o si por ventura le tengo disgustado, para que esta vilísima criatura llore amargamente la causa de su pena. Ministros y embajadores del supremo Rey, doleos de mi aflicción amorosa, y dadme señas de mi amado.” “Luego, Señora - le respondieron, - veréis al que desea vuestra alma, entretenga la confianza vuestra dulce pena; no se niega nuestro Dios a quien le busca tan de veras; grande es, Señora, el amor de su bondad con quien le admite y no será escaso en satisfacer vuestros clamores.” La llamaban los santos ángeles Señora, y sin recelo, así como seguros de su prudentísima humildad, como porque disimulaban este honroso título con el de Esposa del Altísimo, habiendo sido testigos del desposorio que con la Reina celebró Su Majestad. Y como su sabiduría pudo disponer que, ocultándole los ángeles sólo el título y dignidad de Madre del Verbo hasta su tiempo, en lo demás le diesen grande reverencia, así la trataban con ella en muchas demostraciones, aunque en lo oculto la respetaban mucho más que en lo manifiesto.

731. Entre estas conferencias y coloquios amorosos aguardaba la divina Princesa la llegada de su Esposo y sumo bien, cuando los serafines que la asistían comenzaron a prepararla con nueva iluminación de sus potencias, prenda cierta y exordio del bien que la esperaba. Pero como estos beneficios encendían más la ardiente llama de su amor, y aún no se conseguía su deseado fin, crecía siempre el movimiento de sus congojas amorosas, y con ellas, hablando con los serafines, les dijo: “Espíritus supremos que estáis más inmediatos a mi bien, espejos lucidísimos donde reverberando su retrato le solía mirar con alegría de mi alma, decidme ¿dónde está la luz que os ilumina y llena de hermosura? Decid ¿por qué tanto mi amado se detiene? Decidme ¿qué le impide, para que mis ojos no lo vean? Si es por culpa mía, enmendaré mis yerros; si es que no merezco la ejecución de mi deseo, me conformaré con su gusto; y si le tiene en mi dolor, le padeceré con alegría del corazón; pero decidme ¿cómo viviré, sin mi propia vida? ¿Cómo me gobernaré sin mi luz?”

732. A estas querellas dulces la respondieron los santos serafines: “Señora, no tarda vuestro amado, cuando por vuestro bien y amor se ausenta y se detiene; pues para consolar, aflige a quien más ama, para dar más alegría, entristece y para ser hallado, se retira; y quiere que sembréis con lágrimas (Sal 125,5), para coger después con alegría el dulce fruto del dolor; y si el bien amado no se encubriera nunca se buscara con las ansias que resultan de su ausencia, ni renovara el alma sus afectos, ni creciera tanto la debida estimación de su tesoro.”

733. La dieron aquel lumen que dije (Cf. supra n.626) para purificarle las potencias, no porque tuviese culpas de que ser purificada, que no las pudo cometer, mas, aunque todos sus movimientos y operaciones en aquella ausencia del Señor habían sido meritorios y santos, con todo eso eran necesarios estos nuevos dones para sosegar el espíritu y sus potencias de los movimientos causados con los trabajos y congojas afectuosas de tener al Señor oculto; y para mudarla de aquel estado a este otro de diferentes y nuevos favores y proporcionar las potencias con el objeto y con el modo de verle, era menester renovarlas y disponerlas. Y todo esto hacían los santos serafines por el modo que arriba se dijo, libro II, capítulo 14; y después le dio el mismo Señor el último adorno y cualidad, para estar dispuesta con la última disposición, inmediata a la visión que la quería manifestar.

734. Este orden de elevaciones iban causando en las potencias de la divina Reina los efectos y operaciones de amor y virtudes que pretendía el mismo Señor, que es cuanto puedo explicarlas; y en medio de ellas corrió Su Majestad el velo y, después de haber estado tanto tiempo oculto, se manifestó a su esposa única y dilecta María santísima por visión abstractiva de la divinidad. Y aunque esta visión fue por especies y no inmediata, pero fue clarísima y altísima en su género; y con ella el Señor enjugó las continuadas lágrimas de nuestra Reina, premió sus afectos y ansias amorosas, satisfizo a su deseo y toda descansó con afluencia de delicias, reclinada en los brazos de su amado (Cant 8,5). Allí se renovó la juventud (Sal 102,5) de esta ardiente y fervorosa águila para levantar más el vuelo a la región impenetrable de la divinidad, y, con las especies que después de la visión por admirable modo le quedaron, subía hasta donde no pudo llegar ni comprender ninguna criatura después del mismo Dios.

735. El gozo que recibió la purísima Señora con esta visión se debía regular así por el extremo del dolor de donde pasó como por los méritos a que sucedió. Pero yo sólo puedo decir que donde y como abundó el dolor abundó también la consolación (2 Cor 1,5), y que la paciencia, la humildad, la fortaleza, la constancia, los afectos y las ansias amorosas, fueron en María todo el tiempo de esta ausencia los más insignes y excelentes que hasta entonces hubo, ni después pueden caber en otra criatura. Sola esta única Señora entendió el primor de esta sabiduría y supo dar el peso al carecer de la vista del Señor y sentir su ausencia; y, sintiéndola y pesando lo que monta, supo también buscarle con paciencia y padecer con humildad, tolerar con fortaleza y santificarlo todo con su inefable amor y estimar después el beneficio y gozar de él.

736. Levantada a esta visión María santísima, postrándose con el afecto en la presencia divina, dijo a Su Majestad: “Señor y Dios altísimo, incomprensible y sumo bien de mi alma, pues levantáis del polvo a este pobre y vil gusanillo, recibid, Señor, vuestra misma bondad y gloria con la que os dan vuestros cortesanos en humilde agradecimiento de mi alma; y si como de criatura baja y terrena os desagradaron mis obras, reformad, Dueño mío, ahora lo que en mí os descontenta. ¡Oh bondad y sabiduría única e infinita!, purificad este corazón y renovadle, para que os sea grato, humilde y arrepentido para que no le despreciéis. Si los pequeños trabajos y muerte de mis padres no los recibí como debía y en algo me desvié de vuestro beneplácito, ordenad, Altísimo, mis potencias y obras como Señor poderoso, como Padre y como Esposo único de mi alma.”

737. A esta humilde oración respondió el Altísimo: “Esposa y paloma mía, el dolor de la muerte de tus padres y el sentimiento de otros trabajos es natural efecto de la condición humana y no es culpa; y por el amor con que te conformaste en todo con la disposición de mi divina voluntad, mereciste de nuevo mi gracia y beneplácito. Yo dispenso la verdadera luz y sus efectos con mi sabiduría, como Señor de todo, y formo sucesivamente el día y la noche, hago serenidad y doy también su tiempo a la tormenta, para que mi poder y gloria se engrandezcan, y con ellas camine el alma más segura con el lastre de su conocimiento, y con las violentas olas de la tribulación apresure más el viaje y llegue al puerto seguro de mi amistad y gracia, y más llena de merecimientos me obligue a recibirla con mayor agrado. Este es, querida mía, el orden admirable de mi sabiduría, y por esto me escondí tanto tiempo de tu vista; porque de ti quiero lo más santo y más perfecto. Sírveme, pues, hermosa mía, que soy tu Esposo y Dios de misericordias infinitas, y mi nombre es admirable en la diversidad y variedad de mis grandes obras.”

738. Salió de esta visión nuestra princesa María toda renovada y deificada, llena de nueva ciencia de la divinidad y de los ocultos sacramentos del Rey, confesándole, adorándole y alabándole con incesantes cánticos y vuelos de su pacífico y tranquilísimo espíritu; y al mismo paso eran los aumentos de la humildad y todas las demás virtudes. Su continua petición era siempre inquirir la más perfecta y agradable voluntad del Altísimo y en todo y por todo ejecutarla y cumplirla; y así pasó algunos días, hasta que sucedió lo que se dirá en el capítulo siguiente.

Doctrina de la Reina del cielo Señora nuestra.

739. “Hija mía, muchas veces te repetiré la lección de la mayor sabiduría de las almas, que consiste en alcanzar el conocimiento de la cruz por el amor de los trabajos y la imitación en padecerlos. Y si la condición de los mortales no fuera tan grosera, debían codiciarlos sólo por el gusto de su Dios y Señor, que en esto les ha declarado su voluntad y beneplácito; pues en el servicio fiel debe el siervo afectuoso anteponer siempre el agrado de su dueño a su misma comodidad. Pero a la torpeza de los mundanos, ni les obliga esta buena correspondencia con su Padre y Señor, ni tampoco el haberles declarado que todo su remedio está librado en seguir a Cristo por la cruz y padecer los hijos pecadores con su padre inocente, para que el fruto de la redención se logre en ellos, conformándose los miembros con su cabeza.

740. “Admite, pues, carísima, esta disciplina y escríbela en medio del corazón; y entiende que por hija del Altísimo, por esposa de mi Hijo santísimo y por mi discípula, cuando no tuvieras otro interés, debías para tu adorno comprar la preciosa margarita del padecer, para ser grata a tu Señor y Esposo. Y te advierto, hija mía, que entre los regalos y favores de su mano y los trabajos de su cruz debes anteponer y elegir el padecer y abrazarle antes que ser regalada de sus caricias; porque en elegir los favores y delicias puede tener parte el amor que a ti misma tienes; pero en admitir las tribulaciones y penas sólo puede obrar el amor de Cristo. Y si entre regalos del mismo Señor y trabajos, cualesquiera que sean sin culpa, se han de preferir las penas al gusto del mismo espíritu, ¿qué estulticia será de los hombres amar tan ciegamente los deleites sensibles y feos y aborrecer tanto todo lo que es padecer por Cristo y por la salud de su alma?

741. “Tu incesante oración, hija mía, será repitiendo siempre: Aquí estoy, Señor, ¿qué queréis hacer de mí? Preparado está mi corazón, aparejado está y no turbado, ¿qué queréis, Señor, que yo haga por vos? El sentir de estas palabras sea en ti verdadero y de todo corazón, pronunciándolas con lo íntimo y fervoroso de tu afecto más que con los labios. Tus pensamientos sean altos, tu intención muy recta, pura y noble, sólo de hacer en todo el mayor agrado del Señor, que con medida y peso dispensa los trabajos y la gracia y sus favores. Examínate y remírate siempre con qué pensamientos, qué acciones y en qué ocasiones puedes ofender o agradar más a tu amado, para que conozcas aquello que debes en ti reformar o codiciar. Y cualquier desorden, por pequeño que sea, o lo que fuere menos puro y perfecto, cercénalo y apártalo luego, aunque parezca lícito y de algún provecho; porque todo lo que no agrada más al Señor debes juzgar por malo, o por inútil para ti; y ninguna imperfección te parezca pequeña si a Dios le desagrada. Con este cuidadoso temor y santo cuidado caminarás segura; y está cierta, carísima hija mía, que no cabe en la ponderación humana el premio tan copioso que reserva el altísimo Señor para las almas fieles que viven con esta atención y cuidado.”

CAPITULO 21

Regresar al Principio

Manda el Altísimo a María santísima que tome estado de matrimonio, y la respuesta de este mandato.

742. A los trece años y medio, estando ya en esta edad muy crecida nuestra hermosísima princesa María purísima, tuvo otra visión abstractiva de la divinidad por el mismo orden y forma que las otras de este género hasta ahora referidas (Cf. supra n.229,237,3l2,383,389,734); en esta visión, podemos decir sucedió lo mismo que dice la Escritura de Abrahán, cuando le mandó Dios sacrificar a su querido hijo Isaac, única prenda de todas sus esperanzas. Tentó Dios a Abrahán (Gen 22,1) - dice Moisés - probando y examinando su pronta obediencia para coronarla. A nuestra gran Señora podemos decir también que tentó Dios en esta visión, mandándola que tomase el estado de matrimonio. Donde también entenderemos la verdad que dice: ¡Cuán ocultos son los juicios y pensamientos del Señor (Rom 11,33) y cuánto se levantan sus caminos y pensamientos sobre los nuestros! (Is 55,9) Distaban como el cielo de la tierra los de María santísima de los que el Altísimo le manifestó, ordenándole que recibiese esposo para su guarda y compañía; porque toda su vida había deseado y propuesto no tenerle (Cf. supra n.434,589), cuanto era de su propia voluntad, repitiendo y renovando el voto de castidad que tan anticipadamente había hecho.

743. Había celebrado el Altísimo con la divina princesa María aquel solemne desposorio, que arriba se dijo (Cf. supra 435) - cuando fue llevada al templo - confirmándole con la aprobación del voto de castidad que hizo, y con la gloria y presencia de todos los espíritus angélicos; se había despedido la candidísima paloma de todo humano comercio, sin atención, sin cuidado, sin esperanza y sin amor a ninguna criatura, convertida toda y transformada en el amor casto y puro de aquel sumo bien que nunca desfallece, sabiendo que sería «más casta con amarle, más limpia con tocarle y más virgen con recibirle» (Oficio de la festividad de santa Inés); hallándola en esta confianza el mandato del Señor que recibiese esposo terreno y varón, sin manifestarle luego otra cosa, ¿qué novedad y admiración haría en el pecho inocentísimo de esta divina doncella, que vivía segura de tener por esposo a solo el mismo Dios que se lo mandaba? Mayor fue esta prueba que la de Abrahán, pues no amaba él tanto a Isaac cuanto María santísima amaba la inviolable castidad.

744. Pero a tan impensado mandato suspendió la prudentísima Virgen su juicio y sólo le tuvo en esperar y creer, mejor que Abrahán, en la esperanza contra la esperanza (Rom 4,18), y respondió al Señor y dijo: “Eterno Dios de majestad incomprensible, Criador del cielo y tierra y todo lo que en ellos se contiene; vos, Señor, que ponderáis los vientos (Job 28,25) y con vuestro imperio al mar le ponéis términos (Sal 103,9) y a vuestra voluntad todo lo criado está sujeto (Est. 13,9), podéis hacer de este gusanillo vil a vuestro beneplácito, sin que yo falte a lo que os tengo prometido; y si no me desvío, mi bien y mi Señor, de vuestro gusto, de nuevo confirmo y ratifico que quiero ser casta en lo que tuviere vida y a vos quiero por dueño y por Esposo; y pues a mí sólo me toca y pertenece como criatura vuestra obedeceros, mirad, Esposo mío, que por la vuestra corre sacar a mi flaqueza humana de este empeño en que vuestro santo amor me pone.” Se turbó algún poco la castísima doncella María, según la parte inferior, como sucedió después con la embajada del arcángel san Gabriel (Lc 1,29); pero aunque sintió alguna tristeza, no le impidió la más heroica obediencia que hasta entonces había tenido, con que se resignó toda en las manos del Señor. Su Majestad la respondió: “María, no se turbe tu corazón, que tu rendimiento me es agradable y mi brazo poderoso no está sujeto a leyes; por mi cuenta correrá lo que a ti más conviene.”

745. Con sola esta promesa del Altísimo volvió María santísima de la visión a su ordinario estado; y entre la suspensión y la esperanza que la dejaron el divino mandato y promesa, quedó siempre cuidadosa, obligándola el Señor por este medio a que multiplicase con lágrimas nuevos afectos de amor y de confianza, de fe, de humildad, de obediencia, de castidad purísima y de otras virtudes, que sería imposible referirlas. En el ínterin que nuestra gran Princesa se ocupaba cuidadosa con esta oración, ansias y congojas rendidas y prudentes, habló Dios en sueños al sumo sacerdote, que era el santo Simeón, y le mandó que dispusiese cómo dar estado de casada a María hija de Joaquín y Ana de Nazaret; porque Su Majestad la miraba con especial cuidado y amor. El santo sacerdote respondió a Dios, preguntándole su voluntad en la persona con quien la doncella María tomaría estado dándosela por esposa. Le ordenó el Señor que juntase a los otros sacerdotes y letrados y les propusiese cómo aquella doncella era sola y huérfana y no tenía voluntad de casarse, pero que, según la costumbre de no salir del templo las primogénitas sin tomar estado, era conveniente hacerlo con quien más a propósito les pareciese.

746. Obedeció el sacerdote Simeón a la ordenación divina; y, habiendo congregado a los demás, les dio noticia de la voluntad del Altísimo y les propuso el agrado que Su Majestad tenía de aquella doncella María de Nazaret, según se le había revelado; y que hallándose en el templo, y faltándole sus padres, era obligación de todos ellos cuidar de su remedio y buscarle esposo digno de mujer tan honesta, virtuosa, y de costumbres tan irreprensibles, como todos habían conocido de ella en el templo; y a más de esto la persona, la hacienda, la calidad y las demás partes eran muy señaladas, para que se reparase mucho a quien se había de entregar todo. Añadió también que María de Nazaret no deseaba tomar estado de matrimonio, pero que no era justo saliese del templo sin él, porque era huérfana y primogénita.

747. Conferido este negocio en la junta de los sacerdotes y letrados y movidos todos con impulso y luz del cielo, determinaron que en cosa donde se deseaba tanto el acierto, y el mismo Señor había declarado su beneplácito, convenía inquirir su santa voluntad en lo restante y pedirle señalase por algún modo la persona que más a propósito fuese para esposo de María, y que fuese de la casa y linaje de David, para que se cumpliese con la ley. Determinaron para esto un día señalado, en que todos los varones libres y solteros de este linaje que estaban en Jerusalén se juntasen en el templo; y vino a ser aquel día el mismo en que la Princesa del cielo cumplía catorce años de su edad. Y como era necesario darle a ella noticia de este acuerdo y pedirle su consentimiento, el sacerdote Simeón la llamó y le propuso el intento que tenían él y los demás sacerdotes de darle esposo antes que saliese del templo.

748. La prudentísima Virgen, lleno el rostro de virginal pudor, respondió al sacerdote con gran modestia y humildad, y le dijo: “Yo, señor mío, cuanto es de mi voluntad he deseado toda mi vida guardar castidad perpetua, dedicándome a Dios en el servicio de este santo templo, en retorno de los bienes grandes que en él he recibido, y jamás tuve intento, ni me incliné al estado del matrimonio, juzgándome por inhábil para los cuidados que trae consigo. Esta es mi inclinación, pero vos, señor, que estáis en lugar de Dios, me enseñaréis lo que fuere de su santa voluntad.” “Hija mía - replicó el sacerdote, - vuestros deseos santos recibirá el Señor, pero advertid que ninguna de las doncellas de Israel se abstiene ahora del matrimonio, mientras aguardamos conforme a las divinas profecías la venida del Mesías, y por esto se juzga por feliz y bendita la que tiene sucesión de hijos en nuestro pueblo. En el estado del matrimonio podéis servir a Dios con muchas veras y perfección; y para que tengáis en él quien os acompañe y a vuestros intentos se conforme, haremos oración, pidiendo al Señor, como os he dicho, señale de su mano esposo que sea más conforme a su divina voluntad, entre los del linaje de David; y vos pedid lo mismo con oración continua, para que el Altísimo os mire y nos encamine a todos.

749. Esto sucedió nueve días antes del que estaba señalado para la última resolución y ejecución del acuerdo. Y en este tiempo la santísima Virgen multiplicó sus peticiones al Señor con incesantes lágrimas y suspiros, pidiendo el cumplimiento de su divina voluntad, en lo que tanto según sus cuidados le importaba. Un día de estos nueve se le apareció el Señor, y la dijo: “Esposa y paloma mía, dilata tu afligido corazón y no se turbe ni contriste; yo estoy atento a tus deseos y ruegos y lo gobierno todo y por mi luz va regido el sacerdote; yo te daré esposo de mi mano, que no impida tus santos deseos, pero que con mi gracia te ayude en ellos; yo te buscaré varón perfecto conforme a mi corazón y le elegiré entre mis siervos; mi poder es infinito, y no te faltará mi protección y amparo.”

750. Respondió María santísima, y dijo al Señor: “Sumo bien y amor de mi alma, bien sabéis el secreto de mi pecho y los deseos que en él habéis depositado desde el instante que de vos recibí todo el ser que tengo; conservadme, pues, Esposo mío, casta y pura, como por vos mismo y para vos lo he deseado. No despreciéis mis suspiros, ni me apartéis de vuestro divino rostro. Atended, Señor y Dueño mío, que soy un gusanillo vil y flaco y despreciable por mi bajeza; y si en el estado del matrimonio desfallezco, faltaré a vos y a mis deseos; determinad mi seguro acierto y no os desobliguéis de que no lo he merecido; aunque soy polvo inútil, clamaré a los pies de vuestra grandeza, esperando, Señor, vuestras misericordias infinitas.”

751. Acudía también la castísima doncella a sus ángeles santos, a quienes excedía en la santidad y pureza, y confería con ellos muchas veces el cuidado de su corazón sobre el nuevo estado que esperaba. La dijeron un día los santos espíritus: “Esposa del Altísimo, pues no podéis ignorar ni olvidar este título, ni menos el amor que os tiene, y que es todopoderoso y verdadero, sosegad, Señora, vuestro corazón; pues faltarán primero los cielos y la tierra que falte la verdad y cumplimiento de sus promesas (Mt 24,35). Por cuenta de vuestro Esposo corren vuestros sucesos; y su brazo poderoso, que impera sobre los elementos y criaturas, puede suspender la fuerza de las impetuosas olas e impedir la vehemencia de sus operaciones, para que ni el fuego queme, ni la tierra sea grave. Sus altos juicios son ocultos y santos, sus decretos rectísimos y admirables, y no pueden las criaturas comprenderlos; pero deben reverenciarlos. Si quiere su grandeza que le sirváis en el matrimonio, mejor será para vos obligarle con él que disgustarle en otro estado; Su Majestad sin duda hará con vos lo mejor y más perfecto y santo; estad segura de sus promesas.” Con esta exhortación angélica sosegó nuestra Princesa algo de sus cuidados y de nuevo les pidió la asistiesen y guardasen y representasen al Señor su rendimiento, aguardando lo que de ella ordenase su divino beneplácito.

Doctrina que me dio la Princesa del cielo.

752. “Hija mía carísima, altísimos y venerables son los juicios del Señor y no deben investigarlos las criaturas, pues no pueden penetrarlos. Mandóme Su Alteza tomar estado de casada y me encubrió entonces el sacramento, pero convenía así que le tomase para que mi parto se honestase al mundo, reputando al Verbo humanado en mis entrañas por hijo de mi esposo, porque ignoraba entonces el misterio. Fue también oportuno medio para ocultarle de Lucifer y sus demonios, que estaban muy feroces contra mí, procurando ejecutar su indignado furor conmigo. Y cuando me vio tomar el común estado de las mujeres casadas, se deslumbró creyendo no fuera compatible tener esposo varón y ser Madre del mismo Dios; y con esto sosegó un poco y dio treguas a su malicia. Otros fines tuvo el Altísimo en mi estado que han sido manifiestos, aunque entonces a mí se me ocultaron, porque así convenía.

753. “Y quiero que entiendas, hija mía, que fue para mí el mayor dolor y aflicción que hasta aquel día había padecido, saber que había de tener por esposo a ninguno de los hombres, no declarándome el Señor entonces el misterio; y si en esta pena no me confortara su virtud divina y me dejara alguna confianza, aunque oscura y sin determinación, con el dolor hubiera perdido la vida. Pero de este suceso quedarás enseñada, cuál ha de ser el rendimiento de la criatura a la voluntad del Altísimo y cómo ha de cautivar su corto entendimiento, sin escudriñar los secretos de la majestad tan levantados y ocultos. Y cuando a la criatura se le representa alguna dificultad o peligro en lo que el Señor dispone o manda, sepa confiar en él y crea que no la pone en ellos para dejarla, mas para sacarla victoriosa y con triunfo, si de su parte coopera con el auxilio del mismo Señor; y cuando quiere el alma escudriñar los juicios de su sabiduría y satisfacerse primero que obedezca y crea, sepa que defrauda la gloria y grandeza de su Criador y pierde juntamente el propio merecimiento.

754. Yo reconocía que el Altísimo es superior a todas las criaturas y que no ha menester nuestro discurso y sólo quiere el rendimiento de la voluntad, pues la criatura no le puede dar consejo, sino obediencia y alabanza. Y aunque, por no saber lo que me mandaría y ordenaría en el estado del matrimonio, me afligía mucho por el amor de la castidad, pero este dolor y pena no me hicieron curiosa en escudriñar, antes sirvieron para que mi obediencia fuese más excelente y agradable en sus ojos. Con este ejemplo debes tú regular el rendimiento que has de tener a todo lo que entendieres del gusto de tu Esposo y Señor, dejándote en su protección y en la firmeza de sus promesas infalibles; y en lo que tuvieres aprobación de sus sacerdotes y tus prelados, déjate gobernar sin resistir a sus mandatos, ni a las divinas inspiraciones.

CAPITULO 22

Regresar al Principio

Se celebra el desposorio de María santísima con el santo y castísimo José.

755. Llegó el día señalado, en que dijimos cumplía nuestra princesa María los catorce años de su edad, capítulo precedente, y en él se juntaron los varones descendientes de la tribu de Judá y linaje de David, de quien descendía la soberana Señora, que a la sazón estaban en la ciudad de Jerusalén. Entre los demás fue llamado José, natural de Nazaret y morador de la misma ciudad santa, porque era uno de los del linaje real de David. Era entonces de edad de treinta y tres años, de persona bien dispuesta y agradable rostro, pero de incomparable modestia y gravedad; y sobre todo era castísimo de obras y pensamientos, con inclinaciones santísimas, y que desde doce años de edad tenía hecho voto de castidad; era deudo de la Virgen María en tercer grado; y de vida purísima, santa e irreprensible en los ojos de Dios y de los hombres.

756. Congregados todos estos varones libres en el templo, hicieron oración al Señor junto con los sacerdotes, para que todos fuesen gobernados por su divino Espíritu en lo que debían hacer. El Altísimo habló al corazón del sumo sacerdote, inspirándole que a cada uno de los jóvenes allí congregados pusiese una vara seca en las manos y todos pidiesen con fe viva a Su Majestad declarase por aquel medio a quién había elegido para esposo de María. Y como el buen olor de su virtud y honestidad y la fama de su hermosura, hacienda y calidad y ser primogénita y sola en su casa era manifiesto a todos, cada cual codiciaba la dichosa suerte de merecerla por esposa. Sólo el humilde y rectísimo José entre los congregados se reputaba por indigno de tanto bien; y acordándose del voto de castidad que tenía hecho y proponiendo de nuevo su perpetua observancia, se resignó en la divina voluntad, dejándose a lo que de él quisiera disponer, pero con mayor veneración y aprecio que otro alguno de la honestísima doncella María.

757. Estando todos los congregados en esta oración se vio florecer la vara sola que tenía José y al mismo tiempo bajar de arriba una paloma candidísima, llena de admirable resplandor, que se puso sobre la cabeza del mismo santo; juntamente habló Dios a su interior, y le dijo: “José, siervo mío, tu esposa será María, admítela con atención y reverencia, porque en mis ojos es acepta, justa y purísima en alma y cuerpo y tú harás todo lo que ella te dijere.” Con la declaración y señal del cielo los sacerdotes dieron a san José por esposo elegido del mismo Dios para la doncella María. Y llamándola para el desposorio, salió la escogida como el sol, más hermosa que la luna (Cant 6,9), y pareció en presencia de todos con un semblante más que de ángel de incomparable hermosura, honestidad y gracia; y los sacerdotes la desposaron con el más casto y santo de los varones, José.

758. La divina Princesa, más pura que las estrellas del firmamento, con semblante lloroso y grave, y como reina de majestad humildísima, juntando todas estas perfecciones, se despidió de los sacerdotes, pidiéndoles la bendición, y a la maestra también, y a las doncellas perdón, y a todos dando gracias por los beneficios recibidos de sus manos en el templo. Todo esto hizo en parte con el semblante humildísimo y parte con muy breves y prudentísimas razones; porque en todas ocasiones hablaba pocas y de gran peso. Se despidió del templo, no sin grave dolor de dejarle contra inclinación y deseo; y acompañándola algunos ministros de los que servían al templo en las cosas temporales, y eran legos y de los más principales, con su mismo esposo José caminaron a Nazaret, patria natural de los dos felicísimos desposados. Y aunque san José había nacido en aquel lugar, disponiéndolo el Altísimo por medio de algunos sucesos de fortuna, había ido a vivir algún tiempo a Jerusalén, para que allí la mejorase tan dichosamente como llegando a ser esposo de la que había elegido el mismo Dios para Madre suya.

759. Llegando a su lugar de Nazaret, donde la Princesa del cielo tenía la hacienda y casas de sus dichosos padres, fueron recibidos y visitados de todos los amigos y parientes con el regocijo y aplauso que en tales ocasiones se acostumbra. Y habiendo cumplido con la natural obligación y urbanidad santamente, satisfaciendo a estas deudas temporales de la conversación y comercio de los hombres, quedaron libres y desocupados los dos santos esposos José y María en su casa. La costumbre había introducido entre los hebreos que en algunos primeros días del matrimonio hiciesen los esposos examen y experiencia de las costumbres y condición de cada uno, para ajustarse mejor recíprocamente el uno con la del otro.

760. En estos días habló el santo José a su esposa María, y la dijo: “Esposa y Señora mía, yo doy gracias al Altísimo Dios por la merced de haberme señalado sin méritos por vuestro esposo, cuando me juzgaba indigno de vuestra compañía; pero Su Majestad, que puede cuando quiere levantar al pobre, hizo esta misericordia conmigo, y deseo me ayudéis, como lo espero de vuestra discreción y virtud, a dar el retorno que le debo, sirviéndole con rectitud de corazón; para esto me tendréis por vuestro siervo, y, con el verdadero afecto que os estimo, os pido queráis suplir lo mucho que me falta de hacienda y otras partes que para ser esposo vuestro convenían; decidme, Señora, cuál es vuestra voluntad, para que yo la cumpla.”

761. Oyó estas razones la divina esposa con humilde corazón y apacible severidad en el semblante, y respondió al santo: “Señor mío, yo estoy gozosa de que el Altísimo, para ponerme en este estado, se dignase de señalaros para mi esposo y dueño y que el serviros fuese con el testimonio de su voluntad divina; pero si me dais licencia diré los intentos y pensamientos que para esto os deseo manifestar.” Prevenía el Altísimo con su gracia el sencillo y recto corazón de san José y por medio de las razones de María santísima le inflamó de nuevo en el divino amor, y la respondió diciendo: “Hablad, Señora, que vuestro siervo oye.” Asistían en esta ocasión a la Señora del mundo los mil ángeles de su guarda en forma visible, como ella se lo había pedido. La causa de esta petición fue porque el Altísimo, para que la purísima Virgen en todo obrase con mayor gracia y mérito, dio lugar a que sintiese el respeto y cuidado con que había de hablar a su esposo y la dejó en el natural encogimiento y temor que siempre había tenido de hablar con hombre a solas, que nunca hasta aquel día lo había hecho, sino es si acaso sucedía con el sumo sacerdote.

762. Los santos ángeles obedecieron a su Reina, y manifiestos a sólo su vista la asistieron; y con esta compañía habló a su esposo san José, y le dijo: “Señor y esposo mío, justo es que demos alabanza y gloria con toda reverencia a nuestro Dios y Criador, que en bondad es infinito y en sus juicios incomprensible y con nosotros pobres ha manifestado su grandeza y misericordia, escogiéndonos para su servicio. Yo me reconozco entre todas las criaturas por más obligada y deudora a Su Alteza que otra alguna y que todas juntas; porque mereciendo menos, he recibido de su mano liberalísima más que ellas. En mi tierna edad, compelida de la fuerza de esta verdad que con desengaño de todo lo visible me comunicó la divina luz, me consagré a Dios con perpetuo voto de ser casta en alma y cuerpo; suya soy y le reconozco por Esposo y Dueño, con voluntad inmutable de guardarle la fe de la castidad. Para cumplir esto, quiero, señor mío, que me ayudéis, que en lo demás yo seré vuestra fiel sierva para cuidar de vuestra vida, cuanto durare la mía. Admitid, esposo mío, esta santa determinación y confirmadla con la vuestra, para que ofreciéndonos en sacrificio aceptable a nuestro Dios eterno, nos reciba en olor de suavidad, y alcancemos los bienes eternos que esperamos.”

763. El castísimo esposo José, lleno de interior júbilo con las razones de su divina esposa, la respondió: “Señora mía, declarándome vuestros pensamientos castos y propósitos, habéis penetrado y desplegado mi corazón, que no os manifesté antes de saber el vuestro. Yo también me reconozco más obligado entre los hombres al Señor de todo lo criado, porque muy temprano me llamó con su verdadera luz para que le amase con rectitud de corazón; y quiero, Señora, que entendáis cómo de doce años hice también promesa de servir al Altísimo en castidad perpetua; y ahora vuelvo a ratificar el mismo voto, para no impedir el vuestro, antes en la presencia de Su Alteza os prometo de ayudaros, cuanto en mí fuere, para que en toda pureza le sirváis y améis según vuestro deseo. Yo seré con la divina gracia vuestro fidelísimo siervo y compañero; yo os suplico recibáis mi casto afecto y me tengáis por vuestro hermano, sin admitir jamás otro peregrino amor, fuera del que debéis a Dios y después a mí.” En esta plática confirmó el Altísimo de nuevo en el corazón de san José la virtud de la castidad y el amor santo y puro que había de tener a su esposa santísima María, y así le tuvo el santo en grado eminentísimo; y la misma Señora con su prudentísima conversación se le aumentaba dulcemente, llevándole el corazón.

764. Con la virtud divina que el brazo poderoso obraba en los dos santísimos y castísimos esposos sintieron incomparable júbilo y consolación; y la divina Princesa ofreció a san José corresponderle a su deseo, como la que era Señora de las virtudes y sin contradicción obraba en todas lo más alto y excelente de ellas. Le dio también el Altísimo a san José nueva pureza y dominio sobre la naturaleza y sus pasiones, para que sin rebelión ni sensualidad, pero con admirable y nueva gracia, sirviese a su esposa María, y en ella a la voluntad y beneplácito del mismo Señor. Luego distribuyeron la hacienda heredada de san Joaquín y santa Ana, padres de la santísima Señora; y una parte ofreció al templo donde había estado, otra se aplicó a los pobres y la tercera quedó a cuenta del santo esposo José para que la gobernase. Sólo reservó nuestra Reina para sí el cuidado de servirle y trabajar dentro de casa; porque del comercio de fuera y manejo de hacienda, comprando ni vendiendo, se eximió siempre la Virgen prudentísima, como dije (Cf. supra n.555, 556) en otra parte.

765. En sus primeros años había aprendido san José el oficio de carpintero por más honesto y acomodado para adquirir el sustento de la vida; porque era pobre de fortuna, como arriba dije; y le preguntó a la santísima esposa si gustaría que ejercitase aquel oficio para servirla y granjear algo para los pobres; pues era forzoso trabajar y no vivir ocioso. Lo aprobó la Virgen prudentísima, advirtiendo a san José que el Señor no los quería ricos, sino pobres y amadores de los pobres y para su amparo en lo que su caudal se extendiese. Luego tuvieron los dos santos esposos una santa contienda sobre cuál de los dos había de dar la obediencia al otro como superior. Pero la que entre los humildes era humildísima, venció en humildad María santísima y no consintió que siendo el varón la cabeza se pervirtiese el orden de la misma naturaleza; y quiso en todo obedecer a su esposo José, pidiéndole consentimiento sólo para dar limosna a los pobres del Señor; y el santo le dio licencia para hacerlo.

766. Reconociendo el santo José en estos días con nueva luz del cielo las condiciones de su esposa María, su rara prudencia, humildad, pureza y todas las virtudes sobre su pensamiento y ponderación, quedó admirado de nuevo y con gran júbilo de su espíritu no cesaba con ardientes afectos de alabar al Señor y darle nuevas gracias por haberle dado tal compañía y esposa sobre sus merecimientos. Y para que esta obra fuese del todo perfectísima porque era principio de la mayor que Dios había de obrar con toda su omnipotencia hizo que la Princesa del cielo infundiese con su presencia y vista en el corazón de su mismo esposo un temor y reverencia tan grande, que con ningún linaje de palabras se puede explicar. Y esto le resultaba a san José de una refulgencia o rayos de divina luz que despedía de su rostro nuestra Reina, junto con una majestad inefable que siempre la acompañaba, con tanto mayor causa que a Moisés cuando bajó del monte (Ex 34,29) cuanto había sido más largo y más íntimo el trato y conversación con Dios.

767. Luego tuvo María santísima una visión divina del Señor, en que la habló Su Majestad y la dijo: “Esposa mía dilectísima y escogida, atiende cómo soy fiel en mis palabras con los que me aman y temen; corresponde, pues, ahora a mi fidelidad, guardando las leyes de esposa mía en santidad, pureza y toda perfección; para esto te ayudará la compañía de mi siervo José que te he dado; obedécele como debes y atiende a su consuelo, que así es mi voluntad.” Respondió María santísima: “Altísimo Señor, yo os alabo y magnifico por vuestro admirable consejo y providencia conmigo, indigna y pobre criatura; mi deseo es obedeceros y daros gusto como vuestra sierva, más obligada que ninguna otra criatura. Dadme, Señor mío, vuestro favor divino, para que en todo me asista y me gobierne con mayor agrado vuestro; y para que también atienda a las obligaciones del estado en que me ponéis, para que como esclava vuestra no salga de vuestros órdenes y beneplácito. Dadme vuestra licencia y bendición, que con ella acertaré a obedecer y servir a vuestro siervo José, como vos, mi Dueño y mi Hacedor, me lo mandáis.”

768. Con estos divinos apoyos se fundó la casa y matrimonio de María santísima y de José; y desde 8 de septiembre, que se hizo el desposorio, hasta 25 de marzo siguiente, que sucedió la encarnación del Verbo divino, como diré en la segunda parte (Cf. infra p.II n.138), vivieron los dos esposos, disponiéndolos el Altísimo respectivamente para la obra que los había elegido; y la divina Señora ordenó las cosas de su persona y las de su casa, como diré en los capítulos siguientes.

769. Pero no puedo antes contener mi afecto en gratificar la buena dicha del más feliz de los nacidos, san José. ¿De dónde, oh varón de Dios, os vino tanta felicidad y dicha, que entre los hijos de Adán sólo de vos se dijese que el mismo Dios era vuestro, y tan sólo vuestro que se tuviese y reputase por vuestro único hijo? El eterno Padre os da su Hija, y el Hijo os da su verdadera y real Madre, el Espíritu Santo os entrega y fía su Esposa y da sus veces, y toda la beatísima Trinidad a su electa, única y escogida como el sol, os la concede y entrega por vuestra legítima mujer. ¿Conocéis, santo mío, vuestra dignidad? ¿Sabéis vuestra excelencia? ¿Entendéis que vuestra esposa es Reina y Señora del cielo y tierra, y vos depositario de los tesoros inestimables del mismo Dios? Atended, varón divino, a vuestro empeño, y sabed que si no tenéis envidiosos a los ángeles y serafines, los tenéis admirados y suspensos de vuestra suerte y el sacramento que contiene vuestro matrimonio. Recibid la enhorabuena de tanta felicidad en nombre de todo el linaje humano. Archivo sois del registro de las divinas misericordias, dueño y esposo de la que sólo el mismo Dios es mayor que ella; rico y próspero os hallaréis entre los hombres y entre los mismos ángeles. Acordaos de nuestra pobreza y miseria, y de mí el más vil gusano de la tierra, que deseo ser vuestra fiel devota y beneficiada y favorecida de vuestra poderosa intercesión.

Doctrina de la Reina del cielo.

770. “Hija mía, con el ejemplo de mi vida en el estado del matrimonio en que el Altísimo me puso, hallarás reprendida la disculpa que alegan, para no ser perfectas, las almas que le tienen en el mundo. Para Dios nada es imposible, y tampoco lo es para quien con viva fe espera en él y se remite en todo a su divina disposición. Yo vivía en casa de mi esposo con la misma perfección que en el templo; porque no mudé con el estado el afecto, ni el deseo y cuidado de amarle y de servirle, antes lo aumenté para que nada me impidiese de las obligaciones de esposa; y por eso me asistió más el favor divino y me disponía y acomodaba su mano poderosa todas las cosas conforme a mi deseo. Esto mismo haría el Señor con todas las criaturas si de su parte correspondiesen, pero culpan al estado del matrimonio engañándose a sí mismas; porque el impedimento para no ser perfectas y santas no es el estado, sino los cuidados y solicitud vana y superflua a que se entregan, olvidando el gusto del Señor y buscando y anteponiendo el suyo propio.

771. Y si en el mundo no hay excusa para no seguir la perfección de la virtud, menos se admitirá en la religión por los oficios y ocupaciones que ella tiene. Nunca te imagines impedida por el que tienes de prelada; pues habiéndote puesto Dios en él por mano de la obediencia, no debes desconfiar de su asistencia y amparo, que ese mismo día tomó por cuenta suya el darte fuerzas y auxilios para que atendieses a la obligación de prelada y a la particular de la perfección con que debes amar a tu Dios y Señor. Oblígale con el sacrificio de tu voluntad, humillándote con paciencia a todo lo que su divina providencia ordena, que, si no le impidieres, yo te aseguro de su protección y que por la experiencia conocerás siempre el poder de su brazo en gobernarte y encaminar todas tus acciones perfectamente.

CAPITULO 23

Regresar al Principio

Se explica parte del capítulo 31 de las Parábolas de Salomón, a donde me remitió el Señor para manifestar el orden de vida que María santísima dispuso en el matrimonio.

772. Hallándose la Princesa del cielo María en el impensado y nuevo estado de su matrimonio, levantó luego su mente purísima al Padre de las lumbres, para entender cómo se gobernaría con mayor agrado suyo entre las nuevas obligaciones de su estado. Para dar yo alguna noticia de lo que Su Alteza pensó tan santamente, me remitió el mismo Señor a las condiciones de la mujer fuerte, que por esta Señora dejó escritas Salomón en el último capítulo de sus Parábolas; y discurriendo por él, diré lo que pudiere de lo que me ha dado a entender. Comienza, pues, el capítulo, y dice la letra: ¿Quién hallará una mujer fuerte? Su precio viene de lejos y de los últimos fines (Prov 31,10). Esta pregunta es admirativa, entendiéndola de nuestra grande y fuerte mujer María; y de otra cualquiera en su comparación será negativa, pues en todo el resto de la humana naturaleza y ley común no se puede hallar otra mujer fuerte como la Princesa del cielo. Todas las demás fueron y serán flacas y débiles, sin exceptuar alguna que no sea tributaria del demonio en la culpa. ¿Quién hallará, pues, otra mujer fuerte? No los reyes, ni monarcas, ni los príncipes poderosos de la tierra, ni los ángeles del cielo, ni el mismo poder divino hallará otra, porque no la criará como María santísima; ella es la única y sola sin ejemplo y sola sin semejante y la que sola en la dignidad midió el brazo del Omnipotente; no le pudo dar más que a su mismo Hijo eterno y de su misma sustancia, igual, inmenso, increado e infinito.

773. Consiguiente era que el precio de esta mujer fuerte viniera de lejos, pues en la tierra y entre las criaturas no le había. Precio se llama aquel valor en que una cosa se compra o se estima, y entonces se sabe cuánto vale, cuando se aprecia y se valora. El precio de esta mujer fuerte María fue valorado en el consejo de la beatísima Trinidad, cuando antes de todas las otras puras criaturas la rescató o compró el mismo Dios para sí, como recibiéndola de la misma humana naturaleza por algún retorno, que esto es comprar en rigor. El retorno y precio que dio por María fue el mismo Verbo eterno humanado, y se dio por satisfecho el Padre eterno a nuestro modo de entender con María; pues en hallando esta mujer fuerte en su mente divina, la estimó y apreció tanto, que determinó dar a su mismo Hijo, para que fuese justa y dignamente Hijo de María santísima y sólo por ella tomara carne humana y la eligiera para Madre. Con este precio dio el Altísimo todos sus atributos, sabiduría, bondad, omnipotencia, justicia y los demás, y todos los méritos de su Hijo humanado para adquirirla y apropiarla a sí mismo, quitándola a la naturaleza anticipadamente, para que si toda se perdiese, como se perdió en Adán, sola María con su Hijo quedase reservada, como apreciada tan de lejos que no alcanzó toda la naturaleza criada al decreto de su estimación y aprecio; así vino de lejos.

774. Este lejos son también los fines de la tierra; porque Dios es el último fin y principio de todo lo criado, de donde todo sale y a donde todo vuelve, como los ríos al mar (Ecl 1,7). También el cielo empíreo es el fin corporal y material de todo lo demás corpóreo; y singularmente se llama asiento de la divinidad (Is 66,1). Pero en otra consideración se llaman fines de la tierra los términos naturales de la vida y el fin de las virtudes, en que se le pone la última línea a donde se ordena la vida y ser que tienen los hombres, que todos son criados para el conocimiento y amor del Criador, como fin inmediato del vivir y obrar. Todo esto comprende el venir de los últimos fines el precio de María santísima; porque su gracia, dones y merecimientos vinieron y comenzaron de los últimos fines de los demás santos, vírgenes, confesores, mártires, apóstoles y patriarcas; no llegaron todos en los fines de sus vidas y santidad a donde María comenzó la suya. Y si también Cristo Hijo suyo y Señor nuestro se llama fin de las obras del Altísimo, con igual verdad se dice que el precio de María santísima fue de los últimos fines; pues toda su pureza, inocencia y santidad vino de su Hijo santísimo, como de causa ejemplar y dechado y de principal autor de sola ella.

775. “Confía en ella el corazón de su varón y no se hallará pobre de despojos” (Prov 31,11). Cierto es que el divino José se llamó varón de esta mujer fuerte, pues la tuvo por legítima esposa; y también es cierto que confió en ella su corazón, esperando que por su incomparable virtud le habían de venir todos los bienes verdaderos. Pero singularmente confió en ella, hallándola preñada, cuando ignoraba el misterio; porque entonces creyó y confió en la esperanza contra la esperanza (Rom 4,18) de los indicios que conocía, sin tener otra satisfacción de aquella verdad notoria más de la misma santidad de tal esposa y mujer. Y aunque se determinó a dejarla (Mt 1,19), porque veía el efecto a los ojos y no sabía la causa, pero nunca se atrevió a desconfiar de su honestidad y recato, ni a despedirse del amor santo y puro que le tenía preso el corazón rectísimo de tal esposa. Y no se halló frustrado en cosa alguna, ni pobre de despojos; porque si son despojos lo que sobra a lo necesario, todo fue superabundante para este varón, cuando conoció quién era su esposa y lo que en ella tenía.

776. Otro varón tuvo esta divina Señora que confió en ella, de quien principalmente habló Salomón; y este varón suyo fue su mismo Hijo, verdadero Dios y hombre, que fió de esta mujer fuerte hasta su propio ser y su honra para con todas las criaturas. En esta confianza que hizo de María se encierra toda la grandeza de entrambos; porque ni Dios pudo confiarle más, ni ella pudo corresponderle mejor, para que no se hallase frustrado ni pobre de despojos. ¡Oh estupenda maravilla del poder y sabiduría infinita, que confiase Dios de una pura criatura y mujer tomar carne humana en su vientre y de su misma sustancia! ¡Llamarla Madre con inmutable verdad, y ella a él Hijo, criarle a sus pechos y a su obediencia, hacerla coadjutora del rescate del mundo y su reparación, depositaria de la divinidad y administradora de sus tesoros infinitos y merecimientos de su Hijo santísimo, de su vida, de sus milagros, predicación, muerte, y todos los demás sacramentos! Todo lo confió de María santísima. Pero extiéndase más la admiración sabiendo que en esta confianza no se halló frustrado; porque una mujer pura criatura supo y pudo satisfacer adecuadamente a todo cuanto le fiaron, sin que faltase o sin que pudiese obrar en todo con mayor fe, esperanza, amor, prudencia, humildad y plenitud de toda santidad. No se halló su varón pobre de despojos, sino rico, próspero y abundante de alabanza y gloria; y así añade:

777. “Le dará retribución del bien, y no del mal, todos los días de su vida” (Prov 31,12). En este retorno entendía el que a María santísima dio su varón propio, Cristo su Hijo verdadero que de su parte de ella ya queda declarado; y si remunera el Altísimo a todos las menores obras hechas por su amor con retribución superabundante y excesiva, no sólo de gloria pero también de gracia en esta vida, ¿cuál sería el retorno de bienes y tesoros que la divinidad le daría, con que remuneró las obras de su misma Madre? Solo el mismo que lo hizo, lo conoce. Pero en el comercio y correspondencia que guarda la equidad del Señor, remunerando con un beneficio y auxilio más grande a quien se aprovecha bien del menor, se entenderá algo de lo que en toda la vida de nuestra Reina sucedía entre ella y el poder divino. Comenzó del primer instante, recibiendo más gracia que los supremos ángeles con la preservación del pecado original, correspondió a este beneficio adecuadamente, creció en gracia y obró con ella en proporción; y así fueron los pasos de toda su vida sin tibieza, negligencia ni tardanza. Pues ¿qué mucho que sólo su Hijo santísimo fuese más que ella y todo lo restante de las criaturas quedasen inferiores casi infinitamente?

778. “Buscó lino y lana y trabajó con el consejo de sus manos” (Ib. 13). Legítima alabanza y digna de la mujer fuerte: que sea oficiosa y hacendosa de sus puertas adentro, hilando lino y lana para el abrigo y socorro de su familia en lo que necesita de estas cosas y de otras que con este medio se pueden adquirir. Este es consejo sano, que se ejecuta con las manos trabajadoras y no ociosas; que la ociosidad de la mujer, viviendo mano sobre mano, es argumento de su torpe estulticia y de otros vicios que no sin vergüenza se pueden referir. En esta virtud exterior, que de parte de una mujer casada es el fundamento del gobierno doméstico, fue María santísima mujer fuerte y digno ejemplar de todas las mujeres; porque jamás estuvo ociosa, y de hecho trabajaba lino y lana para su esposo y para su Hijo y muchos pobres que de su trabajo socorría. Pero como juntaba en sumo grado de perfección las acciones de Marta con las de María, era más laboriosa con el consejo de las obras interiores que con las exteriores y, conservando las especies de las visiones divinas y la lección de las sagradas Escrituras, jamás estuvo ociosa en su interior sin trabajar y acrecentar los dones y virtudes del alma; y por esto dice el texto:

779. “Fue como nave del mercader, que trae su pan de lejos” (Ib. 14). Como este mundo visible se llama mar inquieto y tempestuoso, es consiguiente que se llamen naves los que le viven y surcan sus inconstantes olas. Trabajan todos en esta navegación para traer su pan, que es el sustento y alimento de la vida debajo el nombre de pan; y aquel le trae de más lejos que más lejos estaba de tener lo que adquiere con su trabajo; y aquel que más trabaja, granjea mucho más y lo trae de lejos con su mayor sudor. Es un género de contrato entre Dios y el hombre: que trabaje y sude el que es siervo negociando la tierra y cultivándola y que el Señor de todo le acuda por medio de las causas segundas con quien concurre, para que dándole pan al hombre le sustenten y paguen el sudor de su cara. Y lo mismo que sucede en este contrato en lo temporal, pasa también en lo espiritual, donde no come quien no trabaja (2 Tes 3,10).

780. Entre todos los hijos de Adán, María santísima fue la nave rica y próspera del mercader que trajo su pan y nuestro pan de lejos. Nadie fue tan discretamente diligente y laboriosa en el gobierno de su familia; nadie tan prevenida en lo que con divina prudencia entendía ser necesario para su pobre familia y para el socorro de los pobres; y todo lo mereció y granjeó con su fe y solicitud prudentísima, con que lo trajo de lejos; porque estaba muy lejos de nuestra viciosa naturaleza humana y aun de su hacienda. Lo mucho que en esto hizo, adquirió, mereció y distribuyó a los pobres, es imposible poderlo ponderar. Pero más fuerte y admirable fue en traernos el pan espiritual y vivo que bajó del cielo; pues le trajo, no sólo del seno del Padre, de donde no saliera si no hubiera esta mujer fuerte, pero ni llegara al mundo, de cuyos merecimientos estaba lejos, si no fuera en la nave de María. Y aunque no pudo, siendo criatura, merecer que Dios viniese al mundo, pero mereció que acelerase el paso y que viniese en la nave rica de su vientre: porque no pudiera caber en otra que fuera menor en merecimientos; Ella sola hizo que este pan divino se viese y se comunicase y alimentase a los que le tenían lejos.

781. De noche se levantó y proveyó lo necesario a sus domésticos y el mantenimiento a sus criados (Prov 31,15). No es menos loable esta condición de la mujer fuerte, privarse del reposo y descanso delicioso de la noche para gobernar su familia, distribuyendo a sus domésticos, esposo, hijos y allegados, y luego a sus criados, las ocupaciones legítimas a cada uno con todo lo necesario para ellas. Esta fortaleza y prudencia no conocen la noche para entregarse ni absorberse en el sueño y olvido de las propias obligaciones, porque el alivio del trabajo no se toma por fin del apetito, sino por medio de la necesidad. Fue nuestra Reina en esta prudencia económica admirable; y aunque no tuvo criados ni criadas en su familia, porque la emulación de la obediencia y humildad servil en los oficios domésticos no le consintió que fiase de nadie estas virtudes, pero en el cuidado de su Hijo santísimo y de su esposo José era vigilantísima sierva, y jamás hubo en ella descuido, ni olvido, ni tardanza o inadvertencia en lo que había de prevenir y proveer para ellos, como en todo este discurso diré adelante.

782. Pero ¿qué lengua puede explicar la vigilancia de esta mujer fuerte? Se levantó y estuvo en pie en la noche oculta de su secreto corazón y en el oculto entonces misterio de su matrimonio esperó atenta qué se le mandaba, para ejecutarlo humilde y obediente. Previno a sus domésticos y siervos, las potencias interiores y sentidos exteriores, de todo el alimento necesario y les distribuyó a cada cual su legítimo sustento, para que en el trabajo del día, acudiendo al servicio de fuera, no se hallase el espíritu necesitado y desproveído. Mandó a las potencias del alma con inviolable precepto que su alimento fuese la luz de la divinidad, su ocupación incesante la abrasada meditación y contemplación de día y de noche en la divina ley, sin que jamás se interrumpiese por alguna extraña obra y ocupación de su estado. Este era el gobierno y alimento de los domésticos del alma.

783. A los siervos, que son los sentidos exteriores, distribuyó también sus legítimas ocupaciones y sustento; y usando de la jurisdicción que tenía sobre estas potencias, las mandó que como siervas del espíritu le sirviesen y, aunque vivían en el mundo, ignorasen su vanidad y viviesen muertas para ella, sin vivir más de para lo necesario a la naturaleza y a la gracia; que no se alimentasen tanto del deleite de lo sensible, cuanto del que la parte superior del alma les comunicase y dispensase de su influencia superabundante. Puso término y límites a todas las operaciones, para que todas sin faltar ninguna quedasen reducidas a la esfera del divino amor, sirviéndole y obedeciéndole todas sin resistencia, sin réplica ni tardanza. Se levantó de noche y gobernó también a sus domésticos.

784. Otra noche hubo en que también se levantó esta mujer fuerte y otros domésticos a quien proveyese. Se levantó en la noche de la antigua ley oscura con las sombras de la futura luz; salió al mundo en la declinación de esta noche y con su inefable providencia a todos sus domésticos y siervos, los de su pueblo y de lo restante de la humana naturaleza, a los santos padres y justos domésticos suyos, a los pecadores, siervos y cautivos, a todos dio y distribuyó el alimento de la gracia y de la eterna vida. Y se les dio con tanta verdad y propiedad, que se les dio hecho alimento de su misma sustancia y de su misma sangre, que recibió en su tálamo virginal.

CAPITULO 24

Regresar al Principio

Prosigue el mismo asunto con la explicación de lo restante del capítulo 31 de las Parábolas. (Prov 31,16)

785. Ninguna condición de mujer fuerte pudo faltar a nuestra Reina, porque lo fue de las virtudes y fuente de la gracia. “Consideró - prosigue el texto - el campo y le compró, del fruto de sus manos plantó una viña.” (Prov 31,16). El campo de la más levantada perfección, donde se cría lo fértil y fragante de las virtudes, éste fue el que consideró nuestra mujer fuerte María santísima y, considerándole y ponderándole a la claridad de la divina luz, conoció el tesoro que encerraba. Y para comprar este campo vendió todo lo terreno de que era verdaderamente Reina y Señora, posponiéndolo todo a la posesión del campo que compró, con negarse al uso de lo que podía tener. Sola esta Señora pudo venderlo todo, porque de todo lo era, para comprar el espacioso campo de la santidad; sola ella lo consideró y conoció adecuadamente y se apropió a sí misma, después de Dios, el campo de la divinidad y sus atributos infinitos, de que los demás santos recibieron alguna parte. Del fruto de sus manos plantó la viña. Plantó la Iglesia santa, no sólo dándonos a su Hijo santísimo para que la formase y fabricase, pero siendo ella coadjutora suya, y después de su ascensión quedando por maestra de la Iglesia, como diré en la tercera parte de esta Historia. Plantó la viña del paraíso celestial, que aquella singular fiera de Lucifer había disipado y devastado (Prov 31,16); porque se pobló de nuevas plantas por la solicitud y fruto de María purísima. Plantó la viña de su espacioso y magnánimo corazón con los renuevos de las virtudes, con la vid fertilísima, Cristo, que destiló en el lagar de la cruz el vino suavísimo del amor con que son embriagados sus carísimos y alimentados los amigos (Cant 5,1 (A)).

786. Ciñó su cuerpo de fortaleza y corroboró su brazo (Prov 31,17). La mayor fortaleza de los que se llaman fuertes consiste en el brazo, con que se hacen las obras arduas y dificultosas; y como la mayor dificultad de la criatura terrena sea el ceñirse en sus pasiones e inclinaciones ajustándolas a la razón, por eso juntó el texto sagrado el ceñirse la mujer fuerte y corroborar su brazo. No tuvo nuestra Reina pasiones ni movimientos desordenados que ceñir en su inocentísima persona; mas no por eso dejó de ser más fuerte en ceñirse que todos los hijos de Adán, a quienes desconcertó el estimulo del pecado. Mayor virtud fue y más fuerte el amor que hizo obras de mortificación y penalidad cuando y donde no eran menester, que si por necesidad se hicieran. Ninguno de los enfermos de la culpa y obligados a su satisfacción puso tanta fuerza en mortificar sus desordenadas pasiones, como nuestra princesa María en gobernar y santificar más todas sus potencias y sentidos. Castigaba su castísimo y virgíneo cuerpo con penitencias incesantes, vigilias, ayunos, postraciones en cruz, como adelante diremos (Cf. infra p.II n.12, 232, 442, 658, 898, 990,991; p.III n.581); y siempre negaba a sus sentidos el descanso y lo deleitable, no porque se desconcertaran, mas por obrar lo más santo y acepto al Señor, sin tibieza, remisión o negligencia; porque todas sus obras fueron con toda la eficacia y fuerza de la gracia.

787. “Gustó y conoció cuán buena era su negociación; no será extinguida su luz en la noche” (Prov 31,18). Es tan benigno y fiel con sus criaturas el Señor que, cuando nos manda ceñir con la mortificación y penitencia, porque el reino de los cielos padece violencia y se ha de ganar por fuerza (Mt 11,12), pero a esa misma violencia de nuestras inclinaciones tiene vinculado en esta vida un gusto y consolación que llena todo nuestro corazón de alegría. En este gozo se conoce cuán buena es la negociación del sumo bien por medio de la mortificación con que ceñimos las inclinaciones a otros gustos terrenos; porque de contado recibimos el gozo de la verdad cristiana y en él una prenda del que esperamos en la eterna vida; y el que más negocia más le gusta y más granjea para ella y más estima la negociación.

788. Esta verdad, que con experiencia conocemos nosotros sujetos a pecados, ¿cómo la conocería y gustaría nuestra mujer fuerte María santísima? Y si en nosotros, donde la noche de la culpa es tan prolija y repetida, se puede conservar la divina luz de la gracia por medio de la penitencia y mortificación de las pasiones, ¿cómo ardería esta luz en el corazón de esta purísima criatura? No la oprimía el sinsabor de la pesada y corrupta naturaleza, no la desazonaba la contradicción del fomes, no la turbaba el remordimiento de la mala conciencia, no el temor de las culpas experimentadas y sobre todo esto era su luz sobre todo humano y angélico pensamiento; muy bien conocería y gustaría de esta negociación, sin extinguirse en la noche de sus trabajos y peligros de la vida la lucerna del Cordero que la iluminaba (Ap 21,23).

789. “Extendió su mano a cosas fuertes, y sus dedos apretaron el huso” (Prov 31,19). La mujer fuerte, que con el trato y trabajo de sus manos acrecienta sus virtudes y bienes de su familia y se ciñe de fortaleza contra sus pasiones, gusta y conoce la negociación de la virtud, ésta bien puede extender y alargar el brazo a cosas grandes. Lo hizo María santísima sin embarazo de su estado y de sus obligaciones, porque levantándose sobre sí misma y todo lo terreno extendió sus deseos y obras a lo más grande y fuerte del amor divino y conocimiento de Dios sobre toda naturaleza humana y angélica. Y como desde su desposorio se iba acercando a la dignidad y oficio de madre, iba también extendiendo su corazón y alargando el brazo de sus obras santas, hasta llegar a cooperar en la obra más ardua y más fuerte de la omnipotencia divina, que fue la Encarnación del Verbo. De todo esto diré más en la segunda parte (Cf. infra p.II n.l-l06), declarando la preparación que tuvo nuestra Reina para este gran misterio. Y porque la determinación y propósitos de cosas grandes, si no llegan a la ejecución, serían apariencia y sin efecto, por esto dice que apretaron el huso los dedos de esta mujer fuerte, y es decir que ejecutó nuestra Reina todo lo grande, arduo y dificultoso, como lo entendió y lo propuso en su rectísima intención. En todo fue verdadera y no ruidosa y aparente, como lo fuera la mujer que estuviera con la rueca en la cinta, pero ociosa y sin apretar el huso; y así añade:

790. “Alargó su mano al necesitado y desplegó sus palmas al pobre” (Prov 31,20). Fortaleza grande es de la mujer prudente y casera ser liberal con los pobres y no rendirse con flaqueza de ánimo y desconfianza al temor cobarde de que por esto le faltará para su familia; pues el medio más poderoso para multiplicar todos los bienes ha de ser, repartir liberalmente los de fortuna con los pobres de Cristo, que aun en esta vida presente sabe dar ciento por uno (Mc 10,30). Distribuyó María santísima con los pobres y con el templo la hacienda que de sus padres heredó, como ya dije arriba, capítulo 22 de este libro (Cf. supra n.764); y a más de esto, trabajaba de sus manos para ayudar a esta misericordia, porque si no les diera su propio sudor y trabajo no satisfacía a su piadoso y liberal amor de los pobres. No es maravilla que la avaricia del mundo sienta hoy la falta y pobreza que padece en los bienes temporales, pues tan pobres están los hombres de piedad y misericordia con los necesitados, sirviendo a la inmoderada vanidad lo que hizo Dios y lo crió para sustento 'de los pobres y para remedio de los ricos.

791. No sólo desplegó sus manos propias al pobre nuestra piadosa Reina y Señora, pero también desplegó las palmas del brazo poderoso del omnipotente Dios, que parece las tenía cerradas deteniendo al Verbo divino, porque no le merecían, o porque le desmerecían los mortales. Esta mujer fuerte le dio manos, y manos extendidas y abiertas para los pobres cautivos y afligidos en la miseria de la culpa; y porque esta necesidad y pobreza siendo general de todos era de cada uno, los llama la Escritura pobre en singular; pues todo el linaje humano era un pobre y no podía más que si fuera sólo uno. Estas manos de Cristo Señor nuestro, extendidas para trabajar nuestra redención y abiertas para derramar los tesoros de sus merecimientos y dones, fueron manos propias de María santísima, porque eran de su Hijo y porque sin ella no las conociera abiertas el pobre linaje humano, y por otros muchos títulos.

792. “No temerá para su casa el frío de las nieves, porque todos sus domésticos tienen doblados los vestidos” (Prov 31,2l). Perdido el sol de justicia y el calor de la gracia y justicia original, quedó nuestra naturaleza debajo de la nieve helada de la culpa, que encoge, impide y entorpece para el bien obrar. De aquí nace la dificultad en la virtud, la tibieza en las acciones, la inadvertencia y negligencia, la instabilidad y otros defectos innumerables, y hallarnos después del pecado helados en el amor divino, sin abrigo ni amparo para las tentaciones. De todos estos impedimentos y daños estuvo libre nuestra divina Reina en su casa y en su alma, porque todos sus domésticos, potencias interiores y exteriores, estuvieron defendidos del frío de la culpa con dobladas vestiduras. La una fue de la original justicia y virtudes infusas, la otra de las adquiridas por sí misma desde el primer instante que comenzó a obrar. También fueron vestiduras dobladas la gracia común que tuvo como persona particular y la que la dio el Altísimo especialísima para la dignidad de Madre del Verbo. En el gobierno de su casa no me detengo sobre esta providencia; porque en las demás mujeres puede ser loable como necesario este cuidado, pero en casa de la Reina del cielo y tierra, María santísima, no fue menester doblar las vestiduras para su Hijo santísimo, que sola una tenía; ni tampoco para sí ni para su esposo san José, donde la pobreza era el mayor adorno y abrigo.

793. “Hizo para sí una vestidura muy tejida y se adornó de púrpura y holanda” (Ib. 22). Esta metáfora también declara el adorno espiritual de esta mujer fuerte; y éste fue una vestidura tejida con fortaleza y variedad para cubrirse toda y defenderse de las inclemencias y rigores de las lluvias, que para esto se tejen los paños fuertes o los fieltros y otros semejantes. La vestidura talar de las virtudes y dones de María fue impenetrable del rigor de las tentaciones y avenidas de aquel río que derramó contra ella el dragón grande y rojo, o sanguinolento, que vio san Juan en el Apocalipsis (Ap 12,15 (A.)); y a más de la fortaleza de este vestido, era grande su hermosura y variedad de sus virtudes, entretejidas y no postizas, porque estaban como entrañadas y sustanciadas en su misma naturaleza, desde que fue formada en gracia y en justicia original. Allí estaban la púrpura de la caridad, lo blanco de la castidad y pureza, lo celeste de la esperanza, con toda la variedad de dones y virtudes, que vistiéndola juntamente la adornaban y hermoseaban. También fue adorno de María aquel color blanco y colorado (Cant 5,10 (A.)) que por la humanidad y divinidad entendió la esposa, dándolos por señas de su esposo; porque dándole ella al Verbo lo colorado de su humanidad santísima, le dio él en retorno la divinidad, no sólo uniéndolas en su virginal vientre, pero dejando en su Madre unos visos y rayos de divinidad más que en todas las criaturas juntas.

794. “Será noble su varón en las puertas, cuando se asentare con los senadores de la tierra” (Prov 31,23). En las puertas de la eterna vida se hace el juicio particular de cada uno, y después se hará el general que esperamos, como en las puertas de la ciudad lo hacían las antiguas repúblicas. En el juicio universal tendrá lugar entre los nobles del reino de Dios san José, el uno de los varones de María santísima; porque tendrá silla entre los apóstoles para juzgar al mundo y gozará este privilegio por esposo de la mujer fuerte, que es Reina de todos, y por padre putativo que fue del supremo Juez. El otro varón de esta Señora, que es su Hijo santísimo, como antes dije (Cf. supra n.776), es tenido y reconocido por supremo Señor y Juez verdadero en el juicio que hace y en el que hará de los ángeles y todos los hombres. Y de esta excelencia se le da parte a María santísima, porque le dio ella la carne humana con que redimió al mundo y la sangre que derramó en precio y rescate de los hombres; y todo se conocerá cuando con grande potestad venga al juicio universal, sin quedar alguno que entonces no lo conozca v confiese.

795. “Hizo una sábana y la vendió, y entregó un cíngulo al cananeo” (Prov 31,24). En esta solicitud laboriosa de la mujer fuerte se contienen dos grandezas en nuestra Reina: la una, que hizo la sábana tan pura, espaciosa y grande, que pudo caber en ella, aunque estrechándose y encogiéndose, el Verbo eterno; y la vendió no a otro sino al mismo Señor, que le dio en retorno a su mismo Hijo, porque no se hallara en todo lo criado precio digno para comprar esta sábana de la pureza y santidad de María, ni quien dignamente pudiera ser Hijo suyo, fuera del mismo Hijo de Dios. Entregó también, no vendido pero graciosamente, el cíngulo al cananeo, hijo de Canaán, maldito de su padre (Gen 9,25), porque todos los que participaron de la primera maldición, y quedaron desceñidos y sueltas las pasiones y desordenados apetitos, se pudieron ceñir de nuevo con el cíngulo que María santísima les entregó en su Hijo primogénito y unigénito, y en su ley de gracia, para renovarse, reformarse y ceñirse. No tendrán excusa los réprobos y condenados, ángeles y hombres, pues todos tuvieron con qué se contener y ceñir en sus desordenados afectos, como lo hacen los predestinados, valiéndose de esta gracia, que por María santísima tuvieron de gracia y sin pedirles precio para merecerla o comprarla.

796. “La fortaleza y hermosura le sirven de vestido, y se reirá en el último día” (Prov 31,25). Otro nuevo adorno y vestidura de la mujer fuerte son la fortaleza y hermosura; la fortaleza la hace invencible en el padecer y en obrar contra las potestades infernales, la hermosura le dio gracia exterior y decoro admirable en todas las acciones. Con estas dos excelencias y condiciones era nuestra Reina amable a los ojos de Dios, de los ángeles y del mundo; no sólo no tenía culpa ni defecto que se le reprendiese, pero tenía esta doblada gracia y hermosura que tanto le agradó y ponderó el Esposo, repitiendo que era muy hermosa y muy agraciada toda ella (Cant 4,1.7 (A.)). Y donde no se pudo hallar defecto reprensible, tampoco había causa para llorar el día último, cuando ninguno de los mortales, fuera de esta Señora y de su Hijo santísimo, todos estarán y parecerán con alguna culpa que tuvieron de que dolerse, y los condenados llorarán entonces el no haberlas llorado antes dignamente. En aquel día estará alegre y risueña esta fuerte mujer con el agradecimiento de su incomparable felicidad y de que se ejecute la divina justicia en los protervos y rebeldes a su Hijo santísimo.

797. “Abrió su boca para la sabiduría y en su lengua estuvo la ley de la clemencia” (Prov 31,26). Gran excelencia es de la mujer fuerte no abrir su boca para otra cosa que no sea para enseñar el temor santo del Señor y ejecutar alguna obra de clemencia. Esto cumplió con suma perfección nuestra Reina y Señora; abrió su boca como maestra de la divina sabiduría, cuando dijo al santo arcángel: Fiat mihi secundum verbum tuum (Lc 1,38); y siempre que hablaba era como virgen prudentísima y llena de ciencia del Altísimo para enseñarla a todos y para interceder por los miserables hijos de Eva. Estaba y está siempre en su lengua la ley de la clemencia, como en piadosa Madre de misericordia; porque sola su intercesión y palabra es la ley inviolable de donde depende nuestro remedio en todas las necesidades, si sabemos obligarla a que abra su boca y mueva su lengua para pedirlo.

798. “Consideró las sendas de su casa y no comió el pan estando ociosa” (Prov 31,27). No es pequeña alabanza de la madre de familia considerar también atentamente todos los caminos más seguros para aumentarla en muchos bienes; pero en esta divina prudencia sola María fue la que dio forma a los mortales, porque sólo ella supo considerar e investigar todos los caminos de la justicia y las sendas y atajos por donde con mayor seguridad y brevedad llegaría a la divinidad. Alcanzó esta ciencia tan altamente que dejó atrás a todos los mortales y a los mismos querubines y serafines. Conoció y consideró el bien y el mal, lo profundo y oculto de la santidad, la condición de la humana flaqueza, la astucia de los enemigos, el peligro del mundo y todo lo terreno; y como todo lo conoció, obró lo que conocía sin comer ociosa el pan y sin recibir en vano el alma (Sal 23,4) ni la divina gracia; y mereció lo que se sigue.

799. “Se levantaron y la predicaron sus hijos por beatísima y su varón se levantó para alabarla” (Prov 31,28). Grandes cosas y gloriosas han dicho en la militante Iglesia los hijos verdaderos de esta mujer fuerte, predicándola por beatísima entre las mujeres; y los que no se levantan y no la predican, no se tengan por sus hijos, ni por doctos, ni sabios, ni devotos. Pero aunque todos han hablado inspirados y movidos por su varón y esposo Cristo y el Espíritu Santo, con todo eso hasta ahora parece que ha callado y no se ha levantado para predicarla respecto de los muchos y altos sacramentos que ha tenido ocultos de su Madre santísima. Y son tantos, que se me ha dado a entender que los reserva el Señor para manifestarlos en la Iglesia triunfante después del juicio universal; porque no es conveniente manifestarlos todos ahora al mundo indigno y no capaz de tantas maravillas. Allí hablará Cristo, varón de María, manifestando para gloria de los dos y gozo de los santos las prerrogativas y excelencias de esta Señora, y allí las conoceremos; basta ahora que con veneración las creamos debajo del velo de la fe y esperanza de tantos bienes.

800. “Muchas hijas congregaron las riquezas, pero tú excediste a todas ellas” (Ib. 29). Todas las almas que llegaron a conseguir la gracia del Altísimo se llaman hijas suyas, y todos los merecimientos, dones y virtudes que con ella pudieron granjear, y de hecho los granjearon, son riquezas verdaderas; que todo lo demás terreno tiene injustamente usurpado el nombre de riqueza. Muy grande será el nombre de los predestinados; el que numera las estrellas por sus nombres (Sal 146,4), los conoce. Pero sola María congregó más que todas juntas estas criaturas, hijas del Altísimo y suyas, y sola ella se aventajará, como la excelencia de ser ella, no sólo Madre suya y ellas hijas en gracia y gloria, pero como Madre del mismo Dios; porque según esta dignidad excede a toda la excelencia de los mayores santos, así la gracia y gloria de esta Reina se adelantará a toda la que tienen y tendrán todos los predestinados. Y porque, en comparación de estas riquezas y dones de la gracia interior y gloria que le corresponde, es vana la exterior y aparente en las mujeres que tanto la aprecian, añade y dice:

801. “Engañosa es la gracia y vana la hermosura; la mujer que teme a Dios, aquella será alabada; denle a ésta del fruto de sus manos y alaben sus obras en las puertas” (Prov 31,30-31). El mundo reputa falsamente por gracia muchas cosas visibles que no lo son, y no tienen más de gracia y hermosura de lo que les da el engaño de los ignorantes, como son: la apariencia de las buenas obras en la virtud, el agrado en las palabras dulces o elocuentes, el donaire en hablar y moverse; y también llaman gracia a la benevolencia de los mayores y del pueblo. Todo esto es engaño y falacia, como la hermosura de la mujer que en breve se desvanece. La que teme a Dios y enseña a temerle, ésta merece dignamente la alabanza de los hombres y del mismo Señor. y porque él mismo quiere alabarla, dice que le den del fruto de sus manos, y remite su alabanza a sus grandes obras puestas en público a vista de todos, para que ellas mismas sean lenguas en su alabanza; porque importa muy poco que alaben los hombres a la mujer a quien sus mismas obras la deshonran. Para esto quiere el Altísimo que las obras de su Madre santísima se manifiesten en las puertas de su Iglesia santa, en cuanto ahora es posible y conveniente, como arriba dije (Cf. supra n.798), reservando la mayor alabanza y gloria para que después permanezca por todos los siglos de los siglos. Amén.

Doctrina de la Reina del cielo.

802. “Hija mía, grande enseñanza tienes para tu gobierno en este capítulo; y aunque no todo lo que contiene has escrito, pero así lo que has declarado como lo que dejas oculto, quiero todo lo escribas en lo íntimo de tu corazón y con inviolable ley lo ejecutes en ti misma. Para esto es necesario estar retirada dentro de tu interior, olvidado todo lo visible y terreno, y atentísima a la divina luz que te asiste y defiende todas tus potencias con vestiduras dobladas, para que no sientas la frialdad y tibieza en la perfección y también resistas a los movimientos desmandados de las pasiones. Cíñelas y mortifícalas con el apretador del temor divino y, alejada de lo aparente y engañoso, levanta tu mente a considerar y entender los caminos de tu interior y las sendas que Dios te ha enseñado para buscarle en tu secreto y hallarle sin peligro del engaño. Y habiendo gustado de la negociación del cielo, no consientas por tu descuido que se extinga en tu mente la divina luz que te enciende y alumbra en las tinieblas. No comas el pan estando ociosa, pero trabaja sin dar treguas al cuidado, y comerás el fruto de tus diligencias; y esforzada en el Señor harás obras dignas de su beneplácito y agrado y correrás tras el olor de sus ungüentos hasta llegar a poseerle eternamente. Amén.