MISTICA CIUDAD DE DIOS

VIDA DE LA VIRGEN MARIA

María de Jesús Agreda

LIBRO VII

CAPITULO 1
Quedando asentado nuestro Salvador Jesús a la diestra del eterno Padre, descendió del cielo a la tierra María santísima, para que se plantase la nueva Iglesia con su asistencia y magisterio.

CAPITULO 2
Que el evangelista San Juan en el capítulo 21 del Apocalipsis habla a la letra de la visión que tuvo, cuando vio descender del cielo a María santísima Señora nuestra.

CAPITULO 3
Prosigue la inteligencia de lo restante del capítulo 21 del Apocalipsis.

CAPITULO 4
Después de tres días que María santísima descendió del cielo se manifiesta y habla en su persona a los apóstoles, la visita Cristo nuestro Señor y otros misterios hasta la venida del Espíritu Santo.

CAPITULO 5
La venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles y otros fieles; le vio María santísima intuitivamente y otros ocultísimos misterios y secretos que sucedieron entonces.

CAPITULO 6
Salieron del cenáculo los apóstoles a predicar a la multitud que concurrió, cómo les hab1aron en varias lenguas, se convirtieron aquel día casi tres mil y lo que hizo María santísima en esta ocasión.

CAPITULO 7
Se juntan los apóstoles y discípulos para resolver algunas dudas en particular sobre la forma del Bautismo, se lo dan a los nuevos catecúmenos, celebra San Pedro la primera misa y lo que en todo esto obró María santísima.

CAPITULO 8
Se declara el milagro con que las especies sacramentales se conservaban en María santísima de una comunión para otra y el modo de sus operaciones después que descendió del cielo a la Iglesia.

CAPITULO 9
Conoció María santísima que se levantaba Lucifer para perseguir a la Iglesia y lo que contra este enemigo hizo, amparando y defendiendo a los fieles.

CAPITULO 10
Los favores que María santísima por medio de sus ángeles hacía a los apóstoles, la salvación que alcanzó a una mujer en la hora de la muerte y otros sucesos de algunos que se condenaron.

CAPITULO 11
Se declara algo de la prudencia con que María santísima gobernaba a los nuevos fieles y lo que hizo con San Esteban en su vida y muerte y otros sucesos.

CAPITULO 12
La persecución que tuvo la Iglesia después de la muerte de San Esteban, lo que en ella trabajó nuestra Reina y cómo por su solicitud ordenaron los apóstoles el Símbolo de la fe Católica.

CAPITULO 13
Remitió María santísima el Símbolo de la fe a los discípulos y a otros fieles, obraron con él grandes milagros, fue determinado el repartimiento del mundo a los apóstoles y otras obras de la gran Reina del cielo.

CAPITULO 14
La conversión de San Pablo y lo que en ella obró María santísima y otros misterios ocultos.

CAPITULO 15
Se declara la oculta guerra que hacen los demonios a las almas, el modo cómo el Señor las defiende por sus ángeles, por María santísima y por sí mismo, y un conciliábulo que hicieron los enemigos después de la conversión de San Pablo contra la misma Reina y la Iglesia.

CAPITULO 16
Conoció María santísima los consejos del demonio para perseguir a la Iglesia, pide el remedio en la presencia del Altísimo en el cielo, avisa a los apóstoles, viene Santiago a predicar a España, donde le visitó una vez María santísima.

CAPITULO 17
Dispone Lucifer otra nueva persecución contra la Iglesia y María santísima, manifiéstasela a San Juan y por su orden determina ir a Efeso, se le aparece su Hijo santísimo y la manda venir a Zaragoza a visitar al apóstol Santiago y lo que sucedió en esta venida.

LIBRO VII

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CONTIENE CÓMO LA DIESTRA DIVINA PROSPERÓ A LA REINA DEL CIELO DE DONES ALTÍSIMOS, PARA QUE TRABAJASE EN LA SANTA IGLESIA; LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO; EL COPIOSO FRUTO DE LA REDENCIÓN Y DE LA PREDICACIÓN DE LOS APÓSTOLES; LA PRIMERA PERSECUCIÓN DE LA IGLESIA; LA CONVERSIÓN DE San PABLO Y VENIDA DE SANTIAGO A ESPAÑA; LA APARICIÓN DE LA MADRE DE DIOS EN ZARAGOZA Y FUNDACIÓN DE NUESTRA SEÑORA DEL PILAR.

CAPITULO 1

Quedando asentado nuestro Salvador Jesús a la diestra del eterno Padre, descendió del cielo a la tierra María santísima, para que se plantase la nueva Iglesia con su asistencia y magisterio.

1. A la segunda parte de esta Historia puse dichoso fin, dejando en el cenáculo y en el cielo empíreo a nuestra gran Reina y Señora, María santísima, asentada a la diestra de su Hijo y Dios eterno, asistiendo en ambas partes, por el modo milagroso que queda dicho (Cf. supra p.II n.1512) le concedió la diestra divina de estar su santísimo cuerpo en dos partes, que en su gloriosa Ascensión, para hacerla más admirable, la llevó consigo el Hijo de Dios y suyo a darla la posesión de los premios inefables que hasta entonces había merecido y señalarle el lugar que por ellos y los demás que había de merecer le tenía prevenido desde su eternidad. Dije también (Cf. supra p.II n.1522) cómo la Beatísima Trinidad dejó en la elección libre de esta divina Madre si quería volver al mundo para consuelo de los primitivos hijos de la Iglesia evangélica y para su fundación, o si quería eternizarse en aquel felicísimo estado de su gloria sin dejar la posesión que de él la daban. Porque la voluntad de las tres divinas Personas, como debajo de aquella condición, se inclinaban, con el amor que a esta singular criatura tenían, a conservarla en aquel abismo en que estaba absorta y no restituirla otra vez al mundo entre los desterrados hijos de Adán. Y por una parte parece que pedía esto la razón de justicia, pues ya el mundo quedaba redimido con la Pasión y muerte de su Hijo, a que ella había cooperado con toda plenitud y perfección. Y no quedaba en ella otro derecho de la muerte, no sólo por el modo con que padeció sus dolores en la de Cristo nuestro Salvador, como en su lugar queda declarado (Cf. supra P.II n.1264, 1341,1381), sino también porque la gran Reina nunca fue pechera de la muerte, del demonio, ni del pecado, y así no le tocaba la ley común de los hijos de Adán. Y sin morir como ellos, deseaba el Señor a nuestro modo de entender que tuviese otro tránsito con que pasara de viadora (Criatura racional que está en esta vida y aspira y camina a la eternidad.) a comprensora (Persona que goza la eterna bienaventuranza) del estado de la mortalidad al inmortal y no muriera en la tierra la que en ella no había cometido culpa que la mereciese, y en el mismo cielo podía el Altísimo pasarla de un estado a otro.

2. Por otra parte, sólo quedaba la razón de parte de la caridad y humildad de esta admirable y dulcísima Madre, porque el amor la inclinaba a socorrer a sus hijos y que el nombre del Altísimo fuese manifestado y engrandecido en la nueva Iglesia del Evangelio. Deseaba también entrar a muchos fieles a la profesión de la fe con su solicitación e intercesión e imitar a sus hijos y hermanos del linaje humano con morir en la tierra, aunque no debía pagar este tributo, pues no había pecado. Y con su grandiosa sabiduría y admirable prudencia conocía cuán estimable cosa era merecer el premio y la corona, más que por algún breve tiempo poseerla, aunque sea de gloria eterna. Y no fue esta humilde sabiduría sin premio de contado, porque el eterno Padre hizo notoria a todos los cortesanos del cielo la verdad de lo que Su Majestad deseaba y lo que María santísima elegía por el bien de la Iglesia militante y socorro de los fieles. Y todos conocieron en el cielo lo que es justo conozcamos ahora en la tierra; que el mismo Padre eterno - así, como dice San Juan (Jn 3,16), - amó al mundo, que dio a su Unigénito para que le redimiese, así también dio otra vez a su hija María santísima, enviándola desde su gloria para plantar la Iglesia que Cristo su artífice había fundado; y el mismo Hijo dio para esto a su amantísima y dilecta Madre y el Espíritu Santo a su dulcísima Esposa. Y tuvo este beneficio otra condición que le subió de punto, porque vino sobre las injurias que Cristo nuestro Redentor había recibido en su pasión y afrentosa muerte, con que desmereció el mundo este favor. ¡Oh infinito amor! ¡Oh caridad inmensa! ¡Cómo se manifiesta que las muchas aguas de nuestros pecados no le pueden extinguir!

3. Cumplidos tres días enteros que María santísima estuvo en el cielo gozando en alma y cuerpo la gloria de la diestra de su Hijo y Dios verdadero y admitida su voluntad de volver a la tierra, partió de lo supremo del empíreo para el mundo con la bendición de la Beatísima Trinidad. Mandó Su Majestad a innumerable multitud de ángeles que la acompañasen, eligiendo para esto de todos los coros y muchos de los supremos serafines más inmediatos al trono de la divinidad. La recibió luego una nube o globo de refulgentísima luz, que la servía de litera preciosa o relicario que movían los mismos serafines. No pueden caber en humano pensamiento y en vida mortal la hermosura y resplandores exteriores con que esta divina Reina venía, y es cierto que ninguna criatura viviente la pudiera ver o mirar naturalmente sin perder la vida. Y por esto fue necesario que el Altísimo encubriera su refulgencia a los que la miraban, hasta que se fuesen templando las luces y rayos que despedía. A sólo el evangelista San Juan se le concedió que viese a la divina Reina en la fuerza y abundancia que la redundó de la gloria que había gozado. Bien se deja entender la hermosura y gran belleza de esta magnífica Reina y Señora de los cielos, bajando del trono de la Beatísima Trinidad, pues a Moisés le resultaron en su cara tantos resplandores de haber hablado con Dios en el monte Sinaí (Ex 34,29 (A)), donde recibió la ley, que los israelitas no los podían sufrir ni mirarle al rostro (2 Cor 3,13 (A.)); y no sabemos que el profeta viese claramente la divinidad y, cuando la viera, es muy cierto que no llegara esta visión a lo mínimo de la que tuvo la Madre del mismo Dios.

4. Llegó al cenáculo de Jerusalén la gran Señora, como sustituta de su Hijo santísimo en la nueva Iglesia evangélica. Y en los dones de la gracia que le dieron para este ministerio venía tan próspera y abundante, que fue admiración nueva para los ángeles y como asombro de los santos, porque era una estampa viva de Cristo nuestro Redentor y Maestro. Bajó de la nube de luz en que venía y sin ser vista de los que asistían en el cenáculo se quedó en su ser natural, en cuanto no estar más de en aquel lugar. Y al punto la Maestra de la santa humildad se postró en tierra y pegándose con el polvo dijo: “Dios altísimo y Señor mío, aquí está este vil gusanillo de la tierra, reconociendo que fui formada de ella, pasando del no ser al ser que tengo por vuestra liberalísima clemencia. Reconozco también, oh altísimo Padre, que vuestra dignación inefable me levantó del polvo, sin merecerlo yo, a la dignidad de Madre de vuestro Unigénito. De todo mi corazón alabo y engrandezco vuestra bondad inmensa, porque así me habéis favorecido. Y en agradecimiento de tantos beneficios, me ofrezco a vivir y trabajar de nuevo en esta vida mortal todo lo que vuestra voluntad santa ordenare. Me sacrifico por vuestra fiel sierva y de los hijos de la Iglesia Santa, y a todos los presento ante vuestra inmensa caridad y pido que los miréis como Dios y Padre clementísimo, y de lo íntimo de mi corazón os lo suplico. Por ellos ofrezco en sacrificio el carecer de vuestra gloria y descanso para servirlos y el haber elegido con entera voluntad padecer, dejando de gozaros, privándome de vuestra clara vista por ejercitarme en lo que es tan de vuestro agrado.”

5. Se despidieron de la Reina los santos ángeles que habían venido a acompañarla desde el cielo, para volverse a él, dando a la tierra nuevos parabienes de que dejaban en ella por moradora a su gran Reina y Señora. Y advierto que, escribiendo yo esto, me dijeron los santos príncipes que por qué no usaba más en esta Historia de llamar a María santísima Reina y Señora de los ángeles, que no me descuidase en hacerlo en lo que restaba por el gran gozo que en esto reciben. Y por obedecerlos y darles gusto la nombraré con este título muchas veces de aquí adelante. Y volviendo a la Historia, es de advertir que los tres días primeros que estuvo la divina Madre en el cenáculo después de haber bajado del cielo, los pasó muy abstraída de todo lo terreno, gozando de la redundancia del júbilo y admirables efectos de la gloria que en los otros tres había recibido en el cielo. De este oculto sacramento sólo el evangelista Juan tuvo noticia entonces entre todos los mortales, porque en una visión se le manifestó cómo la gran Reina del cielo había subido a él con su Hijo santísimo y la vio descender con la gloria y gracias que volvió al mundo para enriquecer la Iglesia. Con la admiración de tan nuevo misterio estuvo San Juan dos días como suspendido y fuera de sí, y sabiendo que ya su santísima Madre había descendido de las alturas, deseaba hablarla y no se atrevía.

6. Entre los fervores del amor y el encogimiento de la humildad estuvo el amado apóstol batallando consigo casi un día. Y vencido del afecto de hijo, se resolvió a ponerse en presencia de su divina Madre en el cenáculo y, cuando iba, se detuvo y dijo: “¿Cómo me atreveré a lo que me pide el deseo, sin saber primero la voluntad del Altísimo y la de mi Señora? Pero mi Redentor y Maestro me la dio por madre y me favoreció y obligó a mí con título de hijo; pues mi oficio es servirla y asistida, y no ignora Su Alteza mi deseo y no le despreciará; piadosa y suave es y me perdonará; quiero postrarme a sus pies.” Con esto se determinó San Juan y pasó a donde estaba la divina Reina en oración con los demás fieles. Y al punto que levantó los ojos a mirarla, cayó en tierra postrado, con los efectos semejantes a los que él mismo y los dos apóstoles sintieron en el Tabor cuando a su vista se transfiguró el Señor, porque eran muy semejantes a los resplandores de nuestro Salvador Jesús los que percibió San Juan en el rostro de su Madre santísima. Y como le duraban aún las especies de la visión en que la vio descender del cielo fue con mayor fuerza oprimida su natural flaqueza y cayó en tierra. Con la admiración y gozo que sintió estuvo así postrado casi una hora, sin poderse levantar. Adoró profundamente a la Madre de su mismo Criador. Y no pudieron extrañar esto los demás apóstoles y discípulos que asistían en el cenáculo, porque a imitación de su divino Maestro y con el ejemplar y enseñanza de María santísima, en el tiempo que estuvieron los fieles aguardando al Espíritu Santo muchos ratos de la oración que tenían era en cruz y postrados.

7. Estando así postrado el humilde y santo apóstol, llegó la piadosa Madre y le levantó del suelo, y manifestándose con el semblante más natural se le puso ella de rodillas y le habló y dijo: “Señor, hijo mío, ya sabéis que vuestra obediencia me ha de gobernar en todas mis acciones, porque estáis en lugar de mi Hijo santísimo y mi Maestro para ordenarme todo lo que debo hacer, y de nuevo quiero pediros que cuidéis de hacerlo por el consuelo que tengo de obedecer.” Oyendo el santo apóstol estas razones, se confundió y admiró sobre lo que en la gran Señora había visto y conocido y se volvió a postrar en su presencia, ofreciéndose por esclavo suyo y suplicándola que ella le mandase y gobernase en todo Y en esta porfía perseveró San Juan algún rato, hasta que vencido de la humildad de nuestra Reina, se sujetó a su voluntad y quedó determinado a obedecerla en mandarla, como ella lo deseaba; porque éste era para él el mayor acierto, y para nosotros raro y poderoso ejemplo con que se reprende nuestra soberbia y nos enseña a quebrantarla. Y si confesamos que somos hijos y devotos de esta divina Madre y Maestra de humildad, debido y justo es imitarla y seguirla. Le quedaron al evangelista tan impresas en el entendimiento y potencias interiores las especies del estado en que vio a la gran Reina de los ángeles, que por toda su vida le duró aquella imagen en su interior. Y en esta ocasión, cuando la vio descender del cielo, exclamó con grande admiración, y las inteligencias que de ella tuvo las declaró después el santo evangelista en el Apocalipsis, en particular en el capítulo 21, como diré en el siguiente.

Doctrina que me dio la gran Reina y Señora de los ángeles.

8. “Hija mía, habiéndote repetido tantas veces hasta ahora que te despidas de todo lo visible y terreno y mueras a ti misma y a la participación de hija de Adán, como te he amonestado y enseñado en la doctrina que has escrito en la primera y segunda parte de mi vida, ahora te llamo con nuevo afecto de amorosa y piadosa madre, y te convido de parte de mi Hijo santísimo, de la mía y de sus ángeles, que también te aman mucho, para que olvidada de todo lo demás que tiene ser te levantes a otra nueva vida más alta y celestial, inmediata a la eterna felicidad. Quiero que te alejes del todo de Babilonia y de tus enemigos y sus falsas vanidades con que te persiguen, y te avecindes a la ciudad santa de la celestial Jerusalén y vivas en sus atrios, donde te ocupes toda en mi verdadera y perfecta imitación, y por ella con la divina gracia llegues a la íntima unión de mi Señor y tu divino y fidelísimo Esposo. Oye, pues, carísima, mi voz con alegre devoción y prontitud de ánimo. Sígueme fervorosa, renovando tu vida con el dechado que escribes de la mía, y atiende a lo que yo hice después que volví al mundo de la diestra de mi Hijo santísimo. Medita y penetra con todo cuidado mis obras, para que, según la gracia que recibieres, vayas copiando en tu alma lo que entendieres y escribieres. No te faltará el favor divino, porque el Altísimo no quiere negarle nada a quien de su parte hace lo que puede y para lo que es de su agrado y beneplácito, si tu negligencia no lo desmerece. Prepara tu corazón y dilata sus espacios, fervoriza tu voluntad, purifica tu entendimiento y despeja tus potencias de toda imagen y especie de criaturas visibles, para que ninguna te embarace, ni obligue a cometer ni una leve culpa o imperfección, y el Altísimo pueda depositar en ti su oculta sabiduría, y tú estés preparada y pronta para obrar con ella todo lo más agradable a nuestros ojos, que te enseñaremos.

9. “Tu vida desde hoy ha de ser como quien la recibe resucitada después de haber muerto a la que tuvo primero. Y como el que recibe este beneficio suele volver a la vida renovado y casi peregrino y extraño en todo lo que antes amaba, mudando los deseos y reformadas y extinguidas las calidades que antes había tenido y en todo procede diferente, a este modo y con mayor alteza quiero que tú, hija mía, seas renovada, porque has de vivir como si de nuevo participaras los dotes del alma en la forma que te es posible con el poder divino que obrará en ti. Pero es necesario para estos efectos tan divinos que tú te ayudes y prepares todo el corazón, quedando libre y como una tabla muy rasa, donde el Altísimo con su dedo escriba y dibuje como en cera blanda y sin resistencia imprima el sello de mis virtudes. Quiere Su Majestad que seas instrumento en su poderosa mano para obrar su voluntad santa y perfecta, y el instrumento no resiste a la del artífice, y si tiene voluntad usa de ella sólo para dejarse mover. Es pues, carísima, ven, ven a donde yo te llamo y advierte que si en el sumo bien es natural comunicarse y favorecer a sus criaturas en todos tiempos, pero en el siglo presente quiere este Señor y Padre de las misericordias manifestar más su liberal clemencia con los mortales, porque se les acaba el tiempo y son pocos los que se quieren disponer para recibir los dones de su poderosa diestra. No pierdas tú tan oportuna ocasión, sígueme y corre tras mis pisadas y no contristes al Espíritu Santo en detenerte, cuando te convida a tanta dicha con maternal amor y tan alta y perfecta doctrina.”

CAPITULO 2

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Que el evangelista San Juan en el capítulo 21 del Apocalipsis habla a la letra de la visión que tuvo, cuando vio descender del cielo a María santísima Señora nuestra.

10. Al oficio y dignidad tan excelente de hijo de María santísima, que dio nuestro Salvador Jesús en la cruz al apóstol San Juan, como señalado por objeto de su divino amor, era consiguiente que fuera secretario de los inefables sacramentos y misterios de la gran Reina que a otros eran más ocultos. Y para esto le fueron revelados muchos que antes habían precedido en ella y le hicieron como testigo ocular del secreto misterioso que sucedió el día de la Ascensión del Señor a los cielos, concediéndole a esta águila sagrada que viese subir al sol Cristo nuestro bien con luz doblada siete veces, como dice Isaías (Is 30,26 (A.)), y a la luna con luz como del sol, por la similitud que con él tenía. La vio el felicísimo evangelista subir y estar a la diestra de su Hijo, y viola también descender, como queda dicho (Cf. supra n.5), con nueva admiración, porque vio y conoció la mudanza y renovación con que bajaba al mundo, después de la inefable gloria que en el cielo había recibido con tan nuevos influjos de la divinidad y participación de sus atributos. Ya nuestro Salvador Jesús había prometido a los apóstoles que antes de subir al cielo dispondría con su Madre santísima que estuviese con ellos en la Iglesia para su consuelo y enseñanza, como se dijo en el fin de la segunda parte (Cf. supra p.II n.1505). Pero el apóstol Juan, con el gozo y admiración de ver a la gran Reina a la diestra de Cristo nuestro Salvador, se olvidó por algún rato de aquella promesa y absorto con tan impensada novedad llegó a temer o recelarse si la divina Madre se quedaría allá en la gloria que gozaba. Y en esta duda padeció San Juan entre el júbilo que sentía otros amorosos deliquios que le afligieron mucho, hasta que renovó la memoria de las promesas de su Maestro y Señor y vio de nuevo que su Madre santísima descendía a la tierra.

11. Los misterios de esta visión quedaron impresos en la memoria de San Juan y jamás los olvidó, ni los demás que le fueron revelados de la gran Reina de los ángeles, y con ardentísimo deseo quería el sagrado evangelista dejar noticia de ellos en la Santa Iglesia. Pero la humildad prudentísima de María Señora nuestra le detuvo para que mientras ella vivía no los manifestase, antes los guardase ocultos en su pecho para cuando el Altísimo ordenase otra cosa, porque no convenía hacerlos antes manifiestos y notorios al mundo. Obedeció el apóstol a la voluntad de la divina Madre. Y cuando fue tiempo y disposición divina que antes de morir el evangelista enriqueciera a la Iglesia con el tesoro de estos ocultos sacramentos, fue orden del Espíritu Santo que los escribiese en metáforas y enigmas tan difíciles de entender, como la Iglesia lo confiesa. Y fue así conveniente que no quedasen patentes a todos, sino cerrados y sellados como las perlas en el nácar o en la concha y el oro en los escondidos minerales de la tierra, para que con nueva luz y diligencia los sacase la Santa Iglesia cuando tuviese necesidad y en el ínterin estuviesen como en depósito en la oscuridad de las sagradas Escrituras que los doctores santos confiesan, en especial el libro del Apocalipsis.

12. De la providencia que tuvo el Altísimo en ocultar la grandeza de su Madre santísima en la primitiva Iglesia he hablado algo en el discurso de esta divina Historia (Cf. supra p.II n.413) y no me excuso de renovar aquí esta advertencia por la admiración que causarán de nuevo a quien los fuere ahora conociendo. Y para vencer la duda, si alguno la tuviere, ayudará mucho considerar lo que varios santos y doctores advierten, que ocultó Dios a los judíos el cuerpo y sepultura de Moisés (Dt 34,6) por excusar que aquel pueblo, tan pronto en idolatrías, no errase con ella dando adoración al cuerpo del profeta que tanto había estimado o que le venerase con algún culto supersticioso y vano. Y por la misma razón dicen que cuando Moisés escribió la creación del mundo y de todas sus criaturas, aunque los ángeles eran la parte más noble de ellas, no declaró su creación el profeta con palabras propias, antes la encerró en aquellas que dijo: Crió Dios la luz (Gen 1,3); dejando lugar para que por ellas se pudiera entender la luz material que alumbra a este mundo visible, significando también en oculta metáfora aquellas luces sustanciales y espirituales que son los santos ángeles, de quien no convenía dejar entonces más clara noticia.

13. Y si al pueblo hebreo se le pegó el contagio de la idolatría con la comunicación y vecindad de la gentilidad, tan inclinada y ciega en dar divinidad a todas las criaturas que les parecían grandes, poderosas o superiores en alguna potencia, mucho mayor peligro tuvieran los mismos gentiles de este error si, cuando se les comenzaba a predicar el Evangelio y la fe de Cristo nuestro Salvador, se les propusiera juntamente la excelencia de su Madre santísima. Y en prueba de esta verdad basta el testimonio de San Dionisio Areopagita (Cf. supra la nota 3 del libro 1 c.4), que con haber sido filósofo tan sabio que conoció entonces al Dios de la naturaleza, con todo esto, cuando ya era católico y llegó a ver y hablar a María santísima, dijo que si la fe no le enseñara que era pura criatura, la tuviera y adorara por Dios. En este peligro incurrieran fácilmente los gentiles más ignorantes y confundieran la divinidad del Redentor, que debían creer, con la grandeza de su Madre purísima, si se les propusiera todo junto, y pensaran que también ella era Dios como su Hijo, pues eran tan semejantes en la santidad. Pero ya este peligro ha cesado, estando tan arraigada la ley y fe del Evangelio en la Iglesia y tan ilustrada con la doctrina de los sagrados doctores y tantas maravillas como Dios ha obrado en esta manifestación del Redentor. Y con tanta luz sabemos que sólo él es Dios y hombre verdadero, lleno de gracia y de verdad, y que su Madre es pura criatura y sin tener divinidad fue llena de gracia, inmediata a Dios y superior a todo el resto de las criaturas. Y en este siglo tan ilustrado con las verdades divinas sabe el Señor cuándo y cómo conviene dilatar la gloria de su Madre santísima, manifestando los enigmas y secretos de las sagradas Escrituras, donde la tiene encerrada.

14. El misterio de que voy hablando, con otros muchos de nuestra gran Reina, escribió el evangelista en el capítulo 21 del Apocalipsis debajo de metáforas, en particular llamando a María santísima ciudad santa de Jerusalén y describiéndola con las condiciones que por todo aquel capítulo prosigue. Y aunque en la primera parte le declaré por más extenso en tres capítulos que le dividí ajustándole, como se me dio a entender, al misterio de la Inmaculada Concepción de la beatísima Madre, ahora es fuerza explicarle del misterio de bajar la Reina de los ángeles del cielo a la tierra después de la Ascensión de su Hijo santísimo. Y no se entiende por esto que haya alguna contradicción y repugnancia en estas explicaciones, porque entrambos caben en la letra del texto sagrado, pues no hay duda que la divina sabiduría pudo en unas mismas palabras comprender ajustadamente muchos misterios y sacramentos, y en una palabra que habla podemos entender dos cosas, como dice David (Sal 61,12 (A)), que las entendió sin equivocación ni repugnancia. Y ésta es una de las causas de la dificultad de la sagrada Escritura, y necesaria para que la oscuridad la hiciese más fecunda y estimable y llegasen los fieles a tratarla con mayor humildad, atención y reverencia. Y el estar tan llena de sacramentos y metáforas fue porque en este estilo y palabras se pueden significar mejor muchos misterios sin violencia de los términos más propios.

15. Esto se entenderá mejor en el misterio de que hablamos, porque el evangelista dice (Ap 21,2) que vio “descender del cielo la ciudad santa de Jerusalén nueva y adornada,” etc. Y no hay duda que la metáfora de ciudad le conviene con verdad a María santísima y que descendió del cielo ahora, después de haber subido a él con su Hijo benditísimo, y antes, en la Concepción Inmaculada, en que descendió de la mente divina, donde como tierra nueva y cielo nuevo estuvo formada, y se declaró en la primera parte. Y el evangelista entendió entrambos estos sacramentos cuando la vio descender corporalmente en la ocasión de que hablamos y los encerró en aquel capítulo. Y así es necesario ahora explicarle a este intento, aunque se repita de nuevo la letra del sagrado texto, pero será con más brevedad, por lo que ya queda dicho en la primera explicación. Y en ésta hablaré en nombre del evangelista para ceñirme más en ella.

16. Y “vi - dice San Juan - un cielo nuevo y tierra nueva, porque se fue el primer cielo y primera tierra y no hay mar” (Ap 21,1). Cielo nuevo y tierra nueva llamó a la humanidad santísima del Verbo encarnado y a la de su divina Madre, cielo por la habitación y nuevo por la renovación. En Cristo Jesús nuestro Salvador habita la divinidad en unidad de persona, por sustancial unión indisoluble. En María por singular modo de gracia después de Cristo. Y estos cielos son ya nuevos, porque la humanidad pasible, que llagada y muerta estuvo en el sepulcro, la vio levantada y colocada a la diestra de su eterno Padre, coronada de la gloria y dotes que mereció con su vida y muerte. Y vio también a la Madre que le dio este ser pasible y cooperó a la Redención del linaje humano asentada a la diestra de su Hijo y absorta en el océano de la divina luz inaccesible, participando la gloria de su Hijo como Madre y que la mereció de justicia por sus obras de inefable caridad. Llamó también cielo nuevo y tierra nueva a la patria de los vivientes, renovada con la lucerna del Cordero, con los despojos de sus triunfos y con la presencia de su Madre, que como reyes verdaderos habían tomado la posesión del reino, que será eterno. Le renovaron con su vista y nuevo gozo que han comunicado a sus antiguos moradores y con los nuevos hijos de Adán que a él han traído para poblarle como ciudadanos y vecinos que jamás le pierdan. Con esta novedad se fue ya el primer cielo y la primera tierra, no sólo porque el cielo de la humanidad santísima de Cristo y el de María, donde vivió como en primer cielo, se fueron a las eternas moradas, llevando a ellas la tierra del ser humano, sino también porque a este antiguo cielo y tierra pasaron los hombres del ser pasible al estado de la impasibilidad. Se fueron los rigores de la justicia y llegó el descanso. Pasó el invierno de los trabajos (Cant 2,11) y vino el verano de la alegría y gozo eterno. Fuese a si mismo la primera tierra y cielo de todos los mortales porque, entrando Cristo nuestro bien con su Madre santísima en la celestial Jerusalén, se rompieron los candados y cerraduras que por cinco mil doscientos y treinta y tres años habían tenido, para que ninguno entrase en ella y todos los mortales quedasen en la tierra, si no se satisfacía primero la divina justicia de la ofensa por las culpas.

17. Y singularmente María santísima fue nuevo cielo y nueva tierra, ascendiendo con su Hijo y Salvador Jesús y tomando la posesión de su diestra en la gloria de alma y cuerpo, sin haber pasado por la común muerte de todos los hijos de los hombres. Y aunque antes en la tierra de su condición humana era cielo, donde por especialísimo modo vivió la divinidad, pero en esta gran Señora se fueron este primer cielo y tierra y pasó por orden admirable a ser nuevo cielo y nueva tierra, en que habitase Dios por suma gloria entre todas las criaturas. Y con esta novedad, en esta nueva tierra en que habitaba Dios no hubo mar, porque para ella se acabaran las amarguras y tormentas de los trabajos si admitiera el quedarse desde entonces en aquel estado felicísimo. Y para los demás que en alma y cuerpo o sólo en alma quedaron en la gloria, tampoco hubo mar de borrascas y peligros como le había en la primera tierra de la mortalidad.

18. “Y yo Juan, - prosigue el evangelista, - vi a la ciudad santa Jerusalén, que descendía del cielo y de Dios, preparada como la esposa adornada para su varón” (Ap 21,2). Yo indigno apóstol de Jesucristo soy a quien se le manifestó tan oculto sacramento, para que diese noticia al mundo, y vi a la Madre del Verbo humanado, verdadera ciudad mística de Jerusalén, visión de paz, que descendía del trono del mismo Dios a la tierra, como vestida de la misma divinidad y adornada con una nueva participación de sus atributos, de sabiduría, potencia, santidad, inmutabilidad, amabilidad y similitud con su Hijo en el proceder y obrar. Venía como instrumento de la omnipotente diestra, como vicediós por nueva participación. Y aunque venía a la tierra para trabajar en ella en beneficio de los fieles, privándose para esto voluntariamente del gozo que tenía con la visión beatífica, determinó el Altísimo enviarla preparada y guarnecida con todo el poder de su brazo y recompensarle el estado y visión que por aquel tiempo dejaba con otra vista y participación de su divinidad incomprensible, compatible con el estado de viadora, (Criatura racional que está en esta vida y aspira y camina a la eternidad.) pero tan divino y levantado que excediese a todo humano y angélico entendimiento. Para esto la adornó de su mano con los dones a que la pudo extender y la dejó preparada como esposa para su varón el Verbo humanado, de tal manera que ni pudiese desear en ella gracia alguna ni excelencia que le faltase, ni por estar ausente de su diestra dejase este varón de estar en ella y con ella como en su cielo y trono proporcionado. Y como la esponja recibe y embebe en sí misma el licor que participa, llenando de él todos sus vacíos, así también a nuestro modo de entender quedó llena esta gran Señora de la influencia y comunicación de la divinidad.

19. Prosigue el texto: “Y del trono oí una gran voz que decía: Mira al tabernáculo de Dios con los hombres, y habitará con ellos, y serán pueblo suyo, y él será su Dios.” (Ap 21,3) Esta voz, que salió del trono, llevó toda mi atención con divinos efectos de suavidad y gozo. Y entendí cómo antes de morir la gran Señora recibía la posesión del premio merecido por singular favor y prerrogativa debida a sola ella entre los mortales. Y aunque ninguno de los que llegan a poseer el que les toca tiene autoridad para volver a la vida ni se les deja en su mano, pero a esta única Esposa se le concedió esta gracia para engrandecer sus glorias; pues habiendo llegado a poseerlas y hallándose reconocida y aclamada de los cortesanos del cielo por su legítima Reina y Señora, descendió por su voluntad a la tierra para ser sierva de sus mismos vasallos y criarlos y gobernarlos como hijos. Por esta caridad sin medida mereció de nuevo que todos los mortales fuesen pueblo suyo y se le diese nueva posesión de la Iglesia militante donde volvía a ser habitadora y gobernadora; y mereciera también que Dios esté con ellos y sea Dios misericordioso y propicio con los hombres, porque en su pecho estuvo sacramentado todo el tiempo que este sagrario de María purísima vivió en la Iglesia después que descendió del cielo. Y para estar en ella, cuando no hubiera otra razón, se quedara su mismo Hijo sacramentado en el mundo, y por sus méritos y peticiones estaba con los hombres por gracia y nuevos beneficios, y por esto añade y dice:

20. “Y enjugará las lágrimas de sus ojos y en adelante no habrá muerte, ni llanto, ni clamor. (Ap 21,4) Porque esta gran Señora viene por Madre de la gracia, de la misericordia, del gozo y de la vida, ella es quien llena al mundo de alegría, quien enjuaga las lágrimas que introdujo el pecado que comenzó de nuestra madre Eva. Es la que convirtió el luto en regocijo, el llanto en nuevo júbilo, los clamores en alabanza y gloria, y la muerte del pecado en vida, y para quien la buscare en ella. Ya se acabó la muerte del pecado y los clamores de los réprobos y su dolor irreparable, porque si antes se acogieran los pecadores a este sagrado en él hallaran perdón, misericordia y consuelo. Y los primeros siglos, donde faltaba María Reina de los ángeles, ya se fueron y pasaron con dolor, y los clamores de los que la desearon y no la vieron, como ahora la tienen y la posee el mundo para su remedio y amparo y detener la justicia divina para solicitar misericordia a los pecadores.

21. Y el que estaba en el trono dijo: “Atiende que hago nuevas todas las cosas. (Ap 21,5). Esta fue voz del eterno Padre que me dio a conocer cómo todo lo hacía nuevo: Iglesia nueva, ley nueva, sacramentos nuevos. Y habiendo hecho tan nuevos favores a los hombres como darles a su Hijo unigénito, les hacía otro singularísimo de enviarles a la Madre, tan renovada y nueva con admirables dones y potestad de distribuir los tesoros de la Redención que su Hijo puso en sus manos, para que los derramase en los hombres con su prudentísima voluntad. Para esto la envió a la Iglesia desde su real trono, renovada con la imagen de su Unigénito, sellada con los atributos de la divinidad, como un trasunto copiado de aquel original, cuanto en pura criatura era posible, para que de ella se copiase la santidad de la nueva Iglesia evangélica.

22. Y me dijo: “Escribe, porque estas palabras son fidelísimas y verdaderas.” Y me dijo también: ya está hecho. “Yo soy el principio y el fin; y daré al sediento que beba de balde de la fuente de la vida. El que venciere poseerá estas cosas, y seré Dios para él, y será él hijo para mí.” (Ap 21,5-7) Me mandó escribir este misterio el mismo Señor desde su trono, para que testificase la fidelidad y verdad de sus palabras y obras admirables con María santísima, en cuya grandeza y gloria empeñó su omnipotencia. Y porque estos sacramentos eran tan ocultos y levantados, los escribí en cifra y en enigma hasta su lugar; y tiempo señalado, que por el mismo Señor se manifestasen al mundo y se entendiese que ya estaba hecho todo lo posible que convenía para remedio y salud de los mortales. Y con decir que estaba hecho, les hacía cargo de haber enviado a su Unigénito para redimirlos con su pasión y muerte, enseñarlos con su vida y doctrina, y a su Madre enriquecida para socorro y amparo de la Iglesia, y al Espíritu Santo, para que la prosperase, ilustrase, confirmase y fortaleciese con sus dones, como se lo había prometido. Y porque no tuvo más que darnos el eterno Padre dijo: “ya está hecho.” Como si dijera: “Todo lo posible a mi omnipotencia y conveniente a mi equidad y bondad, como principio y fin que soy de todo lo que tiene ser. Como principio, se le doy a todas las cosas con la omnipotencia de mi voluntad, y como fin las recibo, ordenando con mi sabiduría los medios por donde lleguen a conseguir este fin. Los medios se reducen a mi Hijo santísimo y a su Madre, mi dilecta y única entre los hijos de Adán. En ellos están las aguas puras y vivas de la gracia, para que como de su fuente, origen y manantial beban todos los mortales que sedientos de su salud eterna llegaren a buscarlas. Y para ellos se darán de balde; porque no las pueden merecer, aunque se las mereció, y con su misma vida, mi Hijo humanado, y su dichosa Madre se las granjea y merece a los que a ella acuden. Y el que venciere a sí mismo, al mundo y al demonio, que pretenden impedirle estas aguas de vida eterna, para ese vencedor seré yo Dios liberal, amoroso y omnipotente, y él poseerá todos mis bienes y lo que por medio de mi Hijo y de su Madre le tengo preparado, porque le adoptaré por hijo y heredero de mi eterna gloria.”

23. Pero a los tímidos, incrédulos, odiosos, homicidas, fornicadores, maléficos, idólatras y a todos los mentirosos, su parte para éstos será en el estanque de fuego y ardiente azufre, que es la muerte segunda (Ap 21,8). Para todos los hijos de Adán di a mi Unigénito por Maestro, Redentor y Hermano, y a su Madre por amparo, medianera y abogada conmigo poderosa, y como tal la vuelvo al mundo, para que todos entiendan que quiero se valgan de su protección. Pero a los que no vencieren al temor de su carne en padecer o no creyeren mis testimonios y maravillas obradas en beneficio suyo y testificadas en mis Escrituras, a los que habiéndolas creído se entregaren a las inmundicias torpes de los deleites carnales, a los hechiceros, idólatras, que desamparan mi verdadero poder y divinidad y siguen al demonio, todos los que obran la mentira y la maldad, no les aguarda otra herencia más de la que ellos mismos eligieron para sí. Esta es el formidable fuego del infierno, que como estanque de azufre arde sin claridad con abominable olor, donde para todos los réprobos hay diversidad de penas y tormentos correspondientes a las abominaciones que cada uno cometió, aunque todas convienen en ser eternas y privar de la visión divina que beatifica a los santos. Y ésta será la segunda muerte sin remedio, porque no se aprovecharon del que tenía la primera muerte del pecado, que por la virtud de su Reparador y de su Madre pudieron restaurar con la vida de la gracia. Y prosiguiendo la visión, dice el evangelista:

24. “Y vino uno de los siete ángeles, que tenían siete copas llenas de siete novísimos castigos, y me dijo: Ven y te mostraré la Esposa, que es mujer del Cordero.” (Ap 21,9) Conocí que este ángel y los demás eran de los supremos y cercanos al trono de la Beatísima Trinidad, y que se les había dado especial potestad para castigar la osadía de los hombres que cometiesen los pecados referidos, después de publicado al mundo el misterio de la Redención, vida, doctrina y muerte de nuestro Salvador, y la excelencia y potestad que tiene su Madre santísima para remediar a los pecadores que la llaman de todo corazón. Y porque con la sucesión de los tiempos se manifestarían más estos sacramentos con los milagros y luz que recibiría el mundo y con los ejemplos y vidas de los santos, y en particular de los varones apostólicos fundadores de las religiones, y tanto número de mártires y confesores, por esto los pecados de los hombres en los últimos siglos serán más graves y detestables, y sobre tantos beneficios la ingratitud será más pesada y digna de mayores castigos, y consiguientemente merecerían mayor indignación de la digna ira y justicia divina. Así en los tiempos futuros que son los presentes para nosotros castigaría Dios con rigor a los hombres con plagas novísimas, porque serían las últimas, acercándose cada día al juicio final. Véase en la primera parte el número 266.

25. “Y me levantó en espíritu el ángel a un grande y alto monte y me mostró a la ciudad santa de Jerusalén, que bajaba del cielo desde el mismo Dios” (Ap 21,10). Fui levantado con la fuerza del poder divino a un monte alto de suprema inteligencia y luz de ocultos sacramentos, y con el espíritu ilustrado vi a la esposa del Cordero, que era su mujer, como a ciudad santa de Jerusalén; esposa del Cordero, por la similitud y amor recíproco del que quitó los pecados del mundo, y mujer, porque le acompañó inseparablemente en todas sus obras y maravillas y por ella salió del seno de su eterno Padre para tener sus delicias con los hijos de los hombres, por hermanos de esta Esposa. Y por ella también hermanos suyos del mismo Verbo humanado. La vi como ciudad de Jerusalén, que encerró en sí y dio espaciosa habitación al que no cabe ni en los cielos ni en la tierra, y porque en esta ciudad puso el templo y propiciatorio donde quiso ser buscado y obligado para mostrarse propicio y liberal con los hombres. Y la vi como ciudad de Jerusalén, porque en su interior vi encerradas todas las perfecciones de la Jerusalén triunfante, y el adecuado fruto de la Redención humana todo se contenía en ella. Y aunque en la tierra se humillaba a todos y se postraba a nuestros pies, como si fuera la menor de las criaturas, la vi en las alturas levantada al trono y diestra de su Unigénito, de donde descendía a la Iglesia, próspera y abundante, para favorecer a los hijos y fieles de ella.

CAPITULO 3

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Prosigue la inteligencia de lo restante del capítulo 21 del Apocalipsis.

26. Esta ciudad santa de Jerusalén, María Señora nuestra - dice el evangelista, - “tenía la claridad de Dios, y su resplandor era semejante a una piedra preciosa de jaspe como cristal” (Ap 21,11). Desde el punto que tuvo ser María santísima, fue su alma llena y como bañada de una nueva participación de la divinidad, nunca vista ni concedida a otra criatura, porque ella sola era la clarísima aurora que participaba de los mismos resplandores del sol Cristo, hombre y Dios verdadero, que de ella había de nacer. Y esta divina luz y claridad fue creciendo hasta llegar al supremo estado que tuvo, asentada a la diestra de su Hijo unigénito en el mismo trono de la Beatísima Trinidad y vestida de variedad de todos los dones, gracias, virtudes, méritos y gloria, sobre todas las criaturas. Y cuando la vi en aquel lugar y luz inaccesible, me pareció no tenía otra claridad más que la del mismo Dios, que en su inmutable ser estaba como en fuente y en su origen y en ella estaba participado, y por medio de la humanidad de su Hijo unigénito resultaba una misma luz y claridad en la Madre y en el Hijo y en cada uno con su grado, pero en sustancia parecía una misma y que no se hallaba en otro de los bienaventurados ni en todos juntos. Y por la variedad parecía al jaspe, por lo estimable era preciosa y por la hermosura de alma y cuerpo era como cristal penetrado y bañado y sustanciado con la misma claridad y luz.

27. Y tenía la ciudad un grande y alto muro con doce puertas y en ellas doce ángeles, escritos los nombres de las doce tribus de Israel: tres puertas al Oriente, tres al Aquilón, tres al Austro y tres al Occidente” (Ap 21,12-13). El muro que defendía y encerraba esta ciudad santa de María santísima era tan alto y grande, cuanto lo es el mismo Dios y su omnipotencia infinita y todos sus atributos, porque todo el poder y grandeza divina y su sabiduría inmensa se emplearon en guarnecer a esta gran Señora, en asegurarla y defenderla de los enemigos que la pudieran asaltar. Y esta invencible defensa se dobló cuando descendió al mundo para vivir en él sola, sin la asistencia visible de su Hijo santísimo, y para asentar la nueva Iglesia del Evangelio, que para esto tuvo todo el poder de Dios por nuevo modo a su voluntad contra los enemigos de la misma Iglesia visibles e invisibles. Y porque después que fundó el Altísimo esta ciudad de María franqueó liberalmente sus tesoros y por ella quiso llamar a todos los mortales al conocimiento de sí mismo y a la eterna felicidad sin excepción de gentiles, judíos, ni bárbaros, sin diferencia de naciones y de estados, por eso edificó esta ciudad santa con doce puertas a todas las cuatro partes del mundo sin diferencia. Y en ellas puso los doce ángeles que llamasen y convidasen a todos los hijos de Adán, y en especial despertasen a todos a la devoción y piedad de su Reina; y los nombres de las doce tribus en estas puertas, para que ninguno se tenga por excluido del refugio y sagrado de esta Jerusalén divina y todos entiendan que María santísima tiene escritos sus nombres en el pecho y en los mismos favores que recibió del Altísimo para ser Madre de clemencia y misericordia y no de la justicia.

28. “El muro de esta ciudad tenía doce fundamentos y en ellos estaban los nombres de los doce Apóstoles del Cordero” (Ap 21,14) Cuando nuestra gran Madre y Maestra estuvo a la diestra de su Hijo y Dios verdadero en el trono de su gloria y se ofreció a volver al mundo para plantar la Iglesia, entonces el mismo Señor la encargó singularmente el cuidado de los apóstoles y grabó sus nombres en el inflamado y candidísimo corazón de esta divina Maestra y en él se hallaran escritos si fuera posible que le viéramos. Y aunque entonces éramos solos once los apóstoles, vino escrito en lugar de Judas, San Matías, tocándole esta suerte de antemano. Y porque del amor y sabiduría de esta Señora salió la doctrina, la enseñanza, la firmeza y todo el gobierno con que los doce apóstoles y San Pablo fundamos la Iglesia y la plantamos en el mundo, por esto escribió los nombres de todos en los fundamentos de esta ciudad mística de María santísima, que fue el apoyo y fundamento en que se aseguraron los principios de la Santa Iglesia y de sus fundadores los apóstoles. Con su doctrina nos enseñó, con su sabiduría nos ilustró, con su caridad nos inflamó, con su paciencia nos toleró, con su mansedumbre nos atraía y con su consejo nos gobernaba, con sus avisos nos prevenía y con su poder divino, de que era dispensadora, nos libraba de los peligros. A todos acudía como a cada uno de nosotros y a cada uno como a todos juntos. Y los apóstoles tuvimos patentes las doce puertas de esta ciudad santa más que todos los otros hijos de Adán. Y mientras vivió por nuestra Maestra y amparo jamás se olvidó de alguno de nosotros, sino que en todo lugar y tiempo nos tuvo presentes y nosotros tuvimos su defensa y protección, sin faltarnos en alguna necesidad y trabajo. Y de esta grande y poderosa Reina y por ella participamos y recibimos todos los beneficios, gracias y dones que nos comunicó el brazo del Altísimo, para ser idóneos ministros del Nuevo Testamento (2 Cor 3,6). Y por todo esto estaban nuestros nombres en los fundamentos del muro de esta ciudad mística, la beatísima María.

29. “Y el que hablaba conmigo tenía una medida de oro, como caña para medir la ciudad, sus puertas y su muro. Y la ciudad está puesta en cuadrángulo, con igual longitud y latitud. Y midió la ciudad con la caña de oro, con que tenía doce mil estadios. Y su longitud, latitud y altura eran iguales.” (Ap 21,15-16) Para que yo entendiese la magnitud inmensa de esta ciudad santa de Dios, la midió en mi presencia el mismo que me hablaba. Y para medirla tenía en la mano una vara o caña de oro, que era el símbolo de la humanidad deificada con la persona del Verbo y de sus dones, gracia y merecimientos, en que se encierra la fragilidad del ser humano y terreno y la inmutabilidad preciosa e inestimable del ser divino que realzaba a la humanidad y sus merecimientos. Y aunque esta medida excedía tanto a lo mensurado, pero no se hallaba otra en el cielo ni en la tierra con que medir a María santísima y su grandeza fuera de la de su Hijo y Dios verdadero, porque todas las criaturas humanas y angélicas eran inferiores y desiguales para investigar y medir esta ciudad mística y divina. Pero medida con su Hijo, era proporcionada con él, como Madre digna suya, sin faltarle cosa alguna para esta proporcionada dignidad. Y su grandeza contenía doce mil estadios, con igualdad por todas cuatro superficies de su muro, que cada lienzo contenía doce mil de largo y de alto, con que venía a estar en cuadro y correspondencia muy igual. Tal era la grandeza e inmensidad y correspondencia de los dones y excelencias de esta gran Reina, que si los demás santos lo recibieron con medida de cinco o dos talentos, pero ella de doce mil cada uno, excediéndonos a todos con inmensa magnitud. Y aunque fue medida con esta proporción cuando bajó del no ser al ser en su Inmaculada Concepción, prevenida para Madre del Verbo eterno, pero en esta ocasión que bajó del cielo a plantar la Iglesia fue medida otra vez con la proporción de su Unigénito a la diestra del Padre y se halló con la correspondencia ajustada para tener allí aquel lugar y volver a la Iglesia para hacer el oficio de su mismo Hijo y Reparador del mundo.

30. Y la fábrica del muro era de piedra de jaspe; pero la ciudad era de oro finísimo, semejante al vidrio puro y limpio. Y sus fundamentos estaban adornados con todo género de piedras preciosas.” (Ap 21,18-19) Las obras y compostura exterior de María santísima, que se manifestaban a todos como en la ciudad se manifiesta el muro que la rodea, todas eran de tan hermosa variedad y admiración a los que la miraban y comunicaban, que sólo con su ejemplo vencía y atraía los corazones y con su presencia ahuyentaba los demonios y deshacía todas sus fantásticas ilusiones, que por eso el muro de esta ciudad santa era de jaspe. Y con su proceder y obrar en lo exterior hizo nuestra Reina mayores frutos y maravillas en la primitiva Iglesia, que todos los apóstoles y santos de aquel siglo. Pero lo interior de esta divina ciudad era finísimo oro de inexplicable caridad, participada de la de su mismo Hijo, y tan inmediata a la del ser infinito que parecía un rayo de ella misma. Y no sólo era esta ciudad de oro levantado en lo precioso, sino también era como vidrio claro, puro y transparente, porque era un espejo inmaculado en que reverberaba la misma divinidad, sin que en ella se conociese otra cosa fuera de esta imagen. Y a más de esto era como una tabla cristalina en que estaba escrita la ley del Evangelio, para que por ella y en ella se manifestase al mundo todo, y por eso era de vidrio claro y no de piedra oscura (Ex 31,18) como las de Moisés para un pueblo solo. Y los fundamentos que se descubrían en el muro de esta gran ciudad todos eran de preciosas piedras, porque la fundó el Altísimo de su mano, como poderoso y rico, sin tasa ni medida, sobre lo más precioso, estimable y seguro de sus dones, privilegios y favores, significados en las piedras de mayor virtud, estimación, riqueza y hermosura que se conoce entre las criaturas. Véase en el capítulo 19 de la primera parte, libro primero (Cf. supra p.I n.285-296).

31. “Y las puertas de la ciudad, cada una era una preciosa margarita. Doce puertas, doce margaritas, y la plaza oro lucidísimo como el vidrio. Y no había templo en ella, porque su templo es el mismo Dios omnipotente y el Cordero.” (Ap 21,21-22) El que llegare a esta ciudad santa de María para entrar en ella por fe, esperanza, veneración, piedad y devoción, hallará la preciosa margarita que le haga dichoso, rico y próspero en esta vida y en la otra bienaventurado por su intercesión. Y no sentirá horror de entrar en esta ciudad de refugio, porque sus puertas son amables y de codicia, como preciosas y ricas margaritas, para que ninguno de los mortales tenga excusa si no se valiere de María santísima y de su dulcísima piedad con los pecadores, pues nada hubo en ella que dejase de atraerlos a sí y al camino de la eterna vida. Y si las puertas son tan ricas y llenas de hermosura a quien llegase, más lo será el interior que es la plaza de esta admirable ciudad, porque es de finísimo oro y muy lucido, de ardentísimo amor y deseo de admitir a todos, enriquecerlos con los tesoros de la felicidad eterna. Y para esto se manifiesta a todos con su claridad y luz, y ninguno hallará en ella tinieblas de falsedad o engaño. Y porque en esta ciudad santa de María venía el mismo Dios por especial modo y el Cordero, que es su Hijo sacramentado, que la llenaban y ocupaban, por esto no vi en ella otro templo ni propiciatorio más que al mismo Dios omnipotente y al Cordero. Ni tampoco era necesario que en esta ciudad se hiciera templo para que orase y pidiese con acciones y ceremonias como en los demás, que para sus súplicas van a los templos, porque el mismo Dios y su Hijo eran su templo y estaban atentos y propicios para todas sus peticiones, oraciones y ruegos que por los fieles de la Iglesia ofrecía.

32. “Y no tenía necesidad de luz del sol ni de la luna, porque la claridad de Dios la daba luz y su lucerna es el Cordero.” (Ap 21,23). Después que nuestra Reina volvió al mundo de la diestra de su Hijo santísimo, no fue ilustrado su espíritu con el modo común de los santos, ni como el que tuvo antes de la Ascensión, sino que, en recompensa de la visión clara y fruición de que carecía para volver a la Iglesia militante, se le concedió otra visión abstractiva y continua de la divinidad, a que correspondía otra fruición proporcionada. Y con este especial modo participaba del estado de los comprensores, aunque estaba en el de viadora (Criatura racional que está en esta vida y aspira y camina a la eternidad.). Y fuera de este beneficio recibió también otro, que su Hijo santísimo sacramentado en las especies del pan perseveró siempre en el pecho de María como en su propio sagrario, y no perdía estas especies sacramentales hasta que recibía otras de nuevo. De manera que mientras vivió en el mundo después que descendió del cielo, tuvo consigo siempre a su Hijo santísimo y Dios verdadero sacramentado. Y en sí misma le miraba con una particular visión que se le concedió, para que le viese y tratase, sin buscar fuera de sí misma su real presencia. En su pecho le tenía, para decir con la Esposa: “Le tengo y no lo dejaré” (Cant 3,4). Con estos favores ni pudo haber noche en esta ciudad santa, en que alumbrase la gracia como luna, ni tuvo necesidad de otros rayos del sol de justicia, porque le tenía todo con plenitud y no por partes como los demás santos.

33. “Y caminarán las gentes en su resplandor, y los reyes de la tierra llevarán a ella su gloria y su honor” (Ap 21,24). Ninguna excusa ni disculpa tendrán los desterrados hijos de Eva, si con la divina luz que María santísima ha dado al mundo no caminaren a la verdadera felicidad. Para que ilustrase su Iglesia, la envió del cielo su Hijo y Redentor en sus primeros principios y la dio a conocer a los primogénitos de la Iglesia Santa. Después de la sucesión de los tiempos ha ido manifestando su grandeza y santidad por medio de las maravillas que esta gran Reina ha obrado en innumerables favores y beneficios que de su mano han recibido los hombres. Y en estos últimos siglos que son los presentes dilatará su gloria y la dará a conocer de nuevo con mayor resplandor, por la excesiva necesidad que tendrá la Iglesia de su poderosa intercesión y amparo para vencer al mundo, al demonio y a la carne, que por culpa de los mortales tomarán mayor imperio y fuerzas, como ahora las tienen para impedir les la gracia y hacerlos más indignos de la gloria. Contra la nueva malicia de Lucifer y sus seguidores quiere oponer el Señor los méritos y peticiones de su Madre purísima y la luz que envía al mundo de su vida y poderosa intercesión, para que sea refugio y sagrado de los pecadores y todos caminen y vayan a él por este camino tan recto y seguro y lleno de resplandor.

34. Y si los reyes y príncipes de la tierra caminasen con esta luz y llevasen su honor y gloria a esta ciudad santa de María y en exaltar su nombre y el de su Hijo santísimo empleasen la grandeza, potestad, riquezas y potencia de sus estados, asegúrense que si con este norte se gobernasen merecerían ser encaminados con el amparo de esta suprema Reina en el ejercicio de sus dignidades y con grande acierto gobernarían sus estados o monarquías. Y para renovar esta confianza en nuestros católicos príncipes, profesores y defensores de la santa fe, les hago manifiesto lo que ahora y en el discurso de esta Historia se me ha dado a entender para que así lo escriba. Esto es, que el supremo Rey de los reyes y Reparador de las monarquías ha dado a María santísima especial título de Patrona, Protectora y Abogada de estos reinos católicos. Y con este singular beneficio determinó el Altísimo prevenir el remedio de las calamidades y trabajos que al pueblo cristiano por sus pecados le habían de sobrevenir y afligir y sucedería en estos siglos presentes como con dolor y lágrimas lo experimentamos. El dragón infernal ha convertido su saña y furor contra la Santa Iglesia, conociendo el descuido de sus cabezas y de los miembros de este cuerpo místico y que todos aman la vanidad y deleite. Y la mayor parte de estas culpas y de su castigo toca a los más católicos, cuyas ofensas, como de hijos, son más pesadas, porque saben la voluntad de su Padre celestial que habita en las alturas y no la quieren cumplir más que los extraños. Y sabiendo también que el reino de los cielos padece fuerza y se alcanza con violencia (Mt 11,12), ellos se han entregado al ocio, a las delicias y a contemporizar con el mundo y la carne. Este peligroso engaño del demonio castiga el justo Juez por mano del mismo demonio, dándole por sus justos juicios licencia para que aflija a la Iglesia Santa y azote con rigor a sus hijos.

35. Pero el Padre de las misericordias que está en los cielos no quiere que las obras de su clemencia sean del todo extinguidas y para conservarlas nos ofrece el remedio oportuno de la protección de María santísima, sus continuos ruegos, intercesión y peticiones, con que la rectitud de la justicia divina tuviese algún título y motivo conveniente para suspender el castigo riguroso que merecemos y nos amenaza, si no procuramos granjear la intercesión de esta gran Reina y Señora del cielo, para que desenoje a su Hijo santísimo justamente indignado y nos alcance la enmienda de los pecados, con que provocamos su justicia y nos hacemos indignos de su misericordia. No pierdan la ocasión los príncipes católicos y los moradores de estos reinos cuando María santísima les ofrece los días de la salud y el tiempo más aceptable de su amparo (2 Cor 6,2). Lleven a esta Señora su honor y gloria, dándosela toda a su Hijo santísimo y a ella por el beneficio de la fe Católica que les ha hecho, conservándola hasta ahora en sus monarquías tan pura, con que han testificado al mundo el amor tan singular que Hijo y Madre santísimos tienen a estos reinos y el que manifiestan en darles este aviso saludable. Procuren, pues, emplear sus fuerzas y grandeza en dilatar la gloria y exaltación del nombre de Cristo por todas las naciones y el de María santísima. Y crean que será medio eficacísimo para obligar al Hijo engrandecer a la Madre con digna reverencia y dilatarla por todo el universo, para que sea venerada y conocida de todas las naciones.

36. En mayor testimonio y prueba de la clemencia de María santísima, añade el evangelista: “Que las puertas de esta Jerusalén divina no estaban cerradas ni por el día ni por la noche; para que todas las gentes lleven a ella su gloria y honra.” (Ap 21,25-26) Nadie, por pecador y tardo que haya sido, por infiel y pagano, llegue con desconfianza a las puertas de esta Madre de misericordia, que quien se priva de la gloria que gozaba a la diestra de su Hijo para venir a socorrernos no podrá cerrar las puertas de su piedad a quien llegare a ellas por su remedio con devoto corazón. Y aunque llegare en la noche de la culpa o en el día de la gracia y a cualquier hora de la vida, siempre será admitido y socorrido. Si el que llama a media noche a las puertas del amigo que de verdad lo es le obliga por la necesidad o por la importunidad a que se levante y le socorra dándole los panes que pide (Lc 11,8 (A.)), ¿qué hará la que es Madre y tan piadosa que llama, espera y convida con el remedio? No aguardará que seamos importunos, porque es presta en atender a los que la llaman, oficiosa en responder y toda suavísima y dulcísima en favorecer y liberal en enriquecer. Es el fomento de la misericordia, motivo para usar el Altísimo de ella y puerta del cielo para que entremos a la gloria por su intercesión y ruegos. Nunca entró en ella cosa manchada ni engañosa (Ap 21,27). Nunca se turbó, ni admitió indignación ni odio con los hombres, no se halló en ella jamás engaño, culpa ni defecto, nada le falta de cuanto se puede desear para remedio de los mortales. No tenemos excusa ni descargo, si no llegamos con humilde reconocimiento, que como es pura y limpia también nos purificará y limpiará a nosotros. Tiene la llave de las fuentes del Redentor, de que dice Isaías (Is 12,3) saquemos agua, y su intercesión, obligada de nuestros ruegos, vuelve la llave y salen las aguas para lavarnos ampliamente y admitirnos en su felicísima compañía y de su Hijo y Dios verdadero por todas las eternidades.

Doctrina que me dio la gran Reina y Señora de los ángeles.

37. “Hija mía, te quiero manifestar para tu aliento y de mis siervos que has escrito los misterios de estos capítulos con agrado y aprobación del Altísimo, cuya voluntad es que se manifieste al mundo lo que yo hice por la Iglesia volviendo a ella desde el cielo empíreo para ayudar a los fieles, y también el deseo que tengo de socorrer a los católicos que se valieren de mi intercesión y amparo, como el Altísimo me lo encargó, y yo con maternal afecto se le ofrezco a ellos. También ha sido especial el gozo de los santos, y entre ellos de mi hijo Juan, que hayas declarado el que tuvieron todos cuando subí con mi Hijo y mi Señor a los cielos acompañándole en su Ascensión, porque ya es tiempo que lo entiendan los hijos de la Iglesia y conozcan más expresamente la grandeza de beneficios a que me levantó el Todopoderoso y se levanten ellos en su esperanza, estando más capaces de lo que les puedo y quiero favorecer, porque me compadezco como madre amorosa de ver a mis hijos tan engañados del demonio y oprimidos de su tiranía a que ciegamente se han entregado. Otros grandes sacramentos encerró Juan mi siervo en el capítulo 21 y en el 12 del Apocalipsis de los beneficios que me hizo el Altísimo, y de todos has declarado en esta Historia lo que pueden conocer ahora los fieles para su remedio por mi intercesión, y más escribirás adelante.

38. “Pero desde luego para ti has de coger el fruto de todo lo que has entendido y escrito. Y en primer lugar, te debes adelantar en el cordial afecto y devoción que conmigo tienes y en una firmísima esperanza de que yo seré tu amparo en todas tus tribulaciones y te encaminaré en tus obras y que las puertas de mi clemencia estarán para ti patentes y también para todos cuantos tú me encomendares, si fueres la que yo quiero y tal como te deseo. Y para esto te advierto, carísima, y te aviso que, como yo fui renovada en el cielo por el poder divino para volver a la tierra y obrar en ella con nuevo modo y perfección, así el mismo Señor quiere que tú seas renovada en el cielo de tu interior y en el retiro y superior de tu espíritu y en la soledad de los ejercicios donde te has recogido para escribir lo que resta de mi vida. Y no entiendas se ha ordenado sin especial providencia, como lo conocerás ponderando lo que precedió en ti para dar principio a esta tercera parte, como lo has escrito. Ahora, pues, que sola y desocupada del gobierno y conversación de tu casa te doy esta doctrina, es razón que con el favor de la divina gracia te renueves en la imitación de mi vida y en ejecutar en ti cuanto es posible lo que conoces en mí. Esta es la voluntad de mi Hijo santísimo, la mía y tus mismos deseos. Oye, pues, mi enseñanza y cíñete de fortaleza, determina con eficacia tu voluntad, para ser atenta, fervorosa, oficiosa, constante y diligentísima en el agrado de tu Esposo y Señor. Acostúmbrate a no perderle jamás de tu vista cuando desciendas a la comunicación de las criaturas y a las obras de Marta. Yo seré tu maestra, los ángeles te acompañarán, para que con ellos y sus inteligencias alabes continuamente al Señor, y Su Majestad te dará su virtud, para que pelees sus batallas con sus enemigos y tuyos. No te hagas indigna de tantos bienes y favores.”

CAPITULO 4

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Después de tres días que María santísima descendió del cielo se manifiesta y habla en su persona a los apóstoles, la visita Cristo nuestro Señor y otros misterios hasta la venida del Espíritu Santo.

39. Advierto de nuevo a los que leyeren esta Historia que no extrañen los ocultos sacramentos de María santísima que en ella vieren escritos, ni los tengan por increíbles por haberlos ignorado el mundo hasta ahora, porque a más de que todos caben digna y convenientemente en esta gran Reina, aunque la Santa Iglesia hasta ahora no haya tenido historias auténticas de las obras maravillosas que hizo después de la Ascensión de su Hijo santísimo, no podemos negar que serían muchas y muy grandiosas, pues quedaba por maestra, protectora y madre de la ley evangélica, que se introducía en el mundo debajo de su amparo y protección. Y si para este ministerio la renovó el altísimo Señor, como se ha dicho, y en ella empleó todo el resto de su omnipotencia, ningún favor o beneficio por grande que sea se le ha de negar a la que fue única y singular, como no disuene de la verdad Católica.

40. Estuvo tres días en el cielo gozando de la visión beatífica, como dije en el primer capítulo (Cf. supra n.3), y descendió a la tierra el día que corresponde al domingo después de la Ascensión, que llama la Santa Iglesia infraoctava de la fiesta. Estuvo en el cenáculo otros tres días gozando de los efectos de la visión de la divinidad y templándose los resplandores con que venía de las alturas, conociendo el misterio sólo el evangelista Juan, porque no convenía manifestar este secreto a los demás apóstoles por entonces ni ellos estaban harto capaces para él. Y aunque asistía con ellos, se les encubría su refulgencia los tres días que la tuvo en la tierra, y fue así conveniente, pues el mismo evangelista a quien se le concedió este favor cayó en tierra postrado cuando llegó a su presencia, como arriba se dijo (Cf. supra n.6), aunque fue confortado con especial gracia para la primera vista de su beatísima Madre. Tampoco fue conveniente que luego y repentinamente le quitase el Señor a nuestra gran Reina la refulgencia y los demás efectos exteriores e interiores con que venía desde su gloria y trono, sino que con orden de su sabiduría infinita fuese poco a poco remitiendo aquellos dones y favores tan divinos, para que volviese el virginal cuerpo al estado visible más común en que pudiera conversar con los apóstoles y con los otros fieles de la Santa Iglesia.

41. Dejo asimismo advertido arriba (Cf. supra p.II n.1512) que esta maravilla de haber estado María santísima personalmente en el cielo no contradice a lo que está escrito en los Actos apostólicos (Act 1,14 (A.)), que los apóstoles y mujeres santas perseveraron unánimes en oración con María Madre de Jesús y sus hermanos después que Su Majestad subió a los cielos. La concordia de este lugar con lo que he dicho es clara, porque San Lucas escribió aquella historia según lo que él y los apóstoles vieron en el cenáculo de Jerusalén y no el misterio que ignoraba. Y como el cuerpo purísimo estaba en dos partes, aunque la atención y el uso de las potencias y sentidos fuese más perfecto y real en el cielo, es verdad que asistía con los apóstoles y que todos la veían. Y a más de esto, se verifica que María santísima perseveraba con ellos en oración, porque desde el cielo los veía y unía su oración y peticiones con todos los moradores del santo cenáculo, y en la diestra de su Hijo santísimo se las presentó y alcanzó para ellos la perseverancia y otros grandes favores del Altísimo.

42. Los tres días que estuvo esta gran Señora en el cenáculo gozando de los efectos de la gloria y en el ínterin que se iban templando los resplandores de su redundancia, se ocupó en encendidos y divinos afectos de amor, de agradecimiento y de inefable humildad, que no hay términos ni razones para manifestar lo que de este sacramento he conocido, aunque será muy poco respecto de la verdad. En los mismos ángeles y serafines que la asistían causó nueva admiración, y con ella conferían entre sí mismos cuál era mayor maravilla, haber levantado el brazo poderoso del Altísimo a una pura criatura a tantos favores y grandeza o el ver que después de hallarse tan levantada y enriquecida de gracia y gloria sobre todas las criaturas se humillase, reputándose por la más ínfima entre ellas. Con esta admiración conocí que los mismos serafines estaban como suspensos - a nuestro modo de entender - mirando a su Reina en las obras que hacía, y hablando unos con otros decían: “Si los demonios antes de su caída llegaran a conocer este raro ejemplo de humildad, no fuera posible que a vista suya se levantaran en su soberbia. Esta nuestra gran Señora es la que sin defecto, sin mengua, no por partes, sino con toda plenitud, llenó los vacíos de la humildad de todas las criaturas. Ella sola ponderó dignamente la majestad y sobre eminente grandeza del Criador y la poquedad de todo lo criado. Ella es la que sabe cuándo y cómo ha de ser obedecido y venerado, y como lo sabe lo ejecuta. ¿Es posible que entre las espinas que sembró el pecado en los hijos de Adán produjese la tierra este candidísimo lirio de tanto agrado para su Criador y fragancia para los mortales (Cant 2,2; 6,1 (A.)), y que del desierto del mundo, yermo de la gracia y todo terreno, se levantase tan divina criatura, tan afluente de las divinas delicias del Todopoderoso (Cant 8,5)? Eternamente sea alabado en su sabiduría y bondad, que formó tal criatura tan ordenada y admirable para santa emulación de nuestra naturaleza, para ejemplo y gloria de la humana. Y tú, bendita entre las mujeres, señalada y escogida entre todas las criaturas, seas bendita, conocida y alabada de todas las generaciones. Goces por toda la eternidad de la excelencia que te dio tu Hijo y nuestro Criador. Tenga en ti su agrado y complacencia, por la hermosura de tus obras y prerrogativas; quede saciada en ellas la inmensa caridad con que desea la justificación de todos los hombres. Tú por todos le des satisfacción y mirándote a ti sola no le pesará haber criado a los demás ingratos. Y si ellos le irritan y desobligan, tú le aplacas y le haces propicio y caricioso. Y no admiramos que tanto favorezca a los hijos de Adán, pues tú, Señora y Reina nuestra, vives con ellos y son de tu pueblo.”

43. Con estas alabanzas y otros muchos cánticos que hacían los santos ángeles celebraron la humildad y obras de María santísima después que descendió del cielo, y en algunos de estos loores alternó ella con sus respuestas. Antes que la dejasen en el cenáculo los que volvieron al cielo después de haberla acompañado y pasados los tres días que estuvo en él sabiendo sólo San Juan los resplandores que la cercaban conoció que ya era tiempo de tratar y conversar con los fieles. Lo hizo así y miró a los apóstoles y discípulos con gran ternura como piadosa Madre, y acompañándolos en la oración que hacían los ofreció con lágrimas a su Hijo santísimo y pidió por ellos y por todos los que en los futuros siglos habían de recibir la santa Fe Católica y la gracia. Y desde aquel día, sin omitir alguno de los que vivió en la Santa Iglesia, pidió también al Señor que acelerase los tiempos en que se habían de celebrar en ella las festividades de sus misterios, como en el cielo se le había manifestado de nuevo. Pidió también que Su Majestad enviase al mundo los varones de levantada y señalada santidad para la conversión de los pecadores, de que tenía la misma ciencia. Y en estas peticiones era tanto el ardor de la caridad con los hombres, que naturalmente la quitara la vida, y para alentarla y moderar la fuerza de estos anhelos muchas veces le envió su Hijo santísimo uno de los serafines más supremos que la respondiese y dijese que se cumplirían sus deseos y peticiones, declarándola el orden que la divina Providencia había de guardar en esto para mayor utilidad de los mortales.

44. Con la visión de la divinidad, de que gozaba por el modo abstractivo que tengo dicho (Cf. supra n.32), era tan inefable el incendio de amor que padecía aquel castísimo y purísimo corazón, que sin comparación excedía a los más inflamados serafines, inmediatos al trono de la divinidad. Y cuando alguna vez descendía un poco de los efectos de esta divina llama, era para mirar la humanidad de su Hijo santísimo, porque ninguna especie de otras cosas visibles reconocía en su interior, salvo cuando actualmente trataba con los sentidos a las criaturas. Y en esta noticia y memoria de su amado Hijo sentía algún natural cariño de su ausencia, aunque moderado y perfectísima, como de madre prudentísima. Pero como en el corazón del Hijo correspondía el eco de este amor, se dejaba herir de los deseos de su amantísima Madre, cumpliéndose a la letra lo que dijo en los Cantares (Cant 6,4 (A.)), le hacían volar y le traían a la tierra los ojos con que le miraba su querida Madre y Esposa.

45. Sucedió esto muchas veces, como diré adelante (Cf. infra n.213,347,357.598,619,631,646,656,665,etc.), y la primera fue en uno de los pocos días que pasaron después que la gran Señora descendió del cielo, antes de la venida del Espíritu Santo, aún no seis días después que conversaba con los apóstoles. En este breve espacio descendió Cristo nuestro Salvador en persona a visitarla y llenarla de nuevos dones y consolación inefable. Estaba la candidísima paloma adolecida de amor y con aquellos deliquios que ella confesó causaba la caridad bien ordenada en la oficina del Rey (Cant 2,4-5 (A.)). Y Su Majestad, llegando a ella en esta ocasión, la reclinó sobre su pecho en la mano siniestra de su deificada humanidad y con la diestra de la divinidad la iluminó y enriqueció y la bañó toda de nuevas influencias con que la vivificó y fortaleció. Allí descansaron las ansias amorosas de esta cierva herida, bebiendo a satisfacción en las fuentes del Salvador y fue refrigerada y fortalecida para encenderse más en la llama de su fuego amoroso que jamás se extinguió. Curó quedando más herida de esta dolencia, fue sana enfermando de nuevo y recibió vida para entregarse más a la muerte de su afecto, porque este linaje de dolencia ni conoce otra medicina ni admite otro remedio. Y cuando la dulcísima Madre con este favor cobró algún esfuerzo y se le concedió el Señor a la parte sensitiva, se postró ante Su Real Majestad y de nuevo le pidió la bendición con profunda humildad y fervoroso agradecimiento por el favor que recibió con su vista.

46. Estaba la prudentísima Señora desimaginada de este beneficio, no sólo por haber tan poco tiempo carecía de la presencia humana de su santísimo Hijo, sino porque Su Majestad no le declaró cuándo la visitaría y su altísima humildad no la dejaba pensar que la dignación divina se inclinaría a darla aquel consuelo. Y como ésta fue la primera vez que la recibió, fue mayor la admiración con que quedó más humillada y aniquilada en su estimación. Estuvo cinco horas gozando de la presencia y regalos de su Hijo santísimo, y nadie de los apóstoles conoció entonces este beneficio, aunque en el semblante con que vieron a la divina Reina y en algunas acciones sospecharon tenía novedad admirable, pero ninguno se atrevió a preguntarle la causa por el temor y reverencia con que la miraban. Para despedirse de su Hijo purísimo al tiempo que conoció se quería volver a los cielos, se postró de nuevo en tierra, pidiéndole otra vez su bendición y licencia para que si alguna la visitase como entonces reconociese en su presencia los defectos que cometía en ser agradecida y darle el retorno que debía a sus beneficios. Hizo esta petición, porque el mismo Señor la ofrecía que la visitaría algunas veces en su ausencia y porque antes de la subida a los cielos, cuando vivían juntos, acostumbraba la humilde Madre a postrarse ante su Hijo y Dios verdadero, reconociéndose indigna de sus favores y tarda en recompensarlos, como en la segunda parte queda dicho (Cf. supra p.II n.698, 989, 921,1028). Y aunque no pudo acusarse de alguna culpa, porque ninguna cometió la que era Madre de la santidad, ni tampoco con ignorancia se persuadió a que la tenía porque era Madre de la sabiduría, pero dio el Señor lugar a su humildad, amor y ciencia, para que llegase a la digna ponderación de la deuda que como pura criatura tenía a Dios como a Dios, y con este altísimo conocimiento y humildad le parecía poco todo lo que hacía en retorno de tan soberanos beneficios. y esta desigualdad atribuía a sí misma y aunque no era culpa quería confesar la inferioridad del ser terreno comparado con la divina excelencia.

47. Pero entre los inefables misterios y favores que recibió desde el día de la Ascensión de su Hijo Jesús Salvador nuestro, fue admirable la atención que esta prudentísima Maestra tuvo para que los apóstoles y demás discípulos se preparasen dignamente para recibir al Espíritu Santo. Conocía la gran Reina cuán estimable y divino era este beneficio que les prevenía el Padre de las lumbres y conocía también el cariño sensible de los apóstoles con la humanidad de su Maestro Jesús y que los embarazaría algo la tristeza que padecían por su ausencia. Y para reformar en ellos este defecto y mejorarlos en todo, como piadosa Madre y poderosa Reina, en llegando al cielo con su Hijo santísimo despachó otro de sus ángeles al cenáculo para que les declarase su voluntad y la de su Hijo, que era se levantasen a sí sobre sí y estuviesen más donde amaban por fe al ser de Dios que donde animaban que eran los sentidos, y que no se dejasen llevar de la vista sola de la humanidad, sino que les sirviese de puerta y camino para pasar a la divinidad, donde se halla adecuada satisfacción y reposo. Mandó la divina Reina al santo ángel que todo esto les inspirase y dijese a los apóstoles. Y después que la prudentísima Señora descendió de las alturas, los consoló en su tristeza y los alentó en el desmayo que tenían, y cada día una hora les hablaba y la gastaba en declararles los misterios de la fe que su Hijo santísimo le había enseñado. Y no lo hacía en forma de magisterio sino como confiriéndolo, y les aconsejó hablasen ellos otra hora confiriendo los avisos y promesas, doctrina y enseñanza de su divino Maestro Jesús y que otra parte del día rezasen vocalmente el Pater Noster y algunos salmos y que lo demás gastasen en oración mental y a la tarde tomasen algún alimento de pan y peces y el sueño moderado. Y con esta oración y ayuno se dispusiesen para recibir al Espíritu Santo que vendría sobre ellos.

48. Desde la diestra de su Hijo santísimo cuidaba la vigilante Madre de aquella dichosa familia, y para dar a todas las obras el supremo grado de perfección, aunque hablaba después de bajar del cielo a los apóstoles, nunca lo hizo sin que San Pedro o San Juan se lo mandasen. Y pidió y alcanzó de su Hijo santísimo que así se lo inspirase a ellos, para obedecerlos como a sus vicarios y sacerdotes, y lodo se cumplía como la Maestra de la humildad prevenía, y después obedecía como sierva, disimulando la dignidad de Reina y de Señera, sin atribuirse autoridad, dominio ni superioridad alguna, sino obrando como inferior a todos. Con este modo hablaba a los apóstoles y con los otros fieles. Y en aquellos días les declaró el misterio de la Santísima Trinidad con términos muy altos e incomprensibles, pero inteligibles y acomodados al entender de todos. Luego les declaró el misterio de la unión hipostática y todos los de la Encarnación y otros muchos de la doctrina que habían oído de su Maestro, y cómo para mayor inteligencia serían ilustrados por el Espíritu Santo cuando le recibiesen.

49. Les enseñó a orar mentalmente, declarándoles la excelencia y necesidad de esta oración y que en la criatura racional el principal oficio y más noble ocupación ha de ser levantarse con el entendimiento y voluntad sobre todo lo criado al conocimiento y amor divino, y que ninguna otra cosa ni ocupación se debe anteponer ni interponer para que el alma se prive de este bien, que es el supremo de la vida y el principio de la felicidad eterna. Les enseñó también cómo debían agradecer al Padre de las misericordias el habernos dado a su Unigénito por nuestro Reparador y Maestro y el amor con que nos había redimido a costa de su pasión y muerte Su Majestad, y porque a ellos que eran sus apóstoles los había escogido entre los demás hombres para su compañía y fundamentos de su Santa Iglesia. Con estas exhortaciones y enseñanza ilustró la divina Madre los corazones de los once apóstoles y de los otros discípulos y los fervorizó y dispuso para que estuviesen idóneos y prevenidos a recibir al Espíritu Santo y sus divinos efectos. Y como penetraba sus corazones y conocía la condición y natural de cada uno a todos se acomodaba, como la necesidad de cada cual lo pedía, según su gracia y espíritu, para que con alegría, consuelo y fortaleza obrasen las virtudes, y en las exteriores les advirtió hiciesen humillaciones, postraciones y otras acciones de culto y reverencia, adorando a la majestad y grandeza del Altísimo.

50. Todos los días por la mañana y tarde iba a pedir la bendición a los apóstoles, primero a San Pedro como cabeza y luego a San Juan y a los demás por sus antigüedades. Al principio se querían retirar todos de hacer esta ceremonia con María santísima, porque la miraban como a Reina y Madre de su Maestro Jesús, pero la prudentísima Señora los obligó, para que todos la bendijesen como sacerdotes y ministros del Altísimo, declarándoles esta suprema dignidad y el oficio que por ella les tocaba, la suma reverencia y respeto que se les debía. Y como esta competencia venía a ser sobre quién más se humillaba, era cierto que la Maestra de la humildad había de quedar victoriosa y los discípulos vencidos y enseñados con su ejemplo. Por otra parte las palabras de María santísima eran tan dulces, ardientes y eficaces en mover los corazones de todos aquellos primeros fieles, que con una fuerza divina y suavísima los ilustraba y reducía a obrar todo lo más santo y perfecto de las virtudes. Y reconociendo ellos estos admirables efectos en sí mismos, los conferían unos con otros y admirados decían: “Verdaderamente en esta pura criatura hallamos la misma enseñanza, doctrina y consuelo que nos faltó con la ausencia de su Hijo y nuestro Maestro. Sus obras y palabras, sus consejos y comunicación llena de suavidad y mansedumbre, nos enseña y obliga, como lo sentíamos con nuestro Salvador cuando nos hablaba y vivía con nosotros. Ahora se encienden nuestros corazones con la doctrina y exhortaciones de esta admirable criatura, como nos sucedía con las palabras de Jesús nuestro Salvador. Sin duda que como Dios omnipotente ha depositado en la Madre de su Unigénito la sabiduría y virtud divina. Podemos ya enjugar las lágrimas, pues para nuestra enseñanza y consuelo nos dejó tal Madre y Maestra y nos concedió tener con nosotros esta viva arca del Testamento, donde depositó su ley, su vara de los prodigios, el maná dulcísimo para nuestra vida y consuelo.”

51. Si los sagrados apóstoles y los demás hijos primitivos de la Santa Iglesia nos hubieran dejado escrito lo que conocieron y alcanzaron de la gran Señora María santísima y de su eminente sabiduría como testigos de vista, lo que la oyeron, hablaron y comunicaron en tanto tiempo, con estos testimonios tuviéramos noticia más expresa de la santidad y obras heroicas de la Emperatriz de las alturas y cómo en la doctrina que enseñaba y en los efectos que obraba se conocía haberle comunicado su Hijo santísimo un linaje de virtud divina semejante a la suya; aunque en el Señor estaba como la fuente en su origen y en su beatísima Madre estaba como en el arcaduz o conducto por donde se comunicaba y comunica a todos los mortales. Pero los apóstoles fueron tan felices y dichosos que bebieron las aguas del Salvador y de la doctrina de su purísima Madre en su misma fuente, recibiéndolas por el sentido, como convenía para el ministerio y oficio que se les encargaba de fundar la Iglesia y plantar la fe del Evangelio por todo el orbe.

52. Por la traición y muerte del infeliz entre los nacidos, Judas, estaba su obispado, como dijo David (Sal 108,8 (A.)), de vacante y era necesario que se proveyese en otro digno del apostolado, porque era voluntad del Altísimo que para la venida del Espíritu Santo estuviese cumplido el número de los doce, como el Maestro de la vida los había numerado cuando los eligió. Este orden del Señor les declaró María santísima a los once apóstoles en una de las pláticas que les hacía, y todos admitieron la proposición y la suplicaron que como Madre y Maestra nombrase ella al que conociese por más digno e idóneo para el apostolado. No lo ignoraba la divina Señora, porque tenía escritos en su corazón los nombres de los doce con San Matías, como dije en el segundo capítulo (Cf. supra n.28). Pero con su humilde y profunda sabiduría conoció que convenía remitir aquella diligencia a San Pedro, para que comenzase a ejercer en la nueva Iglesia el oficio de Pontífice y cabeza, como vicario de Cristo, su autor y Maestro. Le ordenó al apóstol que esta elección la hiciese en presencia de todos los discípulos y otros fieles, para que todos le viesen obrar como suprema Cabeza de la Iglesia. Y así lo hizo San Pedro como lo ordenó la Reina.

53. El modo de esta primera elección que se hizo en la Iglesia refiere San Lucas en el capítulo 1 de los Hechos apostólicos (Act 1,15ss). Dice que en aquellos días que fueron entre la Ascensión y venida del Espíritu Santo el apóstol San Pedro, habiendo juntado los ciento y veinte que se hallaron también a la subida del Señor a los cielos, les hizo una plática en que les declaró cómo convenía haberse cumplido la profecía de David de la traición de Judas, la cual dejó escrita en el salmo 40 (Sal 40,10), y cómo habiendo sido elegido entre los doce apóstoles prevaricó infelizmente y se hizo caudillo de los que prendieron a Jesús y del precio por que le vendió le quedó por posesión el campo que se compró con él - que en la lengua común llamaban Haceldama - y al fin como indigno de la misericordia divina se colgó a sí mismo y reventó por medio, derramando sus entrañas. Como todo era notorio a cuantos estaban en Jerusalén; y convenía que fuese elegido otro en su lugar en el apostolado para testificar la Resurrección del Salvador, conforme otra profecía del mismo David (Sal 108,8); y éste que había de ser elegido debía ser alguno de los que habían seguido a Cristo su Maestro en la predicación desde el bautismo de San Juan.

54. Acabada esta plática y convenidos todos los fieles en que se hiciera elección del decimosegundo apóstol, se remitió a San Pedro el modo de la elección. Determinó el apóstol que de entre los sesenta y dos discípulos se nombrasen dos, que fueron José, llamado el Justo, y Matías, y entre los dos se sortease y se tuviese por apóstol aquel a quien le cupiese la suerte. Aprobaron todos este modo de elegir, que entonces era muy seguro porque la virtud divina obraba grandes maravillas para fundar la Iglesia. Y escribiendo los nombres de los dos cada uno en una cédula con el oficio de discípulo y apóstol de Cristo, los pusieron en un vaso que no se viese, y todos hicieron oración pidiendo a Dios eligiese a quien fuera su santísima voluntad, pues conocía como Señor los corazones de todos. Luego San Pedro sacó una suerte en que estaba escrito: “Matías, discípulo y apóstol de Jesús,” y con alegría de todos fue reconocido y admitido San Matías por legítimo apóstol y los once le abrazaron. Y María santísima, que a todo estaba presente, le pidió la bendición y a su imitación lo hicieron los demás fieles y todos continuaron la oración y ayuno hasta la venida del Espíritu Santo.

Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.

55. “Hija mía, te admiras con razón de los ocultos y soberanos favores que recibí de la diestra de mi Hijo y de la humildad con que los recibía y agradecía, de la caridad y atención que entre este gozo tenía a las necesidades de los apóstoles y fieles de la Santa Iglesia. Tiempo es ya, carísima, de que en ti cojas el fruto de esta ciencia; ni tú puedes ahora entender más, ni mi deseo en ti se extiende a menos que a tener una hija fiel que me imite con fervor y una discípula que me oiga y siga con todo el corazón. Enciende, pues, la luz de tu viva fe, con saber que yo soy tan poderosa para favorecerte y ayudarte, y fía de mí, que lo haré sobre tus deseos y seré liberal sin escasez en llenarte de grandes bienes. Pero tú para recibirlos humíllate más que la misma tierra y toma el último lugar entre las criaturas, pues por ti misma eres más inútil que el más vil y desechado polvo y nada tienes más que la misma miseria y necesidad. Pondera bien con esta verdad cuánta y cuál es contigo la clemencia y dignación del Altísimo y qué grado de agradecimiento y retorno le debes; y si el que paga, aunque sea por entero, lo que debe, no tiene de qué gloriarse, tú, que no puedes satisfacer por tanta deuda, justo es que quedes humillada, pues quedas siempre deudora, aunque siempre trabajes cuanto puedas. Pues, ¿qué será siendo remisa y negligente?

56. “Con esta prudencia y atención conocerás cómo debes imitarme en la fe viva, en la esperanza cierta, en la caridad fervorosa, en la humildad profunda y en el culto y reverencia debida a la infinita grandeza del Señor. Y te advierto de nuevo que la sagacidad de la serpiente es vigilantísima contra los mortales para que no atiendan a la veneración y culto que se debe a su Dios y con vana osadía desprecian esta virtud y las que en sí contiene. En los mundanos y viciosos introduce un estultísimo olvido de las verdades católicas, para que la fe divina no les proponga el temor y veneración que se debe al Muy Alto, y en esto los hace muy semejantes a los paganos, que no conocen la verdadera divinidad. A otros, que desean la virtud y hacen algunas obras buenas, les causa el enemigo una tibieza y negligencia peligrosa con que pasan inadvertidos de lo que pierden por faltarles el fervor. Y a los que tratan de más perfección, los pretende este dragón engañar con una grosera confianza, para que con los favores que reciben o con la clemencia que conocen, se juzguen por muy familiares con el Señor y se descuiden en la humilde veneración y temor con que han de estar en presencia de tanta Majestad, ante quien tiemblan las potestades del cielo, como la Santa Iglesia se lo enseña (Prefacio de la misa). Y porque en otras ocasiones te he amonestado y advertido de este peligro basta ahora acordártelo.

57. “Pero de tal manera quiero que seas fiel y puntual en ejercitar esta doctrina, que en todas tus acciones exteriores sin afectación ni extremos la confieses y practiques, para que con ejemplo y palabras enseñes a todos los que te trataren el temor santo y veneración que las criaturas deben al Criador. Y especialmente quiero que a tus religiosas las adviertas y enseñes esta ciencia, para que no ignoren la humildad y reverencia con que han de tratar con Dios. Y la más eficaz enseñanza será en ti el ejemplo en las obras de obligación, porque éstas ni las debes ocultar ni omitirlas por temor de la vanidad. Esta obligación es mayor en el que gobierna a otros, que es deuda del oficio exhortar, mover y encaminar a los súbditos en el temor santo del Señor y esto se hace más eficazmente con el ejemplo que con las palabras. En particular las amonesta a la veneración que han de tener a los sacerdotes, como ungidos y cristos del Señor. Y tú a imitación mía pídeles siempre la bendición cuando llegares a oírles y te despidieres de ellos. Y cuando más favorecida te veas de la divina dignación, vuelve también los ojos a las necesidades y aflicciones de tus prójimos y al peligro de los pecadores, y pide por todos con viva fe y confianza, que no es legítimo amor con Dios si sólo con gozar se contenta y se olvida de sus hermanos. Aquel sumo bien que conoces y participas, has de solicitar y pedir se comunique a todos, pues a nadie excluye y todos necesitan de su comunicación y auxilio divino. En mi caridad conoces lo que debes imitar en todo.”

CAPITULO 5

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La venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles y otros fieles; le vio María santísima intuitivamente y otros ocultísimos misterios y secretos que sucedieron entonces.

58. En compañía de la gran Reina del cielo perseveraban alegres los doce apóstoles con los demás discípulos y fieles aguardando en el cenáculo la promesa del Salvador, confirmada por la Madre santísima, de que les enviaría de las alturas al Espíritu consolador, que les enseñaría y administraría todas las cosas que en su doctrina habían oído (Jn 14,26). Estaban todos unánimes y tan conformes en la caridad, que en todos aquellos días ninguno tuvo pensamiento, afecto, ni ademán contrario de los otros; uno mismo era el corazón y alma de todos en el sentir y obrar. Y aunque se ofreció la elección de San Matías, no intervino entre todos estos nuevos hijos de la Iglesia un ademán ni menor movimiento de discordia, con ser esta ocasión en la que los diferentes dictámenes arrastran la voluntad para discordar aun los más atentos, porque todos lo son para seguir cada uno su parecer y no reducirse al ajeno. Pero entre aquella santa congregación no tuvo entrada la discordia, porque los unió la oración, el ayuno y el estar todos esperando la visita del Espíritu Santo, que sobre corazones encontrados y discordes no puede tener asiento. Y para que se vea cuán poderosa fue esta unión de caridad, no sólo en disponerlos para recibir el Espíritu Santo, sino también para vencer a los demonios y ahuyentarlos, advierto que desde el infierno, donde estaban aterrados después de la muerte de nuestro Salvador Jesús, desde allí sintieron nueva opresión y terror con las virtudes de los que estaban en el cenáculo; aunque no las conocieron en particular, sintieron que de allí les resultaba aquella nueva fuerza que los acobardaba y juzgaron que se destruía su imperio con lo que aquellos discípulos de Cristo comenzaban a obrar en el mundo con su doctrina y ejemplo.

59. La Reina de los ángeles María santísima con la plenitud de sabiduría y gracia conoció el tiempo y la hora determinada por la divina voluntad para enviar al Espíritu Santo sobre el colegio apostólico. y como se cumpliesen los días de Pentecostés (Act 2,1ss), que fue cincuenta días después de la Resurrección del Señor y nuestro Redentor, vio la beatísima Madre cómo en el cielo la humanidad de la persona del Verbo proponía al eterno Padre la promesa que el mismo Salvador dejaba hecha en el mundo a sus apóstoles, de enviarles al divino Espíritu consolador, y que se cumplía el tiempo determinado por su infinita sabiduría para hacer este favor a la Santa Iglesia para plantar en ella la fe que el mismo Hijo había ordenado y los dones que le había merecido. Propuso Su Majestad también los méritos que en la carne mortal había adquirido con su santísima vida, pasión y muerte y los misterios que había obrado para remedio del humano linaje, y que era su medianero, abogado e intercesor entre el eterno Padre y los hombres, y que entre ellos vivía su dulcísima Madre, en quien las divinas personas se complacían. Pidió también Su Majestad que viniese el Espíritu Santo al mundo en forma visible, a más de la gracia y dones invisibles, porque así convenía para honrar la ley del Evangelio a vista del mundo, para confortar y alentar más a los apóstoles y fieles que habían de predicar la palabra divina, para causar terror en los enemigos del mismo Señor, que en su vida le habían perseguido y despreciado hasta la muerte de Cruz.

60. Esta petición, que hizo nuestro Redentor en el cielo, acompañó su Madre santísima desde la tierra en la forma que a la piadosa Madre de los fieles competía. Y estando con profunda humildad postrada en tierra en forma de cruz, conoció cómo en el consistorio de la Beatísima Trinidad se admitía la petición del Salvador del mundo y que para despacharla y ejecutarla - a nuestro modo de entender - las dos personas del Padre y del Hijo, como principio de quien procede el Espíritu Santo, ordenaban la misión activa de la tercera Persona, porque a las dos se les atribuye el enviar la que procede de entrambos, y la tercera persona del Espíritu Santo aceptaba la misión pasiva y admitía venir al mundo. Y aunque todas estas Personas divinas y sus operaciones son de una misma voluntad infinita y eterna sin desigualdad alguna, pero las mismas potencias que en todas Personas son indivisas e iguales tienen unas operaciones ad intra en una persona que no las tienen en otra; y así el entendimiento en el Padre engendra y no en el Hijo, porque es engendrado, y la voluntad en el Padre y en el Hijo espira y no en el Espirito Santo, que es espirado. Y por esta razón al Padre y al Hijo se les atribuye enviar, como principio activo, al Espíritu Santo ad extra y a él se le atribuye el ser enviado como pasivamente.

61. Precediendo las peticiones dichas, el día de Pentecostés por la mañana la prudentísima Reina previno a los apóstoles y a los demás discípulos y mujeres santas que todas eran ciento y veinte personas para que orasen y esperasen con mayor fervor, porque muy presto serían visitados de las alturas con el divino Espíritu. Y estando así orando todos juntos con la celestial Señora, a la hora de tercia se oyó en el aire un gran sonido de un espantoso tronido y un viento o espíritu vehemente con grande resplandor, como de relámpago y de fuego, y todo se encaminó a la casa del cenáculo, llenándola de luz y derramándose aquel divino fuego sobre toda aquella santa congregación. Aparecieron sobre la cabeza de cada uno de los ciento y veinte unas lenguas del mismo fuego en que venía el Espíritu Santo, llenándolos a todos y a cada uno de divinas influencias y dones soberanos y causando a un mismo tiempo muy diferentes y contrarios efectos en el cenáculo y en todo Jerusalén, según la diversidad de sujetos.

62. En María santísima fueron divinos y admirables para los cortesanos del cielo, que los demás somos muy inferiores para entenderlos y explicarlos. Quedó la purísima Señora transformada y elevada toda en el mismo altísimo Dios, porque vio intuitivamente y con claridad al Espíritu Santo y por algún espacio, aunque de paso, gozó de la visión beatífica de la divinidad, y de sus dones y efectos recibió sola ella más que todo el resto de los santos. Y su gloria por aquel tiempo excedió a la de los ángeles y bienaventurados. Y sola ella dio más gloria, alabanza y agradecimiento que todos ellos juntos por el beneficio de haber enviado el Señor a su divino Espíritu sobre la Santa Iglesia, empeñándose para enviarle muchas veces y gobernarla con su asistencia hasta el fin del mundo. Y de las obras que sola María santísima hizo en esta ocasión se complació y agradó la Beatísima Trinidad de manera que se dio Su Majestad como por pagado y satisfecho de este favor que hizo al mundo; y no sólo por satisfecho, pero hizo como si se hallara obligado, por tener a esta única criatura que el Padre miraba como Hija y el Hijo como Madre y el Espíritu Santo como a Esposa, a quien a nuestro modo de entender debía visitar y enriquecer después de haberla elegido para tan alta dignidad. Se renovaron en la digna y feliz Esposa todos los dones y gracias del Espíritu Santo con nuevos efectos y operaciones que no caben en nuestra capacidad.

63. Los apóstoles, como dice San Lucas (Act 2,4), fueron también llenos y repletos del Espíritu Santo, porque recibieron admirables aumentos de la gracia justificante en grado muy levantado y solos ellos doce fueron confirmados en esta gracia para no perderla. Respectivamente se les infundieron hábitos de los siete dones, sabiduría, entendimiento, ciencia, piedad, consejo, fortaleza y temor, todos en grado convenientísimo. En este beneficio tan grandioso y admirable como nuevo en el mundo, quedaron los doce apóstoles elevados y renovados para ser idóneos ministros del Nuevo Testamento (2 Cor 3,6) y fundadores de la Iglesia evangélica en todo el mundo, porque esta nueva gracia y dones les comunicaron una virtud divina que con eficaz y suave fuerza los inclinaba a lo más heroico de todas las virtudes y a lo supremo de la santidad. Y con esta fuerza oraban y obraban pronta y fácilmente todas las cosas, por arduas y difíciles que fuesen, y esto no con tristeza y por violenta necesidad, sino con gozo y alegría.

64. En todos los demás discípulos y otros fieles que recibieron el Espíritu Santo en el cenáculo, obró el Altísimo los mismos efectos con proporción y respectivamente, salvo que no fueron confirmados en gracia como los apóstoles, pero según la disposición de cada uno se les comunicó la gracia y dones con más o menos abundancia para el ministerio que les tocaba en la Santa Iglesia. Y la misma proporción se guardó en los apóstoles, pero San Pedro y San Juan señaladamente fueron aventajados en estos dones por los más altos oficios que tenían, el uno de gobernar la Iglesia como cabeza y el otro de asistir y servir a su Reina y Señora de cielo y tierra María santísima. El texto sagrado de San Lucas dice que el Espíritu Santo llenó toda la casa donde estaba aquella feliz congregación (Act 2,2), no sólo porque todos en ella quedaron llenos del divino Espíritu y de sus inefables dones, sino porque la misma casa fue llena de admirable luz y resplandor. Y esta plenitud de maravillas y prodigios redundó y se comunicó a otros fuera del cenáculo, porque obró también diversos y varios efectos el Espíritu Santo en los moradores y vecinos de Jerusalén. Todos aquellos que con alguna piedad se compadecieron de nuestro Salvador y Redentor Jesús en su pasión y muerte, doliéndose de sus acerbísimos tormentos y reverenciando su venerable persona, fueron visitados en lo interior con nueva luz y gracia que los dispuso para admitir después la doctrina de los apóstoles. Y los que se convirtieron con el primer sermón de San Pedro eran muchos de éstos, a quien su compasión y pena de la muerte del Señor les comenzó a granjear tanta dicha como ésta. Otros justos que estaban en Jerusalén fuera del cenáculo recibieron también grande consolación interior con que se movieron y dispusieron, y así obró en ellos el Espíritu Santo nuevos efectos de gracia, respectivamente, en cada uno.

65. Pero no son menos admirables, aunque más ocultos, otros efectos muy contrarios a los que he dicho, que el mismo Espíritu divino obró este día en Jerusalén. Sucedió, pues, que con el espantoso trueno y vehemente conmoción del aire y relámpagos en que vino el Espíritu Santo, turbó y atemorizó a todos los moradores de la ciudad enemigos del Señor, respectivamente a cada uno según su maldad y perfidia. Se señaló este castigo con todos cuantos fueron actores y concurrieron en la muerte de nuestro Salvador, particularizándose y airándose en malicia y rabia. Todos éstos cayeron en tierra por tres horas, dando en ella de cerebro. Y los que azotaron a Su Majestad murieron luego todos, ahogados de su propia sangre, que del golpe se les movió y trasvenó hasta sofocarlos, por la que con tanta impiedad derramaron. El atrevido que dio la bofetada a Su Majestad divina no sólo murió repentinamente, sino que fue lanzado en el infierno en alma y cuerpo. Otros de los judíos, aunque no murieron, quedaron castigados con intensos dolores y algunas enfermedades abominables, que con la sangre de Cristo de que se cargaron han pasado a sus descendientes y aun perseveran hoy entre ellos y los hacen inmundismos y horribles. Este castigo fue notorio en Jerusalén, aunque los pontífices y fariseos pusieron gran diligencia en desmentirlo, como lo hicieron en la Resurrección del Salvador; pero como esto no era tan importante no lo escribieron los apóstoles ni evangelistas, y la confusión de la ciudad y la multitud lo olvidó luego.

66. Pasó también el castigo y el temor hasta el infierno, donde los demonios le sintieron con nueva confusión y opresión, que les duró tres días, como a los judíos estar en tierra tres horas. Y en aquellos días estuvieron Lucifer y sus demonios dando formidables aullidos, con que todos los condenados recibieron nueva pena y aterramiento de confusísimo dolor. ¡Oh Espíritu inefable y poderoso! La Iglesia Santa os llama dedo de Dios, porque procedéis del Padre y del Hijo como el dedo del brazo y del cuerpo, pero en esta ocasión se me ha manifestado que tenéis el mismo poder infinito con el Padre y con el Hijo. En un mismo tiempo con vuestra real presencia se movieron cielo y tierra con efectos tan disímiles en todos sus moradores, pero muy semejantes a los que sucederán el día del juicio. A los santos y a los justos llenasteis de vuestra gracia, dones y consolación inefable, y a los impíos y soberbios castigasteis y llenasteis de confusión y penas. Verdaderamente veo aquí cumplido lo que dijisteis por David (Sal 93,1ss), que sois Dios de venganzas y libremente obráis dando la retribución digna a los malos, porque no se gloríen en su malicia injusta ni digan en su corazón que no lo veréis ni entenderéis, impugnando y castigando sus pecados.

67. Entiendan, pues, los insipientes del mundo y sepan los necios de la tierra que conoce el Altísimo los pensamientos vanos de los hombres y que si con los justos es liberal y suavísimo, con los impíos y malos es rígido y justiciero para su castigo. Le tocaba al Espíritu Santo hacer lo uno y lo otro en esta ocasión. Porque procedía del Verbo, que se humanó por los hombres y murió para redimirlos y padeció tantos oprobios y tormentos sin abrir su boca ni dar retribución de estas deshonras y desprecios. Y bajando al mundo el Espíritu Santo, era justo que volviera por la honra del mismo Verbo humanado y, aunque no castigara a todos sus enemigos, pero en el castigo de los más impíos quedara señalado el que merecían todos los que con dura perfidia le habían despreciado, si con darles lugar no se reducían a la verdad con verdadera penitencia. A los pocos que habían admitido al Verbo humanado, siguiéndole y oyéndole como Redentor y Maestro, y a los que habían de predicar su fe y doctrina, era justo premiarlos y disponerlos con favores proporcionados para el ministerio de plantar la Iglesia y ley evangélica. A María santísima era como debido visitarla el Espíritu Santo. El Apóstol dijo (Ef 5,31 (A.)) que dejar el hombre a su padre y madre y unirse con su esposa, como lo había dicho Moisés (Gen 2,24 (A.)), era gran sacramento entre Cristo y la Iglesia, por quien descendió del seno del Padre para unirse con ella en la humanidad que recibió. Pues si Cristo bajó del cielo por estar con su esposa la Iglesia, consiguiente parecía que bajase el Espíritu Santo por María santísima, no menos esposa suya que Cristo de la Iglesia y no la amaba menos que el Verbo humanado a la Iglesia.

Doctrina que me dio la gran Reina del cielo y Señora nuestra.

68 “Hija mía, poco atentos y agradecidos son los hijos de la Iglesia al beneficio que les hizo el Altísimo enviando a ella el Espíritu Santo, después de haber enviado a su Hijo por Maestro y Redentor de los hombres. Tanta fue la dilección con que los quiso amar y traer a sí, que para hacerlos participantes de sus divinas perfecciones envió primero al Hijo, que es la sabiduría, y después al Espíritu Santo, que es su mismo amor, para que de estos atributos fuesen enriquecidos en el modo que todos eran capaces de recibirlos. Y aunque vino el divino Espíritu en la primera vez sobre los apóstoles y los demás que con ellos estaban, pero en aquella venida dio prendas y testimonio de que haría el mismo favor a los demás hijos de la Iglesia, de la luz y del Evangelio, comunicando a todos sus dones si todos se dispusieren para recibirlos. Y en fe de esta verdad venía el mismo Espíritu Santo sobre muchos de los creyentes en forma o en efectos visibles, porque eran verdaderamente fieles siervos, humildes, sencillos y de corazón limpio y aparejados para recibirle. Y también ahora viene en muchas almas justas, aunque no con señales tan manifiestas como entonces, porque no es necesario ni conveniente. Los efectos y dones interiores todos son de una misma condición, según la disposición y grado de cada uno que los recibe.

69. “Dichosa es el alma que anhela y suspira por alcanzar este beneficio y participar de este divino fuego, que enciende, ilustra y consume todo lo terreno y carnal, y purificándola la levanta a nuevo ser por la unión y participación del mismo Dios. Esta felicidad, hija mía, deseo para ti como verdadera y amorosa madre; y para que la consigas con plenitud te amonesto de nuevo prepares tu corazón, trabajando por conservar en él una inviolable tranquilidad y paz en todo lo que te sucediere. Quiere la divina clemencia levantarte a una habitación muy alta y segura, donde tengan término las tormentas de tu espíritu y no alcancen las baterías del mundo ni del infierno, donde en tu reposo descanse el Altísimo y halle en ti digna morada y templo de su gloria. No te faltarán acometimientos y tentaciones del dragón y todas con suma astucia. Vive prevenida, para que ni te turbes ni admitas desasosiego en lo interior de tu alma. Guarda tu tesoro en tu secreto y goza de las delicias del Señor, de los efectos dulces de su casto amor, de las influencias de su ciencia, pues en esto te ha elegido y señalado entre muchas generaciones, alargando su mano liberalísima contigo.

70. “Considera, pues, tu vocación y asegúrate que de nuevo te ofrece el Altísimo la participación y comunicación de su divino Espíritu y sus dones. Pero advierte que cuando los concede no quita la libertad de la voluntad, porque siempre deja en su mano el hacer elección del bien y del mal a su albedrío, y así te conviene que en confianza del favor divino tomes eficaz resolución de imitarme en todas las obras que de mi vida conoces y no impedir los efectos y virtud de los dones del Espíritu Santo. Y para que mejor entiendas esta doctrina, te diré la práctica de todos siete.

71. “El primero, que es la sabiduría, administra el conocimiento y gusto de las cosas divinas para mover el cordial amor que en ellas debes ejercitar, codiciando y apeteciendo en todo lo bueno, lo mejor y más perfecto y agradable al Señor. Y a esta moción has de concurrir entregándote toda al beneplácito de la divina voluntad y despreciando cuanto te pueda impedir, por más amable que sea para la voluntad y deseable al apetito. A esto ayuda el don del entendimiento, que es el segundo, dando una especial luz para penetrar profundamente el objeto representado al entendimiento. Con esta inteligencia has de cooperar y concurrir, divirtiendo y apartando la atención y discurso de otras noticias bastardas y peregrinas, que el demonio por sí y por medio de otras criaturas ofrece para distraer el entendimiento y que no penetre bien la verdad de las cosas divinas. Esto le embaraza mucho, porque son incompatibles estas dos inteligencias y porque la capacidad humana es corta y partida en muchas cosas comprende menos y atiende menos a cada una que si atendiera a sola ella. Y en esto se experimenta la verdad del Evangelio, que ninguno puede servir a dos señores (Mt 6,24). Y cuando atenta toda el alma a la inteligencia del bien le penetra, es necesaria la fortaleza, que es el tercer don, para ejecutar con resolución todo lo que el entendimiento ha conocido por más santo, perfecto y agradable al Señor. Y las dificultades o impedimentos que se ofrecieren para hacerlo, se han de vencer con fortaleza, exponiéndose la criatura a padecer cualquier trabajo y pena por no privarse del verdadero y sumo Bien que conoce.

72. Mas porque muchas veces sucede que con la natural ignorancia y dubiedad, junto con la tentación, no alcanza la criatura las conclusiones o consecuencias de la verdad divina que ha conocido y con esto se embaraza para obrar lo mejor entre los arbitrios que ofrece la prudencia de la carne, sirve para esto el don de ciencia, que es el cuarto, y da luz para inferir unas cosas buenas de otras y enseña lo más cierto y seguro y a declararse en ello, si fuere menester. A éste se llega el don de la piedad, que es el quinto, e inclina al alma con fuerte suavidad a todo lo que verdaderamente es agrado y servicio del Señor y beneficio espiritual de la criatura, a que lo ejecute no con alguna pasión natural, sino con motivo santo, perfecto y virtuoso. Y para que en todo se gobierne con alta prudencia sirve el sexto don, de consejo, que encamina la razón para obrar con acierto y sin temeridad, pesando los medios y conciliando para sí y para otros con discreción, para elegir los medios más proporcionados a los fines honestos y santos. A todos estos dones se sigue el último, del temor, que los guarda y sella todos. Este don inclina al corazón para que huya y se recate de todo lo imperfecto, peligroso y disonante a las virtudes y perfección del alma, y así le viene a servir de muro que la defiende. Pero es necesario entender la materia y modo de este temor santo, para que no exceda en él la criatura ni tema donde no hay que temer, como a ti tantas veces te ha sucedido por la astucia de la serpiente, que a vuelta del temor santo te ha procurado introducir el temor desordenado de los mismos beneficios del Señor. Pero con esta doctrina quedarás advertida cómo has de practicar los dones del Altísimo y avenirte con ellos. Y te advierto y amonesto que la ciencia de temer es propio efecto de los favores que Dios comunica y le da al alma, y con suavidad y dulzura, paz y tranquilidad, para que sepa estimar y apreciar el don, porque ninguno hay pequeño de la mano del Altísimo, y porque el temor no impida a conocer bien el favor de su poderosa mano y para que este temor la encamine a agradecerle con todas sus fuerzas y humillarse hasta el polvo. Conociendo tú estas verdades sin engaño y quitando la cobardía del temor servil, quedará el filial y con él como norte navegarás segura en este valle de lágrimas.

CAPITULO 6

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Salieron del cenáculo los apóstoles a predicar a la multitud que concurrió, cómo les hab1aron en varias lenguas, se convirtieron aquel día casi tres mil y lo que hizo María santísima en esta ocasión.

73. Con las señales tan visibles y notorias que descendió el Espíritu Santo sobre los apóstoles se conmovió toda la ciudad de Jerusalén con sus moradores, admirados de la novedad nunca vista, y corriendo la voz de lo que se había visto sobre la casa del cenáculo concurrió a ella toda la multitud del pueblo para saber el suceso (Act 2,5-6). Se celebraba aquel día una de las fiestas o pascuas de los hebreos, y así por esto como por especial dispensación del cielo estaba la ciudad llena de forasteros y extranjeros de todas las naciones del mundo, a quienes el Altísimo quería hacer manifiesta aquella nueva maravilla y los principios con que comenzaba a predicarse y dilatarse la nueva ley de gracia, que el Verbo humanado nuestro Redentor y Maestro había ordenado para la salud de los hombres.

74. Los sagrados apóstoles, que con la plenitud de los dones del Espíritu Santo estaban inflamados en caridad, sabiendo que la ciudad de Jerusalén concurría a las puertas del cenáculo, pidieron licencia a su Reina y Maestra para salir a predicarles, porque tanta gracia no podía estar un punto ociosa sin redundar en beneficio de las almas y nueva gloria del Autor. Salieron todos de la casa del cenáculo y puestos a vista de toda la multitud comenzaron a predicar los misterios de la fe y salud eterna. Y como hasta aquella hora habían estado encogidos y retirados y entonces salieron con tan impensado esfuerzo y sus palabras salían de sus bocas como rayos de nueva luz y fuego que penetraban los oyentes, quedaron todos admirados y como atónitos de tan peregrina novedad nunca vista ni oída en el mundo. Se miraban unos a otros y con asombro se preguntaban y decían: “¿Qué es esto que vemos? ¿Por ventura todos éstos que nos hablan no son galileos? Pues, ¿cómo los oímos cada uno en nuestra propia lengua en que nacimos? Los judíos y prosélitos, los romanos, latinos, griegos, cretenses, árabes, partos, medos y todos los demás de diversas partes del mundo los oímos hablar y entendemos en nuestras lenguas (Act 2,7). ¡Oh grandezas de Dios! ¡Qué admirable es en sus obras!”

75. Esta maravilla, de que todas las naciones de tan diversas lenguas como estaban en Jerusalén oyesen hablar a los apóstoles cada nación en su lengua, les causó grande asombro, junto con la doctrina que predicaban. Pero advierto que, si bien cada uno de los apóstoles con la plenitud de ciencia y dones que recibieron gratuitos quedaron sabios y capaces para hablar en todas lenguas de las naciones, porque así fue necesario para predicarles el Evangelio, pero en esta ocasión no hablaron más de en la lengua de Palestina y hablando ellos y articulando sola ésta eran entendidos de todas las naciones, como si a cada uno le hablaran en lengua propia; de manera que la voz de cada uno de los apóstoles, que él articulaba en lengua hebrea, llegaba a los oídos de los oyentes en lengua propia de su nación. Y éste fue el milagro que hizo Dios entonces, para que mejor fuesen entendidos y admitidos de tan diversas gentes. Y la razón fue, porque no repetía el misterio que predicaba San Pedro en cada lengua de los que allí estaban oyéndole; sola una vez le predicaba y aquélla oían y entendían todos cada cual en su lengua propia, y lo mismo sucedía a los demás apóstoles. Porque, si cada uno hablara en la lengua del que le oía, era necesario que repitiese por lo menos diecisiete veces las palabras para otras tantas naciones que refiere San Lucas (Act 2,9) estaban en el auditorio, y cada uno entendía su lengua materna; y en esto se gastaría más tiempo de lo que se colige del texto sagrado, y fuera gran confusión y molestia repetir tantas veces lo mismo o hablar a un tiempo tantas lenguas cada uno, ni el milagro fuera para nosotros tan inteligible como el que he declarado.

76. Las naciones que oían a los apóstoles no entendieron la maravilla, aunque se admiraron de oír cada uno su idioma nativo y propio. Y lo que el texto de San Lucas dice (Act 2,4), que los apóstoles comenzaron a hablar en varias lenguas, es porque al punto las entendieron y hablaron luego en ellas como diré adelante (Cf. infra n.83) y pudieron hablarlas, porque aquel día los que vinieron al cenáculo los oyeron predicar cada nación en su lengua, como queda dicho. Pero la novedad y admiración causó en los oyentes diversos efectos, dividiéndose en contrarios pareceres según la disposición de cada uno. Los que piadosamente oían a los apóstoles entendían mucho de la divinidad y Redención humana de que hablaban altísima y fervorosamente, y con la fuerza de sus palabras eran despertados y movidos en vivos deseos de conocer la verdad, y con la divina luz eran ilustrados y compungidos para llorar sus pecados y pedir misericordia de ellos, y con lágrimas aclamaban a los apóstoles y les decían les enseñasen lo que debían hacer para alcanzar la vida eterna. Otros, que eran duros de corazón, se indignaban con los apóstoles, quedando ayunos de las grandezas divinas que hablaban y predicaban y en lugar de admitirlas los llamaban noveleros y hazañeros. Y muchos de los judíos más impíos en su perfidia y envidia daban más rígida censura a los apóstoles, atribuyéndoles que estaban embriagados y sin juicio. Y algunos de éstos eran de los que habían vuelto en sí de la caída que dieron con el trueno que causó el Espíritu Santo, porque se levantaron más obstinados y rebeldes contra Dios.

77. Para convencer esta blasfemia tomó la mano el apóstol San Pedro, como cabeza de la Iglesia, y hablando en más alta voz les dijo: (Act 2,14ss) Varones que sois judíos y los que vivís en Jerusalén, oíd mis palabras, y sea notorio a todos vosotros cómo éstos que están conmigo no están embriagados del vino, como vosotros queréis imaginar, pues aún no es pasada la hora del mediodía, cuando los hombres suelen cometer este desorden. Pero sabed todos que se ha cumplido en ellos lo que tiene Dios prometido por el profeta Joel, cuando dijo (Joel 2,28): Sucederá en los futuros tiempos, que yo derramaré mi espíritu sobre toda carne y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas, y los jóvenes y ancianos tendrán visiones y sueños divinos. Y daré mi espíritu a mis siervos y siervas, y haré prodigios en el cielo y maravillas en la tierra, antes que venga el día del Señor grande y manifiesto. Y el que invocare el nombre del Señor, aquél será salvo. Oíd, pues, israelitas mis palabras: Vosotros sois quien quitasteis la vida a Jesús Nazareno por mano de los inicuos, siendo varón santo y aprobado de Dios con virtudes, prodigios y milagros que obró en vuestro pueblo, de que sois testigos y sabedores. Y Dios le resucitó de los muertos, conforme a las profecías de David; que no pudo hablar de sí mismo el santo Rey, pues vosotros tenéis el sepulcro donde está su cuerpo, pero como profeta habló de Cristo, y nosotros somos testigos de haberle visto resucitado y subir a los cielos en su misma virtud para sentarse a la diestra del Padre, como también el mismo David dejó profetizado. Entiendan los incrédulos estas palabras y verdades que la malicia de su perfidia quiere negar, a que se opondrán las maravillas del Altísimo que obrará en nosotros sus siervos en testimonio de la doctrina de Cristo y de su admirable resurrección.

78. “Entienda, pues, toda la casa de Israel y conozca con certeza que este Jesús, a quien vosotros crucificasteis, le hizo Dios su Cristo ungido y Señor de todo y le resucitó al tercero día de los muertos.” Oyendo estas razones se compungieron los corazones de muchos de los que allí estaban y con grande llanto preguntaron a San Pedro y a los otros apóstoles qué podrían hacer para su propio remedio. Y prosiguiendo San Pedro les dijo: “Haced verdadera penitencia y recibid el Bautismo en nombre de Jesús, con que serán perdonados vuestros pecados y recibiréis también el Espíritu Santo; porque esta promesa se hizo para vosotros, para vuestros hijos y para los que están más lejos, que traerá y llamará el Señor. Procurad, pues, ahora aprovecharos del remedio y ser salvos con desviaros de esta perversa e incrédula generación.” Otras muchas palabras de vida les predicó San Pedro y los demás apóstoles, con que los pérfidos judíos y los demás incrédulos quedaron muy confusos y como nada pudieron responder se alejaron y retiraron del cenáculo. Pero los que admitieron la verdadera doctrina y fe de Jesucristo fueron casi tres mil, y todos se juntaron a los apóstoles y fueron bautizados por ellos con gran temor y terror de todo Jerusalén, porque los prodigios y maravillas que obraban los apóstoles pusieron grande espanto y miedo a los que no creían.

79. Los tres mil que se convirtieron este día con el primer sermón de San Pedro eran de todas las naciones que entonces estaban en Jerusalén, para que luego alcanzase a todas las gentes el fruto de la Redención y de todas se agregase una Iglesia y a todos se extendiese la gracia del Espíritu Santo sin excluir a ningún pueblo ni nación, pues de todas se había de componer la universal Iglesia. Muchos fueron de los judíos que con piedad y compasión habían seguido a Cristo nuestro Salvador y atendido a su pasión y muerte, como arriba dije (Cf. supra p.II n.1387). Y también se convirtieron algunos, aunque muy pocos, de los que habían intervenido en ella, porque no se dispusieron más, que si lo hicieran todos fueran admitidos a la misericordia y perdonados de su error. Acabado el sermón se retiraron los apóstoles aquella tarde al cenáculo con gran parte de la multitud de los nuevos hijos de la Iglesia, para dar cuenta de todo a la Madre de misericordia María purísima y que la conociesen y venerasen los nuevos convertidos a la fe.

80. Pero la gran Reina de los ángeles nada ignoraba de todo lo sucedido, porque de su retiro había oído la predicación de los apóstoles y conoció hasta el menor pensamiento de los oyentes y le fueron patentes los corazones de todos. Estuvo siempre la piadosísima Madre postrada, su rostro pegado con el polvo, pidiendo con lágrimas la conversión de todos los que se redujeron a la fe del Salvador, y por los demás, si quisieran cooperar a los auxilios y gracia del Señor. Y para ayudar a los apóstoles en aquella grande obra que hacían, dando principio a la predicación, y a los oyentes, para que atendiesen a ella, envió María santísima muchos ángeles de los que la acompañaban para que inviolablemente asistiesen a unos y a otros con inspiraciones santas que les administraron, alentando a los sagrados apóstoles y dándoles esfuerzo para que con más fervor pregonasen y manifestasen los misterios ocultos de la divinidad y humanidad de Cristo Redentor nuestro. Y todo lo ejecutaron los ángeles como su Reina lo ordenaba, y en esta ocasión obró con su poder y santidad conforme la grandeza de tan nueva maravilla y al paso de la causa y materia que se trataba. Cuando llegaron a su presencia los apóstoles con aquellas primicias tan copiosas de su predicación y del Espíritu Santo, los recibió a todos con increíble alegría y suavidad de verdadera y piadosa madre.

81. El apóstol San Pedro habló a los recién convertidos y les dijo: “Hermanos míos y siervos del Altísimo, ésta es la Madre de nuestro Redentor y Maestro Jesús, cuya fe habéis recibido, reconociéndole por Dios y Hombre verdadero. Ella le dio la forma humana concibiéndole en sus entrañas, y salió de ellas quedando virgen antes del parto, en el parto y después del parto; recibidla por Madre, por amparo y medianera vuestra, que por ella recibiréis vosotros y nosotros luz, consuelo, remedio de nuestros pecados y miserias.” Con esta exhortación del apóstol y vista de María santísima recibieron aquellos nuevos fieles admirables efectos de interior luz y consolación, porque este privilegio de hacer grandes beneficios interiores y dar luz particular a los que con piedad y veneración la miraban se le aumentó y renovó cuando estuvo en el cielo a la diestra de su Hijo santísimo. Y como todos aquellos creyentes recibieron este favor con la presencia de la gran Señora, se postraron a sus pies y con lágrimas la pidieron les diese la mano y la bendición a todos. Pero la humilde y prudente Reina se excusó de hacerlo por estar presentes los apóstoles, que eran sacerdotes, y San Pedro vicario de Cristo, hasta que el mismo apóstol la dijo: “Señora, no neguéis a estos fieles lo que su piedad pide para consuelo de sus almas.” Obedeció María santísima a la cabeza de la Iglesia y con humilde serenidad de reina dio la bendición a los nuevos convertidos.

82. Mas el amor que solicitaba sus corazones les movió a desear que la divina Madre les hablase algunas palabras de consuelo, y la humildad y reverencia los embarazaba para suplicárselo. Y como atendieron la obediencia que tenía a San Pedro, se convirtieron a él y le pidieron la rogase no los despidiese de su presencia sin decirles alguna palabra con que fuesen alentados. A San Pedro le pareció convenía consolar aquellas almas que habían renacido en Cristo nuestro bien con su predicación y la de los demás apóstoles, pero como sabía que la Madre de la Sabiduría no ignoraba lo que había de obrar no se atrevió a decirla más de estas palabras: “Señora, atended a los ruegos de estos siervos e hijos vuestros.” Luego la gran Señora obedeció y habló a los convertidos y les dijo: “Carísimos hermanos míos en el Señor, dad gracias y alabad de todo corazón al omnipotente Dios, porque de entre los demás hombres os ha traído y llamado al camino verdadero de la eterna vida con la noticia de la santa fe que habéis recibido. Estad firmes en ella para confesarla de todo corazón y para oír y creer todo lo que contiene la ley de gracia, como la ordenó y enseñó su verdadero Maestro Jesús, mi Hijo y vuestro Redentor, y para oír y obedecer a sus apóstoles que os enseñarán y catequizarán, y por el Bautismo seréis señalados con la señal y carácter de hijos del Altísimo. Yo me ofrezco por sierva vuestra, para asistiros en todo lo que fuere necesario para vuestro consuelo, y rogaré por vosotros a mi Hijo y Dios eterno y le pediré os mire como piadoso padre y os manifieste la alegría de su rostro en la felicidad verdadera y ahora os comunique su gracia.”

83. Con esta dulcísima exhortación quedaron aquellos nuevos hijos de la Iglesia confortados, llenos de luz, veneración y admiración de lo que concibieron de la Señora del mundo, y pidiéndola de nuevo su bendición se despidieron aquel día de su presencia, renovados y mejorados con admirables dones de la diestra del Altísimo. Los apóstoles y discípulos desde aquel día continuaron sin intermisión la predicación y maravillas y por toda aquella octava catequizaron no sólo a los tres mil que se convirtieron el día de Pentecostés pero a otros muchos que cada día recibían la fe. Y porque venían de todas las naciones, hablaban y catequizaban a cada uno en su propia lengua; que por esto dije arriba (Cf. supra n.76) hablaron en varias lenguas desde aquella hora. Y no sólo recibieron esta gracia los apóstoles, pero, aunque en ellos fue mayor y más señalada, también la recibieron los discípulos y todos los ciento y veinte que estaban en el cenáculo y las mujeres santas que recibieron el Espíritu Santo. Y así fue necesario entonces; porque era grande la multitud de las que venían a la fe. Y aunque todos los varones y muchas mujeres iban a los apóstoles, pero otras muchas después de oírlos acudían a la Magdalena y a sus compañeras y ellas las catequizaban, enseñaban y convertían a otras que llegaban a la fama de los milagros que hacían; porque esta gracia también se comunicó a las mujeres santas, que curaban todas las enfermedades con sólo poner las manos sobre las cabezas, daban vista a ciegos, lengua a los mudos, pies a los tullidos y vida a muchos muertos. Y aunque todas éstas y otras maravillas hacían principalmente los apóstoles, pero unos y otros admiraban a Jerusalén y la tenían puesta en asombro, sin que se hablase de otra cosa sino de los prodigios y predicación de los apóstoles de Jesús y de sus discípulos y seguidores de su doctrina.

84. Se extendía la fama de esta novedad hasta fuera de la ciudad, porque ninguno llegaba con enfermedad que no fuese sano de ella. Y fueron entonces más necesarios estos milagros, no sólo para confirmación de la nueva ley y fe de Cristo Señor nuestro, sino también porque el deseo natural que tenían los hombres de la vida y salud corporal los estimulase para que viniendo a buscar la mejoría de los cuerpos oyesen las palabras divinas y volviesen sanos de cuerpo y alma, como sucedía comúnmente a cuantos llegaban a ser curados de los apóstoles. Con esto se multiplicaba cada día el número de los creyentes, cuyo fervor en la fe y caridad era tan ardiente, que todos comenzaron a imitar la pobreza de Cristo, despreciando las riquezas y haciendas propias, ofreciendo cuanto tenían a los pies de los apóstoles, sin reservar ni reconocer cosa alguna por suya. Todas las hacían comunes para los fieles, y todos querían desembarazarse del peligro de las riquezas y vivir en pobreza, sinceridad, humildad y oración continua, sin admitir otro cuidado más que el de la salud eterna. Todos se reputaban por hermanos e hijos de un Padre que está en los cielos. Y como eran comunes para todos la fe, la esperanza, la caridad y los sacramentos, la gracia y la vida eterna que buscaban, y por eso les parecía peligrosa la desigualdad entre unos mismos cristianos hijos de un Padre, herederos de sus bienes y profesores de su ley, les disonaba que habiendo tanta unión en lo principal y esencial fuesen unos ricos y otros pobres, sin comunicarse estos bienes temporales como los de la gracia, pues todos son de un mismo Padre para todos sus hijos.

85. Este fue el dorado siglo y dichoso principio de la Iglesia evangélica, donde el ímpetu del río alegró la ciudad de Dios (Sal 45,5) y el corriente de la gracia y dones del Espíritu Santo fertilizó este nuevo paraíso de la Iglesia recién plantado por la mano de nuestro Salvador Jesús, estando en medio de él el árbol de la vida María santísima. Entonces era la fe viva, la esperanza firme, la caridad ardiente, la sinceridad pura, la humildad verdadera, la justicia rectísima, cuando los fieles ni conocían la avaricia ni seguían la vanidad, hollaban el fausto, ignoraban el lujo, la soberbia, ambición, que después han prevalecido tanto entre los profesores de la fe, que se confiesan por seguidores de Cristo y con las obras le niegan. Daremos por descargo que entonces eran las primicias del Espíritu Santo y que los fieles eran menos, que los tiempos ahora son diferentes y que vivía en aquellos en la Santa Iglesia la Madre de la sabiduría y de la gracia María santísima nuestra Señora, cuya presencia, oraciones y amparo los defendían y confirmaban para creer y obrar heroicamente.

86. A esta réplica responderé más en el discurso de esta Historia, donde se en tenderá que por culpa de los fieles se han introducido tantos vicios en el término de la Iglesia, dando al demonio la mano, que él mismo con su soberbia y malicia aún no imaginaba que conseguiría entre los cristianos. Y sólo digo ahora que la virtud y gracia del Espíritu Santo no se acabaron en aquellas primicias, siempre es la misma y fuera tan eficaz con muchos hasta el fin de la Iglesia como lo fue en pocos en sus principios, si estos muchos fueran tan fieles como aquellos pocos. Es verdad que los tiempos se han mudado, pero esta mudanza de la virtud a los vicios y del bien al mal no consiste en la mudanza de los cielos y de los astros, sino en las de los hombres, que se han desviado del camino recto de la vida eterna y caminan a la perdición. No hablo ahora de los paganos y herejes que del todo han desatinado, no sólo con la luz verdadera de la fe y de la misma razón natural; hablo de los fieles, que se precian de ser hijos de la luz, que se contentan con solo el nombre y tal vez se valen de él para dar color de virtud a los vicios y rebozar los pecados.

87. De las maravillas y grandiosas obras que hizo la gran Reina en la primitiva Iglesia, no será posible en esta tercera parte escribir la menor de ellas, pero de lo que escribiré y de los años que vivió en el mundo después de la Ascensión, se podrá inferir mucho. Porque no cesó ni descansó, ni perdió punto ni ocasión en que no hiciera algún singular favor a la Iglesia en común o en particular, así orando y pidiéndolo a su Hijo santísimo sin que nada se le negase, como exhortando, enseñando, aconsejando y derramando la divina gracia, de que era tesorera y dispensadora, por diversos modos entre los hijos del Evangelio. Y entre los ocultos misterios que sobre este poder de María santísima se me han manifestado, uno es que en aquellos años que vivió en la Iglesia Santa fueron muy pocos respectivamente los que se condenaron, y se salvaron más que en muchos siglos después, comparando un siglo con aquellos pocos años.

88. Yo confieso que esta felicidad de aquel más que dichoso siglo nos pudiera causar santa envidia a los que nacemos en la luz de la fe en los últimos y peores tiempos, si con la sucesión de los años fuera menor el poder y la caridad y clemencia de esta suprema Emperatriz. Verdad es que no alcanzamos aquella dicha de verla, tratarla y oírla corporalmente con los sentidos, y en esto fueron más bienaventurados que nosotros aquellos primeros hijos de la Iglesia. Pero entendamos todos que en la divina ciencia y caridad de esta piadosa Madre estuvimos presentes, aun en aquel siglo, porque a todos nos vio y conoció en el orden y sucesión de la Iglesia que nos tocaba nacer en ella y por todos oró y pidió como por los que entonces vivían. Y no es ahora menos poderosa en el cielo que entonces lo era en la tierra, tan Madre nuestra es como de los primeros hijos y por suyos nos tiene como los tuvo a ellos. Mas ¡ay dolor! que nuestra fe, nuestro fervor y devoción es muy diferente. No se ha mudado ella, ni su caridad es menos ahora, ni lo fuera su intercesión y amparo si en estos afligidos tiempos acudiéramos a ella reconocidos, humillados y fervientes, solicitando su intercesión y dejando en sus manos nuestra suerte con segura esperanza del remedio como lo hacían aquellos devotos y primitivos hijos; que sin duda conociera luego toda la Iglesia Católica en los fines el mismo amparo que tuvo en esta Reina en sus principios.

89. Volvamos al cuidado que tenía la piadosa Madre con los apóstoles y con los recién convertidos, atendiendo al consuelo y necesidad de todos y de cada uno. Exhortó y animó a los apóstoles y ministros de la divina palabra, renovando en ellos la atención que debían tener del poder y demostraciones tan prodigiosas con que su Hijo santísimo comenzaba a plantar la fe de su Iglesia, la virtud que el Espíritu Santo les había comunicado para hacerlos ministros tan idóneos, la asistencia que siempre conocieron del poderoso brazo del Altísimo, que le reconociesen y alabasen por Autor de todas aquellas obras y maravillas, que por todas ellas diesen humildes agradecimientos y con segura confianza prosiguiesen la predicación y exhortación de los fieles, la exaltación del nombre del Señor, que fuese alabado, conocido y amado de todos. Esta doctrina y amonestación que hizo al colegio apostólico ejecutaba ella primero con postraciones, humillaciones, alabanzas, cánticos y loores al Altísimo. Y esto era con tanta plenitud, que por ninguno de los convertidos dejó de hacer gracias y peticiones fervorosas al eterno Padre, porque a todos los tenía presentes en su mente con distinción.

90. Y no sólo hacía por cada uno estas obras, pero a todos los admitía, oía y acariciaba con palabras de vida y luz. Y aquellos días después de la venida del Espíritu Santo muchos le hablaron en secreto, manifestándola sus interiores, y lo mismo sucedía después de los que se convertían en Jerusalén, aunque no los ignoraba la gran Reina; porque conocía los corazones de todos y sus afectos, inclinaciones y condiciones, y con esta divina ciencia y sabiduría se acomodaba a la necesidad y natural de cada uno y le aplicaba la medicina saludable que pedía su dolencia. Y por este modo hizo María santísima tan raros beneficios y tan grandes favores a innumerables almas, que no se pueden conocer en esta vida.

91. Ninguno de los que la divina Maestra informó y catequizó en la fe se condenó, aunque fueron muchos a los que alcanzó esta feliz suerte, porque entonces, y después todo lo que vivieron, hizo especial oración por ellos, y todos fueron escritos en el libro de la vida. Y para obligar a su Hijo santísimo le decía: “Señor mío y vida de mi alma, por vuestra voluntad y agrado volví al mundo para ser Madre de vuestros hijos y mis hermanos los fieles de vuestra Iglesia. No cabe en mi corazón que se pierda el fruto de vuestra sangre, de infinito precio, en estos hijos que solicitan mi intercesión, ni han de ser infelices por haberse valido de este humilde gusanillo de la tierra para inclinar vuestra clemencia. Admitidlos, Hijo mío, en el número de vuestros predestinados y amigos para vuestra gloria.” A estas peticiones la respondió luego el Señor, que se haría lo que pedía. Y lo mismo creo yo sucede ahora con los que merecen la intercesión de María santísima y la piden de todo corazón, porque si esta purísima Madre llega a su Hijo santísimo con semejantes peticiones, ¿cómo se puede imaginar que le negará lo poco el que la dio todo su mismo ser, para que le vistiese de la carne y naturaleza humana y en ella le criase y alimentase a sus virginales pechos?

92. Muchos de aquellos nuevos fieles, con el concepto tan alto que sacaban de oír y ver a la gran Señora, volvían a ella y le llevaban joyas, riquezas y grandes dones, y especialmente las mujeres se despojaban de sus galas para ofrecerlas a la divina Maestra, pero ninguna de todas estas cosas recibió ni admitió. Y si alguna convenía recibir, disponía los ánimos ocultamente para que acudiesen a los apóstoles y que ellos dispensasen de todo esto, repartiéndolo con caridad, equidad y justicia entre los fieles más pobres y necesitados, pero lo agradecía la humilde Madre como si lo recibiera para sí misma. A los pobres y enfermos admitía con inefable clemencia y a muchos curaba de enfermedades envejecidas y antiguas. Y por mano de San Juan remedió grandes necesidades ocultas, atendiendo a todo sin omitir cosa alguna de virtud. Y como los apóstoles y discípulos se ocupaban todo el día en la predicación y conversión de los que venían a la fe, cuidaba la gran Reina de prevenirles lo necesario para su comida y sustento y llegada la hora servía personalmente a los sacerdotes hincadas las rodillas y pidiéndoles la mano con increíble humildad y reverencia para besársela. Esto hacía especialmente con los apóstoles, como quien miraba y conocía sus almas confirmadas en gracia y en los efectos que en ellas había obrado el Espíritu Santo y la dignidad de sumos sacerdotes y fundamentos de la Iglesia. Y algunas veces los veía con gran resplandor que despedían, y todo la aumentaba la reverencia y veneración.

Doctrina que me dio la gran Reina de los ángeles.

93. “Hija mía, en lo que has conocido de los sucesos de este capítulo hallarás encerrado mucho del misterio oculto de la predestinación de las almas. Advierte cómo para todas fue poderosa la Redención humana, pues fue tan superabundante y copiosa. A todos se les propuso la palabra de la verdad divina, cuantos oyeron la predicación o llegaron a su noticia los efectos de la venida de mi Hijo al mundo. Y fuera de la exterior predicación y noticia del remedio, a todos se les dieron interiores inspiraciones y auxilios para que le admitiesen y buscasen. Y con todo esto, te admiras que con el primer sermón del apóstol se convirtiesen tres mil entre la multitud grande que estaba en Jerusalén. Y mayor admiración podía causar que ahora se conviertan tan pocos al camino de la salvación eterna, cuando está más dilatado el Evangelio, la predicación es frecuente, los ministros muchos, la luz de la Iglesia más clara y la noticia de los misterios divinos más expresa, y con todo esto los hombres están más ciegos y los corazones más endurecidos, la soberbia más levantada, la avaricia sin rebozo y todos los vicios sin temor de Dios y sin recato.

94. “En esta perversidad y suerte infelicísima no pueden los mortales querellarse de la altísima y justísima providencia del Señor, que a todos y a cada uno ofreció y ofrece su paternal misericordia y enseña el camino de la vida y también de la muerte, y al que deja endurecer el corazón es con rectísima justicia. De sí mismos se querellarán sin remedio los réprobos, cuando sin tiempo conozcan lo que en el tiempo oportuno podían y debían conocer. Si en la vida breve y momentánea, que se les concede para merecer la eterna, cierran los oídos y los ojos a la verdad y a la luz y escuchan al demonio, entregándose a todo su impiadísima voluntad, y usan tan mal de la bondad y clemencia del Señor, ¿qué pueden alegar en su descargo? Y si no saben perdonar una injuria y antes por cualquier ligero agravio intentan cruelísimas venganzas, por atesorar la hacienda pervierten todo el orden de la razón y fraternidad natural, por un torpe deleite se olvidan de la pena eterna y sobre todo desprecian las inspiraciones, auxilios y avisos que Dios les envía para que teman su perdición y no se entreguen a ella, ¿cómo se podrán querellar de la divina clemencia? Desengáñense, pues, los mortales que han pecado contra Dios, que sin penitencia no hay gracia y sin enmienda no hay remisión y sin perdón no hay gloria. Pero así como a ningún indigno se le concederá, tampoco se le negará al que fuere digno, ni jamás faltó ni faltará la misericordia para el que la quisiere granjear.

95. “De todas estas verdades quiero, hija mía, que tú colijas los documentos saludables que te convienen. El primero sea, que recibas con atención cualquiera inspiración santa que tuvieres, cualquiera aviso o doctrina que oyeres, aunque venga por mano del más inferior ministro del Señor o de cualquiera criatura; y debes considerar prudentemente que no es acaso y sin disposición divina que llegue a tu noticia, pues no hay duda que todo lo ordena la providencia del Altísimo para darte algún aviso, y así le debes recibir con humilde agradecimiento y conferirlo en tu interior para entender qué virtud puedes y debes obrar con aquel despertador que te han dado y ejecutarla como la entendieres y conocieres. Y aunque te parezca cosa pequeña no la desprecies, que por aquella obra buena te dispones para otras de mayor mérito y virtud. Advierte lo segundo, el daño que hace en las almas despreciar tantos auxilios, inspiraciones y llamamientos y otros beneficios del Señor, pues la ingratitud que en esto se comete va justificando la justicia con que el Altísimo viene a dejar endurecidos muchos pecadores. Y si en todos este peligro es tan formidable, ¿cuánto lo sería en ti, si malograses tan abundante gracia y favores como de la clemencia del Señor has recibido sobre muchas generaciones? Y porque todo lo ordena mi Hijo santísimo para tu bien y de otras almas, quiero últimamente que a imitación mía, como has conocido, se engendre en tu corazón un cordialísimo afecto de ayudar a todos los hijos de la Iglesia y a todos los demás que pudieres, clamando al Altísimo de lo íntimo de tu corazón, suplicándole mire a todas las almas con ojos de misericordia y que las salve. Y porque consigan esta dicha, ofrécete a padecer si fuere necesario, acordándote que le costaron a mi Hijo y tu Esposo derramar sangre y dar su vida para rescatarlos, y lo que yo trabajé en la Iglesia. El fruto de esta redención pídelo tú a la divina misericordia continuamente y para eso te impongo mi obediencia.”

CAPITULO 7

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Se juntan los apóstoles y discípulos para resolver algunas dudas en particular sobre la forma del Bautismo, se lo dan a los nuevos catecúmenos, celebra San Pedro la primera misa y lo que en todo esto obró María santísima.

96. No pertenece al intento de esta Historia proseguir en ella el orden de los hechos apostólicos, como lo escribe San Lucas, ni referir todo lo que hicieron los apóstoles después de la venida del Espíritu Santo. Porque, aunque es cierto que de todo tuvo noticia y ciencia la gran Reina y Maestra de la Iglesia, pero muchas cosas hicieron no estando ella presente, y no es necesario referirlas aquí, ni tampoco es posible declarar el modo con que Su Alteza concurría a todas las obras de los apóstoles y discípulos y a cada uno de los sucesos en particular, que para esto eran necesarios grandes volúmenes de libros. Basta para mi intento y para tejer este discurso tomar lo que es forzoso del que guarda el evangelista en los Actos de los Apóstoles, con que se entenderá mucho de lo que él omitió tocante a nuestra Reina y Señora, porque no era para su intento ni convenía escribirlo entonces.

97. Pues como los apóstoles continuasen la predicación y prodigios que obraban en Jerusalén crecía también el número de los creyentes, que en los siete días después de la venida del Espíritu Santo llegaron a cinco mil, que dice San Lucas en el capítulo 4 (Act 4,4 (A.)). Y todos los iban catequizando para darles el Bautismo, ocupándose en esto principalmente los discípulos, porque los apóstoles predicaban y tenían algunas controversias con los fariseos y saduceos. Este día séptimo, estando la Reina de los ángeles retirada en su oratorio y considerando cómo iba creciendo aquella pequeña grey de su Hijo santísimo, multiplicó sus ruegos presentándola a Su Majestad, pidiéndole diese luz a sus ministros los apóstoles para que comenzasen a disponer el gobierno necesario para la más acertada dirección de aquellos nuevos hijos de la fe. Y postrada en tierra adoró al Señor y le dijo: “Altísimo Dios eterno, este vil gusanillo os alaba y engrandece por el amor inmenso que tenéis al linaje humano y porque tan liberal manifestáis vuestra misericordia de Padre, llamando a tantos hombres al conocimiento y fe de vuestro Hijo santísimo, glorificando y dilatando la honra de vuestro santo nombre en el mundo. Suplico a Vuestra Majestad, Señor mío, enseñéis y deis luz a vuestros apóstoles y mis señores de todo lo que conviene a vuestra Iglesia, para que puedan disponer y ordenar el gobierno necesario para su amplificación y conservación.”

98. Luego la prudentísima Madre en aquella visión que tenía de la divinidad conoció al Señor muy propicio, que a sus ruegos la respondió: “María, esposa mía, ¿qué quieres?, ¿qué me pides? Porque tu voz y tus ansias han sonado dulcemente en mis oídos (Cant 2,14). Pide lo que deseas, que mi voluntad está inclinada a tus ruegos.” Respondió María santísima: “Dios y Señor mío, dueño de todo mi ser, mis deseos y mis gemidos no son ocultos a vuestra sabiduría infinita. Quiero, busco y solicito vuestro mayor agrado y beneplácito, vuestra mayor gloria y exaltación de vuestro nombre en la Santa Iglesia. Estos nuevos hijos con que tan presto la habéis multiplicado os presento, y mi deseo de que reciban el sagrado Bautismo, pues ya están informados en la santa fe. Y si es de vuestra voluntad y servicio, deseo también que los apóstoles, vuestros sacerdotes y ministros, comiencen ya a consagrar el cuerpo y sangre de vuestro Hijo y mío, para que con este admirable y nuevo sacrificio os den gracias y loores por el beneficio de la Redención humana y de los que por ella habéis hecho al mundo, y a si mismo para que los hijos de la Iglesia que fuere vuestra voluntad recibamos este alimento de vida eterna. Yo soy polvo y ceniza, la menor sierva de los fieles y mujer, y por esto me detengo en proponerlo a vuestros sacerdotes los apóstoles. Pero inspirad, Señor, en el corazón de Pedro, que es vuestro vicario, para que ordene lo que vos queréis.”

99. Este beneficio más debió también la nueva Iglesia a María santísima, que por su prudentísima atención y por su intercesión se comenzase a consagrar el cuerpo y sangre de su Hijo santísimo y celebrar la primera misa en la misma Iglesia después de la Ascensión y venida del Espíritu Santo. Y estaba puesto en razón que por su diligencia se comenzase a distribuir el pan de vida entre sus hijos, pues ella era la nave rica y próspera que le trajo de los cielos (Prov 31,14). Para esto la respondió el Señor: “Amiga y paloma mía, hágase lo que tú pides y deseas. Mis apóstoles con Pedro y Juan te hablarán y ordenarás por ellos lo que deseas para que se ejecute. Luego entraron todos a la presencia de la gran Reina, que los recibió con la reverencia acostumbrada, puesta de rodillas y pidiéndoles la bendición. San Pedro, como cabeza del apostolado, se la dio. Habló por todos y propuso a María santísima cómo los nuevos convertidos estaban ya catequizados en la fe y misterios del Señor, y que sería justo darles el Bautismo y señalarlos por hijos de Cristo y agregados al gremio de la Santa Iglesia, y pidió a la divina Maestra que ella ordenase lo que fuese más acertado y del beneplácito del Altísimo.

100. Respondió la prudentísima Madre: “Señor, vos sois cabeza de la Iglesia y vicario de mi Hijo santísimo en ella, y todo lo que en su nombre por vos fuere ordenado lo aprobará su voluntad santísima, y la mía es la suya con la vuestra.” Con esto San Pedro ordenó que el día siguiente que correspondió al domingo de la Santísima Trinidad se les diese el Santo Bautismo a los catecúmenos que aquella semana se habían convertido, y así lo aprobó nuestra Reina y los demás apóstoles. Pero luego se ofreció otra duda sobre el bautismo que habían de recibir, si sería el de San Juan o el de Cristo nuestro Salvador. A algunos de aquella congregación les parecía que se les diese el bautismo de San Juan, que era de penitencia, y que por esta puerta habían de entrar a la fe y justificación de las almas. Otros, por el contrario, dijeron que con el Bautismo de Cristo y su muerte había expirado el bautismo de San Juan, que servía para prevenir los corazones que recibiesen al Redentor, y que el Bautismo de Su Majestad daba gracia para justificar y lavar todos los pecados a quien estaba dispuesto, y que era necesario introducirle luego en la Santa Iglesia.

101. Este parecer aprobaron San Juan y San Pedro, y le confirmó María santísima, con que se estableció que luego se introdujese el Bautismo de Cristo nuestro Señor y con él fuesen bautizados aquellos nuevos convertidos y los demás que viniesen a la Iglesia. Y en cuanto a la materia y forma de este bautismo no hubo duda entre los apóstoles, porque todos convinieron que la materia había de ser agua natural y elementar y la forma: “Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, por haber sido esta materia y forma las que señaló el mismo Señor nuestro Salvador y las practicó en los que dejó bautizados por su persona. Esta forma del bautismo se guarda siempre desde este día. Y cuando en los Actos de los Apóstoles se dice que bautizaban en el nombre de Jesús (Act 2,38), no se entiende esto de la forma, sino del autor del Bautismo que era Jesús, a diferencia del bautismo de San Juan. Y lo mismo era bautizar en el nombre de Jesús que con el Bautismo de Jesús, pero la forma era la que el mismo Señor dijo expresando las tres personas de la Santísima Trinidad (Mt 28,19), como fundamento y principio de toda la fe y verdad Católica. Con esta resolución acordaron los apóstoles que para el día siguiente se juntasen todos los catecúmenos en la casa del cenáculo para ser bautizados, y que los setenta y dos discípulos tomasen a su cargo prevenirlos aquel día.

102. Después de esto la gran Señora habló a toda aquella congregación y habiéndoles pedido licencia les dijo: “Señores míos, el Redentor del mundo, mi Hijo y Dios verdadero, por el amor que tuvo a los hombres ofreció al eterno Padre el sacrificio de su sagrado cuerpo y sangre, consagrándose a sí mismo debajo las especies de pan y vino, en que determinó quedarse en la Santa Iglesia, para que en ella tengan sus hijos sacrificio y alimento de vida eterna y prenda segurísima de la que esperan en los cielos. Por este sacrificio, que contiene los misterios de la vida y muerte del Hijo, se ha de aplacar el Padre, y en él y por él le dará la Iglesia las gracias y loores que como a Dios y bienhechor le debe. Y vosotros sois los sacerdotes y ministros a quien solos pertenecen el ofrecerle. Mi deseo es, si fuere vuestra voluntad, que deis principio a este incruento sacrificio y consagréis el cuerpo y sangre de mi Hijo santísimo, para que agradezcamos el beneficio de su redención y de haber enviado al Espíritu Santo a la Iglesia, y para que recibiéndole los fieles comiencen a gozar este pan de vida y sus divinos efectos. Y de los que recibieren el Bautismo, podrán ser admitidos a la comunión del sagrado cuerpo aquellos que parecieren más capaces y estuvieren preparados, pues el Bautismo es la primera disposición para recibirle.”

103. Con la voluntad de María santísima se conformaron todos los apóstoles y discípulos y la dieron gracias por el beneficio que todos recibían con su advertencia y doctrina, y quedó determinado que el día siguiente, después del bautismo de los catecúmenos, se consagrasen el cuerpo y sangre de Cristo y que San Pedro fuese el sacerdote, pues era el supremo de la Iglesia. Lo admitió el santo apóstol y antes de salir de aquella junta propuso en ella otra duda, para que también se resolviese sobre la dispensación y gobierno con que se habían de distribuir las limosnas y bienes de los convertidos que les ofrecían, y para que lo considerasen todos lo propuso de esta manera:

104. “Carísimos hermanos míos, ya sabéis que nuestro Redentor y Maestro Jesús, con ejemplo, con doctrina y mandatos, nos ordenó y enseñó la verdadera pobreza en que debíamos vivir, ahorrados y libres de los cuidados del dinero y de la hacienda, sin codiciarla ni juntar tesoros en esta vida. Y a más de esta saludable doctrina, tenemos delante de los ojos muy reciente el formidable escarmiento de la perdición de Judas, que también era apóstol como nosotros y por su avaricia y codicia del dinero infelizmente se perdió y cayó de la dignidad del apostolado en el abismo de la maldad y condenación eterna. Este peligro tan tremendo hemos de alejar de nosotros, que ninguno ha de poseer dinero ni tratarlo, para imitar y seguir en suma pobreza a nuestro Capitán y Maestro. Y todos vosotros conozco que deseáis esto mismo, entendiendo que para retirarnos de este contagio nos puso luego el Señor el riesgo y el castigo delante los ojos. Y para que todos quedemos libres de este embarazo que sentimos con las dádivas y limosnas que los fieles nos ofrecen, es necesario para adelantar tomar forma de gobierno. En esta materia conviene que ahora determinéis el modo y orden que se ha de guardar en recibir y dispensar el dinero y dádivas que nos ofrecieren.”

105. Para tomar medio conveniente en este gobierno, se halló algo embarazado todo el colegio de los apóstoles y discípulos y propusieron diversos arbitrios. Algunos dijeron que se nombrase un mayordomo que recibiera todo el dinero y ofrendas y lo distribuyese y gastase acudiendo a las necesidades de todos, pero este arbitrio, con el ejemplo de Judas, no se abrazó tan bien entre aquel colegio de pobres y discípulos del Maestro de la pobreza. A otros les pareció que se depositase todo y entregase a persona de confianza fuera del colegio, que fuese dueño y señor de ello y acudiese con los frutos o como réditos a la necesidad de los otros fieles, y también en esto se hallaron dudosos, como en otros medios que se proponían. La gran Maestra de humildad María santísima oyó a todos sin hablar palabra, así porque daba aquella reverencia a los apóstoles, como porque si dijera primero su parecer ninguno manifestara su propio dictamen, y aunque era Maestra de todos siempre se portaba como discípula que oía y aprendía. Pero San Pedro y San Juan, viendo la diversidad de arbitrios que se proponían por los demás, suplicaron a la divina Madre los encaminase a todos en aquella duda, declarándoles lo más agradable a su Hijo santísimo.

106. Obedeció luego y hablando a toda aquella congregación les dijo: “Señores y hermanos míos, yo estuve en la escuela de nuestro verdadero Maestro, mi Hijo santísimo, desde la hora que nació de mis entrañas hasta que murió y subió a los cielos, y en el discurso de su vida divina jamás le vi ni conocí que tocase ni tratase por su mano el dinero, ni tampoco que admitiese dádiva de mucho valor o precio. Y cuando recién nacido recibió los dones que adorándole ofrecieron los reyes del oriente, fue por el misterio que significaban y para no frustrar los piadosos intentos de aquellos reyes, que eran las primicias de las gentes. Pero sin dilación, estando en mis brazos, me ordenó que luego los distribuyese entre los pobres y en el templo, como lo hice. Y muchas veces me dijo en su vida, que entre los altos fines para que vino al mundo en forma humana uno fue levantar la pobreza y enseñarla a los mortales, de quienes era aborrecida, y con su conversación, doctrina y vida santísima siempre me manifestó y así lo entendí que la santidad y perfección que venía a enseñar se había de fundar en suma pobreza voluntaria y desprecio de las riquezas, y cuanto ésta fuese mayor en la Iglesia, tanto se levantaría la santidad que en todos tiempos tuviese, y así se conocerá en los futuros.

107. “Pues habiendo de seguir los pasos de nuestro verdadero Maestro y poner en práctica su doctrina para imitarle y fundar su Iglesia con ella y con su ejemplo, necesario es que todos abracemos la más alta pobreza y la veneremos y honremos como a madre legítima de las virtudes y santidad. Y así me parece que todos apartemos el corazón del amor y codicia de las riquezas y dinero y que todos nos abstengamos de recibirlo y tratarlo y de admitir dádivas grandes y de mucho valor. Y para que a ninguno toque la avaricia, se pueden elegir seis o siete personas de vida aprobada y de virtud bien fundada que reciban las ofrendas y limosnas y lo demás de que los fieles se quieren desposeer, para vivir más seguros y seguir a Cristo mi Hijo y su Redentor sin embarazo de hacienda. Y todo esto tenga nombre de limosna y no de renta ni dinero ni de rédito, y el uso de ello sea para las necesidades comunes de todos y de nuestros hermanos los pobres, necesitados y enfermos, y ninguno en nuestra congregación, ni la Iglesia reconozca cosa alguna por suya propia más que de sus hermanos. Y si no bastaren para todos estas limosnas ofrecidas por Dios, las pedirán en su nombre los que para esto fueren señalados, y todos entendamos que nuestra vida ha de pender de la altísima providencia de mi Hijo santísimo y no de la codicia ni del dinero, ni de adquirirlo y de juntar hacienda con pretexto de sustentarnos, más que con la confianza y mendicación moderada, cuando sea necesaria.”

108. Ninguno de los apóstoles ni de los otros fieles de aquella santa congregación replicó a la determinación de su gran Reina y nuestra, sino todos abrazaron y admitieron su doctrina, reconociendo que ella era la única y legítima discípula del Señor y Maestra de la Iglesia. Y la prudentísima Madre, por disposición divina, no quiso fiar de ninguno de los apóstoles esta enseñanza y el asentar en la Iglesia el sólido fundamento de la perfección evangélica y cristiana, porque obra tan ardua pedía el magisterio y el ejemplo de Cristo y de su misma Madre. Ellos fueron los inventores y artífices de esta nobilísima pobreza y los que primero la honraron y profesaron, y a los Maestros siguieron los apóstoles y todos los hijos de la primitiva Iglesia, y perseveró este modo de pobreza por muchos años. Después, por la fragilidad humana y por la malicia del enemigo, no se conservó en todos y se vino a reducir la pobreza voluntaria a sólo el estado eclesiástico. Y porque también la dificultó el tiempo o la imposibilitó, levantó Dios el estado de las religiones, donde con alguna diversidad de institutos se renovó y resucitó la pobreza primitiva en todo o en la mayor parte, y así se conservará en la Iglesia hasta su fin, gozando de los privilegios de esta virtud los que más o menos la siguen, la honran y la aman. Ningún estado de los que aprueba la Santa Iglesia se excluyó de la perfección proporcionada, y ninguno tiene excusa de no seguir la más alta en el estado que vive. Pero como en la casa de Dios hay muchas mansiones (Jn 14,2), también hay orden y grados; tenga cada uno el que le toca según el género de su estado. Mas entendamos todos, que el primer paso en la imitación y secuela de Cristo es la voluntaria pobreza, y el que la siguiere más ahorrado puede alargar los pasos más ligeramente para allegarse más a Cristo y participar con abundancia de las otras virtudes y perfecciones.

109. Con la determinación de María santísima se concluyó aquella junta del colegio apostólico y fueron nombrados seis varones prudentes para recibir limosnas y dispensarlas. Y la gran Señora pidió la bendición a los apóstoles, que salieron a continuar su ministerio y los discípulos a prevenir los catecúmenos para recibir el Bautismo el día siguiente. La Reina con asistencia de sus ángeles y de las otras Marías salió a disponer y aliñar la sala donde su Hijo santísimo celebró las cenas, y por su mano la limpió y barrió para volver a consagrar en ella el día siguiente como estaba tratado. Pidió al dueño de la casa el mismo adorno que se puso el jueves de la cena, como dije en su lugar (Cf. supra p.II n.1158,1181), y el devoto huésped lo ofreció todo con suma veneración en que tenía a María santísima. Previno también Su Alteza el pan cenceño y vino necesario para la consagración y también el mismo plato y cáliz en que había consagrado nuestro Salvador. Y para el Bautismo previno agua pura y vasijas en que se hiciese con facilidad y decencia. Con esta prevención se retiró la piadosa Madre y pasó aquella noche en ferventísimos efectos, postraciones, hecho de gracias y otros ejercicios con altísima oración, ofreciendo al eterno Padre todo lo que con altísima sabiduría conoció, para disponerse dignamente para la comunión que esperaba y para que los demás también la recibiesen con agrado de Su Altísima Majestad, y lo mismo pidió por los que habían de ser bautizados.

110. El día siguiente por la mañana, que fue el octavo del Espíritu Santo, se juntaron en la casa del cenáculo todos los fieles y catecúmenos con los apóstoles y discípulos y estando congregados les predicó San Pedro, declarándoles la condición y excelencia del sacramento del Bautismo, la necesidad que de él tenían y los efectos divinos que por él recibirían, quedando señalados por miembros del cuerpo místico de la Iglesia con el carácter interior y reengendrados en el ser de hijos de Dios y herederos de su gloria por la gracia justificante y remisión de los pecados. Les exhortó a la guarda de la divina ley a que se obligaban por su voluntad propia y al humilde agradecimiento de este beneficio y de todos los demás que de la mano del Altísimo recibían. Les declaró a si mismo la verdad del misterio sacrosanto de la Eucaristía que se había de celebrar, consagrando el verdadero cuerpo y sangre de Jesucristo, para que todos le adorasen y se preparasen los que después del bautismo le habían de recibir.

111. Con este sermón se fervorizaron todos los nuevos convertidos, porque su disposición era de todo corazón verdadera, las palabras del apóstol vivas y penetrantes y la gracia interior muy copiosa. Luego se comenzó el Bautismo por mano de los apóstoles con gran orden y devoción de todos. Y para esto entraban los catecúmenos por una puerta del cenáculo y salían por otra ya bautizados y asistían a guiarlos sin confusión los discípulos y otros fieles. A todo estaba presente María santísima, aunque retirada a un lado del cenáculo, y por todos hacía oración y cánticos de alabanza. Conocía en cada uno el efecto que hacía el Bautismo en mayor o menor grado de las virtudes que se les infundían. Pero miraba y conocía que todos eran renovados y lavados en la sangre del Cordero y que sus almas recibían una pureza y candidez divina. Y en testimonio de esto, a vista de todos los que estaban presentes, descendía una clarísima y visible luz del cielo sobre cada uno que se acababa de bautizar. Y con esta maravilla quiso Dios autorizar el principio de este gran sacramento en su Iglesia y consolar a aquellos primeros hijos que por esta puerta entraban en ella, y a nosotros que alcanzamos esta dicha menos advertida y agradecida de lo que debemos.

112. Se concluyó esta acción del Bautismo, aunque pasaron de cinco mil los que este día le recibieron. Y mientras los bautizados daban gracias por tan admirable beneficio, se pusieron los apóstoles un rato en oración con todos los discípulos y otros fieles. Y todos se postraron en tierra confesando y adorando al Señor Dios infinito e inmutable y la propia indignidad para recibirle en el augustísimo sacramento del altar. Con esta profunda humildad y adoración se prepararon de próximo para comulgar. Y luego dijeron las mismas oraciones y salmos que Cristo Señor nuestro había dicho antes de consagrar, imitando en todo aquella acción, como la habían visto hacer a su divino Maestro. Tomó San Pedro en sus manos el pan ácimo que estaba preparado, y levantando primero los ojos al cielo con admirable reverencia, pronunció sobre el pan las palabras de la consagración del cuerpo santísimo de Cristo, como las dijo antes el mismo Señor Jesús. Al punto fue lleno el cenáculo de un resplandor visible con inmensa multitud de ángeles, y toda esta luz se encaminó singularmente a la Reina del cielo y tierra advirtiéndolo todos. Luego San Pedro consagró el cáliz y con el sagrado cuerpo y sangre hizo las mismas ceremonias que nuestro Salvador, levantándolos para que todos lo adorasen. Tras de esto se comulgó el apóstol a sí mismo y luego a los once apóstoles, como María santísima se lo había prevenido. Y luego por mano de San Pedro comulgó la divina Madre, asistiéndola con inefable reverencia los espíritus celestiales que allí estaban. Y para llegar la gran Señora al altar hizo tres humillaciones y postraciones hasta llegar con su rostro al suelo.

113. Volvió luego a su lugar, donde antes había estado, y no es posible manifestar con palabras los efectos que hizo en esta suprema criatura la comunión de la Eucaristía, porque toda fue transformada y elevada, toda absorta en aquel divino incendio del amor de su Hijo santísimo, que con su cuerpo sagrado participó. Quedó elevada y abstraída, pero los santos ángeles la encubrieron algo por voluntad de la misma Reina, para que los circunstantes no atendiesen más de lo que convenía a los efectos divinos que en ella se pudieran conocer. Prosiguieron los discípulos comulgando después de nuestra Reina, y tras ellos comulgaron los otros fieles que antes habían creído. Pero, de los cinco mil bautizados, comulgaron aquel día solos mil, porque no todos estaban harto capaces ni prevenidos para recibir al Señor con el conocimiento y disposición tan atenta que pide este gran Sacramento y misterio del altar. La forma de comunión que usaron este día los apóstoles fue comulgando todos, con María santísima y los ciento veinte en quienes vino el Espíritu Santo, en entrambos especies de pan y vino, pero los recién bautizados sólo comulgaron en las especies de pan. Mas esta diferencia no se hizo porque los nuevos fieles fuesen menos dignos de unas especies que de otras, sino porque los apóstoles conocieron que en cualquier especie recibían una misma cosa por entero, que era a Dios sacramentado, y que no había precepto para cada uno de los fieles ni tampoco necesidad de comulgar en entrambos especies; y para la multitud hubiera gran peligro de irreverencia y otros inconvenientes muy graves en comulgar las especies del sanguis, los que no había entonces para pocos que le recibieron. Pero desde la primitiva Iglesia he entendido que se comenzó la costumbre de comulgar en sola especie de pan los que no celebraban ni consagraban. Y aunque también algunos sin ser sacerdotes comulgaban algún tiempo en entrambos especies, pero creciendo la Santa Iglesia, dilatada por todo el mundo, convenientemente ordenó, como gobernada por el Espíritu Santo, que los legos y los que no consagran en la misa comulgasen sólo el cuerpo sagrado y tocase a los que celebran este divino convite comulgar en entrambos especies que consagran. Esta es la seguridad de la Santa Iglesia Católica romana.

114. Acabada la comunión de todos, San Pedro dio también el fin al sagrado misterio con algunas oraciones y salmos que en hecho de gracias y peticiones ofreció él y los demás apóstoles, porque entonces aún no se habían señalado ni ordenado otros ritos y ceremonias y deprecaciones que después se fueron añadiendo en diversos tiempos para acompañar la sagrada acción del consagrar, así antes como después de la consagración y comunión. Hoy, felicísima, santa y sabiamente tiene ordenado la Iglesia romana todo lo que para este misterio contiene la misa que celebran los sacerdotes del Señor. Después de todo lo dicho se quedaron los apóstoles otro rato en oración y cuando fue tiempo, porque ya era tarde aquel día, salieron a otras cosas y a recibir el alimento necesario. Y nuestra gran Reina y Señora dio gracias al Muy Alto por todos, en que se complació su voluntad divina y aceptó las peticiones que su amada le hizo por los presentes y ausentes en la Santa Iglesia.

Doctrina que me dio la Señora de los ángeles María santísima.

115. “Hija mía, aunque en la vida presente no puedas penetrar el secreto del amor que yo tuve a los hombres y el que siempre les tengo, con todo eso, sobre lo que has entendido para tu mayor enseñanza, quiero adviertas de nuevo cómo el Altísimo, cuando en el cielo me dio título de Madre de la Santa Iglesia y de su Maestra, entonces me infundió una participación inefable de su infinita caridad y misericordia con los hijos de Adán. Y como yo era pura criatura y el beneficio tan inmenso, con la fuerza que en mí obraba, perdiera muchas veces la vida natural, si el poder divino con milagro no me conservara. Estos efectos sentía muchas veces en el mismo agradecimiento que tenía cuando entraban algunas almas en la Iglesia y después en la gloria, porque yo sola conocía enteramente esta dicha y la pesaba, y como la conocía la agradecía al Muy Alto con intenso fervor y humillación. Pero cuando más desfallecía en mis afectos era cuando pedía la conversión de los pecadores y cuando alguno de los fieles se perdía. En estas y otras ocasiones, entre el gozo y el dolor, padecí mucho más que los mártires en todos sus tormentos, porque por cada una de las almas obraba con fuerza sobreexcelente y sobrenatural. Todo esto me deben los hijos de Adán, que por ellos ofrecí tantas veces la vida, y si ahora no estoy en aquel estado para ofrecerla, el amor con que solicito su salud eterna no es menos sino más alto y más perfecto.

116. “Y si tal fuerza tuvo en mí el amor de Dios para con los próximos, de aquí entenderás cuál sería la que sentía con el mismo Señor, cuando le recibía sacramentado. En esto te declaro un secreto de lo que me sucedió la primera vez que le recibí de mano de San Pedro: que en esta ocasión dio lugar el Altísimo a la violencia de mi amor hasta que mi corazón se abrió realmente y dio lugar, como yo lo deseaba, para que mi Hijo sacramentado entrase y se depositase en él como rey en su legítimo trono y custodia. Con esto entenderás, carísima, que si en la gloria de que gozo pudiera tener dolor, una de las causas que me le diera mayor es la formidable grosería y atrevimiento de los hombres en llegar a recibir el sagrado cuerpo de mi Hijo santísimo, unos inmundos y abominables, otros sin veneración ni respeto y casi todos sin atención, sin conocimiento y sin reparo de lo que pesa y vale aquel bocado, que no es menos que el mismo Dios, para eterna vida o eterna muerte.

117. “Teme pues, oh hija mía, este atrevido peligro, llórale en tantos hijos de la Iglesia, pide al Señor el remedio y con la doctrina que te doy hazte digna de conocer y ponderar profundamente este misterio de amor; y cuando llegas a recibirle, sacude y limpia de tu entendimiento toda especie de cosa terrena, a ninguna atiendas fuera de que vas a recibir al mismo Dios infinito e incomprensible. Extiéndete sobre tus fuerzas en el amor, en la humildad y en el agradecimiento, pues todo será menos de lo que debes y de lo que pide tan venerable misterio. Y para disponerte mejor, será tu dechado y espejo lo que yo hacía en esta ocasiones, en que especialmente quiero me imites interiormente, como lo haces en las tres humillaciones corporales, y también es de mi agrado la cuarta que tú has añadido para dar reverencia a la parte de carne y sangre que está en el sacramento como de mis entrañas la recibió mi Hijo santísimo y con mi leche se aumentó y creció. Continúa siempre esta devoción, pues así es verdad, que está en el cuerpo consagrado parte de mi propia sangre y sustancia, como tú lo has entendido. Y si con el afecto que tienes sintieras gran dolor si vieras hollar el sagrado cuerpo y sangre y que alguno lo pisaba con desprecio y por ignominia, lo mismo debes sentir con amargura y llanto sabiendo cómo le tratan hoy tantos hijos de la Iglesia con irreverencia y sin algún temor ni decoro. Llora, pues, esta desdicha y llora porque hay pocos que la lloren y llora porque se frustran los fines tan pretendidos con el inmenso amor de mi Hijo santísimo. Y para que llores más te hago saber, que como en la primitiva Iglesia eran tantos los que se salvaban ahora lo son los que se condenan. Que no te declaro en esto lo que sucede cada día, porque si lo entendieras y tienes caridad verdadera murieras de dolor. Y este daño sucede porque los hijos de la fe siguen las tinieblas, aman la vanidad, codician las riquezas y casi todos apetecen el deleite sensible y engañoso, el cual ciega y oscurece el entendimiento y le pone densas tinieblas, con que no conoce la luz ni sabe hacer distinción entre lo malo y lo bueno, ni penetrar la verdad y doctrina evangélica.”

CAPITULO 8

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Se declara el milagro con que las especies sacramentales se conservaban en María santísima de una comunión para otra y el modo de sus operaciones después que descendió del cielo a la Iglesia.

118. Hasta ahora he tocado arriba este beneficio muy de paso (Cf. supra n.19, 32), reservando su mayor declaración para su lugar, que es éste, para que tan grande maravilla del Señor en favor de su Madre amantísima no quede en esta Historia sin la inteligencia que puede desear nuestra piedad. Aflígeme mi propia cortedad para explicarme, porque no sólo ignoro infinito más que entiendo, pero esto que conozco lo declaro con recelo y menos satisfacción de mis términos y razones menos comprensivas de mi concepto. Con todo eso, no me atrevo a dejar en silencio los beneficios que nuestra gran Reina recibió de la poderosa diestra de su Hijo santísimo después que desde ella descendió al gobierno de su Iglesia, porque si antes fueron grandiosos e inefables, desde entonces crecieron con hermosa variedad, en que se manifestó ser infinito el poder que los hacía y como inmensa la capacidad de esta única y escogida entre todas las criaturas que los recibía.

119. En este raro y prodigioso beneficio, que las especies sacramentales con el sagrado cuerpo se conservasen siempre en el pecho de María santísima, no se ha de buscar otra causa fuera de la que tuvieron los otros favores en que únicamente se señaló Dios con esta gran Señora, que es su voluntad santa y su sabiduría infinita, con que obra siempre en medida y peso todo lo que conviene (Sab 11,21). Y para la prudencia y piedad cristiana bastaba por razón saber que sola a esta pura criatura tuvo Dios por Madre natural y que sola ella fue digna de serlo entre todas las criaturas. Y como esta maravilla fue sola y sin ejemplo, sería torpe ignorancia buscar ejemplares para persuadirnos que hizo el Señor con su Madre lo que no hizo ni hará con otras almas, pues sola María sale y se levanta sobre el orden común de todas. Mas aunque todo esto es verdad, quiere el Altísimo que con la luz de la fe y con otras ilustraciones alcancemos las razones de conveniencia y equidad con que su brazo poderoso obró estas maravillas con su dignísima Madre, para que en tales maravillas le conozcamos y alabemos en ella y por ella y entendamos cuán segura tenemos toda nuestra esperanza y nuestras suertes en manos de tan poderosa Reina, en quien depositó su Hijo toda la fuerza de su amor. Y conforme a estas verdades diré lo que se me ha dado a entender del misterio que voy hablando.

120. Vivió María santísima treinta y tres años en compañía de su Hijo y Dios verdadero y desde la hora que Su Majestad nació de su virginal vientre nunca le dejó hasta la cruz. Le crió, le sirvió, le acompañó, le siguió e le imitó, obrando en todo y siempre como Madre, como Hija, como Esposa, como sierva fidelísima y amiga, y gozando de su vista, de su conversación, de su doctrina y de los favores que con todos estos méritos y obsequios recibió en la vida mortal. Ascendió Cristo a los cielos, y la fuerza del amor y de la razón le obligaron a llevar consigo a su amantísima Madre para no estar allí sin ella ni ella en el mundo sin su presencia y compañía. Pero la caridad ardentísima que entrambos tenían a los hombres rompió en algún modo posible este lazo y unión, obligándola a nuestra amorosa Madre que volviese al mundo para fundar la Iglesia y al Hijo que la enviase y consintiese en la ausencia que se interponía entre los dos por este tiempo. Pero, siendo poderoso el Hijo de Dios para recompensarle esta privación a su querida en algún modo posible, venía a ser deuda del amor el hacerlo y no quedara tan acreditado ni fuera tan manifiesto si negara a su Madre purísima el favor de acompañarla en la tierra cuando él se quedaba glorioso en la diestra de su eterno Padre. Fuera de esto, el amor ardentísimo de la beatísima Madre, acostumbrado y criado con la presencia de su Hijo purísimo, viviera con una intolerable violencia, si tantos años no le tuviera presente en el modo que podía estando en la Iglesia santa.

121. A todo esto satisfacía Cristo nuestro Salvador, como lo hizo, estando siempre sacramentado en el corazón de su felicísima Madre mientras vivió en la Iglesia y Su Majestad en el cielo. Y en algún modo con esta sacramental presencia la recompensó con abundancia la que tenía cuando vivía en el mundo con la dulcísima Madre, porque entonces muchas veces se le ausentaba para salir a las obras de la Redención y en estas ocasiones la afligían los recelos o temores de los trabajos de su Hijo santísimo, o si volvería o se quedaría fuera de su compañía, y cuando la tenía no podía olvidar la pasión y muerte de cruz que le esperaba. Y este dolor templaba a tiempos el gozo de tenerle y conversarle. Pero cuando ya estaba a la diestra del eterno Padre, pasada la tormenta de la pasión, y aquel mismo Señor e Hijo suyo estaba sacramentado en su virginal pecho, entonces gozaba de su vista la divina Madre sin recelos ni zozobras. Y en el Hijo tenía presente a toda la Beatísima Trinidad por aquel modo de visión que arriba dije (Cf. supra n.32). Entonces se cumplía y ejecutaba a la letra lo que dijo esta gran Reina en los Cantares (Cant 3,4; 8,2 (A.)): “Le tengo y no le soltaré, yo le tendré y no le dejaré hasta traerle a casa de mi madre la Iglesia. Allí le daré a beber del adobado vino y del mosto de mis granadas.”

122. Se desempeñó también el Señor con este beneficio de su Madre santísima en la promesa hecha a su Iglesia en los apóstoles, que estaría con ellos hasta el fin del siglo (Mt 28,20 (A.)), cumpliendo esta palabra desde la hora que se la dio para subirse a los cielos, tan anticipadamente que ya estaba entonces sacramentado en el pecho de su Madre, como dije en la segunda parte (Cf. supra p.II n.1505). Y no se hubiera cumplido desde entonces si no estuviera en la Iglesia por este nuevo milagro, porque en aquellos primeros años no tuvieron los apóstoles templo, ni disposición para guardar continuamente la Eucaristía sagrada y así la consumían toda el día que celebraban. Y sola María santísima fue el templo y el sagrario en que por algunos años se conservó el santísimo Sacramento, para que no faltase de la Iglesia el Verbo humanado por ningún instante de tiempo, después que subió a los cielos hasta el fin del mundo. Y aunque no estaba allí para uso de los fieles, pero estaba para su provecho y para otros fines muy gloriosos, porque la gran Reina del cielo oraba y pedía por todos los fieles en el templo de sí misma. Adoraba a Cristo sacramentado en la Iglesia en nombre de toda ella y, mediante esta Señora y la presencia que en ella tenía, estaba presente y unido por aquel modo al cuerpo místico de los fieles. Y sobre todo hizo esta gran Señora y Madre más feliz aquel siglo con tener sacramentado en su pecho a su Hijo y Dios verdadero, que estando como ahora en otras custodias y sagrarios, porque en el de María santísima siempre fue adorado con suma reverencia y culto, nunca fue ofendido como lo es ahora en los templos, tuvo en María con plenitud las delicias que deseó por eternos siglos con los hijos de los hombres y, ordenándose a este fin la asistencia perpetua de Cristo en su Iglesia, no la conseguía Su Majestad tan adecuadamente como estando sacramentado en el corazón de su purísima Madre. Ella era la esfera más legítima del divino amor y como el elemento propio y el centro en que descansaba, y todas las criaturas, fuera de María santísima, eran en su comparación como extrañas y en ellas no tenía su lugar ni esfera aquel incendio de la divinidad que siempre arde en infinita caridad.

123. Y por las inteligencias que de este misterio he tenido me atrevo a decir, del amor con que Cristo nuestro Salvador estimaba a su Madre santísima y de lo que ella le obligaba, que si no la acompañara siempre estando con ella debajo las especies consagradas volviera el mismo Hijo de la diestra de su Padre al mundo para hacerla compañía el tiempo que vivió la Madre en la Iglesia (Cf. infra n.680). Y si para esto fuera necesario que las moradas de los cielos y sus cortesanos carecieran de la asistencia y presencia de la humanidad santísima por aquel tiempo, estimara esto en menos que faltar a la compañía de su Madre. Y no es encarecimiento decir esto, cuando todos hemos de confesar que en María purísima hallaba el Señor una correspondencia y linaje de amor más semejante al de su voluntad que en todos los bienaventurados juntos, y con otro amor correspondiente le amaba Su Majestad a ella más que a todos. Si el pastor de la parábola evangélica dejó noventa y nueve ovejas para ir a buscar una sola que le faltaba, y no diremos que dejó lo más por lo menos, no hiciera novedad en el cielo que este divino pastor Jesús dejara en él a todo el resto de los santos para descender a estar en compañía de aquella candidísima oveja, que le vistió de su misma naturaleza, le crió y alimentó con ella. Sin duda que los ojos de esta amada Esposa y Madre le obligaran a volar de las alturas y venir a la tierra, a donde antes había venido para remedio de los hijos de Adán menos obligado o, para decirlo mejor, desobligado de sus pecados y a padecer por ellos; y si descendiera a vivir con su amantísima Madre, no fuera para padecer y morir, mas para recibir el gozo de tenerla consigo. Pero no fue necesario para esto desamparar el cielo, pues bajando sacramentado satisfacía a su amor y al de la felicísima Madre, en cuyo corazón como en su lecho descansaba este verdadero Salomón (Cant 3,7), sin dejar la diestra de su eterno Padre.

124. El modo con que obraba el Altísimo este milagro era así: En recibiendo María santísima las especies sacramentales se retiraban del lugar común del estómago donde se cuece y actúa el natural alimento, para que con el poco que alguna vez comía la gran Señora no se confundiesen ni mezclasen ni se gastasen con él. Y retirado el santísimo Sacramento del lugar del estómago se ponía en el mismo corazón de María, como en retorno de la sangre que dio en la Encarnación del Verbo para que de ella se formase aquella humanidad santísima con quien se unió hipostáticamente, como declaré en la segunda parte (Cf. supra p.II n.l37). La comunión de la Eucaristía sagrada se llama extensión de la Encarnación, y así era justo que participase esta extensión con otro nuevo y particular modo la feliz Madre que también con modo milagroso y singular concurrió a la misma Encarnación del Verbo eterno.

125. El calor del corazón en los vivientes perfectos es muy grande y en el hombre no será menor por su mayor excelencia y nobleza en el ser y en las operaciones y larga vida, y la providencia de la naturaleza le encamina algún aire o ventilación con que se refrigere y temple aquel ardor innato que es la raíz del que tiene todo animal. Y con ser esto así, y que en la generosa complexión de nuestra Reina el calor de su corazón era intenso y le aumentaban los afectos y operaciones de su inflamado amor, con todo eso no se alteraban ni consumían las especies sacramentales pegadas a su corazón. Y aunque para conservarlas era menester multiplicar milagros, no se han de escasear en esta única criatura, que toda era un prodigio de milagros que en ella estaban epilogados. Este favor comenzó de la primera comunión que recibió en la cena, como en su lugar se ha dicho (Cf. supra p.II n.1297), y para continuarle se conservaron aquellas primeras especies hasta la segunda comunión que recibió de mano de San Pedro el día octavo de Pentecostés (Cf. supra n.112). Y entonces sucedió que, en recibiendo de nuevo las especies, al tiempo de pasarlas se consumieron las antiguas que tenía en el corazón y en su lugar entraron en él las nuevas especies que recibió. Y con este orden milagroso, desde aquel día hasta la última hora de su vida santísima fueron sucediendo unas especies sacramentales a otras en su pecho, sin que jamás faltase de él su Hijo y Dios verdadero sacramentado.

126. Con este beneficio y el que arriba dije (Cf. supra n.23), de la visión continua y abstractiva de la divinidad, quedó María santísima tan divinizada y sus operaciones y potencias tan elevadas sobre todo humano pensamiento, que será imposible comprenderlo en esta vida mortal, ni tener de ella el concepto proporcionado que hacemos de otras cosas, ni yo hallo términos para declarar lo poco que se me ha manifestado. En el uso de los sentidos corporales, después que descendió del cielo, quedó toda renovada y mudada para el ejercicio que en ellos tenía; porque por una parte estaba ausente de su Hijo santísimo, en quien los empleaba dignamente cuando le comunicaba con ellos, y por otra le sentía y entendía como le tenía en su pecho, a donde le tiraba y recogía toda la atención. Y desde aquel día que descendió del cielo hizo nuevo pacto con sus ojos y tuvo nuevo imperio y dominio para no admitir las especies ordinarias que entran por ellos, de las cosas terrenas y visibles, más de en lo que fuese preciso para gobernar los hijos de la Iglesia y para entender en esto lo que debía obrar y disponer. No se valía de estas especies ni era necesario usar de ellas para discurrir ni convertirse a la oficina interior, donde se depositan en los demás para servir a la memoria y al entendimiento, porque todo esto lo hacía con otras especies infusas y con la ciencia que se le comunicaba con la visión abstractiva de la divinidad, al modo que los bienaventurados en Dios conocen y miran lo que aquel espejo voluntario quiere manifestarles en sí mismo, o por otra visión o ciencia de las criaturas en sí mismas. A este modo entendía nuestra Reina todo lo que había de obrar de la voluntad divina en cualquiera de sus obras y no usaba de la vista para saber y aprender algo de esto, aunque miraba por dónde andaba y con quién trataba con una sencilla vista.

127. Del sentido del oído usaba algo más, porque era necesario para oír a los fieles y apóstoles todo lo que le contaban del estado de las almas, de la Iglesia, de sus necesidades y consuelo, a que era necesario responder, darles doctrina y consejo. Pero con tal dominio lo gobernaba, que por este sentido no entraban especies de sonido ni voz que disonase algo de la santidad y perfección altísima de su dignidad, o que no fuesen menester para el uso de la caridad de los próximos. Del olfato no usaba para percibir olor terreno ni de los comunes objetos de este sentido, pero sentía otro más celestial por intervención de los ángeles que se le administraban, con grandes motivos de alabar al Criador. En el sentido del gusto tuvo también gran mudanza, porque conoció que después que estuvo en el cielo podía vivir sin alimento, aunque no se le mandó que no lo recibiese, dejándolo esto en su voluntad; y así comía pocas veces y muy poco, y esto era cuando San Pedro o San Juan se lo pedían o para no causar admiración con no verla comer, de suerte que venía a hacerlo por obediencia o humildad, y entonces no percibía el gusto o sabor común del alimento, ni por este sentido los distinguía más que si comiera un cuerpo aparente o glorioso. El tacto era también a este modo, porque distinguía por él muy poco lo que tocaba, ni tuviera en esto sensible delectación, pero sentía el tacto de las especies sacramentales en el corazón, con admirable suavidad y júbilo, y a esto atendía de ordinario.

128. Todos estos favores en el uso de los sentidos se le concedieron a petición suya, porque los consagró todos y todas sus potencias de nuevo para la mayor gloria del Altísimo y para obrar con toda plenitud de virtud, santidad y perfección eminentísima. Y aunque; por toda la vida, desde su Inmaculada Concepción, había cumplido con la deuda de fiel sierva y prudente dispensadora de la plenitud de su gracia y dones, como en todo el discurso de esta Historia se ha dicho, pero después que ascendió a los cielos con su Hijo fue mejorada en todos, y le concedió su omnipotencia nuevo modo de obrar, que si bien era de viadora, porque aún no gozaba de la visión beatífica como comprensora, (Persona que goza la eterna bienaventuranza) pero sus operaciones en los sentidos tenían una participación y similitud con las de los santos glorificados en cuerpo y alma mayor que con las de los otros viadores. Y no se puede explicar con otro ejemplo el estado tan feliz, tan singular y divino en que quedó nuestra gran Reina y Señora cuando volvió a gobernar la Santa Iglesia.

129. A este modo de obrar con las potencias sensitivas correspondía la sabiduría y ciencia interior, porque conocía la voluntad y decretos del Altísimo en todo lo que debía y quería obrar, en qué tiempo, con qué modo, con qué orden y sazón se había de hacer cada obra, con qué palabras y circunstancias; de manera que en esto no le excedían los mismos ángeles que nos asisten sin perder de vista al Señor, antes obraba su gran Reina las virtudes con tan alta sabiduría que les era admiración, porque conocían que ninguna otra pura criatura podía excederla ni llegar a aquel colmo de santidad y perfección con que obraba esta divina Señora. Una de las cosas que para ella fue de sumo gozo era la adoración y reverencia que daban los espíritus soberanos a su Hijo sacramentado en su pecho. Y esto mismo hicieron los santos en el cielo, cuando subió en compañía de su Hijo santísimo llevándole juntamente encerrado en su corazón en las especies sacramentales, que para todos los bienaventurados era vista de nuevo gozo y alegría. Y el que recibía la gran Señora con la reverencia que le daban los ángeles al santísimo sacramento en su pecho, resultaba de la ciencia que tenía para conocer la grosería y bajeza de los mortales en venerar el sagrado y consagrado cuerpo del Señor. Y en recompensa de esta falta que todos habíamos de cometer, ofrecía a Su Majestad el culto y reverencia que le daban los príncipes celestiales, que más dignamente conocían este misterio y le veneraban sin engaño ni descuido.

130. Algunas veces se le manifestaba el cuerpo de su Hijo altísimo glorioso dentro de sí misma, otras veces con la natural hermosura de su humanidad santísima, otras veces y casi continuamente conocía todos los milagros que contiene el augustísimo sacramento y misterio de la Eucaristía. De todas estas maravillas y otras muchas que no podemos entender en esta vida corruptible gozaba María santísima, unas veces manifestándosele en sí mismas, otras en la visión abstractiva de la divinidad, y como se le dieron especies de la divinidad se las dieron también de todas las cosas que había de obrar para consigo misma y con la Iglesia. Y lo que más era estimable para ella fue conocer el gozo y beneplácito de su Hijo santísimo en asistir sacramentado en su candidísimo corazón, que sin duda, por lo que se me ha dado a entender, era mayor que de estar en la compañía de los santos. ¡Oh singular y única y prodigiosa obra del poder infinito! Tú sola fuiste cielo más agradable para tu Criador que lo pudo ser el supremo inanimado que hizo para su habitación. El que no cabe en aquellos espacios sin medida, se midió y encerró en ti sola y halló asiento y trono conveniente, no sólo en tu virginal vientre, pero en el espacio inmenso de tu capacidad y amor. Tú sola nunca estuviste sin ser cielo, ni Dios estuvo sin ti después que te dio ser, y con plenitud de complacencia descansará en ti por todos los siglos de su eternidad interminable. Todas las naciones te conozcan, todas las generaciones te bendigan y todas las criaturas te magnifiquen, y en ti alaben y conozcan a su verdadero Dios y Redentor, que por ti sola nos visitó y reparó de nuestra infeliz caída.

131. ¿Quién de los mortales ni de los mismos ángeles puede manifestar el incendio de amor que ardía en el purísimo corazón de esta gran Reina llena de sabiduría? ¿Quién podrá comprender cuánto fue el ímpetu del río de la divinidad que inundó y absorbió esta ciudad de Dios? ¿Qué afectos, qué movimientos, qué actos hacía de todas las virtudes y dones que recibió sin medida y tasa, obrando siempre con toda la fuerza de estas gracias sin igual? ¿Qué oraciones, qué peticiones hacía por la Santa Iglesia? ¿Qué caridad fue la suya con nosotros? ¿Qué bienes nos alcanzó y granjeó? Sólo el Autor de esta prodigiosa maravilla la conoce. Pero levantemos nosotros la esperanza, encendamos nuestra fe, avivemos el amor con esta piadosa Madre, solicitemos su intercesión y amparo, que nada le negará para nosotros el que siendo Hijo suyo y hermano nuestro hizo con ella tales demostraciones de amor como he dicho y más que diré adelante.

Doctrina que me dio la gran Reina de los ángeles María santísima.

132. “Hija mía, de todo lo que hasta ahora te he manifestado de mi vida y de mis obras estás bien informada; como en pura criatura, fuera de mí no hay otro dechado ni original de donde puedas copiar la mayor santidad y perfección que deseas. Mas ahora has llegado a declarar el supremo estado de las virtudes que yo tuve en la vida mortal. Y con este beneficio te dejo más obligada, para que renueves tus deseos y pongas toda la atención de tus potencias en la perfecta imitación de lo que te enseño. Tiempo es ya, carísima, y razón es que toda te entregues a mi voluntad en lo que de ti quiero. Y para que más te animes a conseguir este bien, te quiero advertir que cuando mi Hijo santísimo sacramentado entra en aquellos que le reciben con veneración y fervor, habiéndose preparado con todas sus fuerzas para recibirle con limpieza de corazón y sin tibieza, en estas almas, aunque se consuman las especies sacramentales, queda Su Majestad por otro especial modo de gracia con que las asiste, enriquece y gobierna en retorno del buen hospedaje que le hicieron. Pocas son las almas que alcanzan este favor, porque son muchas las que ignoran y llegan al Santísimo sin esta disposición y como acaso y por costumbre y sin prevenirse con la veneración y temor santo que debían. Pero estando tú avisada de este secreto, quiero que todos los días, pues todos le recibes por obediencia de tus prelados, vayas preparada dignamente para que no se te niegue este gran beneficio.

133. “Para esto te has de valer de la atención y memoria de lo que has conocido que yo hacía, por donde has de regular tus deseos y fervor, veneración y amor, y todas las acciones con que debes preparar tu pecho, como templo y morada de tu Esposo y sumo Rey. Trabaja, pues, en recoger todas tus fuerzas al interior, y antes y después de recibirle atiende a la fidelidad de esposa que le debes guardar, y en particular has de poner candados a tus ojos y cerradura de circunstancia (Sal 140,3) a todos tus sentidos, para que en el templo del Señor no entre otra imagen profana ni peregrina. Guárdate toda pura y limpia de corazón, porque en el que está impuro y ocupado no puede entrar la plenitud de la divina luz y sabiduría (Sab 1,4). Y todo lo conocerás a la vista de la que Dios te ha dado, si atiendes a ella sola con toda rectitud de tu intención. Y supuesto que no puedes excusar en todo el trato de las criaturas, te conviene que tengas gran imperio sobre tus sentidos y que por ellos no admitas especies de cosa alguna sensible que no te pueda ayudar para obrar lo más santo y puro de las virtudes. Separa lo precioso de lo vil (Jer 15,19) y la verdad del engaño. Y para que en esto me imites con perfección, quiero que desde ahora adviertas con la elección que debes obrar en todas las cosas grandes o pequeñas, para que no las yerres pervirtiendo el orden de la razón y de la luz divina.

134. “Considera, pues, con atención el engaño común de los mortales y los lamentables daños que padecen, porque en las determinaciones de la voluntad de ordinario se mueven por sólo lo que perciben por los sentidos de todos sus objetos y eligen luego lo que han de hacer sin otra consulta ni atención. Y como lo sensible mueve luego a las pasiones e inclinaciones animales, es forzoso que las operaciones no se hagan con sano juicio de la razón, sino con el ímpetu de las pasiones, excitadas por los sentidos y por sus objetos. Por esto se inclina luego a la venganza el que consulta la injuria sólo con el dolor que causó, por esto se determina a la injusticia el que sigue sólo el apetito de la cosa ajena que miró y a este modo obran tantos y tan infelices cuantos son los que siguen la concupiscencia de los ojos, los afectos de la carne y la soberbia de la vida, que son lo que les ofrecen el mundo y el demonio, porque no tienen otra cosa que darles (1 Jn 2,16). Y con este inadvertido engaño siguen las tinieblas por luz, lo amargo por dulce, el mortal veneno por medicina de sus pasiones y la ciega ignorancia por sabiduría, siendo como es diabólica y terrena. Pero tú, hija mía, guárdate de este pernicioso error, y nunca te determines ni gobiernes en cosa alguna sólo por lo sensible y por sus sentidos, ni por las conveniencias que por ellos se te representan. Consulta tus acciones, lo primero con la conciencia y luz interior que Dios te ha comunicado, para que no obres a ciegas, y te la dará siempre para esto. Y luego busca el consejo de tu prelado y maestro, si le puedes tener antes de elegir lo que hubieres de hacer. Y si te faltare prelado y superior, pide consejo a otro inferior, que también esto es más seguro que obrar con voluntad propia, a quien pueden turbar las pasiones y oscurecerla. Y este orden has de guardar en las obras, especialmente exteriores, procediendo en ello con recato y con secreto y conforme lo pidieren las ocasiones y caridad del próximo que se te ofrecieren, en que es menester no perder el norte de la luz interior en el profundo golfo y navegación del trato con criaturas, donde hay siempre peligro de perecer.

CAPITULO 9

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Conoció María santísima que se levantaba Lucifer para perseguir a la Iglesia y lo que contra este enemigo hizo, amparando y defendiendo a los fieles.

135. En lo supremo de la gracia y santidad posible a pura criatura estaba la gran Señora del mundo, mirando con los ojos de su divina ciencia la pequeña grey de la Iglesia que cada día se iba multiplicando. Y como vigilantísima Madre y Pastora, del alto monte en que la colocó la diestra de su Hijo omnipotente vigilaba y reconocía si a las ovejuelas de su rebaño las sobrevenía algún peligro y asechanza de los lobos carniceros e infernales, cuyo odio le era manifiesto contra los nuevos hijos del Evangelio. Con este desvelo de la Madre de la luz estaba guarnecida aquella familia santa que la piadosa Reina había reconocido por suya y la estimaba como herencia y parte de su Hijo santísimo escogida de todo el resto de los mortales y electa del Altísimo. Y por algunos días caminó prósperamente la navecilla de la nueva Iglesia, gobernada por la divina Maestra, así con los consejos que la daba, con la doctrina y advertencias que la enseñaba, como con las oraciones y peticiones que incesantemente ofrecía por ella sin perder ocasión ni punto en atender a todo cuanto era necesario para esto y para el consuelo de los apóstoles y de los otros fieles.

136. Pocos días después de la venida del Espíritu Santo, repitiendo estas peticiones, dijo al Señor: “Hijo mío y verdadero Dios de amor, conozco, Señor mío, que la pequeña grey de vuestra santa Iglesia, de quien me habéis hecho madre y defensora, no vale menos que el infinito precio de vuestra vida y sangre, con que la habéis redimido del poder de las tinieblas; razón será que yo también os ofrezca mi vida y todo lo que soy, para conservación y aumento de lo que tanta estimación tiene en vuestra santa voluntad. Pues muera yo, Dios mío, si necesario es, para que vuestro nombre sea engrandecido y vuestra gloria dilatada por todo el mundo. Recibid, Hijo mío, el sacrificio de mis labios y voluntad, que con vuestros propios méritos ofrezco. Atended piadoso a vuestros fieles, encaminad a los que sólo en vos esperan y se entregan a vuestra santa fe. Gobernad a vuestro vicario Pedro, para que él gobierne con acierto las ovejas que le habéis encomendado. Guardad a todos los apóstoles, vuestros ministros y mis señores, prevenidlos a todos con la bendición de vuestra dulzura, para que todos ejecutemos vuestra voluntad perfecta y santa.”

137. Respondió el Altísimo a estas peticiones de nuestra Reina y la dijo: “Esposa y amiga mía, escogida entre las criaturas para la plenitud de mi agrado, atento estoy a tus deseos y peticiones. Pero ya sabes que mi Iglesia ha de seguir mis pasos y doctrina, imitándome por el camino del padecer y de mi cruz, con quien se han de abrazar mis apóstoles y discípulos y todos mis íntimos amigos y seguidores, pues no lo pueden ser sin esta condición de trabajar y padecer. También es necesario que la nave de mi Iglesia lleve lastre de persecuciones, con que vaya segura entre la prosperidad del mundo y sus peligros. Y así lo pide mi altísima providencia con los fieles y predestinados. Atiende, pues, y mira el orden con que esto se debe disponer.”

138. Luego se le manifestó una visión donde la gran Reina vio a Lucifer y mucha multitud de demonios que seguían y se levantaban de las cavernas infernales, donde habían estado oprimidos desde que fueron vencidos y arrojados del monte Calvario, como en su lugar queda dicho (Cf. supra p.II n.1421). Vio que este dragón con siete cabezas subía como por el mar, siguiéndole los demás, y aunque en las fuerzas salía muy debilitado, de la manera que se halla el convaleciente después de una larga enfermedad y grave que no puede casi tenerse, con todo eso, en la soberbia y enojo salía con implacable indignación y arrogancia, que en esta ocasión se conocían ser mayores que su fortaleza, como lo dijo antes Isaías (Is 16,6); porque de una parte manifestaba el quebranto que en él había causado la victoria de nuestro Salvador y el triunfo que de él alcanzó en la cruz, y por otra descubría un volcán de indignación y furor que ardía en su pecho contra la Iglesia Santa y sus hijos. En saliendo sobre la tierra, la rodeó y reconoció toda, y luego se encaminó a Jerusalén para estrenar allí su rabiosa indignación en las ovejas de Cristo. Y comenzó de lejos a reconocerlas, acechando y circunvalando aquel humilde pero formidable rebaño para su arrogante malicia.

139. Y cuando el dragón conoció los muchos que se habían reducido a la santa fe y cada hora iban recibiendo el sagrado Bautismo, que los apóstoles predicaban y obraban tantas maravillas en beneficio de las almas, que los convertidos renunciaban las riquezas y las aborrecían, y todos los principios de santidad tan invencible con que se fundaba la nueva Iglesia, con esta novedad creció el furor que tenía y daba formidables bramidos reconcentrándose en su misma malicia. Y como enfureciéndose contra sí por lo poco que podía contra Dios y para beberse las aguas puras del Jordán que deseaba (Job 40,18), pretendía allegarse a la congregación de los fieles, y no podía porque estaban todos unidos en caridad perfecta. Y esta virtud, con las de la fe, esperanza y humildad, era un castillo incontrastable para el dragón y sus ministros de maldad. Rodeaba y acechaba para reconocer si alguna ovejuela del rebaño de Cristo se descuidaba para embestirla y devorarla. Buscaba muchos caminos y arbitrios para tentarlos y atraer alguno para que le diese mano y entrada por donde aportillar la fortaleza de las virtudes que en todos reconocía. Pero todo lo hallaba prevenido y pertrechado con la vigilancia de los apóstoles y con la fuerza de la gracia, y mucho más con la protección de María santísima.

140. Pero cuando la gran Madre conoció y vio a Lucifer con tanto ejército de demonios y la maliciosa indignación con que se levantaba contra la Iglesia evangélica fue lastimado su piadoso corazón con una flecha de compasión y dolor, como quien conocía por una parte la flaqueza y la ignorancia de los hombres y por otra la maliciosa astucia y furor de la antigua serpiente. Y para detener y enfrenar su soberbia, se convirtió María santísima contra ella y le dijo: “¿Quién como Dios, que habita en las alturas (Sal 112,5)? ¡Oh necio y desvanecido enemigo del Omnipotente! El mismo que te venció desde la cruz y quebrantó tu arrogancia, redimiendo al linaje humano de tu cruel tiranía, te mande ahora, su potencia te aniquile y su sabiduría te confunda y te arroje a lo profundo. Y yo en su nombre lo hago, para que no puedas impedir la exaltación y gloria que como a Dios y Redentor le deben dar todos los hombres.” Luego continuó sus peticiones la piadosa Madre, y hablando con el Señor le dijo: “Altísimo Dios y Padre mío, si la potencia de vuestro brazo no detiene y quebranta el furor que veo en el dragón infernal y en sus demonios, sin duda perderá y destruirá a todo el orbe de la tierra en sus moradores. Dios de misericordia y clemencia sois para vuestras criaturas; no permitáis, Señor, que esta serpiente venenosa derrame su ponzoña sobre las almas redimidas y lavadas con la sangre del Cordero, vuestro Hijo y Dios verdadero. ¿Es posible que puedan ellas mismas entregarse a tan cruenta bestia y mortal enemigo? ¿Cómo sosegará mi corazón, si veo caer en tan lamentable desdicha alguna de las almas que les ha tocado el fruto de esta sangre? ¡Oh si contra mí sola se convirtiera la ira de este dragón y fueran salvos vuestros redimidos! Yo, Señor eterno, pelearé vuestras batallas contra vuestros enemigos. Vestidme de vuestra fortaleza para que los humille y quebrante su altiva soberbia.”

141. En virtud de esta oración y resistencia de la poderosa Reina se acobardó grandemente Lucifer y no se atrevió entonces a llegar a nadie del colegio santo de los fieles. Pero no descansó por esto su furor, antes tomó por arbitrio valerse de los escribas y fariseos y todos los judíos que reconoció constantes en su obstinación y perfidia. Fuese a ellos y por medio de muchas sugestiones los llenó de envidia y de odio contra los apóstoles y fieles de la Iglesia, y la persecución que no pudo intentar por sí mi SITIO la consiguió por medio de los incrédulos. Les puso en la imaginación que de la predicación de los apóstoles y discípulos les resultaba el mismo daño y mayor que de la de su Maestro Jesús Nazareno cuyo nombre querían introducir y celebrar a vista suya, que le habían crucificado por malhechor, que redundaba esto en gran deshonra suya y que siendo tantos los discípulos y con tantos milagros como hacían en el pueblo se le llevarían todo tras de sí y los maestros y sabios de la ley serían despreciados y no cogerían las ganancias que solían, porque los nuevos discípulos y creyentes todo lo daban a los nuevos predicadores a quien seguían, y que este daño para los antiguos maestros comenzaba a correr muy a prisa, con los muchos que ya seguían a los apóstoles.

142. Estos consejos de maldad eran muy ajustados a la ciega codicia y ambición de los judíos, y así los admitieron por muy sanos y conformes a sus deseos. Y de aquí resultó que los fariseos, saduceos, magistrados y sacerdotes hicieron tantas juntas y cabildos contra los apóstoles, como refiere San Lucas en sus Actos (Act 4,5 (A.)), La primera fue cuando San Pedro y San Juan en la puerta del templo dieron salud a un paralítico a nativitate, que tenía cuarenta años de edad y era conocido en toda Jerusalén. Y como este milagro fue tan patente y admirable, se juntó la ciudad en gran multitud, estando todos asombrados y como fuera de sí. Y San Pedro les hizo un gran sermón, probando cómo no se podían salvar en otro nombre fuera de Jesús, en cuya virtud él y San Juan habían curado aquel paralítico de tantos años. Por este milagro se juntaron al otro día los sacerdotes y llamaron a los dos apóstoles para que pareciesen en juicio ante los sacerdotes. Pero como el milagro era tan notorio y el pueblo glorificaba a Dios en él, se hallaron tan confusos los inicuos jueces, que no se atrevieron a castigar a los dos apóstoles, aunque les mandaron no predicasen ni enseñasen más al pueblo en el nombre de Jesús Nazareno. Pero San Pedro con invicto corazón les replicó que no podían obedecerlos en aquel mandato, porque Dios les mandaba lo contrario y no era justo desobedecer a Dios para obedecer a los hombres. Y con esta amenaza dejaron libres por entonces a los dos apóstoles, que luego volvieron a dar cuenta a la Reina santísima de lo que les había pasado, aunque ella lo sabía todo, porque en visión lo había conocido. Y luego se pusieron en altísima oración y estando en ella sobrevino otra vez el Espíritu Santo sobre todos con señales visibles.

143. En pocos días sucedió el milagroso castigo de Ananías y su mujer Safira, que tentados de la codicia pretendieron engañar a San Pedro, llevándole parte del precio en que habían vendido una heredad y ocultando otra parte y mintiendo al apóstol. Poco antes Bernabé, que también se llamaba José, levita y natural de Chipre, había vendido otra heredad y llevado todo el precio a los apóstoles. Y para que se conociera que todos debían obrar con esta verdad, fueron castigados Ananías y Safira, quedando muertos el uno tras del otro a los pies de San Pedro. Y con este milagro tan espantoso se atemorizaron todos en Jerusalén y los apóstoles predicaban con mayor libertad. Pero los magistrados y saduceos se indignaron contra ellos y los prendieron y llevaron a la cárcel pública, donde estuvieron poco tiempo, porque la gran Reina los libró de ella, como diré luego (Cf. infra n.148-150).

144. Pero no quiero dejar en silencio el secreto que intervino en la caída de Ananías y Safira su mujer. Sucedió que cuando la gran Señora del cielo conoció que Lucifer y sus demonios provocaban a los sacerdotes y magistrados para que impidiesen la predicación de los apóstoles, y que por estas sugestiones habían llamado a juicio a San Pedro y a San Juan después del milagro del paralítico y les mandaron que no predicasen en el nombre de Jesús, y considerando la piadosa Madre el impedimento que resultaba a la conversión de las almas si esta malicia no se atajaba, se convirtió de nuevo contra el dragón como al Señor lo había ofrecido y tomando la causa por suya con mayor valor que Judit la de Israel habló con este cruel tirano y le dijo: “Enemigo del Altísimo, ¿cómo te atreves y te puedes levantar contra sus criaturas, cuando en virtud de la pasión y muerte de mi Hijo y verdadero Dios has quedado vencido y oprimido y despojado de tu tirano imperio? ¿Qué puedes tú, oh basilisco venenoso, atado y encarcelado en las penas infernales por toda la eternidad del Altísimo? ¿No sabes que estás sujeto a su poder infinito y no puedes resistir a su voluntad invencible? Pues él te manda, y yo en su nombre y potestad te mando, que luego desciendas con los tuyos al profundo de donde saliste a perseguir los hijos de la Iglesia.”

145. No pudo resistir el dragón infernal a este imperio de la poderosa Reina, porque su Hijo santísimo para mayor terror de los demonios dio permiso que todos le conocieran sacramentado en el pecho de la invencible Madre, como en trono de su omnipotencia y majestad. Esto mismo sucedió en otras ocasiones en que María santísima confundía a Lucifer, de que diré adelante (Cf. infra n.490). Y en ésta que digo se arrojó a los profundos con todas sus legiones que le acompañaban y todos cayeron por entonces arruinados y oprimidos de la virtud divina que sentían en aquella mujer singular. Estuvieron algún tiempo los demonios en el profundo aterrados y dando espantosos aullidos, enfureciéndose consigo mismos por su desdichada suerte en que no podían dejar de ser, y porque desesperaban de vencer a la poderosa Reina y a todos los que ella recibiese debajo de su amparo. Con este furioso despecho habló Lucifer a sus demonios y confiriéndola con ellos les dijo: “¡Qué desdicha es ésta en que me veo! Decidme, ¿qué haré contra esta mi enemiga, que así me atormenta y me arroja? Sola ella me hace mayor guerra que todo el resto de las criaturas juntas. ¿Si la dejaré sin perseguirla, porque no acabe de destruirme? Siempre salgo vencido de sus batallas y ella victoriosa. Y reconozco que siempre disminuye mis fuerzas y poco a poco acabará de aniquilarlas y nada podré hacer contra los seguidores de su Hijo. Pero ¿cómo he de sufrir tan injusto agravio? ¿A dónde está mi altiva poder? ¿Hele de sujetar a una mujer de condición y naturaleza tan inferior y vil en mi comparación? Mas no me atrevo ahora a pelear con ella. Procuremos derribar alguno de sus hijos que siguen su doctrina y con esto se aliviará mi confusión y quedaré satisfecho.

146. Dio permiso el Señor para que el dragón y los suyos volviesen a tentar a los fieles y ejercitarlos. Y llegando a reconocer el estado que tenían y la grandeza de sus virtudes con que estaban guarnecidos, no hallaban entrada ni podían reducir algunos a las insanias y falsas ilusiones que les ofrecían. Pero reconociendo los naturales e inclinaciones de todos, por donde ¡ay dolor! nos hacen cruda guerra siempre, hallaron que Ananías y Safira su mujer eran más inclinados al dinero y siempre lo habían buscado con alguna avaricia. Por este costado en que los conoció el demonio más flacos les hizo la herida, arrojándoles a la imaginación que reservasen alguna parte del precio en que vendían una heredad para darlo a los apóstoles, de quien habían recibido la fe y el Bautismo. Se dejaron vencer de este vil engaño, porque era conforme a su baja inclinación, y pretendiendo engañar a San Pedro tuvo el santo apóstol revelación del pecado de los dos y los castigó con la repentina muerte que tuvieron a sus pies, primero Ananías y después Safira, que sin saber el suceso de su marido vino después de poco rato y, mintiendo como él, expiró también en presencia de los apóstoles.

147. Desde el primer intento de Lucifer, tuvo noticia nuestra Reina de lo que iba tramando y cómo Ananías y Safira admitían sus dañadas sugestiones, y llena de compasión y dolor la piadosa Madre se postró en la divina presencia y con íntimo clamor dijo: “¡Ay de mí, Hijo y Señor mío! ¿Cómo este dragón sangriento hace presa en estas simples ovejuelas de vuestro rebaño? ¿Cómo, Dios mío, sufrirá mi corazón ver que toque el contagio de la codicia y mentira en las almas que han costado vida y sangre vuestra? Si este cruelísimo enemigo se entrega en ellas sin escarmiento, correrá el daño con el ejemplo del pecado y la flaqueza de los hombres, y unos seguirán a otros en la caída. Yo, bien mío, perderé la vida en esta pena, por haber conocido lo que pesa el pecado en vuestra justicia, y más el de los hijos que el de los extraños. Remediad, pues, amado mío, este daño como me le habéis dado a conocer.” La respondió el Señor: “Madre mía y escogida, no se aflija vuestro corazón, donde yo vivo, que yo sacaré para mi Iglesia muchos bienes de este mal, que para este fin ha permitido mi providencia. Con el castigo que haré de estas culpas dejaré avisados a los demás fieles para que teman con el ejemplo que queda en la Iglesia y en lo futuro se guarden del engaño y de la codicia del dinero, pues amenaza el mismo castigo, o mi indignación, a quien cometiere el mismo pecado, porque mi justicia siempre es una misma contra los rebeldes a mi voluntad, como lo enseña mi ley santa.”

148. Con esta respuesta del Señor se consoló María santísima, aunque se compadeció mucho del castigo que tomó la divina venganza de aquellos dos engañados, Ananías y Safira. En el ínterin que todo esto sucedía, hizo altísimas oraciones por los demás fieles para que no fuesen engañados del demonio, y de nuevo se volvió contra él, le aterró y arrojó, para que no irritase a los judíos contra los apóstoles, y en virtud de esta fuerza con que los detenía gozaban de tanta paz y tranquilidad los hijos de la primitiva Iglesia. Y siempre se hubiera continuado aquella felicidad y amparo de su gran Reina y Señora, si no le hubieran despreciado los hombres, entregándose a los mismos engaños, y a otros peores, como lo hicieron Ananías y Safira. ¡Oh si temiesen los fieles aquel ejemplo e imitasen el de los apóstoles! Sucedió que de la prisión donde arriba dije (Cf. supra n.143) que los metieron, invocaron el favor divino y el de su Reina y Madre verdadera, y cuando Su Alteza conoció por la divina luz que estaban presos, postrada en cruz ante el acatamiento divino hizo por ellos esta oración:

149. “Altísimo Señor mío, Criador del universo, de todo mi corazón me sujeto a vuestra divina voluntad y reconozco, Dios mío, que así conviene, como vuestra sabiduría infinita lo dispone y ordena, que los discípulos sigan a su maestro, que sois vos, verdadera luz y guía de vuestros escogidos; así lo confieso, Hijo mío, porque vinisteis al mundo en forma y hábito de humildad, para acreditarla y destruir la soberbia, para enseñar el camino de la cruz por la paciencia en los trabajos y deshonras de los hombres. Y conozco también que han de seguir esta doctrina y establecerla en la Iglesia vuestros apóstoles y discípulos. Pero si es posible, bien mío de mi alma, que por ahora tengan libertad y vida para fundar vuestra Iglesia Santa y predicar al mundo vuestro soberano nombre y reducirle a la verdadera fe, os suplico, Señor mío, me deis licencia para que yo favorezca a vuestro vicario Pedro, a mi hijo y vuestro amado Juan y a todos los que por astucia de Lucifer están en prisiones. No se gloríe este enemigo de que ha triunfado ahora contra vuestros siervos, ni levante su cabeza contra los demás hijos de la Iglesia. Quebrantad, Señor mío, su soberbia, y sea confuso en vuestra presencia.”

150. A esta petición la respondió el Altísimo: “Esposa mía, hágase lo que tú quieres, que esto es mi voluntad. Envía a tus ángeles para que destruyan las obras de Lucifer, que contigo está mi fortaleza.” Con este beneplácito la gran Reina de los ángeles despachó luego a uno de los de su guarda, que era de jerarquía muy superior, para que fuese a la cárcel donde estaban presos los apóstoles y les quitase las prisiones y sacase libres de la cárcel. Y éste fue el ángel que refiere San Lucas en el capítulo 5 de los Hechos apostólicos (Act 5,19), que de noche libró de la prisión a los apóstoles como María santísima se lo ordenó, aunque el secreto de este milagro no lo declaró el evangelista San Lucas. Pero los apóstoles le vieron lleno de resplandor y hermosura, y les dijo cómo era enviado por su Reina para rescatarlos de la prisión, como lo hizo, y les mandó fuesen a predicar, como también sucedió. Tras de este ángel despachó otros, para que fuesen a los magistrados y sacerdotes y apartasen de ellos a Lucifer y a sus demonios, que los turbaban e irritaban contra los apóstoles, y para que les diesen inspiraciones santas, para que no se atreviesen a ofenderlos ni impedirles la predicación. Obedecieron también estos divinos espíritus y cumplieron tan bien con esta legacía, que de ella resultó lo que el mismo San Lucas dice en el capítulo citado de la plática que hizo en el consistorio aquel venerable doctor de la ley llamado Gamaliel (Act 5,34). Porque hallándose confusos los demás jueces sobre lo que harían de los apóstoles, a quienes habían puesto en la cárcel y estaban ya libres y predicando en el templo, sin saber por quién o dónde habían sido librados de la cárcel, entonces Gamaliel les dio por consejo a los sacerdotes que no se embarazasen con aquellos hombres, sino que los dejasen predicar, porque si aquella era obra de Dios no la podrían impedir y, si no lo era, ella se desvanecería luego, como en aquellos años había sucedido a otros dos falsos profetas que en Jerusalén y Palestina habían inventado nuevas sectas; el uno se llamaba Teodas y el otro Judas Galileo y entrambos perecieron con todos los de su séquito.

151. Este consejo de Gamaliel fue por inspiración de los santos ángeles de nuestra gran Reina; y también que los otros jueces le admitiesen, aunque mandaron a los apóstoles que no predicasen más a Jesús Nazareno, porque a esto les movía su propia reputación e interés. Pero con algún castigo que dieron a los apóstoles los despidieron, porque los habían prendido otra vez, cuando desde la cárcel salieron a predicar por orden del ángel que les dio libertad. De todos sus ejercicios y trabajos volvían luego los apóstoles a dar cuenta a María santísima como a su Madre y Maestra, y la prudentísima Reina los recibía con maternal afecto y alegría de verlos tan constantes en el padecer y tan celosos de la salud de las almas. “Ahora - les decía - parecéis, señores míos, verdaderos imitadores y discípulos de vuestro Maestro, cuando por su nombre padecéis afrentas y contumelias y con alegre corazón le ayudáis a llevar su cruz, cuando sois dignos ministros y cooperadores para que se logre el fruto de su sangre en los hombres, por cuya salud la derramó. Su diestra poderosa os bendiga y os comunique su virtud divina.” Esto les decía puesta de rodillas y besándoles la mano, y luego los servía, como arriba se dijo (Cf. supra n.92).

Doctrina que me dio la gran Reina de los ángeles María santísima.

152. “Hija mía, de lo que has entendido y escrito en este capítulo tienes importantes y muchas advertencias para tu salvación y de todos los fieles hijos de la Santa Iglesia. En primer lugar se debe ponderar la solicitud y desvelo con que yo cuidaba de la salud eterna de todos los creyentes, sin omitir ni olvidar la menor de sus necesidades y peligros. Les enseñaba la verdad, oraba incesantemente, los animaba en los trabajos, obligaba al Altísimo para que los asistiese, y sobre todo esto los defendía de los demonios y de sus engaños y furiosa indignación. Todos estos beneficios les hago ahora desde el cielo, y si no todos los experimentan, no es porque de mi parte no lo solicito, sino porque son muy contados los fieles que me llaman de todo corazón y las que se disponen para merecer y lograr el fruto de mi maternal amor. A todos defendería del dragón, si todos me invocasen y temiesen los engaños tan perniciosos con que los enreda y enlaza para su eterna condenación. Y para que despierten los mortales de este formidable peligro, les doy ahora este nuevo recuerdo. Te aseguro, hija mía, que todos los que se condenan después de la muerte de mi Hijo santísimo y de los favores y beneficios que por mi intercesión hace al mundo, tienen mayores tormentos en el infierno sobre los que se perdieron antes que viniera al mundo y yo estuviera en él. Y así los que desde ahora entendieren estos misterios y los despreciaren para su perdición, serán reos de mayores y nuevas penas.

153. “Deben a si mismo advertir la estimación en que han de tener sus propias almas, pues tanto hice yo y hago cada día por ellas, después de haberlas redimido mi Hijo santísimo con su pasión y muerte. Este olvido en los hombres es muy reprensible y digno de tremendo castigo. ¿En qué razón o en qué juicio cabe, que por un momentáneo gusto de los sentidos, que al más largo plazo se acaba con la vida, y otras veces en un brevísimo tiempo, trabaje tanto un hombre que tiene fe? ¿Y de su alma, que es eterna, no haga más caso ni aprecio y la olvide tanto, como si con las cosas visibles se acabara y consumiera? No advierten que cuando todo perece, entonces comienza el alma a padecer o gozar lo que será eterno y sin fin. Conociendo tú esta verdad y la perversidad de los mortales, no te admires de que el dragón infernal sea hoy tan poderoso contra los hombres, porque donde hay continua batalla, el que sale victorioso cobra las fuerzas que perdió el vencido. Y esto se verifica más en la cruel y continua lucha con los demonios, que si le vencen las almas quedan ellas fuertes y él queda debilitado, como sucedió cuando le venció mi Hijo y yo después. Pero si esta serpiente se reconoce victoriosa contra los hombres, entonces levanta la cabeza de su soberbia y convalece de su flaqueza cobrando nuevos bríos y mayor imperio, como le tiene hoy en el mundo, porque los amadores de su vanidad se le han sujetado, siguiéndola debajo de su bandera y falsas fabulaciones. Con este daño ha dilatado el infierno su boca, y cuantos más engulle y traga es más insaciable su hambre, anhelando a sepultar en las cavernas infernales todo el resto de los hombres.

154. “Teme, oh carísima, teme este peligro como lo conoces y vive en continuo desvelo para no abrir puerta en tu corazón a los engaños de esta cruentísima bestia. El escarmiento tienes en Ananías y Safira, que por haberles conocido la inclinación y codicia del dinero, entró el demonio en sus almas y los asaltó por aquel portillo. No quiero que tú apetezcas cosa alguna de la vida mortal, y de tal manera quiero que reprimas y extingas en ti todas las pasiones e inclinaciones de la flaca naturaleza, que ni los mismos espíritus malignos puedan rastrear en ti con todo su desvelo algún movimiento desordenado de soberbia, codicia, vanidad, ira, ni otra pasión alguna. Esta es la ciencia de los santos y sin la que nadie vive seguro en carne mortal y por cuya ignorancia perecen innumerables almas. Apréndela tú con diligencia y enséñala a tus religiosas, para que cada una sea vigilante centinela de sí misma. Y con esto vivirán en paz y caridad verdadera y no fingida, y cada una y todas juntas, unidas en la quietud y tranquilidad del divino Espíritu y guarnecidas con el ejercicio de todas las virtudes, serán un castillo incontrastable para los enemigos. Acuérdate y hazles a la memoria a las religiosas el castigo de Ananías y Sefira y exhórtalas a que sean muy observantes de su regla y constituciones, que con esto merecerán mi protección y especialísimo amparo.

CAPITULO 10

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Los favores que María santísima por medio de sus ángeles hacía a los apóstoles, la salvación que alcanzó a una mujer en la hora de la muerte y otros sucesos de algunos que se condenaron.

155. Como la nueva ley de gracia se iba dilatando en Jerusalén, crecía cada día el número de los fieles y se aumentaba la nueva Iglesia del Evangelio, y al mismo paso crecía también la solicitud y atención de su gran Reina y Maestra María santísima con los nuevos hijos que los apóstoles engendraban en Cristo nuestro Señor con su predicación. Y como ellos eran los fundamentos de la Iglesia, en quienes como en piedras firmísimos había de estribar la firmeza de este admirable edificio, por esto la prudentísima Madre y Señora cuidaba del colegio apostólico con especial vigilancia. Y toda esta divina atención se le aumentaba conociendo la indignación de Lucifer contra los seguidores de Cristo, y mayor contra los sagrados apóstoles como ministros de la salud eterna de los otros fieles. Nunca será posible en esta vida decir ni alcanzar a conocer los oficios, los favores y beneficios que hizo a todo el cuerpo de la Iglesia y a cada uno de sus miembros místicos, en particular a los apóstoles y discípulos, porque, según lo que se me ha dado a entender, no se pasó día ni hora en que no obrase con ellos alguna o muchas maravillas. Diré en este capítulo algunos sucesos que son de gran enseñanza para nosotros, por los secretos que contienen de la oculta providencia del Altísimo. Y de ellos se puede colegir cuál sería la vigilantísima caridad y celo de las almas que María santísima tenía con ellas.

156. A todos los apóstoles amaba y servía con increíble afecto y veneración, así por su extremada santidad como por la dignidad de sacerdotes y ministerio de fundadores y predicadores del Evangelio. Cuando estuvieron juntos en Jerusalén los servía, asistía, aconsejaba y gobernaba, como arriba queda dicho (Cf. supra n.89,92,l02). Pero con el aumento de la Iglesia fue necesario que luego comenzasen a salir de Jerusalén para bautizar y admitir a la fe a muchos que de los lugares circunvecinos se convertían; aunque luego volvían a la ciudad, porque de intento no se habían repartido ni despedido de Jerusalén, hasta que tuvieron orden para hacerlo. Y de los Actos apostólicos consta (Act 9,38-40) que San Pedro salió a Lidia y a Jopen, donde resucitó a Tabita e hizo otros milagros, y volvía a Jerusalén. Y aunque estas salidas las cuenta San Lucas después de la muerte de San Esteban de que hablaré en el capítulo siguiente, pero en el tiempo que pasó hasta que sucedió todo esto se convirtieron muchos de Palestina y fue necesario que los apóstoles saliesen a predicarles y confirmarlos en la fe, y volvían a Jerusalén a dar cuenta de todo a su divina Maestra.

157. En todas estas jornadas y predicaciones procuraba el común enemigo impedir la palabra divina o el fruto de ella, moviendo muchas contradicciones y alteraciones de los incrédulos contra los apóstoles y sus oyentes y convertidos. Y en estas persecuciones padecían cada día grandes molestias y sobresaltos, porque le pareció al dragón infernal podía embestirles con mayor confianza, hallándolos ausentes y lejos del amparo de su Protectora y Maestra. Tan formidable era para el infierno esta gran Reina de los ángeles, que con ser tan eminente la santidad de los apóstoles, con todo eso le parecía a Lucifer que sin María los cogía desarmados y a su salvo, para acometerles y tentarlos. Tal es también la soberbia y furor de este dragón, que, como está escrito en Job (Job 41,l8-19), al más duro acero lo reputó por una pajuela flaca y al bronce como si fuera un podrido leño. No teme las flechas ni la honda, pero teme tanto a María santísima, que para tentar a los apóstoles aguarda que estén ausentes de este amparo.

158. Mas no por esto les faltó, porque la gran Señora desde la atalaya de su altísima sabiduría alcanzaba a todas partes, y como vigilantísima centinela descubría las asechanzas de Lucifer y acudía al socorro de sus hijos y ministros del Señor. Y cuando por estar ausentes los apóstoles no los podía hablar, enviaba luego que los conocía afligidos a sus santos ángeles que la asistían, para que los consolasen y animasen, los previniesen y algunas veces ahuyentasen a los demonios que los perseguían. Todo esto ejecutaban los espíritus celestiales con prontitud, como su Reina lo ordenaba. Y unas veces lo hacían ocultamente por inspiraciones y consolaciones interiores que daban a los apóstoles, otras veces, y más de ordinario, se les manifestaban visibles en cuerpos refulgentes y hermosísimos y hablaban con los apóstoles todo lo que convenía o su Maestra les quería advertir. Y este modo era frecuente por la santidad y pureza de los apóstoles y por la necesidad que entonces había de favorecerles con tanta abundancia de consuelo y esfuerzo. Y nunca tuvieron aprieto ni trabajo en que la amantísima Madre no les socorriese por estos modos, a más de las continuas oraciones, peticiones y hechos de gracias que por ellos ofrecía. Era la mujer fuerte, cuyos domésticos estaban socorridos con dobladas vestiduras, y la madre de familias que a todos los proveía de alimento y con el fruto de sus manos plantaba la viña del Señor (Prov 31).

159. Con todos los otros fieles tenía el mismo cuidado respectivamente y, aunque eran muchos en Jerusalén y en Palestina, de todos tenía noticia y conocimiento para favorecerlos en sus necesidades y tribulaciones, y no sólo atención a las de las almas, sino también a las corporales, y fuera de los muchos que curaba de gravísimas enfermedades. A otros que conocía no era conveniente darles salud milagrosamente, a éstos los servía muchas cosas por su misma persona, visitándolos y regalándolos, y de los más pobres cuidaba más, y muchas veces por su mano les daba de comer, hacía las camas en que estaban, atendía a su limpieza como si fuera sierva de cada uno y con el enfermo estuviera enferma. Tanta era la humildad, la caridad y solicitud de la gran Reina del mundo, que ningún oficio ni obsequio o ministerio negaba a sus hijos los fieles, ni por ínfimos y humildes los despreciaba, como fuesen para consuelo suyo. Y llenaba a todos de gozo y consolación suavísima en sus trabajos, con que se les hacían fáciles. Y a los que por estar lejos no podía acudir personalmente, los favorecía por medio de los ángeles ocultamente, o con oraciones y peticiones les alcanzaba interiores beneficios y otros socorros.

160. Singularmente se señalaba su maternal piedad con los que estaban a la hora de la muerte y morían, porque a muchos asistía en aquel último conflicto y los ayudaba en él hasta dejarlos en estado de seguridad eterna. Y por los que iban al purgatorio hacía fervorosas peticiones y algunas obras penales, como postraciones en cruz, genuflexiones y otros ejercicios con que satisfacía por ellos. Y luego despachaba a alguno de sus ángeles para que sacase del purgatorio aquellas almas por quien había satisfecho y las llevase al cielo y en su nombre las presentase a su Hijo santísimo, como hacienda propia del mismo Señor y fruto de su sangre y redención. Esta felicidad alcanzó a muchas almas en el tiempo que la Señora del cielo era moradora en la tierra. Y no entiendo se les niegue ahora a las que se disponen en su vida para merecer su presencia en la muerte, como en otra parte dejo escrito (Cf. supra p.II n.929). Y porque sería necesario extender mucho esta Historia si hubiera de referir los beneficios que hizo María santísima en la hora de la muerte a muchos que ayudó en ella, no puedo detenerme en esto, pero diré un suceso que tuvo con una doncella a quien libró de la boca del dragón infernal; por ser tan raro y digno de advertencia para todos, no es justo negársele a esta Historia ni a nuestra enseñanza.

161. Sucedió, pues, en Jerusalén, que una doncella de padres humildes y poco abundantes de hacienda se convirtió entre los cinco mil que primero recibieron el Bautismo. Esta pobrecilla mujer, acudiendo a los ministerios de su casa, enfermó y le duró por muchos días la dolencia, sin mejorar en la salud. Con esta ocasión, como suele suceder a otras almas, se fue resfriando en el primer fervor y se descuidó en cometer algunas culpas, con que pudo perder la gracia bautismal. Pero Lucifer, que no se descuidaba, sediento de tragar alguna de aquellas almas, acudió a ésta y la embistió con suma crueldad, permitiéndolo así Dios para mayor gloria suya y de su Madre santísima. Le apareció el demonio a la doncella en forma de otra mujer para engañarla mejor y la dijo con halagos que se retirase mucho de aquella gente que predicaba al Crucificado y no les diese crédito en cuanto la decían porque la engañaban en todo, y que si no lo hacía la castigarían los sacerdotes y jueces, como habían crucificado al Maestro de aquella ley nueva y engañosa que la habían enseñado a ella, y con este remedio estaría buena y después viviría contenta y sin peligro. Le respondió la doncella: “Yo haré lo que me dices, mas aquella Señora que he visto con estos hombres y mujeres y parece tan linda y apacible, ¿qué tengo de hacer con ella?, porque la quiero mucho.” Le replicó el demonio: Esa que tú dices es peor que todos y a ella es la primera a quien has de aborrecer y retirarte de sus engaños y esto es lo que más te importa.

162. Con este mortal veneno de la antigua serpiente quedó inficionada el alma de aquella simplecilla paloma, y en vez de mejorar en la salud del cuerpo se le fue agravando la enfermedad y acercándose a la muerte natural y eterna. Uno de los setenta y dos discípulos que andaba visitando a los fieles tuvo noticia de la grave enfermedad de aquella mujer, porque un vecino de su casa le dijo que allí estaba una mujer de los de su secta muy cerca de expirar. Entró a verla y animarla con razones santas y a reconocer su necesidad. Pero la enferma estaba tan oprimida de los demonios, que ni le admitió ni habló palabra aunque la exhortó y predicó grande rato, antes se retiraba y cubría para no oírle. Reconoció el discípulo por aquellas señales la perdición de la enferma, aunque ignoraba la causa, y con grande presteza fue a dar cuenta de aquel daño al apóstol San Juan, el cual sin detenerse acudió luego a visitar a la doncella y la amonestó y habló palabras de vida eterna, si las quisiera admitir. Pero sucedió lo mismo que al discípulo, porque a entrambos resistió con pertinacia. Si bien el apóstol vio muchas legiones de demonios que tenían rodeada a la enferma, porque llegando él se retiraron, pero no cesaban de forcejar para volver luego a renovar las ilusiones de que la miserable mujer estaba llena.

163. Y reconociendo su dureza el apóstol, se fue muy afligido a dar noticia de ello a María santísima y pedirle el remedio. Convirtió luego la gran Reina su vista interior a la enferma y conoció el infeliz y peligroso estado de aquella alma y cómo el enemigo la había puesto en él. Se lamentó la piadosa Madre sobre aquella simple ovejuela, engañada del infernal y sangriento lobo, y postrada en tierra oró y pidió el rescate de la mísera doncella. Pero el Señor no respondió palabra a esta petición de su Madre santísima, no porque sus ruegos no le fuesen agradables, antes por eso mismo y por oír más sus clamores se hizo sordo, y para enseñarnos también cuál era la caridad y prudencia de la gran Maestra y Madre en las ocasiones que era necesario usar de ellas. La dejó el Señor para esto en el estado común y ordinario que la gran Señora tenía, sin añadirla nueva ilustración en lo que pedía. Mas no por esto desistió, ni se entibió su caridad ardentísima, como quien conocía que no por el silencio del Señor había de faltar ella a su oficio de Madre, mientras no sabía expresamente la voluntad divina. Con esta prudencia se gobernó en aquel suceso y luego ordenó a uno de sus santos ángeles fuese a remediar aquella alma y la defendiese de los demonios y exhortase con santas inspiraciones, para que se apartase de sus engaños y se convirtiese a Dios. Hizo el ángel esta embajada con la presteza que saben obedecer a la voluntad del Altísimo, pero tampoco pudo reducir aquella obstinada mujer con las diligencias que como ángel pudo hacer y de hecho hizo para desengañarla. A tal estado como éste puede venir un alma que se entrega al demonio.

164. Volvió el santo ángel a su Reina y la dijo: “Señora mía, vengo de ayudar a aquella doncella en el peligro de su condenación, como vos, Madre de misericordia, me lo ordenasteis, pero su dureza es tanta que ni admite ni escucha las inspiraciones santas que le he dado. He altercado con los demonios para defenderla de ellos y se resisten, alegando el derecho que aquella alma de su voluntad les ha dado, en que libremente persevera. El poder de la divina justicia no ha concurrido conmigo como yo deseaba, obedeciendo vuestra voluntad, y no puedo, Señora mía, daros el consuelo que deseáis.” Se afligió mucho la piadosa Madre con esta respuesta, pero como ella era la Madre del amor, de la ciencia y de la santa esperanza (Eclo 24,24 (A.)), no pudo perder lo que a todos nos mereció y enseñó. Y retirándose de nuevo a pedir el remedio de aquella alma engañada, se postró en tierra y dijo: “Señor mío y Dios de misericordias, aquí está este vil gusanillo de la tierra, castigadme y afligidme a mí y no vea yo que esta alma, señalada con las primicias de vuestra sangre y engañada por la serpiente, quede por despojos de su maldad y del odio que tiene contra vuestros fieles.”

165. Perseveró María santísima un rato en esta petición, pero tampoco la respondió el Señor, para probar su invicto corazón y caridad con los próximos. Consideró la prudentísima Virgen lo que sucedió al profeta Eliseo (4 Re 4,34 (A.)) para resucitar al hijo de la Sunamitis su hospedera, que no bastó a darle vida el báculo del Profeta que le aplicó Giezi su discípulo y fue necesario que llegase en persona el mismo Eliseo y tocase el difunto y se midiese y ajustase con él, con que le restituyó la vida. No fueron poderosos el ángel ni el apóstol para resucitar del pecado y engaño de Satanás a aquella miserable mujer, y así determinó la gran Señora ir a remediarla por su persona. Lo propuso así al Señor en la oración que por ella hizo y, aunque no tuvo respuesta de Su Majestad, como la obra misma le daba licencia, se levantó y comenzó a dar algunos pasos para salir del aposento donde estaba y caminar con San Juan a donde estaba la enferma, que era algo distante del cenáculo. Pero en moviéndose a los primeros la detuvieron los ángeles, a quienes había mandado el Señor la llevasen y acompañasen, pero no se le había manifestado a ella. Les preguntó por qué la detenían. Y la respondieron, porque no es razón consintamos que vais por la ciudad, cuando nosotros podemos llevaros con mayor decencia. Luego la pusieron en un trono de nube refulgente y la llevaron y pusieron en el aposento de la doncella enferma, que, como era pobre y no hablaba, la habían desamparado todos y estaba sola y rodeada de demonios que esperaban su alma para llevarla.

166. Mas al instante que llegó la Reina de los ángeles huyeron todos los espíritus malignos como unos relámpagos y como atropellándose unos a otros con terribles aullidos. Y la poderosa Señora les mandó con imperio descendiesen al profundo, hasta que les permitiese saliesen de él, y así lo hicieron sin poderlo resistir. Llegó la piadosísima Madre a la enferma y la llamó por su nombre, tomó la de la mano y la habló dulcísimos razones de vida con que la renovó toda y comenzó a respirar y volver en sí. Y respondiendo a María santísima dijo: “Señora mía, una mujer que me visitó, me persuadió que los discípulos de Jesús me engañaban y que me apartase luego de ellos y de vos, porque me sucedería muy mal si admitía la ley que me enseñaban.” Replicó lo Reina y la dijo: “Hija mía, esa que te pareció mujer era el demonio tu enemigo. Yo vengo a darte de parte del Altísimo la vida eterna; vuelve, pues, a su verdadera fe que antes recibiste y confiésale de todo tu corazón por tu Dios verdadero y Redentor, que para remedio tuyo y de todo el mundo murió en la cruz; adórale, invócale y pídele perdón de tus pecados.”

167. “Todo eso - respondió la enferma - creía yo antes, y me han dicho que es muy malo y me castigarán si lo confieso.” Le replicó la divina Maestra: “Amiga mía, no temas ese engaño, pero advierte que el castigo y penas que se han de temer son las del infierno, a donde te encaminaban los demonios. Y ahora estás muy cerca de la muerte y puedes alcanzar el remedio que yo te ofrezco si me das crédito y serás libre del fuego eterno que te amenazaba por tu error.” Con esta exhortación y la gracia que María santísima alcanzó para aquella pobrecilla mujer, se movió con grandes lágrimas de compunción y la pidió su favor en aquel peligro, estando rendida para todo lo que la mandase. Luego la gran Señora la hizo protestar la fe de Cristo nuestro Señor y que hiciese un acto de contrición para confesarse. Y la gran Reina dispuso que recibiese los sacramentos, llamando a los apóstoles para que se los administrasen. Y repitiendo la dichosa mujer los actos de contrición y de amor, invocando a Jesús y a su Madre que la gobernaba, expiró la feliz doncella en manos de su Remediadora, habiendo estado dos horas enteras con ella, para que el demonio no volviese a engañarla. Y fue tan poderoso este socorro, que no sólo la redujo al camino de la vida eterna, pero le alcanzó tantos auxilios, que salió aquella dichosa alma libre de culpa y de pena. Y luego la envió al cielo con unos ángeles de los doce que tenían en el pecho aquella señal o divisa de la Redención y traían palmas y coronas en las manos para socorrer a los devotos de su gran Reina. De estos ángeles queda ya dicho en la primera parte, capítulo 14, número 202, y capítulo 18, número 273, y no es necesario repetirlo ahora. Sólo advierto que a estos ángeles, que enviaba la Reina a diversas operaciones, los escogía conforme a las gracias y virtudes que tenían para beneficio de los hombres.

168. Después de remediada aquella alma, volvieron los demás ángeles a la Reina a su oratorio en la misma nube que la habían traído. Y luego se humilló y postró en tierra adorando al Señor y dándole gracias por el beneficio de haber sacado aquella alma de la boca del dragón infernal, y por ello hizo un cántico de alabanza del Altísimo. Esta maravilla ordenó su gran sabiduría, para que los ángeles, los santos del cielo, los apóstoles y también los mismos demonios entendiesen el poder incomparable de María santísima y que así como era Señora de todos así también todos juntos no serían poderosos tanto como ella y que nada se le negaría de lo que pidiese para los que la amasen, sirviesen y llamasen, pues aquella feliz doncella, por el amor que había tenido a esta Señora divina, no fue despedida del remedio, y los demonios quedasen oprimidos, confusos y desconfiados de prevalecer contra lo que María santísima quiere y puede para sus devotos. Otras cosas para nuestra enseñanza se pueden notar en este ejemplo, que remito a la atención y prudencia de los fieles.

169. No sucedió así a otros dos de los convertidos, que desmerecieron la eficaz intercesión de María santísima. Y porque este ejemplo puede servir también de aviso y escarmiento, como el de Ananías y Safira, para conocer la astucia de Lucifer en tentar y derribar a los hombres, le escribiré como le he entendido, con las advertencias que encierra, para temer con David los justos juicios del Muy Alto (Sal 118,120). Después del milagro referido, tuvo permiso el demonio para volver al mundo con los suyos y tentar a los fieles, porque así convenía para la corona de los justos y predestinados. Salió del infierno con mayor saña contra ellos y comenzó a investigar por dónde le abrían puerta para acometer, rastreando las inclinaciones malas de cada uno como ahora lo hace, con la confianza que le ha dado la experiencia de que los hijos de Adán, inadvertidos, de ordinario seguimos las inclinaciones y pasiones más que la razón y la virtud. Y como la multitud no puede ser muy perfecta en todas sus partes y la Iglesia iba creciendo en número, así también en algunos se entibiaba el fervor de la caridad, y el demonio tenía mayor campo en que sobresembrar su cizaña. Reconoció entre los fieles que dos hombres eran de malas inclinaciones y hábitos antes que se convirtiesen y que deseaban tener gracia y estrecha dependencia de algunos príncipes de los judíos, de quien esperaban algunos intereses temporales de honra y hacienda, y con esta codicia que siempre fue raíz de todos los males (1 Tim 6,10) contemporizaban y lisonjeaban a los poderosos cuya gracia codiciaban.

170. Con estos achaques juzgó el demonio que aquellos fieles estaban flacos en la fe y virtudes y que podría derribarlos por medio de los judíos principales, de quienes tenían dependencia. Y como lo pensó la serpiente, así lo ejecutó y consiguió, arrojando muchas sugestiones al corazón incrédulo de aquellos sacerdotes, para que reprendiesen y amenazasen a los dos convertidos por haber admitido la fe de Cristo y recibido su bautismo. Lo hicieron así como el demonio se lo administraba con grande aspereza y autoridad. Y como la indignación en los poderosos acobarda a los menores que son de corazón flaco, y lo eran aquellos dos convertidos, apegados a sus propios intereses temporales, con esta párvula flaqueza se resolvieron en apostatar de la fe de Cristo, para no caer en desgracia de aquellos judíos poderosos, en quien tenían alguna infeliz y falsa confianza. Luego se retiraron de todo el gremio de los otros fieles y dejaron de acudir a la predicación y ejercicios santos que los demás hacían, con que se conoció su caída y perdición.

171. Se contristaron mucho los apóstoles por la ruina de aquellos fieles y por el escándalo que los demás recibirían con tan pernicioso ejemplo en los principios de la Iglesia. Confirieron entre sí si le darían noticia del suceso a María santísima, porque temían el desconsuelo y dolor que la causaría. Pero el apóstol San Juan les advirtió que la gran Señora sabía todas las cosas de la Iglesia y aquélla no se le podría ocultar a su vigilantísima atención y caridad. Con esto fueron todos a darla cuenta de lo que pasaba con aquellos dos apostatas a quienes habían exhortado para que se redujesen a la verdadera fe que habían descreído y negado. La piadosa y prudente Madre no disimuló el dolor, porque no era para ocultarle en la pérdida de las almas que ya estaban agregadas a la Iglesia. Y convenía también que los apóstoles conocieran en el sentimiento de la gran Señora la estimación que debían hacer de los hijos de la Iglesia y el celo tan ardiente con que habían de procurar conservarlos en la fe y reducirlos al camino de salud. Se retiró luego nuestra, Reina a su oratorio y postrada en tierra como solía hizo profunda oración por aquellos dos apostatas, derramando copiosas lágrimas de sangre por ellos.

172. Y para moderar en algo su dolor con la ciencia de los ocultos juicios del Altísimo, la respondió Su Majestad y la dijo: “Esposa mía, escogida entre mis criaturas, quiero que conozcas mis justos juicios en esas dos almas por quien me pides y en otras que han de entrar en mi Iglesia. Estos dos, que han apostatado de mi verdadera fe, pueden hacer más daño que provecho entre los demás fieles si perseverasen en su conversación y trato, porque son de costumbres muy depravadas y han empeorado sus torcidas inclinaciones; con que mi ciencia infinita los conoce por réprobos y así conviene desviarlos del rebaño de los fieles y cortarlos del cuerpo místico de mi Iglesia para que no inficionen a otros ni les peguen su contagio. Necesario es ya, querida mía, conforme a mi altísima providencia, que entren en mi Iglesia predestinados y réprobos: unos, que por sus culpas se han de condenar, y otros, que por mi gracia se han de salvar con buenas obras; y mi doctrina y evangelio (Mt 13,47 (A.)) ha de ser como la red que recoge a todo género de peces, buenos y malos, a prudentes y necios, y el enemigo ha de sembrar su cizaña entre el grano puro de la verdad, para que los justos se justifiquen más y los inmundos, si quisieren por su malicia, se hagan más inmundos (Ap 22,11).

173. Esta fue la respuesta que dio el Señor a María santísima en aquella oración, renovando en ella la participación de su divina ciencia, con que se dilató su afligido corazón conociendo la equidad de la justicia del Muy Alto en condenar con razón a los que por su malicia se hacían réprobos e indignos de la amistad de Dios y de su gloria. Pero como la divina Madre tenía el peso del santuario en su eminentísima sabiduría, ciencia y caridad, sola ella entre todas las criaturas pesaba y ponderaba dignamente lo que monta perder una alma a Dios eternamente y quedar condenada a los tormentos eternos en compañía de los demonios, y a la medida de esta ponderación era su dolor. Ya sabemos que los ángeles y santos del cielo, que conocen en Dios este misterio, no pueden tener dolor ni pena, porque no se compadece con aquel estado felicísimo. Y si fuera compatible con la gloria de que gozan, fuera su dolor conforme al conocimiento que tienen del daño que es condenarse los que aman con caridad tan perfecta y desean tener consigo en la gloria.

174. Pues las penas y dolor que no pueden sentir los bienaventurados de la condenación de los hombres, éste tuvo María santísima en grado tan superior al que tuvieran ellos, cuanto les excedía esta divina Señora en la sabiduría y caridad. Para sentir el dolor estaba en estado de viadora (Criatura racional que está en esta vida y aspira y camina a la eternidad.) y para conocer la causa tenía ciencia de comprensora. (Persona que goza la eterna bienaventuranza.) Porque cuando gozó de la visión beatífica conoció el ser de Dios y el amor que tiene a la salud de los hombres, como de bondad infinita, y lo que se doliera de la perdición de una alma si fuera capaz de dolor. Conocía la fealdad de los demonios, la ira que tienen contra los hombres, la condición de las penas infernales y eterna compañía de los mismos demonios y de todos los condenados. Todo esto, y lo que yo no alcanzo a ponderar, ¿qué dolor, qué pena y compasión causaría en un corazón tan blando, tan amoroso y tierno como el de nuestra amantísima María, sabiendo que aquellas dos almas y otras casi infinitas con ellas se perderían en la Santa Iglesia? Sobre esta desdicha se lamentaba y muchas veces repetía: “¿Es posible que un alma por su voluntad se haya de privar eternamente de ver la cara de Dios y escoja ver las de tantos demonios en eterno fuego?”

175. El secreto de la reprobación de aquellos nuevos apostatas reservó para sí la prudentísima Reina, sin manifestarlo a los apóstoles. Pero estando así afligida y retirada, en aquella ocasión entró el evangelista San Juan a visitarla y saber lo que le mandaba hacer o en qué servirla. Y como la vio tan afligida y triste, se turbó el apóstol y pidiéndola licencia para hablarla dijo: “Señora mía y Madre de mi Señor Jesucristo, después que Su Majestad murió nunca he reconocido vuestro semblante tan afligido y doloroso como ahora y bañados en sangre vuestro rostro y ojos. Decidme, Señora, si es posible, la causa de tan nuevo dolor y sentimiento y si puedo aliviaros en él con dar mi propia vida.” Respondió María santísima: “Hijo mío, lloro ahora por esta misma causa.” Entendió San Juan que la memoria de la pasión había renovado en la piadosa Madre tan acervo y nuevo dolor y con este pensamiento la replicó así: “Ya, Señora mía, podéis moderar las lágrimas, cuando vuestro Hijo y Redentor nuestro está glorioso y triunfante en los cielos a la diestra de su eterno Padre. Y aunque no es razón olvidemos lo que padeció por los hombres, también es justo os alegréis con los bienes que se han seguido de su pasión y muerte.”

176. “Si después que murió mi Hijo - respondió María santísima - le quieren crucificar otra vez los que le ofenden y niegan y malogran el fruto inestimable de su sangre, justo es que yo llore, como quien conoce de su ardentísimo amor con los hombres que padeciera por el remedio de cada uno lo que padeció por todos. Veo tan mal agradecido este amor inmenso y la perdición eterna de tantos que debían conocerle, que no es posible moderar mi dolor, ni tener vida, si no me la conserva el mismo Señor que me la dio. Oh hijos de Adán, formados a la imagen de mi Hijo y de mi Señor, ¿en qué pensáis?, ¿dónde tenéis el juicio y la razón para sentir vuestra desdicha, si perdéis a Dios eternamente?” Replicó San Juan: “Madre y Señora mía, si vuestro dolor es por los dos que han apostatado, bien sabéis que entre tantos hijos ha de haber infieles siervos, pues en nuestro apostolado prevaricó Judas en la misma escuela de nuestro Redentor y Maestro.” “Oh Juan - respondió la Reina - si Dios tuviera voluntad determinada de la perdición de algunas almas, pudiera aliviar algo mi pena, pero, aunque permite la condenación de los réprobos porque ellos se quieren perder, no era ésta absoluta voluntad de la divina bondad, que a todos quisiera hacer salvos si ellos con su libre albedrío no le resistieran, y a mi Hijo santísimo le costó sudar sangre el que no fuesen todos predestinados y alcanzase con eficacia la que por ellos derramaba. Y si ahora en el cielo pudiera tener dolor de cualquier alma que se pierde, sin duda le tuviera mayor que de padecer por ella. Pues yo, que conozco esta verdad y vivo en carne pasible, razón es que sienta lo que mi Hijo tanto desea y no se consigue.” Con estas y otras razones de la Madre de misericordia se movió San Juan a lágrimas y llanto, en que la acompañó grande rato.

Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.

177. “Hija mía, pues en este capítulo con particularidad has entendido el incomparable dolor y amargura con que yo lloré la perdición de las almas ajenas, de aquí conocerás lo que debes hacer por la tuya y por ellas, para imitarme en la perfección que yo de ti quiero. Ningún tormento ni la misma muerte rehusara yo, si fuera necesario, para remediar a cualquiera de los que se condenan, y lo reputara por descanso en mi ardentísima caridad. Pues ya que tú no mueras con este dolor, por lo menos no excuses el padecer todo lo que el Señor ordenare por esta causa, y tampoco el pedir por ellas y trabajar con todas tus fuerzas para excusar en tus hermanos cualquiera culpa, si pudieres atajarla; y cuando no luego la consigas, ni conozcas que te oye el Señor, no por esto pierdas la confianza, sino avívala y persevera, que esta porfía nunca puede desagradarle, pues desea él más que tú la salvación de todos sus redimidos. Y si todavía no fueres oída ni alcanzares lo que pides, aplica los medios que la prudencia y la caridad pidieren y vuelve a pedir con nueva instancia, que siempre se obliga el Altísimo de esta caridad con el próximo y del amor que obliga a impedir el pecado de que se ofende. No quiere la muerte del pecador (Ez 33,11) y, como has escrito, no tuvo por sí voluntad absoluta y antecedente de perder a sus criaturas, antes las quisiera salvar a todas si ellas no se perdieran, y aunque lo permite por su justicia, permite lo que le es de su desagrado por la condición libre de los hombres. No te encojas en estas peticiones, pero las que fueren de cosas temporales preséntalas y pídele que haga su voluntad santa en lo que conviene.

178. “Y si por la salvación de tus hermanos quiero que trabajes con tanto fervor de caridad, considera lo que debes hacer por la tuya y en qué estimación has de tener tu propia alma, por quien se ofreció infinito precio. Te quiero amonestar como Madre, que cuando la tentación y pasiones te inclinaren a cometer alguna culpa, por levísima que sea, te acuerdes del dolor y lágrimas que me costó el saber los pecados de los mortales y desear impedirlos. No quieras tú, carísima, darme la misma causa, que si bien no puedo ahora recibir aquella pena, por lo menos me privarás del gozo accidental que recibiré de que, habiéndome dignado de ser tu Madre y Maestra para gobernarte como a hija y discípula, salgas perfecta como enseñada en mi escuela. Y si en esto fueres infiel, frustrarás muchos deseos míos de que en todas tus obras seas agradable a mi Hijo santísimo y le dejes cumplir en ti su voluntad santa con toda plenitud. Pondera, con la luz infusa que recibes, cuán graves serían tus culpas, si alguna cometieres después de hallarte tan beneficiada y obligada del Señor y de mí. No te faltarán peligros y tentaciones en lo que tuvieres de vida, pero en todas te acuerda de mi enseñanza, de mis dolores y lágrimas y sobre todo de lo que debes a mi Hijo santísimo, que tan liberal es contigo en favorecerte y aplicarte el fruto de su sangre, para que en ti halle retorno y agradecimiento.”

CAPITULO 11

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Se declara algo de la prudencia con que María santísima gobernaba a los nuevos fieles y lo que hizo con San Esteban en su vida y muerte y otros sucesos.

179. Al ministerio de Madre y Maestra de la Santa Iglesia, que dio el Señor a María santísima, era consiguiente darle ciencia y luz proporcionada a tan alto oficio, para que con ella conociera a todos los miembros de aquel cuerpo místico, cuyo gobierno espiritual le tocaba, y a cada uno le aplicase la doctrina y magisterio conforme a su grado, condición y necesidad. Este beneficio recibió nuestra Reina con tanta plenitud y abundancia de sabiduría y ciencia divina, como se colige de todo el discurso que voy escribiendo. Conocía a todos los fieles que entraban en la Iglesia, penetraba sus naturales inclinaciones, el grado de gracia y virtudes que tenían, el mérito de sus obras, sus fines, y principios de cada uno, y nada ignoraba de toda la Iglesia, salvo si alguna vez le ocultaba el Señor por algún tiempo algún secreto que después venía a conocer cuando convenía. Y toda esta ciencia no era estéril y desnuda, pero le correspondía igual participación de la caridad de su Hijo santísimo, con que amaba a todos como los miraba y conocía. Y como juntamente conocía también el sacramento de la voluntad divina, con toda esta sabiduría dispensaba en medida y peso los afectos de la caridad interior, porque ni daba más al que se le debía menos, ni menos al que merecía ser más amado y estimado; defecto en que muy de ordinario incurrimos los ignorantes hijos de Adán, aun en lo que nos parece justificado.

180. Pero la Madre del amor concertado y de la ciencia no pervertía el orden de la justicia distributiva trocando los afectos, porque los dispensaba a la luz del Cordero que la iluminaba y gobernaba, para que de su amor interior diese a cada uno lo que se le debía, más o menos, aunque para todos en esto era Madre piadosísima y amantísima, sin tibieza, escasez ni olvido. Pero en los efectos y demostraciones exteriores se gobernaba por otras reglas de suma prudencia, atendiendo a excusar la singularidad en el trato y gobierno de todos y evitar los leves achaques con que se engendran emulaciones y envidias en las comunidades, familias y en todas las repúblicas, donde hay muchos que vean y juzguen las acciones públicas. Natural y común pasión es en todos desear ser estimados y queridos, y más de los que son poderosos, y apenas se hallará alguno que no presuma de sí mismo tiene tantos méritos como el otro para ser tan favorecido y aun más. Y esta dolencia no perdona a los más altos en estado, ni aun en virtud, como se vio en el colegio apostólico, que por alguna particular señal que les despertó la sospecha se movió luego entre ellos la cuestión de la precedencia y superior dignidad en el colegio sagrado y se la propusieron a su Maestro (Mt 18,1; Lc 9,46 (A.)).

181. Para prevenir y excusar estas rencillas era advertidísima la gran Reina en ser muy igual y uniforme en los favores y demostraciones que hacía con todos a vista de la Iglesia. Y no sólo fue esta doctrina digna de tal Maestra, pero muy necesaria en los principios de su gobierno, así para que quedase establecida en la Iglesia para los prelados que en ella habían de gobernar, como porque en aquellos felicísimos principios resplandecían con milagros y otros dones divinos todos los apóstoles y discípulos y otros fieles, como en los últimos siglos se señalan muchos en ciencia y letras adquiridas, y convenía enseñar a todos que ni por aquellos grandes dones ni por estos menores ninguno se levantase en vana presunción ni se juzgase por digno de ser más honrado y favorecido de Dios ni de su Madre santísima en las cosas exteriores. Bástele al justo que sea amado del Señor y esté en su amistad, y al que no lo es no le será de provecho el beneficio de la honra y estimación visible.

182. Mas no por este recato faltaba la gran Reina a la veneración y honor que de justicia se debía a cada uno de los apóstoles y fieles por la dignidad o ministerio que tenía, porque en esta veneración también era dechado para todos de lo que debían hacer en las cosas de obligación, como en el recato enseñaba la templanza en las que eran voluntarias y sin esta deuda. Y fue tan admirable y prudente en todo esto nuestra gran Reina, que jamás tuvo querelloso alguno de los fieles que la trataban, ni pudo con razón, ni aparente, negarle alguno la estimación y respeto, antes todos la amaban y bendecían y se hallaban llenos de gozo y deudores a sus favores y piedad maternal. Ninguno pudo tener sospecha de que le faltaría a su necesidad, ni le negaría el consuelo en ella. Y ninguno conoció que a él le desestimase y a otro favoreciese o amase más que a él, ni les daba motivo de hacer en esto alguna comparación. Tanta fue la discreción y sabiduría de esta Reina y tan ajustadas ponía las balanzas del amor exterior en el fiel de la prudencia. Y sobre todo esto no quiso por sí misma distribuir oficios ni las dignidades que se repartían entre los fieles, ni intercediendo por ninguno para que se le diese. Todo lo remitía al parecer y votos de los apóstoles, cuyo acierto alcanzaba ella del Señor en su secreto.

183. La obligaba también para obrar tan sabiamente su profundísima humildad, con que la enseñaba a todos, pues conocían era Madre de la sabiduría y que nada ignoraba ni podía errar en lo que hiciese. Pero con todo eso quiso dejar este raro ejemplo en la Santa Iglesia, para que nadie presumiese de su propia ciencia, prudencia o virtud, y menos en materias graves, pero todos entendiesen que el acierto está vinculado a la humildad y al consejo y la presunción al propio dictamen, cuando no hay obligación de obrar sólo con él. Conocía a si mismo que el interceder y favorecer a otros con cosas temporales trae consigo algún dominio presuntuoso y mayor le tiene el recibir de voluntad los agradecimientos que hacen aquellos que son favorecidos y beneficiados. Todas estas desigualdades y menguas de la virtud eran muy ajenas de la suprema santidad de nuestra divina Maestra, y por eso nos enseñó con su vivo ejemplo el modo de gobernar nuestras obras para no defraudar el mérito ni impedir la mayor perfección. Pero de tal manera procedía en este recato, que no por él negaba el consejo a los apóstoles y la dirección de sus oficios y acciones, en que muy frecuentemente la consultaban, y lo mismo hacía con los demás discípulos y fieles de la Iglesia, porque todo lo obraba con plenitud de sabiduría y caridad.

184. Entre los santos que fueron muy dichosos en merecer especial amor de la gran Reina del cielo, fue uno San Esteban, que era de los setenta y dos discípulos, porque desde el principio que comenzó a seguir a Cristo nuestro Salvador le miró María santísima con especialísimo afecto entre los demás, dándole el primero o de los primeros lugares en su estimación. Conoció luego que este santo era elegido por el Maestro de la vida para defender su honra y santo nombre y dar la vida por él. A más de esto el invicto santo era de condición suave y apacible y dulce, y sobre este buen natural le hizo la gracia mucho más amable para todos y más dócil para toda santidad. Era esta condición muy agradable para la dulcísima Madre, y cuando hallaba alguno de este natural blando y pacífico solía decir que aquél se asimilaba más a su Hijo santísimo. Por estas condiciones y las heroicas virtudes que conocía en San Esteban, le amaba tiernamente, le daba muchas bendiciones, y al Señor gracias porque le había criado, llamado y escogido para primicias de sus mártires; y con la estimación prevista de su martirio le amaba mucho en su interior, porque su Hijo santísimo le había revelado aquel secreto.

185. El dichoso santo correspondía con fidelísima atención y veneración a los beneficios que recibía de Cristo nuestro Salvador y su beatísima Madre, porque no sólo era pacífico, sino humilde de corazón, y los que con verdad lo son se obligan mucho de los beneficios, aunque no sean tan grandes como los que el santo discípulo Esteban recibía. Concibió siempre altísimamente de la Madre de misericordia y solicitaba su gracia con este aprecio y ferventísima devoción. Le preguntaba muchas cosas misteriosas, porque era muy sabio, lleno del Espíritu Santo y de fe, como San Lucas lo dice (Act 6,8) y la gran Maestra le respondía a todas sus preguntas y le confortaba y animaba para que invictamente volviese por la honra de Cristo. Y para confirmarle más en su gran fe, le previno María santísima el martirio y le dijo: “Vos, Esteban, seréis el primogénito de los mártires que engendrará mi Hijo santísimo y mi Señor con el ejemplo de su muerte, y seguiréis sus pasos como esforzado discípulo a su maestro y soldado animoso a su capitán, y en la milicia del martirio llevaréis el estandarte de la cruz. Para esto conviene que os arméis de fortaleza con el escudo de la fe y creed que la virtud del Altísimo os asistirá en vuestro conflicto.”

186. Este aviso de la Reina de los ángeles inflamó tanto el corazón de San Esteban con el deseo del martirio, como se colige de lo que se refiere de él en los Actos apostólicos, donde no sólo se dice que estaba lleno de gracia y fortaleza y que obraba grandes prodigios y maravillas en Jerusalén, pero después de los dos apóstoles San Pedro y San Juan de ningún otro se dice que disputase con los judíos y los confundiese antes que San Esteban, a cuya sabiduría y espíritu no podían resistir, porque con intrépido corazón les predicaba, redargüía y reprendía, señalándose en este esfuerzo antes y más que otros discípulos. Todo esto hacía San Esteban encendido en el deseo del martirio que la gran Señora le aseguró conseguiría. Y como si otro le hubiera de ganar de mano esta corona, se ofrecía ante todos los demás a las disputas con los rabinos y maestros de la ley de Moisés, y anhelaba por las ocasiones de defender la honra de Cristo, por la cual sabía que había de poner su vida. La atención maligna del dragón infernal, que llegó a conocer el deseo de San Esteban, convirtió contra él su saña y pretendió impedir los pasos del invicto discípulo para que no llegara a conseguir público martirio en testimonio de la fe de Cristo nuestro bien. Y para atajarlo incitó a los judíos más incrédulos que diesen la muerte a San Esteban ocultamente. Atormentó a Lucifer la virtud y esfuerzo que reconoció en San Esteban y temió que con ella haría grandes obras en vida y muerte, acreditando la fe y doctrina de su Maestro. Y con el odio que los judíos tenían contra el santo discípulo fácilmente los persuadió a que en secreto le quitasen la vida.

187. Lo intentaron muchas veces en el poco tiempo que pasó desde la venida del Espíritu Santo hasta el martirio del santo. Pero la gran Señora del mundo, que conocía la malicia y enredos de Lucifer y de los judíos, libró a San Esteban de todas sus asechanzas, hasta que fue tiempo oportuno de morir apedreado, como diré luego. En tres ocasiones envió la Reina uno de sus ángeles que la asistían para que sacase a San Esteban de una casa donde le pretendían quitar la vida ahogándole. Y el ángel le sacó de este peligro invisiblemente para los judíos que le buscaban, aunque no para el santo, que le vio y conoció que le llevaba al cenáculo y le presentaba a su Reina y Señora. Otras veces le avisaba con el mismo ángel para que no fuese a tal calle o casa, donde le esperaban para acabar con él. Otras veces la gran Madre le detuvo para que no saliese del cenáculo, porque conocía que le acechaban para matarle. Y no sólo le esperaron algunas noches a la salida del cenáculo para ir a su posada, pero en otras casas le pusieron las mismas asechanzas y traiciones. Porque San Esteban, como he dicho, con su ardiente celo acudía al consuelo de muchos fieles necesitados y no sólo no temía los peligros y ocasiones para morir, mas antes las deseaba y solicitaba. Y como no sabía para cuándo le guardaba el Señor esta gran felicidad y veía que tantas veces le libraba de los peligros la beatísima Madre, solía amorosamente querellarse con ella y la decía: “Señora y amparo mío, pues, ¿cuándo ha de llegar el día y la hora en que yo pague a mi Dios y Maestro la deuda de mi vida, sacrificándome para la honra y gloria de su santo nombre?”

188. Eran para María santísima estas querellas del amor de Cristo en su siervo Esteban de incomparable júbilo, y con maternal y dulce afecto salía responderle: “Hijo mío y siervo fidelísimo del Señor, ya llegará el tiempo determinado por su altísima sabiduría y no se hallarán frustradas vuestras esperanzas. Trabajad ahora lo que os resta en su Santa Iglesia, que segura tendréis la corona de vuestro nombre, y dadle gracias continuamente al Señor que os la tiene prevenida.” Era la pureza y santidad de San Esteban nobilísima y de eminente perfección, de manera que los demonios no podían llegar a él de mucha distancia, y por esto muy amado de Cristo y de su Madre santísima. Ordenáronle los apóstoles de diácono. Y antes de ser mártir, era su virtud y santidad muy heroica, con que mereció ser el primero que después de la pasión ganó la palma a todos. Y para manifestar más la santidad de este grande y primer mártir, añadiré aquí lo que he entendido, conforme a lo que refiere San Lucas en el capítulo 6 de los Hechos Apostólicos.

189. Se levantó una rencilla en Jerusalén entre los fieles convertidos, porque los griegos se quejaban contra los hebreos de que en el ministerio y servicio cotidiano de los convertidos no eran admitidas las viudas de los griegos como lo eran las de los hebreos. Los unos y los otros eran judíos israelitas, aunque se llamaban griegos los que habían nacido en Grecia y hebreos los que eran naturales de Palestina, y en esto se fundaba la querella de los griegos. Este ministerio cotidiano era la administración y distribución de las limosnas y ofrendas que se gastaban en sustentar a los fieles. El cual ministerio se encargó a seis varones aprobados y de satisfacción, como queda dicho en el capítulo 7, y se ordenó así por consejo de María santísima, como allí se dijo (Cf. supra n.107, 109). Pero creciendo el número de los creyentes fue necesario señalar también algunas mujeres viudas y de edad madura, para que trabajasen en el mismo ministerio y cuidasen del sustento de los fieles, en particular de las otras mujeres y enfermos, y gastaban con ellos lo que las daban los seis despenseras o limosneros señalados. Estas viudas eran de los hebreos, y pareciéndoles a los griegos que era poca confianza de las suyas no admitirlas ni ocuparlas en este ministerio, se querellaron ante los apóstoles de este agravio.

190. Y para componer esta diferencia, el colegio apostólico hizo juntar la multitud de los fieles y les dijeron: “No es justo que nosotros dejemos la predicación de la palabra de Dios para acudir a la sustentación de los hermanos que vienen a la fe. Elegid vosotros a siete varones de vosotros mismos, que sean hombres sabios y llenos de Espíritu Santo, y a éstos encargaremos el cuidado y gobierno de todo esto, para que nosotros nos ocupemos en la oración y predicación. Y a ellos acudiréis con las dudas o diferencias que se ofrecieren sobre la comida de los creyentes.” Aprobaron todos este parecer y sin diferencia de naciones eligieron siete que refiere San Lucas (Act 6,5), y el primero y principal fue San Esteban, cuya fe y sabiduría era conocida de todos. Estos siete quedaron por superintendentes de los seis primeros y de las viudas que administraban, sin excluir a las griegas más que a otras, porque no atendían a la condición de las naciones, sino a la virtud de cada una. Y quien más hizo en componer esta discordia fue San Esteban, que con su admirable sabiduría y santidad extinguió luego la rencilla de los griegos y facilitó a los hebreos para que todos se conviniesen como hijos de Cristo nuestro Salvador y Maestro y procediesen con sinceridad y caridad, sin parcialidades ni acepción de personas, como lo hicieron por lo menos los meses que él vivió.

191. Mas no por esta ocupación dejó San Esteban la predicación y disputas con los judíos incrédulos. Y como ni le podían dar la muerte en secreto, ni resistir su sabiduría en público, vencidos del mortal odio buscaron testigos falsos contra él. Le acusaron de blasfemo contra Dios y contra Moisés y que no cesaba de hablar contra el templo santo y contra la ley y que aseguraba que Jesús Nazareno había de destruir lo uno y lo otro. Y como los testigos falsos contestasen todo esto y el pueblo se alterase con las falsedades que para esto le imputaron, echaron mano de San Esteban y le llevaron a la sala donde estaban los sacerdotes como jueces de la causa. Y el presidente le tomó su confesión delante de todos, en cuya respuesta habló el santo con altísima sabiduría, probando con las antiguas Escrituras que Cristo era el Mesías verdadero y prometido en ellas, y por conclusión del sermón les reprendió su dureza e incredulidad con tanta eficacia que, como no hallaban qué responder, se taparon los oídos y rechinaban los dientes contra él.

192. Tuvo noticia la Reina del cielo de la prisión de San Esteban, y al punto le envió uno de sus santos ángeles, antes que llegase a las disputas con los pontífices, que de su parte le animase para el conflicto que le esperaba. Y con el mismo ángel le respondió San Esteban que iba lleno de gozo a confesar la fe de su Maestro, y con esfuerzo de corazón para dar la vida por ella, como siempre lo había deseado, y que le ayudase Su Majestad en aquella ocasión como Madre y Reina clementísima, y que sólo llevaba de pena no haber podido pedirle su bendición para morir con ella como deseaba, y que se la diese desde su retiro. Estas últimas razones movieron a compasión las maternales entrañas de María santísima sobre el amor y aprecio que hacía de San Esteban, y deseaba la gran Señora asistirle personalmente en aquella ocasión donde el santo había de volver por la honra de su Dios y Redentor y ofrecer la vida en su defensa. Se le ofrecían a la prudente Madre las dificultades que había en salir por las calles de Jerusalén en tiempo que estaba alborotada, y no menores en hablar a San Esteban y hallar oportunidad para esto.

193. Se postró en oración pidiendo el favor divino para su amado discípulo y presentó al Señor el deseo que tenía de favorecerle en aquella última hora. Y la clemencia del Muy Alto, que siempre está atento a las peticiones y deseos de su Esposa y Madre y quería también hacer más preciosa la muerte de su fiel siervo y discípulo Esteban, envió desde el cielo nueva multitud de ángeles que juntos con los de María santísima la llevasen luego donde estaba el santo. Se ejecutó al punto como el Señor lo mandaba, y los santos ángeles pusieron a su Reina en una refulgente nube y la llevaron al tribunal donde San Esteban estaba, y el sumo sacerdote le acababa de examinar en los cargos que le hacían. Esta visión fue oculta para todos, fuera de San Esteban, que vio a la gran Reina delante de sí mismo en el aire llena de divinos resplandores y de gloria, y vio también a los ángeles que la tenían en la nube. Este incomparable favor encendió de nuevo la llama el amor divino y el ardiente celo de la honra de Dios en su defensor Esteban. Y a más del nuevo júbilo que recibió con la vista de María santísima, Sucedió también que de los resplandores que tenía la gran Reina, como herían el rostro de San Esteban, reverberaban en él, causándole una admirable claridad y hermosura.

194. De esta novedad resultó la atención con que San Lucas en el capítulo 6 de los Hechos apostólicos dice (Act 6,15) que miraron a San Esteban los judíos que estaban en aquella sala o tribunal y que vieron su cara como de un ángel, porque sin duda lo parecía más que de hombre. Y no quiso ocultar Dios este efecto de la presencia de su Madre santísima, para que fuese mayor la confusión de aquellos pérfidos judíos, si con un milagro tan patente no se reducían a la verdad que San Esteban les predicaba. Pero no conocieron la causa de aquella hermosura sobrenatural de San Esteban, porque ni eran dignos de conocerla, ni convenía entonces manifestarla, y por esta razón tampoco la declaró San Lucas. Habló María santísima a San Esteban palabras de vida y de admirable consuelo y le asistió dándole bendiciones de suavidad y dulzura y orando por él al eterno Padre para que de nuevo le llenase de su divino espíritu en aquella ocasión. Y todo se cumplió como la Reina lo pidió, como lo manifiesta el invencible esfuerzo y sabiduría con que San Esteban habló a los príncipes de los judíos, y probó la venida de Cristo por Salvador y Mesías, comenzando el discurso desde la vocación de Abrahán hasta los reyes y profetas del pueblo de Israel, con testimonios irrefragables de todas las antiguas Escrituras.

195. Al fin de este sermón, por las oraciones de la Reina que estaba presente y en premio del invicto celo de San Esteban, se le apareció nuestro Salvador desde el cielo, abriéndose para esto y manifestándose Jesús en pie a la diestra de la virtud del Padre, como quien asistía al santo en su batalla y conflicto para ayudarle. Alzó los ojos San Esteban y dijo: “Mirad que veo abiertos los cielos y su gloria, y en ella veo a Jesús a la diestra del mismo Dios.” (Act 7,56) Pero la dura perfidia de los judíos tuvo estas palabras por blasfemia, y cerraron los oídos para no oírlas, y como la pena del blasfemo, según la ley, era que muriese apedreado, mandaron ejecutada en San Esteban. Entonces acometieron todos a él, como lobos, para sacarle de la ciudad con grande ímpetu y alboroto. Y cuando esto se comenzaba a ejecutar, le dio su bendición María santísima y animándole se despidió del santo con grande caricia, y mandó a todos los ángeles de su guarda le acompañasen y asistiesen en su martirio hasta presentar su alma en la presencia del Señor. Y sólo un ángel de los que asistían a María santísima, con los demás que descendieron del cielo para llevarla a la presencia de San Esteban, la volvieron al cenáculo.

196. Desde allí vio la gran Señora por especial visión todo el martirio de San Esteban y lo que en él sucedía; cómo lo llevaban fuera de la ciudad con gran violencia y vocería, dándole por blasfemo y digno de muerte; cómo Saulo era uno de los que más concurrían en ella y cómo celoso de la ley de Moisés guardaba los vestidos de todos los que se ahorraron de ellos para apedrear a San Esteban; cómo le herían las piedras que llovían sobre él y que algunas quedaban fijas en la cabeza del Mártir, engastadas con el esmalte de su sangre. Grande fue y muy sensible la compasión que nuestra Reina tuvo de tan crudo martirio, pero mayor el gozo de que San Esteban le consiguiese tan gloriosamente. Oraba con lágrimas la piadosa Madre, para no faltarle desde su oratorio, y cuando el invicto mártir se reconoció cerca de expirar, dijo: “Señor, recibid mi espíritu.” Y luego con alta voz puesto de rodillas añadió diciendo: “Señor, no les imputéis a estos hombres este pecado.” (Act 7,58-59) En estas peticiones le acompañó también María santísima con increíble júbilo de ver que el fiel discípulo imitaba tan ajustadamente a su Maestro, orando por sus enemigos y malhechores y entregando su espíritu en manos de su Criador y Reparador.

197. Expiró San Esteban oprimido y herido de las pedradas de los judíos, quedando ellos más endurecidos en su perfidia. Y al punto llevaron los ángeles de la Reina aquella purísima alma a la presencia de Dios, para ser coronada de honor y gloria eterna. La recibió Cristo nuestro Salvador con aquellas palabras de su evangelio y doctrina: “Amigo, asciende más arriba (Lc 14,10); ven a mí, siervo fiel, que si en lo poco y breve lo fuiste, yo te premiaré con abundancia, y te confesaré delante de mi Padre por mi fiel siervo y amigo, porque tú me confesaste delante de los hombres.” Todos los ángeles, patriarcas y profetas y todos los demás recibieron especial gozo accidental aquel día y dieron el parabién al invicto mártir, reconociéndole por primicias de la pasión del Salvador y capitán de los que después de su muerte le seguirían por el martirio. Y fue colocada aquella alma felicísima en lugar de gloria muy superior y cercana a la santísima humanidad de Cristo nuestro Salvador. La beatísima Madre participaba de este gozo por la visión que de todo tenía, y en alabanza del Altísimo hizo cánticos y loores con los ángeles. Y los que volvieron del cielo dejando allá a San Esteban, le dieron gracias por los favores que había hecho al santo, hasta colocarle en la felicidad eterna de que gozaba.

198. Murió San Esteban a los nueve meses después de la pasión y muerte de Cristo nuestro Redentor, a veinte y seis de diciembre, el mismo día que la Santa Iglesia celebra su martirio, y aquel día cumplía treinta y cuatro años de edad, y también era el año treinta y cuatro del nacimiento de nuestro Salvador ya cumplido, un día entrado el año de treinta y cinco. De manera que San Esteban nació también otro día después del nacimiento del Salvador y sólo tuvo San Esteban de más edad los nueve meses que pasaron de la muerte de Cristo hasta la suya, pero en un día concurrió su nacimiento y su martirio, y así se me ha dado a entender. La oración de María santísima y la de San Esteban merecieron la conversión de Saulo, como adelante diremos (Cf. infra n.263). Y para que fuese más gloriosa permitió el Señor que el mismo Saulo desde este día tomase por su cuenta perseguir la Iglesia y destruirla, señalándose sobre todos los judíos en la persecución que se movía después de la muerte de San Esteban, por haber quedado indignados contra los nuevos creyentes, como diré en el capítulo siguiente (Cf. infra n.202). Recogieron los discípulos el cuerpo del invicto Mártir y le dieron sepultura con grande llanto, por haberles faltado un varón tan sabio y defensor de la ley de gracia. Y en su relación me he alargado algo, por haber conocido la insigne santidad de este primer Mártir y por haber sido tan devoto y favorecido de María santísima.

Doctrina que me dio la gran Reina de los ángeles.

199. “Hija mía, los misterios divinos, representados y propuestos a los sentidos terrenos de los hombres, suenan poco en ellos cuando los hallan divertidos y acostumbrados a las cosas visibles cuando el interior no está puro, limpio y despejado de las tinieblas del pecado. Porque la capacidad humana, que por sí misma es pesada y corta para levantarse a cosas altas y celestiales, si a más de su limitada virtud se embaraza toda en atender y amar lo aparente, se aleja más de lo verdadero y acostumbrada a la oscuridad se deslumbra con la luz. Por esta causa los hombres terrenos y animales hacen tan desigual y bajo concepto de las obras maravillosas del Altísimo y de las que yo también hice y hago cada día por ellos. Huellan las margaritas y no distinguen el pan de los hijos del grosero alimento de los brutos irracionales. Todo lo que es celestial y divino les parece insípido, porque no les sabe al gusto de los deleites sensibles, y así están incapaces para entender las cosas altas y aprovecharse de la ciencia de vida y pan de entendimiento que en ellas está encerrado.

200. “Pero el Altísimo ha querido, carísima, reservarte de este peligro y te ha dado ciencia y luz, mejorando tus sentidos y potencias, para que, habilitados y avivados con la fuerza de la divina gracia, sientas y juzgues sin engaño de los misterios y sacramentos que te manifiesto. Y aunque muchas veces te he dicho que en la vida mortal no los penetrarás ni pesarás enteramente, pero debes y puedes según tus fuerzas hacer digno aprecio de ellos para tu enseñanza e imitación de mis obras. En la variedad o contrariedad de penas y desconsuelos con que estuvo tejida toda mi vida, aun después que estuve con mi Hijo santísimo a su diestra en el cielo y volví al mundo, entenderás que la tuya, para seguirme como a Madre, ha de ser de la misma condición si quieres ser dichosa y mi discípula. En la prudente e igual humildad con que gobernaba a los apóstoles y a todos los fieles sin parcialidad ni singularidad, tienes forma para saber cómo has de proceder en el gobierno de tus súbditas con mansedumbre, con modestia, con severidad humilde y sobre todo sin aceptación de personas y sin señalarte con ninguna en lo que a todas es debido y puede ser común. Esto facilita la verdadera caridad y humildad de los que gobiernan, porque si obrasen con estas virtudes no serían tan absolutos en el mandar, ni tan presuntuosos de su propio parecer, ni se pervertiría el orden de la justicia con tanto daño como hoy padece toda la cristiandad; porque la soberbia, la vanidad, el interés, el amor propio y de la carne y sangre se ha levantado con casi todas las acciones y obras del gobierno, con que se yerra todo y se han llenado las repúblicas de injusticias y confusión espantosa.

201. “En el celo ardentísimo que yo tenía de la honra de mi Hijo santísimo y Dios verdadero, y que se predicase y defendiese su santo nombre; en el gozo que recibía cuando en esto se iban ejecutando su voluntad divina y se lograba en las almas el fruto de su pasión y muerte con dilatarse la Santa Iglesia; los favores que yo hice al glorioso mártir Esteban, porque era el primero que ofrecía su vida en esta demanda; en todo esto, hija mía, hallarás grandes motivos de alabar al Muy Alto por sus obras divinas y dignas de veneración y gloria, y para imitarme a mí, y bendecir a su inmensa bondad por la sabiduría que me dio para obrar en todo con plenitud de santidad en su agrado y beneplácito.”

CAPITULO 12

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La persecución que tuvo la Iglesia después de la muerte de San Esteban, lo que en ella trabajó nuestra Reina y cómo por su solicitud ordenaron los apóstoles el Símbolo de la fe Católica.

202. El mismo día que fue San Esteban apedreado y muerto dice San Lucas (Act 8,1) se levantó una gran persecución contra la Iglesia que estaba en Jerusalén. Y señaladamente dice (Act 8,3) que Saulo la devastaba, inquiriendo por toda la ciudad a los seguidores de Cristo para prenderlos o denunciarlos ante los magistrados, como lo hizo con muchos creyentes que fueron presos y maltratados y algunos muertos en esta persecución. Y aunque fue muy terrible por el odio que los príncipes de los sacerdotes tenían concebido contra todos los seguidores de Cristo y porque Saulo se mostraba entre todos más acérrimo defensor y emulador de la ley de Moisés, como él mismo lo dice en la epístola ad Galatas (Gal 1,13), pero tenía esta indignación judaica otra causa oculta, que ellos mismos aunque la sentían en los efectos la ignoraban en su principio de dónde se originaba.

203. Esta causa era la solicitud de Lucifer y sus demonios, que con el martirio de San Esteban se turbaron, alteraron y conmovieron con diabólica indignación contra los fieles, y más contra la Reina y Señora de la Iglesia María santísima. Permitióle el Señor a este dragón, para mayor confusión suya, que la viese cuando la llevaron los ángeles a la presencia de San Esteban. Y de este beneficio tan extraordinario y de la constancia y sabiduría de San Esteban, sospechó Lucifer que la poderosa Reina haría lo mismo con otros mártires que se ofrecerían a morir por el nombre de Cristo, o que por lo menos ella les ayudaría y asistiría con su protección y amparo para que no temiesen los tormentos y la muerte pero se entregasen a ella con invencible corazón. Era este medio de los tormentos y dolores el que la diabólica astucia había arbitrado para acobardar a los fieles y retraerlos de la secuela de Cristo nuestro Salvador, pareciéndole que los hombres aman tanto su vida y temen la muerte y los dolores, y más cuanto más violentos, que por no llegar a padecerlos y morir en ellos negarían la fe y se retraerían de admitirla. Y este arbitrio siguió siempre la serpiente, aunque en el discurso de la Iglesia le engañó con él su propia malicia, como le había sucedido en la cabeza de los santos, Cristo Señor nuestro, donde se engañó primero.

204. Pero en esta ocasión, como era al principio de la Iglesia y se halló tan turbado el dragón con irritar a los judíos contra San Esteban, quedó confuso. Y cuando le vio morir tan gloriosamente, juntó a los demonios y les dijo así: “Turbado estoy con la muerte de este discípulo y con el favor que ha recibido de aquella Mujer nuestra enemiga, porque si esto hace con otros discípulos y seguidores de su Hijo a ninguno podremos vencer ni derribar con el medio de los tormentos y de la muerte, antes con el ejemplo se animarán a morir y padecer todos como su Maestro; y por el camino que intentamos destruirlos venimos a quedar vencidos y oprimidos, pues, para tormento nuestro, el mayor triunfo y victoria que pueden ganar de nosotros es dar la vida por la fe que deseamos extinguir. Perdidos vamos por este camino, pero no hallo otro, ni atino con el modo de perseguir a este Dios humanado y a su Madre y seguidores. ¿Es posible que los hombres sean tan pródigos de la vida que tanto apetecen y que sintiendo tanto el padecer se entreguen a los tormentos por imitar a su Maestro? Mas no por esto se aplaca mi justa indignación. Yo haré que otros se ofrezcan a la muerte por mis engaños, como lo hacen éstos por su Dios. Y no todos merecerán el amparo de aquella mujer invencible, ni todos serán tan esforzados que quieran padecer tormentos tan inhumanos como yo les fabricaré. Vamos, e irritemos a los judíos nuestros amigos, para que destruyan esta gente y borren de la tierra el nombre de su Maestro.”

205. Luego puso Lucifer en ejecución este dañado pensamiento y con multitud innumerable de demonios fue a todos los príncipes y magistrados de los judíos, y a los demás del pueblo que reconocía más incrédulos, y a todos los llenó de confusión y furiosa envidia contra los seguidores de Cristo, y con sugestiones y falacias les encendió el engañoso celo de la ley de Moisés y tradiciones antiguas de sus pasados. No era dificultoso para el demonio sembrar esta cizaña en corazones tan pérfidos y estragados con otros muchos pecados, y así la admitieron con toda su voluntad. Y luego en muchas juntas y diferencias trataron de acabar de una vez con todos los discípulos y seguidores de Cristo. Unos decían que los desterrasen de Jerusalén, otros que de todo el reino de Israel, otros que a ninguno dejasen con vida para que de una vez se extinguiese aquella secta; otros, finalmente, eran de parecer que los atormentasen con rigor, para poner miedo y escarmiento a los demás que no se llegasen a ellos y los privasen luego de sus haciendas antes que las pudiesen consumir entregándolas a los apóstoles. Y fue tan grave esta persecución, como dice San Lucas (Act 8,1ss), que los setenta y dos discípulos huyeron de Jerusalén, derramándose por toda Judea y Samaria, aunque iban predicando por toda la tierra con invicto corazón. Y en Jerusalén quedaron los apóstoles con María santísima y otros muchos fieles, aunque éstos estaban encogidos y como amilanados, ocultándose muchos de las diligencias con que Saulo los buscaba para prenderlos.

206. La beatísima María, que a todo esto estaba presente y atenta, en primer lugar aquel día de la muerte de San Esteban dio orden que su santo cuerpo fuese recogido y sepultado que aun esto se hizo por su mandato y pidió la trajesen una cruz que llevaba consigo el Mártir. La había hecho a imitación de la misma Reina, porque después de la venida del Espíritu Santo trajo otra consigo la divina Señora, y con su ejemplo los demás fieles comúnmente las llevaban en la primitiva Iglesia. Recibió esta cruz de San Esteban con especial veneración, así por ella misma como por haberla traído el Mártir. Le llamó santo, y mandó recoger lo que fuese posible de su sangre y que se tuviese con estimación y reverencia, como de mártir ya glorioso. Alabó su santidad y constancia en presencia de los apóstoles y de muchos fieles, para consolarlos y animarlos con su ejemplo en aquella tribulación.

207. Y para que entendamos en alguna parte la grandeza del corazón magnánimo que manifestó nuestra Reina en esta persecución y en las demás que tuvo la Iglesia en el tiempo de su vida santísima, es necesario recopilar los dones que la comunicó el Altísimo, reduciéndolos a la participación de sus divinos atributos, tan especial e inefable cuanto era menester para confiar de esta mujer fuerte todo el corazón de su varón (Prov 31,11) y fiarle todas las obras ad extra que hizo la omnipotencia de su brazo; porque en el modo de obrar que tenía María santísima, sin duda trascendía toda la virtud de las criaturas y se asimilaba a la del mismo Dios, cuya única imagen o estampa parecía. Ninguna obra ni pensamiento de los hombres le era oculta, y todos los intentos y maquinaciones de los demonios penetraba; nada de lo que convenía hacer en la Iglesia ignoraba. Y aunque todo esto junto lo tenía comprendido en su mente, ni se turbaba en la disposición interior de tantas cosas, ni se embarazaba en unas para otras, ni se confundía ni afanaba en la ejecución, ni se fatigaba por la dificultad, ni por la multitud se oprimía, ni por acudir a los más presentes se olvidaba de los ausentes, ni en su prudencia había vacío ni defecto; porque parecía inmensa y sin limitación alguna, y así atendía a todo como a cada cosa en particular y a cada uno como si fuera solo de quien cuidaba. Y como el sol que sin molestia ni cansancio ni olvido todo lo alumbra, vivifica y calienta sin mengua suya, así nuestra gran Reina, escogida como el sol para su Iglesia, la gobernaba, animaba y daba vida a todos sus hijos sin faltar a ninguno.

208. Y cuando la vio tan turbada, perseguida y afligida con la persecución de los demonios y de los hombres a quien irritaban, luego se convirtió contra los autores de la maldad y mandó imperiosamente a Lucifer y sus ministros que por entonces descendiesen al profundo, a donde sin poderlo resistir cayeron al punto dando bramidos y así estuvieron ocho días enteros como atados y encarcelados, hasta que se les permitió levantarse otra vez. Hecho esto, llamó a los apóstoles y los consoló y animó para que estuviesen constantes y esperasen el favor divino en aquella tribulación, y en virtud de esta exhortación ninguno salió de Jerusalén. Los discípulos, que por ser muchos se ausentaron, porque no se pudieran ocultar como entonces convenía, fueron todos a despedirse de su Madre y Maestra y salir con su bendición. Y a todos los amonestó y alentó y les ordenó que por miedo de la persecución no desfalleciesen ni dejasen de predicar a Cristo crucificado, como de hecho le predicaron en Judea y Samaria y otras partes. Y en los trabajos que se les ofrecieron los confortó y socorrió por ministerio de los santos ángeles que les enviaba, para que los animasen y llevasen cuando fuese necesario; como sucedió a Felipe en el camino de la ciudad de Gaza, cuando bautizó al etíope criado de la reina Candaces, que refiere San Lucas en el capítulo 8 (Act 8,26-40). Y para socorrer a los fieles que estaban en el artículo de la muerte enviaba también a los mismos ángeles que les ayudasen, y luego cuidaba de socorrer en el purgatorio a las almas que a él iban.

209. Los cuidados y trabajo de los apóstoles en esta persecución fueron mayores que en los otros fieles, porque como maestros y fundadores de la Iglesia convenía que asistiesen a toda ella así en Jerusalén como fuera de la ciudad. Y aunque estaban llenos de ciencia y dones del Espíritu Santo, con todo eso la empresa era tan ardua y la contradicción tan poderosa, que muchas veces sin el consejo y dirección de su única Maestra se hallaran algo atajados y oprimidos. Y por eso la consultaban frecuentemente, y ella los llamaba y ordenaba las juntas y conferencias que más convenía tratasen, conforme a las ocasiones y negocios que ocurrían, porque sola ella penetraba las cosas presentes y prevenía con certeza las futuras; y por su orden salían de Jerusalén y volvían a donde era necesario acudir, como salieron San Pedro y San Juan a Samaria cuando tuvieron noticia de que recibía la predicación de la fe (Act 8,14). Entre todas estas ocupaciones propias y tribulaciones de sus fieles, que amaba y cuidaba como a hijos, estaba la gran Señora inmutable en un ser perfectísimo de tranquilidad y sosiego, con inviolable serenidad de su espíritu.

210. Disponía las acciones de manera que le quedaba tiempo para retirarse muchas veces a solas, y aunque para orar no le impedían las obras exteriores, pero en soledad hacía muchas reservadas para el secreto de sí misma. Se postraba en tierra, se pegaba con el polvo, suspiraba y lloraba por el remedio de los mortales y por la caída de tantos como conocía réprobos. Y como en su corazón purísimo tenía escrita la ley evangélica y la estampa de la Iglesia con el discurso de ella y los trabajos y tribulaciones que los fieles habían de padecer, todo esto lo confería con el Señor y consigo misma, para disponer y ordenar todas las cosas con aquella divina luz y ciencia de la voluntad santa del Altísimo. Allí renovaba aquella participación del ser de Dios y de sus perfecciones, de que necesitaba para tan divinas obras como en el gobierno de la Iglesia hacía, sin faltar a ninguna, con tanta plenitud de sabiduría y santidad que en todas parecía más que pura criatura, aunque lo era. Porque en sus pensamientos era levantada en sabiduría inestimable, en consejos prudentísima, en juicios rectísima y acertada, en obras santísima, en palabras verdadera y sencilla y en toda bondad perfecta y especiosa; para los flacos piadosa, para los humildes amorosa y suave, para los soberbios de majestad severa: ni la excelencia propia la levantaba, ni la adversidad la turbaba, ni los trabajos la vencían; y en todo era un retrato de su Hijo santísimo en el obrar.

211. Consideró la prudentísima Madre que, habiéndose derramado los discípulos a predicar el nombre y fe de Cristo nuestro Salvador, no llevaban instrucción ni arancel expreso y determinado para gobernarse todos uniformemente en la predicación sin diferencia ni contradicción y para que todos los fieles creyesen unas mismas verdades expresas. Conoció a si mismo que los apóstoles era necesario que se repartiesen luego por todo el orbe a dilatar y fundar la Iglesia con su predicación y que convenía fuesen todos unidos en la doctrina sobre que se había de fundar toda la vida y perfección cristiana. Para todo esto la prudentísima Madre de la sabiduría juzgó que convenía reducir a una breve suma todos los misterios divinos que los apóstoles habían de predicar y los fieles creer, para que estas verdades epilogadas en pocos artículos estuviesen más en pronto para todos y en ellas se uniese toda la Iglesia sin diferencia esencial y sirviesen como de columnas inmutables para levantar sobre ellas el edificio espiritual de esta nueva Iglesia evangélica.

212. Para disponer María santísima este negocio, cuya importancia conocía, representó sus deseos al mismo Señor que se los daba y por más de cuarenta días perseveró en esta oración con ayunos, postraciones y otros ejercicios. Y así como, para que Dios diese la ley escrita fue conveniente que Moisés ayunase y orase cuarenta días en el monte Sinaí como medianero entre Dios y el pueblo, así también para la ley de gracia fue Cristo nuestro Salvador autor y medianero entre su Padre eterno y los hombres y María santísima fue medianera entre ellos y su Hijo santísimo, para que la Iglesia evangélica recibiese esta nueva ley escrita en los corazones reducida a los artículos de la fe, que no se mudarán ni faltarán en ella porque son verdades divinas e indefectibles. Un día de los que perseveró en estas peticiones hablando con el Señor, dijo así: “Altísimo Señor y Dios eterno, Criador y Gobernador de todo el universo, por vuestra inefable clemencia habéis dado principio a la magnífica obra de vuestra Santa Iglesia. No es, Señor mío, conforme a vuestra sabiduría dejar imperfectas las obras de vuestra poderosa diestra; llevad, pues, a su alta perfección esta obra que tan gloriosamente habéis comenzado. No os impidan, Dios mío, los pecados de los mortales, cuando sobre su malicia está clamando la sangre y muerte de vuestro Unigénito y mío, pues no son estos clamores para pedir venganza como la sangre de Abel (Gen 4,11), mas para pedir perdón de los mismos que la derramaron. Mirad a los nuevos hijos que os ha engendrado y a los que tendrá vuestra Iglesia en los futuros siglos, y dad vuestro divino Espíritu a Pedro vuestro vicario y a los demás apóstoles para que acierten a disponer en orden conveniente las verdades en que ha de estribar vuestra Iglesia y sepan sus hijos lo que deben creer todos sin diferencia.”

213. Para responder a estas peticiones de la Madre, descendió de los cielos personalmente su Hijo santísimo Cristo nuestro Salvador y manifestándosele con inmensa gloria la habló y dijo: “Madre mía y paloma mía, descansad en vuestras ansias afectuosas y saciad con mi presencia y vista la viva sed que tenéis de mi gloria y aumento de mi Iglesia. Yo soy el que puedo y quiero dárselos, y vos, Madre mía, la que podéis obligarme y nada negaré a vuestras peticiones y deseos.” A estas razones estuvo María santísima postrada en tierra adorando la divinidad y humanidad de su Hijo y Dios verdadero. Y luego Su Majestad la levantó y la llenó de inefable gozo y júbilos con darle su bendición y con ella nuevos dones y favores de su omnipotente diestra. Estuvo algún rato con este gozo de su Hijo y Señor con altísimos y misteriosos coloquios, con que se templaron las ansias que padecía por los cuidados de la Iglesia, porque le prometió Su Majestad grandes beneficios y dones para ella.

214. Y en la petición que la Reina hacía para los apóstoles, a más de la promesa del Señor que los asistiría para que acertasen a disponer el Símbolo de la fe, declaró Su Majestad a su Madre santísima los términos y palabras y proposiciones de que por entonces se había de formar. De todo estaba capaz la prudentísima Señora, como se dijo en la segunda parte (Cf. supra p.II n.733ss) más por extenso; pero ahora que llegaba el tiempo de ejecutarse todo lo que de tan lejos había entendido, quiso renovarlo todo en el purísimo corazón de su Madre Virgen, para que de boca del mismo Cristo saliesen las verdades infalibles en que se funda su Iglesia. Fue también conveniente prevenir de nuevo la humildad de la gran Señora, para que con ella se conformase a la voluntad de su Hijo santísimo en haberse de oír nombrar en el Credo por Madre de Dios y Virgen antes y después del parto, viviendo en carne mortal entre los que habían de predicar y creer esta verdad divina. Pero no se pudo temer que oyese predicar tan singular excelencia de sí misma, la que mereció que mirara Dios su humildad (Lc 1,48) para obrar en ella la mayor de sus maravillas, y más pesa el ser Madre y Virgen, conociéndolo ella, que oírlo predicar en la Iglesia.

215. Se despidió Cristo nuestro bien de su beatísima Madre y se volvió a la diestra de su eterno Padre. Y luego inspiró en el corazón de su vicario San Pedro y los demás que ordenasen todos el Símbolo de la fe universal de la Iglesia. Y con esta moción fueron a conferir con la divina Maestra las conveniencias y necesidad que había en esta resolución. Se determinó entonces que ayunasen diez días continuos y perseverasen en oración, como lo pedía tan arduo negocio, para que en él fuesen ilustrados del Espíritu Santo. Cumplidos estos diez días, y cuarenta que la Reina trataba con el Señor esta materia, se juntaron los doce apóstoles en presencia de la gran Madre y Maestra de todos, y San Pedro les hizo una plática en que les dijo estas razones:

216. “Hermanos míos carísimos, la divina misericordia por su bondad infinita y por los merecimientos de nuestro Salvador y Maestro Jesús, ha querido favorecer a su Santa Iglesia comenzando a multiplicar sus hijos tan gloriosamente, como en pocos días todos lo conocemos y experimentamos. Y para esto su brazo poderoso ha obrado tantas maravillas y prodigios y cada día los renueva por nuestro ministerio, habiéndonos elegido, aunque indignos, para ministros de su divina voluntad en esta obra de sus manos y para gloria y honra de su santo nombre. Junto con estos favores nos ha enviado tribulaciones y persecuciones del demonio y del mundo, para que con ellas le imitemos como a nuestro Salvador y caudillo y para que la Iglesia con este lastre camine más segura al puerto del descanso y eterna felicidad. Los discípulos se han derramado por las ciudades circunvecinas por la indignación de los príncipes de los sacerdotes y predican en todas partes la fe de Cristo nuestro Señor y Redentor. Y nosotros será necesario que vayamos luego a predicarla por todo el orbe, como nos lo mandó el Señor antes de subir a los cielos. Y para que todos prediquemos una misma doctrina y los fieles la crean, porque la santa fe ha de ser una como es uno el Bautismo (Ef 4,5) en que la reciben, conviene que ahora todos juntos y congregados en el Señor determinemos las verdades y misterios que a todos los creyentes se les han de proponer expresamente, para que todos sin diferencia los crean en todas las naciones del mundo. Promesa es infalible de nuestro Salvador que donde se congregaren dos o tres en su nombre estará en medio de ellos (Mt 18,20), y en esta palabra esperamos con firmeza que nos asistirá ahora su divino Espíritu para que en su nombre entendamos y declaremos con decreto invariable los artículos que ha de recibir la Iglesia santa, para fundarse en ellos hasta el fin del mundo, pues ha de permanecer hasta entonces.”

217. Aprobaron todos los apóstoles esta proposición de San Pedro, y luego el mismo santo celebró una misa y comulgó a María santísima y a los otros apóstoles, y acabada se postraron en tierra, orando e invocando al divino Espíritu, y lo mismo hizo María santísima. Y habiendo orado algún espacio de tiempo, se oyó un tronido como cuando el Espíritu Santo vino la primera vez sobre todos los fieles que estaban congregados y al punto fue lleno de luz y resplandor admirable el cenáculo donde estaban y todos fueron ilustrados y llenos del Espíritu Santo. Y luego María santísima les pidió que cada uno pronunciase y declarase un misterio, o lo que el Espíritu divino le administraba. Comenzó San Pedro y prosiguieron todos en esta forma:

San Pedro: Creo en Dios Padre, Todopoderoso, Criador del cielo y de la tierra.(Articulo 1)

San Andrés: Y en Jesucristo su único Hijo nuestro Señor.” (Articulo 2)

Santiago el Mayor: Que fue concebido por obra del Espíritu Santo, / nació de María Virgen.” (Articulos 3 y 4)

San Juan: Padeció debajo del poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado.” (Articulo 5)

Santo Tomás: Bajó a los infiernos, / resucitó al tercero día de entre los muertos.” (Articulos 6 y 7)

Santiago el Menor: Subió a los cielos, está asentado a la diestra de Dios Padre todopoderoso.” (Articulo 8)

San Felipe: Y de allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.” (Articulo 9)

San Bartolomé: Creo en el Espíritu Santo.” (Articulo 10)

San Mateo: La Santa Iglesia Católica, la comunión de los Santos.” (Articulo 11)

San Simón: El perdón de los pecados.” (Articulo 12)

San Tadeo: La Resurrección de la carne.” (Articulo 13)

San Matías: La vida perdurable. Amén.” (Articulo 14)

218. Este Símbolo, que vulgarmente llamamos el Credo, ordenaron los apóstoles después del martirio de San Esteban y antes que se cumpliera el año de la muerte de nuestro Salvador. Y después la Santa Iglesia, para convencer la herejía de Arrio y otros herejes en los concilios que contra ellos hizo, explicó más los misterios que contiene el Símbolo de los apóstoles y compuso el Símbolo o Credo que se canta en la misa. Pero en sustancia entrambos son una misma cosa y contienen los catorce artículos que nos propone la doctrina cristiana para catequizarnos en la fe, con la cual tenemos obligación de creerlos para ser salvos. Y al punto que los apóstoles acabaron de pronunciar todo este Símbolo, el Espíritu Santo lo aprobó con una voz que se oyó en medio de todos y dijo: “Bien habéis determinado.” Y luego la gran Reina y Señora de los cielos dio gracias al Muy Alto con todos los apóstoles, y también se las dio a ellos porque habían merecido la asistencia del divino Espíritu para hablar como instrumentos suyos con tanto acierto en gloria del Señor y beneficio de la Iglesia. Y para mayor confirmación y ejemplo de sus fieles, se puso de rodillas la prudentísima Maestra a los pies de San Pedro y protestó la santa fe Católica como se contiene en el Símbolo que acabaron de pronunciar. Y esto hizo por sí y por todos los hijos de la Iglesia con estas palabras, hablando con San Pedro: “Señor mío, a quien reconozco por vicario de mi Hijo santísimo, en vuestras manos, yo vil gusanillo, en mi nombre y en el de todos los fieles de la Iglesia, confieso y protesto todo lo que habéis determinado por verdades infalibles y divinas de fe Católica y en ellas bendigo y alabo al Altísimo de quien proceden. Besó la mano al Vicario de Cristo y a los demás apóstoles, siendo la primera que protestó la fe santa de la Iglesia después que se determinaron sus artículos.”

Doctrina que me dio la gran Señora de los ángeles María santísima.

219. “Hija mía, sobre lo que has escrito en este capítulo quiero para tu mayor enseñanza y consuelo manifestarte otros secretos de mis obras. Después que los apóstoles ordenaron el Credo, te hago saber que le repetía yo muchas veces al día, puesta de rodillas y con profunda reverencia. Y cuando llegaba a pronunciar aquel artículo que nació de María Virgen, me postraba en tierra con tal humildad, agradecimiento y alabanza del Altísimo, que ninguna criatura lo puede comprender. Y en estos actos tenía presentes todos los mortales, para hacerlos también por ellos y suplir la irreverencia con que habían de pronunciar tan venerables palabras. Y por mi intercesión ha ilustrado el Señor a la Iglesia santa, para que repita tantas veces en el oficio divino el Credo, Ave María y Pater Noster, y que las religiones tengan por costumbre humillarse cuando las dicen, y todos hincar la rodilla en el Credo de la Misa a las palabras: Et incarnatus est, etc., para que en alguna parte cumpla la Iglesia con la deuda que tiene por haberle dado el Señor esta noticia y por los misterios tan dignos de reverencia y agradecimiento cama el Símbolo contiene.

220. “Otras muchas veces mis santos ángeles solían cantarme el Credo con celestial armonía y suavidad, con que mi espíritu se alegraba en el Señor. Otras veces me cantaban el Ave María hasta aquellas palabras: Bendito sea el fruto de tu vientre Jesús. Y cuando nombraban este santísimo nombre o el de María, hacían profundísima inclinación, con que me inflamaban de nuevo en afectos de humildad amorosa y me pegaba con el polvo reconociendo el ser de Dios comparado con el mío terreno. Oh hija mía, queda, pues, advertida de la reverencia con que debes pronunciar el Credo, Pater Noster y Ave María y no incurras en la inadvertida grosería que en esto cometen muchos fieles. Y no por la frecuencia con que en la Iglesia se dicen estas oraciones y divinas palabras se les ha de perder su debida veneración. Pero este atrevimiento resulta de que las pronuncian con los labios y no meditan ni atienden a lo que significan y en sí contienen. Para ti quiero que sean materia continua de tu meditación, y por esto te ha dado el Altísimo el cariño que tienes a la doctrina cristiana, y le agrada a Su Majestad y a mí que la traigas contigo y la leas muchas veces, como lo acostumbras, y de nuevo te lo encargo desde hoy. Y aconséjalo a tus súbditas, porque ésta es joya que adorna a las esposas de Cristo y la debían traer consigo todos los cristianos.

221. Sea también documento para ti el cuidado que yo tuve de que se escribiese el Símbolo de la fe, luego que fue necesario en la Santa Iglesia. Muy reprensible tibieza es conocer lo que toca a la gloria y servicio del Altísimo y al beneficio de la propia conciencia y no ponerlo luego por obra, o a lo menos hacer las diligencias posibles para conseguirlo. Y será mayor esta confusión para los hombres, pues ellos, cuando les falta alguna cosa temporal, no quieren esperar dilación en conseguirla y luego claman y piden a Dios que se las envíe a satisfacción, como sucede si les falta la salud o frutos de la tierra y aun otras cosas menos necesarias o más superfluas y peligrosas, y al mismo tiempo, aunque conozcan en muchas obligaciones la voluntad y agrado del Señor, no se dan por entendidos o las dilatan con desprecio y desamor. Atiende, pues, a este desorden para no cometerle, y como yo fui tan solícita en lo que convenía hacer para los hijos de la Iglesia, procura tú ser puntual en todo lo que entendieres ser voluntad de Dios, ahora sea para el beneficio de tu alma, ahora para otras, a imitación mía.”

CAPITULO 13

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Remitió María santísima el Símbolo de la fe a los discípulos y a otros fieles, obraron con él grandes milagros, fue determinado el repartimiento del mundo a los apóstoles y otras obras de la gran Reina del cielo.

222. Era tan diligente, vigilante y oficiosa la prudentísima María en el gobierno de su familia la Santa Iglesia, como madre y mujer fuerte, de quien dijo el Sabio que consideró las sendas y caminos de su casa para no comer el pan ociosa (Prov 31,27). Los consideró y los conoció la gran Señora con plenitud de ciencia, y como estaba adornada y vestida de la púrpura de la caridad y de la candidez de su incomparable pureza, así como nada ignoraba, nada omitía de cuanto necesitaban sus hijos y domésticos los fieles. Luego que se formó el Símbolo de los apóstoles hizo por sus manos innumerables copias de él, asistiéndola sus santos ángeles, ayudándola y sirviéndola también de secretarios para escribir, y para que sin dilación le recibiesen todos los discípulos que andaban derramados y predicando por Palestina. Se lo remitió a cada uno con algunas copias para que las repartiesen y con carta particular en que se lo ordenaba y le daba noticia del modo y forma que los apóstoles habían guardado para componer y ordenar aquel Símbolo, que se había de predicar y enseñar a todos los que viniesen a la fe para que le creyesen y confesasen.

223. Y porque los discípulos estaban en diferentes ciudades y lugares, unos lejos y otros más cerca, a los más vecinos les remitió el Símbolo y su instrucción por mano de otros fieles que se las entregaban y a los de más lejos las envió con sus ángeles, que a unos de los discípulos se les manifestaban y les hablaban, y esto sucedió con los más, pero a otros no se manifestaron y se les dejaban en pliego en sus manos invisiblemente, inspirándoles en el corazón admirables efectos, y por ellos y las cartas de la misma Reina conocían el orden por donde venía el despacho. Sobre estas diligencias que hizo por sí misma, dio orden a los apóstoles para que ellos en Jerusalén y otros lugares distribuyesen también el Símbolo que habían escrito y que informasen a todos los creyentes de la veneración en que le debían tener por los altísimos misterios que contenía y por haberle ordenado el mismo Señor, enviando al Espíritu Santo para que le inspirase y aprobase, y cómo había sucedido y todo lo demás que era necesario para que entendiesen todos que aquella era fe única, invariable y cierta, que se había de creer, confesar y predicar en la Iglesia para conseguir la gracia y la vida eterna.

224. Con esta instrucción y diligencias, en muy pocos días se distribuyó el Credo de los apóstoles entre los fieles de la Iglesia, con increíble fruto y consuelo de todos, porque con el fervor que comúnmente todos tenían lo recibieron con suma veneración y devoción. Y el Espíritu divino, que lo había ordenado para firmeza de la Iglesia, lo fue confirmando luego con nuevos milagros y prodigios, no sólo por mano de los apóstoles y discípulos, sino también por la de otros muchos creyentes. Muchos que le recibieron escrito con especial veneración y afecto, recibieron al Espíritu Santo en forma visible, que venía sobre ellos con una divina luz que los rodeaba exteriormente y los llenaba de ciencia y celestiales efectos. Y con esta maravilla se movían y encendían otros en el deseo ardentísimo de tenerle y reverenciarle. Otros con poner el Credo sobre los enfermos, muertos y endemoniados les daban salud a los enfermos, resucitaban los difuntos y expelían a los demonios. Y entre estas maravillas sucedió un día que un judío incrédulo, oyendo a un católico que leía con devoción el Credo, se irritó contra el creyente con gran furor y fue a quitársele de las manos, y antes de ejecutarlo cayó el judío muerto a los pies del católico. A los que desde entonces se iban bautizando, como eran adultos, se les mandaba que luego protestasen la fe por el Símbolo apostólico, y con esta confesión y protesta venía sobre ellos el Espíritu Santo visiblemente.

225. Se continuaba también muy notoriamente el don de lenguas que daba el Espíritu Santo, no sólo a los que le recibieron el día de Pentecostés, sino a muchos fieles que le recibieron después y ayudaban a predicar o catequizar a los nuevos creyentes, porque cuando hablaban o predicaban a muchos juntos de diversas naciones entendía cada nación su lengua, aunque hablasen sola la lengua hebrea. y cuando enseñaban a los de una lengua o nación les hablaban en ella, como arriba se dijo (Cf. supra n.83) en la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés. Fuera de estas maravillas hacían otras muchas los apóstoles, porque cuando ponían las manos sobre los creyentes o los confirmaban en la fe venía también sobre ellos el Espíritu Santo. Y fueron tantos los milagros y prodigios que obró el Altísimo en aquellos principios de la Iglesia, que fueran menester muchos volúmenes para escribirlos todos. San Lucas escribió en los Actos apostólicos los que en particular convino escribir, para que no todos los ignorase la Iglesia, y en común dijo que eran muchos (Act 2,43), porque no se podían reducir a tan breve historia.

226. Conociendo y escribiendo esto me hizo gran admiración la liberalísima bondad del Todopoderoso en enviar tan frecuentemente al Espíritu Santo en forma visible sobre los creyentes de la primitiva Iglesia. Y a esta admiración me fue respondido lo siguiente: Lo uno, que tanto como esto pesaba en la sabiduría, bondad y poder de Dios traer a los hombres a la participación de su divinidad en la felicidad y gloria eterna; y como para conseguir este fin el Verbo eterno bajó del cielo en carne visible comunicable y pasible, así la tercera persona descendió en otra forma visible sobre la Iglesia en el modo que convenía tantas veces, para fundarla y establecerla con igual firmeza y demostraciones de la omnipotencia divina y del amor que le tiene. Lo otro, porque en los principios estaban por una parte muy recientes los méritos de la pasión y muerte de Cristo, juntos con las peticiones e intercesión de su Madre santísima, que en la aceptación del eterno Padre a nuestro modo de entender obraban con mayor fuerza, porque no se habían interpuesto los muchos y gravísimos pecados que después han cometido los mismos hijos de la Iglesia, con que han puesto tantos impedimentos a los beneficios del Señor y a su divino Espíritu, para que no se manifieste tan familiarmente con los hombres ahora como en la primitiva Iglesia.

227. Pasado va un año de fa muerte de nuestro Salvador, con inspiración divina trataron los apóstoles de salir a predicar la fe por todo el mundo, porque ya era tiempo se publicase a las gentes el nombre de Dios y se les enseñase el camino de la salud eterna. Y para saber la voluntad del Señor en la distribución de los reinos y provincias que a cada uno le habían de tocar en su predicación, por consejo de la Reina determinaron ayunar y orar diez días continuos. Esta costumbre en los negocios más arduos guardaron después que pasada la Ascensión perseveraron en la misma oración y ayunos, disponiéndose para la venida del Espíritu Santo por todos aquellos diez días. Y cumplidos estos ejercicios, el día último celebró misa el Vicario de Cristo y comulgó a María santísima y a los once apóstoles, como lo hicieron para determinar el Símbolo y queda dicho en el capítulo precedente. Después de la misa y comunión estuvieron todos con la Reina en altísima oración, invocando singularmente al Espíritu Santo para que les asistiese y manifestase su voluntad santa en aquel negocio.

228. Hecho esto, les habló San Pedro y les dijo: “Carísimos hermanos, postrémonos todos juntos ante el acatamiento divino y de todo corazón y suma reverencia confesemos a nuestro Señor Jesucristo por verdadero Dios, Maestro y Redentor del mundo, y protestemos su santa fe con el Símbolo que nos ha dado por el Espíritu Santo, ofreciéndonos al cumplimiento de su divina voluntad.” Lo hicieron así y dijeron el Credo y luego prosiguieron en voz con el mismo San Pedro, diciendo: “Altísimo Dios eterno, estos viles gusanillos y pobres hombres, a quienes nuestro Señor Jesucristo por la dignación de sola su clemencia eligió por ministros para enseñar su doctrina y predicar su santa ley y fundar su Iglesia por todo el mundo, nos postramos en vuestra divina presencia con un mismo corazón y un alma. Y para el cumplimiento de vuestra voluntad eterna y santa nos ofrecemos a padecer y sacrificar nuestras vidas por la confesión de vuestra santa fe, enseñarla y predicarla en todo el mundo, como nuestro Señor y Maestro Jesús nos lo dejó mandado. Y no queremos perdonar trabajo, ni molestia, ni tribulación, que para esta obra fuere necesario padecer hasta la muerte. Pero desconfiando de nuestra fragilidad, os suplicamos, Señor y Dios altísimo, enviéis sobre nosotros a vuestro divino Espíritu que nos gobierne y encamine nuestros pasos por el camino recto e imitación de nuestro Maestro y nos vista de nueva fortaleza, y ahora nos manifieste y enseñe a qué reino o provincias será más agradable a vuestro beneplácito que nos repartamos para predicar vuestro santo nombre.”

229. Acabada esta oración, descendió sobre el cenáculo una admirable luz que los rodeó a todos y se oyó una voz que dijo: “Mi vicario Pedro señale a cada uno las provincias y esa será su suerte. Yo le gobernaré y asistiré con mi luz y espíritu.” Este nombramiento remitió el Señor a San Pedro para confirmar de nuevo en aquella ocasión la potestad que le había dado de cabeza y pastor universal de toda la Iglesia y para que los demás apóstoles entendiesen que la habían de fundar en todo el mundo debajo de la obediencia de San Pedro y de sus sucesores, a los cuales había de estar sujeta y subordinada como a vicarios de Cristo. Así lo entendieron todos, y así se me ha dado a conocer que fue ésta la voluntad del Muy Alto. Y en su ejecución, en oyendo San Pedro aquella voz, comenzó por sí mismo el repartimiento de los reinos, y dijo: “Yo, Señor, me ofrezco a padecer y morir, siguiendo a mi Redentor y Maestro, predicando su santo nombre y fe ahora en Jerusalén y después en Ponto, Galacia, Bitinia y Capadocia, provincias del Asia, y tomaré asiento primero en Antioquía y después en Roma, donde asentaré y fundaré la cátedra de Cristo nuestro Salvador y Maestro, para que allí tenga su lugar la cabeza de su Santa Iglesia.” Esto dijo San Pedro, porque tenía orden del Señor para que señalase a la Iglesia romana por asiento y para cabeza de toda la Iglesia universal. Y sin este orden no determinara San Pedro negocio tan arduo y de tanto peso.

230. Prosiguió San Pedro y dijo:

“El siervo de Cristo y nuestro carísimo hermano Andrés le seguirá predicando su santa fe en las provincias de Scitia de Europa, Epiro y Tracia, y desde la ciudad de Patras en Acaya gobernará a toda aquella provincia y lo demás de su suerte en lo que pudiere.

El siervo de Cristo, nuestro hermano carísimo Santiago el Mayor, le seguirá en la predicación de la fe en Judea, en Samaria y en España, de donde volverá a esta ciudad de Jerusalén y predicará la doctrina de nuestro Señor y Maestro.

El carísimo hermano Juan obedecerá a la voluntad de nuestro Salvador y Maestro, como se la manifestó desde la cruz. Cumplirá con el oficio de hijo con nuestra gran Madre y Señora. La servirá y la asistirá con reverencia y fidelidad de hijo y la administrará el sagrado misterio de la Eucaristía, y cuidará también de los fieles de Jerusalén en nuestra ausencia. Y cuando nuestro Dios y Redentor llevare consigo a los cielos a su beatísima Madre, seguirá a su Maestro en la predicación del Asia Menor y cuidará de aquellas iglesias desde la isla de Patmos, a donde irá por la persecución.

El siervo de Cristo y nuestro hermano carísimo Tomás le seguirá predicando en la India, en la Persia y en los partos, medos, hircanos, bracmanes y bactrios. Bautizará a los tres Reyes magos y les dará noticia de todo lo que la esperan y le buscarán ellos mismos por la fama que oirán de su predicación y milagros.

El siervo de Cristo y nuestro carísimo hermano Jacobo le seguirá con ser pastor y obispo en Jerusalén, donde predicará al judaísmo y acompañará a Juan en la asistencia y servicio de la gran Madre de nuestro Salvador.

El siervo de Cristo y nuestro carísimo hermano Felipe le seguirá con la predicación y enseñanza de las provincias de Frigia y Scitia del Asia y en la ciudad llamada Hierópolis de Frigia.

El siervo de Cristo y nuestro hermano carísimo Bartolomé le seguirá predicando en Licaonia, parte de Capadocia en el Asia, y pasará a la India Citerior y después a la Menor Armenia.

El siervo de Cristo y nuestro carísimo hermano Mateo enseñará primero a los hebreos y después seguirá a su Maestro pasando a predicar en Egipto y en Etiopía.

El siervo de Cristo y nuestro carísimo hermano Simón le seguirá predicando en Babilonia, Persia y también en el reino de Egipto.

El siervo de Cristo y nuestro carísimo hermano Judas Tadeo seguirá a nuestro Maestro predicando en Mesopotamia y después se juntará con Simón para predicar en Babilonia y en la Persia.

El siervo de Cristo y nuestro carísimo hermano Matías le seguirá predicando su santa fe en la interior Etiopía y en la Arabia y después volverá a Palestina. Y el Espíritu del Altísimo nos encamine a todos y nos gobierne y asista, para que en todo lugar y tiempo hagamos su voluntad perfecta y santa, y ahora nos dé su bendición, en cuyo nombre la doy a todos.”

231. Todo esto dijo San Pedro y al mismo instante que acabó de hablar se oyó un tronido de gran potencia y se llenó el cenáculo de resplandor y refulgencia, como de la presencia del Espíritu Santo. Y en medio de esta luz se oyó una voz suave y fuerte, que dijo: “Admitid cada uno la suerte que le ha tocado.” Se postraron en tierra y dijeron todos juntos: “Señor Altísimo, a vuestra palabra y de vuestro Vicario obedecemos con prontitud y alegría de corazón, y nuestro espíritu está gozoso y lleno de vuestra suavidad en medio de vuestras obras admirables.” Esta obediencia tan rendida y pronta que los apóstoles tuvieron al Vicario de Cristo nuestro Salvador, aunque era efecto de la caridad ardentísima con que deseaban morir por su santa fe, los dispuso en esta ocasión para que de nuevo viniera sobre ellos el divino Espíritu, confirmándoles la gracia y dones que antes habían recibido y aumentándolos con otros nuevos. Recibieron nueva luz y ciencia de todas las naciones y provincias que San Pedro les había señalado, y conocieron cada uno los naturales, condiciones y costumbres de los reinos que le tocaban, la disposición de la tierra y su sitio en el mundo, como si le escribieran interiormente un mapa muy distinto y copioso. Les dio el Altísimo nuevo don de fortaleza para los trabajos, de agilidad para los caminos, aunque en ellos les habían de ayudar muchas veces los santos ángeles, y en el interior quedaron encendidos como serafines con la llama del divino amor, elevados sobre la condición y esfera de la naturaleza.

232. La beatísima Reina de los ángeles estaba presente a todo esto y le era patente cuanto el poder divino obraba en los apóstoles y en ella misma, que de las influencias de la divinidad participó en esta ocasión más que todos juntos, porque estaba en grado supereminentísimo a todas las criaturas, y por eso el aumento de sus dones había de ser proporcionado y trascender a todos los demás sin medida. Renovó el Altísimo en el purísimo espíritu de su Madre la ciencia infusa de todas las criaturas y en especial de todos los reinos y naciones que a los apóstoles se les había dado. Y conoció Su Alteza lo que ellos conocían, y más que todos, porque tuvo ciencia y noticia individual de todas las personas a quienes en todos los reinos habían de predicar la fe de Cristo, y quedó en esta ciencia tan capaz de todo el orbe y de sus moradores, como respectivamente lo estaba de su oratorio y de los que en él entraban.

233. Esta ciencia era como de suprema Maestra, Madre, Gobernadora y Señora de la Iglesia, que el Todopoderoso había puesto en sus manos, como arriba se ha dicho (Cf. supra p.II n.1524), y adelante será forzoso tocarlo muchas veces. Ella había de cuidar de todos, desde el supremo en santidad hasta el mínimo, y de los míseros pecadores hijos de Eva. Y si ninguno había de recibir beneficio o favor alguno de mano del Hijo si no fuese por la de su Madre, necesario era que la fidelísima dispensadora de la gracia conociera a todos los de su familia, de cuya salud había de cuidar como Madre, y tal Madre. Y no sólo tenía la gran Señora especies infusas y ciencia de todo lo que he dicho, pero después de este conocimiento tenía otro actual cuando los apóstoles y discípulos andaban predicando, porque se le manifestaban sus trabajos y peligros y las asechanzas del demonio que contra ellos fabricaba, y las peticiones y oraciones de todos ellos y de los otros fieles, para socorrerlos ella con las suyas, o por medio de sus ángeles, o por sí misma; que por todos estos medios lo hacía, como en muchos sucesos veremos adelante (Cf. Infra n.318,324,339,567).

234. Sólo quiero advertir aquí que, a más de esta ciencia infusa que tenía nuestra Reina de todas las cosas con las especies de cada una, tenía otra noticia de ellas en Dios con la visión abstractiva que continuamente miraba a la divinidad. Pero entre estos dos modos de ciencia había una diferencia, que cuando miraba en Dios los trabajos de los apóstoles y de todos los fieles de la Iglesia, como aquella visión era de tanto gozo y alguna participación de la bienaventuranza, no causaba el dolor y compasión sensible como tenía la piadosa Madre cuando conocía estas tribulaciones en sí mismas, porque en esta visión las sentía y lloraba con maternal compasión. Y para que no le faltase este mérito y perfección, la concedió el Altísimo toda esta ciencia por el tiempo que fue viadora. Y junto con esta plenitud de especies y ciencias infusas tenía el dominio de sus potencias que arriba dije (Cf. supra n.126), para no admitir otras especies o imágenes adquiridas fuera de las que eran necesarias para el uso preciso de la vida, o para alguna obra de caridad o perfección de las virtudes. Con este adorno y hermosura patente a los ángeles y santos era la divina Señora objeto de admiración y alabanza en que glorificaban al Muy Alto por el digno empleo de todos sus atributos en María santísima.

235. Hizo en esta ocasión profundísima oración por la perseverancia y fortaleza de los apóstoles en la predicación de todo el mundo. Y el Señor la prometió que los guardaría y asistiría, para manifestar en ellos y por ellos la gloria de su nombre y al fin los premiaría con digna retribución de sus trabajos y merecimientos. Con esta promesa quedó María santísima llena de júbilo y agradecimiento, exhortó a los apóstoles a que le diesen de todo corazón y saliesen alegres y confiados a la conversión del mundo. Y hablándoles otras muchas palabras de suavidad y vida, puesta de rodillas les dio a todos la enhorabuena de la obediencia que habían mostrado en nombre de su Hijo santísimo, y de su parte les dio las gracias por el celo que manifestaban de la honra del mismo Señor y beneficio de las almas a cuya conversión se sacrificaban. Besó la mano a cada uno de los apóstoles, ofreciéndoles su intercesión con el Señor, su solicitud para servirlos, y les pidió su bendición como acostumbraba y todos como sacerdotes se la dieron.

236. Pocos días después que se hizo este repartimiento de las provincias para la predicación, comenzaron a salir de Jerusalén particularmente los que les tocaba predicar en las provincias de Palestina, y el primero fue Santiago el Mayor. Otros perseveraron más tiempo en Jerusalén, porque allí quería el Señor que con mayor fuerza y abundancia se predicase primero la fe de su santo nombre y fuesen los judíos llamados en primer lugar y traídos a las bodas evangélicas, si querían venir y entrar en ellas; que en este beneficio de la Redención, aquel pueblo fue más favorecido, aunque fue más ingrato que los gentiles. Después fueron saliendo los apóstoles a los reinos que a cada uno le tocaban, según lo pedía el tiempo y la sazón, gobernándose en esto por el Espíritu divino, consejo de María santísima y obediencia de San Pedro. Pero cuando se despidieron de Jerusalén, primero fue cada uno a visitar los Santos Lugares, como eran el Huerto, el Calvario, el sagrado Sepulcro, el lugar de la Ascensión y Betania y los demás que era posible, y todos los veneraban con admirable reverencia y lágrimas, adorando la tierra que tocó el Señor. Después iban al cenáculo y le veneraban por los misterios que allí se obraron, y se despedían de la gran Reina del cielo y de nuevo se encomendaban en su protección. Y la beatísima Madre los despedía con palabras dulcísimas y llenas de la virtud divina.

237. Pero fue admirable la solicitud y maternal cuidado de la prudentísima Señora para despedir a los apóstoles como verdadera Madre a sus hijos. Porque en primer lugar hizo para cada uno de los doce una túnica tejida, semejante a la de Cristo nuestro Salvador, del color entre morado y ceniza, y para hacerlas se valió del ministerio de sus santos ángeles. Y con esta atención envió a los apóstoles vestidos sin diferencia y con igualdad uniforme entre sí mismos y con su Maestro Jesús, porque aun en el hábito exterior quiso que le imitasen y fuesen conocidos por discípulos suyos. Hizo juntamente la gran Señora doce cruces con sus cañas o astas de la altura de las personas de los apóstoles y dio a cada uno la suya para que en su peregrinación y predicación la llevase consigo, así en testimonio de lo que predicaban como para consuelo espiritual de sus trabajos, y todos los apóstoles guardaron y llevaron aquellas cruces hasta su muerte. Y de lo mucho que alababan la cruz tomaron ocasión algunos tiranos para martirizarlos en la misma cruz a los que dichosamente murieron en ella.

238. A más de todo esto dio la piadosa Madre a cada uno de los doce apóstoles una cajilla pequeña de metal que hizo para este intento, y en cada una puso tres espinas de la corona de su Hijo santísimo y algunas partes de los paños en que envolvió al Señor cuando era niño y otros de los que limpió y recibió su preciosísima sangre en la Circuncisión y pasión; que todas estas sagradas prendas tenía guardadas con suma devoción y veneración, como Madre y depositaria de los tesoros del cielo. Y para dárselas a los doce apóstoles, los llamó juntos y con majestad de Reina y agrado de dulcísima Madre les habló y dijo que aquellas prendas que a cada uno entregaba era el mayor tesoro que tenía para enriquecerlos y despedirlos a sus peregrinaciones, que en ellas llevarían la memoria viva de su Hijo santísimo y el testimonio cierto de lo que el mismo Señor los amaba, como a hijos y ministros del Altísimo. Con esto se las entregó y las recibieron con lágrimas de veneración y júbilo y agradecieron a la gran Reina estos favores y se postraron ante ella adorando aquellas sagradas reliquias y abrazándose unos a otros se dieron la enhorabuena, y se despidió el primero Santiago, que fue quien comenzó estas misiones.

239. Pero según lo que se me ha dado a entender, no sólo predicaron los apóstoles en las provincias que por entonces les repartió San Pedro, mas en otras muchas vecinas de aquéllas y más remotas. Y no es dificultoso de entender esto, porque muchas veces eran llevados de unas partes a otras por ministerio de los ángeles, y esto no sólo para predicar, sino también para consultarse unos a otros y especialmente con el vicario de Cristo, San Pedro, y mucho más a la presencia de María santísima, de cuyo favor y consejo tuvieron necesidad en la dificultosa empresa de plantar la fe en reinos tan diversos y naciones tan bárbaras. Y si para dar de comer a Daniel llevó el ángel a Babilonia al profeta Habacuc (Dan 14,35), no es maravilla que se hiciera este milagro con los apóstoles, llevándolos a donde era necesario predicar a Cristo y dar noticia de la divinidad y plantar la Iglesia universal para remedio de todo el linaje humano. Y arriba hice mención (Cf. supra n.208) de cómo el ángel del Señor que llevó a Felipe, el discípulo de los setenta y dos, desde el camino de Gaza le puso en Azoto, como lo cuenta San Lucas (Act 8,26ss). Y todas estas maravillas, y otras innumerables que ignoramos, fueron convenientes para enviar a unos pobres hombres a tantos reinos y provincias y naciones poseídas del demonio, llenas de idolatrías, errores y abominaciones, cual estaba todo el mundo cuando vino a redimirle el Verbo humanado.

Doctrina que me dio la Reina de los ángeles.

240. “Hija mía, la doctrina que te doy en este capítulo es mandarte y convidarte para que con íntimos suspiros y gemidos de tu alma y con lágrimas de sangre, si puedes alcanzarlas, llores amargamente la diferencia que tiene la Iglesia Santa en el estado presente del que tuvo en sus principios, cómo se ha oscurecido el oro purísimo de la santidad y se ha mudado el color sano (Lam 4,1), perdiendo aquella antigua hermosura en que la fundaron los apóstoles, y buscando otros afeites y colores peregrinos y engañosos para encubrir la fealdad y confusión de los vicios, que tan infelizmente la tienen oscurecida y llena de formidable horror. Y para que penetres esta verdad desde su principio y fundamento, conviene que renueves en ti misma la luz que has recibido para conocer la fuerza y peso con que la divinidad se inclina a comunicar su bondad y perfecciones a sus criaturas. Es tan vehemente el ímpetu del sumo Bien para derramar su corriente en las almas, que sólo puede impedirle la voluntad humana, que le ha de recibir por el libre albedrío que le dio para esto; y cuando con él resiste a la inclinación e influencias de la Bondad Infinita, la tiene a tu modo de entender violentada y contristado su amor inmenso en su liberalísima condición. Pero si las criaturas no le impidieran y dejaran obrar con su eficacia, a todas las almas inundara y llenara de la participación de su ser divino y atributos: levantara del polvo a los caídos, enriqueciera a los pobres hijos de Adán, y de sus miserias los elevara y asentara con los príncipes de su gloria.

241. “Y de aquí entenderás, hija mía, dos cosas que la humana sabiduría ignora. La una, el agrado y servicio que le hacen al Sumo Bien aquellas almas que con ardiente celo de su gloria y con su trabajo y solicitud ayudan a quitar de otras almas este obstáculo que con sus culpas han puesto para que no las justifique el Señor y las comunique tantos bienes como de su bondad inmensa pueden participar y el Altísimo desea obrar en ellas. La complacencia que recibe Su Majestad en que le ayuden en esta obra no se puede conocer en la vida mortal. Por esto es tan alto y engrandecido el ministerio de los apóstoles y de los prelados, ministros y predicadores de la divina palabra, que en este oficio suceden a los que plantaron la Iglesia y trabajan en su amplificación y conservación; porque todos deben ser cooperadores y ejecutores del amor inmenso que Dios tiene a las almas que crió para partícipes de su divinidad. La segunda cosa que debes ponderar es la grandeza y abundancia de los dones y favores que comunicará el poder infinito a las almas que no le ponen impedimento a su liberalísima bondad. Manifestó luego el Señor esta verdad en los principios de la Iglesia evangélica, para que a los fieles que habían de entrar en ella les quedase testificada en tantos prodigios y maravillas como hizo con los primeros, bajando el Espíritu Santo en visibles señales sobre ellos tan frecuentemente y con los milagros que has escrito obraban los creyentes con el Credo y otros favores ocultos que recibían de la mano del Muy Alto.

242. “Pero en quien resplandeció más su bondad y omnipotencia fue en los apóstoles y discípulos, porque en ellos no hubo impedimento ni obstáculo para la voluntad eterna y santa y fueron verdaderos instrumentos y ejecutores del amor divino, imitadores y sucesores de Cristo y seguidores de su verdad, y por esto fueron levantados a una participación inefable de los atributos del mismo Dios, en particular de la ciencia, santidad y omnipotencia, con que obraban para sí y para las almas tantas maravillas, que nunca los mortales los pueden dignamente engrandecer. Después de los apóstoles nacieron en su lugar otros hijos de la Iglesia, en quienes de generación en generación se fue transfundiendo esta divina sabiduría y sus efectos. Y dejando ahora los innumerables mártires que derramaron su sangre y vidas por la santa fe, considera los patriarcas de las religiones, los grandes santos que en ellas han florecido, los doctores, obispos y prelados y varones apostólicos en quienes tanto se ha manifestado la bondad y omnipotencia de la divinidad, para que los demás no tuviesen disculpa, si en ellos, que son ministros de la salud de las almas, y en todos los demás fieles no hacía Dios las maravillas y favores que hizo en los primeros y ha continuado en los que halla idóneos para hacerlas.

243. “Y para que sea mayor la confusión de los malos ministros que hoy tiene la Santa Iglesia, quiero que entiendas cómo en la voluntad eterna con que determinó el Altísimo comunicar sus tesoros infinitos a las almas, en primer lugar los encaminó inmediatamente a los prelados, sacerdotes, predicadores y dispensadores de su divina palabra, para que en cuanto era de parte de la voluntad del Señor todos fuesen de santidad y perfección de ángeles más que de hombres y gozasen de muchos privilegios y exenciones de naturaleza y gracia entre los demás vivientes; y con estos singulares beneficios se hiciesen idóneos ministros del Altísimo, si ellos no pervertían el orden de su infinita sabiduría y si correspondían a la dignidad para que eran llamados y elegidos entre todos. Esta piedad inmensa, la misma es ahora que en la primitiva Iglesia; la inclinación del sumo bien a enriquecer las almas no se ha mudado, ni esto es posible; su liberal dignación no se ha disminuido; el amor a su Iglesia siempre está en su punto; la misericordia mira a las miserias y éstas hoy son sin medida; el clamor de las ovejas de Cristo llega a lo sumo que puede; los prelados, sacerdotes y ministros nunca llegaron a tanto número. Pues si todo esto es así, ¿a quién se ha de atribuir la perdición de tantas almas y la ruina del pueblo cristiano y que hoy no sólo no vengan los infieles a la Santa Iglesia, sino la tengan tan afligida y llena de tristeza, que los prelados y ministros no resplandezcan, ni Cristo en ellos, como en los pasados siglos y la primitiva Iglesia?

244. “Oh hija mía, para que muevas tu llanto sobre esta perdición te convido. Considera las piedras del santuario derramadas en las plazas de las ciudades (Lam 4,1). Atiende cómo los sacerdotes del Señor se han hecho semejantes al pueblo (Is 24,2) cuando debían hacer al pueblo santo y semejante a sí mismos. La dignidad sacerdotal y sus vestiduras ricas y preciosas de las virtudes están manchadas con el contagio de los mundanos; los ungidos del Señor y consagrados para sólo su trato y culto se han degradado de su nobleza y deidad; perdieron su decoro por abatirse a las acciones viles, indignas de su levantada excelencia entre los hombres: afectan la vanidad, siguen la codicia y avaricia, sirven al interés, aman al dinero, ponen su esperanza en los tesoros del oro y de la plata, se sujetan a la lisonja y obsequio de los mundanos y poderosos y, lo que más es, a la bajeza de las mismas mujeres y tal vez se hacen participantes de las juntas y consejos de maldad. Apenas hay oveja del rebaño de Cristo que conozca en ellos la voz de su pastor, ni halla el alimento y pasto saludable de la virtud y santidad de que debían ser maestros. Piden el pan los pequeños y no hay quien se les distribuya (Lam 4,4). Y cuando se hace por el interés o por sólo cumplimiento, si la mano está leprosa, ¿cómo dará saludable alimento al necesitado y enfermo? Y ¿cómo el soberano Médico fiará de ella la medicina en que consiste la vida? Y si los que han de ser intercesores y medianeros se hallan reos de mayores culpas, ¿cómo alcanzarán misericordia para los culpados con otras menores o semejantes?

245. “Estas son las causas por que los prelados y sacerdotes de estos tiempos no hacen las maravillas que hicieron los apóstoles y discípulos de la primitiva Iglesia y los demás que imitaron su vida con ardiente celo de la honra del Señor y conversión de las almas. Por esto no se logran los tesoros de la muerte y sangre de Cristo que dejó en la Iglesia, así en sus sacerdotes y ministros como en los demás mortales, porque si ellos mismos los desprecian y olvidan para aprovecharlos en sí, ¿cómo los repartirán a los demás hijos de esta familia? Por esto no se convierten ahora como entonces los infieles al conocimiento de la verdadera fe, aunque viven a la vista de los príncipes eclesiásticos, ministros y predicadores del Evangelio. Enriquecida está la Iglesia ahora más que nunca de bienes temporales, de rentas y posesiones, llena está de hombres doctos con ciencia adquirida, de grandes prelacías y dignidades abundantes, y como todos estos beneficios se deben a la sangre de Cristo todo se debía convertir en su obsequio y servicio, empleándose en convertir las almas y sustentarle sus pobres y el sagrado culto y veneración de su santo nombre.

246. “Si esto se hace así ahora, díganlo los cautivos que se redimen con las rentas de las iglesias, los infieles que se convierten, las herejías que se extirpan, y qué tanto es lo que en esto se emplea de los tesoros eclesiásticos; y también lo dirán los palacios que con ellos se han fabricado, los mayorazgos que se han fundado, las torres de viento que se han levantado y, lo que es más lamentable, los empleos profanos y torpísimos en que muchos los consumen, deshonrando al sumo sacerdote Cristo y viviendo tan lejos y distantes de su imitación y de los apóstoles a quien sucedieron, como viven alejados del mismo Señor los hombres más profanos del mundo. Y si la predicación de los ministros de la divina palabra está muerta y sin virtud para vivificar a los oyentes, no tienen la culpa la verdad y la doctrina de las sagradas Escrituras, pero la tiene el mal uso de ella, por la torcida intención de los ministros. Truecan el fin de la gloria de Cristo en su propia honra y estimación vana, el bien espiritual en el bajo interés del estipendio, y como se consigan estas dos cosas no cuidan de otro fruto de la predicación. Y para esto quitan a la doctrina sana y santa la sinceridad y pureza, y aun tal vez la verdad, con que la escribieron los autores sagrados y la explicaron los doctores santos, la reducen a sutilezas de ingenio propio, que causen más admiración y gusto que provecho de los oyentes. Y como llega tan adulterada a los oídos de los pecadores, la reconocen por doctrina del ingenio del predicador más que de la caridad de Cristo, y así no lleva virtud ni eficacia para penetrar los corazones, aunque lleva artificio para deleitar las orejas.

247. “En castigo de estas vanidades y abusiones, y de otras que no ignora el mundo, no te admires, carísima, que la justicia divina haya desamparado tanto a los prelados, ministros y predicadores de su palabra y que la Iglesia Católica tenga ahora tan abatido estado, habiéndole tenido tan alto en sus principios. Y si algunos de los sacerdotes y ministros no están comprendidos en estos vicios tan lamentables, esto debe más la Iglesia a mi Hijo santísimo en tiempo que tan ofendido y desobligado se halla de todos. Y con estos buenos es liberalísimo, pero son muy contados, como lo testifica la ruina del pueblo cristiano y el desprecio a que han llegado los sacerdotes y predicadores del Evangelio; porque si fueran muchos los perfectos y celadores de las almas, sin duda se reformaran y enmendaran los pecadores, se convirtieran muchos infieles y todos miraran y oyeran con veneración y temor santo a los predicadores, sacerdotes y prelados, y los respetaran por su dignidad y santidad y no por la autoridad y fausto con que granjean esta reverencia, que más se ha de llamar aplauso mundano y sin provecho. Y no te encojas ni acobardes por haber escrito todo esto, que ellos mismos saben es verdad y tú no lo escribes por tu voluntad sino por mi obediencia, para que lo llores y convides al cielo y a la tierra que te ayuden en este llanto, porque hay pocos que le tengan, y ésta es la mayor injuria que recibe el Señor de todos los hijos de su Iglesia.”

CAPITULO 14

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La conversión de San Pablo y lo que en ella obró María santísima y otros misterios ocultos.

248. Nuestra madre la Iglesia, gobernada por el Espíritu divino, celebra la conversión de San Pablo como uno de los mayores milagros de la ley de gracia y para consuelo universal de los pecadores, pues de perseguidor contumelioso y blasfemo contra el nombre de Cristo - como el mismo Pablo dice (1 Tim 1,13) - alcanzó misericordia y fue mudado en apóstol por la divina gracia. Y porque en alcanzarla tuvo tanta parte nuestra gran Reina, no se puede negar a su historia esta rara maravilla del Omnipotente. Pero se entenderá mejor su grandeza, declarando el estado que tuvo San Pablo cuando se llamaba Saulo y era perseguidor de la Iglesia y las causas que le movieron para señalarse por tan acérrimo defensor de la ley de Moisés y perseguidor de la de Cristo nuestro bien.

249. Tuvo San Pablo dos principios que le hicieron señalado en su judaísmo. El uno era su propio natural y otro fue la diligencia del demonio que se le conoció. Por su natural condición era Saulo de corazón grande, magnánimo, nobilísimo, oficioso, activo, eficaz y constante en lo que intentaba. Tenía muchas virtudes morales adquiridas, se preciaba de grande profesor de la ley de Moisés y de estudioso y docto en ella, aunque en hecho de verdad era ignorante como él lo confesó a Timoteo su discípulo (Ib), porque toda su ciencia era humana y terrena y entendía la ley como otros muchos israelitas sólo en la corteza sin espíritu ni luz divina, la cual era necesaria para entenderla legítimamente y penetrar sus misterios. Pero como su ignorancia le parecía verdadera ciencia y era tenaz de entendimiento, se mostraba gran celador de las tradiciones de los rabinos (Gal 1,14) y juzgaba por cosa indigna y disonante que contra ellos y contra Moisés como él pensaba se publicase una ley nueva, inventada por un Hombre crucificado como reo, habiendo recibido Moisés su ley en el monte dada por el mismo Dios. Con este motivo concibió grande aborrecimiento y desprecio de Cristo, de su ley y discípulos. Y para este engaño se ayudaba de sus propias virtudes morales si pueden llamarse virtudes estando sin verdadera caridad porque con ellas presumía de sí que acertaba en otros yerros, como sucede a muchos hijos de Adán que se contentan de sí mismos cuando hacen alguna obra virtuosa y con esta satisfacción falsa no atienden a reformar otros mayores vicios. Con este engaño vivía y obraba Saulo, muy asido a la antigüedad de su ley mosaica, ordenada por el mismo Dios, cuya honra le pareció que celaba, por no haber entendido que aquella ley en las ceremonias y figuras era temporal y no eterna, porque de necesidad le había de suceder otro Legislador más poderoso y sabio que Moisés, como él mismo lo dijo (Dt 18,15).

250. Al indiscreto celo de Saulo y a su vehemente condición se juntó la malicia de Lucifer y sus ministros para irritarle, moverle y acrecentarle el odio que tenía con la ley de Cristo nuestro Salvador. Muchas veces he hablado en el discurso de esta Historia (Cf. supra p.II n.1425ss; p.III n.204) de los consejos de maldad y arbitrios infernales que fabricó este dragón contra la Santa Iglesia. Y uno de ellos era buscar con suma vigilancia a los hombres que fuesen más acomodados y proporcionados, por inclinaciones y costumbres, para valerse de ellos como de instrumentos y ejecutores de su maldad. Porque el mismo Lucifer por sí solo y sus demonios, aunque pueden tentar singularmente a las almas pero no levantar ellos bandera en lo público y hacerse cabezas de alguna secta o séquito contra Dios, si no se sirven en esto de algún hombre a quien sigan otros tan ciegos y desalumbrados. Estaba enfurecido este cruel enemigo de ver los felices principios de la Santa Iglesia, temía sus progresos y ardía en desmedida envidia de que los hombres de inferior naturaleza fuesen levantados a la participación de la divinidad y gloria que con su soberbia había desmerecido. Reconoció las inclinaciones de Saulo, las costumbres y estado que tenía en la conciencia, y todo le pareció cuadraba mucho con sus deseos de destruir la Iglesia de Cristo por mano de otros incrédulos que fuesen a propósito para ejecutarlo.

251. Consultó Lucifer esta maldad con otros demonios en un particular conciliábulo que para ello hizo, y de común acuerdo de todos salió decretado que el mismo dragón con otros asistiesen a Saulo sin dejarle un punto y le arrojasen sugestiones y razones acomodadas a la indignación que tenía contra los apóstoles y todo el rebaño de Cristo, que todas las admitiría pues le darían por sus triunfos, irritándole con algún color de virtud falsa y aparente. Todo este acuerdo ejecutó el demonio sin perder punto ni ocasión. Y aunque Pablo estaba descontento y opuesto a la doctrina de nuestro Salvador desde que la predicó por sí mismo, pero en el tiempo que vivió Su Majestad en el mundo no se declaró Saulo por tan ardiente celador de la ley de Moisés y adversario de la del mismo Señor, hasta que en la muerte de San Esteban descubrió la indignación con que ya el dragón infernal le comenzaba a irritar contra los seguidores de Cristo. Y como en aquella ocasión halló este enemigo tan pronto el corazón de Saulo para ejecutar las sugestiones malas que le arrojaba, quedó tan ufana su malicia, que le pareció no tenía más que desear y que aquel hombre no resistiría a ninguna maldad que se le propusiese.

252. Con esta impía confianza pretendió Lucifer que Saulo quitase la vida por sí mismo a todos los apóstoles y, lo que más formidable era, que hiciese lo mismo con María santísima. A tal insania llegó la soberbia de este cruentísimo dragón. Pero engañóse en ella, porque la condición de Saulo era más noble y generosa y así le pareció, discurriendo sobre ello, que era cosa indigna de su honor y su persona cometer aquella traición y obrar como hombre forajido, cuando con razón y justicia, como a él le parecía, podía destruir la ley de Cristo. Y sintió mayor horror en ofender la vida de su beatísima Madre, por el decoro que se le debía como a mujer y porque de haberla visto tan compuesta y tan constante en los trabajos y pasión de Cristo le había parecido a Saulo que era mujer grande y digna de veneración, y así se la cobró con alguna compasión de sus penas y aflicciones, que todos conocían las había padecido muy graves. Por esto no admitió contra María santísima la inhumana sugestión que le propuso el demonio. Y no le ayudó poco a Saulo esta compasión de los trabajos de la Reina para abreviar su conversión. Contra los apóstoles tampoco admitió la traición, aunque Lucifer se la coloreaba con aparentes razones y como obra digna de su esforzado corazón. Pero desechando estas maldades se resolvió en adelantarse a todos los judíos en perseguir la Iglesia hasta destruirla con el nombre de Cristo.

253. Quedó contento el dragón y sus ministros con esta determinación de Saulo, ya que no podían conseguir más. Y para que se conozca la ira que tienen contra Dios y sus criaturas, desde aquel día hicieron otro conciliábulo para conferir cómo conservarían la vida de aquel hombre que tan ajustado hallaban para ejecutar sus maldades. Bien saben estos mortales enemigos que no tienen jurisdicción sobre la vida de los hombres, ni se la pueden dar ni quitar, si no se lo permite Dios en algún caso particular, pero con todo eso se quisieron hacer médicos y tutores de la vida y salud de Saulo, para conservársela en cuanto se extendía su poder, moviéndole su imaginación para que se guardase de lo que era nocivo y usase de lo más saludable y aplicando otras causas naturales que le conservasen la salud. Mas con todas estas diligencias no pudieron impedir que no obrase en Saulo la divina gracia, cuando quería su Autor. Pero estaban tan desimaginados los demonios, que jamás tuvieron recelos de que Saulo admitiría la ley de Cristo y que la vida que ellos procuraban conservar y alargar había de ser para su propia ruina y tormento. Tales obras ordena la sabiduría del Altísimo, dejando engañar al demonio en sus consejos de maldad para que caiga en la fóvea y en el lazo que arma contra Dios (Sal 56,79) y que a la divina voluntad vengan a servir todas sus maquinaciones, sin que lo pueda resistir.

254. Con este gran consejo de la altísima Sabiduría ordenaba el Señor que la conversión de Saulo fuese más admirable y gloriosa. Y para esto dio lugar a que, incitado de Lucifer con ocasión de la muerte de San Esteban, fuese Saulo al príncipe de los sacerdotes y, arrojando fuego y amenazas contra los discípulos del Señor que se habían derramado fuera de Jerusalén, le pidiese comisión y requisitorias para traerlos presos a Jerusalén de donde quiera que los hallase (Act 9,1). Y para esta demanda ofreció Saulo su persona, hacienda y vida, y que a su propia costa y sin salarios haría aquella jornada en defensa de su ley y de sus pasados, para que no prevaleciese contra ella la que de nuevo predicaban los discípulos del Crucificado. Este ofrecimiento facilitó más el ánimo del sumo sacerdote y los de su consejo, y luego dieron a Saulo la comisión que pedía, señaladamente para Damasco, a donde tenían lengua que algunos de los discípulos se habían retirado de Jerusalén. Dispuso la jornada, previniendo gente de ministros de justicia y algunos soldados que le acompañasen. Pero la más copiosa compañía y aparato era de muchas legiones de demonios, que para asistirle en esta empresa salieron del infierno, pareciéndoles que con tantas precauciones acabarían con la Iglesia y que Saulo a sangre y fuego la devastaría. Y a la verdad era éste el intento que llevaba y el que Lucifer y sus ministros le administraban a él y a todos los que le seguían. Pero le dejemos ahora en el camino de Damasco, a donde enderezó su jornada para prender en las sinagogas de aquella ciudad a todos los discípulos de Cristo.

255. Nada de todo esto era oculto a la gran Reina del cielo, porque, a más de la ciencia y visión con que penetraba hasta el más mínimo pensamiento de los hombres y de los demonios, la daban muchos avisos los apóstoles de todo lo que se obraba contra los seguidores de Cristo. Conocía también muy de lejos que Saulo había de ser apóstol del mismo Señor y predicador de las gentes y varón tan señalado y admirable en la Iglesia, porque de todo esto la informó su Hijo santísimo, como queda dicho en la segunda parte de esta Historia (Cf. supra p.II n.734). Pero como crecía la persecución y se dilataba el fruto que Saulo había de hacer y traer al nombre cristiano con tanta gloria del Señor, y en el ínterin los discípulos de Cristo, que ignoraban el secreto del Altísimo, se afligían y acobardaban algo conociendo la indignación con que los buscaba y perseguía, todo esto fue causa de gran dolor para la piadosa Madre de la gracia. Y ponderando con su divina prudencia lo que pesaba aquel negocio, se vistió de nuevo esfuerzo y confianza para pedir el remedio de la Iglesia y la conversión de Saulo y postrada en la presencia de su Hijo hizo esta oración:

256. “Altísimo Señor, Hijo del eterno Padre, Dios vivo y verdadero de Dios verdadero, engendrado de su misma e indivisa sustancia y por la inefable dignación de vuestra bondad infinita Hijo mío y vida de mi alma, ¿cómo vivirá esta vuestra esclava, a quien habéis encomendado vuestra amada Iglesia, si la persecución que han movido vuestros enemigos contra ella prevalece y no la vence vuestro poder inmenso? ¿Cómo sufrirá mi corazón ver despreciado y conculcado el precio de vuestra muerte y sangre? Si me dais, Señor mío, por hijos míos los que engendráis en vuestra Iglesia, y yo los amo y miro con amor de madre, ¿cómo tendré consuelo de verlos oprimidos y destruidos, porque confiesan vuestro santo nombre y os aman con corazón sencillo? Vuestro es el poder y la sabiduría, y no es justo que se gloríe contra vos el dragón infernal, enemigo de vuestra gloria y calumniador de mis hijos y vuestros hermanos. Confundid, Hijo mío, la soberbia antigua de esta serpiente, que de nuevo se levanta contra vos orgullosa y derramando su furor contra las simples ovejuelas de vuestra rey. Atended cuán engañado lleva a Saulo, a quien vos tenéis elegido y señalado para vuestro apóstol. Tiempo es ya, Dios mío, de obrar con vuestra omnipotencia y reducir aquella alma, de quien y en quien tanta gloria ha de resultar a vuestro santo nombre y tantos bienes a todo el universo.”

257. Perseveró María santísima en esta oración grande rato ofreciéndose a padecer y morir, si fuera necesario, por el remedio de la Iglesia santa y conversión de Pablo. Y como la sabiduría infinita de su Hijo santísimo la tenía prevenida por medio de los ruegos de su amantísima Madre para ejecutar esta maravilla, descendió del cielo en persona y se le apareció y manifestó en el cenáculo, donde oraba en su retiro y oración. La habló Su Majestad con el amor y caricia de Hijo que solía y la dijo: “Amiga mía y Madre mía, en quien hallé la complacencia y agrado de mi perfecta voluntad, ¿qué peticiones son las vuestras? Decidme lo que deseáis.” Se postró de nuevo en tierra la humilde Reina, como acostumbraba, en la presencia de su Hijo santísimo, y le adoró como a verdadero Dios y dijo: “Señor mío altísimo, muy de lejos conocéis los pensamientos y corazones de las criaturas y mis deseos están patentes a vuestros ojos. Mi petición es como de quien conoce vuestra infinita caridad con los hombres y como de Madre de la Iglesia y abogada de los pecadores y vuestra esclava. Y si todo lo he recibido de vuestro amor inmenso sin merecerlo, no puedo temer que despreciaréis mis deseos de vuestra gloria. Pido, Hijo mío, que miréis la aflicción de vuestra Iglesia y como Padre amoroso apresuréis el socorro de vuestros hijos engendrados con vuestra sangre preciosísima.”

258. Deseaba el Señor oír la voz y los clamores amorosos de su amantísima Madre y Esposa, y para esto se dejó rogar más en esta ocasión, como quien recateaba lo mismo que la deseaba conceder y a tales méritos y caridad no se debía negar. Y con esta traza del amor divino tuvieron algunos coloquios Cristo nuestro bien y su dulcísima Madre, pidiendo ella el remedio de aquella persecución con la conversión de Saulo. La respondió Su Majestad en esta conferencia y dijo: “Madre mía, ¿cómo mi justicia quedará satisfecha, para inclinarse la misericordia a usar de mi clemencia con Saulo, cuando él está en lo sumo de la incredulidad y malicia, mereciendo mi justa indignación y castigo y sirviendo de corazón a mis enemigos para destruir mi Iglesia y borrar mi nombre del mundo?” A esta razón tan concluyente en los términos de justicia no le faltó solución y respuesta a la Madre de la sabiduría y misericordia y con ella replicó y dijo: “Señor y Dios eterno, Hijo mío, para elegir a Pablo por vuestro apóstol y vaso de elección en la aceptación de vuestra mente divina y para escribirle en vuestra memoria eterna, no fueron impedimento sus culpas, ni extinguieron estas aguas el fuego de vuestro amor divino (Cant 8,7), como vos mismo me lo habéis manifestado. Más poderosos y eficaces fueron vuestros infinitos merecimientos, en cuya virtud tenéis ordenada la fábrica de vuestra amada Iglesia, y así no pido yo cosa que vos mismo no tengáis determinada; pero me duele, Hijo mío, que aquella alma camine a mayor precipicio y perdición suya y de otras si puede ser en él como en los demás y que se retarde la gloria de vuestro nombre, la alegría de los ángeles y santos, el consuelo de los justos, la confianza que recibirán los pecadores y la confusión de vuestros enemigos. Ea, pues, Hijo y Señor mío, no despreciéis los ruegos de vuestra Madre, ejecútense vuestros divinos decretos y vea yo engrandecido vuestro nombre, que es ya tiempo y la ocasión oportuna y no sufre mi corazón que tanto bien se le dilate a la Iglesia.”

259. En esta petición se enardeció la llama de la caridad en el pecho castísimo de la gran Reina y Señora, que sin duda le consumiera la vida natural, si el mismo Señor con milagrosa virtud no se la conservara; aunque para obligarse más de tan excesivo amor en pura criatura, dio lugar a que la beatísima Madre en esta ocasión llegase a padecer algún dolor sensible y adolecer como con un deliquio sensible. Pero su Hijo, que a nuestro modo de entender no pudo resistir más a la fuerza de tal amor que le hería su corazón, la consoló y renovó, dándose por obligado de sus ruegos y diciendo: “Madre mía electa entre todas las criaturas, hágase vuestra voluntad sin dilación. Yo haré con Saulo todo lo que pedís y le pondré en el estado que desde luego sea defensor de mi Iglesia a quien persigue y predicador de mi gloria y de mi nombre. Voy a reducirle luego a mi amistad y gracia.”

260. Desapareció luego Cristo nuestro bien de la presencia de su Madre santísima, quedando ella continuando su oración y con visión muy clara de lo que iba sucediendo. Y en breve espacio apareció el mismo Señor a Saulo cerca de la ciudad de Damasco, a donde con acelerado curso caminaba, adelantándose en la indignación contra Jesús más que en el camino. Se le manifestó el Señor en una nube de resplandor admirable y con inmensa gloria, y a un mismo tiempo fue rodeado Saulo de la divina luz dentro y fuera, quedando vencidos su corazón y sentidos y sin poder resistirse a tanta fuerza. Cayó apresuradamente del caballo en tierra y al mismo tiempo oyó una voz de lo alto que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” Respondió todo turbado y con gran pavor: “¿Quién eres tú, Señor?” Replicó la voz y dijo: “Yo soy Jesús a quien tú persigues; dura cosa es para ti resistir al estímulo de mi potencia.” Respondió otra vez Saulo con mayor temblor y miedo: “Señor, ¿qué me mandas y qué quieres hacer de mí?” Los que estaban presentes y acompañaban a Saulo oyeron estas demandas y respuestas, aunque no vieron a Cristo nuestro Salvador como le vio Saulo, pero vieron el resplandor que le rodeaba, y todos quedaron despavoridos y llenos de gran temor y admiración de tan impensado y repentino suceso, y así estuvieron un rato casi pasmados (Act 9,3ss).

261. Esta nueva maravilla nunca vista en el mundo fue mayor y más eficaz en lo secreto y oculto que en lo aparente a los sentidos; porque no sólo quedó Saulo rendido y postrado, ciego y debilitado en el cuerpo, de suerte que si no fuera confortado del poder divino expirara luego, pero en el interior quedó más trocado en otro nuevo hombre que cuando pasó de la nada al ser natural que tenía y más distante de lo que antes era que dista la luz de las tinieblas y lo supremo del cielo de lo ínfimo de la tierra, porque pasó de la imagen y similitud de un demonio a la de un supremo y abrasado serafín. Orden fue de la sabiduría y omnipotencia divina triunfar de Lucifer y sus demonios en esta milagrosa conversión, de tal manera que, en virtud de la pasión y muerte de Cristo, quedase vencido este dragón y su malicia, por medio de la humana naturaleza, contraponiendo los efectos de la gracia y redención en un hombre al mismo pecado de Lucifer y sus efectos. Y fue así, porque en el breve espacio que Lucifer por su soberbia pasó de ángel a demonio la virtud de Cristo pasó a Saulo de demonio a ángel en la gracia. En la naturaleza angélica la suprema hermosura bajó a la suma fealdad y en la naturaleza humana la mayor fealdad subió a la perfecta hermosura. Lucifer descendió enemigo de Dios de lo supremo de los cielos a lo profundo de la tierra y un hombre ascendió amigo del mismo Dios desde la tierra al supremo cielo.

262. Y porque no era harto glorioso este triunfo si el vencedor no daba a un hombre más de lo que perdió Lucifer, también quiso el Omnipotente añadir esta grandeza a la victoria que en Saulo ganaba del demonio. Porque Lucifer, aunque cayó de muy superior gracia que había recibido pero no perdió la visión beatífica ni fue privado de ella, porque no se le había manifestado ni él se había dispuesto para merecerla, antes la desmereció, pero Pablo al punto que se dispuso para ser justificado y consiguió la gracia se le comunicó también la gloria y vio claramente la divinidad, aunque de paso. ¡Oh virtud insuperable del poder divino! ¡Oh eficacia infinita de los méritos de la vida y muerte de Cristo! Justo y razonable era por cierto que si la malicia del pecado en un instante trocó al ángel en demonio, fuese más poderosa la gracia de nuestro Reparador y abundase más que el pecado (Rom 5,20) levantando de él a un hombre, no sólo a ponerle en tanta gracia, sino tanta gloria. Mayor fue esta maravilla que haber criado los cielos y la tierra con todas sus criaturas, mayor que dar vista a ciegos, salud a enfermos y resucitar muertos. Démonos la enhorabuena los pecadores de la esperanza que nos deja esta maravillosa justificación, pues tenemos por nuestro reparador, por nuestro padre y por nuestro hermano al mismo Señor que justificó a Pablo y no es menos poderoso ni menos santo para nosotros que lo fue para él.

263. En aquel tiempo que Pablo estuvo caído en tierra contrito de sus pecados y renovado todo con la gracia justificante y otros dones infusos, fue iluminado y preparado en todas sus potencias interiores como convenía. Y con esta preparación fue elevado al cielo empíreo, que él llamó tercer cielo, confesando también que no sabía si fue este rapto en el cuerpo o sólo en el espíritu (2 Cor 12,2). Pero allí vio intuitiva y claramente la divinidad, con más que ordinaria visión, aunque transeúnte. Y a más del ser de Dios y sus atributos de infinita perfección conoció el misterio de la Encarnación y Redención humana y todos los de la ley de gracia y estado de la Iglesia. Conoció el beneficio incomparable de su justificación y la oración que por él hizo San Esteban y mucho más la que María santísima había hecho y cómo por ella se le había acelerado y en virtud de sus merecimientos, después de los de Cristo, se le había prevenido en la aceptación divina. Y desde entonces quedó agradecido y con íntimo afecto de veneración y devoción a la gran Reina del cielo, cuya dignidad le fue manifiesta, y siempre la reconoció por su restauradora. Conoció asimismo el oficio de apóstol para que era llamado y que en él había de trabajar y padecer hasta la muerte. Y con estos misterios le fueron revelados otros muchos arcanos, que él mismo afirmó no le era permitido manifestarlos (2 Cor 12; 4). Pero en todo lo que conoció ser la voluntad divina, se ofreció a cumplirla, sacrificándose todo para ejecutarla, como después lo cumplió. Y la Beatísima Trinidad aceptó el sacrificio y ofrenda de sus labios y en presencia de todos los cortesanos del cielo le señaló y nombró por predicador y doctor de las gentes y vaso de elección para llevar por el mundo el santo nombre del Altísimo.

264. Para los bienaventurados fue día de gran gozo y alegría accidental, y todos hicieron nuevos cánticos de alabanza, engrandeciendo el poder divino en tan rara y nueva maravilla. Y si de la conversión de cualquier pecador reciben nuevo gozo (Lc 15,7), ¿qué sería de la que así manifestaba la grandeza del Señor y su misericordia y redundaba en tan grandioso beneficio de todos los mortales y gloria de la Santa Iglesia? Volvió del rapto conmutado Saulo en San Pablo y levantándose del suelo pareció estar ciego, sin que pudiese ver la luz del sol. Le llevaron a Damasco a casa de un conocido suyo, donde con admiración de todos estuvo tres días sin comer ni beber, pero en altísima oración. Se postró en tierra y como estaba ya en estado de llorar sus culpas, aunque justificado de ellas, con dolor y aborrecimiento de la vida pasada dijo: “¡Ay de mí, en qué tinieblas y ceguedad he vivido, y cómo tan apresurado caminaba a la perdición eterna! ¡Oh amor infinito!, ¡oh caridad sin medida!, ¡oh suavidad dulcísima de la bondad eterna! ¿Quién, Señor mío y Dios inmenso, os obligó a tal demostración con este vil gusano, con este blasfemo y enemigo vuestro? Pero, ¿quién pudo obligaros, fuera de vos mismo y los ruegos de vuestra Madre y Esposa? Cuando yo ciego y en tinieblas os perseguía, vos, Señor piadosísimo, me salís al encuentro. Cuando iba a derramar la inocente sangre que siempre estaría clamando contra mí, vos, que sois Dios de misericordias, me laváis y purificáis con la vuestra y me hacéis participante de vuestra inefable divinidad. ¿Cómo cantaré eternamente tan inauditas misericordias? ¿Cómo lloraré la vida tan odiosa a vuestros ojos? Prediquen los cielos y la tierra vuestra gloria. Yo predicaré vuestro santo nombre y le defenderé en medio de vuestros enemigos.” Estas y otras razones repetía San Pablo en su oración con incomparable dolor y otros actos de ardentísima caridad y con humildad profunda y agradecimiento

265. El día tercero de la caída y conversión de Saulo habló el Señor en visión a uno de los discípulos llamado Ananías que estaba en Damasco (Act 9,9ss). Y llamando Su Majestad por su nombre a Ananías como a su siervo y amigo, le mandó que fuese a casa de un hombre que se llamaba Judas, señalándole el barrio donde vivía, y que en ella buscase a Saulo Tarsense y que por señas le toparía en oración. Al mismo tiempo tuvo Saulo otra visión del Señor, en que conoció al discípulo Ananías, y le vio como que llegaba a él y con ponerle las manos en la cabeza le restituía la vista. Pero de esta visión de Saulo no tuvo noticia entonces el discípulo Ananías, y así replicó al Señor y le dijo: “Informado estoy, Señor, de ese hombre que ha perseguido en Jerusalén a vuestros santos y en ellos ha hecho grande estrago y, no satisfecho con esto, ha venido a esta ciudad con requisitorias de los príncipes de los sacerdotes para prender a cuantos invocan vuestro nombre; pues, ¿a una simple ovejuela como yo le mandáis que vaya en busca del mismo lobo que la quiere devorar?” Replicó el Señor: “Anda, que ese mismo a quien tú juzgas por mi enemigo es para mí vaso de elección, para que lleve mi nombre por todas las gentes y reinos y a los hijos de Israel. Y puedo yo señalarle, como lo haré, lo que ha dé padecer por mi nombre.” Y conoció el discípulo todo lo que había sucedido.

266. En fe de esta palabra del Señor obedeció Ananías y fue luego a donde estaba Saulo y le halló orando y le dijo: “Hermano Saulo, nuestro Señor Jesús, que te apareció en el camino por donde venías, me envía para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo” (En el autógrafo original hay en este lugar una frase tachada, al parecer, por la misma autora. Dice así la frase tachada: "Recibió también la sagrada comunión de mano de Ananías"). Con que se confortó y convaleció. Y por todos estos beneficios dio gracias al Autor de cuya mano venían, y luego comió y recibió el alimento corporal, que por tres días no había gustado. Estuvo algunos días en Damasco, confiriendo y tratando con los discípulos del Señor que allí vivían. Y postrándose a sus pies les pidió perdón, rogándoles le admitiesen por su siervo y hermano, aunque el menor y más indigno de todos. Y con su parecer y consejo salió luego en público y comenzó a predicar a Cristo por Mesías y Redentor del mundo con tal fervor, sabiduría y celo, que confundía a los judíos incrédulos que vivían en Damasco, donde tenían muchas sinagogas. Se admiraban todos de la novedad y con gran asombro decían: “¿Por ventura no es este hombre el que ha perseguido en Jerusalén a fuego y sangre a todos los que invocaban este nombre? Y ¿no ha venido a esta ciudad para llevarlos presos ante los príncipes de los sacerdotes? Pues ¿qué novedad es ésta que vemos en él?”

267. Cada día convalecía más San Pablo y predicaba con mayor esfuerzo, convenciendo a los judíos y gentiles, de manera que trataron de quitarle la vida, y sucedió lo que adelante tocaremos. Fue esta milagrosa conversión de San Pablo un año y un mes después del martirio de San Esteban, en veinticinco de enero, el mismo día que la celebra la Iglesia santa; y era el año treinta y seis del nacimiento de Cristo, porque San Esteban, como queda dicho en el capítulo 11 (Cf. supra n.198), murió cumplido el año de treinta y cuatro y entrando un día en el de treinta y cinco, y la conversión fue entrado un mes del de treinta y seis; y entonces andaba Santiago en su predicación, como diré en su lugar (Cf. infra n.319).

268. Volvamos a nuestra gran Reina y Señora de los ángeles, que, con la ciencia y visión que muchas veces he repetido (Cf. supra n.179), conoció todo lo que pasaba por Saulo: su primero e infelicísimo estado, su furor contra el nombre de Cristo, su caída y la causa de ella, su mudanza, su conversión y sobre todo el milagroso y singular favor de ser llevado al cielo empíreo, ver claramente la divinidad, y todo lo demás que allí en Damasco sucedía. Y no sólo era conveniente y como debido a la piadosa Madre que se le manifestase este gran misterio, por Madre del Señor y de su santa Iglesia y por instrumento de tan nueva maravilla, sino también porque sola ella pudo engrandecerla dignamente, más que el mismo San Pablo y más que todo el cuerpo místico de la Iglesia, y no era justo que un beneficio tan nuevo y una obra tan prodigiosa de la diestra del Omnipotente quedase sin el reconocimiento y agradecimiento que por ella le debían los mortales. Esto hizo con plenitud María santísima, y fue la primera que celebró la solemnidad de este nuevo milagro, con el retorno posible a todo el linaje humano. Convidó la gran Madre a todos sus ángeles y otros innumerables del cielo y vinieron a su presencia, y con todos estos divinos coros hizo un cántico de alabanza, para glorificar y engrandecer la potencia, la sabiduría y liberal misericordia que en San Pablo se había manifestado, y otro a los méritos de su Hijo santísimo, en cuya virtud se había obrado aquella conversión llena de prodigios y maravillas. Y de este agradecimiento y fidelidad de María santísima quedó el Altísimo agradado y a nuestro modo de entender como satisfecho de lo que en beneficio de su Iglesia había obrado en San Pablo.

269. Pero no dejemos en silencio las conferencias que el nuevo apóstol tuvo consigo mismo sobre el lugar que tendría en el corazón de la piadosa Madre y el juicio que habría hecho de conocerle tan enemigo y perseguidor de su Hijo santísimo y de sus discípulos para destruir la Iglesia. No nacieron estos discursos en San Pablo tanto de la ignorancia como de la humildad y veneración con que miraba en su espíritu a la Madre de Jesús. Pero no tenía entonces noticia de que la gran Señora estaba capaz de todo lo que por él había sucedido. Y aunque la consideraba y conocía tan piadosa, después que se le manifestó por medianera de su conversión y remedio como lo conoció en Dios, con todo la fealdad de su vida pasada le encogía, humillaba y causaba alguna cobardía, como indigno de la gracia de tal Madre, cuyo Hijo había perseguido tan ciega y furiosamente. Le parecía que para perdonarle tan graves culpas era menester misericordia infinita y la Madre era pura criatura. Le alentaba por otra parte entender que había perdonado a los mismos que crucificaron a su Hijo y que en esto le imitaría como Madre. Le daban noticia los discípulos de cuán piadosa y dulce era con los pecadores y necesitados, y con esto se encendía más en deseos de verla y proponía en su ánimo que se arrojaría a sus pies y besaría el suelo por donde ponía sus plantas. Pero luego le confundía el pudor de ponerse en su presencia de la que era Madre verdadera de Jesús y estaría tan ofendida y vivía en carne mortal. Juzgaba si la suplicaría le castigase, porque esto le parecía alguna satisfacción, pero también le parecía no cabía en su clemencia tomar esta venganza, pues sin ella había pedido y alcanzado tan liberal misericordia para él.

270. Entre estos y otros discursos, permitió el Señor que San Pablo padeciese algunas dolorosas pero dulces penas, y al fin hablando consigo mismo dijo: “Anímate, hombre vil y pecador, que sin duda te admitirá y perdonará la que rogó por ti, por ser Madre verdadera del que también murió por tu remedio, y obrará como Madre de tal Hijo, que todos son misericordia y clemencia y no desprecian al corazón contrito y humillado.” (Sal 50,19) No se le ocultaban a la divina Madre los temores y discursos que pasaban en el pecho de San Pablo, porque todo lo conoció con su altísima ciencia. Entendió también que no sería posible en mucho tiempo venir el nuevo apóstol a su presencia, y movida con maternal afecto y compasión no pudo permitir que se le dilatase tanto a San Pablo el consuelo que deseaba y, para dársele desde Jerusalén donde ella estaba, llamó a uno de sus santos ángeles y le dijo: “Espíritu divino y ministro de mi Hijo y mi Señor, compadecida estoy del dolor y cuidado que San Pablo tiene en su humilde corazón. Yo os suplico, ángel mío, vayáis luego a Damasco y le confortéis y consoléis en sus temores. Le daréis la enhorabuena de su dichosa suerte y le advertiréis del agradecimiento que eternamente debe a la clemencia con que mi Hijo y mi Señor le ha traído a su amistad y gracia, eligiéndole para su apóstol, y que jamás hizo tal misericordia con algún hombre cual en él ha manifestado. Y de mi parte le diréis que en todos sus trabajos le ayudaré como Madre y le serviré como sierva que soy de todos los apóstoles y de los ministros que predican el santo nombre y doctrina de mi Hijo. Le daréis la bendición en mi nombre y diréis que se la envío en nombre del que se dignó tomar carne en mis entrañas y alimentarse a mis pechos.”

271. Con esta obediencia y legacía de su Reina cumplió el santo ángel puntualmente, llegando con presteza a la presencia de San Pablo, que siempre continuaba su oración; porque sucedió esto otro día después de su bautismo y al cuarto de su conversión. Se le manifestó el ángel en forma humana visible con admirable luz y hermosura y le refirió todo lo que María santísima le ordenó. Oyó San Pablo esta embajada con incomparable humildad, reverencia y júbilo de su espíritu y, respondiendo al ángel, dijo así: “Ministro soberano del omnipotente y eterno Dios, yo vilísimo entre los hombres os suplico, Espíritu dulcísimo y divino, que así como conocéis mi deuda y la dignación de la infinita misericordia que en mí ha manifestado sus riquezas, le deis gracias y dignas alabanzas, porque desmereciéndolo yo me señaló con el carácter y luz divina de sus hijos. Cuando yo me alejaba más de su bondad inmensa, me siguió; cuando iba huyendo, me salió al encuentro; cuando me entregaba ciego a la muerte, me dio vida; y cuando le perseguía como enemigo, me levantó a su gracia y amistad, recompensando las mayores injurias con los mayores beneficios. Nadie se hizo tan odioso y aborrecible como yo y nadie tan liberalmente fue perdonado y favorecido. Me sacó de la boca del león, para que fuese una de las ovejas de su rebaño. Testigo sois, Señor mío, de todo, ayudadme, pues, a ser eternamente agradecido. A la Madre de misericordia y mi Señora os ruego le digáis que éste su indigno esclavo está postrado a sus pies, adorando la tierra donde pisan, y con corazón contrito le suplico perdone al que fue tan atrevido en destruir el nombre y honra de su Hijo y verdadero Dios, que olvide mi ofensa, y con este pecador blasfemo haga como madre que concibió, parió y alimentó siempre virgen al mismo Señor, que le dio ser y la eligió para esto entre todas las criaturas. Digno soy del castigo y de la venganza de tantos yerros y aparejado estoy para recibirle, pero sienta yo en ella la clemencia de sus piadosos ojos y no me arroje de su gracia y protección. Recíbame por hijo de su Iglesia, que tanto ama, que para su aumento y defensa sacrifico mis deseos y mi sangre, y en todo obedeceré a la voluntad de la que reconozco por mi remediadora y madre de la gracia.

272. Volvió el santo ángel con esta respuesta a la presencia de María santísima y, aunque su sabiduría no la ignoraba, se la refirió el soberano embajador. La oyó con especial júbilo y de nuevo dio gracias y loores al Altísimo por las obras de su divina diestra, que hacía en el nuevo apóstol Pablo, y por el beneficio que con ellas resultaba a toda la Iglesia y a sus hijos. De la confusión y opresión que recibieron los demonios con esta maravillosa conversión de San Pablo, y otros muchos secretos que se me han manifestado de la malicia de este dragón, hablaré lo que fuere posible en el capítulo siguiente.

Doctrina que me dio la Reina de los ángeles María santísima.

273. “Hija mía, ninguno de los fieles debe ignorar que pudo el Altísimo reducir y convertir a San Pablo justificándole, sin hacer tantas maravillas como su poder infinito interpuso en esta obra milagrosa. Pero las hizo para testificar a los hombres cuán inclinada está su bondad a perdonarlos y levantarlos a su amistad y gracia, y para enseñarles también cómo deben ellos cooperar de su parte y responder a sus llamamientos con el ejemplo de este gran apóstol. A muchos despierta y llama el Señor con la fuerza de sus inspiraciones y auxilios, y muchos responden y se justifican y reciben los sacramentos de la Santa Iglesia, pero no todos perseveran en su justificación, y menos son los que prosiguen y caminan a la perfección, antes comenzando en espíritu se resuelven y rematan según la carne. La causa por que no perseveran en la gracia y vuelven luego a caer en sus culpas, es porque no dijeron en su conversión lo que San Pablo: “Señor, ¿qué queréis hacer de mí y que yo haga por vos?” (Act 9,6) Y si algunos lo pronuncian con los labios, pero no es con todo el corazón, donde siempre reservan algún amor de sí mismos, de la honra, de la hacienda, del gusto, del deleite y de la ocasión del pecado, en que luego vuelven a tropezar y caer.

274. “Pero el Apóstol fue un vivo y verdadero ejemplar de los convertidos a la luz de gracia, no sólo porque pasó de un extremo tan distante de culpas a otro de admirable gracia y favores, sino también porque cooperó con su voluntad a esta vocación, alejándose totalmente de su mal estado y de su mismo querer y dejándose todo en la divina voluntad y en su disposición. Y esta negación de sí mismo y rendimiento al querer de Dios contienen aquellas palabras: “Señor, ¿qué queréis hacer de mí?”, en que consistió, cuanto era de su parte, todo su remedio. Y porque las dijo con todo corazón contrito y humillado, se desposeyó de toda su voluntad y se entregó a la del Señor y determinó no tener potencias ni sentidos de allí adelante para que sirviesen a los peligros de la vida animal y sensible, en que había errado. Se entregó a la obediencia del Altísimo por cualquier medio o camino que la conociera, para ejecutarla sin dilación ni réplica, como lo cumplió luego con el mandato del Señor entrando en la ciudad y obedeciendo al discípulo Ananías en cuanto le ordenó. Y como el Altísimo, que escudriña los secretos del corazón humano, conoció la verdad con que Pablo correspondía a su vocación y se entregaba todo a la voluntad y disposición divina, no sólo le admitió con tanto beneplácito, sino multiplicó en él tantas gracias, dones y favores milagrosos, que aunque Pablo no los pudo merecer, tampoco los recibiera si no estuviera tan resignado en el querer del Señor, con que se dispuso para recibirlos.

275. “Conforme a estas verdades, quiero, hija mía, que obres con toda plenitud lo que muchas veces te he mandado y exhortado: que te niegues y alejes de todas las criaturas y olvides lo visible, aparente y engañoso. Repite muchas veces, y más con el corazón que con los labios: “Señor, ¿qué queréis hacer de mí?” Porque si quieres hacer o admitir alguna acción o movimiento por tu voluntad, no será verdad que quieres sola y en todo la voluntad del Señor. El instrumento no tiene otro movimiento ni operación más del que recibe de la mano del artífice, y si le tuviese propio podría resistirle y encontrarse con la voluntad de quien le gobierna. Pues lo mismo sucede entre Dios y el alma; que si ella tiene algún querer, sin aguardar que Dios la mueva, se encuentra con el beneplácito del mismo Señor y, como la guarda los fueros de su libertad que la dio, déjala errar, porque ella lo quiere y no aguarda a ser gobernada de su artífice.

276. “Y porque no conviene que todas las operaciones de las criaturas en la vida mortal sean milagrosamente gobernadas por el poder divino, para que no aleguen ni se llamen a engaño los hombres les puso Dios la ley en su corazón y luego en su Santa Iglesia, para que por ella conozcan la voluntad divina y se regulen por ella y la cumplan. A más de esto puso en su Iglesia a los superiores y ministros, para que, oyéndolos y obedeciéndolos como al mismo Señor que los asiste, fuese obedecido en ellos y las almas tuviesen esta seguridad. Todo esto tienes tú, carísima, con grande abundancia, para que ni admitas movimiento, ni discurso, ni deseo, ni pensamiento alguno, ni ejecutes tu voluntad en ninguna acción, sin voluntad y obediencia de quien tiene a su cargo tu alma, porque a él te envía el Señor, como a Pablo envió a su discípulo Ananías. Pero sobre esto, aún es más estrecha tu obligación, porque el Altísimo te miró con especial amor y gracia y te quiere como instrumento en su mano y te asiste, gobierna y mueve por sí mismo, por mí y por sus santos ángeles, y esto hace con la fidelidad, atención y continuación que tú conoces. Considera, pues, cuánta razón será que tú mueras a todo tu querer, y en ti resucite el querer divino, y que él sólo sea en ti el que dé alma y vida a todos tus movimientos y operaciones. Ataja, pues, todos tus discursos y advierte que si en tu entendimiento resumieras la sabiduría de los más doctos y el consejo de los más prudentes y toda la inteligencia de los ángeles por su naturaleza, con todo esto no acertarás a ejecutar la voluntad del Señor, ni a conocerla con suma distancia, cuanto acertarás si te resignas y dejas toda a su beneplácito. El solo conoce lo que te conviene y con amor eterno lo quiere y eligió tus caminos y te gobierna en ellos. Déjate llevar y guiar de su divina luz, sin gastar tiempo en discurrir sobre lo que has de hacer, porque en eso está el peligro de errar y en mi doctrina toda tu seguridad y acierto. Escríbela en tu corazón y óbrala con todas tus fuerzas, para que merezcas mi intercesión y que por ella el Altísimo te lleve a sí.”

CAPITULO 15

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Se declara la oculta guerra que hacen los demonios a las almas, el modo cómo el Señor las defiende por sus ángeles, por María santísima y por sí mismo, y un conciliábulo que hicieron los enemigos después de la conversión de San Pablo contra la misma Reina y la Iglesia.

277. Por la abundante doctrina de las Sagradas Escrituras, y después por las de los doctores santos y maestros, está informada toda la Iglesia Católica y avisados sus hijos de la malicia y crueldad vigilantísima con que los persigue el infierno, desvelándose con su astucia para llevarlos a todos, si le fuera permitido, a los tormentos eternos. Y también de las mismas Escrituras sabemos cómo nos defiende el poder infinito del Señor, para que, si queremos valernos de su invencible favor y protección, caminemos seguros hasta conseguir la felicidad eterna, que nos tiene preparada por los merecimientos de Cristo nuestro Salvador, si nosotros juntamente la merecemos. Para aseguramos en esta confianza, y consolarnos con esta seguridad, dice San Pablo (Rom 15,4) que se escribieron todas las Escrituras santas y para que no fuese vana nuestra esperanza si la tenemos sin obras. Por esto el apóstol San Pedro juntó lo uno y lo otro, pues habiéndonos dicho que arrojemos toda nuestra solicitud en el Señor, que tenía cuidado de nosotros, añadió luego: “Sed sobrios y vigilantes, porque vuestro adversario el diablo como rugiente león os rodea, buscando en quién hacer presa para devorarle.” (1 Pe 5,8)

278. Estos avisos y otros de la Sagrada Escritura son en común y en general. Y aunque de ellos y de la continuada experiencia pudieron los hombres, hijos de la Iglesia, descender al particular y prudente juicio de las asechanzas y persecución que a todos hacen los demonios para nuestra perdición, pero como los hombres terrenos y animales, acostumbrados a sólo aquello que perciben por los sentidos, no levantan el pensamiento a cosas más altas (1 Cor 2,14), viven con falsa seguridad, ignorando la inhumana y oculta crueldad con que los demonios les solicitan su perdición y la consiguen. Ignoran también la protección divina con que son defendidos y amparados y, como ignorantes y ciegos, ni agradecen este beneficio ni temen aquel peligro. “¡Ay de la tierra - dijo San Juan en el Apocalipsis (Ap 12,12) - porque bajó a vosotros Satanás con grande indignación de su ira!” Esta dolorosa voz oyó el evangelista en el cielo, donde si pudiera haber dolor, le tuvieran los santos de la oculta guerra que tan poderoso, indignado y mortal enemigo venía a hacer a los hombres. Pero aunque los santos no pueden tener dolor de este peligro, sin dolor se compadecen de nosotros, y nosotros, con un olvido y letargo formidable, ni tenemos dolor ni compasión de nosotros mismos. Para despertar de este sueño a los que leyeren esta Historia, he entendido que en todo el discurso de ella se me ha dado luz de los ocultos consejos del maldad que han tenido y tienen los demonios contra los misterios de Cristo, contra la Iglesia y sus hijos, como lo dejo escrito en muchas partes, declarando algunos secretos ocultos a los hombres de la guerra invisible que nos hacen los espíritus malignos para traernos a su voluntad. Pero en este lugar con ocasión de lo que sucedió en la conversión de San Pablo, me ha declarado más el Señor esta verdad, para que la escriba y se conozca la continua lucha y altercación que de nuestros sentidos arriba tienen nuestros santos ángeles con los demonios, sobre defender las almas, y el modo con que los vence el poder divino, o por medio de los mismos ángeles, o por María santísima, o por Cristo nuestro Señor, o por sí mismo el Todopoderoso.

279. De las altercaciones y contiendas que tienen los santos ángeles con los demonios para defendernos de su envidia y malicia, hay claros testimonios en la Sagrada Escritura, que para mi intento basta suponerlos sin referirlos. Notorio es lo que el santo apóstol Judas Tadeo dice en su canónica (Jds 1,9): que San Miguel altercó con el diablo sobre que este enemigo pretendía manifestar el cuerpo de Moisés, que el santo arcángel había sepultado por mandado del Señor en lugar oculto a los judíos. Y Lucifer pretendía que se declarase, por inducir al pueblo a que adorándole con sacrificios pervirtiese el culto de la ley en idolatría, y San Miguel lo defendía, que no se manifestase el sepulcro. Esta enemistad de Lucifer y sus demonios con los hombres es tan antigua, cuanta lo es la inobediencia de este dragón, y tan llena de furor y crueldad, cuanto él estuvo y está soberbio contra Dios, después que en el cielo conoció que el Verbo eterno quería tomar carne humana y nacer de aquella mujer que vio vestida del sol, de que se dijo algo en la primera parte (Cf. supra p.I n.90-91). De reprobar estos consejos de la eterna sabiduría y no sujetar su cerviz este soberbio ángel, le nació el odio que tiene contra Dios y contra sus criaturas, y como no puede ejecutarla en el Señor, la ejecuta en las hechuras de su mano. Y como el demonio por su naturaleza de ángel aprende con inmovilidad, para no retroceder de lo que una vez determinó su voluntad, por esto, aunque muda el ingenio en arbitrar medios, no muda el afecto de perseguir a los hombres, antes ha crecido y crece más en él este odio con los favores que Dios hace a los justos y santos de su Iglesia y con las victorias que de él alcanza la semilla de aquella mujer su enemiga, con quien la amenazó Dios que él la acecharía pero ella le quebrantaría la cabeza.

280. Pero como este enemigo es espíritu intelectual y que no se fatiga ni se cansa en obrar, madruga tanto a perseguirnos, que comienza la batería desde el mismo instante que comenzamos a tener el ser que tenemos en el vientre de nuestras madres, y no se acaba este conflicto y duelo hasta que el alma se despide del cuerpo, verificándose lo que dijo el santo Job (Job 7,1): que la vida del hombre es milicia sobre la tierra. Y no sólo consiste esta batalla en que somos concebidos en pecado original y de allí salimos con el tomes peccati y pasiones desordenadas que nos inclinan al mal, mas, fuera de esta guerra y contradicción que siempre llevamos con nosotros en la propia naturaleza, nos combate con mayor indignación el demonio, valiéndose de toda su astucia y malicia y del poder que se le permite, y luego de nuestros propios sentidos, potencias e inclinaciones y pasiones. Y sobre todo esto, procura valerse de otras causas naturales para que por su medio nos ataje el remedio de la salud eterna con la vida y, si esto no puede, para pervertirnos y derribarnos de la gracia. Y ningún daño ni ofensa de cuantos alcanza con su entendimiento que nos puede hacer, ninguno deja de intentarlo desde el punto de nuestra concepción hasta el último de la vida, que también dura nuestra defensa.

281. Esto pasa de esta manera, particularmente entre los hijos de la Iglesia. Luego que conoce el demonio que hay alguna generación natural del cuerpo humano, observa lo primero la intención de sus padres y si están en pecado o en gracia, si excedieron o no en el uso de la generación. Luego la complexión de humores que tienen, porque de ordinario la participan los cuerpos engendrados, atienden asimismo a las causas naturales, no sólo a las particulares sino también a las generales que concurren a la generación y organización de los cuerpos humanos. Y de todo esto, con las experiencias largas que tienen, rastrean cuanto pueden la complexión o inclinaciones que tendrá el que es engendrado y desde entonces suelen echar grandes pronósticos para adelante. Y si le hace bueno, procuran cuanto pueden impedir la última generación o infusión del alma, ofreciendo peligros o tentaciones a las madres para que aborten en los cuarenta u ochenta días que tarda la infusión del alma. Pero en conociendo que Dios cría e infunde el alma, es grande la rabiosa indignación de estos dragones, para que no salga a la luz la criatura, ni llegue a recibir el Bautismo si nace donde luego se le pueden dar. Para esto inducen a las madres con sugestiones y tentaciones, que las obliguen a hacer muchos desórdenes y excesos, con que muevan la criatura antes de tiempo o muera en el vientre; porque entre los católicos o herejes que usan del Bautismo se contentarían los demonios con impedírselo, para que no se justifiquen y vayan al limbo donde no han de ver a Dios; aunque entre los paganos e idólatras no ponen tanto cuidado, porque allí será cierta la condenación.

282. Contra esta malignidad del dragón tiene prevenida el Altísimo la protección de su defensa por varios modos. El común es, el de su general y grande providencia con que gobierna las causas naturales, para que tengan sus efectos en sus tiempos oportunos, sin que la potencia de los demonios las puedan impedir y pervertir en ellos; porque para esto les tiene limitado el poder con que trasegaran el mundo si lo dejara el Señor a la disposición de su implacable malicia. Pero no lo permite la bondad del Criador, ni quiere entregar sus obras ni el gobierno de las cosas inferiores, y menos el de los hombres, a sus enemigos jurados y mortales, que sólo sirven en el universo como verdugos viles en la república bien concertada, y aun en esto no obran más de lo que se les manda y permite. Y si los hombres depravados no diesen mano a estos enemigos, admitiendo sus engaños y cometiendo culpas que merecen castigo, toda la naturaleza guardaría su orden en los efectos propios de las causas comunes y particulares, y no sucederían tantas desgracias y daños entre los fieles, como suceden en los frutos de la tierra, en las enfermedades, en las muertes improvisas y en tantos maleficios como el demonio ha inventado. Todo esto, y otros malos sucesos en los partos de las criaturas, viciados por desórdenes y pecados, y dar mano al demonio, y merecer nosotros que por su malicia seamos castigados, pues nos entregamos a ella.

283. A más de esta general providencia entra la particular protección de los ángeles santos, a quien, como dice David (Sal 90,12), les mandó el Altísimo que nos trajesen en sus palmas, para no tropezar en los lazos de Satanás; y en otra parte dice (Sal 33,8) que enviará su ángel, que con su defensa nos rodeará y librará de los peligros. Esta defensa comienza también, como la persecución, desde el vientre donde recibimos el ser humano, y persevera hasta presentar nuestras almas en el juicio y tribunal de Dios, según el estado y suerte que cada uno hubiere merecido. Al punto que la criatura es concebida en el vientre, manda el Señor a los ángeles que guarden a ella y a su madre, y después a su tiempo oportuno le señala un particular ángel por su custodio, como en la primera parte se dijo (Cf. supra p.I n.114). Pero desde la generación tienen los ángeles grandes altercaciones con los demonios, para defender a las criaturas que reciben debajo de su protección. Los demonios alegan que tienen jurisdicción sobre ella, por estar concebida en pecado y ser hija de maldición, indigna de la gracia y favor divino y esclava de los mismos demonios. El ángel la defiende con que viene concebida por el orden de las causas naturales, sobre las cuales no tiene autoridad el infierno, y que si tiene pecado original le contrae por la misma naturaleza y fue culpa de sus primeros padres y no de su particular voluntad y, que no obstante el pecado, la cría Dios para que le conozca, alabe y sirva y para que en virtud de su pasión y méritos pueda merecer la gloria, y que estos fines no se han de impedir por sola la voluntad del demonio.

284. Alegan también estos enemigos que los padres de la criatura en su generación no tuvieron la intención recta ni el fin que debían tener y que excedieron y pecaron en el uso de la generación. Este derecho es el más fuerte que puede tener el enemigo contra las criaturas en el vientre, porque sin duda los pecados les desmerecen mucho la protección divina, o que se impida la generación. Pero aunque esto sucede muchas veces, y algunas perecen las criaturas concebidas sin salir a luz, comúnmente las guardan los ángeles. Y si son hijos legítimos, alegan que sus padres han recibido el sacramento y bendiciones de la Iglesia y, si tienen, algunas virtudes de limosneros, piadosos y otras devociones o buenas obras. Todo lo alegan los ángeles y se valen de ellas como de armas contra los demonios, para defender a sus encomendados. En los que no son hijos legítimos es mayor la contienda, porque tiene más jurisdicción el enemigo en la generación en que Dios es tan ofendido, y de justicia merecían los padres riguroso castigo; y así en defender y conservar los hijos ilegítimos manifiesta Dios mucho más su liberal misericordia. Y los santos ángeles la alegan para esto y que son efectos naturales, como arriba dije (Cf. supra n.283). Y cuando los padres no tienen méritos propios ni virtudes, sino culpas y vicios, entonces también los ángeles alegan en favor de la criatura los merecimientos que hallan en sus pasados, abuelos o hermanos, y las oraciones de sus amigos y encomendados, y que el niño no tiene culpa porque sus padres sean pecadores o hayan excedido en la generación. Alegan también que aquellos niños con la vida pueden llegar a grandes virtudes y santidad, y que no tiene derecho el demonio para impedir el que tienen los niños para llegar a conocer y amar a su Criador. Y algunas veces les manifiesta Dios, que son los niños escogidos para alguna obra grande del servicio de la Iglesia, y entonces la defensa de los ángeles es muy vigilante y poderosa, pero también los demonios acrecientan su furor y persecución, 'por lo que conjeturan del mismo cuidado de los ángeles.

285. Todas estas altercaciones, y las que diremos, son espirituales, como lo son los ángeles y los demonios con quienes las tienen y también son espirituales las armas con que pelean así los ángeles como el mismo Señor. Pero las más ofensivas armas contra los espíritus malignos son las verdades divinas de los misterios de la divinidad y Trinidad Beatísima, de Cristo nuestro Salvador, de la unión hipostática y de la Redención y del amor inmenso con que nos ama en cuanto Dios y en cuanto hombre procurando nuestra salud eterna; luego la santidad y pureza de María santísima, sus misterios y merecimientos. De todos estos sacramentos les dan nuevas especies a los demonios, para que los entiendan y atiendan a ellos, y para esto los compelen los santos ángeles o el mismo Dios. Y entonces sucede, como dice Santiago (Sant 2,19), que los demonios creen y tiemblan, porque estas verdades los aterran y atormentan de manera, que por no atender tanto se arrojan al profundo y suelen pedir que les quite Dios aquellas especies que reciben, como de la unión hipostática, porque los atormentan más que el fuego que padecen, por el aborrecimiento que tienen con los misterios de Cristo. Y por esto repiten los ángeles muchas veces en estas batallas: “¿Quién como Dios? ¿Quién como Cristo Jesús, Dios y hombre verdadero, que murió por el linaje humano? ¿Quién como María santísima nuestra Reina, que fue exenta de todo pecado y dio carne y forma humana al Verbo eterno en sus entrañas, siendo Virgen y permaneciendo siempre Virgen?”

286. Se continúa la persecución de los demonios y la defensa de los ángeles en naciendo la criatura. Y aquí es donde se señala más el odio mortal de esta serpiente con los niños que pueden recibir agua del Bautismo, porque trabaja mucho por impedírselo por todos caminos cuanto puede; y donde también la inocencia del infante clama al Señor lo que dijo Ezequías: “Responde, Señor, por mí, que padezco fuerza,” (Is 38,14) porque en nombre del niño parece lo hacen los ángeles: los guardan en aquella edad con grande cuidado, porque ya están fuera de las madres y por sí no se pueden valer, ni el desvelo de quien los cría puede prevenir tantos peligros como aquella edad tiene. Pero esto suplen muchas veces los santos ángeles, porque los defienden cuando están durmiendo y solos en otras ocasiones, donde perecerían muchos niños, si no fueran defendidos de sus ángeles. Los que llegamos a recibir el sagrado Bautismo y confirmación, tenemos en estos sacramentos poderosa defensa contra el infierno, por el carácter con que somos señalados por hijos de la Iglesia, por la justificación con que somos reengendrados por hijos de Dios y herederos de su gloria, por las virtudes fe, esperanza y caridad y otras con que quedamos adornados y fortalecidos para bien obrar, por la participación de los demás sacramentos y sufragios de la Iglesia, donde se nos aplican los méritos de Cristo y de sus santos, y otros grandes beneficios que todos los fieles confesamos; y si nos valiéramos de ellos, venciéramos al demonio con estas armas y no tuviera parte en ninguno de los hijos de la Santa Iglesia.

287. Pero ¡ay dolor, que son muy contados aquellos que, en llegando al uso de la razón, no pierden luego la gracia del Bautismo y se hacen del bando del demonio contra su Dios! Aquí parece que fuera justicia desampararnos y negarnos la protección de su providencia y de sus santos ángeles. Pero no lo hace así, porque antes, cuando la comenzamos a desmerecer, entonces la adelanta con mayor clemencia, para manifestar en nosotros la riqueza de su infinita bondad. No se puede explicar con palabras cuál y cuánta sea la malicia, la astucia y diligencia del demonio para inducir a los hombres y derribarlos en algún pecado, al punto que llegan a entrar en los años y en el uso de la razón. Para esto toman la corrida de lejos, procurando que en los años de la infancia se acostumbren a muchas acciones viciosas; que oigan y vean otras semejantes en sus padres, en quien los cría y en las compañías de otros más viciosos y de mayor edad; que los padres se descuiden en aquellos tiernos años de sus hijos en prevenir este daño, porque entonces, como en cera blanda y en tabla rasa, se imprime en los niños todo lo que perciben por el sentido y allí mueve el demonio sus inclinaciones y pasiones, y comúnmente los hombres obran por ellas, si no son gobernados con especial auxilio. Y de aquí resulta que, llegando los mozos al uso de la razón, siguen las inclinaciones y pasiones en lo sensible y deleitable, de cuyas especies tienen llena la imaginación o fantasía. Y con hacerlos caer en algún pecado, toma luego el demonio posesión en sus almas y adquiere nuevo derecho y jurisdicción sobre ellos para traerlos a otros pecados, como de ordinario por desdicha de tan tos sucede.

288. No es menor la diligencia y cuidado de los santos ángeles en prevenir este daño y defendernos del demonio. Para esto dan muchas inspiraciones santas a sus padres, que cuiden de la crianza de sus hijos, que los catequicen en la ley de Dios, que los impongan en obras cristianas y en algunas devociones y se vayan retirando de todo lo malo y ensayándose en las virtudes. Las mismas inspiraciones envían a los niños, más o menos como van creciendo, o según la luz que les da el Señor de lo que quiere obrar en las almas. Sobre esta defensa tienen grandes altercaciones con los demonios, porque estos malignos espíritus alegan todos cuantos pecados hay en los padres contra los hijos y las acciones desconcertadas que los mismos niños cometen, porque si bien no son culpables, pero el demonio dice que todas son obras suyas y que tiene derecho para continuarlas en aquella alma. Y si ella con el uso de la razón comienza a pecar, es fuerte la resistencia que hacen para que los ángeles santos no las retiren del pecado. Y para esto alegan los mismos ángeles las virtudes de sus padres y pasados y las mismas acciones buenas de los niños. Y aunque no sea más de haber pronunciado el nombre de Jesús o de María, cuando se lo enseñan a nombrar, alegan esta obra para defenderle con ella, por haber comenzado a honrar el nombre santo del Señor y de su Madre, y si tienen otras devociones y saben las oraciones cristianas y las dicen. De todo esto se valen los ángeles como de propias armas del hombre para defenderle del demonio, porque con cualquiera obra buena le quitamos algo del derecho que adquirió contra nosotros por el pecado original y más por los actuales.

289. Entrado ya el hombre en el uso de la razón, viene a ser más contencioso el duelo y la batalla entre los ángeles y los demonios, porque desde el punto que cometemos algún pecado, pone esta serpiente extremada solicitud en que perdamos la vida antes que hagamos penitencia y nos condenemos. Y para que caigamos en otros nuevos delitos, él llena de lazos y peligros todos los caminos que hay en todos los estados, sin exceptuar alguno, aunque no en todos pone unos mismos peligros. Pero si los hombres conocieran este secreto como en hecho de verdad sucede y vieran las redes y tropiezos que por culpa de los mismos hombres ha puesto el demonio, anduvieran todos temblando y muchos mudaran de su estado o no le tomaran y otros dejaran los puestos, los oficios, las dignidades que apetecen. Pero con ignorar su propio riesgo viven mal seguros, porque no saben entender ni creer más de aquello que perciben por los sentidos, y así no temen los enredos ni fóveas que les prepara el demonio para su infeliz ruina. Por esto son tantos los necios y pocos los cuerdos y sabios verdaderos, son muchos los llamados y pocos los escogidos, los viciosos y pecadores son sin número y muy contados los virtuosos y perfectos. Al paso que se multiplican los pecados de cada uno, va cobrando el demonio actos positivos de posesión en el alma, y si no le puede quitar la vida al que tiene por esclavo procura a lo menos tratarle como a vil siervo, alegando que cada día es más suyo y que él mismo lo quiere ser y que no hay justicia para quitársele ni para darle auxilios, pues él no los admite, ni para aplicarle los méritos de Cristo, pues él los desprecia, ni la intercesión de los santos, pues él los olvida.

290. Con estos y otros títulos, que no es posible referir aquí, pretende el demonio atajar el tiempo de la penitencia a los que tiene por suyos. Y si esto no lo consigue, pretende impedirles los caminos por donde pueden llegar a justificarse, y son muchas las almas en quien lo consigue. Mas a ninguna le falta la protección divina y la defensa de los santos ángeles, que nos libran infinitas veces del peligro de la muerte y esto es tan cierto, que apenas hay alguno que no lo haya podido conocer en el discurso de su vida. Nos envían continuas inspiraciones y llamamientos, mueven todas las causas y medios que conviene para avisarnos y despertarnos. Y lo que más es, nos defienden del furor y saña de los demonios y alegan contra ellos para nuestra defensa todo cuanto el entendimiento de un ángel y bienaventurado puede alcanzar y todo aquello a que su ardentísima caridad y su poder se extiende. Y todo esto es necesario muchas veces con algunas y con muchas almas que se han entregado a la jurisdicción del demonio, y sólo para esta temeridad usan de su libertad y potencias. No hablo de los paganos, idólatras y herejes, que si bien los defienden los ángeles custodios y les dan buenas inspiraciones y mueven tal vez para que hagan algunas buenas obras morales, y después las alegan en su defensa, pero comúnmente lo más que con ellos hacen es defenderles la vida, para que tenga Dios más justificada su causa, habiéndoles dado tanto tiempo para convertirse. Y también los ángeles trabajan porque no hagan tantas culpas como los demonios pretenden, porque la caridad de los santos ángeles se extiende a lo menos a que no merezcan tantas penas, como la malicia del demonio a procurárseles mayores.

291. En el cuerpo místico de la Iglesia son las mayores porfías entre los ángeles y demonios, según los diferentes estados de las almas. A todos comúnmente los defienden, como con armas comunes con que recibieron el sagrado Bautismo, con el carácter, con la gracia, con las virtudes, buenas obras y merecimientos, si algunos han tenido; con las devociones de los santos, con las oraciones de los justos que ruegan por ellos y con cualquier buen movimiento que tienen en toda su vida. Esta defensa en los justos es poderosísima, porque como están en gracia y amistad de Dios tienen los ángeles mayor derecho contra los demonios, y así los alejan y les muestran las almas justas y santas como formidables para el infierno; y sólo por este privilegio se debía estimar la gracia sobre todo lo criado. Otras almas hay tibias, imperfectas y que caen en pecado y a tiempos se levantan; contra éstas alegan más derecho los demonios para usar con ellas de su crueldad, pero los santos ángeles las defienden y trabajan mucho para que “la caña quebrantada - como dice Isaías - (Is 42,3), no se acabe de romper, y la estopa que humea no se acabe de extinguir.”

292. Hay otras almas tan infelices y depravadas, que en toda su vida han hecho una obra buena después que perdieron la gracia del Bautismo o, si alguna vez se han levantado del pecado, vuelven a él tan de asiento, que parece han rematado cuentas con Dios y viven y obran como sin esperanza de otra vida ni temor del infierno, ni reparó en algún pecado. En estas almas no hay acción vital de gracia, ni movimiento de verdadera virtud, ni los ángeles santos tienen de parte del alma que alegar en su defensa cosa buena ni eficaz. Los demonios claman: “Esta, a lo menos, nuestra es de todas maneras y a nuestro imperio está sujeta y no tiene la gracia parte en ella.” Y para esto representan los demonios a los ángeles, todos los pecados, maldades y vicios de aquella alma que a tan mal dueño como éste sirve de su voluntad. Aquí es increíble e indecible lo que pasa entre los demonios y los ángeles, porque los enemigos resisten con sumo furor, para que no se le den inspiraciones y auxilios. Y como en esto no pueden resistir al divino poder, ponen a lo menos grande esfuerzo para que no las admitan ni atiendan a la vocación del cielo. Y en tales almas sucede de ordinario una cosa muy notable, que cuantas veces las envía Dios por sí, o por medio de sus ángeles, alguna inspiración santa o movimiento, tantas es necesario ahuyentar a los demonios y alejarlos de aquella alma para que atienda y para que estas aves de rapiña no vengan luego y destruyan aquella santa semilla. Esta defensa hacen los ángeles de ordinario con aquellas palabras que arriba dije: (Cf, supra n.285) ¿Quién como Dios que habita en las alturas? ¿Quién como Cristo que está a la diestra del eterno Padre? Y, ¿quién como María santísima?” Y otras semejantes de que huyen los dragones infernales, y tal vez caen al profundo, aunque después, como no se les acaba la ira, vuelven a su contienda.

293. Procuran también los enemigos con todo su esfuerzo que los hombres multipliquen los pecados, para que se llene luego el número de sus iniquidades y se les ataje el tiempo de la penitencia y de la vida y los lleven a sus tormentos. Pero los santos ángeles, que se gozan de la conversión del pecador (Lc 15,10), ya que no puedan conseguirla, trabajan mucho con los hijos de la Iglesia en detenerlos cuanto pueden, excusándoles infinitas ocasiones de pecar y que en ellas se detengan o pequen menos. Y cuando con todas estas diligencias, y otras que no saben los mortales, no pueden reducir a tantas almas como conocen en pecado, se valen de la intercesión de María santísima y la piden se interponga por medianera con el Señor y que tome la mano en confundir a los demonios. Y para que por algún modo obliguen los pecadores a su clementísima piedad, solicitan los ángeles con sus almas que tengan alguna especial devoción con esta gran Señora y que le hagan algún servicio que ofrecerle. Y aunque es verdad que todas las obras buenas hechas en pecado son muertas y como armas flaquísimas contra el demonio, pero siempre tienen alguna congruencia, aunque remota, por la honestidad de sus objetos y buenos fines, y con ellas está menos indispuesto el pecador que sin ellas. Y sobre todo, estas obras presentadas por los ángeles, y más por María santísima, tienen no sé qué vida o semejanza de ella en la presencia del Señor, que las mira diferentemente que en el pecador, y aunque no se obliga por ellas lo hace por quien lo pide.

294. Por este camino salen infinitas almas del pecado y de las uñas del dragón, interponiéndose María santísima, cuando no basta la defensa de los ángeles, porque son sin número las almas que llegan a tan formidable estado, que necesitan de brazo poderoso como el de esta gran Reina. Por esto los demonios son tan atormentados de su propio furor, cuando conocen que algún pecador llama o se acuerda de esta gran Señora, porque ya saben la piedad con que los admite, y que en tomando ella la mano hace suya la causa y no les queda esperanza ni aliento para resistirla, antes se dan luego por vencidos y rendidos. Y sucede muchas veces, cuando Dios quiere hacer alguna particular conversión, que la misma Reina manda con imperio a los demonios que se alejen de aquella alma y vayan al profundo, como siempre que ella se lo manda sucede. Otras veces, sin mandarles con imperio la misma Señora, les pone Dios especies de sus misterios y del poder y santidad que en ella se encierran, y con estas nuevas noticias huyen y son aterrados y vencidos y dejan a las almas que respondan y cooperen con la gracia que la misma Señora les alcanza de su Hijo santísimo.

295. Mas con ser tan poderosa la intercesión de esta gran Reina y su imperio tan formidable para los demonios, y aunque ningún favor hace el Altísimo a la Iglesia y a las almas en que no intervenga María santísima, con todo eso, en muchas ocasiones pelea por nosotros la humanidad del mismo Verbo encarnado y nos defiende de Lucifer y sus secuaces, declarándose con su Madre en nuestro favor y aniquilando y venciendo a los demonios. Tanto y tal es el amor que tiene a los hombres y lo que solicita su salud eterna. Y sucede esto, no solamente cuando las almas se justifican por medio de los sacramentos, porque entonces sienten los enemigos contra sí la virtud de Cristo y sus merecimientos más inmediatamente; pero en otras conversiones maravillosas les da especies particulares a estos malignos con que los aterra y confunde, representándoles alguno o muchos misterios suyos, como arriba dije (Cf. supra n.285). Y a este modo fue la conversión de San Pablo, de la Magdalena y de otros santos; o cuando es necesario defender a la Iglesia, o a algún reino católico, de las tradiciones y maldades que contra ellos fabrica el infierno para destruirlos. Y en semejantes sucesos no sólo la humanidad santísima, pero la divinidad infinita, con la potencia que se le atribuye al Padre eterno, se declara inmediatamente contra todos los demonios por el modo dicho, dándoles nuevo conocimiento y especies de los misterios y omnipotencia con que los quiere oprimir, vencer y despojar de la presa que han hecho o intentan hacer.

296. Y cuando el Altísimo interpone estos medios tan poderosos contra el dragón infernal, queda todo aquel reino de confusión aterrado y acobardado en el profundo para muchos días, dando lamentables aullidos, y no se pueden mover de aquel lugar hasta que el mismo Señor les da permiso para salir al mundo. Pero cuando conocen que le tienen, vuelven a perseguir las almas con su antigua indignación. Y aunque parece que no se ajusta con la soberbia y arrogancia volver a porfiar contra quien los ha derribado y vencido, con todo eso la envidia que tienen de que los hombres puedan llegar a gozar de Dios y la indignación con que desean impedírselo prevalecen en estos demonios, para no desistir en perseguirnos hasta el fin de la vida. Pero si los pecados de los hombres no hubieran desobligado tan desmedidamente a la misericordia divina, he entendido que usara Dios muchas veces del poder infinito para defender a muchas almas, aunque fuera con modo milagroso. Y en particular hiciera estas demostraciones en defensa del cuerpo místico de la Iglesia y de algunos reinos católicos, desvaneciendo los consejos del infierno con que procura destruir la cristiandad, como en estos infelices siglos lo vemos a nuestros ojos; y no merecemos que nos defienda el poder divino, porque todos comúnmente irritamos su justicia y el mundo se ha confederado con el infierno, en cuyo poder le deja Dios que se entregue, porque tan ciega y contenciosamente porfían los hombres en hacer este desatino.

297. En la conversión de San Pablo se manifestó esta protección del Altísimo que hemos visto; porque le segregó como él dice (Gal 1,15) desde el vientre de su madre, señalándole por su apóstol y vaso de elección en la mente divina. Y aunque el discurso de su vida hasta la persecución de la Iglesia fue con variedad de sucesos en que se deslumbró el demonio, como le sucede con muchas almas, pero desde su concepción le observó y tanteó el natural y el cuidado con que los ángeles le defendían y guardaban. De aquí le creció el odio al dragón, para desearle acabar con los primeros años. Y como no pudo conseguirlo, procuró conservarle la vida, cuando le vio perseguidor de la Iglesia, como arriba dije (Cf. supra n.253). Y como para retraerle y revocarle de este engaño, a que tan de corazón se había entregado a los demonios, no fueron poderosos los ángeles, entró la poderosa Reina tomando la causa por suya, y por ella interpuso su virtud divina el mismo Cristo y el eterno Padre, y con brazo poderoso le sacó de las uñas del dragón, y a él le confundió con todos sus demonios hasta el profundo, a donde fueron arrojados en un momento con la presencia de Cristo todos cuantos iban acompañando y provocando a Saulo en el camino de Damasco.

298. Sintieron en esta ocasión Lucifer y sus demonios el azote de la omnipotencia divina y como aterrados y amedrentados de ella estuvieron algunos días apegados a los profundos de las cavernas infernales. Mas al punto que les quitó el Señor aquellas especies que les había dado para confundirlos, volvieron a respirar en su indignación. Y el dragón grande convocó a los demás y les habló de esta manera: “¿Cómo es posible que yo tenga sosiego a vista de tan repetidos agravios que cada día recibo de este Verbo humanado y de aquella Mujer que le engendró y parió hecho hombre? ¿Dónde está mi fortaleza? ¿Dónde mi potencia y mi furor y los grandes triunfos con que con él he ganado de los hombres, después que sin razón me arrojó Dios de los cielos a este profundo? Parece, amigos míos, que el Omnipotente quiere cerrar las puertas de estos infiernos y hacer patentes las del cielo, con que nuestro imperio quedará destruido y se desvanecerán mis pensamientos y deseos de traer a estos tormentos a todo el resto de los hombres. Si Dios hace por ellos tales obras sobre haberlos redimido con su muerte, si tanto amor les manifiesta, si con tan poderoso brazo y maravillas los granjea y los reduce a su amistad, aunque tengan ánimos de fieras y corazones diamantinos se dejarán vencer de tanto amor y beneficios. Todos le amarán y seguirán, y si no, son más rebeldes y obstinados que nosotros. ¿Qué alma será tan insensible que no la obligue a ser agradecida a este Dios-Hombre que con tal caricia solicita su misma gloria? Saulo era nuestro amigo, instrumento de mis intentos, sujeto a mi voluntad e imperio, enemigo del Crucificado y le tenía yo destinado para darle crudelísimos tormentos en este infierno. Y en medio de todo esto impensadamente me lo quitó de las manos y con brazo poderoso y fuerte levantó a un hombrecillo terreno a tan subida gracia y beneficios, que nosotros con ser sus enemigos quedamos admirados. ¿Qué obras hizo Saulo para granjear tan alta dicha? ¿No estaba en mi servicio ejecutando mis mandatos y desobligando al mismo Dios? Pues si con él ha sido tan liberal, ¿qué hará con otros menos pecadores? Y cuando no los llame y convierta a sí con tantas maravillas, los reducirá por el Bautismo y otros sacramentos con que se justifica cada día. Y con este raro ejemplo se llevará al mundo tras de sí, cuando pretendía yo por Saulo extinguir la Iglesia y ahora la defenderá con mucho esfuerzo. ¿Es posible que vea yo a la vil naturaleza de los hombres levantada a la felicidad y gracia que yo perdí, y que ha de entrar en los cielos de donde yo fui arrojado? Esto me atormenta más que el fuego en mi propio furor, rabio y desatino porque no puedo aniquilarme; hágalo Dios y no me conserve en esta pena. Pues esto no ha de ser, decidme, vasallos míos, ¿qué haremos contra este Dios tan poderoso? A él no le podemos ofender, pero en estos hombres, que tanto ama, podemos tomar venganza, pues en esto contravenimos a su querer. Y porque mi grandeza está más ofendida e indignada contra aquella Mujer nuestra enemiga que le dio el ser humano, quiero intentar de nuevo destruirla y vengar la injuria de habernos quitado a Saulo y arrojarnos a este infierno. No sosegaré hasta vencerla. Y para esto determino ejecutar con ella todos los arbitrios que mi ciencia ha inventado contra Dios y contra los hombres, después que bajé al profundo. Venid todos, para que me ayudéis en esta demanda y ejecutéis mi voluntad.”

299. Hasta aquí llegó el arbitrio y exhortación de Lucifer. A que le respondieron algunos demonios y dijeron: “Capitán y caudillo nuestro, prontos estamos a tu obediencia, conociendo lo mucho que nos oprime y atormenta esta Mujer nuestra enemiga, pero será posible que ella por sí sola nos resista y desprecie nuestras diligencias y tentaciones, como en otras ocasiones conocemos que lo ha hecho, mostrándose a todo superior, Lo que sentirá sobre todo es que le toquemos en los seguidores de su Hijo, porque los ama como Madre y cuida mucho de ellos. Levantemos juntamente la persecución contra los fieles, que para esto tenemos de nuestra parte a todo el Judaísmo, irritado contra esta nueva Iglesia del Crucificado, y por medio de los pontífices y fariseos conseguiremos todo lo que contra estos fieles intentamos y luego convertirás tu saña contra esta Mujer enemiga.” Aprobó Lucifer este consejo, dándose por satisfecho de los demonios que lo propusieron, y así quedó acordado que saliesen a destruir la Iglesia por mano de otros, como lo habían intentado por Saulo. Y de este decreto resultaron las cosas que diré adelante (Cf. infra n.307-345,431-528), y la pelea que tuvo María santísima con el dragón y sus demonios, ganando grandes triunfos para la Santa Iglesia, como lo traigo citado de la primera parte (Cf. supra p.I n.128), capítulo 10, para este lugar.

Doctrina que me dio la gran Señora de los ángeles

300. “Hija mía, con ninguna ponderación de palabras llegarás en la vida mortal a manifestar enteramente la envidia de Lucifer y sus demonios contra los hombres, la malicia, astucia, dolos y engaños con que su indignación los persigue para llevarlos al pecado y después a las penas eternas. Todas cuantas buenas obras pueden hacer procura impedirlas, y si las hacen se las calumnia, y trabaja por destruirlas y pervertirlas. Todas las malas que su ingenio alcanza, pretende su malicia introducir en las almas. Contra esta suma iniquidad es admirable la protección divina, si los hombres cooperasen y correspondiesen de su parte. Para esto los amonestó el Apóstol (Ef 5,15-16), que entre los peligros y asechanzas de los enemigos atiendan a vivir con cautela, no como insipientes, sino como sabios, redimiendo el tiempo, porque los días de la vida mortal son malos y llenos de peligros. Y en otra parte dice (1 Cor 15,58) que sean estables y constantes para abundar en todas las obras buenas, porque su trabajo no será en vano delante del Señor. Esta verdad conoce el enemigo y la teme, y así procura con suma malicia desmayar a las almas en cometiendo una culpa, para que, desconfiadas, se despechen y dejen todas las obras buenas, y les quitan las armas con que los santos ángeles pueden defender a las mismas almas y hacen guerra a los demonios. Y aunque estas obras en el pecador no tienen alma de caridad ni vida de merecimiento de la gracia y gloria, pero con todo eso son de gran provecho para el que las hace. Y algunas veces sucede que por acostumbrarse al bien obrar se inclina la divina piedad a dar más eficaces auxilios para hacer las mismas obras con más plenitud y fervor o con dolor de los pecados y verdadera caridad, con que llegan a conseguir la justificación.

301. “Pero de todo lo bueno que hace la criatura tomamos algún motivo los bienaventurados para defenderla de sus enemigos y para pedir a la misericordia divina la mire y saque del pecado. Se obligan también los santos de que los invoquen y llamen de todo corazón en los peligros y necesidades y tengan con ellos afectuosa devoción. Y si los santos, por la caridad que tienen, están tan inclinados a favorecer a los hombres entre los peligros y contradicción que conocen les busca el demonio, no te admires, carísima, que yo sea tan piadosa con los pecadores que me llaman y acuden a mi clemencia por su remedio, que yo les deseo infinito más que ellos mismos. No se pueden numerar los que yo he rescatado del dragón infernal por haber tenido devoción conmigo, aunque sea sólo con rezar una Ave María o pronunciar una sola palabra en mi honor e invocación. Tanta es mi caridad con ellos, que si con tiempo y con verdad me llamasen, ninguno perecería, pero no lo hacen los pecadores y réprobos; porque las heridas espirituales del pecado, como no son sensibles para el cuerpo, no los lastiman, y cuanto más se repiten, menos dolor y sentimiento causan, porque el segundo pecado es ya herida en cuerpo muerto, que ni sabe temer ni prevenir, ni sentir el daño que recibe.

302. “De esta torpísima insensibilidad resulta en los hombres el olvido de su eterna condenación y del desvelo con que se la procuran los demonios. Y sin saber en qué fundan su falsa seguridad, duermen y descansan en su propio daño, cuando fuera justo que le temieran y que hicieran ponderación de la eterna muerte que les amenaza muy de cerca, y a lo menos acudieran al Señor, a mí y a los santos a pedir el remedio. Pero aun esto que les cuesta poco no saben hacer, hasta el tiempo que muchas veces no le pueden alcanzar, porque le piden sin las condiciones que conviene para dársele. Y si yo le alcanzo para algunos en el último aprieto, porque veo cuánto le costó a mi Hijo santísimo redimirlos, pero este privilegio no puede ser ley común para todos. Y por eso se condenan tantos hijos de la Iglesia, que como ingratos e insipientes desprecian tantos y tan poderosos remedios como les ofreció la divina clemencia en el tiempo más oportuno. Y también será para ellos nueva confusión que conociendo la misericordia del Altísimo y la piedad con que yo los quiero remediar y la caridad de los santos para interceder por ellos, no quisieron dar a Dios la gloria, y a mí y a los ángeles y santos el gozo que tuviéramos de remediarlos si nos llamaran de todo corazón.

303. “Y quiero, hija mía, manifestarte otro secreto. Ya sabes que mi Hijo y mi Señor dice en el Evangelio: (Lv 15,10) Los ángeles tienen gozo en el cielo cuando algún pecador hace penitencia y se convierte al camino de la vida eterna por medio de su justificación.” Y lo mismo sucede en su modo cuando los justos hacen obras de verdadera virtud y mérito de nuevos grados de gloria. Pues al modo que esto sucede en la conversión de los pecadores y merecimientos de los justos, hay su novedad en los demonios y en el infierno cuando los justos pecan o cuando los pecadores cometen nuevas culpas, porque ninguna hacen los hombres, por pequeña que sea, de que no tengan complacencia los demonios y en el infierno; y los que andan tentándolos dan luego aviso a los que están en aquellos eternos calabozos para que se alegren y tengan noticia de aquellos nuevos pecados, guardándose como en registro, para acusar a los delincuentes delante del justo juez, y para que conozcan que tienen mayor dominio y jurisdicción sobre los infelices pecadores que han reducido a su voluntad más o menos, según la gravedad del pecado que han cometido. Tanto es el odio que tienen contra los hombres y la traición que les hacen cuando los engañan con algún deleite momentáneo y aparente. Pero el Altísimo, que es justo en todas sus obras, ordenó también como en castigo de esta alevosía que la conversión de los pecadores y buenas obras de los justos fuesen también de tormento particular para estos enemigos, que con suma iniquidad se alegran de la perdición humana.

304. Este azote de la divina Providencia atormenta grandemente a todos los demonios, porque no solamente los confunde y oprime en el odio mortal que tienen contra los hombres, sino con las victorias de los santos y de los pecadores convertidos les quita el Señor en grande parte las fuerzas que les dieron y dan los que se dejan vencer de sus engaños y pecan contra su Dios verdadero. Y con el nuevo tormento que reciben los enemigos en estas ocasiones atormentan también a los condenados, y como hay nuevo gozo en el cielo de las obras santas y penitencia de los pecadores, hay escándalo y nueva confusión en el infierno con aullidos y despechos de los demonios, que de nuevo causan accidentales penas en cuantos viven en aquellos calabozos de confusión y horror. De esta manera se comunican el cielo y el infierno en la conversión y justificación del pecador con tan contrarios efectos. Y cuando las almas se justifican por medio de los sacramentos, particularmente por la confesión hecha con dolor verdadero, sucede muchas veces que los demonios en algún tiempo no se atreven a parecer delante del penitente, ni en muchas horas tienen ánimo para mirarle, si él mismo no les da fuerzas con ser desagradecido y convirtiéndose luego a los peligros y ocasiones del pecado, que con esto pierden los demonios el miedo que les puso la verdadera penitencia y justificación.

305. “En el cielo no puede haber tristeza ni dolor, pero si esto fuera posible, de ninguna cosa de las del mundo la tuvieran los santos si no es de que el justificado vuelva a caer y perder la gracia, y de que el pecador se aleje más y se vaya imposibilitando para adquirirla. Y tan poderoso es el pecado de su naturaleza para conmover al cielo con dolor y pena, como lo es la virtud y penitencia para atormentar el infierno. Atiende, pues, carísima, en qué peligrosa ignorancia de estas verdades viven comúnmente los mortales, privando al cielo del gozo que recibe de la justificación de cualquiera alma, a Dios de la gloria exterior que le resulta y al infierno de la pena y castigo que reciben los demonios por lo que se alegran de la caída y perdición de los hombres. De ti quiero que trabajes como fiel y prudente sierva en recompensar estos males con la ciencia que recibes. Y procura llegar siempre al sacramento de la confesión con fervor, aprecio y veneración y con íntimo dolor de tus culpas; que este remedio es para el dragón de gran terror y se desvela mucho en impedir a las almas y engañarlas astutamente, para que reciban este sacramento tibiamente, por costumbre, sin dolor y sin las condiciones que conviene recibirle. Y esto procura el demonio, no sólo para perder las almas, sino también para excusar el tormento que recibe de ver un penitente verdadero y justificado, que le oprime y confunde en la malignidad de su soberbia.

306. Sobre todo esto te advierto, amiga mía, que aunque es verdad infalible que estos dragones infernales son autores y maestros de la mentira y que tratan con los hombres con ánimo de engañarlos en todo y con duplicada astucia pretenden infundirles siempre el espíritu de error con que los pierden, con todo eso, cuando estos enemigos en sus conciliábulos confieren entre sí las fraudulentas determinaciones con que engañarán a los mortales, entonces tratan algunas verdades que conocen y no las pueden negar, porque todas las entienden y las comunican, no para enseñarlas a los hombres, sino para oscurecerlos en ellas y mezclarlas con errores y falsedades que sirven para introducir sus maldades. Y porque tú en este capítulo y en toda esta Historia has declarado tantos conciliábulos y secretos de la malicia de estas serpientes malévolas, están indignadísimas contra ti, porque juzgan que jamás llegarían estos secretos a noticia de los hombres ni conocerían lo que contra ellos maquinan en sus juntas y conferencias. Por esta causa procuran tomar venganza de la indignación que han concebido contra ti, pero el Altísimo te asistirá, si tú le llamas y procuras quebrantar la cabeza del dragón. Pide también a la clemencia divina que estos avisos y doctrina que te doy se logre en el desengaño de los mortales y que les dé su divina luz para que se aprovechen de este beneficio. Y tú procura la primera corresponder de tu parte con toda fidelidad, como la más obligada entre todos los hijos de este siglo, pues al paso que recibes más, sería más horrible tu ingratitud y mayor el triunfo de tus enemigos los demonios, si conociendo su malignidad no te esfuerzas a vencerlos con la protección del Altísimo y los ángeles.

CAPITULO 16

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Conoció María santísima los consejos del demonio para perseguir a la Iglesia, pide el remedio en la presencia del Altísimo en el cielo, avisa a los apóstoles, viene Santiago a predicar a España, donde le visitó una vez María santísima.

307. Cuando Lucifer con sus príncipes de las tinieblas, después de la conversión de San Pablo, estaban fabricando la venganza que deseaban tomar de María santísima y de los hijos de la Iglesia, como queda dicho en el capítulo pasado, no imaginaron que la vista de la gran Reina y Señora del mundo penetraba aquellas oscuras y profundas cavernas infernales y lo más oculto de sus consejos de maldad. Y con este engaño se prometían aquellos cruentísimos dragones más segura la victoria y la ejecución de sus decretos contra ella y contra los discípulos de su Hijo santísimo. Pero la beatísima Madre desde su retiro estuvo mirando en la claridad de su divina ciencia todo cuanto conferían y determinaban estos enemigos de la luz. Conoció todos sus fines y los medios que arbitraron para conseguirlos, la indignación que tenían contra Dios y contra ella y el mortal odio contra los apóstoles y los demás fieles de la Iglesia. Y aunque junto con esto consideraba la prudentísima Señora que los demonios nada pueden ejecutar de su malicia sin permisión del Señor, pero como la batalla es inexcusable en la vida mortal y conocía la fragilidad humana y la ignorancia que tienen los hombres, por ley común, de la maliciosa astucia con que los demonios solicitan su perdición, le dio grande cuidado y dolor el haber visto los acuerdos y consejos tan alevosos como los enemigos tomaban para destruir a los fieles.

308. Con esta ciencia y caridad eminentísima, participada tan inmediatamente de la del mismo Señor, se le comunicó también otro linaje de actividad infatigable, semejante al Ser divino, que siempre obra como acto purísimo. Porque continuamente la diligentísima Madre estaba en actual amor y solicitud de la gloria del Altísimo y del remedio y consuelo de sus hijos, y en su pecho castísimo y prudentísimo confería los misterios soberanos, lo pasado con lo presente y todo con lo futuro, previniéndolo con discreción y providencia más que humana. El ardentísimo deseo de la salvación de todos los hijos de la Iglesia y la compasión maternal que sentía de sus trabajos y peligros la solicitaba para hacer propias suyas todas las tribulaciones que a ellos amenazaban; y cuanto era de parte de su amor, deseaba padecerlas ella por todos si fuera posible, y que los demás seguidores de Cristo trabajaran en la Iglesia con gozo y alegría, mereciendo la gracia y vida eterna, y que las penas y tribulaciones de todos se convirtieran contra ella sola. Y aunque esto no era posible en la equidad y providencia divina, mas los hombres debemos a la caridad de María santísima este raro y maravilloso afecto y que tal vez condescendiese con él en efecto la voluntad de Dios para satisfacer a su amor y descansarle en sus ansias, padeciendo ella por nosotros y mereciéndonos grandes beneficios.

309. No conoció en particular lo que contra ella arbitraban los enemigos en aquel conciliábulo, porque sólo entendió era contra ella su mayor indignación. Y fue disposición divina ocultarle algo de lo que determinadamente prevenían, para que después fuese más glorioso el triunfo que del infierno había de alcanzar, como adelante diremos (Cf, infra n.512ss). Y tampoco era necesaria esta prevención de las tentaciones y persecuciones que había de padecer la invencible Reina, como lo era en los demás fieles, que no eran de corazón tan alto y tan magnánimo, de cuyos trabajos y tribulaciones tuvo más expreso conocimiento. Y como en todos los negocios acudía a la oración para consultarlos con el Señor, como enseñada por la doctrina y ejemplo de su Hijo santísimo, hizo luego esta diligencia retirándose a solas y con admirable reverencia y fervor postrada en tierra como solía hizo oración y dijo:

310. “Altísimo Señor y Dios eterno, incomprensible y santo, aquí está postrada en vuestro acatamiento esta humilde sierva y vil gusanillo de la tierra: os suplico, Padre eterno, que por vuestro Unigénito y mi Señor Jesucristo, no desechéis mis peticiones y gemidos, que de lo íntimo de mi alma presento delante de vuestra caridad inmensa y con la que, salida del amoroso incendio de vuestro pecho, habéis comunicado a vuestra esclava. En nombre de toda vuestra Iglesia santa, de vuestros apóstoles y siervos fieles presento, Señor mío, el sacrificio de la muerte y sangre de vuestro Unigénito, el de su cuerpo sacramentado, las peticiones y oraciones que ofreció a vos aceptas y agradables en el tiempo de su carne mortal y pasible, el amor con que tomó la forma de hombre en mis entrañas para redimir al mundo, el haberle traído en ellas nueve meses y criado y alimentado a mis pechos; todo lo presento, Dios mío, para que me deis licencia de pedir lo que desea mi corazón a vuestros ojos patente.”

311. En esta oración fue la gran Reina elevada con un divino éxtasis, en que vio a su Unigénito, cómo pedía al eterno Padre, a cuya diestra estaba, que concediese lo que pedía su Madre santísima, pues todas sus peticiones merecían ser oídas y admitidas, porque era su Madre verdadera y en todo agradable en su aceptación divina. Vio también cómo el eterno Padre se daba por obligado y se complacía de sus ruegos y que mirándola con sumo agrado la decía: “María, hija mía, asciende más alto.” A esta voz del Padre descendió del cielo innumerable multitud de ángeles de diferentes órdenes y llegando a la presencia de María santísima la levantaron de la tierra donde estaba postrada y pegado el rostro con ella. Y luego la llevaron en alma y cuerpo al cielo empíreo y la pusieron ante el trono de la Beatísima Trinidad, que se le manifestó por una visión altísima, aunque no fue intuitivamente sino por especies. Se postró ante el trono y adoró el ser de Dios en las tres divinas Personas con profundísima humildad y reverencia y dio gracias a su Hijo santísimo por haber presentado su petición al eterno Padre y le suplicó lo hiciese de nuevo. Y Su Majestad soberana, que a la diestra del Padre reconocía por digna Madre a la Reina de los cielos, no quiso olvidar la obediencia que en la tierra le había mostrado, antes en presencia de todos los cortesanos renovó este reconocimiento de Hijo y como tal presentó de nuevo al Padre los deseos y ruegos de su beatísima Madre, a que respondió el mismo Padre eterno y dijo estas palabras.

312. “Hijo mío, en quien mi voluntad santa tiene la plenitud de mi agrado (Mt 17,5), atentos están mis oídos a los clamores de vuestra Madre y mi clemencia inclinada a todos sus deseos y peticiones.” Y volviéndose a María santísima prosiguió y dijo: “Amiga mía, e hija mía, escogida entre millares para mi beneplácito, tú eres el instrumento de mi omnipotencia y el depósito de mi amor; descansa en tus cuidados y dime, hija mía, lo que pides, que mi voluntad se inclina a tus deseos y peticiones santas en mis ojos.” Con este beneplácito habló Marta santísima y dijo: “Eterno Padre mío y Dios altísimo, que dais el ser y conservación a todo lo criado, por vuestra Santa Iglesia son mis deseos y súplicas. Atended piadoso, que ella es la obra de vuestro Unigénito humanado, adquirida y plantada con su misma sangre. Contra ella se levanta de nuevo el dragón infernal con todos vuestros enemigos sus aliados, y todos pretenden la ruina y perdición de vuestros fieles, que son el fruto de la Redención de vuestro Hijo y mi Señor. Confundid los consejos de maldad de esta antigua serpiente y defended a vuestros siervos los apóstoles y a los otros fieles de la Iglesia. Y para que ellos queden libres de las asechanzas y furor de estos enemigos, conviértanse todas contra mí, si es posible. Yo, Señor mío, soy una pobre, y vuestros siervos muchos; gocen ellos de vuestros favores y tranquilidad, con que hagan la causa de vuestra exaltación y gloria, y padezca yo las tribulaciones que a ellos amenazan. Yo pelearé con vuestros enemigos, y vos con el poder de vuestro brazo los venceréis y confundiréis en su maldad.”

313. “Esposa mía y mi dilecta - respondió el eterno Padre - tus deseos son aceptos en mis ojos y tu petición concederé en la parte que es posible, Yo defenderé a mis siervos en lo que para mi gloria es conveniente y les dejaré padecer en lo que para su corona es necesario. Y para que tú entiendas el secreto de mi sabiduría con que conviene dispensar estos misterios, quiero que subas a mi trono, donde tu caridad ardiente te da lugar en el consistorio de nuestro gran consejo y en la singular participación de nuestros divinos atributos. Ven, amiga mía, y entenderás nuestros secretos para el gobierno de la Iglesia y sus aumentos y progresos, y tú ejecutarás tu voluntad, que será la nuestra, como ahora te la manifestaremos.” A la fuerza de esta suavísima voz conoció María santísima cómo era levantada al trono de la divinidad y colocada a la diestra de su unigénito Hijo, con admiración y júbilo de todos los bienaventurados, que conocieron la voz y voluntad del Todopoderoso. Y de verdad fue cosa nueva y admirable para todos los ángeles y santos ver que una mujer en carne mortal fuese levantada y llamada al trono del gran consejo de la Beatísima Trinidad, para darle cuenta de los misterios ocultos a los demás y que estaban encerrados en el pecho del mismo Dios para el gobierno de su Iglesia.

314. Grande maravilla pareciera, si en cualquiera ciudad del mundo se hiciera esto con una mujer, llamándola a las juntas donde se trata del gobierno público. Y mayor novedad fuera introducirla en los estrados y juntas de los supremos consejos, donde se confieren y resuelven los negocios públicos de mayor dificultad y peso para los reinos y para todo su gobierno. Y con razón pareciera esta novedad poco segura, pues dijo Salomón (Ecl 7,28-29) que anduvo inquiriendo la verdad y la razón entre los hombres y de los varones halló uno entre mil que la alcanzaba, pero que de las mujeres ninguna. Son tan pocas las que tienen el juicio constante y recto por su natural fragilidad, que por orden común de ninguna se presume, y si hay algunas no hacen número para tratar negocios arduos y de gran discurso, sin otra luz más que la ordinaria y natural. Pero esta ley común no comprendía a nuestra gran Reina y Señora, porque si nuestra madre Eva comenzó como ignorante a destruir la casa de este mundo que Dios había edificado, María santísima, que fue sapientísima y madre de la sabiduría, la reedificó y renovó con su incomparable prudencia y por ella fue digna de entrar en el acuerdo de la santísima Trinidad, donde se trataba este reparo.

315. Allí fue preguntada de nuevo de lo que pedía y deseaba para sí y para toda la Iglesia santa, en particular para los apóstoles y discípulos del Señor. Y la prudentísima Madre declaró otra vez sus fervorosos deseos de la gloria y exaltación del santo nombre del Altísimo y del alivio de los fieles en la persecución que contra ellos fraguaban los enemigos del mismo Señor. Y aunque todo esto lo conocía su infinita sabiduría, con todo eso le mandaron a la gran Señora lo propusiese, para aprobarlo y complacerse de ello y hacerla más capaz de nuevos misterios de la divina sabiduría y de la predestinación de los escogidos. Y para manifestar y declararme en lo que de este sacramento se me ha dado a entender, digo que, como la voluntad de María santísima era rectísima, santa y en todo y por todo sumamente ajustada y agradable a la Beatísima Trinidad, parece que a nuestro modo de entender no podía Dios querer cosa alguna contra la voluntad de esta purísima Señora, a cuya inefable santidad estaba inclinado y como herido de los cabellos y de los ojos de tan dilecta Esposa (Cant 4,9), única entre todas las criaturas; y como el eterno Padre la trataba como a Hija, y el Hijo como a Madre, el Espíritu Santo como a Esposa, y todos la habían entregado la Iglesia confiando de ella su corazón (Prov 31,11), por todos estos títulos no querían las tres divinas Personas ordenar cosa alguna en la ejecución sin consulta y sabiduría y como beneplácito de esta Reina de todo lo criado.

316. Y para que la voluntad del Altísimo y la de María santísima fuese una misma en estos decretos, fue necesario que la gran Señora recibiese primero nueva participación de la divina ciencia y ocultísimos consejos de su providencia, con que en peso y medida dispone todas las cosas de sus criaturas (Sab 11,21), sus fines y medios con suma equidad y conveniencia. Para esto se le dio a María santísima en aquella ocasión nueva luz clarísima de todo lo que en la Iglesia militante convenía obrar y disponer el poder divino. Y conoció las razones secretísimas de todas estas obras, y cuáles y cuántos apóstoles convenía que padeciesen y muriesen antes que ella pasase de esta vida, los trabajos que convenía padeciesen por el nombre del Señor, las razones que había para esto conforme a los ocultos juicios del Señor y predestinación de los santos, y que así plantasen la Iglesia, derramando su propia sangre, como lo hizo su Maestro y Redentor, para fundarla sobre su pasión y muerte. Entendió también que con aquella noticia de lo que convenía padeciesen los apóstoles y seguidores de Cristo recompensaba con su propio dolor y compasión el no padecer ella todo lo que deseaba, porque era inexcusable en ellos este momentáneo trabajo para llegar al eterno premio que les esperaba (2 Cor 4,17). Para que la gran Señora tuviese materia de este merecimiento más copiosa, aunque conoció la breve muerte de Santiago que había de padecer y la prisión de San Pedro al mismo tiempo, no le declaró entonces la libertad de las prisiones de que sacaría el ángel al apóstol. Entendió a si mismo que a cada uno de los apóstoles y fieles les concedería el Señor el linaje de penas y martirio proporcionado con las fuerzas de su gracia y espíritu.

317. Y para satisfacer en todo a la caridad ardentísima de esta purísima Madre, la concedió el Señor que pelease sus batallas de nuevo con los dragones infernales y alcanzase de ellos las victorias y triunfos que los demás mortales no podían conseguir, y que con esto les quebrantase la cabeza y les confundiese en su arrogancia, para debilitarlos contra los hijos de la Iglesia y quebrantarles las fuerzas. Para estas peleas la renovaron todos los dones y participación de los divinos atributos, y todas tres Personas dieron a la gran Reina su bendición. Y los santos ángeles la volvieron al oratorio del cenáculo en la misma forma que la habían llevado al cielo empíreo. Luego que se halló fuera de este éxtasis, se postró en tierra en forma de cruz y pegada con el polvo con increíble humildad y derramando tiernas lágrimas hizo gracias al Todopoderoso por aquel nuevo beneficio con que la había favorecido, sin haber olvidado en él los cariños de su incomparable humildad. Confirió algún rato con sus santos ángeles los misterios y necesidades de la Iglesia, para acudir por su ministerio a aquello que era más preciso. Y le pareció conveniente prevenir en algunas cosas a los apóstoles y alentarlos, animándolos para los trabajos que les causaría el común enemigo, porque contra ellos armaba su mayor batería. Para esto habló a San Pedro y a San Juan y a los demás que estaban en Jerusalén y les dio aviso de muchas cosas particulares que les sucederían a ellos y a toda la Santa Iglesia y los confirmó en la noticia que ya tenían de la conversión de San Pablo, declarándoles el celo con que predicaba el nombre y ley de su Maestro y Señor.

318. A los apóstoles que ya estaban fuera de Jerusalén envió ángeles y también a los discípulos, que les diesen noticia de la conversión de San Pablo y los previniesen y alentasen con los mismos avisos que la Reina había dado a los que estaban presentes. Y señaladamente ordenó a uno de los santos ángeles que diese noticia a San Pablo de las asechanzas que contra él trazaba el demonio y le animase y confirmase en la esperanza del favor divino en sus tribulaciones. Y todas estas legacías hicieron los ángeles con su acostumbrada presteza, obedeciendo a su gran Reina y Señora, y se manifestaron en forma visible a los apóstoles y discípulos a quien los enviaba. Y para todos fue de increíble consuelo y de nuevo esfuerzo este singular favor de María santísima, y cada uno la respondió por medio de los mismos embajadores, con humilde reconocimiento, ofreciéndole que morirían alegres por la honra de su Redentor y Maestro. Se señaló también San Pablo en esta respuesta, porque su devoción y deseos de ver a su Remediadora y serle agradecido le solicitaban para mayores demostraciones y rendimiento. Estaba entonces San Pablo en Damasco predicando y disputando con los judíos de aquellas sinagogas, aunque luego fue a la Arabia a predicar, y de allí volvió otra vez a Damasco, como diré adelante (Cf. infra n.375).

319. Santiago el Mayor (también conocido como Jacobo) estaba más lejos que ninguno de los apóstoles, porque fue el primero que salió de Jerusalén a predicar, como dije arriba (Cf. supra n.236) y habiendo predicado algunos días en Judea vino a España. Para esta jornada se embarcó en el puerto de Jope, que ahora se llama Jafa. Y esto fue el año del Señor de treinta y cinco, por el mes de agosto, que se llamaba sextil, un año y cinco meses después de la pasión del mismo Señor, ocho meses después del martirio de San Esteban y cinco antes de la conversión de San Pablo, conforme a lo que he dicho en los capítulos 11 y 14 de esta tercera parte. De Jafa vino Jacobo a Cerdeña y, sin detenerse en aquella isla llegó con brevedad a España y desembarcó en el puerto de Cartagena, donde comenzó su predicación en estos reinos. Se detuvo pocos días en Cartagena, y gobernado por el Espíritu del Señor tomó el camino para Granada, donde conoció que la mies era copiosa y la ocasión oportuna para padecer trabajos por su Maestro, como en hecho de verdad sucedió.

320. Y antes de referirlo advierto que nuestro gran apóstol Santiago fue de los carísimos y más privados de la gran Señora del mundo. Y aunque en las demostraciones exteriores no se señalaba mucho con él, por la igualdad con que prudentísimamente los trataba a todos, como dije en el capítulo 11 (Cf. supra n.180), y porque Santiago era su deudo; y aunque San Juan, como hermano suyo, también tenía el mismo parentesco con María santísima, corrían diferentes razones, porque todo el colegio sabía que el mismo Señor en la cruz le había señalado por hijo de su Madre purísima, y así con San Juan no tenía el inconveniente para los apóstoles, como si con su hermano Santiago o con otro se señalara en demostraciones exteriores la prudentísima Reina y Maestra; pero en el interior tenía especialísimo amor a Santiago, de que dije algo en la segunda parte (Cf. supra p.II n.1084), y se le manifestó en singularísimos favores que le hizo en todo el tiempo que vivió hasta su martirio. Los mereció Santiago con el singular y piadoso afecto que tenía a María santísima, señalándose mucho en su íntima devoción y veneración. Y tuvo necesidad del amparo de tan gran Reina, porque era de generoso y magnánimo corazón y de ferventísimo espíritu, con que se ofrecía a los trabajos y peligros con invencible esfuerzo. Y por esto fue el primero que salió a la predicación de la fe y padeció martirio antes que otro alguno de todos los apóstoles. Y en el tiempo que anduvo peregrinando y predicando, fue verdaderamente un rayo, como Hijo del trueno, que por esto fue llamado y señalado con este prodigioso nombre (Mc 3,17) cuando entró en el apostolado.

321. En la predicación de España se le ofrecieron increíbles trabajos y persecuciones que le movió el demonio por medio de los judíos incrédulos. Y no fueron pequeñas las que después tuvo en Italia y el Asia Menor, por donde volvió a predicar, y padecer martirio en Jerusalén, habiendo discurrido en pocos años por tan distantes provincias y diferentes naciones. Y porque no es de este intento referir todo lo que padeció Santiago en tan varias jornadas, sólo diré lo que conviene a esta Historia. Y en lo demás he entendido que la gran Reina del cielo tuvo especial atención y afecto a Santiago por las razones que he dicho (Cf. supra n.320) y que por medio de sus ángeles le defendió y rescató de grandes y muchos peligros y le consoló y confortó diversas veces, enviándole a visitar y a darle noticias y avisos particulares, como los había menester más que otros apóstoles en tan breve tiempo como vivió. Y muchas veces el mismo Cristo nuestro Salvador le envió ángeles de los cielos, para que defendiesen a su grande apóstol y le llevasen de unas partes a otras guiándole en su peregrinación y predicación.

322. Pero mientras anduvo en estos reinos de España, entre los favores que recibió Santiago de María santísima fueron dos muy señalados, porque vino la gran Reina en persona a visitarle y defenderle en sus peligros y tribulaciones. La una de estas apariciones y venida de María santísima a España es la que hizo en Zaragoza, tan cierta como celebrada en el mundo, y que no se pudiera negar hoy sin destruir una verdad tan piadosa, confirmada y asentada con grandes milagros y testimonios por mil seiscientos años y más; y de esta maravilla hablaré en el capítulo siguiente. De la otra, que fue primera, no sé que haya memoria en España, porque fue más oculta, y sucedió en Granada (Cf. ZÓTICO ROYO, Granada y Sor María, Granada), como se me ha dado a entender. Fue de esta manera: Tenían los judíos en aquella ciudad algunas sinagogas desde los tiempos que pasaron de Palestina a España, donde por la fertilidad de la tierra y por estar más cerca de los puertos del mar Mediterráneo, vivían con mayor comodidad para la correspondencia de Jerusalén. Cuando Santiago llegó a predicar a Granada, ya tenían noticia de lo que en Jerusalén había sucedido con Cristo nuestro Redentor. Y aunque algunos deseaban ser informados de la doctrina que había predicado y saber qué fundamento tenía, pero a otros, y a los más, había ya prevenido el demonio con impía incredulidad, para que no la admitiesen ni permitiesen se predicase a los gentiles, porque era contraria a los ritos judaicos y a Moisés, y si los gentiles recibían aquella nueva ley destruirían a todo el judaísmo. Y con este diabólico engaño impedían los judíos la fe de Cristo en los gentiles, que sabían cómo Cristo nuestro Señor era judío, y viendo cómo los de su nación y de su ley le desechaban por falso y engañador, no tan fácilmente se inclinaban a seguirle en los principios de la Iglesia.

323. Llegó el santo apóstol a Granada, y comenzando la predicación salieron los judíos a resistirle, publicándole por hombre advenedizo, engañador y autor de falsas sectas, hechicero y encantador. Llevaba Santiago doce discípulos consigo, a imitación de su Maestro. Y como todos perseverasen en predicar, crecía contra ellos el odio de los judíos y de otros que los acompañaron, de manera que intentaron acabar con ellos, y de hecho quitaron luego la vida a uno de los discípulos de Santiago, que con ardiente celo se opuso a los judíos. Pero como el santo apóstol y sus discípulos no sólo no temían a la muerte, antes la deseaban padecer por el nombre de Cristo, continuaron la predicación de su santa fe con mayor esfuerzo. Y habiendo trabajado en ella muchos días y convertido gran número de infieles de aquella ciudad y comarca, el furor de los judíos se encendió más contra ellos. Prendieron a todos y para darles la muerte los sacaron fuera de la ciudad atados y encadenados y en el campo les ataron de nuevo los pies para que no huyesen, porque los tenían por magos y encantadores. Estando ya para degollarlos a todos juntos, el santo apóstol no cesaba de invocar el favor del Altísimo y de su Madre Virgen, y hablando con ella la dijo: “Santísima María, Madre de mi Señor y Redentor Jesucristo, favoreced en esta hora a vuestro humilde siervo. Rogad, Madre dulcísima y clementísima por mí y por estos fieles profesores de la santa fe. Y si es voluntad del Altísimo que acabemos aquí las vidas por la gloria de su santo nombre, pedid, Señora, que reciba mi alma en la presencia de su divino rostro. Acordaos de mí, Madre piadosísima, y bendecidme en nombre del que os eligió entre todas las criaturas. Recibid el sacrificio de que no vea yo vuestros ojos misericordiosos ahora, si ha de ser aquí la última de mi vida. ¡Oh María, oh María!”

324. Estas últimas palabras repitió muchas veces Santiago, pero todas las que dijo oyó la gran Reina desde el oratorio del cenáculo donde estaba mirando por visión muy expresa todo lo que pasaba por su amantísimo apóstol Santiago. Y con esta inteligencia se conmovieron las maternas entrañas de María santísima en tierna compasión de la tribulación en que su siervo padecía y la llamaba. Tuvo mayor dolor por hallarse tan lejos, aunque, como sabía que nada era difícil al poder divino, se inclinó con algún afecto a desear ayudar y defender a su apóstol en aquel trabajo. Y como conocía también que él había de ser el primero que diese la vida y sangre por su Hijo santísimo, creció más esta compasión en la clementísima Madre. Pero no pidió al Señor ni a los ángeles que la llevasen a donde Santiago estaba, porque la detuvo en esta petición su admirable prudencia, con que conocía que nada negaría la providencia divina ni faltaría si fuese necesario, y en pedir estos milagros regulaba su deseo con la voluntad del Señor, con suma discreción y medida, cuando vivía en carne mortal.

325. Pero su Hijo y Dios verdadero, que atendía a todos los deseos de tal Madre, como santos, justos y llenos de piedad, mandó al punto a los mil ángeles que la asistían ejecutasen el deseo de su Reina y Señora. Se le manifestaron todos en forma humana y la dijeron lo que el Altísimo les mandaba y sin dilación alguna la recibieron en un trono formado de una hermosa nube y la trajeron a España sobre el campo donde estaban Santiago y sus discípulos aprisionados. Y los enemigos que los habían preso tenían ya desnudas las cimitarras o alfanjes para degollarlos a todos. Vio sólo el apóstol a la Reina del cielo en la nube, de donde le habló y con dulcísima caricia le dijo: “Jacobo, hijo mío y carísimo de mi Señor Jesucristo, tened buen ánimo y sed bendito eternamente del que os crió y os llamó a su divina luz. Ea, siervo fiel del Altísimo, levantaos y sed libre de las prisiones.” A la presencia de María se había postrado el apóstol en tierra, como le fue posible estando tan aprisionado. Y a la voz de la poderosa Reina se le desataron instantáneamente las prisiones a él y a sus discípulos, y se hallaron libres. Pero los judíos, que estaban con las armas en las manos, cayeron todos en tierra, donde sin sentidos estuvieron algunas horas. Y los demonios, que los asistían y provocaban, fueron arrojados al profundo, con que Santiago y sus discípulos pudieron libremente dar gracias al Todopoderoso por este beneficio. Y el mismo apóstol singularmente las dio a la divina Madre con incomparable humildad y júbilo de su alma. Los discípulos de Santiago, aunque no vieron a la Reina ni a los ángeles, del suceso conocieron el milagro, y su maestro les dio la noticia que convino para confirmarlos en la fe y esperanza y en la devoción de María santísima.

326. Fue mayor este raro beneficio de la Reina, porque no sólo defendió de la muerte a Santiago, para que gozara toda España de su predicación y doctrina, pero desde Granada le ordenó su peregrinación y mandó a cien ángeles de los de su guarda que acompañasen al apóstol y le fuesen encaminando y guiando de unos lugares a otros y en todos le defendiesen a él y a sus discípulos de todos los peligros que se les ofreciesen, y que habiendo rodeado a todo lo restante de España le encaminasen a Zaragoza. Todo esto ejecutaron los cien ángeles, como su Reina se lo ordenaba, y los demás la volvieron a Jerusalén. Y con esta celestial compañía y guarda peregrinó Santiago por toda España, más seguro que los israelitas por el desierto. Dejó en Granada algunos discípulos de los que traía, que después padecieron allí martirio, y con los demás que tenía, y otros que iba recibiendo, prosiguió las jornadas predicando en muchos lugares de la Andalucía. Vino después a Toledo, y de allí pasó a Portugal y a Galicia, y por Astorga y divirtiéndose a diferentes lugares llegó a la Rioja y por Logroño pasó a Tudela y Zaragoza, donde sucedió lo que diré en el capítulo siguiente. Por toda esta peregrinación fue Santiago dejando discípulos por obispos en diferentes ciudades de España y plantando la fe y culto divino. Y fueron tantos y tan prodigiosos los milagros que hizo en este reino, que no han de parecer increíbles los que se saben, porque son muchos más los que se ignoran. El fruto que hizo con la predicación fue inmenso, respecto del tiempo que estuvo en España, y ha sido error decir o pensar que convirtió muy pocos, porque en todas las partes o lugares que anduvo dejó plantada la fe, y para eso ordenó tantos obispos en este Reino, para el gobierno de los hijos que había engendrado en Cristo.

327. Y para dar fin a este capítulo quiero advertir aquí que por diferentes medios he conocido las muchas opiniones encontradas de los historiadores eclesiásticos sobre muchas cosas de las que voy escribiendo, como son, la salida de los apóstoles de Jerusalén a predicar, el haberse repartido por suertes todo el mundo y ordenado el Símbolo de la fe, la salida de Santiago y su muerte. Sobre todos éstos y otros sucesos tengo entendido que varían mucho los escritores en señalar los años y tiempos en que sucedieron y en ajustarlo con el texto de los libros canónicos. Pero yo no tengo orden del Señor para satisfacer a todas estas y otras dudas ni componer estas controversias, antes desde el principio he declarado (Cf. p.I n.10, etc) que Su Majestad me ordenó y mandó escribir esta Historia sin opiniones, o para que no las hubiese con la noticia de la verdad. Y si lo que escribo va consiguiente y no se opone en cosa alguna al texto sagrado y corresponde a la dignidad de la materia que trato, no puedo darle mayor autoridad a la Historia, y tampoco pedirá más la piedad cristiana. También será posible que se concuerden por este orden algunas diferencias de los historiadores, y esto harán los que son leídos y doctos.

Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima

328. “Hija mía, la maravilla que has escrito en este capítulo de haberme levantado el poder infinito a su real trono para consultarme los decretos de su divina sabiduría y voluntad, es tan grande y singular, que excede a toda capacidad humana en la vida de los viadores y sólo en la patria y visión beatífica conocerán los hombres este sacramento con especialísimo júbilo de gloria accidental. Y porque este beneficio y admirable favor fue como efecto y premio de la caridad ardentísima con que amaba y amo al sumo bien y de la humildad con que me reconocía esclava suya, y estas virtudes me levantaron al trono de la divinidad y dieron lugar en él cuando vivía en carne mortal, quiero que tengas mayor noticia de este misterio, que sin duda fue de los más levantados que en mí obró la omnipotencia divina y de mayor admiración para los ángeles y santos. Y la que tú tienes quiero que la conviertas en un vigilantísimo cuidado y en vivos afectos de imitarme y seguirme en los que merecieron en mí tales favores.

329. “Advierte, pues, carísima, que no fue sola una vez sino muchas las que fui levantada al trono de la Beatísima Trinidad en carne mortal, después de la venida del Espíritu Santo hasta que subí después de mi muerte para gozar eternamente de la gloria que tengo. Y en lo que te resta de escribir mi vida, entenderás otros secretos de este beneficio. Pero siempre que la diestra del Altísimo me le concedió, recibí copiosísimos efectos de gracia y dones por diferentes modos que caben en el poder infinito y en la capacidad que me dio para la inefable y casi inmensa participación de las divinas perfecciones. Y algunas veces en estos favores me dijo el eterno Padre: Hija mía y esposa mía, tu amor y fidelidad sobre todas las criaturas nos obliga y nos da la plenitud de complacencia que nuestra voluntad santa desea. Asciende a nuestro lugar y trono, para que seas absorta en el abismo de nuestra divinidad y tengas en esta Trinidad el lugar cuarto, en cuanto es posible a pura criatura. Toma la posesión de nuestra gloria, cuyos tesoros ponemos en tus manos. Tuyo es el cielo, la tierra y todos los abismos. Goza en la vida mortal los privilegios de bienaventurada sobre todos los santos. Se sirvan todas las naciones y criaturas a quien dimos el ser que tienen, te obedezcan las potestades de los cielos y estén a tu obediencia los supremos serafines, y todos nuestros bienes te sean comunes en nuestro eterno consistorio. Entiende el gran consejo de nuestra sabiduría y voluntad y ten parte en nuestros decretos, pues tu voluntad es rectísima y fidelísima. Penetra las razones que tenemos para lo que justa y santamente determinamos, y sea una tu voluntad y la nuestra y uno el motivo en lo que disponemos para nuestra Iglesia.’”

330. “Con esta dignación tan inefable como singular gobernaba mi voluntad el Altísimo para con formarla con la suya y para que nada se ejecutase en la Iglesia que no fuese por mi disposición, y ésta fuese la del mismo Señor, cuyas razones, motivos y conveniencias conocía en su eterno consejo. En él vi que no era posible por ley común padecer yo todos los trabajos y tribulaciones de la Iglesia, y en especial de los apóstoles, como deseaba. Y este afecto de caridad, aunque era imposible ejecutarle, no fue desviarme de la voluntad divina, que me le dio como en indicio y testimonio del amor sin medida con que le amaba, y por el mismo Señor tenía tanta caridad con los hombres que deseaba padecer yo los trabajos y penalidades de todos. Y porque de mi parte esta caridad era verdadera y estaba mi corazón aparejado para ejecutarla si fuera posible, por esto fue tan aceptable en los ojos del Señor y me la premió como si de hecho la hubiera ejecutado, porque padecí gran dolor de no padecer por todos. De aquí nacía en mí la compasión que tuve de los martirios y tormentos con que murieron los apóstoles y los demás que padecieron por Cristo, porque en todos y con todos era afligida y atormentada y en algún modo moría con ellos. Tal fue el amor que tuve a mis hijos los fieles, y ahora, fuera del padecer, es el mismo, aunque ni ellos conocen ni saben hasta dónde les obliga mi caridad para ser agradecidos.

331. Estos inefables beneficios recibía a la diestra de mi Hijo santísimo, cuando era levantada del mundo y colocada en ella, gozando de sus preeminencias y glorias en el modo que era posible comunicarse a pura criatura. Y los decretos y sacramentos ocultos de la Sabiduría infinita se manifestaban en primer lugar a la humanidad santísima de mi Señor, con el orden admirable que tiene con la divinidad a quien está unida en el Verbo eterno. Y luego, mediante mi Hijo santísimo, se me comunicaba a mí por otro modo. Porque la unión de su humanidad con la persona del Verbo es inmediata y sustancial, intrínseca para ella, y así participa de la divinidad y de sus decretos con modo correspondiente y proporcionado a la unión sustancial y personal. Pero yo recibía este favor por otro orden admirable y sin ejemplar, más de en ser con criatura pura y sin tener divinidad, pero como semejante a la humanidad santísima y después de ella la más inmediata a la misma divinidad. Y no podrás ahora entender más, ni penetrar este misterio, pero los bienaventurados le conocieron cada uno en el grado de ciencia que le tocaba y todos entendieron esta conformidad y similitud mía con mi Hijo santísimo y también la diferencia; y todo les fue motivo, y lo es ahora, para hacer nuevos cánticos de gloria y alabanza del Omnipotente, porque esta maravilla fue una de las grandes obras que hizo conmigo su brazo poderoso.

332. “Y para que más extiendas tus fuerzas y las de la gracia en afectos y deseos santos, aunque sea en lo que no puedes ejecutar, te declaro otro secreto. Este es que, cuando yo conocía los efectos de la Redención en la justificación de las almas y la gracia que se les comunicaba para limpiarlas y santificarlas por la contrición, o por el Bautismo y otros sacramentos, hacía tanto aprecio de aquel beneficio, que tenía de él como una santa emulación y deseos. Y como yo no tenía culpas de qué justificarme y limpiarme, no podía recibir aquel favor en el grado que los pecadores le recibían. Mas porque lloré sus culpas más que todos y agradecí al Señor aquel beneficio hecho a las almas con tan liberal misericordia, alcancé con estos afectos y obras más gracia de la que fue necesaria para justificar a todos los hijos de Adán. Tanto como esto se dejaba obligar el Altísimo de mis obras y tanta fue la virtud que les dio el mismo Señor para que hallasen gracia en sus divinos ojos.

333. “Considera ahora, hija mía, en qué obligación estás, dejándote informada e ilustrada de tan venerables secretos. No tengas ociosos los talentos, ni malogres y desprecies tantos bienes del Señor; sígueme por la imitación perfecta de todas las obras que de mí te manifiesto. Y para que más te enciendas en el amor divino, acuérdate continuamente de cómo mi Hijo santísimo y yo en la vida mortal estábamos anhelando siempre y suspirando por la salvación de las almas de todos los hijos de Adán y llorando la perdición eterna que tantos con alegría falsa y engañosa para si mismos procuran. En esta caridad y celo quiero que te señales y ejercites mucho, como esposa fidelísima de mi Hijo, que por esta virtud se entregó a muerte de cruz, y como hija y discípula mía, que si no me quitó la vida la fuerza de esta caridad fue porque me la conservó el Señor por milagro, pero ella es la que me dio lugar en el trono y consejo de la Beatísima Trinidad. Y si tú, amiga, fueres tan diligente y fervorosa en imitarme y tan atenta para obedecerme como de ti lo quiero, te aseguro participarás de los favores que hice a mi siervo Jacobo, acudiré a tus tribulaciones y te gobernaré, como muchas veces te lo he prometido; y a más de esto el Altísimo será más liberal contigo de lo que tus deseos pueden extenderse.”

CAPITULO 17

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Dispone Lucifer otra nueva persecución contra la Iglesia y María santísima, manifiéstasela a San Juan y por su orden determina ir a Efeso, se le aparece su Hijo santísimo y la manda venir a Zaragoza a visitar al apóstol Santiago y lo que sucedió en esta venida.

334. De la persecución que movió el infierno contra la Iglesia después de la muerte de San Esteban hace mención San Lucas en el capítulo 8 de los Hechos apostólicos (Act 8,1), donde la llama grande, porque lo fue hasta la conversión de San Pablo, por cuya mano la ejecutaba el dragón infernal; y de esta persecución hablé en los capítulos 12 y 14 de esta parte. Pero de lo que en los capítulos inmediatos queda dicho, se entenderá que no descansó este enemigo de Dios ni se dio por vencido para no levantarse de nuevo contra su Santa Iglesia y contra María santísima. Y de lo que el mismo San Lucas refiere (Act 12, lss) en el capítulo 12 de la prisión que hizo Herodes de San Pedro y Santiago, se conocerá que fue de nuevo esta persecución después de la conversión de San Pablo, cuando no dijera expresamente que el mismo Herodes envió ejércitos o tropas para afligir a algunos hijos de la Iglesia. Y para que mejor se entienda todo lo que queda dicho y adelante diré, advierto que estas persecuciones eran todas fraguadas y movidas por los demonios que irritaban a los perseguidores, como diversas veces he dicho (Cf. supra n.141,186,205,250). Y porque la providencia divina a tiempos les daba este permiso y en otros se les quitaba y los arrojaba al profundo (Cf. supra n.208, 297, 325, etc), como sucedió en la conversión de San Pablo y en otras ocasiones, por esto la Iglesia primitiva gozaba algunas veces de tranquilidad y sosiego, como en todos los siglos ha sucedido, y otros tiempos, acabándose estas treguas, era molestada y afligida.

335. La paz era conveniente para la conversión de los infieles y la persecución para su mérito y ejercicio, y así las alternaba y alterna siempre la sabiduría y providencia divina. Y por estas causas después de la conversión de San Pablo tuvo algunos y muchos meses de quietud, mientras Lucifer y sus demonios estuvieron oprimidos en el infierno, hasta que volvieron a salir, como diré luego (Cf. infra n.336). Y de esta tranquilidad habla San Lucas (Act 9,31) en el capítulo 9 después de la conversión de San Pablo, cuando dice que la Iglesia tenía paz por toda Judea, Galilea y Samaria, y se edificaba y caminaba en el temor del Señor y consolación del Espíritu Santo. Y aunque esto lo cuenta el evangelista después de haber escrito la venida de San Pablo a Jerusalén, pero esta paz fue mucho antes, porque San Pablo vino entrados cinco años después de la conversión a Jerusalén, como diré adelante (Cf. infra n.487); y San Lucas, para ordenar su historia, la contó anticipadamente tras de la conversión, como sucede a los evangelistas en otros muchos sucesos, que los suelen anticipar en la historia, para dejar dicho lo que toca al intento de que hablan, porque ellos no escriben por anales todos los casos de su historia, aunque en lo esencial guardan el orden de los tiempos.

336. Entendido todo esto, y prosiguiendo lo que dije en el capítulo 15 del conciliábulo que hizo Lucifer después de la conversión de San Pablo, digo que aquella conferencia duró algún tiempo, en que el dragón infernal con sus demonios tomó y pensó diversos medios y arbitrios con que destruir la Iglesia y derribar, si pudiera, a la gran Reina del estado altísimo de santidad en que la imaginaba, aunque ignoraba infinito más de lo que conocía esta serpiente. Pasados estos días en que la Iglesia gozaba de sosiego, salieron del profundo los príncipes de las tinieblas, para ejecutar los consejos de maldad que en aquellos calabozos habían fabricado. Salió por caudillo de todos el dragón grande Lucifer, y es cosa digna de atención que fue tanta la indignación y furor de esta cruentísima bestia contra la Iglesia y María santísima, que sacó del infierno mucho más de las dos partes de sus demonios para esta empresa que intentaba; y sin duda dejara despoblado todo aquel reino de tinieblas, si la misma malicia no le obligara a dejar allá alguna parte de estos infernales ministros para tormento de los condenados, porque a más del fuego eterno que les administra la justicia divina, y que no les podía faltar, no quiso este dragón que tampoco les faltase la vista y compañía de sus demonios, para que no recibiesen este pequeño alivio los hombres por el tiempo que estuviesen fuera del infierno los demonios. Por esta causa nunca faltan demonios en aquellas cavernas, ni quieren perdonar este azote a los infelices condenados, aunque sea para Lucifer de tanta codicia destruir a los mortales que viven en el mundo. A tan impío, tan cruel, tan inhumano señor sirven los desdichados pecadores.

337. La ira de este dragón había llegado a lo sumo y no ponderable, por los sucesos que iba conociendo en el mundo, después de la muerte de nuestro Redentor, y la santidad de su Madre y el favor y protección que en ella tenían los fieles, como lo había experimentado en San Esteban, San Pablo y en otros sucesos. Y por esto Lucifer tomó asiento en Jerusalén, para ejecutar por sí mismo la batería contra lo más fuerte de la Iglesia y para gobernar desde allí a todos los escuadrones infernales, que sólo guardan orden en hacer guerra para destruir a los hombres, cuando en lo demás todos son confusión y desconcierto. No les dio el Altísimo la permisión que su envidia deseaba, porque en un momento trasegaran y destruyeran el mundo, pero se les dio con limitación y en cuanto convenía, para que afligiendo a la Iglesia se fundase con la sangre y merecimientos de los santos y con ellos echase más hondas las raíces de su firmeza, y para que en las persecuciones y tormentos se manifestase más la virtud y sabiduría del piloto que gobierna esta navecilla de la Iglesia. Luego mandó Lucifer a sus ministros que rodeasen toda la tierra, para reconocer dónde estaban los apóstoles y discípulos del Señor y dónde se predicaba su nombre, y le diesen noticia de todo. Y el dragón se puso en la ciudad santa lo más lejos que pudo de los lugares consagrados con la sangre y misterios de nuestro Salvador, porque a él y a sus demonios les eran formidables y al paso que se acercaban a ellos sentían que se les debilitaban las fuerzas y eran oprimidos de la virtud divina. Y este efecto experimentan hoy y le sentirán hasta el fin del mundo. ¡Gran dolor, por cierto, que aquel sagrado para los fieles esté hoy en poder de paganos enemigos, por los pecados de los hombres, y dichosos los pocos hijos de la Iglesia que gozan este privilegio, cuales son los hijos de nuestro gran Padre y reparador de la Iglesia San Francisco!

338. Se informó el dragón del estado de los fieles y de todos los lugares donde se predicaba la fe de Cristo, por relaciones que le trajeron los demonios. Y dioles nuevas órdenes para que unos asistiesen a perseguirlos, asignando mayores o menores demonios, según la diferencia de los apóstoles, discípulos y fieles. A otros ministros mandó que fuesen y viniesen a darle cuenta de lo que fuese sucediendo y llevasen órdenes de lo que habían de obrar contra la Iglesia. Señaló también Lucifer algunos hombres incrédulos, pérfidos y de malas condiciones y depravadas costumbres, para que sus demonios los irritasen, provocasen y llenasen de indignación y envidia contra los seguidores de Cristo. Y entre éstos fueron el rey Herodes y muchos judíos, por el aborrecimiento que tenían contra el mismo Señor a quien habían crucificado, cuyo nombre deseaban borrar de la tierra de los videntes (Jer 11,19). También se valieron de otros gentiles más ciegos y asidos a la idolatría, y entre unos y otros investigaron estos enemigos con desvelo cuáles eran peores y más perdidos, para servirse de ellos y hacerlos propios instrumentos de su maldad. Y por estos medios encaminaron la persecución de la Iglesia, y siempre ha usado de esta arte diabólica el dragón infernal para destruir la virtud y el fruto de la Redención y sangre de Cristo. Y en la primitiva Iglesia hizo grande estrago en los fieles, persiguiéndolos por diversos modos de tribulaciones que no están escritas ni se saben en la Iglesia, aunque, por mayor, lo que dijo San Pablo en la carta de los Hebreos (Heb 11,37) de los antiguos santos sucedió en los nuevos. Y sobre estas persecuciones exteriores afligía el mismo demonio y los demás a todos los justos, apóstoles, discípulos y fieles con tentaciones ocultas, sugestiones, ilusiones y otras iniquidades, como hoy lo hace con todos los que desean caminar por la divina ley y seguir a Cristo nuestro Redentor y Maestro. Y no es posible en esta vida conocer todo lo que en la primitiva Iglesia trabajó Lucifer para extinguirla, como tampoco lo que hace ahora con el mismo intento.

339. Pero nada se le ocultó entonces a la gran Madre de la sabiduría, porque en la claridad de su eminente ciencia conocía todo este secreto de las tinieblas, oculto a los demás mortales. Y aunque los golpes y las heridas, cuando nos hallan prevenidos, no suelen hacer tan grande mella en nosotros, y la prudentísima Reina estaba tan capaz de los trabajos futuros de la Santa Iglesia y ninguno le podía venir de improviso y con ignorancia suya, con todo eso, como tocaban en los apóstoles y en todos los fieles, la herían el corazón, donde los tenía con entrañable amor de Madre piadosísima, y su dolor se regulaba con su casi inmensa caridad, y muchas veces le costara la vida si, corno he repetido en diversas partes, no la conservara el Señor milagrosamente. Y en cualquiera de las almas justas y perfectas en el amor divino hiciera grandes efectos el conocimiento de la ira y malicia de tantos demonios, tan vigilantes y astutos, contra tan pocos fieles sencillos, pobres y de condición frágil y llena de miserias propias. Con este conocimiento olvidara María santísima otros cuidados de sí misma y todas sus penas, si las tuviera, por acudir al remedio y consuelo de sus hijos. Multiplicaba por ellos sus peticiones, suspiros, lágrimas y diligencias. Les daba grandes consejos, avisos y exhortaciones para prevenirlos y animarlos, particularmente a los apóstoles y discípulos. Mandaba muchas veces con imperio de Reina a los demonios, y les sacó de sus uñas innumerables almas que engañaban y pervertían y las rescataba de la eterna muerte. Y otras veces les impedía grandes crueldades y asechanzas que ponían a los ministros de Cristo, porque intentó Lucifer quitar luego la vida a los apóstoles, como lo había procurado por medio de Saulo, y arriba se dijo (Cf. supra n.252), y lo mismo sucedió con otros discípulos que predicaban la santa fe.

340. Con estos cuidados y compasión, aunque la divina Maestra guardaba suma tranquilidad y sosiego interior, sin que la solicitud de oficiosa Madre la turbase, y en el exterior conservaba igualdad y serenidad de Reina, con todo eso las penas del corazón la entristecieron un poco el semblante en la esfera de su compostura y apacibilidad. Y como San Juan la asistía con tan desvelada atención y dependencia de hijo, no se le pudo ocultar a la vista de esta águila perspicaz la pequeña novedad en el semblante de su Madre y Señora. Se afligió grandemente el evangelista y, habiendo conferido consigo mismo su cuidado, se fue al Señor y pidiéndole nueva luz para el acierto le dijo: “Señor y Dios inmenso y reparador del mundo, confieso la obligación en que sin méritos míos y por sola vuestra dignación me pusisteis, dándome por Madre a la que verdaderamente lo es vuestra, porque os concibió, parió y alimentó a sus pechos. Yo, Señor, con este beneficio quedé próspero y enriquecido con el mayor tesoro del cielo y de la tierra. Pero vuestra Madre y mi Señora quedó sola y pobre sin vuestra real presencia, que ni pueden recompensar ni suplir todos los ángeles ni los hombres, cuanto menos este vil gusano y siervo vuestro. Hoy, Dios mío y Redentor del mundo, veo triste y afligida a la que os dio forma de hombre y es alegría de vuestro pueblo. La deseo consolar y aliviarla de su pena, pero soy insuficiente para hacerlo. La razón y amor me solicitan, la veneración y mi fragilidad me detienen. Dadme, Señor, virtud y luz de lo que debo hacer en vuestro agrado y servicio de vuestra digna Madre.”

341. Después de esta oración quedó San Juan dudoso un rato, sobre si preguntaría a la gran Señora del cielo la causa de su pena. Por una parte lo deseaba con afecto, por otra no se atrevía, con el temor santo y el respeto con que la miraba; y aunque alentado interiormente llegó tres veces a la puerta del oratorio donde estaba María santísima, le detuvo el encogimiento para no entrar a preguntarla lo que deseaba. Pero la divina Madre conoció todo lo que San Juan hacía y lo que pasaba por su interior. Y por el respeto que la celestial Maestra de la humildad tenía al evangelista como sacerdote y ministro del Señor, se levantó de la oración y salió a donde estaba y le dijo: “Señor, decidme lo que mandáis a vuestra sierva.” Ya he dicho otras veces (Cf. supra n.99,102,l06,etc.) que la gran Reina llamaba señores a los sacerdotes y ministros de su Hijo santísimo. El evangelista se consoló y animó con este favor, y aunque no sin algún encogimiento respondió: “Señora mía, la razón y el deseo de serviros me ha obligado a reparar en vuestra tristeza y pensar que tenéis alguna pena, de que deseo veros aliviada.”

342. No se alargó San Juan en más razones, pero la Reina conoció el deseo que tenía de preguntarla por sus cuidados, y como prontísima obediente quiso responderle a la voluntad, antes que por palabras se la manifestase, como a quien reconocía por superior y le tenía por tal. Se volvió María santísima al Señor y dijo: “Dios mío e Hijo mío, en lugar vuestro me dejasteis a vuestro siervo Juan, para que me acompañase y asistiese, y yo le recibí por mi prelado y superior, a cuyos deseos y voluntad, conociéndola, deseo obedecer, para que esta humilde sierva vuestra siempre viva y se gobierne por vuestra obediencia. Dadme licencia para manifestarle mi cuidado, como él desea saberlo.” Sintió luego el fiat de la divina voluntad. Y puesta de rodillas a los pies de San Juan, le pidió la bendición y le besó la mano, y pidiéndole licencia para hablar le dijo: “Señor, causa tiene el dolor que aflige mi corazón, porque el Altísimo me ha manifestado las tribulaciones que han de venir a la Iglesia y las persecuciones que han de padecer todos sus hijos, y mayores los apóstoles. Y para disponer en el mundo y ejecutar esta maldad, he visto que ha salido a él de las cavernas de lo profundo el dragón infernal con innumerables legiones de espíritus malignos, todos con implacable indignación y furor, para destruir el cuerpo de la Iglesia santa. Y esta ciudad de Jerusalén se turbará la primera, y más que otras, y en ella quitarán la vida a uno de los apóstoles y otros serán presos y afligidos por industria del demonio. Mi corazón se contrista y aflige de compasión, y de la contradicción que harán los enemigos a la exaltación del nombre santo del Altísimo y remedio de las almas.”

343. Con este aviso se afligió también el evangelista y se turbó un poco, pero con el esfuerzo de la divina gracia respondió a la gran Reina, diciendo: “Madre y Señora mía, no ignora vuestra sabiduría que de estos trabajos y tribulaciones sacará el Altísimo grandes frutos para su Iglesia y sus hijos fieles y que les asistirá en su tribulación. Aparejados estamos los apóstoles para sacrificar nuestras vidas por el Señor, que ofreció la suya por todo el linaje humano. Hemos recibido inmensos beneficios y no es justo que en nosotros sean ociosos y vacíos. Cuando éramos pequeños en la escuela de nuestro Maestro y Señor, obrábamos como párvulos, pero después que nos enriqueció con su divino Espíritu y encendió en nosotros el fuego de su amor, perdimos la cobardía y deseamos seguir el camino de su cruz, que con su doctrina y ejemplos nos enseñó, y sabemos que la Iglesia se ha de plantar y conservar con la sangre de sus ministros e hijos. Rogad, vos, Señora mía, por nosotros, que con la virtud divina y vuestra protección alcanzaremos victoria de nuestros enemigos y en gloria del Altísimo triunfaremos de todos ellos. Pero si en esta ciudad de Jerusalén se ha de ejecutar lo fuerte de la persecución, paréceme, Señora y Madre mía, que no es justo la esperéis en ella, para que la indignación del infierno, por medio de la malicia humana, no intente alguna ofensa contra el tabernáculo de Dios.”

344. La gran Reina y Señora del cielo, con el amor y compasión de los apóstoles y todos los otros fieles, se inclinaba sin temor a quedarse en Jerusalén para hablar, consolar y animar a todos en la tribulación que les amenazaba. Pero no manifestó al evangelista este afecto, aunque era tan santo, porque salía de su dictamen y le cedió a la humildad y obediencia del apóstol, porque le tenía por su prelado y superior. Y con este rendimiento, sin replicar al evangelista, le dio las gracias por el esfuerzo con que deseaba padecer y morir por Cristo; y en cuanto a salir de Jerusalén, le dijo que ordenase y dispusiese aquello que juzgaba por más conveniente, que a todo obedecería como súbdita, y pediría a nuestro Señor le gobernase con su divina luz, para que eligiese aquello que fuese de su mayor agrado y exaltación de su santo nombre. Con esta resignación de tanto ejemplo para nosotros y reprensión de nuestra inobediencia, determinó el evangelista que se fuese a la ciudad de Efeso, en los términos del Asia Menor. Y proponiéndolo a María santísima, la dijo: “Señora y Madre mía, para alejarnos de Jerusalén y tener fuera de aquí ocasión oportuna para trabajar por la exaltación del nombre del Altísimo, me parece nos retiremos a la ciudad de Efeso, donde haréis en las almas el fruto que no espero en Jerusalén. Yo deseara ser uno de los que asisten al trono de la Santísima Trinidad para serviros dignamente en esta jornada, pero soy un vil gusano de la tierra, mas el Señor será con nosotros y en todas partes le tenéis propicio, como Dios y como Hijo vuestro.”

345. Quedó determinada la partida de Efeso en acomodando y disponiendo lo que en Jerusalén convenía advertir a los fieles, y la gran Señora se retiró a su oratorio, donde hizo esta oración: “Altísimo Dios eterno, esta humilde sierva vuestra se postra ante vuestra real presencia y de lo íntimo de mi alma os suplico me gobernéis y encaminéis a vuestro mayor agrado y beneplácito; esta jornada quiero hacer por obediencia de vuestro siervo Juan, cuya voluntad será la vuestra. No es razón que esta sierva y Madre vuestra, tan obligada de vuestra poderosa mano, dé un paso que no sea para mayor gloria y exaltación de vuestro santo nombre. Asistid, Señor mío, a mi deseo y peticiones, para que yo obre lo más acertado y justo.” La respondió el señor luego y la dijo: “Esposa y paloma mía, mi voluntad ha dispuesto la jornada para mi mayor agrado. Obedeced a Juan y caminad a Efeso, que allí quiero manifestar mi clemencia con algunas almas por medio de vuestra presencia y asistencia, por el tiempo que fuere conveniente.” Con esta respuesta del Señor quedó María santísima más consolada e informada de la divina voluntad y pidió a Su Majestad la bendición y licencia para disponer la jornada cuando el apóstol la determinase; y llena de fuego de caridad se encendía en el deseo del bien de las almas de Efeso, de quien el Señor la había dado esperanzas se sacaría fruto de su gusto y agrado.

346. Viene María santísima de Jerusalén a Zaragoza en España, por voluntad de su Hijo nuestro Salvador, a visitar a Santiago, y lo que sucedió en esta venida y el año y día en que se hizo. - Todo el cuidado de nuestra gran Madre y Señora María santísima estaba empleado y convertido a los aumentos y dilatación de la Santa Iglesia, al consuelo de los apóstoles, discípulos y de los otros fieles, y a defenderlos del infernal dragón y sus ministros en la persecución y asechanzas que, como se ha dicho (Cf. supra n.337), les prevenían estos enemigos. Con su incomparable caridad, antes de venir a Efeso ni partir de Jerusalén, ordenó y dispuso muchas cosas, en cuanto le fue posible, por sí y por ministerio de los santos ángeles, para prevenir todo lo que en su ausencia le pareció conveniente, porque entonces no tenía noticia del tiempo que duraría esta jornada y la vuelta a Jerusalén. Y la mayor diligencia que pudo hacer fue su continua y poderosa oración y peticiones a su Hijo santísimo, para que con el poder infinito de su brazo defendiese a sus apóstoles y siervos y quebrantase la soberbia de Lucifer, desvaneciendo las maldades que en su astucia fabricaba contra la gloria del mismo Señor. Sabía la prudentísima Madre que de los apóstoles el primero que derramaría su sangre por Cristo nuestro Señor era Jacobo, y por esta razón, y por lo mucho que la gran Reina le amaba, como dije arriba (Cf. supra n.320), hizo particular oración por él entre todos los apóstoles.

347. Estando la divina Madre en estas peticiones, un día, que era el cuarto antes de partir a Efeso, sintió en su castísimo corazón alguna novedad y efectos dulcísimos, como le sucedía otras veces para algún particular beneficio que se le acercaba. Estas obras se llaman palabras del Señor en el estilo de la Escritura, y respondiendo a ellas María santísima, como maestra de la ciencia, dijo: “Señor mío, ¿qué me mandáis hacer y qué queréis de mí? Hablad, Dios mío, que vuestra sierva oye.” Y en repitiendo estas razones vio a su Hijo santísimo que en persona descendía del cielo a visitarla en un trono de inefable majestad y acompañado de innumerables ángeles de todos los órdenes y coros celestiales. Entró Su Majestad con esta grandeza en el oratorio de su beatísima Madre, y la religiosa y humilde Virgen le adoró con excelente culto y veneración de lo íntimo de su purísima alma. Luego la habló el Señor y la dijo: “Madre mía amantísima, de quien recibí el ser humano para salvar al mundo, atento estoy a vuestras peticiones y deseos santos y agradables en mis ojos. Yo defenderé a mis apóstoles e Iglesia y seré su padre y protector, para que no sea vencida, ni prevalezcan contra ella las puertas del infierno (Mt 16,18). Ya sabéis que para mi gloria es necesario que trabajen con mi gracia los apóstoles y que al fin me sigan por el camino de la cruz y muerte que padecí para redimir al linaje humano. Y el primero que me ha de imitar en esto es Jacobo mi fiel siervo, y quiero que padezca martirio en esta ciudad de Jerusalén. Y para que él venga a ella y otros fines de mi gloria y vuestra, es mi voluntad que luego le visitéis en España, donde predica mi santo nombre. Quiero, Madre mía, que vayáis a Zaragoza, donde está ahora, y le ordenéis que vuelva a Jerusalén y antes que parta de aquella ciudad edifique en ella un templo en honra y título de vuestro nombre, donde seáis venerada e invocada para beneficio de aquel reino y gloria y beneplácito mío y de nuestra Beatísima Trinidad.”

348. Admitió la gran Reina del cielo esta obediencia de su Hijo santísimo con nuevo júbilo de su alma. Y con el rendimiento digno respondió y dijo: “Señor mío y verdadero Dios, hágase vuestra voluntad santa en vuestra sierva y Madre por toda la eternidad y en ella os alaben todas las criaturas por las obras admirables de vuestra piedad inmensa con vuestros siervos. Yo, Señor mío, os magnifico y bendigo en ellas y os doy humildes gracias en nombre de toda la Santa Iglesia y mío. Dadme licencia, Hijo mío, para que en el templo que mandáis edificar a vuestro siervo Santiago pueda yo prometer en vuestro santo nombre la protección especial de vuestro brazo poderoso, y que aquel lugar sagrado sea parte de mi herencia para todos los que en él invocaren con devoción vuestro mismo nombre y el favor de mi intercesión con vuestra clemencia.”

349. La respondió Cristo nuestro Redentor: “Madre mía, en quien se complació mi voluntad, yo os doy mi real palabra que miraré con especial clemencia y llenaré de bendiciones de dulzura a los que con humildad y devoción vuestra me invocaren y llamaren en aquel templo por medio de vuestra intercesión. En vuestras manos tengo depositados y librados todos mis tesoros, y como Madre que tenéis mis veces y potestad podéis enriquecer y señalar aquel lugar y prometer en él vuestro favor, que todo lo cumpliré como fuere vuestra agradable voluntad.” Agradeció de nuevo María santísima esta promesa de su Hijo y Dios omnipotente, y luego, por mandato del mismo Señor, grande número de los ángeles que la acompañaban formaron un trono real de una nube refulgentísima y la pusieron en él como a Reina y Señora de todo lo criado. Cristo nuestro Señor con los demás ángeles se subió a los cielos, dándola su bendición. Y la purísima Madre, en manos de serafines y acompañada de sus mil ángeles con los demás, partió a Zaragoza, en España, en alma y cuerpo mortal. Y aunque la jornada se pudo hacer en brevísimo tiempo, ordenó el Señor que fuese de manera que los santos ángeles formando coros de dulcísima armonía viniesen cantando a su Reina loores de júbilo y alegría.

350. Unos cantaban el Ave María, otros Salve Sancta parens y Salve Regina, otros, Regina coeli lastare, etc. Alternando estos cánticos a coros y respondiéndose unos a otros con armonía y consonancia tan concertada, cuanto no alcanza la capacidad humana. Respondía también la gran Señora oportunamente, refiriendo toda aquella gloria al Autor que se la daba, con tan humilde corazón, cuanto era grande este favor y beneficio. Repetía muchas veces: “Santo santo, santo Dios de Sabaot, ten misericordia dé los míseros hijos de Eva. Tuya es la gloria, tuyo es el poder y la majestad, tú sólo el Santo, el Altísimo y el Señor de todos los ejércitos celestiales y de lo criado.” Y los ángeles respondían también a estos cánticos tan dulces en los oídos del Señor, y con ellos llegaron a Zaragoza cuando ya se acercaba la media noche.

351. El felicísimo apóstol Santiago estaba con sus discípulos fuera de la ciudad, pero arrimado al muro que correspondía a las márgenes del río Ebro, y para ponerse en oración se había apartado de ellos algún espacio competente, quedando los discípulos algunos durmiendo y otros orando como su maestro; y porque todos estaban desimaginados de la novedad que les venía, se alargó un poco la procesión de los santos ángeles con la música, de manera que no sólo Santiago lo pudiese oír de lejos, sino también los discípulos, con que despertaron los que dormían y todos fueron llenos de suavidad interior y admiración, con celestial consuelo que los ocupó y casi enmudeció, dejándolos suspensos y derramando lágrimas de alegría. Reconocieron en el aire grandísima luz, más que si fuera al mediodía, aunque no se extendía universalmente más que en algún espacio, como un gran globo. Con esta admiración y nuevo gozo estuvieron sin menearse hasta que los llamó su Maestro. Con estos maravillosos efectos que sintieron, ordenó el Señor que estuviesen prevenidos y atentos a lo que de aquel gran misterio se les manifestase. Los santos ángeles pusieron el trono de su Reina y Señora a la vista del apóstol, que estaba en altísima oración y más que los discípulos sentía la música y percibía la luz. Traían consigo los ángeles prevenida una pequeña columna de mármol o de jaspe, y de otra materia diferente habían formado una imagen no grande de la Reina del cielo. Y a esta imagen traían otros ángeles con gran veneración, y todo se había prevenido aquella noche con la potencia que estos divinos espíritus obran en las cosas que la tienen.

352. Manifestósele a Santiago la Reina del cielo desde la nube y trono donde estaba rodeada de los coros de los ángeles, todos con admirable hermosura y refulgencia, aunque la gran Señora los excedía en todo a todos. El dichoso apóstol se postró en tierra y con profunda reverencia adoró a la Madre de su Criador y Redentor y vio juntamente la Imagen y columna o pilar en mano de algunos ángeles. La piadosa Reina le dio la bendición en nombre de su Hijo santísimo y le dijo: “Jacobo, siervo del Altísimo, bendito seáis en su diestra; él os salve y manifieste la alegría de su divino rostro.” Y todos los ángeles respondieron: “Amén.” Prosiguió la Reina del cielo y dijo: “Hijo mío Jacobo, este lugar ha señalado y destinado el altísimo y todopoderoso Dios del cielo, para que en la tierra le consagréis y dediquéis en un templo y casa de oración, de donde debajo del título de mi nombre quiere que el suyo sea ensalzado y engrandecido y que los tesoros de su divina diestra se comuniquen, franqueando liberalmente sus antiguas misericordias con todos los fieles y que por mi intercesión las alcancen, si las pidieren con verdadera fe y piadosa devoción. Yo en nombre del Todopoderoso les prometo grandes favores y bendiciones de dulzura y mi verdadera protección y amparo, porque éste ha de ser templo y casa mía y mi propia herencia y posesión. Y en testimonio de esta verdad y promesa quedará aquí esta columna y colocada mi propia imagen, que en este lugar donde edificaréis mi templo perseverará y durará con la santa fe hasta el fin del mundo. Daréis luego principio a esta casa del Señor, y habiéndole hecho este servicio partiréis a Jerusalén, donde mi Hijo santísimo quiere que le ofrezcáis el sacrificio de vuestra vida en el mismo lugar en que dio la suya para la Redención humana.”

353. Dio fin la gran Reina a su razonamiento, mandando a los ángeles que colocasen la columna y sobre ella la santa Imagen en el mismo lugar y puesto que hoy están, y así lo ejecutaron en un momento. Luego que se erigió la columna y se asentó en ella la sagrada Imagen, los mismos ángeles, y también el santo apóstol, reconocieron aquel lugar y título por Casa de Dios, puerta del cielo y tierra santa y consagrada en templo para gloria del Altísimo e invocación de su beatísima Madre. Y en fe de esto dieron culto, adoración y reverencia a la divinidad, y Santiago se postró en tierra, y los ángeles con nuevos cánticos celebraron los primeros con el mismo apóstol la nueva y primera dedicación de templo que se instituyó en el orbe después de la Redención humana y en nombre de la gran Señora del cielo y tierra. Este fue el origen felicísimo del santuario de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza, que con justa razón se llama cámara angelical, casa propia de Dios y de su Madre purísima, y digna de la veneración de todo el orbe y fiador seguro y abonado de los beneficios y favores del cielo, que no desmerecieron nuestros pecados. Me parece a mí que nuestro gran patrón y apóstol el segundo Jacobo dio principio más glorioso a este templo que el primer Jacobo al suyo de Betel, cuando caminaba peregrino a Mesopotamia, aunque aquel título y piedra que levantó (Gen 28,18) fuese lugar del futuro templo de Salomón. Allí vio en sueños Jacob la escala mística en figura y sombra con los ángeles, pero aquí vio nuestro Jacobo la escala verdadera del cielo con los ojos corporales, y más ángeles que en aquélla. Allí se levantó la piedra en título para el templo que muchas veces se había de destruir y en algunos siglos tendría fin, pero aquí, en la firmeza de esta verdadera columna consagrada, se aseguró el templo, la fe y culto del Altísimo hasta que se acabe el mundo, subiendo y bajando ángeles a las alturas con las oraciones de los fieles y con incomparables beneficios y favores que distribuye nuestra gran Reina y Señora a los que en aquel lugar con devoción la invocan y con veneración la honran.

354. Dio humildes gracias nuestro apóstol a María santísima y la pidió el amparo de este reino de España con especial protección, y mucho más de aquel lugar consagrado a su devoción y nombre. Y todo se lo ofreció la divina Madre, y dándole de nuevo su bendición, la volvieron los ángeles a Jerusalén con el mismo orden que la habían traído. Pero antes, a petición suya, ordenó el Altísimo que para guardar aquel santuario y defenderle quedase en él un ángel santo encargado de su custodia, y desde aquel día hasta ahora persevera en este ministerio y le continuará cuanto allí durare y permaneciere la Imagen sagrada y la columna. De aquí ha resultado la maravilla que todos los fieles y católicos reconocen de haberse conservado aquel santuario ileso y tan intacto por mil seiscientos y más años entre la perfidia de los judíos, la idolatría de los romanos, la herejía de los arrianos y la bárbara furia de los moros y paganos; y fuera mayor la admiración de los cristianos, si en particular tuvieran noticia de los arbitrios y medios que todo el infierno ha fabricado en diversos tiempos para destruir este santuario por mano de todos estos infieles y naciones. No me detengo en referir estos sucesos, porque no es necesario y tampoco pertenecen a mi intento. Basta decir que por todos estos enemigos de Dios lo ha intentado Lucifer muchas veces, y todas lo ha defendido el ángel santo que guarda aquel sagrario.

355. Pero advierto dos cosas que se me han manifestado para que aquí las escriba. La una, que las promesas aquí referidas, así de Cristo nuestro Salvador como de su Madre santísima, para conservar aquel templo y lugar suyo, aunque parecen absolutas, tienen implícita o encerrada la condición, como sucede en otras muchas promesas de la Escritura sagrada, que tocan a particulares beneficios de la divina gracia. Y la condición es, que de nuestra parte obremos de manera que no desobliguemos a Dios para que nos prive del favor y misericordia que nos promete y ofrece. Y porque Su Majestad en el secreto de su justicia reserva el peso de estos pecados con que le podemos desobligar, por eso no expresa ni declara esta condición; y porque también estamos avisados en su Santa Iglesia, que sus promesas y favores no son para que usemos de ellos contra el mismo Señor, ni pequemos en confianza de su liberal misericordia, pues ninguna ofensa tanto como ésta nos hace indignos de ella. Y tales y tantos pueden ser los pecados de estos reinos y de aquella piadosa ciudad de Zaragoza, que lleguemos a poner de nuestra parte la condición y número por donde merezcamos ser privados de aquel admirable beneficio y amparo de la gran Reina y Señora de los ángeles.

356. La segunda advertencia no menos digna de consideración es, que Lucifer y sus demonios, como conocen estas verdades y promesas del Señor, ha pretendido y pretende siempre la malicia de estos dragones infernales introducir mayores vicios y pecados en aquella ilustre ciudad y en sus moradores con más eficacia y astucia que en otras, y en especial de los que más pueden desobligar y ofender a la pureza de María santísima. El intento de esta serpiente antigua mira a dos cosas execrables: la una que, si puede ser, desobliguen los fieles a Dios para que les conserve allí aquel sagrado y por este camino consiga Lucifer lo que por otros no ha podido; la otra, que si no puede alcanzar esto, por lo menos impida en las almas la veneración y piedad de aquel templo sagrado y los grandes beneficios que tiene prometidos en él María santísima a los que dignamente los pidieren. Conoce bien Lucifer y sus demonios que los vecinos y moradores de Zaragoza están obligados a la Reina de los cielos con más estrecha deuda que muchas otras ciudades y provincias de la cristiandad, porque tienen dentro de sus muros la oficina y fuente de los favores y beneficios que otros van a buscar a ella. Y si con la posesión de tanto bien fuesen peores, y despreciasen la dignación y clemencia que nadie les pudo merecer, esta ingratitud a Dios y a su Madre santísima merecería mayor indignación y más grave castigo de la Justicia divina. Confieso con alegría a todos los que leyeren esta Historia, que por escribirla a solas dos jornadas de Zaragoza tengo por muy dichosa esta vecindad y miro aquel santuario con gran cariño de mi alma, por la deuda que todos conocerán tengo a la gran Señora del mundo. Me reconozco también obligada y agradecida a la piedad de aquella ciudad, y en retorno de todo esto quisiera con voces vivas renovar en sus moradores la cordial e íntima devoción que deben a María santísima y los favores que con ella pueden alcanzar y con el olvido y poca atención desmerecer. Considérense, pues, más beneficiados y obligados que otros fieles. Estimen su tesoro, gócenle felizmente y no hagan del propiciatorio de Dios casa inútil y común, convirtiéndola en tribunal de justicia, pues la puso María santísima para taller o tribunal de misericordias.

357. Pasada la visión de María santísima, llamó Santiago a sus discípulos, que de la música y resplandor estaban absortos, aunque ni oyeron ni vieron otra cosa. Y el gran maestro les dio noticia de lo que convenía, para que le ayudasen en la edificación del sagrado templo, en que puso mano y diligencia; y antes de partir de Zaragoza acabó la pequeña capilla donde está la santa Imagen y columna, con favor y asistencia de los ángeles. Y después con el tiempo los católicos edificaron el suntuoso templo y lo demás que adorna y acompaña aquel tan celebrado santuario. El evangelista San Juan no tuvo por entonces noticia de esta venida de la divina Madre a España, ni ella se lo manifestó, porque estos favores y excelencias no pertenecían a la fe universal de la Iglesia y por esto las guardaba en su pecho; aunque declaró otras mayores a San Juan y a los otros evangelistas, porque eran necesarias para la común instrucción y fe de los fieles. Pero cuando Santiago volvió de España por Efeso, entonces dio cuenta a su hermano Juan de lo que había sucedido en la peregrinación y predicación de España, y le declaró las dos veces que en ella había sido favorecido con las visiones de la beatísima Madre y de lo que en esta segunda le había sucedido en Zaragoza, del templo que dejaba edificado en esta ciudad. Y por relación del evangelista tuvieron noticia de este milagro muchos de los apóstoles y discípulos a quien se lo refirió él mismo después en Jerusalén para confirmarlos en la fe y devoción de la Señora del cielo, y en la confianza de su amparo. Y fue así, porque desde entonces los que conocieron este favor de Jacobo la llamaban y la invocaban en sus trabajos y necesidades, y la piadosa Madre socorrió a muchos, y a todos en diferentes ocasiones y peligros.

358. Sucedió este milagroso aparecimiento de María santísima en Zaragoza, entrando el año cuarenta del nacimiento de su Hijo nuestro Salvador, la segunda noche de dos de enero. Y desde la salida de Jerusalén a la predicación habían pasado cuatro años, cuatro meses y diez días, porque salió el santo apóstol año de treinta y cinco, como arriba dije (Cf. supra n.319), a veinte de agosto; y después del aparecimiento gastó en edificar el templo, en volver a Jerusalén y predicar, un año, dos meses y veinte y tres días; murió a los veinte y cinco de marzo del año cuarenta y uno. La gran Reina de los ángeles, cuando se le apareció en Zaragoza, tenía de edad cincuenta y cuatro años, tres meses y veinte y cuatro días; y luego que volvió a Jerusalén partió a Efeso, como diré en el libro y capítulo siguiente; al cuarto día se partió. De manera que se le dedicó este templo muchos años antes de su glorioso tránsito, como se entenderá cuando al fin de esta Historia (Cf. infra n.742) de la gran Señora declare su edad y el año en que murió, que desde este aparecimiento pasaron más de los que de ordinario se dice. Y en todos estos años ya en España era venerada con culto público y tenía templos, porque a imitación de Zaragoza se le edificaron luego otros, donde se le levantaron aras con solemne veneración.

359. Esta excelencia y maravilla es la que sin contradicción engrandece a España sobre cuanto de ella se puede predicar, pues ganó la palma a todas las naciones y reinos del orbe en la veneración, culto y devoción pública de la gran Reina y Señora del cielo María santísima, y viviendo en carne mortal se señaló con ella en adorarla e invocarla más que otras naciones lo han hecho después que murió y subió a los cielos para no volver al mundo. En retorno de esta antigua y general piedad y devoción de España con María santísima, tengo entendido que la piadosa Madre ha enriquecido tanto a estos reinos en lo público, con tantas imágenes suyas aparecidas y santuarios como hay en ellos, dedicados a su santo nombre, más que en otros reinos del mundo. Con estos singularísimos favores ha querido la divina Madre hacerse más familiar en este reino, ofreciéndole su amparo con tantos templos y santuarios como tiene, saliéndonos al encuentro en todas partes y provincias, para que la reconozcamos por nuestra Madre y Patrona, y también para que entendamos fía de esta nación la defensa de su honor y la dilatación de su gloria por todo el orbe.

360. Ruego yo y humildemente suplico a todos los naturales y moradores de España y en el nombre de esta Señora les amonesto despierten la memoria y aviven la fe, renueven y resuciten la devoción antigua de María santísima y se reconozcan por más rendidos y obligados a su servicio que otras naciones; y singularmente tengan en suma veneración el santuario de Zaragoza, como de mayor dignidad y excelencia sobre todos y como original de la piedad y veneración que España reconoce a esta Reina. Y crean todos los que leyeren esta Historia, que las antiguas dichas y grandezas de esta monarquía las recibió por María santísima y por los servicios que le hicieron en ella, y si hoy las reconocemos tan arruinadas y casi perdidas, lo ha merecido así nuestro descuido, con que obligamos al desamparo que sentimos. Y si deseamos el remedio de tantas calamidades, sólo podemos alcanzarle por mano de esta poderosa Reina, obligándola con nuevos y singulares servicios y demostraciones. Y pues el admirable beneficio de la fe Católica y los que he referido nos vinieron por medio de nuestro gran patrón y apóstol Santiago, renuévese también su devoción e invocación, para que por su intercesión el Todopoderoso renueve sus maravillas.

Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.

361. “Hija mía, advertida estás que no sin misterio en el discurso de esta Historia te he manifestado tantas veces los secretos del infierno contra los hombres, los consejos y traiciones que fabrica para perderlos, la furiosa indignación y desvelo con que lo procura, sin perder punto, lugar ni ocasión y sin dejar piedra que no mueva, ni camino, estado o persona a quien no ponga muchos lazos en que caiga y, más peligrosos y más engañosos por más ocultos, los derrama contra los que cuidadosos desean la vida eterna y la amistad de Dios. Y sobre estos generales avisos se te han manifestado muchas veces los conciliábulos y prevenciones que contra ti confieren y disponen. A todos los hijos de la Iglesia les importa salir de la ignorancia en que viven de tan inevitables peligros de su eterna perdición, sin conocer ni advertir que fue castigo del primer pecado perder la luz de estos secretos y después, cuando podían merecerla, se hacen incapaces y más indignos por los pecados propios. Con esto, viven muchos de los mismos fieles tan olvidados y descuidados como si no hubiera demonios que los persiguieran y engañaran, y si tal vez lo advierten es muy superficialmente y de paso y luego se vuelven a su olvido, que pesa en muchos no menos que las penas eternas. Si en todos tiempos y lugares, en todas obras y ocasiones, les pone asechanzas el demonio, justo y debido era que ningún cristiano diera un solo paso sin pedir el favor divino, para conocer el peligro y no caer en él. Pero como es tan torpe el olvido que de esto tienen los hijos de Adán, apenas hacen obra que no sean lastimados y heridos de la serpiente infernal y del veneno que derrama por su boca, con que acumulan culpas a culpas, males a males, que irritan la justicia divina y desmerecen la misericordia.

362. “Entre estos peligros te amonesto, hija mía, que como has conocido contra ti mayor indignación y desvelo del infierno, le tengas tú con la divina gracia tan grande y continuo, como te conviene para vencer a este astuto enemigo. Atiende a lo que yo hice cuando conocí el intento de Lucifer para perseguirme a mí y a la Santa Iglesia: multipliqué las peticiones, lágrimas, suspiros y oraciones; y porque los demonios se querían valer de Herodes y de los judíos de Jerusalén, aunque yo pudiera estar con menor temor en la ciudad y me inclinaba a esto, la desamparé para dar ejemplo de cautela y de obediencia: de lo uno alejándome del peligro y de lo otro gobernándome por la voluntad y obediencia de San Juan. Tú no eres fuerte y tienes mayor peligro por las criaturas y a más de esto eres mi discípula, tienes mis obras y vida por ejemplar para la tuya; y así quiero que en reconociendo el peligro te alejes de él, si fuere necesario, cortes por lo más sensible y siempre te arrimes a la obediencia de quien te gobierna como a norte seguro y columna fuerte para no caer. Advierte mucho si debajo de piedad aparente te esconde el enemigo algún lazo; guárdate no padezcas tú por granjear a otros. Ni te fíes de tu dictamen, aunque te parezca bueno y seguro; no dificultes obedecer en cosa alguna, pues yo por la obediencia salí a peregrinar con muchos trabajos y descomodidades.

363. Renueva también los afectos y deseos de seguir mis pasos y de imitarme con perfección, para proseguir lo que resta de mi vida y escribirlo en tu corazón. Corre por el camino de la humildad y obediencia tras el olor de mi vida y virtudes, que si me obedecieres, como de ti quiero y tantas veces te repito y exhorto, yo te asistiré como a hija en tus necesidades y tribulaciones y mi Hijo santísimo cumplirá en ti su voluntad como lo desea, antes que acabes esta obra, y se ejecutarán las promesas que muchas veces nos has oído, y serás bendita de su poderosa diestra. Magnifica y engrandece al Altísimo por el favor que hizo a mi siervo Jacobo en Zaragoza y por el templo que allí me edificó antes de mi tránsito y todo lo que de esta maravilla te he manifestado, y porque aquel templo fue el primero de la ley evangélica y de sumo agrado para la Beatísima Trinidad.”