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De Nuevo a Tapa

 

MISTICA CIUDAD DE DIOS

VIDA DE LA VIRGEN MARIA

Maria de Jesús Agreda 

TERCERA PARTE

CONTIENE LO QUE H IZO DESPUÉS DE LA ASCENSIÓN DE SU HIJO NUESTRO SALVADOR HASTA QUE LA GRAN REINA MURIÓ Y FUE CORONADA POR EMPERATRIZ DE LOS CIELOS.

INTRODUCCION A LA TERCERA PARTE DE LA DIVINA HISTORIA Y VIDA SANTISIMA DE MARIA MADRE DE DIOS

1. El que navega en un peligroso y alto mar, cuanto más engolfado se halla en él, tanto más suele sentir los temores de las tormentas y los recelos de sus cosarios enemigos, de quien puede ser invadido. Aumentan este cuidado la ignorancia y la flaqueza, porque ni sabe cuándo ni por dónde le acometerá el peligro, ni tampoco es poderoso para divertirle antes que llegue ni a resistirle cuando llegare. Esto mismo es lo que me sucede a mí, engolfada en el inmenso piélago de la excelencia y grandezas de María santísima, aunque es mar en leche, lleno de serenidad muy tranquila, que así lo conozco y confieso. Y no basta para vencer mis temores el hallarme tan adelante en este océano de la gracia, con dejar escritas la primera y segunda parte de su Vida santísima, porque en ella misma, como en espejo inmaculado, he conocido con mayor luz y claridad mi propia insuficiencia y vileza, y con la más evidente noticia se me representa el objeto de esta divina Historia más impenetrable y menos comprensible para todo entendimiento criado. No descansan tampoco los enemigos, príncipes de las tinieblas, que como cosarios molestísimos pretenden afligirme y desconfiarme con falsas ilusiones y tentaciones llenas de iniquidad y astucia sobre toda mi ponderación. No tiene otro recurso el navegante más de convertir su vista al norte, que como estrella del mar segura y fija le gobierna y guía entre las olas. Yo trabajo por hacer lo mismo en la tormenta de mis varias tentaciones y temores, y convertida al norte de la voluntad divina y a mi estrella María santísima, por donde la conozco con la obediencia, muchas veces afligida, turbada y temerosa clamo de lo íntimo del corazón y digo: Señor y Dios altísimo, ¿qué haré entre mis dudas? ¿Proseguiré adelante o mudaré de intento en proseguir el discurso de esta Historia? Y vos, Madre de la gracia y mi Maestra, declaradme vuestra voluntad y de vuestro Hijo santísimo.

2. Confieso con verdad y como debo a la divina dignación que siempre ha respondido a mis clamores y nunca me ha negado su paternal clemencia, declarándome su voluntad por diversos modos. Y aunque se deja entender esta verdad en la asistencia de la divina luz para dejar escritas la primera y segunda parte, pero sobre este favor son innumerables las veces que el mismo Señor por sí mismo, por su Madre santísima y por sus ángeles me ha quietado y asegurado, añadiendo firmezas a firmezas y testimonios para vencer mis temores y cobardías. Y lo que más es, que los mismos ángeles visibles, que son los prelados y ministros del Señor en su santa Iglesia, me han aprobado e intimado la voluntad del Altísimo, para que sin recelos la creyese y ejecutase, prosiguiendo esta divina Historia. Tampoco me ha faltado la inteligencia de la luz o ciencia infusa que con fuerte suavidad y dulce fuerza llama, enseña y mueve a conocer lo más alto de la perfección y lo purísimo de la santidad, lo supremo de la virtud y lo más amable de la voluntad, y que todo esto se me ofrece como encerrado y reservado en esta arca mística de María santísima, como maná escondido, para que lleguen a gustarle y poseerle.

3. Pero con todo esto, para entrar en esta tercera parte y comenzar a escribirla, he tenido nuevas y fuertes contradicciones, no menos difíciles de vencer que para las dos primeras. Y puedo afirmar sin recelo que no dejo escrito período ni palabra ni me determino a escribirla sin reconocer más tentaciones que escribo letras. Y aunque para el embarazo de mis temores me basto yo a mí misma, pues conociéndome la que soy no puedo dejar de ser cobarde ni puedo fiar de mí menos de lo que experimento en mi flaqueza, pero ni esto ni la grandeza del asunto eran los impedimentos que hallaba, aunque no luego los conocí. Presenté al Señor la segunda parte que tenía escrita, como antes lo hice de la primera. Me compelía la obediencia con rigor para dar principio a esta tercera y, con la fuerza que comunica esta virtud a los que se sujetan a ella, animaba mi cobardía y alentaba el desmayo que reconocía en mí para ejecutar lo que se me mandaba. Pero entre los deseos y dificultades de comenzar, anduve fluctuando algunos días como nave combatida de contrarios y fuertes vientos.

4. Por una parte, me respondía el Señor que prosiguiese lo comenzado, que aquélla era su voluntad y beneplácito, y nunca reconocía otra cosa en mis continuas peticiones. Y aunque alguna vez disimulaba estos órdenes del Altísimo y no los manifestaba luego al prelado y confesor no por ocultarlos sino para mayor seguridad y para no sospechar que se gobernaba sólo por mis informes, pero Su Majestad, que en sus obras es tan uniforme, les ponía en el corazón nueva fuerza para que con imperio y preceptos me lo mandasen, como siempre lo han hecho. Por otra parte, la emulación y malicia de la antigua serpiente calumniaba todas las obras y movimientos y despertaba o movía contra mí una tormenta deshecha de tentaciones, que tal vez quería levantarme a lo altivo de su soberbia, otras y muchas me quería abatir a lo profundo de la desconfianza y envolverme en una caliginosa tiniebla de temores desordenados, juntando a éstas otras diversas tentaciones interiores y exteriores, creciendo todas al paso que proseguía esta Historia y más cuando me inclinaba a concluirla. Valió se también del dictamen de algunas personas este enemigo, que por natural obligación debía algún respeto y no me ayudaban a proseguir lo comenzado. Turbaba también a las religiosas que tengo a mi cargo. Me parecía que me faltaba tiempo, porque no había de dejar el seguimiento de la comunidad, que era la mayor obligación de prelada. Y con todos estos ahogos no acababa de asentar ni quietar el interior en la paz y tranquilidad que era necesaria y conveniente para recibir la luz actual e inteligencia de los misterios que escribo; porque ésta no se percibe bien ni se comunica por entero entre los torbellinos de tentaciones que inquietan al espíritu y sólo viene en aire blando y sereno que templa las potencias interiores.

5. Afligida y conturbada de tanta variedad de tentaciones, no cesaban mis clamores, y un día en particular dije al Señor: Altísimo Dueño y bien mío de mi alma, no son ocultos a vuestra sabiduría mi gemido y mis deseos de daros gusto y no errar en vuestro servicio. Amorosamente me lamento en vuestra real presencia, porque o me mandáis, Señor, lo que no puedo yo cumplir, o dais mano a vuestros enemigos y míos para que con su malicia me lo impidan. Me respondió Su Majestad a esta querella y con alguna severidad me dijo: Advierte, alma, que no puedes continuar lo comenzado ni acabarás de escribir la Vida de mi Madre, si no eres en todo muy perfecta y agradable a mis ojos, porque yo quiero coger en ti el copioso fruto de este beneficio y que tú le recibas la primera con tanta plenitud, y para que lo logres como yo lo quiero, es necesario que se consuma en ti todo lo que tienes de terrena e hija de Adán, los efectos del pecado con tus inclinaciones y malos hábitos. Esta respuesta del Señor despertó en mí nuevos cuidados y más encendidos deseos de ejecutar todo lo que se me daba a conocer en ella, que no sólo era una común mortificación de las inclinaciones y pasiones, sino una muerte absoluta de toda la vida animal y terrena y una renovación y transformación en otro ser y nueva vida celestial y angélica.

6. Y deseando extender mis fuerzas a lo que se me proponía, examinaba mis inclinaciones y apetitos, rodeaba por las calles y por los ángulos de mi interior y sentía un conato vehemente de morir a todo lo visible y terreno. Padecí en estos ejercicios algunos días grandes aflicciones y desconsuelos, porque al paso de mis deseos crecían también los peligros y ocasiones de divertimientos con criaturas que bastaban para impedirme, y cuanto más quería alejarme de todo tanto más metida y oprimida me hallaba con lo mismo que aborrecía. Y de todo se valía el enemigo para desmayarme, representándome por imposible la perfección de vida que deseaba. A este desconsuelo se juntó otro nuevo y extraordinario con que me hallé impensadamente. Este fue que comencé a sentir en mi persona una nueva disposición de cuerpo tan viva y que me hacía tan sensible para sufrir los trabajos, que los muy fáciles, siendo penales, se me hacían más intolerables que los mayores de hasta entonces. Las ocasiones de mortificación, que antes eran muy sufribles, se me hacían violentísimas y terribles y en todo lo que era padecer dolor sensible me sentía tan débil que me parecían mortales heridas. Sufrir una disciplina era deliquio hasta desmayar y cada golpe me dividía el corazón, y sin encarecimiento digo que sólo el tocarme una mano con otra me hacía saltar las lágrimas, con grande confusión y desconsuelo mío de verme tan miserable. Y experimenté, haciéndome fuerza a trabajar no obstante el mal que tenía, saltarme por las uñas la sangre.

7. Ignoraba la causa de esta novedad, y discurriendo conmigo misma y diciendo con despecho: ¡Ay de mí! ¿Qué miseria mía es ésta? ¿Qué mudanza la que siento? Mándame el Señor que me mortifique y muera a todo y me hallo ahora más viva y menos mortificada. Padecí algunos días grandes amarguras y despechos con mis discursos, y para moderarlos me consoló el Altísimo diciéndome: Hija y esposa mía, no se aflija tu corazón con el trabajo y novedad que sientes en padecer tan vivamente. Yo he querido que por este medio queden en ti extinguidos los efectos del pecado y seas renovada para nueva vida y operaciones más altas y de mi mayor agrado, y hasta conseguir este nuevo estado no podrás comenzar lo que te resta de escribir de la Vida de mi Madre y tu Maestra. Con esta nueva respuesta del Señor recobré algún esfuerzo, porque siempre sus palabras son de vida y la comunican al corazón. Y aunque los trabajos y tentaciones no aflojaban, me disponía a trabajar y pelear, pero desconfiada siempre de mi flaqueza y debilidad y de hallar remedio. Le buscaba contra ellas en la Madre de la vida y determiné pedirle con instancias y veras su favor, como a único y último refugio de los necesitados y afligidos y como de quien y por quien a mí, la más inútil de la tierra, me vinieron siempre muchos bienes y beneficios.

8. Me postré a los pies de esta gran Señora del cielo y tierra y, derramando mi espíritu en su presencia, la pedí misericordia y remedio de mis imperfecciones y defectos. Le representé mis deseos de su agrado y de su Hijo santísimo y me ofrecí de nuevo para su mayor servicio, aunque me costase pasar por fuego y por tormentos y derramar mi sangre. Y a esta petición me respondió la piadosa Madre y dijo: Hija mía, los deseos que de nuevo enciende el Altísimo en tu pecho, no ignoras que son prendas y efectos del amor con que te llama para su íntima comunicación y familiaridad. Y su voluntad santísima y la mía es que de tu parte los ejecutes para no impedir tu vocación ni retardar más el agrado de Su Majestad que de ti quiere. En todo el discurso de la Vida que escribes te he amonestado y declarado la obligación con que recibes este nuevo y grande beneficio, para que en ti copies la estampa viva de la doctrina que te doy y del ejemplar de mi vida según las fuerzas de la gracia que recibieres. Ya llegas a escribir la última y tercera parte de mi Historia, y es tiempo de que te levantes a mi perfecta imitación y te vistas de nueva fortaleza y extiendas la mano a cosas fuertes (Prov 31,17.19). Con esta nueva vida y operaciones darás principio a lo que resta de escribir, porque ha de ser ejecutando lo que vas conociendo. Y sin esta disposición no podrás escribirlo, porque la voluntad del Señor es que mi vida quede más escrita en tu corazón que en el papel y en ti sientas lo que escribes para que escribas lo que sientes.

9. Quiero para esto que tu interior se desnude de toda imagen y afecto de lo terreno, para que, alejada y olvidada de todo lo visible, tu conversación y continuo trato sea (Filp 3,20) con el mismo Señor, conmigo y con sus ángeles, y todo lo demás fuera de esto ha de ser para ti extraño y peregrino. Con la fuerza de esta virtud y pureza que de ti quiero quebrantarás la cabeza de la antigua serpiente y vencerás la resistencia que te hace para escribir y para obrar. Y porque admitiendo sus vanos temores eres tarda en responder al Señor y en entrar por el camino que él te quiere llevar y en dar crédito a sus beneficios, quiero decirte ahora que por esto su divina providencia ha dado permiso a este dragón para que como ministro de su justicia castigue tu incredulidad y el no reducirte a su perfecta voluntad. Y el mismo enemigo ha tomado mano para hacerte caer en algunas faltas, proponiéndote sus engaños vestidos de buena intención y fines virtuosos; y trabajando en persuadirte falsamente que tú no eres para tan grandes favores y tan raros beneficios, porque ninguno mereces, te ha hecho grosera y tarda en el agradecimiento. Y como si estas obras del Altísimo fueran de justicia y no de gracia, te has embarazado mucho en este engaño, dejando de obrar lo mucho que pudieras con la gracia divina y no correspondiendo a lo que sin méritos propios recibes. Ya, carísima, es tiempo que te asegures y creas al Señor y a mí, que te enseño lo más seguro y más alto de la perfección, que es mi perfecta imitación, y que sea vencida la soberbia y crueldad del dragón y quebrantada su cabeza con la virtud divina. No es razón que tú la impidas ni retardes, sino que olvidada de todo te entregues afectuosa a la voluntad de mi Hijo santísimo y mía, que de ti queremos lo más santo, loable y agradable a nuestros ojos y beneplácito.

10. Con esta enseñanza de mi divina Señora, Madre y Maestra recibió mi alma nueva luz y deseos de obedecerla en todo. Renové mis propósitos, me determiné a levantarme sobre mí con la gracia del Altísimo y procuré disponerme para que en mí se ejecutase sin resistencia su voluntad divina. Me ayudé de lo áspero y doloroso de la mortificación, que era penoso para mí, por la viveza y sensibilidad que sentía, como arriba dije (Cf. supra n.6), pero no cesaba la guerra y resistencia del demonio. Y reconocía que la empresa que intentaba era muy ardua y que el estado a que me llevaba el Señor era de refugio, pero muy alto para la humana flaqueza y gravedad terrena. Bien daré a entender esta verdad y la tardanza de mi fragilidad y torpeza, confesando que todo el discurso de mi vida ha trabajado el Señor conmigo para levantarme del polvo y del estiércol de mi vileza, multiplicando beneficios y favores que exceden a mi pensamiento. Y aunque todos los ha encaminado su diestra poderosa para este fin y no conviene ahora ni es posible referirlos, pero tampoco me parece justo callarlos todos, para que se vea en qué lugar tan ínfimo nos puso el pecado y qué distancia interpuso entre la criatura racional y el fin de las virtudes y perfección de que es capaz y cuánto cuesta restituirla a él.

11. Algunos años antes de lo que ahora escribo recibí un beneficio grande y repetido por la divina diestra. Y fue un linaje de muerte, como civil, para las operaciones de la vida animal y terrena, y a esta muerte se siguió en mí otro nuevo estado de luz y operaciones. Pero como siempre queda el alma vestida de la mortal y terrena corrupción, siempre siente este peso que la abruma y atierra, si no renueva el Señor sus maravillas y favorece y ayuda con la gracia. Renovó en mí en esta ocasión la que he dicho (Cf. supra n.9) por medio de la Madre de piedad, y hablándome esta dulcísima Señora y gran Reina me dijo en una visión: Atiende, hija mía, que ya tú no has de vivir tu vida, sino la de tu esposo Cristo en ti; él ha de ser vida de tu alma y alma de tu vida. Para esto quiere por mi mano renovar en ti la muerte de la antigua vida que antes se ha obrado contigo y renovar la vida que de ti queremos. Sea manifiesto desde hayal cielo y a la tierra que murió al mundo sor María de Jesús, mi hija y sierva, y que el brazo del Altísimo hace esta obra, para que esta alma viva con eficacia en sólo aquello que la fe enseña. Con la muerte natural se deja todo, y esta alma, alejada de ello, por última voluntad y testamento entregó su alma a su Criador y Redentor y su cuerpo a la tierra del propio conocimiento y al padecer sin resistencia. De esta alma nos encargamos mi Hijo santísimo y yo, para cumplir su última voluntad y fin si con ella nos obedeciere con prontitud. Y celebramos sus exequias con los moradores de nuestra corte, para darle la sepultura en el pecho de la humanidad del Verbo eterno, que es el sepulcro de los que mueren al mundo en la vida mortal. Desde ahora no ha de vivir en sí ni para sí con operaciones de Adán, porque en todas se ha de manifestar en ella la vida de Cristo, que es su vida. Y yo suplico a su piedad inmensa mire a esta difunta y reciba su alma sólo para sí mismo y la reconozca por peregrina y extraña en la tierra y moradora en lo superior y más divino. Y a los ángeles ordeno la reconozcan por compañera suya y la traten y comuniquen como si estuviera libre de la carne mortal.

12. A los demonios mando dejen a esta difunta, como dejan a los muertos que no son de su jurisdicción ni tienen parte en ellos, pues ya desde hoy ha de quedar más muerta a lo visible que los mismos difuntos al mundo. Y a los hombres conjuro que la pierdan de vista y la olviden, como olvidan a los muertos, para que así la dejen descansar y no la inquieten en su paz. Y a ti, alma, te mando y amonesto te imagines como los que dieron fin al siglo en que vivían y están para eterna vida en presencia del Altísimo; quiero que tú en el estado de la fe los imites, pues la seguridad del objeto y la verdad es la misma en ti que en ellos. Tu conversación ha de ser en las alturas, tu trato con el Señor de todo lo criado y esposo tuyo, tus conferencias con los ángeles y santos, y toda tu atención ha de estar en mí, que soy tu Madre y Maestra. Para todo lo demás terreno y visible ni has de tener vida ni movimiento, operaciones ni acciones, más que las que tiene un cuerpo muerto, que ni muestra vida ni sentimiento en cuanto le sucede y se hace con él. No te han de inquietar los agravios, ni moverte las lisonjas, no has de sentir injurias ni levantarte por las honras, no has de conocer la presunción ni derribarte la desconfianza, no has de consentir en ti efecto alguno de la concupiscencia y de la ira, porque tu dechado en estas pasiones ha de ser un cuerpo ya difunto libre de ellas. Ni tampoco del mundo debes aguardar más correspondencia que la que tiene con un cuerpo muerto, que olvida luego a los mismos que antes alababa viviendo, y hasta el que le tenía por más íntimo y muy propio procura con presteza quitarle de sus ojos, aunque sea padre o hermano, y por todo pasa el difunto sin quejarse ni sentirse por ofendido, ni el muerto tampoco hace caso de los vivos y menos atiende a ellos ni a lo que deja entre los vivos.

13. Y cuando así te hallares ya difunta, sólo resta que te consideres alimento de gusanos y vilísima corrupción muy despreciable, para que seas sepultada en la tierra de tu propio conocimiento, de tal manera que tus sentidos y pasiones no tengan osadía de despedir mal olor ante el Señor ni entre los que viven por estar mal cubiertas y enterradas, como sucede a un cuerpo muerto. Mayor será el horror, a tu entender, que tú causarás a Dios y a los santos manifestándote viva al mundo o menos mortificadas tus pasiones, que les causarían a los hombres los cuerpos muertos sobre la tierra descubiertos. Y el usar de tus potencias, ojos, oídos, tacto y los demás para servir al gusto o al deleite, ha de ser para ti tan grande novedad o escándalo como si vieras a un difunto que se movía. Pero con esta muerte quedarás dispuesta y preparada para ser esposa única de mi Hijo santísimo y verdadera discípula e hija mía carísima. Tal es el estado que de ti quiero y tan alta la sabiduría que te he de enseñar en seguir mis pisadas y en imitar mi vida, copiando en ti mis virtudes en el grado que te fuere concedido. Este ha de ser el fruto de escribir mis excelencias y los altísimos sacramentos que te manifiesta el Señor de mi santidad. No quiero que salgan del depósito de tu pecho, sin dejar obrada en ti la voluntad de mi Hijo y mía, que es tu suma o grande perfección. Pues bebes las aguas de la sabiduría en su origen, que es el mismo Señor, y no será razón que tú quedes vacía y sedienta de lo que a otras administras, ni acabes de escribir esta Historia sin que logres la ocasión y este gran beneficio que recibes. Prepara tu corazón con esta muerte que de ti quiero y conseguirás mi deseo y tuyo.

14. Hasta aquí habló conmigo la gran Señora del cielo en esta ocasión, y en otras muchas me ha repetido esta doctrina de vida saludable y eterna, de que dejo escrito mucho en las doctrinas que me ha dado en los capítulos de la primera y segunda parte y diré más en esta tercera. Y en todo se conocerá bien mi tardanza y desagradecimiento a tantos beneficios, pues me hallo siempre tan atrasada en la virtud y tan viva hija de Adán, habiéndome prometido esta gran Reina y su poderoso Hijo tantas veces que si muero a lo terreno y a mí misma me levantarán a otro estado y habitación muy encumbrada, que de nuevo y de gracia se me promete con el favor divino. Esta es una soledad y desierto en medio de las criaturas, sin tener comercio con ellas y participando solamente de la vista y comunicación del mismo Señor y de su Madre santísima y los santos ángeles y dejando gobernar todas mis operaciones y movimientos por la fuerza de su divina voluntad para los fines de su mayor gloria y honra.

15. En todo el discurso de mi vida desde mi niñez me ha ejercitado el Altísimo con algunos trabajos de continuas enfermedades, dolores y otras molestias de criaturas. Pero creciendo los años creció también el padecer con otro nuevo ejercicio, con que he olvidado mucho todos los demás, porque ha sido una espada de dos filos que ha penetrado hasta el corazón y dividido mi espíritu y el alma, como dice el Apóstol (Heb 4,12). Este ha sido el temor que muchas veces he insinuado y por que he sido reprendida en esta Historia. Mucho le sentí desde niña, pero se descubrió y excedió de punto después que entré religiosa y me apliqué toda a la vida espiritual y el Señor se comenzó a manifestar más a mi alma. Desde entonces me puso el mismo Señor en esta cruz o en esta prensa el corazón, temiendo si iba por buen camino, si sería engañada, si perdería la gracia y amistad de Dios. Se aumentó mucho este trabajo con la publicidad que incautamente causaron algunas personas en aquel tiempo con grande desconsuelo mío y con los terrores que otros me pusieron de mi peligro. De tal manera se arraigó en mi corazón este vivo temor, que jamás ha cesado ni he podido vencerle del todo con la satisfacción y seguridad que mis confesores y prelados me han dado, ni con la doctrina que me han enseñado, con las reprensiones que me han corregido, ni otros medios de que para esto se han valido. Y lo que más es, aunque los ángeles y la Reina del cielo y el mismo Señor continuamente me quietaban y sosegaban y en su presencia me sentía libre, pero en saliendo de la esfera de aquella luz divina luego era combatida de nuevo con increíble fuerza, que se conocía ser del infernal dragón y de su crueldad, con que era turbada, afligida y contristada, temiendo el peligro en la verdad, como si no lo fuera. Y donde más cargaba la mano este enemigo era en ponerme terror si lo comunicaba con mis confesores, en especial al prelado que me gobernaba, porque ninguna cosa más teme este príncipe de las tinieblas que la luz y potestad que tienen los ministros del Señor.

16. Entre la amargura de este dolor y un deseo ardentísimo de la gracia y no perder a Dios he vivido muchos años, alternándose en mí tantos y tan varios sucesos que sería imposible referirlos. La raíz de este temor creo era santa, pero muchas ramas habían sido infructuosas, aunque de todas sabe servirse la sabiduría divina para sus fines; y por esto daba permiso al enemigo que me afligiese, valiéndose del remedio del mismo beneficio del Señor, porque el temor desordenado y que impide, aunque quiere imitar al bueno, es malo y del demonio. Mis aflicciones a tiempos han llegado a tal punto, que me parece nuevo beneficio no haber acabado conmigo en la vida mortal y más en la del alma. Pero el Señor, a quien los mares y los vientos obedecen y todas las cosas le sirven, que administra su alimento a toda criatura en el tiempo más oportuno, ha querido por su divina dignación hacer tranquilidad en mi espíritu, para que la goce con más treguas, escribiendo lo que resta de esta Historia. Algunos años hace que me consoló Su Divina Majestad, prometiéndome por sí que me daría quietud y gozaría de interior paz antes de morir y que el dragón estaba tan furioso contra mí, rastreando que le faltaría tiempo para perseguirme.

17. Y para escribir esta tercera parte, me habló Su Majestad un día y con singular agrado y dignación me dijo estas razones: Esposa y amiga mía, yo quiero aliviar tus penas y moderar tus aflicciones; sosiégate, paloma mía, y descansa en la segura suavidad de mi amor y de mi poderosa y real palabra, que con ella te aseguro soy yo el que te hablo y elijo tus caminos para mi agrado. Yo soy quien te llevo por ellos y estoy a la diestra de mi eterno Padre y en el sacramento de la eucaristía con las especies del pan. Y esta certeza te doy de mi verdad, para que te quietes y asegures; porque no te quiero, amiga mía, para esclava sino para hija y esposa y para mis regalos y delicias. Basten ya los temores y amarguras que has padecido. Venga la serenidad y sosiego de tu afligido corazón. Estos regalos y aseguraciones del Señor, muchas veces repetidos, pensará alguno que no humillan y que sólo es gozar, y es de manera que me abaten el corazón hasta lo último del polvo y me llenan de cuidados y recelos por mi peligro. Quien al contrario imaginase, sería poco experimentado y capaz de estas obras y secretos del Altísimo. Cierto es que yo he tenido novedad en mi interior y mucho alivio en las molestias y tentaciones de estos desordenados temores, pero el Señor es tan sabio y poderoso que, si por una parte asegura, por otra despierta al alma y la pone en nuevos cuidados de su caída y peligros, con que no la deja levantar de su conocimiento y humillación.

18. Yo puedo confesar que con éstos y otros continuos favores el Señor no tanto me ha quitado los temores cuanto me los ha ordenado; porque siempre vivo con pavor si le disgustaré o perderé, cómo seré agradecida y corresponderé a su fidelidad, cómo amaré con plenitud a quien por sí es sumo bien, y a mí me tiene tan merecido el amor que puedo darle y aun lo que no puedo. Poseída de estos recelos y por mi grande miseria, cuitadez y muchas culpas, dije en una de estas ocasiones al Muy Alto: Amor mío dulcísimo, y Dueño y Señor de mi alma, aunque tanto me aseguráis para aquietar mi turbado corazón, ¿cómo puedo yo vivir sin mis temores en los peligros de tan penosa y temerosa vida, llena de tentaciones y asechanzas, si tengo mi tesoro en vaso frágil, débil y más que otra alguna criatura? Me respondió con paternal dignación y me dijo: Esposa y querida mía, no quiero que dejes el temor justo de ofenderme, pero es mi voluntad que no te turbes ni contristes con desorden, impidiéndote para lo perfecto y levantado de mi amor. A mi Madre tienes por dechado y maestra, para que ella te enseñe y tú la imites. Yo te asisto con mi gracia y te encamino con mi dirección; dime, pues, qué me pides o qué quieres para tu seguridad y quietud.

19. Repliqué al Señor y con el rendimiento que yo pude le dije: Altísimo Señor y Padre mío, mucho es lo que me pedís, aunque lo debo todo a vuestra bondad y amor inmenso; pero conozco mi flaqueza e inconstancia y sólo me aquietaré con no ofenderos ni con un breve pensamiento ni movimiento de mis potencias, sino que mis acciones todas sean de vuestro beneplácito y agrado. Me respondió Su Majestad: No te faltarán mis continuos auxilios y favores si tú me correspondes. Y para que mejor lo hagas, quiero hacer contigo una obra digna del amor con que te amo. Yo pondré desde mi ser inmutable hasta tu pequeñez una cadena de mi especial providencia, que con ella quedes asida y presa, de manera que, si por tu flaqueza o voluntad hicieres algo que disuene a mi agrado, sientas una fuerza con que yo te detenga y vuelva para mí. Y el efecto de este beneficio conocerás desde luego y le sentirás en ti misma, como la esclava que está asida con prisiones para que no huya.

20. El Todopoderoso ha cumplido esta promesa con gran júbilo y bien de mi alma, porque entre otros muchos favores y beneficios que no conviene referirlos ni son para este intento ninguno ha sido para mí tan estimable como éste. Y no sólo le reconozco en los peligros grandes, sino en los más pequeños, de manera que, si por negligencia o descuido omito alguna obra o ceremonia santa, aunque no sea más de humillarme en el coro o besar la tierra cuando entro para adorar al Señor, como lo usamos en la religión, luego siento una fuerza suave que me tira y avisa de mi defecto y no me deja, cuanto es de su parte, cometer una pequeña imperfección. Y si algunas veces caigo en ella como flaca, está luego a la mano esta fuerza divina y me causa tan grande pena que me divide el corazón. Y este dolor sirve entonces de freno con que se detiene cualquiera inclinación desordenada y de estímulo para buscar luego el remedio de la culpa o imperfección cometida. Y como los dones del Señor son sin penitencia (Rom 9,29 (A.)), no sólo no me ha negado Su Majestad el que recibo con esta misteriosa cadena. mas antes bien, por su divina dignación, un día, que fue el de su santo nombre y circuncisión, conocí que tresdoblaba esta cadena, para que con mayor fuerza me gobernase y fuese más invencible, porque el cordel tresdoblado, como dice el Sabio (Ecl 4,12 (A.)), con dificultad se rompe. Y de todo necesita mi flaqueza, para no ser vencida de tan importunas y astutas tentaciones como fabrica contra mí la antigua serpiente.

21. Estas se fueron acrecentando tanto por este tiempo, no obstante los beneficios y mandatos referidos del Señor y la obediencia y otros que no digo, que todavía recateaba comenzar a escribir esta última parte de esta Historia, porque de nuevo sentía contra mí el furor de las tinieblas y sus potestades que me querían sumergir. Así lo entendí y me declararé con lo que dijo san Juan en el capítulo 12 del Apocalipsis (Ap 12,15-17). Que el dragón grande y rojo arrojó de su boca un río de agua contra aquella Mujer divina, a quien perseguía desde el cielo, y como no pudo anegarla ni tocarla se convirtió muy airado contra las reliquias y semilla de aquella gran Señora, que están señaladas con el testimonio de Cristo Jesús en su Iglesia. Conmigo estrenó su ira esta antigua serpiente por el tiempo que voy tratando, turbándome y obligándome, en la forma que puede, a cometer algunas faltas que me embarazaban para la pureza y perfección de vida que me pedían y para escribir lo que me mandaban. Y perseverando esta batalla dentro de mí misma, llegó el día que celebramos la fiesta del santo Angel custodio, que es el primero de marzo. Estando en el coro en maitines, sentí de improviso un ruido o movimiento muy grande, que con temor reverencial me encogió y humilló hasta la tierra. Luego vi gran multitud de ángeles que llenaban la reglón del aire por todo el coro, y en medio de ellos venía uno de mayor refulgencia y hermosura como en un estrado y tribunal de juez. Entendí luego que era el arcángel san Miguel. Y al punto me intimaron que los enviaba el Altísimo con especial potestad y autoridad para hacer juicio de mis descuidos y culpas.

22. Yo deseaba postrarme en tierra y reconocer mis yerros, para llorarlos humillada ante aquellos soberanos jueces, y por estar en presencia de las religiosas no me atreví a darles qué notar con postrarme corporalmente, pero con el interior hice lo que me fue posible, llorando con amargura mis pecados. Y en el ínterin conocí cómo los santos ángeles, hablando y confiriendo entre sí mismos, decían: Esta criatura es inútil, tarda y poco fervorosa en obrar lo que el Altísimo y nuestra Reina la mandan, no acaba de dar crédito a sus beneficios y a las continuas ilustraciones que por nuestra mano recibe. Privémosla de todos estos beneficios, pues no obra con ellos, ni quiere ser tan pura ni tan perfecta como la enseña el Señor, ni acaba de escribir la Vida de su Madre santísima, como se le ha ordenado tantas veces; pues si no se enmienda, no es justo que reciba tantos y tan grandes favores y doctrina de tanta santidad. Oyendo estas razones se afligió mi corazón y creció mi llanto, y llena de confusión y dolor hablé a los santos ángeles con íntima amargura y les prometí la enmienda de mis faltas hasta morir por obedecer al Señor y a su Madre santísima.

23. Con esta humillación y promesas templaron algo los espíritus angélicos la severidad que mostraban. Y con más blandura me respondieron que, si yo cumplía con diligencia lo que les prometía, me aseguraban que siempre con su favor y amparo me asistirían y admitirían por su familiar y compañera para comunicar conmigo, como ellos lo hacen entre sí mismos. Les agradecí este beneficio y les pedí lo hiciesen por mí con el Altísimo. Y desaparecieron, advirtiéndome que para el favor que me ofrecían los había de imitar en la pureza, sin cometer culpa ni imperfección con advertencia, y ésta era la condición de esta promesa.

24. Después de todos éstos y otros muchos sucesos, que no conviene referir, quedé más humillada, como quien se conocía más reprendida, más ingrata y más indigna de tantos beneficios, exhortaciones y mandatos. Y llena de confusión y dolor conferí conmigo misma cómo ya no tenía excusa ni disculpa para resistir a la voluntad divina en todo lo que conocía y a mí tanto me importaba. Y tomando resolución eficaz de hacerlo o morir en la demanda, anduve arbitrando algún medio poderoso y sensible que me despertase y me compeliese en mis inadvertencias y me diese aviso para que, si fuese posible, no quedasen en mí operaciones ni movimiento imperfecto y en todo obrase lo más santo y agradable a los ojos del Señor. Fui a mi confesor y prelado y le pedí con el rendimiento y veras posibles que me reprendiese severamente y me obligase a ser perfecta y cuidadosa en todo lo más ajustado a la divina voluntad y que yo ejecutase lo que quería la divina Majestad de mí. Y aunque en este cuidado era vigilantísimo, como quien estaba en lugar de Dios y conocía su santísima voluntad y mi camino, pero no siempre me podía asistir ni estar presente, por las ausencias a que le obligaban los oficios de la religión y prelacía. Determiné también hablar a una religiosa que me asistía más, rogándole que me dijese de ordinario alguna palabra de reprensión y aviso o de temor que me excitase y moviese. Todos estos medios y otros intentaba con el ardiente deseo que sentía de dar gusto al Señor, a su Madre santísima y Maestra de mi virtud, a los santos ángeles, cuya voluntad era una misma de mi aprovechamiento en la mayor perfección.

25. En medio de estos cuidados, me sucedió una noche que el santo ángel de mi guarda se me manifestó con particular agrado y me dijo: El Muy Alto quiere condescender con tus deseos y que yo haga contigo el oficio que tú quieres y ansiosa buscas quien le ejerza. Yo seré tu fiel amigo y compañero para avisarte y despertar tu atención, y para esto me hallarás presente como ahora en cualquiera ocasión y tiempo que volvieres a mí los ojos con deseos de más agradar a tu Señor y Esposo y guardarle entera fidelidad. Yo te enseñaré a que le alabes continuamente y conmigo lo harás alternando sus loores y te manifestaré nuevos misterios y tesoros de su grandeza, te daré particulares inteligencias de su ser inmutable y perfecciones divinas. Y cuando estuvieres ocupada por la obediencia o caridad y cuando por alguna negligencia te divirtieres a lo exterior y terreno, yo te llamaré y avisaré para que atiendas al Señor, y para esto te diré alguna palabra, y muchas veces será esta: ¿Quién como Dios, que habita en las alturas y en los humildes de corazón? (Sal 112,5) Otras, te acordaré tus beneficios recibidos de la diestra del Altísimo y lo que debes a su amor. Otras, que le mires y levantes a él tu corazón. Pero en estas advertencias has de ser puntual, atenta y obediente a mis avisos.

26. No quiere tampoco el Altísimo ocultarte un favor que hasta ahora has ignorado entre tantos que de su liberalísima bondad has recibido, para que desde ahora le agradezcas. Este es, que yo soy uno de los mil ángeles que servimos de custodios a nuestra gran Reina en el mundo y de los señalados con la divisa de su admirable y santo nombre. Atiende a mí y lo verás en mi pecho. Advertí luego y le conocí cómo le tenía escrito con grande resplandor, y recibí nueva consolación y júbilo de mi alma. Prosiguió el santo ángel y dijo: También me manda que te advierta cómo de estos mil ángeles muy pocos y raras veces somos señalados para guardar otras almas, y si algunas hasta ahora hemos guardado todas han sido del número de los santos y ninguna de los réprobos. Considera, pues, oh alma, tu obligación de no pervertir este orden, porque si con este beneficio te perdieras tu pena y castigo fuera de los más severos de todos los condenados y tú fueras conocida por la más infeliz e ingrata entre las hijas de Adán. Y el haber sido tú favorecida con este beneficio de que yo te guardase, que fui de los custodios de nuestra gran reina María santísima y Madre de nuestro Criador, fue orden de su altísima providencia por haberte elegido entre los mortales en su mente divina para que escribieras la Vida de su beatísima Madre y la imitases, y para todo te enseñase yo y te asistiese como testigo inmediato de sus divinas obras y excelencias.

27. Y aunque este oficio le hace principalmente la gran Señora por sí misma, pero yo después te administro las especies necesarias para declarar lo que la divina Maestra te ha enseñado, y te doy otras inteligencias que el Altísimo ordena, para que con mayor facilidad escribas los misterios que te ha manifestado. Y tú tienes experiencia de todo, aunque no siempre conocías el orden y sacramento escondido de esta providencia, y que el mismo Señor, usando de ella especialmente contigo, me señaló para que con suave fuerza te compeliese a la imitación de su purísima Madre y nuestra Reina y a que en su doctrina la sigas y obedezcas, y desde esta hora ejecutaré este mandato con mayor instancia y eficacia. Determínate, pues, a ser fidelísima y agradecida a tan singulares beneficios y caminar a lo alto y encumbrado de la perfección que se pide y enseña. Y advierte que cuando alcanzaras la de los supremos serafines, quedaras muy deudora a tan copiosa y liberal misericordia. El nuevo modo de vida que de ti quiere el Señor se contiene y se cifra en la doctrina que recibes de nuestra gran Reina y Señora y en lo demás que entenderás y escribirás en esta tercera parte. Lo oye con rendido corazón y agradécelo humillada, ejecútalo solícita y cuidadosa, que si lo hicieres serás dichosa y bienaventurada.

28. Otras cosas que me declaró el santo ángel no son necesarias para este intento. Pero he dicho lo que en esta introducción dejo escrito, así para manifestar en parte el orden que el Altísimo ha tenido conmigo para obligarme a escribir esta Historia, como también para que en algo se conozcan los fines de su sabiduría para que escriba; que son, no para mí sola, sino para todos los que desearen lograr el fruto de este beneficio, como medio poderoso para hacer eficaz el de nuestra redención cada uno en sí mismo. Conocerse también que la perfección cristiana no se alcanza sin grandes peleas con el demonio y con incesante trabajo en vencer y sujetar las pasiones y malas inclinaciones de nuestra depravada naturaleza. Sobre todo esto, para dar principio a esta tercera parte, me habló la divina Madre y Maestra y con agradable semblante me dijo: Mi bendición eterna y la de mi Hijo santísimo vengan sobre ti, para que escribas lo que resta de mi vida, para que lo obres y ejecutes con la perfección que deseamos. Amén.

LIBRO VII

De Nuevo a Tapa

 

CONTIENE CÓMO LA DIESTRA DIVINA PROSPERÓ A LA REINA DEL CIELO DE DONES ALTÍSIMOS, PARA QUE TRABAJASE EN LA SANTA IGLESIA; LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO; EL COPIOSO FRUTO DE LA REDENCIÓN Y DE LA PREDICACIÓN DE LOS APÓSTOLES; LA PRIMERA PERSECUCIÓN DE LA IGLESIA; LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO Y VENIDA DE SANTIAGO A ESPAÑA; LA APARICIÓN DE LA MADRE DE DIOS EN ZARAGOZA Y FUNDACIÓN DE NUESTRA SEÑORA DEL PILAR.

CAPITULO 1

Quedando asentado nuestro Salvador Jesús a la diestra del eterno Padre, descendió del cielo a la tierra María santísima, para que se plantase la nueva Iglesia con su asistencia y magisterio.

1. A la segunda parte de esta Historia puse dichoso fin, dejando en el cenáculo y en el cielo empíreo a nuestra gran Reina y Señora, María santísima, asentada a la diestra de su Hijo y Dios eterno, asistiendo en ambas partes, por el modo milagroso que queda dicho (Cf. supra p.II n.1512) le concedió la diestra divina de estar su santísimo cuerpo en dos partes, que en su gloriosa ascensión, para hacerla más admirable, la llevó consigo el Hijo de Dios y suyo a darla la posesión de los premios inefables que hasta entonces había merecido y señalarle el lugar que por ellos y los demás que había de merecer le tenía prevenido desde su eternidad. Dije también (Cf. supra p.II n.1522) cómo la beatísima Trinidad dejó en la elección libre de esta divina Madre si quería volver al mundo para consuelo de los primitivos hijos de la Iglesia evangélica y para su fundación, o si quería eternizarse en aquel felicísimo estado de su gloria sin dejar la posesión que de él la daban. Porque la voluntad de las tres divinas personas, como debajo de aquella condición, se inclinaban, con el amor que a esta singular criatura tenían, a conservarla en aquel abismo en que estaba absorta y no restituirla otra vez al mundo entre los desterrados hijos de Adán. Y por una parte parece que pedía esto la razón de justicia, pues ya el mundo quedaba redimido con la pasión y muerte de su Hijo, a que ella había cooperado con toda plenitud y perfección. Y no quedaba en ella otro derecho de la muerte, no sólo por el modo con que padeció sus dolores en la de Cristo nuestro Salvador, como en su lugar queda declarado (Cf. supra P.II n.1264,1341,1381), sino también porque la gran Reina nunca fue pechera de la muerte, del demonio, ni del pecado, y así no le tocaba la ley común de los hijos de Adán. Y sin morir como ellos, deseaba el Señor a nuestro modo de entender que tuviese otro tránsito con que pasara de viadora a comprensora y del estado de la mortalidad al inmortal y no muriera en la tierra la que en ella no había cometido culpa que la mereciese, y en el mismo cielo podía el Altísimo pasarla de un estado a otro.

2. Por otra parte, sólo quedaba la razón de parte de la caridad y humildad de esta admirable y dulcísima Madre, porque el amor la inclinaba a socorrer a sus hijos y que el nombre del Altísimo fuese manifestado y engrandecido en la nueva Iglesia del evangelio. Deseaba también entrar a muchos fieles a la profesión de la fe con su solicitación e intercesión e imitar a sus hijos y hermanos del linaje humano con morir en la tierra, aunque no debía pagar este tributo, pues no había pecado. Y con su grandiosa sabiduría y admirable prudencia conocía cuán estimable cosa era merecer el premio y la corona, más que por algún breve tiempo poseerla, aunque sea de gloria eterna. Y no fue esta humilde sabiduría sin premio de contado, porque el eterno Padre hizo notoria a todos los cortesanos del cielo la verdad de lo que Su Majestad deseaba y lo que María santísima elegía por el bien de la Iglesia militante y socorro de los fieles. Y todos conocieron en el cielo lo que es justo conozcamos ahora en la tierra; que el mismo Padre eterno así, como dice san Juan (Jn 3,16), amó al mundo, que dio a su Unigénito para que le redimiese, así también dio otra vez a su hija María santísima, enviándola desde su gloria para plantar la Iglesia que Cristo su artífice había fundado; y el mismo Hijo dio para esto a su amantísima y dilecta Madre y el Espíritu Santo a su dulcísima Esposa. Y tuvo este beneficio otra condición que le subió de punto, porque vino sobre las injurias que Cristo nuestro Redentor había recibido en su pasión y afrentosa muerte, con que desmereció el mundo este favor. ¡Oh infinito amor! ¡Oh caridad inmensa! ¡Cómo se manifiesta que las muchas aguas de nuestros pecados no le pueden extinguir!

3. Cumplidos tres días enteros que María santísima estuvo en el cielo gozando en alma y cuerpo la gloria de la diestra de su Hijo y Dios verdadero y admitida su voluntad de volver a la tierra, partió de lo supremo del empíreo para el mundo con la bendición de la beatísima Trinidad. Mandó Su Majestad a innumerable multitud de ángeles que la acompañasen, eligiendo para esto de todos los coros y muchos de los supremos serafines más inmediatos al trono de la divinidad. La recibió luego una nube o globo de refulgentísima luz, que la servía de litera preciosa o relicario que movían los mismos serafines. No pueden caber en humano pensamiento y en vida mortal la hermosura y resplandores exteriores con que esta divina Reina venía, y es cierto que ninguna criatura viviente la pudiera ver o mirar naturalmente sin perder la vida. Y por esto fue necesario que el Altísimo encubriera su refulgencia a los que la miraban, hasta que se fuesen templando las luces y rayos que despedía. A sólo el evangelista san Juan se le concedió que viese a la divina Reina en la fuerza y abundancia que la redundó de la gloria que había gozado. Bien se deja entender la hermosura y gran belleza de esta magnífica Reina y Señora de los cielos, bajando del trono de la beatísima Trinidad, pues a Moisés le resultaron en su cara tantos resplandores de haber hablado con Dios en el monte Sinaí (Ex 34,29 (A)), donde recibió la ley, que los israelitas no los podían sufrir ni mirarle al rostro (2 Cor 3,13 (A.)); y no sabemos que el profeta viese claramente la divinidad y, cuando la viera, es muy cierto que no llegara esta visión a lo mínimo de la que tuvo la Madre del mismo Dios.

4. Llegó al cenáculo de Jerusalén la gran Señora, como sustituta de su Hijo santísimo en la nueva Iglesia evangélica. Y en los dones de la gracia que le dieron para este ministerio venía tan próspera y abundante, que fue admiración nueva para los ángeles y como asombro de los santos, porque era una estampa viva de Cristo nuestro Redentor y Maestro. Bajó de la nube de luz en que venía y sin ser vista de los que asistían en el cenáculo se quedó en su ser natural, en cuanto no estar más de en aquel lugar. Y al punto la Maestra de la santa humildad se postró en tierra y pegándose con el polvo dijo: Dios altísimo y Señor mío, aquí está este vil gusanillo de la tierra, reconociendo que fui formada de ella, pasando del no ser al ser que tengo por vuestra liberalísima clemencia. Reconozco también, oh altísimo Padre, que vuestra dignación inefable me levantó del polvo, sin merecerlo yo, a la dignidad de Madre de vuestro Unigénito. De todo mi corazón alabo y engrandezco vuestra bondad inmensa, porque así me habéis favorecido. Y en agradecimiento de tantos beneficios, me ofrezco a vivir y trabajar de nuevo en esta vida mortal todo lo que vuestra voluntad santa ordenare. Me sacrifico por vuestra fiel sierva y de los hijos de la Iglesia santa, y a todos los presento ante vuestra inmensa caridad y pido que los miréis como Dios y Padre clementísimo, y de lo íntimo de mi corazón os lo suplico. Por ellos ofrezco en sacrificio el carecer de vuestra gloria y descanso para servirlos y el haber elegido con entera voluntad padecer, dejando de gozaros, privándome de vuestra clara vista por ejercitarme en lo que es tan de vuestro agrado.

5. Se despidieron de la Reina los santos ángeles que habían venido a acompañarla desde el cielo, para volverse a él, dando a la tierra nuevos parabienes de que dejaban en ella por moradora a su gran Reina y Señora. Y advierto que, escribiendo yo esto, me dijeron los santos príncipes que por qué no usaba más en esta Historia de llamar a María santísima Reina y Señora de los ángeles, que no me descuidase en hacerlo en lo que restaba por el gran gozo que en esto reciben. Y por obedecerlos y darles gusto la nombraré con este título muchas veces de aquí adelante. Y volviendo a la Historia, es de advertir que los tres días primeros que estuvo la divina Madre en el cenáculo después de haber bajado del cielo, los pasó muy abstraída de todo lo terreno, gozando de la redundancia del júbilo y admirables efectos de la gloria que en los otros tres había recibido en el cielo. De este oculto sacramento sólo el evangelista Juan tuvo noticia entonces entre todos los mortales, porque en una visión se le manifestó cómo la gran Reina del cielo había subido a él con su Hijo santísimo y la vio descender con la gloria y gracias que volvió al mundo para enriquecer la Iglesia. Con la admiración de tan nuevo misterio estuvo san Juan dos días como suspendido y fuera de sí, y sabiendo que ya su santísima Madre había descendido de las alturas, deseaba hablarla y no se atrevía.

6. Entre los fervores del amor y el encogimiento de la humildad estuvo el amado apóstol batallando consigo casi un día. Y vencido del afecto de hijo, se resolvió a ponerse en presencia de su divina Madre en el cenáculo y, cuando iba, se detuvo y dijo: ¿Cómo me atreveré a lo que me pide el deseo, sin saber primero la voluntad del Altísimo y la de mi Señora? Pero mi Redentor y Maestro me la dio por madre y me favoreció y obligó a mí con título de hijo; pues mi oficio es servirla y asistida, y no ignora Su Alteza mi deseo y no le despreciará; piadosa y suave es y me perdonará; quiero postrarme a sus pies. Con esto se determinó san Juan y pasó a donde estaba la divina Reina en oración con los demás fieles. Y al punto que levantó los ojos a mirarla, cayó en tierra postrado, con los efectos semejantes a los que él mismo y los dos apóstoles sintieron en el Tabor cuando a su vista se transfiguró el Señor, porque eran muy semejantes a los resplandores de nuestro Salvador Jesús los que percibió san Juan en el rostro de su Madre santísima. Y como le duraban aún las especies de la visión en que la vio descender del cielo fue con mayor fuerza oprimida su natural flaqueza y cayó en tierra. Con la admiración y gozo que sintió estuvo así postrado casi una hora, sin poderse levantar. Adoró profundamente a la Madre de su mismo Criador. Y no pudieron extrañar esto los demás apóstoles y discípulos que asistían en el cenáculo, porque a imitación de su divino Maestro y con el ejemplar y enseñanza de María santísima, en el tiempo que estuvieron los fieles aguardando al Espíritu Santo muchos ratos de la oración que tenían era en cruz y postrados.

7. Estando así postrado el humilde y santo apóstol, llegó la piadosa Madre y le levantó del suelo, y manifestándose con el semblante más natural se le puso ella de rodillas y le habló y dijo: Señor, hijo mío, ya sabéis que vuestra obediencia me ha de gobernar en todas mis acciones, porque estáis en lugar de mi Hijo santísimo y mi Maestro para ordenarme todo lo que debo hacer, y de nuevo quiero pediros que cuidéis de hacerlo por el consuelo que tengo de obedecer. Oyendo el santo apóstol estas razones, se confundió y admiró sobre lo que en la gran Señora había visto y conocido y se volvió a postrar en su presencia, ofreciéndose por esclavo suyo y suplicándola que ella le mandase y gobernase en todo Y en esta porfía perseveró san Juan algún rato, hasta que vencido de la humildad de nuestra Reina, se sujetó a su voluntad y quedó determinado a obedecerla en mandarla, como ella lo deseaba; porque éste era para él el mayor acierto, y para nosotros raro y poderoso ejemplo con que se reprende nuestra soberbia y nos enseña a quebrantarla. Y si confesamos que somos hijos y devotos de esta divina Madre y Maestra de humildad, debido y justo es imitarla y seguirla. Le quedaron al evangelista tan impresas en el entendimiento y potencias interiores las especies del estado en que vio a la gran Reina de los ángeles, que por toda su vida le duró aquella imagen en su interior. Y en esta ocasión, cuando la vio descender del cielo, exclamó con grande admiración, y las inteligencias que de ella tuvo las declaró después el santo evangelista en el Apocalipsis, en particular en el capítulo 21, como diré en el siguiente.

Doctrina que me dio la gran Reina y Señora de los ángeles.

8. Hija mía, habiéndote repetido tantas veces hasta ahora que te despidas de todo lo visible y terreno y mueras a ti misma y a la participación de hija de Adán, como te he amonestado y enseñado en la doctrina que has escrito en la primera y segunda parte de mi vida, ahora te llamo con nuevo afecto de amorosa y piadosa madre, y te convido de parte de mi Hijo santísimo, de la mía y de sus ángeles, que también te aman mucho, para que olvidada de todo lo demás que tiene ser te levantes a otra nueva vida más alta y celestial, inmediata a la eterna felicidad. Quiero que te alejes del todo de Babilonia y de tus enemigos y sus falsas vanidades con que te persiguen, y te avecindes a la ciudad santa de la celestial Jerusalén y vivas en sus atrios, donde te ocupes toda en mi verdadera y perfecta imitación, y por ella con la divina gracia llegues a la íntima unión de mi Señor y tu divino y fidelísimo Esposo. Oye, pues, carísima, mi voz con alegre devoción y prontitud de ánimo. Sígueme fervorosa, renovando tu vida con el dechado que escribes de la mía, y atiende a lo que yo hice después que volví al mundo de la diestra de mi Hijo santísimo. Medita y penetra con todo cuidado mis obras, para que, según la gracia que recibieres, vayas copiando en tu alma lo que entendieres y escribieres. No te faltará el favor divino, porque el Altísimo no quiere negarle nada a quien de su parte hace lo que puede y para lo que es de su agrado y beneplácito, si tu negligencia no lo desmerece. Prepara tu corazón y dilata sus espacios, fervoriza tu voluntad, purifica tu entendimiento y despeja tus potencias de toda imagen y especie de criaturas visibles, para que ninguna te embarace, ni obligue a cometer ni una leve culpa o imperfección, y el Altísimo pueda depositar en ti su oculta sabiduría, y tú estés preparada y pronta para obrar con ella todo lo más agradable a nuestros ojos, que te enseñaremos.

9. Tu vida desde hoy ha de ser como quien la recibe resucitada después de haber muerto a la que tuvo primero. Y como el que recibe este beneficio suele volver a la vida renovado y casi peregrino y extraño en todo lo que antes amaba, mudando los deseos y reformadas y extinguidas las calidades que antes había tenido y en todo procede diferente, a este modo y con mayor alteza quiero que tú, hija mía, seas renovada, porque has de vivir como si de nuevo participaras los dotes del alma en la forma que te es posible con el poder divino que obrará en ti. Pero es necesario para estos efectos tan divinos que tú te ayudes y prepares todo el corazón, quedando libre y como una tabla muy rasa, donde el Altísimo con su dedo escriba y dibuje como en cera blanda y sin resistencia imprima el sello de mis virtudes. Quiere Su Majestad que seas instrumento en su poderosa mano para obrar su voluntad santa y perfecta, y el instrumento no resiste a la del artífice, y si tiene voluntad usa de ella sólo para dejarse mover. Es pues, carísima, ven, ven a donde yo te llamo y advierte que si en el sumo bien es natural comunicarse y favorecer a sus criaturas en todos tiempos, pero en el siglo presente quiere este Señor y Padre de las misericordias manifestar más su liberal clemencia con los mortales, porque se les acaba el tiempo y son pocos los que se quieren disponer para recibir los dones de su poderosa diestra. No pierdas tú tan oportuna ocasión, sígueme y corre tras mis pisadas y no contristes al Espíritu Santo en detenerte, cuando te convida a tanta dicha con maternal amor y tan alta y perfecta doctrina.

CAPITULO 2

De Nuevo a Tapa

Que el evangelista san Juan en el capítulo 21 del Apocalipsis habla a la letra de la visión que tuvo, cuando vio descender del cielo a María santísima Señora nuestra.

10. Al oficio y dignidad tan excelente de hijo de María santísima, que dio nuestro Salvador Jesús en la cruz al apóstol san Juan, como señalado por objeto de su divino amor, era consiguiente que fuera secretario de los inefables sacramentos y misterios de la gran Reina que a otros eran más ocultos. Y para esto le fueron revelados muchos que antes habían precedido en ella y le hicieron como testigo ocular del secreto misterioso que sucedió el día de la ascensión del Señor a los cielos, concediéndole a esta águila sagrada que viese subir al sol Cristo nuestro bien con luz doblada siete veces, como dice Isaías (Is 30,26 (A.)), y a la luna con luz como del sol, por la similitud que con él tenía. La vio el felicísimo evangelista subir y estar a la diestra de su Hijo, y viola también descender, como queda dicho (Cf. supra n.5), con nueva admiración, porque vio y conoció la mudanza y renovación con que bajaba al mundo, después de la inefable gloria que en el cielo había recibido con tan nuevos influjos de la divinidad y participación de sus atributos. Ya nuestro Salvador Jesús había prometido a los apóstoles que antes de subir al cielo dispondría con su Madre santísima que estuviese con ellos en la Iglesia para su consuelo y enseñanza, como se dijo en el fin de la segunda parte (Cf. supra p.II n.1505). Pero el apóstol Juan, con el gozo y admiración de ver a la gran Reina a la diestra de Cristo nuestro Salvador, se olvidó por algún rato de aquella promesa y absorto con tan impensada novedad llegó a temer o recelarse si la divina Madre se quedaría allá en la gloria que gozaba. Y en esta duda padeció san Juan entre el júbilo que sentía otros amorosos deliquios que le afligieron mucho, hasta que renovó la memoria de las promesas de su Maestro y Señor y vio de nuevo que su Madre santísima descendía a la tierra.

11. Los misterios de esta visión quedaron impresos en la memoria de san Juan y jamás los olvidó, ni los demás que le fueron revelados de la gran Reina de los ángeles, y con ardentísimo deseo quería el sagrado evangelista dejar noticia de ellos en la santa Iglesia. Pero la humildad prudentísima de María Señora nuestra le detuvo para que mientras ella vivía no los manifestase, antes los guardase ocultos en su pecho para cuando el Altísimo ordenase otra cosa, porque no convenía hacerlos antes manifiestos y notorios al mundo. Obedeció el apóstol a la voluntad de la divina Madre. Y cuando fue tiempo y disposición divina que antes de morir el evangelista enriqueciera a la Iglesia con el tesoro de estos ocultos sacramentos, fue orden del Espíritu Santo que los escribiese en metáforas y enigmas tan difíciles de entender, como la Iglesia lo confiesa. Y fue así conveniente que no quedasen patentes a todos, sino cerrados y sellados como las perlas en el nácar o en la concha y el oro en los escondidos minerales de la tierra, para que con nueva luz y diligencia los sacase la santa Iglesia cuando tuviese necesidad y en el ínterin estuviesen como en depósito en la oscuridad de las sagradas Escrituras que los doctores santos confiesan, en especial el libro del Apocalipsis.

12. De la providencia que tuvo el Altísimo en ocultar la grandeza de su Madre santísima en la primitiva Iglesia he hablado algo en el discurso de esta divina Historia (Cf. supra p.II n.413) y no me excuso de renovar aquí esta advertencia por la admiración que causarán de nuevo a quien los fuere ahora conociendo. Y para vencer la duda, si alguno la tuviere, ayudará mucho considerar lo que varios santos y doctores advierten, que ocultó Dios a los judíos el cuerpo y sepultura de Moisés (Dt 34,6) por excusar que aquel pueblo, tan pronto en idolatrías, no errase con ella dando adoración al cuerpo del profeta que tanto había estimado o que le venerase con algún culto supersticioso y vano. Y por la misma razón dicen que cuando Moisés escribió la creación del mundo y de todas sus criaturas, aunque los ángeles eran la parte más noble de ellas, no declaró su creación el profeta con palabras propias, antes la encerró en aquellas que dijo: Crió Dios la luz (Gen 1,3); dejando lugar para que por ellas se pudiera entender la luz material que alumbra a este mundo visible, significando también en oculta metáfora aquellas luces sustanciales y espirituales que son los santos ángeles, de quien no convenía dejar entonces más clara noticia.

13. Y si al pueblo hebreo se le pegó el contagio de la idolatría con la comunicación y vecindad de la gentilidad, tan inclinada y ciega en dar divinidad a todas las criaturas que les parecían grandes, poderosas o superiores en alguna potencia, mucho mayor peligro tuvieran los mismos gentiles de este error si, cuando se les comenzaba a predicar el evangelio y la fe de Cristo nuestro Salvador, se les propusiera juntamente la excelencia de su Madre santísima. Y en prueba de esta verdad basta el testimonio de san Dionisia Areopagita (Cf. supra la nota 3 del libro 1 c.4), que con haber sido filósofo tan sabio que conoció entonces al Dios de la naturaleza, con todo esto, cuando ya era católico y llegó a ver y hablar a María santísima, dijo que si la fe no le enseñara que era pura criatura, la tuviera y adorara por Dios. En este peligro incurrieran fácilmente los gentiles más ignorantes y confundieran la divinidad del Redentor, que debían creer, con la grandeza de su Madre purísima, si se les propusiera todo junto, y pensaran que también ella era Dios como su Hijo, pues eran tan semejantes en la santidad. Pero ya este peligro ha cesado, estando tan arraigada la ley y fe del evangelio en la Iglesia y tan ilustrada con la doctrina de los sagrados doctores y tantas maravillas como Dios ha obrado en esta manifestación del Redentor. Y con tanta luz sabemos que sólo él es Dios y hombre verdadero, lleno de gracia y de verdad, y que su Madre es pura criatura y sin tener divinidad fue llena de gracia, inmediata a Dios y superior a todo el resto de las criaturas. Y en este siglo tan ilustrado con las verdades divinas sabe el Señor cuándo y cómo conviene dilatar la gloria de su Madre santísima, manifestando los enigmas y secretos de las sagradas Escrituras, donde la tiene encerrada.

14. El misterio de que voy hablando, con otros muchos de nuestra gran Reina, escribió el evangelista en el capítulo 21 del Apocalipsis debajo de metáforas, en particular llamando a María santísima ciudad santa de Jerusalén y describiéndola con las condiciones que por todo aquel capítulo prosigue. Y aunque en la primera parte le declaré por más extenso en tres capítulos que le dividí ajustándole, como se me dio a entender, al misterio de la inmaculada concepción de la beatísima Madre, ahora es fuerza explicarle del misterio de bajar la Reina de los ángeles del cielo a la tierra después de la ascensión de su Hijo santísimo. Y no se entiende por esto que haya alguna contradicción y repugnancia en estas explicaciones, porque entrambos caben en la letra del texto sagrado, pues no hay duda que la divina sabiduría pudo en unas mismas palabras comprender ajustadamente muchos misterios y sacramentos, y en una palabra que habla podemos entender dos cosas, como dice David (Sal 61,12 (A)), que las entendió sin equivocación ni repugnancia. Y ésta es una de las causas de la dificultad de la sagrada Escritura, y necesaria para que la oscuridad la hiciese más fecunda y estimable y llegasen los fieles a tratarla con mayor humildad, atención y reverencia. Y el estar tan llena de sacramentos y metáforas fue porque en este estilo y palabras se pueden significar mejor muchos misterios sin violencia de los términos más propios.

15. Esto se entenderá mejor en el misterio de que hablamos, porque el evangelista dice (Ap 21,2) que vio descender del cielo la ciudad santa de Jerusalén nueva y adornada, etc. Y no hay duda que la metáfora de ciudad le conviene con verdad a María santísima y que descendió del cielo ahora, después de haber subido a él con su Hijo benditísimo, y antes, en la concepción inmaculada, en que descendió de la mente divina, donde como tierra nueva y cielo nuevo estuvo formada, y se declaró en la primera parte. Y el evangelista entendió entrambos estos sacramentos cuando la vio descender corporalmente en la ocasión de que hablamos y los encerró en aquel capítulo. Y así es necesario ahora explicarle a este intento, aunque se repita de nuevo la letra del sagrado texto, pero será con más brevedad, por lo que ya queda dicho en la primera explicación. Y en ésta hablaré en nombre del evangelista para ceñirme más en ella.

16. Y vi dice san Juan un cielo nuevo y tierra nueva, porque se fue el primer cielo y primera tierra y no hay mar (Ap 21,1). Cielo nuevo y tierra nueva llamó a la humanidad santísima del Verbo encarnado y a la de su divina Madre, cielo por la habitación y nuevo por la renovación. En Cristo Jesús nuestro Salvador habita la divinidad en unidad de persona, por sustancial unión indisoluble. En María por singular modo de gracia después de Cristo. Y estos cielos son ya nuevos, porque la humanidad pasible, que llagada y muerta estuvo en el sepulcro, la vio levantada y colocada a la diestra de su eterno Padre, coronada de la gloria y dotes que mereció con su vida y muerte. Y vio también a la Madre que le dio este ser pasible y cooperó a la redención del linaje humano asentada a la diestra de su Hijo y absorta en el océano de la divina luz inaccesible, participando la gloria de su Hijo como Madre y que la mereció de justicia por sus obras de inefable caridad. Llamó también cielo nuevo y tierra nueva a la patria de los vivientes, renovada con la lucerna del Cordero, con los despojos de sus triunfos y con la presencia de su Madre, que como reyes verdaderos habían tomado la posesión del reino, que será eterno. Le renovaron con su vista y nuevo gozo que han comunicado a sus antiguos moradores y con los nuevos hijos de Adán que ,a él han traído para poblarle como ciudadanos y vecinos que jamás le pierdan. Con esta novedad se fue ya el primer cielo y la primera tierra, no sólo porque el cielo de la humanidad santísima de Cristo y el de María, donde vivió como en primer cielo, se fueron a las eternas moradas, llevando a ellas la tierra del ser humano, sino también porque a este antiguo cielo y tierra pasaron los hombres del ser pasible al estado de la impasibilidad. Se fueron los rigores de la justicia y llegó el descanso. Pasó el invierno de los trabajos (Cant 2,11) y vino el verano de la alegría y gozo eterno. Fuese a si mismo la primera tierra y cielo de todos los mortales porque, entrando Cristo nuestro bien con su Madre santísima en la celestial Jerusalén, se rompieron los candados y cerraduras que por cinco mil doscientos y treinta y tres años habían tenido, para que ninguno entrase en ella y todos los mortales quedasen en la tierra, si no se satisfacía primero la divina justicia de la ofensa por las culpas.

17. Y singularmente María santísima fue nuevo cielo y nueva tierra, ascendiendo con su Hijo y Salvador Jesús y tomando la posesión de su diestra en la gloria de alma y cuerpo, sin haber pasado por la común muerte de todos los hijos de los hombres. Y aunque antes en la tierra de su condición humana era cielo, donde por especialísimo modo vivió la divinidad, pero en esta gran Señora se fueron este primer cielo y tierra y pasó por orden admirable a ser nuevo cielo y nueva tierra, en que habitase Dios por suma gloria entre todas las criaturas. Y con esta novedad, en esta nueva tierra en que habitaba Dios no hubo mar, porque para ella se acabaran las amarguras y tormentas de los trabajos si admitiera el quedarse desde entonces en aquel estado felicísimo. Y para los demás que en alma y cuerpo o sólo en alma quedaron en la gloria, tampoco hubo mar de borrascas y peligros como le había en la primera tierra de la mortalidad.

18. Y yo Juan, prosigue el evangelista, vi a la ciudad santa Jerusalén, que descendía del cielo y de Dios, preparada como la esposa adornada para su varón (Ap 21,2). Yo indigno apóstol de Jesucristo soya quien se le manifestó tan oculto sacramento, para que diese noticia al mundo, y vi a la Madre del Verbo humanado, verdadera ciudad mística de Jerusalén, visión de paz, que descendía del trono del mismo Dios a la tierra, como vestida de la misma divinidad y adornada con una nueva participación de sus atributos, de sabiduría, potencia, santidad, inmutabilidad, amabilidad y similitud con su Hijo en el proceder y obrar. Venía como instrumento de la omnipotente diestra, como vicediós por nueva participación. Y aunque venía a la tierra para trabajar en ella en beneficio de los fieles, privándose para esto voluntariamente del gozo que tenía con la visión beatífica, determinó el Altísimo enviarla preparada y guarnecida con todo el poder de su brazo y recompensarle el estado y visión que por aquel tiempo dejaba con otra vista y participación de su divinidad incomprensible, compatible con el estado de viadora, pero tan divino y levantado que excediese a todo humano y angélico entendimiento. Para esto la adornó de su mano con los dones a que la pudo extender y la dejó preparada como esposa para su varón el Verbo humanado, de tal manera que ni pudiese desear en ella gracia alguna ni excelencia que le faltase, ni por estar ausente de su diestra dejase este varón de estar en ella y con ella como en su cielo y trono proporcionado. Y como la esponja recibe y embebe en sí misma el licor que participa, llenando de él todos sus vacíos, así también a nuestro modo de entender quedó llena esta gran Señora de la influencia y comunicación de la divinidad.

19. Prosigue el texto: Y del trono oí una gran voz que decía: Mira al tabernáculo de Dios con los hombres, y habitará con ellos, y serán pueblo suyo, y él será su Dios (Ap 21,3). Esta voz, que salió del trono, llevó toda mi atención con divinos efectos de suavidad y gozo. Y entendí cómo antes de morir la gran Señora recibía la posesión del premio merecido por singular favor y prerrogativa debida a sola ella entre los mortales. Y aunque ninguno de los que llegan a poseer el que les toca tiene autoridad para volver a la vida ni se les deja en su mano, pero a esta única Esposa se le concedió esta gracia para engrandecer sus glorias; pues habiendo llegado a poseerlas y hallándose reconocida y aclamada de los cortesanos del cielo por su legítima Reina y Señora, descendió por su voluntad a la tierra para ser sierva de sus mismos vasallos y criarlos y gobernarlos como hijos. Por esta caridad sin medida mereció de nuevo que todos los mortales fuesen pueblo suyo y se le diese nueva posesión de la Iglesia militante donde volvía a ser habitadora y gobernadora; y mereciera también que Dios esté con ellos y sea Dios misericordioso y propicio con los hombres, porque en su pecho estuvo sacramentado todo el tiempo que este sagrario de María purísima vivió en la Iglesia después que descendió del cielo. Y para estar en ella, cuando no hubiera otra razón, se quedara su mismo Hijo sacramentado en el mundo, y por sus méritos y peticiones estaba con los hombres por gracia y nuevos beneficios, y por esto añade y dice:

20. Y enjugará las lágrimas de sus ojos y en adelante no habrá muerte, ni llanto, ni clamor (Ap 21,4). Porque esta gran Señora viene por Madre de la gracia, de la misericordia, del gozo y de la vida, ella es quien llena al mundo de alegría, quien enjuga las lágrimas que introdujo el pecado que comenzó de nuestra madre Eva. Es la que convirtió el luto en regocijo, el llanto en nuevo júbilo, los clamores en alabanza y gloria, y la muerte del pecado en vida, y para quien la buscare en ella. Ya se acabó la muerte del pecado y los clamores de los réprobos y su dolor irreparable, porque si antes se acogieran los pecadores a este sagrado en él hallaran perdón, misericordia y consuelo. Y los primeros siglos, donde faltaba María Reina de los ángeles, ya se fueron y pasaron con dolor, y los clamores de los que la desearon y no la vieron, como ahora la tienen y la posee el mundo para su remedio y amparo y detener la justicia divina para solicitar misericordia a los pecadores.

21. Y el que estaba en el trono dijo: Atiende que hago lluevas todas las cosas (Ap 21,5). Esta fue voz del eterno Padre que me dio a conocer cómo todo lo hacía nuevo: Iglesia nueva, ley nueva, sacramentos nuevos. Y habiendo hecho tan nuevos favores a los hombres como darles a su Hijo unigénito, les hacía otro singularísimo de enviarles a la Madre, tan renovada y nueva con admirables dones y potestad de distribuir los tesoros de la redención que su Hijo puso en sus manos, para que los derramase en los hombres con su prudentísima voluntad. Para esto la envió a la Iglesia desde su real trono, renovada con la imagen de su Unigénito, sellada con los atributos de la divinidad, como un trasunto copiado de aquel original, cuanto en pura criatura era posible, para que de ella se copiase la santidad de la nueva Iglesia evangélica.

22. Y me dijo: Escribe, porque estas palabras son fidelísimas y verdaderas. Y me dijo también: ya está hecho. Yo soy el principio y el fin; y daré al sediento que beba de balde de la fuente de la vida. El que venciere poseerá estas cosas, y seré Dios para él, y será él hijo para mí (Ap 21,5-7). Me mandó escribir este misterio el mismo Señor desde su trono, para que testificase la fidelidad y verdad de sus palabras y obras admirables con María santísima, en cuya grandeza y gloria empeñó su omnipotencia. Y porque estos sacramentos eran tan ocultos y levantados, los escribí en cifra y en enigma hasta su lugar; y tiempo señalado, que por el mismo Señor se manifestasen al mundo y se entendiese que ya estaba hecho todo lo posible que convenía para remedio y salud de los mortales. Y con decir que estaba hecho, les hacía cargo de haber enviado a su Unigénito para redimirlos con su pasión y muerte, enseñarlos con su vida y doctrina, y a su Madre enriquecida para socorro y amparo de la Iglesia, y al Espíritu Santo, para que la prosperase, ilustrase, confirmase y fortaleciese con sus dones, como se lo había prometido. Y porque no tuvo más que darnos el eterno Padre dijo: ya está hecho. Como si dijera: Todo lo posible a mi omnipotencia y conveniente a mi equidad y bondad, como principio y fin que soy de todo lo que tiene ser. Como principio, se le doy a todas las cosas con la omnipotencia de mi voluntad, y como fin las recibo, ordenando con mi sabiduría los medios por donde lleguen a conseguir este fin. Los medios se reducen a mi Hijo santísimo y a su Madre, mi dilecta y única entre los hijos de Adán. En ellos están las aguas puras y vivas de la gracia, para que como de su fuente, origen y manantial beban todos los mortales que sedientos de su salud eterna llegaren a buscarlas. Y para ellos se darán de balde; porque no las pueden merecer, aunque se las mereció, y con su misma vida, mi Hijo humanado, y su dichosa Madre se las granjea y merece a los que a ella acuden. Y el que venciere a sí mismo, al mundo y al demonio, que pretenden impedirle estas aguas de vida eterna, para ese vencedor seré yo Dios liberal, amoroso y omnipotente, y él poseerá todos mis bienes y lo que por medio de mi Hijo y de su Madre le tengo preparado, porque le adoptaré por hijo y heredero de mi eterna gloria.

23. Pero a los tímidos, incrédulos, odiosos, homicidas, fornicadores, maléficos, idólatras y a todos los mentirosos, su parte para éstos será en el estanque de fuego y ardiente azufre, que es la muerte segunda (Ap 21,8). Para todos los hijos de Adán di a mi Unigénito por Maestro, Redentor y Hermano, y a su Madre por amparo, medianera y abogada conmigo poderosa, y como tal la vuelvo al mundo, para que todos entiendan que quiero se valgan de su protección. Pero a los que no vencieren al temor de su carne en padecer o no creyeren mis testimonios y maravillas obradas en beneficio suyo y testificadas en mis Escrituras, a los que habiéndolas creído se entregaren a las inmundicias torpes de los deleites carnales, a los hechiceros, idólatras, que desamparan mi verdadero poder y divinidad y siguen al demonio, todos los que obran la mentira y la maldad, no les aguarda otra herencia más de la que ellos mismos eligieron para sí. Esta es el formidable fuego del infierno, que como estanque de azufre arde sin claridad con abominable olor, donde para todos los réprobos hay diversidad de penas y tormentos correspondientes a las abominaciones que cada uno cometió, aunque todas convienen en ser eternas y privar de la visión divina que beatifica a los santos. Y ésta será la segunda muerte sin remedio, porque no se aprovecharon del que tenía la primera muerte del pecado, que por la virtud de su Reparador y de su Madre pudieron restaurar con la vida de la gracia. Y prosiguiendo la visión, dice el evangelista:

24. Y vino uno de los siete ángeles, que tenían siete copas llenas de siete novísimos castigos, y me dijo: Ven y te mostraré la Esposa, que es mujer del Cordero (Ap 21,9). Conocí que este ángel y los demás eran de los supremos y cercanos al trono de la beatísima Trinidad, y que se les había dado especial potestad para castigar la osadía de los hombres que cometiesen los pecados referidos, después de publicado al mundo el misterio de la redención, vida, doctrina y muerte de nuestro Salvador, y la excelencia y potestad que tiene su Madre santísima para remediar a los pecadores que la llaman de todo corazón. Y porque con la sucesión de los tiempos se manifestarían más estos sacramentos con los milagros y luz que recibiría el mundo y con los ejemplos y vidas de los santos, y en particular de los varones apostólicos fundadores de las religiones, y tanto número de mártires y confesores, por esto los pecados de los hombres en los últimos siglos serán más graves y detestables, y sobre tantos beneficios la ingratitud será más pesada y digna de mayores castigos, y consiguientemente merecerían mayor indignación de la digna ira y justicia divina. Así en los tiempos futuros que son los presentes para nosotros castigaría Dios con rigor a los hombres con plagas novísimas, porque serían las últimas, acercándose cada día al juicio final. Véase en la primera parte el número 266.

25. Y me levantó en espíritu el ángel a un grande y alto monte y me mostró a la ciudad santa de Jerusalén, que bajaba del cielo desde el mismo Dios (Ap 21,10). Fui levantado con la fuerza del poder divino a un monte alto de suprema inteligencia y luz de ocultos sacramentos, y con el espíritu ilustrado vi a la esposa del Cordero, que era su mujer, como a ciudad santa de Jerusalén; esposa del Cordero, por la similitud y amor recíproco del que quitó los pecados del mundo, y mujer, porque le acompañó inseparablemente en todas sus obras y maravillas y por ella salió del seno de su eterno Padre para tener sus delicias con los hijos de los hombres, por hermanos de esta Esposa. Y por ella también hermanos suyos del mismo Verbo humanado. La vi como ciudad de Jerusalén, que encerró en sí y dio espaciosa habitación al que no cabe ni en los cielos ni en la tierra, y porque en esta ciudad puso el templo y propiciatorio donde quiso ser buscado y obligado para mostrarse propicio y liberal con los hombres. Y la vi como ciudad de Jerusalén, porque en su interior vi encerradas todas las perfecciones de la Jerusalén triunfante, y el adecuado fruto de la redención humana todo se contenía en ella. Y aunque en la tierra se humillaba a todos y se postraba a nuestros pies, como si fuera la menor de las criaturas, la vi en las alturas levantada al trono y diestra de su Unigénito, de donde descendía a la Iglesia, próspera y abundante, para favorecer a los hijos y fieles de ella.

CAPITULO 3

De Nuevo a Tapa

Prosigue la inteligencia de lo restante del capítulo 21 del Apocalipsis.

26. Esta ciudad santa de Jerusalén, María Señora nuestra dice el evangelista, tenía la claridad de Dios, y su resplandor era semejante a una piedra preciosa de jaspe como cristal (Ap 21,11). Desde el punto que tuvo ser María santísima, fue su alma llena y como bañada de una nueva participación de la divinidad, nunca vista ni concedida a otra criatura, porque ella sola era la clarísima aurora que participaba de los mismos resplandores del sol Cristo, hombre y Dios verdadero, que de ella había de nacer. Y esta divina luz y claridad fue creciendo hasta llegar al supremo estado que tuvo, asentada a la diestra de su Hijo unigénito en el mismo trono de la beatísima Trinidad y vestida de variedad de todos los dones, gracias, virtudes, méritos y gloria, sobre todas las criaturas. Y cuando la vi en aquel lugar y luz inaccesible, me pareció no tenía otra claridad más que la del mismo Dios, que en su inmutable ser estaba como en fuente y en su origen y en ella estaba participado, y por medio de la humanidad de su Hijo unigénito resultaba una misma luz y claridad en la Madre y en el Hijo y en cada uno con su grado, pero en sustancia parecía una misma y que no se hallaba en otro de los bienaventurados ni en todos juntos. Y por la variedad parecía al jaspe, por lo estimable era preciosa y por la hermosura de alma y cuerpo era como cristal penetrado y bañado y sustanciado con la misma claridad y luz.

27. Y tenía la ciudad un grande y alto muro con doce puertas y en ellas doce ángeles, escritos los nombres de los doce tribus de Israel: tres puertas al Oriente, tres al Aquilón, tres al Austro y tres al Occidente (Ap 21,12-13). El muro que defendía y encerraba esta ciudad santa de María santísima era tan alto y grande, cuanto lo es el mismo Dios y su omnipotencia infinita y todos sus atributos, porque todo el poder y grandeza divina y su sabiduría inmensa se emplearon en guarnecer a esta gran Señora, en asegurarla y defenderla de los enemigos que la pudieran asaltar. Y esta invencible defensa se dobló cuando descendió al mundo para vivir en él sola, sin la asistencia visible de su Hijo santísimo, y para asentar la nueva Iglesia del evangelio, que para esto tuvo todo el poder de Dios por nuevo modo a su voluntad contra los enemigos de la misma Iglesia visibles e invisibles. Y porque después que fundó el Altísimo esta ciudad de María franqueó liberalmente sus tesoros y por ella quiso llamar a todos los mortales al conocimiento de sí mismo y a la eterna felicidad sin excepción de gentiles, judíos, ni bárbaros, sin diferencia de naciones y de estados, por eso edificó esta ciudad santa con doce puertas a todas las cuatro partes del mundo sin diferencia. Y en ellas puso los doce ángeles que llamasen y convidasen a todos los hijos de Adán, y en especial despertasen a todos a la devoción y piedad de su Reina; y los nombres de los doce tribus en estas puertas, para que ninguno se tenga por excluido del refugio y sagrado de esta Jerusalén divina y todos entiendan que María santísima tiene escritos sus nombres en el pecho y en los mismos favores que recibió del Altísimo para ser Madre de clemencia y misericordia y no de la justicia.

28. El muro de esta ciudad tenía doce fundamentos y en ellos estaban los nombres de los doce Apóstoles del Cordero (Ap 21,14). Cuando nuestra gran Madre y Maestra estuvo a la diestra de su Hijo y Dios verdadero en el trono de su gloria y se ofreció a volver al mundo para plantar la Iglesia, entonces el mismo Señor la encargó singularmente el cuidado de los apóstoles y grabó sus nombres en el inflamado y candidísimo corazón de esta divina Maestra y en él se hallaran escritos si fuera posible que le viéramos. Y aunque entonces éramos solos once los apóstoles, vino escrito en lugar de Judas san Matías, tocándole esta suerte de antemano. Y porque del amor y sabiduría de esta Señora salió la doctrina, la enseñanza, la firmeza y todo el gobierno con que los doce apóstoles y san Pablo fundamos la Iglesia y la plantamos en el mundo, por esto escribió los nombres de todos en los fundamentos de esta ciudad mística de María santísima, que fue el apoyo y fundamento en que se aseguraron los principios de la santa Iglesia y de sus fundadores los apóstoles. Con su doctrina nos enseñó, con su sabiduría nos ilustró, con su caridad nos inflamó, con su paciencia nos toleró, con su mansedumbre nos atraía y con su consejo nos gobernaba, con sus avisos nos prevenía y con su poder divino, de que era dispensadora, nos libraba de los peligros. A todos acudía como a cada uno de nosotros y a cada uno como a todos juntos. Y los apóstoles tuvimos patentes las doce puertas de esta ciudad santa más que todos los otros hijos de Adán. Y mientras vivió por nuestra Maestra y amparo jamás se olvidó de alguno de nosotros, sino que en todo lugar y tiempo nos tuvo presentes y nosotros tuvimos su defensa y protección, sin faltarnos en alguna necesidad y trabajo. Y de esta grande y poderosa Reina y por ella participamos y recibimos todos los beneficios, gracias y dones que nos comunicó el brazo del Altísimo, para ser idóneos ministros del Nuevo Testamento (2 Cor 3,6). Y por todo esto estaban nuestros nombres en los fundamentos del muro de esta ciudad mística, la beatísima María.

29. Y el que hablaba conmigo tenía una medida de oro, como caña para medir la ciudad, sus puertas y su muro. Y la ciudad está puesta en cuadrángulo, con igual longitud y latitud. Y midió la ciudad con la caña de oro, con que tenía doce mil estadios. Y su longitud, latitud y altura eran iguales (Ap 21,15-16). Para que yo entendiese la magnitud inmensa de esta ciudad santa de Dios, la midió en mi presencia el mismo que me hablaba. Y para medirla tenía en la mano una vara o caña de oro, que era el símbolo de la humanidad deificada con la persona del Verbo y de sus dones, gracia y merecimientos, en que se encierra la fragilidad del ser humano y terreno y la inmutabilidad preciosa e inestimable del ser divino que realzaba a la humanidad y sus merecimientos. Y aunque esta medida excedía tanto a lo mensurado, pero no se hallaba otra en el cielo ni en la tierra con que medir a María santísima y su grandeza fuera de la de su Hijo y Dios verdadero, porque todas las criaturas humanas y angélicas eran inferiores y desiguales para investigar y medir esta ciudad mística y divina. Pero medida con su Hijo, era proporcionada con él, como Madre digna suya, sin faltarle cosa alguna para esta proporcionada dignidad. Y su grandeza contenía doce mil estadios, con igualdad por todas cuatro superficies de su muro, que cada lienzo contenía doce mil de largo y de alto, con que venía a estar en cuadro y correspondencia muy igual. Tal era la grandeza e inmensidad y correspondencia de los dones y excelencias de esta gran Reina, que si los demás santos lo recibieron con medida de cinco o dos talentos, pero ella de doce mil cada uno, excediéndonos a todos con inmensa magnitud. Y aunque fue medida con esta proporción cuando bajó del no ser al ser en su inmaculada concepción, prevenida para Madre del Verbo eterno, pero en esta ocasión que bajó del cielo a plantar la Iglesia fue medida otra vez con la proporción de su Unigénito a la diestra del Padre y se halló con la correspondencia ajustada para tener allí aquel lugar y volver a la Iglesia para hacer el oficio de su mismo Hijo y Reparador del mundo.

30. Y la fábrica del muro era de piedra de jaspe; pero la ciudad era de oro finísimo, semejante al vidrio puro y limpio. Y sus fundamentos estaban adornados con todo género de piedras preciosas (Ap 21,18-19). Las obras y compostura exterior de María santísima, que se manifestaban a todos como en la ciudad se manifiesta el muro que la rodea, todas eran de tan hermosa variedad y admiración a los que la miraban y comunicaban, que sólo con su ejemplo vencía y atraía los corazones y con su presencia ahuyentaba los demonios y deshacía todas sus fantásticas ilusiones, que por eso el muro de esta ciudad santa era de jaspe. Y con su proceder y obrar en lo exterior hizo nuestra Reina mayores frutos y maravillas en la primitiva Iglesia, que todos los apóstoles y santos de aquel siglo. Pero lo interior de esta divina ciudad era finísimo oro de inexplicable caridad, participada de la de su mismo Hijo, y tan inmediata a la del ser infinito que parecía un rayo de ella misma. Y no sólo era esta ciudad de oro levantado en lo precioso, sino también era como vidrio claro, puro y transparente, porque era un espejo inmaculado en que reverberaba la misma divinidad, sin que en ella se conociese otra cosa fuera de esta imagen. Y a más de esto era como una tabla cristalina en que estaba escrita la ley del evangelio, para que por ella y en ella se manifestase al mundo todo, y por eso era de vidrio claro y no de piedra oscura (Ex 31,18) como las de Moisés para un pueblo solo. Y los fundamentos que se descubrían en el muro de esta gran ciudad todos eran de preciosas piedras, porque la fundó el Altísimo de su mano, como poderoso y rico, sin tasa ni medida, sobre lo más precioso, estimable y seguro de sus dones, privilegios y favores, significados en las piedras de mayor virtud, estimación, riqueza y hermosura que se conoce entre las criaturas. Véase en el capítulo 19 de la primera parte, libro primero (Cf. supra p.I n.285-296).

31. Y las puertas de la ciudad, cada una era una preciosa margarita. Doce puertas, doce margaritas, y la plaza oro lucidísimo como el vidrio. Y no había templo en ella, porque su templo es el mismo Dios omnipotente y el Cordero (Ap 21,21-22). El que llegare a esta ciudad santa de María para entrar en ella por fe, esperanza, veneración, piedad y devoción, hallará la preciosa margarita que le haga dichoso, rico y próspero en esta vida y en la otra bienaventurado por su intercesión. Y no sentirá horror de entrar en esta ciudad de refugio, porque sus puertas son amables y de codicia, como preciosas y ricas margaritas, para que ninguno de los mortales tenga excusa si no se valiere de María santísima y de su dulcísima piedad con los pecadores, pues nada hubo en ella que dejase de atraerlos a sí y al camino de la eterna vida. Y si las puertas son tan ricas y llenas de hermosura a quien llegase, más lo será el interior que es la plaza de esta admirable ciudad, porque es de finísimo oro y muy lucido, de ardentísimo amor y deseo de admitir a todos, enriquecerlos con los tesoros de la felicidad eterna. Y para esto se manifiesta a todos con su claridad y luz, y ninguno hallará en ella tinieblas de falsedad o engaño. Y porque en esta ciudad santa de María venía el mismo Dios por especial modo y el Cordero, que es su Hijo sacramentado, que la llenaban y ocupaban, por esto no vi en ella otro templo ni propiciatorio más que al mismo Dios omnipotente y al Cordero. Ni tampoco era necesario que en esta ciudad se hiciera templo para que orase y pidiese con acciones y ceremonias como en los demás, que para sus súplicas van a los templos, porque el mismo Dios y su Hijo eran su templo y estaban atentos y propicios para todas sus peticiones, oraciones y ruegos que por los fieles de la Iglesia ofrecía.

32. Y no tenía necesidad de luz del sol ni de la luna, porque la claridad de Dios la daba luz y su lucerna es el Cordero (Ap 21,23). Después que nuestra Reina volvió al mundo de la diestra de su Hijo santísimo, no fue ilustrado su espíritu con el modo común de los santos, ni como el que tuvo antes de la ascensión, sino que, en recompensa de la visión clara y fruición de que carecía para volver a la Iglesia militante, se le concedió otra visión abstractiva y continua de la divinidad, a que correspondía otra fruición proporcionada. Y con este especial modo participaba del estado de los comprensores, aunque estaba en el de viadora. Y fuera de este beneficio recibió también otro, que su Hijo santísimo sacramentado en las especies del pan perseveró siempre en el pecho de María como en su propio sagrario, y no perdía estas especies sacramentales hasta que recibía otras de nuevo. De manera que mientras vivió en el mundo después que descendió del cielo, tuvo consigo siempre a su Hijo santísimo y Dios verdadero sacramentado. Y en sí misma le miraba con una particular visión que se le concedió, para que le viese y tratase, sin buscar fuera de sí misma su real presencia. En su pecho le tenía, para decir con la Esposa: Le tengo y no lo dejaré (Cant 3,4). Con estos favores ni pudo haber noche en esta ciudad santa, en que alumbrase la gracia como luna, ni tuvo necesidad de otros rayos del sol de justicia, porque le tenía todo con plenitud y no por partes como los demás santos.

33. Y caminarán las gentes en su resplandor, y los reyes de la tierra llevarán a ella su gloria y su honor (Ap 21,24). Ninguna excusa ni disculpa tendrán los desterrados hijos de Eva, si con la divina luz que María santísima ha dado al mundo no caminaren a la verdadera felicidad. Para que ilustrase su Iglesia, la envió del cielo su Hijo y Redentor en sus primeros principios y la dio a conocer a los primogénitos de la Iglesia santa. Después de la sucesión de los tiempos ha ido manifestando su grandeza y santidad por medio de las maravillas que esta gran Reina ha obrado en innumerables favores y beneficios que de su mano han recibido los hombres. Y en estos últimos siglos que son los presentes dilatará su gloria y la dará a conocer de nuevo con mayor resplandor, por la excesiva necesidad que tendrá la Iglesia de su poderosa intercesión y amparo para vencer al mundo, al demonio y a la carne, que por culpa de los mortales tomarán mayor imperio y fuerzas, como ahora las tienen para impedir les la gracia y hacerlos más indignos de la gloria. Contra la nueva malicia de Lucifer y sus seguidores quiere oponer el Señor los méritos y peticiones de su Madre purísima y la luz que envía al mundo de su vida y poderosa intercesión, para que sea refugio y sagrado de los pecadores y todos caminen y vayan a él por este camino tan recto y seguro y lleno de resplandor.

34. Y si los reyes y príncipes de la tierra caminasen con esta luz y llevasen su honor y gloria a esta ciudad santa de María y en exaltar su nombre y el de su Hijo santísimo empleasen la grandeza, potestad, riquezas y potencia de sus estados, asegúrense que si con este norte se gobernasen merecerían ser encaminados con el amparo de esta suprema Reina en el ejercicio de sus dignidades y con grande acierto gobernarían sus estados o monarquías. Y para renovar esta confianza en nuestros católicos príncipes, profesores y defensores de la santa fe, les hago manifiesto lo que ahora y en el discurso de esta Historia se me ha dado a entender para que así lo escriba. Esto es, que el supremo Rey de los reyes y Reparador de las monarquías ha dado a María santísima especial título de Patrona, Protectora y Abogada de estos reinos católicos. Y con este singular beneficio determinó el Altísimo prevenir el remedio de las calamidades y trabajos que al pueblo cristiano por sus pecados le habían de sobrevenir y afligir y sucedería en estos siglos presentes como con dolor y lágrimas lo experimentamos. El dragón infernal ha convertido su saña y furor contra la santa Iglesia, conociendo el descuido de sus cabezas y de los miembros de este cuerpo místico y que todos aman la vanidad y deleite. Y la mayor parte de estas culpas y de su castigo toca a los más católicos, cuyas ofensas, como de hijos, son más pesadas, porque saben la voluntad de su Padre celestial que habita en las alturas y no la quieren cumplir más que los extraños. Y sabiendo también que el reino de los cielos padece fuerza y se alcanza con violencia (Mt 11,12), ellos se han entregado al ocio, a las delicias y a contemporizar con el mundo y la carne. Este peligroso engaño del demonio castiga el justo Juez por mano del mismo demonio, dándole por sus justos juicios licencia para que aflija a la Iglesia santa y azote con rigor a sus hijos.

35. Pero el Padre de las misericordias que está en los cielos no quiere que las obras de su clemencia sean del todo extinguidas y para conservarlas nos ofrece el remedio oportuno de la protección de María santísima, sus continuos ruegos, intercesión y peticiones, con que la rectitud de la justicia divina tuviese algún título y motivo conveniente para suspender el castigo riguroso que merecemos y nos amenaza, si no procuramos granjear la intercesión de esta gran Reina y Señora del cielo, para que desenoje a su Hijo santísimo justamente indignado y nos alcance la enmienda de los pecados, con que provocamos su justicia y nos hacemos indignos de su misericordia. No pierdan la ocasión los príncipes católicos y los moradores de estos reinos cuando María santísima les ofrece los días de la salud y el tiempo más aceptable de su amparo (2 Cor 6,2). Lleven a esta Señora su honor y gloria, dándosela toda a su Hijo santísimo y a ella por el beneficio de la fe católica que les ha hecho, conservándola hasta ahora en sus monarquías tan pura, con que han testificado al mundo el amor tan singular que Hijo y Madre santísimos tienen a estos reinos y el que manifiestan en darles este aviso saludable. Procuren, pues, emplear sus fuerzas y grandeza en dilatar la gloria y exaltación del nombre de Cristo por todas las naciones y el de María santísima. Y crean que será medio eficacísimo para obligar al Hijo engrandecer a la Madre con digna reverencia y dilatarla por todo el universo, para que sea venerada y conocida de todas las naciones.

36. En mayor testimonio y prueba de la clemencia de María santísima, añade el evangelista: Que las puertas de esta Jerusalén divina no estaban cerradas ni por el día ni por la noche; para que todas las gentes lleven a ella su gloria y honra (Ap 21,25-26). Nadie, por pecador y tardo que haya sido, por infiel y pagano, llegue con desconfianza a las puertas de esta Madre de misericordia, que quien se priva de la gloria que gozaba a la diestra de su Hijo para venir a socorrernos no podrá cerrar las puertas de su piedad a quien llegare a ellas por su remedio con devoto corazón. Y aunque llegare en la noche de la culpa o en el día de la gracia y a cualquier hora de la vida, siempre será admitido y socorrido. Si el que llama a media noche a las puertas del amigo que de verdad lo es le obliga por la necesidad o por la importunidad a que se levante y le socorra dándole los panes que pide (Lc 11,8 (A.)), ¿qué hará la que es Madre y tan piadosa que llama, espera y convida con el remedio? No aguardará que seamos importunos, porque es presta en atender a los que la llaman, oficiosa en responder y toda suavísima y dulcísima en favorecer y liberal en enriquecer. Es el fomento de la misericordia, motivo para usar el Altísimo de ella y puerta del cielo para que entremos a la gloria por su intercesión y ruegos. Nunca entró en ella cosa manchada ni engañosa (Ap 21,27). Nunca se turbó, ni admitió indignación ni odio con los hombres, no se halló en ella jamás engaño, culpa ni defecto, nada le falta de cuanto se puede desear para remedio de los mortales. No tenemos excusa ni descargo, si no llegamos con humilde reconocimiento, que como es pura y limpia también nos purificará y limpiará a nosotros. Tiene la llave de las fuentes del Redentor, de que dice Isaías (Is 12,3) saquemos agua, y su intercesión, obligada de nuestros ruegos, vuelve la llave y salen las aguas para lavarnos ampliamente y admitirnos en su felicísima compañía y de su Hijo y Dios verdadero por todas las eternidades.

Doctrina que me dio la gran Reina y Señora de los ángeles.

37. Hija mía, te quiero manifestar para tu aliento y de mis siervos que has escrito los misterios de estos capítulos con agrado y aprobación del Altísimo, cuya voluntad es que se manifieste al mundo lo que yo hice por la Iglesia volviendo a ella desde el cielo empíreo para ayudar a los fieles, y también el deseo que tengo de socorrer a los católicos que se valieren de mi intercesión y amparo, como el Altísimo me lo encargó, y yo con maternal afecto se le ofrezco a ellos. También ha sido especial el gozo de los santos, y entre ellos de mi hijo Juan, que hayas declarado el que tuvieron todos cuando subí con mi Hijo y mi Señor a los cielos acompañándole en su ascensión, porque ya es tiempo que lo entiendan los hijos de la Iglesia y conozcan más expresamente la grandeza de beneficios a que me levantó el Todopoderoso y se levanten ellos en su esperanza, estando más capaces de lo que les puedo y quiero favorecer, porque me compadezco como madre amorosa de ver a mis hijos tan engañados del demonio y oprimidos de su tiranía a que ciegamente se han entregado. Otros grandes sacramentos encerró Juan mi siervo en el capítulo 21 y en el 12 del Apocalipsis de los beneficios que me hizo el Altísimo, y de todos has declarado en esta Historia lo que pueden conocer ahora los fieles para su remedio por mi intercesión, y más escribirás adelante.

38. Pero desde luego para ti has de coger el fruto de todo lo que has entendido y escrito. Y en primer lugar, te debes adelantar en el cordial afecto y devoción que conmigo tienes y en una firmísima esperanza de que yo seré tu amparo en todas tus tribulaciones y te encaminaré en tus obras y que las puertas de mi clemencia estarán para ti patentes y también para todos cuantos tú me encomendares, si fueres la que yo quiero y tal como te deseo. Y para esto te advierto, carísima, y te aviso que, como yo fui renovada en el cielo por el poder divino para volver a la tierra y obrar en ella con nuevo modo y perfección, así el mismo Señor quiere que tú seas renovada en el cielo de tu interior y en el retiro y superior de tu espíritu y en la soledad de los ejercicios donde te has recogido para escribir lo que resta de mi vida. Y no entiendas se ha ordenado sin especial providencia, como lo conocerás ponderando lo que precedió en ti para dar principio a esta tercera parte, como lo has escrito. Ahora, pues, que sola y desocupada del gobierno y conversación de tu casa te doy esta doctrina, es razón que con el favor de la divina gracia te renueves en la imitación de mi vida y en ejecutar en ti cuanto es posible lo que conoces en mí. Esta es la voluntad de mi Hijo santísimo, la mía y tus mismos deseos. Oye, pues, mi enseñanza y cíñete de fortaleza, determina con eficacia tu voluntad, para ser atenta, fervorosa, oficiosa, constante y diligentísima en el agrado de tu Esposo y Señor. Acostúmbrate a no perderle jamás de tu vista cuando desciendas a la comunicación de las criaturas y a las obras de Marta. Yo seré tu maestra, los ángeles te acompañarán, para que con ellos y sus inteligencias alabes continuamente al Señor, y Su Majestad te dará su virtud, para que pelees sus batallas con sus enemigos y tuyos. No te hagas indigna de tantos bienes y favores.

CAPITULO 4

De Nuevo a Tapa

Después de tres días que María santísima descendió del cielo se manifiesta y habla en su persona a los apóstoles, la visita Cristo nuestro Señor y otros misterios hasta la venida del Espíritu Santo.

39. Advierto de nuevo a los que leyeren esta Historia que no extrañen los ocultos sacramentos de María santísima que en ella vieren escritos, ni los tengan por increíbles por haberlos ignorado el mundo hasta ahora, porque a más de que todos caben digna y convenientemente en esta gran Reina, aunque la santa Iglesia hasta ahora no haya tenido historias auténticas de las obras maravillosas que hizo después de la ascensión de su Hijo santísimo, no podemos negar que serían muchas y muy grandiosas, pues quedaba por maestra, protectora y madre de la ley evangélica, que se introducía en el mundo debajo de su amparo y protección. Y si para este ministerio la renovó el altísimo Señor, como se ha dicho, y en ella empleó todo el resto de su omnipotencia, ningún favor o beneficio por grande que sea se le ha de negar a la que fue única y singular, como no disuene de la verdad católica.

40. Estuvo tres días en el cielo gozando de la visión beatífica, como dije en el primer capítulo (Cf. supra n.3), y descendió a la tierra el día que corresponde al domingo después de la ascensión, que llama la santa Iglesia infraoctava de la fiesta. Estuvo en el cenáculo otros tres días gozando de los efectos de la visión de la divinidad y templándose los resplandores con que venía de las alturas, conociendo el misterio sólo el evangelista Juan, porque no convenía manifestar este secreto a los demás apóstoles por entonces ni ellos estaban harto capaces para él. Y aunque asistía con ellos, se les encubría su refulgencia los tres días que la tuvo en la tierra, y fue así conveniente, pues el mismo evangelista a quien se le concedió este favor cayó en tierra postrado cuando llegó a su presencia, como arriba se dijo (Cf. supra n.6), aunque fue confortado con especial gracia para la primera vista de su beatísima Madre. Tampoco fue conveniente que luego y repentinamente le quitase el Señor a nuestra gran Reina la refulgencia y los demás efectos exteriores e interiores con que venía desde su gloria y trono, sino que con orden de su sabiduría infinita fuese poco a poco remitiendo aquellos dones y favores tan divinos, para que volviese el virginal cuerpo al estado visible más común en que pudiera conversar con los apóstoles y con los otros fieles de la santa Iglesia.

41. Dejo asimismo advertido arriba (Cf. supra p.II n.1512) que esta maravilla de haber estado María santísima personalmente en el cielo no contradice a lo que está escrito en los Actos apostólicos (Act 1,14 (A.)), que los apóstoles y mujeres santas perseveraron unánimes en oración con María Madre de Jesús y sus hermanos después que Su Majestad subió a los cielos. La concordia de este lugar con lo que he dicho es clara, porque san Lucas escribió aquella historia según lo que él y los apóstoles vieron en el cenáculo de Jerusalén y no el misterio que ignoraba. Y como el cuerpo purísimo estaba en dos partes, aunque la atención y el uso de las potencias y sentidos fuese más perfecto y real en el cielo, es verdad que asistía con los apóstoles y que todos la veían. Y a más de esto, se verifica que María santísima perseveraba con ellos en oración, porque desde el cielo los veía y unía su oración y peticiones con todos los moradores del santo cenáculo, y en la diestra de su Hijo santísimo se las presentó y alcanzó para ellos la perseverancia y otros grandes favores del Altísimo.

42. Los tres días que estuvo esta gran Señora en el cenáculo gozando de los efectos de la gloria y en el ínterin que se iban templando los resplandores de su redundancia, se ocupó en encendidos y divinos afectos de amor, de agradecimiento y de inefable humildad, que no hay términos ni razones para manifestar lo que de este sacramento he conocido, aunque será muy poco respecto de la verdad. En los mismos ángeles y serafines que la asistían causó nueva admiración, y con ella conferían entre sí mismos cuál era mayor maravilla, haber levantado el brazo poderoso del Altísimo a una pura criatura a tantos favores y grandeza o el ver que después de hallarse tan levantada y enriquecida de gracia y gloria sobre todas las criaturas se humillase, reputándose por la más ínfima entre ellas. Con esta admiración conocí que los mismos serafines estaban como suspensos a nuestro modo de entender mirando a su Reina en las obras que hacía, y hablando unos con otros decían: Si los demonios antes de su caída llegaran a conocer este raro ejemplo de humildad, no fuera posible que a vista suya se levantaran en su soberbia. Esta nuestra gran Señora es la que sin defecto, sin mengua, no por partes, sino con toda plenitud, llenó los vacíos de la humildad de todas las criaturas. Ella sola ponderó dignamente la majestad y sobre eminente grandeza del Criador y la poquedad de todo lo criado. Ella es la que sabe cuándo y cómo ha de ser obedecido y venerado, y como lo sabe lo ejecuta. ¿Es posible que entre las espinas que sembró el pecado en los hijos de Adán produjese la tierra este candidísimo lirio de tanto agrado para su Criador y fragancia para los mortales (Cant 2,2; 6,1 (A.)), y que del desierto del mundo, yermo de la gracia y todo terreno, se levantase tan divina criatura, tan afluente de las divinas delicias del Todopoderoso (Cant 8,5)? Eternamente sea alabado en su sabiduría y bondad, que formó tal criatura tan ordenada y admirable para santa emulación de nuestra naturaleza, para ejemplo y gloria de la humana. Y tú, bendita entre las mujeres, señalada y escogida entre todas las criaturas, seas bendita, conocida y alabada de todas las generaciones. Goces por toda la eternidad de la excelencia que te dio tu Hijo y nuestro Criador. Tenga en ti su agrado y complacencia, por la hermosura de tus obras y prerrogativas; quede saciada en ellas la inmensa caridad con que desea la justificación de todos los hombres. Tú por todos le des satisfacción y mirándote a ti sola no le pesará haber criado a los demás ingratos. Y si ellos le irritan y desobligan, tú le aplacas y le haces propicio y caricioso. Y no admiramos que tanto favorezca a los hijos de Adán, pues tú, Señora y Reina nuestra, vives con ellos y son de tu pueblo.

43. Con estas alabanzas y otros muchos cánticos que hacían los santos ángeles celebraron la humildad y obras de María santísima después que descendió del cielo, y en algunos de estos loores alternó ella con sus respuestas. Antes que la dejasen en el cenáculo los que volvieron al cielo después de haberla acompañado y pasados los tres días que estuvo en él sabiendo sólo san Juan los resplandores que la cercaban conoció que ya era tiempo de tratar y conversar con los fieles. Lo hizo así y miró a los apóstoles y discípulos con gran ternura como piadosa Madre, y acompañándolos en la oración que hacían los ofreció con lágrimas a su Hijo santísimo y pidió por ellos y por todos los que en los futuros siglos habían de recibir la santa fe católica y la gracia. Y desde aquel día, sin omitir alguno de los que vivió en la santa Iglesia, pidió también al Señor que acelerase los tiempos en que se habían de celebrar en ella las festividades de sus misterios, como en el cielo se le había manifestado de nuevo. Pidió también que Su Majestad enviase al mundo los varones de levantada y señalada santidad para la conversión de los pecadores, de que tenía la misma ciencia. Y en estas peticiones era tanto el ardor de la caridad con los hombres, que naturalmente la quitara la vida, y para alentarla y moderar la fuerza de estos anhelos muchas veces le envió su Hijo santísimo uno de los serafines más supremos que la respondiese y dijese que se cumplirían sus deseos y peticiones, declarándola el orden que la divina Providencia había de guardar en esto para mayor utilidad de los mortales.

44. Con la visión de la divinidad, de que gozaba por el modo abstractivo que tengo dicho (Cf. supra n.32), era tan inefable el incendio de amor que padecía aquel castísimo y purísimo corazón, que sin comparación excedía a los más inflamados serafines, inmediatos al trono de la divinidad. Y cuando alguna vez descendía un poco de los efectos de esta divina llama, era para mirar la humanidad de su Hijo santísimo, porque ninguna especie de otras cosas visibles reconocía en su interior, salvo cuando actualmente trataba con los sentidos a las criaturas. Y en esta noticia y memoria de su amado Hijo sentía algún natural cariño de su ausencia, aunque moderado y perfectísima, como de madre prudentísima. Pero como en el corazón del Hijo correspondía el eco de este amor, se dejaba herir de los deseos de su amantísima Madre, cumpliéndose a la letra lo que dijo en los Cantares (Cant 6,4 (A.)), le hacían volar y le traían a la tierra los ojos con que le miraba su querida Madre y Esposa.

45. Sucedió esto muchas veces, como diré adelante (Cf. infra n.213,347,357.598,619,631,646,656,665,etc.), y la primera fue en uno de los pocos días que pasaron después que la gran Señora descendió del cielo, antes de la venida del Espíritu Santo, aún no seis días después que conversaba con los apóstoles. En este breve espacio descendió Cristo nuestro Salvador en persona a visitarla y llenarla de nuevos dones y consolación inefable. Estaba la candidísima paloma adolecida de amor y con aquellos deliquios que ella confesó causaba la caridad bien ordenada en la oficina del Rey (Cant 2,4-5 (A.)). Y Su Majestad, llegando a ella en esta ocasión, la reclinó sobre su pecho en la mano siniestra de su deificada humanidad y con la diestra de la divinidad la iluminó y enriqueció y la bañó toda de nuevas influencias con que la vivificó y fortaleció. Allí descansaron las ansias amorosas de esta cierva herida, bebiendo a satisfacción en las fuentes del Salvador y fue refrigerada y fortalecida para encenderse más en la llama de su fuego amoroso que jamás se extinguió. Curó quedando más herida de esta dolencia, fue sana enfermando de nuevo y recibió vida para entregarse más a la muerte de su afecto, porque este linaje de dolencia ni conoce otra medicina ni admite otro remedio. Y cuando la dulcísima Madre con este favor cobró algún esfuerzo y se le concedió el Señor a la parte sensitiva, se postró ante Su Real Majestad y de nuevo le pidió la bendición con profunda humildad y fervoroso agradecimiento por el favor que recibió con su vista.

46. Estaba la prudentísima Señora desimaginada de este beneficio, no sólo por haber tan poco tiempo carecía de la presencia humana de su santísimo Hijo, sino porque Su Majestad no le declaró cuándo la visitaría y su altísima humildad no la dejaba pensar que la dignación divina se inclinaría a darla aquel consuelo. Y como ésta fue la primera vez que la recibió, fue mayor la admiración con que quedó más humillada y aniquilada en su estimación. Estuvo cinco horas gozando de la presencia y regalos de su Hijo santísimo, y nadie de los apóstoles conoció entonces este beneficio, aunque en el semblante con que vieron a la divina Reina y en algunas acciones sospecharon tenía novedad admirable, pero ninguno se atrevió a preguntarle la causa por el temor y reverencia con que la miraban. Para despedirse de su Hijo purísimo al tiempo que conoció se quería volver a los cielos, se postró de nuevo en tierra, pidiéndole otra vez su bendición y licencia para que si alguna la visitase como entonces reconociese en su presencia los defectos que cometía en ser agradecida y darle el retorno que debía a sus beneficios. Hizo esta petición, porque el mismo Señor la ofrecía que la visitaría algunas veces en su ausencia y porque antes de la subida a los cielos, cuando vivían juntos, acostumbraba la humilde Madre a postrarse ante su Hijo y Dios verdadero, reconociéndose indigna de sus favores y tarda en recompensarlos, como en la segunda parte queda dicho (Cf. supra p.II n.698,989,921,1028). Y aunque no pudo acusarse de alguna culpa, porque ninguna cometió la que era Madre de la santidad, ni tampoco con ignorancia se persuadió a que la tenía porque era Madre de la sabiduría, pero dio el Señor lugar a su humildad, amor y ciencia, para que llegase a la digna ponderación de la deuda que como pura criatura tenía a Dios como a Dios, y con este altísimo conocimiento y humildad le parecía poco todo lo que hacía en retorno de tan soberanos beneficios. y esta desigualdad atribuía a sí misma y aunque no era culpa quería confesar la inferioridad del ser terreno comparado con la divina excelencia.

47. Pero entre los inefables misterios y favores que recibió desde el día de la ascensión de su Hijo Jesús Salvador nuestro, fue admirable la atención que esta prudentísima Maestra tuvo para que los apóstoles y demás discípulos se preparasen dignamente para recibir al Espíritu Santo. Conocía la gran Reina cuán estimable y divino era este beneficio que les prevenía el Padre de las lumbres y conocía también el cariño sensible de los apóstoles con la humanidad de su Maestro Jesús y que los embarazaría algo la tristeza que padecían por su ausencia. Y para reformar en ellos este defecto y mejorarlos en todo, como piadosa Madre y poderosa Reina, en llegando al cielo con su Hijo santísimo despachó otro de sus ángeles al cenáculo para que les declarase su voluntad y la de su Hijo, que era se levantasen a sí sobre sí y estuviesen más donde amaban por fe al ser de Dios que donde animaban que eran los sentidos, y que no se dejasen llevar de la vista sola de la humanidad, sino que les sirviese de puerta y camino para pasar a la divinidad, donde se halla adecuada satisfacción y reposo. Mandó la divina Reina al santo ángel que todo esto les inspirase y dijese a los apóstoles. Y después que la prudentísima Señora descendió de las alturas, los consoló en su tristeza y los alentó en el desmayo que tenían, y cada día una hora les hablaba y la gastaba en declararles los misterios de la fe que su Hijo santísimo le había enseñado. Y no lo hacía en forma de magisterio sino como confiriéndolo, y les aconsejó hablasen ellos otra hora confiriendo los avisos y promesas, doctrina y enseñanza de su divino Maestro Jesús y que otra parte del día rezasen vocalmente el Pater noster y algunos salmos y que lo demás gastasen en oración mental y a la tarde tomasen algún alimento de pan y peces y el sueño moderado. Y con esta oración y ayuno se dispusiesen para recibir al Espíritu Santo que vendría sobre ellos.

48. Desde la diestra de su Hijo santísimo cuidaba la vigilante Madre de aquella dichosa familia, y para dar a todas las obras el supremo grado de perfección, aunque hablaba después de bajar del cielo a los apóstoles, nunca lo hizo sin que san Pedro o san Juan se lo mandasen. Y pidió y alcanzó de su Hijo santísimo que así se lo inspirase a ellos, para obedecerlos como a sus vicarios y sacerdotes, y lodo se cumplía como la Maestra de la humildad prevenía, y después obedecía como sierva, disimulando la dignidad de Reina y de Señera, sin atribuirse autoridad, dominio ni superioridad alguna, sino obrando como inferior a todos. Con este modo hablaba a los apóstoles y con los otros fieles. Y en aquellos días les declaró el misterio de la santísima Trinidad con términos muy altos e incomprensibles, pero inteligibles y acomodados al entender de todos. Luego les declaró el misterio de la unión hipostática y todos los de la encarnación y otros muchos de la doctrina que habían oído de su Maestro, y cómo para mayor inteligencia serían ilustrados por el Espíritu Santo cuando le recibiesen.

49. Les enseñó a orar mentalmente, declarándoles la excelencia y necesidad de esta oración y que en la criatura racional el principal oficio y más noble ocupación ha de ser levantarse con el entendimiento y voluntad sobre todo lo criado al conocimiento y amor divino, y que ninguna otra cosa ni ocupación se debe anteponer ni interponer para que el alma se prive de este bien, que es el supremo de la vida y el principio de la felicidad eterna. Les enseñó también cómo debían agradecer al Padre de las misericordias el habernos dado a su Unigénito por nuestro Reparador y Maestro y el amor con que nos había redimido a costa de su pasión y muerte Su Majestad, y porque a ellos que eran sus apóstoles los había escogido entre los demás hombres para su compañía y fundamentos de su santa Iglesia. Con estas exhortaciones y enseñanza ilustró la divina Madre los corazones de los once apóstoles y de los otros discípulos y los fervorizó y dispuso para que estuviesen idóneos y prevenidos a recibir al Espíritu Santo y sus divinos efectos. Y como penetraba sus corazones y conocía la condición y natural de cada uno a todos se acomodaba, como la necesidad de cada cual lo pedía, según su gracia y espíritu, para que con alegría, consuelo y fortaleza obrasen las virtudes, y en las exteriores les advirtió hiciesen humillaciones, postraciones y otras acciones de culto y reverencia, adorando a la majestad y grandeza del Altísimo.

50. Todos los días por la mañana y tarde iba a pedir la bendición a los apóstoles, primero a san Pedro como cabeza y luego a san Juan y a los demás por sus antigüedades. Al principio se querían retirar todos de hacer esta ceremonia con María santísima, porque la miraban como a Reina y Madre de su Maestro Jesús, pero la prudentísima Señora los obligó, para que todos la bendijesen como sacerdotes y ministros del Altísimo, declarándoles esta suprema dignidad y el oficio que por ella les tocaba, la suma reverencia y respeto que se les debía. Y como esta competencia venía a ser sobre quién más se humillaba, era cierto que la Maestra de la humildad había de quedar victoriosa y los discípulos vencidos y enseñados con su ejemplo. Por otra parte las palabras de María santísima eran tan dulces, ardientes y eficaces en mover los corazones de todos aquellos primeros fieles, que con una fuerza divina y suavísima los ilustraba y reducía a obrar todo lo más santo y perfecto de las virtudes. Y reconociendo ellos estos admirables efectos en sí mismos, los conferían unos con otros y admirados decían: Verdaderamente en esta pura criatura hallamos la misma enseñanza, doctrina y consuelo que nos faltó con la ausencia de su Hijo y nuestro Maestro. Sus obras y palabras, sus consejos y comunicación llena de suavidad y mansedumbre, nos enseña y obliga, como lo sentíamos con nuestro Salvador cuando nos hablaba y vivía con nosotros. Ahora se encienden nuestros corazones con la doctrina y exhortaciones de esta admirable criatura, como nos sucedía con las palabras de Jesús nuestro Salvador. Sin duda que como Dios omnipotente ha depositado en la Madre de su Unigénito la sabiduría y virtud divina. Podemos ya enjugar las lágrimas, pues para nuestra enseñanza y consuelo nos dejó tal Madre y Maestra y nos concedió tener con nosotros esta viva arca del Testamento, donde depositó su ley, su vara de los prodigios, el maná dulcísimo para nuestra vida y consuelo.

51. Si los sagrados apóstoles y los demás hijos primitivos de la santa Iglesia nos hubieran dejado escrito lo que conocieron y alcanzaron de la gran Señora María santísima y de su eminente sabiduría como testigos de vista, lo que la oyeron, hablaron y comunicaron en tanto tiempo, con estos testimonios tuviéramos noticia más expresa de la santidad y obras heroicas de la Emperatriz de las alturas y cómo en la doctrina que enseñaba y en los efectos que obraba se conocía haberle comunicado su Hijo santísimo un linaje de virtud divina semejante a la suya; aunque en el Señor estaba como la fuente en su origen y en su beatísima Madre estaba como en el arcaduz o conducto por donde se comunicaba y comunica a todos los mortales. Pero los apóstoles fueron tan felices y dichosos que bebieron las aguas del Salvador y de la doctrina de su purísima Madre en su misma fuente, recibiéndolas por el sentido, como convenía para el ministerio y oficio que se les encargaba de fundar la Iglesia y plantar la fe del evangelio por todo el orbe.

52. Por la traición y muerte del infeliz entre los nacidos, Judas, estaba su obispado, como dijo David (Sal 108,8 (A.)), de vacante y era necesario que se proveyese en otro digno del apostolado, porque era voluntad del Altísimo que para la venida del Espíritu Santo estuviese cumplido el número de los doce, como el Maestro de la vida los había numerado cuando los eligió. Este orden del Señor les declaró María santísima a los once apóstoles en una de las pláticas que les hacía, y todos admitieron la proposición y la suplicaron que como Madre y Maestra nombrase ella al que conociese por más digno e idóneo para el apostolado. No lo ignoraba la divina Señora, porque tenía escritos en su corazón los nombres de los doce con san Matías, como dije en el segundo capítulo (Cf. supra n.28). Pero con su humilde y profunda sabiduría conoció que convenía remitir aquella diligencia a san Pedro, para que comenzase a ejercer en la nueva Iglesia el oficio de pontífice y cabeza, como vicario de Cristo, su autor y Maestro. Le ordenó al apóstol que esta elección la hiciese en presencia de todos los discípulos y otros fieles, para que todos le viesen obrar como suprema cabeza de la Iglesia. Y así lo hizo san Pedro como lo ordenó la Reina.

53. El modo de esta primera elección que se hizo en la Iglesia refiere san Lucas en el capítulo 1 de los Hechos apostólicos (Act 1,15ss). Dice que en aquellos días que fueron entre la ascensión y venida del Espíritu Santo el apóstol san Pedro, habiendo juntado los ciento y veinte que se hallaron también a la subida del Señor a los cielos, les hizo una plática en que les declaró cómo convenía haberse cumplido la profecía de David de la traición de Judas, la cual dejó escrita en el salmo 40 (Sal 40,10), y cómo habiendo sido elegido entre los doce apóstoles prevaricó infelizmente y se hizo caudillo de los que prendieron a Jesús y del precio por que le vendió le quedó por posesión el campo que se compró con él que en la lengua común llamaban Haceldama y al fin como indigno de la misericordia divina se colgó a sí mismo y reventó por medio, derramando sus entrañas. Como todo era notorio a cuantos estaban en Jerusalén; y convenía que fuese elegido otro en su lugar en el apostolado para testificar la resurrección del Salvador, conforme otra profecía del mismo David (Sal 108,8); y éste que había de ser elegido debía ser alguno de los que habían seguido a Cristo su Maestro en la predicación desde el bautismo de san Juan.

54. Acabada esta plática y convenidos todos los fieles en Que se hiciera elección del decimosegundo apóstol, se remitió a san Pedro el modo de la elección. Determinó el apóstol que de entre los sesenta y dos discípulos se nombrasen dos, que fueron José, llamado el Justo, y Matías, y entre los dos se sortease y se tuviese por apóstol aquel a quien le cupiese la suerte. Aprobaron todos este modo de elegir, que entonces era muy seguro porque la virtud divina obraba grandes maravillas para fundar la Iglesia. Y escribiendo los nombres de los dos cada uno en una cédula con el oficio de discípulo y apóstol de Cristo, los pusieron en un vaso que no se viese, y todos hicieron oración pidiendo a Dios eligiese a quien fuera su santísima voluntad, pues conocía como Señor los corazones de todos. Luego san Pedro sacó una suerte en que estaba escrito: Matías, discípulo y apóstol de Jesús, y con alegría de todos fue reconocido y admitido san Matías por legítimo apóstol y los once le abrazaron. Y María santísima, que a todo estaba presente, le pidió la bendición y a su imitación lo hicieron los demás fieles y todos continuaron la oración y ayuno hasta la venida del Espíritu Santo.

Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.

55. Hija mía, te admiras con razón de los ocultos y soberanos favores que recibí de la diestra de mi Hijo y de la humildad con que los recibía y agradecía, de la caridad y atención que entre este gozo tenía a las necesidades de los apóstoles y fieles de la santa Iglesia. Tiempo es ya, carísima, de que en ti cojas el fruto de esta ciencia; ni tú puedes ahora entender más, ni mi deseo en ti se extiende a menos que a tener una hija fiel que me imite con fervor y una discípula que me oiga y siga con todo el corazón. Enciende, pues, la luz de tu viva fe, con saber que yo soy tan poderosa para favorecerte y ayudarte, y fía de mí, que lo haré sobre tus deseos y seré liberal sin escasez en llenarte de grandes bienes. Pero tú para recibirlos humíllate más que la misma tierra y toma el último lugar entre las criaturas, pues por ti misma eres más inútil que el más vil y desechado polvo y nada tienes más que la misma miseria y necesidad. Pondera bien con esta verdad cuánta y cuál es contigo la clemencia y dignación del Altísimo y qué grado de agradecimiento y retorno le debes; y si el que paga, aunque sea por entero, lo que debe, no tiene de qué se gloriar, tú, que no puedes satisfacer por tanta deuda, justo es que quedes humillada, pues quedas siempre deudora, aunque siempre trabajes cuanto puedas. Pues, ¿qué será siendo remisa y negligente?

56. Con esta prudencia y atención conocerás cómo debes imitarme en la fe viva, en la esperanza cierta, en la caridad fervorosa, en la humildad profunda y en el culto y reverencia debida a la infinita grandeza del Señor. Y te advierto de nuevo que la sagacidad de la serpiente es vigilantísima contra los mortales para que no atiendan a la veneración y culto que se debe a su Dios y con vana osadía desprecian esta virtud y las que en sí contiene. En los mundanos v viciosos introduce un estultísimo olvido de las verdades católicas, para que la fe divina no les proponga el temor y veneración que se debe al Muy Alto, y en esto los hace muy semejantes a los paganos, que no conocen la verdadera divinidad. A otros, que desean la virtud y hacen algunas obras buenas, les causa el enemigo una tibieza y negligencia peligrosa con que pasan inadvertidos de lo que pierden por faltarles el fervor. Y a los que tratan de más perfección, los pretende este dragón engañar con una grosera confianza, para que con los favores que reciben o con la clemencia que conocen, se juzguen por muy familiares con el Señor y se descuiden en la humilde veneración y temor con que han de estar en presencia de tanta Majestad, ante quien tiemblan las potestades del cielo, como la santa Iglesia se lo enseña (Prefacio de la misa). Y porque en otras ocasiones te he amonestado y advertido de este peligro basta ahora acordártelo.

57. Pero de tal manera quiero que seas fiel y puntual en ejercitar esta doctrina, que en todas tus acciones exteriores sin afectación ni extremos la confieses y practiques, para que con ejemplo y palabras enseñes a todos los que te trataren el temor santo y veneración que las criaturas deben al Criador. Y especialmente quiero que a tus religiosas las adviertas y enseñes esta ciencia, para que no ignoren la humildad y reverencia con que han de tratar con Dios. Y la más eficaz enseñanza será en ti el ejemplo en las obras de obligación, porque éstas ni las debes ocultar ni omitirlas por temor de la vanidad. Esta obligación es mayor en el que gobierna a otros, que es deuda del oficio exhortar, mover y encaminar a los súbditos en el temor santo del Señor y esto se hace más eficazmente con el ejemplo que con las palabras. En particular las amonesta a la veneración que han de tener a los sacerdotes, como ungidos y cristos del Señor. Y tú a imitación mía pídeles siempre la bendición cuando llegares a oírles y te despidieres de ellos. Y cuando más favorecida te veas de la divina dignación, vuelve también los ojos a las necesidades y aflicciones de tus prójimos y al peligro de los pecadores, y pide por todos con viva fe y confianza, que no es legítimo amor con Dios si sólo con gozar se contenta y se olvida de sus hermanos. Aquel sumo bien que conoces y participas, has de solicitar y pedir se comunique a todos, pues a nadie excluye y todos necesitan de su comunicación y auxilio divino. En mi caridad conoces lo que debes imitar en todo.

CAPITULO 5

De Nuevo a Tapa

La venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles y otros fieles; le vio María santísima intuitivamente y otros ocultísimos misterios y secretos que sucedieron entonces.

58. En compañía de la gran Reina del cielo perseveraban alegres los doce apóstoles con los demás discípulos y fieles aguardando en el cenáculo la promesa del Salvador, confirmada por la Madre santísima, de que les enviaría de las alturas al Espíritu consolador, que les enseñaría y administraría todas las cosas que en su doctrina habían oído (Jn 14,26). Estaban todos unánimes y tan conformes en la caridad, que en todos aquellos días ninguno tuvo pensamiento, afecto, ni ademán contrario de los otros; uno mismo era el corazón y alma de todos en el sentir y obrar. Y aunque se ofreció la elección de san Matías, no intervino entre todos estos nuevos hijos de la Iglesia un ademán ni menor movimiento de discordia, con ser esta ocasión en la que los diferentes dictámenes arrastran la voluntad para discordar aun los más atentos, porque todos lo son para seguir cada uno su parecer y no reducirse al ajeno. Pero entre aquella santa congregación no tuvo entrada la discordia, porque los unió la oración, el ayuno y el estar todos esperando la visita del Espíritu Santo, que sobre corazones encontrados y discordes no puede tener asiento. Y para que se vea cuán poderosa fue esta unión de caridad, no sólo en disponerlos para recibir el Espíritu Santo, sino también para vencer a los demonios y ahuyentarlos, advierto que desde el infierno, donde estaban aterrados después de la muerte de nuestro Salvador Jesús, desde allí sintieron nueva opresión y terror con las virtudes de los que estaban en el cenáculo; aunque no las conocieron en particular, sintieron que de allí les resultaba aquella nueva fuerza que los acobardaba y juzgaron que se destruía su imperio con lo que aquellos discípulos de Cristo comenzaban a obrar en el mundo con su doctrina y ejemplo.

59. La Reina de los ángeles María santísima con la plenitud de sabiduría y gracia conoció el tiempo y la hora determinada por la divina voluntad para enviar al Espíritu Santo sobre el colegio apostólico. y como se cumpliesen los días de Pentecostés (Act 2,1ss), que fue cincuenta días después de la resurrección del Señor y nuestro Redentor, vio la beatísima Madre cómo en el cielo la humanidad de la persona del Verbo proponía al eterno Padre la promesa que el mismo Salvador dejaba hecha en el mundo a sus apóstoles, de enviarles al divino Espíritu consolador, y que se cumplía el tiempo determinado por su infinita sabiduría para hacer este favor a la santa Iglesia para plantar en ella la fe que el mismo Hijo había ordenado y los dones que le había merecido. Propuso Su Majestad también los méritos que en la carne mortal había adquirido con su santísima vida, pasión y muerte y los misterios que había obrado para remedio del humano linaje, y que era su medianero, abogado e intercesor entre el eterno Padre y los hombres, y que entre ellos vivía su dulcísima Madre, en quien las divinas personas se complacían. Pidió también Su Majestad que viniese el Espíritu Santo al mundo en forma visible, a más de la gracia y dones invisibles, porque así convenía para honrar la ley del evangelio a vista del mundo, para confortar y alentar más a los apóstoles y fieles que habían de predicar la palabra divina, para causar terror en los enemigos del mismo Señor, que en su vida le habían perseguido y despreciado hasta la muerte de Cruz.

60. Esta petición, que hizo nuestro Redentor en el cielo, acompañó su Madre santísima desde la tierra en la forma que a la piadosa Madre de los fieles competía. Y estando con profunda humildad postrada en tierra en forma de cruz, conoció cómo en el consistorio de la beatísima Trinidad se admitía la petición del Salvador del mundo y que para despacharla y ejecutarla -a nuestro modo de entender las dos personas del Padre y del Hijo, como principio de quien procede el Espíritu Santo, ordenaban la misión activa de la tercera Persona, porque a las dos se les atribuye el enviar la que procede de entrambos, y la tercera persona del Espíritu Santo aceptaba la misión pasiva y admitía venir al mundo. Y aunque todas estas Personas divinas y sus operaciones son de una misma voluntad infinita y eterna sin desigualdad alguna, pero las mismas potencias que en todas Personas son indivisas e iguales tienen unas operaciones ad intra en una persona que no las tienen en otra; y así el entendimiento en el Padre engendra y no en el Hijo, porque es engendrado, y la voluntad en el Padre y en el Hijo espira y no en el Espirito Santo, que es espirado. Y por esta razón al Padre y al Hijo se les atribuye enviar, como principio activo, al Espíritu Santo ad extra y a él se le atribuye el ser enviado como pasivamente.

61. Precediendo las peticiones dichas, el día de Pentecostés por la mañana la prudentísima Reina previno a los apóstoles y a los demás discípulos y mujeres santas que todas eran ciento y veinte personas para que orasen y esperasen con mayor fervor, porque muy presto serían visitados de las alturas con el divino Espíritu. Y estando así orando todos juntos con la celestial Señora, a la hora de tercia se oyó en el aire un gran sonido de un espantoso tronido y un viento o espíritu vehemente con grande resplandor, como de relámpago y de fuego, y todo se encaminó a la casa del cenáculo, llenándola de luz y derramándose aquel divino fuego sobre toda aquella santa congregación. Aparecieron sobre la cabeza de cada uno de los ciento y veinte unas lenguas del mismo fuego en que venía el Espíritu Santo, llenándolos a todos y a cada uno de divinas influencias y dones soberanos y causando a un mismo tiempo muy diferentes y contrarios efectos en el cenáculo y en todo Jerusalén, según la diversidad de sujetos.

62. En María santísima fueron divinos y admirables para los cortesanos del cielo, que los demás somos muy inferiores para entenderlos y explicarlos. Quedó la purísima Señora transformada y elevada toda en el mismo altísimo Dios, porque vio intuitivamente y con claridad al Espíritu Santo y por algún espacio, aunque de paso, gozó de la visión beatífica de la divinidad, y de sus dones y efectos recibió sola ella más que todo el resto de los santos. Y su gloria por aquel tiempo excedió a la de los ángeles y bienaventurados. Y sola ella dio más gloria, alabanza y agradecimiento que todos ellos juntos por el beneficio de haber enviado el Señor a su divino Espíritu sobre la santa Iglesia, empeñándose para enviarle muchas veces y gobernarla con su asistencia hasta el fin del mundo. Y de las obras que sola María santísima hizo en esta ocasión se complació y agradó la beatísima Trinidad de manera que se dio Su Majestad como por pagado y satisfecho de este favor que hizo al mundo; y no sólo por satisfecho, pero hizo como si se hallara obligado, por tener a esta única criatura que el Padre miraba como Hija y el Hijo como Madre y el Espíritu Santo como a Esposa, a quien a nuestro modo de entender debía visitar y enriquecer después de haberla elegido para tan alta dignidad. Se renovaron en la digna y feliz Esposa todos los dones y gracias del Espíritu Santo con nuevos efectos y operaciones que no caben en nuestra capacidad.

63. Los apóstoles, como dice san Lucas (Act 2,4), fueron también llenos y repletos del Espíritu Santo, porque recibieron admirables aumentos de la gracia justificante en grado muy levantado y solos ellos doce fueron confirmados en esta gracia para no perderla. Respectivamente se les infundieron hábitos de los siete dones, sabiduría, entendimiento, ciencia, piedad, consejo, fortaleza y temor, todos en grado convenientísimo. En este beneficio tan grandioso y admirable como nuevo en el mundo, quedaron los doce apóstoles elevados y renovados para ser idóneos ministros del Nuevo Testamento (2 Cor 3,6) y fundadores de la Iglesia evangélica en todo el mundo, porque esta nueva gracia y dones les comunicaron una virtud divina que con eficaz y suave fuerza los inclinaba a lo más heroico de todas las virtudes y a lo supremo de la santidad. Y con esta fuerza oraban y obraban pronta y fácilmente todas las cosas, por arduas y difíciles que fuesen, y esto no con tristeza y por violenta necesidad, sino con gozo y alegría.

64. En todos los demás discípulos y otros fieles que recibieron el Espíritu Santo en el cenáculo, obró el Altísimo los mismos efectos con proporción y respectivamente, salvo que no fueron confirmados en gracia como los apóstoles, pero según la disposición de cada uno se les comunicó la gracia y dones con más o menos abundancia para el ministerio que les tocaba en la santa Iglesia. Y la misma proporción se guardó en los apóstoles, pero san Pedro y san Juan señaladamente fueron aventajados en estos dones por los más altos oficios que tenían, el uno de gobernar la Iglesia como cabeza y el otro de asistir y servir a su Reina y Señora de cielo y tierra María santísima. El texto sagrado de san Lucas dice que el Espíritu Santo llenó toda la casa donde estaba aquella feliz congregación (Act 2,2), no sólo porque todos en ella quedaron llenos del divino Espíritu y de sus inefables dones, sino porque la misma casa fue llena de admirable luz y resplandor. Y esta plenitud de maravillas y prodigios redundó y se comunicó a otros fuera del cenáculo, porque obró también diversos y varios efectos el Espíritu Santo en los moradores y vecinos de Jerusalén. Todos aquellos que con alguna piedad se compadecieron de nuestro Salvador y Redentor Jesús en su pasión y muerte, doliéndose de sus acerbísimos tormentos y reverenciando su venerable persona, fueron visitados en lo interior con nueva luz y gracia que los dispuso para admitir después la doctrina de los apóstoles. Y los que se convirtieron con el primer sermón de san Pedro eran muchos de éstos, a quien su compasión y pena de la muerte del Señor les comenzó a granjear tanta dicha como ésta. Otros justos que estaban en Jerusalén fuera del cenáculo recibieron también grande consolación interior con que se movieron y dispusieron, y así obró en ellos el Espíritu Santo nuevos efectos de gracia, respectivamente, en cada uno.

65. Pero no son menos admirables, aunque más ocultos, otros efectos muy contrarios a los que he dicho, que el mismo Espíritu divino obró este día en Jerusalén. Sucedió, pues, que con el espantoso trueno y vehemente conmoción del aire y relámpagos en que vino el Espíritu Santo, turbó y atemorizó a todos los moradores de la ciudad enemigos del Señor, respectivamente a cada uno según su maldad y perfidia. Se señaló este castigo con todos cuantos fueron actores y concurrieron en la muerte de nuestro Salvador, particularizándose y airándose en malicia y rabia. Todos éstos cayeron en tierra por tres horas, dando en ella de cerebro. Y los que azotaron a Su Majestad murieron luego todos, ahogados de su propia sangre, que del golpe se les movió y trasvenó hasta sofocarlos, por la que con tanta impiedad derramaron. El atrevido que dio la bofetada a Su Majestad divina no sólo murió repentinamente, sino que fue lanzado en el infierno en alma y cuerpo. Otros de los judíos, aunque no murieron, quedaron castigados con intensos dolores y algunas enfermedades abominables, que con la sangre de Cristo de que se cargaron han pasado a sus descendientes y aun perseveran hoy entre ellos y los hacen inmundismos y horribles. Este castigo fue notorio en Jerusalén, aunque los pontífices y fariseos pusieron gran diligencia en desmentirlo, como lo hicieron en la resurrección del Salvador; pero como esto no era tan importante no lo escribieron los apóstoles ni evangelistas, y la confusión de la ciudad y la multitud lo olvidó luego.

66. Pasó también el castigo y el temor hasta el infierno, donde los demonios le sintieron con nueva confusión y opresión, que les duró tres días, como a los judíos estar en tierra tres horas. Y en aquellos días estuvieron Lucifer y sus demonios dando formidables aullidos, con que todos los condenados recibieron nueva pena y aterramiento de confusísimo dolor. ¡Oh Espíritu inefable y poderoso! La Iglesia santa os llama dedo de Dios, porque procedéis del Padre y del Hijo como el dedo del brazo y del cuerpo, pero en esta ocasión se me ha manifestado que tenéis el mismo poder infinito con el Padre y con el Hijo. En un mismo tiempo con vuestra real presencia se movieron cielo y tierra con efectos tan disímiles en todos sus moradores, pero muy semejantes a los que sucederán el día del juicio. A los santos y a los justos llenasteis de vuestra gracia, dones y consolación inefable, y a los impíos y soberbios castigasteis y llenasteis de confusión y penas. Verdaderamente veo aquí cumplido lo que dijisteis por David (Sal 93,1ss), que sois Dios de venganzas y libremente obráis dando la retribución digna a los malos, porque no se gloríen en su malicia injusta ni digan en su corazón que no lo veréis ni entenderéis, redarguyendo y castigando sus pecados.

67. Entiendan, pues, los insipientes del mundo y sepan los estultos de la tierra que conoce el Altísimo los pensamientos vanos de los hombres y que si con los justos es liberal y suavísimo, con los impíos y malos es rígido y justiciero para su castigo. Le tocaba al Espíritu Santo hacer lo uno y lo otro en esta ocasión. Porque procedía del Verbo, que se humanó por los hombres y murió para redimirlos y padeció tantos oprobios y tormentos sin abrir su boca ni dar retribución de estas deshonras y desprecios. Y bajando al mundo el Espíritu Santo, era justo que volviera por la honra del mismo Verbo humanado y, aunque no castigara a todos sus enemigos, pero en el castigo de los más impíos quedara señalado el que merecían todos los que con dura perfidia le habían despreciado, si con darles lugar no se reducían a la verdad con verdadera penitencia. A los pocos que habían admitido al Verbo humanado, siguiéndole y oyéndole como Redentor y Maestro, y a los que habían de predicar su fe y doctrina, era justo premiarlos y disponerlos con favores proporcionados para el ministerio de plantar la Iglesia y ley evangélica. A María santísima era como debido visitarla el Espíritu Santo. El Apóstol dijo (Ef 5,31 (A.)) que dejar el hombre a su padre y madre y unirse con su esposa, como lo había dicho Moisés (Gen 2,24 (A.)), era gran sacramento entre Cristo y la Iglesia, por quien descendió del seno del Padre para unirse con ella en la humanidad que recibió. Pues si Cristo bajó del cielo por estar con su esposa la Iglesia, consiguiente parecía que bajase el Espíritu Santo por María santísima, no menos esposa suya que Cristo de la Iglesia y no la amaba menos que el Verbo humanado a la Iglesia.

Doctrina que me dio la gran Reina del cielo y Señora nuestra.

68 Hija mía, poco atentos y agradecidos son los hijos de la Iglesia al beneficio que les hizo el Altísimo enviando a ella el Espíritu Santo, después de haber enviado a su Hijo por Maestro y Redentor de los hombres. Tanta fue la dilección con que los quiso amar y traer a sí, que para hacerlos participantes de sus divinas perfecciones envió primero al Hijo, que es la sabiduría, y después al Espíritu Santo, que es su mismo amor, para que de estos atributos fuesen enriquecidos en el modo que todos eran capaces de recibirlos. y aunque vino el divino Espíritu en la primera vez sobre los apóstoles y los demás que con ellos estaban, pero en aquella venida dio prendas y testimonio de que haría el mismo favor a los demás hijos de la Iglesia, de la luz y del evangelio, comunicando a todos sus dones si todos se dispusieren para recibirlos. Y en fe de esta verdad venía el mismo Espíritu Santo sobre muchos de los creyentes en forma o en efectos visibles, porque eran verdaderamente fieles siervos, humildes, sencillos y de corazón limpio y aparejados para recibirle. Y también ahora viene en muchas almas justas, aunque no con señales tan manifiestas como entonces, porque no es necesario ni conveniente. Los efectos y dones interiores todos son de una misma condición, según la disposición y grado de cada uno que los recibe.

69. Dichosa es el alma que anhela y suspira por alcanzar este beneficio. y participar de este divino fuego, que enciende, ilustra y consume todo lo terreno y carnal, y purificándola la levanta a nuevo ser por la unión y participación del mismo Dios. Esta felicidad, hija mía, deseo para ti como verdadera y amorosa madre; y para que la consigas con plenitud te amonesto de nuevo prepares tu corazón, trabajando por conservar en él una inviolable tranquilidad y paz en todo lo que te sucediere. Quiere la divina clemencia levantarte a una habitación muy alta y segura, donde tengan término las tormentas de tu espíritu y no alcancen las baterías del mundo ni del infierno, donde en tu reposo descanse el Altísimo y halle en ti digna morada y templo de su gloria. No te faltarán acometimientos y tentaciones del dragón y todas con suma astucia. Vive prevenida, para que ni te turbes ni admitas desasosiego en lo interior de tu alma. Guarda tu tesoro en tu secreto y goza de las delicias del Señor, de los efectos dulces de su casto amor, de las influencias de su ciencia, pues en esto te ha elegido y señalado entre muchas generaciones, alargando su mano liberalísima contigo.

70. Considera, pues, tu vocación y asegúrate que de nuevo te ofrece el Altísimo la participación y comunicación de su divino Espíritu y sus dones. Pero advierte que cuando los concede no quita la libertad de la voluntad, porque siempre deja en su mano el hacer elección del bien y del mal a su albedrío, y así te conviene que en confianza del favor divino tomes eficaz resolución de imitarme en todas las obras que de mi vida conoces y no impedir los efectos y virtud de los dones del Espíritu Santo. Y para que mejor entiendas esta doctrina, te diré la práctica de todos siete.

71. El primero, que es la sabiduría, administra el conocimiento y gusto de las cosas divinas para mover el cordial amor que en ellas debes ejercitar, codiciando y apeteciendo en todo lo bueno, lo mejor y más perfecto y agradable al Señor. Y a esta moción has de concurrir entregándote toda al beneplácito de la divina voluntad y despreciando cuanto te pueda impedir, por más amable que sea para la voluntad y deseable al apetito. A esto ayuda el don del entendimiento, que es el segundo, dando una especial luz para penetrar profundamente el objeto representado al entendimiento. Con esta inteligencia has de cooperar y concurrir, divirtiendo y apartando la atención y discurso de otras noticias bastardas y peregrinas, que el demonio por sí y por medio de otras criaturas ofrece para distraer el entendimiento y que no penetre bien la verdad de las cosas divinas. Esto le embaraza mucho, porque son incompatibles estas dos inteligencias y porque la capacidad humana es corta y partida en muchas cosas comprende menos y atiende menos a cada una que si atendiera a sola ella. Y en esto se experimenta la verdad del evangelio, que ninguno puede servir a dos señores (Mt 6,24). Y cuando atenta toda el alma a la inteligencia del bien le penetra, es necesaria la fortaleza, que es el tercer don, para ejecutar con resolución todo lo que el entendimiento ha conocido por más santo, perfecto y agradable al Señor. Y las dificultades o impedimentos que se ofrecieren para hacerlo, se han de vencer con fortaleza, exponiéndose la criatura a padecer cualquier trabajo y pena por no privarse del verdadero y sumo Bien que conoce.

72. Mas porque muchas veces sucede que con la natural ignorancia y dubiedad, junto con la tentación, no alcanza la criatura las conclusiones o consecuencias de la verdad divina que ha conocido y con esto se embaraza para obrar lo mejor entre los arbitrios que ofrece la prudencia de la carne, sirve para esto el don de ciencia, que es el cuarto, y da luz para inferir unas cosas buenas de otras y enseña lo más cierto y seguro y a declararse en ello, si fuere menester. A éste se llega el don de la piedad, que es el quinto, e inclina al alma con fuerte suavidad a todo lo que verdaderamente es agrado y servicio del Señor y beneficio espiritual de la criatura, a que lo ejecute no con alguna pasión natural, sino con motivo santo, perfecto y virtuoso. Y para que en todo se gobierne con alta prudencia sirve el sexto don, de consejo, que encamina la razón para obrar con acierto y sin temeridad, pesando los medios y conciliando para sí y para otros con discreción, para elegir los medios más proporcionados a los fines honestos y santos. A todos estos dones se sigue el último, del temor, que los guarda y sella todos. Este don inclina al corazón para que huya y se recate de todo lo imperfecto, peligroso y disonante a las virtudes y perfección del alma, y así le viene a servir de muro que la defiende. Pero es necesario entender la materia y modo de este temor santo, para que no exceda en él la criatura ni tema donde no hay que temer, como a ti tantas veces te ha sucedido por la astucia de la serpiente, que a vuelta del temor santo te ha procurado introducir el temor desordenado de los mismos beneficios del Señor. Pero con esta doctrina quedarás advertida cómo has de practicar los dones del Altísimo y avenirte con ellos. Y te advierto y amonesto que la ciencia de temer es propio efecto de los favores que Dios comunica y le da al alma, y con suavidad y dulzura, paz y tranquilidad, para que sepa estimar y apreciar el don, porque ninguno hay pequeño de la mano del Altísimo, y porque el temor no impida a conocer bien el favor de su poderosa mano y para que este temor la encamine a agradecerle con todas sus fuerzas y humillarse hasta el polvo. Conociendo tú estas verdades sin engaño y quitando la cobardía del temor servil, quedará el filial y con él como norte navegarás segura en este valle de lágrimas.

CAPITULO 6

De Nuevo a Tapa

Salieron del cenáculo los apóstoles a predicar a la multitud que concurrió, cómo les hab1aron en varias lenguas, se convirtieron aquel día casi tres mil y lo que hizo María santísima en esta ocasión.

73. Con las señales tan visibles y notorias que descendió el Espíritu Santo sobre los apóstoles se conmovió toda la ciudad de Jerusalén con sus moradores, admirados de la novedad nunca vista, y corriendo la voz de lo que se había visto sobre la casa del cenáculo concurro a ella toda la multitud del pueblo para saber el suceso (Act 2,5-6). Se celebraba aquel día una de las fiestas o pascuas de los hebreos, y así por esto como por especial dispensación del cielo estaba la ciudad llena de forasteros y extranjeros de todas las naciones del mundo, a quienes el Altísimo quería hacer manifiesta aquella nueva maravilla y los principios con que comenzaba a predicarse y dilatarse la nueva ley de gracia, que el Verbo humanado nuestro Redentor y Maestro había ordenado para la salud de los hombres.

74. Los sagrados apóstoles, que con la plenitud de los dones del Espíritu Santo estaban inflamados en caridad, sabiendo que la ciudad de Jerusalén concurría a las puertas del cenáculo, pidieron licencia a su Reina y Maestra para salir a predicarles, porque tanta gracia no podía estar un punto ociosa sin redundar en beneficio de las almas y nueva gloria del Autor. Salieron todos de la casa del cenáculo y puestos a vista de toda la multitud comenzaron a predicar los misterios de la fe y salud eterna. Y como hasta aquella hora habían estado encogidos y retirados y entonces salieron con tan impensado esfuerzo y sus palabras salían de sus bocas como rayos de nueva luz y fuego que penetraban los oyentes, quedaron todos admirados y como atónitos de tan peregrina novedad nunca vista ni oída en el mundo. Se miraban unos a otros y con asombro se preguntaban y decían: ¿Qué es esto que vemos? ¿Por ventura todos éstos que nos hablan no son galileos? Pues, ¿cómo los oímos cada uno en nuestra propia lengua en que nacimos? Los judíos y prosélitos, los romanos, latinos, griegos, cretenses, árabes, partos, medos y todos los demás de diversas partes del mundo los oímos hablar y entendemos en nuestras lenguas (Act 2,7). ¡Oh grandezas de Dios! ¡Qué admirable es en sus obras!

75. Esta maravilla, de que todas las naciones de tan diversas lenguas como estaban en Jerusalén oyesen hablar a los apóstoles cada nación en su lengua, les causó grande asombro, junto con la doctrina que predicaban. Pero advierto que, si bien cada uno de los apóstoles con la plenitud de ciencia y dones que recibieron gratuitos quedaron sabios y capaces para hablar en todas lenguas de las naciones, porque así fue necesario para predicarles el evangelio, pero en esta ocasión no hablaron más de en la lengua de Palestina y hablando ellos y articulando sola ésta eran entendidos de todas las naciones, como si a cada uno le hablaran en lengua propia; de manera que la voz de cada uno de los apóstoles, que él articulaba en lengua hebrea, llegaba a los oídos de los oyentes en lengua propia de su nación. Y éste fue el milagro que hizo Dios entonces, para que mejor fuesen entendidos y admitidos de tan diversas gentes. Y la razón fue, porque no repetía el misterio que predicaba san Pedro en cada lengua de los que allí estaban oyéndole; sola una vez le predicaba y aquélla oían y entendían todos cada cual en su lengua propia, y lo mismo sucedía a los demás apóstoles. Porque, si cada uno hablara en la lengua del que le oía, era necesario que repitiese por lo menos diecisiete veces las palabras para otras tantas naciones que refiere san Lucas (Act 2,9) estaban en el auditorio, y cada uno entendía su lengua materna; y en esto se gastaría más tiempo de lo que se colige del texto sagrado, y fuera gran confusión y molestia repetir tantas veces lo mismo o hablar a un tiempo tantas lenguas cada uno, ni el milagro fuera para nosotros tan inteligible como el que he declarado.

76. Las naciones que oían a los apóstoles no entendieron la maravilla, aunque se admiraron de oír cada uno su idioma nativo y propio. Y lo que el texto de san Lucas dice (Act 2,4), que los apóstoles comenzaron a hablar en varias lenguas, es porque al punto las entendieron y hablaron luego en ellas como diré adelante (Cf. infra n.83) y pudieron hablarlas, porque aquel día los que vinieron al cenáculo los oyeron predicar cada nación en su lengua, como queda dicho. Pero la novedad y admiración causó en los oyentes diversos efectos, dividiéndose en contrarios pareceres según la disposición de cada uno. Los que piadosamente oían a los apóstoles entendían mucho de la divinidad y redención humana de que hablaban altísima y fervorosamente, y con la fuerza de sus palabras eran despertados y movidos en vivos deseos de conocer la verdad, y con la divina luz eran ilustrados y compungidos para llorar sus pecados y pedir misericordia de ellos, y con lágrimas aclamaban a los apóstoles y les decían les enseñasen lo que debían hacer para alcanzar la vida eterna. Otros, que eran duros de corazón, se indignaban con los apóstoles, quedando ayunos de las grandezas divinas que hablaban y predicaban y en lugar de admitirlas los llamaban noveleros y hazañeros. Y muchos de los judíos más impíos en su perfidia y envidia daban más rígida censura a los apóstoles, atribuyéndoles que estaban embriagados y sin juicio. Y algunos de éstos eran de los que habían vuelto en sí de la caída que dieron con el trueno que causó el Espíritu Santo, porque se levantaron más obstinados y rebeldes contra Dios.

77. Para convencer esta blasfemia tomó la mano el apóstol san Pedro, como cabeza de la Iglesia, y hablando en más alta voz les dijo (Act 2,14ss): Varones que sois judíos y los que vivís en Jerusalén, oíd mis palabras, y sea notorio a todos vosotros cómo éstos que están conmigo no están embriagados del vino, como vosotros queréis imaginar, pues aún no es pasada la hora del mediodía, cuando los hombres suelen cometer este desorden. Pero sabed todos que se ha cumplido en ellos lo que tiene Dios prometido por el profeta Joel, cuando dijo (Joel 2,28): Sucederá en los futuros tiempos, que yo derramaré mi espíritu sobre toda carne y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas, y los jóvenes y ancianos tendrán visiones y sueños divinos. Y daré mi espíritu a mis siervos y siervas, y haré prodigios en el cielo y maravillas en la tierra, antes que venga el día del Señor grande y manifiesto. Y el que invocare el nombre del Señor, aquél será salvo. Oíd, pues, israelitas mis palabras: Vosotros sois quien quitasteis la vida a Jesús Nazareno por mano de los inicuos, siendo varón santo y aprobado de Dios con virtudes, prodigios y milagros que obró en vuestro pueblo, de que sois testigos y sabedores. Y Dios le resucitó de los muertos, conforme a las profecías de David; que no pudo hablar de sí mismo el santo Rey, pues vosotros tenéis el sepulcro donde está su cuerpo, pero como profeta habló de Cristo, y nosotros somos testigos de haberle visto resucitado y subir a los cielos en su misma virtud para sentarse a la diestra del Padre, como también el mismo David dejó profetizado. Entiendan los incrédulos estas palabras y verdades que la malicia de su perfidia quiere negar, a que se opondrán las maravillas del Altísimo que obrará en nosotros sus siervos en testimonio de la doctrina de Cristo y de su admirable resurrección.

78. Entienda, pues, toda la casa de Israel y conozca con certeza que este Jesús, a quien vosotros crucificasteis, le hizo Dios su Cristo ungido y Señor de todo y le resucitó al tercero día de los muertos. Oyendo estas razones se compungieron los corazones de muchos de los que allí estaban y con grande llanto preguntaron a san Pedro y a los otros apóstoles qué podrían hacer para su propio remedio. Y prosiguiendo san Pedro les dijo: Haced verdadera penitencia y recibid el bautismo en nombre de Jesús, con que serán perdonados vuestros pecados y recibiréis también el Espíritu Santo; porque esta promesa se hizo para vosotros, para vuestros hijos y para los que están más lejos, que traerá y llamará el Señor. Procurad, pues, ahora aprovecharos del remedio y ser salvos con desviaros de esta perversa e incrédula generación. Otras muchas palabras de vida les predicó san Pedro y los demás apóstoles, con que los pérfidos judíos y los demás incrédulos quedaron muy confusos y como nada pudieron responder se alejaron y retiraron del cenáculo. Pero los que admitieron la verdadera doctrina y fe de Jesucristo fueron casi tres mil, y todos se juntaron a los apóstoles y fueron bautizados por ellos con gran temor y terror de todo Jerusalén, porque los prodigios y maravillas que obraban los apóstoles pusieron grande espanto y miedo a los que no creían.

79. Los tres mil que se convirtieron este día con el primer sermón de san Pedro eran de todas las naciones que entonces estaban en Jerusalén, para que luego alcanzase a todas las gentes el fruto de la redención y de todas se agregase una Iglesia y a todos se extendiese la gracia del Espíritu Santo sin excluir a ningún pueblo ni nación, pues de todas se había de componer la universal Iglesia. Muchos fueron de los judíos que con piedad y compasión habían seguido a Cristo nuestro Salvador y atendido a su pasión y muerte, como arriba dije (Cf. supra p.II n.1387). Y también se convirtieron algunos, aunque muy pocos, de los que habían intervenido en ella, porque no se dispusieron más, que si lo hicieran todos fueran admitidos a la misericordia y perdonados de su error. Acabado el sermón se retiraron los apóstoles aquella tarde al cenáculo con gran parte de la multitud de los nuevos hijos de la Iglesia, para dar cuenta de todo a la Madre de misericordia María purísima y que la conociesen y venerasen los nuevos convertidos a la fe.

80. Pero la gran Reina de los ángeles nada ignoraba de todo lo sucedido, porque de su retiro había oído la predicación de los apóstoles y conoció hasta el menor pensamiento de los oyentes y le fueron patentes los corazones de todos. Estuvo siempre la piadosísima Madre postrada, su rostro pegado con el polvo, pidiendo con lágrimas la conversión de todos los que se redujeron a la fe del Salvador, y por los demás, si quisieran cooperar a los auxilios y gracia del Señor. Y para ayudar a los apóstoles en aquella grande obra que hacían, dando principio a la predicación, y a los oyentes, para que atendiesen a ella, envió María santísima muchos ángeles de los que la acompañaban para que inviolablemente asistiesen a unos y a otros con inspiraciones santas que les administraron, alentando a los sagrados apóstoles y dándoles esfuerzo para que con más fervor pregonasen y manifestasen los misterios ocultos de la divinidad y humanidad de Cristo Redentor nuestro. Y todo lo ejecutaron los ángeles como su Reina lo ordenaba, y en esta ocasión obró con su poder y santidad conforme la grandeza de tan nueva maravilla y al paso de la causa y materia que se trataba. Cuando llegaron a su presencia los apóstoles con aquellas primicias tan copiosas de su predicación y del Espíritu Santo, los recibió a todos con increíble alegría y suavidad de verdadera y piadosa madre.

81. El apóstol san Pedro habló a los recién convertidos y les dijo: Hermanos míos y siervos del Altísimo, ésta es la Madre de nuestro Redentor y Maestro Jesús, cuya fe habéis recibido, reconociéndole por Dios y Hombre verdadero. Ella le dio la forma humana concibiéndole en sus entrañas, y salió de ellas quedando virgen antes del parto, en el parto y después del parto; recibidla por Madre, por amparo y medianera vuestra, que por ella recibiréis vosotros y nosotros luz, consuelo, remedio de nuestros pecados y miserias. Con esta exhortación del apóstol y vista de María santísima recibieron aquellos nuevos fieles admirables efectos de interior luz y consolación, porque este privilegio de hacer grandes beneficios interiores y dar luz particular a los que con piedad y veneración la miraban se le aumentó y renovó cuando estuvo en el cielo a la diestra de su Hijo santísimo. Y como todos aquellos creyentes recibieron este favor con la presencia de la gran Señora, se postraron a sus pies y con lágrimas la pidieron les diese la mano y la bendición a todos. Pero la humilde y prudente Reina se excusó de hacerlo por estar presentes los apóstoles, que eran sacerdotes, y san Pedro vicario de Cristo, hasta que el mismo apóstol la dijo: Señora, no neguéis a estos fieles lo que su piedad pide para consuelo de sus almas. Obedeció María santísima a la cabeza de la Iglesia y con humilde serenidad de reina dio la bendición a los nuevos convertidos.

82. Mas el amor que solicitaba sus corazones les movió a desear que la divina Madre les hablase algunas palabras de consuelo, y la humildad y reverencia los embarazaba para suplicárselo. Y como atendieron la obediencia que tenía a san Pedro, se convirtieron a él y le pidieron la rogase no los despidiese de su presencia sin decirles alguna palabra con que fuesen alentados. A san Pedro le pareció convenía consolar aquellas almas que habían renacido en Cristo nuestro bien con su predicación y la de los demás apóstoles, pero como sabía que la Madre de la Sabiduría no ignoraba lo que había de obrar no se atrevió a decirla más de estas palabras: Señora, atended a los ruegos de estos siervos e hijos vuestros. Luego la gran Señora obedeció y habló a los convertidos y les dijo: Carísimos hermanos míos en el Señor, dad gracias y alabad de todo corazón al omnipotente Dios, porque de entre los demás hombres os ha traído y llamado al camino verdadero de la eterna vida con la noticia de la santa fe que habéis recibido. Estad firmes en ella para confesarla de todo corazón y para oír y creer todo lo que contiene la ley de gracia, como la ordenó y enseñó su verdadero Maestro Jesús, mi Hijo y vuestro Redentor, y para oír y obedecer a sus apóstoles que os enseñarán y catequizarán, y por el bautismo seréis señalados con la señal y carácter de hijos del Altísimo. Yo me ofrezco por sierva vuestra, para asistiros en todo lo que fuere necesario para vuestro consuelo, y rogaré por vosotros a mi Hijo y Dios eterno y le pediré os mire como piadoso padre y os manifieste la alegría de su rostro en la felicidad verdadera y ahora os comunique su gracia.

83. Con esta dulcísima exhortación quedaron aquellos nuevos hijos de la Iglesia confortados, llenos de luz, veneración y admiración de lo que concibieron de la Señora del mundo, y pidiéndola de nuevo su bendición se despidieron aquel día de su presencia, renovados y mejorados con admirables dones de la diestra del Altísimo. Los apóstoles y discípulos desde aquel día continuaron sin intermisión la predicación y maravillas y por toda aquella octava catequizaron no sólo a los tres mil que se convirtieron el día de Pentecostés pero a otros muchos que cada día recibían la fe. Y porque venían de todas las naciones, hablaban y catequizaban a cada uno en su propia lengua; que por esto dije arriba (Cf. supra n.76) hablaron en varias lenguas desde aquella hora. Y no sólo recibieron esta gracia los apóstoles, pero, aunque en ellos fue mayor y más señalada, también la recibieron los discípulos y todos los ciento y veinte que estaban en el cenáculo y las mujeres santas que recibieron el Espíritu Santo. Y así fue necesario entonces; porque era grande la multitud de las que venían a la fe. Y aunque todos los varones y muchas mujeres iban a los apóstoles, pero otras muchas después de oírlos acudían a la Magdalena y a sus compañeras y ellas las catequizaban, enseñaban y convertían a otras que llegaban a la fama de los milagros que hacían; porque esta gracia también se comunicó a las mujeres santas, que curaban todas las enfermedades con sólo poner las manos sobre las cabezas, daban vista a ciegos, lengua a los mudos, pies a los tullidos y vida a muchos muertos. Y aunque todas éstas y otras maravillas hacían principalmente los apóstoles, pero unos y otros admiraban a Jerusalén y la tenían puesta en asombro, sin que se hablase de otra cosa sino de los prodigios y predicación de los apóstoles de Jesús y de sus discípulos y seguidores de su doctrina.

84. Se extendía la fama de esta novedad hasta fuera de la ciudad, porque ninguno llegaba con enfermedad que no fuese sano de ella. Y fueron entonces más necesarios estos milagros, no sólo para confirmación de la nueva ley y fe de Cristo Señor nuestro, sino también porque el deseo natural que tenían los hombres de la vida y salud corporal los estimulase para que viniendo a buscar la mejoría de los cuerpos oyesen las palabras divinas y volviesen sanos de cuerpo y alma, como sucedía comúnmente a cuantos llegaban a ser curados de los apóstoles. Con esto se multiplicaba cada día el número de los creyentes, cuyo fervor en la fe y caridad era tan ardiente, que todos comenzaron a imitar la pobreza de Cristo, despreciando las riquezas y haciendas propias, ofreciendo cuanto tenían a los pies de los apóstoles, sin reservar ni reconocer cosa alguna por suya. Todas las hacían comunes para los fieles, y todos querían desembarazarse del peligro de las riquezas y vivir en pobreza, sinceridad, humildad y oración continua, sin admitir otro cuidado más que el de la salud eterna. Todos se reputaban por hermanos e hijos de un Padre que está en los cielos. Y como eran comunes para todos la fe, la esperanza, la caridad y los sacramentos, la gracia y la vida eterna que buscaban, y por eso les parecía peligrosa la desigualdad entre unos mismos cristianos hijos de un Padre, herederos de sus bienes y profesores de su ley, les disonaba que habiendo tanta unión en lo principal y esencial fuesen unos ricos y otros pobres, sin comunicarse estos bienes temporales como los de la gracia, pues todos son de un mismo Padre para todos sus hijos.

85. Este fue el dorado siglo y dichoso principio de la Iglesia evangélica, donde el ímpetu del río alegró la ciudad de Dios (Sal 45,5) y el corriente de la gracia y dones del Espíritu Santo fertilizó este nuevo paraíso de la Iglesia recién plantado por la mano de nuestro Salvador Jesús, estando en medio de él el árbol de la vida María santísima. Entonces era la fe viva, la esperanza firme, la caridad ardiente, la sinceridad pura, la humildad verdadera, la justicia rectísima, cuando los fieles ni conocían la avaricia ni seguían la vanidad, hollaban el fausto, ignoraban el lujo, la soberbia, ambición, que después han prevalecido tanto entre los profesores de la fe, que se confiesan por seguidores de Cristo y con las obras le niegan. Daremos por descargo que entonces eran las primicias del Espíritu Santo y que los fieles eran menos, que los tiempos ahora son diferentes y que vivía en aquellos en la santa Iglesia la Madre de la sabiduría y de la gracia María santísima nuestra Señora, cuya presencia, oraciones y amparo los defendían y confirmaban para creer y obrar heroicamente.

86. A esta réplica responderé más en el discurso de esta Historia, donde se en tenderá que por culpa de los fieles se han in traducido tantos vicios en el término de la Iglesia, dando al demonio la mano, que él mismo con su soberbia y malicia aún no imaginaba que conseguiría entre los cristianos. Y sólo digo ahora que la virtud y gracia del Espíritu Santo no se acabaron en aquellas primicias, siempre es la misma y fuera tan eficaz con muchos hasta el fin de la Iglesia como lo fue en pocos en sus principios, si estos muchos fueran tan fieles como aquellos pocos. Es verdad que los tiempos se han mudado, pero esta mudanza de la virtud a los vicios y del bien al mal no consiste en la mudanza de los cielos y de los astros, sino en las de los hombres, que se han desviado del camino recto de la vida eterna y caminan a la perdición. No hablo ahora de los paganos y herejes que del todo han desatinado, no sólo con la luz verdadera de la fe y de la misma razón natural; hablo de los fieles, que se precian de ser hijos de la luz, que se contentan con solo el nombre y tal vez se valen de él para dar color de virtud a los vicios y rebozar los pecados.

87. De las maravillas y grandiosas obras que hizo la gran Reina en la primitiva Iglesia, no será posible en esta tercera parte escribir la menor de ellas, pero de lo que escribiré y de los años que vivió en el mundo después de la ascensión, se podrá inferir mucho. Porque no cesó ni descansó, ni perdió punto ni ocasión en que no hiciera algún singular favor a la Iglesia en común o en particular, así orando y pidiéndolo a su Hijo santísimo sin que nada se le negase, como exhortando, enseñando, aconsejando y derramando la divina gracia, de que era tesorera y dispensadora, por diversos modos entre los hijos del evangelio. Y entre los ocultos misterios que sobre este poder de María santísima se me han manifestado, uno es que en aquellos años que vivió en la Iglesia santa fueron muy pocos respectivamente los que se condenaron, y se salvaron más que en muchos siglos después, comparando un siglo con aquellos pocos años.

88. Yo confieso que esta felicidad de aquel más que dichoso siglo nos pudiera causar santa envidia a los que nacemos en la luz de la fe en los últimos y peores tiempos, si con la sucesión de los años fuera menor el poder y la caridad y clemencia de esta suprema Emperatriz. Verdad es que no alcanzamos aquella dicha de verla, tratarla y oírla corporalmente con los sentidos, y en esto fueron más bienaventurados que nosotros aquellos primeros hijos de la Iglesia. Pero entendamos todos que en la divina ciencia y caridad de esta piadosa Madre estuvimos presentes, aun en aquel siglo, porque a todos nos vio y conoció en el orden y sucesión de la Iglesia que nos tocaba nacer en ella y por todos oró y pidió como por los que entonces vivían. Y no es ahora menos poderosa en el cielo que entonces lo era en la tierra, tan Madre nuestra es como de los primeros hijos y por suyos nos tiene como los tuvo a ellos. Mas ¡ay dolor! que nuestra fe, nuestro fervor y devoción es muy diferente. No se ha mudado ella, ni su caridad es menos ahora, ni lo fuera su intercesión y amparo si en estos afligidos tiempos acudiéramos a ella reconocidos, humillados y fervientes, solicitando su intercesión y dejando en sus manos nuestra suerte con segura esperanza del remedio como lo hacían aquellos devotos y primitivos hijos; que sin duda conociera luego toda la Iglesia católica en los fines el mismo amparo que tuvo en esta Reina en sus principios.

89. Volvamos al cuidado que tenía la piadosa Madre con los apóstoles y con los recién convertidos, atendiendo al consuelo y necesidad de todos y de cada uno. Exhortó y animó a los apóstoles y ministros de la divina palabra, renovando en ellos la atención que debían tener del poder y demostraciones tan prodigiosas con que su Hijo santísimo comenzaba a plantar la fe de su Iglesia, la virtud que el Espíritu Santo les había comunicado para hacerlos ministros tan idóneos, la asistencia que siempre conocieron del poderoso brazo del Altísimo, que le reconociesen y alabasen por Autor de todas aquellas obras y maravillas, que por todas ellas diesen humildes agradecimientos y con segura confianza prosiguiesen la predicación y exhortación de los fieles, la exaltación del nombre del Señor, que fuese alabado, conocido y amado de todos. Esta doctrina y amonestación que hizo al colegie apostólico ejecutaba ella primero con postraciones, humillaciones, alabanzas, cánticos y loores al Altísimo. Y esto era con tanta plenitud, que por ninguno de los convertidos dejó de hacer gracias y peticiones fervorosas al eterno Padre, porque a todos los tenía presentes en su mente con distinción.

90. Y no sólo hacía por cada uno estas obras, pero a todos los admitía, oía y acariciaba con palabras de vida y luz. Y aquellos días después de la venida del Espíritu Santo muchos le hablaron en secreto, manifestándola sus interiores, y lo mismo sucedía después de los que se convertían en Jerusalén, aunque no los ignoraba la gran Reina; porque conocía los corazones de todos y sus afectos, inclinaciones y condiciones, y con esta divina ciencia y sabiduría se acomodaba a la necesidad y natural de cada uno y le aplicaba la medicina saludable que pedía su dolencia. Y por este modo hizo María santísima tan raros beneficios y tan grandes favores a innumerables almas, que no se pueden conocer en esta vida.

91. Ninguno de los que la divina Maestra informó y catequizó en la fe se condenó, aunque fueron muchos a los que alcanzó esta feliz suerte, porque entonces, y después todo lo que vivieron, hizo especial oración por ellos, y todos fueron escritos en el libro de la vida. Y para obligar a su Hijo santísimo le decía: Señor mío y vida de mi alma, por vuestra voluntad y agrado volví al mundo para ser Madre de vuestros hijos y mis hermanos los fieles de vuestra Iglesia. No cabe en mi corazón que se pierda el fruto de vuestra sangre, de infinito precio, en estos hijos que solicitan mi intercesión, ni han de ser infelices por haberse valido de este humilde gusanillo de la tierra para inclinar vuestra clemencia. Admitidlos, Hijo mío, en el número de vuestros predestinados y amigos para vuestra gloria. A estas peticiones la respondió luego el Señor, que se haría lo que pedía. Y lo mismo creo yo sucede ahora con los que merecen la intercesión de María santísima y la piden de todo corazón, porque si esta purísima Madre llega a su Hijo santísimo con semejantes peticiones, ¿cómo se puede imaginar que le negará lo poco el que la dio todo su mismo ser, para que le vistiese de la carne y naturaleza humana y en ella le criase y alimentase a sus virginales pechos?

92. Muchos de aquellos nuevos fieles, con el concepto tan alto que sacaban de oír y ver a la gran Señora, volvían a ella y le llevaban joyas, riquezas y grandes dones, y especialmente las mujeres se despojaban de sus galas para ofrecerlas a la divina Maestra, pero ninguna de todas estas cosas recibió ni admitió. Y si alguna convenía recibir, disponía los ánimos ocultamente para que acudiesen a los apóstoles y que ellos dispensasen de todo esto, repartiéndolo con caridad, equidad y justicia entre los fieles más pobres y necesitados, pero lo agradecía la humilde Madre como si lo recibiera para sí misma. A los pobres y enfermos admitía con inefable clemencia y a muchos curaba de enfermedades envejecidas y antiguas. Y por mano de san Juan remedió grandes necesidades ocultas, atendiendo a todo sin omitir cosa alguna de virtud. Y como los apóstoles y discípulos se ocupaban todo el día en la predicación y conversión de los que venían a la fe, cuidaba la gran Reina de prevenirles lo necesario para su comida y sustento y llegada la hora servía personalmente a los sacerdotes hincadas las rodillas y pidiéndoles la mano con increíble humildad y reverencia para besársela. Esto hacía especialmente con los apóstoles, como quien miraba y conocía sus almas confirmadas en gracia y en los efectos que en ellas había obrado el Espíritu Santo y la dignidad de sumos sacerdotes y fundamentos de la Iglesia. Y algunas veces los veía con gran resplandor que despedían, y todo la aumentaba la reverencia y veneración.

Doctrina que me dio la gran Reina de los ángeles.

93. Hija mía, en lo que has conocido de los sucesos de este capítulo hallarás encerrado mucho del misterio oculto de la predestinación de las almas. Advierte cómo para todas fue poderosa la Redención humana, pues fue tan superabundante y copiosa. A todos se les propuso la palabra de la verdad divina, cuantos oyeron la predicación o llegaron a su noticia los efectos de la venida de mi Hijo al mundo. Y fuera de la exterior predicación y noticia del remedio, a todos se les dieron interiores inspiraciones y auxilios para que le admitiesen y buscasen. Y con todo esto, te admiras que con el primer sermón del apóstol se convirtiesen tres mil entre la multitud grande que estaba en Jerusalén. Y mayor admiración podía causar que ahora se conviertan tan pocos al camino de la salud eterna, cuando está más dilatado el evangelio, la predicación es frecuente, los ministros muchos, la luz de la Iglesia más clara y la noticia de los misterios divinos más expresa, y con todo esto los hombres están más ciegos y los corazones más endurecidos, la soberbia más levantada, la avaricia sin rebozo y todos los vicios sin temor de Dios y sin recato.

94. En esta perversidad y suerte infelicísima no pueden los mortales querellarse de la altísima y justísima providencia del Señor, que a todos y a cada uno ofreció y ofrece su paternal misericordia y enseña el camino de la vida y también de la muerte, y al que deja endurecer el corazón es con rectísima justicia. De sí mismos se querellarán sin remedio los réprobos, cuando sin tiempo conozcan lo que en el tiempo oportuno podían y debían conocer. Si en la vida breve y momentánea, que se les concede para merecer la eterna, cierran los oídos y los ojos a la verdad y a la luz y escuchan al demonio, entregándose a todo su impiadísima voluntad, y usan tan mal de la bondad y clemencia del Señor, ¿qué pueden alegar en su descargo? Y si no saben perdonar una injuria y antes por cualquier ligero agravio intentan cruelísimas venganzas, por atesorar la hacienda pervierten todo el orden de la razón y fraternidad natural, por un torpe deleite se olvidan de la pena eterna y sobre todo desprecian las inspiraciones, auxilios y avisos que Dios les envía para que teman su perdición y no se entreguen a ella, ¿cómo se podrán querellar de la divina clemencia? Desengáñense, pues, los mortales que han pecado contra Dios, que sin penitencia no hay gracia y sin enmienda no hay remisión y sin perdón no hay gloria. Pero así como a ningún indigno se le concederá, tampoco se le negará al que fuere digno, ni jamás faltó ni faltará la misericordia para el que la quisiere granjear.

95. De todas estas verdades quiero, hija mía, que tú colijas los documentos saludables que te convienen. El primero sea, que recibas con atención cualquiera inspiración santa que tuvieres, cualquiera aviso o doctrina que oyeres, aunque venga por mano del más inferior ministro del Señor o de cualquiera criatura; y debes considerar prudentemente que no es acaso y sin disposición divina que llegue a tu noticia, pues no hay duda que todo lo ordena la providencia del Altísimo para darte algún aviso, y así le debes recibir con humilde agradecimiento y conferirlo en tu interior para entender qué virtud puedes y debes obrar con aquel despertador que te han dado y ejecutarla como la entendieres y conocieres. Y aunque te parezca cosa pequeña no la desprecies, que por aquella obra buena te dispones para otras de mayor mérito y virtud. Advierte lo segundo, el daño que hace en las almas despreciar tantos auxilios, inspiraciones y llamamientos y otros beneficios del Señor, pues la ingratitud que en esto se comete va justificando la justicia con que el Altísimo viene a dejar endurecidos muchos pecadores. Y si en todos este peligro es tan formidable, ¿cuánto lo sería en ti, si malograses tan abundante gracia y favores como de la clemencia del Señor has recibido sobre muchas generaciones? Y porque todo lo ordena mi Hijo santísimo para tu bien y de otras almas, quiero últimamente que a imitación mía, como has conocido, se engendre en tu corazón un cordialísimo afecto de ayudar a todos los hijos de la Iglesia y a todos los demás que pudieres, clamando al Altísimo de lo íntimo de tu corazón, suplicándole mire a todas las almas con ojos de misericordia y que las salve. Y porque consigan esta dicha, ofrécete a padecer si fuere necesario, acordándote que le costaron a mi Hijo y tu Esposo derramar sangre y dar su vida para rescatarlos, y lo que yo trabajé en la Iglesia. El fruto de esta redención pídelo tú a la divina misericordia continuamente y para eso te impongo mi obediencia.

CAPITULO 7

De Nuevo a Tapa

Se juntan los apóstoles y discípulos para resolver algunas dudas en particular sobre la forma del bautismo, se lo dan a los nuevos catecúmenos, celebra san Pedro la primera misa y lo que en todo esto obró María santísima.

96. No pertenece al intento de esta Historia proseguir en ella el orden de los hechos apostólicos, como lo escribe san Lucas, ni referir todo lo que hicieron los apóstoles después de la venida del Espíritu Santo. Porque, aunque es cierto que de todo tuvo noticia y ciencia la gran Reina y Maestra de la Iglesia, pero muchas cosas hicieron no estando ella presente, y no es necesario referirlas aquí, ni tampoco es posible declarar el modo con que Su Alteza concurría a todas las obras de los apóstoles y discípulos y a cada uno de los sucesos en particular, que para esto eran necesarios grandes volúmenes de libros. Basta para mi intento y para tejer este discurso tomar lo que es forzoso del que guarda el evangelista en los Actos de los Apóstoles, con que se entenderá mucho de lo que él omitió tocante a nuestra Reina y Señora, porque no era para su intento ni convenía escribirlo entonces.

97. Pues como los apóstoles continuasen la predicación y prodigios que obraban en Jerusalén crecía también el número de los creyentes, que en los siete días después de la venida del Espíritu Santo llegaron a cinco mil, que dice san Lucas en el capítulo 4 (Act 4,4 (A.)). Y todos los iban catequizando para darles el bautismo, ocupándose en esto principalmente los discípulos, porque los apóstoles predicaban y tenían algunas controversias con los fariseos y saduceos. Este día séptimo, estando la Reina de los ángeles retirada en su oratorio y considerando cómo iba creciendo aquella pequeña rey de su Hijo santísimo, multiplicó sus ruegos presentándola a Su Majestad, pidiéndole diese luz a sus ministros los apóstoles para que comenzasen a disponer el gobierno necesario para la más acertada dirección de aquellos nuevos hijos de la fe. Y postrada en tierra adoró al Señor y le dijo: Altísimo Dios eterno, este vil gusanillo os alaba y engrandece por el amor inmenso que tenéis al linaje humano y porque tan liberal manifestáis vuestra misericordia de Padre, llamando a tantos hombres al conocimiento y fe de vuestro Hijo santísimo, glorificando y dilatando la honra de vuestro santo nombre en el mundo. Suplico a Vuestra Majestad, Señor mío, enseñéis y deis luz a vuestros apóstoles y mis señores de todo lo que conviene a vuestra Iglesia, para que puedan disponer y ordenar el gobierno necesario para su amplificación y conservación.

98. Luego la prudentísima Madre en aquella visión que tenía de la divinidad conoció al Señor muy propicio, que a sus ruegos la respondió: María, esposa mía, ¿qué quieres?, ¿qué me pides? Porque tu voz y tus ansias han sonado dulcemente en mis oídos (Cant 2,14). Pide lo que deseas, que mi voluntad está inclinada a tus ruegos. Respondió María santísima: Dios y Señor mío, dueño de todo mi ser, mis deseos y mis gemidos no son ocultos a vuestra sabiduría infinita. Quiero, busco y solicito vuestro mayor agrado y beneplácito, vuestra mayor gloria y exaltación de vuestro nombre en la santa Iglesia. Estos nuevos hijos con que tan presto la habéis multiplicado os presento, y mi deseo de que reciban el sagrado bautismo, pues ya están informados en la santa fe. Y si es de vuestra voluntad y servicio, deseo también que los apóstoles, vuestros sacerdotes y ministros, comiencen ya a consagrar el cuerpo y sangre de vuestro Hijo y mío, para que con este admirable y nuevo sacrificio os den gracias y loores por el beneficio de la redención humana y de los que por ella habéis hecho al mundo, y a si mismo para que los hijos de la Iglesia que fuere vuestra voluntad recibamos este alimento de vida eterna. Yo soy polvo y ceniza, la menor sierva de los fieles y mujer, y por esto me detengo en proponerlo a vuestros sacerdotes los apóstoles. Pero inspirad, Señor, en el corazón de Pedro, que es vuestro vicario, para que ordene lo que vos queréis.

99. Este beneficio más debió también la nueva Iglesia a María santísima, que por su prudentísima atención y por su intercesión se comenzase a consagrar el cuerpo y sangre de su Hijo santísimo y celebrar la primera misa en la misma Iglesia después de la ascensión y venida del Espíritu Santo. Y estaba puesto en razón que por su diligencia se comenzase a distribuir el pan de vida entre sus hijos, pues ella era la nave rica y próspera que le trajo de los cielos (Prov 31,14). Para esto la respondió el Señor: Amiga y paloma mía, hágase lo que tú pides y deseas. Mis apóstoles con Pedro y Juan te hablarán y ordenarás por ellos lo que deseas para que se ejecute. Luego entraron todos a la presencia de la gran Reina, que los recibió con la reverencia acostumbrada, puesta de rodillas y pidiéndoles la bendición. San Pedro, como cabeza del apostolado, se la dio. Habló por todos y propuso a María santísima cómo los nuevos convertidos estaban ya catequizados en la fe y misterios del Señor, y que sería justo darles el bautismo y señalarlos por hijos de Cristo y agregados al gremio de la santa Iglesia, y pidió a la divina Maestra que ella ordenase lo que fuese más acertado y del beneplácito del Altísimo.

100. Respondió la prudentísima Madre: Señor, vos sois cabeza de la Iglesia y vicario de mi Hijo santísimo en ella, y todo lo que en su nombre por vos fuere ordenado lo aprobará su voluntad santísima, y la mía es la suya con la vuestra. Con esto san Pedro ordenó que el día siguiente que correspondió al domingo de la santísima Trinidad se les diese el santo bautismo a los catecúmenos que aquella semana se habían convertido, y así lo aprobó nuestra Reina y los demás apóstoles. Pero luego se ofreció otra duda sobre el bautismo que habían de recibir, si sería el de san Juan o el de Cristo nuestro Salvador. A algunos de aquella congregación les parecía que se les diese el bautismo de san Juan, que era de penitencia, y que por esta puerta habían de entrar a la fe y justificación de las almas. Otros, por el contrario, dijeron que con el bautismo de Cristo y su muerte había expirado el bautismo de san Juan, que servía para prevenir los corazones que recibiesen al Redentor, y que el bautismo de Su Majestad daba gracia para justificar y lavar todos los pecados a quien estaba dispuesto, y que era necesario introducirle luego en la santa Iglesia.

101. Este parecer aprobaron san Juan y san Pedro, y le confirmó María santísima, con que se estableció que luego se introdujese el bautismo de Cristo nuestro Señor y con él fuesen bautizados aquellos nuevos convertidos y los demás que viniesen a la Iglesia. Y en cuanto a la materia y forma de este bautismo no hubo duda entre los apóstoles, porque todos convinieron que la materia había de ser agua natural y elementar y la forma: Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, por haber sido esta materia y forma las que señaló el mismo Señor nuestro Salvador y las practicó en los que dejó bautizados por su persona. Esta forma del bautismo se guarda siempre desde este día. Y cuando en los Actos de los Apóstoles se dice que bautizaban en el nombre de Jesús (Act 2,38), no se entiende esto de la forma, sino del autor del bautismo que era Jesús, a diferencia del bautismo de san Juan. Y lo mismo era bautizar en el nombre de Jesús que con el bautismo de Jesús, pero la forma era la que el mismo Señor dijo expresando las tres personas de la santísima Trinidad (Mt 28,19), como fundamento y principio de toda la fe y verdad católica. Con esta resolución acordaron los apóstoles que para el día siguiente se juntasen todos los catecúmenos en la casa del cenáculo para ser bautizados, y que los setenta y dos discípulos tomasen a su cargo prevenirlos aquel día.

102. Después de esto la gran Señora habló a toda aquella congregación y habiéndoles pedido licencia les dijo: Señores míos, el Redentor del mundo, mi Hijo y Dios verdadero, por el amor que tuvo a los hombres ofreció al eterno Padre el sacrificio de su sagrado cuerpo y sangre, consagrándose a sí mismo debajo las especies de pan y vino, en que determinó quedarse en la santa Iglesia, para que en ella tengan sus hijos sacrificio y alimento de vida eterna y prenda segurísima de la que esperan en los cielos. Por este sacrificio, que contiene los misterios de la vida y muerte del Hijo, se ha de aplacar el Padre, y en él y por él le dará la Iglesia las gracias y loores que como a Dios y bienhechor le debe. Y vosotros sois los sacerdotes y ministros a quien solos pertenecen el ofrecerle. Mi deseo es, si fuere vuestra voluntad, que deis principio a este incruento sacrificio y consagréis el cuerpo y sangre de mi Hijo santísimo, para que agradezcamos el beneficio de su redención y de haber enviado al Espíritu Santo a la Iglesia, y para que recibiéndole los fieles comiencen a gozar este pan de vida y sus divinos efectos. Y de los que recibieren el bautismo, podrán ser admitidos a la comunión del sagrado cuerpo aquellos que parecieren más capaces y estuvieren preparados, pues el bautismo es la primera disposición para recibirle.

103. Con la voluntad de María santísima se conformaron todos los apóstoles y discípulos y la dieron gracias por el beneficio que todos recibían con su advertencia y doctrina, y quedó determinado que el día siguiente, después del bautismo de los catecúmenos, se consagrasen el cuerpo y sangre de Cristo y que san Pedro fuese el sacerdote, pues era el supremo de la Iglesia. Lo admitió el santo apóstol y antes de salir de aquella junta propuso en ella otra duda, para que también se resolviese sobre la dispensación y gobierno con que se habían de distribuir las limosnas y bienes de los convertidos que les ofrecían, y para que lo considerasen todos lo propuso de esta manera:

104. Carísimos hermanos míos, ya sabéis que nuestro Redentor y Maestro Jesús, con ejemplo, con doctrina y mandatos, nos ordenó y enseñó la verdadera pobreza en que debíamos vivir, ahorrados y libres de los cuidados del dinero y de la hacienda, sin codiciarla ni juntar tesoros en esta vida. Y a más de esta saludable doctrina, tenemos delante de los ojos muy reciente el formidable escarmiento de la perdición de Judas, que también era apóstol como nosotros y por su avaricia y codicia del dinero infelizmente se perdió y cayó de la dignidad del apostolado en el abismo de la maldad y condenación eterna. Este peligro tan tremendo hemos de alejar de nosotros, que ninguno ha de poseer dinero ni tratarlo, para imitar y seguir en suma pobreza a nuestro Capitán y Maestro. Y todos vosotros conozco que deseáis esto mismo, entendiendo que para retirarnos de este contagio nos puso luego el Señor el riesgo y el castigo delante los ojos. Y para que todos quedemos libres de este embarazo que sentimos con las dádivas y limosnas que los fieles nos ofrecen, es necesario para adelantar tomar forma de gobierno. En esta materia conviene que ahora determinéis el modo y orden que se ha de guardar en recibir y dispensar el dinero y dádivas que nos ofrecieren.

105. Para tomar medio conveniente en este gobierno, se halló algo embarazado todo el colegio de los apóstoles y discípulos y propusieron diversos arbitrios. Algunos dijeron que se nombrase un mayordomo que recibiera todo el dinero y ofrendas y lo distribuyese y gastase acudiendo a las necesidades de todos, pero este arbitrio, con el ejemplo de Judas, no se abrazó tan bien entre aquel colegio de pobres y discípulos del Maestro de la pobreza. A otros les pareció que se depositase todo y entregase a persona de confianza fuera del colegio, que fuese dueño y señor de ello y acudiese con los frutos o como réditos a la necesidad de los otros fieles, y también en esto se hallaron dudosos, como en otros medios que se proponían. La gran Maestra de humildad María santísima oyó a todos sin hablar palabra, así porque daba aquella reverencia a los apóstoles, como porque si dijera primero su parecer ninguno manifestara su propio dictamen, y aunque era Maestra de todos siempre se portaba como discípula que oía y aprendía. Pero san Pedro y san Juan, viendo la diversidad de arbitrios que se proponían por los demás, suplicaron a la divina Madre los encaminase a todos en aquella duda, declarándoles lo más agradable a su Hijo santísimo.

106. Obedeció luego y hablando a toda aquella congregación les dijo: Señores y hermanos míos, yo estuve en la escuela de nuestro verdadero Maestro, mi Hijo santísimo, desde la hora que nació de mis entrañas hasta que murió y subió a los cielos, y en el discurso de su vida divina jamás le vi ni conocí que tocase ni tratase por su mano el dinero, ni tampoco que admitiese dádiva de mucho valor o precio. Y cuando recién nacido recibió los dones que adorándole ofrecieron los reyes del oriente, fue por el misterio que significaban y para no frustrar los piadosos intentos de aquellos reyes, que eran las primicias de las gentes. Pero sin dilación, estando en mis brazos, me ordenó que luego los distribuyese entre los pobres y en el templo, como lo hice. Y muchas veces me dijo en su vida, que entre los altos fines para que vino al mundo en forma humana uno fue levantar la pobreza y enseñarla a los mortales, de quienes era aborrecida, y con su conversación, doctrina y vida santísima siempre me manifestó y así lo entendí que la santidad y perfección que venía a enseñar se había de fundar en suma pobreza voluntaria y desprecio de las riquezas, y cuanto ésta fuese mayor en la Iglesia, tanto se levantaría la santidad que en todos tiempos tuviese, y así se conocerá en los futuros.

107. Pues habiendo de seguir los pasos de nuestro verdadero Maestro y poner en práctica su doctrina para imitarle y fundar su Iglesia con ella y con su ejemplo, necesario es que todos abracemos la más alta pobreza y la veneremos y honremos como a madre legítima de las virtudes y santidad. Y así me parece que todos apartemos el corazón del amor y codicia de las riquezas y dinero y que todos nos abstengamos de recibirlo y tratarlo y de admitir dádivas grandes y de mucho valor. Y para que a ninguno toque la avaricia, se pueden elegir seis o siete personas de vida aprobada y de virtud bien fundada que reciban las ofrendas y limosnas y lo demás de que los fieles se quieren desposeer, para vivir más seguros y seguir a Cristo mi Hijo y su Redentor sin embarazo de hacienda. Y todo esto tenga nombre de limosna y no de renta ni dinero ni de rédito, y el uso de ello sea para las necesidades comunes de todos y de nuestros hermanos los pobres, necesitados y enfermos, y ninguno en nuestra congregación, ni la Iglesia reconozca cosa alguna por suya propia más que de sus hermanos. Y si no bastaren para todos estas limosnas ofrecidas por Dios, las pedirán en su nombre los que para esto fueren señalados, y todos entendamos que nuestra vida ha de pender de la altísima providencia de mi Hijo santísimo y no de la codicia ni del dinero, ni de adquirirlo y de juntar hacienda con pretexto de sustentarnos, más que con la confianza y mendicación moderada, cuando sea necesaria.

108. Ninguno de los apóstoles ni de los otros fieles de aquella santa congregación replicó a la determinación de su gran Reina y nuestra, sino todos abrazaron y admitieron su doctrina, reconociendo que ella era la única y legítima discípula del Señor y Maestra de la Iglesia. Y la prudentísima Madre, por disposición divina, no quiso fiar de ninguno de los apóstoles esta enseñanza y el asentar en la Iglesia el sólido fundamento de la perfección evangélica y cristiana, porque obra tan ardua pedía el magisterio y el ejemplo de Cristo y de su misma Madre. Ellos fueron los inventores y artífices de esta nobilísima pobreza y los que primero la honraron y profesaron, y a los Maestros siguieron los apóstoles y todos los hijos de la primitiva Iglesia, y perseveró este modo de pobreza por muchos años. Después, por la fragilidad humana y por la malicia del enemigo, no se conservó en todos y se vino a reducir la pobreza voluntaria a sólo el estado eclesiástico. Y porque también la dificultó el tiempo o la imposibilitó, levantó Dios el estado de las religiones, donde con alguna diversidad de institutos se renovó y resucitó la pobreza primitiva en todo o en la mayor parte, y así se conservará en la Iglesia hasta su fin, gozando de los privilegios de esta virtud los que más o menos la siguen, la honran y la aman. Ningún estado de los que aprueba la santa Iglesia se excluyó de la perfección proporcionada, y ninguno tiene excusa de no seguir la más alta en el estado que vive. Pero como en la casa de Dios hay muchas mansiones (Jn 14,2), también hay orden y grados; tenga cada uno el que le toca según el género de su estado. Mas entendamos todos, que el primer paso en la imitación y secuela de Cristo es la voluntaria pobreza, y el que la siguiere más ahorrado puede alargar los pasos más ligeramente para allegarse más a Cristo y participar con abundancia de las otras virtudes y perfecciones.

109. Con la determinación de María santísima se concluyó aquella junta del colegio apostólico y fueron nombrados seis varones prudentes para recibir limosnas y dispensarlas. Y la gran Señora pidió la bendición a los apóstoles, que salieron a continuar su ministerio y los discípulos a prevenir los catecúmenos para recibir el bautismo el día siguiente. La Reina con asistencia de sus ángeles y de las otras Marías salió a disponer y aliñar la sala donde su Hijo santísimo celebró las cenas, y por su mano la limpió y barrió para volver a consagrar en ella el día siguiente como estaba tratado. Pidió al dueño de la casa el mismo adorno que se puso el jueves de la cena, como dije en su lugar (Cf. supra p.II n.1158,1181), y el devoto huésped lo ofreció todo con suma veneración en que tenía a María santísima. Previno también Su Alteza el pan cenceño y vino necesario para la consagración y también el mismo plato y cáliz en que había consagrado nuestro Salvador. Y para el bautismo previno agua pura y bacías en que se hiciese con facilidad y decencia. Con esta prevención se retiró la piadosa Madre y pasó aquella noche en ferventísimos efectos, postraciones, hecho de gracias y otros ejercicios con altísima oración, ofreciendo al eterno Padre todo lo que con altísima sabiduría conoció, para disponerse dignamente para la comunión que esperaba y para que los demás también la recibiesen con agrado de Su Altísima Majestad, y lo mismo pidió por los que habían de ser bautizados.

110. El día siguiente por la mañana, que fue el octavo del Espíritu Santo, se juntaron en la casa del cenáculo todos los fieles y catecúmenos con los apóstoles y discípulos y estando congregados les predicó san Pedro, declarándoles la condición y excelencia del sacramento del bautismo, la necesidad que de él tenían y los efectos divinos que por él recibirían, quedando señalados por miembros del cuerpo místico de la Iglesia con el carácter interior y reengendrados en el ser de hijos de Dios y herederos de su gloria por la gracia justificante y remisión de los pecados. Les exhortó a la guarda de la divina ley a que se obligaban por su voluntad propia y al humilde agradecimiento de este beneficio y de todos los demás que de la mano del Altísimo recibían. Les declaró a si mismo la verdad del misterio sacrosanto de la eucaristía que se había de celebrar, consagrando el verdadero cuerpo y sangre de Jesucristo, para que todos le adorasen y se preparasen los que después del bautismo le habían de recibir.

111. Con este sermón se fervorizaron todos los nuevos convertidos, porque su disposición era de todo corazón verdadera, las palabras del apóstol vivas y penetrantes y la gracia interior muy copiosa. Luego se comenzó el bautismo por mano de los apóstoles con gran orden y devoción de todos. Y para esto entraban los catecúmenos por una puerta del cenáculo y salían por otra ya bautizados y asistían a guiarlos sin confusión los discípulos y otros fieles. A todo estaba presente María santísima, aunque retirada a un lado del cenáculo, y por todos hacía oración y cánticos de alabanza. Conocía en cada uno el efecto que hacía el bautismo en mayor o menor grado de las virtudes que se les infundían. Pero miraba y conocía que todos eran renovados y lavados en la sangre del Cordero y que sus almas recibían una pureza y candidez divina. Y en testimonio de esto, a vista de todos los que estaban presentes, descendía una clarísima y visible luz del cielo sobre cada uno que se acababa de bautizar. Y con esta maravilla quiso Dios autorizar el principio de este gran sacramento en su Iglesia y consolar a aquellos primeros hijos que por esta puerta entraban en ella, y a nosotros que alcanzamos esta dicha menos advertida y agradecida de lo que debemos.

112. Se concluyó esta acción del bautismo, aunque pasaron de cinco mil los que este día le recibieron. Y mientras los bautizados daban gracias por tan admirable beneficio, se pusieron los apóstoles un rato en oración con todos los discípulos y otros fieles. Y todos se postraron en tierra confesando y adorando al Señor Dios infinito e inmutable y la propia indignidad para recibirle en el augustísimo sacramento del altar. Con esta profunda humildad y adoración se prepararon de próximo para comulgar. Y luego dijeron las mismas oraciones y salmos que Cristo Señor nuestro había dicho antes de consagrar, imitando en todo aquella acción, como la habían visto hacer a su divino Maestro. Tomó san Pedro en sus manos el pan ácimo que estaba preparado, y levantando primero los ojos al cielo con admirable reverencia, pronunció sobre el pan las palabras de la consagración del cuerpo santísimo de Cristo, como las dijo antes el mismo Señor Jesús. Al punto fue lleno el cenáculo de un resplandor visible con inmensa multitud de ángeles, y toda esta luz se encaminó singularmente a la Reina del cielo y tierra advirtiéndolo todos. Luego san Pedro consagró el cáliz y con el sagrado cuerpo y sangre hizo las mismas ceremonias que nuestro Salvador, levantándolos para que todos lo adorasen. Tras de esto se comulgó el apóstol a sí mismo y luego a los once apóstoles, como María santísima se lo había prevenido. Y luego por mano de san Pedro comulgó la divina Madre, asistiéndola con inefable reverencia los espíritus celestiales que allí estaban. Y para llegar la gran Señora al altar hizo tres humillaciones y postraciones hasta llegar con su rostro al suelo.

113. Volvió luego a su lugar, donde antes había estado, y no es posible manifestar con palabras los efectos que hizo en esta suprema criatura la comunión de la eucaristía, porque toda fue transformada y elevada, toda absorta en aquel divino incendio del amor de su Hijo santísimo, que con su cuerpo sagrado participó. Quedó elevada y abstraída, pero los santos ángeles la encubrieron algo por voluntad de la misma Reina, para que los circunstantes no atendiesen más de lo que convenía a los efectos divinos que en ella se pudieran conocer. Prosiguieron los discípulos comulgando después de nuestra Reina, y tras ellos comulgaron los otros fieles que antes habían creído. Pero, de los cinco mil bautizados, comulgaron aquel día solos mil, porque no todos estaban harto capaces ni prevenidos para recibir al Señor con el conocimiento y disposición tan atenta que pide este gran Sacramento y misterio del altar. La forma de comunión que usaron este día los apóstoles fue comulgando todos, con María santísima y los ciento veinte en quienes vino el Espíritu Santo, en entrambos especies de pan y vino, pero los recién bautizados sólo comulgaron en las especies de pan. Mas esta diferencia no se hizo porque los nuevos fieles fuesen menos dignos de unas especies que de otras, sino porque los apóstoles conocieron que en cualquier especie recibían una misma cosa por entero, que era a Dios sacramentado, y que no había precepto para cada uno de los fieles ni tampoco necesidad de comulgar en entrambos especies; y para la multitud hubiera gran peligro de irreverencia y otros inconvenientes muy graves en comulgar las especies del sanguis, los que no había entonces para pocos que le recibieron. Pero desde la primitiva Iglesia he entendido que se comenzó la costumbre de comulgar en sola especie de pan los que no celebraban ni consagraban. Y aunque también algunos sin ser sacerdotes comulgaban algún tiempo en entrambos especies, pero creciendo la santa Iglesia, dilatada por todo el mundo, convenientemente ordenó, como gobernada por el Espíritu Santo, que los legos y los que no consagran en la misa comulgasen sólo el cuerpo sagrado y tocase a los que celebran este divino convite comulgar en entrambos especies que consagran. Esta es la seguridad de la santa Iglesia católica romana.

114. Acabada la comunión de todos, san Pedro dio también el fin al sagrado misterio con algunas oraciones y salmos que en hecho de gracias y peticiones ofreció él y los demás apóstoles, porque entonces aún no se habían señalado ni ordenado otros ritos y ceremonias y deprecaciones que después se fueron añadiendo en diversos tiempos para acompañar la sagrada acción del consagrar, así antes como después de la consagración y comunión. Hoy, felicísima, santa y sabiamente tiene ordenado la Iglesia romana todo lo que para este misterio contiene la misa que celebran los sacerdotes del Señor. Después de todo lo dicho se quedaron los apóstoles otro rato en oración y cuando fue tiempo, porque ya era tarde aquel día, salieron a otras cosas y a recibir el alimento necesario. Y nuestra gran Reina y Señora dio gracias al Muy Alto por todos, en que se complació su voluntad divina y aceptó las peticiones que su amada le hizo por los presentes y ausentes en la santa Iglesia.

Doctrina que me dio la Señora de los ángeles María santísima.

115. Hija mía, aunque en la vida presente no puedas penetrar el secreto del amor que yo tuve a los hombres y el que siempre les tengo, con todo eso, sobre lo que has entendido para tu mayor enseñanza, quiero adviertas de nuevo cómo el Altísimo, cuando en el cielo me dio título de Madre de la santa Iglesia y de su Maestra, entonces me infundió una participación inefable de su infinita caridad y misericordia con los hijos de Adán. Y como yo era pura criatura y el beneficio tan inmenso, con la fuerza que en mí obraba, perdiera muchas veces la vida natural, si el poder divino con milagro no me conservara. Estos efectos sentía muchas veces en el mismo agradecimiento que tenía cuando entraban algunas almas en la Iglesia y después en la gloria, porque yo sola conocía enteramente esta dicha y la pesaba, y como la conocía la agradecía al Muy Alto con intenso fervor y humillación. Pero cuando más desfallecía en mis afectos era cuando pedía la conversión de los pecadores y cuando alguno de los fieles se perdía. En estas y otras ocasiones, entre el gozo y el dolor, padecí mucho más que los mártires en todos sus tormentos, porque por cada una de las almas obraba con fuerza sobreexcelente y sobrenatural. Todo esto me deben los hijos de Adán, que por ellos ofrecí tantas veces la vida, y si ahora no estoy en aquel estado para ofrecerla, el amor con que solicito su salud eterna no es menos sino más alto y más perfecto.

116. Y si tal fuerza tuvo en mí el amor de Dios para con los próximos, de aquí entenderás cuál sería la que sentía con el mismo Señor, cuando le recibía sacramentado. En esto te declaro un secreto de lo que me sucedió la primera vez que le recibí de mano de san Pedro: que en esta ocasión dio lugar el Altísimo a la violencia de mi amor hasta que mi corazón se abrió realmente y dio lugar, como yo lo deseaba, para que mi Hijo sacramentado entrase y se depositase en él como rey en su legítimo trono y custodia. Con esto entenderás, carísima, que si en la gloria de que gozo pudiera tener dolor, una de las causas que me le diera mayor es la formidable grosería y atrevimiento de los hombres en llegar a recibir el sagrado cuerpo de mi Hijo santísimo, unos inmundos y abominables, otros sin veneración ni respeto y casi todos sin atención, sin conocimiento y sin reparo de lo que pesa y vale aquel bocado, que no es menos que el mismo Dios, para eterna vida o eterna muerte.

117. Teme pues, oh hija mía, este atrevido peligro, llórale en tantos hijos de la Iglesia, pide al Señor el remedio y con la doctrina que te doy hazte digna de conocer y ponderar profundamente este misterio de amor; y cuando llegas a recibirle, sacude y limpia de tu entendimiento toda especie de cosa terrena, a ninguna atiendas fuera de que vas a recibir al mismo Dios infinito e incomprensible. Extiéndete sobre tus fuerzas en el amor, en la humildad y en el agradecimiento, pues todo será menos de lo que debes y de lo que pide tan venerable misterio. Y para disponerte mejor, será tu dechado y espejo lo que yo hacía en esta ocasiones, en que especialmente quiero me imites interiormente, como lo haces en las tres humillaciones corporales, y también es de mi agrado la cuarta que tú has añadido para dar reverencia a la parte de carne y sangre que está en el sacramento como de mis entrañas la recibió mi Hijo santísimo y con mi leche se aumentó y creció. Continúa siempre esta devoción, pues así es verdad, que está en el cuerpo consagrado parte de mi propia sangre y sustancia, como tú lo has entendido. Y si con el afecto que tienes sintieras gran dolor si vieras hollar el sagrado cuerpo y sangre y que alguno lo pisaba con desprecio y por ignominia, lo mismo debes sentir con amargura y llanto sabiendo cómo le tratan hoy tantos hijos de la Iglesia con irreverencia y sin algún temor ni decoro. Llora, pues, esta desdicha y llora porque hay pocos que la lloren y llora porque se frustran los fines tan pretendidos con el inmenso amor de mi Hijo santísimo. Y para que llores más te hago saber, que como en la primitiva Iglesia eran tantos los que se salvaban ahora lo son los que se condenan. Que no te declaro en esto lo que sucede cada día, porque si lo entendieras y tienes caridad verdadera murieras de dolor. Y este daño sucede porque los hijos de la fe siguen las tinieblas, aman la vanidad, codician las riquezas y casi todos apetecen el deleite sensible y engañoso, el cual ciega y oscurece el entendimiento y le pone densas tinieblas, con que no conoce la luz ni sabe hacer distinción entre lo malo y lo bueno, ni penetrar la verdad y doctrina evangélica.

CAPITULO 8

De Nuevo a Tapa

Se declara el milagro con que las especies sacramentales se conservaban en María santísima de una comunión para otra y el modo de sus operaciones después que descendió del cielo a la Iglesia.

118. Hasta ahora he tocado arriba este beneficio muy de paso (Cf. supra n.19,32), reservando su mayor declaración para su lugar, que es éste, para que tan grande maravilla del Señor en favor de su Madre amantísima no quede en esta Historia sin la inteligencia que puede desear nuestra piedad. Aflígeme mi propia cortedad para explicarme, porque no sólo ignoro infinito más que entiendo, pero esto que conozco lo declaro con recelo y menos satisfacción de mis términos y razones menos comprensivas de mi concepto. Con todo eso, no me atrevo a dejar en silencio los beneficios que nuestra gran Reina recibió de la poderosa diestra de su Hijo santísimo después que desde ella descendió al gobierno de su Iglesia, porque si antes fueron grandiosos e inefables, desde entonces crecieron con hermosa variedad, en que se manifestó ser infinito el poder que los hacía y como inmensa la capacidad de esta única y escogida entre todas las criaturas que los recibía.

119. En este raro y prodigioso beneficio, que las especies sacramentales con el sagrado cuerpo se conservasen siempre en el pecho de María santísima, no se ha de buscar otra causa fuera de la que tuvieron los otros favores en que únicamente se señaló Dios con esta gran Señora, que es su voluntad santa y su sabiduría infinita, con que obra siempre en medida y peso todo lo que conviene (Sab 11,21). Y para la prudencia y piedad cristiana bastaba por razón saber que sola a esta pura criatura tuvo Dios por Madre natural y que sola ella fue digna de serlo entre todas las criaturas. Y como esta maravilla fue sola y sin ejemplo, sería torpe ignorancia buscar ejemplares para persuadirnos que hizo el Señor con su Madre lo que no hizo ni hará con otras almas, pues sola María sale y se levanta sobre el orden común de todas. Mas aunque todo esto es verdad, quiere el Altísimo que con la luz de la fe y con otras ilustraciones alcancemos las razones de conveniencia y equidad con que su brazo poderoso obró estas maravillas con su dignísima Madre, para que en tales maravillas le conozcamos y alabemos en ella y por ella y entendamos cuán segura tenemos toda nuestra esperanza y nuestras suertes en manos de tan poderosa Reina, en quien depositó su Hijo toda la fuerza de su amor. Y conforme a estas verdades diré lo que se me ha dado a entender del misterio que voy hablando.

120. Vivió María santísima treinta y tres años en compañía de su Hijo y Dios verdadero y desde la hora que Su Majestad nació de su virginal vientre nunca le dejó hasta la cruz. Le crió, le sirvió, le acompañó, le siguió e le imitó, obrando en todo y siempre como Madre, como Hija, como Esposa, como sierva fidelísima y amiga, y gozando de su vista, de su conversación, de su doctrina y de los favores que con todos estos méritos y obsequios recibió en la vida mortal. Ascendió Cristo a los cielos, y la fuerza del amor y de la razón le obligaron a llevar consigo a su amantísima Madre para no estar allí sin ella ni ella en el mundo sin su presencia y compañía. Pero la caridad ardentísima que entrambos tenían a los hombres rompió en algún modo posible este lazo y unión, obligándola a nuestra amorosa Madre que volviese al mundo para fundar la Iglesia y al Hijo que la enviase y consintiese en la ausencia que se interponía entre los dos por este tiempo. Pero, siendo poderoso el Hijo de Dios para recompensarle esta privación a su querida en algún modo posible, venía a ser deuda del amor el hacerlo y no quedara tan acreditado ni fuera tan manifiesto si negara a su Madre purísima el favor de acompañarla en la tierra cuando él se quedaba glorioso en la diestra de su eterno Padre. Fuera de esto, el amor ardentísimo de la beatísima Madre, acostumbrado y criado con la presencia de su Hijo purísimo, viviera con una intolerable violencia, si tantos años no le tuviera presente en el modo que podía estando en la Iglesia santa.

121. A todo esto satisfacía Cristo nuestro Salvador, como lo hizo, estando siempre sacramentado en el corazón de su felicísima Madre mientras vivió en la Iglesia y Su Majestad en el cielo. Y en algún modo con esta sacramental presencia la recompensó con abundancia la que tenía cuando vivía en el mundo con la dulcísima Madre, porque entonces muchas veces se le ausentaba para salir a las obras de la redención y en estas ocasiones la afligían los recelos o temores de los trabajos de su Hijo santísimo, o si volvería o se quedaría fuera de su compañía, y cuando la tenía no podía olvidar la pasión y muerte de cruz que le esperaba. Y este dolor templaba a tiempos el gozo de tenerle y conversarle. Pero cuando ya estaba a la diestra del eterno Padre, pasada la tormenta de la pasión, y aquel mismo Señor e Hijo suyo estaba sacramentado en su virginal pecho, entonces gozaba de su vista la divina Madre sin recelos ni zozobras. Y en el Hijo tenía presente a toda la beatísima Trinidad por aquel modo de visión que arriba dije (Cf. supra n.32). Entonces se cumplía y ejecutaba a la letra lo que dijo esta gran Reina en los Cantares (Cant 3,4; 8,2 (A.)): Le tengo y no le soltaré, yo le tendré y no le dejaré hasta traerle a casa de mi madre la Iglesia. Allí le daré a beber del adobado vino y del mosto de mis granadas.

122. Se desempeñó también el Señor con este beneficio de su Madre santísima en la promesa hecha a su Iglesia en los apóstoles, que estaría con ellos hasta el fin del siglo (Mt 28,20 (A.)), cumpliendo esta palabra desde la hora que se la dio para subirse a los cielos, tan anticipadamente que ya estaba entonces sacramentado en el pecho de su Madre, como dije en la segunda parte (Cf. supra p.II n.1505). Y no se hubiera cumplido desde entonces si no estuviera en la Iglesia por este nuevo milagro, porque en aquellos primeros años no tuvieron los apóstoles templo, ni disposición para guardar continuamente la eucaristía sagrada y así la consumían toda el día que celebraban. Y sola María santísima fue el templo y el sagrario en que por algunos años se conservó el santísimo Sacramento, para que no faltase de la Iglesia el Verbo humanado por ningún instante de tiempo, después que subió a los cielos hasta el fin del mundo. Y aunque no estaba allí para uso de los fieles, pero estaba para su provecho y para otros fines muy gloriosos, porque la gran Reina del cielo oraba y pedía por todos los fieles en el templo de sí misma. Adoraba a Cristo sacramentado en la Iglesia en nombre de toda ella y, mediante esta Señora y la presencia que en ella tenía, estaba presente y unido por aquel modo al cuerpo místico de los fieles. Y sobre todo hizo esta gran Señora y Madre más feliz aquel siglo con tener sacramentado en su pecho a su Hijo y Dios verdadero, que estando como ahora en otras custodias y sagrarios, porque en el de María santísima siempre fue adorado con suma reverencia y culto, nunca fue ofendido como lo es ahora en los templos, tuvo en María con plenitud las delicias que deseó por eternos siglos con los hijos de los hombres y, ordenándose a este fin la asistencia perpetua de Cristo en su Iglesia, no la conseguía Su Majestad tan adecuadamente como estando sacramentado en el corazón de su purísima Madre. Ella era la esfera más legítima del divino amor y como el elemento propio y el centro en que descansaba, y todas las criaturas, fuera de María santísima, eran en su comparación como extrañas y en ellas no tenía su lugar ni esfera aquel incendio de la divinidad que siempre arde en infinita caridad.

123. Y por las inteligencias que de este misterio he tenido me atrevo a decir, del amor con que Cristo nuestro Salvador estimaba a su Madre santísima y de lo que ella le obligaba, que si no la acompañara siempre estando con ella debajo las especies consagradas volviera el mismo Hijo de la diestra de su Padre al mundo para hacerla compañía el tiempo que vivió la Madre en la Iglesia (Cf. infra n.680). Y si para esto fuera necesario que las moradas de los cielos y sus cortesanos carecieran de la asistencia y presencia de la humanidad santísima por aquel tiempo, estimara esto en menos que faltar a la compañía de su Madre. Y no es encarecimiento decir esto, cuando todos hemos de confesar que en María purísima hallaba el Señor una correspondencia y linaje de amor más semejante al de su voluntad que en todos los bienaventurados juntos, y con otro amor correspondiente le amaba Su Majestad a ella más que a todos. Si el pastor de la parábola evangélica dejó noventa y nueve ovejas para ir a buscar una sola que le faltaba, y no diremos que dejó lo más por lo menos, no hiciera novedad en el cielo que este divino pastor Jesús dejara en él a todo el resto de los santos para descender a estar en compañía de aquella candidísima oveja, que le vistió de su misma naturaleza, le crió y alimentó con ella. Sin duda que los ojos de esta amada Esposa y Madre le obligaran a volar de las alturas y venir a la tierra, a donde antes había venido para remedio de los hijos de Adán menos obligado o, para decirlo mejor, desobligado de sus pecados y a padecer por ellos; y si descendiera a vivir con su amantísima Madre, no fuera para padecer y morir, mas para recibir el gozo de tenerla consigo. Pero no fue necesario para esto desamparar el cielo, pues bajando sacramentado satisfacía a su amor y al de la felicísima Madre, en cuyo corazón como en su lecho descansaba este verdadero Salomón (Cant 3,7), sin dejar la diestra de su eterno Padre.

124. El modo con que obraba el Altísimo este milagro era así: En recibiendo María santísima las especies sacramentales se retiraban del lugar común del estómago donde se cuece y actúa el natural alimento, para que con el poco que alguna vez comía la gran Señora no se confundiesen ni mezclasen ni se gastasen con él. Y retirado el santísimo Sacramento del lugar del estómago se ponía en el mismo corazón de María, como en retorno de la sangre que dio en la encarnación del Verbo para que de ella se formase aquella humanidad santísima con quien se unió hipostáticamente, como declaré en la segunda parte (Cf. supra p.II n.l37). La comunión de la eucaristía sagrada se llama extensión de la encarnación, y así era justo que participase esta extensión con otro nuevo y particular modo la feliz Madre que también con modo milagroso y singular concurrió a la misma encarnación del Verbo eterno.

125. El calor del corazón en los vivientes perfectos es muy grande y en el hombre no será menor por su mayor excelencia y nobleza en el ser y en las operaciones y larga vida, y la providencia de la naturaleza le encamina algún aire o ventilación con que se refrigere y temple aquel ardor innato que es la raíz del que tiene todo animal. y con ser esto así, y que en la generosa complexión de nuestra Reina el calor de su corazón era intenso y le aumentaban los afectos y operaciones de su inflamado amor, con todo eso no se alteraban ni consumían las especies sacramentales pegadas a su corazón. Y aunque para conservarlas era menester multiplicar milagros, no se han de escasear en esta única criatura, que toda era un prodigio de milagros que en ella estaban epilogados. Este favor comenzó de la primera comunión que recibió en la cena, como en su lugar se ha dicho (Cf. supra p.II n.1297), y para continuarle se conservaron aquellas primeras especies hasta la segunda comunión que recibió de mano de san Pedro el día octavo de Pentecostés (Cf. supra n.112). Y entonces sucedió que, en recibiendo de nuevo las especies, al tiempo de pasarlas se consumieron las antiguas que tenía en el corazón y en su lugar entraron en él las nuevas especies que recibió. Y con este orden milagroso, desde aquel día hasta la última hora de su vida santísima fueron sucediendo unas especies sacramentales a otras en su pecho, sin que jamás faltase de él su Hijo y Dios verdadero sacramentado.

126. Con este beneficio y el que arriba dije (Cf. supra n.23), de la visión continua y abstractiva de la divinidad, quedó María santísima tan divinizada y sus operaciones y potencias tan elevadas sobre todo humano pensamiento, que será imposible comprenderlo en esta vida mortal, ni tener de ella el concepto proporcionado que hacemos de otras cosas, ni yo hallo términos para declarar lo poco que se me ha manifestado. En el uso de los sentidos corporales, después que descendió del cielo, quedó toda renovada y mudada para el ejercicio que en ellos tenía; porque por una parte estaba ausente de su Hijo santísimo, en quien los empleaba dignamente cuando le comunicaba con ellos, y por otra le sentía y entendía como le tenía en su pecho, a donde le tiraba y recogía toda la atención. Y desde aquel día que descendió del cielo hizo nuevo pacto con sus ojos y tuvo nuevo imperio y dominio para no admitir las especies ordinarias que entran por ellos, de las cosas terrenas y visibles, más de en lo que fuese preciso para gobernar los hijos de la Iglesia y para entender en esto lo que debía obrar y disponer. No se valía de estas especies ni era necesario usar de ellas para discurrir ni convertirse a la oficina interior, donde se depositan en los demás para servir a la memoria y al entendimiento, porque todo esto lo hacía con otras especies infusas y con la ciencia que se le comunicaba con la visión abstractiva de la divinidad, al modo que los bienaventurados en Dios conocen y miran lo que aquel espejo voluntario quiere manifestarles en sí mismo, o por otra visión o ciencia de las criaturas en sí mismas. A este modo entendía nuestra Reina todo lo que había de obrar de la voluntad divina en cualquiera de sus obras y no usaba de la vista para saber y aprender algo de esto, aunque miraba por dónde andaba y con quién trataba con una sencilla vista.

127. Del sentido del oído usaba algo más, porque era necesario para oír a los fieles y apóstoles todo lo que le contaban del estado de las almas, de la Iglesia, de sus necesidades y consuelo, a que era necesario responder, darles doctrina y consejo. Pero con tal dominio lo gobernaba, que por este sentido no entraban especies de sonido ni voz que disonase algo de la santidad y perfección altísima de su dignidad, o que no fuesen menester para el uso de la caridad de los próximos. Del olfato no usaba para percibir olor terreno ni de los comunes objetos de este sentido, pero sentía otro más celestial por intervención de los ángeles que se le administraban, con grandes motivos de alabar al Criador. En el sentido del gusto tuvo también gran mudanza, porque conoció que después que estuvo en el cielo podía vivir sin alimento, aunque no se le mandó que no lo recibiese, dejándolo esto en su voluntad; y así comía pocas veces y muy poco, y esto era cuando san Pedro o san Juan se lo pedían o para no causar admiración con no verla comer, de suerte que venía a hacerlo por obediencia o humildad, y entonces no percibía el gusto o sabor común del alimento, ni por este sentido los distinguía más que si comiera un cuerpo aparente o glorioso. El tacto era también a este modo, porque distinguía por él muy poco lo que tocaba, ni tuviera en esto sensible delectación, pero sentía el tacto de las especies sacramentales en el corazón, con admirable suavidad y júbilo, y a esto atendía de ordinario.

128. Todos estos favores en el uso de los sentidos se le concedieron a petición suya, porque los consagró todos y todas sus potencias de nuevo para la mayor gloria del Altísimo y para obrar con toda plenitud de virtud, santidad y perfección eminentísima. Y aunque; por toda la vida, desde su inmaculada concepción, había cumplido con la deuda de fiel sierva y prudente dispensadora de la plenitud de su gracia y dones, como en todo el discurso de esta Historia se ha dicho, pero después que ascendió a los cielos con su Hijo fue mejorada en todos, y le concedió su omnipotencia nuevo modo de obrar, que si bien era de viadora, porque aún no gozaba de la visión beatífica como comprensora, pero sus operaciones en los sentidos tenían una participación y similitud con las de los santos glorificados en cuerpo y alma mayor que con las de los otros viadores. Y no se puede explicar con otro ejemplo el estado tan feliz, tan singular y divino en que quedó nuestra gran Reina y Señora cuando volvió a gobernar la santa Iglesia.

129. A este modo de obrar con las potencias sensitivas correspondía la sabiduría y ciencia interior, porque conocía la voluntad y decretos del Altísimo en todo lo que debía y quería obrar, en qué tiempo, con qué modo, con qué orden y sazón se había de hacer cada obra, con qué palabras y circunstancias; de manera que en esto no le excedían los mismos ángeles que nos asisten sin perder de vista al Señor, antes obraba su gran Reina las virtudes con tan alta sabiduría que les era admiración, porque conocían que ninguna otra pura criatura podía excederla ni llegar a aquel colmo de santidad y perfección con que obraba esta divina Señora. Una de las cosas que para ella fue de sumo gozo era la adoración y reverencia que daban los espíritus soberanos a su Hijo sacramentado en su pecho. Y esto mismo hicieron los santos en el cielo, cuando subió en compañía de su Hijo santísimo llevándole juntamente encerrado en su corazón en las especies sacramentales, que para todos los bienaventurados era vista de nuevo gozo y alegría. Y el que recibía la gran Señora con la reverencia que le daban los ángeles al santísimo sacramento en su pecho, resultaba de la ciencia que tenía para conocer la grosería y bajeza de los mortales en venerar el sagrado y consagrado cuerpo del Señor. Y en recompensa de esta falta que todos habíamos de cometer, ofrecía a Su Majestad el culto y reverencia que le daban los príncipes celestiales, que más dignamente conocían este misterio y le veneraban sin engaño ni descuido.

130. Algunas veces se le manifestaba el cuerpo de su Hijo altísimo glorioso dentro de sí misma, otras veces con la natural hermosura de su humanidad santísima, otras veces y casi continuamente conocía todos los milagros que contiene el augustísimo sacramento y misterio de la eucaristía. De todas estas maravillas y otras muchas que no podemos entender en esta vida corruptible gozaba María santísima, unas veces manifestándosele en sí mismas, otras en la visión abstractiva de la divinidad, y como se le dieron especies de la divinidad se las dieron también de todas las cosas que había de obrar para consigo misma y con la Iglesia. Y lo que más era estimable para ella fue conocer el gozo y beneplácito de su Hijo santísimo en asistir sacramentado en su candidísimo corazón, que sin duda, por lo que se me ha dado a entender, era mayor que de estar en la compañía de los santos. ¡Oh singular y única y prodigiosa obra del poder infinito! Tú sola fuiste cielo más agradable para tu Criador que lo pudo ser el supremo inanimado que hizo para su habitación. El que no cabe en aquellos espacios sin medida, se midió y encerró en ti sola y halló asiento y trono conveniente, no sólo en tu virginal vientre, pero en el espacio inmenso de tu capacidad y amor. Tú sola nunca estuviste sin ser cielo, ni Dios estuvo sin ti después que te dio ser, y con plenitud de complacencia descansará en ti por todos los siglos de su eternidad interminable. Todas las naciones te conozcan, todas las generaciones te bendigan y todas las criaturas te magnifiquen, y en ti alaben y conozcan a su verdadero Dios y Redentor, que por ti sola nos visitó y reparó de nuestra infeliz caída.

131. ¿Quién de los mortales ni de los mismos ángeles puede manifestar el incendio de amor que ardía en el purísimo corazón de esta gran Reina llena de sabiduría? ¿Quién podrá comprender cuánto fue el ímpetu del río de la divinidad que inundó y absorbió esta ciudad de Dios? ¿Qué afectos, qué movimientos, qué actos hacía de todas las virtudes y dones que recibió sin medida y tasa, obrando siempre con toda la fuerza de estas gracias sin igual? ¿Qué oraciones, qué peticiones hacía por la santa Iglesia? ¿Qué caridad fue la suya con nosotros? ¿Qué bienes nos alcanzó y granjeó? Sólo el Autor de esta prodigiosa maravilla la conoce. Pero levantemos nosotros la esperanza, encendamos nuestra fe, avivemos el amor con esta piadosa Madre, solicitemos su intercesión y amparo, que nada le negará para nosotros el que siendo Hijo suyo y hermano nuestro hizo con ella tales demostraciones de amor como he dicho y más que diré adelante.

Doctrina que me dio la gran Reina de los ángeles María santísima.

132. Hija mía, de todo lo que hasta ahora te he manifestado de mi vida y de mis obras estás bien informada; como en pura criatura, fuera de mí no hay otro dechado ni original de donde puedas copiar la mayor santidad y perfección que deseas. Mas ahora has llegado a declarar el supremo estado de las virtudes que yo tuve en la vida mortal. Y con este beneficio te dejo más obligada, para que renueves tus deseos y pongas toda la atención de tus potencias en la perfecta imitación de lo que te enseño. Tiempo es ya, carísima, y razón es que toda te entregues a mi voluntad en lo que de ti quiero. Y para que más te animes a conseguir este bien, te quiero advertir que cuando mi Hijo santísimo sacramentado entra en aquellos que le reciben con veneración y fervor, habiéndose preparado con todas sus fuerzas para recibirle con limpieza de corazón y sin tibieza, en estas almas, aunque se consuman las especies sacramentales, queda Su Majestad por otro especial modo de gracia con que las asiste, enriquece y gobierna en retorno del buen hospedaje que le hicieron. Pocas son las almas que alcanzan este favor, porque son muchas las que ignoran y llegan al Santísimo sin esta disposición y como acaso y por costumbre y sin prevenirse con la veneración y temor santo que debían. Pero estando tú avisada de este secreto, quiero que todos los días, pues todos le recibes por obediencia de tus prelados, vayas preparada dignamente para que no se te niegue este gran beneficio.

133. Para esto te has de valer de la atención y memoria de lo que has conocido que yo hacía, por donde has de regular tus deseos y fervor, veneración y amor, y todas las acciones con que debes preparar tu pecho, como templo y morada de tu Esposo y sumo Rey. Trabaja, pues, en recoger todas tus fuerzas al interior, y antes y después de recibirle atiende a la fidelidad de esposa que le debes guardar, y en particular has de poner candados a tus ojos y cerradura de circunstancia (Sal 140,3) a todos tus sentidos, para que en el templo del Señor no entre otra imagen profana ni peregrina. Guárdate toda pura y limpia de corazón, porque en el que está impuro y ocupado no puede entrar la plenitud de la divina luz y sabiduría (Sab 1,4). Y todo lo conocerás a la vista de la que Dios te ha dado, si atiendes a ella sola con toda rectitud de tu intención. Y supuesto que no puedes excusar en todo el trato de las criaturas, te conviene que tengas gran imperio sobre tus sentidos y que por ellos no admitas especies de cosa alguna sensible que no te pueda ayudar para obrar lo más santo y puro de las virtudes. Separa lo precioso de lo vil (Jer 15,19) y la verdad del engaño. Y para que en esto me imites con perfección, quiero que desde ahora adviertas con la elección que debes obrar en todas las cosas grandes o pequeñas, para que no las yerres pervirtiendo el orden de la razón y de la luz divina.

134. Considera, pues, con atención el engaño común de los mortales y los lamentables daños que padecen, porque en las determinaciones de la voluntad de ordinario se mueven por sólo lo que perciben por los sentidos de todos sus objetos y eligen luego lo que han de hacer sin otra consulta ni atención. Y como lo sensible mueve luego a las pasiones e inclinaciones animales, es forzoso que las operaciones no se hagan con sano juicio de la razón, sino con el ímpetu de las pasiones, excitadas por los sentidos y por sus objetos. Por esto se inclina luego a la venganza el que consulta la injuria sólo con el dolor que causó, por esto se determina a la injusticia el que sigue sólo el apetito de la cosa ajena que miró y a este modo obran tantos y tan infelices cuantos son los que siguen la concupiscencia de los ojos, los afectos de la carne y la soberbia de la vida, que son lo que les ofrecen el mundo y el demonio, porque no tienen otra cosa que darles (1 Jn 2,16). Y con este inadvertido engaño siguen las tinieblas por luz, lo amargo por dulce, el mortal veneno por medicina de sus pasiones y la ciega ignorancia por sabiduría, siendo como es diabólica y terrena. Pero tú, hija mía, guárdate de este pernicioso error, y nunca te determines ni gobiernes en cosa alguna sólo por lo sensible y por sus sentidos, ni por las conveniencias que por ellos se te representan. Consulta tus acciones, lo primero con la conciencia y luz interior que Dios te ha comunicado, para que no obres a ciegas, y te la dará siempre para esto. Y luego busca el consejo de tu prelado y maestro, si le puedes tener antes de elegir lo que hubieres de hacer. Y si te faltare prelado y superior, pide consejo a otro inferior, que también esto es más seguro que obrar con voluntad propia, a quien pueden turbar las pasiones y oscurecerla. Y este orden has de guardar en las obras, especialmente exteriores, procediendo en ello con recato y con secreto y conforme lo pidieren las ocasiones y caridad del próximo que se te ofrecieren, en que es menester no perder el norte de la luz interior en el profundo golfo y navegación del trato con criaturas, donde hay siempre peligro de perecer.

CAPITULO 9

De Nuevo a Tapa

Conoció María santísima que se levantaba Lucifer para perseguir a la Iglesia y lo que contra este enemigo hizo, amparando y defendiendo a los fieles.

135. En lo supremo de la gracia y santidad posible a pura criatura estaba la gran Señora del mundo, mirando con los ojos de su divina ciencia la pequeña rey de la Iglesia que cada día se iba multiplicando. Y como vigilantísima Madre y Pastora, del alto monte en que la colocó la diestra de su Hijo omnipotente oteaba y reconocía si a las ovejuelas de su rebaño las sobrevenía algún peligro y asechanza de los lobos carniceros e infernales, cuyo odio le era manifiesto contra los nuevos hijos del evangelio. Con este desvelo de la Madre de la luz estaba guarnecida aquella familia santa que la piadosa Reina había reconocido por suya y la estimaba como herencia y parte de su Hijo santísimo escogida de todo el resto de los mortales y electa del Altísimo. Y por algunos días caminó prósperamente la navecilla de la nueva Iglesia, gobernada por la divina Maestra, así con los consejos que la daba, con la doctrina y advertencias que la enseñaba, como con las oraciones y peticiones que incesantemente ofrecía por ella sin perder ocasión ni punto en atender a todo cuanto era necesario para esto y para el consuelo de los apóstoles y de los otros fieles.

136. Pocos días después de la venida del Espíritu Santo, repitiendo estas peticiones, dijo al Señor: Hijo mío y verdadero Dios de amor, conozco, Señor mío, que la pequeña rey de vuestra santa Iglesia, de quien me habéis hecho madre y defensora, no vale menos que el infinito precio de vuestra vida y sangre, con que la habéis redimido del poder de las tinieblas; razón será que yo también os ofrezca mi vida y todo lo que soy, para conservación y aumento de lo que tanta estimación tiene en vuestra santa voluntad. Pues muera yo, Dios mío, si necesario es, para que vuestro nombre sea engrandecido y vuestra gloria dilatada por todo el mundo. Recibid, Hijo mío, el sacrificio de mis labios y voluntad, que con vuestros propios méritos ofrezco. Atended piadoso a vuestros fieles, encaminad a los que sólo en vos esperan y se entregan a vuestra santa fe. Gobernad a vuestro vicario Pedro, para que él gobierne con acierto las ovejas que le habéis encomendado. Guardad a todos los apóstoles, vuestros ministros y mis señores, prevenidlos a todos con la bendición de vuestra dulzura, para que todos ejecutemos vuestra voluntad perfecta y santa.

137. Respondió el Altísimo a estas peticiones de nuestra Reina y la dijo: Esposa y amiga mía, escogida entre las criaturas para la plenitud de mi agrado, atento estoy a tus deseos y peticiones. Pero ya sabes que mi Iglesia ha de seguir mis pasos y doctrina, imitándome por el camino del padecer y de mi cruz, con quien se han de abrazar mis apóstoles y discípulos y todos mis íntimos amigos y seguidores, pues no lo pueden ser sin esta condición de trabajar y padecer. También es necesario que la nave de mi Iglesia lleve lastre de persecuciones, con que vaya segura entre la prosperidad del mundo y sus peligros. Y así lo pide mi altísima providencia con los fieles y predestinados. Atiende, pues, y mira el orden con que esto se debe disponer.

138. Luego se le manifestó una visión donde la gran Reina vio a Lucifer y mucha multitud de demonios que seguían y se levantaban de las cavernas infernales, donde habían estado oprimidos desde que fueron vencidos y arrojados del monte Calvario, como en su lugar queda dicho (Cf. supra p.II n.1421). Vio que este dragón con siete cabezas subía como por el mar, siguiéndole los demás, y aunque en las fuerzas salía muy debilitado, de la manera que se halla el convaleciente después de una larga enfermedad y grave que no puede casi tenerse, con todo eso, en la soberbia y enojo salía con implacable indignación y arrogancia, que en esta ocasión se conocían ser mayores que su fortaleza, como lo dijo antes Isaías (Is 16,6); porque de una parte manifestaba el quebranto que en él había causado la victoria de nuestro Salvador y el triunfo que de él alcanzó en la cruz, y por otra descubría un volcán de indignación y furor que ardía en su pecho contra la Iglesia santa y sus hijos. En saliendo sobre la tierra, la rodeó y reconoció toda, y luego se encaminó a Jerusalén para estrenar allí su rabiosa indignación en las ovejas de Cristo. Y comenzó de lejos a reconocerlas, acechando y circunvalando aquel humilde pero formidable rebaño para su arrogante malicia.

139. Y cuando el dragón conoció los muchos que se habían reducido a la santa fe y cada hora iban recibiendo el sagrado bautismo, que los apóstoles predicaban y obraban tantas maravillas en beneficio de las almas, que los convertidos renunciaban las riquezas y las aborrecían, y todos los principios de santidad tan invencible con que se fundaba la nueva Iglesia, con esta novedad creció el furor que tenía y daba formidables bramidos reconcentrándose en su misma malicia. Y como enfureciéndose contra sí por lo poco que podía contra Dios y para beberse las aguas puras del Jordán que deseaba (Job 40,18)., pretendía allegarse a la congregación de los fieles, y no podía porque estaban todos unidos en caridad perfecta. Y esta virtud, con las de la fe, esperanza y humildad, era un castillo incontrastable para el dragón y sus ministros de maldad. Rodeaba y acechaba para reconocer si alguna ovejuela del rebaño de Cristo se descuidaba para embestirla y devorarla. Buscaba muchos caminos y arbitrios para tentarlos y atraer alguno para que le diese mano y entrada por donde aportillar la fortaleza de las virtudes que en todos reconocía. Pero todo lo hallaba prevenido y pertrechado con la vigilancia de los apóstoles y con la fuerza de la gracia, y mucho más con la protección de María santísima.

140. Pero cuando la gran Madre conoció y vio a Lucifer con tanto ejército de demonios y la maliciosa indignación con que se levantaba contra la Iglesia evangélica fue lastimado su piadoso corazón con una flecha de compasión y dolor, como quien conocía por una parte la flaqueza y la ignorancia de los hombres y por otra la maliciosa astucia y furor de la antigua serpiente. Y para detener y enfrenar su soberbia, se convirtió María santísima contra ella y le dijo: ¿Quién como Dios, que habita en las alturas (Sal 112,5)? ¡Oh estulto y desvanecido enemigo del Omnipotente! El mismo que te venció desde la cruz y quebrantó tu arrogancia, redimiendo al linaje humano de tu cruel tiranía, te mande ahora, su potencia te aniquile y su sabiduría te confunda y te arroje a lo profundo. Y yo en su nombre lo hago, para que no puedas impedir la exaltación y gloria que como a Dios y Redentor le deben dar todos los hombres. Luego continuó sus peticiones la piadosa Madre, y hablando con el Señor le dijo: Altísimo Dios y Padre mío, si la potencia de vuestro brazo no detiene y quebranta el furor que veo en el dragón infernal y en sus demonios, sin duda perderá y destruirá a todo el orbe de la tierra en sus moradores. Dios de misericordia y clemencia sois para vuestras criaturas; no permitáis, Señor, que esta serpiente venenosa derrame su ponzoña sobre las almas redimidas y lavadas con la sangre del Cordero, vuestro Hijo y Dios verdadero. ¿Es posible que puedan ellas mismas entregarse a tan cruenta bestia y mortal enemigo? ¿Cómo sosegará mi corazón, si veo caer en tan lamentable desdicha alguna de las almas que les ha tocado el fruto de esta sangre? ¡Oh si contra mí sola se convirtiera la ira de este dragón y fueran salvos vuestros redimidos! Yo, Señor eterno, pelearé vuestras batallas contra vuestros enemigos. Vestidme de vuestra fortaleza para que los humille y quebrante su altiva soberbia.

141. En virtud de esta oración y resistencia de la poderosa Reina se acobardó grandemente Lucifer y no se atrevió entonces a llegar a nadie del colegio santo de los fieles. Pero no descansó por esto su furor, antes tomó por arbitrio valerse de los escribas y fariseos y todos los judíos que reconoció constantes en su obstinación y perfidia. Fuese a ellos y por medio de muchas sugestiones los llenó de envidia y de odio contra los apóstoles y fieles de la Iglesia, y la persecución que no pudo intentar por sí mi SITIO la consiguió por medio de los incrédulos. Les puso en la imaginación que de la predicación de los apóstoles y discípulos les resultaba el mismo daño y mayor que de la de su Maestro Jesús Nazareno cuyo nombre querían introducir y celebrar a vista suya, que le habían crucificado por malhechor, que redundaba esto en gran deshonra suya y que siendo tantos los discípulos y con tantos milagros como hacían en el pueblo se le llevarían todo tras de sí y los maestros y sabios de la ley serían despreciados y no cogerían las ganancias que solían, porque los nuevos discípulos y creyentes todo lo daban a los nuevos predicadores a quien seguían, y que este daño para los antiguos maestros comenzaba a correr muy a prisa, con los muchos que ya seguían a los apóstoles.

142. Estos consejos de maldad eran muy ajustados a la ciega codicia y ambición de los judíos, y así los admitieron por muy sanos y conformes a sus deseos. Y de aquí resultó que los fariseos, saduceos, magistrados y sacerdotes hicieron tantas juntas y cabildos contra los apóstoles, como refiere san Lucas en sus Actos (Act 4,5 (A.)), La primera fue cuando san Pedro y san Juan en la puerta del templo dieron salud a un paralítico a nativitate, que tenía cuarenta años de edad y era conocido en toda Jerusalén. Y como este milagro fue tan patente y admirable, se juntó la ciudad en gran multitud, estando todos asombrados y como fuera de sí. Y san Pedro les hizo un gran sermón, probando cómo no se podían salvar en otro nombre fuera de Jesús, en cuya virtud él y san Juan habían curado aquel paralítico de tantos años. Por este milagro se juntaron al otro día los sacerdotes y llamaron a los dos apóstoles para que pareciesen en juicio ante los sacerdotes. Pero como el milagro era tan notorio y el pueblo glorificaba a Dios en él, se hallaron tan confusos los inicuos jueces, que no se atrevieron a castigar a los dos apóstoles, aunque les mandaron no predicasen ni enseñasen más al pueblo en el nombre de Jesús Nazareno. Pero san Pedro con invicto corazón les replicó que no podían obedecerlos en aquel mandato, porque Dios les mandaba lo contrario y no era justo desobedecer a Dios para obedecer a los hombres. Y con esta amenaza dejaron libres por entonces a los dos apóstoles, que luego volvieron a dar cuenta a la Reina santísima de lo que les había pasado, aunque ella lo sabía todo, porque en visión lo había conocido. Y luego se pusieron en altísima oración y estando en ella sobrevino otra vez el Espíritu Santo sobre todos con señales visibles.

143. En pocos días sucedió el milagroso castigo de Ananías y su mujer Safira, que tentados de la codicia pretendieron engañar a san Pedro, llevándole parte del precio en que habían vendido una heredad y ocultando otra parte y mintiendo al apóstol. Poco antes Bernabé, que también se llamaba José, levita y natural de Chipre, había vendido otra heredad y llevado todo el precio a los apóstoles. Y para que se conociera que todos debían obrar con esta verdad, fueron castigados Ananías y Safira, quedando muertos el uno tras del otro a los pies de san Pedro. Y con este milagro tan espantoso se atemorizaron todos en Jerusalén y los apóstoles predicaban con mayor libertad. Pero los magistrados y saduceos se indignaron contra ellos y los prendieron y llevaron a la cárcel pública, donde estuvieron poco tiempo, porque la gran Reina los libró de ella, como diré luego (Cf. infra n.148-150).

144. Pero no quiero dejar en silencio el secreto que intervino en la caída de Ananías y Safira su mujer. Sucedió que cuando la gran Señora del cielo conoció que Lucifer y sus demonios provocaban a los sacerdotes y magistrados para que impidiesen la predicación de los apóstoles, y que por estas sugestiones habían llamado a juicio a san Pedro y a san Juan después del milagro del paralítico y les mandaron que no predicasen en el nombre de Jesús, y considerando la piadosa Madre el impedimento que resultaba a la conversión de las almas si esta malicia no se atajaba, se convirtió de nuevo contra el dragón como al Señor lo había ofrecido y tomando la causa por suya con mayor valor que Judit la de Israel habló con este cruel tirano y le dijo: Enemigo del Altísimo, ¿cómo te atreves y te puedes levantar contra sus criaturas, cuando en virtud de la pasión y muerte de mi Hijo y verdadero Dios has quedado vencido y oprimido y despojado de tu tirano imperio? ¿Qué puedes tú, oh basilisco venenoso, atado y encarcelado en las penas infernales por toda la eternidad del Altísimo? ¿No sabes que estás sujeto a su poder infinito y no puedes resistir a su voluntad invencible? Pues él te manda, y yo en su nombre y potestad te mando, que luego desciendas con los tuyos al profundo de donde saliste a perseguir los hijos de la Iglesia.

145. No pudo resistir el dragón infernal a este imperio de la poderosa Reina, porque su Hijo santísimo para mayor terror de los demonios dio permiso que todos le conocieran sacramentado en el pecho de la invencible Madre, como en trono de su omnipotencia y majestad. Esto mismo sucedió en otras ocasiones en que María santísima confundía a Lucifer, de que diré adelante (Cf. infra n.490). Y en ésta que digo se arrojó a los profundos con todas sus legiones que le acompañaban y todos cayeron por entonces arruinados y oprimidos de la virtud divina que sentían en aquella mujer singular. Estuvieron algún tiempo los demonios en el profundo aterrados y dando espantosos aullidos, enfureciéndose consigo mismos por su desdichada suerte en que no podían dejar de ser, y porque desesperaban de vencer a la poderosa Reina y a todos los que ella recibiese debajo de su amparo. Can este furioso despecho habló Lucifer a sus demonios y confiriéndola con ellos les dijo: ¡Qué desdicha es ésta en que me veo! Decidme, ¿qué haré contra esta mi enemiga, que así me atormenta y me arroja? Sola ella me hace mayor guerra que todo el resto de las criaturas juntas. ¿Si la dejaré sin perseguirla, porque no acabe de destruirme? Siempre salgo vencido de sus batallas y ella victoriosa. Y reconozco que siempre disminuye mis fuerzas y poco a poco acabará de aniquilarlas y nada podré hacer contra los seguidores de su Hijo. Pero ¿ cómo he de sufrir tan injusto agravio? ¿A dónde está mi altiva poder? ¿Hele de sujetar a una mujer de condición y naturaleza tan inferior y vil en mi comparación? Mas no me atrevo ahora a pelear con ella. Procuremos derribar alguno de sus hijos que siguen su doctrina y con esto se aliviará mi confusión y quedaré satisfecha.

146. Dio permiso el Señor para que el dragón y los suyos volviesen a tentar a los fieles y ejercitarlos. Y llegando a reconocer el estado que tenían y la grandeza de sus virtudes con que estaban guarnecidos, no hallaban entrada ni podían reducir algunos a las insanias y falsas ilusiones que les ofrecían. Pero reconociendo los naturales e inclinaciones de todos, por donde ¡ay dolor! nos hacen cruda guerra siempre, hallaron que Ananías y Safira su mujer eran más inclinados al dinero y siempre lo habían buscado con alguna avaricia. Por este costado en que los conoció el demonio más flacos les hizo la herida, arrojándoles a la imaginación que reservasen alguna parte del precio en que vendían una heredad para darlo a los apóstoles, de quien habían recibido la fe y el bautismo. Se dejaron vencer de este vil engaño, porque era conforme a su baja inclinación, y pretendiendo engañar a san Pedro tuvo el santo apóstol revelación del pecado de los dos y los castigó con la repentina muerte que tuvieron a sus pies, primero Ananías y después Safira, que sin saber el suceso de su marido vino después de poco rato y, mintiendo como él, expiró también en presencia de los apóstoles.

147. Desde el primer intento de Lucifer, tuvo noticia nuestra Reina de lo que iba tramando y cómo Ananías y Safira admitían sus dañadas sugestiones, y llena de compasión y dolor la piadosa Madre se postró en la divina presencia y con íntimo clamor dijo: ¡Ay de mí, Hijo y Señor mío! ¿Cómo este dragón sangriento hace presa en estas simples ovejuelas de vuestro rebaño? ¿Cómo, Dios mío, sufrirá mi corazón ver que toque el contagio de la codicia y mentira en las almas que han costado vida y sangre vuestra? Si este cruelísimo enemigo se entrega en ellas sin escarmiento, correrá el daño con el ejemplo del pecado y la flaqueza de los hombres, y unos seguirán a otros en la caída. Yo, bien mío, perderé la vida en esta pena, por haber conocido lo que pesa el pecado en vuestra justicia, y más el de los hijos que el de los extraños. Remediad, pues, amado mío, este daño como me le habéis dado a conocer. La respondió el Señor: Madre mía y escogida, no se aflija vuestro corazón, donde yo vivo, que yo sacaré para mi Iglesia muchos bienes de este mal, que para este fin ha permitido mi providencia. Con el castigo que haré de estas culpas dejaré avisados a los demás fieles para que teman con el ejemplo que queda en la Iglesia y en lo futuro se guarden del engaño y de la codicia del dinero, pues amenaza el mismo castigo, o mi indignación, a quien cometiere el mismo pecado, porque mi justicia siempre es una misma contra los rebeldes a mi voluntad, como lo enseña mi ley santa.

148. Con esta respuesta del Señor se consoló María santísima, aunque se compadeció mucho del castigo que tomó la divina venganza de aquellos dos engañados, Ananías y Safira. En el ínterin que todo esto sucedía, hizo altísimas oraciones por los demás fieles para que no fuesen engañados del demonio, y de nuevo se volvió contra él, le aterró y arrojó, para que no irritase a los judíos contra los apóstoles, y en virtud de esta fuerza con que los detenía gozaban de tanta paz y tranquilidad los hijos de la primitiva Iglesia. Y siempre se hubiera continuado aquella felicidad y amparo de su gran Reina y Señora, si no le hubieran despreciado los hombres, entregándose a los mismos engaños, y a otros peores, como lo hicieron Ananías y Safira. ¡Oh si temiesen los fieles aquel ejemplo e imitasen el de los apóstoles! Sucedió que de la prisión donde arriba dije (Cf. supra n.143) que los metieron, invocaron el favor divino y el de su Reina y Madre verdadera, y cuando Su Alteza conoció por la divina luz que estaban presos, postrada en cruz ante el acatamiento divino hizo por ellos esta oración:

149. Altísimo Señor mío, Criador del universo, de todo mi corazón me sujeto a vuestra divina voluntad y reconozco, Dios mío, que así conviene, como vuestra sabiduría infinita lo dispone y ordena, que los discípulos sigan a su maestro, que sois vos, verdadera luz y guía de vuestros escogidos; así lo confieso, Hijo mío, porque vinisteis al mundo en forma y hábito de humildad, para acreditarla y destruir la soberbia, para enseñar el camino de la cruz por la paciencia en los trabajos y deshonras de los hombres. Y conozco también que han de seguir esta doctrina y establecerla en la Iglesia vuestros apóstoles y discípulos. Pero si es posible, bien mío de mi alma, que por ahora tengan libertad y vida para fundar vuestra Iglesia santa y predicar al mundo vuestro soberano nombre y reducirle a la verdadera fe, os suplico, Señor mío, me deis licencia para que yo favorezca a vuestro vicario Pedro, a mi hijo y vuestro amado Juan y a todos los que por astucia de Lucifer están en prisiones. No se gloríe este enemigo de que ha triunfado ahora contra vuestros siervos, ni levante su cabeza contra los demás hijos de la Iglesia. Quebrantad, Señor mío, su soberbia, y sea confuso en vuestra presencia.

150. A esta petición la respondió el Altísimo: Esposa mía, hágase lo que tú quieres, que esto es mi voluntad. Envía a tus ángeles para que destruyan las obras de Lucifer, que contigo está mi fortaleza. Con este beneplácito la gran Reina de los ángeles despachó luego a uno de los de su guarda, que era de jerarquía muy superior, para que fuese a la cárcel donde estaban presos los apóstoles y les quitase las prisiones y sacase libres de la cárcel. Y éste fue el ángel que refiere san Lucas en el capítulo 5 de los Hechos apostólicos (Act 5,19), que de noche libró de la prisión a los apóstoles como María santísima se lo ordenó, aunque el secreto de este milagro no lo declaró el evangelista san Lucas. Pero los apóstoles le vieron lleno de resplandor y hermosura, y les dijo cómo era enviado por su Reina para rescatarlos de la prisión, como lo hizo, y les mandó fuesen a predicar, como también sucedió. Tras de este ángel despachó otros, para que fuesen a los magistrados y sacerdotes y apartasen de ellos a Lucifer y a sus demonios, que los turbaban e irritaban contra los apóstoles, y para que les diesen inspiraciones santas, para que no se atreviesen a ofenderlos ni impedirles la predicación. Obedecieron también estos divinos espíritus y cumplieron tan bien con esta legacía, que de ella resultó lo que el mismo san Lucas dice en el capítulo citado de la plática que hizo en el consistorio aquel venerable doctor de la ley llamado Gamaliel (Act 5,34). Porque hallándose confusos los demás jueces sobre lo que harían de los apóstoles, a quienes habían puesto en la cárcel y estaban ya libres y predicando en el templo, sin saber por quién o dónde habían sido librados de la cárcel, entonces Gamaliel les dio por consejo a los sacerdotes que no se embarazasen con aquellos hombres, sino que los dejasen predicar, porque si aquella era obra de Dios no la podrían impedir y, si no lo era, ella se desvanecería luego, como en aquellos años había sucedido a otros dos falsos profetas que en Jerusalén y Palestina habían inventado nuevas sectas; el uno se llamaba Teodas y el otro Judas Galileo y entrambos perecieron con todos los de su séquito.

151. Este consejo de Gamaliel fue por inspiración de los santos ángeles de nuestra gran Reina; y también que los otros jueces le admitiesen, aunque mandaron a los apóstoles que no predicasen más a Jesús Nazareno, porque a esto les movía su propia reputación e interés. Pero con algún castigo que dieron a los apóstoles los despidieron, porque los habían prendido otra vez, cuando desde la cárcel salieron a predicar por orden del ángel que les dio libertad. De todos sus ejercicios y trabajos volvían luego los apóstoles a dar cuenta a María santísima como a su Madre y Maestra, y la prudentísima Reina los recibía con maternal afecto y alegría de verlos tan constantes en el padecer y tan celosos de la salud de las almas. Ahora me les decía parecéis, señores míos, verdaderos imitadores y discípulos de vuestro Maestro, cuando por su nombre padecéis afrentas y contumelias y con alegre corazón le ayudáis a llevar su cruz, cuando sois dignos ministros y cooperadores para que se logre el fruto de su sangre en los hombres, por cuya salud la derramó. Su diestra poderosa os bendiga y os comunique su virtud divina. Esto les decía puesta de rodillas y besándoles la mano, y luego los servía, como arriba se dijo (Cf. supra n.92).

Doctrina que me dio la gran Reina de los ángeles María santísima.

152. Hija mía, de lo que has entendido y escrito en este capítulo tienes importantes y muchas advertencias para tu salvación y de todos los fieles hijos de la santa Iglesia. En primer lugar se debe ponderar la solicitud y desvelo con que yo cuidaba de la salud eterna de todos los creyentes, sin omitir ni olvidar la menor de sus necesidades y peligros. Les enseñaba la verdad, oraba incesantemente, los animaba en los trabajos, obligaba al Altísimo para que los asistiese, y sobre todo esto los defendía de los demonios y de sus engaños y furiosa indignación. Todos estos beneficios les hago ahora desde el cielo, y si no todos los experimentan, no es porque de mi parte no lo solicito, sino porque son muy contados los fieles que me llaman de todo corazón y lasque se disponen para merecer y lograr el fruto de mi maternal amor. A todos defendería del dragón, si todos me invocasen y temiesen los engaños tan perniciosos con que los enreda y enlaza para su eterna condenación. Y para que despierten los mortales de este formidable peligro, les doy ahora este nuevo recuerdo. Te aseguro, hija mía, que todos los que se condenan después de la muerte de mi Hijo santísimo y de los favores y beneficios que por mi intercesión hace al mundo, tienen mayores tormentos en el infierno sobre los que se perdieron antes que viniera al mundo y yo estuviera en él. Y así los que desde ahora entendieren estos misterios y los despreciaren para su perdición, serán reos de mayores y nuevas penas.

153. Deben a si mismo advertir la estimación en que han de tener sus propias almas, pues tanto hice yo y hago cada día por ellas, después de haberlas redimido mi Hijo santísimo con su pasión y muerte. Este olvido en los hombres es muy reprensible y digno de tremendo castigo. ¿En qué razón o en qué juicio cabe, que por un momentáneo gusto de los sentidos, que al más largo plazo se acaba con la vida, y otras veces en un brevísimo tiempo, trabaje tanto un hombre que tiene fe? ¿Y de su alma, que es eterna, no haga más caso ni aprecio y la olvide tanto, como si con las cosas visibles se acabara y consumiera? No advierten que cuando todo perece, entonces comienza el alma a padecer o gozar lo que será eterno y sin fin. Conociendo tú esta verdad y la perversidad de los mortales, no te admires de que el dragón infernal sea hoy tan poderoso contra los hombres, porque donde hay continua batalla, el que sale victorioso cobra las fuerzas que perdió el vencido. Y esto se verifica más en la cruel y continua lucha con los demonios, que si le vencen las almas quedan ellas fuertes y él queda debilitado, como sucedió cuando le venció mi Hijo y yo después. Pero si esta serpiente se reconoce victoriosa contra los hombres. entonces levanta la cabeza de su soberbia y convalece de su flaqueza cobrando nuevos bríos y mayor imperio, como le tiene hoy en el mundo, porque los amadores de su vanidad se le han sujetado, siguiéndola debajo de su bandera y falsas fabulaciones. Con este daño ha dilatado el infierno su boca, y cuantos más engulle y traga es más insaciable su hambre, anhelando a sepultar en las cavernas infernales todo el resto de los hombres.

154. Teme, oh carísima, teme este peligro como lo conoces y vive en continuo desvelo para no abrir puerta en tu corazón a los engaños de esta cruentísima bestia. El escarmiento tienes en Ananías y Safira, que por haberles conocido la inclinación y codicia del dinero, entró el demonio en sus almas y los as alteó por aquel portillo. No quiero que tú apetezcas cosa alguna de la vida mortal, y de tal manera quiero que reprimas y extingas en ti todas las pasiones e inclinaciones de la flaca naturaleza, que ni los mismos espíritus malignos puedan rastrear en ti con todo su desvelo algún movimiento desordenado de soberbia, codicia, vanidad, ira, ni otra pasión alguna. Esta es la ciencia de los santos y sin la que nadie vive seguro en carne mortal y por cuya ignorancia perecen innumerables almas. Apréndela tú con diligencia y enséñala a tus religiosas, para que cada una sea vigilante centinela de sí misma. Y con esto vivirán en paz y caridad verdadera y no fingida, y cada una y todas juntas, unidas en la quietud y tranquilidad del divino Espíritu y guarnecidas con el ejercicio de todas las virtudes, serán un castillo incontrastable para los enemigos. Acuérdate y hazles a la memoria a las religiosas el castigo de Ananías y Sefira y exhórtalas a que sean muy observantes de su regla y constituciones, que con esto merecerán mi protección y especialísimo amparo.

CAPITULO 10

De Nuevo a Tapa

Los favores que María santísima por medio de sus ángeles hacía a los apóstoles, la salvación que alcanzó a una mujer en la hora de la muerte y otros sucesos de algunos que se condenaron.

155. Como la nueva ley de gracia se iba dilatando en Jerusalén, crecía cada día el número de los fieles y se aumentaba la nueva Iglesia del evangelio, y al mismo paso crecía también la solicitud y atención de su gran Reina y Maestra María santísima con los nuevos hijos que los apóstoles engendraban en Cristo nuestro Señor con su predicación. Y como ellos eran los fundamentos de la Iglesia, en quienes como en piedras firmísimos había de estribar la firmeza de este admirable edificio, por esto la prudentísima Madre y Señora cuidaba del colegio apostólico con especial vigilancia. Y toda esta divina atención se le aumentaba conociendo la indignación de Lucifer contra los seguidores de Cristo, y mayor contra los sagrados apóstoles como ministros de la salud eterna de los otros fieles. Nunca será posible en esta vida decir ni alcanzar a conocer los oficios, los favores y beneficios que hizo a todo el cuerpo de la Iglesia y a cada uno de sus miembros místicos, en particular a los apóstoles y discípulos, porque, según lo que se me ha dado a entender, no se pasó día ni hora en que no obrase con ellos alguna o muchas maravillas. Diré en este capítulo algunos sucesos que son de gran enseñanza para nosotros, por los secretos que contienen de la oculta providencia del Altísimo. Y de ellos se puede colegir cuál sería la vigilantísima caridad y celo de las almas que María santísima tenía con ellas.

156. A todos los apóstoles amaba y servía con increíble afecto y veneración, así por su extremada santidad como por la dignidad de sacerdotes y ministerio de fundadores y predicadores del evangelio. Cuando estuvieron juntos en Jerusalén los servía, asistía, aconsejaba y gobernaba, como arriba queda dicho (Cf. supra n.89,92,l02). Pero con el aumento de la Iglesia fue necesario que luego comenzasen a salir de Jerusalén para bautizar y admitir a la fe a muchos que de los lugares circunvecinos se convertían; aunque luego volvían a la ciudad, porque de intento no se habían repartido ni despedido de Jerusalén, hasta que tuvieron orden para hacerlo. Y de los Actos apostólicos consta (Act 9,38-40) que san Pedro salió a Lidia y a Jopen, donde resucitó a Tabita e hizo otros milagros, y volvía a Jerusalén. Y aunque estas salidas las cuenta san Lucas después de la muerte de san Esteban de que hablaré en el capítulo siguiente, pero en el tiempo que pasó hasta que sucedió todo esto se convirtieron muchos de Palestina y fue necesario que los apóstoles saliesen a predicarles y confirmarlos en la fe, y volvían a Jerusalén a dar cuenta de todo a su divina Maestra.

157. En todas estas jornadas y predicaciones procuraba el común enemigo impedir la palabra divina o el fruto de ella, moviendo muchas contradicciones y alteraciones de los incrédulos contra los apóstoles y sus oyentes y convertidos. Y en estas persecuciones padecían cada día grandes molestias y sobresaltos, porque le pareció al dragón infernal podía embestirles con mayor confianza, hallándolos ausentes y lejos del amparo de su Protectora y Maestra. Tan formidable era para el infierno esta gran Reina de los ángeles, que con ser tan eminente la santidad de los apóstoles, con todo eso le parecía a Lucifer que sin María los cogía desarmados y a su salvo, para acometerles y tentarlos. Tal es también la soberbia y furor de este dragón, que, como está escrito en Job (Job 41,l8-19), al más duro acero lo reputó por una pajuela flaca y al bronce como si fuera un podrido leño. No teme las flechas ni la honda, pero teme tanto a María santísima, que para tentar a los apóstoles aguarda que estén ausentes de este amparo.

158. Mas no por esto les faltó, porque la gran Señora desde la atalaya de su altísima sabiduría alcanzaba a todas partes, y como vigilantísima centinela descubría las asechanzas de Lucifer y acudía al socorro de sus hijos y ministros del Señor. Y cuando por estar ausentes los apóstoles no los podía hablar, enviaba luego que los conocía afligidos a sus santos ángeles que la asistían, para que los consolasen y animasen, los previniesen y algunas veces ahuyentasen a los demonios que los perseguían. Todo esto ejecutaban los espíritus celestiales con prontitud, como su Reina lo ordenaba. Y unas veces lo hacían ocultamente por inspiraciones y consolaciones interiores que daban a los apóstoles, otras veces, y más de ordinario, se les manifestaban visibles en cuerpos refulgentes y hermosísimos y hablaban con los apóstoles todo lo que convenía o su Maestra les quería advertir. Y este modo era frecuente por la santidad y pureza de los apóstoles y por la necesidad que entonces había de favorecerles con tanta abundancia de consuelo y esfuerzo. Y nunca tuvieron aprieto ni trabajo en que la amantísima Madre no les socorriese por estos modos, a más de las continuas oraciones, peticiones y hechos de gracias que por ellos ofrecía. Era la mujer fuerte, cuyos domésticos estaban socorridos con dobladas vestiduras, y la madre de familias que a todos los proveía de alimento y con el fruto de sus manos plantaba la viña del Señor (Prov 31).

159. Con todos los otros fieles tenía el mismo cuidado respectivamente y, aunque eran muchos en Jerusalén y en Palestina, de todos tenía noticia y conocimiento para favorecerlos en sus necesidades y tribulaciones, y no sólo atención a las de las almas, sino también a las corporales, y fuera de los muchos que curaba de gravísimas enfermedades. A otros que conocía no era conveniente darles salud milagrosamente, a éstos los servía muchas cosas por su misma persona, visitándolos y regalándolos, y de los más pobres cuidaba más, y muchas veces por su mano les daba de comer, hacía las camas en que estaban, atendía a su limpieza como si fuera sierva de cada uno y con el enfermo estuviera enferma. Tanta era la humildad, la caridad y solicitud de la gran Reina del mundo, que ningún oficio ni obsequio o ministerio negaba a sus hijos los fieles, ni por ínfimos y humildes los despreciaba, como fuesen para consuelo suyo. Y llenaba a todos de gozo y consolación suavísima en sus trabajos, con que se les hacían fáciles. Y a los que por estar lejos no podía acudir personalmente, los favorecía por medio de los ángeles ocultamente, o con oraciones y peticiones les alcanzaba interiores beneficios y otros socorros.

160. Singularmente se señalaba su maternal piedad con los que estaban a la hora de la muerte y morían, porque a muchos asistía en aquel último conflicto y los ayudaba en él hasta dejarlos en estado de seguridad eterna. Y por los que iban al purgatorio hacía fervorosas peticiones y algunas obras penales, como postraciones en cruz, genuflexiones y otros ejercicios con que satisfacía por ellos. Y luego despachaba a alguno de sus ángeles para que sacase del purgatorio aquellas almas por quien había satisfecho y las llevase al cielo y en su nombre las presentase a su Hijo santísimo, como hacienda propia del mismo Señor y fruto de su sangre y redención. Esta felicidad alcanzó a muchas almas en el tiempo que la Señora del cielo era moradora en la tierra. Y no entiendo se les niegue ahora a las que se disponen en su vida para merecer su presencia en la muerte, como en otra parte dejo escrito (Cf. supra p.II n.929). Y porque sería necesario extender mucho esta Historia si hubiera de referir los beneficios que hizo María santísima en la hora de la muerte a muchos que ayudó en ella, no puedo detenerme en esto, pero diré un suceso que tuvo con una doncella a quien libró de la boca del dragón infernal; por ser tan raro y digno de advertencia para todos, no es justo negársele a esta Historia ni a nuestra enseñanza.

161. Sucedió, pues, en Jerusalén, que una doncella de padres humildes y poco abundantes de hacienda se convirtió entre los cinco mil que primero recibieron el bautismo. Esta pobrecilla mujer, acudiendo a los ministerios de su casa, enfermó y le duró por muchos días la dolencia, sin mejorar en la salud. Con esta ocasión, como suele suceder a otras almas, se fue resfriando en el primer fervor y se descuidó en cometer algunas culpas, con que pudo perder la gracia bautismal. Pero Lucifer, que no se descuidaba, sediento de tragar alguna de aquellas almas, acudió a ésta y la embistió con suma crueldad, permitiéndolo así Dios para mayor gloria suya y de su Madre santísima. Le apareció el demonio a la doncella en forma de otra mujer para engañarla mejor y la dijo con halagos que se retirase mucho de aquella gente que predicaba al Crucificado y no les diese crédito en cuanto la decían porque la engañaban en todo, y que si no lo hacía la castigarían los sacerdotes y jueces, como habían crucificado al Maestro de aquella ley nueva y engañosa que la habían enseñado a ella, y con este remedio estaría buena y después viviría contenta y sin peligro. Le respondió la doncella: Yo haré lo que me dices, mas aquella Señora que he visto con estos hombres y mujeres y parece tan linda y apacible, ¿qué tengo de hacer con ella?, porque la quiero mucho. Le replicó el demonio: Esa que tú dices es peor que todos y a ella es la primera a quien has de aborrecer y retirarte de sus engaños y esto es lo que más te importa.

162. Con este mortal veneno de la antigua serpiente quedó inficionada el alma de aquella simplecilla paloma, y en vez de mejorar en la salud del cuerpo se le fue agravando la enfermedad y acercándose a la muerte natural y eterna. Uno de los setenta y dos discípulas que andaba visitando a los fieles tuvo noticia de la grave enfermedad de aquella mujer, porque un vecino de su casa le dijo que allí estaba una mujer de los de su secta muy cerca de expirar. Entró a verla y animarla con razones santas y a reconocer su necesidad. Pero la enferma estaba tan oprimida de los demonios, que ni le admitió ni habló palabra aunque la exhortó y predicó grande rato, antes se retiraba y cubría para no oírle. Reconoció el discípulo por aquellas señales la perdición de la enferma, aunque ignoraba la causa, y con grande presteza fue a dar cuenta de aquel daño al apóstol san Juan, el cual sin detenerse acudió luego a visitar a la doncella y la amonestó y habló palabras de vida eterna, si las quisiera admitir. Pero sucedió lo mismo que al discípulo, porque a entrambos resistió con pertinacia. Si bien el apóstol vio muchas legiones de demonios que tenían rodeada a la enferma, porque llegando él se retiraron, pero no cesaban de forcejar para volver luego a renovar las ilusiones de que la miserable mujer estaba llena.

163. Y reconociendo su dureza el apóstol, se fue muy afligido a dar noticia de ello a María santísima y pedirle el remedio. Convirtió luego la gran Reina su vista interior a la enferma y conoció el infeliz y peligroso estado de aquella alma y cómo el enemigo la había puesto en él. Se lamentó la piadosa Madre sobre aquella simple ovejuela, engañada del infernal y sangriento lobo, y postrada en tierra oró y pidió el rescate de la mísera doncella. Pero el Señor no respondió palabra a esta petición de su Madre santísima, no porque sus ruegos no le fuesen agradables, antes por eso mismo y por oír más sus clamores se hizo sordo, y para enseñarnos también cuál era la caridad y prudencia de la gran Maestra y Madre en las ocasiones que era necesario usar de ellas. La dejó el Señor para esto en el estado común y ordinario que la gran Señora tenía, sin añadirla nueva ilustración en lo que pedía. Mas no por esto desistió, ni se entibió su caridad ardentísima, como quien conocía que no por el silencio del Señor había de faltar ella a su oficio de Madre, mientras no sabía expresamente la voluntad divina. Con esta prudencia se gobernó en aquel suceso y luego ordenó a uno de sus santos ángeles fuese a remediar aquella alma y la defendiese de los demonios y exhortase con santas inspiraciones, para que se apartase de sus engaños y se convirtiese a Dios. Hizo el ángel esta embajada con la presteza que saben obedecer a la voluntad del Altísimo, pero tampoco pudo reducir aquella obstinada mujer con las diligencias que como ángel pudo hacer y de hecho hizo para desengañarla. A tal estado como éste puede venir un alma que se entrega al demonio.

164. Volvió el santo ángel a su Reina y la dijo: Señora mía, vengo de ayudar a aquella doncella en el peligro de su condenación, como vos, Madre de misericordia, me lo ordenasteis, pero su dureza es tanta que ni admite ni escucha las inspiraciones santas que le he dado. He altercado con los demonios para defenderla de ellos y se resisten, alegando el derecho que aquella alma de su voluntad les ha dado, en que libremente persevera. El poder de la divina justicia no ha concurrido conmigo como yo deseaba, obedeciendo vuestra voluntad, y no puedo, Señora mía, daros el consuelo que deseáis. Se afligió mucho la piadosa Madre con esta respuesta, pero como ella era la Madre del amor, de la ciencia y de la santa esperanza (Eclo 24,24 (A.)), no pudo perder lo que a todos nos mereció y enseñó. Y retirándose de nuevo a pedir el remedio de aquella alma engañada, se postró en tierra y dijo: Señor mío y Dios de misericordias, aquí está este vil gusanillo de la tierra, castigadme y afligid me a mí y no vea yo que esta alma, señalada con las primicias de vuestra sangre y engañada por la serpiente, quede por despojos de su maldad y del odio que tiene contra vuestros fieles.

165. Perseveró María santísima un rato en esta petición, pero tampoco la respondió el Señor, para probar su invicto corazón y caridad con los próximos. Consideró la prudentísima Virgen lo que sucedió al profeta Eliseo (4 Re 4,34 (A.)) para resucitar al hijo de la Sunamitis su hospedera, que no bastó a darle vida el báculo del Profeta que le aplicó Giezi su discípulo y fue necesario que llegase en persona el mismo Eliseo y tocase el difunto y se midiese y ajustase con él, con que le restituyó la vida. No fueron poderosos el ángel ni el apóstol para resucitar del pecado y engaño de Satanás a aquella miserable mujer, y así determinó la gran Señora ir a remediarla por su persona. Lo propuso así al Señor en la oración que por ella hizo y, aunque no tuvo respuesta de Su Majestad, como la obra misma le daba licencia, se levantó y comenzó a dar algunos pasos para salir del aposento donde estaba y caminar con san Juan a donde estaba la enferma, que era algo distante del cenáculo. Pero en moviéndose a los primeros la detuvieron los ángeles, a quienes había mandado el Señor la llevasen y acompañasen, pero no se le había manifestado a ella. Les preguntó por qué la detenían. Y la respondieron, porque no es razón consintamos que vais por la ciudad, cuando nosotros podemos llevaros con mayor decencia. Luego la pusieron en un trono de nube refulgente y la llevaron y pusieron en el aposento de la doncella enferma, que, como era pobre y no hablaba, la habían desamparado todos y estaba sola y rodeada de demonios que esperaban su alma para llevarla.

166. Mas al instante que llegó la Reina de los ángeles huyeron todos los espíritus malignos como unos relámpagos y como atropellándose unos a otros con terribles aullidos. Y la poderosa Señora les mandó con imperio descendiesen al profundo, hasta que les permitiese saliesen de él, y así lo hicieron sin poderlo resistir. Llegó la piadosísima Madre a la enferma y la llamó por su nombre, tomó la de la mano y la habló dulcísimos razones de vida con que la renovó toda y comenzó a respirar y volver en sí. Y respondiendo a María santísima dijo: Señora mía, una mujer que me visitó, me persuadió que los discípulos de Jesús me engañaban y que me apartase luego de ellos y de vos, porque me sucedería muy mal si admitía la ley que me enseñaban. Replicó lo Reina y la dijo: Hija mía, esa que te pareció mujer era el demonio tu enemigo. Yo vengo a darte de parte del Altísimo la vida eterna; vuelve, pues, a su verdadera fe que antes recibiste y confiésale de todo tu corazón por tu Dios verdadero y Redentor, que para remedio tuyo y de todo el mundo murió en la cruz; adórale, invócale y pídele perdón de tus pecados.

167. Todo eso respondió la enferma creía yo antes, y me han dicho que es muy malo y me castigarán si lo confieso. Le replicó la divina Maestra: Amiga mía, no temas ese engaño, pero advierte que el castigo y penas que se han de temer son las del infierno, a donde te encaminaban los demonios. Y ahora estás muy cerca de la muerte y puedes alcanzar el remedio que yo te ofrezco si me das crédito y serás libre del fuego eterno que te amenazaba por tu error. Con esta exhortación y la gracia que María santísima alcanzó para aquella pobrecilla mujer, se movió con grandes lágrimas de compunción y la pidió su favor en aquel peligro, estando rendida para todo lo que la mandase. Luego la gran Señora la hizo protestar la fe de Cristo nuestro Señor y que hiciese un acto de contrición para confesarse. Y la gran Reina dispuso que recibiese los sacramentos, llamando a los apóstoles para que se los administrasen. Y repitiendo la dichosa mujer los actos de contrición y de amor, invocando a Jesús y a su Madre que la gobernaba, expiró la feliz doncella en manos de su Remediadora, habiendo estado dos horas enteras con ella, para que el demonio no volviese a engañarla. Y fue tan poderoso este socorro, que no sólo la redujo al camino de la vida eterna, pero le alcanzó tantos auxilios, que salió aquella dichosa alma libre de culpa y de pena. Y luego la envió al cielo con unos ángeles de los doce que tenían en el pecho aquella señal o divisa de la redención y traían palmas y coronas en las manos para socorrer a los devotos de su gran Reina. De estos ángeles queda ya dicho en la primera parte, capítulo 14, número 202, y capítulo 18, número 273, y no es necesario repetirlo ahora. Sólo advierto que a estos ángeles, que enviaba la Reina a diversas operaciones, los escogía conforme a las gracias y virtudes que tenían para beneficio de los hombres.

168. Después de remediada aquella alma, volvieron los demás ángeles a la Reina a su oratorio en la misma nube que la habían traído. Y luego se humilló y postró en tierra adorando al Señor y dándole gracias por el beneficio de haber sacado aquella alma de la boca del dragón infernal, y por ello hizo un cántico de alabanza del Altísimo. Esta maravilla ordenó su gran sabiduría, para que los ángeles, los santos del cielo, los apóstoles y también los mismos demonios entendiesen el poder incomparable de María santísima y que así como era Señora de todos así también todos juntos no serían poderosos tanto como ella y que nada se le negaría de lo que pidiese para los que la amasen, sirviesen y llamasen, pues aquella feliz doncella, por el amor que había tenido a esta Señora divina, no fue despedida del remedio, y los demonios quedasen oprimidos, confusos y desconfiados de prevalecer contra lo que María santísima quiere y puede para sus devotos. Otras cosas para nuestra enseñanza se pueden notar en este ejemplo, que remito a la atención y prudencia de los fieles.

169. No sucedió así a otros dos de los convertidos, que desmerecieron la eficaz intercesión de María santísima. Y porque este ejemplo puede servir también de aviso y escarmiento, como el de Ananías y Safira, para conocer la astucia de Lucifer en tentar y derribar a los hombres, le escribiré como le he entendido, con las advertencias que encierra, para temer con David los justos juicios del Muy Alto (Sal 118,120). Después del milagro referido, tuvo permiso el demonio para volver al mundo con los suyos y tentar a los fieles, porque así convenía para la corona de los justos y predestinados. Salió del infierno con mayor saña contra ellos y comenzó a investigar por dónde le abrían puerta para acometer, rastreando las inclinaciones malas de cada uno como ahora lo hace, con la confianza que le ha dado la experiencia de que los hijos de Adán, inadvertidos, de ordinario seguimos las inclinaciones y pasiones más que la razón y la virtud. Y como la multitud no puede ser muy perfecta en todas sus partes y la Iglesia iba creciendo en número, así también en algunos se entibiaba el fervor de la caridad, y el demonio tenía mayor campo en que sobresembrar su cizaña. Reconoció entre los fieles que dos hombres eran de malas inclinaciones y hábitos antes que se convirtiesen y que deseaban tener gracia y estrecha dependencia de algunos príncipes de los judíos, de quien esperaban algunos intereses temporales de honra y hacienda, y con esta codicia que siempre fue raíz de todos los males (1 Tim 6,10) contemporizaban y lisonjeaban a los poderosos cuya gracia codiciaban.

170. Con estos achaques juzgó el demonio que aquellos fieles estaban flacos en la fe y virtudes y que podría derribarlos por medio de los judíos principales, de quienes tenían dependencia. Y como lo pensó la serpiente, así lo ejecutó y consiguió, arrojando muchas sugestiones al corazón incrédulo de aquellos sacerdotes, para que reprendiesen y amenazasen a los dos convertidos por haber admitido la fe de Cristo y recibido su bautismo. Lo hicieron así como el demonio se lo administraba con grande aspereza y autoridad. Y como la indignación en los poderosos acobarda a los menores que son de corazón flaco, y lo eran aquellos dos convertidos, apegados a sus propios intereses temporales, con esta párvula flaqueza se resolvieron en apostatar de la fe de Cristo, para no caer en desgracia de aquellos judíos poderosos, en quien tenían alguna infeliz y falsa confianza. Luego se retiraron de todo el gremio de los otros fieles y dejaron de acudir a la predicación y ejercicios santos que los demás hacían, con que se conoció su caída y perdición.

171. Se contristaron mucho los apóstoles por la ruina de aquellos fieles y por el escándalo que los demás recibirían con tan pernicioso ejemplo en los principios de la Iglesia. Confirieron entre sí si le darían noticia del suceso a María santísima, porque temían el desconsuelo y dolor que la causaría. Pero el apóstol san Juan les advirtió que la gran Señora sabía todas las cosas de la Iglesia y aquélla no se le podría ocultar a su vigilantísima atención y caridad. Con esto fueron todos a darla cuenta de lo que pasaba con aquellos dos apostatas a quienes habían exhortado para que se redujesen a la verdadera fe que habían descreído y negado. La piadosa y prudente Madre no disimuló el dolor, porque no era para ocultarle en la pérdida de las almas que ya estaban agregadas a la Iglesia. Y convenía también que los apóstoles conocieran en el sentimiento de la gran Señora la estimación que debían hacer de los hijos de la Iglesia y el celo tan ardiente con que habían de procurar conservarlos en la fe y reducirlos al camino de salud. Se retiró luego nuestra, Reina a su oratorio y postrada en tierra como solía hizo profunda oración por aquellos dos apostatas, derramando copiosas lágrimas de sangre por ellos.

172. Y para moderar en algo su dolor con la ciencia de los ocultos juicios del Altísimo, la respondió Su Majestad y la dijo: Esposa mía, escogida entre mis criaturas, quiero que conozcas mis justos juicios en esas dos almas por quien me pides y en otras que han de entrar en mi Iglesia. Estos dos, que han apostatado de mi verdadera fe, pueden hacer más daño que provecho entre los demás fieles si perseverasen en su conversación y trato, porque son de costumbres muy depravadas y han empeorado sus torcidas inclinaciones; con que mi ciencia infinita los conoce por réprobos y así conviene desviarlos del rebaño de los fieles y cortarlos del cuerpo místico de mi Iglesia para que no inficionen a otros ni les peguen su contagio. Necesario es ya, querida mía, conforme a mi altísima providencia, que entren en mi Iglesia predestinados y prescitos: unos, que por sus culpas se han de condenar, y otros, que por mi gracia se han de salvar con buenas obras; y mi doctrina y evangelio (Mt 13,47 (A.)) ha de ser como la red que recoge a todo género de peces, buenos y malos, a prudentes y necios, y el enemigo ha de sembrar su cizaña entre el grano puro de la verdad, para que los justos se justifiquen más y los inmundos, si quisieren por su malicia, se hagan más inmundos (Ap 22,11).

173. Esta fue la respuesta que dio el Señor a María santísima en aquella oración, renovando en ella la participación de su divina ciencia, con que se dilató su afligido corazón conociendo la equidad de la justicia del Muy Alto en condenar con razón a los que por su malicia se hacían réprobos e indignos de la amistad de Dios y de su gloria. Pero como la divina Madre tenía el peso del santuario en su eminentísima sabiduría, ciencia y caridad, sola ella entre todas las criaturas pesaba y ponderaba dignamente lo que monta perder una alma a Dios eternamente y quedar condenada a los tormentos eternos en compañía de los demonios, y a la medida de esta ponderación era su dolor. Ya sabemos que los ángeles y santos del cielo, que conocen en Dios este misterio, no pueden tener dolor ni pena, porque no se compadece con aquel estado felicísimo. Y si fuera compatible con la gloria de que gozan, fuera su dolor conforme al conocimiento que tienen del daño que es condenarse los que aman con caridad tan perfecta y desean tener consigo en la gloria.

174. Pues las penas y dolor que no pueden sentir los bienaventurados de la condenación de los hombres, éste tuvo María santísima en grado tan superior al que tuvieran ellos, cuanto les excedía esta divina Señora en la sabiduría y caridad. Para sentir el dolor estaba en estado de viadora y para conocer la causa tenía ciencia de comprensora. Porque cuando gozó de la visión beatífica conoció el ser de Dios y el amor que tiene a la salud de los hombres, como de bondad infinita, y lo que se doliera de la perdición de una alma si fuera capaz de dolor. Conocía la fealdad de los demonios, la ira que tienen contra los hombres, la condición de las penas infernales y eterna compañía de los mismos demonios y de todos los condenados. Todo esto, y lo que yo no alcanzo a ponderar, ¿qué dolor, qué pena y compasión causaría en un corazón tan blando, tan amoroso y tierno como el de nuestra amantísima María, sabiendo que aquellas dos almas y otras casi infinitas con ellas se perderían en la santa Iglesia? Sobre esta desdicha se lamentaba y muchas veces repetía: ¿Es posible que un alma por su voluntad se haya de privar eternamente de ver la cara de Dios y escoja ver las de tantos demonios en eterno fuego?

175. El secreto de la reprobación de aquellos nuevos apostatas reservó para sí la prudentísima Reina, sin manifestarlo a los apóstoles. Pero estando así afligida y retirada, en aquella ocasión entró el evangelista san Juan a visitarla y saber lo que le mandaba hacer o en qué servirla. Y como la vio tan afligida y triste, se turbó el apóstol y pidiéndola licencia para hablarla dijo: Señora mía y Madre de mi Señor Jesucristo, después que Su Majestad murió nunca he reconocido vuestro semblante tan afligido y doloroso como ahora y bañados en sangre vuestro rostro y ojos. Decidme, Señora, si es posible, la causa de tan nuevo dolor y sentimiento y si puedo aliviaros en él con dar mi propia vida. Respondió María santísima: Hijo mío, lloro ahora por esta misma causa. Entendió san Juan que la memoria de la pasión había renovado en la piadosa Madre tan acervo y nuevo dolor y con este pensamiento la replicó así: Ya, Señora mía, podéis moderar las lágrimas, cuando vuestro Hijo y Redentor nuestro está glorioso y triunfante en los cielos a la diestra de su eterno Padre. Y aunque no es razón olvidemos lo que padeció por los hombres, también es justo os alegréis con los bienes que se han seguido de su pasión y muerte.

176. Si después que murió mi Hijo respondió María santísima le quieren crucificar otra vez los que le ofenden y niegan y malogran el fruto inestimable de su sangre, justo es que yo llore, como quien conoce de su ardentísimo amor con los hombres que padeciera por el remedio de cada uno lo que padeció por todos. Veo tan mal agradecido este amor inmenso y la perdición eterna de tantos que debían conocerle, que no es posible moderar mi dolor, ni tener vida, si no me la conserva el mismo Señor que me la dio. Oh hijos de Adán, formados a la imagen de mi Hijo y de mi Señor, ¿en qué pensáis?, ¿dónde tenéis el juicio y la razón para sentir vuestra desdicha, si perdéis a Dios eternamente? Replicó san Juan: Madre y Señora mía, si vuestro dolor es por los dos que han apostatado, bien sabéis que entre tantos hijos ha de haber infieles siervos, pues en nuestro apostolado prevaricó Judas en la misma escuela de nuestro Redentor y Maestro. Oh Juan respondió la Reina si Dios tuviera voluntad determinada de la perdición de algunas almas, pudiera aliviar algo mi pena, pero, aunque permite la condenación de los réprobos porque ellos se quieren perder, no era ésta absoluta voluntad de la divina bondad, que a todos quisiera hacer salvos si ellos con su libre albedrío no le resistieran, y a mi Hijo santísimo le costó sudar sangre el que no fuesen todos predestinados y alcanzase con eficacia la que por ellos derramaba. Y si ahora en el cielo pudiera tener dolor de cualquier alma que se pierde, sin duda le tuviera mayor que de padecer por ella. Pues yo, que conozco esta verdad y vivo en carne pasible, razón es que sienta lo que mi Hijo tanto desea y no se consigue. Con estas y otras razones de la Madre de misericordia se movió san Juan a lágrimas y llanto, en que la acompañó grande rato.

Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.

177. Hija mía, pues en este capítulo con particularidad has entendido el incomparable dolor y amargura con que yo lloré la perdición de las almas ajenas, de aquí conocerás lo que debes hacer por la tuya y por ellas, para imitarme en la perfección que yo de ti quiero. Ningún tormento ni la misma muerte rehusara yo, si fuera necesario, para remediar a cualquiera de los que se condenan, y lo reputara por descanso en mi ardentísima caridad. Pues ya que tú no mueras con este dolor, por lo menos no excuses el padecer todo lo que el Señor ordenare por esta causa, y tampoco el pedir por ellas y trabajar con todas tus fuerzas para excusar en tus hermanos cualquiera culpa, si pudieres atajarla; y cuando no luego la consigas, ni conozcas que te oye el Señor, no por esto pierdas la confianza, sino avívala y persevera, que esta porfía nunca puede desagradarle, pues desea él más que tú la salvación de todos sus redimidos. Y si todavía no fueres oída ni alcanzares lo que pides, aplica los medios que la prudencia y la caridad pidieren y vuelve a pedir con nueva instancia, que siempre se obliga el Altísimo de esta caridad con el próximo y del amor que obliga a impedir el pecado de que se ofende. No quiere la muerte del pecador (Ez 33,11) y, como has escrito, no tuvo por sí voluntad absoluta y antecedente de perder a sus criaturas, antes las quisiera salvar a todas si ellas no se perdieran, y aunque lo permite por su justicia, permite lo que le es de su desagrado por la condición libre de los hombres. No te encojas en estas peticiones, pero las que fueren de cosas temporales preséntalas y pídele que haga su voluntad santa en lo que conviene.

178. Y si por la salvación de tus hermanos quiero que trabajes con tanto fervor de caridad, considera lo que debes hacer por la tuya y en qué estimación has de tener tu propia alma, por quien se ofreció infinito precio. Te quiero amonestar como Madre, que cuando la tentación y pasiones te inclinaren a cometer alguna culpa, por levísima que sea, te acuerdes del dolor y lágrimas que me costó el saber los pecados de los mortales y desear impedirlos. No quieras tú, carísima, darme la misma causa, que si bien no puedo ahora recibir aquella pena, por lo menos me privarás del gozo accidental que recibiré de que, habiéndome dignado de ser tu Madre y Maestra para gobernarte como a hija y discípula, salgas perfecta como enseñada en mi escuela. Y si en esto fueres infiel, frustrarás muchos deseos míos de que en todas tus obras seas agradable a mi Hijo santísimo y le dejes cumplir en ti su voluntad santa con toda plenitud. Pondera, con la luz infusa que recibes, cuán graves serían tus culpas, si alguna cometieres después de hallarte tan beneficiada y obligada del Señor y de mí. No te faltarán peligros y tentaciones en lo que tuvieres de vida, pero en todas te acuerda de mi enseñanza, de mis dolores y lágrimas y sobre todo de lo que debes a mi Hijo santísimo, que tan liberal es contigo en favorecerte y aplicarte el fruto de su sangre, para que en ti halle retorno y agradecimiento.

CAPITULO 11

De Nuevo a Tapa

Se declara algo de la prudencia con que María santísima gobernaba a los nuevos fieles y lo que hizo con san Esteban en su vida y muerte y otros sucesos.

179. Al ministerio de Madre y Maestra de la santa Iglesia, que dio el Señor a María santísima, era consiguiente darle ciencia y luz proporcionada a tan alto oficio, para que con ella conociera a todos los miembros de aquel cuerpo místico, cuyo gobierno espiritual le tocaba, y a cada uno le aplicase la doctrina y magisterio conforme a su grado, condición y necesidad. Este beneficio recibió nuestra Reina con tanta plenitud y abundancia de sabiduría y ciencia divina, como se colige de todo el discurso que voy escribiendo. Conocía a todos los fieles que entraban en la Iglesia, penetraba sus naturales inclinaciones, el grado de gracia y virtudes que tenían, el mérito de sus obras, sus fines, y principios de cada uno, y nada ignoraba de toda la Iglesia, salvo si alguna vez le ocultaba el Señor por algún tiempo algún secreto que después venía a conocer cuando convenía. Y toda esta ciencia no era estéril y desnuda, pero le correspondía igual participación de la caridad de su Hijo santísimo, con que amaba a todos como los miraba y conocía. Y como juntamente conocía también el sacramento de la voluntad divina, con toda esta sabiduría dispensaba en medida y peso los afectos de la caridad interior, porque ni daba más al que se le debía menos, ni menos al que merecía ser más amado y estimado; defecto en que muy de ordinario incurrimos los ignorantes hijos de Adán, aun en lo que nos parece justificado.

180. Pero la Madre del amor concertado y de la ciencia no pervertía el orden de la justicia distributiva trocando los afectos, porque los dispensaba a la luz del Cordero que la iluminaba y gobernaba, para que de su amor interior diese a cada uno lo que se le debía, más o menos, aunque para todos en esto era Madre piadosísima y amantísima, sin tibieza, escasez ni olvido. Pero en los efectos y demostraciones exteriores se gobernaba por otras reglas de suma prudencia, atendiendo a excusar la singularidad en el trato y gobierno de todos y evitar los leves achaques con que se engendran emulaciones y envidias en las comunidades, familias y en todas las repúblicas, donde hay muchos que vean y juzguen las acciones públicas. Natural y común pasión es en todos desear ser estimados y queridos, y más de los que son poderosos, y apenas se hallará alguno que no presuma de sí mismo tiene tantos méritos como el otro para ser tan favorecido y aun más. Y esta dolencia no perdona a los más altos en estado, ni aun en virtud, como se vio en el colegio apostólico, que por alguna particular señal que les despertó la sospecha se movió luego entre ellos la cuestión de la precedencia y superior dignidad en el colegio sagrado y se la propusieron a su Maestro (Mt 18,1; Lc 9,46 (A.)).

181. Para prevenir y excusar estas rencillas era advertidísima la gran Reina en ser muy igual y uniforme en los favores y demostraciones que hacía con todos a vista de la Iglesia. Y no sólo fue esta doctrina digna de tal Maestra, pero muy necesaria en los principios de su gobierno, así para que quedase establecida en la Iglesia para los prelados que en ella habían de gobernar, como porque en aquellos felicísimos principios resplandecían con milagros y otros dones divinos todos los apóstoles y discípulos y otros fieles, como en los últimos siglos se señalan muchos en ciencia y letras adquiridas, y convenía enseñar a todos que ni por aquellos grandes dones ni por estos menores ninguno se levantase en vana presunción ni se juzgase por digno de ser más honrado y favorecido de Dios ni de su Madre santísima en las cosas exteriores. Bástele al justo que sea amado del Señor y esté en su amistad, y al que no lo es no le será de provecho el beneficio de la honra y estimación visible.

182. Mas no por este recato faltaba la gran Reina a la veneración y honor que de justicia se debía a cada uno de los apóstoles y fieles por la dignidad o ministerio que tenía, porque en esta veneración también era dechado para todos de lo que debían hacer en las cosas de obligación, como en el recato enseñaba la templanza en las que eran voluntarias y sin esta deuda. Y fue tan admirable y prudente en todo esto nuestra gran Reina, que jamás tuvo querelloso alguno de los fieles que la trataban, ni pudo con razón, ni aparente, negarle alguno la estimación y respeto, antes todos la amaban y bendecían y se hallaban llenos de gozo y deudores a sus favores y piedad maternal. Ninguno pudo tener sospecha de que le faltaría a su necesidad, ni le negaría el consuelo en ella. Y ninguno conoció que a él le desestimase y a otro favoreciese o amase más que a él, ni les daba motivo de hacer en esto alguna comparación. Tanta fue la discreción y sabiduría de esta Reina y tan ajustadas ponía las balanzas del amor exterior en el fiel de la prudencia. Y sobre todo esto no quiso por sí misma distribuir oficios ni las dignidades que se repartían entre los fieles, ni intercediendo por ninguno para que se le diese. Todo lo remitía al parecer y votos de los apóstoles, cuyo acierto alcanzaba ella del Señor en su secreto.

183. La obligaba también para obrar tan sabiamente su profundísima humildad, con que la enseñaba a todos, pues conocían era Madre de la sabiduría y que nada ignoraba ni podía errar en lo que hiciese. Pero con todo eso quiso dejar este raro ejemplo en la santa Iglesia, para que nadie presumiese de su propia ciencia, prudencia o virtud, y menos en materias graves, pero todos entendiesen que el acierto está vinculado a la humildad y al consejo y la presunción al propio dictamen, cuando no hay obligación de obrar sólo con él. Conocía a si mismo que el interceder y favorecer a otros con cosas temporales trae consigo algún dominio presuntuoso y mayor le tiene el recibir de voluntad los agradecimientos que hacen aquellos que son favorecidos y beneficiados. Todas estas desigualdades y menguas de la virtud eran muy ajenas de la suprema santidad de nuestra divina Maestra, y por eso nos enseñó con su vivo ejemplo el modo de gobernar nuestras obras para no defraudar el mérito ni impedir la mayor perfección. Pero de tal manera procedía en este recato, que no por él negaba el consejo a los apóstoles y la dirección de sus oficios y acciones, en que muy frecuentemente la consultaban, y lo mismo hacía con los demás discípulos y fieles de la Iglesia, porque todo lo obraba con plenitud de sabiduría y caridad.

184. Entre los santos que fueron muy dichosos en merecer especial amor de la gran Reina del cielo, fue uno san Esteban, que era de los setenta y dos discípulos, porque desde el principio que comenzó a seguir a Cristo nuestro Salvador le miró María santísima con especialísimo afecto entre los demás, dándole el primero o de los primeros lugares en su estimación. Conoció luego que este santo era elegido por el Maestro de la vida para defender su honra y santo nombre y dar la vida por él. A más de esto el invicto santo era de condición suave y apacible y dulce, y sobre este buen natural le hizo la gracia mucho más amable para todos y más dócil para toda santidad. Era esta condición muy agradable para la dulcísima Madre, y cuando hallaba alguno de este natural blando y pacífico solía decir que aquél se asimilaba más a su Hijo santísimo. Por estas condiciones y las heroicas virtudes que conocía en san Esteban, le amaba tiernamente, le daba muchas bendiciones, y al Señor gracias porque le había criado, llamado y escogido para primicias de sus mártires; y con la estimación prevista de su martirio le amaba mucho en su interior, porque su Hijo santísimo le había revelado aquel secreto.

185. El dichoso santo correspondía con fidelísima atención y veneración a los beneficios que recibía de Cristo nuestro Salvador y su beatísima Madre, porque no sólo era pacífico, sino humilde de corazón, y los que con verdad lo son se obligan mucho de los beneficios, aunque no sean tan grandes como los que el santo discípulo Esteban recibía. Concibió siempre altísimamente de la Madre de misericordia y solicitaba su gracia con este aprecio y ferventísima devoción. Le preguntaba muchas cosas misteriosas, porque era muy sabio, lleno del Espíritu Santo y de fe, como san Lucas lo dice (Act 6,8) y la gran Maestra le respondía a todas sus preguntas y le confortaba y animaba para que invictamente volviese por la honra de Cristo. Y para confirmarle más en su gran fe, le previno María santísima el martirio y le dijo: Vosotros, Esteban, seréis el primogénito de los mártires que engendrará mi Hijo santísimo y mi Señor con el ejemplo de su muerte, y seguiréis sus pasos como esforzado discípulo a su maestro y soldado animoso a su capitán, y en la milicia del martirio llevaréis el estandarte de la cruz. Para esto conviene que os arméis de fortaleza con el escudo de la fe y creed que la virtud del Altísimo os asistirá en vuestro conflicto.

186. Este aviso de la Reina de los ángeles inflamó tanto el corazón de san Esteban con el deseo del martirio, como se colige de lo que se refiere de él en los Actos apostólicos, donde no sólo se dice que estaba lleno de gracia y fortaleza y que obraba grandes prodigios y maravillas en Jerusalén, pero después de los dos apóstoles san Pedro y san Juan de ningún otro se dice que disputase con los judíos y los confundiese antes que san Esteban, a cuya sabiduría y espíritu no podían resistir, porque con intrépido corazón les predicaba, redargüía y reprendía, señalándose en este esfuerzo antes y más que otros discípulos. Todo esto hacía san Esteban encendido en el deseo del martirio que la gran Señora le aseguró conseguiría. Y como si otro le hubiera de ganar de mano esta corona, se ofrecía ante todos los demás a las disputas con los rabinos y maestros de la ley de Moisés, y anhelaba por las ocasiones de defender la honra de Cristo, por la cual sabía que había de poner su vida. La atención maligna del dragón infernal, que llegó a conocer el deseo de san Esteban, convirtió contra él su saña y pretendió impedir los pasos del invicto discípulo para que no llegara a conseguir público martirio en testimonio de la fe de Cristo nuestro bien. Y para atajarlo incitó a los judíos más incrédulos que diesen la muerte a san Esteban ocultamente. Atormentó a Lucifer la virtud y esfuerzo que reconoció en san Esteban y temió que con ella haría grandes obras en vida y muerte, acreditando la fe y doctrina de su Maestro. Y con el odio que los judíos tenían contra el santo discípulo fácilmente los persuadió a que en secreto le quitasen la vida.

187. Lo intentaron muchas veces en el poco tiempo que pasó desde la venida del Espíritu Santo hasta el martirio del santo. Pero la gran Señora del mundo, que conocía la malicia y enredos de Lucifer y de los judíos, libró a san Esteban de todas sus asechanzas, hasta que fue tiempo oportuno de morir apedreado, como diré luego. En tres ocasiones envió la Reina uno de sus ángeles que la asistían para que sacase a san Esteban de una casa donde le pretendían quitar la vida ahogándole. Y el ángel le sacó de este peligro invisiblemente para los judíos que le buscaban, aunque no para el santo, que le vio y conoció que le llevaba al cenáculo y le presentaba a su Reina y Señora. Otras veces le avisaba con el mismo ángel para que no fuese a tal calle o casa, donde le esperaban para acabar con él. Otras veces la gran Madre le detuvo para que no saliese del cenáculo. porque conocía que le acechaban para matarle. Y no sólo le esperaron algunas noches a la salida del cenáculo para ir a su posada, pero en otras casas le pusieron las mismas asechanzas y traiciones. Porque san Esteban, como he dicho, con su ardiente celo acudía al consuelo de muchos fieles necesitados y no sólo no temía los peligros y ocasiones para morir, mas antes las deseaba y solicitaba. Y como no sabía para cuándo le guardaba el Señor esta gran felicidad y veía que tantas veces le libraba de los peligros la beatísima Madre, solía amorosamente querellarse con ella y la decía: Señora y amparo mío, pues, ¿cuándo ha de llegar el día y la hora en que yo pague a mi Dios y Maestro la deuda de mi vida, sacrificándome para la honra y gloria de su santo nombre?

188. Eran para María santísima estas querellas del amor de Cristo en su siervo Esteban de incomparable júbilo, y con maternal y dulce afecto salía responderle: Hijo mío y siervo fidelísimo del Señor, ya llegará el tiempo determinado por su altísima sabiduría y no se hallarán frustradas vuestras esperanzas. Trabajad ahora lo que os resta en su santa Iglesia, que segura tendréis la corona de vuestro nombre, y dadle gracias continuamente al Señor que os la tiene prevenida. Era la pureza y santidad de san Esteban nobilísima y de eminente perfección, de manera que los demonios no podían llegar a él de mucha distancia, y por esto muy amado de Cristo y de su Madre santísima. Le ordenaron los apóstoles de diácono. Y antes de ser mártir, era su virtud y santidad muy heroica, con que mereció ser el primero que después de la pasión ganó la palma a todos. Y para manifestar más la santidad de este grande y primer mártir, añadiré aquí lo que he entendido, conforme a lo que refiere san Lucas en el capítulo 6 de los Hechos apostólicos.

189. Se levantó una rencilla en Jerusalén entre los fieles convertidos, porque los griegos se quejaban contra los hebreos de que en el ministerio v servicio cotidiano de los convertidos no eran admitidas las viudas de los griegos como lo eran las de los hebreos. Los unos y los otros eran judíos israelitas, aunque se llamaban griegos los que habían nacido en Grecia y hebreos los que eran naturales de Palestina, y en esto se fundaba la querella de los griegos. Este ministerio cotidiano era la administración y distribución de las limosnas y ofrendas que se gastaban en sustentar a los fieles. El cual ministerio se encargó a seis varones aprobados y de satisfacción, como queda dicho en el capítulo 7, y se ordenó así por consejo de María santísima, como allí se dijo (Cf. supra n.107,109). Pero creciendo el número de los creyentes fue necesario señalar también algunas mujeres viudas y de edad madura, para que trabajasen en el mismo ministerio y cuidasen del sustento de los fieles, en particular de las otras mujeres y enfermos, y gastaban con ellos lo que las daban los seis despenseras o limosneros señalados. Estas viudas eran de los hebreos, y pareciéndoles a los griegos que era poca confianza de las suyas no admitirlas ni ocuparlas en este ministerio, se querellaron ante los apóstoles de este agravio.

190. Y para componer esta diferencia, el colegio apostólico hizo juntar la multitud de los fieles y les dijeron: No es justo que nosotros dejemos la predicación de la palabra de Dios para acudir a la sustentación de los hermanos que vienen a la fe. Elegid vosotros a siete varones de vosotros mismos, que sean hombres sabios y llenos de Espíritu Santo, y a éstos encargaremos el cuidado y gobierno de todo esto, para que nosotros nos ocupemos en la oración y predicación. Y a ellos acudiréis con las dudas o diferencias que se ofrecieren sobre la comida de los creyentes. Aprobaron todos este parecer y sin diferencia de naciones eligieron siete que refiere san Lucas (Act 6,5), y el primero y principal fue san Esteban, cuya fe y sabiduría era conocida de todos. Estos siete quedaron por superintendentes de los seis primeros y de las viudas que administraban, sin excluir a las griegas más que a otras, porque no atendían a la condición de las naciones, sino a la virtud de cada una. Y quien más hizo en componer esta discordia fue san Esteban, que con su admirable sabiduría y santidad extinguió luego la rencilla de los griegos y facilitó a los hebreos para que todos se conviniesen como hijos de Cristo nuestro Salvador y Maestro y procediesen con sinceridad y caridad, sin parcialidades ni acepción de personas, como lo hicieron por lo menos los meses que él vivió.

191. Mas no por esta ocupación dejó san Esteban la predicación y disputas con los judíos incrédulos. Y como ni le podían dar la muerte en secreto, ni resistir su sabiduría en público, vencidos del mortal odio buscaron testigos falsos contra él. Le acusaron de blasfemo contra Dios y contra Moisés y que no cesaba de hablar contra el templo santo y contra la ley y que aseguraba que Jesús Nazareno había de destruir lo uno y lo otro. Y como los testigos falsos contestasen todo esto y el pueblo se alterase con las falsedades que para esto le imputaron, echaron mano de san Esteban y le llevaron a la sala donde estaban los sacerdotes como jueces de la causa. Y el presidente le tomó su confesión delante de todos, en cuya respuesta habló el santo con altísima sabiduría, probando con las antiguas Escrituras que Cristo era el Mesías verdadero y prometido en ellas, y por conclusión del sermón les reprendió su dureza e incredulidad con tanta eficacia que, como no hallaban qué responder, se taparon los oídos y rechinaban los dientes contra él.

192. Tuvo noticia la Reina del cielo de la prisión de san Esteban, y al punto le envió uno de sus santos ángeles, antes que llegase a las disputas con los pontífices, que de su parte le animase para el conflicto que le esperaba. Y con el mismo ángel le respondió san Esteban que iba lleno de gozo a confesar la fe de su Maestro, y con esfuerzo de corazón para dar la vida por ella, como siempre lo había deseado, y que le ayudase Su Majestad en aquella ocasión como Madre y Reina clementísima, y que sólo llevaba de pena no haber podido pedirle su bendición para morir con ella como deseaba, y que se la diese desde su retiro. Estas últimas razones movieron a compasión las maternales entrañas de María santísima sobre el amor y aprecio que hacía de san Esteban, y deseaba la gran Señora asistirle personalmente en aquella ocasión donde el santo había de volver por la honra de su Dios y Redentor y ofrecer la vida en su defensa. Se le ofrecían a la prudente Madre las dificultades que había en salir por las calles de Jerusalén en tiempo que estaba alborotada, y no menores en hablar a san Esteban y hallar oportunidad para esto.

193. Se postró en oración pidiendo el favor divino para su amado discípulo y presentó al Señor el deseo que tenía de favorecerle en aquella última hora. Y la clemencia del Muy Alto, que siempre está atento a las peticiones y deseos de su Esposa y Madre y quería también hacer más preciosa la muerte de su fiel siervo y discípulo Esteban, envió desde el cielo nueva multitud de ángeles que juntos con los de María santísima la llevasen luego donde estaba el santo. Se ejecutó al punto como el Señor lo mandaba, y los santos ángeles pusieron a su Reina en una refulgente nube y la llevaron al tribunal donde san Esteban estaba, y el sumo sacerdote le acababa de examinar en los cargos que le hacían. Esta visión fue oculta para todos, fuera de san Esteban, que vio a la gran Reina delante de sí mismo en el aire llena de divinos resplandores y de gloria, y vio también a los ángeles que la tenían en la nube. Este incomparable favor encendió de nuevo la llama el amor divino y el ardiente celo de la honra de Dios en su defensor Esteban. Y a más del nuevo júbilo que recibió con la vista de María santísima, Sucedió también que de los resplandores que tenía la gran Reina, como herían el rostro de san Esteban, reverberaban en él, causándole una admirable claridad y hermosura.

194. De esta novedad resultó la atención con que san Lucas en el capítulo 6 de los Hechos apostólicos dice (Act 6,15) que miraron a san Esteban los judíos que estaban en aquella sala o tribunal y que vieron su cara como de un ángel, porque sin duda lo parecía más que de hombre. Y no quiso ocultar Dios este efecto de la presencia de su Madre santísima, para que fuese mayor la confusión de aquellos pérfidos judíos, si con un milagro tan patente no se reducían a la verdad que san Esteban les predicaba. Pero no conocieron la causa de aquella hermosura sobrenatural de san Esteban, porque ni eran dignos de conocerla, ni convenía entonces manifestarla, y por esta razón tampoco la declaró san Lucas. Habló María santísima a san Esteban palabras de vida y de admirable consuelo y le asistió dándole bendiciones de suavidad y dulzura y orando por él al eterno Padre para que de nuevo le llenase de su divino espíritu en aquella ocasión. Y todo se cumplió como la Reina lo pidió, como lo manifiesta el invencible esfuerzo y sabiduría con que san Esteban habló a los príncipes de los judíos, y probó la venida de Cristo por Salvador y Mesías, comenzando el discurso desde la vocación de Abrahán hasta los reyes y profetas del pueblo de Israel, con testimonios irrefragables de todas las antiguas Escrituras.

195. Al fin de este sermón, por las oraciones de la Reina que estaba presente y en premio del invicto celo de san Esteban, se le apareció nuestro Salvador desde el cielo, abriéndose para esto y manifestándose Jesús en pie a la diestra de la virtud del Padre, como quien asistía al santo en su batalla y conflicto para ayudarle. Alzó los ojos san Esteban y dijo: Mirad que veo abiertos los cielos y su gloria, y en ella veo a Jesús a la diestra del mismo Dios (Act 7,56). Pero la dura perfidia de los judíos tuvo estas palabras por blasfemia, y cerraron los oídos para no oírlas, y como la pena del blasfemo, según la ley, era que muriese apedreado, mandaron ejecutada en san Esteban. Entonces acometieron todos a él, como lobos, para sacarle de la ciudad con grande ímpetu y alboroto. Y cuando esto se comenzaba a ejecutar, le dio su bendición María santísima y animándole se despidió del santo con grande caricia, y mandó a todos los ángeles de su guarda le acompañasen y asistiesen en su martirio hasta presentar su alma en la presencia del Señor. Y sólo un ángel de los que asistían a María santísima, con los demás que descendieron del cielo para llevarla a la presencia de san Esteban, la volvieron al cenáculo.

196. Desde allí vio la gran Señora por especial visión todo el martirio de san Esteban y lo que en él sucedía; cómo lo llevaban fuera de la ciudad con gran violencia y vocería, dándole por blasfemo y digno de muerte; cómo Saulo era uno de los que más concurrían en ella y cómo celoso de la ley de Moisés guardaba los vestidos de todos los que se ahorraron de ellos para apedrear a san Esteban; cómo le herían las piedras que llovían sobre él y que algunas quedaban fijas en la cabeza del Mártir, engastadas con el esmalte de su sangre. Grande fue y muy sensible la compasión que nuestra Reina tuvo de tan crudo martirio, pero mayor el gozo de que san Esteban le consiguiese tan gloriosamente. Oraba con lágrimas la piadosa Madre, para no faltarle desde su oratorio, y cuando el invicto mártir se reconoció cerca de expirar, dijo: Señor, recibid mi espíritu. Y luego con alta voz puesto de rodillas añadió diciendo: Señor, no les imputéis a estos hombres este pecado (Act 7,58-59). En estas peticiones le acompañó también María santísima con increíble júbilo de ver que el fiel discípulo imitaba tan ajustadamente a su Maestro, orando por sus enemigos y malhechores y entregando su espíritu en manos de su Criador y Reparador.

197. Expiró san Esteban oprimido y herido de las pedradas de los judíos, quedando ellos más endurecidos en su perfidia. Y al punto llevaron los ángeles de la Reina aquella purísima alma a la presencia de Dios, para ser coronada de honor y gloria eterna. La recibió Cristo nuestro Salvador con aquellas palabras de su evangelio y doctrina: Amigo, asciende más arriba (Lc 14,10); ven a mí, siervo fiel, que si en lo poco y breve lo fuiste, yo te premiaré con abundancia, y te confesaré delante de mi Padre por mi fiel siervo y amigo, porque tú me confesaste delante de los hombres. Todos los ángeles, patriarcas y profetas y todos los demás recibieron especial gozo accidental aquel día y dieron el parabién al invicto mártir, reconociéndole por primicias de la pasión del Salvador y capitán de los que después de su muerte le seguirían por el martirio. Y fue colocada aquella alma felicísima en lugar de gloria muy superior y cercana a la santísima humanidad de Cristo nuestro Salvador. La beatísima Madre participaba de este gozo por la visión que de todo tenía, y en alabanza del Altísimo hizo cánticos y loores con los ángeles. Y los que volvieron del cielo dejando allá a san Esteban, le dieron gracias por los favores que había hecho al santo, hasta colocarle en la felicidad eterna de que gozaba.

198. Murió san Esteban a los nueve meses después de la pasión y muerte de Cristo nuestro Redentor, a veinte y seis de diciembre, el mismo día que la santa Iglesia celebra su martirio, y aquel día cumplía treinta y cuatro años de edad, y también era el año treinta y cuatro del nacimiento de nuestro Salvador ya cumplido, un día entrado el año de treinta y cinco. De manera que san Esteban nació también otro día después del nacimiento del Salvador y sólo tuvo san Esteban de más edad los nueve meses que pasaron de la muerte de Cristo hasta la suya, pero en un día concurrió su nacimiento y su martirio, y así se me ha dado a entender. La oración de María santísima y la de san Esteban merecieron la conversión de Saulo, como adelante diremos (Cf. infra n.263). Y para que fuese más gloriosa permitió el Señor que el mismo Saulo desde este día tomase por su cuenta perseguir la Iglesia y destruirla, señalándose sobre todos los judíos en la persecución que se movía después de la muerte de san Esteban, por haber quedado indignados contra los nuevos creyentes, como diré en el capítulo siguiente (Cf. infra n.202). Recogieron los discípulos el cuerpo del invicto Mártir y le dieron sepultura con grande llanto, por haberles faltado un varón tan sabio y defensor de la ley de gracia. Y en su relación me he alargado algo, por haber conocido la insigne santidad de este primer Mártir y por haber sido tan devoto y favorecido de María santísima.

Doctrina que me dio la gran Reina de los ángeles.

199. Hija mía, los misterios divinos, representados y propuestos a los sentidos terrenos de los hombres, suenan poco en ellos cuando los hallan divertidos y acostumbrados a la cosas visibles cuando el interior no está puro, limpio y despejado de las tinieblas del pecado. Porque la capacidad humana, que por sí misma es pesada y corta para levantarse a cosas altas y celestiales, si a más de su limitada virtud se embaraza toda en atender y amar lo aparente, se aleja más de lo verdadero y acostumbrada a la oscuridad se deslumbra con la luz. Por esta causa los hombres terrenos y animales hacen tan desigual y bajo concepto de las obras maravillosas del Altísimo y de las que yo también hice y hago cada día por ellos. Huellan las margaritas y no distinguen el pan de los hijos del grosero alimento de los brutos irracionales. Todo lo que es celestial y divino les parece insípido, porque no les sabe al gusto de los deleites sensibles, y así están incapaces para entender las cosas altas y aprovecharse de la ciencia de vida y pan de entendimiento que en ellas está encerrado.

200. Pero el Altísimo ha querido, carísima, reservarte de este peligro y te ha dado ciencia y luz, mejorando tus sentidos y potencias, para que, habilitados y avivados con la fuerza de la divina gracia, sientas y juzgues sin engaño de los misterios y sacramentos que te manifiesto. Y aunque muchas veces te he dicho que en la vida mortal no los penetrarás ni pesarás enteramente, pero debes y puedes según tus fuerzas hacer digno aprecio de ellos para tu enseñanza e imitación de mis obras. En la variedad o contrariedad de penas y desconsuelos con que estuvo tejida toda mi vida, aun después que estuve con mi Hijo santísimo a su diestra en el cielo y volví al mundo, entenderás que la tuya, para seguirme como a Madre, ha de ser de la misma condición si quieres ser dichosa y mi discípula. En la prudente e igual humildad con que gobernaba a los apóstoles y a todos los fieles sin parcialidad ni singularidad, tienes forma para saber cómo has de proceder en el gobierno de tus súbditas con mansedumbre, con modestia, con severidad humilde y sobre todo sin aceptación de personas y sin señalarte con ninguna en lo que a todas es debido y puede ser común. Esto facilita la verdadera caridad y humildad de los que gobiernan, porque si obrasen con estas virtudes no serían tan absolutos en el mandar, ni tan presuntuosos de su propio parecer, ni se pervertiría el orden de la justicia con tanto daño como hoy padece toda la cristiandad; porque la soberbia, la vanidad, el interés, el amor propio y de la carne y sangre se ha levantado con casi todas las acciones y obras del gobierno, con que se yerra todo y se han llenado las repúblicas de injusticias y confusión espantosa.

201. En el celo ardentísimo que yo tenía de la honra de mi Hijo santísimo y Dios verdadero, y que se predicase y defendiese su santo nombre; en el gozo que recibía cuando en esto se iban ejecutando su voluntad divina y se lograba en las almas el fruto de su pasión y muerte con dilatarse la santa Iglesia; los favores que yo hice al glorioso mártir Esteban, porque era el primero que ofrecía su vida en esta demanda; en todo esto, hija mía, hallarás grandes motivos de alabar al Muy Alto por sus obras divinas y dignas de veneración y gloria, y para imitarme a mí, y bendecir a su inmensa bondad por la sabiduría que me dio para obrar en todo con plenitud de santidad en su agrado y beneplácito.

CAPITULO 12

De Nuevo a Tapa

La persecución que tuvo la Iglesia después de la muerte de san Esteban, lo que en ella trabajó nuestra Reina y cómo por su solicitud ordenaron los apóstoles el Símbolo de la fe católica.

202. El mismo día que fue san Esteban apedreado y muerto dice san Lucas (Act 8,1) se levantó una gran persecución contra la Iglesia que estaba en Jerusalén. Y señaladamente dice (Act 8,3) que Saulo la devastaba, inquiriendo por toda la ciudad a los seguidores de Cristo para prenderlos o denunciarlos ante los magistrados, como lo hizo con muchos creyentes que fueron presos y maltratados y algunos muertos en esta persecución. Y aunque fue muy terrible por el odio que los príncipes de los sacerdotes tenían concebido contra todos los seguidores de Cristo y porque Saulo se mostraba entre todos más acérrimo defensor y emulador de la ley de Moisés, como él mismo lo dice en la epístola ad Galatas (Gal 1,13), pero tenía esta indignación judaica otra causa oculta, que ellos mismos aunque la sentían en los efectos la ignoraban en su principio de dónde se originaba.

203. Esta causa era la solicitud de Lucifer y sus demonios, que con el martirio de san Esteban se turbaron, alteraron y conmovieron con diabólica indignación contra los fieles, y más contra la Reina y Señora de la Iglesia María santísima. Permitió le el Señor a este dragón, para mayor confusión suya, que la viese cuando la llevaron los ángeles a la presencia de san Esteban. Y de este beneficio tan extraordinario y de la constancia y sabiduría de san Esteban, sospechó Lucifer que la poderosa Reina haría lo mismo con otros mártires que se ofrecerían a morir por el nombre de Cristo, o que por lo menos ella les ayudaría y asistiría con su protección y amparo para que no temiesen los tormentos y la muerte pero se entregasen a ella con invencible corazón. Era este medio de los tormentos y dolores el que la diabólica astucia había arbitrado para acobardar a los fieles y retraerlos de la secuela de Cristo nuestro Salvador, pareciéndole que los hombres aman tanto su vida y temen la muerte y los dolores, y más cuanto más violentos, que por no llegar a padecerlos y morir en ellos negarían la fe y se retraerían de admitirla. Y este arbitrio siguió siempre la serpiente, aunque en el discurso de la Iglesia le engañó con él su propia malicia, como le había sucedido en la cabeza de los santos, Cristo Señor nuestro, donde se engañó primero.

204. Pero en esta ocasión, como era al principio de la Iglesia y se halló tan turbado el dragón con irritar a los judíos contra san Esteban, quedó confuso. Y cuando le vio morir tan gloriosamente, juntó a los demonios y les dijo así: Turbado estoy con la muerte de este discípulo y con el favor que ha recibido de aquella Mujer nuestra enemiga, porque si esto hace con otros discípulos y seguidores de su Hijo a ninguno podremos vencer ni derribar con el medio de los tormentos y de la muerte, antes con el ejemplo se animarán a morir y padecer todos como su Maestro; y por el camino que intentamos destruirlos venimos a quedar vencidos y oprimidos, pues, para tormento nuestro, el mayor triunfo y victoria que pueden ganar de nosotros es dar la vida por la fe que deseamos extinguir. Perdidos vamos por este camino, pero no hallo otro, ni atino con el modo de perseguir a este Dios humanado y a su Madre y seguidores. ¿Es posible que los hombres sean tan pródigos de la vida que tanto apetecen y que sintiendo tanto el padecer se entreguen a los tormentos por imitar a su Maestro? Mas no por esto se aplaca mi justa indignación. Yo haré que otros se ofrezcan a la muerte por mis engaños, como lo hacen éstos por su Dios. Y no todos merecerán el amparo de aquella mujer invencible, ni todos serán tan esforzados que quieran padecer tormentos tan inhumanos como yo les fabricaré. Vamos, e irritemos a los judíos nuestros amigos, para que destruyan esta gente y borren de la tierra el nombre de su Maestro.

205. Luego puso Lucifer en ejecución este dañado pensamiento y con multitud innumerable de demonios fue a todos los príncipes y magistrados de los judíos, y a los demás del pueblo que reconocía más incrédulos, y a todos los llenó de confusión y furiosa envidia contra los seguidores de Cristo, y con sugestiones y falacias les encendió el engañoso celo de la ley de Moisés y tradiciones antiguas de sus pasados. No era dificultoso para el demonio sembrar esta cizaña en corazones tan pérfidos y estragados con otros muchos pecados, y así la admitieron con toda su voluntad. Y luego en muchas juntas y diferencias trataron de acabar de una vez con todos los discípulos y seguidores de Cristo. Unos decían que los desterrasen de Jerusalén, otros que de todo el reino de Israel, otros que a ninguno dejasen con vida para que de una vez se extinguiese aquella secta; otros, finalmente, eran de parecer que los atormentasen con rigor, para poner miedo y escarmiento a los demás que no se llegasen a ellos y los privasen luego de sus haciendas antes que las pudiesen consumir entregándolas a los apóstoles. Y fue tan grave esta persecución, como dice san Lucas (Act 8,1ss), que los setenta y dos discípulos huyeron de Jerusalén, derramándose por toda Judea y Samaria, aunque iban predicando por toda la tierra con invicto corazón. Y en Jerusalén quedaron los apóstoles con María santísima y otros muchos fieles, aunque éstos estaban encogidos y como amilanados, ocultándose muchos de las diligencias con que Saulo los buscaba para prenderlos.

206. La beatísima María, que a todo esto estaba presente y atenta, en primer lugar aquel día de la muerte de san Esteban dio orden que su santo cuerpo fuese recogido y sepultado que aun esto se hizo por su mandato y pidió la trajesen una cruz que llevaba consigo el Mártir. La había hecho a imitación de la misma Reina, porque después de la venida del Espíritu Santo trajo otra consigo la divina Señora, y con su ejemplo los demás fieles comúnmente las llevaban en la primitiva Iglesia. Recibió esta cruz de san Esteban con especial veneración, así por ella misma como por haberla traído el Mártir. Le llamó santo, y mandó recoger lo que fuese posible de su sangre y que se tuviese con estimación y reverencia, como de mártir ya glorioso. Alabó su santidad y constancia en presencia de los apóstoles y de muchos fieles, para consolarlos y animarlos con su ejemplo en aquella tribulación.

207. Y para que entendamos en alguna parte la grandeza del corazón magnánimo que manifestó nuestra Reina en esta persecución y en las demás que tuvo la Iglesia en el tiempo de su vida santísima, es necesario recopilar los dones que la comunicó el Altísimo, reduciéndolos a la participación de sus divinos atributos, tan especial e inefable cuanto era menester para confiar de esta mujer fuerte todo el corazón de su varón (Prov 31,11) y fiarle todas las obras ad extra que hizo la omnipotencia de su brazo; porque en el modo de obrar que tenía María santísima, sin duda trascendía toda la virtud de las criaturas y se asimilaba a la del mismo Dios, cuya única imagen o estampa parecía. Ninguna obra ni pensamiento de los hombres le era oculta, y todos los intentos y maquinaciones de los demonios penetraba; nada de lo que convenía hacer en la Iglesia ignoraba. Y aunque todo esto junto lo tenía comprendido en su mente, ni se turbaba en la disposición interior de tantas cosas, ni se embarazaba en unas para otras, ni se confundía ni afanaba en la ejecución, ni se fatigaba por la dificultad, ni por la multitud se oprimía, ni por acudir a los más presentes se olvidaba de los ausentes, ni en su prudencia había vacío ni defecto; porque parecía inmensa y sin limitación alguna, y así atendía a todo como a cada cosa en particular y a cada uno como si fuera solo de quien cuidaba. Y como el sol que sin molestia ni cansancio ni olvido todo lo alumbra, vivifica y calienta sin mengua suya, así nuestra gran Reina, escogida como el sol para su Iglesia, la gobernaba, animaba y daba vida a todos sus hijos sin faltar a ninguno.

208. Y cuando la vio tan turbada, perseguida y afligida con la persecución de los demonios y de los hombres a quien irritaban, luego se convirtió contra los autores de la maldad y mandó imperiosamente a Lucifer y sus ministros que por entonces descendiesen al profundo, a donde sin poderlo resistir cayeron al punto dando bramidos y así estuvieron ocho días enteros como atados y encarcelados, hasta que se les permitió levantarse otra vez. Hecho esto, llamó a los apóstoles y los consoló y animó para que estuviesen constantes y esperasen el favor divino en aquella tribulación, y en virtud de esta exhortación ninguno salió de Jerusalén. Los discípulos, que por ser muchos se ausentaron, porque no se pudieran ocultar como entonces convenía, fueron todos a despedirse de su Madre y Maestra y salir con su bendición. Y a todos los amonestó y alentó y les ordenó que por miedo de la persecución no desfalleciesen ni dejasen de predicar a Cristo crucificado, como de hecho le predicaron en Judea y Samaria y otras partes. Y en los trabajos que se les ofrecieron los confortó y socorrió por ministerio de los santos ángeles que les enviaba, para que los animasen y llevasen cuando fuese necesario; como sucedió a Felipe en el camino de la ciudad de Gaza, cuando bautizó al etíope criado de la reina Candaces, que refiere san Lucas en el capítulo 8 (Act 8,26-40). Y para socorrer a los fieles que estaban en el artículo de la muerte enviaba también a los mismos ángeles que les ayudasen, y luego cuidaba de socorrer en el purgatorio a las almas que a él iban.

209. Los cuidados y trabajo de los apóstoles en esta persecución fueron mayores que en los otros fieles, porque como maestros y fundadores de la Iglesia convenía que asistiesen a toda ella así en Jerusalén como fuera de la ciudad. Y aunque estaban llenos de ciencia y dones del Espíritu Santo, con todo eso la empresa era tan ardua y la contradicción tan poderosa, que muchas veces sin el consejo y dirección de su única Maestra se hallaran algo atajados y oprimidos. Y por eso la consultaban frecuentemente, y ella los llamaba y ordenaba las juntas y conferencias que más convenía tratasen, conforme a las ocasiones y negocios que ocurrían, porque sola ella penetraba las cosas presentes y prevenía con certeza las futuras; y por su orden salían de Jerusalén y volvían a donde era necesario acudir, como salieron san Pedro y san Juan a Samaria cuando tuvieron noticia de que recibía la predicación de la fe (Act 8,14). Entre todas estas ocupaciones propias y tribulaciones de sus fieles, que amaba y cuidaba como a hijos, estaba la gran Señora inmutable en un ser perfectísimo de tranquilidad y sosiego, con inviolable serenidad de su espíritu.

210. Disponía las acciones de manera que le quedaba tiempo para retirarse muchas veces a solas, y aunque para orar no le impedían las obras exteriores, pero en soledad hacía muchas reservadas para el secreto de sí misma. Se postraba en tierra, se pegaba con el polvo, suspiraba y lloraba por el remedio de los mortales y por la caída de tantos como conocía réprobos. Y como en su corazón purísimo tenía escrita la ley evangélica y la estampa de la Iglesia con el discurso de ella y los trabajos y tribulaciones que los fieles habían de padecer, todo esto lo confería con el Señor y consigo misma, para disponer y ordenar todas las cosas con aquella divina luz y ciencia de la voluntad santa del Altísimo. Allí renovaba aquella participación del ser de Dios y de sus perfecciones, de que necesitaba para tan divinas obras como en el gobierno de la Iglesia hacía, sin faltar a ninguna, con tanta plenitud de sabiduría y santidad que en todas parecía más que pura criatura, aunque lo era. Porque en sus pensamientos era levantada. en sabiduría inestimable, en consejos prudentísima, en juicios rectísima y acertada, en obras santísima, en palabras verdadera y sencilla y en toda bondad perfecta y especiosa; para los flacos piadosa, para los humildes amorosa y suave, para los soberbios de majestad severa: ni la excelencia propia la levantaba, ni la adversidad la turbaba, ni los trabajos la vencían; y en todo era un retrato de su Hijo santísimo en el obrar.

211. Consideró la prudentísima Madre que, habiéndose derramado los discípulos a predicar el nombre y fe de Cristo nuestro Salvador, no llevaban instrucción ni arancel expreso y determinado para gobernarse todos uniformemente en la predicación sin diferencia ni contradicción y para que todos los fieles creyesen unas mismas verdades expresas. Conoció a si mismo que los apóstoles era necesario que se repartiesen luego por todo el orbe a dilatar y fundar la Iglesia con su predicación y que convenía fuesen todos unidos en la doctrina sobre que se había de fundar toda la vida y perfección cristiana. Para todo esto la prudentísima Madre de la sabiduría juzgó que convenía reducir a una breve suma todos los misterios divinos que los apóstoles habían de predicar y los fieles creer, para que estas verdades epilogadas en pocos artículos estuviesen más en pronto para todos y en ellas se uniese toda la Iglesia sin diferencia esencial y sirviesen como de columnas inmutables para levantar sobre ellas el edificio espiritual de esta nueva Iglesia evangélica.

212. Para disponer María santísima este negocio, cuya importancia conocía, representó sus deseos al mismo Señor que se los daba y por más de cuarenta días perseveró en esta oración con ayunos, postraciones y otros ejercicios. Y así como, para que Dios diese la ley escrita fue conveniente que Moisés ayunase y orase cuarenta días en el monte Sinaí como medianero entre Dios y el pueblo, así también para la ley de gracia fue Cristo nuestro Salvador autor y medianero entre su Padre eterno y los hombres y María santísima fue medianera entre ellos y su Hijo santísimo, para que la Iglesia evangélica recibiese esta nueva ley escrita en los corazones reducida a los artículos de la fe, que no se mudarán ni faltarán en ella porque son verdades divinas e indefectibles. Un día de los que perseveró en estas peticiones hablando con el Señor, dijo así: Altísimo Señor y Dios eterno, Criador y Gobernador de todo el universo, por vuestra inefable clemencia habéis dado principio a la magnífica obra de vuestra santa Iglesia. No es, Señor mío, conforme a vuestra sabiduría dejar imperfectas las obras de vuestra poderosa diestra; llevad, pues, a su alta perfección esta obra que tan gloriosamente habéis comenzado. No os impidan, Dios mío, los pecados de los mortales, cuando sobre su malicia está clamando la sangre y muerte de vuestro Unigénito y mío, pues no son estos clamores para pedir venganza como la sangre de Abel (Gen 4,11), mas para pedir perdón de los mismos que la derramaron. Mirad a los nuevos hijos que os ha engendrado y a los que tendrá vuestra Iglesia en los futuros siglos, y dad vuestro divino Espíritu a Pedro vuestro vicario y a los demás apóstoles para que acierten a disponer en orden conveniente las verdades en que ha de estribar vuestra Iglesia y sepan sus hijos lo que deben creer todos sin diferencia.

213. Para responder a estas peticiones de la Madre, descendió de los cielos personalmente su Hijo santísimo Cristo nuestro Salvador y manifestándosele con inmensa gloria la habló y dijo: Madre mía y paloma mía, descansad en vuestras ansias afectuosas y saciad con mi presencia y vista la viva sed que tenéis de mi gloria y aumento de mi Iglesia. Yo soy el que puedo y quiero dárselos, y vos, Madre mía, la que podéis obligarme y nada negaré a vuestras peticiones y deseos. A estas razones estuvo María santísima postrada en tierra adorando la divinidad y humanidad de su Hijo y Dios verdadero. Y luego Su Majestad la levantó y la llenó de inefable gozo y júbilos con darle su bendición y con ella nuevos dones y favores de su omnipotente diestra. Estuvo algún rato con este gozo de su Hijo y Señor con altísimos y misteriosos coloquios, con que se templaron las ansias que padecía por los cuidados de la Iglesia, porque le prometió Su Majestad grandes beneficios y dones para ella.

214. Y en la petición que la Reina hacía para los apóstoles, a más de la promesa del Señor que los asistiría para que acertasen a disponer el Símbolo de la fe, declaró Su Majestad a su Madre santísima los términos y palabras y proposiciones de que por entonces se había de formar. De todo estaba capaz la prudentísima Señora, como se dijo en la segunda parte (Cf. supra p.II n.733ss) más por extenso; pero ahora que llegaba el tiempo de ejecutarse todo lo que de tan lejos había entendido, quiso renovarlo todo en el purísimo corazón de su Madre Virgen, para que de boca del mismo Cristo saliesen las verdades infalibles en que se funda su Iglesia. Fue también conveniente prevenir de nuevo la humildad de la gran Señora, para que con ella se conformase a la voluntad de su Hijo santísimo en haberse de oír nombrar en el Credo por Madre de Dios y Virgen antes y después del parto, viviendo en carne mortal entre los que habían de predicar y creer esta verdad divina. Pero no se pudo temer que oyese predicar tan singular excelencia de sí misma, la que mereció que mirara Dios su humildad (Lc 1,48) para obrar en ella la mayor de sus maravillas, y más pesa el ser Madre y Virgen, conociéndolo ella, que oírlo predicar en la Iglesia.

215. Se despidió Cristo nuestro bien de su beatísima Madre y se volvió a la diestra de su eterno Padre. Y luego inspiró en el corazón de su vicario san Pedro y los demás que ordenasen todos el Símbolo de la fe universal de la Iglesia. Y con esta moción fueron a conferir con la divina Maestra las conveniencias y necesidad que había en esta resolución. Se determinó entonces que ayunasen diez días continuos y perseverasen en oración, como lo pedía tan arduo negocio, para que en él fuesen ilustrados del Espíritu Santo. Cumplidos estos diez días, y cuarenta que la Reina trataba con el Señor esta materia, se juntaron los doce apóstoles en presencia de la gran Madre y Maestra de todos, y san Pedro les hizo una plática en que les dijo estas razones:

216. Hermanos míos carísimos, la divina misericordia por su bondad infinita y por los merecimientos de nuestro Salvador y Maestro Jesús, ha querido favorecer a su santa Iglesia comenzando a multiplicar sus hijos tan gloriosamente, como en pocos días todos lo conocemos y experimentamos. Y para esto su brazo poderoso ha obrado tantas maravillas y prodigios y cada día los renueva por nuestro ministerio, habiéndonos elegido, aunque indignos, para ministros de su divina voluntad en esta obra de sus manos y para gloria y honra de su santo nombre. Junto con estos favores nos ha enviado tribulaciones y persecuciones del demonio y del mundo, para que con ellas le imitemos como a nuestro Salvador y caudillo y para que la Iglesia con este lastre camine más segura al puerto del descanso y eterna felicidad. Los discípulos se han derramado por las ciudades circunvecinas por la indignación de los príncipes de los sacerdotes y predican en todas partes la fe de Cristo nuestro Señor y Redentor. Y nosotros será necesario que vayamos luego a predicarla por todo el orbe, como nos lo mandó el Señor antes de subir a los cielos. Y para que todos prediquemos una misma doctrina y los fieles la crean, porque la santa fe ha de ser una como es uno el bautismo (Ef 4,5) en que la reciben, conviene que ahora todos juntos y congregados en el Señor determinemos las verdades y misterios que a todos los creyentes se les han de proponer expresamente, para que todos sin diferencia los crean en todas las naciones del mundo. Promesa es infalible de nuestro Salvador que donde se congregaren dos o tres en su nombre estará en medio de ellos (Mt 18,20), y en esta palabra esperamos con firmeza que nos asistirá ahora su divino Espíritu para que en su nombre entendamos y declaremos con decreto invariable los artículos que ha de recibir la Iglesia santa, para fundarse en ellos hasta el fin del mundo, pues ha de permanecer hasta entonces.

217. Aprobaron todos los apóstoles esta proposición de san Pedro, y luego el mismo santo celebró una misa y comulgó a María santísima y a los otros apóstoles, y acabada se postraron en tierra, orando e invocando al divino Espíritu, y lo mismo hizo María santísima. Y habiendo orado algún espacio de tiempo, se oyó un tronido como cuando el Espíritu Santo vino la primera vez sobre todos los fieles que estaban congregados y al punto fue lleno de luz y resplandor admirable el cenáculo donde estaban y todos fueron ilustrados y llenos del Espíritu Santo. Y luego María santísima les pidió que cada uno pronunciase y declarase un misterio, o lo que el Espíritu divino le administraba. Comenzó san Pedro y prosiguieron todos en esta forma: San Pedro: Creo en Dios Padre, Todopoderoso, Criador del cielo y de la tierra. San Andrés: Y en Jesucristo su único Hijo nuestro Señor. Santiago el Mayor: Que fue concebido por obra del Espíritu Santo, nació de María Virgen. San Juan: Padeció debajo del poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado. Santo Tomás: Bajó a los infiernos, resucitó al tercero día de entre los muertos. Santiago el Menor: Subió a los cielos, está asentado a la diestra de Dios Padre todopoderoso. San Felipe: Y de allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. San Bartolomé: Creo en el Espíritu Santo. San Mateo: La santa Iglesia católica, la comunión de los Santos. San Simón: El perdón de los pecados. San Tadeo: La resurrección de la carne. San Matías: La vida perdurable. Amén.

218. Este Símbolo, que vulgarmente llamamos el Credo, ordenaron los apóstoles después del martirio de san Esteban y antes que se cumpliera el año de la muerte de nuestro Salvador. Y después la santa Iglesia, para convencer la herejía de Arrio y otros herejes en los concilios que contra ellos hizo, explicó más los misterios que contiene el Símbolo de los apóstoles y compuso el Símbolo o Credo que se canta en la misa. Pero en sustancia entrambos son una misma cosa y contienen los catorce artículos que nos propone la doctrina cristiana para catequizarnos en la fe, con la cual tenemos obligación de creerlos para ser salvos. Y al punto que los apóstoles acabaron de pronunciar todo este Símbolo, el Espíritu Santo lo aprobó con una voz que se oyó en medio de todos y dijo: Bien habéis determinado. Y luego la gran Reina y Señora de los cielos dio gracias al Muy Alto con todos los apóstoles, y también se las dio a ellos porque habían merecido la asistencia del divino Espíritu para hablar como instrumentos suyos con tanto acierto en gloria del Señor y beneficio de la Iglesia. Y para mayor confirmación y ejemplo de sus fieles, se puso de rodillas la prudentísima Maestra a los pies de san Pedro y protestó la santa fe católica como se contiene en el Símbolo que acabaron de pronunciar. Y esto hizo por sí y por todos los hijos de la Iglesia con estas palabras, hablando con san Pedro: Señor mío, a quien reconozco por vicario de mi Hijo santísimo, en vuestras manos, yo vil gusanillo, en mi nombre y en el de todos los fieles de la Iglesia, confieso y protesto todo lo que habéis determinado por verdades infalibles y divinas de fe católica y en ellas bendigo y alabo al Altísimo de quien proceden. Besó la mano al Vicario de Cristo y a los demás apóstoles, siendo la primera que protestó la fe santa de la Iglesia después que se determinaron sus artículos.

Doctrina que me dio la gran Señora de los ángeles María santísima.

219. Hija mía, sobre lo que has escrito en este capítulo quiero para tu mayor enseñanza y consuelo manifestarte otros secretos de mis obras. Después que los apóstoles ordenaron el Credo, te hago saber que le repetía yo muchas veces al día, puesta de rodillas y con profunda reverencia. Y cuando llegaba a pronunciar aquel artículo que nació de María Virgen, me postraba en tierra con tal humildad, agradecimiento y alabanza del Altísimo, que ninguna criatura lo puede comprender. Y en estos actos tenía presentes todos los mortales, para hacerlos también por ellos y suplir la irreverencia con que habían de pronunciar tan venerables palabras. Y por mi intercesión ha ilustrado el Señor a la Iglesia santa, para que repita tantas veces en el oficio divino el Credo, Ave María y Pater noster, y que las religiones tengan por costumbre humillarse cuando las dicen, y todos hincar la rodilla en el Credo de la Misa a las palabras: Et incarnatus est, etc., para que en alguna parte cumpla la Iglesia con la deuda que tiene por haberle dado el Señor esta noticia y por los misterios tan dignos de reverencia y agradecimiento cama el Símbolo contiene.

220. Otras muchas veces mis santos ángeles solían cantarme el Credo con celestial armonía y suavidad, con que mi espíritu se alegraba en el Señor. Otras veces me cantaban el Ave María hasta aquellas palabras: Bendito sea el fruto de tu vientre Jesús. Y cuando nombraban este santísimo nombre o el de María, hacían profundísima inclinación, con que me inflamaban de nuevo en afectos de humildad amorosa y me pegaba con el polvo reconociendo el ser de Dios comparado con el mío terreno. Oh hija mía, queda, pues, advertida de la reverencia con que debes pronunciar el Credo, Pater noster y Ave María y no incurras en la inadvertida grosería que en esto cometen muchos fieles. Y no por la frecuencia con que en la Iglesia se dicen estas oraciones y divinas palabras se les ha de perder su debida veneración. Pero este atrevimiento resulta de que las pronuncian con los labios y no meditan ni atienden a lo que significan y en sí contienen. Para ti quiero que sean materia continua de tu meditación, y por esto te ha dado el Altísimo el cariño que tienes a la doctrina cristiana, y le agrada a Su Majestad y a mí que la traigas contigo y la leas muchas veces, como lo acostumbras, y de nuevo te lo encargo desde hoy. Y aconséjalo a tus súbditas, porque ésta es joya que adorna a las esposas de Cristo y la debían traer consigo todos los cristianos.

221. Sea también documento para ti el cuidado que yo tuve de que se escribiese el Símbolo de la fe, luego que fue necesario en la santa Iglesia. Muy reprensible tibieza es conocer lo que toca a la gloria y servicio del Altísimo y al beneficio de la propia conciencia y no ponerlo luego por obra, o a lo menos hacer las diligencias posibles para conseguirlo. Y será mayor esta confusión para los hombres, pues ellos, cuando les falta alguna cosa temporal, no quieren esperar dilación en conseguirla y luego claman y piden a Dios que se las envíe a satisfacción, como sucede si les falta la salud o frutos de la tierra y aun otras cosas menos necesarias o más superfluas y peligrosas, y al mismo tiempo, aunque conozcan en muchas obligaciones la voluntad y agrado del Señor, no se dan por entendidos o las dilatan con desprecio y desamor. Atiende, pues, a este desorden para no cometerle, y como yo fui tan solícita en lo que convenía hacer para los hijos de la Iglesia, procura tú ser puntual en todo lo que entendieres ser voluntad de Dios, ahora sea para el beneficio de tu alma, ahora para otras, a imitación mía.

CAPITULO 13

De Nuevo a Tapa

Remitió María santísima el Símbolo de la fe a los discípulos y a otros fieles, obraron con él grandes milagros, fue determinado el repartimiento del mundo a los apóstoles y otras obras de la gran Reina del cielo.

222. Era tan diligente, vigilante y oficiosa la prudentísima María en el gobierno de su familia la santa Iglesia, como madre y mujer fuerte, de quien dijo el Sabio que consideró las sendas y caminos de su casa para no comer el pan ociosa (Prov 31,27). Los consideró y los conoció la gran Señora con plenitud de ciencia, y como estaba adornada y vestida de la púrpura de la caridad y de la candidez de su incomparable pureza, así como nada ignoraba, nada omitía de cuanto necesitaban sus hijos y domésticos los fieles. Luego que se formó el Símbolo de los apóstoles hizo por sus manos innumerables copias de él, asistiéndola sus santos ángeles, ayudándola y sirviéndola también de secretarios para escribir, y para que sin dilación le recibiesen todos los discípulos que andaban derramados y predicando por Palestina. Se lo remitió a cada uno con algunas copias para que las repartiesen y con carta particular en que se lo ordenaba y le daba noticia del modo y forma que los apóstoles habían guardado para componer y ordenar aquel Símbolo, que se había de predicar y enseñar a todos los que viniesen a la fe para que le creyesen y confesasen.

223. Y porque los discípulos estaban en diferentes ciudades y lugares, unos lejos y otros más cerca, a los más vecinos les remitió el Símbolo y su instrucción por mano de otros fieles que se las entregaban y a los de más lejos las envió con sus ángeles, que a unos de los discípulos se les manifestaban y les hablaban, y esto sucedió con los más, pero a otros no se manifestaron y se les dejaban en pliego en sus manos invisiblemente, inspirándoles en el corazón admirables efectos, y por ellos y las cartas de la misma Reina conocían el orden por donde venía el despacho. Sobre estas diligencias que hizo por sí misma, dio orden a los apóstoles para que ellos en Jerusalén y otros lugares distribuyesen también el Símbolo que habían escrito y que informasen a todos los creyentes de la veneración en que le debían tener por los altísimos misterios que contenía y por haberle ordenado el mismo Señor, enviando al Espíritu Santo para que le inspirase y aprobase, y cómo había sucedido y todo lo demás que era necesario para que entendiesen todos que aquella era fe única, invariable y cierta, que se había de creer, confesar y predicar en la Iglesia para conseguir la gracia y la vida eterna.

224. Con esta instrucción y diligencias, en muy pocos días se distribuyó el Credo de los apóstoles entre los fieles de la Iglesia, con increíble fruto y consuelo de todos, porque con el fervor que comúnmente todos tenían lo recibieron con suma veneración y devoción. Y el Espíritu divino, que lo había ordenado para firmeza de la Iglesia, lo fue confirmando luego con nuevos milagros y prodigios, no sólo por mano de los apóstoles y discípulos, sino también por la de otros muchos creyentes. Muchos que le recibieron escrito con especial veneración y afecto, recibieron al Espíritu Santo en forma visible, que venía sobre ellos con una divina luz que los rodeaba exteriormente y los llenaba de ciencia y celestiales efectos. Y con esta maravilla se movían y encendían otros en el deseo ardentísimo de tenerle y reverenciarle. Otros con poner el Credo sobre los enfermos, muertos y endemoniados les daban salud a los enfermos, resucitaban los difuntos y expelían a los demonios. Y entre estas maravillas sucedió un día que un judío incrédulo, oyendo a un católico que leía con devoción el Credo, se irritó contra el creyente con gran furor y fue a quitársele de las manos, y antes de ejecutarlo cayó el judío muerto a los pies del católico. A los que desde entonces se iban bautizando, como eran adultos, se les mandaba que luego protestasen la fe por el Símbolo apostólico, y con esta confesión y protesta venía sobre ellos el Espíritu Santo visiblemente.

225. Se continuaba también muy notoriamente el don de lenguas que daba el Espíritu Santo, no sólo a los que le recibieron el día de Pentecostés, sino a muchos fieles que le recibieron después y ayudaban a predicar o catequizar a los nuevos creyentes, porque cuando hablaban o predicaban a muchos juntos de diversas naciones entendía cada nación su lengua, aunque hablasen sola la lengua hebrea. y cuando enseñaban a los de una lengua o nación les hablaban en ella, como arriba se dijo (Cf. supra n.83) en la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés. Fuera de estas maravillas hacían otras muchas los apóstoles, porque cuando ponían las manos sobre los creyentes o los confirmaban en la fe venía también sobre ellos el Espíritu Santo. y fueron tantos los milagros y prodigios que obró el Altísimo en aquellos principios de la Iglesia, que fueran menester muchos volúmenes para escribirlos todos. San Lucas escribió en los Actos apostólicos los que en particular convino escribir, para que no todos los ignorase la Iglesia, y en común dijo que eran muchos (Act 2,43), porque no se podían reducir a tan breve historia.

226. Conociendo y escribiendo esto me hizo gran admiración la liberalísima bondad del Todopoderoso en enviar tan frecuentemente al Espíritu Santo en forma visible sobre los creyentes de la primitiva Iglesia. Y a esta admiración me fue respondido lo siguiente: Lo uno, que tanto como esto pesaba en la sabiduría, bondad y poder de Dios traer a los hombres a la participación de su divinidad en la felicidad y gloria eterna; y como para conseguir este fin el Verbo eterno bajó del cielo en carne visible comunicable y pasible, así la tercera persona descendió en otra forma visible sobre la Iglesia en el modo que convenía tantas veces, para fundarla y establecerla con igual firmeza y demostraciones de la omnipotencia divina y del amor que le tiene. Lo otro, porque en los principios estaban por una parte muy recientes los méritos de la pasión y muerte de Cristo, juntos con las peticiones e intercesión de su Madre santísima, que en la aceptación del eterno Padre a nuestro modo de entender obraban con mayor fuerza, porque no se habían interpuesto los muchos y gravísimo s pecados que después han cometido los mismos hijos de la Iglesia, con que han puesto tantos óbices a los beneficios del Señor y a su divino Espíritu, para que no se manifieste tan familiarmente con los hombres ahora como en la primitiva Iglesia.

227. Pasado va un año de fa muerte de nuestro Salvador, con inspiración divina trataron los apóstoles de salir a predicar la fe por todo el mundo, porque ya era tiempo se publicase a las gentes el nombre de Dios y se les enseñase el camino de la salud eterna. Y para saber la voluntad del Señor en la distribución de los reinos y provincias que a cada uno le habían de tocar en su predicación, por consejo de la Reina determinaron ayunar y orar diez días continuos. Esta costumbre en los negocios más arduos guardaron después que pasada la ascensión perseveraron en la misma oración y ayunos, disponiéndose para la venida del Espíritu Santo por todos aquellos diez días. Y cumplidos estos ejercicios, el día último celebró misa el Vicario de Cristo y comulgó a María santísima y a los once apóstoles, como lo hicieron para determinar el Símbolo y queda dicho en el capítulo precedente. Después de la misa y comunión estuvieron todos con la Reina en altísima oración, invocando singularmente al Espíritu Santo para que les asistiese y manifestase su voluntad santa en aquel negocio.

228. Hecho esto, les habló san Pedro y les dijo: Carísimos hermanos, postrémonos todos juntos ante el acatamiento divino y de todo corazón y suma reverencia confesemos a nuestro Señor Jesucristo por verdadero Dios, Maestro y Redentor del mundo, y protestemos su santa fe con el Símbolo que nos ha dado por el Espíritu Santo, ofreciéndonos al cumplimiento de su divina voluntad. Lo hicieron así y dijeron el Credo y luego prosiguieron en voz con el mismo san Pedro, diciendo: Altísimo Dios eterno, estos viles gusanillos y pobres hombres, a quienes nuestro Señor Jesucristo por la dignación de sola su clemencia eligió por ministros para enseñar su doctrina y predicar su santa ley y fundar su Iglesia por todo el mundo, nos postramos en vuestra divina presencia con un mismo corazón y un alma. Y para el cumplimiento de vuestra voluntad eterna y santa nos ofrecemos a padecer y sacrificar nuestras vidas por la confesión de vuestra santa fe, enseñarla y predicarla en todo el mundo, como nuestro Señor y Maestro Jesús nos lo dejó mandado. Y no queremos perdonar trabajo, ni molestia, ni tribulación, que para esta obra fuere necesario padecer hasta la muerte. Pero desconfiando de nuestra fragilidad, os suplicamos, Señor y Dios altísimo, enviéis sobre nosotros a vuestro divino Espíritu que nos gobierne y encamine nuestros pasos por el camino recto e imitación de nuestro Maestro y nos vista de nueva fortaleza, y ahora nos manifieste y enseñe a qué reino o provincias será más agradable a vuestro beneplácito que nos repartamos para predicar vuestro santo nombre.

229. Acabada esta oración, descendió sobre el cenáculo una admirable luz que los rodeó a todos y se oyó una voz que dijo: Mi vicario Pedro señale a cada uno las provincias y esa será su suerte. Yo le gobernaré y asistiré con mi luz y espíritu. Este nombramiento remitió el Señor a san Pedro para confirmar de nuevo en aquella ocasión la potestad que le había dado de cabeza y pastor universal de toda la Iglesia y para que los demás apóstoles entendiesen que la habían de fundar en todo el mundo debajo de la obediencia de san Pedro y de sus sucesores, a los cuales había de estar sujeta y subordinada como a vicarios de Cristo. Así lo entendieron todos, y así se me ha dado a conocer que fue ésta la voluntad del Muy Alto. Y en su ejecución, en oyendo san Pedro aquella voz, comenzó por sí mismo el repartimiento de los reinos, y dijo: Yo, Señor, me ofrezco a padecer y morir, siguiendo a mi Redentor y Maestro, predicando su santo nombre y fe ahora en Jerusalén y después en Ponto, Galacia, Bitinia y Capadocia, provincias del Asia, y tomaré asiento primero en Antioquía y después en Roma, donde asentaré y fundaré la cátedra de Cristo nuestro Salvador y Maestro, para que allí tenga su lugar la cabeza de su santa Iglesia. Esto dijo san Pedro, porque tenía orden del Señor para que señalase a la Iglesia romana por asiento y para cabeza de toda la Iglesia universal. Y sin este orden no determinara san Pedro negocio tan arduo y de tanto peso.

230. Prosiguió san Pedro y dijo: El siervo de Cristo y nuestro carísimo hermano Andrés le seguirá predicando su santa fe en las provincias de Scitia de Europa, Epiro y Tracia, y desde la ciudad de Patras en Acaya gobernará a toda aquella provincia y lo demás de su suerte en lo que pudiere. El siervo de Cristo, nuestro hermano carísimo Santiago el Mayor, le seguirá en la predicación de la fe en Judea, en Samaria y en España, de donde volverá a esta ciudad de Jerusalén y predicará la doctrina de nuestro Señor y Maestro. El carísimo hermano Juan obedecerá a la voluntad de nuestro Salvador y Maestro, como se la manifestó desde la cruz. Cumplirá con el oficio de hijo con nuestra gran Madre y Señora. La servirá y la asistirá con reverencia y fidelidad de hijo y la administrará el sagrado misterio de la eucaristía, y cuidará también de los fieles de Jerusalén en nuestra ausencia. Y cuando nuestro Dios y Redentor llevare consigo a los cielos a su beatísima Madre, seguirá a su Maestro en la predicación del Asia Menor y cuidará de aquellas iglesias desde la isla de Patmos, a donde irá por la persecución. El siervo de Cristo y nuestro hermano carísimo Tomás le seguirá predicando en la India, en la Persia y en los partos, medos, hircanos, bracmanes y bactrios. Bautizará a los tres Reyes magos y les dará noticia de todo lo que la esperan y le buscarán ellos mismos por la fama que oirán de su predicación y milagros. El siervo de Cristo y nuestro carísimo hermano J acabo le seguirá con ser pastor y obispo en Jerusalén, donde predicará al judaísmo y acompañará a Juan en la asistencia y servicio de la gran Madre de nuestro Salvador. El siervo de Cristo y nuestro carísimo hermano Felipe le seguirá con la predicación y enseñanza de las provincias de Frigia y Scitia del Asia y en la ciudad llamada Hierópolis de Frigia. El siervo de Cristo y nuestro hermano carísimo Bartolomé le seguirá predicando en Licaonia, parte de Capadocia en el Asia, y pasará a la India Citerior y después a la Menor Armenia. El siervo de Cristo y nuestro carísimo hermano Mateo enseñará primero a los hebreos y después seguirá a su Maestro pasando a predicar en Egipto y en Etiopía. El siervo de Cristo y nuestro carísimo hermano Simón le seguirá predicando en Babilonia, Persia y también en el reino de Egipto. El siervo de Cristo y nuestro carísimo hermano Judas Tadeo seguirá a nuestro Maestro predicando en Mesopotamia y después se juntará con Simón para predicar en Babilonia y en la Persia. El siervo de Cristo y nuestro carísimo hermano Matías le seguirá predicando su santa fe en la interior Etiopía y en la Arabia y después volverá a Palestina. Y el Espíritu del Altísimo nos encamine a todos y nos gobierne y asista, para que en todo lugar y tiempo hagamos su voluntad perfecta y santa, y ahora nos dé su bendición, en cuyo nombre la doy a todos.

231. Todo esto dijo san Pedro y al mismo instante que acabó de hablar se oyó un tronido de gran potencia y se llenó el cenáculo de resplandor y refulgencia, como de la presencia del Espíritu Santo. Y en medio de esta luz se oyó una voz suave y fuerte, que dijo: Admitid cada uno la suerte que le ha tocado. Se postraron en tierra y dijeron todos juntos: Señor Altísimo, a vuestra palabra y de vuestro Vicario obedecemos con prontitud y alegría de corazón, y nuestro espíritu está gozoso y lleno de vuestra suavidad en medio de vuestras obras admirables. Esta obediencia tan rendida y pronta que los apóstoles tuvieron al Vicario de Cristo nuestro Salvador, aunque era efecto de la caridad ardentísima con que deseaban morir por su santa fe, los dispuso en esta ocasión para que de nuevo viniera sobre ellos el divino Espíritu, confirmándoles la gracia y dones que antes habían recibido y aumentándolos con otros nuevos. Recibieron nueva luz y ciencia de todas las naciones y provincias que san Pedro les había señalado, y conocieron cada uno los naturales, condiciones y costumbres de los reinos que le tocaban, la disposición de la tierra y su sitio en el mundo, como si le escribieran interiormente un mapa muy distinto y copioso. Les dio el Altísimo nuevo don de fortaleza para los trabajos, de agilidad para los caminos, aunque en ellos les habían de ayudar muchas veces los santos ángeles, y en el interior quedaron encendidos como serafines con la llama del divino amor, elevados sobre la condición y esfera de la naturaleza.

232. La beatísima Reina de los ángeles estaba presente a todo esto y le era patente cuanto el poder divino obraba en los apóstoles y en ella misma, que de las influencias de la divinidad participó en esta ocasión más que todos juntos, porque estaba en grado supereminentísimo a todas las criaturas, y por eso el aumento de sus dones había de ser proporcionado y trascender a todos los demás sin medida. Renovó el Altísimo en el purísimo espíritu de su Madre la ciencia infusa de todas las criaturas y en especial de todos los reinos y naciones que a los apóstoles se les había dado. Y conoció Su Alteza lo que ellos conocían, y más que todos, porque tuvo ciencia y noticia individual de todas las personas a quienes en todos los reinos habían de predicar la fe de Cristo, y quedó en esta ciencia tan capaz de todo el orbe y de sus moradores, como respectivamente lo estaba de su oratorio y de los que en él entraban.

233. Esta ciencia era como de suprema Maestra, Madre, Gobernadora y Señora de la Iglesia, que el Todopoderoso había puesto en sus manos, como arriba se ha dicho (Cf. supra p.II n.1524), y adelante será forzoso tocarlo muchas veces. Ella había de cuidar de todos, desde el supremo en santidad hasta el mínimo, y de los míseros pecadores hijos de Eva. y si ninguno había de recibir beneficio o favor alguno de mano del Hijo si no fuese por la de su Madre, necesario era que la fidelísima dispensadora de la gracia conociera a todos los de su familia, de cuya salud había de cuidar como Madre, y tal Madre. Y no sólo tenía la gran Señora especies infusas y ciencia de todo lo que he dicho, pero después de este conocimiento tenía otro actual cuando los apóstoles y discípulos andaban predicando, porque se le manifestaban sus trabajos y peligros y las asechanzas del demonio que contra ellos fabricaba, y las peticiones y oraciones de todos ellos y de los otros fieles, para socorrerlos ella con las suyas, o por medio de sus ángeles, o por sí misma; que por todos estos medios lo hacía, como en muchos sucesos veremos adelante (Cf. infra n.318,324,339,567).

234. Sólo quiero advertir aquí que, a más de esta ciencia infusa que tenía nuestra Reina de todas las cosas con las especies de cada una, tenía otra noticia de ellas en Dios con la visión abstractiva que continuamente miraba a la divinidad. Pero entre estos dos modos de ciencia había una diferencia, que cuando miraba en Dios los trabajos de los apóstoles y de todos los fieles de la Iglesia, como aquella visión era de tanto gozo y alguna participación de la bienaventuranza, no causaba el dolor y compasión sensible como tenía la piadosa Madre cuando conocía estas tribulaciones en sí mismas, porque en esta visión las sentía y lloraba con maternal compasión. Y para que no le faltase este mérito y perfección, la concedió el Altísimo toda esta ciencia por el tiempo que fue viadora. Y junto con esta plenitud de especies y ciencias infusas tenía el dominio de sus potencias que arriba dije (Cf. supra n.126), para no admitir otras especies o imágenes adquiridas fuera de las que eran necesarias para el uso preciso de la vida, o para alguna obra de caridad o perfección de las virtudes. Con este adorno y hermosura patente a los ángeles y santos era la divina Señora objeto de admiración y alabanza en que glorificaban al Muy Alto por el digno empleo de todos sus atributos en María santísima.

235. Hizo en esta ocasión profundísima oración por la perseverancia y fortaleza de los apóstoles en la predicación de todo el mundo. Y el Señor la prometió que los guardaría y asistiría, para manifestar en ellos y por ellos la gloria de su nombre y al fin los premiaría con digna retribución de sus trabajos y merecimientos. Con esta promesa quedó María santísima llena de júbilo y agradecimiento, exhortó a los apóstoles a que le diesen de todo corazón y saliesen alegres y confiados a la conversión del mundo. Y hablándoles otras muchas palabras de suavidad y vida, puesta de rodillas les dio a todos la enhorabuena de la obediencia que habían mostrado en nombre de su Hijo santísimo, y de su parte les dio las gracias por el celo que manifestaban de la honra del mismo Señor y beneficio de las almas a cuya conversión se sacrificaban. Besó la mano a cada uno de los apóstoles, ofreciéndoles su intercesión con el Señor, su solicitud para servirlos, y les pidió su bendición como acostumbraba y todos como sacerdotes se la dieron.

236. Pocos días después que se hizo este repartimiento de las provincias para la predicación, comenzaron a salir de Jerusalén particularmente los que les tocaba predicar en las provincias de Palestina, y el primero fue Santiago el Mayor. Otros perseveraron más tiempo en Jerusalén, porque allí quería el Señor que con mayor fuerza y abundancia se predicase primero la fe de su santo nombre y fuesen los judíos llamados en primer lugar y traídos a las bodas evangélicas, si querían venir y entrar en ellas; que en este beneficio de la redención, aquel pueblo fue más favorecido, aunque fue más ingrato que los gentiles. Después fueron saliendo los apóstoles a los reinos que a cada uno le tocaban, según lo pedía el tiempo y la sazón, gobernándose en esto por el Espíritu divino, consejo de María santísima y obediencia de san Pedro. Pero cuando se despidieron de Jerusalén, primero fue cada uno a visitar los Santos Lugares, como eran el Huerto, el Calvario, el sagrado Sepulcro, el lugar de la ascensión y Betania y los demás que era posible, y todos los veneraban con admirable reverencia y lágrimas, adorando la tierra que tocó el Señor. Después iban al cenáculo y le veneraban por los misterios que allí se obraron, y se despedían de la gran Reina del cielo y de nuevo se encomendaban en su protección. Y la beatísima Madre los despedía con palabras dulcísimas y llenas de la virtud divina.

237. Pero fue admirable la solicitud y maternal cuidado de la prudentísima Señora para despedir a los apóstoles como verdadera Madre a sus hijos. Porque en primer lugar hizo para cada uno de los doce una túnica tejida, semejante a la de Cristo nuestro Salvador, del color entre morado y ceniza, y para hacerlas se valió del ministerio de sus santos ángeles. Y con esta atención envió a los apóstoles vestidos sin diferencia y con igualdad uniforme entre sí mismos y con su Maestro Jesús, porque aun en el hábito exterior quiso que le imitasen y fuesen conocidos por discípulos suyos. Hizo juntamente la gran Señora doce cruces con sus cañas o astas de la altura de las personas de los apóstoles y dio a cada uno la suya para que en su peregrinación y predicación la llevase consigo, así en testimonio de lo que predicaban como para consuelo espiritual de sus trabajos, y todos los apóstoles guardaron y llevaron aquellas cruces hasta su muerte. Y de lo mucho que alababan la cruz tomaron ocasión algunos tiranos para martirizarlos en la misma cruz a los que dichosamente murieron en ella.

238. A más de todo esto dio la piadosa Madre a cada uno de los doce apóstoles una cajilla pequeña de metal que hizo para este intento, y en cada una puso tres espinas de la corona de su Hijo santísimo y algunas partes de los paños en que envolvió al Señor cuando era niño y otros de los que limpió y recibió su preciosísima sangre en la circuncisión y pasión; que todas estas sagradas prendas tenía guardadas con suma devoción y veneración, como Madre y depositaria de los tesoros del cielo. Y para dárselas a los doce apóstoles, los llamó juntos y con majestad de Reina y agrado de dulcísima Madre les habló y dijo que aquellas prendas que a cada uno entregaba era el mayor tesoro que tenía para enriquecerlos y despedirlos a sus peregrinaciones, que en ellas llevarían la memoria viva de su Hijo santísimo y el testimonio cierto de lo que el mismo Señor los amaba, como a hijos y ministros del Altísimo. Con esto se las entregó y las recibieron con lágrimas de veneración y júbilo y agradecieron a la gran Reina estos favores y se postraron ante ella adorando aquellas sagradas reliquias y abrazándose unos a otros se dieron la enhorabuena, y se despidió el primero Santiago, que fue quien comenzó estas misiones.

239. Pero según lo que se me ha dado a entender, no sólo predicaron los apóstoles en las provincias que por entonces les repartió san Pedro, mas en otras muchas vecinas de aquéllas y más remotas. y no es dificultoso de entender esto, porque muchas veces eran llevados de unas partes a otras por ministerio de los ángeles, y esto no sólo para predicar, sino también para consultarse unos a otros y especialmente con el vicario de Cristo, san Pedro, y mucho más a la presencia de María santísima, de cuyo favor y consejo tuvieron necesidad en la dificultosa empresa de plantar la fe en reinos tan diversos y naciones tan bárbaras. Y si para dar de comer a Daniel llevó el ángel a Babilonia al profeta Habacuc (Dan 14,35), no es maravilla que se hiciera este milagro con los apóstoles, llevándolos a donde era necesario predicar a Cristo y dar noticia de la divinidad y plantar la Iglesia universal para remedio de todo el linaje humano. Y arriba hice mención (Cf. supra n.208) de cómo el ángel del Señor que llevó a Felipe, el discípulo de los setenta y dos, desde el camino de Gaza le puso en Azoto, como lo cuenta san Lucas (Act 8,26ss). Y todas estas maravillas, y otras innumerables que ignoramos, fueron convenientes para enviar a unos pobres hombres a tantos reinos y provincias y naciones poseídas del demonio, llenas de idolatrías, errores y abominaciones, cual estaba todo el mundo cuando vino a redimirle el Verbo humanado.

Doctrina que me dio la Reina de los ángeles.

240. Hija mía, la doctrina que te doy en este capítulo es mandarte y convidarte para que con íntimos suspiros y gemidos de tu alma y con lágrimas de sangre, si puedes alcanzarlas, llores amargamente la diferencia que tiene la Iglesia santa en el estado presente del que tuvo en sus principios, cómo se ha oscurecido el oro purísimo de la santidad y se ha mudado el color sano (Lam 4,1), perdiendo aquella antigua hermosura en que la fundaron los apóstoles, y buscando otros afeites y colores peregrinos y engañosos para encubrir la fealdad y confusión de los vicios, que tan infelizmente la tienen oscurecida y llena de formidable horror. Y para que penetres esta verdad desde su principio y fundamento, conviene que renueves en ti misma la luz que has recibido para conocer la fuerza y peso con que la divinidad se inclina a comunicar su bondad y perfecciones a sus criaturas. Es tan vehemente el ímpetu del sumo Bien para derramar su corriente en las almas, que sólo puede impedirle la voluntad humana, que le ha de recibir por el libre albedrío que le dio para esto; y cuando con él resiste a la inclinación e influencias de la Bondad Infinita, la tiene a tu modo de entender violentada y contristado su amor inmenso en su liberalísima condición. Pero si las criaturas no le impidieran y dejaran obrar con su eficacia, a todas las almas inundara y llenara de la participación de su ser divino y atributos: levantara del polvo a los caídos, enriqueciera a los pobres hijos de Adán, y de sus miserias los elevara y asentara con los príncipes de su gloria.

241. Y de aquí entenderás, hija mía, dos cosas que la humana sabiduría ignora. La una, el agrado y servicio que le hacen al Sumo Bien aquellas almas que con ardiente celo de su gloria y con su trabajo y solicitud ayudan a quitar de otras almas este óbice que con sus culpas han puesto para que no las justifique el Señor y las comunique tantos bienes como de su bondad inmensa pueden participar y el Altísimo desea obrar en ellas. La complacencia que recibe Su Majestad en que le ayuden en esta obra no se puede conocer en la vida mortal. Por esto es tan alto y engrandecido el ministerio de los apóstoles y de los prelados, ministros y predicadores de la divina palabra, que en este oficio suceden a los que plantaron la Iglesia y trabajan en su amplificación y conservación; porque todos deben ser cooperadores y ejecutores del amor inmenso que Dios tiene a las almas que crió para partícipes de su divinidad. La segunda cosa que debes ponderar es la grandeza y abundancia de los dones y favores que comunicará el poder infinito a las almas que no le ponen impedimento a su liberalísima bondad. Manifestó luego el Señor esta verdad en los principios de la Iglesia evangélica, para que a los fieles que habían de entrar en ella les quedase testificada en tantos prodigios y maravillas como hizo con los primeros, bajando el Espíritu Santo en visibles señales sobre ellos tan frecuentemente y con los milagros que has escrito obraban los creyentes con el Credo y otros favores ocultos que recibían de la mano del Muy Alto.

242. Pero en quien resplandeció más su bondad y omnipotencia fue en los apóstoles y discípulos, porque en ellos no hubo impedimento ni óbice para la voluntad eterna y santa y fueron verdaderos instrumentos y ejecutores del amor divino, imitadores y sucesores de Cristo y seguidores de su verdad, y por esto fueron levantados a una participación inefable de los atributos del mismo Dios, en particular de la ciencia, santidad y omnipotencia, con que obraban para sí y para las almas tantas maravillas, que nunca los mortales los pueden dignamente engrandecer. Después de los apóstoles nacieron en su lugar otros hijos de la Iglesia, en quienes de generación en generación se fue transfundiendo esta divina sabiduría y sus efectos. Y dejando ahora los innumerables mártires que derramaron su sangre y vidas por la santa fe, considera los patriarcas de las religiones, los grandes santos que en ellas han florecido, los doctores, obispos y prelados y varones apostólicos en quienes tanto se ha manifestado la bondad y omnipotencia de la divinidad, para que los demás no tuviesen disculpa, si en ellos, que son ministros de la salud de las almas, y en todos los demás fieles no hacía Dios las maravillas y favores que hizo en los primeros y ha continuado en los que halla idóneos para hacerlas.

243. Y para que sea mayor la confusión de los malos ministros que hoy tiene la santa Iglesia, quiero que entiendas cómo en la voluntad eterna con que determinó el Altísimo comunicar sus tesoros infinitos a las almas, en primer lugar los encaminó inmediatamente a los prelados, sacerdotes, predicadores y dispensadores de su divina palabra, para que en cuanto era de parte de la voluntad del Señor todos fuesen de santidad y perfección de ángeles más que de hombres y gozasen de muchos privilegios y exenciones de naturaleza y gracia entre los demás vivientes; y con estos singulares beneficios se hiciesen idóneos ministros del Altísimo, si ellos no pervertían el orden de su infinita sabiduría y si correspondían a la dignidad para que eran llamados y elegidos entre todos. Esta piedad inmensa, la misma es ahora que en la primitiva Iglesia; la inclinación del sumo bien a enriquecer las almas no se ha mudado, ni esto es posible; su liberal dignación no se ha disminuido; el amor a su Iglesia siempre está en su punto; la misericordia mira a las miserias y éstas hoy son sin medida; el clamor de las ovejas de Cristo llega a lo sumo que puede; los prelados, sacerdotes y ministros nunca llegaron a tanto número. Pues si todo esto es así, ¿a quién se ha de atribuir la perdición de tantas almas y la ruina del pueblo cristiano y que hoy no sólo no vengan los infieles a la santa Iglesia, sino la tengan tan afligida y llena de tristeza, que los prelados y ministros no resplandezcan, ni Cristo en ellos, como en los pasados siglos y la primitiva Iglesia?

244. Oh hija mía, para que muevas tu llanto sobre esta perdición te convido. Considera las piedras del santuario derramadas en las plazas de las ciudades (Lam 4,1). Atiende cómo los sacerdotes del Señor se han hecho semejantes al pueblo (Is 24,2) cuando debían hacer al pueblo santo y semejante a sí mismos. La dignidad sacerdotal y sus vestiduras ricas y preciosas de las virtudes están manchadas con el contagio de los mundanos; los ungidos del Señor y consagrados para sólo su trato y culto se han degradado de su nobleza y deidad; perdieron su decoro por abatirse a las acciones viles, indignas de su levantada excelencia entre los hombres: afectan la vanidad, siguen la codicia y avaricia, sirven al interés, aman al dinero, ponen su esperanza en los tesoros del oro y de la plata, se sujetan a la lisonja y obsequio de los mundanos y poderosos y, lo que más es, a la bajeza de las mismas mujeres y tal vez se hacen participantes de las juntas y consejos de maldad. Apenas hay oveja del rebaño de Cristo que conozca en ellos la voz de su pastor, ni halla el alimento y pasto saludable de la virtud y santidad de que debían ser maestros. Piden el pan los párvulos y no hay quien se les distribuya (Lam 4,4). Y cuando se hace por el interés o por sólo cumplimiento, si la mano está leprosa, ¿cómo dará saludable alimento al necesitado y enfermo? Y ¿cómo el soberano Médico fiará de ella la medicina en que consiste la vida? Y si los que han de ser intercesores y medianeros se hallan reos de mayores culpas, ¿cómo alcanzarán misericordia para los culpados con otras menores o semejantes?

245. Estas son las causas por que los prelados y sacerdotes de estos tiempos no hacen las maravillas que hicieron los apóstoles y discípulos de la primitiva Iglesia y los demás que imitaron su vida con ardiente celo de la honra del Señor y conversión de las almas. Por esto no se logran los tesoros de la muerte y sangre de Cristo que dejó en la Iglesia, así en sus sacerdotes y ministros como en los demás mortales, porque si ellos mismos los desprecian y olvidan para aprovecharlos en sí, ¿cómo los repartirán a los demás hijos de esta familia? Por esto no se convierten ahora como entonces los infieles al conocimiento de la verdadera fe, aunque viven a la vista de los príncipes eclesiásticos, ministros y predicadores del evangelio. Enriquecida está la Iglesia ahora más que nunca de bienes temporales, de rentas y posesiones, llena está de hombres doctos con ciencia adquirida, de grandes prelacías y dignidades abundantes, y como todos estos beneficios se deben a la sangre de Cristo todo se debía convertir en su obsequio y servicio, empleándose en convertir las almas y sustentarle sus pobres y el sagrado culto y veneración de su santo nombre.

246. Si esto se hace así ahora, díganlo los cautivos que se redimen con las rentas de las iglesias, los infieles que se convierten, las herejías que se extirpan, y qué tanto es lo que en esto se emplea de los tesoros eclesiásticos; y también lo dirán los palacios que con ellos se han fabricado, los mayorazgos que se han fundado, las torres de viento que se han levantado y, lo que es más lamentable, los empleos profanos y torpísimos en que muchos los consumen, deshonrando al sumo sacerdote Cristo y viviendo tan lejos y distantes de su imitación y de los apóstoles a quien sucedieron, como viven alejados del mismo Señor los hombres más profanos del mundo. Y si la predicación de los ministros de la divina palabra está muerta y sin virtud para vivificar a los oyentes, no tienen la culpa la verdad y la doctrina de las sagradas Escrituras, pero la tiene el mal uso de ella, por la torcida intención de los ministros. Truecan el fin de la gloria de Cristo en su propia honra y estimación vana, el bien espiritual en el bajo interés del estipendio, y como se consigan estas dos cosas no cuidan de otro fruto de la predicación. Y para esto quitan a la doctrina sana y santa la sinceridad y pureza, y aun tal vez la verdad, con que la escribieron los autores sagrados y la explicaron los doctores santos, la reducen a sutilezas de ingenio propio, que causen más admiración y gusto que provecho de los oyentes. Y como llega tan adulterada a los oídos de los pecadores, la reconocen por doctrina del ingenio del predicador más que de la caridad de Cristo, y así no lleva virtud ni eficacia para penetrar los corazones, aunque lleva artificio para deleitar las orejas.

247. En castigo de estas vanidades y abusiones, y de otras que no ignora el mundo, no te admires, carísima, que la justicia divina haya desamparado tanto a los prelados, ministros y predicadores de su palabra y que la Iglesia católica tenga ahora tan abatido estado, habiéndole tenido tan alto en sus principios. Y si algunos de los sacerdotes y ministros no están comprendidos en estos vicios tan lamentables, esto debe más la Iglesia a mi Hijo santísimo en tiempo que tan ofendido y desobligado se halla de todos. Y con estos buenos es liberalísimo, pero son muy contados, como lo testifica la ruina del pueblo cristiano y el desprecio a que han llegado los sacerdotes y predicadores del evangelio; porque si fueran muchos los perfectos y celadores de las almas, sin duda se reformaran y enmendaran los pecadores, se convirtieran muchos infieles y todos miraran y oyeran con veneración y temor santo a los predicadores, sacerdotes y prelados, y los respetaran por su dignidad y santidad y no por la autoridad y fausto con que granjean esta reverencia, que más se ha de llamar aplauso mundano y sin provecho. Y no te encojas ni acobardes por haber escrito todo esto, que ellos mismos saben es verdad y tú no lo escribes por tu voluntad sino por mi obediencia, para que lo llores y convides al cielo y a la tierra que te ayuden en este llanto, porque hay pocos que le tengan, y ésta es la mayor injuria que recibe el Señor de todos los hijos de su Iglesia.

CAPITULO 14

De Nuevo a Tapa

La conversión de san Pablo y lo que en ella obró María santísima y otros misterios ocultos.

248. Nuestra madre la Iglesia, gobernada por el Espíritu divino, celebra la conversión de san Pablo como uno de los mayores milagros de la ley de gracia y para consuelo universal de los pecadores, pues de perseguidor contumelioso y blasfemo contra el nombre de Cristo -como el mismo Pablo dice (1 Tim 1,13) alcanzó misericordia y fue mudado en apóstol por la divina gracia. Y porque en alcanzarla tuvo tanta parte nuestra gran Reina, no se puede negar a su historia esta rara maravilla del Omnipotente. Pero se entenderá mejor su grandeza, declarando el estado que tuvo san Pablo cuando se llamaba Saulo y era perseguidor de la Iglesia y las causas que le movieron para señalarse por tan acérrimo defensor de la ley de Moisés y perseguidor de la de Cristo nuestro bien.

249. Tuvo san Pablo dos principios que le hicieron señalado en su judaísmo. El uno era su propio natural y otro fue la diligencia del demonio que se le conoció. Por su natural condición era Saulo de corazón grande, magnánimo, nobilísimo, oficioso, activo, eficaz y constante en lo que intentaba. Tenía muchas virtudes morales adquiridas, se preciaba de grande profesor de la ley de Moisés y de estudioso y docto en ella, aunque en hecho de verdad era ignorante como él lo confesó a Timoteo su discípulo (Ib), porque toda su ciencia era humana y terrena y entendía la ley como otros muchos israelitas sólo en la corteza sin espíritu ni luz divina, la cual era necesaria para entenderla legítimamente y penetrar sus misterios. Pero como su ignorancia le parecía verdadera ciencia y era tenaz de entendimiento, se mostraba gran celador de las tradiciones de los rabinos (Gal 1,14) y juzgaba por cosa indigna y disonante que contra ellos y contra Moisés como él pensaba se publicase una ley nueva, inventada por un Hombre crucificado como reo, habiendo recibido Moisés su ley en el monte dada por el mismo Dios. Con este motivo concibió grande aborrecimiento y desprecio de Cristo, de su ley y discípulos. Y para este engaño se ayudaba de sus propias virtudes morales si pueden llamarse virtudes estando sin verdadera caridad porque con ellas presumía de sí que acertaba en otros yerros, como sucede a muchos hijos de Adán que se contentan de sí mismos cuando hacen alguna obra virtuosa y con esta satisfacción falsa no atienden a reformar otros mayores vicios. Con este engaño vivía y obraba Saulo, muy asido a la antigüedad de su ley mosaica, ordenada por el mismo Dios, cuya honra le pareció que celaba, por no haber entendido que aquella ley en las ceremonias y figuras era temporal y no eterna, porque de necesidad le había de suceder otro Legislador más poderoso y sabio que Moisés, como él mismo lo dijo (Dt 18,15).

250. Al indiscreto celo de Saulo y a su vehemente condición se juntó la malicia de Lucifer y sus ministros para irritarle, moverle y acrecentarle el odio que tenía con la ley de Cristo nuestro Salvador. Muchas veces he hablado en el discurso de esta Historia (Cf. supra p.II n.1425ss; p.III n.204) de los consejos de maldad y arbitrios infernales que fabricó este dragón contra la santa Iglesia. Y uno de ellos era buscar con suma vigilancia a los hombres que fuesen más acomodados y proporcionados, por inclinaciones y costumbres, para valerse de ellos como de instrumentos y ejecutores de su maldad. Porque el mismo Lucifer por sí solo y sus demonios, aunque pueden tentar singularmente a las almas pero no levantar ellos bandera en lo público y hacerse cabezas de alguna secta o séquito contra Dios, si no se sirven en esto de algún hombre a quien sigan otros tan ciegos y desalumbrados. Estaba enfurecido este cruel enemigo de ver los felices principios de la santa Iglesia, temía sus progresos y ardía en desmedida envidia de que los hombres de inferior naturaleza fuesen levantados a la participación de la divinidad y gloria que con su soberbia había desmerecido. Reconoció las inclinaciones de Saulo, las costumbres y estado que tenía en la conciencia, y todo le pareció cuadraba mucho con sus deseos de destruir la Iglesia de Cristo por mano de otros incrédulos que fuesen a propósito para ejecutarlo.

251. Consultó Lucifer esta maldad con otros demonios en un particular conciliábulo que para ello hizo, y de común acuerdo de todos salió decretado que el mismo dragón con otros asistiesen a Saulo sin dejarle un punto y le arrojasen sugestiones y razones acomodadas a la indignación que tenía contra los apóstoles y todo el rebaño de Cristo, que todas las admitiría pues le darían por sus triunfos, irritándole con algún color de virtud falsa y aparente. Todo este acuerdo ejecutó el demonio sin perder punto ni ocasión. Y aunque Pablo estaba descontento y opuesto a la doctrina de nuestro Salvador desde que la predicó por sí mismo, pero en el tiempo que vivió Su Majestad en el mundo no se declaró Saulo por tan ardiente celador de la ley de Moisés y adversario de la del mismo Señor, hasta que en la muerte de san Esteban descubrió la indignación con que ya el dragón infernal le comenzaba a irritar contra los seguidores de Cristo. Y como en aquella ocasión halló este enemigo tan pronto el corazón de Saulo para ejecutar las sugestiones malas que le arrojaba, quedó tan ufana su malicia, que le pareció no tenía más que desear y que aquel hombre no resistiría a ninguna maldad que se le propusiese.

252. Con esta impía confianza pretendió Lucifer que Saulo quitase la vida por sí mismo a todos los apóstoles y, lo que más formidable era, que hiciese lo mismo con María santísima. A tal insania llegó la soberbia de este cruentísimo dragón. Pero engañó se en ella, porque la condición de Saulo era más noble y generosa y así le pareció, discurriendo sobre ello, que era cosa indigna de su honor y su persona cometer aquella traición y obrar como hombre forajido, cuando con razón y justicia, como a él le parecía, podía destruir la ley de Cristo. Y sintió mayor horror en ofender la vida de su beatísima Madre, por el decoro que se le debía como a mujer y porque de haberla visto tan compuesta y tan constante en los trabajos y pasión de Cristo le había parecido a Saulo que era mujer grande y digna de veneración, y así se la cobró con alguna compasión de sus penas y aflicciones, que todos conocían las había padecido muy graves. Por esto no admitió contra María santísima la inhumana sugestión que le propuso el demonio. Y no le ayudó poco a Saulo esta compasión de los trabajos de la Reina para abreviar su conversión. Contra los apóstoles tampoco admitió la traición, aunque Lucifer se la coloreaba con aparentes razones y como obra digna de su esforzado corazón. Pero desechando estas maldades se resolvió en adelantarse a todos los judíos en perseguir la Iglesia hasta destruirla con el nombre de Cristo.

253. Quedó contento el dragón y sus ministros con esta determinación de Saulo, ya que no podían conseguir más. Y para que se conozca la ira que tienen contra Dios y sus criaturas, desde aquel día hicieron otro conciliábulo para conferir cómo conservarían la vida de aquel hombre que tan ajustado hallaban para ejecutar sus maldades. Bien saben estos mortales enemigos que no tienen jurisdicción sobre la vida de los hombres, ni se la pueden dar ni quitar, si no se lo permite Dios en algún caso particular, pero con todo eso se quisieron hacer médicos y tutores de la vida y salud de Saulo, para conservársela en cuanto se extendía su poder, moviéndole su imaginación para que se guardase de lo que era nocivo y usase de lo más saludable y aplicando otras causas naturales que le conservasen la salud. Mas con todas estas diligencias no pudieron impedir que no obrase en Saulo la divina gracia, cuando quería su Autor. Pero estaban tan desimaginados los demonios, que jamás tuvieron recelos de que Saulo admitiría la ley de Cristo y que la vida que ellos procuraban conservar y alargar había de ser para su propia ruina y tormento. Tales obras ordena la sabiduría del Altísimo, dejando engañar al demonio en sus consejos de maldad para que caiga en la fóvea y en el lazo que arma contra Dios (Sal 56,79) y que a la divina voluntad vengan a servir todas sus maquinaciones, sin que lo pueda resistir.

254. Con este gran consejo de la altísima Sabiduría ordenaba el Señor que la conversión de Saulo fuese más admirable y gloriosa. Y para esto dio lugar a que, incitado de Lucifer con ocasión de la muerte de san Esteban, fuese Saulo al príncipe de los sacerdotes y, arrojando fuego y amenazas contra los discípulos del Señor que se habían derramado fuera de Jerusalén, le pidiese comisión y requisitorias para traerlos presos a Jerusalén de donde quiera que los hallase (Act 9,1). Y para esta demanda ofreció Saulo su persona, hacienda y vida, y que a su propia costa y sin salarios haría aquella jornada en defensa de su ley y de sus pasados, para que no prevaleciese contra ella la que de nuevo predicaban los discípulos del Crucificado. Este ofrecimiento facilitó más el ánimo del sumo sacerdote y los de su consejo, y luego dieron a Saulo la comisión que pedía, señaladamente para Damasco, a donde tenían lengua que algunos de los discípulos se habían retirado de Jerusalén. Dispuso la jornada, previniendo gente de ministros de justicia y algunos soldados que le acompañasen. Pero la más copiosa compañía y aparato era de muchas legiones de demonios, que para asistirle en esta empresa salieron del infierno, pareciéndoles que con tantas precauciones acabarían con la Iglesia y que Saulo a sangre y fuego la devastaría. Y a la verdad era éste el intento que llevaba y el que Lucifer y sus ministros le administraban a él y a todos los que le seguían. Pero le dejemos ahora en el camino de Damasco, a donde enderezó su jornada para prender en las sinagogas de aquella ciudad a todos los discípulos de Cristo.

255. Nada de todo esto era oculto a la gran Reina del cielo, porque, a más de la ciencia y visión con que penetraba hasta el más mínimo pensamiento de los hombres y de los demonios, la daban muchos avisos los apóstoles de todo lo que se obraba contra los seguidores de Cristo. Conocía también muy de lejos que Saulo había de ser apóstol del mismo Señor y predicador de las gentes y varón tan señalado y admirable en la Iglesia, porque de todo esto la informó su Hijo santísimo, como queda dicho en la segunda parte de esta Historia (Cf. supra p.II n.734). Pero como crecía la persecución y se dilataba el fruto que Saulo había de hacer y traer al nombre cristiano con tanta gloria del Señor, y en el ínterin los discípulos de Cristo, que ignoraban el secreto del Altísimo, se afligían y acobardaban algo conociendo la indignación con que los buscaba y perseguía, todo esto fue causa de gran dolor para la piadosa Madre de la gracia. Y ponderando con su divina prudencia lo que pesaba aquel negocio, se vistió de nuevo esfuerzo y confianza para pedir el remedio de la Iglesia y la conversión de Saulo y postrada en la presencia de su Hijo hizo esta oración:

256. Altísimo Señor, Hijo del eterno Padre, Dios vivo y verdadero de Dios verdadero, engendrado de su misma e indivisa sustancia y por la inefable dignación de vuestra bondad infinita Hijo mío y vida de mi alma, ¿cómo vivirá esta vuestra esclava, a quien habéis encomendado vuestra amada Iglesia, si la persecución que han movido vuestros enemigos contra ella prevalece y no la vence vuestro poder inmenso? ¿Cómo sufrirá mi corazón ver despreciado y conculcado el precio de vuestra muerte y sangre? Si me dais, Señor mío, por hijos míos los que engendráis en vuestra Iglesia, y yo los amo y miro con amor de madre, ¿cómo tendré consuelo de verlos oprimidos y destruidos, porque confiesan vuestro santo nombre y os aman con corazón sencillo? Vuestro es el poder y la sabiduría, y no es justo que se gloríe contra vos el dragón infernal, enemigo de vuestra gloria y calumniador de mis hijos y vuestros hermanos. Confundid, Hijo mío, la soberbia antigua de esta serpiente, que de nuevo se levanta contra vos orgullosa y derramando su furor contra las simples ovejuelas de vuestra rey. Atended cuán engañado lleva a Saulo, a quien vos tenéis elegido y señalado para vuestro apóstol. Tiempo es ya, Dios mío, de obrar con vuestra omnipotencia y reducir aquella alma, de quien y en quien tanta gloria ha de resultar a vuestro santo nombre y tantos bienes a todo el universo.

257. Perseveró María santísima en esta oración grande rato ofreciéndose a padecer y morir, si fuera necesario, por el remedio de la Iglesia santa y conversión de Pablo. Y como la sabiduría infinita de su Hijo santísimo la tenía prevenida por medio de los ruegos de su amantísima Madre para ejecutar esta maravilla, descendió del cielo en persona y se le apareció y manifestó en el cenáculo, donde oraba en su retiro y oración. La habló Su Majestad con el amor y caricia de Hijo que solía y la dijo: Amiga mía y Madre mía, en quien hallé la complacencia y agrado de mi perfecta voluntad, ¿qué peticiones son las vuestras? Decidme lo que deseáis. Se postró de nuevo en tierra la humilde Reina, como acostumbraba, en la presencia de su Hijo santísimo, y le adoró como a verdadero Dios y dijo: Señor mío altísimo, muy de lejos conocéis los pensamientos y corazones de las criaturas y mis deseos están patentes a vuestros ojos. Mi petición es como de quien conoce vuestra infinita caridad con los hombres y como de Madre de la Iglesia y abogada de los pecadores y vuestra esclava. Y si todo lo he recibido de vuestro amor inmenso sin merecerlo, no puedo temer que despreciaréis mis deseos de vuestra gloria. Pido, Hijo mío, que miréis la aflicción de vuestra Iglesia y como Padre amoroso apresuréis el socorro de vuestros hijos engendrados con vuestra sangre preciosísima.

258. Deseaba el Señor oír la voz y los clamores amorosos de su amantísima Madre y Esposa, y para esto se dejó rogar más en esta ocasión, como quien recateaba lo mismo que la deseaba conceder y a tales méritos y caridad no se debía negar. Y con esta traza del amor divino tuvieron algunos coloquios Cristo nuestro bien y su dulcísima Madre, pidiendo ella el remedio de aquella persecución con la conversión de Saulo. La respondió Su Majestad en esta conferencia y dijo: Madre mía, ¿cómo mi justicia quedará satisfecha, para inclinarse la misericordia a usar de mi clemencia con Saulo, cuando él está en lo sumo de la incredulidad y malicia, mereciendo mi justa indignación y castigo y sirviendo de corazón a mis enemigos para destruir mi Iglesia y borrar mi nombre del mundo? A esta razón tan concluyente en los términos de justicia no le faltó solución y respuesta a la Madre de la sabiduría y misericordia y con ella replicó y dijo: Señor y Dios eterno, Hijo mío, para elegir a Pablo por vuestro apóstol y vaso de elección en la aceptación de vuestra mente divina y para escribirle en vuestra memoria eterna, no fueron impedimento sus culpas, ni extinguieron estas aguas el fuego de vuestro amor divino (Cant 8,7), como vos mismo me lo habéis manifestado. Más poderosos y eficaces fueron vuestros infinitos merecimientos, en cuya virtud tenéis ordenada la fábrica de vuestra amada Iglesia, y así no pido yo cosa que vos mismo no tengáis determinada; pero me duele, Hijo mío, que aquella alma camine a mayor precipicio y perdición suya y de otras si puede ser en él como en los demás y que se retarde la gloria de vuestro nombre, la alegría de los ángeles y santos, el consuelo de los justos, la confianza que recibirán los pecadores y la confusión de vuestros enemigos. Es, pues, Hijo y Señor mío, no despreciéis los ruegos de vuestra Madre, ejecútense vuestros divinos decretos y vea yo engrandecido vuestro nombre, que es ya tiempo y la ocasión oportuna y no sufre mi corazón que tanto bien se le dilate a la Iglesia.

259. En esta petición se enardeció la llama de la caridad en el pecho castísimo de la gran Reina y Señora, que sin duda le consumiera la vida natural, si el mismo Señor con milagrosa virtud no se la conservara; aunque para obligarse más de tan excesivo amor en pura criatura, dio lugar a que la beatísima Madre en esta ocasión llegase a padecer algún dolor sensible y adolecer como con un deliquio sensible. Pero su Hijo, que a nuestro modo de entender no pudo resistir más a la fuerza de tal amor que le hería su corazón, la consoló y renovó, dándose por obligado de sus ruegos y diciendo: Madre mía electa entre todas las criaturas, hágase vuestra voluntad sin dilación. Yo haré con Saulo todo lo que pedís y le pondré en el estado que desde luego sea defensor de mi Iglesia a quien persigue y predicador de mi gloria y de mi nombre. Voy a reducirle luego a mi amistad y gracia.

260. Desapareció luego Cristo nuestro bien de la presencia de su Madre santísima, quedando ella continuando su oración y con visión muy clara de lo que iba sucediendo. Y en breve espacio apareció el mismo Señor a Saulo cerca de la ciudad de Damasco, a donde con acelerado curso caminaba, adelantándose en la indignación contra Jesús más que en el camino. Se le manifestó el Señor en una nube de resplandor admirable y con inmensa gloria, y a un mismo tiempo fue rodeado Saulo de la divina luz dentro y fuera, quedando vencidos su corazón y sentidos y sin poder resistirse a tanta fuerza. Cayó apresuradamente del caballo en tierra y al mismo tiempo oyó una voz de lo alto que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué mepersigues? Respondió todo turbado y con gran pavor: ¿Quién eres tú, Señor? Replicó la voz y dijo: Yo soy Jesús a quien tú persigues; dura cosa es para ti resistir al estímulo de mi potencia. Respondió otra vez Saulo con mayor temblor y miedo: Señor, ¿qué me mandas y qué quieres hacer de mí? Los que estaban presentes y acompañaban a Saulo oyeron estas demandas y respuestas, aunque no vieron a Cristo nuestro Salvador como le vio Saulo, pero vieron el resplandor que le rodeaba, y todos quedaron despavoridos y llenos de gran temor y admiración de tan impensado y repentino suceso, y así estuvieron un rato casi pasmados (Act 9,3ss).

261. Esta nueva maravilla nunca vista en el mundo fue mayor y más eficaz en lo secreto y oculto que en lo aparente a los sentidos; porque no sólo quedó Saulo rendido y postrado, ciego y debilitado en el cuerpo, de suerte que si no fuera confortado del poder divino expirara luego, pero en el interior quedó más trocado en otro nuevo hombre que cuando pasó de la nada al ser natural que tenía y más distante de lo que antes era que dista la luz de las tinieblas y lo supremo del cielo de lo ínfimo de la tierra, porque pasó de la imagen y similitud de un demonio a la de un supremo y abrasado serafín. Orden fue de la sabiduría y omnipotencia divina triunfar de Lucifer y sus demonios en esta milagrosa conversión, de tal manera que, en virtud de la pasión y muerte de Cristo, quedase vencido este dragón y su malicia, por medio de la humana naturaleza, contraponiendo los efectos de la gracia y redención en un hombre al mismo pecado de Lucifer y sus efectos. Y fue así, porque en el breve espacio que Lucifer por su soberbia pasó de ángel a demonio la virtud de Cristo pasó a Saulo de demonio a ángel en la gracia. En la naturaleza angélica la suprema hermosura bajó a la suma fealdad y en la naturaleza humana la mayor fealdad subió a la perfecta hermosura. Lucifer descendió enemigo de Dios de lo supremo de los cielos a lo profundo de la tierra y un hombre ascendió amigo del mismo Dios desde la tierra al supremo cielo.

262. Y porque no era harto glorioso este triunfo si el vencedor no daba a un hombre más de lo que perdió Lucifer, también quiso el Omnipotente añadir esta grandeza a la victoria que en Saulo ganaba del demonio. Porque Lucifer, aunque cayó de muy superior gracia que había recibido pero no perdió la visión beatífica ni fue privado de ella, porque no se le había manifestado ni él se había dispuesto para merecerla, antes la desmereció, pero Pablo al punto que se dispuso para ser justificado y consiguió la gracia se le comunicó también la gloria y vio claramente la divinidad, aunque de paso. ¡Oh virtud insuperable del poder divino! ¡Oh eficacia infinita de los méritos de la vida y muerte de Cristo! Justo y razonable era por cierto que si la malicia del pecado en un instante trocó al ángel en demonio, fuese más poderosa la gracia de nuestro Reparador y abundase más que el pecado (Rom 5,20) levantando de él a un hombre, no sólo a ponerle en tanta gracia, sino tanta gloria. Mayor fue esta maravilla que haber criado los cielos y la tierra con todas sus criaturas, mayor que dar vista a ciegos, salud a enfermos y resucitar muertos. Démonos la enhorabuena los pecadores de la esperanza que nos deja esta maravillosa justificación, pues tenemos por nuestro reparador, por nuestro padre y por nuestro hermano al mismo Señor que justificó a Pablo y no es menos poderoso ni menos santo para nosotros que lo fue para él.

263. En aquel tiempo que Pablo estuvo caído en tierra contrito de sus pecados y renovado todo con la gracia justificante y otros dones infusos, fue iluminado y preparado en todas sus potencias interiores como convenía. Y con esta preparación fue elevado al cielo empíreo, que él llamó tercer cielo, confesando también que no sabía si fue este rapto en el cuerpo o sólo en el espíritu (2 Cor 12,2). Pero allí vio intuitiva y claramente la divinidad, con más que ordinaria visión, aunque transeúnte. Y a más del ser de Dios y sus atributos de infinita perfección conoció el misterio de la encarnación y redención humana y todos los de la ley de gracia y estado de la Iglesia. Conoció el beneficio incomparable de su justificación y la oración que por él hizo san Esteban y mucho más la que María santísima había hecho y cómo por ella se le había acelerado y en virtud de sus merecimientos, después de los de Cristo, se le había prevenido en la aceptación divina. Y desde entonces quedó agradecido y con íntimo afecto de veneración y devoción a la gran Reina del cielo, cuya dignidad le fue manifiesta, y siempre la reconoció por su restauradora. Conoció asimismo el oficio de apóstol para que era llamado y que en él había de trabajar y padecer hasta la muerte. Y con estos misterios le fueron revelados otros muchos arcanos, que él mismo afirmó no le era permitido manifestarlos (2 Cor 12;4). Pero en todo lo que conoció ser la voluntad divina, se ofreció a cumplirla, sacrificándose todo para ejecutarla, como después lo cumplió. Y la beatísima Trinidad aceptó el sacrificio y ofrenda de sus labios y en presencia de todos los cortesanos del cielo le señaló y nombró por predicador y doctor de las gentes y vaso de elección para llevar por el mundo el santo nombre del Altísimo.

264. Para los bienaventurados fue día de gran gozo y alegría accidental, y todos hicieron nuevos cánticos de alabanza, engrandeciendo el poder divino en tan rara y nueva maravilla. Y si de la conversión de cualquier pecador reciben nuevo gozo (Lc 15,7), ¿qué sería de la que así manifestaba la grandeza del Señor y su misericordia y redundaba en tan grandioso beneficio de todos los mortales y gloria de la santa Iglesia? Volvió del rapto conmutado Saulo en san Pablo y levantándose del suelo pareció estar ciego, sin que pudiese ver la luz del sol. Le llevaron a Damasco a casa de un conocido suyo, donde con admiración de todos estuvo tres días sin comer ni beber, pero en altísima oración. Se postró en tierra y como estaba ya en estado de llorar sus culpas, aunque justificado de ellas, con dolor y aborrecimiento de la vida pasada dijo: ¡Ay de mí, en qué tinieblas y ceguedad he vivido, y cómo tan apresurado caminaba a la perdición eterna! ¡Oh amor infinito!, ¡oh caridad sin medida!, ¡oh suavidad dulcísima de la bondad eterna! ¿Quién, Señor mío y Dios inmenso, os obligó a tal demostración con este vil gusano, con este blasfemo y enemigo vuestro? Pero, ¿quién pudo obligaros, fuera de vos mismo y los ruegos de vuestra Madre y Esposa? Cuando yo ciego y en tinieblas os perseguía, vos, Señor piadosísimo, me salís al encuentro. Cuando iba a derramar la inocente sangre que siempre estaría clamando contra mí, vos, que sois Dios de misericordias, me laváis y purificáis con la vuestra y me hacéis participante de vuestra inefable divinidad. ¿Cómo cantaré eternamente tan inauditas misericordias? ¿Cómo lloraré la vida tan odiosa a vuestros ojos? Prediquen los cielos y la tierra vuestra gloria. Yo predicaré vuestro santo nombre y le defenderé en medio de vuestros enemigos. Estas y otras razones repetía san Pablo en su oración con incomparable dolor y otros actos de ardentísima caridad y con humildad profunda y agradecimiento

265. El día tercero de la caída y conversión de Saulo habló el Señor en visión a uno de los discípulos llamado Ananías que estaba en Damasco (Act 9,9ss). Y llamando Su Majestad por su nombre a Ananías como a su siervo y amigo, le mandó que fuese a casa de un hombre que se llamaba Judas, señalándole el barrio donde vivía, y que en ella buscase a Saulo Tarsense y que por señas le toparía en oración. Al mismo tiempo tuvo Saulo otra visión del Señor, en que conoció al discípulo Ananías, y le vio como que llegaba a él y con ponerle las manos en la cabeza le restituía la vista. Pero de esta visión de Saulo no tuvo noticia entonces el discípulo Ananías, y así replicó al Señor y le dijo: Informado estoy, Señor, de ese hombre que ha perseguido en Jerusalén a vuestros santos y en ellos ha hecho grande estrago y, no satisfecho con esto, ha venido a esta ciudad con requisitorias de los príncipes de los sacerdotes para prender a cuantos invocan vuestro nombre; pues, ¿a una simple ovejuela como yo le mandáis que vaya en busca del mismo lobo que la quiere devorar? Replicó el Señor: Anda, que ese mismo a quien tú juzgas por mi enemigo es para mí vaso de elección, para que lleve mi nombre por todas las gentes y reinos y a los hijos de Israel. Y puedo yo señalarle, como lo haré, lo que ha dé padecer por mi nombre. Y conoció el discípulo todo lo que había sucedido.

266. En fe de esta palabra del Señor obedeció Ananías y fue luego a donde estaba Saulo y le halló orando y le dijo: Hermano Saulo, nuestro Señor Jesús, que te apareció en el camino por donde venías, me envía para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo (En el autógrafo original hay en este lugar una frase tachada, al parecer, por la misma autora. Dice así la frase tachada: "Recibió también la sagrada comunión de mano de Ananías"). Con que se confortó y convaleció. Y por todos estos beneficios dio gracias al Autor de cuya mano venían, y luego comió y recibió el alimento corporal, que por tres días no había gustado. Estuvo algunos días en Damasco, confiriendo y tratando con los discípulos del Señor que allí vivían. Y postrándose a sus pies les pidió perdón, rogándoles le admitiesen por su siervo y hermano, aunque el menor y más indigno de todos. Y con su parecer y consejo salió luego en público y comenzó a predicar a Cristo por Mesías y Redentor del mundo con tal fervor, sabiduría y celo, que confundía a los judíos incrédulos que vivían en Damasco, donde tenían muchas sinagogas. Se admiraban todos de la novedad y con gran asombro decían: ¿Por ventura no es este hombre el que ha perseguido en Jerusalén a fuego y sangre a todos los que invocaban este. nombre? Y ¿no ha venido a esta ciudad para llevarlos presos ante los príncipes de los sacerdotes? Pues ¿qué novedad es ésta que vemos en él?

267. Cada día convalecía más san Pablo y predicaba con mayor esfuerzo, convenciendo a los judíos y gentiles, de manera que trataron de quitarle la vida, y sucedió lo que adelante tocaremos. Fue esta milagrosa conversión de san Pablo un año y un mes después del martirio de san Esteban, en veinticinco de enero, el mismo día que la celebra la Iglesia santa; y era el año del nacimiento de Cristo de treinta y seis, porque san Esteban, como queda dicho en el capítulo 11 (Cf. supra n.198), murió cumplido el año de treinta y cuatro y entrando un día en el de treinta y cinco, y la conversión fue entrado un mes del de treinta y seis; y entonces andaba Santiago en su predicación, como diré en su lugar (Cf. infra n.319).

268. Volvamos a nuestra gran Reina y Señora de los ángeles, que, con la ciencia y visión que muchas veces he repetido (Cf. supra n.179), conoció todo lo que pasaba por Saulo: su primero e infelicísimo estado, su furor contra el nombre de Cristo, su caída y la causa de ella, su mudanza, su conversión y sobre todo el milagroso y singular favor de ser llevado al cielo empíreo, ver claramente la divinidad, y todo lo demás que allí en Damasco sucedía. Y no sólo era conveniente y como debido a la piadosa Madre que se le manifestase este gran misterio, por Madre del Señor y de su santa Iglesia y por instrumento de tan nueva maravilla, sino también porque sola ella pudo engrandecerla dignamente, más que el mismo san Pablo y más que todo el cuerpo místico de la Iglesia, y no era justo que un beneficio tan nuevo y una obra tan prodigiosa de la diestra del Omnipotente quedase sin el reconocimiento y agradecimiento que por ella le debían los mortales. Esto hizo con plenitud María santísima, y fue la primera que celebró la solemnidad de este nuevo milagro, con el retorno posible a todo el linaje humano. Convidó la gran Madre a todos sus ángeles y otros innumerables del cielo y vinieron a su presencia, y con todos estos divinos coros hizo un cántico de alabanza, para glorificar y engrandecer la potencia, la sabiduría y liberal misericordia que en san Pablo se había manifestado, y otro a los méritos de su Hijo santísimo, en cuya virtud se había obrado aquella conversión llena de prodigios y maravillas. Y de este agradecimiento y fidelidad de María santísima quedó el Altísimo agradado y a nuestro modo de entender como satisfecho de lo que en beneficio de su Iglesia había obrado en san Pablo.

269. Pero no dejemos en silencio las conferencias que el nuevo apóstol tuvo consigo mismo sobre el lugar que tendría en el corazón de la piadosa Madre y el juicio que habría hecho de conocerle tan enemigo y perseguidor de su Hijo santísimo y de sus discípulos para destruir la Iglesia. No nacieron estos discursos en san Pablo tanto de la ignorancia como de la humildad y veneración con que miraba en su espíritu a la Madre de Jesús. Pero no tenía entonces noticia de que la gran Señora estaba capaz de todo lo que por él había sucedido. Y aunque la consideraba y conocía tan piadosa, después que se le manifestó por medianera de su conversión y remedio como lo conoció en Dios, con todo la fealdad de su vida pasada le encogía, humillaba y causaba alguna cobardía, como indigno de la gracia de tal Madre, cuyo Hijo había perseguido tan ciega y furiosamente. Le parecía que para perdonarle tan graves culpas era menester misericordia infinita y la Madre era pura criatura. Le alentaba por otra parte entender que había perdonado a los mismos que crucificaron a su Hijo y que en esto le imitaría como Madre. Le daban noticia los discípulos de cuán piadosa y dulce era con los pecadores y necesitados, y con esto se encendía más en deseos de verla y proponía en su ánimo que se arrojaría a sus pies y besaría el suelo por donde ponía sus plantas. Pero luego le confundía el pudor de ponerse en su presencia de la que era Madre verdadera de Jesús y estaría tan ofendida y vivía en carne mortal. Juzgaba si la suplicaría le castigase, porque esto le parecía alguna satisfacción, pero también le parecía no cabía en su clemencia tomar esta venganza, pues sin ella había pedido y alcanzado tan liberal misericordia para él.

270. Entre estos y otros discursos, permitió el Señor que san Pablo padeciese algunas dolorosas pero dulces penas, y al fin hablando consigo mismo dijo: Anímate, hombre vil y pecador, que sin duda te admitirá y perdonará la que rogó por ti, por ser Madre verdadera del que también murió por tu remedio, y obrará como Madre de tal Hijo, que todos son misericordia y clemencia y no desprecian al corazón contrito y humillado (Sal 50,19). No se le ocultaban a la divina Madre los temores y discursos que pasaban en el pecho de san Pablo, porque todo lo conoció con su altísima ciencia. Entendió también que no sería posible en mucho tiempo venir el nuevo apóstol a su presencia, y movida con maternal afecto y compasión no pudo permitir que se le dilatase tanto a san Pablo el consuelo que deseaba y, para dársele desde Jerusalén donde ella estaba, llamó a uno de sus santos ángeles y le dijo: Espíritu divino y ministro de mi Hijo y mi Señor, compadecida estoy del dolor y cuidado que san Pablo tiene en su humilde corazón. Yo os suplico, ángel mío, vayáis luego a Damasco y le confortéis y consoléis en sus temores. Le daréis la enhorabuena de su dichosa suerte y le advertiréis del agradecimiento que eternamente debe a la clemencia con que mi Hijo y mi Señor le ha traído a su amistad y gracia, eligiéndole para su apóstol, y que jamás hizo tal misericordia con algún hombre cual en él ha manifestado. Y de mi parte le diréis que en todos sus trabajos le ayudaré como Madre y le serviré como sierva que soy de todos los apóstoles y de los ministros que predican el santo nombre y doctrina de mi Hijo. Le daréis la bendición en mi nombre y diréis que se la envío en nombre del que se dignó tomar carne en mis entrañas y alimentarse a mis pechos.

271. Con esta obediencia y legacía de su Reina cumplió el santo ángel puntualmente, llegando con presteza a la presencia de san Pablo, que siempre continuaba su oración; porque sucedió esto otro día después de su bautismo y al cuarto de su conversión. Se le manifestó el ángel en forma humana visible con admirable luz y hermosura y le refirió todo lo que María santísima le ordenó. Oyó san Pablo esta embajada con incomparable humildad, reverencia y júbilo de su espíritu y, respondiendo al ángel, dijo así: Ministro soberano del omnipotente y eterno Dios, yo vilísimo entre los hombres os suplico, Espíritu dulcísimo y divino, que así como conocéis mi deuda y la dignación de la infinita misericordia que en mí ha manifestado sus riquezas, le deis gracias y dignas alabanzas, porque desmereciéndolo yo me señaló con el carácter y luz divina de sus hijos. Cuando yo me alejaba más de su bondad inmensa, me siguió; cuando iba huyendo, me salió al encuentro; cuando me entregaba ciego a la muerte, me dio vida; y cuando le perseguía como enemigo, me levantó a su gracia y amistad, recompensando las mayores injurias con los mayores beneficios. Nadie se hizo tan odioso y aborrecible como yo y nadie tan liberalmente fue perdonado y favorecido. Me sacó de la boca del león, para que fuese una de las ovejas de su rebaño. Testigo sois, Señor mío, de todo, ayudadme, pues, a ser eternamente agradecido. A la Madre de misericordia y mi Señora os ruego le digáis que éste su indigno esclavo está postrado a sus pies, adorando la tierra donde pisan, y con corazón contrito le suplico perdone al que fue tan atrevido en destruir el nombre y honra de su Hijo y verdadero Dios, que olvide mi ofensa, y con este pecador blasfemo haga como madre que concibió, parió y alimentó siempre virgen al mismo Señor, que le dio ser y la eligió para esto entre todas las criaturas. Digno soy del castigo y de la venganza de tantos yerros y aparejado estoy para recibirle, pero sienta yo en ella la clemencia de sus piadosos ojos y no me arroje de su gracia y protección. Recíbame por hijo de su Iglesia, que tanto ama, que para su aumento y defensa sacrifico mis deseos y mi sangre, y en todo obedeceré a la voluntad de la que reconozco por mi remediadora y madre de la gracia.

272. Volvió el santo ángel con esta respuesta a la presencia de María santísima y, aunque su sabiduría no la ignoraba, se la refirió el soberano embajador. La oyó con especial júbilo y de nuevo dio gracias y loores al Altísimo por las obras de su divina diestra, que hacía en el nuevo apóstol Pablo, y por el beneficio que con ellas resultaba a toda la Iglesia y a sus hijos. De la confusión y opresión que recibieron los demonios con esta maravillosa conversión de san Pablo, y otros muchos secretos que se me han manifestado de la malicia de este dragón, hablaré lo que fuere posible en el capítulo siguiente.

Doctrina que me dio la Reina de los ángeles María santísima.

273. Hija mía, ninguno de los fieles debe ignorar que pudo el Altísimo reducir y convertir a san Pablo justificándole, sin hacer tantas maravillas como su poder infinito interpuso en esta obra milagrosa. Pero las hizo para testificar a los hombres cuán inclinada está su bondad a perdonarlos y levantarlos a su amistad y gracia, y para enseñarles también cómo deben ellos cooperar de su parte y responder a sus llamamientos con el ejemplo de este gran apóstol. A muchos despierta y llama el Señor con la fuerza de sus inspiraciones y auxilios, y muchos responden y se justifican y reciben los sacramentos de la santa Iglesia, pero no todos perseveran en su justificación, y menos son los que prosiguen y caminan a la perfección, antes comenzando en espíritu se resuelven y rematan según la carne. La causa por que no perseveran en la gracia y vuelven luego a caer en sus culpas, es porque no dijeron en su conversión lo que san Pablo: Señor, ¿qué queréis hacer de mí y que yo haga por vos (Act 9,6)? Y si algunos lo pronuncian con los labios, pero no es con todo el corazón, donde siempre reservan algún amor de sí mismos, de la honra, de la hacienda, del gusto, del deleite y de la ocasión del pecado, en que luego vuelven a tropezar y caer.

274. Pero el Apóstol fue un vivo y verdadero ejemplar de los convertidos a la luz de gracia, no sólo porque pasó de un extremo tan distante de culpas a otro de admirable gracia y favores, sino también porque cooperó con su voluntad a esta vocación, alejándose totalmente de su mal estado y de su mismo querer y dejándose todo en la divina voluntad y en su disposición. Y esta negación de sí mismo y rendimiento al querer de Dios contienen aquellas palabras: Señor, ¿qué queréis hacer de mí?, en que consistió, cuanto era de su parte, todo su remedio. Y porque las dijo con todo corazón contrito y humillado, se desposeyó de toda su voluntad y se entregó a la del Señor y determinó no tener potencias ni sentidos de allí adelante para que sirviesen a los peligros de la vida animal y sensible, en que había errado. Se entregó a la obediencia del Altísimo por cualquier medio o camino que la conociera, para ejecutarla sin dilación ni réplica, como lo cumplió luego con el mandato del Señor entrando en la ciudad y obedeciendo al discípulo Ananías en cuanto le ordenó. Y como el Altísimo, que escudriña los secretos del corazón humano, conoció la verdad con que Pablo correspondía a su vocación y se entregaba todo a la voluntad y disposición divina, no sólo le admitió con tanto beneplácito, sino multiplicó en él tantas gracias, dones y favores milagrosos, que aunque Pablo no los pudo merecer, tampoco los recibiera si no estuviera tan resignado en el querer del Señor, con que se dispuso para recibirlos.

275. Conforme a estas verdades, quiero, hija mía, que obres con toda plenitud lo que muchas veces te he mandado y exhortado: que te niegues y alejes de todas las criaturas y olvides lo visible, aparente y engañoso. Repite muchas veces, y más con el corazón que con los labios: Señor, ¿qué queréis hacer de mí? Porque si quieres hacer o admitir alguna acción o movimiento por tu voluntad, no será verdad que quieres sola y en todo la voluntad del Señor. El instrumento no tiene otro movimiento ni operación más del que recibe de la mano del artífice, y si le tuviese propio podría resistirle y encontrarse con la voluntad de quien le gobierna. Pues lo mismo sucede entre Dios y el alma; que si ella tiene algún querer, sin aguardar que Dios la mueva, se encuentra con el beneplácito del mismo Señor y, como la guarda los fueros de su libertad que la dio, déjala errar, porque ella lo quiere y no aguarda a ser gobernada de su artífice.

276. Y porque no conviene que todas las operaciones de las criaturas en la vida mortal sean milagrosamente gobernadas por el poder divino, para que no aleguen ni se llamen a engaño los hombres les puso Dios la ley en su corazón y luego en su santa Iglesia, para que por ella conozcan la voluntad divina y se regulen por ella y la cumplan. A más de esto puso en su Iglesia a los superiores y ministros, para que, oyéndolos y obedeciéndolos como al mismo Señor que los asiste, fuese obedecido en ellos y las almas tuviesen esta seguridad. Todo esto tienes tú, carísima, con grande abundancia, para que ni admitas movimiento, ni discurso, ni deseo, ni pensamiento alguno, ni ejecutes tu voluntad en ninguna acción, sin voluntad y obediencia de quien tiene a su cargo tu alma, porque a él te envía el Señor, como a Pablo envió a su discípulo Ananías. Pero sobre esto, aún es más estrecha tu obligación, porque el Altísimo te miró con especial amor y gracia y te quiere como instrumento en su mano y te asiste, gobierna y mueve por sí mismo, por mí y por sus santos ángeles, y esto hace con la fidelidad, atención y continuación que tú conoces. Considera, pues, cuánta razón será que tú mueras a todo tu querer, y en ti resucite el querer divino, y que él sólo sea en ti el que dé alma y vida a todos tus movimientos y operaciones. Ataja, pues, todos tus discursos y advierte que si en tu entendimiento resumieras la sabiduría de los más doctos y el consejo de los más prudentes y toda la inteligencia de los ángeles por su naturaleza, con todo esto no acertarás a ejecutar la voluntad del Señor, ni a conocerla con suma distancia, cuanto acertarás si te resignas y dejas toda a su beneplácito. El solo conoce lo que te conviene y con amor eterno lo quiere y eligió tus caminos y te gobierna en ellos. Déjate llevar y guiar de su divina luz, sin gastar tiempo en discurrir sobre lo que has de hacer, porque en eso está el peligro de errar y en mi doctrina toda tu seguridad y acierto. Escríbela en tu corazón y óbrala con todas tus fuerzas, para que merezcas mi intercesión y que por ella el Altísimo te lleve a sí.

CAPITULO 15

De Nuevo a Tapa

Se declara la oculta guerra que hacen los demonios a las almas, el modo cómo el Señor las defiende por sus ángeles, por María santísima y por sí mismo, y un conciliábulo que hicieron los enemigos después de la conversión de san Pablo contra la misma Reina y la Iglesia.

277. Por la abundante doctrina de las Sagradas Escrituras, y después por las de los doctores santos y maestros, está informada toda la Iglesia católica y avisados sus hijos de la malicia y crueldad vigilantísima con que los persigue el infierno, desvelándose con su astucia para llevarlos a todos, si le fuera permitido, a los tormentos eternos. Y también de las mismas Escrituras sabemos cómo nos defiende el poder infinito del Señor, para que, si queremos valernos de su invencible favor y protección, caminemos seguros hasta conseguir la felicidad eterna, que nos tiene preparada por los merecimientos de Cristo nuestro Salvador, si nosotros juntamente la merecemos. Para aseguramos en esta confianza, y consolarnos con esta seguridad, dice san Pablo (Rom 15,4) que se escribieron todas las Escrituras santas y para que no fuese vana nuestra esperanza si la tenemos sin obras. Por esto el apóstol san Pedro juntó lo uno y lo otro, pues habiéndonos dicho que arrojemos toda nuestra solicitud en el Señor, que tenía cuidado de nosotros, añadió luego: Sed sobrios y vigilantes, porque vuestro adversario el diablo como rugiente león os rodea, buscando en quién hacer presa para devorarle (1 Pe 5,8).

278. Estos avisos y otros de la Sagrada Escritura son en común y en general. Y aunque de ellos y de la continuada experiencia pudieron los hombres, hijos de la Iglesia, descender al particular y prudente juicio de las asechanzas y persecución que a todos hacen los demonios para nuestra perdición, pero como los hombres terrenos y animales, acostumbrados a sólo aquello que perciben por los sentidos, no levantan el pensamiento a cosas más altas (1 Cor 2,14), viven con falsa seguridad, ignorando la inhumana y oculta crueldad con que los demonios les solicitan su perdición y la consiguen. Ignoran también la protección divina con que son defendidos y amparados y, como ignorantes y ciegos, ni agradecen este beneficio ni temen aquel peligro. ¡Ay de la tierra dijo san Juan en el Apocalipsis (Ap 12,12) porque bajó a vosotros Satanás con grande indignación de su ira! Esta dolorosa voz oyó el evangelista en el cielo, donde si pudiera haber dolor, le tuvieran los santos de la oculta guerra que tan poderoso, indignado y mortal enemigo venía a hacer a los hombres. Pero aunque los santos no pueden tener dolor de este peligro, sin dolor se compadecen de nosotros, y nosotros, con un olvido y letargo formidable, ni tenemos dolor ni compasión de nosotros mismos. Para despertar de este sueño a los que leyeren esta Historia, he entendido que en todo el discurso de ella se me ha dado luz de los ocultos consejos del maldad que han tenido y tienen los demonios contra los misterios de Cristo, contra la Iglesia y sus hijos, como lo dejo escrito en muchas partes, declarando algunos secretos ocultos a los hombres de la guerra invisible que nos hacen los espíritus malignos para traernos a su voluntad. Pero en este lugar con ocasión de lo que sucedió en la conversión de san Pablo, me ha declarado más el Señor esta verdad, para que la escriba y se conozca la continua lucha y altercación que de nuestros sentidos arriba tienen nuestros santos ángeles con los demonios, sobre defender las almas, y el modo con que los vence el poder divino, o por medio de los mismos ángeles, o por María santísima, o por Cristo nuestro Señor, o por sí mismo el Todopoderoso.

279. De las altercaciones y contiendas que tienen los santos ángeles con los demonios para defendernos de su envidia y malicia, hay claros testimonios en la Sagrada Escritura, que para mi intento basta suponerlos sin referirlos. Notorio es lo que el santo apóstol Judas Tadeo dice en su canónica (Jds 1,9): que san Miguel altercó con el diablo sobre que este enemigo pretendía manifestar el cuerpo de Moisés, que el santo arcángel había sepultado por mandado del Señor en lugar oculto a los judíos. Y Lucifer pretendía que se declarase, por inducir al pueblo a que adorándole con sacrificios pervirtiese el culto de la ley en idolatría, y san Miguel lo defendía, que no se manifestase el sepulcro. Esta enemistad de Lucifer y sus demonios con los hombres es tan antigua, cuanta lo es la inobediencia de este dragón, y tan llena de furor y crueldad, cuanto él estuvo y está soberbio contra Dios, después que en el cielo conoció que el Verbo eterno quería tomar carne humana y nacer de aquella mujer que vio vestida del sol, de que se dijo algo en la primera parte (Cf. supra p.I n.90-91). De reprobar estos consejos de la eterna sabiduría y no sujetar su cerviz este soberbio ángel, le nació el odio que tiene contra Dios y contra sus criaturas, y como no puede ejecutarla en el Señor, la ejecuta en las hechuras de su mano. Y como el demonio por su naturaleza de ángel aprende con inmovilidad, para no retroceder de lo que una vez determinó su voluntad, por esto, aunque muda el ingenio en arbitrar medios, no muda el afecto de perseguir a los hombres, antes ha crecido y crece más en él este odio con los favores que Dios hace a los justos y santos de su Iglesia y con las victorias que de él alcanza la semilla de aquella mujer su enemiga, con quien la amenazó Dios que él la acecharía pero ella le quebrantaría·la cabeza.

280. Pero como este enemigo es espíritu intelectual y que no se fatiga ni se cansa en obrar, madruga tanto a perseguirnos, que comienza la batería desde el mismo instante que comenzamos a tener el ser que tenemos en el vientre de nuestras madres, y no se acaba este conflicto y duelo hasta que el alma se despide del cuerpo, verificándose lo que dijo el santo Job (Job 7,1): que la vida del hombre es milicia sobre la tierra. Y no sólo consiste esta batalla en que somos concebidos en pecado original y de allí salimos con el tomes peccati y pasiones desordenadas que nos inclinan al mal, mas, fuera de esta guerra y contradicción que siempre llevamos con nosotros en la propia naturaleza, nos combate con mayor indignación el demonio, valiéndose de toda su astucia y malicia y del poder que se le permite, y luego de nuestros propios sentidos, potencias e inclinaciones y pasiones. Y sobre todo esto, procura valerse de otras causas naturales para que por su medio nos ataje el remedio de la salud eterna con la vida y, si esto no puede, para pervertirnos y derribarnos de la gracia. Y ningún daño ni ofensa de cuantos alcanza con su entendimiento que nos puede hacer, ninguno deja de intentarlo desde el punto de nuestra concepción hasta el último de la vida, que también dura nuestra defensa.

281. Esto pasa de esta manera, particularmente entre los hijos de la Iglesia. Luego que conoce el demonio que hay alguna generación natural del cuerpo humano, observa lo primero la intención de sus padres y si están en pecado o en gracia, si excedieron o no en el uso de la generación. Luego la complexión de humores que tienen, porque de ordinario la participan los cuerpos engendrados, atienden asimismo a las causas naturales, no sólo a las particulares sino también a las generales que concurren a la generación y organización de los cuerpos humanos. Y de todo esto, con las experiencias largas que tienen, rastrean cuanto pueden la complexión o inclinaciones que tendrá el que es engendrado y desde entonces suelen echar grandes pronósticos para adelante. Y si le hace bueno, procuran cuanto pueden impedir la última generación o infusión del alma, ofreciendo peligros o tentaciones a las madres para que aborten en los cuarenta u ochenta días que tarda la infusión del alma. Pero en conociendo que Dios cría e infunde el alma, es grande la rabiosa indignación de estos dragones, para que no salga a la luz la criatura, ni llegue a recibir el bautismo si nace donde luego se le pueden dar. Para esto inducen a las madres con sugestiones y tentaciones, que las obliguen a hacer muchos desórdenes y excesos, con que muevan la criatura antes de tiempo o muera en el vientre; porque entre los católicos o herejes que usan del bautismo se contentarían los demonios con impedírselo, para que no se justifiquen y vayan al limbo donde no han de ver a Dios; aunque entre los paganos e idólatras no ponen tanto cuidado, porque allí será cierta la condenación.

282. Contra esta malignidad del dragón tiene prevenida el Altísimo la protección de su defensa por varios modos. El común es, el·de su general y grande providencia con que gobierna las causas naturales, para que tengan sus efectos en sus tiempos oportunos, sin que la potencia de los demonios las puedan impedir y pervertir en ellos; porque para esto les tiene limitado el poder con que trasegaran el mundo si lo dejara el Señor a la disposición de su implacable malicia. Pero no lo permite la bondad del Criador, ni quiere entregar sus obras ni el gobierno de las cosas inferiores, y menos el de los hombres, a sus enemigos jurados y mortales, que sólo sirven en el universo como verdugos viles en la república bien concertada, y aun en esto no obran más de lo que se les manda y permite. Y si los hombres depravados no diesen mano a estos enemigos, admitiendo sus engaños y cometiendo culpas que merecen castigo, toda la naturaleza guardaría su orden en los efectos propios de las causas comunes y particulares, y no sucederían tantas desgracias y daños entre los fieles, como suceden en los frutos de la tierra, en las enfermedades, en las muertes improvisas y en tantos maleficios como el demonio ha inventado. Todo esto, y otros malos sucesos en los partos de las criaturas, viciados por desórdenes y pecados, y dar mano al demonio, y merecer nosotros que por su malicia seamos castigados, pues nos entregamos a ella.

283. A más de esta general providencia entra la particular protección de los ángeles santos, a quien, como dice David (Sal 90,12), les mandó el Altísimo que nos trajesen en sus palmas, para no tropezar en los lazos de Satanás; y en otra parte dice (Sal 33,8) que enviará su ángel, que con su defensa nos rodeará y librará de los peligros. Esta defensa comienza también, como la persecución, desde el vientre donde recibimos el ser humano, y persevera hasta presentar nuestras almas en el juicio y tribunal de Dios, según el estado y suerte que cada uno hubiere merecido. Al punto que la criatura es concebida en el vientre, manda el Señor a los ángeles que guarden a ella y a su madre, y después a su tiempo oportuno le señala un particular ángel por su custodio, como en la primera parte se dijo (Cf. supra p.I n.114). Pero desde la generación tienen los ángeles grandes altercaciones con los demonios, para defender a las criaturas que reciben debajo de su protección. Los demonios alegan que tienen jurisdicción sobre ella, por estar concebida en pecado y ser hija de maldición, indigna de la gracia y favor divino y esclava de los mismos demonios. El ángel la defiende con que viene concebida por el orden de las causas naturales, sobre las cuales no tiene autoridad el infierno, y que si tiene pecado original le contrae por la misma naturaleza y fue culpa de sus primeros padres y no de su particular voluntad y, que no obstante el pecado, la cría Dios para que le conozca, alabe y sirva y para que en virtud de su pasión y méritos pueda merecer la gloria, y que estos fines no se han de impedir por sola la voluntad del demonio.

284. Alegan también estos enemigos que los padres de la criatura en su generación no tuvieron la intención recta ni el fin que debían tener y que excedieron y pecaron en el uso de la generación. Este derecho es el más fuerte que puede tener el enemigo contra las criaturas en el vientre, porque sin duda los pecados les desmerecen mucho la protección divina, o que se impida la generación. Pero aunque esto sucede muchas veces, y algunas perecen las criaturas concebidas sin salir a luz, comúnmente las guardan los ángeles. Y si son hijos legítimos, alegan que sus padres han recibido el sacramento y bendiciones de la Iglesia y, si tienen, algunas virtudes de limosneros, piadosos y otras devociones o buenas obras. Todo lo alegan los ángeles y se valen de ellas como de armas contra los demonios, para defender a sus encomendados. En los que no son hijos legítimos es mayor la contienda, porque tiene más jurisdicción el enemigo en la generación en que Dios es tan ofendido, y de justicia merecían los padres riguroso castigo; y así en defender y conservar los hijos ilegítimos manifiesta Dios mucho más su liberal misericordia. Y los santos ángeles la alegan para esto y que son efectos naturales, como arriba dije (Cf. supra n.283). Y cuando los padres no tienen méritos propios ni virtudes, sino culpas y vicios, entonces también los ángeles alegan en favor de la criatura los merecimientos que hallan en sus pasados, abuelos o hermanos, y las oraciones de sus amigos y encomendados, y que el niño no tiene culpa porque sus padres sean pecadores o hayan excedido en la generación. Alegan también que aquellos niños con la vida pueden llegar a grandes virtudes y santidad, y que no tiene derecho el demonio para impedir el que tienen los niños para llegar a conocer y amar a su Criador. Y algunas veces les manifiesta Dios, que son los niños escogidos para alguna obra grande del servicio de la Iglesia, y entonces la defensa de los ángeles es muy vigilante y poderosa, pero también los demonios acrecientan su furor y persecución, 'por lo que conjeturan del mismo cuidado de los ángeles.

285. Todas estas altercaciones, y las que diremos, son espirituales, como lo son los ángeles y los demonios con quienes las tienen y también son espirituales las armas con que pelean así los ángeles como el mismo Señor. Pero las más ofensivas armas contra los espíritus malignos son las verdades divinas de los misterios de la divinidad y Trinidad beatísima, de Cristo nuestro Salvador, de la unión hipostática y de la redención y del amor inmenso con que nos ama en cuanto Dios y en cuanto hombre procurando nuestra salud eterna; luego la santidad y pureza de María santísima, sus misterios y merecimientos. De todos estos sacramentos les dan nuevas especies a los demonios, para que los entiendan y atiendan a ellos, y para esto los compelen los santos ángeles o el mismo Dios. Y entonces sucede, como dice Santiago (Sant 2,19), que los demonios creen y tiemblan, porque estas verdades los aterran y atormentan de manera, que por no atender tanto se arrojan al profundo y suelen pedir que les quite Dios aquellas especies que reciben, como de la unión hipostática, porque los atormentan más que el fuego que padecen, por el aborrecimiento que tienen con los misterios de Cristo. Y por esto repiten los ángeles muchas veces en estas batallas: ¿Quién como Dios? ¿Quién como Cristo Jesús, Dios y hombre verdadero, que murió por el linaje humano? ¿Quién como María santísima nuestra Reina, que fue exenta de todo pecado y dio carne y forma humana al Verbo eterno en sus entrañas, siendo Virgen y permaneciendo siempre Virgen?

286. Se continúa la persecución de los demonios y la defensa de los ángeles en naciendo la criatura. Y aquí es donde se señala más el odio mortal de esta serpiente con los niños que pueden recibir agua del bautismo, porque trabaja mucho por impedírselo por todos caminos cuanto puede; y donde también la inocencia del infante clama al Señor lo que dijo Ezequías: Responde, Señor, por mí, que padezco fuerza (Is 38,14), porque en nombre del niño parece lo hacen los ángeles: los guardan en aquella edad con grande cuidado, porque ya están fuera de las madres y por sí no se pueden valer, ni el desvelo de quien los cría puede prevenir tantos peligros como aquella edad tiene. Pero esto suplen muchas veces los santos ángeles, porque los defienden cuando están durmiendo y solos en otras ocasiones, donde perecerían muchos niños, si no fueran defendidos de sus ángeles. Los que llegamos a recibir el sagrado bautismo y confirmación, tenemos en estos sacramentos poderosa defensa contra el infierno, por el carácter con que somos señalados por hijos de la Iglesia, por la justificación con que somos reengendrados por hijos de Dios y herederos de su gloria, por las virtudes fe, esperanza y caridad y otras con que quedamos adornados y fortalecidos para bien obrar, por la participación de los demás sacramentos y sufragios de la Iglesia, donde se nos aplican los méritos de Cristo y de sus santos, y otros grandes beneficios que todos los fieles confesamos; y si nos valiéramos de ellos, venciéramos al demonio con estas armas y no tuviera parte en ninguno de los hijos de la santa Iglesia.

287. Pero ¡ay dolor, que son muy contados aquellos que, en llegando al uso de la razón, no pierden luego la gracia del bautismo y se hacen del bando del demonio contra su Dios! Aquí parece que fuera justicia desampararnos y negarnos la protección de su providencia y de sus santos ángeles. Pero no lo hace así, porque antes, cuando la comenzamos a desmerecer, entonces la adelanta con mayor clemencia, para manifestar en nosotros la riqueza de su infinita bondad. No se puede explicar con palabras cuál y cuánta sea la malicia, la astucia y diligencia del demonio para inducir a los hombres y derribarlos en algún pecado, al punto que llegan a entrar en los años y en el uso de la razón. Para esto toman la corrida de lejos, procurando que en los años de la infancia se acostumbren a muchas acciones viciosas; que oigan y vean otras semejantes en sus padres, en quien los cría y en las compañías de otros más viciosos y de mayor edad; que los padres se descuiden en aquellos tiernos años de sus hijos en prevenir este daño, porque entonces, como en cera blanda y en tabla rasa, se imprime en los niños todo lo que perciben por el sentido y allí mueve el demonio sus inclinaciones y pasiones, y comúnmente los hombres obran por ellas, si no son gobernados con especial auxilio. Y de aquí resulta que, llegando los mozos al uso de la razón, siguen las inclinaciones y pasiones en lo sensible y deleitable, de cuyas especies tienen llena la imaginación o fantasía. Y con hacerlos caer en algún pecado, toma luego el demonio posesión en sus almas y adquiere nuevo derecho y jurisdicción sobre ellos para traerlos a otros pecados, como de ordinario por desdicha de tan tos sucede.

288. No es menor la diligencia y cuidado de los santos ángeles en prevenir este daño y defendernos del demonio. Para esto dan muchas inspiraciones santas a sus padres, que cuiden de la crianza de sus hijos, que los catequicen en la ley de Dios, que los impongan en obras cristianas y en algunas devociones y se vayan retirando de todo lo malo y ensayándose en las virtudes. Las mismas inspiraciones envían a los niños, más o menos como van creciendo, o según la luz que les da el Señor de lo que quiere obrar en las almas. Sobre esta defensa tienen grandes altercaciones con los demonios, porque estos malignos espíritus alegan todos cuantos pecados hay en los padres contra los hijos y las acciones desconcertadas que los mismos niños cometen, porque si bien no son culpables, pero el demonio dice que todas son obras suyas y que tiene derecho para continuarlas en aquella alma. Y si ella con el uso de la razón comienza a pecar, es fuerte la resistencia que hacen para que los ángeles santos no las retiren del pecado. Y para esto alegan los mismos ángeles las virtudes de sus padres y pasados y las mismas acciones buenas de los niños. Y aunque no sea más de haber pronunciado el nombre de Jesús o de María, cuando se lo enseñan a nombrar, alegan esta obra para defenderle con ella, por haber comenzado a honrar el nombre santo del Señor y de su Madre, y si tienen otras devociones y saben las oraciones cristianas y las dicen. De todo esto se valen los ángeles como de propias armas del hombre para defenderle del demonio, porque con cualquiera obra buena le quitamos algo del derecho que adquirió contra nosotros por el pecado original y más por los actuales.

289. Entrado ya el hombre en el uso de la razón, viene a ser más contencioso el duelo y la batalla entre los ángeles y los demonios, porque desde el punto que cometemos algún pecado, pone esta serpiente extremada solicitud en que perdamos la vida antes que hagamos penitencia y nos condenemos. Y para que caigamos en otros nuevos delitos, llena de lazos y peligros todos los caminos que hay en todos los estados, sin exceptuar alguno, aunque no en todos pone unos mismos peligros. Pero si los hombres conocieran este secreto como en hecho de verdad sucede y vieran las redes y tropiezos que por culpa de los mismos hombres ha puesto el demonio, anduvieran todos temblando y muchos mudaran de su estado o no le tomaran y otros dejaran los puestos, los oficios, las dignidades que apetecen. Pero con ignorar su propio riesgo viven mal seguros, porque no saben entender ni creer más de aquello que perciben por los sentidos, y así no temen los enredos ni fóveas que les prepara el demonio para su infeliz ruina. Por esto son tantos los necios y pocos los cuerdos y sabios verdaderos, son muchos los llamados y pocos los escogidos, los viciosos y pecadores son sin número y muy contados los virtuosos y perfectos. Al paso que se multiplican los pecados de cada uno, va cobrando el demonio actos positivos de posesión en el alma, y si no le puede quitar la vida al que tiene por esclavo procura a lo menos tratarle como a vil siervo, alegando que cada día es más suyo y que él mismo lo quiere ser y que no hay justicia para quitársele ni para darle auxilios, pues él no los admite, ni para aplicarle los méritos de Cristo, pues él los desprecia, ni la intercesión de los santos, pues él los olvida.

290. Con estos y otros títulos, que no es posible referir aquí, pretende el demonio atajar el tiempo de la penitencia a los que tiene por suyos. Y si esto no lo consigue, pretende impedirles los caminos por donde pueden llegar a justificarse, y son muchas las almas en quien lo consigue. Mas a ninguna le falta la protección divina y la defensa de los santos ángeles, que nos libran infinitas veces del peligro de la muerte y esto es tan cierto, que apenas hay alguno que no lo haya podido conocer en el discurso de su vida. Nos envían continuas inspiraciones y llamamientos, mueven todas las causas y medios que conviene para avisarnos y despertarnos. Y lo que más es, nos defienden del furor y saña de los demonios y alegan contra ellos para nuestra defensa todo cuanto el entendimiento de un ángel y bienaventurado puede alcanzar y todo aquello a que su ardentísima caridad y su poder se extiende. Y todo esto es necesario muchas veces con algunas y con muchas almas que se han entregado a la jurisdicción del demonio, y sólo para esta temeridad usan de su libertad y potencias. No hablo de los paganos, idólatras y herejes, que si bien los defienden los ángeles custodios y les dan buenas inspiraciones y mueven tal vez para que hagan algunas buenas obras morales, y después las alegan en su defensa, pero comúnmente lo más que con ellos hacen es defenderles la vida, para que tenga Dios más justificada su causa, habiéndoles dado tanto tiempo para convertirse. Y también los ángeles trabajan porque no hagan tantas culpas como los demonios pretenden, porque la caridad de los santos ángeles se extiende a lo menos a que no merezcan tantas penas, como la malicia del demonio a procurárseles mayores.

291. En el cuerpo místico de la Iglesia son las mayores porfías entre los ángeles y demonios, según los diferentes estados de las almas. A todos comúnmente los defienden, como con armas comunes con que recibieron el sagrado bautismo, con el carácter, con la gracia, con las virtudes, buenas obras y merecimientos, si algunos han tenido; con las devociones de los santos, con las oraciones de los justos que ruegan por ellos y con cualquier buen movimiento que tienen en toda su vida. Esta defensa en los justos es poderosísima, porque como están en gracia y amistad de Dios tienen los ángeles mayor derecho contra los demonios, y así los alejan y les muestran las almas justas y santas como formidables para el infierno; y sólo por este privilegio se debía estimar la gracia sobre todo lo criado. Otras almas hay tibias, imperfectas y que caen en pecado y a tiempos se levantan; contra éstas alegan más derecho los demonios para usar con ellas de su crueldad, pero los santos ángeles las defienden y trabajan mucho para que la caña quebrantada como dice Isaías (Is 42,3), no se acabe de romper, y la estopa que humea no se acabe de extinguir.

292. Hay otras almas tan infelices y depravadas, que en toda su vida han hecho una obra buena después que perdieron la gracia del bautismo o, si alguna vez se han levantado del pecado, vuelven a él tan de asiento, que parece han rematado cuentas con Dios y viven y obran como sin esperanza de otra vida ni temor del infierno, ni reparó en algún pecado. En estas almas no hay acción vital de gracia, ni movimiento de verdadera virtud, ni los ángeles santos tienen de parte del alma que alegar en su defensa cosa buena ni eficaz. Los demonios claman: Esta, a lo menos, nuestra es de todas maneras y a nuestro imperio está sujeta y no tiene la gracia parte en ella. Y para esto representan los demonios a los ángeles, todos los pecados, maldades y vicios de aquella alma que a tan mal dueño como éste sirve de su voluntad. Aquí es increíble e indecible lo que pasa entre los demonios y los ángeles, porque los enemigos resisten con sumo furor, para que no se le den inspiraciones y auxilios. Y como en esto no pueden resistir al divino poder, ponen a lo menos grande esfuerzo para que no las admitan ni atiendan a la vocación del cielo. Y en tales almas sucede de ordinario una cosa muy notable, que cuantas veces las envía Dios por sí, o por medio de sus ángeles, alguna inspiración santa o movimiento, tantas es necesario ahuyentar a los demonios y alejarlos de aquella alma para que atienda y para que estas aves de rapiña no vengan luego y destruyan aquella santa semilla. Esta defensa hacen los ángeles de ordinario con aquellas palabras que arriba dije (Cf, supra n.285): ¿Quién como Dios que habita en las alturas? ¿Quién como Cristo que está a la diestra del eterno Padre? Y, ¿quién como María santísima? Y otras semejantes de que huyen los dragones infernales, y tal vez caen al profundo, aunque después, como no se les acaba la ira, vuelven a su contienda.

293. Procuran también los enemigos con todo su conato que los hombres multipliquen los pecados, para que se llene luego el número de sus iniquidades y se les ataje el tiempo de la penitencia y de la vida y los lleven a sus tormentos. Pero los santos ángeles, que se gozan de la conversión del pecador (Lc 15,10), ya que no puedan conseguirla, trabajan mucho con los hijos de la Iglesia en detenerlos cuanto pueden, excusándoles infinitas ocasiones de pecar y que en ellas se detengan o pequen menos. Y cuando con todas estas diligencias, y otras que no saben los mortales, no pueden reducir a tantas almas como conocen en pecado, se valen de la intercesión de María santísima y la piden se interponga por medianera con el Señor y que tome la mano en confundir a los demonios. Y para que por algún modo obliguen los pecadores a su clementísima piedad, solicitan los ángeles con sus almas que tengan alguna especial devoción con esta gran Señora y que le hagan algún servicio que ofrecerle. Y aunque es verdad que todas las obras buenas hechas en pecado son muertas y como armas flaquísimas contra el demonio, pero siempre tienen alguna congruencia, aunque remota, por la honestidad de sus objetos y buenos fines, y con ellas está menos indispuesto el pecador que sin ellas. Y sobre todo, estas obras presentadas por los ángeles, y más por María santísima, tienen no sé qué vida o semejanza de ella en la presencia del Señor, que las mira diferentemente que en el pecador, y aunque no se obliga por ellas lo hace por quien lo pide.

294. Por este camino salen infinitas almas del pecado y de las uñas del dragón, interponiéndose María santísima, cuando no basta la defensa de los ángeles, porque son sin número las almas que llegan a tan formidable estado, que necesitan de brazo poderoso como el de esta gran Reina. Por esto los demonios son tan atormentados de su propio furor, cuando conocen que algún pecador llama o se acuerda de esta gran Señora, porque ya saben la piedad con que los admite, y que en tomando ella la mano hace suya la causa y no les queda esperanza ni aliento para resistirla, antes se dan luego por vencidos y rendidos. Y sucede muchas veces, cuando Dios quiere hacer alguna particular conversión, que la misma Reina manda con imperio a los demonios que se alejen de aquella alma y vayan al profundo, como siempre que ella se lo manda sucede. Otras veces, sin mandarles con imperio la misma Señora, les pone Dios especies de sus misterios y del poder y santidad que en ella se encierran, y con estas nuevas noticias huyen y son aterrados y vencidos y dejan a las almas que respondan y cooperen con la gracia que la misma Señora les alcanza de su Hijo santísimo.

295. Mas con ser tan poderosa la intercesión de esta gran Reina y su imperio tan formidable para los demonios, y aunque ningún favor hace el Altísimo a la Iglesia y a las almas en que no intervenga María santísima, con todo eso, en muchas ocasiones pelea por nosotros la humanidad del mismo Verbo encarnado y nos defiende de Lucifer y sus secuaces, declarándose con su Madre en nuestro favor y aniquilando y venciendo a los demonios. Tanto y tal es el amor que tiene a los hombres y lo que solicita su salud eterna. Y sucede esto, no solamente cuando las almas se justifican por medio de los sacramentos, porque entonces sienten los enemigos contra sí la virtud de Cristo y sus merecimientos más inmediatamente; pero en otras conversiones maravillosas les da especies particulares a estos malignos con que los aterra y confunde, representándoles alguno o muchos misterios suyos, como arriba dije (Cf. supra n.285). Y a este modo fue la conversión de san Pablo, de la Magdalena y de otros santos; o cuando es necesario defender a la Iglesia, o a algún reino católico, de las tradiciones y maldades que contra ellos fabrica el infierno para destruirlos. Y en semejantes sucesos no sólo la humanidad santísima, pero la divinidad infinita, con la potencia que se le atribuye al Padre eterno, se declara inmediatamente contra todos los demonios por el modo dicho, dándoles nuevo conocimiento y especies de los misterios y omnipotencia con que los quiere oprimir, vencer y despojar de la presa que han hecho o intentan hacer.

296. Y cuando el Altísimo interpone estos medios tan poderosos contra el dragón infernal, queda todo aquel reino de confusión aterrado y acobardado en el profundo para muchos días, dando lamentables aullidos, y no se pueden mover de aquel lugar hasta que el mismo Señor les da permiso para salir al mundo. Pero cuando conocen que le tienen, vuelven a perseguir las almas con su antigua indignación. Y aunque parece que no se ajusta con la soberbia y arrogancia volver a porfiar contra quien los ha derribado y vencido, con todo eso la envidia que tienen de que los hombres puedan llegar a gozar de Dios y la indignación con que desean impedírselo prevalecen en estos demonios, para no desistir en perseguirnos hasta el fin de la vida. Pero si los pecados de los hombres no hubieran desobligado tan desmedidamente a la misericordia divina, he entendido que usara Dios muchas veces del poder infinito para defender a muchas almas, aunque fuera con modo milagroso. Y en particular hiciera estas demostraciones en defensa del cuerpo místico de la Iglesia y de algunos reinos católicos, desvaneciendo los consejos del infierno con que procura destruir la cristiandad, como en estos infelices siglos lo vemos a nuestros ojos; y no merecemos que nos defienda el poder divino, porque todos comúnmente irritamos su justicia y el mundo se ha confederado con el infierno, en cuyo poder le deja Dios que se entregue, porque tan ciega y contenciosamente porfían los hombres en hacer este desatino.

297. En la conversión de san Pablo se manifestó esta protección del Altísimo que hemos visto; porque le segregó como él dice (Gal 1,15) desde el vientre de su madre, señalándole por su apóstol y vaso de elección en la mente divina. Y aunque el discurso de su vida hasta la persecución de la Iglesia fue con variedad de sucesos en que se deslumbró el demonio, como le sucede con muchas almas, pero desde su concepción le observó y tanteó el natural y el cuidado con que los ángeles le defendían y guardaban. De aquí le creció el odio al dragón, para desearle acabar con los primeros años. Y como no pudo conseguirlo, procuró conservarle la vida, cuando le vio perseguidor de la Iglesia, como arriba dije (Cf. supra n.253). Y como para retraerle y revocarle de este engaño, a que tan de corazón se había entregado a los demonios, no fueron poderosos los ángeles, entró la poderosa Reina tomando la causa por suya, y por ella interpuso su virtud divina el mismo Cristo y el eterno Padre, y con brazo poderoso le sacó de las uñas del dragón, y a él le confundió con todos sus demonios hasta el profundo, a donde fueron arrojados en un momento con la presencia de Cristo todos cuantos iban acompañando y provocando a Saulo en el camino de Damasco.

298. Sintieron en esta ocasión Lucifer y sus demonios el azote de la omnipotencia divina y como aterrados y amedrentados de ella estuvieron algunos días apegados a los profundos de las cavernas infernales. Mas al punto que les quitó el Señor aquellas especies que les había dado para confundirlos, volvieron a respirar en su indignación. Y el dragón grande convocó a los demás y les habló de esta manera: ¿Cómo es posible que yo tenga sosiego a vista de tan repetidos agravios que cada día recibo de este Verbo humanado y de aquella Mujer que le engendró y parió hecho hombre? ¿Dónde está mi fortaleza? ¿Dónde mi potencia y mi furor y los grandes triunfos con que con él he ganado de los hombres, después que sin razón me arrojó Dios de los cielos a este profundo? Parece, amigos míos, que el Omnipotente quiere cerrar las puertas de estos infiernos y hacer patentes las del cielo, con que nuestro imperio quedará destruido y se desvanecerán mis pensamientos y deseos de traer a estos tormentos a todo el resto de los hombres. Si Dios hace por ellos tales obras sobre haberlos redimido con su muerte, si tanto amor les manifiesta, si con tan poderoso brazo y maravillas los granjea y los reduce a su amistad, aunque tengan ánimos de fieras y corazones diamantinos se dejarán vencer de tanto amor y beneficios. Todos le amarán y seguirán, y si no, son más rebeldes y obstinados que nosotros. ¿Qué alma será tan insensible que no la obligue a ser agradecida a este Dios-Hombre que con tal caricia solicita su misma gloria? Saulo era nuestro amigo, instrumento de mis intentos, sujeto a mi voluntad e imperio, enemigo del Crucificado y le tenía yo destinado para darle crudelísimos tormentos en este infierno. Y en medio de todo esto impensadamente me lo quitó de las manos y con brazo poderoso y fuerte levantó a un hombrecillo terreno a tan subida gracia y beneficios, que nosotros con ser sus enemigos quedamos admirados. ¿Qué obras hizo Saulo para granjear tan alta dicha? ¿No estaba en mi servicio ejecutando mis mandatos y desobligando al mismo Dios? Pues si con él ha sido tan liberal, ¿qué hará con otros menos pecadores? Y cuando no los llame y convierta a sí con tantas maravillas, los reducirá por el bautismo y otros sacramentos con que se justifica cada día. Y con este raro ejemplo se llevará al mundo tras de sí, cuando pretendía yo por Saulo extinguir la Iglesia y ahora la defenderá con mucho esfuerzo. ¿Es posible que vea yo a la vil naturaleza de los hombres levantada a la felicidad y gracia que yo perdí, y que ha de entrar en los cielos. de donde yo fui arrojado? Esto me atormenta más que el fuego en mi propio furor, rabio y desatino porque no puedo aniquilarme; hágalo Dios y no me conserve en esta pena. Pues esto no ha de ser, decidme, vasallos míos, ¿qué haremos contra este Dios tan poderoso? A él no le podemos ofender, pero en estos hombres, que tanto ama, podemos tomar venganza, pues en esto contravenimos a su querer. Y porque mi grandeza está más ofendida e indignada contra aquella Mujer nuestra enemiga que le dio el ser humano, quiero intentar de nuevo destruirla y vengar la injuria de habernos quitado a Saulo y arrojarnos a este infierno. No sosegaré hasta vencerla. Y para esto determino ejecutar con ella todos los arbitrios que mi ciencia ha inventado contra Dios y contra los hombres, después que bajé al profundo. Venid todos, para que me ayudéis en esta demanda y ejecutéis mi voluntad.

299. Hasta aquí llegó el arbitrio y exhortación de Lucifer. A que le respondieron algunos demonios y dijeron: Capitán y caudillo nuestro, prontos estamos a tu obediencia, conociendo lo mucho que nos oprime y atormenta esta Mujer nuestra enemiga, pero será posible que ella por sí sola nos resista y desprecie nuestras diligencias y tentaciones, como en otras ocasiones conocemos que lo ha hecho, mostrándose a todo superior, Lo que sentirá sobre todo es que le toquemos en los seguidores de su Hijo, porque los ama como Madre y cuida mucho de ellos. Levantemos juntamente la persecución contra los fieles, que para esto tenemos de nuestra parte a todo el Judaísmo, irritado contra esta nueva Iglesia del Crucificado, y por medio de los pontífices y fariseos conseguiremos todo lo que contra estos fieles intentamos y luego convertirás tu saña contra esta Mujer enemiga. Aprobó Lucifer este consejo, dándose por satisfecho de los demonios que lo propusieron, y así quedó acordado que saliesen a destruir la Iglesia por mano de otros, como lo habían intentado por Saulo. Y de este decreto resultaron las cosas que diré adelante (Cf. infra n.307-345,431-528), y la pelea que tuvo María santísima con el dragón y sus demonios, ganando grandes triunfos para la santa Iglesia, como lo traigo citado de la primera parte (Cf. supra p.I n.128), capítulo 10, para este lugar.

Doctrina que me dio la gran Señora de los ángeles

300. Hija mía, con ninguna ponderación de palabras llegarás en la vida mortal a manifestar enteramente la envidia de Lucifer y sus demonios contra los hombres, la malicia, astucia, dolos y engaños con que su indignación los persigue para llevarlos al pecado y después a las penas eternas. Todas cuantas buenas obras pueden hacer procura impedirlas, y si las hacen se las calumnia, y trabaja por destruirlas y pervertirlas. Todas las malas que su ingenio alcanza, pretende su malicia introducir en las almas. Contra esta suma iniquidad es admirable la protección divina, si los hombres cooperasen y correspondiesen de su parte. Para esto los amonestó el Apóstol (Ef 5,15-16), que entre los peligros y asechanzas de los enemigos atiendan a vivir con cautela, no como insipientes, sino como sabios, redimiendo el tiempo, porque los días de la vida mortal son malos y llenos de peligros. Y en otra parte dice (1 Cor 15,58) que sean estables y constantes para abundar en todas las obras buenas, porque su trabajo no será en vano delante del Señor. Esta verdad conoce el enemigo y la teme, y así procura con suma malicia desmayar a las almas en cometiendo una culpa, para que, desconfiadas, se despechen y dejen todas las obras buenas, y les quitan las armas con que los santos ángeles pueden defender a las mismas almas y hacen guerra a los demonios. Y aunque estas obras en el pecador no tienen alma de caridad ni vida de merecimiento de la gracia y gloria, pero con todo eso son de gran provecho para el que las hace. Y algunas veces sucede que por acostumbrarse al bien obrar se inclina la divina piedad a dar más eficaces auxilios para hacer las mismas obras con más plenitud y fervor o con dolor de los pecados y verdadera caridad, con que llegan a conseguir la justificación.

301. Pero de todo lo bueno que hace la criatura tomamos algún motivo los bienaventurados para defenderla de sus enemigos y para pedir a la misericordia divina la mire y saque del pecado. Se obligan también los santos de que los invoquen y llamen de todo corazón en los peligros y necesidades y tengan con ellos afectuosa devoción. Y si los santos, por la caridad que tienen, están tan inclinados a favorecer a los hombres entre los peligros y contradicción que conocen les busca el demonio, no te admires, carísima, que yo sea tan piadosa con los pecadores que me llaman y acuden a mi clemencia por su remedio, que yo les deseo infinito más que ellos mismos. No se pueden numerar los que yo he rescatado del dragón infernal por haber tenido devoción conmigo, aunque sea sólo con rezar una Ave María o pronunciar una sola palabra en mi honor e invocación. Tanta es mi caridad con ellos, que si con tiempo y con verdad me llamasen, ninguno perecería, pero no lo hacen los pecadores y réprobos; porque las heridas espirituales del pecado, como no son sensibles para el cuerpo, no los lastiman, y cuanto más se repiten, menos dolor y sentimiento causan, porque el segundo pecado es ya herida en cuerpo muerto, que ni sabe temer ni prevenir, ni sentir el daño que recibe.

302. De esta torpísima insensibilidad resulta en los hombres el olvido de su eterna condenación y del desvelo con que se la procuran los demonios. Y sin saber en qué fundan su falsa seguridad, duermen y descansan en su propio daño, cuando fuera justo que le temieran y que hicieran ponderación de la eterna muerte que les amenaza muy de cerca, y a lo menos acudieran al Señor, a mí y a los santos a pedir el remedio. Pero aun esto que les cuesta poco no saben hacer, hasta el tiempo que muchas veces no le pueden alcanzar, porque le piden sin las condiciones que conviene para dársele. Y si yo le alcanzo para algunos en el último aprieto, porque veo cuánto le costó a mi Hijo santísimo redimirlos, pero este privilegio no puede ser ley común para todos. Y por eso se condenan tantos hijos de la Iglesia, que como ingratos e insipientes desprecian tantos y tan poderosos remedios como les ofreció la divina clemencia en el tiempo más oportuno. Y también será para ellos nueva confusión que conociendo la misericordia del Altísimo y la piedad con que yo los quiero remediar y la caridad de los santos para interceder por ellos, no quisieron dar a Dios la gloria, y a mí y a los ángeles y santos el gozo que tuviéramos de remediarlos si nos llamaran de todo corazón.

303. Y quiero, hija mía, manifestarte otro secreto. Ya sabes que mi Hijo y mi Señor dice en el evangelio (Lv 15,10): Los ángeles tienen gozo en el cielo cuando algún pecador hace penitencia y se convierte al camino de la vida eterna por medio de su justificación. Y lo mismo sucede en su modo cuando los justos hacen obras de verdadera virtud y mérito de nuevos grados de gloria. Pues al modo que esto sucede en la conversión de los pecadores y merecimientos de los justos, hay su novedad en los demonios y en el infierno cuando los justos pecan o cuando los pecadores cometen nuevas culpas, porque ninguna hacen los hombres, por pequeña que sea, de que no tengan complacencia los demonios y en el infierno; y los que andan tentándolos dan luego aviso a los que están en aquellos eternos calabozos para que se alegren y tengan noticia de aquellos nuevos pecados, guardándose como en registro, para acusar a los delincuentes delante del justo juez, y para que conozcan que tienen mayor dominio y jurisdicción sobre los infelices pecadores que han reducido a su voluntad más o menos, según la gravedad del pecado que han cometido. Tanto es el odio que tienen contra los hombres y la traición que les hacen cuando los engañan con algún deleite momentáneo y aparente. Pero el Altísimo, que es justo en todas sus obras, ordenó también como en castigo de esta alevosía que la conversión de los pecadores y buenas obras de los justos fuesen también de tormento particular para estos enemigos, que con suma iniquidad se alegran de la perdición humana.

304. Este azote de la divina Providencia atormenta grandemente a todos los demonios, porque no solamente los confunde y oprime en el odio mortal que tienen contra los hombres, sino con las victorias de los santos y de los pecadores convertidos les quita el Señor en grande parte las fuerzas que les dieron y dan los que se dejan vencer de sus engaños y pecan contra su Dios verdadero. Y con el nuevo tormento que reciben los enemigos en estas ocasiones atormentan también a los condenados, y como hay nuevo gozo en el cielo de las obras santas y penitencia de los pecadores, hay escándalo y nueva confusión en el infierno con aullidos y despechos de los demonios, que de nuevo causan accidentales penas en cuantos viven en aquellos calabozos de confusión y horror. De esta manera se comunican el cielo y el infierno en la conversión y justificación del pecador con tan contrarios efectos. Y cuando las almas se justifican por medio de los sacramentos, particularmente por la confesión hecha con dolor verdadero, sucede muchas veces que los demonios en algún tiempo no se atreven a parecer delante del penitente, ni en muchas horas tienen ánimo para mirarle, si él mismo no les da fuerzas con ser desagradecido y convirtiéndose luego a los peligros y ocasiones del pecado, que con esto pierden los demonios el miedo que les puso la verdadera penitencia y justificación.

305. En el cielo no puede haber tristeza ni dolor, pero si esto fuera posible, de ninguna cosa de las del mundo la tuvieran los santos si no es de que el justificado vuelva a caer y perder la gracia, y de que el pecador se aleje más y se vaya imposibilitando para adquirirla. Y tan poderoso es el pecado de su naturaleza para conmover al cielo con dolor y pena, como lo es la virtud y penitencia para atormentar el infierno. Atiende, pues, carísima, en qué peligrosa ignorancia de estas verdades viven comúnmente los mortales, privando al cielo del gozo que recibe de la justificación de cualquiera alma, a Dios de la gloria exterior que le resulta y al infierno de la pena y castigo que reciben los demonios por lo que se alegran de la caída y perdición de los hombres. De ti quiero que trabajes como fiel y prudente sierva en recompensar estos males con la ciencia que recibes. Y procura llegar siempre al sacramento de la confesión con fervor, aprecio y veneración y con íntimo dolor de tus culpas; que este remedio es para el dragón de gran terror y se desvela mucho en impedir a las almas y engañarlas astutamente, para que reciban este sacramento tibiamente, por costumbre, sin dolor y sin las condiciones que conviene recibirle. Y esto procura el demonio, no sólo para perder las almas, sino también para excusar el tormento que recibe de ver un penitente verdadero y justificado, que le oprime y confunde en la malignidad de su soberbia.

306. Sobre todo esto te advierto, amiga mía, que aunque es verdad infalible que estos dragones infernales son autores y maestros de la mentira y que tratan con los hombres con ánimo de engañarlos en todo y con duplicada astucia pretenden infundirles siempre el espíritu de error con que los pierden, con todo eso, cuando estos enemigos en sus conciliábulos confieren entre sí las fraudulentas determinaciones con que engañarán a los mortales, entonces tratan algunas verdades que conocen y no las pueden negar, porque todas las entienden y las comunican, no para enseñarlas a los hombres, sino para oscurecerlos en ellas y mezclarlas con errores y falsedades que sirven para introducir sus maldades. Y porque tú en este capítulo y en toda esta Historia has declarado tantos conciliábulos y secretos de la malicia de estas serpientes malévolas, están indignadísimas contra ti, porque juzgan que jamás llegarían estos secretos a noticia de los hombres ni conocerían lo que contra ellos maquinan en sus juntas y conferencias. Por esta causa procuran tomar venganza de la indignación que han concebido contra ti, pero el Altísimo te asistirá, si tú le llamas y procuras quebrantar la cabeza del dragón. Pide también a la clemencia divina que estos avisos y doctrina que te doy se logre en el desengaño de los mortales y que les dé su divina luz para que se aprovechen de este beneficio. Y tú procura la primera corresponder de tu parte con toda fidelidad, como la más obligada entre todos los hijos de este siglo, pues al paso que recibes más, sería más horrible tu ingratitud y mayor el triunfo de tus enemigos los demonios, si conociendo su malignidad no te esfuerzas a vencerlos con la protección del Altísimo y los ángeles.

CAPITULO 16

De Nuevo a Tapa

Conoció María santísima los consejos del demonio para perseguir a la Iglesia, pide el remedio en la presencia del Altísimo en el cielo, avisa a los apóstoles, viene Santiago a predicar a España, donde le visitó una vez María santísima.

307. Cuando Lucifer con sus príncipes de las tinieblas, después de la conversión de san Pablo, estaban fabricando la venganza que deseaban tomar de María santísima y de los hijos de la Iglesia, como queda dicho en el capítulo pasado, no imaginaron que la vista de la gran Reina y Señora del mundo penetraba aquellas oscuras y profundas cavernas infernales y lo más oculto de sus consejos de maldad. Y con este engaño se prometían aquellos cruentísimos dragones más segura la victoria y la ejecución de sus decretos contra ella y contra los discípulos de su Hijo santísimo. Pero la beatísima Madre desde su retiro estuvo mirando en la claridad de su divina ciencia todo cuanto conferían y determinaban estos enemigos de la luz. Conoció todos sus fines y los medios que arbitraron para conseguirlos, la indignación que tenían contra Dios y contra ella y el mortal odio contra los apóstoles y los demás fieles de la Iglesia. y aunque junto con esto consideraba la prudentísima Señora que los demonios nada pueden ejecutar de su malicia sin permisión del Señor, pero como la batalla es inexcusable en la vida mortal y conocía la fragilidad humana y la ignorancia que tienen los hombres, por ley común, de la maliciosa astucia con que los demonios solicitan su perdición, le dio grande cuidado y dolor el haber visto los acuerdos y consejos tan alevosos como los enemigos tomaban para destruir a los fieles.

30S. Con esta ciencia y caridad eminentísima, participada tan inmediatamente de la del mismo Señor, se le comunicó también otro linaje de actividad infatigable, semejante al Ser divino, que siempre obra como acto purísimo. Porque continuamente la diligentísima Madre estaba en actual amor y solicitud de la gloria del Altísima y del remedio y consuelo de sus hijos, y en su pecho castísimo y prudentísimo confería los misterios soberanos, lo pasado con lo presente y todo con lo futuro, previniéndolo con discreción y providencia más que humana. El ardentísimo deseo de la salvación de todos los hijos de la Iglesia y la compasión maternal que sentía de sus trabajos y peligros la solicitaba para hacer propias suyas todas las tribulaciones que a ellos amenazaban; y cuanto era de parte de su amor, deseaba padecerlas ella por todos si fuera posible, y que los demás seguidores de Cristo trabajaran en la Iglesia con gozo y alegría, mereciendo la gracia y vida eterna, y que las penas y tribulaciones de todos se convirtieran contra ella sola. Y aunque esto no era posible en la equidad y providencia divina, mas los hombres debemos a la caridad de María santísima este raro y maravilloso afecto y que tal vez condescendiese con él en efecto la voluntad de Dios para satisfacer a su amor y descansarle en sus ansias, padeciendo ella por nosotros y mereciéndonos grandes beneficios.

309. No conoció en particular lo que contra ella arbitraban los enemigos en aquel conciliábulo, porque sólo entendió era contra ella su mayor indignación. Y fue disposición divina ocultarle algo de lo que determinadamente prevenían, para que después fuese más glorioso el triunfo que del infierno había de alcanzar, como adelante diremos (Cf, infra n.512ss). Y tampoco era necesaria esta prevención de las tentaciones y persecuciones que había de padecer la invencible Reina, como lo era en los demás fieles, que no eran de corazón tan alto y tan magnánimo, de cuyos trabajos y tribulaciones tuvo más expreso conocimiento. Y como en todos los negocios acudía a la oración para consultarlos con el Señor, como enseñada por la doctrina y ejemplo de su Hijo santísimo, hizo luego esta diligencia retirándose a solas y con admirable reverencia y fervor postrada en tierra como solía hizo oración y dijo:

310. Altísimo Señor y Dios eterno, incomprensible y santo, aquí está postrada en vuestro acatamiento esta humilde sierva y vil gusanillo de la tierra: os suplico, Padre eterno, que por vuestro Unigénito y mi Señor Jesucristo, no desechéis mis peticiones y gemidos, que de lo íntimo de mi alma presento delante de vuestra caridad inmensa y con la que, salida del amoroso incendio de vuestro pecho, habéis comunicado a vuestra esclava. En nombre de toda vuestra Iglesia santa, de vuestros apóstoles y siervos fieles presento, Señor mío, el sacrificio de la muerte y sangre de vuestro Unigénito, el de su cuerpo sacramentado, las peticiones y oraciones que ofreció a vos aceptas y agradables en el tiempo de su carne mortal y pasible, el amor con que tomó la forma de hombre en mis entrañas para redimir al mundo, el haberle traído en ellas nueve meses y criado y alimentado a mis pechos; todo lo presento, Dios mío, para que me deis licencia de pedir lo que desea mi corazón a vuestros ojos patente.

311. En esta oración fue la gran Reina elevada con un divino éxtasis, en que vio a su Unigénito, cómo pedía al eterno Padre, a cuya diestra estaba, que concediese lo que pedía su Madre santísima, pues todas sus peticiones merecían ser oídas y admitidas, porque era su Madre verdadera y en todo agradable en su aceptación divina. Vio también cómo el eterno Padre se daba por obligado y se complacía de sus ruegos y que mirándola con sumo agrado la decía: María, hija mía, asciende más alto. A esta voz del Padre descendió del cielo innumerable multitud de ángeles de diferentes órdenes y llegando a la presencia de María santísima la levantaron de la tierra donde estaba postrada y pegado el rostro con ella. Y luego la llevaron en alma y cuerpo al cielo empíreo y la pusieron ante el trono de la beatísima Trinidad, que se le manifestó por una visión altísima, aunque no fue intuitivamente sino por especies. Se postró ante el trono y adoró el ser de Dios en las tres divinas Personas con profundísima humildad y reverencia y dio gracias a su Hijo santísimo por haber presentado su petición al eterno Padre y le suplicó lo hiciese de nuevo. Y Su Majestad soberana, que a la diestra del Padre reconocía por digna Madre a la Reina de los cielos, no quiso olvidar la obediencia que en la tierra le había mostrado, antes en presencia de todos los cortesanos renovó este reconocimiento de Hijo y como tal presentó de nuevo al Padre los deseos y ruegos de su beatísima Madre, a que respondió el mismo Padre eterno y dijo estas palabras.

312. Hijo mío, en quien mi voluntad santa tiene la plenitud de mi agrado (Mt 17,5), atentos están mis oídos a los clamores de vuestra Madre y mi clemencia inclinada a todos sus deseos y peticiones. Y volviéndose a María santísima prosiguió y dijo: Amiga mía, e hija mía, escogida entre millares para mi beneplácito, tú eres el instrumento de mi omnipotencia y el depósito de mi amor; descansa en tus cuidados y dime, hija mía, lo que pides, que mi voluntad se inclina a tus deseos y peticiones santas en mis ojos. Con este beneplácito habló Marta santísima y dijo: Eterno Padre mío y Dios altísimo, que dais el ser y conservación a todo lo criado, por vuestra santa Iglesia son mis deseos y súplicas. Atended piadoso, que ella es la obra de vuestro Unigénito humanado, adquirida y plantada con su misma sangre. Contra ella se levanta de nuevo el dragón infernal con todos vuestros enemigos sus aliados, y todos pretenden la ruina y perdición de vuestros fieles, que son el fruto de la redención de vuestro Hijo y mi Señor. Confundid los consejos de maldad de esta antigua serpiente y defended a vuestros siervos los apóstoles y a los otros fieles de la Iglesia. Y para que ellos queden libres de las asechanzas y furor de estos enemigos, conviértanse todas contra mí, si es posible. Yo, Señor mío, soy una pobre, y vuestros siervos muchos; gocen ellos de vuestros favores y tranquilidad, con que hagan la causa de vuestra exaltación y gloria, y padezca yo las tribulaciones que a ellos amenazan. Yo pelearé con vuestros enemigos, y vos con el poder de vuestro brazo los venceréis y confundiréis en su maldad.

313. Esposa mía y mi dilecta respondió el eterno Padre tus deseos son aceptos en mis ojos y tu petición concederé en la parte que es posible, Yo defenderé a mis siervos en lo que para mi gloria es conveniente y les dejaré padecer en lo que para su corona es necesario. Y para que tú entiendas el secreto de mi sabiduría con que conviene dispensar estos misterios, quiero que subas a mi trono, donde tu caridad ardiente te da lugar en el consistorio de nuestro gran consejo y en la singular participación de nuestros divinos atributos. Ven, amiga mía, y entenderás nuestros secretos para el gobierno de la Iglesia y sus aumentos y progresos, y tú ejecutarás tu voluntad, que será la nuestra, como ahora te la manifestaremos. A la fuerza de esta suavísima voz conoció María santísima cómo era levantada al trono de la divinidad y colocada a la diestra de su unigénito Hijo, con admiración y júbilo de todos los bienaventurados, que conocieron la voz y voluntad del Todopoderoso. Y de verdad fue cosa nueva y admirable para todos los ángeles y santos ver que una mujer en carne mortal fuese levantada y llamada al trono del gran consejo de la beatísima Trinidad, para darle cuenta de los misterios ocultos a los demás y que estaban encerrados en el pecho del mismo Dios para el gobierno de su Iglesia.

314. Grande maravilla pareciera, si en cualquiera ciudad del mundo se hiciera esto con una mujer, llamándola a las juntas donde se trata del gobierno público. Y mayor novedad fuera introducirla en los estrados y juntas de los supremos consejos, donde se confieren y resuelven los negocios públicos de mayor dificultad y peso para los reinos y para todo su gobierno. Y con razón pareciera esta novedad poco segura, pues dijo Salomón (Ecl 7,28-29) que anduvo inquiriendo la verdad y la razón entre los hombres y de los varones halló uno entre mil que la alcanzaba, pero que de las mujeres ninguna. Son tan pocas las que tienen el juicio constante y recto por su natural fragilidad, que por orden común de ninguna se presume, y si hay algunas no hacen número para tratar negocios arduos y de gran discurso, sin otra luz más que la ordinaria y natural. Pero esta ley común no comprendía a nuestra gran Reina y Señora, porque si nuestra madre Eva comenzó como ignorante a destruir la casa de este mundo que Dios había edificado, María santísima, que fue sapientísima y madre de la sabiduría, la reedificó y renovó con su incomparable prudencia y por ella fue digna de entrar en el acuerdo de la santísima Trinidad, donde se trataba este reparo.

315. Allí fue preguntada de nuevo de lo que pedía y deseaba para sí y para toda la Iglesia santa, en particular para los apóstoles y discípulos del Señor. Y la prudentísima Madre declaró otra vez sus fervorosos deseos de la gloria y exaltación del santo nombre del Altísimo y del alivio de los fieles en la persecución que contra ellos fraguaban los enemigos del mismo Señor. Y aunque todo esto lo conocía su infinita sabiduría, con todo eso le mandaron a la gran Señora lo propusiese, para aprobarlo y complacerse de ello y hacerla más capaz de nuevos misterios de la divina sabiduría y de la predestinación de los escogidos. Y para manifestar y declararme en lo que de este sacramento se me ha dado a entender, digo que, como la voluntad de María santísima era rectísima, santa y en todo y por todo sumamente ajustada y agradable a la beatísima Trinidad, parece que a nuestro modo de entender no podía Dios querer cosa alguna contra la voluntad de esta purísima Señora, a cuya inefable santidad estaba inclinado y como herido de los cabellos y de los ojos de tan dilecta Esposa (Cant 4,9), única entre todas las criaturas; y como el eterno Padre la trataba como a Hija, y el Hijo como a Madre, el Espíritu Santo como a Esposa, y todos la habían entregado la Iglesia confiando de ella su corazón (Prov 31,11), por todos estos títulos no querían las tres divinas Personas ordenar cosa alguna en la ejecución sin consulta y sabiduría y como beneplácito de esta Reina de todo lo criado.

316. Y para que la voluntad del Altísimo y la de María santísima fuese una misma en estos decretos, fue necesario que la gran Señora recibiese primero nueva participación de la divina ciencia y ocultísimos consejos de su providencia, con que en peso y medida dispone todas las cosas de sus criaturas (Sab 11,21), sus fines y medios con suma equidad y conveniencia. Para esto se le dio a María santísima en aquella ocasión nueva luz clarísima de todo lo que en la Iglesia militante convenía obrar y disponer el poder divino. Y conoció las razones secretísimas de todas estas obras, y cuáles y cuántos apóstoles convenía que padeciesen y muriesen antes que ella pasase de esta vida, los trabajos que convenía padeciesen por el nombre del Señor, las razones que había para esto conforme a los ocultos juicios del Señor y predestinación de los santos, y que así plantasen la Iglesia, derramando su propia sangre, como lo hizo su Maestro y Redentor, para fundarla sobre su pasión y muerte. Entendió también que con aquella noticia de lo que convenía padeciesen los apóstoles y seguidores de Cristo recompensaba con su propio dolor y compasión el no padecer ella todo lo que deseaba, porque era inexcusable en ellos este momentáneo trabajo para llegar al eterno premio que les esperaba (2 Cor 4,17). Para que la gran Señora tuviese materia de este merecimiento más copiosa, aunque conoció la breve muerte de Santiago que había de padecer y la prisión de san Pedro al mismo tiempo, no le declaró entonces la libertad de las prisiones de que sacaría el ángel al apóstol. Entendió a si mismo que a cada uno de los apóstoles y fieles les concedería el Señor el linaje de penas y martirio proporcionado con las fuerzas de su gracia y espíritu.

317. Y para satisfacer en todo a la caridad ardentísima de esta purísima Madre, la concedió el Señor que pelease sus batallas de nuevo con los dragones infernales y alcanzase de ellos las victorias y triunfos que los demás mortales no podían conseguir, y que con esto les quebrantase la cabeza y les confundiese en su arrogancia, para debilitarlos contra los hijos de la Iglesia y quebrantarles las fuerzas. Para estas peleas la renovaron todos los dones y participación de los divinos atributos, y todas tres Personas dieron a la gran Reina su bendición. Y los santos ángeles la volvieron al oratorio del cenáculo en la misma forma que la habían llevado al cielo empíreo. Luego que se halló fuera de este éxtasis, se postró en tierra en forma de cruz y pegada con el polvo con increíble humildad y derramando tiernas lágrimas hizo gracias al Todopoderoso por aquel nuevo beneficio con que la había favorecido, sin haber olvidado en él los cariños de su incomparable humildad. Confirió algún rato con sus santos ángeles los misterios y necesidades de la Iglesia, para acudir por su ministerio a aquello que era más preciso. Y le pareció conveniente prevenir en algunas cosas a los apóstoles y alentarlos, animándolos para los trabajos que les causaría el común enemigo, porque contra ellos armaba su mayor batería. Para esto habló a san Pedro y a san Juan y a los demás que estaban en Jerusalén y les dio aviso de muchas cosas particulares que les sucederían a ellos y a toda la santa Iglesia y los confirmó en la noticia que ya tenían de la conversión de san Pablo, declarándoles el celo con que predicaba el nombre y ley de su Maestro y Señor.

318. A los apóstoles que ya estaban fuera de Jerusalén envió ángeles y también a los discípulos, que les diesen noticia de la conversión de san Pablo y los previniesen y alentasen con los mismos avisos que la Reina había dado a los que estaban presentes. Y señaladamente ordenó a uno de los santos ángeles que diese noticia a san Pablo de las asechanzas que contra él trazaba el demonio y le animase y confirmase en la esperanza del favor divino en sus tribulaciones. Y todas estas legacías hicieron los ángeles con su acostumbrada presteza, obedeciendo a su gran Reina y Señora, y se manifestaron en forma visible a los apóstoles y discípulos a quien los enviaba. Y para todos fue de increíble consuelo y de nuevo esfuerzo este singular favor de María santísima, y cada uno la respondió por medio de los mismos embajadores, con humilde reconocimiento, ofreciéndole que morirían alegres por la honra de su Redentor y Maestro. Se señaló también san Pablo en esta respuesta, porque su devoción y deseos de ver a su Remediadora y serle agradecido le solicitaban para mayores demostraciones y rendimiento. Estaba entonces san Pablo en Damasco predicando y disputando con los judíos de aquellas sinagogas, aunque luego fue a la Arabia a predicar, y de allí volvió otra vez a Damasco, como diré adelante (Cf. infra n.375).

319. Santiago el Mayor estaba más lejos que ninguno de los apóstoles, porque fue el primero que salió de Jerusalén a predicar, como dije arriba (Cf. supra n.236) y habiendo predicado algunos días en Judea vino a España. Para esta jornada se embarcó en el puerto de Jope, que ahora se llama Jafa. Y esto fue el año del Señor de treinta y cinco, por el mes de agosto, que se llamaba sextil, un año y cinco meses después de la pasión del mismo Señor, ocho meses después del martirio de san Esteban y cinco antes de la conversión de san Pablo, conforme a lo que he dicho en los capítulos 11 y 14 de esta tercera parte. De Jafa vino Jacobo a Cerdeña y, sin detenerse en aquella isla llegó con brevedad a España y desembarcó en el puerto de Cartagena, donde comenzó su predicación en estos reinos. Se detuvo pocos días en Cartagena, y gobernado por el Espíritu del Señor tomó el camino para Granada, donde conoció que la mies era copiosa y la ocasión oportuna para padecer trabajos por su Maestro, como en hecho de verdad sucedió.

320. Y antes de referirlo advierto que nuestro gran apóstol Santiago fue de los carísimos y más privados de la gran Señora del mundo. Y aunque en las demostraciones exteriores no se señalaba mucho con él, por la igualdad con que prudentísimamente los trataba a todos, como dije en el capítulo 11 (Cf. supra n.180), y porque Santiago era su deudo; y aunque san Juan, como hermano suyo, también tenía el mismo parentesco con María santísima, corrían diferentes razones, porque todo el colegio sabía que el mismo Señor en la cruz le había señalado por hijo de su Madre purísima, y así con san Juan no tenía el inconveniente para los apóstoles, como si con su hermano Santiago o con otro se señalara en demostraciones exteriores la prudentísima Reina y Maestra; pero en el interior tenía especialísimo amor a Santiago, de que dije algo en la segunda parte (Cf. supra p.II n.1084), y se le manifestó en singularísimos favores que le hizo en todo el tiempo que vivió hasta su martirio. Los mereció Santiago con el singular y piadoso afecto que tenía a María santísima, señalándose mucho en su íntima devoción y veneración. Y tuvo necesidad del amparo de tan gran Reina, porque era de generoso y magnánimo corazón y de ferventísimo espíritu, con que se ofrecía a los trabajos y peligros con invencible esfuerzo. Y por esto fue el primero que salió a la predicación de la fe y padeció martirio antes que otro alguno de todos los apóstoles. Y en el tiempo que anduvo peregrinando y predicando, fue verdaderamente un rayo, como Hijo del trueno, que por esto fue llamado y señalado con este prodigioso nombre (Mc 3,17) cuando entró en el apostolado.

321. En la predicación de España se le ofrecieron increíbles trabajos y persecuciones que le movió el demonio por medio de los judíos incrédulos. Y no fueron pequeñas las que después tuvo en Italia y el Asia Menor, por donde volvió a predicar, y padecer martirio en Jerusalén, habiendo discurrido en pocos años por tan distantes provincias y diferentes naciones. Y porque no es de este intento referir todo lo que padeció Santiago en tan varias jornadas, sólo diré lo que conviene a esta Historia. Y en lo demás he entendido que la gran Reina del cielo tuvo especial atención y afecto a Santiago por las razones que he dicho (Cf. supra n.320) y que por medio de sus ángeles le defendió y rescató de grandes y muchos peligros y le consoló y confortó diversas veces, enviándole a visitar y a darle noticias y avisos particulares, como los había menester más que otros apóstoles en tan breve tiempo como vivió. Y muchas veces el mismo Cristo nuestro Salvador le envió ángeles de los cielos, para que defendiesen a su grande apóstol y le llevasen de unas partes a otras guiándole en su peregrinación y predicación.

322. Pero mientras anduvo en estos reinos de España, entre los favores que recibió Santiago de María santísima fueron dos muy señalados, porque vino la gran Reina en persona a visitarle y defenderle en sus peligros y tribulaciones. La una de estas apariciones y venida de María santísima a España es la que hizo en Zaragoza, tan cierta como celebrada en el mundo, y que no se pudiera negar hoy sin destruir una verdad tan piadosa, confirmada y asentada con grandes milagros y testimonios por mil seiscientos años y más; y de esta maravilla hablaré en el capítulo siguiente. De la otra, que fue primera, no sé que haya memoria en España, porque fue más oculta, y sucedió en Granada (Cf. ZÓTICO ROYO, Granada y Sor María, Granada), como se me ha dado a entender. Fue de esta manera: Tenían los judíos en aquella ciudad algunas sinagogas desde los tiempos que pasaron de Palestina a España, donde por la fertilidad de la tierra y por estar más cerca de los puertos del mar Mediterráneo, vivían con mayor comodidad para la correspondencia de Jerusalén. Cuando Santiago llegó a predicar a Granada, ya tenían noticia de lo que en Jerusalén había sucedido con Cristo nuestro Redentor. Y aunque algunos deseaban ser informados de la doctrina que había predicado y saber qué fundamento tenía, pero a otros, y a los más, había ya prevenido el demonio con impía incredulidad, para que no la admitiesen ni permitiesen se predicase a los gentiles, porque era contraria a los ritos judaicos y a Moisés, y si los gentiles recibían aquella nueva ley destruirían a todo el judaísmo. Y con este diabólico engaño impedían los judíos la fe de Cristo en los gentiles, que sabían cómo Cristo nuestro Señor era judío, y viendo cómo los de su nación y de su ley le desechaban por falso y engañador, no tan fácilmente se inclinaban a seguirle en los principios de la Iglesia.

323. Llegó el santo apóstol a Granada, y comenzando la predicación salieron los judíos a resistirle, publicándole por hombre advenedizo, engañador y autor de falsas sectas, hechicero y encantador. Llevaba Santiago doce discípulos consigo, a imitación de su Maestro. Y como todos perseverasen en predicar, crecía contra ellos el odio de los judíos y de otros que los acompañaron, de manera que intentaron acabar con ellos, y de hecho quitaron luego la vida a uno de los discípulos de Santiago, que con ardiente celo se opuso a los judíos. Pero como el santo apóstol y sus discípulos no sólo no temían a la muerte, antes la deseaban padecer por el nombre de Cristo, continuaron la predicación de su santa fe con mayor esfuerzo. Y habiendo trabajado en ella muchos días y convertido gran número de infieles de aquella ciudad y comarca, el furor de los judíos se encendió más contra ellos. Prendieron a todos y para darles la muerte los sacaron fuera de la ciudad atados y encadenados y en el campo les ataron de nuevo los pies para que no huyesen, porque los tenían por magos y encantadores. Estando ya para degollarlos a todos juntos, el santo apóstol no cesaba de invocar el favor del Altísimo y de su Madre Virgen, y hablando con ella la dijo: Santísima María, Madre de mi Señor y Redentor Jesucristo, favoreced en esta hora a vuestro humilde siervo. Rogad, Madre dulcísima y clementísima por mí y por estos fieles profesores de la santa fe. Y si es voluntad del Altísimo que acabemos aquí las vidas por la gloria de su santo nombre, pedid, Señora, que reciba mi alma en la presencia de su divino rostro. Acordaos de mí, Madre piadosísima, y bendecidme en nombre del que os eligió entre todas las criaturas. Recibid el sacrificio de que no vea yo vuestros ojos misericordiosos ahora, si ha de ser aquí la última de mi vida. ¡Oh María, oh María!

324. Estas últimas palabras repitió muchas veces Santiago, pero todas las que dijo oyó la gran Reina desde el oratorio del cenáculo donde estaba mirando por visión muy expresa todo lo que pasaba por su amantísimo apóstol Jacobo. Y con esta inteligencia se conmovieron las maternas entrañas de María santísima en tierna compasión de la tribulación en que su siervo padecía y la llamaba. Tuvo mayor dolor por hallarse tan lejos, aunque, como sabía que nada era difícil al poder divino, se inclinó con algún afecto a desear ayudar y defender a su apóstol en aquel trabajo. Y como conocía también que él había de ser el primero que diese la vida y sangre por su Hijo santísimo, creció más esta compasión en la clementísima Madre. Pero no pidió al Señor ni a los ángeles que la llevasen a donde Santiago estaba, porque la detuvo en esta petición su admirable prudencia, con que conocía que nada negaría la providencia divina ni faltaría si fuese necesario, y en pedir estos milagros regulaba su deseo con la voluntad del Señor, con suma discreción y medida, cuando vivía en carne mortal.

325. Pero su Hijo y Dios verdadero, que atendía a todos los deseos de tal Madre, como santos, justos y llenos de piedad, mandó al punto a los mil ángeles que la asistían ejecutasen el deseo de su Reina y Señora. Se le manifestaron todos en forma humana y la dijeron lo que el Altísimo les mandaba y sin dilación alguna la recibieron en un trono formado de una hermosa nube y la trajeron a España sobre el campo donde estaban Santiago y sus discípulos aprisionados. Y los enemigos que los habían preso tenían ya desnudas las cimitarras o alfanjes para degollarlos a todos. Vio sólo el apóstol a la Reina del cielo en la nube, de donde le habló y con dulcísima caricia le dijo: Jacobo, hijo mío y carísimo de mi Señor Jesucristo, tened buen ánimo y sed bendito eternamente del que os crió y os llamó a su divina luz. Es, siervo fiel del Altísimo, levantaos y sed libre de las prisiones. A la presencia de María se había postrado el apóstol en tierra, como le fue posible estando tan aprisionado. Y a la voz de la poderosa Reina se le desataron instantáneamente las prisiones a él y a sus discípulos, y se hallaron libres. Pero los judíos, que estaban con las armas en las manos, cayeron todos en tierra, donde sin sentidos estuvieron algunas horas. Y los demonios, que los asistían y provocaban, fueron arrojados al profundo, con que Santiago y sus discípulos pudieron libremente dar gracias al Todopoderoso por este beneficio. Y el mismo apóstol singularmente las dio a la divina Madre con incomparable humildad y júbilo de su alma. Los discípulos de Santiago, aunque no vieron a la Reina ni a los ángeles, del suceso conocieron el milagro, y su maestro les dio la noticia que convino para confirmarlos en la fe y esperanza y en la devoción de María santísima.

326. Fue mayor este raro beneficio de la Reina, porque no sólo defendió de la muerte a Santiago, para que gozara toda España de su predicación y doctrina, pero desde Granada le ordenó su peregrinación y mandó a cien ángeles de los de su guarda que acompañasen al apóstol y le fuesen encaminando y guiando de unos lugares a otros y en todos le defendiesen a él y a sus discípulos de todos los peligros que se les ofreciesen, y que habiendo rodeado a todo lo restante de España le encaminasen a Zaragoza. Todo esto ejecutaron los cien ángeles, como su Reina se lo ordenaba, y los demás la volvieron a Jerusalén. Y con esta celestial compañía y guarda peregrinó Santiago por toda España, más seguro que los israelitas por el desierto. Dejó en Granada algunos discípulos de los que traía, que después padecieron allí martirio, y con los demás que tenía, y otros que iba recibiendo, prosiguió las jornadas predicando en muchos lugares de la Andalucía. Vino después a Toledo, y de allí pasó a Portugal y a Galicia, y por Astorga y divirtiéndose a diferentes lugares llegó a la Rioja y por Logroño pasó a Tudela y Zaragoza, donde sucedió lo que diré en el capítulo siguiente. Por toda esta peregrinación fue Santiago dejando discípulos por obispos en diferentes ciudades de España y plantando la fe y culto divino. Y fueron tantos y tan prodigiosos los milagros que hizo en este reino, que no han de parecer increíbles los que se saben, porque son muchos más los que se ignoran. El fruto que hizo con la predicación fue inmenso, respecto del tiempo que estuvo en España, y ha sido error decir o pensar que convirtió muy pocos, porque en todas las partes o lugares que anduvo dejó plantada la fe, y para eso ordenó tantos obispos en este Reino, para el gobierno de los hijos que había engendrado en Cristo.

327. Y para dar fin a este capítulo quiero advertir aquí que por diferentes medios he conocido las muchas opiniones encontradas de los historiadores eclesiásticos sobre muchas cosas de las que voy escribiendo, como son, la salida de los apóstoles de Jerusalén a predicar, el haberse repartido por suertes todo el mundo y ordenado el Símbolo de la fe, la salida de Santiago y su muerte. Sobre todos éstos y otros sucesos tengo entendido que varían mucho los escritores en señalar los años y tiempos en que sucedieron y en ajustarlo con el texto de los libros canónicos. Pero yo no tengo orden del Señor para satisfacer a todas estas y otras dudas ni componer estas controversias, antes desde el principio he declarado (Cf. p.I n.10,etc) que Su Majestad me ordenó y mandó escribir esta Historia sin opiniones, o para que no las hubiese con la noticia de la verdad. Y si lo que escribo va consiguiente y no se opone en cosa alguna al texto sagrado y corresponde a la dignidad de la materia que trato, no puedo darle mayor autoridad a la Historia, y tampoco pedirá más la piedad cristiana. También será posible que se concuerden por este orden algunas diferencias de los historiadores, y esto harán los que son leídos y doctos.

Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima

328. Hija mía, la maravilla que has escrito en este capítulo de haberme levantado el poder infinito a su real trono para consultarme los decretos de su divina sabiduría y voluntad, es tan grande y singular, que excede a toda capacidad humana en la vida de los viadores y sólo en la patria y visión beatífica conocerán los hombres este sacramento con especialísimo júbilo de gloria accidental. Y porque este beneficio y admirable favor fue como efecto y premio de la caridad ardentísima con que amaba y amo al sumo bien y de la humildad con que me reconocía esclava suya, y estas virtudes me levantaron al trono de la divinidad y dieron lugar en él cuando vivía en carne mortal, quiero que tengas mayor noticia de este misterio, que sin duda fue de los más levantados que en mí obró la omnipotencia divina y de mayor admiración para los ángeles y santos. Y la que tú tienes quiero que la conviertas en un vigilantísimo cuidado y en vivos afectos de imitarme y seguirme en los que merecieron en mí tales favores.

329. Advierte, pues, carísima, que no fue sola una vez sino muchas las que fui levantada al trono de la beatísima Trinidad en carne mortal, después de la venida del Espíritu Santo hasta que subí después de mi muerte para gozar eternamente de la gloria que tengo. Y en lo que te resta de escribir mi vida, entenderás otros secretos de este beneficio. Pero siempre que la diestra del Altísimo me le concedió, recibí copiosísimos efectos de gracia y dones por diferentes modos que caben en el poder infinito y en la capacidad que me dio para la inefable y casi inmensa participación de las divinas perfecciones. Y algunas veces en estos favores me dijo el eterno Padre: Hija mía y esposa mía, tu amor y fidelidad sobre todas las criaturas nos obliga y nos da la plenitud de complacencia que nuestra voluntad santa desea. Asciende a nuestro lugar y trono, para que seas absorta en el abismo de nuestra divinidad y tengas en esta Trinidad el lugar cuarto, en cuanto es posible a pura criatura. Toma la posesión de nuestra gloria, cuyos tesoros ponemos en tus manos. Tuyo es el cielo, la tierra y todos los abismos. Goza en la vida mortal los privilegios de bienaventurada sobre todos los santos. Se sirvan todas las naciones y criaturas a quien dimos el ser que tienen, te obedezcan las potestades de los cielos y estén a tu obediencia los supremos serafines, y todos nuestros bienes te sean comunes en nuestro eterno consistorio. Entiende el gran consejo de nuestra sabiduría y voluntad y ten parte en nuestros decretos, pues tu voluntad es rectísima y fidelísima. Penetra las razones que tenemos para lo que justa y santamente determinamos, y sea una tu voluntad y la nuestra y uno el motivo en lo que disponemos para nuestra Iglesia.

330. Con esta dignación tan inefable como singular gobernaba mi voluntad el Altísimo para con formarla con la suya y para que nada se ejecutase en la Iglesia que no fuese por mi disposición, y ésta fuese la del mismo Señor, cuyas razones, motivos y conveniencias conocía en su eterno consejo. En él vi que no era posible por ley común padecer yo todos los trabajos y tribulaciones de la Iglesia, y en especial de los apóstoles, como deseaba. Y este afecto de caridad, aunque era imposible ejecutarle, no fue desviarme de la voluntad divina, que me le dio como en indicio y testimonio del amor sin medida con que le amaba, y por el mismo Señor tenía tanta caridad con los hombres que deseaba padecer yo los trabajos y penalidades de todos. Y porque de mi parte esta caridad era verdadera y estaba mi corazón aparejado para ejecutarla si fuera posible, por esto fue tan aceptable en los ojos del Señor y me la premió como si de hecho la hubiera ejecutado, porque padecí gran dolor de no padecer por todos. De aquí nacía en mí la compasión que tuve de los martirios y tormentos con que murieron los apóstoles y los demás que padecieron por Cristo, porque en todos y con todos era afligida y atormentada y en algún modo moría con ellos. Tal fue el amor que tuve a mis hijos los fieles, y ahora, fuera del padecer, es el mismo, aunque ni ellos conocen ni saben hasta dónde les obliga mi caridad para ser agradecidos.

331. Estos inefables beneficios recibía a la diestra de mi Hijo santísimo, cuando era levantada del mundo y colocada en ella, gozando de sus preeminencias y glorias en el modo que era posible comunicarse a pura criatura. Y los decretos y sacramentos ocultos de la Sabiduría infinita se manifestaban en primer lugar a la humanidad santísima de mi Señor, con el orden admirable que tiene con la divinidad a quien está unida en el Verbo eterno. Y luego, mediante mi Hijo santísimo, se me comunicaba a mí por otro modo. Porque la unión de su humanidad con la persona del Verbo es inmediata y sustancial, intrínseca para ella, y así participa de la divinidad y de sus decretos con modo correspondiente y proporcionado a la unión sustancial y personal. Pero yo recibía este favor por otro orden admirable y sin ejemplar, más de en ser con criatura pura y sin tener divinidad, pero como semejante a la humanidad santísima y después de ella la más inmediata a la misma divinidad. Y no podrás ahora entender más, ni penetrar este misterio, pero los bienaventurados le conocieron cada uno en el grado de ciencia que le tocaba y todos entendieron esta conformidad y similitud mía con mi Hijo santísimo y también la diferencia; y todo les fue motivo, y lo es ahora, para hacer nuevos cánticos de gloria y alabanza del Omnipotente, porque esta maravilla fue una de las grandes obras que hizo conmigo su brazo poderoso.

332. Y para que más extiendas tus fuerzas y las de la gracia en afectos y deseos santos, aunque sea en lo que no puedes ejecutar, te declaro otro secreto. Este es que, cuando yo conocía los efectos de la redención en la justificación de las almas y la gracia que se les comunicaba para limpiarlas y santificarlas por la contrición, o por el bautismo y otros sacramentos, hacía tanto aprecio de aquel beneficio, que tenía de él como una santa emulación y deseos. Y como yo no tenía culpas de qué justificarme y limpiarme, no podía recibir aquel favor en el grado que los pecadores le recibían. Mas porque lloré sus culpas más que todos y agradecí al Señor aquel beneficio hecho a las almas con tan liberal misericordia, alcancé con estos afectos y obras más gracia de la que fue necesaria para justificar a todos los hijos de Adán. Tanto como esto se dejaba obligar el Altísimo de mis obras y tanta fue la virtud que les dio el mismo Señor para que hallasen gracia en sus divinos ojos.

333. Considera ahora, hija mía, en qué obligación estás, dejándote informada e ilustrada de tan venerables secretos. No tengas ociosos los talentos, ni malogres y desprecies tantos bienes del Señor; sígueme por la imitación perfecta de todas las obras que de mí te manifiesto. Y para que más te enciendas en el amor divino, acuérdate continuamente de cómo mi Hijo santísimo y yo en la vida mortal estábamos anhelando siempre y suspirando por la salvación de las almas de todos los hijos de Adán y llorando la perdí procuran. En esta caridad y celo quiero que te señales y ejercites mucho, como esposa fidelísima de mi Hijo, que por esta virtud se entregó a muerte de cruz, y como hija y discípula mía, que si no me quitó la vida la fuerza de esta caridad fue porque me la conservó el Señor por milagro, pero ella es la que me dio lugar en el trono y consejo de la beatísima Trinidad. Y si tú, amiga, fueres tan diligente y fervorosa en imitarme y tan atenta para obedecerme como de ti lo quiero, te aseguro participarás de los favores que hice a mi siervo Jacobo, acudiré a tus tribulaciones y te gobernaré, como muchas veces te lo he prometido; y a más de esto el Altísimo será más liberal contigo de lo que tus deseos pueden extenderse.

CAPITULO 17

De Nuevo a Tapa

Dispone Lucifer otra nueva persecución contra la Iglesia y María santísima, manifiéstasela a san Juan y por su orden determina ir a Efeso, se le aparece su Hijo santísimo y la manda venir a Zaragoza a visitar al apóstol Santiago y lo que sucedió en esta venida.

334. De la persecución que movió el infierno contra la Iglesia después de la muerte de san Esteban hace mención san Lucas en el capítulo 8 de los Hechos apostólicos (Act 8,1), donde la llama grande, porque lo fue hasta la conversión de san Pablo, por cuya mano la ejecutaba el dragón infernal; y de esta persecución hablé en los capítulos 12 y 14 de esta parte. Pero de lo que en los capítulos inmediatos queda dicho, se entenderá que no descansó este enemigo de Dios ni se dio por vencido para no levantarse de nuevo contra su santa Iglesia y contra María santísima. Y de lo que el mismo san Lucas refiere (Act 12,lss) en el capítulo 12 de la prisión que hizo Herodes de san Pedro y Santiago, se conocerá que fue de nuevo esta persecución después de la conversión de san Pablo, cuando no dijera expresamente que el mismo Herodes envió ejércitos o tropas para afligir a algunos hijos de la Iglesia. Y para que mejor se entienda todo lo que queda dicho y adelante diré, advierto que estas persecuciones eran todas fraguadas y movidas por los demonios que irritaban a los perseguidores, como diversas veces he dicho (Cf. supra n.141,186,205,250). Y porque la providencia divina a tiempos les daba este permiso y en otros se les quitaba y los arrojaba al profundo (Cf. supra n.208,297,325,etc), como sucedió en la conversión de san Pablo y en otras ocasiones, por esto la Iglesia primitiva gozaba algunas veces de tranquilidad y sosiego, como en todos los siglos ha sucedido, y otros tiempos, acabándose estas treguas, era molestada y afligida.

335. La paz era conveniente para la conversión de los infieles y la persecución para su mérito y ejercicio, y así las alternaba y alterna siempre la sabiduría y providencia divina. Y por estas causas después de la conversión de san Pablo tuvo algunos y muchos meses de quietud, mientras Lucifer y sus demonios estuvieron oprimidos en el infierno, hasta que volvieron a salir, como diré luego (Cf. infra n.336). Y de esta tranquilidad habla san Lucas (Act 9,31) en el capítulo 9 después de la conversión de san Pablo, cuando dice que la Iglesia tenía paz por toda Judea, Galilea y Samaria, y se edificaba y caminaba en el temor del Señor y consolación del Espíritu Santo. Y aunque esto lo cuenta el evangelista después de haber escrito la venida de san Pablo a Jerusalén, pero esta paz fue mucho antes, porque san Pablo vino entrados cinco años después de la conversión a Jerusalén, como diré adelante (Cf. infra n.487); y san Lucas, para ordenar su historia, la contó anticipadamente tras de la conversión, como sucede a los evangelistas en otros muchos sucesos, que los suelen anticipar en la historia, para dejar dicho lo que toca al intento de que hablan, porque ellos no escriben por anales todos los casos de su historia, aunque en lo esencial guardan el orden de los tiempos.

336. Entendido todo esto, y prosiguiendo lo que dije en el capítulo 15 del conciliábulo que hizo Lucifer después de la conversión de san Pablo, digo que aquella conferencia duró algún tiempo, en que el dragón infernal con sus demonios tomó y pensó diversos medios y arbitrios con que destruir la Iglesia y derribar, si pudiera, a la gran Reina del estado altísimo de santidad en que la imaginaba, aunque ignoraba infinito más de lo que conocía esta serpiente. Pasados estos días en que la Iglesia gozaba de sosiego, salieron del profundo los príncipes de las tinieblas, para ejecutar los consejos de maldad que en aquellos calabozos habían fabricado. Salió por caudillo de todos el dragón grande Lucifer, y es cosa digna de atención que fue tanta la indignación y furor de esta cruentísima bestia contra la Iglesia y María santísima, que sacó del infierno mucho más de las dos partes de sus demonios para esta empresa que intentaba; y sin duda dejara despoblado todo aquel reino de tinieblas, si la misma malicia no le obligara a dejar allá alguna parte de estos infernales ministros para tormento de los condenados, porque a más del fuego eterno que les administra la justicia divina, y que no les podía faltar, no quiso este dragón que tampoco les faltase la vista y compañía de sus demonios, para que no recibiesen este pequeño alivio los hombres por el tiempo que estuviesen fuera del infierno los demonios. Por esta causa nunca faltan demonios en aquellas cavernas, ni quieren perdonar este azote a los infelices condenados, aunque sea para Lucifer de tanta codicia destruir a los mortales que viven en el mundo. A tan impío, tan cruel, tan inhumano señor sirven los desdichados pecadores.

337. La ira de este dragón había llegado a lo sumo y no ponderable, por los sucesos que iba conociendo en el mundo, después de la muerte de nuestro Redentor, y la santidad de su Madre y el favor y protección que en ella tenían los fieles, como lo había experimentado en san Esteban, san Pablo y en otros sucesos. Y por esto Lucifer tomó asiento en Jerusalén, para ejecutar por sí mismo la batería contra lo más fuerte de la Iglesia y para gobernar desde allí a todos los escuadrones infernales, que sólo guardan orden en hacer guerra para destruir a los hombres, cuando en lo demás todos son confusión y desconcierto. No les dio el Altísimo la permisión que su envidia deseaba, porque en un momento trasegaran y destruyeran el mundo, pero se les dio con limitación y en cuanto convenía, para que afligiendo a la Iglesia se fundase con la sangre y merecimientos de los santos y con ellos echase más hondas las raíces de su firmeza, y para que en las persecuciones y tormentos se manifestase más la virtud y sabiduría del piloto que gobierna esta navecilla de la Iglesia. Luego mandó Lucifer a sus ministros que rodeasen toda la tierra, para reconocer dónde estaban los apóstoles y discípulos del Señor y dónde se predicaba su nombre, y le diesen noticia de todo. Y el dragón se puso en la ciudad santa lo más lejos que pudo de los lugares consagrados con la sangre y misterios de nuestro Salvador, porque a él y a sus demonios les eran formidables y al paso que se acercaban a ellos sentían que se les debilitaban las fuerzas y eran oprimidos de la virtud divina. Y este efecto experimentan hoy y le sentirán hasta el fin del mundo. ¡Gran dolor, por cierto, que aquel sagrado para los fieles esté hoy en poder de paganos enemigos, por los pecados de los hombres, y dichosos los pocos hijos de la Iglesia que gozan este privilegio, cuales son los hijos de nuestro gran Padre y reparador de la Iglesia san Francisco!

338. Se informó el dragón del estado de los fieles y de todos los lugares donde se predicaba la fe de Cristo, por relaciones que le trajeron los demonios. Y diales nuevas órdenes para que unos asistiesen a perseguirlos, asignando mayores o menores demonios, según la diferencia de los apóstoles, discípulos y fieles. A otros ministros mandó que fuesen y viniesen a darle cuenta de lo que fuese sucediendo y llevasen órdenes de lo que habían de obrar contra la Iglesia. Señaló también Lucifer algunos hombres incrédulos, pérfidos y de malas condiciones y depravadas costumbres, para que sus demonios los irritasen, provocasen y llenasen de indignación y envidia contra los seguidores de Cristo. Y entre éstos fueron el rey Herodes y muchos judíos, por el aborrecimiento que tenían contra el mismo Señor a quien habían crucificado, cuyo nombre deseaban borrar de la tierra de los videntes (Jer 11,19). También se valieron de otros gentiles más ciegos y asidos a la idolatría, y entre unos y otros investigaron estos enemigos con desvelo cuáles eran peores y más perdidos, para servirse de ellos y hacerlos propios instrumentos de su maldad. Y por estos medios encaminaron la persecución de la Iglesia, y siempre ha usado de esta arte diabólica el dragón infernal para destruir la virtud y el fruto de la redención y sangre de Cristo. Y en la primitiva Iglesia hizo grande estrago en los fieles, persiguiéndolos por diversos modos de tribulaciones que no están escritas ni se saben en la Iglesia, aunque, por mayor, lo que dijo san Pablo en la carta de los Hebreos (Heb 11,37) de los antiguos. santos sucedió en los nuevos. Y sobre estas persecuciones exteriores afligía el mismo demonio y los demás a todos los justos, apóstoles, discípulos y fieles con tentaciones ocultas, sugestiones, ilusiones y otras iniquidades, como hoy lo hace con todos los que desean caminar por la divina ley y seguir a Cristo nuestro Redentor y Maestro. Y no es posible en esta vida conocer todo lo que en la primitiva Iglesia trabajó Lucifer para extinguirla, como tampoco lo que hace ahora con el mismo intento.

339. Pero nada se le ocultó entonces a la gran Madre de la sabiduría, porque en la claridad de su eminente ciencia conocía todo este secreto de las tinieblas, oculto a los demás mortales. Y aunque los golpes y las heridas, cuando nos hallan prevenidos, no suelen hacer tan grande mella en nosotros, y la prudentísima Reina estaba tan capaz de los trabajos futuros de la santa Iglesia y ninguno le podía venir de improviso y con ignorancia suya, con todo eso, como tocaban en los apóstoles y en todos los fieles, la herían el corazón, donde los tenía con entrañable amor de Madre piadosísima, y su dolor se regulaba con su casi inmensa caridad, y muchas veces le costara la vida si, corno he repetido en diversas partes, no la conservara el Señor milagrosamente. Y en cualquiera de las almas justas y perfectas en el amor divino hiciera grandes efectos el conocimiento de la ira y malicia de tantos demonios, tan vigilantes y astutos, contra tan pocos fieles sencillos, pobres y de condición frágil y llena de miserias propias. Con este conocimiento olvidara María santísima otros cuidados de sí misma y todas sus penas, si las tuviera, por acudir al remedio y consuelo de sus hijos. Multiplicaba por ellos sus peticiones, suspiros, lágrimas y diligencias. Les daba grandes consejos, avisos y exhortaciones para prevenirlos y animarlos, particularmente a los apóstoles y discípulos. Mandaba muchas veces con imperio de Reina a los demonios, y les sacó de sus uñas innumerables almas que engañaban y pervertían y las rescataba de la eterna muerte. Y otras veces les impedía grandes crueldades y asechanzas que ponían a los ministros de Cristo, porque intentó Lucifer quitar luego la vida a los apóstoles, como lo había procurado por medio de Saulo, y arriba se dijo (Cf. supra n.252), y lo mismo sucedió con otros discípulos que predicaban la santa fe.

340. Con estos cuidados y compasión, aunque la divina Maestra guardaba suma tranquilidad y sosiego interior, sin que la solicitud de oficiosa Madre la turbase, y en el exterior conservaba igualdad y serenidad de Reina, con todo eso las penas del corazón la entristecieron un poco el semblante en la esfera de su compostura y apacibilidad. Y como san Juan la asistía con tan desvelada atención y dependencia de hijo, no se le pudo ocultar a la vista de esta águila perspicaz la pequeña novedad en el semblante de su Madre y Señora. Se afligió grandemente el evangelista y, habiendo conferido consigo mismo su cuidado, se fue al Señor y pidiéndole nueva luz para el acierto le dijo: Señor y Dios inmenso y reparador del mundo, confieso la obligación en que sin méritos míos y por sola vuestra dignación me pusisteis, dándome por Madre a la que verdaderamente lo es vuestra, porque os concibió, parió y alimentó a sus pechos. Yo, Señor, con este beneficio quedé próspero y enriquecido con el mayor tesoro del cielo y de la tierra. Pero vuestra Madre y mi Señora quedó sola y pobre sin vuestra real presencia, que ni pueden recompensar ni suplir todos los ángeles ni los hombres, cuanto menos este vil gusano y siervo vuestro. Hoy, Dios mío y Redentor del mundo, veo triste y afligida a la que os dio forma de hombre y es alegría de vuestro pueblo. La deseo consolar y aliviarla de su pena, pero soy insuficiente para hacerlo. La razón y amor me solicitan, la veneración y mi fragilidad me detienen. Dadme, Señor, virtud y luz de lo que debo hacer en vuestro agrado y servicio de vuestra digna Madre.

341. Después de esta oración quedó san Juan dudoso un rato, sobre si preguntaría a la gran Señora del cielo la causa de su pena. Por una parte lo deseaba con afecto, por otra no se atrevía, con el temor santo y el respeto con que la miraba; y aunque alentado interiormente llegó tres veces a la puerta del oratorio donde estaba María santísima, le detuvo el encogimiento para no entrar a preguntarla lo que deseaba. Pero la divina Madre conoció todo lo que san Juan hacía y lo que pasaba por su interior. Y por el respeto que la celestial Maestra de la humildad tenía al evangelista como sacerdote y ministro del Señor, se levantó de la oración y salió a donde estaba y le dijo: Señor, decidme lo que mandáis a vuestra sierva. Ya he dicho otras veces (Cf. supra n.99,102,l06,etc.) que la gran Reina llamaba señores a los sacerdotes y ministros de su Hijo santísimo. El evangelista se consoló y animó con este favor, y aunque no sin algún encogimiento respondió: Señora mía, la razón y el deseo de serviros me ha obligado a reparar en vuestra tristeza y pensar que tenéis alguna pena, de que deseo veros aliviada.

342. No se alargó san Juan en más razones, pero la Reina conoció el deseo que tenía de preguntarla por sus cuidados, y como prontísima obediente quiso responderle a la voluntad, antes que por palabras se la manifestase, como a quien reconocía por superior y le tenía por tal. Se volvió María santísima al Señor y dijo: Dios mío e Hijo mío, en lugar vuestro me dejasteis a vuestro siervo Juan, para que me acompañase y asistiese, y yo le recibí por mi prelado y superior, a cuyos deseos y voluntad, conociéndola, deseo obedecer, para que esta humilde sierva vuestra siempre viva y se gobierne por vuestra obediencia. Dadme licencia para manifestarle mi cuidado, como él desea saberlo. Sintió luego el fiat de la divina voluntad. Y puesta de rodillas a los pies de san Juan, le pidió la bendición y le besó la mano, y pidiéndole licencia para hablar le dijo: Señor, causa tiene el dolor que aflige mi corazón, porque el Altísimo me ha manifestado las tribulaciones que han de venir a la Iglesia y las persecuciones que han de padecer todos sus hijos, y mayores los apóstoles. Y para disponer en el mundo y ejecutar esta maldad, he visto que ha salido a él de las cavernas de lo profundo el dragón infernal con innumerables legiones de espíritus malignos, todos con implacable indignación y furor, para destruir el cuerpo de la Iglesia santa. y esta ciudad de Jerusalén se turbará la primera, y más que otras, y en ella quitarán la vida a uno de los apóstoles y otros serán presos y afligidos por industria del demonio. Mi corazón se contrista y aflige de compasión, y de la contradicción que harán los enemigos a la exaltación del nombre santo del Altísimo y remedio de las almas.

343. Con este aviso se afligió también el evangelista y se turbó un poco, pero con el esfuerzo de la divina gracia respondió a la gran Reina, diciendo: Madre y Señora mía, no ignora vuestra sabiduría que de estos trabajos y tribulaciones sacará el Altísimo grandes frutos para su Iglesia y sus hijos fieles y que les asistirá en su tribulación. Aparejados estamos los apóstoles para sacrificar nuestras vidas por el Señor, que ofreció la suya por todo el linaje humano. Hemos recibido inmensos beneficios y no es justo que en nosotros sean ociosos y vacíos. Cuando éramos pequeños en la escuela de nuestro Maestro y Señor, obrábamos como párvulos, pero después que nos enriqueció con su divino Espíritu y encendió en nosotros el fuego de su amor, perdimos la cobardía y deseamos seguir el camino de su cruz, que con su doctrina y ejemplos nos enseñó, y sabemos que la Iglesia se ha de plantar y conservar con la sangre de sus ministros e hijos. Rogad,vosotros, Señora mía, por nosotros, que con la virtud divina y vuestra protección alcanzaremos victoria de nuestros enemigos y en gloria del Altísimo triunfaremos de todos ellos. Pero si en esta ciudad de Jerusalén se ha de ejecutar lo fuerte de la persecución, paréceme, Señora y Madre mía, que no es justo la esperéis en ella, para que la indignación del infierno, por medio de la malicia humana, no intente alguna ofensa contra el tabernáculo de Dios.

344. La gran Reina y Señora del cielo, con el amor y compasión de los apóstoles y todos los otros fieles, se inclinaba sin temor a quedarse en Jerusalén para hablar, consolar y animar a todos en la tribulación que les amenazaba. Pero no manifestó al evangelista este afecto, aunque era tan santo, porque salía de su dictamen y le cedió a la humildad y obediencia del apóstol, porque le tenía por su prelado y superior. Y con este rendimiento, sin replicar al evangelista, le dio las gracias por el esfuerzo con que deseaba padecer y morir por Cristo; y en cuanto a salir de Jerusalén, le dijo que ordenase y dispusiese aquello que juzgaba por más conveniente, que a todo obedecería como súbdita, y pediría a nuestro Señor le gobernase con su divina luz, para que eligiese aquello que fuese de su mayor agrado y exaltación de su santo nombre. Con esta resignación de tanto ejemplo para nosotros y reprensión de nuestra inobediencia, determinó el evangelista que se fuese a la ciudad de Efeso, en los términos del Asia Menor. Y proponiéndolo a María santísima, la dijo: Señora y Madre mía, para alejarnos de Jerusalén y tener fuera de aquí ocasión oportuna para trabajar por la exaltación del nombre del Altísimo, me parece nos retiremos a la ciudad de Efeso, donde haréis en las almas el fruto que no espero en Jerusalén. Yo deseara ser uno de los que asisten al trono de la santísima Trinidad para serviros dignamente en esta jornada, pero soy un vil gusano de la tierra, mas el Señor será con nosotros y en todas partes le tenéis propicio, como Dios y como Hijo vuestro.

345. Quedó determinada la partida de Efeso en acomodando y disponiendo lo que en Jerusalén convenía advertir a los fieles, y la gran Señora se retiró a su oratorio, donde hizo esta oración: Altísimo Dios eterno, esta humilde sierva vuestra se postra ante vuestra real presencia y de lo íntimo de mi alma os suplico me gobernéis y encaminéis a vuestro mayor agrado y beneplácito; esta jornada quiero hacer por obediencia de vuestro siervo Juan, cuya voluntad será la vuestra. No es razón que esta sierva y Madre vuestra, tan obligada de vuestra poderosa mano, dé un paso que no sea para mayor gloria y exaltación de vuestro santo nombre. Asistid, Señor mío, a mi deseo y peticiones, para que yo obre lo más acertado y justo. La respondió el señor luego y la dijo: Esposa y paloma mía, mi voluntad ha dispuesto la jornada para mi mayor agrado. Obedeced a Juan y caminad a Efeso, que allí quiero manifestar mi clemencia con algunas almas por medio de vuestra presencia y asistencia, por el tiempo que fuere conveniente. Con esta respuesta del Señor quedó María santísima más consolada e informada de la divina voluntad y pidió a Su Majestad la bendición y licencia para disponer la jornada cuando el apóstol la determinase; y llena de fuego de caridad se encendía en el deseo del bien de las almas de Efeso, de quien el Señor la había dado esperanzas se sacaría fruto de su gusto y agrado.

346. Viene María santísima de Jerusalén a Zaragoza en España, por voluntad de su Hijo nuestro Salvador, a visitar a Santiago, y lo que sucedió en esta venida y el año y día en que se hizo. Todo el cuidado de nuestra gran Madre y Señora María santísima estaba empleado y convertido a los aumentos y dilatación de la santa Iglesia, al consuelo de los apóstoles, discípulos y de los otros fieles, y a defenderlos del infernal dragón y sus ministros en la persecución y asechanzas que, como se ha dicho (Cf. supra n.337), les prevenían estos enemigos. Con su incomparable caridad, antes de venir a Efeso ni partir de Jerusalén, ordenó y dispuso muchas cosas, en cuanto le fue posible, por sí y por ministerio de los santos ángeles, para prevenir todo lo que en su ausencia le pareció conveniente, porque entonces no tenía noticia del tiempo que duraría esta jornada y la vuelta a Jerusalén. Y la mayor diligencia que pudo hacer fue su continua y poderosa oración y peticiones a su Hijo santísimo, para que con el poder infinito de su brazo defendiese a sus apóstoles y siervos y quebrantase la soberbia de Lucifer, desvaneciendo las maldades que en su astucia fabricaba contra la gloria del mismo Señor. Sabía la prudentísima Madre que de los apóstoles el primero que derramaría su sangre por Cristo nuestro Señor era Jacobo, y por esta razón, y por lo mucho que la gran Reina le amaba, como dije arriba (Cf. supra n.320), hizo particular oración por él entre todos los apóstoles.

347. Estando la divina Madre en estas peticiones, un día, que era el cuarto antes de partir a Efeso, sintió en su castísimo corazón alguna novedad y efectos dulcísimos, como le sucedía otras veces para algún particular beneficio que se le acercaba. Estas obras se llaman palabras del Señor en el estilo de la Escritura, y respondiendo a ellas María santísima, como maestra de la ciencia, dijo: Señor mío, ¿qué me mandáis hacer y qué queréis de mí? Hablad, Dios mío, que vuestra sierva oye. Y en repitiendo estas razones vio a su Hijo santísimo que en persona descendía del cielo a visitarla en un trono de inefable majestad y acompañado de innumerables ángeles de todos los órdenes y coros celestiales. Entró Su Majestad con esta grandeza en el oratorio de su beatísima Madre, y la religiosa y humilde Virgen le adoró con excelente culto y veneración de lo íntimo de su purísima alma. Luego la habló el Señor y la dijo: Madre mía amantísima, de quien recibí el ser humano para salvar al mundo, atento estoy a vuestras peticiones y deseos santos y agradables en mis ojos. Yo defenderé a mis apóstoles e Iglesia y seré su padre y protector, para que no sea vencida, ni prevalezcan contra ella las puertas del infierno (Mt 16,18). Ya sabéis que para mi gloria es necesario que trabajen con mi gracia los apóstoles y que al fin me sigan por el camino de la cruz y muerte que padecí para redimir al linaje humano. Y el primero que me ha de imitar en esto es Jacobo mi fiel siervo, y quiero que padezca martirio en esta ciudad de Jerusalén. Y para que él venga a ella y otros fines de mi gloria y vuestra, es mi voluntad que luego le visitéis en España, donde predica mi santo nombre. Quiero, Madre mía, que vayáis a Zaragoza, donde está ahora, y le ordenéis que vuelva a Jerusalén y antes que parta de aquella ciudad edifique en ella un templo en honra y título de vuestro nombre, donde seáis venerada e invocada para beneficio de aquel reino y gloria y beneplácito mío y de nuestra beatísima Trinidad.

348. Admitió la gran Reina del cielo esta obediencia de su Hijo santísimo con nuevo júbilo de su alma. Y con el rendimiento digno respondió y dijo: Señor mío y verdadero Dios, hágase vuestra voluntad santa en vuestra sierva y Madre por toda la eternidad y en ella os alaben todas las criaturas por las obras admirables de vuestra piedad inmensa con vuestros siervos. Yo, Señor mío, os magnifico y bendigo en ellas y os doy humildes gracias en nombre de toda la santa Iglesia y mío. Dadme licencia, Hijo mío, para que en el templo que mandáis edificar a vuestro siervo Jacobo pueda yo prometer en vuestro santo nombre la protección especial de vuestro brazo poderoso, y que aquel lugar sagrado sea parte de mi herencia para todos los que en él invocaren con devoción vuestro mismo nombre y el favor de mi intercesión con vuestra clemencia.

349. La respondió Cristo nuestro Redentor: Madre mía, en quien se complació mi voluntad, yo os doy mi real palabra que miraré con especial clemencia y llenaré de bendiciones de dulzura a los que con humildad y devoción vuestra me invocaren y llamaren en aquel templo por medio de vuestra intercesión. En vuestras manos tengo depositados y librados todos mis tesoros, y como Madre que tenéis mis veces y potestad podéis enriquecer y señalar aquel lugar y prometer en él vuestro favor, que todo lo cumpliré como fuere vuestra agradable voluntad. Agradeció de nuevo María santísima esta promesa de su Hijo y Dios omnipotente, y luego, por mandato del mismo Señor, grande número de los ángeles que la acompañaban formaron un trono real de una nube refulgentísima y la pusieron en él como a Reina y Señora de todo lo criado. Cristo nuestro Señor con los demás ángeles se subió a los cielos, dándola su bendición. Y la purísima Madre, en manos de serafines y acompañada de sus mil ángeles con los demás, partió a Zaragoza, en España, en alma y cuerpo mortal. Y aunque la jornada se pudo hacer en brevísimo tiempo, ordenó el Señor que fuese de manera que los santos ángeles formando coros de dulcísima armonía viniesen cantando a su Reina loores de júbilo y alegría.

350. Unos cantaban el Ave María, otros Salve Sancta parens y Salve Regina, otros, Regina coeli lastare, etc. Alternando estos cánticos a coros y respondiéndose unos a otros con armonía y consonancia tan concertada, cuanto no alcanza la capacidad humana. Respondía también la gran Señora oportunamente, refiriendo toda aquella gloria al Autor que se la daba, con tan humilde corazón, cuanto era grande este favor y beneficio. Repetía muchas veces: Santo santo, santo Dios de Sabaot, ten misericordia dé los míseros hijos de Eva. Tuya es la gloria, tuyo es el poder y la majestad, tú sólo el Santo, el Altísimo y el Señor de todos los ejércitos celestiales y de lo criado. Y los ángeles respondían también a estos cánticos tan dulces en los oídos del Señor, y con ellos llegaron a Zaragoza cuando ya se acercaba la media noche.

351. El felicísimo apóstol Santiago estaba con sus discípulos fuera de la ciudad, pero arrimado al muro que correspondía a las márgenes del río Ebro, y para ponerse en oración se había apartado de ellos algún espacio competente, quedando los discípulos algunos durmiendo y otros orando como su maestro; y porque todos estaban desimaginados de la novedad que les venía, se alargó un poco la procesión de los santos ángeles con la música, de manera que no sólo Santiago lo pudiese oír de lejos, sino también los discípulos, con que despertaron los que dormían y todos fueron llenos de suavidad interior y admiración, con celestial consuelo que los ocupó y casi enmudeció, dejándolos suspensos y derramando lágrimas de alegría. Reconocieron en el aire grandísima luz, más que si fuera al mediodía, aunque no se extendía universalmente más que en algún espacio, como un gran globo. Con esta admiración y nuevo gozo estuvieron sin menearse hasta que los llamó su Maestro. Con estos maravillosos efectos que sintieron, ordenó el Señor que estuviesen prevenidos y atentos a lo que de aquel gran misterio se les manifestase. Los santos ángeles pusieron el trono de su Reina y Señora a la vista del apóstol, que estaba en altísima oración y más que los discípulos sentía la música y percibía la luz. Traían consigo los ángeles prevenida una pequeña columna de mármol o de jaspe, y de otra materia diferente habían formado una imagen no grande de la Reina del cielo. Y a esta imagen traían otros ángeles con gran veneración, y todo se había prevenido aquella noche con la potencia que estos divinos espíritus obran en las cosas que la tienen.

352. Se le manifestó a Santiago la Reina del cielo desde la nube y trono donde estaba rodeada de los coros de los ángeles, todos con admirable hermosura y refulgencia, aunque la gran Señora los excedía en todo a todos. El dichoso apóstol se postró en tierra y con profunda reverencia adoró a la Madre de su Criador y Redentor y vio juntamente la Imagen y columna o pilar en mano de algunos ángeles. La piadosa Reina le dio la bendición en nombre de su Hijo santísimo y le dijo: Jacobo, siervo del Altísimo, bendito seáis en su diestra; él os salve y manifieste la alegría de su divino rostro. Y todos los ángeles respondieron: Amén. Prosiguió la Reina del cielo y dijo: Hijo mío Jacobo, este lugar ha señalado y destinado el altísimo y todopoderoso Dios del cielo, para que en la tierra le consagréis y dediquéis en un templo y casa de oración, de donde debajo del título de mi nombre quiere que el suyo sea ensalzado y engrandecido y que los tesoros de su divina diestra se comuniquen, franqueando liberalmente sus antiguas misericordias con todos los fieles y que por mi intercesión las alcancen, si las pidieren con verdadera fe y piadosa devoción. Yo en nombre del Todopoderoso les prometo grandes favores y bendiciones de dulzura y mi verdadera protección y amparo, porque éste ha de ser templo y casa mía y mi propia herencia y posesión. Y en testimonio de esta verdad y promesa quedará aquí esta columna y colocada mi propia imagen, que en este lugar donde edificaréis mi templo perseverará y durará con la santa fe hasta el fin del mundo. Daréis luego principio a esta casa del Señor, y habiéndole hecho este servicio partiréis a Jerusalén, donde mi Hijo santísimo quiere que le ofrezcáis el sacrificio de vuestra vida en el mismo lugar en que dio la suya para la redención humana.

353. Dio fin la gran Reina a su razonamiento, mandando a los ángeles que colocasen la columna y sobre ella la santa Imagen en el mismo lugar y puesto que hoy están, y así lo ejecutaron en un momento. Luego que se erigió la columna y se asentó en ella la sagrada Imagen, los mismos ángeles, y también el santo apóstol, reconocieron aquel lugar y título por casa de Dios, puerta del cielo y tierra santa y consagrada en templo para gloria del Altísimo e invocación de su beatísima Madre. Y en fe de esto dieron culto, adoración y reverencia a la divinidad, y Santiago se postró en tierra, y los ángeles con nuevos cánticos celebraron los primeros con el mismo apóstol la nueva y primera dedicación de templo que se instituyó en el orbe después de la redención humana y en nombre de la gran Señora del cielo y tierra. Este fue el origen felicísimo del santuario de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza, que con justa razón se llama cámara angelical, casa propia de Dios y de su Madre purísima, y digna de la veneración de todo el orbe y fiador seguro y abonado de los beneficios y favores del cielo, que no desmerecieron nuestros pecados. Me parece a mí que nuestro gran patrón y apóstol el segundo Jacobo dio principio más glorioso a este templo que el primer Jacobo al suyo de Betel, cuando caminaba peregrino a Mesopotamia, aunque aquel título y piedra que levantó (Gen 28,18) fuese lugar del futuro templo de Salomón. Allí vio en sueños Jacob la escala mística en figura y sombra con los ángeles, pero aquí vio nuestro Jacobo la escala verdadera del cielo con los ojos corporales, y más ángeles que en aquélla. Allí se levantó la piedra en título para el templo que muchas veces se había de destruir y en algunos siglos tendría fin, pero aquí, en la firmeza de esta verdadera columna consagrada, se aseguró el templo, la fe y culto del Altísimo hasta que se acabe el mundo, subiendo y bajando ángeles a las alturas con las oraciones de los fieles y con incomparables beneficios y favores que distribuye nuestra gran Reina y Señora a los que en aquel lugar con devoción la invocan y con veneración la honran.

354. Dio humildes gracias nuestro apóstol a María santísima y la pidió el amparo de este reino de España con especial protección, y mucho mis de aquel lugar consagrado a su devoción y nombre. Y todo se lo ofreció la divina Madre, y dándole de nuevo su bendición, la volvieron los ángeles a Jerusalén con el mismo orden que la habían traído. Pero antes, a petición suya, ordenó el Altísimo que para guardar aquel santuario y defenderle quedase en él un ángel santo encargado de su custodia, y desde aquel día hasta ahora persevera en este ministerio y le continuará cuanto allí durare y permaneciere la Imagen sagrada y la columna. De aquí ha resultado la maravilla que todos los fieles y católicos reconocen de haberse conservado aquel santuario ileso y tan intacto por mil seiscientos y más años entre la perfidia de los judíos, la idolatría de los romanos, la herejía de los arrianos y la bárbara furia de los moros y paganos; y fuera mayor la admiración de los cristianos, si en particular tuvieran noticia de los arbitrios y medios que todo el infierno ha fabricado en diversos tiempos para destruir este santuario por mano de todos estos infieles y naciones. No me detengo en referir estos sucesos, porque no es necesario y tampoco pertenecen a mi intento. Basta decir que por todos estos enemigos de Dios lo ha intentado Lucifer muchas veces, y todas lo ha defendido el ángel santo que guarda aquel sagrario.

355. Pero advierto dos cosas que se me han manifestado para que aquí las escriba. La una, que las promesas aquí referidas, así de Cristo nuestro Salvador como de su Madre santísima, para conservar aquel templo y lugar suyo, aunque parecen absolutas, tienen implícita o encerrada la condición, como sucede en otras muchas promesas de la Escritura sagrada, que tocan a particulares beneficios de la divina gracia. Y la condición es, que de nuestra parte obremos de manera que no desobliguemos a Dios para que nos prive del favor y misericordia que nos promete y ofrece. Y porque Su Majestad en el secreto de su justicia reserva el peso de estos pecados con que le podemos desobligar, por eso no expresa ni declara esta condición; y porque también estamos avisados en su santa Iglesia, que sus promesas y favores no son para que usemos de ellos contra el mismo Señor, ni pequemos en confianza de su liberal misericordia, pues ninguna ofensa tanto como ésta nos hace indignos de ella. Y tales y tantos pueden ser los pecados de estos reinos y de aquella piadosa ciudad de Zaragoza, que lleguemos a poner de nuestra parte la condición y número por donde merezcamos ser privados de aquel admirable beneficio y amparo de la gran Reina y Señora de los ángeles.

356. La segunda advertencia no menos digna de consideración es, que Lucifer y sus demonios, como conocen estas verdades y promesas del Señor, ha pretendido y pretende siempre la malicia de estos dragones infernales introducir mayores vicios y pecados en aquella ilustre ciudad y en sus moradores con más eficacia y astucia que en otras, y en especial de los que más pueden desobligar y ofender a la pureza de María santísima. El intento de esta serpiente antigua mira a dos cosas execrables: la una que, si puede ser, desobliguen los fieles a Dios para que les conserve allí aquel sagrado y por este camino consiga Lucifer lo que por otros no ha podido; la otra, que si no puede alcanzar esto, por lo menos impida en las almas la veneración y piedad de aquel templo sagrado y los grandes beneficios que tiene prometidos en él María santísima a los que dignamente los pidieren. Conoce bien Lucifer y sus demonios que los vecinos y moradores de Zaragoza están obligados a la Reina de los cielos con más estrecha deuda que muchas otras ciudades y provincias de la cristiandad, porque tienen dentro de sus muros la oficina y fuente de los favores y beneficios que otros van a buscar a ella. Y si con la posesión de tanto bien fuesen peores, y despreciasen la dignación y clemencia que nadie les pudo merecer, esta ingratitud a Dios y a su Madre santísima merecería mayor indignación y más grave castigo de la Justicia divina. Confieso con alegría a todos los que leyeren esta Historia, que por escribirla a solas dos jornadas de Zaragoza tengo por muy dichosa esta vecindad y miro aquel santuario con gran cariño de mi alma, por la deuda que todos conocerán tengo a la gran Señora del mundo. Me reconozco también obligada y agradecida a la piedad de aquella ciudad, y en retorno de todo esto quisiera con voces vivas renovar en sus moradores la cordial e íntima devoción que deben a María santísima y los favores que con ella pueden alcanzar y con el olvido y poca atención desmerecer. Considérense, pues, más beneficiados y obligados que otros fieles. Estimen su tesoro, gócenle felizmente y no hagan del propiciatorio de Dios casa inútil y común, convirtiéndola en tribunal de justicia, pues la puso María santísima para taller o tribunal de misericordias.

357. Pasada la visión de María santísima, llamó Santiago a sus discípulos, que de la música y resplandor estaban absortos, aunque ni oyeron ni vieron otra cosa. Y el gran maestro les dio noticia de lo que convenía, para que le ayudasen en la edificación del sagrado templo, en que puso mano y diligencia; y antes de partir de Zaragoza acabó la pequeña capilla donde está la santa Imagen y columna, con favor y asistencia de los ángeles. Y después con el tiempo los católicos edificaron el suntuoso templo y lo demás que adorna y acompaña aquel tan celebrado santuario. El evangelista san Juan no tuvo por entonces noticia de esta venida de la divina Madre a España, ni ella se lo manifestó, porque estos favores y excelencias no pertenecían a la fe universal de la Iglesia y por esto las guardaba en su pecho; aunque declaró otras mayores a san Juan y a los otros evangelistas, porque eran necesarias para la común instrucción y fe de los fieles. Pero cuando Santiago volvió de España por Efeso, entonces dio cuenta a su hermano Juan de lo que había sucedido en la peregrinación y predicación de España, y le declaró las dos veces que en ella había sido favorecido con las visiones de la beatísima Madre y de lo que en esta segunda le había sucedido en Zaragoza, del templo que dejaba edificado en esta ciudad. Y por relación del evangelista tuvieron noticia de este milagro muchos de los apóstoles y discípulos a quien se lo refirió él mismo después en Jerusalén para confirmarlos en la fe y devoción de la Señora del cielo, y en la confianza de su amparo. Y fue así, porque desde entonces los que conocieron este favor de Jacobo la llamaban y la invocaban en sus trabajos y necesidades, y la piadosa Madre socorrió a muchos, y a todos en diferentes ocasiones y peligros.

358. Sucedió este milagroso aparecimiento de María santísima en Zaragoza, entrando el año del nacimiento de su Hijo nuestro Salvador de cuarenta, la segunda noche de dos de enero. Y desde la salida de Jerusalén a la predicación habían pasado cuatro años, cuatro meses y diez días, porque salió el santo apóstol año de treinta y cinco, como arriba dije (Cf. supra n.319), a veinte de agosto; y después del aparecimiento gastó en edificar el templo, en volver a Jerusalén y predicar, un año, dos meses y veinte y tres días; murió a los veinte y cinco de marzo del año cuarenta y uno. La gran Reina de los ángeles, cuando se le apareció en Zaragoza, tenía de edad cincuenta y cuatro años, tres meses y veinte y cuatro días; y luego que volvió a Jerusalén partió a Efeso, como diré en el libro y capítulo siguiente; al cuarto día se partió. De manera que se le dedicó este templo muchos años antes de su glorioso tránsito, como se entenderá cuando al fin de esta Historia (Cf. infra n.742) de la gran Señora declare su edad y el año en que murió, que desde este aparecimiento pasaron más de los que de ordinario se dice. Y en todos estos años ya en España era venerada con culto público y tenía templos, porque a imitación de Zaragoza se le edificaron luego otros, donde se le levantaron aras con solemne veneración.

359. Esta excelencia y maravilla es la que sin contradicción engrandece a España sobre cuanto de ella se puede predicar, pues ganó la palma a todas las naciones y reinos del orbe en la veneración, culto y devoción pública de la gran Reina y Señora del cielo María santísima, y viviendo en carne mortal se señaló con ella en adorarla e invocarla más que otras naciones lo han hecho después que murió y subió a los cielos para no volver al mundo. En retorno de esta antigua y general piedad y devoción de España con María santísima, tengo entendido que la piadosa Madre ha enriquecido tanto a estos reinos en lo público, con tantas imágenes suyas aparecidas y santuarios como hay en ellos, dedicados a su santo nombre, más que en otros reinos del mundo. Con estos singularísimos favores ha querido la divina Madre hacerse más familiar en este reino, ofreciéndole su amparo con tantos templos y santuarios como tiene, saliéndonos al encuentro en todas partes y provincias, para que la reconozcamos por nuestra Madre y Patrona, y también para que entendamos fía de esta nación la defensa de su honor y la dilatación de su gloria por todo el orbe.

360. Ruego yo y humildemente suplico a todos los naturales y moradores de España y en el nombre de esta Señora les amonesto despierten la memoria y aviven la fe, renueven y resuciten la devoción antigua de María santísima y se reconozcan por más rendidos y obligados a su servicio que otras naciones; y singularmente tengan en suma veneración el santuario de Zaragoza, como de mayor dignidad y excelencia sobre todos y como original de la piedad y veneración que España reconoce a esta Reina. Y crean todos los que leyeren esta Historia, que las antiguas dichas y grandezas de esta monarquía las recibió por María santísima y por los servicios que le hicieron en ella, y si hoy las reconocemos tan arruinadas y casi perdidas, lo ha merecido así nuestro descuido, con que obligamos al desamparo que sentimos. Y si deseamos el remedio de tantas calamidades, sólo podemos alcanzarle por mano de esta poderosa Reina, obligándola con nuevos y singulares servicios y demostraciones. Y pues el admirable beneficio de la fe católica y los que he referido nos vinieron por medio de nuestro gran patrón y apóstol Santiago, renuévese también su devoción e invocación, para que por su intercesión el Todopoderoso renueve sus maravillas.

Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.

361. Hija mía, advertida estás que no sin misterio en el discurso de esta Historia te he manifestado tantas veces los secretos del infierno contra los hombres, los consejos y traiciones que fabrica para perderlos, la furiosa indignación y desvelo con que lo procura, sin perder punto, lugar ni ocasión y sin dejar piedra que no mueva, ni camino, estado o persona a quien no ponga muchos lazos en que caiga y, más peligrosos y más engañosos por más ocultos, los derrama contra los que cuidadosos desean la vida eterna y la amistad de Dios. Y sobre estos generales avisos se te han manifestado muchas veces los conciliábulos y prevenciones que contra ti confieren y disponen. A todos los hijos de la Iglesia les importa salir de la ignorancia en que viven de tan inevitables peligros de su eterna perdición, sin conocer ni advertir que fue castigo del primer pecado perder la luz de estos secretos y después, cuando podían merecerla, se hacen incapaces y más indignos por los pecados propios. Con esto, viven muchos de los mismos fieles tan olvidados y descuidados como si no hubiera demonios que los persiguieran y engañaran, y si tal vez lo advierten es muy superficialmente y de paso y luego se vuelven a su olvido, que pesa en muchos no menos que las penas eternas. Si en todos tiempos y lugares, en todas obras y ocasiones, les pone asechanzas el demonio, justo y debido era que ningún cristiano diera un solo paso sin pedir el favor divino, para conocer el peligro y no caer en él. Pero como es tan torpe el olvido que de esto tienen los hijos de Adán, apenas hacen obra que no sean lastimados y heridos de la serpiente infernal y del veneno que derrama por su boca, con que acumulan culpas a culpas, males a males, que irritan la justicia divina y desmerecen la misericordia.

362. Entre estos peligros te amonesto, hija mía, que como has conocido contra ti mayor indignación y desvelo del infierno, le tengas tú con la divina gracia tan grande y continuo, como te conviene para vencer a este astuto enemigo. Atiende a lo que yo hice cuando conocí el intento de Lucifer para perseguirme a mí y a la santa Iglesia: multipliqué las peticiones, lágrimas, suspiros y oraciones; y porque los demonios se querían valer de Herodes y de los judíos de Jerusalén, aunque yo pudiera estar con menor temor en la ciudad y me inclinaba a esto, la desamparé para dar ejemplo de cautela y de obediencia: de lo uno alejándome del peligro y de lo otro gobernándome por la voluntad y obediencia de san Juan. Tú no eres fuerte y tienes mayor peligro por las criaturas y a más de esto eres mi discípula, tienes mis obras y vida por ejemplar para la tuya; y así quiero que en reconociendo el peligro te alejes de él, si fuere necesario, cortes por lo más sensible y siempre te arrimes a la obediencia de quien te gobierna como a norte seguro y columna fuerte para no caer. Advierte mucho si debajo de piedad aparente te esconde el enemigo algún lazo; guárdate no padezcas tú por granjear a otros. Ni te fíes de tu dictamen, aunque te parezca bueno y seguro; no dificultes obedecer en cosa alguna, pues yo por la obediencia salí a peregrinar con muchos trabajos y descomodidades.

363. Renueva también los afectos y deseos de seguir mis pasos y de imitarme con perfección, para proseguir lo que resta de mi vida y escribirlo en tu corazón. Corre por el camino de la humildad y obediencia tras el olor de mi vida y virtudes, que si me obedecieres, como de ti quiero y tantas veces te repito y exhorto, yo te asistiré como a hija en tus necesidades y tribulaciones y mi Hijo santísimo cumplirá en ti su voluntad como lo desea, antes que acabes esta obra, y se ejecutarán las promesas que muchas veces nos has oído, y serás bendita de su poderosa diestra. Magnifica y engrandece al Altísimo por el favor que hizo a mi siervo Jacobo en Zaragoza y por el templo que allí me edificó antes de mi tránsito y todo lo que de esta maravilla te he manifestado, y porque aquel templo fue el primero de la ley evangélica y de sumo agrado para la beatísima Trinidad.

LIBRO VIII

De Nuevo a Tapa

CONTIENE LA JORNADA DE MARÍA SANTÍSIMA CON SAN JUAN A ÉFESO; EL GLORIOSO MARTIRIO DE SANTIAGO; LA MUERTE Y CASTIGO DE HERODES; LA DESTRUCCIÓN DEL TEMPLO DE DIANA; LA VUELTA DE MARíA SANTÍSIMA DE ÉFESO A JERUSALÉN; LA INSTRUCCIÓN QUE DIO A LOS EVANGELISTAS; EL ALTÍSIMO ESTADO QUE TUVO SU ALMA PURÍSIMA ANTES DE MORIR; SU FELICÍSIMO TRÁNSITO, SUBIDA A LOS CIELOS Y CORONACIÓN.

CAPITULO 1

Parte de Jerusalén María santísima con san Juan para Efeso, viene san Pablo de Damasco a Jerusalén, vuelve a ella Santiago, visita en Efeso a la gran Reina; se declaran los secretos que en estos viajes sucedieron a todos.

365. Volvió María santísima a Jerusalén en manos de serafines desde Zaragoza, dejando mejorada y enriquecida aquella ciudad y reino de España con su presencia, con su protección y promesas, y con el templo que para título y monumento de su sagrado nombre le dejaba edificando Santiago, con asistencia y favor de los santos ángeles. Al punto que la gran Señora del cielo y Reina de los ángeles descendió de la nube o trono en que la traían y pisó el suelo del cenáculo, se postró en él, pegándose con el polvo, para alabar al Muy Alto por los favores y beneficios que con ella, con Santiago y aquellos reinos había obrado su poderosa diestra en aquella milagrosa jornada. Y considerando con su inefable humildad, que en carne mortal se le edificaba templo a su nombre e invocación, de tal manera se aniquiló y deshizo en su estimación en la divina presencia, como si totalmente se le olvidara que era Madre de Dios verdadera, criatura impecable y superior en santidad sobre todos los supremos serafines excediéndoles sin medida. Tanto se humilló y agradeció estos beneficios, como si fuera un gusanillo y la menor y más pecadora de las criaturas, e hizo juicio que debía levantarse sobre sí misma con esta deuda a nuevos grados de santidad más alta y remontada. Así lo propuso y cumplió llegando su sabiduría y humildad hasta donde no alcanza nuestra capacidad.

366. En estos ejercicios gastó lo más de los cuatro días después que volvió a Jerusalén, y también en pedir con gran fervor por la defensa y aumento de la santa Iglesia. En el ínterin el evangelista san Juan prevenía la jornada y la embarcación para Efeso, y al cuarto día, que era el quinto de enero del año de cuarenta, la dio aviso san Juan cómo era tiempo de partir, porque había embarcación y estaba todo dispuesto para caminar. La gran Maestra de la obediencia sin réplica ni dilación se puso de rodillas y pidió licencia al Señor para salir del cenáculo y de Jerusalén, y luego se fue a despedirse del dueño de la casa y de sus moradores. Bien se deja entender el dolor que a todos tocaría de esta despedida, porque de la conversación dulcísima de la Madre de la gracia y de los favores y bienes que recibían de su liberal mano estaban todos cautivos, presos y rendidos a su amor y veneración, y en un punto quedaban sin consuelo y sin el tesoro riquísimo del cielo donde hallaban tantos bienes. Se ofrecieron todos a seguirla y a acompañarla, pero, como esto no era conveniente, la pidieron con muchas lágrimas acelerase la vuelta y no desamparase del todo aquella casa, de que tenía larga posesión. Agradeció la divina Madre estos ofrecimientos piadosos y caritativos con agradables y humildes demostraciones, y con la esperanza de su vuelta les templó algo su dolor.

367. Pidió luego licencia a san Juan para visitar los Lugares Santos de nuestra Redención y venerar en ellos con culto y adoración al Señor que los consagró con su presencia y preciosa sangre, y en compañía del mismo apóstol hizo estas sagradas estaciones con increíble devoción, lágrimas y reverencia; y san Juan, con suma consolación que recibió de acompañarla, ejercitó actos heroicos de las virtudes. Vio en los Lugares Santos la beatísima Madre a los santos ángeles que en cada uno estaban para su guarda y defensa, y de nuevo les encargó que resistiesen a Lucifer y sus demonios para que no destruyesen ni profanasen con irreverencia aquellos lugares sagrados, como lo deseaban y lo intentarían por mano de los judíos incrédulos. Y para esta defensa advirtió a los santos espíritus que desvaneciesen con santas inspiraciones los malos pensamientos y sugestiones diabólicas con que el dragón infernal procuraba inducir a los judíos y demás mortales para borrar la memoria de Cristo nuestro Señor en aquellos Santos Lugares. Y para todos los siglos futuros les encargó este cuidado, porque la ira de los malignos espíritus duraría para siempre contra los lugares y obras de la redención. Obedecieron los santos ángeles a su Reina y Señora en todo lo que les ordenó.

368. Hecha esta diligencia pidió la bendición a san Juan, puesta de rodillas, para caminar, como lo hacía con su Hijo santísimo (Cf. supra p.II n.698), porque siempre ejercitó con el amado discípulo que le dejó en su lugar las dos virtudes grandiosas de obediencia y humildad. Muchos fieles de los que había en Jerusalén la ofrecieron dinero, joyas y carrozas para el camino hasta el mar y para todo el viaje lo necesario. Pero la prudentísima Señora con humildad y estimación satisfizo a todos sin admitir cosa alguna, y para las jornadas hasta el mar le sirvió un humilde jumentillo en que hizo el camino, como Reina de las virtudes y de los pobres. Se acordaba de las jornadas y peregrinaciones que antes había hecho con su Hijo santísimo y con su esposo José; y esta memoria, y el amor divino que la obligaba de nuevo a peregrinar, despertaban en su columbino corazón tiernos y devotos afectos; y para ser en todo perfectísima, hizo nuevos afectos de resignación en la voluntad divina, de carecer, por su gloria y exaltación de su nombre, de la compañía de Hijo y Esposo en aquella jornada, que en otras había tenido y gozado de tan gran consuelo, y de dejar la quietud del cenáculo, los Lugares Santos y la compañía de muchos y fieles devotos; y alabó al Altísimo porque le daba al discípulo amado para que la acompañase en estas ausencias.

369. Y para mayor alivio y consuelo en la jornada de la gran Reina, se le manifestaron al salir del cenáculo todos sus ángeles en forma corpórea y visible, que la rodearon y cogieron en medio. Y con la escolta de este celestial escuadrón y la compañía humana de solo san Juan, caminó hasta el puerto donde estaba el navío que navegaba a Efeso. Y gastó todo este camino en repetidos y dulces coloquios y cánticos con los espíritus soberanos en alabanza del Altísimo, y alguna vez con san Juan, que cuidadoso y oficioso la servía con admirable reverencia en todo lo que se ofrecía y el dichosísimo apóstol conocía que era menester. Esta solicitud de san Juan agradecía María santísima con increíble humildad, porque las dos virtudes, de gratitud y humildad, hacían en la Reina muy grandes los beneficios que recibía y, aunque se le debían por tantos títulos de obligación y justicia, los reconocía como si fueran favores y muy de gracia.

370. Llegaron al puerto y luego se embarcaron en una nave como otros pasajeros. Entró la gran Reina del mundo en el mar, la primera vez que había llegado a él por este modo. Penetró y vio con suma claridad y comprensión todo aquel vastísimo piélago del mar Mediterráneo y la comunicación que tiene con el Océano. Vio su profundidad y altura, su longitud y latitud, las cavernas que tiene y oculta disposición, sus arenas y mineros, flujos y reflujos, sus animales, ballenas, variedad de peces grandes y pequeños, y cuanto en aquella portentosa criatura estaba encerrado. Conoció también cuántas personas en ella se habían anegado y perecido navegando, y se acordó de la verdad que dijo el Eclesiástico (Eclo 43,26), de que cuentan los peligros del mar aquellos que le navegan, y lo de David (Sal 92,4), que son admirables las elaciones y soberbia de sus hinchadas olas. Y pudo conocer la divina Madre todo esto, así por especial dispensación de su Hijo santísimo, como también porque gozaba en grado muy supremo de los privilegios y gracias de la naturaleza angélica y de otra singular participación de los divinos atributos, a imitación y similitud y semejanza de la humanidad santísima de Cristo nuestro Salvador. Y con estos dones y privilegios, no sólo conocía todas las cosas como ellas son en sí mismas y sin engaño, pero la esfera de su conocimiento era mucho más dilatada para penetrar y comprender más que los ángeles.

371. Y cuando a las potencias y sabiduría de la gran Reina se le propuso aquel dilatado mapa en que reverberaban como en espejo clarísimo la grandeza y omnipotencia del Criador, levantó su espíritu con vuelo ardentísimo hasta llegar al ser de Dios, que tanto resplandece en sus admirables criaturas, y en todas y por todas le dio alabanza, gloria y magnificencia. Y compadeciéndose como piadosa Madre de todos los que se entregan a la indómita fuerza del mar, para navegarle con tanto riesgo de sus vidas, hizo por ellos fervorosísima oración y pidió al Todopoderoso defendiese en aquellos peligros a todos los que en ellos invocasen su intercesión y nombre, pidiendo devotamente su amparo. Concedió luego el Señor esta petición y la dio su palabra de favorecer en los peligros del mar a los que llevasen alguna imagen suya y con afecto llamasen en las tormentas a la estrella del mar María santísima. De esta promesa se entenderá que si los católicos y fieles tienen malos sucesos y perecen en las navegaciones, la causa es porque ignoran este favor de la Reina de los ángeles, o porque merecen por sus pecados no acordarse de ella en las tormentas que allí padecen y no la llaman y piden su favor con verdadera fe y devoción; pues ni la palabra del Señor puede faltar (Mt 24,35), ni la gran Madre se negaría a los necesitados y afligidos en el mar.

372. Sucedió también otra maravilla, y fue que, cuando María santísima vio el mar y sus peces y los demás animales marítimos, les dio a todos su bendición y les mandó que en el modo que les pertenecía reconociesen y alabasen a su Criador. Fue cosa admirable que, obedeciendo todos los pescados del mar a esta palabra de su Señora y Reina, acudieron con increíble velocidad a ponerse delante el navío, sin faltar de ningún género de estos animales de quien no fuese innumerable multitud. Y rodeando todos la nave descubrían las cabezas fuera del agua y con movimientos y meneos extraordinarios y agradables estuvieron grande rato como reconociendo a la Reina y Señora de las criaturas, dándole la obediencia y festejándola y como agradeciéndole que se dignase de haber entrado en el elemento y morada en que ellos vivían. Esta nueva maravilla extrañaron todos los que iban en el navío, como nunca vista. Y porque aquella multitud de peces grandes y pequeños, tan juntos y apiñados impedían algo a la nave para caminar, les motivó más a atender y discurrir, pero no conocieron la causa de la novedad; sólo san Juan la entendió y en mucho rato no pudo contener las lágrimas de alegría devota. y pasando algún espacio, pidió a la divina Madre que diese su bendición y licencia a los peces para que se fuesen, pues tan prontamente la habían obedecido cuando los convidó a alabar al Altísimo. Lo hizo así la dulcísima Madre, y luego se desapareció aquel ejército de pescados, y el mar quedó en leche y muy tranquilo, sereno y lindo, con que prosiguieron el viaje y en pocos días llegaron a desembarcar en Efeso.

373. Salieron a tierra, y en ella y en el mar hizo grandes maravillas la gran Reina, curando enfermos y endemoniados, que llegando a su presencia quedaban libres sin dilación. Y no me detengo a escribir todos estos milagros, porque sería menester muchos libros y más tiempo si hubiera de referir todos los que María santísima iba obrando y los favores del cielo que derramaba en todas partes como instrumento y despensera de la omnipotencia del Altísimo. Sólo escribo los que son necesarios para la Historia y los que bastan para manifestar algo de lo que no se sabía de las obras y maravillas de nuestra Reina y Señora. En Efeso vivían algunos fieles que desde Jerusalén y Palestina habían venido. Eran pocos; pero en sabiendo la llegada de la Madre de Cristo nuestro Salvador, fueron a visitarla y a ofrecerla sus posadas y haciendas para su servicio. Pero la gran Reina de las virtudes, que ni buscaba ostentación ni comodidades temporales, eligió para su morada la casa de unas mujeres recogidas, retiradas y no ricas, que vivían solas sin compañía de varones. Ellas se la ofrecieron por disposición del Señor con caridad y benevolencia, y reconociendo su habitación, interviniendo en todo los ángeles, señalaron un aposento muy retirado para la Reina y otro para san Juan. Y en esta posada vivieron mientras estuvieron en aquella ciudad de Efeso.

374. Agradeció María santísima este beneficio a las vecinas y dueñas de la casa, y luego se retiró sola a su aposento, y postrada en tierra como acostumbraba para hacer oración adoró al ser inmutable del Altísimo, y ofreciéndose en sacrificio para servirle en aquella ciudad dijo estas palabras: Señor y Dios omnipotente, con la inmensidad de vuestra divinidad y grandeza llenáis todos los cielos y la tierra. Yo, vuestra humilde sierva, deseo hacer en todo vuestra voluntad perfectamente en toda ocasión, lugar y tiempo, en que vuestra providencia divina me pusiere; porque vos sois todo mi bien, mi ser y vida, a vos sólo se encaminan mis deseos y los afectos de mi voluntad. Gobernad, altísimo Señor, todos mis pensamientos, palabras y obras, para que todas sean de vuestro agrado y beneplácito. Conoció la prudentísima Madre que aceptó el Señor esta petición y ofrenda y que respondía a sus deseos con virtud divina que la asistiría y gobernaría siempre.

375. Continuó la oración, pidiendo por la Iglesia santa, y disponiendo lo que deseaba hacer y ayudar desde allí a los fieles. Llamó a los santos ángeles y despachó algunos para que socorriesen a los apóstoles y discípulos, que conoció estaban más afligidos con las persecuciones que por medio de los infieles movía contra ellos el demonio. En aquellos días san Pablo salió huyendo de Damasco por la persecución que allí le hacían los judíos, como él lo refiere en la segunda a los Corintios, cuando le descolgaron por el muro de la ciudad (2 Cor 11,33). Y para que defendiesen al Apóstol de estos peligros y de los que prevenía Lucifer contra él en la jornada que hacía a Jerusalén, envió la gran Reina ángeles que le asistieron y guardaron, porque la indignación del infierno estaba contra san Pablo más irritada y furiosa que contra los otros apóstoles. Esta jornada es la que el mismo apóstol refiere en la epístola ad Galatas (Gal 1,18), que hizo después de tres años, subiendo a Jerusalén para visitar a san Pedro. Y estos tres años dichos no se han de contar después de la conversión de san Pablo, sino después que volvió de Arabia a Damasco. Y aunque esto se colige del texto de san Pablo, porque en acabando de decir que volvió de Arabia a Damasco añade luego que después de tres años subió a Jerusalén, y si estos tres años se contasen de antes que fuera a Arabia quedaba el texto muy confuso.

376. Pero con mayor claridad se prueba esto, del cómputo que arriba se ha hecho (Cf. supra n.198) desde la muerte de san Esteban y de esta jornada de María santísima a Efeso. Porque san Esteban murió cumplido el año de treinta y cuatro de Cristo, como dije en su lugar, contando los años desde el mismo día del nacimiento; y contándolos del día de la circuncisión, como ahora los computa la santa Iglesia, murió san Esteban los siete días antes de cumplirse el año de treinta y cuatro, que restaban hasta primero de enero. La conversión de san Pablo fue el año de treinta y seis, a los veinte y cinco de enero. y si tres años después viniera a Jerusalén, hallara allí a María santísima y a san Juan, y él mismo dice (Gal 1,19) que no vio en Jerusalén a ninguno de los apóstoles más que a san Pedro y Santiago el Menor, que se llamaba Alteo; y si estuvieran en Jerusalén la Reina y san Juan, no dejara san Pablo de verlos, y también nombrara a san Juan a lo menos, pero asegura que no le vio. Y la causa fue que san Pablo vino a Jerusalén el año de cuarenta, cumplidos cuatro de su conversión, y poco más de un mes después que María santísima partió a Efeso, entrando ya el quinto año de la conversión del Apóstol, cuando los otros apóstoles, fuera de los dos que vio, estaban ya fuera de Jerusalén, cada uno en su provincia, predicando el evangelio de Jesucristo.

377. Y conforme a esta cuenta, san Pablo gastó el primer año de su conversión, o la mayor parte de él, en la jornada y predicación de la Arabia, y los tres siguientes en Damasco. Y por esto el evangelista san Lucas en el capítulo 9 de los Hechos apostólicos (Act 9,23), aunque no cuenta la jornada de san Pablo a Arabia, pero dice que después de muchos días de su conversión trataron los judíos de Damasco cómo le quitarían la vida, entendiendo por estos muchos días los cuatro años que habían pasado. Y luego añade (Act 9,24-25) que, conocidas las asechanzas de los judíos, le descolgaron los discípulos una noche por el muro de la ciudad y vino a Jerusalén. Y aunque los dos apóstoles que allí estaban y otros nuevos discípulos sabían ya su milagrosa conversión, con todo eso les duraba siempre el temor y recelo de su perseverancia, por haber sido tan declarado enemigo de Cristo nuestro Salvador. Y con este recelo se recataban de san Pablo al principio, hasta que san Bernabé le habló y le llevó a la presencia de san Pedro y Santiago y otros discípulos. Allí se postró Pablo a los pies del Vicario de Cristo nuestro Salvador, y se los besó, pidiéndole con copiosas lágrimas le perdonase como a quien estaba reconocido de sus errores y pecados, que le admitiese en el número de sus súbditos y seguidores de su Maestro, cuyo santo nombre y fe deseaba predicar hasta derramar sangre.

378. De este miedo y recelo que tuvieron san Pedro y Santiago Alfeo de la perseverancia de san Pablo se colige también que cuando vino a Jerusalén no estaba en ella María santísima ni san Juan; porque si se hallaran en la ciudad, primero se presentara a ella que a otro alguno, con que les quitara el temor; y también ellos se informaran de la divina Madre más inmediatamente para saber si podían fiarse de san Pablo, y todo lo previniera la prudentísima Señora, pues era tan oficiosa y atenta al consuelo y acierto de los apóstoles y más de san Pedro. Pero como la gran Señora estaba ya en Efeso, no tuvieron quien los asegurase de la constancia y gracia de san Pablo, hasta que san Pedro la experimentó viéndole rendido a sus pies. Y entonces le admitió con gran júbilo de su alma y de todos los demás discípulos. Dieron todos humildes y fervientes gracias al Señor y ordenaron que san Pablo saliese a predicar en Jerusalén, como de hecho lo hizo con admiración de los judíos que le conocían. Y porque sus palabras eran flechas encendidas que penetraban los corazones de todos cuantos le oían, quedaron asombrados, y en dos días se conmovió toda Jerusalén con la voz que corrió de la venida y novedad de san Pablo, que ya iban conociendo por experiencia.

379. No dormía Lucifer ni sus demonios en esta ocasión, en que para su mayor tormento los despertó más el azote del Todopoderoso, porque al entrar san Pablo en Jerusalén sintieron estos dragones infernales que los atormentaba, oprimía y arruinaba la virtud divina que estaba en el apóstol. Pero como aquella soberbia y malicia nunca se extinguirá mientras eternamente duraren estos enemigos, luego que sintieron contra sí tan violenta fuerza, se irritaron más contra san Pablo en quien la reconocían. Y Lucifer, con increíble saña, convocó a muchas legiones de sus demonios y les exhortó de nuevo que todos se animasen y estrenasen la fuerza de su malicia en aquella demanda para destruir de todo punto a san Pablo, sin dejar piedra que para este fin no moviesen en Jerusalén y en todo el mundo. Y sin dilación ejecutaron los demonios este acuerdo, irritando a Herodes y a los judíos contra el apóstol y tomando ocasión para esto del increíble y ardiente celo con que comenzó a predicar en Jerusalén.

380. Tuvo noticia de todo esto la gran Señora del cielo que estaba en Efeso, porque a más de su admirable ciencia trajeron aviso de todo lo que pasaba con san Pablo los mismos ángeles que envió a su defensa. Y como la beatísima Madre tenía prevenida la turbación de Jerusalén, por la malicia de Herodes y de los judíos, y por otra parte la importancia de conservar la vida de san Pablo para la exaltación del nombre del Altísimo y dilatación del evangelio y conocía el peligro en que estaba en Jerusalén (Cf. supra n.375), todo esto dio nuevo cuidado a la divina Señora y crecía más por hallarse ausente de Palestina donde pudiera asistir a los apóstoles más de cerca. Pero lo hizo desde Efeso con la eficacia de sus continuas oraciones y peticiones, multiplicándolas sin cesar con lágrimas y gemidos y con otras diligencias por ministerio de los santos ángeles. Y para aliviarla en estos cuidados el Señor la respondió un día en la oración, que se haría lo que pedía por Pablo y que le guardaría Su Majestad la vida y la defendería de aquel peligro y asechanzas del demonio. Y sucedió así; porque estando san Pablo un día orando en el templo tuvo un éxtasis admirable y de altísimas iluminaciones e inteligencias, con gran júbilo de su espíritu, y en él le mandó el Señor saliese luego de Jerusalén, porque convenía para salvar su vida del odio de los judíos que no admitirían su doctrina y predicación.

381. Por esta razón no se detuvo san Pablo en Jerusalén más de quince días en esta jornada, como él mismo lo dice en el capítulo 1 ad Galatas (Gal 1,18). Y después de algunos años que volvió de Mileto y Efeso a Jerusalén, donde le prendieron, refiere este suceso del éxtasis que tuvo en el templo y del mandato del Señor para que saliese luego de Jerusalén, como se contiene en el capítulo 22 de los Hechos apostólicos (Act 22,17-18). De esta visión y orden del Señor dio cuenta san Pablo a san Pedro como cabeza del apostolado y, conferido el peligro en que estaba la vida de Pablo, le despacharon ocultamente a Cesarea y Tarso, para que predicase a los gentiles sin diferencia, como lo hizo. Pero de todas estas maravillas y favores era María santísima el instrumento y medianera, por cuya intercesión las obraba su Hijo santísimo, y de todo tenía luego noticia y daba las gracias en su nombre y de toda la Iglesia.

382. Asegurada ya entonces la vida de san Pablo, tenía la piadosa Madre esperanza de que la divina Providencia favorecería a Jacobo su sobrino, de quien tenía singular cuidado, que siempre estaba en Zaragoza asistido de los cien ángeles que le dio en Granada para su compañía y defensa, como dejo dicho (Cf. supra n.326). Estos divinos espíritus iban y venían muchas veces a la presencia de María santísima con las peticiones de nuestro apóstol y con otros avisos de nuestra gran Reina, y por este medio tuvo Santiago noticia de la venida de la gran Señora a Efeso. Y cuando tuvo la capilla y pequeño templo del Pilar de Zaragoza en la disposición que convenía, la dejó encomendada al obispo y discípulos que dejaba en aquella ciudad como en otras de España. Hecho esto, después de algunos meses del aparecimiento de la gran Reina, partió Santiago de Zaragoza continuando por diversos lugares su predicación, y llegando a la costa de Cataluña se embarcó para Italia, donde sin detenerse mucho prosiguió el viaje predicando siempre, hasta que se embarcó otra vez para Asia, con ardientes deseos de ver en ella a María santísima, su Señora y amparo.

383. Lo consiguió felicísimamente Santiago, y llegando a Efeso se postró a los pies de la Madre de su Criador derramando copiosas lágrimas de júbilo y veneración. Y con estos vivos afectos la dio humildes gracias por los incomparables favores que por su medio había recibido de la divina diestra en la peregrinación y predicación de España y por haberlo visitado en ella con su real presencia y por todos los beneficios que en estas visitas le había hecho. La divina Madre, como maestra de la humildad, levantó luego del suelo al santo apóstol y le dijo: Señor mío, advertid que sois ungido del Señor, su cristo y su ministro, y yo un humilde gusanillo. Y con estas palabras se arrodilló la gran Señora y le pidió la bendición a Santiago como a sacerdote del Altísimo. Estuvo algunos días en Efeso en compañía de María santísima y de su hermano san Juan, a quien dio cuenta de todo lo que en España le había sucedido; y con la prudentísima Madre tuvo aquellos días altísimos coloquios y conferencias, de los cuales basta referir solos los siguientes:

384. Para despedir a J acabo le habló María santísima un día y le dijo: Jacobo, hijo mío, éstos serán los últimos y pocos días de vuestra vida. Y ya sabéis cuán de corazón os amo en el Señor, deseando llevaros a lo íntimo de su caridad y amistad eterna, para la cual os crió, redimió y llamó. En lo que os restare de vida, deseo manifestaros este amor y os ofrezco todo lo que con la divina gracia pudiere hacer por vos como verdadera madre. A este favor tan inefable respondió Jacobo con increíble veneración y dijo: Señora mía y Madre de mi Dios y Redentor, de lo íntimo de mi alma os doy gracias por este nuevo beneficio, digno de sola vuestra caridad sin medida. Pido, Señora mía, que me deis vuestra bendición para ir a padecer martirio por vuestro Hijo y mi verdadero Dios y Señor. Y si fuere voluntad suya y de su gloria, desea mi alma suplicaros que no me desamparéis en el sacrificio de mi vida, sino que os vean mis ojos en aquel tránsito, para que me ofrezcáis por agradable hostia en su divina presencia.

385. A esta petición de Santiago respondió María santísima que la presentaría al Señor, y se la cumpliría si la divina voluntad y dignación lo disponía para su gloria. Y con esta esperanza y otras razones de vida eterna confortó al apóstol y le animó para el martirio que le esperaba, y entre otras palabras le dijo las siguientes: Hijo mío Jacobo, ¿qué tormentos y qué penas parecieran graves para entrar en el eterno gozo del Señor? Todo lo violento es suave y lo más terrible amable y deseable, a quien ha conocido al infinito y sumo Bien, que ha de poseer por un momentáneo dolor (2 Cor 4,17). Yo os doy, Señor mío, la enhorabuena de vuestra felicísima suerte y que estéis tan cerca de salir de estas prisiones de la carne mortal, para gozar del Bien infinito como comprensor y ver la alegría de su divino rostro. En esta dicha me lleváis el corazón, porque tan en breve habéis de conseguir lo que desea mi alma, y daréis la vida temporal por la posesión indefectible del eterno descanso. Yo os doy la bendición del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, para que todas tres personas en unidad de una esencia os asistan en la tribulación y os encaminen en vuestros deseos, y el mío os acompañará en vuestro glorioso martirio.

386. Sobre estas razones añadió la gran Reina otras de admirable sabiduría y de suma consolación para despedir a Santiago y le ordenó que cuando llegase a la vista beatífica alabase a la beatísima Trinidad en nombre de la misma Señora y todas las criaturas y que rogase por la santa Iglesia. La ofreció Santiago hacer todo lo que le ordenaba y de nuevo la pidió su favor y protección en la hora de su martirio, y la divina Madre se lo prometió otra vez. En las últimas razones de la despedida dijo Santiago: Señora mía y bendita entre las mujeres, vuestra vida y vuestra intercesión es el apoyo en que la santa Iglesia ahora y en todos los siglos ha de permanecer segura entre las persecuciones y tentaciones de los enemigos del Señor, y vuestra caridad será el instrumento de vuestro legítimo martirio. Acordaos siempre, como dulcísima madre, del reino de España donde se ha plantado la santa Iglesia y fe de vuestro Hijo santísimo y mi Redentor. Recibidle debajo de vuestro especial amparo y conservad en él vuestro sagrado templo y la fe que yo, indigno, he predicado, y dadme vuestra santa bendición. Le ofreció María santísima que cumpliría su petición y deseos y dándole la bendición le despidió.

387. Se despidió también Santiago de su hermano san Juan con grandes lágrimas de entrambos, no de tristeza tanto como de júbilo por la dicha del mayor hermano, que había de ser el primero en la felicidad eterna y palma del martirio. Y luego caminó Santiago, sin detenerse, a Jerusalén, donde predicó algunos días antes que muriese, como diré en el capítulo siguiente. Quedó en Efeso la gran Señora del mundo, atenta a todo lo que sucedía a Santiago y a todos los demás apóstoles, sin perderlos de su vista interior y sin intermitir las peticiones y oraciones por ellos y por todos los fieles de la Iglesia. Y con la ocasión del martirio que Santiago iba a padecer por el nombre de Cristo, se despertaron en el inflamado corazón de la purísima Madre tantos incendios de amor y deseos de dar su vida por el mismo Señor, que mereció muchas más coronas que el apóstol y más que todos juntos, porque con cada uno padeció muchos martirios de amor, más sensibles para su castísimo y ardentísimo corazón que los tormentos de navajas y fuego para los cuerpos de los Mártires.

Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.

388. Hija mía, en las advertencias de este capítulo tienes muchas reglas de perfección y de bien obrar. Advierte, pues, que así como Dios es principio y origen de todo el ser y potencias de las criaturas, así también, conforme al orden de la razón, ha de ser el fin de todas ellas; porque si todo lo reciben sin merecerlo, todo lo deben a quien se lo dio de gracia, y si se lo dieron para obrar, todas las obras deben a su Criador y no a sí misma ni a otro alguno. Esta verdad, que yo entendía sin engaño y la confería en mi corazón, me obligaba al ejercicio que tantas veces con admiración has escrito (Cf. supra p.I n.786; p.II n.180; p.III n4ss) y entendido de postrarme en tierra, pegarme con ella y adorar al ser de Dios inmutable con profunda reverencia, veneración y culto. Consideraba cómo había sido criada de la nada y formada de tierra, y en presencia del ser de Dios me aniquilaba, reconociéndole por autor que me daba vida, ser y movimiento (Act 17,28), y que sin él fuera nada, y todo se lo debía como a único principio y fin de todo lo criado. Con la ponderación de esta verdad me parecía poco todo cuanto hacía y padecía y, aunque no cesaba en obrar bien, siempre anhelaba y suspiraba por hacer y padecer, mas nunca se saciaba mi corazón, porque siempre me hallaba deudora y me consideraba pobre y más obligada. Muy cerca de la razón natural está esta ciencia, y más de la luz de la fe, si los hombres atendieran a ella, pues la deuda es común y manifiesta. Pero entre este general olvido quiero, hija mía, que estés advertida para imitarme en estas obras y ejercicios que te he manifestado, y en especial te advierto que te pegues al polvo y te deshagas más cuando el Altísimo te levantare a los favores y regalos de sus abrazos más estrechos. Este ejemplo tienes patente en mi humildad, cuando recibía algún beneficio singular, como fue mandar el Señor que en la vida mortal se me dedicase templo donde fuese invocada y honrada con veneración y culto; y este favor y otros me humillaron sobre toda ponderación humana. Y si yo hacía esto sobre tantas obras, pondera tú lo que debes hacer cuando contigo es tan liberal el Señor y tu retribución ha sido tan corta.

389. Quiero también, hija mía, que me imites en ser muy circunspecta y de espíritu pobre en satisfacer a tus necesidades sin muchas comodidades, aunque te las ofrezcan tus monjas o los que te quieren bien. Elige siempre en esto o admite lo más pobre, moderado, desechado y humilde; pues de otra manera no puedes imitarme ni seguir mi espíritu, con que despedí sin hacer extremos todas las comodidades, ostentación y abundancia que los fieles me ofrecieron en Jerusalén y en Efeso; para mi jornada y habitación, yo admití lo menos que me bastaba. Y en esta virtud están encerradas muchas que hacen muy dichosa a la criatura, y el mundo engañado y ciego se paga y se arroja a todo lo contrario de esta virtud y verdad.

390. De otro común engaño procura también guardarte con todo cuidado. Esto es, que los hombres, aunque deben conocer que todos los bienes del cuerpo y del alma son propios del Señor, con todo eso de ordinario se los apropian a sí mismos y los tienen tan asidos, que no sólo no los ofrecen de voluntad a su Criador y Señor, pero si alguna vez se los quita lo sienten y lamentan como si fueran injuriados y como si Dios les hiciera algún agravio. Tan desordenadamente suelen amar los padres a los hijos y los hijos a los padres, los maridos a las mujeres y ellas a ellos, y todos a la hacienda, la honra y la salud y otros bienes temporales; y muchas almas los espirituales, que si éstos les faltan no tienen modo en el dolor y sentimiento y, aunque sea imposible recuperar lo que desean, viven inquietos y sin consuelo, pasando del sentimiento sensible al desorden de la razón e injusticia. Con este vicio no sólo condenan las obras de la divina providencia y pierden el gran mérito que alcanzaran ofreciéndolo al Señor y sacrificándole lo que es propio suyo, sino que dan a entender que tendrían por última felicidad poseer y gozar aquellos bienes transitorios que han perdido y que vivirían contentos muchos siglos con sólo aquel bien aparente, caduco y perecedero.

391. Ninguno de los hijos de Adán pudo amar más ni tanto otra cosa visible como yo a mi Hijo santísimo y a mi esposo José; y con ser este amor tan bien ordenado cuando vivía en su compañía, ofrecí al Señor de todo corazón el carecer de su trato y conversación todo el tiempo que sin ella viví en el mundo. Esta conformidad y resignación quiero que imites cuando te faltare alguna cosa de las que en Dios debes amar, que fuera de Su Majestad para ninguna tienes licencia. Sólo han de ser en ti perpetuas las ansias y deseos de ver el sumo bien y de amarle enteramente y para siempre en la patria. Por esta felicidad debes anhelar con lágrimas y suspiros de lo íntimo de tu corazón, por ella debes padecer con alegría todas las penalidades y aflicciones de la vida mortal. Y en estos afectos has de caminar, de manera que desde hoy tengas vivos deseos de padecer todo cuanto oyeres y entendieres que han padecido los santos para hacerte digna de Dios. Pero advierte que estos deseos de padecer y las aspiraciones y conatos de ver a Dios han de ser de condición que con el afecto del padecer recompenses el dolor que no consigues y le tengas de que no mereces lo que tanto deseas. Y en los vuelos de anhelar a la visión beatífica no se ha de mezclar otro motivo de aliviarte con el gozo de su vista de las penalidades de la vida, porque desear la vista del sumo bien para carecer del trabajo no es amor de Dios, sino de sí mismo y de propia comodidad, que no merece premio en los ojos del Omnipotente, que todo lo penetran y pesan. Pero si tú obrares estas cosas sin engaño y con plenitud de perfección, como fiel sierva y esposa de mi Hijo, deseando verle para amarle y alabarle y para no ofenderle más eternamente, y codiciares todos los trabajos y tribulaciones para sólo este fin, cree y asegúrate que nos obligarás mucho y llegarás al estado de amor que siempre deseas, que para esto somos contigo tan liberales.

CAPITULO 2

De Nuevo a Tapa

El glorioso martirio de Santiago, le asiste en él María santísima y lleva su alma a los cielos, viene su cuerpo a España, la prisión de san Pedro y su libertad de la cárcel y los secretos que en todo sucedieron.

392. Llegó a Jerusalén nuestro gran apóstol Santiago en ocasión que toda aquella ciudad estaba muy turbada contra los discípulos y seguidores de Cristo nuestro Señor. Esta nueva indignación habían fomentado los demonios ocultamente, inficionando más con su venenoso aliento los corazones de los pérfidos judíos, encendiendo en ellos el celo de su ley y la emulación contra la nueva evangélica, con la ocasión de la predicación de san Pablo, que aunque no estuvo en Jerusalén más de quince días, en este breve tiempo obró tanto en él la virtud divina que convirtió a muchos y puso a todos en admiración y asombro. Y aunque los judíos incrédulos se animaron algo con saber que san Pablo había salido de Jerusalén, entró luego Santiago no menos lleno de sabiduría divina y celo del nombre de Cristo nuestro Redentor, con que se volvieron a inmutar. Y Lucifer, que no ignoraba su venida, solicitaba y aumentaba la indignación de los pontífices, sacerdotes y escribas, para que el nuevo predicador les sirviese de más tósigo que los inquietase y alterase. Entró Santiago predicando fervorosamente el nombre del Crucificado, su misteriosa muerte y resurrección. Y a los primeros días convirtió a la fe algunos judíos; entre éstos fueron señalados un Hermógenes y otro Fileto, entrambos mágicos y hechiceros, que tenían pacto con el demonio. Era Hermógenes más docto en la mágica y Fileto era su discípulo, pero de los dos se quisieron valer los judíos contra el apóstol, para que o le convenciesen en disputa o, si esto no conseguían, le quitasen la vida con algún maleficio de sus artes mágicas.

393. Esta maldad maquinaron los demonios por medio de los judíos, como por instrumentos de su iniquidad, porque no podían por sí mismos llegar cerca del apóstol, aterrados de la divina gracia que en él sentían. Pero llegando a la disputa con los dos magos, entró primero Fileto arguyendo a Santiago, para que si no le concluyese entrase después Hermógenes, como maestro y más perito en la ciencia mágica. Propuso Fileto sus argumentos sofísticos y falsos y el sagrado apóstol se los desvaneció como los rayos del sol destierran las tinieblas, y habló con tanta sabiduría y eficacia que Fileto quedó vencido y reducido a la verdadera fe de Cristo, y desde entonces se hizo defensor del apóstol y de su doctrina. Pero temiendo a su maestro Hermógenes, pidió a Santiago le defendiese de él y de sus artes diabólicas, con que le perseguiría para destruirle. Y el santo apóstol dio a Fileto un paño o lienzo que de mano de María santísima había recibido y con aquella reliquia se defendió el nuevo convertido de los maleficios de Hermógenes por algunos días, hasta que el mismo Hermógenes llegó a la disputa con el apóstol.

394. No pudo Hermógenes excusarse, aunque temía a Santiago, porque estaba empeñado con los judíos para disputar con él y convencerle, y así procuró esforzar sus errores con mayores argumentos que su discípulo Fileto. Pero todo este conato fue en vano contra el poder y la sabiduría del cielo, que en el sagrado apóstol era como una impetuosa corriente. Anegó a Hermógenes y le obligó a confesar la fe de Cristo y sus misterios, como lo había hecho su discípulo Fileto, y entrambos creyeron la santa fe y doctrina que predicaba Jacobo. Los demonios se irritaron contra Hermógenes y con el imperio que sobre él habían tenido le maltrataron por su conversión; y como tuvo noticia que Fileto se había defendido de ellos con la reliquia o lienzo que el santo apóstol le había dado, le pidió también el mismo favor contra los enemigos, y Santiago dio a Hermógenes el báculo que traía en su peregrinación, y con él ahuyentó a los demonios para que no le afligiesen ni llegasen a él.

395. A estas conversiones y a las demás que hizo Santiago en Jerusalén, ayudaron las oraciones, lágrimas y suspiros que la gran Reina del cielo ofrecía desde su oratorio en Efeso, donde, como en otras partes queda dicho (Cf. supra n.80,l58,324,380, etc.), conocía por visión todo lo que obraban los apóstoles y fieles de la Iglesia, y de su amado apóstol tenía particular cuidado, por estar más vecino al martirio. Hermógenes y Fileto perseveraron algún tiempo en la fe de Cristo, pero después desfallecieron y la perdieron en el Asia, como consta en la epístola segunda a Timoteo (Act 12,1), donde el Apóstol le avisa cómo se habían apartado de él Figelo o Fileto y Hermógenes. Y aunque la semilla de la fe nació en aquellos corazones, pero no hizo raíces para resistir a las tentaciones del demonio, a quien largo tiempo habían servido y tratado con familiaridad, y siempre se quedaron en ellos las reliquias malas y perversas raíces de los vicios que volvieron a prevalecer, derribándolos del estado de la fe que habían recibido.

396. Pero cuando los judíos vieron frustrada su vana confianza, por hallarse convencidos y convertidos a Hermógenes y Fileto, concibieron nueva indignación contra el apóstol Santiago y determinaron acabar con él dándole la muerte que le deseaban. Para esto solicitaron con dinero a Demócrito y Lisias, centuriones de la milicia de los romanos, y concertaron con ellos en secreto que prendiesen al apóstol con la gente que tenían a su cuenta y que para disimular la traición fingirían un alboroto o pendencia en uno de los días y lugares que predicase y entonces le entregarían en sus manos. La ejecución de esta maldad quedó a cargo de Abiatar, que era sumo sacerdote en aquel año, y de Josías, otro escriba del mismo espíritu que el sacerdote. Y como lo pensaron, así lo ejecutaron. Porque estando Santiago predicando al pueblo el misterio de la redención humana y probándole con admirable sabiduría y testimonios de las antiguas Escrituras, el auditorio se conmovió a lágrimas de compunción. Y el sumo sacerdote y escriba se encendieron en furor diabólico y, dando la señal a la gente romana, envió el primero a Josías y prendió a Santiago, echándole una soga al cuello, y proclamándole por inquietador de la república y autor de nueva religión contra el imperio romano.

397. Con esta ocasión llegaron Demócrito y Lisias con su gente y prendieron al apóstol y le llevaron a Herodes, hijo de Arquelao, que también estaba prevenido, en lo cauteloso con la astucia de Lucifer y en lo exterior con la malicia y odio de los judíos. Incitado Herodes de todos estos estímulos, había movido contra los discípulos del Señor, a quien aborrecía, la persecución que san Lucas dice en el capítulo 12 de los Hechos apostólicos (Act 12,l), enviando tropas de soldados para afligirlos y prenderlos, y luego mandó degollar a Santiago, como los judíos se lo pedían. Fue increíble el gozo de nuestro grande apóstol viéndose prender y atar a la semejanza de su Maestro y que se le llegaba el plazo tan deseado de pasar de esta vida mortal a la eterna por medio del martirio, como la Reina del cielo se lo había dicho y prevenido (Cf. supra n.385). Hizo humildes y fervorosos actos de agradecimiento por este beneficio y públicamente confesó de nuevo y protestó la santa fe de Cristo nuestro Señor. Y acordándose de la petición que había hecho en Efeso (Cf. supra n.384), de que le asistiese en su muerte, la invocó y llamó de lo íntimo de su alma.

398. Oyó María santísima desde su oratorio estas peticiones de su amado apóstol y sobrino, como quien estaba atenta a todo lo que pasaba por él, y con eficaz oración le acompañaba y favorecía. Y estando en ella vio la gran Señora que descendía del cielo gran multitud de ángeles y espíritus supremos de todas las jerarquías, y parte de ellos se encaminó a Jerusalén y rodearon al santo apóstol cuando lo sacaban al lugar del suplicio. Otros ángeles fueron a Efeso donde la Reina estaba, y uno de los supremos la dijo: Emperatriz de las alturas y Señora nuestra, el altísimo Dios y Señor de los ejércitos dice que luego vayáis a Jerusalén para consolar a su gran siervo Jacobo, asistirle en su muerte y correspondáis a sus deseos santos y piadosos. Este favor admitió María santísima con gran júbilo y agradecimiento, y alabó al Muy Alto por la protección con que defiende y ampara a los que fían en su misericordia infinita y viven debajo de su protección. En el ínterin que pasaba esto, era llevado el apóstol al martirio, y en el camino hizo muchos milagros en todos los enfermos de varias enfermedades y dolencias y en algunos endemoniados, porque a todos los dejó sanos y libres. Y como corrió la voz de que Herodes le mandaba degollar, acudieron muchos necesitados a buscar su remedio antes que les faltase el común medio de su consuelo.

399. Al mismo tiempo los santos ángeles recibieron a su gran Reina y Senara en un trono refulgentísimo, como en otras ocasiones he dicho (Cf. supra n.165,193,325,349), y la llevaron a Jerusalén al lugar donde llegaba Santiago para ser justiciado. Puso las rodillas en tierra el santo apóstol para ofrecer a Dios el sacrificio de su vida, y cuando levantó los ojos al cielo vio en el aire y en su presencia a la Reina de los mismos cielos, a quien estaba invocando en su corazón. Viola vestida de divinos resplandores y con grande hermosura, acompañada de la multitud de ángeles que la asistían. Y con este divino espectáculo fue todo inflamado en ardores de nuevo júbilo y caridad, con cuyo ímpetu se movió todo el corazón y potencias de Jacobo. Y quiso dar voces aclamando a María santísima por Madre del mismo Dios y Señora de todas las criaturas, pero uno de los espíritus soberanos le detuvo en aquel fervor y le dijo: Jacobo, siervo de nuestro Criador, tened en vuestro pecho estos preciosos afectos y no manifestéis a los judíos la presencia y favor de nuestra Reina, porque no son dignos ni capaces de entenderlo y antes le cobrarán odio que reverencia. Con este aviso se reprimió el apóstol y en silencio, moviendo los labios, habló a la divina Reina y la dijo:

400. Madre de mi Señor Jesucristo, Señora y amparo mío, consuelo de los afligidos, refugio de los necesitados, dadme, Señora, vuestra bendición tan deseada de mi alma en esta hora. Ofreced por mí a vuestro Hijo y Redentor del mundo el sacrificio de mi vida en holocausto, encendido en el deseo de morir por la gloria de su santo nombre. Sean hoy vuestras manos purísimas y candidísimas el ara de mi sacrificio, para que le reciba aceptable el que por mí se ofreció en la santa cruz. En vuestras manos, y por ellas en las de mi Criador, encomiendo mi espíritu. Dichas estas palabras y siempre los ojos del santo apóstol levantados a María santísima, que le hablaba al corazón, le degolló el verdugo. Y la gran Señora y Reina del mundo ¡oh admirable dignación! recibió el alma de su amantísimo apóstol a su lado en el trono donde estaba y así la llevó al cielo empíreo y se la presentó a su Hijo santísimo. Entró María santísima en la corte celestial con esta nueva ofrenda, causando a todos los moradores del cielo nuevo júbilo y gloria accidental, y todos la dieron la enhorabuena con nuevos cánticos y loores. El Altísimo recibió el alma de Jacobo y la colocó en lugar eminente de gloria entre los príncipes de su pueblo, y María santísima, postrada ante el trono de la infinita Majestad, hizo un cántico de alabanza, de hecho de gracias por el martirio y triunfo del primer apóstol mártir. No vio en esta ocasión la gran Señora a la divinidad con visión intuitiva, sino con la abstractiva que otras veces he dicho. Pero la beatísima Trinidad la llenó de nuevas bendiciones y favores para sí y para la santa Iglesia, por quien hizo grandes peticiones; la bendijeron también todos los santos y con esto la volvieron los ángeles a su oratorio en Efeso, donde, en el ínterin que sucedió todo esto, estuvo un ángel representando su persona, y en llegando la divina Madre de las virtudes se postró en tierra como acostumbraba (Cf. supra n.388), dando gracias de nuevo al Altísimo por todo lo referido.

401. Los discípulos de Santiago aquella noche recogieron su santo cuerpo y ocultamente le llevaron al puerto de Jope, donde por disposición divina se embarcaron con él y le trajeron a Galicia en España. Y esta Señora divina les envió un ángel que los guiase y encaminase a donde era la voluntad de Dios que desembarcase. Y aunque ellos no vieron al santo ángel, pero experimentaron el favor, porque los defendió en todo el viaje, y muchas veces milagrosamente. De manera que también debe España a María santísima el tesoro del cuerpo sagrado de Santiago, que posee para su protección y defensa, como en su vida le tuvo para enseñanza y principio de la santa fe que tan arraigada dejó en los corazones de los españoles. Murió Santiago el año del Señor de cuarenta y uno, a veinte y cinco de marzo, cinco años y siete meses después que salió de Jerusalén para venir a predicar a España. Y conforme a este cómputo y los que arriba he declarado (Cf. supra n.198,376), fue el martirio de Santiago siete años cumplidos después de la muerte de Cristo nuestro Salvador.

402. Y que su martirio fuese por fin de marzo, consta del capítulo 12 de los Hechos apostólicos, donde san Lucas dice (Act 12,3-1) que por el gusto que tuvieron los judíos de la muerte de Santiago, encarceló Herodes a san Pedro con intento de degollarle como a Santiago en pasando la Pascua, que era la del Cordero y de los Azimos que celebraban los judíos a los catorce de la luna de marzo. De este lugar parece que la prisión de san Pedro fue en esta Pascua o muy cerca de ella, y que la muerte de Santiago había precedido pocos días antes; y aquel año de cuarenta y uno, los catorce de la luna de marzo concurrieron con los últimos días de este mes, según el cómputo solar de los años y meses que nosotros guardamos. Y según esto la muerte de Santiago sucedió a los veinte y cinco, antes de los catorce de la luna, y luego la prisión de san Pedro y la Pascua de los judíos. Pero la Iglesia santa no celebra el martirio de Santiago en su día, porque ocurre con la encarnación y de ordinario con los misterios de la pasión, y se trasladó a veinte y cinco de julio, que fue el día en que se trasladó en España el cuerpo del santo apóstol.

403. Con la muerte de Santiago y con la presteza con que se la dio Herodes, se alentó más la crueldad impiadísima de los judíos, pareciéndoles que en la sevicia del inicuo rey tenían puesto instrumento de su venganza contra los seguidores de Cristo nuestro Señor. El mismo juicio hizo Lucifer y sus demonios. Ellos con sugestiones, los judíos con ruegos y lisonjas le persuadieron que mandase prender a san Pedro, como de hecho lo hizo en gracia de los judíos, a quienes deseaba tener contentos por sus fines temporales. Los demonios temían grandemente al Vicario de Cristo por la virtud que contra sí mismos sentían en él, y así apresuraron ocultamente su prisión. Tuvieron en ella a san Pedro muy bien amarrado con cadenas para justiciarle pasada la Pascua. Y aunque el invicto corazón del apóstol estaba sin cuidado y con la misma quietud que si estuviera libre, pero todo el cuerpo de la Iglesia que estaba en Jerusalén le tenía grande, y se afligieron sumamente todos los discípulos y fieles, sabiendo que determinaba Herodes justiciarle sin dilación. Con esta aflicción multiplicaron las oraciones y peticiones al Señor para que guardase a su Vicario y cabeza de la Iglesia, con cuya muerte le amenazaba gran ruina y tribulación. Invocaron también el amparo y poderosa intercesión de María santísima, en quien y por quien todos esperaban el remedio.

404. No se le ocultaba este aprieto de la Iglesia a la divina Madre, aunque estaba en Efeso, porque desde allí miraban sus ojos clementísimos todo cuanto pasaba en Jerusalén por la visión clarísima que de todo tenía. Al mismo tiempo acrecentaba la piadosa Madre sus ruegos con suspiros, postraciones y lágrimas de sangre, pidiendo la libertad de san Pedro y la defensa de la santa Iglesia. Esta oración de María santísima penetró los cielos hasta herir el corazón de su Hijo Jesús nuestro Salvador. Y para responderle a ella, descendió Su Majestad en persona al oratorio de su casa, donde estaba postrada en tierra y pegado su virginal rostro con el polvo. Entró el soberano Rey a su presencia y levantándola del suelo la habló con caricia, diciendo: Madre mía, moderad vuestro dolor y decid todo lo que pedís, que os lo concederé y hallaréis gracia en mis ojos para conseguirlo.

405. Con la presencia y caricia del Señor recibió la divina Madre nuevo aliento, consuelo y alegría, porque los trabajos de la Iglesia eran el instrumento de su martirio, y el ver a san Pedro en la cárcel y condenado a muerte la afligió más que se puede ponderar, y la consideración de lo que de esto pudiera suceder a la primitiva Iglesia. Renovó sus peticiones en presencia de Cristo nuestro Redentor y dijo: Señor Dios verdadero e Hijo mío, vosotros sabéis la tribulación de vuestra santa Iglesia, y sus clamores llegan a vuestros oídos y penetran lo íntimo de mi afligido corazón. A su Pastor y vuestro Vicario quieren quitar la vida, y si vosotros, Dueño mío, lo permitís ahora, disiparán a vuestra pequeña rey y los lobos infernales triunfarán de vuestro nombre, como lo desean. Es, Señor mío y mi Dios, y vida de mi alma, para que yo viva, mandad con imperio al mar y a la tormenta y luego sosegarán los vientos y las olas que combaten esta navecilla. Defended a vuestro Vicario y queden confusos vuestros enemigos. Y si fuere vuestra gloria y voluntad, conviértanse las tribulaciones contra mí, que yo padeceré por vuestros hijos y fieles, y pelearé con los enemigos invisibles, ayudándome vuestra diestra por defensa de vuestra Iglesia.

406. Respondió su Hijo santísimo: Madre mía, con la virtud y potestad que de mí habéis recibido quiero que obréis a vuestra voluntad. Haced y deshaced todo lo que a mi Iglesia conviene. Y advertid que contra vos se convertirá todo el furor de los demonios. Agradeció de nuevo este favor la prudentísima Madre, y ofreciéndose a pelear las guerras del Señor por los hijos de la Iglesia, habló de esta manera: Altísimo Señor mío, esperanza y vida de mi alma, preparado está mi corazón y el ánimo de vuestra sierva para trabajar por las almas que costaron vuestra sangre y vida. Y aunque soy polvo inútil, vos sois de infinita sabiduría y poder, y asistiéndome vuestro divino favor no temo al infernal dragón. Y pues en vuestro nombre queréis que yo disponga y obre lo que a vuestra Iglesia conviene, yo mando luego a Lucifer y a todos sus ministros de maldad, que turban a la Iglesia en Jerusalén, desciendan todos al profundo y que allí enmudezcan mientras no les diere permiso vuestra divina providencia para salir a la tierra. Esta voz de la gran Reina del mundo fue tan eficaz, que al punto que la pronunció en Efeso, cayeron los demonios que estaban en Jerusalén, descendiendo todos a lo profundo de las cavernas eternales, sin poderse resistir a la virtud divina que obraba por medio de María santísima.

407. Conoció Lucifer y sus ministros que aquel azote era de la mano de nuestra Reina, a quien ellos llamaban su enemiga, porque no se atrevían a nombrarla por su nombre, y estuvieron en el infierno confusos y aterrados en esta ocasión, como en otras que dejo dicho (Cf. supra n.298,325, etc.), hasta que se les permitió levantarse para hacer guerra a la misma Señora, como se declara adelante (Cf. infra n.451ss); y en este tiempo estuvieron consultando de nuevo los medios que para esto pudieran elegir. Conseguido este triunfo contra el demonio para continuarle contra Herodes y los judíos, dijo María santísima a Cristo nuestro Salvador: Ahora, Hijo y Señor mío, si es voluntad vuestra, irá uno de vuestros santos ángeles a sacar de las prisiones a vuestro siervo Pedro. Aprobó Cristo nuestro Señor la determinación de su Madre Virgen, y por la voluntad de entrambos, como de supremos reyes, fue uno de los espíritus soberanos que allí estaban a poner en libertad al apóstol san Pedro y sacarle de la cárcel de Jerusalén.

408. Ejecutó el ángel este mandato con gran presteza, y llegando a la cárcel halló a san Pedro amarrado con dos cadenas y entre dos soldados que le guardaban, a más de los otros que estaban a la puerta de la cárcel como en cuerpo de guardia. Era esto pasada ya la Pascua y la noche antes que se había de ejecutar la sentencia de muerte a que estaba condenado, pero se hallaba el apóstol tan sin cuidado, que él y las guardas dormían a sueño suelto sin diferencia. Llegó el ángel y fue necesario le diese un golpe a san Pedro para despertarle y, estando casi soñoliento, le dijo el ángel: Levantaos aprisa, ceñías y calzaos, tomad la capa y seguidme. Se halló san Pedro libre de las cadenas, y sin entender lo que le sucedía siguió al ángel, ignorando qué visión era aquella. Y habiéndole sacado por algunas calles, le dijo cómo el Dios omnipotente le había librado de las prisiones por intercesión de su Madre santísima y con esto desapareció el ángel. Y san Pedro volviendo sobre sí, conoció el misterio y el beneficio y dio gracias por él al Señor.

409. Le pareció a san Pedro era bien ponerse en salvo, dando cuenta primero a los discípulos y a Jacabo el Menor, para hacerlo con consejo de todos. Y apresurando el paso se fue a la casa de María, madre de Juan, que también se llama Marcos. Esta era la casa del cenáculo donde estaban juntos y afligidos muchos discípulos. Llamó san Pedro a, la puerta y una criada de casa, que se llamaba Rode, bajó a escuchar quién llamaba, y como conociese la voz de san Pedro, dejándosele a la puerta, creyeron que era locura de la criada, pero ella porfiaba que era Pedro, y como estaban tan desimaginados de su libertad, pensaron si sería su ángel. Entre estas demandas y respuestas se tenía a san Pedro en la calle y él llamaba a la puerta, hasta que le abrieron y conocieron con increíble gozo y alegría de ver libre al santo apóstol y cabeza de la Iglesia de los trabajos de la cárcel y de la muerte. Diales cuenta de todo el suceso, cómo le había pasado con el ángel, para que avisasen a Jacobo y a los demás hermanos, y todo con gran secreto. Y previniendo que luego Herodes le buscaría con toda diligencia, determinaron que se saliese aquella noche de la casa y se fuese y se ausentase de Jerusalén, para que no volviesen a prenderle. Huyó san Pedro, y Herodes, cuando le echó menos y no le halló, hizo castigar a las guardas y se enfureció contra los discípulos, aunque por su soberbia e impío proceder le atajó Dios los pasos, como diré en el capítulo siguiente, castigándole severamente.

Doctrina que me dio la Reina de los ángeles María santísima.

410. Hija mía, con la ocasión de los efectos que te ha hecho el singular favor que recibió de mi piedad mi siervo Jacobo en su muerte, quiero ahora declararte un privilegio que me confirmó el Altísimo, cuando llevé el alma de su apóstol a presentársela en el cielo. Y aunque otras veces he declarado algo de este secreto, ahora le entenderás mejor, para que verdaderamente seas mi hija y mi devota. Cuando llevó al cielo la feliz alma de Jacobo, me habló el eterno Padre y me dijo, conociéndolo todos los bienaventurados: Hija y paloma mía, escogida para mi agrado entre todas las criaturas, entiendan mis cortesanos, ángeles y santos, que te doy mi real palabra en exaltación de mi nombre, gloria tuya y beneficio de los mortales, que si en la hora de su muerte te invocaren y llamaren con afecto de corazón, a imitación de mi siervo Jacobo, y solicitaren tu intercesión para conmigo, inclinaré a ellos mi clemencia y los miraré con ojos de piadoso Padre, los defenderé y guardaré de los peligros de aquella última hora, apartaré de su presencia los crueles enemigos que se desvelan en aquel trance porque perezcan las almas, a las cuales daré por ti grandes auxilios para que los resistan y se pongan en mi gracia si de su parte se ayudaren, y tú me presentarás sus almas, y recibirán el premio aventajado de mi liberal mano.

411. Por este privilegio hizo gracias y cántico de alabanzas al Muy Alto toda la Iglesia triunfante, y yo con ella. Y aunque los ángeles tienen por oficio presentar las almas en el tribunal del justo juez cuando salen del cautiverio de la vida mortal, a mí se me concedió este privilegio en más alto modo que los demás que ha concedido el Omnipotente a todas las criaturas, porque yo los tengo con otro título y en grado particular y eminente; y muchas veces uso de estos dones y privilegios, y lo hice con algunos de los apóstoles. y porque te veo deseosa de saber cómo alcanzarás de mí este favor tan deseable para todas las almas, respondo a tu piadoso afecto, que procures no desmerecerle por ingratitud ni olvido; y en primer lugar le granjearás con la pureza inviolada, que es lo que más deseo de ti y las demás almas, porque el amor grande que debo y tengo a Dios me obliga a desear de todas las criaturas, con íntima caridad y afecto, que todas guarden su ley santa y ninguna pierda su amistad y gracia. Esto es lo que debes anteponer a la vida, y primero morir que pecar contra tu Dios y sumo bien.

412. Luego quiero que me obedezcas, ejecutes mi doctrina y trabajes con todo conato por imitar lo que de mí conoces y escribes, y que no hagas intervalo en el amor, ni olvides un punto el cordial afecto a que te obligó la liberal misericordia del Señor; que seas agradecida a lo que le debes, y a mí, que es más de lo que en la vida mortal puedes alcanzar. Sé fiel en la correspondencia, fervorosa en la devoción, pronta en obrar lo más alto y perfecto; dilata el corazón y no le estreches con pusilanimidad, como el demonio lo pretende de ti; extiende las manos a cosas fuertes y arduas (Prov. 31,19), con la confianza que debes en el Señor; no te oprimas ni desfallezcas en las adversidades, ni impidas la voluntad de Dios en ti, ni los altísimos fines de su gloria; ten viva fe y esperanza en los mayores aprietos y tentaciones. Para todo esto te ayudarás del ejemplo de mis siervos Jacobo y Pedro, y del conocimiento y ciencia que te he dado de la seguridad felicísima con que están los que viven debajo de la protección del Altísimo. Con esta confianza y con mi devoción alcanzó Jacobo el singular favor que yo le hice en su martirio y venció inmensos trabajos para llegar a él. Y con esta misma estaba Pedro tan sosegado y quieto en las prisiones, sin perder la serenidad de su interior, y al mismo tiempo mereció que mi Hijo santísimo y yo tuviésemos tanto cuidado de su remedio y libertad. Estos favores desmerecen los mundanos hijos de las tinieblas, porque toda su confianza está puesta en lo visible y en su astucia diabólica y terrena. Levanta tu corazón, hija mía, y sacúdele de estos engaños, aspira a lo más puro y santo, que contigo estará el brazo poderoso que obró en mí tantas maravillas.

CAPITULO 3

De Nuevo a Tapa

Lo que sucedió a María santísima sobre la muerte y castigo de Herodes, predica san Juan en Efeso sucediendo muchos milagros, se levanta Lucifer para hacer guerra a la Reina del cielo.

413. En el corazón de la criatura racional hace el amor algunos efectos semejantes a la gravedad en la piedra. Esta se inclina y mueve a donde la lleva su mismo peso, que es el centro, y el amor es peso del corazón que le lleva a su centro, que es lo que ama; y si alguna vez por necesidad o inadvertencia mira otra cosa, queda el amor tan presto e inclinado, que como resorte le hace volver luego a su objeto. Este peso o imperio del amor parece quita en algún modo la libertad del corazón, en cuanto le sujeta y hace siervo de lo que ama, para que mientras vive el amor, no mande la voluntad otra cosa contra lo que él apetece y ordena. De aquí nace la felicidad o desdicha de la criatura en hacer malo o bueno el empleo de su amor, pues hace dueño de sí mismo a lo que ama; y si este dueño es malo y vil le tiraniza y envilece, y si es bueno la ennoblece y hace muy dichosa, y tanto más cuanto es más noble y excelente el bien que ama. Con esta filosofía quisiera yo declarar algo de lo que se me ha manifestado del estado en que vivía María santísima, habiendo crecido en él desde el instante de su concepción sin intervalo ni mengua, hasta que llegó a ser comprensora permanente en la visión beatífica.

414. Todo el amor santo de los ángeles y de los hombres recopilado en uno, era menor que solo el de María santísima; y si de todos los demás hiciéramos un compuesto, claro está que resultara un incendio de un todo que sin ser infinito nos lo pareciera, por el exceso que tuviera a nuestra capacidad; y si la caridad de nuestra gran Reina excedía todo esto, sola la sabiduría infinita pudo tomar a peso el amor de esta criatura y el peso con que la tenía poseída, inclinada y ordenada a su divinidad. Pero nosotros entenderemos que en aquel corazón castísimo, purísimo y tan inflamado no había otro dominio, otro imperio, otro movimiento ni otra libertad más de para amar sumamente al infinito bien; y esto en grado tan inmenso para nuestra corta capacidad, que más podemos creerlo que entenderlo y confesarlo que penetrarlo. Esta caridad que poseía el corazón de María purísima solicitaba y movía en él a un mismo tiempo ardentísimos deseos de ver la cara del sumo bien que tenía ausente y socorrer a la santa Iglesia que tenía presente. Y en las ansias de estas dos causas se enardecía toda, pero de tal manera gobernaba estos dos afectos con su mucha sabiduría, que no se encontraban en ella, ni se negaba toda al uno por en tragarse toda al otro, antes bien se daba toda a entrambos, con admiración de los santos y plenitud de complacencia del santo de los santos.

415. En la habitación de tan levantada santidad y eminente perfección estaba María santísima confiriendo muchas veces consigo misma el estado de la primitiva Iglesia que tenía por su cuenta, y cómo trabajaría por su quietud y dilatación. Le fue de algún alivio y consuelo entre estos cuidados y anhelos la libertad de san Pedro, para que como cabeza acudiese al gobierno de los fieles, y también el ver arrojado de Jerusalén a Lucifer y sus demonios, privados por entonces de su tiranía, porque respirasen un poco los seguidores de Cristo y se moderase la persecución. Pero la divina sabiduría, que con peso y medida distribuye los trabajos y los alivios, ordenó que la prudentísima Madre tuviese en este tiempo muy declarada noticia del mal estado de Herodes. Conoció la fealdad abominable de aquena infelicísima alma, por sus grandes y desmedidos vicios y repetidos pecados que irritaban la indignación del Todopoderoso y justo Juez. Conoció también que por la mala semilla que los demonios habían sembrado en el corazón de Herodes y de los judíos, estaban todos indignados contra Jesús nuestro Redentor y sus discípulos, después de la fuga de san Pedro, y que el inicuo Rey o gobernador tenía intento de acabar a todos los fieles que hallase en Judea y Galilea, y emplear en esto todas sus fuerzas y potestad. Y aunque María santísima conoció esta determinación de Herodes, no se le manifestó entonces el fin que tendría, pero conociendo que era poderoso y su alma tan depravada, le causó juntamente grande horror su mal estado y excesivo dolor su indignación contra los profesores de la fe.

416. Entre estos cuidados y la confianza en el favor divino trabajó incesantemente nuestra Reina, pidiéndolo al Señor con lágrimas, ejercicios y clamores, como en otras ocasiones he dicho. Y gobernándola su altísima prudencia, habló con uno de sus supremos ángeles que la asistían y le dijo: Ministro del Altísimo y hechura de sus manos, el cuidado de la santa Iglesia me solicita con gran fuerza para procurar todos sus bienes y progresos. Yo os ruego y suplico que subáis a la presencia del trono real del Altísimo y presentéis en él mi aflicción y de mi parte le pidáis me conceda que yo padezca por sus siervos apóstoles y fieles, y no permita que Herodes ejecute lo que contra ellos ha determinado para acabar con la Iglesia. Fue luego el santo ángel con esta legacía al Señor, quedando la Reina del cielo como otra Ester, orando por la libertad y salud de su pueblo y la suya. En el ínterin volvió el divino embajador despachado de la beatísima Trinidad y en su nombre respondió y la dijo: Princesa de los cielos, el Señor de los ejércitos dice que vos sois Madre, Señora y Gobernadora de la Iglesia y con su potestad estáis en lugar suyo mientras sois viadora, y quiere que como Reina y Señora de cielo y tierra fulminéis la sentencia contra Herodes.

417. Se turbó un poco en su humildad María santísima con esta respuesta y, replicando al santo ángel con la fuerza de su caridad, dijo: Pues, ¿yo he de fulminar sentencia contra la hechura e imagen de mi Señor? Después que de su mano recibí el ser, he conocido muchos réprobos entre los hombres y nunca pedí venganza por ellos, sino que cuanto es de mi parte siempre he deseado su remedio, si fuera posible, y no adelantarles su pena. Volved, ángel, al Señor y decidle que mi tribunal y potestad es inferior y dependiente de la suya y no puedo sentenciar a nadie a muerte sin nueva consulta del superior; y que si es posible reducir a Herodes al camino de la salud eterna, yo padeceré todos los trabajos del mundo, como su divina providencia lo ordenare, porque esta alma no se pierda. Volvió el ángel a los cielos con esta segunda embajada de su Reina y, presentándola en el trono de la beatísima Trinidad, la respuesta fue de esta manera: Señora y Reina nuestra, el Altísimo dice que Herodes es del número de los prescitos, por estar en sus maldades tan obstinado, que no admitirá aviso, amonestación ni doctrina, no cooperará con los auxilios que le dieren, ni se aprovechará del fruto de la redención, ni de la intercesión de los santos, ni de lo que vosotros, Reina y Señora mía, trabajaréis por él.

418. Remitió tercera vez María santísima al santo príncipe con otra embajada al trono del Altísimo y le dijo: Si conviene que muera Herodes para que no persiga a la Iglesia, decid, ángel mío, al Todopoderoso que su dignación de infinita caridad me concedió, viviendo Su Majestad en carne mortal, que yo fuese Madre y refugio de los hijos de Adán, abogada e intercesora de los pecadores; que mi tribunal fuese de piedad y clemencia para recibir y socorrer a los que llegaren a él pidiendo mi intercesión; y que si se valieren de ella, en nombre de mi Hijo santísimo, les ofreciese el perdón de sus pecados. Pues ¿cómo si tengo entrañas y amor de madre para los hombres, que son hechuras de sus manos y precio de su vida y sangre, seré ahora juez severo contra alguno de ellos? Nunca se me ha remitido la justicia y siempre la misericordia, a quien mi corazón está todo inclinado, y se halla turbado entre la piedad del amor y la obediencia de la rigurosa justicia. Presentad, ángel, de nuevo este cuidado al Señor y sabed si es de su gusto que muera Herodes, sin que yo le condene.

419. Subió el santo embajador al cielo con esta tercera legacía, y la beatísima Trinidad la oyó con plenitud de agrado y complacencia de la piadosa caridad de su Esposa. Pero volviendo el santo ángel, informando a la piadosa Señora, la respondió: Reina nuestra, Madre de nuestro Criador y Señora mía, Su Majestad omnipotente dice que vuestra misericordia es para los mortales que se quisieren valer de vuestra poderosa intercesión y no para los que la aborrecen y desprecian, como lo hará Herodes; que vos sois Señora de la Iglesia con toda la potestad divina y así os toca usar de ella en la forma que conviene; que Herodes ha de morir, pero que ha de ser por vuestra sentencia y disposición. Respondió María santísima: Justo es el Señor y rectos son sus juicios (Sal 118,137). Yo padeciera muchas veces la muerte para rescatar esta alma de Herodes, si él mismo por su voluntad no se hiciera indigno de la misericordia y réprobo. Obra es de la mano del Altísimo, hecha a su imagen y semejanza, redimida fue con la sangre del Cordero que lava los pecados del mundo. No por esta parte, sino por la que se ha hecho pertinaz enemiga de Dios, indigna de su amistad eterna, yo con su justicia rectísima le condeno a la muerte que tiene merecida y para que ejecutando las maldades que intenta no merezca mayores tormentos en el infierno.

420. Esta maravilla obró el Señor en gloria de su beatísima Madre y en testimonio de haberla hecho Señora de todas las criaturas, con suprema potestad de obrar en ellas como Reina y como Señora, asimilándose en esto a su Hijo santísimo. Y no puedo declarar este misterio mejor que con las palabras del mismo Señor en el capítulo 5 de san Juan, donde de sí mismo dice: No puede el Hijo hacer algo que no haga el Padre, pero hace lo mismo, porque el Padre le ama; y si el Padre resucita muertos, el Hijo también resucita a los que quiere, y el Padre cometió al Hijo el juzgar a todos, para que así como honran todos al Padre honren al Hijo, porque nadie puede honrar al Padre sin honrar al Hijo. Y luego añade que le dio esta potestad de juzgar, porque era Hijo del Hombre, que es por su Madre santísima. Sabiendo la similitud que tuvo la divina Madre con su Hijo de que muchas veces he hablado se entenderá la correspondencia o proporción de la Madre con el Hijo, como del Hijo con el Padre, en esta potestad de juzgar. Y aunque María santísima es Madre de misericordia y clemencia para todos los hijos de Adán que la invocaren, pero junto con esto quiere el Altísimo se conozca tiene potestad plenaria para juzgar a todos y que todos la honren también, como honran a su Hijo y Dios verdadero, que como a Madre verdadera le dio la misma potestad que él tiene, en el grado y proporción que como a Madre, aunque pura criatura, le pertenece.

421. Con esta potestad mandó la gran Señora al ángel que fuera a Cesarea, donde estaba Herodes, y le quitase la vida como ministro de la justicia divina. Ejecutó el ángel la sentencia con presteza, y el evangelista san Lucas dice (Act 12,23) que le hirió el ángel del Señor, y consumido de gusanos murió el infeliz Herodes temporal y eternamente. Esta herida fue interior, de donde le resultó la corrupción y gusanos que miserablemente le acabaron. Y del mismo texto consta (Act 12,19) que, después de haber degollado a Jacobo y haber huido san Pedro, bajó Herodes de Jerusalén a Cesarea, donde compuso algunas diferencias que tenía con los de Tiro y Sidón. Y dentro de pocos días, vestido de la real púrpura y sentado en su trono, hizo un razonamiento al pueblo con grande elocuencia de palabras. El pueblo lisonjero y vano dio voces vitoreándole y aclamándole por Dios, y el torpísimo Herodes, desvanecido y loco, admitió aquella popular adulación. Y en esta ocasión, dice san Lucas (Act 12,23), que por no haber dado la honra a Dios, sino la usurpado con vana soberbia, le hirió el ángel del Señor. Y aunque este pecado fue el último que llenó sus maldades, no sólo por él mereció castigo, sino por todos los que antes había cometido persiguiendo a los apóstoles y burlándose de Cristo nuestro Salvador, degollando al Bautista y cometiendo adulterio escandaloso con su cuñada Herodías, y otras innumerables abominaciones.·

422. Volvió luego el santo ángel a Efeso y dio cuenta a María santísima de la ejecución de su sentencia contra Herodes. Y la piadosa Madre lloró la perdición de aquella alma, pero alabó los juicios del Altísimo y le dio gracias por el beneficio que con aquel castigo había hecho a la Iglesia, la cual, como dice luego san Lucas (Act 12,24), crecía y se aumentaba con la palabra de Dios; y no sólo era esto en Galilea y Judea, donde se removió el impedimento de Herodes, pero al mismo tiempo el evangelista san Juan con el amparo de la beatísima Madre comenzó a plantar en Efeso la Iglesia evangélica. Era la ciencia del sagrado evangelista como la plenitud de un querubín y su cándido corazón inflamado como un supremo serafín y tenía consigo por madre y maestra a la misma autora de la sabiduría y de la gracia. Con estos ricos privilegios de que gozaba el evangelista pudo intentar grandes obras y obrar grandes maravillas para fundar la ley de gracia en Efeso y en toda aquella parte de Asia y confines de Europa.

423. En llegando a Efeso comenzó el evangelista a predicar en la ciudad, bautizando a los que convertía a la fe de Cristo nuestro Salvador y confirmando la predicación con grandes milagros y prodigios nunca vistos entre aquellos gentiles. Y porque de las escuelas de los griegos había muchos filósofos y gente sabia en sus ciencias humanas, aunque llenas de errores, el sagrado apóstol les convencía y enseñaba la verdadera ciencia, usando no sólo de milagros y señales, sino de razones con que hacía más creíble la fe cristiana. A todos los convertidos remitía luego a María santísima y ella catequizaba a muchos y, como conocía los interiores e inclinaciones de todos, hablaba al corazón de cada uno y le llenaba de los influjos de la luz divina. Hacía prodigios y muchos milagros y beneficios curando endemoniados y de todas las enfermedades, socorriendo a los pobres y necesitados y, trabajando para esto con sus manos, acudía a los enfermos y hospitales y los servía y curaba por sí misma. Y en su casa tenía la piadosísima Reina ropa y vestiduras para los más pobres y necesitados, ayudaba a muchos a la hora de la muerte, y en aquel peligroso trance ganó muchas almas y las encaminó a su Criador sacándolas de la tiranía del demonio. Y fueron tantas las que trajo al camino de la verdad y vida eterna y las obras milagrosas que a este fin hizo, que en muchos libros no se podrían escribir, porque ningún día se pasaba en que no acrecentase la hacienda del Señor con abundantes y copiosos frutos de las almas que le adquiría.

424. Con los aumentos que la primitiva Iglesia iba recibiendo cada día por la santidad, solicitud y obras de la gran Reina del cielo, estaban los demonios llenos de confusión y furioso despecho. Y aunque se alegraban de la condenación de todas las almas que llevaban a sus tinieblas eternas, con todo eso recibieron gran tormento con la muerte de Herodes, porque de su obstinación no esperaban enmienda en tan feos y abominables pecados y por esto le tenían por instrumento poderoso contra los seguidores de Cristo nuestro bien. Dio permiso la divina providencia para que Lucifer y estos dragones infernales se levantasen del profundo del infierno, donde los derribó María santísima de Jerusalén, como dije en el capítulo pasado (Cf. supra n.406). Y después de haber gastado el tiempo que allí estuvieron en arbitrar y prevenir tentaciones para oponerse a la invencible Reina de los ángeles, determinó Lucifer querellarse ante el Señor, al modo que lo hizo el santo Job (Job 1,9); aunque con mayor indignación, contra María santísima. Y con este pensamiento para salir del profundo habló con sus ministros y les dijo:

425. Si no vencemos a esta Mujer nuestra enemiga, temo que sin duda destruirá todo mi imperio, porque todos conocemos en ella una virtud más que humana que nos aniquila y oprime cuando ella quiere y como quiere, y hasta ahora no se ha hallado camino para derribarla ni resistirla. Esto es lo que se me hace intolerable, porque si fuera Dios, que se dio por ofendido de mis altos pensamientos y contradicción y tiene poder infinito para aniquilarnos, no me causara tanta confusión cuando me venciera por sí mismo; pero esta Mujer, aunque sea Madre del Verbo humanado, no es Dios, sino pura criatura y de baja naturaleza; no sufriré más que me trate con tanto imperio y que me arruine cuando a ella se le antoja. Vamos todos a destruirla y querellémonos al Omnipotente, como lo tenemos pensado. Hizo el dragón esta diligencia y alegó de su falso derecho ante el Señor, porque, siendo él ángel de tan superior naturaleza, levantaba con su gracia y dones a la que era tierra y polvo y no la dejaba en su condición soja, para que en ella la persiguieran y tentaran los demonios. Pero advierto que no se presentan estos enemigos ante el Señor por visión que tengan de su divinidad, que ésta no la pueden alcanzar, mas como tienen ciencia del ser de Dios y fe de los misterios sobrenaturales, aunque corta y forzada, por medio de estas noticias se les concede que hablen con Dios, cuando se dice que están en su presencia y se querellan, o tienen algún coloquio con el Señor.

426. Dio permiso el Omnipotente a Lucifer para que saliese a pelear y hacer guerra a María santísima; pero las condiciones que pedía eran injustas y así se le negaron muchas. Y a cada uno les concedió la divina Sabiduría las armas que convenía, para que la victoria de su Madre fuese gloriosa y quebrantase la cabeza de la antigua y venenosa serpiente. Fue misteriosa esta batalla y su triunfo, como veremos en los capítulos siguientes y se contiene en el 12 del Apocalipsis, con otros misterios de que hablé en la primera parte de esta Historia (Cf. supra n.I D.94ss), declarando aquel capítulo. Y sólo advierto ahora que la providencia del Altísimo ordenó todo esto no sólo para la mayor gloria de su Madre santísima y exaltación del poder y sabiduría divina, sino también tener justo motivo de aliviar a la Iglesia de las persecuciones que contra ella fabricaban los demonios y para obligarse la bondad infinita con equidad a derramar en la misma Iglesia los beneficios y favores que le granjeaban estas victorias de María santísima, las que sola ella podía alcanzar y no otras almas; A este modo obra siempre el Señor en su Iglesia, disponiendo y armando algunas almas escogidas, para que en ellas estrene su ira el dragón, como en miembros y partes de la santa Iglesia y, si le vencen con la divina gracia, redundan estas victorias en beneficio de todo el cuerpo místico de los fieles y pierde el enemigo el derecho y fuerzas que tenía contra ellos.

Doctrina que me dio la Reina de los ángeles María santísima.

427. Hija mía, cuando en este discurso que escribes de mi vida te repita muchas veces el estado lamentable del mundo y el de la santa Iglesia en que vives y el maternal deseo de que me sigas y me imites, entiende, carísima, que tengo grande razón para obligarte a que te lamentes conmigo y llores tú ahora lo que yo lloraba cuando vivía vida mortal, y en estos siglos me afligiera si tuviera estado de padecer dolor. Asegúrate, alma, que alcanzarás tiempos que debas llorar con lágrimas de sangre las calamidades de los hijos de Adán; y porque de una vez no puedes enteramente conocerlas, renuevo en ti esta noticia de lo que miro desde el cielo en todo el orbe y entre los profesores de la santa fe. Vuelve, pues, los ojos a todos y mira la mayor parte de los hijos de Adán en las tinieblas y errores de la infidelidad, en que sin esperanza del remedio corren a la condenación eterna. Mira también a los hijos de la fe y de la Iglesia, cuán descuidados y olvidados viven de este daño, sin haber a quien le duela; porque, como desprecian la propia salud, no atienden a la ajena y, como está en ellos muerta la fe y falta el amor divino, no les duele que se pierdan las almas que fueron criadas por el mismo Dios y redimidas con la sangre del Verbo humanado.

428. Todos son hijos de un Padre que está en los cielos, y obligación es de cada uno cuidar de su hermano en la forma que le puede socorrer. Y esta deuda toca más a los hijos de la Iglesia, que con oraciones y peticiones pueden hacerlo. Pero este cargo es mayor en los poderosos y en los que por medio de la misma fe cristiana se alimentan y se hallan más beneficiados de la liberal mano del Señor. Estos, que por la ley de Cristo gozan de tantas comodidades temporales y todas las convierten en obsequio y deleites de la carne, son los que como poderosos serán poderosamente atormentados (Sab 6,7). Si los pastores y superiores de la casa del Señor sólo cuidan de vivir con regalo y sin que les toque el trabajo verdadero, por su cuenta ponen la ruina del rebaño de Cristo y el estrago que en él hacen los lobos infernales. ¡Oh, hija mía, en qué lamentable estado han puesto al pueblo cristiano los poderosos, los pastores, los malos ministros que Dios les ha dado por sus secretos juicios! ¡Oh, qué castigo y confusión les espera! En el tribunal del justo Juez no tendrán excusa, pues la verdad católica que profesan los desengaña, la conciencia los reprende, y a todo se hacen sordos.

429. La causa de Dios y de su honra está sola y sin dueño; su hacienda, que son las almas, sin alimento verdadero; todos casi tratan de su interés y conservación, cada cual con su diabólica astucia y razón de estado; la verdad oscurecida y oprimida, la lisonja levantada, la codicia desenfrenada, la sangre de Cristo hollada, el fruto de la redención despreciado; y nadie quiere aventurar su comodidad o interés para que no se le pierda al Señor lo que le costó su pasión y vida. Hasta los amigos de Dios tienen sus defectos en esta causa, porque no usan de la caridad y libertad santa con el celo que deben, y los más se dejan vencer de su cobardía, o se contentan con trabajar para sí solos y desamparan la causa común de las otras almas. Con esto, hija mía, entenderás que habiendo plantado mi Hijo santísimo  la Iglesia evangélica por sus manos, habiéndola fertilizado con su misma sangre, han llegado en ella los infelices tiempos de que se querelló el mismo Señor por sus profetas; pues el residuo de la oruga comió la langosta y el residuo de la langosta comió el pulgón y el residuo de éste consumió el herrumbre o aneblado (Joel, 1,4); y para coger el fruto de su viña, anda el Señor como el que pasada la vendimia busca algún racimo que se ha quedado, o alguna oliva que no haya sacudido o llevado el demonio (Is 24,13).

430. Dime ahora, hija mía, ¿cómo será posible que si tienes amor verdadero a mi Hijo santísimo y a mí recibas consuelo, descanso ni sosiego en tu corazón a la vista de tan lamentable daño de las almas que redimió con su sangre, y yo con la de mis lágrimas, pues muchas veces han sido de sangre por granjeárselas? Hoy, si pudiera derramarlas, lo hiciera con nuevo llanto y compasión, y porque no me es posible llorar ahora los peligros de la Iglesia, quiero que tú lo hagas y que no admitas consolación humana en un siglo tan calamitoso y digno de ser lamentado. Llora, pues, amargamente y no pierdas el premio de este dolor, y sea tan vivo que no admitas otro alivio más de afligirte por el Señor a quien amas. Advierte lo que yo hice por remediar la condenación de Herodes y para excusarla a los que de mi intercesión se quisieren valer; y en la vista beatífica son mis ruegos continuos por la salvación de mis devotos. No te acobarden los trabajos y tribulaciones que te enviare mi Hijo santísimo, para que ayudes a tus hermanos y le adquieras su propia hacienda; y entre las injurias que le hacen los hijos de Adán, trabaja tú para recompensarlas en algo con la pureza de tu alma, que quiero sea más de ángel que de mujer terrena. Pelea las guerras del Señor contra sus enemigos y en su nombre y mío quebrántales su cabeza, impera contra su soberbia y arrójalos al profundo; y aconseja a los ministros de Cristo que hablares hagan esto mismo con la potestad que tienen y con viva fe para defender a las almas y en ellas la honra y gloria del Señor, que así los oprimirán y vencerán en la virtud divina.

CAPITULO 4

De Nuevo a Tapa

Destruye María santísima el templo de Diana en Efeso; la llevan sus ángeles al cielo empíreo, donde el Señor la prepara para entrar en batalla con el dragón infernal y vencerle; comienza este duelo por tentaciones de soberbia.

431. Muy celebrada es en todas las historias la ciudad de Efeso, puesta en los fines occidentales del Asia, por muchas cosas grandes que en los pasados siglos la hicieron tan ilustre y famosa en todo el orbe; pero su mayor excelencia y grandeza fue haber recibido y hospedado en sí a la suprema Reina de cielo y tierra por algunos meses, como adelante se dirá. Este gran privilegio la hizo muy dichosa; que las demás excelencias verdaderamente la hicieron infeliz e infame hasta aquel tiempo, por haber tenido en ella su trono tan de asiento el príncipe de las tinieblas. Pero como nuestra gran Señora y Madre de la gracia se halló en esta ciudad hospedada, y obligada de sus moradores, que liberalmente la recibieron y ofrecieron algunos dones, era consiguiente en su ardentísima caridad que, guardando el orden nobilísimo de esta virtud, les pagase el hospedaje con mayores beneficios, como a más vecinos y bienhechores que los extraños; y si con todos era liberalísima, con los de Efeso había de serlo con mayores demostraciones y favores. La movió su gratitud propia a esta consideración, juzgándose deudora de beneficiar a toda aquella república. Hizo particular oración por ella, pidiendo fervorosamente a su Hijo santísimo que sobre sus moradores derramase su bendición y corno piadoso Padre los ilustrase y redujese a su verdadera fe y conocimiento.

432. Tuvo por respuesta del Señor que, como Señora y Reina de la Iglesia y de todo el mundo, podía obrar con potestad todo lo que fuese su voluntad, pero que advirtiese el impedimento que tenía aquella ciudad para recibir los dones de la misericordia divina, porque con las antiguas y presentes abominaciones de los pecados que cometían habían puesto candados a las puertas de la clemencia y merecían el rigor de la justicia, que ya se hubiera ejecutado en ellos si no tuviera determinado el Señor que viniera a vivir en aquella ciudad la misma Reina, cuando las maldades de sus habitadores habían llegado a su colmo para merecer el castigo que por ella estaba suspendido. Junto con esta respuesta conoció María santísima que la divina Justicia la pedía como permiso y consentimiento para destruir aquella idólatra gente de Efeso y sus confines. Con este conocimiento y respuesta se afligió mucho el corazón piadoso de la dulcísima Madre, pero no se acobardó su casi inmensa caridad y multiplicando peticiones replicó al Señor y le dijo:

433. Rey altísimo, justo y misericordioso, bien sé que el rigor de vuestra justicia se ejecuta cuando no tiene lugar la misericordia, y para esto os basta cualquiera motivo que halléis en vuestra sabiduría, aunque de parte de los pecadores sea pequeño. Mirad ahora, Señor mío, el haberme admitido esta ciudad para vivir en ella por vuestra voluntad y que sus moradores me han socorrido y ofrecido sus haciendas a mí y a vuestro siervo Juan. Templad, Dios mío, vuestro rigor y conviértase contra mí, que yo padeceré por el remedio de estos miserables. Y vosotros, Todopoderoso, que tenéis bondad y misericordia infinita para vencer con el bien el mal, podéis quitar el óbice para que se aprovechen de vuestros beneficios y para que no vean mis ojos perecer tantas almas que son obras de vuestras manos y precio de vuestra sangre. Respondió a esta petición y dijo: Madre mía y paloma mía, quiero que expresamente conozcáis la causa de mi justa indignación y cuán merecida la tienen estos hombres por quien me rogáis. Atended, pues, y lo veréis. Y luego por visión clarísima se le manifestó a la Reina todo lo siguiente:

434. Conoció que, muchos siglos antes de la encarnación del Verbo en su virginal tálamo, entre los muchos conciliábulos que Lucifer había hecho para destruir a los hombres hizo uno en que habló a sus demonios y les dijo: De las noticias que tuve en el cielo en mi primer estado y de las profecías que Dios ha revelado a los hombres y de los favores que con muchos amigos suyos ha manifestado, he podido conocer que el mismo Dios se ha de obligar mucho de que los hombres de uno y otro sexo se abstengan en los tiempos futuros de muchos vicios que yo deseo conservar en el mundo, en particular de los deleites carnales y de la hacienda y su codicia y que en ésta renuncien aun lo que les fuera lícito. Y para que lo hagan contra mi deseo les dará muchos auxilios, con que de voluntad sean castos y pobres y sujetando la propia suya a la de otros hombres. Y si con estas virtudes nos vencen, merecerán grandes premios y favores de Dios, como lo he rastreado en algunos que han sido castos, pobres y obedientes; y mis intentos se frustran mucho por estos medios, si no tratamos de remediar este daño y recompensarlo por todos los caminos posibles a nuestra astucia. Considero también que si el Verbo divino toma carne humana, como lo hemos entendido, será muy casto y puro y también enseñará a muchos que lo sean, no sólo varones, sino mujeres, que aunque son más flacas suelen ser más tenaces; y esto sería para mía de mayor tormento, si ellas me venciesen habiendo yo derribado antes a la primera mujer. Sobre todo esto prometen mucho las Escrituras de los antiguos de los favores que gozarán los hombres con el Verbo humanado en la misma naturaleza, a quien es cierto ha de levantar y enriquecer con su potencia.

435. Para oponerme a todo esto prosiguió Lucifer quiero vuestro consejo y diligencia y que tratemos desde luego impedir a los hombres que no consigan tantos bienes. Tan de lejos como esto viene el odio y arbitrios del infierno contra la perfección evangélica que profesan las sagradas religiones. Se consultó largamente este punto entre los demonios y de la consulta salió por acuerdo que gran multitud de demonios quedasen prevenidos y por cabezas de las legiones que habían de tentar a los que tratasen de vivir en castidad, pobreza y obediencia; que desde luego, para irrisión de la castidad especialmente, ordenasen ellos un género de vírgenes aparentes y mentirosas o hipócritas y fingidas, que con este falso título se consagrasen al obsequio de Lucifer y todos sus demonios. Con este medio diabólico pensaron los enemigos que no sólo llevarían para sí a estas almas con mayor triunfo, sino también deslucirían la vida religiosa y casta que presumían enseñaría el Verbo humanado y su Madre en el mundo. Y para que más prevaleciese en él esta falsa religión que intentaba el infierno, determinaron fundarla con abundancia de todo lo temporal y delicioso a la naturaleza, como fuese ocultamente, porque en secreto consentirían que se viviese licenciosamente debajo del nombre de la castidad dedicada a los dioses falsos.

436. Pero luego se les ofreció otra duda, si esta religión había de ser de varones o mujeres. Algunos demonios querían que fuesen todos varones, porque serían más constantes y perpetua aquella falsa religión; a otros les parecía que los hombres no eran tan fáciles de engañar como las mujeres, que discurren con más fuerza de razón y podían conocer antes el error, y las mujeres no tenían tanto riesgo en esto, porque son de flaco juicio, fáciles en creer y vehementes en lo que aman y aprenden y más a propósito para mantenerse en aquel engaño. Este parecer prevaleció y le aprobó Lucifer, aunque no excluyó del todo a los hombres, porque algunos hallarían que abrazasen aquellas falacias por el crédito que ganarían, y más si les ayudaban a sus ficciones y embustes para no caer de la vana estimación de los otros hombres, que con ellos el mismo Lucifer les ganaría con su astucia para conservar mucho tiempo en hipocresías y ficciones a los que se sujetasen a su servicio.

437. Con este infernal consejo determinaron los demonios hacer una religión o congregación de vírgenes fingidas y mentirosas; porque el mismo Lucifer dijo a los demonios: Aunque será para mí de mucho agrado tener vírgenes consagradas y dedicadas a mi culto y reverencia, como las quiere tener Dios, pero oféndeme tanto la castidad y pureza del cuerpo en esta virtud, que no la podré sufrir aunque sea dedicada a mi grandeza, y así hemos de procurar que estas vírgenes sean el objeto de nuestras torpezas. Y si alguna quisiere ser casta en el cuerpo, la llenaremos de inmundos pensamientos y deseos en el interior, de suerte que con verdad ninguna sea casta, aunque por su vana soberbia quiera contenerse, y como sea inmunda en los pensamientos, procuraremos conservarla en la vanagloria de su virginidad.

438. Para dar principio a esta falsa religión discurrieron los demonios por todas las naciones del orbe y les pareció que unas mujeres llamadas amazonas eran más a propósito para ejecutar en ellas su diabólico pensamiento. Estas amazonas habían bajado de la Scitia al Asia donde vivían. Eran belicosas, excediendo con la arrogancia y soberbia a la fragilidad del sexo. Por fuerza de armas se habían apoderado de grandes provincias, especialmente hicieron su corte en Efeso y mucho tiempo se gobernaron por sí mismas, dedignándose de sujetarse a los varones y vivir en su compañía, que ellas con presuntuosa soberbia llamaban esclavitud o servidumbre. Y porque de estas materias hablan mucho las historias, aunque con grande variedad, no me detengo en tratar de ellas. Basta para mi intento decir que, como estas amazonas eran soberbias, ambiciosas de honra vana y aborrecían a los hombres, halló Lucifer en ellas buena disposición para engañarlas con el falso pretexto de la castidad. Les puso en la cabeza a muchas de ellas que por este medio serían muy celebradas y veneradas del mundo y se harían famosas y admirables con los hombres, y alguna podía llegar hasta alcanzar la dignidad y veneración de diosa. Con la desmedida ambición de esta honra mundana se juntaron muchas amazonas, doncellas verdaderas y mentirosas, y dieron principio a la falsa religión de vírgenes, viviendo en congregación en la ciudad de Efeso, donde tuvo su origen.

439. En breve tiempo creció mucho el número de estas vírgenes más que necias, con admiración y aplauso del mundo, solicitándolo todo los demonios. Entre éstas hubo una más celebrada y señalada en la hermosura y nobleza, entendimiento, castidad y otras gracias, que la hicieron más famosa y admirable, y se llamaba Diana. Y por la veneración en que estaba y la multitud de compañeras que tenía, se dio principio al memorable templo de Efeso, que el mundo tuvo por una de sus maravillas. Y aunque este templo se tardó a edificar muchos siglos, pero como Diana granjeó con la ciega gentilidad el nombre y veneración de diosa, se le dedicó a ella esta rica y suntuosa fábrica, que se llamó templo de Diana, a cuya imitación se fabricaron otros muchos en diversas partes debajo del mismo título. Para celebrar el demonio a esta falsa virgen Diana cuando vivía en Efeso, la comunicaba y llenaba de ilusiones diabólicas, y muchas veces la vestía de falsos resplandores y le manifestaba secretos que pronosticase, y le enseñó algunas ceremonias y cultos semejantes a los que el pueblo de Dios usaba, para que con estos ritos ella y todos venerasen al demonio. Y las demás vírgenes la veneraban a ella como a diosa, y lo mismo hicieron los demás gentiles, tan pródigos como ciegos en dar divinidad a todo lo que se les hacía admirable.

440. Con este diabólico engaño, cuando vencidas las amazonas entraron los reinos vecinos a gobernar a Efeso, conservaron este templo como cosa divina y sagrada, continuándose en ella aquel colegio de vírgenes locas. Y aunque un hombre ordinario quemó este templo, le volvió a reedificar la ciudad y el reino, y para ello contribuyeron mucho las mujeres. Y esto sería trescientos años antes de la redención del linaje humano poco más o menos. Y así cuando María santísima estaba en Efeso no era el primer templo el que perseveraba, sino el segundo, reedificado en el tiempo que digo, y en él vivían estas vírgenes en diferentes repartimientos. Pero como en el tiempo de la encarnación y muerte de Cristo estaba la idolatría tan asentada en el mundo, no sólo no habían mejorado en costumbres aquellas diabólicas mujeres, sino que habían empeorado y casi todas trataban con los demonios abominablemente. Y junto con esto cometían otros feísimos pecados y engañaban al mundo con embustes y profecías, con que Lucifer los tenía dementados a unos y a otros.

441. Todo esto y mucho más vio María santísima cerca de sí en Efeso, con tan vivo dolor de su castísimo corazón, que le fuera mortal herida si el mismo Señor no la conservara. Pero habiendo visto que Lucifer tenía como por asiento y cátedra de maldad al ídolo de Diana, se postró en tierra ante su Hijo santísimo y le dijo: Señor y Dios altísimo, digno de toda reverencia y alabanza; estas abominaciones que por tantos siglos han perseverado razón es que tengan término y remedio. No puede sufrir mi corazón que se dé a una infeliz y abominable mujer el culto de la verdadera divinidad, que vosotros sólo como Dios infinito merecéis, ni tampoco que el nombre de la castidad esté tan profanado y dedicado a los demonios. Vuestra dignación infinita me hizo guía y madre de las vírgenes, como parte nobilísima de vuestra Iglesia y fruto más estimable de vuestra redención y a vosotros muy agradable. El título de la castidad ha de quedar consagrado a vos en las almas que fueren hijas mías; no puedo de hoy más consentirle falsamente en las adúlteras. Me querello de Lucifer y del infierno, por el atrevimiento de haber usurpado injustamente este derecho. Pido, Hijo mío, que le castiguéis con la pena de rescatar de su tiranía estas almas y que salgan todas de su esclavitud a la libertad de la fe y luz verdadera.

442. El Señor la respondió: Madre mía, yo admito vuestra petición, porque es justo no se dedique a mis enemigos la virtud de la castidad, aunque sea sólo en el nombre, que se halla tan ennoblecida en vos y para mí es tan agradable. Pero muchas de estas falsas vírgenes son prescitas y reprobadas por sus abominaciones y pertinacia y no se reducirán todas al camino de la salud eterna. Algunas pocas admitirán de corazón la fe que se les enseñare. En esta ocasión llegó san Juan al oratorio de María santísima, aunque no conoció entonces el misterio en que se ocupaba la gran Señora del cielo ni la presencia de su Hijo nuestro Señor. Pero la verdadera Madre de los humildes quiso juntar las peticiones propias con las del amado discípulo y ocultamente pidió licencia al Señor para hablarle y le dijo de esta manera: Juan, hijo mío, lastimado está mi corazón por haber conocido los grandes pecados que se cometen contra el Altísimo en este templo de Diana y desea mi alma que tengan ya término y remedio. El santo apóstol respondió: Señora mía, yo he visto algo de lo que pasa en este abominable lugar y no puedo contenerme en dolor y lágrimas de ver que el demonio sea venerado en él con el culto que se debe a solo Dios; y nadie puede atajar tantos males, si vos, Madre mía, no lo toméis por vuestra cuenta.

443. Ordenó María santísima al apóstol que. la acompañase en la oración pidiendo al Señor remediase aquel daño, y san Juan se fue a su retiro, quedando la Reina en el suyo con Cristo nuestro Salvador, y postrada de nuevo en tierra en presencia del Señor, derramando copiosas lágrimas, volvió a su oración y peticiones. Perseveró en ella con ardentísimo fervor y casi agonizando de dolor, e inclinando a su Hijo santísimo para que la confortase y consolase, respondió a sus peticiones y deseos, diciendo: Madre y paloma mía, hágase lo que pedís sin dilación, ordenad y mandad, como Señora y poderosa, todo lo que vuestro corazón desea. Con este beneplácito se inflamó el afecto de María santísima en el celo de la honra de la divinidad, y con imperio de Reina mandó a todos los demonios que estaban en el templo de Diana descendiesen luego al profundo y desamparasen aquel lugar que por tantos años habían poseído. Eran muchas legiones las que allí estaban engañando al mundo con supersticiones y profanando aquellas almas, pero en un brevísimo movimiento de los ojos cayeron todos en el infierno con la fuerza de las palabras de María santísima; y fue de manera el terror con que los quebrantó, que en moviendo sus virginales labios para la primera palabra no aguardaron a oír la segunda, porque ya estaban entonces en el infierno, pareciéndoles tarda su natural presteza para alejarse de la Madre del Omnipotente.

444. No pudieron despegarse de las profundas cavernas hasta que se les dio permiso, como diré luego, para salir con el dragón grande a la batalla que tuvieron con la Reina del cielo, antes en el infierno buscaban los puestos más lejos de donde ella estaba en la tierra. Mas advierto que con estos triunfos de tal manera venció María santísima al demonio, que no podía volver al mismo puesto o jurisdicción de que le desposeía; pero como esta hidra infernal era y es tan venenosa, aunque le cortaba una cabeza le renacían otras, porque volvía a sus maldades con nuevos ingenios y arbitrios contra Dios y su Iglesia. Pero continuando esta victoria la gran Señora del mundo, con el mismo consentimiento de Cristo nuestro Salvador, mandó luego a uno de sus santos ángeles fuese al templo de Diana y que le arruinase todo sin dejar en él piedra sobre piedra y que salvase a solas nueve mujeres señaladas de las que allí vivían y todas las demás quedasen muertas y sepultadas en la ruina del edificio, porque eran réprobas y sus almas bajarían con los demonios, a quienes adoraban y obedecían, y serían sepultadas en el infierno antes que cometiesen más pecados.

445. El ángel del Señor ejecutó el mandato de su Reina y Señora y en un brevísimo espacio derribó el famoso y rico templo de Diana que en muchos siglos se había edificado, y con asombro y espanto de los moradores de Efeso pareció luego destruido y arruinado. Y reservó a las nueve mujeres que le señaló María santísima, como ella se las había señalado y Cristo nuestro Señor dispuesto, porque éstas solas se convirtieron a la fe, como después diré (Cf. infra n.461). Todas las demás perecieron en la ruina, sin quedar memoria de ellas. Y aunque los ciudadanos de Efeso hicieron inquisición de; delincuente, nada pudieron rastrear en esta destrucción, como la descubrieron en el incendio del primer templo, que por ambición de la fama se manifestó el malhechor. Pero de este suceso tomó el evangelista san Juan motivo para predicar con más esfuerzo la verdad divina y sacar a los efesinos del engaño y error en que los tenía el demonio. Luego el mismo evangelista con la Reina del cielo dieron gracias y alabanzas al Muy Alto por este triunfo que habían ganado de Lucifer y de la idolatría.

446. Pero es necesario advertir aquí, no se equivoque el que esto leyere con lo que se refiere en el capítulo 19 de los Hechos apostólicos (Act 19,24ss) del templo de Diana que supone san Lucas había en Efeso, cuando san Pablo fue después de algunos años a predicar en aquella ciudad. Cuenta el evangelista que un grande artífice de Efeso llamado Demetrio, que fabricaba imágenes de plata de la diosa Diana, conspiró a otros oficiales de su arte contra san Pablo, porque en toda Asia predicaba que no eran dioses los que eran fabricados con manos de hombres. Y con esta nueva doctrina persuadió Demetrio a sus compañeros que san Pablo no sólo les quitaría la ganancia de su arte, sino que vendría en gran vilipendio el templo de la gran Diana, tan venerado en el Asia y en todo el orbe. Con esta conspiración se turbaron los artífices, y ellos a toda la ciudad, dando voces y diciendo: Grande es la Diana de los efesinos; y sucedió lo demás que san Lucas prosigue en aquel capítulo. Y para que se entienda no contradice a lo que dejo escrito (Cf. supra n.445), añado que este templo, de quien habla san Lucas, fue otro menos suntuoso y más ordinario que volvieron a reedificar los efesinos después que María santísima se volvió a Jerusalén; y cuando llegó san Pablo a predicar estaba ya reedificado. Y de lo que el texto de san Lucas refiere se colige cuán entrañada estaba la idolatría y falso culto de Diana en los efesinos y en toda el Asia, así por los muchos siglos que los pasados habían vivido en aquel error, como porque la ciudad se había hecho ilustre y tan famosa en el mundo con esta veneración y templos de Diana. Y llevados los moradores de estos engaños y vanidad, les parecía no poder vivir sin su diosa y sin hacerle templos en la ciudad, como cabeza y origen de esta superstición que los demás reinos con emulación habían imitado. Tanto pudo la ignorancia de la divinidad verdadera en los gentiles, que fueron menester muchos apóstoles y muchos años para dársela a conocer y arrancar la cizaña de la idolatría, y más entre los romanos y griegos, que se reputaban por los más sabios y políticos entre todas las naciones del mundo.

447. Destruido el templo de Diana, quedó María santísima con mayores deseos de trabajar por la exaltación del nombre de Cristo y la amplificación de la santa Iglesia para que se lograse el triunfo que de los enemigos había ganado. Multiplicando para esto las oraciones y peticiones, sucedió un día que los santos ángeles, manifestándosele en forma visible, la dijeron: Reina y Señora nuestra, el gran Dios de los ejércitos celestiales manda que os llevemos a su cielo y trono real, a donde os llama. Respondió María santísima: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí su voluntad santísima. Y luego los ángeles la recibieron en un trono de luz, como otras veces he dicho (Cf. supra n.399), y la llevaron al cielo empíreo a la presencia de la santísima Trinidad. No se le manifestó en esta ocasión por visión intuitiva, sino con abstractiva. Se postró ante el soberano trono, adoró al ser inmutable de Dios con profunda humildad y reverencia. Luego el eterno Padre la habló y dijo: Hija mía y paloma mañosísima, tus inflamados deseos y clamores por la exaltación de mi santo nombre han llegado a mis oídos, y tus ruegos por la Iglesia son aceptables a mis ojos y me obligan a usar de misericordia y clemencia; y en retorno de tu amor quiero de nuevo darte mi potestad para que con ella defiendas mi honor y gloria y triunfes de mis enemigos y de su antigua soberbia, los humilles y huelles su cerviz, y con tus victorias ampares a mi Iglesia y adquieras nuevos beneficios y dones para sus hijos fieles y tus hermanos.

448. Respondió María santísima: Aquí está, Señor, la menor de las criaturas, aparejado el corazón para todo lo que fuere de vuestro beneplácito, por la exaltación de vuestro nombre y para vuestra mayor gloria; hágase en mí vuestra divina voluntad. Añadió el eterno Padre y dijo: Entiendan todos mis cortesanos del cielo que yo nombro a María por capitana y caudillo de todos mis ejércitos y vencedora de todos mis enemigos, para que triunfe de ellos gloriosamente. Confirmaron esto mismo las dos personas divinas, el Hijo y el Espíritu Santo, y todos los bienaventurados con los ángeles respondieron: Vuestra voluntad santa se haga, Señor, en los cielos y en la tierra. Luego mandó el Señor a los dieciocho más supremos serafines que por su orden adornasen, preparasen y armasen a su Reina para la batalla contra el infernal dragón y se cumplió en esta ocasión misteriosamente lo que está escrito en el libro de la Sabiduría (Sab 5,18): El Señor armará a la criatura para venganza de sus enemigos, y lo demás que allí se dice. Porque salieron primero los seis serafines y adornaron a María santísima con un género de lumen como un impenetrable arnés, que manifestaba a los santos la santidad y justicia de su Reina, tan invencible e impenetrable para los demonios, que se asimilaba sólo a la fortaleza del mismo Dios por un modo inefable. Y por esta maravilla dieron gracias al Omnipotente aquellos serafines y los otros santos.

449. Salieron luego otros seis de los doce serafines y obedeciendo el mandato del Señor dieron otra nueva iluminación a la gran Reina. Esto fue como un linaje de resplandor de la divinidad que le pusieron en su virginal rostro, con el cual no podían los demonios mirar a él. Y en virtud de este beneficio, aunque llegaron los enemigos a tentarla, como veremos (Cf. infra n.470), no pudieron jamás mirar a su cara tan divinizada, ni quiso consentirlo el Señor con este gran favor. Tras de éstos salieron los otros seis y últimos serafines, mandándoles el Señor que diesen armas ofensivas a la que tenía por su cuenta la defensa de la divinidad y de su honra. En cumplimiento de este orden pusieron los ángeles en todas las potencias de María santísima otras nuevas cualidades y virtud divina que correspondía a todos los dones de que el Altísimo la había adornado. Y con este beneficio se le concedió potestad a la gran Señora para que a su voluntad pudiese impedir, detener y atajar hasta los más íntimos pensamientos y conatos de todos los demonios, porque todos quedaron sujetos a la voluntad y orden de María santísima para no poder contravenir a lo que ella mandase, y de esta potestad usa muchas veces en beneficio de los fieles y devotos suyos. Todo este adorno, y lo que significaba, confirmaron las tres divinas personas, singularmente cada una, declarando la participación que se le daba de los divinos atributos que a cada una se le apropian, para que con ellos volviese a la Iglesia y en ella triunfase de los enemigos del Señor.

450. Dieron su bendición las tres divinas personas a María santísima para despedirla, y la gran Señora las adoró con altísima reverencia. Y con esto la volvieron los ángeles a su oratorio admirados de las obras del Altísimo. Y decían: ¿Quién es ésta que tan deificada, próspera y rica desciende al mundo de lo supremo de los cielos para defender la gloria de su nombre? ¡Qué adornada, qué hermosa viene para pelear las batallas del Señor! Oh Reina y Señora eminentísima, caminad y atended prósperamente con vuestra belleza, proceded y reinad (Sal 44,5) sobre todas las criaturas, y todas le magnifiquen y alaben; porque tan liberal y poderoso se manifiesta en vuestros beneficios y favores. Santo, Santo, Santo es el Dios de Sabaot, de los ejércitos celestiales, y en vos le bendecirán todas las generaciones de los hombres. En llegando al oratorio se postró María santísima y dio humildes gracias al Omnipotente, pegada con el polvo, como solía en es tos beneficios (Cf. supra n.4,317,400).

451. Estuvo la prudentísima Madre confiriéndolos consigo misma por algún espacio de tiempo y previniéndose para el conflicto que la esperaba con los demonios. Y estando en esta consideración vio que salía sobre la tierra, como de lo profundo, un dragón rojo y espantoso con siete cabezas, despidiendo por cada una humo y fuego con extremada indignación y furor, siguiéndole otros muchos demonios en la misma forma. Y fue tan horrible esta visión, que ningún otro viviente la pudiera tolerar sin perder la vida, y fue necesario que María santísima estuviera prevenida y fuera tan invencible para admitir la batalla con aquellas cruentísimas bestias infernales. Se encaminaron todos a donde estaba la gran Reina y con furiosa indignación y bramidos iban amenazándola y decían: Vamos, vamos a destruir a esta enemiga nuestra, licencia tenemos del Todopoderoso para tentarla y hacerla guerra, acabemos esta vez con ella y venguemos los agravios que siempre nos ha hecho y el habernos arrojado del templo de nuestra Diana dejándolo destruido. Destruyámosla también a ella; mujer es y pura criatura, y nosotros somos espíritus sabios, astutos y poderosos; no hay que temer en criatura terrena.

452. Se presentó ante la invencible Reina todo aquel ejército de dragones infernales con su caudillo Lucifer, provocándola para la batalla. Y como el mayor veneno de esta serpiente es la soberbia, por donde introduce de ordinario otros vicios con que derriba innumerables almas, le pareció comenzar por este vicio, coloreándole conforme al estado de santidad con que imaginaba a María santísima. Para esto se transformaron el dragón y sus ministros en ángeles de luz y en esta forma se le manifestaron, pensando que no los había visto y conocido en la de demonios y dragones que les era propia y legítima. Comenzaron con alabanzas y adulaciones, diciendo: Poderosa eres, María, grande y valerosa entre las mujeres, y todo el mundo te honra y te celebra por las grandiosas virtudes que en ti conoce y por las prodigiosas maravillas que obras y ejecutas con ellas; digna eres de esta gloria, pues nadie se te iguala en santidad; nosotros lo conocemos más que todos y por eso lo confesamos y te cantamos la gala de tus hazañas. Al mismo tiempo que Lucifer decía estas fingidas verdades, procuraba arrojar a la imaginación de la humilde Reina fieros pensamientos de soberbia y presunción. Pero en vez de inclinarla o moverla con alguna delectación o consentimiento, fueron vivas flechas de dolor que pasaron su candidísimo y verdadero corazón. No le fueran tan sensibles todos los tormentos de los mártires como estas diabólicas adulaciones. Y para confundirlas hizo también actos de humildad, aniquilándose y deshaciéndose por un modo tan admirable y poderoso, que no pudo sufrirlo el infierno ni detenerse más en su presencia, porque ordenó el Señor que Lucifer y sus ministros lo conocieran y sintieran. Huyeron todos dando formidables bramidos y diciendo: Vamos al profundo, que menos nos atormenta aquel lugar confuso que la humildad invencible de esta mujer. La dejaron por entonces y la prudentísima Señora dio gracias al Omnipotente por el beneficio de esta primera victoria.

Doctrina que me dio la gran Reina y Señora del cielo.

453. Hija mía, en la soberbia del demonio, cuanto es de su parte, hay un conato que él mismo conoce ser imposible. Esto es, que como sirven y obedecen a Dios los justos y los santos, le obedecieran y sirvieran a él, para ser en esto semejante al mismo Dios. Pero no es posible conseguir este afecto, porque contiene en sí una implicación y repugnancia; pues la esencia de la santidad consiste en ajustarse la criatura a la regla de la divina voluntad amando a Dios sobre todas las cosas debajo de su obediencia, y el pecado consiste en apartarse de esta regla amando otra cosa y obedeciendo al demonio. Pero la honestidad de la virtud es tan conforme a razón, que ni el mismo enemigo lo puede negar. Y por esto quisiera, si fuera posible, derribar los buenos, envidioso y rabioso de no poder servirse de ellos y ansioso de que no consiga Dios la gloria que tiene en los santos y que el mismo demonio no puede conseguir. Por esto se desvela tanto en derribar a sus pies algún cedro del Líbano levantado en santidad, y que bajen a ser esclavos suyos los que han sido siervos del Altísimo, y en esto emplea todo su estudio, sagacidad y desvelo. Y de este mismo conato le nace procurar que se le dediquen algunas virtudes morales, aunque sea sólo en el nombre, como lo hacen los hipócritas y lo hacían las vírgenes de Diana. Con esto le parece que en algún modo entra a la parte en lo que Dios ama y quiere y que le mancha y pervierte la materia de las virtudes, de que el Señor gusta para comunicar en ellas su pureza a las almas.

454. Atiende, hija mía, que son tantos los rodeos, maquinaciones y lazos que arma esta serpiente para derribar a los justos, que sin especial favor del Altísimo no pueden las almas conocerlos, y mucho menos vencerlos, ni escapar de tantas redes y traiciones. Y para alcanzar esta protección del Señor, quiere Su Majestad que la criatura de su parte no se descuide, ni se fíe de sí misma, ni descanse en pedirla y desearla, porque sin duda por sí sola nada puede y luego perecerá. Pero lo que obliga mucho a la divina clemencia es el fervor del corazón y pronta devoción en las cosas divinas, y sobre todo la perseverante humildad y obediencia, que ayudan a la estabilidad y fortaleza en resistir al enemigo. Y quiero que estés advertida, no para tu desconsuelo, sino para tu cautela y aviso, que son muy raras las buenas obras de los justos en que no derrame esta serpiente alguna parte de su veneno para inficionarlas. Porque de ordinario procura con suma sutileza mover alguna pasión o inclinación terrena, que casi ocultamente arrastra o trabuca en algo la intención de la criatura para que no obre puramente por Dios y por el fin legítimo de la virtud, y con cualquier otro afecto se vicia en todo o en parte. Y como esta cizaña está mezclada con el trigo, es dificultoso conocerla en los principios, si las almas no se desnudan de todo afecto terreno y examinan sus obras a la luz divina.

455. Muy avisada estás, hija mía, de este peligro y del desvelo que tiene contra ti el demonio, mayor que contra otras almas. No sea menos el que tú tengas contra él, no te fíes de sólo el color de la buena intención en tus obras, porque, no obstante que siempre ha de ser buena y recta, pero ni sola ella basta ni tampoco siempre la conoce la criatura. Muchas veces con el rebozo de la buena intención engaña el demonio, proponiendo al alma algún buen fin aparente o muy remoto, para introducirle algún peligro de próximo, y sucede que, cayendo luego en el peligro, nunca consigue el fin bueno que con engaño la movió. Otras veces con la buena intención no deja examinar otras circunstancias, con que la obra se hace sin prudencia y viciosamente. Otras, con alguna intención que parece buena, se solapan las inclinaciones y pasiones terrenas, que se llevan ocultamente lo más del corazón. Pues entre tantos peligros el remedio es, que examines tus obras a la luz que te infunde el Señor en lo supremo del alma, con que entenderás cómo has de apartar lo precioso de lo vil (Jer 15,19), la mentira de la verdad, lo amargo de las pasiones de lo dulce de la razón. Con esto la divina lumbre que en ti está no tendrá parte de tinieblas, y tu ojo será sencillo y purificará todo el cuerpo de tus acciones (Mt 6,22), y serás toda y por todo agradable a tu Señor y a mí.

CAPITULO 5

De Nuevo a Tapa

Vuelve de Efeso a Jerusalén María Santísima llamada del apóstol san Pedro, se continúa la batalla con los demonios, padece gran tormenta en el mar y se declaran otros secretos que sucedieron en esto.

456. Con el justo castigo y condenación del infeliz Herodes volvió la primitiva Iglesia de Jerusalén a recobrar algún desahogo y tranquilidad por muchos días, mereciéndolo todo y granjeándolo la gran Señora del mundo con sus ruegos, obras y solicitud de Madre. En este tiempo predicaban san Bernabé y san Pablo con admirable fruto en las ciudades del Asia Menor, Antioquía, Listris, Perge y otras muchas como lo refiere san Lucas por los capítulos 13 y 14 de los Hechos apostólicos, con las maravillas y prodigios que san Pablo hacía en aquellas ciudades y provincias. El apóstol san Pedro, cuando libre de la cárcel huyó de Jerusalén, se había retirado hacia la parte del Asia para salir de la jurisdicción de Herodes, para acudir de allí a los nuevos fieles que se convertían en Asia y a los que estaban en Palestina. Le reconocían todos y le obedecían como a Vicario de Cristo y cabeza de la Iglesia y que en el cielo era confirmado todo lo que Pedro ordenaba y hacía en la tierra. Con esta firmeza de la fe acudían a él, como a Pontífice supremo, con las dudas y cuestiones que se les ofrecían. Y entre las demás le dieron aviso de las que a San Pablo y san Bernabé movieron algunos judíos, así en Antioquía como en Jerusalén, sobre la observancia de la circuncisión y ley de Moisés, como diré adelante (Cf. infra n.496), y lo refiere san Lucas en el capítulo 15 de los Hechos apostólicos.

457. Con esta ocasión los apóstoles y discípulos de Jerusalén pidieron a san Pedro volviese a la ciudad santa para resolver aquellas controversias y disponer lo que convenía para que no se embarazase la predicación de la fe, pues ya los judíos con la muerte de Herodes no tenían quién los amparase y la Iglesia gozaba de mayor paz y tranquilidad en Jerusalén. Pidieron también hiciese instancia a la Madre de Jesús para que por estas mismas causas volviese a la ciudad, donde la deseaban los fieles con íntimo afecto de corazón y con su presencia serían consolados en el Señor y todas las cosas de la Iglesia se prosperarían. Por estos avisos determinó san Pedro partir luego a Jerusalén y antes escribió a la Reina santísima la carta siguiente:

458. Carta de san Pedro para María santísima. A María Virgen, Madre de Dios, Pedro apóstol de Jesucristo, siervo vuestro y de los siervos de Dios. Señora, entre los fieles se han movido algunas dudas y diferencias sobre la doctrina de vuestro Hijo y nuestro Redentor, y si con ella se ha de guardar la ley antigua de Moisés. Quieren saber de nosotros lo que en esto conviene y que digamos lo que oímos de la boca de nuestro divino Maestro. Para consultar a mis hermanos los apóstoles me parto luego a Jerusalén, y os pedimos que para consuelo de todos y por el amor que tenéis a la Iglesia volváis a la misma ciudad, donde los hebreos, después que murió Herodes, están más pacíficos y los fieles con mayor seguridad. La multitud de los seguidores de Cristo os desean ver y consolarse con vuestra presencia. Y en estando en Jerusalén daremos este aviso a las demás ciudades, y con vuestra asistencia se determinará lo que conviene en las materias de la santa fe y de la grandeza de la ley de gracia.

459. Este fue el temor y estilo de la carta y comúnmente le guardaron los apóstoles, escribiendo primero el nombre de la persona o personas a quien escribían y después el de quien escribía, o al contrario, como parece en las epístolas de san Pedro y de san Pablo y otros apóstoles. Y llamar a la Reina Madre de Dios fue acuerdo de los apóstoles después que ordenaron el Credo, y que unos con otros la llamasen Virgen y Madre, por lo que importaba a la santa Iglesia asentar en el corazón de todos los fieles el artículo de la virginidad y maternidad de esta gran Señora. Algunos otros fieles la llamaban María de Jesús o María la de Jesús Nazareno; otros menos capaces la nombraban María, hija de Joaquín y Ana; y de todos estos nombres usaban los primeros hijos de la fe para hablar de nuestra Reina. Pero la santa Iglesia, usando más del que le dieron los apóstoles, la llama Virgen y Madre de Dios. y a éste ha juntado otros muy ilustres y misteriosos. Le entregó la carta de san Pedro a la divina Señora un propio que la llevaba y dándosela la dijo cómo era del apóstol. La recibió y venerando al Vicario de Cristo se puso de rodillas y besó la carta, pero no la abrió, porque san Juan estaba en la ciudad predicando. Y luego que llegó el evangelista a su presencia, puesta de rodillas le pidió la bendición, como lo acostumbraba (Cf. supra n.368), y le entregó la carta, diciendo era de san Pedro el Pontífice de todos. Le preguntó san Juan lo que contenía la carta. Y la Maestra de las virtudes respondió: Vosotros, señor, la veréis primero y me diréis a mí lo que contiene. Así lo hizo el evangelista.

460. No me puedo contener de admiración y en la confusión propia a la vista de tal humildad y obediencia como en esta ocasión, aunque parece de poca monta, manifestó María santísima; pues sola su divina prudencia pudo hacer juicio que siendo Madre de Díos y la carta del Vicario de Cristo, era mayor humildad y rendimiento no leerla ni abrirla por sí sola, sin la obediencia del ministro que tenía presente, para obedecerle y gobernarse por su voluntad. Con este ejemplo queda reprendida y enseñada la presunción de los inferiores, que andan buscando salidas y razones excusadas para trampear la humildad y obediencia que debemos a los superiores. Pero en todo fue María santísima maestra ejemplar de santidad, así en las cosas pequeñas como en las mayores. En leyendo el evangelista la carta de san Pedro a la gran Señora, la preguntó qué le parecía en lo que suscribía el Vicario de Cristo. Y tampoco en esto quiso mostrarse superior ni igual sino obediente y respondió a san Juan: Hijo y señor mío, ordenad vos lo que más conviene, que aquí está vuestra sierva para obedecer. El evangelista dijo que le parecía razón obedecer a san Pedro y volverse luego a Jerusalén. Justo y debido es, respondió María purísima, obedecer a la Cabeza de la Iglesia; disponed luego la partida.

461. Con esta determinación fue luego san Juan a buscar embarcación para Palestina y prevenir lo que para ella era necesario y disponer con brevedad la partida. En el ínterin que solicitaba esto el evangelista, llamó María santísima a las mujeres que tenía en Efeso por conocidas y discípulas, para despedirse de ellas y dejarlas informadas de lo que para conservarse en la fe debían hacer. Eran estas mujeres en número setenta y tres, y muchas de ellas vírgenes, especialmente las nueve que dije arriba se libraron de la ruina del templo de Diana (Cf. supra n.445). A éstas y otras muchas había catequizado y convertido en la fe por sí misma María santísima, y de todas había hecho un colegio en la casa donde vivía, con las mujeres que la hospedaron en ella. Y con esta congregación comenzó la divina Señora a recompensar los pecados y abominaciones que por tantos siglos se habían cometido en el templo de Diana, dando principio a la común guarda de la castidad en el mismo lugar de Efeso, donde el demonio la había profanado. De todo esto tenía informadas a estas discípulas, aunque no sabían que la gran Señora había destruido el templo; porque este suceso convenía guardarle en secreto, para que ni los judíos tuviesen motivo contra la piadosa Madre, ni los gentiles se indignasen contra ella, por el insano amor que tenían a su Diana. Y así ordenó el Señor que el suceso de la ruina se tuviese por casual y se olvidase luego y los autores profanos no le escribiesen, como el primer incendio.

462. Habló María santísima a estas discípulas suyas con palabras dulcísimas, para consolarlas en su ausencia, y les dejó un papel escrito de su mano, en que les decía: Hijas mías, por la voluntad del Señor todopoderoso me es forzoso volver a Jerusalén. En mi ausencia tendréis presente la doctrina que de mí habéis recibido y yo la oí de la boca del Redentor del mundo. Reconocedle siempre por vuestro Señor, Maestro y Esposo de vuestras almas, sirviéndole y amándole de todo corazón. Tened en la memoria los mandamientos de su santa ley, y en ellos seréis informadas de sus ministros y sacerdotes, a quienes tendréis en grande veneración y obedeceréis a sus órdenes con humildad, sin oír ni admitir a otros maestros que no sean discípulos de Cristo mi Hijo santísimo, seguidores de su doctrina; yo cuidaré siempre de que os asistan y amparen, y no me olvidaré jamás de vosotras ni de presentaros al Señor. En mi lugar queda María la Antigua, a ella obedeceréis en todo, respetándola y amándola, y cuidará de vosotras con el mismo amor y desvelo. Guardaréis inviolable retiro y recogimiento en esta casa y jamás entre varón en ella y, si fuere forzoso hablar a alguno, sea en la puerta estando tres presentes de vosotras. En la oración seréis continuas y retiradas; diréis y cantaréis las que os dejo escritas en el aposento donde yo estaba. Guardad silencio y mansedumbre; y con ningún prójimo hagáis más de lo que deseáis para vosotras. Hablad siempre verdad y tened presente continuamente a Cristo crucificado en todos vuestros pensamientos, palabras y obras. Adoradle y confesadle por Criador y Redentor del mundo; y en su nombre os doy su bendición y pido asista en vuestros corazones.

463. Estos avisos y otros dejó María santísima a toda aquella congregación que había dedicado a su Hijo y Dios verdadero. Y la que señaló para superior de ella era una de las mujeres piadosas que la hospedaron y cuya era la casa. Esta era mujer de gobierno y con quien más había comunicado la Reina y la tenía más informada de la ley de Dios y de sus misterios. La llamaban María la Antigua, porque a muchas mujeres les puso en el bautismo su propio nombre la divina Señora, comunicándoles sin envidia, como dice la Sabiduría (Sab 7,13), la excelencia de su nombre, y porque esta María fue la primera que se bautizó en Efeso con este nombre se llamaba la Antigua a diferencia de las otras más modernas. Les dejó también escrito el Credo con el Pater noster y los diez Mandamientos, y otras oraciones que rezasen vocalmente. Y para que hiciesen estos y otros ejercicios les dejó una cruz grande en su oratorio, fabricada por mano de los santos ángeles, que por su mandado la hicieron con grande presteza. Luego sobre todo esto, para obligarlas más, como piadosa Madre les repartió entre todas las alhajas y cosas que tenía, pobres en valor humano pero ricas y de inestimable precio por ser prendas suyas y testimonio de su maternal caricia.

464. Se despidió de todas con mucha compasión de dejarlas solas, por haberlas engendrado en Cristo, y todas se postraron a sus pies con mayor llanto y abundantes lágrimas, como quien perdía en un momento el consuelo, el refugio y alegría de sus corazones. Pero con el cuidado que la beatísima Madre tuvo siempre de aquella su devota congregación perseveraron todas setenta y tres en el temor de Dios y fe en Cristo nuestro Señor, aunque las movió el demonio grandes persecuciones por sí y por los moradores de Efeso. Y previniendo todo esto la prudente Reina, hizo fervorosa oración por ellas antes de partir, pidiendo a su Hijo santísimo las guardase y conservase y que destinase un ángel que defendiese aquella pequeña rey. Y todo lo concedió el Señor como lo pidió su Madre santísima. Y después las consoló muchas veces con exhortaciones desde Jerusalén y encargó a los discípulos y apóstoles que fueron a Efeso cuidasen de aquellas vírgenes y mujeres recogidas. Y esto hizo todo el tiempo que vivió la gran Señora.

465. Llegó el día de partir para Jerusalén, y la humilde entre las humildes pidió la bendición a san Juan y con ella se fueron juntos a embarcar, habiendo estado en Efeso dos años y medio. Y a la salida de su posada se le manifestaron a la gran Señora todos sus mil ángeles en forma humana visible, pero todos como de batalla y armados para ella en forma de escuadrón. Esta novedad fue el aviso con que se le dio inteligencia de que se previniese para continuar el conflicto con el dragón grande y sus aliados. Y antes de llegar al mar vio gran multitud de legiones infernales que venían a ella con espantosas figuras varias, todas de gran terror, y tras ellas venía un dragón con siete cabezas, tan horrible y tan disforme que excedía a un grande navío y sólo el verlo tan fiero y abominable era causa de gran tormento. Contra estas visiones tan espantosas se previno la invencible Reina con ferventísima fe y caridad y con las palabras de los salmos y otras que oyó de la boca de su Hijo santísimo; y a los santos ángeles ordenó que la asistiesen, porque naturalmente aquellas figuras tan horribles le causaron algún temor y horror sensible. El evangelista no conoció entonces esta batalla, hasta que después le informó la divina Señora y tuvo inteligencia de todo.

466. Se embarcó Su Alteza con el santo, y el navío se dio a la vela. Pero a poca distancia del puerto aquellas furias infernales, con el permiso que tenían, alteraron el mar con una tormenta tan deshecha y espantosa cual nunca otra semejante se había visto en él hasta aquel día ni hasta ahora, porque en esta maravilla quiso el Omnipotente glorificar su brazo y la santidad de María y para esto dio aquel permiso a los demonios, que estrenasen toda su malicia y fuerzas en esta batalla. Se entumecieron las olas con terribles gemidos, levantándose sobre los mismos vientos, y al parecer sobre las nubes, y formando entre ellas unas montañas de espuma y de agua, que parecía tomaban la corrida para quebrantar las cárceles en que están encerradas (Sal 103,9). El navío era combatido y azotado por un costado y por otro, de manera que con cada golpe parecía gran maravilla no quedar hecho polvo. Unas veces era levantado hasta el cielo, otras descendía a romper las arenas de lo profundo, muchas tocaba con las gavias y con las entenas en las espumas de las olas, y en algunos ímpetus de esta inaudita tormenta fue necesario que los santos ángeles sustentaran el navío en el aire, y le sustentaban inmóvil mientras pasaban algunos combates del mar que naturalmente habían de anegarle y echarle a pique.

467. Los marineros y navegantes reconocían el efecto de este favor, pero ignoraban la causa, y oprimidos de la tribulación estaban fuera de sí, dando voces y llorando su ruina, que les parecía inevitable. Acrecentaron los demonios esta aflicción, porque tomando forma humana gritaban a grandes voces, como si estuvieran en otros navíos que iban en conserva en este viaje, y a los que iban en el de la gran Señora les decían que dejasen perecer aquel navío y se salvasen los que pudiesen en los demás; que si bien todos padecían tormenta, pero la indignación de estos dragones y su permiso miraba sólo al navío en que navegaba su enemiga y los demás no eran tan molestados de las olas, aunque todos padecían grande riesgo. Esta malicia de los demonios conoció sola María santísima, y como los marineros lo ignoraban creyeron que las voces eran verdaderamente de los otros navegantes y marineros y con este engaño desampararon algunas veces el navío propio, dejando de gobernarle, en confianza de salvarse en los otros navíos. Pero este error e impiedad enmendaron los ángeles que asistían al navío donde iba la gran Reina, gobernándole y encaminándole cuando los marineros le dejaron para que se rompiese y fuese a pique a la disposición de la fortuna.

468. En medio de tan confusa tribulación y llantos estaba María santísima en extrema quietud, gozando de serenidad el océano de su magnanimidad y virtudes, pero ejercitándolas todas con actos tan heroicos como la ocasión y su sabiduría lo pedían. Y como en esta embarcación tan borrascosa conoció por experiencia los peligros de la navegación, que en la venida de Efeso había entendido por revelación divina, se movió a nueva compasión de todos los que navegaban y renovó la oración y petición que antes hizo por ellos, como arriba se dijo (Cf. supra n.371). Se admiró también la prudentísima Virgen de la fuerza indómita del mar y consideró en ella la indignación de la Justicia divina, que en aquella criatura insensible resplandecía tanto. Y pasando de esta consideración a la de los pecados de los mortales, que llegan a merecer la ira del Omnipotente, hizo grandes peticiones por la conversión del mundo y aumento de la Iglesia. Y para esto ofreció el trabajo de aquella navegación, que, no obstante la quietud de su alma, padeció mucho en el cuerpo y sin comparación más en la aflicción que padecía de saber que todos los que allí iban eran perseguidos del demonio para afligirla y perseguirla a ella.

469. Al evangelista san Juan le alcanzó gran parte de esta tribulación, por el cuidado que llevaba de su verdadera Madre y Señora del mundo. Y esta pena se añadía a la que el mismo santo padecía por su trabajo propio. Y todo era más terrible para él, porque entonces no conocía lo que pasaba por el interior de la beatísima Virgen. Procuraba algunas veces consolarla y consolarse también a sí mismo con asistirla y hablar con ella. Y aunque la navegación de Efeso a Palestina suele ser de seis días, o poco más, ésta les duró quince y la tormenta catorce. Un día se afligió mucho san Juan con la perseverancia de tan desmedido trabajo y sin poderse detener la dijo: Señora mía, ¿qué es esto? ¿Hemos de perecer aquí? Pedid a vuestro Hijo santísimo que nos mire con ojos de Padre y nos defienda en esta tribulación.-María santísima le respondió: No os turbéis, hijo mío, que es tiempo de pelear las guerras del Señor y vencer a sus enemigos con fortaleza y paciencia. Yo le pido no perezca nadie de los que van con nosotros, y no se duerme ni se dormita el que es guarda de Israel (Sal 120,4), los fuertes de su corte nos asisten y defienden; padezcamos nosotros por el que se puso en la cruz por la salud de todos. Con estas palabras cobró san Juan nuevo esfuerzo, que lo había menester.

470. Lucifer y sus demonios, acrecentando el furor, amenazaban a la poderosa Reina que perecería en aquella tormenta y no saldría libre del mar. Pero éstas y otras amenazas eran flechas muy párvulas, y la prudentísima Madre las despreciaba, sin atender a ellas, sin mirar a los demonios ni hablarles sola una palabra, ni ellos la pudieron ver la cara, por la virtud que en ella puso el Altísimo, como arriba dije (Cf. supra n.449). Y cuanto mayor conato ponían en esto, tanto menos lo conseguían y tanto más eran atormentados con aquellas armas ofensivas de que vistió el Señor a su Madre santísima. Aunque en este largo conflicto siempre le tuvo oculto el fin, y lo estuvo Su Majestad, sin que se le manifestase por alguna visión de las que ordinariamente solía tener.

471. Pero a los catorce días de la navegación y tormenta se dignó su Hijo santísimo de visitarla en persona y descendió de las alturas, apareciéndosele en el mar, y la dijo: Madre mía carísima, con usted estoy en la tribulación. Con la vista y palabras del Señor, aunque en todas las ocasiones que la tenía recibía inefable consolación, pero en este trabajo fue más estimable para la beatísima Madre, porque el socorro en la necesidad mayor es más oportuno. Adoró a su Hijo y Dios verdadero y le respondió: Dios mío y bien único de mi alma, vos sois a quien el mar y los vientos obedecen (Mt 8,27); mirad, Hijo mío, nuestra aflicción, no perezcan las hechuras de vuestras manos. Le dijo el Señor: Madre mía y paloma mía, de usted recibí la forma de hombre que tengo y por esto quiero que todas mis criaturas obedezcan a vuestro imperio; mandad como Señora de todas, que a vuestra voluntad están rendidas. Deseaba la prudentísima Madre que mandara el Señor a las olas en esta ocasión, como en la tormenta que tuvieron los apóstoles en el mar de Galilea, pero la ocasión era diferente y allí no hubo otro que pudiese mandar a los vientos y a las aguas. Obedeció María santísima y en virtud de su Hijo santísimo mandó lo primero a Lucifer y sus demonios que al punto saliesen del mar Mediterráneo y le dejasen libre; y luego despejaron y se fueron a Palestina, porque entonces no les mandó bajar al profundo, por no estar acabada con ellos la batalla. Retirados estos enemigos, mandó al mar y a los vientos que se quietasen, y al punto obedecieron, quedando en tranquilidad pacífica y serena en brevísimo tiempo, con asombro de los navegantes, que no conocieron la causa de tan repentina mudanza. Y Cristo nuestro Salvador se despidió de su Madre santísima, dejándola llena de bendiciones y júbilo, y la ordenó que el día siguiente saliese a tierra. Y sucedió así, porque a los quince de la embarcación llegaron con bonanza al puerto y desembarcaron. Nuestra Reina y Señora dio gracias al Omnipotente por aquellos beneficios y le hizo un cántico de loores y alabanzas, porque a ella y a los demás los había sacado de tan formidables peligros. El evangelista santo hizo lo mismo, y la divina Madre le agradeció también el haberla acompañado en sus trabajos y le pidió la bendición, y caminaron a Jerusalén.

472. Acompañaban los santos ángeles a su Reina y Señora en la misma forma de pelear que dije (Cf. supra n.465) cuando salieron de Efeso, porque también los demonios continuaban la batalla desde que salió a tierra donde la esperaban. Y con increíble furor la acometieron con varias sugestiones y tentaciones contra todas las virtudes; pero estas flechas retrocedían contra ellos, sin hacer mella en la torre de David, que dijo el Esposo tenía pendientes mil escudos y todas las armas de los fuertes (Cant 4,4) y del muro edificado con propugnáculos de plata (Cant 8,9). Antes de llegar a Jerusalén, solicitaba el corazón de la gran Señora la piedad y devoción de los Lugares consagrados con nuestra redención, para visitarlos primero de ir a su casa, como fue lo último que hizo cuando se ausentó de la ciudad, pero como estaba en ella san Pedro, por cuyo llamamiento venía y sabía como maestra de las virtudes el orden que se ha de guardar en ellas, determinó anteponer la obediencia del Vicario de Cristo a su propia devoción. Con esta atención de la obediencia se fue derecha a la casa del cenáculo, donde estaba san Pedro, y puesta de rodillas en su presencia le pidió la bendición y que la perdonase no haber cumplido antes con su mandato, le pidió la mano y se la besó como a sumo Sacerdote; pero no se disculpó de haber tardado en el viaje por la tempestad, ni le dijo otra cosa, y sólo por la relación que después le hizo san Juan tuvo san Pedro noticia de los trabajos que en la navegación habían padecido. Pero el Vicario de Cristo nuestro Salvador y todos sus discípulos y fieles de Jerusalén recibieron a su Maestra y Señora con indecible gozo, veneración y afecto, y se postraron a sus pies, agradeciéndole que hubiese venido a llenarlos de alegría y consuelo y donde la pudiesen ver y servir.

Doctrina que me dio la gran Reina María santísima

473. Hija mía, continuamente quiero que renueves en tu memoria la advertencia que desde el principio te he dado para escribir estos venerables secretos de mi vida; porque no es mi voluntad que seas sólo instrumento insensible para manifestarlos a la Iglesia, sino antes quiero que tú seas la que primera y sobre todos logres este nuevo beneficio, practicando en ti misma mi doctrina y el ejemplo de mis virtudes; que para esto te llamó el Señor y te elegí yo por mi hija y mi discípula. Y por el digno reparo que has hecho de la humildad que yo tuve en no abrir la carta de san Pedro sin voluntad de mi hijo san Juan, quiero manifestarte más la doctrina que se encierra en lo que yo hice, advirtiendo que en estas dos virtudes, humildad y obediencia, que son el fundamento de la perfección cristiana, no hay cosa pequeña y todas son de sumo agrado del Altísimo y tienen copiosa remuneración de su liberal misericordia y justicia.

474. Advierte. pues, carísima, que como a la condición humana ninguna obra es más violenta que sujetarse una persona a la voluntad de otra, así tampoco ninguna es más necesaria que ésta para domar su altiva cerviz, que el demonio pretende levantar en todos los hijos de Adán. Por esto trabajan los enemigos con sumo desvelo en hacer que los hombres se arrimen cada uno a su propio parecer y voluntad. Y con este engaño gana muchos triunfos, y destruye innumerables almas por diversos caminos, porque en todos los estados y condiciones de los mortales derrama este veneno, solicitando ocultamente a todos que cada uno siga su parecer y que ningún inferior y súbdito se sujete a las leyes y voluntad del superior, pero que las desprecie y quebrante, pervirtiendo el orden de la divina providencia, que puso todas las cosas bien ordenadas. Y porque todos destruyen este gobierno del Señor, está el mundo lleno de confusión y tinieblas, alteradas todas las cosas y gobernándose cada uno por su antojo, sin otra atención ni respeto a Dios y a las leyes.

475. Pero aunque este daño es general y odioso en los ojos del Supremo Gobernador y Señor, mucho más pesa en los religiosos, que estando atados con los votos de sus religiones, andan forcejando por ensanchar estos lazos o para desatarse de ellos. Y no hablo ahora de los que atrevidamente los rompen y quebrantan sus votos en lo poco y en lo mucho; ésta es temeridad formidable y trae consigo la sentencia de condenación eterna. Para no llegar a este peligro, amonesto yo a los que en la religión quieren asegurar su salvación, se guarden de buscar opiniones y declaraciones con que sisar y ensanchar la obediencia que deben a Dios en sus prelados, examinando en ella y en los otros votos, hasta dónde pueden llegar sin pecado en hacer su voluntad y si pueden disponer de poco o de mucho sin licencia y por su propio parecer. Estos conatos nunca son para guardar los votos, sino para quebrantarlos, sin oír a la conciencia que les remuerde. Les advierto que el demonio procura que traguen estos mosquitos venenosos, para que poco a poco lleguen a tragar los camellos de mayores culpas, después de acostumbrados a las que parecen menores. Y los que siempre quieren llegar tirando la cuerda hasta los umbrales de la muerte del pecado mortal, por lo menos merecen que después el justo Juez les examine y escudriñe sus conciencias para premiarles lo menos que pudiere, como ellos quisieran hacer por Dios lo menos en que obligarle, y en esto estudiaron toda la vida.

476. Estas doctrinas de buscar ensanches a la ley de Dios, que sólo vienen a hacerlo para el deleite y para la carne, son muy aborrecibles para mi Hijo santísimo y para mí; porque es gran desamor obedecer a su divina ley a no poder más, de manera que sólo obra el temor del castigo y no el amor de quien lo manda, y por éste nada se hiciera, si no amenazara el castigo. Muchas veces por no humillarse el súbdito al prelado inferior, acude por licencia al superior y tal vez la pide general y de aquel que menos puede conocer y entender el peligro del que la pide. No se puede negar que cualquiera es obediencia, pero también es cierto que todos estos rodeos son para obrar con más libertad y peligro y con menos merecimiento, pues sin duda le hay mayor en obedecer y sujetarse al inferior y que es peor acondicionado y menos acomodado a su dictamen y a su gusto. No aprendí yo esta doctrina en la escuela de mi Hijo santísimo ni la practiqué en mis obras; para todas las cosas pedía licencia a los que tenía por superiores y jamás estuve sin ellos, como lo has conocido, y para leer y abrir la carta de san Pedro, que era la cabeza de la Iglesia, esperé la voluntad del inferior, que era el ministro para mí inmediato.

477. No quiero, hija mía, que sigas la doctrina de los que buscan libertad y licencias al gusto, pero yo te elijo y te conjuro para que me imites y sigas por el camino perfecto y seguro de la perfección. El buscar ensanches y explicaciones tiene pervertido el estado de la vida religiosa y cristiana. Siempre te has de humillar y vivir sujeta a la obediencia, y no te excusa de esto el ser prelada, pues tienes confesores y superiores. Y si alguna vez que están ausentes no puedes obrar con su obediencia, pide consejo y obedece a alguna de tus súbditas o inferiores en el oficio. Para ti todas han de ser superiores; y no te parezca mucho esto, pues tú eres la menor de los nacidos y en este lugar te has de poner, humillándote a todos como inferior a ellos, para que seas mi verdadera imitadora y mi hija y discípula. A más de esto, has de ser puntual en decirme cada día tus culpas dos veces y pedirme licencia todas las que fuere menester para lo que has de obrar y luego te confesarás cada día de las faltas que hicieres. Yo te amonestaré y mandaré lo que te conviene por mí y por los ministros del Señor, y no has de recatear decir a muchos tus culpas ordinarias, para que en todo y con todos te humilles delante de los ojos del Señor y de los míos. Esta ciencia escondida del mundo y de la carne quiero que aprendas y la enseñes a tus monjas. Y en enseñártela yo a ti quiero premiarte lo que has trabajado en escribir mi vida, con estas noticias que te doy de tan importante doctrina, para que entiendas que si has de obrar imitándome como debes no has de comunicar, ni hablar, ni obrar, ni escribir, ni recibir carta ni moverte, ni tener pensamiento, si es posible, sin mi obediencia y de quien te gobierna. Los mundanos y carnales llaman a estas virtudes impertinencias o ceremonias, pero esta ignorancia tan soberbia tendrá su castigo, cuando en la presencia del justo Juez se apuren las verdades y se vea quiénes fueron los ignorantes y los sabios, y sean premiados aquellos que como siervos verdaderos fueron fieles en lo poco y en lo mucho, y los necios conocerán el daño que se han hecho con la prudencia carnal cuando no tengan remedio.

478. Y porque te ha despertado alguna emulación el saber que yo por mí misma gobernaba aquella congregación de mujeres recogidas en Efeso, te advierto que no la tengas. Atiende que tú y tus monjas me habéis elegido por vuestra Prelada y especial Patrona, para que como Reina y Señora os gobierne; y quiero que entiendan lo he admitido y me constituyo por tal para siempre, con condición que ellas sean perfectas en sus vocaciones, y muy fieles con su Dueño, mi Hijo santísimo, que las eligió para esposas suyas. Se lo advierte muchas veces, para que se guarden y se retiren del mundo, y le desprecien de todo corazón; que guarden recogimiento y se conserven en paz, y no degeneren de hijas mías; que sigan y ejecuten la doctrina que te he dado en esta mi Historia para ti y para ellas; que la estimen con suma veneración y agradecimiento, escribiéndola en sus corazones, pues en haberles dado mi vida para su arancel y gobierno de sus almas, escrita por tu mano, en esto hago oficio de Madre y de Prelada, para que ellas como súbditas y como hijas sigan mis pisadas, imiten mis virtudes y me correspondan a esta fidelidad y amor.

479. Otra advertencia importante tienes en este capítulo, esto es, que los majos obedientes, en sucediéndoles alguna adversidad en lo que se les ha mandado, luego se contristan, afligen y conturban, y para honestar su impaciencia culpan a quien se lo mandó y le desacreditan, o con los superiores o con los otros, como si el que manda estuviese obligado a excusar los sucesos contingentes del inferior, o si tuviese a su cuenta el gobierno de todas las cosas del mundo para disponerlas a gusto del inferior. Este engaño va tan fuera de camino, que muchas veces en premio del rendimiento pone Dios en trabajos al que obedece para acrecentarle mérito y corona; otras veces sucederá que le castiga por la repugnancia con que obedecieron de mala gana; y de ninguna cosa de éstas tiene culpa el prelado que manda. Y el Señor dijo solamente: Quien a vosotros oye y quien os obedece, a mí me oye y obedece (Lc 10,16). Y el trabajo que resulta de obedecer, siempre es en beneficio del obediente, y si no le aprovecha, no tiene la culpa quien le manda. No hice yo cargo a san Pedro porque me mandó venir de Efeso a Jerusalén, aunque padecí tanto en el viaje, que antes le pedí perdón de no haber cumplido con más brevedad su mandato. Nunca seas para tus prelados grave ni pesada, que esto es muy fea libertad y destruye el mérito de la obediencia. Míralos con reverencia, como a quien tiene el lugar de Cristo, y será copioso el mérito de obedecerlos; sigue mis pisadas y el ejemplo y doctrina que te doy, y en todo serás perfecta.

CAPITULO 6

De Nuevo a Tapa

Visita María santísima los sagrados Lugares, gana misteriosos triunfos de los demonios, vio en el cielo la divinidad con visión beatífica y celebran concilio los apóstoles, y los secretos ocultos que sucedieron en todo esto.

480. Gloriosamente desfallecen los conatos de nuestra capacidad en explicar la plenitud de perfección que tenían todas las obras de María santísima, porque siempre quedamos vencidos de la grandeza de cualquiera pequeña virtud, si alguna lo fue pequeña por parte de la materia en que la obraba la gran Señora. Pero siempre será muy feliz la porfía de nuestra parte, no presuntuosa en apear el océano de la gracia, sino humillada para glorificar y engrandecer con ella a su Hacedor y para descubrir más y más que con admiración imitemos. Yo me tendré por muy dichosa, si doy a conocer a los hijos de la Iglesia, manifestando los favores que Dios hizo con nuestra gran Reina, algo de lo que no puedo explicar con términos propios y adecuados, porque no los alcanzo, aunque todo lo haré como tarda, balbuciente y sin espíritu de devoción. Admirables fueron los sucesos que para este capítulo y los siguientes se me han dado a conocer. Diré en ellos lo que pudiere para índice de lo que entenderá la fe y piedad cristiana.

481. Después que María santísima cumplió con la obediencia de san Pedro, como en el capítulo antecedente queda dicho, le pareció debía cumplir con su piadosa devoción, visitando los sagrados Lugares de nuestra redención. Dispensaba todas las obras de las virtudes con tal prudencia que ninguna omitía, dando su lugar a cada una para que no les faltasen todas las circunstancias, con que tenían la plenitud de la perfección posible. Y con esta sabiduría hacía primero lo que era más y primero en orden y después lo que parecía menos, pero uno y otro con todo el lleno que cada cosa pedía en sus operaciones. Salió del santo cenáculo a visitar los sagrados Lugares, acompañada de sus ángeles, y siguiéndola Lucifer y sus demonios, continuando su batalla. La batería de estos dragones era terrible en demostraciones, amenazas varias y espantosas figuras, y a este modo eran también sus tentaciones y sugestiones. Pero en llegando la gran Señora a venerar alguno de los lugares de nuestra redención, se quedaban lejos los demonios, porque los detenía la virtud divina, y también sentían que les quebrantaba las fuerzas la que el Redentor había comunicado en aquellos puestos con los misterios de nuestra redención. Porfiaba Lucifer por acercarse a ellos, esforzándole la temeridad de su misma soberbia, porque con el permiso que tenía de perseguir y tentar a la Señora de las virtudes deseaba, si pudiera, ganar de ella alguna victoria en aquellos mismos Lugares donde él había quedado vencido, o al menos impedirla que no los venerase con la reverencia y culto que lo hacía.

482. Pero el Altísimo ordenó que la virtud de su brazo poderoso obrase contra Lucifer y sus demonios, por medio de la Reina, y que las mismas acciones que en ella pretendían estorbar fuesen el cuchillo con que los degollase y venciese. Y sucedió así, porque la devoción y veneración con que la divina Madre adoró a su Hijo santísimo y renovó las memorias y agradecimiento a la redención, fueron de tan gran terror para los demonios, que no lo pudieron tolerar y sintieron contra sí una fuerza de parte de María santísima que los oprimió y atormentó, obligándolos a que se retirasen más lejos de la presencia de esta invencible Reina. Daban espantosos bramidos, que sola ella los oía, y decían: Alejémonos de esta Mujer, nuestra enemiga, que tanto nos confunde y oprime con sus virtudes. Pretendíamos borrar la memoria y veneración de estos Lugares en que los hombres fueron redimidos y nosotros despojados de nuestro señorío, y esta. Mujer, siendo pura criatura, impide nuestros intentos y renueva el triunfo que su Hijo y Dios ganó de nosotros en la cruz.

483. Prosiguió María santísima las estaciones de todos los Lugares sagrados en compañía de sus ángeles, y en llegando al monte Olivete, que ero el último, estando en el lugar donde su Hijo santísimo subió a los cielos, descendió de ellos Su Majestad con inefable hermosura y gloria a visitar y consolar a su purísima Madre. Se le manifestó con caricias y regalos de Hijo, pero como Dios infinito y poderoso, y de tal manera la deificó y elevó sobre el ser terreno con los favores que en esta ocasión la hizo, que por mucho tiempo estuvo como abstraída de todo lo visible y, aunque no dejaba de acudir a todas las obras exteriores, fue necesario hacerse mayor fuerza para atender a ellas que otras veces, porque toda quedó espiritualizada y transformada en su Hijo santísimo. Conoció la gran Reina, porque el mismo Señor se lo dijo, que aquellos beneficios eran alguna parte del premio de su humildad y obediencia que había tenido con san Pedro, ejecutando luego sus mandatos y anteponiéndolos no sólo a su devoción sino a su comodidad. La dio también palabra de asistirla en su batalla con los demonios y, ejecutándose luego esta promesa, ordenó el mismo Señor que Lucifer y sus ministros reconocieran en María santísima alguna novedad de mayor excelencia contra ellos.

484. Volvió se la Reina al cenáculo, y cuando los demonios intentaron volver a sus tentaciones y sintieron lo mismo que si una pelota de viento con grande ímpetu topara con un muro de bronce, que resurtiera con suma presteza y velocidad hacia donde venía; así les sucedió a estos desvanecidos enemigos, que retrocedieron de la vista de María santísima con más furor contra sí mismos que llevaban contra ella. Multiplicaron sus bramidos y despechos, y confesando por fuerza muchas verdades decían: ¡Oh infelices de nosotros, a vista de la felicidad de la humana naturaleza! A grande excelencia y dignidad ha subido en esta pura criatura. ¡Qué ingratos serán los hombres y qué estultos si no logran los bienes que reciben en esta hija de Adán! Ella es su remedio y nuestra destrucción. Grande es su Hijo con ella, pero ella no lo desmerece. Crudo azote es para nosotros que nos obliga a confesar estas verdades. ¡Oh si nos ocultara Dios a esta Mujer, cuya vista así añade tantos tormentos a nuestra envidia! ¿Cómo la venceremos, si sola su vista es para nosotros insufrible? Pero consolémonos de que perderán los hombres lo mucho que les granjea esta Mujer y que la despreciarán estultamente. En ellos vengaremos nuestros agravios, ejecutaremos nuestro enojo, los llenaremos de ilusiones y de errores; porque si atienden a este ejemplo, todos se valdrán de esta Mujer y seguirán sus virtudes. Pero no basta esto para consuelo mío, añadió Lucifer, porque sólo de esta su Madre se dejará obligar Dios más que le desobligan los pecados de los que nosotros pervertimos, y cuando esto no sea así no sufre mi condición que la humana naturaleza sea levantada en una pura criatura y mujer flaca. Este agravio es insufrible; volvamos a perseguirla, esforcemos nuestra envidia y su furor al de la pena y, aunque la padezcamos todos, no desmaye nuestra soberbia, que posible será ganar algún triunfo de esta enemiga nuestra.

485. Todas estas furiosas amenazas conocía y las oía María santísima, pero todas las despreciaba como Reina de las virtudes, y sin mudar semblante se recogió en esta ocasión a su oratorio, para conferir a solas con su altísima prudencia los misterios del Señor en aquella batalla con el dragón y los negocios arduos en que la Iglesia se hallaba ocupada sobre poner fin a la circuncisión y ceremonias de la antigua ley. Para todo esto trabajó algunos días la Reina de los ángeles, ocupándose muy retirada de continuos ejercicios, oraciones, peticiones, lágrimas y postraciones. Y para lo que a ella tocaba, pedía al Señor extendiese el brazo de su omnipotencia contra Lucifer y le diese la victoria contra él y sus demonios. Y no cesaba en estas peticiones, aunque sabía la gran Señora que tenía de su parte al Altísimo que no la dejaría en la tribulación, antes bien obraba de su parte, como si fuera la más frágil de las criaturas en tiempo de la tentación, para enseñarnos lo que debemos hacer en ella los que tan sujetos estamos a caer y ser vencidos. Pidió para la santa Iglesia al Señor que asentase la ley evangélica, pura, limpia y sin ruga de las antiguas ceremonias.

486. Esta petición hizo María santísima con ardentísimo fervor, porque conoció que Lucifer y todo el infierno pretendían por medio de los judíos conservar la ley de la circuncisión con el bautismo y los ritos de Moisés con la verdad del evangelio, y que con este engaño serían pertinaces muchos judíos en su ley vieja por los siglos futuros de la Iglesia. Y uno de los frutos y triunfos que alcanzó nuestra gran Señora en esta batalla que tuvo con el dragón, fue que luego se comenzase a prohibir la circuncisión en el concilio que luego diré y que para adelante se apartase el grano puro de la verdad evangélica en el curso de la Iglesia, de todas las pajas y aristas secas y sin fruto de las ceremonias mosaicas, como hoy lo hace nuestra madre Iglesia. Todo esto disponía con sus merecimientos y oraciones la beatísima Madre, mientras llegaban a Jerusalén san Pablo y san Bernabé, que ya sabía venían desde Antioquía enviados por los fieles para resolver con san Pedro y los demás las cuestiones que sobre esto habían movido los judíos, como lo cuenta san Lucas en el capítulo 15 de los Hechos apostólicos.

487. Llegaron san Pablo y san Bernabé, sabiendo que ya la Reina del cielo estaba en Jerusalén, y con el deseo que san Pablo tenía de verla se fueron de camino a donde estaba y se arrojaron ante su presencia con abundantes lágrimas de gozo que sintieron con su vista. No fue menor el que recibió la divina Madre con los dos apóstoles, a quienes amaba en el Señor con especial afecto por lo que trabajaban en la exaltación de su nombre y dilatación de la fe. Deseaba la Maestra de los humildes que primero se presentasen los dos apóstoles a san Pedro y a los demás y a ella la última, como quien se juzgaba menor entre las criaturas. Pero ellos ordenaron bien la veneración y caridad, juzgando que ninguno se debía anteponer a la que era Madre de Dios y Señora de todo lo criado y principio de todo nuestro bien. Se postró también la gran Señora a los pies de sen Pablo y san Bernabé y les besó la mano y pidió la bendición. Tuvo san Pablo en esta ocasión una maravillosa abstracción extática, en que se le revelaron de nuevo grandes misterios y prerrogativas de aquella mística ciudad de Dios, María santísima, y la vio toda como vestida de la misma divinidad.

488. Con esta visión quedó san Pablo lleno de admiración y con incomparable amor y veneración de María santísima. Y volviendo más en sí mismo la dijo: Madre de toda piedad y clemencia, perdonad a este hombre pecador y vil haber perseguido a vuestro Hijo santísimo y mi Señor y a su santa Iglesia. Le respondió la Madre Virgen y le dijo: Pablo, siervo del Altísimo, si el mismo que os crió y redimió os llamó a su amistad y os ha hecho vaso de elección (Act 9,15), ¿cómo dejará de perdonaros esta esclava suya? Mi alma le magnifica y engrandece, porque en vos se quiso manifestar tan poderoso, santo y liberal. Dio gracias san Pablo a la divina Madre por el beneficio de su conversión y por los favores que sobre esto le había hecho guardándole de tantos peligros. Y lo mismo hizo también san Bernabé, y de nuevo le pidieron su protección y amparo, y todo lo ofreció María santísima.

489. San Pedro, como cabeza de la Iglesia, había llamado a los apóstoles y discípulos que estaban cerca de Jerusalén y con los que estaban en ella, los juntó un día en presencia de la gran Señora del mundo, interponiendo para esto la autoridad de vicario de Cristo, para que la prudente Virgen no se retirase de la junta con su profunda humildad. Estando todos juntos les habló san Pedro, y dijo: Hermanos e hijos míos en Cristo nuestro Señor, necesario ha sido juntarnos todos para resolver las dudas y negocios que nuestros carísimos hermanos Pablo y Bernabé nos han informado y otras cosas que tocan al aumento de la santa fe. Para esto conviene que preceda la oración, en que pidamos nos asista el Espíritu Santo y en ella perseveraremos diez días, como tenemos de costumbre. Y el primero y último día, celebraremos el sacrificio sacrosanto de la misa, con que preparemos nuestros corazones para recibir la divina luz. Aprobaron todos este medio, y para celebrar la primera misa al otro día preparó la Reina la sala del cenáculo, limpiándola y ordenándola decentemente con sus manos, y previno todo lo necesario para comulgar ella y los demás en aquellas misas. Celebró sólo san Pedro, guardando en estas misas los mismos ritos y ceremonias que en las otras de que arriba queda dicho (Cf. supra n.112,217,227).

490. Los demás apóstoles y discípulos comulgaron de mano de san Pedro y después de todos María santísima, que siempre tomaba el último lugar. Descendieron muchos ángeles al cenáculo y al tiempo de consagrar, viéndolo todos, se llenó de admirable resplandor y fragancia, con efectos divinos que les comunicó el Señor en sus almas. Y dicha la primera misa, destinaron las horas en que juntos habían de perseverar en la oración, sin que se faltase a los ministerios de las almas en lo que fuese necesario, para volverse luego a su oración. Pero la gran Señora se retiró a un lugar donde estuvo sola, sin moverse, ni comer ni hablar en aquellos diez días. En ellos sucedieron tan ocultos secretos y misterios a la Señora del mundo, que para los ángeles fueron de nueva admiración y para mí es inefable lo que de ellos se me ha manifestado. Diré algo si pudiere con brevedad, que todo no será posible. En habiendo comulgado la divina Madre en la primera misa de aquellos diez días se recogió a solas, como he dicho, y luego por mandado del Señor la levantaron sus ángeles y los demás que allí asistían para llevarla en alma y cuerpo al cielo empíreo, quedando un ángel sustituyendo por ella su figura, para que en el cenáculo no la echasen de menos los apóstoles que allí estaban. La llevaron con la majestad y grandeza que en otras ocasiones he dicho (Cf. supra n.399), y en ésta fue algo más para el intento del Señor que lo ordenaba. Y cuando llegó su Madre santísima a la región del aire muy levantada de la tierra, mandó el Señor omnipotente que Lucifer con todos sus demonios del infierno viniesen a la presencia de la misma Reina, en la región del aire donde ella estaba. Y al punto parecieron todos y se presentaron delante de ella, que los vio y conoció como ellos son y el estado que tienen. Le fuera de alguna pena esta vista, porque son abominables y ofensivos, pero estaba guarnecida de la virtud divina para que no la ofendiese aquella visión de tan feas y execrables criaturas. No sucedió así a los demonios; porque les dio el Señor a conocer con particular modo y especies la grandeza y superioridad que sobre ellos tenía aquella mujer a quien perseguían como a enemiga y que era loca osadía lo que contra ella habían presumido e intentado. Y a más de esto, conocieron, para mayor terror, que tenía en su pecho a Cristo sacramentado y que toda la divinidad la tenía como encerrada debajo de la protección de su omnipotencia, para que con la participación de sus divinos atributos los destruyese, humillase y quebrantase.

491. Oyeron los demonios junto con esto una voz que conocieron salía del mismo ser de Dios, y les decía: Con este escudo de mi brazo poderoso tan invencible y fuerte defenderé siempre. mi Iglesia, y esta Mujer quebrantará la cabeza de la antigua serpiente y triunfará siempre de su altiva soberbia para gloria de mi santo nombre. Todo esto y otros misterios de María santísima entendieron y oyeron los demonios estándola mirando a su despecho. Y fue tal y tan desesperado el dolor y quebranto que sintieron, que como a grandes voces dijeron: Arrójenos luego al infierno el poder de Dios y no nos tenga en presencia de esta Mujer que nos atormenta más que el fuego. Oh Mujer invencible y fuerte, aléjate de nosotros, pues no podemos huir de tu presencia, donde nos tiene atados la cadena del poder infinito. ¿Por qué tú también antes de tiempo nos atormentas (Mt 8,29)? Tú sola en la naturaleza humana eres instrumento de la Omnipotencia contra nosotros y por ti pueden ganar los hombres los bienes eternos que nosotros perdimos. Y cuando no esperaran ver a Dios eternamente, tu vista, que para nosotros es castigo y tormento por lo que te aborrecemos, fuera premio para ellos por las obras buenas que deben a su Dios y Redentor. Déjanos ya, Señor y Dios omnipotente, acábese ya este nuevo tormento en que nos renuevas el que nos vino cuando nos arrojaste del cielo, pues aquí ejecutas lo que allí amenazaste con esta maravilla de tu brazo poderoso.

492. Con estos y otros lamentables despechos estuvieron los demonios detenidos grande rato en presencia de la invencible Reina y aunque forcejaban para huir y retirarse, no se les concedió tan presto como su furor lo deseaba. Y para que el terror de María santísima contra ellos les fuese más notorio y les quedase más impreso, ordenó el mismo Señor que ella les diese como licencia y permiso con autoridad de Señora y Reina, y así lo hizo. Y al punto se despeñaron todos de la región del aire hasta el profundo con toda la presteza que sus potencias tienen para moverse y dando espantosos aullidos turbaron a todos los condenados con nuevas penas, confesando en su presencia el poder de Dios y de su Madre, aunque lo conocían a su despecho y con violentas penas de no poderlo negar. Con este triunfo prosiguió su camino la serenísima Emperatriz hasta llegar al cielo empíreo, donde fue recibida con admirable y nuevo júbilo de sus cortesanos y estuvo en él veinticuatro horas.

493. Se postró ante el soberano trono de la beatísima Trinidad y la adoró en la unidad de una indivisa naturaleza y majestad. Luego pidió por la Iglesia, para que los apóstoles entendiesen y determinasen lo que convenía para establecer la ley evangélica y término de la ley de Moisés. A estas peticiones oyó una voz del trono en que las tres Personas divinas, cada una singularmente y por su orden, la prometían asistirían a los apóstoles y discípulos para que declarasen y estableciesen la verdad divina, gobernando el eterno Padre con su omnipotencia, el Hijo con su sabiduría y como cabeza y el Espíritu Santo como esposo con su amor e ilustración de sus dones. Luego vio la divina Madre que la humildad santísima de su Hijo presentaba al Padre las oraciones y peticiones que ella misma había hecho por la Iglesia y aprobándolas todas pedía o proponía las razones por las cuales era debido que así se cumpliesen, para que la fe del evangelio y toda su ley santa se plantase en el mundo conforme la eterna determinación de la mente y voluntad divina.

494. Y luego, en ejecución de esta voluntad y proposición de Cristo nuestro Salvador, vio la misma Señora que de la divinidad y ser inmutable de Dios salió una forma de templo o iglesia tan pura y hermosa y refulgente como si fuera fabricada de un diamante o lucidísimo cristal, adornada de muchos esmaltes y resaltos que la hacían más bella y más preciosa. La vieron los ángeles y los santos y con admiración dijeron: Santo, Santo, Santo y poderoso eres, Señor, en tus obras. Esta iglesia o templo entregó la beatísima Trinidad a la humanidad santísima de Cristo y Su Majestad la unió consigo por un modo admirable que yo no puedo declarar con propios términos. Y luego el Hijo la entregó en manos de su santísima Madre. Al mismo tiempo que María recibió la iglesia fue llena de nuevo resplandor, que la anegó toda en sí mismo y vio la Divinidad intuitiva y claramente, con eminente visión beatífica.

495. Estuvo la gran Reina en este gozo muchas horas, verdaderamente introducida por el supremo Rey en el retrete y en la oficina del adobado vino que dijo en los Cantares (Cant 8,2). Y porque excede a todo pensamiento y capacidad lo que allí recibió y le sucedió, bástame decir que de nuevo fue ordenada en ella la caridad (Cant 2,4), para que de nuevo la estrenase en la santa Iglesia, que debajo de aquel símbolo se le entregaba. Y con estos favores la devolvieron los ángeles al cenáculo, llevando siempre en sus manos aquel misterioso templo que su Hijo santísimo le entregó. Estuvo en oración los nueves días siguientes sin moverse ni interrumpir los actos en que la dejó la visión beatífica, que no caben en pensamiento humano, ni pueden manifestarlo las palabras. Pero entre otras cosas que hizo fue distribuir los tesoros de la Redención entre los hijos de aquella Iglesia, comenzando por los apóstoles y discurriendo por los futuros tiempos los aplicaba a diversos justas y santos, según los ocultos secretos de la eterna predestinación. Y porque la ejecución de estos decretos se le cometió a María santísima por su Hijo purísimo, le dio el dominio de toda la Iglesia y el uso de la dispensación de la gracia que a cada uno alcanzaría de los méritos de la Redención. En misterio tan alto y escondido no puedo yo darme más a entender.

496. El último de los diez días celebró san Pedro otra misa y en ella comulgaron los mismos que en la primera. Y luego, estando todos congregados en el nombre del Señor, invocaron el Espíritu Santo y comenzaron a conferir y definir las dudas que en la Iglesia se ofrecían. Y san Pedro como cabeza y pontífice habló el primero y luego san Pablo y san Bernabé y tras ellos Jacobo el Menor, como lo refiere san Lucas en el capítulo 15 de los Actos (Act 15, 6ss). Lo primero que se determinó en este concilio fue que no se les impusiese a los bautizados la pesada ley de la circuncisión y ley mosaica, pues ya la salud eterna se daba por el bautismo y fe de Cristo. Y aunque esto es lo que principalmente refiere san Lucas, pero también se determinaron otras cosas que tocaban al gobierno y ceremonias eclesiásticas, para atajar algunos abusos que con indiscreta devoción comenzaban a introducir algunos fieles. Este concilio se juzga por el primero de los apóstoles, no obstante que también se juntaron para ordenar el Credo y otras cosas, como arriba se ha dicho (Cf. supra n.215), pero en el Credo concurrieron solos los doce apóstoles, y en esta junta fueron convocados los discípulos que pudieron concurrir, y las ceremonias de conferir y determinar fueron diferentes y en forma propia de determinación, como parece por las que refiere san Lucas (Act 15,28): Ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros, congregados en uno, etc.

497. Con esta forma de palabras se escribió este concilio a los fieles y a las iglesias de Antioquía, Siria y Cilicia, lo que en él se había definido, y remitieron las cartas por mano del mismo san Pablo con san Bernabé y otros discípulos. Y para aprobar el Señor esta definición sucedió que en el cenáculo, cuando la hicieron los apóstoles, y en Antioquía, cuando leyeron las cartas en presencia de la Iglesia, descendió el Espíritu Santo en forma de fuego visible, con que todos los fieles quedaron consolados y confirmados en la verdad católica. Dio gracias María santísima al Señor por el beneficio que con esta determinación había recibido la Iglesia santa. Y luego despidió a san Pablo y a san Bernabé con los demás y para su consuelo les dio parte de las reliquias que tenía de los paños de Cristo nuestro Salvador y de la Pasión, y ofreciéndoles su protección y oraciones los envió llenos de consolación y nuevo espíritu y esfuerzo para los trabajos que les esperaban. En todos aquellos días que se tuvo este concilio no pudo llegar al cenáculo el príncipe de las tinieblas, ni sus ministros, por el temor que les había puesto María santísima, aunque de lejos andaban acechando, pero nada pudieron ejecutar contra los agregados. ¡Dichoso siglo y dichosa congregación!

498. Pero como siempre andaba rodeando a la gran Reina y rugiendo contra ella como león, viendo que por sí nada conseguía, buscó unas mujeres hechiceras con quien tenía pacto expreso en Jerusalén y las persuadió que quitasen la vida con maleficios a María santísima. Engañadas estas infelices mujeres lo intentaron por diversos caminos, pero nada pudieron obrar sus maleficios. Y muchas veces que para esto se pusieron en presencia de la gran Señora quedaron enmudecidas y pasmadas. Y la piedad sin medida de la dulcísima Madre trabajó mucho para reducirlas y desengañarlas con palabras y beneficios que les hizo, pero, de cuatro que se valió el demonio para esto, sola una se redujo y recibió el bautismo. Como todos estos intentos se le desvanecían a Lucifer, estaba el astuto dragón tan turbado y confuso que muchas veces se hubiera retirado de tentar a María santísima, mas no lo podía acabar con su irreparable soberbia, y el Todopoderoso Señor daba lugar a esto para que el triunfo y victorias de su Madre fuesen más gloriosas, como veremos en el capítulo siguiente.

Doctrina que me dio la Reina de los ángeles María santísima

499. Hija mía, en la constancia y fortaleza invencible con que yo vencí la dura porfía de los demonios tienes uno de los documentos más importantes para perseverar en la gracia y adquirir grandes coronas. La naturaleza humana y la de los ángeles, aunque sea en los demonios, tienen condiciones muy opuestas y desiguales; porque la naturaleza espiritual es infatigable y la de los mortales es frágil, y tan cansado que luego se cansa y desfallece en obrar y hallando alguna dificultad en la virtud desmaya y vuelve atrás en lo comenzado; lo que un día hace con gusto otro le da el rostro, lo que hoy le parece fácil mañana lo halla dificultoso, ya quiere ya no quiere, ya está fervorosa ya tibia; mas el demonio nunca se da por fatigado ni cansado en perseguirla y tentarla. Pero en esta providencia no es defectuoso el Altísimo, porque a los demonios les limita y detiene en su poder, para que no pasen la raya de la permisión divina ni estrenen todas sus fuerzas infatigables en perseguir a las almas, y a los hombres ayuda en su flaqueza y les da gracia y virtudes con que puedan resistir y vencer a sus enemigos en la esfera y en el plazo que tienen permisión para tentarlos.

500. Con esto queda inexcusable la inconstancia de las almas que desfallecen en la virtud y en la tentación, por no padecer con fortaleza y paciencia la breve amargura que hallan del presente en obrar bien y en resistir al demonio. Luego se atraviesa la inclinación de las pasiones que apetece el deleite presente y sensible, y el demonio con astucia diabólica se lo representa con fuerza y con ella misma les pondera la aceda y dificultad de la mortificación y si puede se la representa como dañosa para la salud y la vida. Y con estos engaños derriba innumerables almas hasta precipitarlas de un abismo a otro. Y verás, hija mía, en esto un error muy ordinario entre los mundanos, pero muy aborrecible en los ojos del Señor y en los míos; esto es, que muchos hombres son débiles, inconstantes y flacos para hacer una obra de virtud y mortificación y penitencia por sus pecados en servicio de Dios, y estos mismos, que para el bien son flacos, para pecar son fuertes y en el servicio del demonio son constantes y emprenden y hacen en esto obras más arduas y trabajosas que cuantas les manda la ley de Dios; de manera que para salvar sus almas son flacos y sin fuerzas y para granjear su condenación eterna son fuertes y robustos.

501. Este daño suele alcanzar en parte a los que profesan vida de perfección y escuchan sus penalidades más de lo que conviene, y con este error o se retardan mucho en la perfección, o gana el demonio muchas victorias de sus tentaciones. Para que tú, hija mía, no incurras en estos peligros, te servirá de advertencia atender a la fortaleza y constancia con que yo resistí a Lucifer y a todo el infierno y la superioridad con que despreciaba sus falsas ilusiones y tentaciones sin turbación ni atender a ellas, que éste es el mejor modo de vencer su altiva soberbia. Tampoco por las tentaciones fui remisa en obrar ni omitir mis ejercicios, antes los acrecenté con más oraciones, peticiones y lágrimas, como se debe hacer en el tiempo de las batallas contra estos enemigos. Y así te advierto que lo hagas con todo desvelo, porque tus tentaciones no son ordinarias, sino con suma malicia y astucia, como muchas veces te lo he manifestado y la experiencia te lo enseña.

502. Y porque has reparado mucho en el terror que causó a los demonios el conocer que yo tenía en mi pecho a mi Hijo santísimo sacramentado, te quiero advertir dos cosas. La una es, que para destruir al infierno y poner terror a todos los demonios son armas poderosas en la santa Iglesia todos los sacramentos y sobre todos el de la sagrada eucaristía. Y éste fue uno de los fines ocultos que tuvo mi Hijo santísimo en la institución de este soberano misterio y los demás. Y si las almas no sienten hoy esta virtud y efectos con ordinaria experiencia, esto sucede porque con la costumbre de estos sacramentos se les ha perdido mucho la veneración y estimación con que se debían tratar y recibir. Pero las almas que con reverencia y devoción los frecuentan, no dudes que son formidables para los demonios y sobre ellos tienen grande y poderoso imperio, al modo que de mí lo has conocido en lo que has escrito. La razón de esto es, porque este fuego divino, cuando el alma es pura, está en ella como en su natural esfera, y en mí estuvo con toda la actividad que en pura criatura era posible, y por eso fue tan terrible para el infierno.

503. Lo segundo que en prueba de esta verdad te digo es que este beneficio que yo recibí no se acabó en mí sola, porque respectivamente le ha hecho Dios con otras almas. Y en estos tiempos ha sucedido en la Iglesia, que para vencer Dios al dragón infernal le manifestó y puso delante a un alma con Cristo sacramentado en el pecho y con esto le humilló y arruinó de manera, que muchos días no se atrevió el mismo Lucifer a ponerse en presencia de esta alma y pidió al Omnipotente que no se la manifestase en aquel estado con la comunión en el pecho. Y en otra ocasión sucedió que el mismo Lucifer con intervención de algunos herejes y otros malos cristianos intentó un gravísimo daño contra este reino católico de España y, si Dios no le atajara por medio de esta misma persona, ya estuviera hoy España de todo punto perdida y en poder de sus enemigos. Mas la divina clemencia se valió para atajarlo de la misma persona que te digo, manifestándosela al demonio y sus ministros, después que había comulgado. Y con el terror que les causó desistieron de la maldad que tenían fraguada para acabar de una vez con España. Y no te declaro quién es esta persona, porque no es necesario y sólo te he manifestado este secreto para que entiendas la estimación que tiene en los ojos de Dios un alma que se dispone a merecer sus favores y dignamente le recibe sacramentado, y que no sólo conmigo por la dignidad y santidad de Madre se manifiesta liberal y poderoso, sino también con otras almas esposas suyas quiere ser conocido y glorificado, acudiendo a las necesidades de su Iglesia según los tiempos y ocasiones lo piden.

504. Pero de aquí entenderás que por la misma razón que los demonios temen tanto a las almas que dignamente reciben la sagrada comunión y otros sacramentos con que se hacen invencibles para ellos, por esto mismo se desvelan mucho más contra estas almas para derribarlas o para impedirlas que no cobren contra ellos tan gran potencia como les comunica el Señor. Trabaja, pues, contra enemigos tan infatigables y astutos y procura imitarme en esta fortaleza. También quiero que tengas en gran veneración los concilios de la Iglesia santa y luego todas las congregaciones de ella con lo que se ordena y determina, porque en los concilios asiste el Espíritu Santo y en las congregaciones que se juntan en el nombre del Señor es promesa suya que estará también con ellos (Mt 8,20). Y por esto se debe obedecer a lo que ordenan y mandan. Y aunque no se vean hoy señales visibles de la asistencia del Espíritu Santo en los concilios, no por eso deja de gobernarlos ocultamente, y las señales y milagros no son ahora tan necesarios en esto como en los principios de la Iglesia, y en la que son menester tampoco los niega el Señor. Por todos estos beneficios bendice y alaba su liberal piedad y misericordia, y sobre todo por las que hizo conmigo cuando vivía en carne mortal.

CAPITULO 7

De Nuevo a Tapa

Concluyó María santísima las batallas, triunfando gloriosamente de los demonios, como lo contiene san Juan en el capítulo 12 de su Apocalipsis.

505. Para entender mejor los misterios ocultos de este capítulo es necesario suponer los que dejo escritos en la primera parte, libro primero, desde el capítulo 8 hasta el 10, donde por aquellos tres capítulos declaré el 12 del Apocalipsis, como allí se me dio a entender. Y no sólo entonces, pero en el discurso de toda esta divina Historia (Cf. supra p.II n.327,363), me he remitido a esta tercera parte para manifestar en su lugar propio cómo se ejecutaron las batallas que María santísima tuvo con Lucifer y sus demonios y los triunfos que de ellos alcanzó y el estado en que después de estas victorias misteriosas la dejó el Altísimo por el tiempo que vivió en carne mortal. De todos estos venerables secretos tuvo noticia el evangelista san Juan y los escribió en su Apocalipsis, como otras veces he dicho (Cf. supra n.II), particularmente en los capítulos 12 y 21, cuyas declaraciones repito en esta Historia, siendo forzoso por dos razones.

506. La una, porque estos secretos son tantos, tan grandiosos y levantados, que nunca se pueden apear ni manifestar adecuadamente, y menos habiéndolos encerrado el evangelista, como sacramento del Rey y de la Reina, en tantos enigmas y metáforas tan oscuras para que sólo los declarase el mismo Señor, cuando y como fuese su voluntad; que así se lo mandó María santísima al evangelista (Cf. supra n. II). La segunda razón es, porque la rebelión y soberbia de Lucifer, aunque fue levantándose contra la voluntad y órdenes del altísimo y omnipotente Dios, pero la materia principal sobre quien cayó esta rebeldía fueron Cristo nuestro Señor y su Madre santísima, a cuya dignidad y excelencia no quisieron sujetarse los ángeles apostatas y rebeldes. Y aunque sobre esta rebeldía fue la primera batalla que tuvieron con san Miguel y sus ángeles en el cielo, pero entonces no la pudieron tener con el Verbo humanado y con su Madre Virgen en persona, mas de en aquella señalo representación de la misteriosa Mujer que se les propuso y manifestó en el cielo, con los misterios que encerraba como Madre del Verbo eterno que en ella tomaría forma humana. Y cuando ya llegó el tiempo en que se ejecutaron estos admirables sacramentos y encarnó el Verbo en el tálamo virginal de María, fue conveniente que se renovase con ellos esta batalla con Cristo y María en sus personas y por sí mismos triunfasen de los demonios, como el mismo Señor les había amenazado, así en el cielo como después en el paraíso, que pondría enemistades entre la mujer y la serpiente y entre la semilla de la mujer para que ella le quebrase la cabeza (Gen 3,15).

507. Todo esto se cumplió a la letra en Cristo y María, porque de nuestro gran Pontífice y Salvador dijo san Pablo (Heb 4,15), que fue tentado por todas las cosas por similitud y ejemplo, pero sin pecado, y lo mismo fue María santísima. Y para tentarlos tenía permiso Lucifer después que cayó del cielo, como dije en el capítulo 10 citado de la primera parte (Cf. supra p.I n.127). Y porque esta batalla de María santísima correspondía a la primera que pasó en el cielo y fue para los demonios ejecución de la amenaza y amago que allí tuvieron con la señal que la representaba, por esto las escribió y encerró debajo de unas mismas palabras y enigmas. Y explicado ya lo que toca a la primera pelea (Cf. supra p.I n.92), es necesario manifestar lo que pasó en la segunda. Y aunque Lucifer y sus demonios en aquella primera rebelión fueron castigados con la carencia eterna de la visión beatífica y arrojados al infierno, pero en esta segunda batalla fueron de nuevo castigados con accidentales penas correspondientes a los deseos y conatos con que perseguían y tentaban a María santísima. La razón de esto es, porque a las potencias es natural en la criatura tener delectación y contentamiento cuando consiguen lo que apetecen, según la fuerza con que lo apetecían, y por el contrario reciben dolor y pena con la displicencia, cuando no lo consiguen o les sucede al revés de lo que deseaban y esperaban; y los demonios desde su caída ninguna cosa más vehemente habían deseado que derribar de la gracia a la que había sido medianera para que los hijos de Adán la consiguiesen. Y por esto fue incomparable tormento para los dragones infernales verse vencidos, rendidos y desesperados de la confianza y deseos que tantos siglos habían maquinado.

508. Para la divina Madre por las mismas razones y por otras muchas fue de singular gozo este triunfo de ver quebrantada la antigua serpiente. Y para término de la batalla y principio del nuevo estado que había de tener después de estas victorias, le tuvo prevenidos su Hijo santísimo tales y tantos favores, que exceden a toda capacidad humana y angélica. Y para explicar yo algo de lo que se me ha dado a conocer, es necesario advierta el que esto leyere, que nuestros términos y palabras por nuestra limitada capacidad y potencias siempre son unas mismas con que declaramos estos y otros misterios sobrenaturales, así los más altos como los que no son tan distantes de nosotros; pero en el objeto de que hablo hay capacidad o latitud infinita con que pudo la omnipotencia de Dios levantarla de un estado que nos parece altísimo a otro más alto, y de éste a otro nuevo y mejorado, y confirmarla en el mismo género de gracias, dones y favores, porque llegando como llegó María santísima a todo lo que no es ser de Dios, encierra una inmensa latitud y hace por sí sola una jerarquía mayor y más elevada que todo el resto de las otras criaturas humanas y angélicas.

509. Advertido, pues, todo esto, diré como pudiere lo que sucedió a Lucifer hasta ser últimamente vencido por María santísima y por su Hijo y nuestro Salvador. No quedó desengañado del todo el dragón y sus demonios con los triunfos que referí en el capítulo pasado (Cf. supra n.492), en que la gran Señora le arrojó y precipitó al profundo desde la región del aire, ni con los maleficios que intentó por aquellas mujeres de Jerusalén, aunque todos se le desvanecieron. Antes bien, presumiendo su implacable malicia de este enemigo que la restaba poco tiempo del permiso que tenía para tentar y perseguir a María santísima, intentó de nuevo recompensar el corto plazo que imaginaba, con añadir más furor y temeridad contra ella. Para esto buscó primero otros hombres mayores hechiceros que tenía muy versados en el arte mágica y maléfica y, dándoles nuevas instrucciones, les encargó quitasen la vida a la que ellos tenían por enemiga. Lo intentaron así muchas veces aquellos maléficos ministros con diversos modos de hechizos de gran crueldad y eficacia, pero con ninguno pudieron ofender en mucho ni en poco a la salud ni a la vida de la beatísima Madre, porque los efectos del pecado no tenían jurisdicción sobre la que no tuvo parte en él, y por otros títulos era privilegiada y superior a todas las causas naturales. Viendo esto el dragón y frustrados sus intentos en que tanto se había desvelado, castigó con impía crueldad a los hechiceros de quien se había valido, permitiéndolo el Señor y mereciéndolo ellos por su temeridad y para que conocieran a qué dueño servían.

510. Irritándose Lucifer a sí mismo con nueva indignación, convocó a todos los príncipes de las tinieblas y les ponderó mucho las razones que tenían, desde que fueron arrojados del cielo, para estrenar todas sus fuerzas y malicia en derribar aquella Mujer su enemiga, que ya conocían era la que allá se les había mostrado; convinieron todos en esto y determinaron ir juntos y cogerla a solas, presumiendo que en alguna ocasión estaría menos prevenida o acompañada de quien la defendía. Se aprovecharon luego de la ocasión que les pareció oportuna y, despoblándose el infierno para esta empresa, acometieron todos de tropel juntos, estando María santísima sola en su oratorio. La batalla fue la mayor que con pura criatura se ha visto ni se verá desde la primera del cielo empíreo hasta el fin del mundo, porque ésta fue semejante a aquélla. Y para que se vea cuál sería el furor de Lucifer y sus demonios, se ha de ponderar el tormento que sentían de llegar a donde estaba María santísima y mirarla, así por la virtud divina que en ella sentían como por las muchas veces que los había oprimido y vencido. Contra este dolor y pena de los demonios prevaleció su indignación y envidia y les obligó a forcejear contra el tormento que sentían y meterse como por las picas o espadas a trueque de ejecutar su venganza contra la divina Señora, porque el no intentarlo era mayor tormento para Lucifer que otra cualquier pena.

511. El primer ímpetu de este acometimiento fue principalmente a los sentidos exteriores de María santísima con estruendo de aullidos, gritos, terrores y confusión, y formando en el aire y por especies un estrépito y temblor tan espantoso como si toda la máquina del mundo se arruinara; y para mayor asombro tomaron diversas figuras visibles, unos de demonios feos, abominables en diferentes formas, otros de ángeles de luz, y entre unos y otros fingieron una riña o batalla tenebrosa y formidable, sin que pudiera conocer la causa, ni se oyera más que el estrépito confuso y muy terrible. Esta tentación fue para causar terror y turbación en la Reina. Y verdaderamente se le diera grandísimo a cualquiera otra humana criatura, aunque fuera santa, dejándola en el orden común de la gracia, y no lo pudiera tolerar sin perder la vida, porque duró esta batería doce horas enteras.

512. Pero nuestra gran Reina y Señora a todo estuvo inmóvil, quieta y serena, y con el mismo sosiego que si nada viera ni oyera; no se turbó, ni alteró, ni mudó semblante, ni tuvo tristeza ni movimiento alguno por toda esta infernal turbación. Luego encaminaron los demonios otras tentaciones a las potencias interiores de la invencible Madre, y en éstas derramaron el corriente de sus pechos diabólicos más de lo que yo puedo decir, porque fue cuanto ellos pudieron hacer con falsas revelaciones, luces, sugestiones, promesas, amenazas, sin dejar virtud que no tentasen con todos los vicios contrarios y por todos los medios y modos que pudo fabricar la astucia de tantos demonios. Y no me detengo en particularizar estas tentaciones, porque ni es necesario ni conveniente. Pero las venció nuestra Reina y Señora tan gloriosamente, que en todas las materias de las virtudes hizo actos contrarios y tan heroicos, como se puede imaginar sabiendo que obró con todo el conato y fuerza de la gracia, virtudes y dones que tenía en el estado de santidad en que entonces se hallaba.

513. Pidió en esta ocasión por todos los que fuesen tentados y afligidos del demonio, como quien experimentaba la fuerza de su malicia y la necesidad del socorro divino para vencerla. La concedió el Señor que todos los afligidos de tentaciones que la invocasen en ellas fuesen defendidos por su intercesión. Perseveraron los demonios en esta batalla hasta que ya no tenían nueva malicia que estrenar contra la Purísima entre las criaturas. Y entonces clamó de su parte la justicia para que se levantase Dios a juzgar su causa, como dijo David (Sal 73,22), y fuesen disipados sus enemigos y ahuyentados los que le aborrecen con su presencia. Para hacer este juicio descendió el Verbo humanado desde el cielo al cenáculo y retiro donde estaba su Madre Virgen, para ella como Hijo dulcísimo y amoroso y para los enemigos como Juez muy severo en trono de suprema majestad. Le acompañaban innumerables ángeles, y de los antiguos santos, Adán y Eva con muchos patriarcas y profetas, san Joaquín y Ana, y todos se presentaron y manifestaron a María Santísima en su oratorio.

514. Adoró la gran Señora a su Hijo y Dios verdadero postrada en tierra con la veneración y culto que solía. Los demonios no vieron al Señor, pero sintieron y conocieron por otro modo su real presencia, y con el terror que les causó intentaron huir para alejarse de lo que allí temían. Mas el poder divino los detuvo, aprisionándolos como con cadenas fuertes, en el modo que se ha de entender lo puede hacer con las naturalezas espirituales, y el extremo de estas prisiones o cadenas puso el Señor en manos de su santísima Madre.

515. Salió luego una voz del trono que decía contra ellos: Hoy vendrá sobre vosotros la indignación del Omnipotente y os quebrantará la cabeza una mujer descendiente de Adán y Eva y se ejecutará la antigua sentencia que se fulminó en las alturas y después en el paraíso, porque inobedientes y soberbios despreciasteis a la humanidad del Verbo y a la que se la vistió en su virginal tálamo. Luego fue levantada María santísima de la tierra donde estaba por manos de seis serafines de los supremos que asistían al trono real y puesta en una refulgente nube la colocaron al lado del mismo trono de su Hijo santísimo. Y de su propio ser y divinidad salió un resplandor inefable y excesivo, que toda la rodeó y vistió como si fuera el globo del mismo sol. Pareció también debajo de sus pies la luna, como quien hollaba todo lo inferior, terreno y variable que manifiestan sus vacíos. Y sobre la cabeza le pusieron una diadema o corona real de doce estrellas, símbolo de las perfecciones divinas que se le habían comunicado en el grado posible a pura criatura. Manifestaba también estar preñada del concepto que en sí tenía del ser de Dios y del amor que le correspondía proporcionalmente. Daba voces como con dolores de parto de lo que había concebido, para que lo participasen todas las criaturas capaces, y ellas lo resistían aunque ella lo deseaba con lágrimas y gemidos (Ap 12,lss).

516. Esta señal, tan grande como en la mente divina había sido fabricada, se le propuso en aquel cielo a Lucifer que estaba en forma de dragón grande y rafa, con siete cabezas coronadas con siete diademas y diez cuernos, manifestando en esta horrenda figura que él era autor de todos los siete pecados capitales, y que los quería coronar en el mundo con las imaginadas herejías, que por esto se reducían a siete diademas, y con la agudeza y fortaleza de su astucia y maldad había destrozado en los mortales la divina ley reducida a los diez mandamientos, armándose con diez cuernos contra ellos. Arrebataba también con el círculo de su cola la tercera parte de las estrellas del cielo (Ap 12,4), no sólo por los millares de ángeles apostatas que desde allá le siguieron en su inobediencia, sino también porque ha derribado del cielo de esta Iglesia a muchos que parecían levantarse sobre las estrellas, o en dignidad o en santidad.

517. Con esta figura tan espantosa y fea estaba Lucifer, y con otras muy diversas, pero todas abominables, estaban sus demonios en esta batalla en presencia de María santísima, que estaba para producir el parto espiritual de la Iglesia, que con él se había de perpetuar y enriquecer. Y el dragón esperaba que pariese este hijo para devorarle, destruyendo la nueva Iglesia, si pudiera, por la demasiada envidia con que se indignaba y enfurecía de que aquella Mujer fuese tan poderosa en establecer la Iglesia y llenarla de tantos hijos, y con sus méritos, ejemplo e intercesiones fecundarla de tantas gracias y llevar tras de sí misma tantos predestinados para la felicidad eterna. Y no obstante la envidia del dragón, parió un hijo varón, que gobernase a todas las gentes con vara fuerte de hierro (Ap 12,5). Este hijo varón fue el espíritu rectísimo y fuerte de la misma Iglesia, que con la rectitud y potestad de Cristo nuestro bien rige a todas las gentes en justicia, y a si mismo son también todos los varones apostólicos que con él han de juzgar en el juicio (Mt 19,28) con la vara de hierro de la divina justicia. Y todo esto fue parto de María santísima, no sólo porque parió al mismo Cristo, sino también porque con sus méritos y diligencia parió a la misma Iglesia debajo de esta santidad y rectitud y la crió el tiempo que vivió ella en el mundo y ahora y siempre la conserva con el mismo espíritu varonil en que nació, cuanto a la rectitud de la verdad católica y a la doctrina contra quien no prevalecerán las puertas del infierno (Mt 16,18).

518. Y dice san Juan (Ap 12,5-6) que fue arrebatado este hijo al trono de Dios y la mujer huyó a la soledad donde tenía preparado lugar, para que la alimentasen allí mil doscientos y sesenta días. Esto es, que todo el parto legítimo de esta soberana Mujer, así en la común santidad del espíritu de la Iglesia, como en las almas particulares que ella engendró y engendra como parto propio suyo espiritual, todo llega al trono donde está el parto natural, que es Cristo, en quien y para quien los engendra y cría. Pero la soledad a que fue llevada desde esta batalla María santísima fue un estado altísimo y lleno de misterios, de que diré algo adelante (Cf. infra n.525), y se llama soledad porque sola ella estuvo en él entre todas las criaturas y ninguna otra le pudo alcanzar ni llegar a él. Y allí estuvo sola de criaturas, como diremos (Cf. infra n.535), y más sola para el demonio, que sobre todos ignoraba este sacramento, y no pudo tentarla ni perseguirla más en su persona (Cf. infra n.526). Y allí la alimentó el Señor mil doscientos y sesenta días, que fueron los que vivió en aquel estado antes de pasar a otro.

519. Todo esto conoció Lucifer y se le intimó antes que se escondiera aquella divina Mujer y señal viva que con sus demonios estaba mirando. Y con esta noticia perdió la confianza, en que su gran soberbia le había mantenido por más de cinco mil años, de vencer a la que fuese Madre del Verbo humanado. Y con esto se deja entender algo cuál sería el despecho y tormento de este dragón grande y de sus demonios, y más viéndose atados y rendidos de la Mujer que con tanto estudio y furiosa saña habían deseado y procurado derribar de la gracia e impedirla sus méritos y fruto de la Iglesia. Forcejaba el dragón para retirarse y decía: Oh Mujer, dame permiso para arrojarme a los infiernos, que no puedo estar en tu presencia, ni me pondré más en ella mientras vivieres en este mundo. Venciste, oh Mujer, venciste, y te conozco por poderosa en la virtud del que te hizo Madre suya. Dios omnipotente, castíganos por ti mismo, que a ti no te podemos resistir, y no por el instrumento de una mujer de tan inferior naturaleza. Su caridad nos consume, su humildad nos quebranta y en todo es una demostración de tu misericordia para los hombres y esto nos atormenta sobre muchas penas. Es, demonios, ayudadme, pero ¿qué podemos todos contra esta Mujer, pues no alcanzan nuestras fuerzas a retirarnos de ella, mientras no quiere arrojarnos de su intolerable presencia? Oh estultos hijos de Adán, ¿por qué me seguís a mí y dejáis la vida por la muerte, la verdad por la mentira? ¿Qué absurdo y qué desacierto es el vuestro así lo confieso a mi despecho pues tenéis de vuestra parte y en vuestra naturaleza al Verbo encarnado y esta Mujer? Mayor ingratitud es la vuestra que la mía, y esta Mujer me obliga a confesar las verdades que de todo mi corazón aborrezco. Maldita sea la determinación que tuve de perseguir a esta hija de Adán que así me atormenta y me quebranta.

520. Cuando el dragón confesaba estos despechos, se manifestó el príncipe de los ejércitos celestiales san Miguel para defender la causa de María santísima y del Verbo humanado, y con las armas de sus entendimientos se trabó otra batalla con el dragón y sus seguidores (Ap 12,7). Altercaron con ellos san Miguel y sus ángeles, redarguyéndolos y convenciéndolos de nuevo de la antigua soberbia y desobediencia que cometieron en el cielo y de la temeridad con que habían perseguido y tentado al Verbo humanado y a su Madre, en quien ni tenían parte ni derecho alguno, por no haber tenido ningún pecado, ni dolo ni defecto. Justificó san Miguel las obras de la divina justicia, declarándolas por rectísimas y sin querella en haber castigado la inobediencia y apostasía de Lucifer y sus demonios, y los anatematizaron e intimaron de nuevo la sentencia de su castigo, y confesaron al Omnipotente por santo y justo en todas sus obras. Defendía también el dragón y los suyos la rebelión y audacia de su soberbia, pero todas sus razones eran falsas, vanas y llenas de diabólica presunción y errores.

521. Fue hecho silencio en esta altercación y el Señor de los ejércitos habló con María santísima y la dijo: Madre mía y amiga mía, elegida entre las criaturas por mi eterna sabiduría para mi habitación y templo santo; vos sois quien me dio la forma de hombre y restauró la pérdida del linaje humano, la que me ha seguido, imitado y merecido la gracia y dones que sobre todas mis criaturas os he comunicado y jamás en vosotros estuvieron ociosos ni vacíos. Sois el objeto digno de mi infinito amor, el amparo de mi Iglesia, su Reina, Señora y Gobernadora. Tenéis mi comisión y potestad, que como Dios omnipotente puse en vuestra fidelísima voluntad; mandad con ella al infernal dragón que mientras viviereis en la Iglesia no siembre en ella la cizaña de los errores y herejías que tiene prevenidas y degollad su dura cerviz, quebrantadle la cabeza, porque en vuestros días quiero que por vuestra: presencia goce de este favor la Iglesia.

522. Ejecutó María santísima este orden del Señor y con potestad de Reina y de Señora mandó a los dragones infernales enmudeciesen y callasen sin derramar entre los fieles las sectas falsas que tenían prevenidas, y que mientras ella estaba en el mundo, no se atreviesen a engañar a ninguno de los mortales con sus heréticos dogmas y doctrinas. Esto sucedió así, aunque la ira de la serpiente, en venganza de la gran Reina, tenía intento de derramar aquel veneno en la Iglesia, y para que no lo hiciese viviendo en ella la divina Madre lo impidió por su mano el mismo Señor por el amor que la tenía. Después de su glorioso tránsito se dio permiso al demonio para que lo hiciese, por los pecados de los hombres pesados en los justos juicios del Señor.

523. Luego fue arrojado, como dice san Juan (Ap 12,9), el dragón grande, antigua serpiente que se llama diablo y Satanás, y con sus ángeles salió de la presencia de la Reina y cayó en la tierra, a donde se le dio permiso que estuviese, como alargándole un poco la cadena con que estaba preso. Al punto se oyó una voz, que fue del arcángel en el cenáculo, y decía: Ahora se ha obrado la salud y virtud y el reino de Dios y la potestad de su Cristo, porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, que los acusaba de día y de noche; y ellos le han vencido por la sangre del Cordero y por las palabras de su testimonio y se entregaron a la muerte. Alégrense por esto los cielos y los que en ellos viven. ¡Ay de la tierra y del mar, porque baja a vosotros el diablo con grande saña sabiendo que tiene poco tiempo (Ap 12,10)! Declaró el ángel en estas palabras que, en virtud de las victorias y triunfos de María santísima con los de su Hijo y Salvador nuestro, quedaba asegurado el reino de Dios, que es la Iglesia, y los efectos de la redención humana para los justos; y a todo esto llamó salud, virtud y potestad de Cristo. Y porque si María santísima no hubiera vencido al dragón infernal, sin duda este impío y poderoso enemigo impidiera los efectos de la redención, por esto salió aquella voz del ángel cuando se concluyó esta batalla y cuando fue vencido y arrojado el dragón a la tierra y al mar; y dio la enhorabuena a los santos, porque ya quedaba quebrantada la cabeza y los pensamientos del demonio que calumniaba a los hombres, a quienes llamó el ángel hermanos por el parentesco del alma y de la gracia y gloria.

524. Y las calumnias con que perseguía y acusaba el dragón a los mortales eran las ilusiones y engaños con que pretendía pervertir los principios de la Iglesia evangélica y las razones de justicia que alegaba ante el Señor de que los hombres, por su ingratitud y pecados y por haber quitado la vida a Cristo nuestro Salvador, no merecían el fruto de la redención ni la misericordia del Redentor, sino el castigo de dejarlos en sus tinieblas y pecados para su eterna condenación. Pero contra todo esto alegó María santísima, como Madre dulcísima y clementísima, y nos mereció la fe y su propagación y la abundancia de misericordias y dones que se nos han dado en virtud de la muerte de su Hijo; todo lo cual desmerecerían los pecados de los que le crucificaron y de los demás que no le han recibido por su Redentor. Pero avisó el ángel a los moradores de la tierra con aquella dolorosa compasión, para que estuviesen prevenidos contra esta serpiente que bajaba a ellos con grande saña, porque sin duda juzgó que le quedaba poco tiempo para ejecutarla y después que conoció los misterios de la redención y el poder de María santísima y la abundancia de gracia, maravillas y favores con que se fundaba la primitiva Iglesia; porque de todos estos sucesos, entró en sospecha de que se acabaría luego el mundo, o que todos los hombres seguirían a Cristo nuestro bien y se valdrían de la intercesión de su Madre para conseguir la vida eterna. Mas, ¡ay dolor, que los mismos hombres han sido más locos y estultos y desagradecidos de lo que pensó el mismo demonio!

525. Y declarando más estos misterios, dice el evangelista (Ap 12,13) que, cuando se vio el dragón grande arrojado a la tierra, intentó perseguir a la mujer misteriosa que parió al varón. Mas a ella le fueron dadas dos alas de una grande águila, para que volase a la soledad o desierto, donde es alimentada por tiempo y tiempos y mitad del tiempo, fuera de la cara de la serpiente. Y por esto la misma serpiente arrojó de su boca tras de la mujer un copioso río, para que la atrajese si fuera posible. En estas palabras se declara más la indignación de Lucifer contra Dios y su Madre y contra la Iglesia, pues cuanto era de su parte de este dragón siempre arde su envidia y se levanta su soberbia y le quedó malicia para tentar de nuevo a la Reina, si le quedaran fuerzas y permiso. Pero éste se le acabó en cuanto tentarla a ella, y por esto dice que le dieron dos alas de águila para que volase al desierto, donde es alimentada por los tiempos que allí señala. Estas alas misteriosas fueron la potestad o virtud divina que le dio el Señor a María santísima para volar y ascender a la vista de la divinidad y de allí descender a la Iglesia a distribuir los tesoros de la gracia en los hombres, de que hablaremos en el capítulo siguiente (Cf. infra n.535).

526. Y porque desde entonces no tuvo licencia el demonio para tentarla más en su persona, dice que en esta soledad o desierto estaba lejos de la cara de la serpiente. Y los tiempos y tiempo y mitad del tiempo, son tres años y medio, que hacen los mil doscientos y sesenta días que arriba se dijo menos algunos días. Y en este estado, y otros que diré (Cf. infra n.601), estuvo María santísima lo restante de su vida mortal. Pero como el dragón quedó desahuciado de tentarla a ella, arrojó el río de su venenosa malicia tras de esta divina Mujer (Ap 12,15), porque, después de la victoria que de él alcanzó, procuró tentar astutamente a los fieles y perseguirlos por medio de los judíos y gentiles; y especialmente después del tránsito glorioso de la gran Señora, soltó el río de las herejías y sectas falsas, que tenía como represadas en su pecho. Y las amenazas que contra María santísima había hecho después que le venció, fue la guerra que intentó hacerle, vengarse en los hombres, a quien la gran Señora tenía tanto amor, ya que no podía ejecutar su ira en la persona de la misma Reina.

527. Por esto dice luego san Juan (Ap 12,17) que, indignado el dragón, se fue para hacer guerra a los demás quieran de su generación y semilla y que guardan la ley de Dios y tienen el testimonio de Cristo. Y estuvo este dragón sobre la arena del mar (Ap 12,18), que son los innumerables infieles, idólatras, judíos y paganos, donde hace y ha hecho guerra a la santa Iglesia, a más de la que hace ocultamente tentando a los fieles. Pero la tierra firme y estable, que es la inmutabilidad de la santa Iglesia y su incontrastable verdad católica, ayudó a la misteriosa mujer, porque abrió su boca y sorbió el río que derramó la serpiente contra ella (Ap 12,16). Y esto sucede así, pues la santa Iglesia, que es el órgano y la boca del Espíritu Santo, ha condenado, convencido y confundido todos los errores y falsas sectas y doctrinas con las palabras y enseñanza que de esta boca salen por las divinas Escrituras, concilios, determinaciones, doctores, maestros y predicadores del evangelio.

528. Todos estos misterios y otros muchos encerró el evangelista declarando o refiriendo esta batalla y triunfos de María santísima. Y para darles fin en el cenáculo, aunque ya Lucifer estaba arrojado fuera de él y como asido de la cadena que tenía la victoriosa Reina, conoció la gran Señora era tiempo y voluntad de su Hijo santísimo que le arrojase y precipitase a las cavernas infernales. Y en esta fortaleza y virtud divina los soltó y con imperio les mandó descendiesen en un punto al profundo. Y como lo pronunció María santísima, cayeron todos los demonios por entonces a las cavernas más distantes del infierno, donde estuvieron algún tiempo dando formidables aullidos y despechos. Luego los santos ángeles cantaron nuevos cánticos al Verbo humanado por sus victorias y las de su invencible Madre. Los primeros padres Adán y Eva le hicieron gracias porque había elegido aquella Hija suya para madre y reparadora de la ruina que ellos habían causado en su posterioridad; los patriarcas, porque tan feliz y gloriosamente veían cumplidos sus largos deseos y vaticinios; san Joaquín, santa Ana y san José con mayor júbilo glorificaron al Omnipotente por la Hija y Esposa que les había dado; y todos juntos cantaron la gloria y loores al Muy Alto, santo y admirable en sus consejos. María santísima se postró ante el trono real y adoró al Verbo humanado y de nuevo se ofreció a trabajar por la Iglesia, y pidió la bendición y se la dio su Hijo santísimo con admirables efectos; la pidió también a sus padres y esposo y les encomendó la santa Iglesia y que rogasen por todos sus fieles, y con esto se despidió toda aquella celestial compañía y se volvió a los cielos.

Doctrina que me dio la Reina de los ángeles María santísima.

529. Hija mía, con la rebeldía de Lucifer y sus demonios se comenzaron en el cielo las batallas, que no se acabarán hasta el fin del mundo, entre el reino de la luz y el de las tinieblas, entre Jerusalén y Babilonia. Por capitán y cabeza de los hijos de la luz se constituyó el Verbo humanado como autor de la santidad y de la gracia, y por caudillo de los hijos de tinieblas se constituyó Lucifer, autor del pecado y de la perdición. Cada uno de estos príncipes defiende su parcialidad y procura aumentar su reino y seguidores. Cristo con la verdad de su fe divina, con los favores de su gracia, con la santidad de la virtud, con los alivios de los trabajos y con la esperanza cierta de la gloria que les prometió; y mandó a sus ángeles que los acompañen, consuelen y defiendan hasta llevarlos a su mismo reino. Pero Lucifer granjea a los suyos con falacias, mentiras y traiciones, con vicios torpes y abominables, con tinieblas y confusión; y los trata ahora como señor tirano, afligiéndolos sin aliviarlos, despechándolos sin consuelo verdadero, y después les apareja eternos y lamentables tormentos, que por sí mismo y por sus demonios les dará con inhumana crueldad mientras Dios fuere Dios.

530. Mas ¡ay dolor! hija mía, que con ser esta verdad tan infalible y sabida de los mortales, con ser el estipendio tan diferente y el premio tan distante infinitamente, son pocos los soldados que siguen a Cristo, su legítimo Señor, Rey, cabeza y ejemplar, y muchos los que tiene Lucifer de su bando, sin haberlos criado, sin darles vida ni alimentos ni algún retorno, sin habérselo merecido ni haberlos obligado, como lo hizo y lo hace el autor de la vida y de la gracia mi Hijo santísimo. Tanta es la ingratitud de los hombres, tan estulta su infelicidad y tan infeliz su ceguedad. Y sólo por haberles dado voluntad libre para seguir a su Capitán y Maestro y que sean agradecidos, se han hecho del bando de Lucifer y de balde le sirven y le franquean la entrada en la casa de Dios y en su templo, para que como tirano lo disipe y lo profane y lleve tras de sí a los tormentos eternos el mayor resto del mundo.

531. Pero siempre dura esta contienda, porque el Príncipe de las eternidades no cesará, por su bondad infinita, en defender a sus almas que crió y redimió con su sangre. Mas no ha de pelear con el dragón por sí solo, ni tampoco por sus ángeles, porque redunda en mayor gloria suya y exaltación de su nombre santo vencer a sus enemigos y confundir su dura soberbia por manos de las mismas criaturas humanas, en las cuales ellos pretenden tomar venganza del Señor. Yo, que soy pura criatura, fui la capitana y maestra de estas batallas, después de mi Hijo, que era Dios y hombre verdadero. Y aunque Su Majestad venció en su vida y muerte a los demonios, cuya soberbia estaba muy engreída por el dominio que desde el pecado de Adán le habían dado los mortales, pero después de Su Majestad le vencí yo en su nombre, y con estas victorias se plantó la santa Iglesia en tan alta perfección y santidad, y así hubiera perseverado, quedando Lucifer debilitado y flaco, como otras veces te lo he manifestado (Cf. supra p.II n.370,999,1415,1434; p.III n.138), si la ingratitud y olvido de los hombres no le hubiera dado los nuevos alientos con que hoy tiene tan perdido y estragado a todo el orbe.

532. Con todo eso no desampara a su Iglesia mi Hijo santísimo que la adquirió con su sangre, ni yo que la miro como su Madre y protectora; y siempre queremos tener en ella algunas almas que defiendan la gloria y honra de Dios, y peleen sus batallas contra el infierno, para confusión y quebranto de sus demonios. Para esto quiero que te dispongas con el favor de la divina gracia, y ni te admires de la fuerza del dragón, ni te encojas por tu miseria y pobreza. Ya sabes que la ira de Lucifer contra mí fue mayor que contra ninguna de las criaturas y más que contra todas juntas y con la virtud del Señor le vencí gloriosamente, y con ella podrás tú resistirle en lo menos. Y aunque eres tan débil y sin las condiciones que te parece habías menester, quiero que entiendas que mi Hijo santísimo procede ahora en esto como un rey que, cuando le faltan soldados y vasallos, admite a cualquiera que le quiere servir en su milicia. Anímate, pues, a vencer al demonio en lo que a ti toca, que después te armará el Señor para otras batallas. Y te hago saber que no hubiera llegado la Iglesia católica a los aprietos en que hoy la conoces, si en ella hubiera muchas almas que tomaran por su cuenta defender la causa de Dios y su honra; pero está muy sola y desamparada de los mismos hijos que ha criado la santa Iglesia.

CAPITULO 8

De Nuevo a Tapa

Se declara el estado en que puso Dios a su Madre santísima, con visten de la divinidad, abstractiva pero continua, después que venció a los demonios y el modo de obrar que en él tenía.

533. Al paso que los misterios de la infinita y eterna sabiduría se iban cumpliendo en María santísima, se iba también levantando la gran Señora sobre la esfera de toda santidad y pensamiento de todo el resto de las criaturas. Y como los triunfos que ganó del infernal dragón y sus demonios fueron con las condiciones, circunstancias y favores que he dicho, y todo eso venía sobre los misterios de la encarnación, redención y los demás de que había sido coadjutora de su Hijo santísimo, no es posible a nuestra bajeza anhelar a la consideración de los efectos que todo hacía en el purísimo corazón de esta divina Madre. Confería estas obras del Señor consigo misma y las ponderaba con el peso de su altísima sabiduría. Crecía la llama y el incendio del amor divino con admiración de los ángeles y cortesanos del cielo, y no pudiera tolerar la vida natural los impetuosos vuelos con que se levantaba para anegarse toda en el abismo de la divinidad, si por milagro no se la conservaran. Y como al mismo tiempo la tiraba juntamente la caridad de Madre piadosísima para sus hijos los fieles, que todos pendían de ella, como las plantas del sol que las alimenta y vivifica, vino a estado que vivía en una dulcísima pero fuerte violencia para juntarlo todo en su pecho.

534. En esta disposición se halló María santísima con las victorias que alcanzó del dragón y, no obstante que por todo el discurso de su vida, desde el primer instante de ella, había obrado en todos tiempos respectivamente lo más puro, santo y levantado, sin embarazarle las peregrinaciones, trabajos y cuidados de su Hijo santísimo y de los prójimos, con todo eso en esta ocasión llegaron como a competir en su ardentísimo corazón la fuerza del amor divino y de las almas. En cada una de estas obras de la caridad sentía la violenta y santa emulación con que aspiran a más altos y nuevos dones y efectos de la gracia. Por una parte, deseaba abstraerse de todo lo sensible para levantar el vuelo a la suprema y continua unión de la divinidad, sin impedimento ni medio de criaturas, imitando a los comprensores, y mucho más al estado de su Hijo santísimo cuando vivía en el mundo, en todo lo que no era gozar de la visión beatífica que su alma tenía junto a la unión hipostática; y aunque esto no era posible a la divina Madre, pero la alteza de su santidad y amor parece que pedía todo lo que era inmediato y menos que el estado de comprensora. Por otra parte, la llamaba el amor de la Iglesia, y el acudir a todas las necesidades de los fieles, porque sin este oficio de Madre de familias no le satisfacían harto los regalos y favores del Altísimo. Y como era menester tiempo para acudir a estas acciones de María, estaba confiriendo cómo lo ajustaría sin faltar a las unas y a las otras.

535. Dio lugar el Altísimo a este cuidado de su beatísima Madre, para que fuese más oportuno el nuevo favor y estado que le tenía prevenido con su brazo poderoso. Y para esto la habló Su Majestad y la dijo: Esposa mía y amiga mía, los cuidados y pensamientos de tu ardentísimo amor han herido mi corazón y con la virtud de mi diestra quiero hacer en ti una obra que con ninguna generación se ha hecho ni se hará jamás, porque tú eres única y escogida para mis delicias entre todas las criaturas. Yo tengo para ti sola aparejado un estado y un lugar solo, donde te alimentaré con mi divinidad como a los bienaventurados, aunque por diverso modo, pero en él gozarás de mi vista continua y de mis abrazos en soledad, sosiego y tranquilidad, sin que te embaracen las criaturas ni el ser viadora. A esta habitación levantarás tu vuelo libremente, donde hallarás los infinitos espacios que pide tu excesivo amor para extenderse sin medida y límite, y desde allí volarás también a mi Iglesia santa, de quien eres Madre, y cargada de mis tesoros los repartirás a tus hermanos, distribuyéndolos a tu disposición y voluntad en sus necesidades y trabajos, para que por ti reciban el remedio.

536. Este es el beneficio que toqué en el capítulo pasado (Cf. supra n.518), y le encerró el evangelista san Juan en aquellas palabras que dice (Ap 12,6): Y la mujer huyó a la soledad donde tenía preparado por Dios un lugar para ser alimentada por mil doscientos y sesenta días; y luego adelante dice (Ap 12,14) que le fueron dadas dos alas de una grande águila para volar al desierto donde era alimentada, etc. No es fácil para mi ignorancia darme a entender en este misterio, porque contiene muchos efectos sobrenaturales que sin ejemplar de otra criatura se hallaron en las potencias de sola María santísima, para quien reservó Dios esta maravilla; y pues la fe nos enseña que nosotros no le podemos medir su omnipotencia incomprensible, razón es confesar que pudo hacer con ella mucho más que nosotros podemos entender y que sólo aquello se le ha de negar que tiene evidente y manifiesta contradicción en sí mismo. Y en lo que se me ha dado a entender para escribirlo, supuesto que lo entiendo, no hallo repugnancia para que sea como lo conozco, aunque para manifestarlo me faltan propios términos.

537. Digo, pues, que pasadas las batallas y victorias que nuestra Capitana y Maestra ganó contra el dragón grande y sus demonios, la levantó Dios a un estado en que le manifestó la divinidad, no con visión intuitiva como a los bienaventurados, pero con otra visión clara y por especies criadas, que en todo el discurso de esta Historia he llamado visión abstractiva; porque no depende de la presencia real del objeto, ni él mueve por sí el entendimiento como presente, sino por otras especies que le representan como él es en sí mismo, aunque está ausente: al modo que Dios me pudiera infundir a mí todas las especies y semejanzas de Roma y me la representaran como ella es en sí misma. Esta visión de la divinidad tuvo María santísima en el discurso de su vida, como en toda ella he repetido muchas veces, y aunque en sustancia no fue nueva para ella, pues la tuvo en el instante de su concepción, como allí se dijo, pero fue nueva desde ahora en dos condiciones. La una, que fue desde este día continua y permanente hasta que murió y pasó a la visión beatífica, y las otras veces había sido de paso. La segunda diferencia fue que desde esta ocasión creció cada día en este beneficio, y así fue más alto, admirable y excelente sobre toda regla y pensamiento criado.

538. Para este nuevo favor la retocaron todas sus potencias con el fuego del santuario, que fueron nuevos efectos de la divinidad con que fue iluminada y elevada sobre sí misma. Y porque este nuevo estado era una participación del que tienen los comprensores y bienaventurados y juntamente era diferente de ellos, es necesario advertir en qué estaba la similitud y en qué la diferencia. La similitud era que María santísima miraba al mismo objeto de la divinidad y atributos divinos de que ellos gozan con segura posesión y de esto conocía más que ellos. Pero la diferencia estaba en tres cosas: la primera, que los bienaventurados ven a Dios cara a cara y con visión intuitiva y la de María santísima era abstractiva, como se ha dicho. La segunda, que los santos en la patria no pueden crecer más en la visión beatífica ni en la fruición esencial en que consiste la gloria del entendimiento y voluntad, pero María santísima en la visión abstractiva que tenía como viadora no tuvo término ni tasa, antes cada día crecía en la noticia de los infinitos atributos y ser de Dios; y para esto le dieron las alas de águila con que volase siempre en aquel piélago interminable de la divinidad, donde hay más y más que conocer infinitamente sin algún fin que lo comprenda.

539. La tercera diferencia era que los santos no pueden padecer ni merecer, ni esto es compatible con su estado, pero en el que estaba nuestra Reina padecía y merecía como viadora. Y sin esto no fuera tan grande y estimable el beneficio para ella ni para la Iglesia, porque las obras y merecimientos de la gran Señora en este estado de tanta gracia y santidad fueron de subido valor y precio para todos. Era espectáculo nuevo y admirable para los ángeles y santos y como un retrato de su Hijo santísimo, porque como Reina y Señora tenía potestad de dispensar y distribuir los tesoros de la gracia y por otra parte con sus inefables méritos los acrecentaba. Y aunque no era comprensora y bienaventurada, pero en el estado de viadora tenía un lugar tan vecino y parecido al de Cristo nuestro Salvador cuando vivía en esta vida, que si bien, comparándolo con él, era viadora en el alma como en el cuerpo, pero comparada con los demás viadores parecía comprensora y bienaventurada.

540. Pedía aquel estado que en la armonía de los sentidos y potencias naturales hubiese nuevo orden y modo de obrar proporcionado en todo; y para esto se le mudó el que hasta entonces había tenido, y fue de esta manera: Todas las especies o imágenes de criaturas que por los sentidos había admitido el entendimiento de María santísima se le acabaron y borraron del alma, no obstante que como dije arriba en esta tercera parte (Cf. supra n.126) no admitía la gran Señora más especies ni imágenes sensitivas de las que para el uso de la caridad y virtudes eran precisamente necesarias. Pero con todo eso, por lo que tenían de terrenas y haber entrado al entendimiento por los órganos sensitivos del cuerpo, se las quitó el Señor y las despejó y purificó de todas estas imágenes y especies. Y en lugar de las que de allí adelante había de recibir por el orden natural de las potencias sensitivas e intelectuales, la infundía el Señor otras especies más puras e inmateriales en el entendimiento y con aquéllas entendía y conocía más altamente.

541. Esta maravilla no será dificultosa de entender para los doctos. Y para declararme más a todos advierto que, cuando obramos con los cinco sentidos corporales exteriores con que oímos, vemos y gustamos, recibimos unas especies del objeto que sentimos, las cuales pasan a otra potencia interior y corpórea, que llaman sentido común, imaginativa, fantasía o estimativa; y allí se recogen estas especies para que aquel sentido común conozca o sienta todo lo que entró por los cinco exteriores y allí se depositan y guardan como en una oficina común para todas; y hasta aquí somos semejantes en esto a los animales sensitivos, aunque con alguna diferencia. Después que en nosotros, que somos racionales, se guardan o entran estas especies en el sentido común y fantasía, obra con ellas nuestro entendimiento por el orden que naturalmente tienen nuestras potencias y saca el mismo entendimiento otras especies espirituales o inmateriales, y por esta acción se llama entendimiento agente; y con estas especies que en sí produce, conoce y entiende natural mente lo que entra por los sentidos. Y por esto dicen los filósofos que nuestro entendimiento, para entender, conviene que se convierta a especular la fantasía, para tomar de allí las especies de lo que ha de entender según el orden natural de las potencias, por estar el alma unida al cuerpo, de quien en sus operaciones depende.

542. Pero en María santísima, en el estado que digo, no se guardaba este orden en todo; porque milagrosamente ordenó el Señor en ella otro modo de obrar el entendimiento, sin dependencia de la fantasía y sentido común. Y en lugar de las especies que naturalmente había de sacar su entendimiento de los objetos sensibles que entran por los sentidos, le infundía otras que los representaban por más alto modo; y las que adquiría por los sentidos se quedaban sin pasar de la oficina de la imaginativa, sin que obrase con ellas el entendimiento agente, que al mismo tiempo era ilustrado con las especies sobrenaturales que se le infundían; pero con las que recibía en el sentido común obraba allí lo que era necesario para sentir y padecer dolor, aflicciones y penalidades sensibles. Y sucedía en efecto en este templo de María santísima lo que en el de su figura sucedió, que las piedras se labraban fuera de él y dentro no se oyó martillo ni golpe, ni otro estrépito de ruidos (3 Re 6,7). Y también los animales se degollaban y se ofrecían en sacrificio en el altar que estaba fuera del santuario (Ex 40,27) y en él sólo se ofrecía el holocausto del incienso y los aromas encendidos en sagrado fuego (Ex 40,25).

543. Se ejecutaba este misterio en nuestra gran Reina y Señora, porque en la parte inferior de los sentidos del alma se labraban las piedras de las virtudes que miraban a lo exterior y en el atrio de los sentidos comunes se hacía el sacrificio de las penalidades, dolores y tristezas que padecía por los hijos de la Iglesia y por sus trabajos. Y en el Sancta Santorum de las potencias del entendimiento y voluntad sólo se ofrecía el perfume de su contemplación y visión de la divinidad y el fuego de su incomparable amor. Y para esto no eran proporcionadas las especies que entraban por los sentidos representando los objetos más terrenamente y con el estrépito que ellos obran, y por esto las excluyó el poder divino y dio otras infusas y sobrenaturales de los mismos objetos, pero más puras, para servir a la contemplación de la visión abstractiva de la divinidad y acompañar en el entendimiento a las que tenía del ser de Dios, a quien incesantemente miraba y amaba en sosiego, tranquilidad y serenidad de inviolable paz.

544. Dependían estas especies infusas del ser de Dios, porque en él representaban al entendimiento de María santísima todas las cosas, como el espejo representa a los ojos todo lo que se le pone delante de él y lo conocen sin convertirse a mirarlo en sí mismo. Y así conocía en Dios todas las cosas y lo que le pedían y necesitaban los hijos de la Iglesia, lo que debía hacer con ellos conforme a los trabajos que padecían y todo lo que en esto quería la voluntad divina para que se hiciese en la tierra como en el cielo; y en aquella vista lo pedía y lo alcanzaba todo del mismo Señor. De este modo de entender y obrar exceptuó el Omnipotente las obras que la divina Madre había de hacer por la obediencia de san Pedro y de san Juan y alguna vez si le ordenaban algo los demás apóstoles. Y esto pidió al Señor la misma Madre, por no interrumpir la obediencia que tanto amaba y porque se entendiese que por ella se conoce la voluntad divina con tanta certeza y seguridad que no ha menester el obediente recurrir a otros medios ni rodeos para conocerla más de saber que se lo manda el que tiene poder y es su superior; porque aquello es lo que sin duda le manda Dios y le conviene y lo quiere Su Majestad.

545. Para todo lo demás, fuera de esta obediencia en que se contenía el uso de la comunión sagrada, no dependía el entendimiento de María santísima del comercio de las criaturas sensibles, ni de las imágenes que de ellas pudo recibir por los sentidos. Pero de todas quedó libre y en soledad interior, gozando de la vista abstractiva de la divinidad, sin interrumpirla durmiendo y velando, ocupada y ociosa, trabajando y descansando, sin discurrir ni raciocinar para conocer lo más alto de la perfección, lo más agradable al Señor, las necesidades de la Iglesia, el tiempo y modo de acudir a su remedio. Todo esto lo conocía con la vista de la divinidad, como los bienaventurados con la que tienen. Y como en ellos lo menos que conocen es lo que toca a las criaturas, así también nuestra gran Reina, fuera de lo que tocaba el estado de la santa Iglesia y a su gobierno y de todas las almas, conocía como principal objeto los misterios incomprensibles de la divinidad, más que los supremos serafines y santos. Con este pan y alimento de vida eterna fue alimentada en aquella soledad que le preparó el Señor. Allí estaba solícita de la Iglesia sin turbarse, oficiosa sin inquietud, cuidadosa sin divertirse y en todo estaba llena de Dios dentro y fuera, vestida del oro purísimo de la divinidad, anegada y absorta en aquel piélago incomprensible, y junto con esto atenta a todos sus hijos y a su remedio, porque sin este cuidado no descansara del todo su maternal caridad.

546. Para todo esto la dieron las dos alas de grande águila, con que levantó tanto el vuelo que pudo llegar a la soledad y estado a donde no llegó pensamiento de hombre ni de ángel, y para que desde aquella encumbrada habitación descendiese y volase al socorro de los mortales, no paso a paso, sino con ligero y acelerado vuelo. ¡Oh prodigio de la omnipotencia de Dios!, ¡oh maravilla inaudita que así manifiestas su grandeza infinita! Me faltan razones, se suspende el discurso y se agota nuestra capacidad en la consideración de tan oculto sacramento. ¡Dichosos siglos de oro de la primitiva Iglesia que gozaron de tanto bien, y venturosos nosotros si llegásemos a merecer que en nuestros infelices siglos renovase el Señor estas señales y maravilla por su beatísima Madre en el grado posible y en el que pide nuestra necesidad y miserias!

547. Se entenderá mejor la felicidad de aquel siglo y el modo de obrar que tenía María santísima en el estado que digo, si lo reducimos a práctica en algunos sucesos de almas que ganó para el Señor. Una fue de un hombre que vivía en Jerusalén muy conocido entre los judíos, porque era principal y de aventajado ingenio y tenía algunas virtudes morales, pero en lo demás era muy celador de su ley antigua, al modo de san Pablo, y muy opuesto a la doctrina y ley de Cristo nuestro Salvador. Conoció esto María santísima en el Señor, que por los ruegos de la divina Madre tenía prevenida la conversión de aquel hombre. Y por la opinión que tenía, deseaba la purísima Señora su reducción y salvación. La pidió al Altísimo con ardentísima caridad y fervor, de manera que Su Majestad se la concedió. Antes que María santísima tuviera el estado que he dicho, discurriera con la prudencia y altísima luz que tenía para buscar los medios oportunos con que reducir aquella alma, pero no tuvo ahora necesidad de este discurso, sino atender al mismo Señor donde a su instancia se le manifestaba todo lo que había de hacer.

548. Conoció que aquel hombre vendría a su presencia por medio de la predicación de san Juan y que le mandase predicar donde le pudiese oír aquel judío. Lo hizo así el evangelista, y al mismo tiempo el ángel de guarda de aquella alma le inspiró que fuese a ver a la Madre del Crucificado, que todos alababan de caritativa, modesta y piadosa. No penetró entonces aquel hombre el bien espiritual que de aquella visita se le podía seguir, porque le faltaba la divina luz para conocerlo, pero sin atender a este fin se movió para ir a ver a la gran Señora por curiosidad política, con deseo de conocer quién era aquella Mujer tan celebrada de todos. Llegó a la presencia de María santísima y, de verla y oírla las razones que con divina prudencia le habló, fue todo aquel hombre renovado y convertido en otro. Se postró luego a los pies de la gran Reina, confesando a Cristo reparador del mundo y pidiendo su bautismo. Le recibió luego de mano de san Juan y, al pronunciar la forma de este sacramento, vino el Espíritu Santo en forma visible sobre el bautizado, que después fue varón de grande santidad. Y la divina Madre hizo un cántico de alabanza del Señor por este beneficio.

549. Otra mujer de Jerusalén, ya bautizada, apostató de la fe, engañada del demonio por medio de una hechicera deuda suya. Tuvo noticia nuestra gran Reina de la caída de aquella alma, porque todo lo conoció en la vista del Señor. Y dolorida de este suceso, trabajó con muchos ejercicios, lágrimas y peticiones por la reducción de aquella mujer, que siempre es más difícil en los que voluntariamente se apartan del camino que una vez comenzaron de la vida eterna. Pero los ruegos de María santísima alcanzaron el remedio de esta alma engañada de la serpiente. Y luego conoció la Reina que convenía la amonestase y exhortase el evangelista, para traerla al conocimiento de su pecado. Lo ejecutó san Juan y la mujer le oyó y se confesó con él, y fue restituida a la gracia. Y María santísima la exhortó después para que perseverase y resistiese al demonio.

550. No tenía Lucifer y sus demonios por este tiempo atrevimiento para inquietar la Iglesia en Jerusalén, porque estando allí la poderosa Reina temían llegarse tan cerca y su virtud los amedrentaba y ahuyentaba. Con esto, pretendieron hacer presa en algunos fieles bautizados hacia la parte del Asia donde predicaban san Pablo y otros apóstoles y pervirtieron a algunos para que apostatasen y turbasen o impidiesen la predicación. Conoció en Dios la celosísima Princesa estas maquinaciones del dragón y pidió a Su Majestad el remedio, si convenía ponerle en aquel daño. Tuvo por respuesta que obrase como Madre, como Reina y Señora de todo lo criado y que tenía gracia en los ojos del Altísimo. Con este permiso del Señor se vistió de invencible fortaleza y, como la fiel esposa que se levanta del tálamo o del trono de su esposo y toma sus propias armas para defenderle de quien pretende injuriarle, así la valerosa Señora con las armas del poder divino se levantó contra el dragón y le quitó la presa de la boca, hiriéndole con su imperio y virtudes y mandándole caer de nuevo al profundo; y como lo mandó María santísima se ejecutó. Otros innumerables sucesos de esta condición se podían referir entre las maravillas que obró nuestra Reina, pero bastan éstos para que se conozca el estado que tenía y el modo con que en él obraba.

551. El cómputo de los años en que recibió María santísima este beneficio se debe hacer para mayor adorno de esta Historia, resumiendo lo que arriba se ha dicho en otros capítulos (Cf. supra n.376,465,496). Cuando fue de Jerusalén a Efeso tenía de edad cincuenta y cuatro años, tres meses y veintiséis días, y fue el año del nacimiento de cuarenta, a seis de enero. Estuvo en Efeso dos años y medio y volvió a Jerusalén el año de cuarenta y dos, a seis de julio, y de su edad cincuenta y seis y diez meses. El concilio primero, que arriba dijimos (Cf. supra n.496), celebraron los apóstoles dos meses después que la Reina volvió de Efeso; de manera que en el tiempo de este concilio cumplió María santísima cincuenta y siete años de edad. Luego sucedieron las batallas y triunfos y el pasar al estado que se ha dicho (Cf. supra n.535) entrando en cincuenta y ocho años, y de Cristo nuestro Salvador cuarenta y dos y nueve meses. Le duró este estado los mil doscientos y sesenta días que dice san Juan en el capítulo 12 y pasó al que diré adelante (Cf. infra n.601,607).

Doctrina que me dio la Reina del cielo María Santísima.

552. Hija mía, ninguno de los mortales tiene excusa para no componer su vida a la imitación de la de mi Hijo santísimo y la mía, pues para todos fuimos ejemplo y dechado donde todos hallasen que seguir cada uno en su estado, en que no tiene disculpa si no es perfecto a vista de su Dios humanado, que se hizo maestro de santidad para todos. Pero algunas almas elige su divina voluntad y las aparta del orden común para que en ellas se logre más el fruto de su sangre, se conserve la imitación más perfecta de su vida y de la mía y resplandezcan en la santa Iglesia la bondad, omnipotencia y misericordia divina. Y cuando estas almas escogidas para tales fines corresponden al Señor con fidelidad y fervoroso amor, es ignorancia muy terrena admirarse los demás de que se muestre con ellas el Señor tan liberal y poderoso en hacerles beneficios y favores sobre el pensamiento humano. Quien pone duda en esto, quiere impedir a Dios la gloria que él mismo pretende conseguir en sus obras, y se las quiere medir con la cortedad y bajeza de la capacidad humana, que en tales incrédulos de ordinario está más depravada y oscurecida con pecados.

553. Y si las mismas almas elegidas por Dios son tan groseras que le pongan en duda sus beneficios o no se disponen para recibirlos y usar de ellos con prudencia y con el peso y estimación que piden las obras del Señor, sin duda se da Su Majestad por más ofendido de estas almas que de los otros a quien no distribuyó tantos dones ni talentos. No quiere el Señor que se desprecie y arroje a los perros el pan de los hijos (Mt 15,26), ni las margaritas a quien las pise y maltrate (Mt 7,6), porque estos beneficios de particular gracia son lo segregado por su altísima providencia y lo principal del precio de la redención humana. Atiende, pues, carísima, que cometen esta culpa las almas que con desconfianza se dejan desfallecer en los sucesos adversos o más arduos y las que se encogen o impiden al Señor para que no se sirva de ellas como de instrumentos de su poder para todo lo que es servido. Y esta culpa es más reprensible, cuando no quieren confesar a Cristo en estas obras por temor humano del trabajo que se les puede seguir y de lo que dirá el mundo de estas novedades. De manera que sólo quieren servir y hacer la voluntad del Señor cuando se ajusta con la suya y si han de obrar alguna cosa de virtud ha de ser con tales y tales comodidades; si han de amar, ha de ser dejándolas en la tranquilidad que ellas apetecen; si han de creer y estimar los beneficios, ha de ser gozando de caricias; pero en llegando la adversidad o el trabajo para padecerle por Dios, luego entra el descontento y la tristeza, el despecho y la impaciencia, con que se halla frustrado el Señor en sus deseos y ellas incapaces de lo perfecto de las virtudes.

554. Todo esto es defecto de prudencia, de ciencia y amor verdadero, que hace a estas almas inhábiles y sin provecho para sí y para otras. Porque primero se miran a sí mismas que a Dios y se gobiernan por su amor más que por el amor y caridad divina y tácitamente cometen una gran osadía porque quieren gobernar al mismo Dios y aun reprenderle, pues dicen que hicieran por él muchas cosas si fueran con éstas y aquellas condiciones pero sin ellas no pueden, porque no quieren aventurar su crédito o su quietud, aunque sea por el bien común y por la mayor gloria de Dios. Y porque esto no lo dicen tan claro, piensan que no cometen esta culpa tan atrevida, que el demonio les oculta para que la ignoren cuando la hacen.

555. Para que te guardes, hija mía, de cometer esta monstruosidad, pondera con discreción lo que de mí escribes y entiendes y cómo quiero que lo imites. Yo no podía caer en estas culpas y con todo eso mi continuo desvelo y peticiones eran para obligar al Señor a que gobernase todas mis acciones por solo su voluntad santa y agradable y no me dejase libertad para hacer obra alguna que no fuese de su mayor beneplácito, y para esto procuraba de mi parte el olvido y retiro de todas las criaturas. Tú estás sujeta a pecar y sabes cuántos lazos te ha puesto el dragón por sí y por las criaturas para que cayeras en ellos. Luego razón será que no descanses en pedir al Todopoderoso te gobierne en tus acciones y que cierres las puertas de tus sentidos de manera que a tu interior no pase imagen ni figura de cosa mundana o terrena. Renuncia, pues, el derecho de tu libre voluntad en la. divina y cédele al gusto de tu Señor y mío. Y en lo forzoso de tratar con las criaturas, en lo que te obliga la divina ley y caridad, no admitas otra cosa más de lo que para esto es inexcusable y luego pide que se borren de tu interior todas las especies de lo no necesario. Consulta todas tus obras, palabras y pensamientos con Dios, conmigo o con tus ángeles, que estamos siempre contigo, y si puedes con tu confesor, y sin esto ten por sospechoso y peligroso todo lo que haces y determinas, y ajustándolo todo con mi doctrina conocerás si disuena o se conforma con ella.

556. Sobre todo y para todo nunca pierdas de vista al ser de Dios, pues la fe y la luz que sobre ella has recibido te sirven para esto. Y porque éste ha de ser el último fin, quiero que desde la vida mortal comiences a conseguirle en el modo que en ella te es posible con la divina gracia. Para esto es ya tiempo que te sacudas de los temores y vanas fabulaciones con que ha pretendido el enemigo embarazarte y detenerte para que no des constante crédito a los beneficios y favores del Señor. Acaba ya de ser fuerte y prudente en esta fe y confianza y entrégate del todo al beneplácito de' Su Majestad, para que en ti y de ti haga lo que fuere servido.

CAPITULO 9

De Nuevo a Tapa

El principio que tuvieron los evangelistas y sus evangelios y lo que en esto hizo María santísima; se apareció a san Pedro en Antioquía y en Roma y otros favores semejantes con otros apóstoles.

557. He declarado, cuanto me ha sido permitido, el estado en que nuestra gran Reina y Señora quedó después del primer concilio de los apóstoles y de las victorias que alcanzó del dragón infernal y sus demonios. Y aunque las obras maravillosas que hizo en estos tiempos y en todos no se pueden reducir a historia ni a breve suma, entre todas se me ha dado luz para escribir el principio que tuvieron los cuatro evangelistas y sus evangelios y lo que obró en ellos María santísima y el cuidado con que gobernaba a los apóstoles ausentes y el modo milagroso con que lo hacía. En la segunda parte y en muchas ocasiones de esta Historia queda escrito (Cf. supra p.II n.790,797,846; p.III n.210,214) que la divina Madre tuvo noticia de todos los misterios de la ley de gracia y de los evangelios y Escrituras santas que para fundarla y establecerla se escribirían en ella. En esta ciencia fue confirmada muchas veces (Cf. supra p.II n.1524), en especial cuando subió a los cielos el día de la ascensión con su Hijo santísimo. Y desde aquel día, sin omitir alguno, hizo particular petición postrada en tierra para que el Señor diese su divina luz a los sagrados apóstoles y escritores y ordenase que escribiesen cuando fuese el tiempo más oportuno.

558. Después de esto, en la ocasión que la misma Reina estuvo en el cielo y bajó de él con la Iglesia que se le entregó, como dije en el capítulo 6 de este libro (Cf. supra n.494-495), la manifestó el Señor que ya era tiempo de comenzar a escribir los sagrados evangelios, para que ella lo dispusiese como Señora y Maestra de la Iglesia. Pero con su profunda humildad y discreción alcanzó del mismo Señor que esto se ejecutase por mano de san Pedro, como vicario suyo y cabeza de la Iglesia, y que le asistiese su divina luz para negocio de tanto peso. Se lo concedió todo el Altísimo y cuando los apóstoles se juntaron en aquel concilio que refiere san Lucas (Act 15,6) en el capítulo 15, después que resolvieron las dudas de la circuncisión, como queda dicho en el capítulo 6, propuso san Pedro a todos que era necesario escribir los misterios de la vida de Cristo nuestro Salvador y Maestro para que todos sin diferencia ni discordia los enseñasen en la Iglesia y con esta luz se desterrase la antigua ley y se plantase la nueva.

559. Este intento había comunicado san Pedro con la Madre de la sabiduría. Y habiéndole aprobado todo el concilio, invocaron al Espíritu Santo para que señalase a quiénes de los apóstoles y discípulos se cometería el escribir la Vida del Salvador. Luego descendió una luz del cielo sobre el apóstol san Pedro y se oyó una voz que decía: El Pontífice y cabeza de la Iglesia señale cuatro que escriban las obras y doctrina del Salvador del mundo. Se postró en tierra el apóstol y le siguieron los demás y dieron al Señor gracias por aquel favor; y levantándose todos habló san Pedro y dijo: Mateo, nuestro carísimo hermano, dé luego principio y escriba su evangelio en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y Marcos sea el segundo que también escriba el evangelio en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Lucas sea el tercero que lo estriba en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y nuestro carísimo hermano Juan también sea el cuarto y último que escriba los misterios de nuestro Salvador y Maestro, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Este nombramiento confirmó el Señor con la misma luz divina que estuvo en san Pedro hasta que lo hizo y fue aceptado por todos los nombrados.

560. Dentro de pocos días determinó san Mateo escribir su evangelio, que fue el primero. Y estando en oración una noche en un aposento retirado en la casa del cenáculo, pidiendo luz al Señor para dar principio a su Historia, se, le apareció María santísima en un trono de gran majestad y resplandor, sin haberse abierto las puertas del aposento donde el apóstol oraba. Y cuando vio a la Reina del cielo, se postró sobre la cara con admirable reverencia y temor. Le mandó la gran Señora que se levantase y así lo hizo pidiéndola la bendijese; luego le habló María santísima y le dijo: Mateo, siervo mío, el Todopoderoso me envía con su bendición para que con ella deis principio al sagrado evangelio que por buena suerte os ha tocado escribir. Para esto asistirá en voz su divino Espíritu y yo se lo pediré con todo el afecto de mi alma. Pero de mí no conviene que escribáis otra cosa fuera de lo que es forzoso para manifestar la encarnación y misterios del Verbo humanado y plantar su fe santa en el mundo como fundamento de la Iglesia. Y asentada esta fe, vendrán otros siglos en que dará el Altísimo noticia a los fieles de los misterios y favores que su brazo poderoso obró conmigo, cuando sea necesario manifestarlos. Ofreció san Mateo obedecer a este mandato de la Reina y consultando con ella el orden de su evangelio descendió sobre él el Espíritu Santo en forma visible y en presencia de la misma Señora comenzó a escribirle como en él se contiene. Desapareció María santísima y san Mateo prosiguió la Historia, aunque la acabó después en Judea, y la escribió en lengua hebrea el año del Señor de cuarenta y dos.

561. El evangelista san Marcos escribió su evangelio cuatro años después, que fue el de cuarenta y seis del nacimiento de Cristo, y también lo escribió en hebreo, y en Palestina. Y para comenzar a escribir pidió al ángel de su guarda diese noticia a la Reina del cielo de su intento y la pidiese su favor y que le alcanzase la divina luz de lo que había de escribir. Hizo la piadosa Madre esta petición y luego mandó el Señor a los ángeles que la llevasen, con la majestad y orden que solían, a la presencia del evangelista que perseveraba en su oración. Le apareció la gran Reina del Cielo en un trono de grande hermosura y refulgencia y postrándose el evangelista ante el trono dijo: Madre del Salvador del mundo y Señora de todo lo criado, indigno soy de este favor, aunque siervo de vuestro Hijo santísimo y también lo soy vuestro. Respondió la divina Madre: El Altísimo, a quien servís y amáis, me envía para que os asegure que oye vuestras peticiones y su divino Espíritu os gobernará para escribir el evangelio que os ha mandado. Y luego le ordenó que no escribiese los misterios que tocaban a ella, como lo hizo a san Mateo. Y al punto descendió en forma visible de grandiosa refulgencia el Espíritu Santo, bañando exteriormente al evangelista y llenándole de nueva luz interior, y en presencia de la misma Reina dio principio a su evangelio. Tenía la Princesa del cielo en esta ocasión sesenta y un años de edad. San Jerónimo dice que san Marcos escribió en Roma su breve evangelio a instancia de los fieles que allí estaban, pero advierto que éste fue traslado o copia del que había escrito en Palestina, y porque no le tenían en Roma los cristianos ni tampoco tenían otro le volvió a escribir en lengua latina, que era la romana.

562. Dos años después, que fue el cuarenta y ocho, y de la Virgen el sesenta y tres, escribió san Lucas en lengua griega su evangelio. Y para comenzarle a escribir, se le apareció María como a los otros dos evangelistas. Y habiendo conferido con la divina Madre que, para manifestar los misterios de la encarnación y vida de su Hijo santísimo, era necesario declarar el modo y orden de la concepción del Verbo humanado y otras cosas que tocaban a la verdad de ser Su Alteza Madre natural de Cristo, por esto se alargó san Lucas más que los otros evangelistas en lo que escribió de María santísima, reservando los secretos y maravillas que le tocaban por ser Madre de Dios, como ella misma se lo ordenó al evangelista. Y luego descendió sobre él el Espíritu Santo y en presencia de la gran Reina comenzó su evangelio, como Su Majestad principalmente le informó. Quedó san Lucas devotísimo de esta Señora y jamás se le borraron del interior las especies o imagen que le quedó impresa de haber visto a esta dulcísima Madre en el trono y majestad con que se le apareció en esta ocasión, con que la tuvo presente por toda su vida. Estaba san Lucas en Acaya, cuando le sucedió este aparecimiento y escribió su evangelio.

563. El último de los cuatro evangelistas que escribió su evangelio fue el apóstol san Juan en el año del Señor de cincuenta y ocho. Y le escribió en lengua griega estando en el Asia Menor, después del glorioso Tránsito y Asunción de María santísima, contra los errores y herejías que luego comenzó a sembrar el demonio, como arriba dije (Cf. supra n.522), que principalmente fueron para destruir la fe de la encarnación del Verbo divino, porque, como este misterio había humillado y vencido a Lucifer, pretendió luego hacer la batería de las herejías contra él. Y por esta causa el evangelista san Juan escribió tan altamente y con más argumentos para probar la divinidad real y verdadera de Cristo nuestro Salvador, adelantándose en esto a los otros evangelistas.

564. Y para dar principio a su evangelio, aunque María santísima estaba ya gloriosa en los cielos, descendió de ellos personalmente con inefable majestad y gloria, acompañada de millares de ángeles de todas las jerarquías y coros y se le apareció a san Juan y le dijo: Juan, hijo mío y siervo del Altísimo, ahora es tiempo oportuno que escribáis la vida y misterios de mi Hijo santísimo, y deis muy expresa noticia de su divinidad al mundo, para que le conozcan todos los mortales por Hijo del eterno Padre y verdadero Dios como verdadero Hombre. Pero los misterios y secretos que de mí habéis conocido, no es tiempo de que los escribáis ahora ni los manifestéis al mundo, tan acostumbrado a idolatría, porque no los conturbe Lucifer a los que han de recibir ahora la santa fe de su Redentor y de la beatísima Trinidad. Para todo asistirá en usted el Espíritu Santo y en mi presencia quiero que comencéis a escribir. El evangelista adoró a la gran Reina del cielo, y fue lleno del Espíritu divino como los demás. Y luego dio principio a su evangelio, quedando favorecido de la piadosa Madre, y pidiéndola su bendición y amparo se la dio y ofreció ella para todo lo restante de la vida del apóstol, con que se volvió a la diestra de su Hijo santísimo. Este fue el principio que tuvieron los sagrados evangelios por medio e intervención de María santísima, para que todos estos beneficios reconozca la Iglesia haberlos recibido por su mano. Y para continuar esta Historia ha sido necesario anticipar la relación de los evangelistas.

565. Pero en el estado que la gran Señora tenía después del concilio de los apóstoles, así como vivía más elevada de la ciencia y vista abstractiva de la divinidad, así también se adelantó en el cuidado y solicitud de la Iglesia, que cada día iba creciendo en todo el orbe. Especialmente atendía, como verdadera Madre y Maestra, a todos los apóstoles, que eran como parte de su corazón donde los tenía escritos. Y porque luego que celebraron aquel concilio se alejaron de Jerusalén, quedando allí solos san Juan y Santiago el Menor, con esta ausencia les tuvo la piadosa Madre una natural compasión de los trabajos y penalidades que padecían en la predicación. Los miraba con esta compasión en sus peregrinaciones, y con suma veneración por la santidad y dignidad que tenían como sacerdotes, apóstoles de su Hijo santísimo, fundadores de su Iglesia, predicadores de su doctrina y elegidos por la divina Sabiduría para tan altos ministerios de la gloria del Altísimo. Y verdaderamente fue como necesario que, para atender y cuidar de tantas cosas en toda la esfera de la santa Iglesia, levantase Dios a la gran Señora y Maestra al estado que tenía, porque en otro más inferior no pudiera tan convenientemente y acomodadamente encerrar en su pecho tantos cuidados y gozar de la tranquilidad, paz y sosiego interior que tenía.

566. Y a más de la noticia que la gran Reina tenía en Dios del estado de la Iglesia, encargó de nuevo a sus ángeles que cuidasen de todos los apóstoles y discípulos que predicaban y que acudiesen con presteza a socorrerlos y consolarlos en sus tribulaciones; pues todo lo podían hacer con la actividad de su naturaleza y nada les embarazaba para ver juntamente y gozar de la cara de Dios, y la importancia de fundar la Iglesia era tan grande y ellos debían ayudar a ella como ministros del Altísimo y obras de su mano. Les ordenó también que le diesen aviso de todo lo que hacían los apóstoles y singularmente cuando tuviesen necesidad de vestiduras, porque de esto quiso cuidar la vigilante Madre para que anduvieran vestidos uniformemente, como lo hizo cuando los despidió de Jerusalén, de que hablé en su lugar (Cf. supra n.237). Y con esta prudentísima atención, todo el tiempo que vivió la gran Señora tuvo cuidado que los apóstoles no anduviesen vestidos con diferencia alguna en el hábito exterior, pero todos vistiesen una forma y color de vestido semejante al que tuvo su Hijo santísimo. Y para esto les hilaba y tejía las túnicas por sus manos, ayudándola en esto los ángeles, por cuyo ministerio se las remitía a donde los apóstoles estaban, y todas eran semejantes a las de Cristo nuestro Señor, cuya doctrina y vida santísima quiso la gran Madre que predicasen también los apóstoles con el hábito exterior. En lo demás necesario para la comida y sustento los dejó a la mendicación y al trabajo de sus manos y limosnas que les ofrecían.

567. Por el mismo ministerio de los ángeles y orden de su gran Reina fueron socorridos los apóstoles muchas veces en sus peregrinaciones y en las tribulaciones y aprietos que padecían por la persecución de los gentiles y judíos y de los demonios que los irritaban contra los predicadores del evangelio. Los visitaban muchas veces visiblemente, hablándoles y consolándolos de parte de María santísima. Otras veces lo hacían interiormente sin manifestarse; otras los sacaban de las cárceles; otras les daban avisos de los peligros y asechanzas; otras los encaminaban por los caminos y los llevaban de unos lugares a otros a donde convenía que predicasen, y les informaban de lo que debían hacer, conforme a los tiempos, lugares y naciones. Y de todo esto daban aviso los mismos ángeles a la divina Señora, que sola ella cuidaba de todos y trabajaba en todos y más que todos. Y no es posible referir los cuidados, diligencias y solicitud de esta piadosísima Madre en particular, porque no pasaba día ni noche alguna en que no obrase muchas maravillas en beneficio de los apóstoles y de la Iglesia. Y sobre todo les escribía muchas veces con divinas advertencias y doctrina con que los animaba, exhortaba y llenaba de nueva consolación y esfuerzo.

568. Pero lo que más admira es que, no sólo los visitaba por medio de los santos ángeles y por cartas, mas algunas veces se les aparecía ella misma cuando la invocaban o estaban en alguna gran tribulación y necesidad. Y aunque todo esto sucedió con muchos de los apóstoles, fuera de los evangelistas de que ya he dicho (Cf. supra n. 560ss), sólo haré aquí relación de los aparecimientos que hizo con san Pedro, que como cabeza de la Iglesia tuvo mayor necesidad de la asistencia y consejos de María santísima. Por esta causa le remitía ella más de ordinario los ángeles, y el santo los que tenía como pontífice de la Iglesia, y la escribía y comunicaba más que los otros apóstoles. Luego después del concilio de Jerusalén caminó san Pedro al Asia Menor y paró en Antioquía, donde puso la primera vez la Silla pontifical. Y para vencer las dificultades que sobre esto se le ofrecieron, se halló el vicario de Cristo con algún aprieto y aflicción de que María santísima tuvo conocimiento y él tuvo necesidad del favor de la gran Señora. Y para dársele como convenía a la importancia de aquel negocio la llevaron los ángeles a la presencia de san Pedro en un trono de majestad, como otras veces he dicho (Cf. supra n.193,399). Apareció al apóstol, que estaba en oración, y cuando la vio tan refulgente se postró en tierra con los ordinarios fervores que acostumbraba, y hablando con la gran Señora la dijo bañado en lágrimas: ¿De dónde a mí pecador que la Madre de mi Redentor y Señor venga a donde yo estoy? La gran Maestra de los humildes descendió del trono que estaba y templándose sus resplandores se hincó de rodillas y pidió la bendición al Pontífice de la Iglesia. Y sólo con él hizo esta acción que con ninguno de los apóstoles había hecho cuando les aparecía; aunque fuera de los aparecimientos, cuando les hablaba naturalmente, les pedía la bendición de rodillas.

569. Pero como san Pedro era vicario de Cristo y cabeza de la Iglesia procedió con él diferentemente y descendió del trono de majestad en que iba la gran Reina y le respetó como viadora y que vivía en la misma Iglesia en carne mortal. Y hablando luego familiarmente con el santo apóstol, trataron tos negocios arduos que convenía resolver. Y uno de ellos, fue que desde entonces se comenzasen a celebrar en la Iglesia algunas festividades del Señor. Y con esto volvieron los ángeles a María santísima desde Antioquía a Jerusalén. Y después que san Pedro pasó a Roma para trasladar allí la Silla apostólica, como lo había ordenado nuestro Salvador, se le apareció otra vez al mismo apóstol. Y allí determinaron que en la Iglesia romana mandase celebrar la fiesta del Nacimiento de su Hijo santísimo y la Pasión e Institución del santísimo Sacramento todo junto, como lo hace la Iglesia el Jueves Santo. Y después de muchos años se ordenó en ella la festividad del Corpus, señalándose día sólo el jueves primero después de la octava de Pentecostés, como ahora lo celebramos. Pero la primera del Jueves Santo manó de san Pedro, y también la fiesta de la Resurrección y los Domingos y la Ascensión, con las Pascuas y otras costumbres que tiene la Iglesia romana desde aquel tiempo hasta ahora, y todas fueron con orden y consejo de María santísima. Después de esto vino san Pedro a España y visitó algunas Iglesias fundadas por Jacobo y volvió a Roma dejando fundadas otras.

570. En otra ocasión, antes y más cerca del glorioso tránsito de la divina Madre, estando también san Pedro en Roma, se movió una alteración contra los cristianos, en que todos y san Pedro con ellos se hallaron muy apretados y afligidos. Se acordaba el apóstol de los favores que en sus tribulaciones había recibido de la gran Reina del mundo yen la que entonces se hallaba echaba menos su consejo y el aliento que con él recibía. Pidió a los ángeles de su guarda y de su oficio manifestasen su trabajo y necesidad a la beatísima Madre, para que le favoreciese en aquella ocasión con su eficaz intercesión con su Hijo santísimo, pero Su Majestad, que conocía el fervor y humildad de su vicario san Pedro, no quiso frustrarle sus deseos. Para esto mandó a los santos ángeles del apóstol que le llevasen a Jerusalén, a donde estaba María santísima. Luego ejecutaron este mandato y llevaron los ángeles a san Pedro al cenáculo y presencia de su Reina y Señora. Con este singular beneficio crecieron los fervorosos afectos del apóstol y se postró en tierra en presencia de María santísima lleno de gozo y lágrimas de ver cumplido lo que en su corazón había deseado. Le mandó la gran Señora que se levantase y ella se postró y dijo: Señor mío, dad la bendición a vuestra sierva como vicario de Cristo, mi Señor y mi Hijo santísimo. Obedeció san Pedro y la dio su bendición y luego dieron gracias por el beneficio que le había hecho el Omnipotente en concederle lo que deseaba y, aunque la humilde Maestra de las virtudes no ignoraba la tribulación de san Pedro y de los fieles de Roma, le oyó que se la contase como había sucedido.

571. Le respondió María santísima todo lo que en ella convenía saber y hacer, para sosegar aquel alboroto y pacificar la Iglesia de Roma. Y habló con tal sabiduría a san Pedro que, si bien él tenía altísimo concepto de la prudentísima Madre, como en esta ocasión la conoció con nueva experiencia y luz, quedó fuera de sí de admiración y júbilo y la dio humildes gracias por aquel nuevo favor; y dejándole informado de muchas advertencias para fundar la Iglesia de Roma, le pidió la bendición otra vez y le despidió. Los ángeles volvieron a san Pedro a Roma y María santísima quedó postrada en tierra en la forma de cruz que acostumbraba, pidiendo al Señor sosegase aquella persecución. Y así lo alcanzó, porque en volviendo san Pedro halló las cosas en mejor estado y luego los cónsules dieron permiso a los profesores de la Ley de Cristo para que libremente la guardasen. Con estas maravillas que he referido se entenderá algo de las que hacía María santísima en el gobierno de los apóstoles y de la Iglesia, porque si todas se hubieran de escribir fueran menester más volúmenes de libros que aquí escribo yo líneas. Y así me excuso de alargarme más en esto, para decir en lo restante de esta Historia los inauditos y admirables beneficios que hizo Cristo nuestro Redentor con la divina Madre en los últimos años de su vida; aunque confieso, por lo que he entendido, no diré más que algún indicio, para que la piedad cristiana tenga motivos de discurrir y alabar al Omnipotente, autor de tan venerables sacramentos.

Doctrina que me dio la Reina de los ángeles.

572. Hija mía carísima, en otras ocasiones te he manifestado una querella que tengo, entre las demás, contra los hijos de la santa Iglesia, y en especial contra las mujeres, en quienes la culpa es mayor y para mí más aborrecible, por lo que se opone a lo que yo hice viviendo en carne mortal; y quiero repetírtela en este capítulo, para que tú me imites, y te alejes de lo que hacen otras mujeres estultas hijas de Belial. Esto es, que tratan a los sacerdotes del Altísimo sin reverencia, estimación ni respeto. Esta culpa crece cada día más en la Iglesia y por eso renuevo yo este aviso que otras veces dejas escrito. Dime, hija mía, ¿en qué juicio cabe que los sacerdotes ungidos del Señor, consagrados y elegidos para santificar al mundo y para representar a Cristo y consagrar su cuerpo y sangre, éstos sirvan a unas mujeres viles, inmundas y terrenas? ¿Que ellos estén en pie y descubiertos y hagan reverencia a una mujer soberbia y miserable, sólo porque ella es rica y él es pobre? Pregunto yo, ¿si el sacerdote pobre tiene menor dignidad que el rico? ¿O si las riquezas dan mayor o igual dignidad, potestad y excelencia que la da mi Hijo santísimo a sus sacerdotes y ministros? Los ángeles no reverencian a los ricos por su hacienda, pero respetan a los sacerdotes por su altísima dignidad. Pues ¿cómo se admite este abuso y perversidad en la Iglesia, que los cristos del Señor sean ultrajados y despreciados de los mismos fieles, que los conocen y confiesan por santificados del mismo Cristo?

573. Verdad es que son muy culpados y reprensibles los mismos sacerdotes en sujetarse con desprecio de su dignidad al servicio de otros hombres y mucho más de mujeres. Pero si los sacerdotes tienen alguna disculpa en su pobreza, no la tienen en su soberbia los ricos, que por hallar pobres a los sacerdotes los obligan a ser siervos, cuando en hecho de verdad son señores. Esta monstruosidad es de grande horror para los santos y muy desagradable para mis ojos, por la veneración que tuve a los sacerdotes. Grande era mi dignidad de Madre del mismo Dios y me postraba a sus pies y muchas veces besaba el suelo donde ellos pisaban y lo tenía por grande dicha. Pero la ceguedad del mundo ha oscurecido la dignidad sacerdotal, confundiendo lo precioso con lo vil (Jer 15,19), Y ha hecho que en las leyes y desórdenes el sacerdote sea como el pueblo (Is 24,2), y de unos y otros se dejan servir sin diferencia; y el mismo ministro que ahora está en el altar ofreciendo al Altísimo el tremendo sacrificio de su sagrado cuerpo y sangre, ese mismo sale luego de allí a servir y acompañar como siervo hasta a las mujeres, que por naturaleza y condición son tan inferiores y tal vez más indignas en sus pecados.

574. Quiero, pues, hija mía, que tú procures recompensar esta falta y abuso de los hijos de la Iglesia en cuanto fuere posible. Y te hago saber que para esto desde el trono de la gloria que tengo en el cielo miro con veneración y respeto a los sacerdotes que están en la tierra. Tú los has de mirar siempre con tanta reverencia como cuando están en el altar o con el santísimo Sacramento en sus manos o en su pecho; y hasta los ornamentos y cualquiera vestidura de los sacerdotes has de tener en gran veneración, y con esta reverencia hice yo las túnicas para los apóstoles. A más de las razones que has escrito y entendido de los sagrados evangelios y todas las Escrituras divinas, conocerás la estimación en que las debes tener por lo que en sí encierran y contienen y por el modo con que ordenó el Altísimo que los evangelistas los escribiesen, y en ellos y en los demás asistió el Espíritu Santo para que la Santa Iglesia quedase rica y próspera con la abundancia de la doctrina, de ciencia y luz de los misterios del Señor y de sus obras. Al Pontífice romano has de tener suma obediencia y veneración sobre todos los hombres y cuando le oyeres nombrar le harás reverencia inclinando la cabeza, como cuando oyes el nombre de mi Hijo y el mío, porque en la tierra está en lugar de Cristo, y yo cuando vivía en el mundo y nombraban a san Pedro le hacía reverencia. En todo esto te quiero advertida, perfecta imitadora y seguidora de mis pasos, para que practiques mi doctrina y halles gracia en los ojos del Altísimo, a quien todas estas obras obligan mucho y ninguna es pequeña en su presencia si por su amor se hiciere.

CAPITULO 10

De Nuevo a Tapa

La memoria y ejercicios de la pasión que tenía María santísima y la veneración con que recibía la sagrada comunión y otras obras de su vida perfectísima.

575. Sin faltar la gran Reina del cielo al gobierno exterior de la Iglesia, como hasta ahora dejo escrito, tenía a solas otros ejercicios y obras ocultas con que merecía y granjeaba innumerables dones y beneficios de la mano del Altísimo, así en común para todos los fieles, como para millares de almas que por estos medios ganó para la vida eterna. De estas obras y secretos no sabidos escribiré lo que pudiere en estos últimos capítulos para nuestra enseñanza y admiración y gloria de esta beatísima Madre. Para esto advierto que, por muchos privilegios de que gozaba la gran Reina del cielo, tenía siempre presente en su memoria toda la vida, obras y misterios de su Hijo santísimo, porque, a más de la continua visión abstractiva que tenía siempre de la divinidad en estos últimos años y en ella conocía todas las cosas, le concedió el Señor desde su concepción que no olvidase lo que una vez conocía y aprendía, porque en esto gozaba de privilegio de ángel, como en la primera parte queda escrito (Cf. supra p.I n.537,604).

576. También dije en la segunda parte (Cf. supra p.II n.1264,1274,1287,1341), escribiendo la pasión, que la divina Madre sintió en su cuerpo y alma purísima todos los dolores de los tormentos que recibió y padeció nuestro Salvador Jesús, sin que nada se le ocultase, ni dejase de padecerlo con el mismo Señor. Y todas las imágenes o especies de la pasión quedaron impresas en su interior, como cuando las recibió, porque así lo pidió Su Alteza al Señor. Y éstas no se le borraron, como las otras imágenes sensibles que arriba dije (Cf. supra n.540) para la visión de la divinidad, antes se las mejoró Dios, para que con ellas se compadeciese milagrosamente gozar de aquella vista y sentir juntamente los dolores, como la gran Señora lo deseaba, por el tiempo que fuese viadora en carne mortal; porque a este ejercicio se dedicó toda, cuanto era de parte de su voluntad. No permitía su fidelísimo y ardentísimo amor vivir sin padecer con su dulcísimo Hijo, después que le vio y acompañó en su pasión. Y aunque Su Majestad la hizo tan raros beneficios y favores, como de todo este discurso se puede entender, pero estos regalos fueron prendas y demostraciones del amor recíproco de su Hijo santísimo, que, a nuestro modo de entender, no podía contenerse ni dejar de tratar a su Madre purísima como Dios de amor, omnipotente y rico en misericordias infinitas. Mas la prudentísima Virgen no los pedía ni apetecía, porque sólo deseaba la vida para estar crucificada con Cristo, continuar en sí misma los dolores, renovar su pasión, y sin esto le parecía ocioso y sin fruto vivir en carne pasible.

577. Para esto ordenó sus ocupaciones de tal manera que siempre tuviese en su interior la imagen de su Hijo santísimo, lastimado, afligido, llagado, herido y desfigurado de los tormentos de su pasión, y dentro de sí misma le miraba en esta forma como en un espejo clarísimo. Oía las injurias, oprobios, denuestos y blasfemias que padeció, con los lugares, tiempos y circunstancias que todo sucedió, y lo miraba todo junto con una vista viva y penetrante. Y aunque a la de este doloroso espectáculo por todo el discurso del día continuaba heroicos actos de virtudes y sentía gran dolor y compasión, pero no se contentó su prudentísimo amor con estos ejercicios. Y para algunas horas y tiempos determinados en que estaba sola, ordenó otros con sus ángeles, particularmente con aquellos que dije en la primera parte (Cf. supra p.I n.208,373) traían consigo las señales o divisas de los instrumentos de la pasión. Con éstos en primer lugar, y luego con los demás ángeles, dispuso que le ayudasen y asistiesen en los ejercicios siguientes.

578. Para cada especie de llagas y dolores que padeció Cristo nuestro Salvador hizo particulares oraciones y salutaciones con que las adoraba y daba especial veneración y culto. Para las palabras injuriosas de afrenta y menosprecio, que dijeron los judíos y los otros enemigos a Cristo, así por la envidia de sus milagros como por venganza y furor en su vida y pasión santísima, por cada una de estas injurias y blasfemias hizo un cántico particular, en que daba al Señor la veneración y honra que los enemigos pretendieron negarle y oscurecerla. Por otros gestos, burlas y menosprecios que le hicieron, por cada uno hacía Su Alteza profundas humillaciones, genuflexiones y postraciones, y de esta manera iba recompensando y como deshaciendo los oprobios y desacatos que recibió su Hijo santísimo en su vida y pasión, y confesaba su divinidad, humanidad, santidad, milagros, obras y doctrina, y por todo esto le daba gloria, virtud y magnificencia; y en todo la acompañaban los santos ángeles y la respondían admirados de tal sabiduría, fidelidad y amor en una pura criatura.

579. Y cuando María santísima no hubiera tenido otra ocupación en toda su vida más que estos ejercicios de la pasión, en ellos hubiera trabajado y merecido más que todos los santos en todo cuanto han hecho y padecido por Dios. Y con la fuerza del amor y de los dolores que sentía en estos ejercicios, fue muchas veces mártir, pues tantas hubiera muerto en ellos si por virtud divina no fuera preservada para más méritos y gloria, Y si todas estas obras ofrecía por la Iglesia, como lo hacía con inefable caridad, consideremos la deuda que sus hijos los fieles tenemos a esta Madre de clemencia que tanto acrecentó el tesoro de que somos socorridos los miserables hijos de Eva. Y porque nuestra meditación no sea tan cobarde o tibia, digo que los efectos de la que tenía María santísima fueron inauditos; porque muchas veces lloraba sangre hasta bañársele todo el rostro, otras sudaba con la agonía no sólo agua, sino sangre hasta correr al suelo y, lo que más es, se le arrancó o movió algunas veces el corazón de su natural lugar con la fuerza del dolor; y cuando llegaba a tal extremo, descendía del cielo su Hijo santísimo para darle fuerzas y vida y sanar aquella dolencia y herida que su amor había causado o por él había padecido su dulcísima Madre, y el mismo Señor la confortaba y renovaba para continuar los dolores y ejercicios.

580. En estos efectos y sentimientos sólo exceptuaba el Señor los días que la divina Madre celebraba el misterio de la resurrección, como diré adelante (Cf. infra n.674), para que correspondiesen los efectos a la causa. Tampoco eran compatibles algunos de estos dolores y penas con los favores en que redundaban sus efectos al virginal cuerpo, porque el gozo excluía la pena. Pero nunca perdía de vista el objeto de la pasión y con él sentía otros efectos de compasión y mezclaba el agradecimiento de lo que su Hijo santísimo padeció. De manera que en estos beneficios donde gozaba, siempre entraba la pasión del Señor, para templar en algún modo con este agrio la dulzura de otros regalos. Dispuso también con el evangelista san Juan que le diese permiso para recogerse a celebrar la muerte y exequias de su Hijo santísimo el viernes de cada semana, y aquel día no salía de su oratorio. Y san Juan asistía en el cenáculo, para responder a los que la buscaban y para que nadie llegase a él, y si faltaba el evangelista asistía otro discípulo. Se retiraba María santísima a este ejercicio el jueves a las cinco de la tarde y no salía hasta el domingo cerca del mediodía. Y para que en aquellos tres días no se faltase al gobierno y necesidades graves si alguna se ofrecía, ordenó la gran Señora que para esto saliese un ángel en forma de ella misma, y brevemente despachaba lo que era menester si no permitía dilación. Tan próvida y tan atenta era en todas las cosas de caridad para con sus hijos y domésticos.

581. No alcanza nuestra capacidad a decir ni pensar lo que en este ejercicio pasaba por la divina Madre en aquellos tres días; sólo el Señor que lo hacía lo manifestará a su tiempo en la luz de los santos. Lo que yo he conocido tampoco puedo explicarlo y sólo digo que, comenzando del lavatorio de los pies, proseguía María santísima hasta llegar al misterio de la resurrección, y en cada hora y tiempo renovaba en sí misma todos los movimientos, obras, acciones y pasiones como en su Hijo santísimo se habían ejecutado. Hacía las mismas oraciones y peticiones que él hizo, como dijimos en su lugar (Cf. supra pII n.1162,1184,1212). Sentía de nuevo la purísima Madre en su virginal cuerpo todos los dolores y en las mismas partes y al mismo tiempo que los padeció Cristo nuestro Salvador. Llevaba la cruz y se ponía en ella. Y para comprenderlo todo, digo que mientras vivió la gran Señora se renovaba en ella cada semana toda la pasión de su Hijo santísimo. Y en este ejercicio alcanzó del Señor grandes favores y beneficios para los que fueron devotos de su pasión santísima. Y la gran Señora como Reina poderosa les prometió especial amparo y participación de los tesoros de la pasión, porque deseaba con íntimo afecto que en la Iglesia se continuase y conservase esta memoria. Y en virtud de estos deseos y peticiones ha ordenado el mismo Señor que después en la santa Iglesia muchas personas hayan seguido estos ejercicios de la pasión, imitando en ello a su Madre santísima, que fue la primera maestra y autora de tan estimable ocupación.

582. Se señalaba en ellos la gran Reina en celebrar la institución del santísimo sacramento con nuevos cánticos de loores, de agradecimiento y fervorosos actos de amor. Y para esto singularmente convidaba a sus ángeles y a otros muchos que descendían del empíreo cielo para asistirla y acompañarla en estas alabanzas del Señor. Y fue maravilla digna de su omnipotencia, que como la divina Maestra y Madre tenía en su pecho al mismo Cristo sacramentado que, como he dicho arriba, perseveraba de una comunión a otra, enviaba Su Majestad muchos ángeles de las alturas, para que viesen aquel prodigio en su Madre santísima y le diesen gloria y alabanza por los efectos que hacía sacramentado en aquella criatura más pura y santa que los mismos ángeles y serafines, que ni antes ni después vieron obra semejante en todo el resto de las mismas criaturas.

583. Y no era de menor admiración para ellos y lo será para nosotros, que con estar la gran Reina del cielo dispuesta para conservarse dignamente en su pecho Cristo sacramentado, con todo, para recibirle de nuevo cuando comulgaba, que era casi cada día, fuera de los que no salía del oratorio, se disponía y preparaba con nuevos fervores, obras y devociones que tenía para esta preparación. Y lo primero ofrecía para ella todo el ejercicio de la pasión de cada semana; luego, cuando se recogía a prima noche del día de la comunión, comenzaba otros ejercicios de postraciones en tierra, puesta en forma de cruz y otras genuflexiones y oraciones, adorando al ser de Dios inmutable. Pedía licencia al Señor para hablarle y con ella le suplicaba profundamente humilde que no mirando a su bajeza terrena le concediese la comunión de su Hijo santísimo sacramentado, y que para hacerle este beneficio se obligase de su misma bondad infinita y de la caridad que tuvo el mismo Dios humanado en quedarse sacramentado en la santa Iglesia. Le ofrecía su misma pasión y muerte y la dignidad con que se comulgó a sí mismo, la unión de la humana naturaleza con la divina en la persona del mismo Cristo, todas sus obras desde el instante que encarnó en el virginal vientre de ella misma, toda la santidad y pureza de la naturaleza angélica y sus obras, todas las de los justos pasados, presentes y futuros.

584. Luego hacía intensísimos actos de profunda humildad, considerándose polvo y de naturaleza de tierra en comparación del ser de Dios infinito, a quien las criaturas somos tan inferiores y desiguales. Y con esta contemplación de quién era ella y quién era Dios, a quien había de recibir sacramentado, hacía tanta ponderación y tan prudentes afectos, que no hay términos para manifestarlo, porque se levantaba y trascendía sobre los supremos coros de los querubines y serafines; y como entre las criaturas tomaba el último lugar, en su propia estimación, convidaba luego a sus ángeles y a todos los demás y con afecto de incomparable humildad les pedía suplicasen con ella al Señor la dispusiese y preparase para recibirle dignamente porque era criatura inferior y terrena. La obedecían en esto los ángeles y con admiración y gozo la asistían y acompañaban en estas peticiones, en que ocupaba lo más de la noche que precedía a la comunión.

585. Y como la sabiduría de la gran Reina, aunque en sí era finita, es para nosotros incomprensible, nunca se podrá entender dignamente a dónde llegaban las obras y virtudes que ejercitaba y los afectos de amor que tenía en estas ocasiones. Pero solían ser de manera que obligaban al Señor muchas veces a que la visitase o la respondiese, dándole a entender el agrado con que vendría sacramentado a su pecho y corazón, y en él renovaría las prendas de su infinito amor. Cuando llegaba la hora de comulgar, oía primero la misa que de ordinario la decía el evangelista; y aunque entonces no había epístola ni evangelio, que no estaban escritos como ahora, pero la decían con otros ritos y ceremonias y muchos salmos y otras oraciones, pero la consagración fue siempre la misma. En acabando la misa, llegaba la divina Madre a comulgar, precediendo tres genuflexiones profundísimas, y toda enardecida recibía a su mismo Hijo sacramentado, y a quien en su tálamo virginal había dado aquella humanidad santísima le recibía en su pecho y corazón purísimo. Se retiraba en comulgando y si no era muy forzoso salir para alguna grande necesidad de los prójimos perseveraba recogida tres horas. Y en este tiempo el evangelista mereció verla muchas veces llena de resplandor que despedía de sí rayos de luz como el sol.

586. Y para celebrar el sacrificio incruento de la misa, conoció la prudente Madre que convenía tuviesen los apóstoles y sacerdotes diferente ornato y vestiduras misteriosas, fuera de las ordinarias de que se vestían para vivir. Y con este espíritu hizo por sus manos vestiduras y ornamentos sacerdotales para celebrar, dando ella principio a esta costumbre y ceremonia santa de la Iglesia. Y aunque no eran aquellos ornamentos de la misma forma que ahora los tiene la Iglesia romana, pero tampoco eran muy diferentes, aunque después se han reducido a la forma que ahora tienen. Pero la materia fue más semejante, porque los hizo de lino y sedas ricas, de las limosnas y dones que la ofrecían. Pero cuando trabajaba en estos ornamentos y los cogía y aliñaba, siempre estaba de rodillas o en pie, y no los fiaba de otros sacristanes más que de los ángeles que la asistían y ayudaban en todo esto; y así tenía con increíble aliño y limpieza todos los ornamentos y lo demás que servía al altar, y de tales manos salía todo con una celestial fragancia que encendía el espíritu de los ministros.

587. De muchos reinos y provincias donde predicaban los apóstoles venían a Jerusalén diferentes fieles convertidos para visitar y conocer a la Madre del Redentor del mundo y la ofrecían ricos dones. Entre otros la visitaron cuatro príncipes soberanos, que eran como reyes en sus provincias, y la trajeron muchas cosas de valor; para que se sirviese de ellas y diese a los apóstoles y discípulos. Respondió la gran Señora que ella era pobre como su Hijo y los apóstoles eran como el Maestro y que no les convenían aquellas riquezas para la vida que profesaban. Le replicaron que por su consuelo las recibiese y diese a los pobres o sirviesen al culto divino. Y por la instancia que le hicieron recibió parte de lo que la ofrecieron y de algunas telas ricas hizo ornamentos para el altar; lo demás repartió a pobres y hospitales, a quien visitaba de ordinario, y con sus manos los servía y limpiaba a los pobres, y estos ministerios y dar limosnas lo hacía de rodillas. Consolaba a todos los necesitados, ayudaba a morir a todos los agonizantes a quien podía asistir, y jamás descansaba en obras de caridad, o ejecutándolas exteriormente, o pidiendo y orando cuando estaba retirada en su recogimiento.

588. A estos reyes o príncipes que la visitaron les dio saludables consejos, amonestaciones e instrucciones para gobernar sus estados y les encargó que guardasen y administrasen justicia con igualdad y sin aceptación de personas, que se reconociesen por hombres mortales como los demás y temiesen el juicio del supremo Juez, donde todos han de ser juzgados por sus propias obras, y sobre todo, que procurasen la exaltación del nombre de Cristo y la propagación y seguridad de la santa fe, en cuya firmeza se establecen los verdaderos imperios y monarquías; porque sin esto el reinar es lamentable y muy infeliz servidumbre de los demonios, y no la permite Dios sino para castigo de los que reinan y de los vasallos, por sus ocultos y secretos juicios. Todo ofrecieron ejecutarlo aquellos dichosos príncipes y después conservaron la comunicación con la divina Reina por cartas y otras correspondencias. Y lo mismo sucedió a cuantos la visitaron respectivamente, porque todos de su vista y presencia salían mejorados y llenos de luz, alegría y consolación que no podían explicar. Y muchos que no habían sido fieles hasta entonces, en viéndola confesaban a voces la fe del verdadero Dios, sin poderse contener con la fuerza que interiormente sentían en llegando a la presencia de su beatísima Madre.

589. Y no es mucho que esto sucediese cuando toda esta gran Señora era un instrumento eficacísimo del poder de Dios y de su gracia para los mortales. No sólo sus palabras llenas de altísima sabiduría admiraban y convencían a todos comunicándoles nueva luz, pero así como en sus labios estaba derramada la gracia para comunicarla con ellos, así también con la gracia y hermosura diversa de su rostro, con la majestad apacible de su persona, con la modestia de su semblante honestísimo, grave y agradable, y con la virtud oculta que de ella salía como de su Hijo santísimo lo dice el evangelio (Lc 6,19), atraía los corazones y los renovaba. Unos quedaban suspensos, otros se deshacían en lágrimas, otros prorrumpían en admirables razones y alabanza, confesando ser grande el Dios de los cristianos que tal criatura había formado. Y verdaderamente podían testificar lo que algunos santos dijeron, que María era un monstruo divino de toda santidad. Eternamente sea alabada y conocida de todas las generaciones por Madre verdadera del mismo Dios, que la hizo tan agradable a sus ojos, tan dulce Madre para los pecadores y tan amable para todos los ángeles y los hombres.

590. En estos últimos años ya la gran Reina no comía ni dormía sino muy poco, y esto lo admitía por la obediencia de san Juan, que le pidió se recogiese de noche a descansar algún rato. Pero el sueño era no más que una leve suspensión de los sentidos y esto no más de media hora y cuando más una entera y sin perder la visión divina de la divinidad en el modo que se ha dicho arriba (Cf. supra n.535). La comida era algunos bocados de pan ordinario y alguna vez comía un poco de algún pescado a instancia del evangelista y por acompañarle; que fue tan dichoso el santo en esto como en los demás privilegios de hijo de María santísima, pues no sólo comía con ella en una mesa, sino que la gran Reina le aderezaba a él la comida y se la administraba como madre a su hijo y le obedecía como a sacerdote y sustituto de Cristo. Bien pudiera pasar la gran Señora sin este sueño y alimento, que más parecía ceremonia que sustento de la vida, pero no lo tomaba por esta necesidad, sino por el ejercicio de la obediencia del apóstol y por el de la humildad, reconociendo y pagando en algo la pensión de la naturaleza humana; porque en todo era prudentísima.

Doctrina que me dio la gran Señora de los ángeles María santísima.

591. Hija mía, de todo el discurso de mi vida conocerán los mortales la memoria y el agradecimiento que yo tuve de las obras de la redención humana y de la pasión y muerte de mi Hijo santísimo, especialmente después que se ofreció en la cruz por la salud eterna de los hombres. Pero en este capítulo particularmente he querido darte noticia del cuidado y repetidos ejercicios con que renovaba en mí no sólo la memoria sino los dolores de la pasión, para que con este conocimiento quede reprendido y confuso el monstruoso olvido que los hombres redimidos tienen de este incomprensible beneficio. ¡Oh cuán pesada, cuán aborrecible y peligrosa ingratitud es ésta de los hombres! El olvido es claro indicio del menosprecio, porque no se olvida tanto lo que se estima en mucho. Pues ¿en qué razón o en qué juicio cabe que desprecien y olviden los hombres el bien eterno que recibieron, el amor con que el eterno Padre entregó a su unigénito Hijo a la muerte, la caridad y paciencia con que el mismo Hijo suyo y mío la recibió por ellos? La tierra insensible es agradecida a quien la cultiva y beneficia. Los animales fieros se domestican y amansan agradeciendo el beneficio que reciben. Los mismos hombres unos con otros se dan por obligados a sus bienhechores, y cuando falta en ellos este agradecimiento lo sienten, lo condenan y encarecen por grande ofensa.

592. Pues ¿qué razón hay para que sólo con su Dios y Redentor sean ellos desagradecidos y olviden lo que padeció para rescatarlos de su eterna condenación? Y sobre este mal pago se querellan, si no les acude a todo lo que desean. Para que entiendan lo que monta contra ellos esta ingratitud, te advierto, hija mía, que conociéndola Lucifer y sus demonios en tantas almas, hacen esta consecuencia y dicen de cada una: Esta alma no se acuerda ni hace estimación del beneficio que le hizo Dios en redimirla; pues segura la tenemos, mas quien es tan estulto en este olvido, tampoco entenderá nuestros engaños. Lleguemos a tentarla y destruirla, pues le falta la mayor defensa contra nosotros. Y con la experiencia larga que han probado ser casi infalible esta consecuencia, pretenden con desvelo borrar de los hombres la memoria de la redención y muerte de Cristo y que se haga despreciable el tratar de ella y predicarla, y así lo han conseguido en la mayor parte con lamentable ruina de las almas. Y por el contrario, desconfían y temen tentar a los que se acostumbran a la meditación y memoria de la pasión, porque de este recuerdo sienten contra sí los demonios una fuerza y virtud que muchas veces no les deja llegar a los que renuevan en su memoria con devoción estos misterios.

593. Quiero, pues, de ti, amiga mía, que no apartes de tu pecho y corazón este manojo de mirra (Cant 1,12) y que me imites con todas tus fuerzas en la memoria y ejercicios que yo hacía para imitar a mi Hijo santísimo en sus dolores y para deshacer los agravios que su divina persona recibió con las injurias y blasfemias de los enemigos que le crucificaron. Procura tú ahora en el mundo desagraviarle en algo de la torpe ingratitud y olvido de los mortales. Y para hacerlo como yo quiero de ti, nunca interrumpas la memoria de Cristo crucificado, afligido y blasfemado. Y persevera en hacer los ejercicios sin omitirlos, si no fuere por la obediencia o justa causa que te impida, que si en esto me imitares, yo te haré participante de los efectos que sentía en estas obras.

594. Para disponerte cada día para la comunión, aplicarás lo que en esto hicieres y luego me imitarás en las demás obras y diligencias que has conocido yo hacía; y considerando que si yo, con ser Madre del mismo Señor que había de recibir, no me juzgaba digna de su sagrada comunión y por tantos medios solicitaba la pureza digna de tan alto sacramento, ¿qué debes hacer tú, pobre y sujeta a tantas miserias de imperfecciones y culpas? Purifica el templo de tu interior, examinándole a la luz divina y adornándole con excelentes virtudes, porque es Dios eterno a quien recibes, y sólo él mismo fue por sí digno de recibirse sacramentado. Invoca la intercesión de los ángeles y santos, para que te alcancen gracia de Su Majestad, y sobre todo te advierto, que me llames y me pidas a mí este beneficio, porque te hago saber soy especial abogada y protectora de los que desean llegar con gran pureza a la sagrada comunión. Y cuando para esto me invocan me presento en el cielo ante el trono del Altísimo y pido su favor y gracia para los que así desean recibirle sacramentado, como quien conoce la disposición que pide el lugar donde ha de entrar el mismo Dios. Y no he perdido, estando en el cielo, este cuidado y celo de su gloria, que con tanto desvelo procuraba estando en la tierra. Luego, después de mi intercesión pide la de los ángeles, que también están solícitos de que las almas lleguen a la sagrada eucaristía con gran devoción y pureza.

CAPITULO 11

De Nuevo a Tapa

Levantó el Señor con nuevos beneficios a María santísima sobre el estado que se dijo arriba en el capítulo 8 de este libro.

595. En aquel capítulo queda escrito que la gran Reina del cielo fue alimentada con aquel sustento que la señaló el Señor, del estado y disposición que allí declaré (Cf. supra n.536s), por los mil doscientos y sesenta días que dijo el evangelista en el capítulo 12 del Apocalipsis (Ap 12,6). Estos días hacen tres años y medio poco más o menos, con que la purísima Madre cumplió los sesenta años de su edad y dos meses, pocos días más, y el año del Señor de cuarenta y cinco. Y como la piedra en su natural movimiento con que baja a su centro cobra mayor velocidad cuanto más se va acercando a él, nuestra gran Reina y Señora de las criaturas, cuanto se iba acercando a su fin y término de su vida santísima, tanto eran más veloces los vuelos de su purísimo espíritu y los ímpetus de sus deseos para llegar al centro de su eterno descanso y reposo. Desde el instante de su inmaculada concepción, había salido como río caudaloso del océano de la divinidad, donde en los eternos siglos fue ideada, y con las corrientes de tantos dones, gracias, favores, virtudes, santidad y merecimientos, había crecido de tal manera, que ya le venía angosta toda la esfera de las criaturas, y con un movimiento rápido y casi impaciente de la sabiduría y amor se apresuraba a unirse con el mar, de donde salió, para volverse a él, y redundar de allí otra vez su maternal clemencia sobre la Iglesia (Ecl 1,7).

596. Vivía ya la gran Reina en estos últimos años con la dulce violencia del amor en un linaje de martirio continuado. Porque sin duda, en estos movimientos del espíritu, es verdadera filosofía que el centro cuando está más vecino atrae con mayor fuerza lo que se llega a él; y en María santísima, de parte del infinito y sumo bien, había tanta vecindad que sólo le dividía, como dijo en los Cantares (Cant 2,9 (A.)), el cancel o la pared de la mortalidad y ésta no impedía para que se viesen y mirasen con vista y con amor recíproco; y de parte de los dos, mediaba el amor tan impaciente de medios que impidan la unión de lo que se ama que ninguna cosa más desea que vencerlos y apartarlos para llegar a conseguirla. Lo deseaba su Hijo santísimo y le detenía la necesidad que siempre tenía la Iglesia de tal Maestra. Lo deseaba la dulcísima Madre y, aunque se encogía para no pedir la muerte natural, mas no podía impedir la fuerza del amor para que sintiese la violencia de la vida mortal y de sus prisiones que la detenían el vuelo.

597. Pero mientras no llegaba el plazo determinado por la eterna Sabiduría, padecía los dolores del amor que es fuerte como la muerte (Cant 8,6 (A.)). Llamaba con ellos a su amado que saliese fuera de sus retretes, que bajase al campo, que se detuviese en esta aldea (Cant 7,11 (A.)), que viese las flores y los frutos tan fragantes y suaves de su viña. Con estas flechas de sus ojos y de sus deseos hirió el corazón del amado, y le hizo volar de la alturas y descender a su presencia. Sucedió, pues, que un día, por el tiempo que voy declarando, crecieron las ansias amorosas de la beatísima Madre de manera que con verdad pudo decir que estaba enferma de amor (Cant 2,5 (A.)); porque, sin los defectos de nuestras pasiones terrenas, adoleció con los ímpetus del corazón moviéndosele de su lugar, y dándole el Señor para que así como él era la causa de la dolencia lo fuese gloriosamente de la cura y medicina. Los santos ángeles que la asistían, admirados de la fuerza y efectos del amor de su Reina, la hablaban como ángeles para que recibiese algún alivio con la esperanza tan segura de su deseada posesión, pero estos remedios no apagaban la llama, que antes la encendían, y la gran Señora no les respondía más que conjurarlos dijesen a su dilecto que estaba enferma de amor (Cant 5,8), y ellos la replicaban dándole las señas que deseaba. Y en esta ocasión, y en otras de estos últimos años, advierto que especialmente se ejecutaron en esta única y digna Esposa todos los misterios ocultos y escondidos en los Cánticos de Salomón. Fue necesario que los supremos Príncipes que en forma visible la asistían, la recibiesen en los brazos por los dolores que sentía.

598. Bajó del cielo su Hijo santísimo en esta ocasión a visitarla en un trono de gloria acompañado de millares de ángeles que le daban loores y magnificencia. Y llegándose a la purísima Madre la renovó y confortó en su dolencia y juntamente la dijo: Madre mía, dilectísima y escogida para nuestro beneplácito, los clamores y suspiros de vuestro amoroso pecho han herido mi corazón. Venid, paloma mía, a mi celestial patria, donde se convertirá vuestro dolor en gozo, vuestras lágrimas en alegría y allí descansaréis de vuestras penas. Luego los santos ángeles por mandado del mismo Señor pusieron a la Reina en el trono y al lado de su Hijo santísimo y con música celestial subieron todos al empíreo cielo, y María Santísima adoró al trono de la beatísima Trinidad. La tenía siempre a su lado la humanidad de Cristo nuestro Salvador, causando accidental gozo a todos los cortesanos del cielo; y manifestándole el mismo Señor, como si, a nuestro modo de entender, pusiera nueva atención a los santos, habló con el eterno Padre, y dijo:

599. Padre mío y Dios eterno, esta mujer es la que me dio forma de hombre en su virginal tálamo, la que me alimentó a sus pechos y me sustentó con su trabajo; la que me acompañó en los míos y cooperó conmigo en las obras de la redención humana; la que fue siempre fidelísima y ejecutó en todo nuestra voluntad con plenitud de nuestro agrado; es inmaculada y pura como digna Madre mía y por sus obras llegó al colmo de toda santidad y dones que nuestro poder infinito le ha comunicado; y cuando tuvo merecido el premio y pudo gozarle para no dejarle, careció de él por sola nuestra gloria y volvió a la Iglesia militante para su fundación, gobierno y magisterio; y porque viva en ella para socorro de los fieles le dilatamos el descanso eterno, que muchas veces nos tiene merecido. En la suma bondad y equidad de nuestra providencia hay razón para que mi Madre sea remunerada en el amor y obras con que sobre todas las criaturas nos obliga, y no debe correr en ella la común ley de los demás. Y si yo para todas merecía premios infinitos y gracia sin medida, justo es que mi Madre las reciba sobre todo el resto de las que son tan inferiores, pues ella con sus obras corresponde a nuestra liberal grandeza y no tiene impedimento ni óbice para que se manifieste en ella el poder infinito de nuestro brazo y participe de nuestros tesoros como Reina y Señora de todo lo que tiene ser criado.

600. A esta proposición de la humanidad santísima de Cristo respondió el eterno Padre: Hijo mío dilectísimo, en quien yo tengo la plenitud de mi agrado y complacencia: Vosotros sois primogénito y cabeza de los predestinados, y en vuestras manos puse todas las cosas para que juzguéis con equidad a todos los tribus y generaciones y a todas mis criaturas. Distribuid mis tesoros infinitos y haced participante a vuestra voluntad a nuestra Amada, que os vistió de la carne pasible, conforme a su dignidad y mérito, en nuestra aceptación tan estimables.

601. Con este beneplácito del eterno Padre determinó Cristo nuestro Salvador en presencia de los santos, y como prometiéndolo a su Madre santísima, que desde aquel día, mientras ella viviese en la carne mortal, fuese levantada por los ángeles al mismo cielo empíreo todos los días del domingo que daba fin a los ejercicios que hacía en la tierra y correspondían a la resurrección del mismo Señor, para que estando en presencia del Altísimo en alma y cuerpo celebrase allí el gozo de aquel misterio. Determinó también el Señor que en la comunión cotidiana se le manifestase su santísima humanidad unida a la divinidad, por otro nuevo y admirable modo, diferente del que había tenido en esta luz hasta aquel día, para que este beneficio fuese como arras y prenda rica de la gloria que para su Madre tenía preparada en su eternidad. Conocieron los bienaventurados cuán justo era hacer estos favores a la divina Madre para gloria del Omnipotente y demostración de su grandeza, y por la dignidad y santidad de la gran Reina y por la digna retribución que sola ella daba a tales obras, y todos hicieron nuevos cánticos de gloria y alabanza al Señor, que en todas ellas era santo, justo y admirable.

602. Convirtió luego las razones Cristo nuestro bien a su purísima Madre, y la dijo: Madre mía amantísima, con vos estaré siempre en lo que os resta de vuestra mortal vida, y seré por nuevo modo tan admirable que hasta ahora no le conocieron los hombres ni los ángeles. Con mi presencia no tendréis soledad y donde yo estoy será mi patria, en mí descansaréis de vuestras ansias, yo recompensaré vuestro destierro, aunque será corto el plazo; no sean penosas para vos las prisiones del mortal cuerpo que presto seréis libre de ellas. Y en el ínterin que llega el día, yo seré el término de vuestras aflicciones y alguna vez correré la cortina que impide vuestros deseos amorosos y para todo os doy mi real palabra. Entre estas promesas y favores estaba María santísima en lo profundo de su inefable humildad alabando, engrandeciendo y agradeciendo al Omnipotente la liberalidad de tan grande beneficio y aniquilándose a sí misma en su propia estimación. Este espectáculo ni se puede explicar ni entender en esta vida. Ver al mismo Dios levantar a su digna Madre justamente a tan alta excelencia y estimación de su divina sabiduría y voluntad, y verla a ella en competencia del poder divino humillarse; abatirse y deshacerse, mereciendo en esto la misma exaltación que recibía.

603. Tras de todo esto, fue iluminada y retocadas sus potencias, como otras veces he declarado (Cf. supra p.I n.626ss), para la visión beatífica. Y estando así preparada se corrió la cortina y vio a Dios intuitivamente, gozando sobre todos los santos por algunas horas la fruición y gloria esencial: bebía las aguas de la vida en su misma fuente, saciaba sus ardentísimos deseos, llegaba a su centro y cesaba aquel movimiento velocísimo para volverle a comenzar de nuevo. Después de esta visión dio gracias a la beatísima Trinidad, y rogaba de nuevo por la Iglesia, y toda renovada y confortada la volvieron los mismos ángeles al oratorio, donde quedó su cuerpo del modo que otras veces he significado para que no la echasen de menos (Cf. supra n.400,490). Y en bajando de la nube en que la volvieron, se postró en tierra como acostumbraba y allí se humilló después de este favor y beneficio, más que todos los hijos de Adán se reconocieron y humillaron después de sus pecados y miserias. Y desde aquel día por todos los que vivió en la tierra se cumplió en ella la promesa del Señor; porque todos los domingos, cuando acababa los ejercicios de la pasión, después de media noche, cuando llegaba la hora de la resurrección, la levantaban todos sus ángeles en un trono de nube y la llevaban al cielo empíreo, donde Cristo su Hijo santísimo la salía a recibir, y con un linaje de inefable abrazo la unía consigo. Y aunque no siempre se le manifestaba la divinidad intuitivamente, pero fuera de no ser esta visión gloriosa, era con tantos efectos y participación de los de la gloria que excede a toda capacidad humanada. Y en estas ocasiones la cantaban los ángeles aquel cántico: Regina coeli loetare, alleluia; y era día muy festivo para todos los santos, especialmente para san José, santa Ana y san Joaquín, y todos sus más allegados y sus ángeles custodios. Y luego consultaba con el Señor los negocios arduos de la Iglesia, pedía por ella y singularmente por los apóstoles, y volvía a la tierra cargada de riquezas, como la nave del mercader que dice Salomón en el capítulo 31 de sus Proverbios (Prov 31,14).

604. Este beneficio, aunque fue singular gracia del Altísimo, pero en algún modo se le debía a su beatísima Madre por dos títulos. El uno, porque ella misma carecía de la visión beatífica que por sus méritos se le debía y se privó de este gozo por el gobierno de la Iglesia, y estando en ella llegaba tantas veces a los términos de la vida, por la violencia del amor y deseos de ver a Dios, que para conservársela era muy congruente medio llevarla alguna vez a su divina presencia y lo que era posible y conveniente era como debido de Hijo a Madre. El otro título era, porque renovando cada semana en sí misma la pasión de su Hijo santísimo venía a sentirlo y como a morir de nuevo con el mismo Señor y por consiguiente debía resucitar con él. Y como Su Majestad estaba ya glorioso en el cielo, era puesto en razón que en su misma presencia hiciera participante a su misma Madre e imitadora del gozo de su resurrección, para que con alegría semejante cogiese el fruto de los dolores y lágrimas que había sembrado.

605. En el segundo beneficio que le prometió su Hijo santísimo de la comunión, advierto que hasta la edad y tiempo de que voy hablando, dejaba algunos días la gran Reina la sagrada comunión, como fue en la jornada de Efeso y en algunas ausencias de san Juan, o por otros incidentes que se ofrecían. Y la profunda humildad la obligaba a acomodarse a todo esto, sin pedirlo a los apóstoles, dejándose a su obediencia; porque en todo fue la gran Señora dechado y maestra de la perfección, enseñándonos el rendimiento que debemos imitar, aun en lo que nos parece muy santo y conveniente. Pero el Señor, que descansa en los corazones humildes y sobre todo quería vivir y descansar en el de su Madre y muchas veces renovar en él sus maravillas, ordenó que desde este beneficio de que trato comulgase cada día por los años que le restaban de vida. Esta voluntad del Altísimo conoció en el cielo Su Alteza, pero como prudentísima en todas sus acciones ordenó que se ejecutase la voluntad divina por medio de la obediencia de san Juan, porque obrase en todo ella como inferior, como humilde y sujeta a quien la gobernaba en estas acciones.

606. Para esto no quiso manifestar por sí misma al evangelista lo que sabía de la voluntad del Señor. Y sucedió que un día estuvo muy ocupado el santo apóstol en la predicación y se pasaba la hora de la comunión. Habló a los santos ángeles, consultándoles qué haría, y la respondieron que se cumpliese lo que su Hijo santísimo había mandado, y que ellos avisarían a san Juan y le intimarían este orden de su Maestro. Y luego uno de los ángeles fue a donde estaba predicando y manifestándosele le dijo: Juan, el Altísimo quiere que su Madre y nuestra Reina le reciba sacramentado cada día mientras viva en el mundo. Con este aviso volvió luego el evangelista al cenáculo, donde María santísima estaba recogida para la comunión, y la dijo: Madre y Señora mía, el ángel del Señor me ha manifestado el orden de nuestro Dios y Maestro para que os administre su sagrado cuerpo sacramentado todos los días sin omitir alguno. Le respondió la beatísima Madre: Y usted, señor, ¿qué me ordenáis en esto? Replicó san Juan: Que se haga lo que manda vuestro Hijo y mi Señor. Y la Reina dijo: Aquí está su esclava para obedecer en esto. Desde entonces le recibió cada día sin faltar alguno por lo restante que vivió. Y los días de los ejercicios comulgaba viernes y sábado, porque el domingo era levantada al cielo empíreo, como se ha dicho (Cf. supra n.603), y aquel beneficio era en lugar de la comunión.

607. Al punto que recibía en su pecho las especies sacramentales, desde aquel día se le manifestaba debajo de ellas la persona de Cristo en la edad que instituyó el santísimo sacramento. Y aunque no se le descubría en esta visión la divinidad más que con la abstractiva que siempre tenía, pero la humanidad santísima se le manifestaba gloriosa, mucho más refulgente y admirable que cuando se transfiguró en el Tabor. Y de esta visión gozaba tres horas continuas en acabando de comulgar, con efectos que no se pueden manifestar con palabras. Este fue el segundo beneficio que le ofreció su Hijo santísimo para recompensarle en algo la dilación de la eterna gloria que le tenía preparada. Y a más de esta razón tuvo otra el Señor en esta maravilla, que fue recompensar de antemano y desagraviarse de la ingratitud, tibieza y mala disposición con que los hijos de Adán en los siglos de la Iglesia habíamos de tratar y recibir el sagrado misterio de la eucaristía. Y si María santísima no hubiera suplido esta falta de todas las criaturas, ni quedara dignamente agradecido este beneficio de parte de la Iglesia, ni el Señor quedara satisfecho del retorno que le deben los hombres por habérseles dado en este sacramento.

Doctrina que me dio la Reina de los ángeles

608. Hija mía, cuando los mortales, fenecido el breve curso de su vida, llegan al término que les puso Dios para merecer la eterna, entonces fenecen también todos sus engaños con la experiencia de la eternidad en que comienzan a entrar, para gloria o para pena que nunca tendrá fin. Allí conocen los justos en qué consistió su felicidad y remedio, y los réprobos su lamentable y eterna perdición. ¡Oh cuán dichosa es, hija mía, la criatura que en el breve momento de su vida procura anticiparse en la ciencia divina de lo que tan presto ha de conocer por experiencia! Esta es la verdadera sabiduría, no esperar a conocer el fin en el fin, sino en el principio de la carrera, para correrla no con tantas dudas de conseguirle, sino con alguna seguridad. Considera tú, pues, ahora cómo estarían los que al principio de una carrera mirasen un estimable premio puesto en el término y fin de aquel espacio y le hubiesen de ganar corriendo a él con toda diligencia. Cierto es que partirían y correrían con toda ligereza, sin divertirse ni embarazarse en cosa alguna que los pudiese detener. Y si no corriesen y dejasen de mirar al premio y fin de su camino, o serían juzgados por locos, o que no saben lo que pierden.

609. Esta es la vida mortal de los hombres, en cuyo breve curso está por premio o por castigo la eterna de gloria o tormento que ponen fin a la carrera. Todos nacen en el principio para correrla con el uso de la razón y libertad de la voluntad, y en esta verdad nadie puede alegar ignorancia y menos los hijos de la Iglesia. ¿Pues dónde está el juicio y el seso de los que tienen fe católica? ¿Por qué los embaraza la vanidad? ¿Por qué o para qué se enredan en el amor de lo aparente y engañoso? ¿Por qué así ignoran el fin a donde llegarán tan brevemente? ¿Cómo no se dan por entendidos de lo que allí los aguarda? ¿Ignoran por ventura que nacen para morir, y que la vida es momentánea, la muerte infalible, el premio o castigo inexcusable y eterno (2 Cor 4,17)? ¿Qué responden a esto los amadores del mundo, los que consumen toda su corta vida que todas lo son mucho en adquirir hacienda, en acumular honras, en gastar sus fuerzas y potencias, gozando corruptibles y vilísimos deleites?

610. Es, amiga mía, advierte cuán falso y desleal es el mundo en que naciste y tienes a la vista. En él quiero que seas mi discípula, mi imitadora y parto de mis deseos y fruto de mis peticiones. Olvídalo todo con íntimo aborrecimiento, no pierdas de vista el término a donde a prisa caminas, el fin para que te formó de nada tu Criador; por esto anhela siempre, en esto se ocupen tus cuidados y suspiros; no te diviertas a lo transitorio, vano y mentiroso; sólo el amor divino viva en ti y consuma todas tus fuerzas, que no es amor verdadero el que las deja libres para amar otra cosa y todo no lo sujeta, mortifica y arrebata. Sea en ti fuerte como la muerte (Cant 8,6), para que seas renovada como yo deseo. No impidas la voluntad de mi Hijo santísimo en lo que quiere obrar contigo, y asegúrate de su fidelidad, que remunera más que ciento por uno. Atiende con veneración humilde a lo que contigo hasta ahora se ha manifestado, y te exhorto y amonesto que hagas experiencia de nuevo de su verdad, corno yo te lo mando. Para todo continuarás mis ejercicios con nuevo cuidado en acabando esta Historia. Y agradécele al Señor el grande y estimable beneficio de haber ordenado y dispuesto por tus prelados que le recibas cada día sacramentado, y disponiéndote a mi imitación continúa las peticiones que yo te he amonestado y enseñado.

CAPITULO 12

De Nuevo a Tapa

Cómo celebraba María santísima su inmaculada concepción y natividad y los beneficios que estos días recibía de su Hijo y nuestro Salvador Jesús.

611. Todos los oficios y títulos honoríficos que tenía María santísima en la santa Iglesia, de Reina, de Señora, de Madre, de Gobernadora y Maestra de los demás, se los dio el Omnipotente, no vacíos como los dan los hombres, sino con la plenitud y gracia sobreabundante que cada uno pedía y el mismo Dios podía comunicarle. Este colmo era de manera, que como Reina conocía toda su monarquía y lo que se extendía; como Señora sabía a dónde llegaba su dominio; como Madre conocía todos sus hijos y familiares de su casa, sin que ninguno se le ocultase por ningún siglo de los que sucederían en la Iglesia; como Gobernadora conocía a todos los que estaban por su cuenta; y como Maestra llena de toda sabiduría estaba muy capaz de toda la ciencia con que la santa Iglesia en todos tiempos y edades había de ser gobernada y enseñada, mediante su intercesión, por el Espíritu Santo, que la había de encaminar y regir hasta el fin del mundo.

612. Por esta causa, no sólo tuvo nuestra gran Reina clara noticia de todos los santos que la precedieron y sucedieron en la Iglesia, de sus vidas, obras, muerte y premios que alcanzarían en el cielo, pero junto con esto la tuvo de todos los ritos, ceremonias, determinaciones y festividades que en la sucesión de los tiempos ordenaría la Iglesia, de las razones, motivos, necesidad y tiempos oportunos en que todas estas cosas se establecerían con la asistencia del Espíritu Santo, que nos da el alimento en el tiempo más conveniente para la gloria del Señor y aumento de la Iglesia, Y porque de todo esto he dicho algo en el discurso de esta divina Historia, particularmente en la segunda parte (Cf. supra p.II n.734,789), no es necesario repetirlo en ésta. Pero de esta plenitud de ciencia y de la santidad' que le correspondía en la divina Maestra, nació en ella una emulación santa del agradecimiento, del culto, veneración y memoria que tenían los ángeles y santos en la Jerusalén triunfante, para introducirlo todo en la militante, en cuanto ésta pudiese imitar aquella, donde tantas veces había visto todo lo que allí se hacía en alabanza y gloria del Altísimo.

613. Con este espíritu más que seráfico comenzó a practicar en sí misma muchas de las ceremonias, ritos y ejercicios que después ha imitado la Iglesia, y les advirtió y enseñó a los apóstoles para que los introdujesen según entonces era posible. Y no sólo inventó los ejercicios de la pasión que dije arriba (Cf. supra n.577), sino otras muchas costumbres y acciones que después se han renovado en los templos y en las congregaciones y religiones. Porque todo cuanto conocía que fuese del culto del Señor o ejercicio de virtud lo ejecutaba, y como era tan sabia, nada ignoraba de lo que se podía saber. Entre los ejercicios y ritos que inventó, fue celebrar muchas fiestas del Señor y suyas, para renovar la memoria de los beneficios de que se hallaba obligada, así los comunes del linaje humano como los particulares suyos, y dar gracias y adoración al autor de todos. Y no obstante que toda su vida ocupaba en esto sin omisión ni olvido, con todo eso, cuando llegaban los días en que sucedieron aquellos misterios, se disponía y señalaba en celebrarlos con nuevos ejercicios y reconocimiento. Y porque de otras festividades diré en los capítulos siguientes, sólo quiero decir en éste cómo celebraba su inmaculada concepción y nacimiento, que eran los primeros de su vida. Y aunque estas conmemoraciones o fiestas las comenzó desde la encarnación del Verbo, pero singularmente las celebraba después de la ascensión y más en los últimos años de su vida.

614. El día octavo de diciembre de cada año celebraba su inmaculada concepción con singular júbilo y agradecimiento sobre todo encarecimiento, porque este beneficio fue para la gran Reina de suma estimación y aprecio y para corresponder a él con el debido agradecimiento se imaginaba menos suficiente. Comenzaba desde la tarde antes y ocupaba toda la noche en admirables ejercicios y lágrimas de gozo, humillaciones, postraciones y cánticos de alabanza y loores del Señor. Se consideraba formada del común barro y descendiente de Adán por el común orden de la naturaleza, pero elegida, entresacada y preservada sola ella entre todos de la común ley y exenta del pesado tributo de la culpa y concebida con tanta plenitud de dones y de gracia. Convidaba a los ángeles para que la ayudasen a ser agradecida, y con ellos alternaba los nuevos cánticos que hacía. Luego pedía lo mismo a los demás ángeles y santos que estaban en el cielo, pero de tal manera se inflamaba en el amor divino, que siempre era necesario la confortase el Señor para que no muriese y se le consumiera el natural temperamento.

615. Después de haber gastado casi toda la noche en estos ejercicios, descendía del cielo Cristo nuestro Salvador y los ángeles la levantaban a su real trono y la llevaban en él al cielo empíreo, donde se continuaba la celebridad de la fiesta con nuevo júbilo y gloria accidental de los cortesanos de la celestial Jerusalén. Allí la beatísima Madre se postraba y adoraba a la santísima Trinidad y de nuevo daba gracias por el beneficio de su inmunidad y concepción inmaculada, y luego la volvían a la diestra de Cristo su Hijo santísimo. Y estando así, el mismo Señor hacía un género de confesión y alabanza al eterno Padre porque le había dado Madre tan digna y llena de gracia y exenta de la común culpa de los hijos de Adán. Y de nuevo confirmaban las tres divinas Personas aquel privilegio, como si le ratificaran, aprobaran y confirmaran la posesión de él en la gran Señora, complaciéndose de haberla tanto favorecido entre todas las criaturas. Y para testificar de nuevo a los bienaventurados esta verdad, salió una voz del trono en nombre de la persona del Padre que decía: Hermosos son tus pasos, hija del Príncipe (Cant 7,1), y concebida sin mácula de pecado. Otra voz del Hijo decía: Purísima es y sin contagio de la culpa mi Madre, que me dio forma en que redimir a los hombres. Y el Espíritu Santo dijo: Toda es hermosa mi Esposa, toda es hermosa y sin mancha de la común culpa (Cant 4,7).

616. Tras de estas voces se oían las de todos los coros de los ángeles y santos, que con armonía dulcísima decían: María santísima concebida sin pecado original. A todos estos favores respondía la prudentísima Madre con agradecimiento, culto y alabanza del Altísimo y con tan profunda humildad que excedía a todo pensamiento angélico. Y luego para concluir la solemnidad era levantada a la visión intuitiva de la santísima Trinidad y gozaba por algunas horas de esta gloria y después la volvían los ángeles al cenáculo. Con este modo se continuó la celebridad de su concepción inmaculada después de la ascensión de su Hijo santísimo a los cielos. Y ahora se celebra en ellos el mismo día por diferente modo, que diré en otro libro que tengo orden para escribir, de la Iglesia y Jerusalén triunfante, si el Señor me concediere escribirlo (Parece ser que la autora no llegó a escribir este libro.). Pero desde la encarnación del Verbo comenzó a celebrar esta fiesta y otras, porque hallándose Madre de Dios comenzó a renovar los beneficios que para esta dignidad había recibido, pero entonces hacía estas festividades con sus santos ángeles y con el culto y agrade cimiento que daba a su mismo Hijo, de quien había recibido tantas gracias y favores. Lo demás que hacía en su oratorio, cuando descendía del cielo, es lo mismo que otras veces he dicho (Cf. supra n.4,168,388,400,etc.), después de otros beneficios semejantes, porque en todos crecía su humildad admirable.

617. La fiesta y memoria de su nacimiento celebraba a ocho de septiembre en que nació y comenzaba a prima noche con los mismos ejercicios, postraciones y cánticos que en la concepción. Daba gracias por haber nacido con vida a la luz de este mundo y por el beneficio que luego recibió en naciendo, de haber sido llevada al cielo y haber visto la divinidad intuitivamente, como dije en la primera parte en su lugar (Cf. supra p.I n.331,333). Proponía de nuevo emplear toda su vida en el mayor servicio y agrado del Señor que alcanzase Su Alteza a conocer, pues sabía que se la daban para esto. Y la que en el primer lugar, paso y entrada de la vida se adelantó en merecimientos a los supremos santos y serafines, en el término así proponía comenzar de nuevo aquel día a trabajar como si fuera el primero en que comenzara la virtud, y de nuevo pedía al Señor la ayudara y gobernara todas sus acciones y las encaminara al más alto fin de su gloria.

618. Para lo demás que hada en esta fiesta, aunque no era llevada al cielo como el día de su concepción, pero de allá descendía su Hijo santísimo a su oratorio con muchos coros de ángeles, con los antiguos patriarcas y profetas, y señaladamente con san Joaquín, santa Ana y san José. Con esta compañía bajaba Cristo nuestro Salvador a celebrar la natividad de su beatísima Madre en la tierra. Y la purísima entre las criaturas, en presencia de aquella celestial compañía, le adoraba con admirable reverencia y culto y de nuevo le daba gracias por haberla traído al mundo, y por los beneficios que para esto le había hecho. Luego los ángeles hacían lo mismo, y le cantaban diciendo: Nativitas tua, etc., que quiere decir: tu nacimiento, oh Madre de Dios, anunció a todo el universo grande gozo, porque de ti nació el sol de justicia, nuestro Dios. Los patriarcas y profetas también hacían sus cánticos de gloria y agradecimiento: Adán y Eva porque había nacido la reparadora de su daño, los Padres y Esposo de la Reina porque les había dado tal hija y tal Esposa. Y luego el mismo Señor levantaba a la divina Madre de la tierra donde estaba postrada y la colocaba a su diestra, y en aquel lugar se le manifestaban nuevos misterios con la vista de la divinidad, que si bien no era intuitiva y gloriosa, era la abstractiva con mayor claridad y aumentos de la divina luz.

619. Con estos favores tan inefables quedaba de nuevo transformada en su Hijo santísimo, encendida y espiritualizada para trabajar en la Iglesia, como si comenzara de nuevo. En estas ocasiones mereció el sagrado evangelista Juan participar algunos gajes de la fiesta, oyendo la música con que los ángeles la celebraban. Y estando el mismo Señor en el oratorio con los ángeles y santos que le asistían, decía misa el evangelista y comulgaba a la gran Reina, asistiendo a la diestra de su mismo Hijo a quien sacramentado recibía en su pecho. Todos estos misterios eran espectáculo de nuevo gozo para los santos, que también servían como de padrinos en la comunión más digna que después de Cristo se vio, ni se verá en el mundo. Y en recibiendo la gran Señora a su Hijo sacramentado, la dejaba recogida consigo mismo en aquella forma, y en la que tenía gloriosa y natural se volvía a los cielos. ¡Oh maravillas ocultas de la Omnipotencia divina! Si con todos los santos se manifiesta Dios grande y admirable (Sal 47,36), ¿qué sería con su digna Madre, a quien amaba sobre todos y para quien reservó lo grande y exquisito de su sabiduría y poder? Todas las criaturas le confiesen y le den gloria, virtud y magnificencia.

Doctrina que me dio la gran Reina del cielo María santísima.

620. Hija mía, la primera doctrina de este capítulo quiero que sea la respuesta de un recelo que conozco en tu corazón sobre los misterios tan altos y singulares de mi vida, que escribes en esta Historia. Dos cuidados te han salteado el interior: el uno es si tú eres instrumento conveniente para escribir estos secretos, o fuera mejor los escribiera otra persona más sabia y perfecta en la virtud, que les diera más autoridad, porque tú eres la menor de todas y más inútil e ignorante; lo segundo, dudas, si los que leyeren estos misterios les darán crédito por muy raros y nunca oídos, particularmente las visiones beatíficas e intuitivas de la divinidad que yo tuve tantas veces en la vida mortal. A la primera de estas dudas te respondo, concediéndote que tú eres la menor y más inútil de todos, que pues de la boca del Señor lo has oído, y yo te lo confirmo, así debes entenderlo; pero advierte que el crédito de esta Historia y todo lo que en ella se contiene, no pende del instrumento sino del autor, que es la suma verdad y de la que en si contiene lo que escribes, y en esto nada le pudiera añadir el más supremo serafín si la escribiera, ni tú tampoco se la puedes quitar ni disminuir.

621. Que lo escribiera un ángel no era conveniente; y también los incrédulos y tardos de corazón hallaran cómo calumniarlo. Necesario era que el instrumento fuera hombre; pero no era conveniente el más docto, ni sabio, a cuya ciencia se atribuyera, o que con ella se equivocara la divina luz y se conociera menos, o se atribuyera a industria y pensamiento humano. Mayor gloria de Dios es que lo sea una mujer, a quien nada pudo ayudar la ciencia ni la propia industria. Y también yo tengo especial gloria y agrado en esto, y que seas tú el instrumento; porque conocerás tú y todos que no hay en esta Historia cosa tuya, ni que tú la debes atribuir más a ti que a la pluma con que lo escribes, pues tú sólo eres instrumento de la mano del Señor y manifestadora de mis palabras. Y porque tú eres tan vil y pecadora, no temas que negarán a mí la honra que me deben los mortales, pues si alguno no diere crédito a lo que escribes no te agraviará a ti, sino a mí y a mis palabras. Y aunque tus faltas y culpas sean muchas, todas puede extinguirlas la caridad del Señor y su piedad inmensa, que para eso no ha querido elegir otro mayor instrumento, sino levantarte a ti del polvo y manifestar en ti su liberal potencia, empleando esta doctrina en quien se pueda conocer mejor la verdad y eficacia que en sí tiene; y así quiero que la limites y ejecutes en ti misma y seas tal como deseas.

622. A la segunda duda y cuidado que tienes, si te darán crédito a lo que escribes por la grandeza de estos misterios, tengo respondido mucho en todo el discurso de esta Historia. El que hiciere de mí digno concepto y aprecio, no hallará dificultad en darme crédito, porque entenderá la proporción y correspondencia que tienen todos los beneficios que escribes en el de la dignidad de Madre de Dios, a que todos corresponden, porque Su Majestad hace las obras perfectas; y si alguno duda en esto, cierto es que ignora lo que Dios es y lo que yo soy. Pero si Dios se ha manifestado tan poderoso y liberal con lo demás santos y de muchos hay opinión en la Iglesia que vieron la divinidad en vida mortal y es cierto que la vieron, ¿cómo o con qué fundamento se me ha de negar a mí lo que se concede a otros tan inferiores? Todo lo que les mereció mi Hijo santísimo y los favores que les hizo se ordenaron a su gloria y después a la mía, y más se estima y ama el fin que los medios que se aman por él; luego mayor fue el amor que inclinó a la voluntad divina para favorecerme a mí que a todos los demás que por mí ha beneficiado; y lo que hizo una vez con ellos, no es maravilla que lo hiciera muchas con la que eligió por Madre.

623. Ya saben los piadosos y los prudentes, y así lo han enseñado en mi Iglesia, que la regla por donde se miden los favores que recibí de la diestra de mi Hijo santísimo es su omnipotencia y mi capacidad, porque me concedió todas las gracias que pudo concederme y yo fui capaz de recibir. Estas gracias no estuvieron en mí ociosas, antes siempre fructificaron todo cuanto en pura criatura era posible. El mismo Señor era mi Hijo y poderoso para obrar donde no le pone óbice la criatura; pues yo no le puse, ¿quién se atreverá a limitarle sus obras y el amor que me tenía como a Madre, que él mismo hizo digna de sus beneficios y favores sobre todo el resto de los santos, y que ninguno careció de gozarle una hora por ayudar a su Iglesia, como yo lo hice? Y si pareciere mucho todo lo demás que hizo conmigo, quiero que entiendas y entiendan todos que todos sus beneficios se fundaron y encerraron en hacerme concebida sin pecado, porque más fue hacerme digna de su gloria cuando no pude merecerla, que manifestármela cuando la tenía merecida y sin impedimento para recibirla.

624. Con estas advertencias quedarán vencidos tus recelos y lo demás queda por mi cuenta y por la tuya seguirme e imitarme, que para ti es el fin de todo lo que entiendes y escribes. Este hade ser tu desvelo, proponiendo de no omitir virtud alguna que conocieres, en que no trabajes para ejecutarla. Y para esto quiero que entiendas también a lo que obraban otros santos que han seguido a mi Hijo santísimo y a mí, pues tú no debes menos que ellos a su misericordia y con ninguno he sido yo más piadosa y liberal. En mi escuela quiero que aprendas el amor, el agradecimiento y la humildad de verdadera discípula mía, porque en estas virtudes quiero que te señales y adelantes mucho. Todas mis festividades has de celebrar con íntima devoción y convidar a los santos y ángeles que te ayuden en esto y en especial la fiesta de mi inmaculada concepción en que yo fui tan favorecida del poder divino y tuve tanto gozo con este beneficio, y ahora le tengo muy particular de que los hombres le reconozcan y alaben al Altísimo por este raro milagro. El día que tú naciste al mundo harás particulares gracias al Señor a mi imitación y alguna cosa señalada de su servicio, y sobre todo debes proponer desde aquel día mejorar tu vida y comenzar de nuevo a trabajar en esto; y así debían hacerlo todos los nacidos y no emplear esta memoria en vanas demostraciones de alegría terrena en los días de sus nacimientos.

CAPITULO 13

De Nuevo a Tapa

Celebra María santísima otros beneficios y fiestas con sus ángeles, en especial su presentación, y las festividades de san Joaquín, santa Ana y san José.

625. La gratitud de los beneficios que recibe la criatura de mano del Señor es una virtud tan noble, que con ella conservamos el comercio y correspondencia con el mismo Dios, dándonos él como rico y liberal y poderoso, y agradeciendo nosotros como pobres, humildes y reconocidos. Condición es del que da como liberal y generoso contentarse con solo el agradecimiento del que como necesitado ha menester recibir; y el agradecimiento es un retorno breve, fácil y deleitable, que satisface al liberal y le obliga a serlo de nuevo con el agradecido. Y si esto sucede aun entre los hombres de corazón magnánimo y generoso, mucho más cierto será entre Dios y los hombres; porque nosotros somos la misma miseria y pobreza, él es rico, liberalísimo y que si alguna necesidad podremos imaginar en él no es de recibir sino de dar. Pero como este gran Señor es tan sabio, justo y rectísimo, nunca nos desecha por pobres, sino por ingratos; quiere darnos mucho, pero que seamos agradecidos y le demos la gloria, honra y alabanza que se encierran en la gratitud. Esta correspondencia en los menores beneficios le obliga para otros mayores y, si todos los agradecemos, los multiplica, y sólo el que es humilde los asegura siendo también agradecido.

626. La Maestra de esta ciencia fue María santísima, porque habiendo recibido sola ella el colmo y plenitud de beneficios que la Omnipotencia pudo comunicar a una pura criatura, ninguno olvidó, ni dejó de reconocer y agradecer con todo el lleno y perfección que a una pura criatura se le podía pedir. Para cada uno de los dones de naturaleza y gracia que reconocía haber recibido, y ninguno dejaba de conocer, tenía sus particulares cánticos de alabanza y agradecimiento y otros particulares ejercicios y admirables en que hacía memoria de ellos con algún especial retorno. Y para esto tenía en todo el año señalados días, y en los días y horas en que renovaba estas mercedes daba gracias por ellas. A todas estas obras y solicitud se añadía la que tenía del gobierno de la Iglesia, de la enseñanza de los apóstoles y discípulos, el consejo de los que la consultaban y venían a ella, que eran innumerables, y a ninguno se le negaba, ni faltaba a necesidad alguna de los fieles.

627. Y si el agradecimiento digno obliga tanto a Dios y le inclina para renovar y acrecentar sus beneficios, ¿qué pensamiento podrá imaginar cuánto le obligaba y rendía su corazón el que por tantos y tan levantados favores le daba su prudentísima Madre con la plenitud, humildad y amor y alabanzas que por todos y por cada uno ofrecía? Todos los demás hijos de Adán en su comparación somos tardos, ingratos, y tan pesados de corazón que lo poco, si algo hacemos, nos parece mucho; pero a la oficiosa y agradecida Reina lo mucho le pareció poco, y obrando lo sumo de potencia se juzgaba remisa y menos diligente. En otra ocasión he dicho (Cf. supra n.308) que la actividad de María santísima era semejante a la del mismo Dios, que es un acto purísimo que obra con el mismo ser, sin que pueda cesar en sus operaciones infinitas. De esta condición y excelencia de la divinidad tuvo nuestra gran Reina una participación inefable, porque toda ella parecía una operación infatigable y continua; y si la gracia en todos es impaciente, sólo por estar ociosa en María, que era gracia sin tasa y, a nuestro modo de entender, sin la común medida, no es mucho que la diese tan alta participación del ser de Dios y de sus condiciones.

628. No puedo encarecer ni manifestar este secreto mejor que con la admiración de los santos ángeles, a quienes era más patente. Muchas veces sucedía que, maravillados de lo que en su gran Reina y Señora contemplaban, entre sí mismos unas veces y otras hablando con Su Majestad, decían: Poderoso, grande y admirable es Dios en esta criatura sobre todas sus obras. Grandemente nos excede en ella la humana naturaleza. Eternamente sea bendito y engrandecido tu Hacedor, oh María. Tú eres el decoro y hermosura de todo el linaje humano. Tú eres emulación santa de los espíritus divinos angélicos y admiración de los moradores del cielo. Eres la maravilla del poder de Dios, la ostentación de su diestra, el compendio de las obras del Verbo humanado, retrato ajustado de sus perfecciones, estampa de todos sus pasos, que se asimila en todo al mismo que diste forma en tu vientre. Tú eres digna Maestra de la Iglesia militante y especial gloria de la triunfante, honra de nuestro pueblo y Reparadora del propio tuyo. Todas las naciones conozcan tu virtud y grandeza, y todas las generaciones te alaben y bendigan. Amén.

629. Con estos príncipes celestiales celebraba María santísima las memorias de sus beneficios y dones del Señor. Y el convidarlos para que la asistiesen y ayudasen en este agradecimiento, no sólo nacía de su ardentísimo y ferventísimo amor que todo lo merecía y solicitaba por la insaciable sed que causa el fuego de caridad donde arde, pero también obraba en esto su profunda humildad con que se reconocía obligaba sobre todas las criaturas, y así las convidaba a todas para que le ayudasen a desempeñarse de esta deuda, aunque nadie sino ella misma podía pagarla dignamente. Y con esta sabiduría trasladaba a la tierra en su oratorio la corte del supremo Rey y del mundo hacía un nuevo cielo.

630. El día que correspondía a su presentación en el templo celebraba todos los años este beneficio, comenzando de la vigilia por la tarde y gastando toda la noche en ejercicios y hecho de gracias, como en la concepción y natividad se ha dicho (Cf. supra n.614,617). Reconocía el beneficio de haberla llevado el Señor a su templo y casa de oración en tan pequeña edad y todos los favores que en ella recibió mientras allí estuvo. Pero lo más admirable de esta fiesta es que, estando la gran Señora de las virtudes llena de divina sabiduría, renovaba en su memoria los documentos y doctrina que el sacerdote y su maestra le habían dado en su niñez en el templo. El mismo cuidado tenía de lo que sus santos padres Joaquín y Ana le habían enseñado y luego todo lo que de los apóstoles había advertido. Y todo esto lo ejecutaba de nuevo en el grado que para aquella mayor edad convenía. Y aunque para todas sus obras y sobre toda enseñanza bastaba la de su Hijo santísimo, con todo eso renovaba la que de todos había recibido; porque en materia de humillarse y obedecer como inferior, dejándose enseñar, ni perdía punto ni secreto ingenioso de estas virtudes que no ejecutase. ¡Oh cuánto levantó de punto los documentos de los sabios! No estribes en tu prudencia, ni seas sabio contigo mismo (Prov 3,5-7 (A.)), no desprecies los avisos y doctrina de los presbíteros y vive siempre conforme a sus proverbios (Eclo 8,9 (A.)), no queráis saber altamente con vosotros mismos, pero ajustados a los humildes (Rom 12,16 (A.)).

631. Cuando celebraba esta fiesta, sentía la gran Reina algún cariño como natural del retiro que tuvo en el templo, no obstante que prontamente obedeció al Señor en dejarle y en todos los altísimos fines para que la sacó de él; pero con todo eso se lo recompensaba su largueza con algunos favores que en esta fiesta la hacía. Descendía Su Majestad del cielo este día con la magnífica grandeza y compañía de ángeles que en otras ocasiones y llamando a su beatísima Madre en su oratorio la decía: Madre mía y paloma mía, venid a mí que soy vuestro Dios y vuestro Hijo. Yo quiero daros templo y habitación más alta, más segura y divina, que será en mi propio ser; venid, carísima y amiga mía, a vuestra legítima morada. Con estas dulcísimas palabras levantaban los serafines del suelo a su Reina porque en la presencia de su Hijo siempre estaba postrada hasta que la mandase levantar y con música celestial la colocaban a la diestra del mismo Señor. Y luego sentía o conocía que la divinidad de Cristo la llenaba toda como a templo de su gloria y que la bañaba, vestía y rodeaba como el mar al pez que en sí tiene, y con este linaje de unión y como contacto divino sentía nuevos e indecibles efectos, porque se le daba un género de posesión de la divinidad que no puedo explicar, pero en él sentía la divina Madre gran satisfacción y júbilo fuera de ver a Dios cara a cara.

632. A este gran favor llamaba la prudente Madre "mi altísimo refugio y morada," y a la fiesta llamaba "del ser de Dios;" y hacía cánticos admirables para significarlo y agradecerlo. Y el fin de este día era dar gracias al Omnipotente por los patriarcas y profetas antiguos, desde Adán hasta sus padres naturales, en quien se concluían. Agradecía todos los dones de gracia y de naturaleza que el poder divino les había dado y por todo lo que profetizaron y lo que de ellos cuentan las Escrituras sagradas. Luego se volvía a sus padres san Joaquín y santa Ana y les daba gracias porque tan niña la ofrecieron a Dios en el templo, les pedía que en la celestial Jerusalén, donde gozaban de la visión beatífica, agradeciesen por ella este beneficio y que pidiesen al Muy Alto la enseñase a ser agradecida y la gobernase en todas sus obras. Y sobre todo les volvía a rogar diesen gracias al omnipotente Señor por haberla hecho exenta del pecado original para elegirla por Madre suya, porque estos dos beneficios siempre los miraba como inseparables.

633. Los días de san Joaquín y santa Ana los celebraba casi con estas mismas ceremonias; y entrambos los santos descendían al oratorio con Cristo nuestro Salvador y con multitud de ángeles innumerables, y con ellos daba gracias al Señor por haberla dado padres tan santos y conformes a la divina voluntad y por la gloria con que los había remunerado. Por todas estas obras del Señor hacía nuevos cánticos con los ángeles, y ellos los repetían con música dulcísima y sonora. A más de esto sucedía otra cosa en estas festividades de sus padres, que los ángeles de la misma Reina, y otros que descendían de las alturas, cada orden y coro explicaba a la gran Señora un atributo o perfección del ser de Dios y luego del Verbo humanado. Y este coloquio tan divino era para ella de incomparable júbilo y nuevos incentivos de sus afectos amorosos. Y san Joaquín y santa Ana recibían de esto grande gozo accidental; y al fin de todos estos misterios la gran Señora pedía la bendición a sus padres y se volvían al cielo, quedando ella postrada en tierra, agradeciendo de nuevo aquellos beneficios.

634. En la fiesta de su castísimo y santísimo esposo José celebraba el desposorio en que se le dio el Señor por compañía fidelísima, para ocultar los misterios de la encarnación del Verbo y para ejecutar con tan alta sabiduría los secretos y obras de la redención humana. Y como todas estas obras del altísimo y eterno consejo estaban depositadas en el corazón prudentísimo de María y les daba la ponderación digna que pedían, era inefable el gozo y el agradecimiento con que celebraba estas memorias. Descendía a la fiesta el santísimo esposo José con resplandores de gloria y millares de ángeles que le acompañaban, y con su música celebraban la solemnidad con grande júbilo y autoridad y cantaban los himnos y nuevos cánticos que hacía la divina Maestra para agradecimiento de los beneficios que su santo esposo y ella misma habían recibido de la mano del Altísimo.

635. Y después de haber gastado en esto muchas horas, hablaba en otras de aquel día con el glorioso esposo José sobre las perfecciones y atributos divinos; porque en ausencia del Señor éstas eran las pláticas y conferencias en que más se deleitaba la amantísima Madre. Y para despedirse del santo esposo, le pedía rogase por ella en la presencia de la divinidad y la alabase en su nombre. Le encomendaba también las necesidades de la Iglesia santa y de los apóstoles, para que rogase por todos, y sobre esto le pedía la bendición, con que el glorioso santo se volvía a los cielos y Su Alteza quedaba continuando los actos de humildad y agradecimiento que acostumbraba. Pero advierto dos cosas: la primera, que en estas festividades, cuando su Hijo vivía en el mundo y se hallaba presente a ellas, solía asistir a su Madre beatísima y mostrársele transfigurado como en el Tabor. Este favor la hizo muchas veces a ella sola, y las más fue en estas ocasiones; porque con él la pagaba en algún premio su íntima devoción y humildad y la renovaba toda con los efectos divinos que de esta maravilla le resultaban. Lo segundo advierto que, para celebrar estos favores y beneficios, sobre todo lo dicho añadía la gran Reina otra diligencia digna de su piedad y de nuestra atención. Esto es, que en los días ya señalados, y en otros que diré adelante, daba de comer a muchos pobres aderezándoles la comida y sirviéndolos por sus manos, puesta de rodillas en su presencia para servirlos. Y para esto ordenó al evangelista le trajese los pobres más desvalidos y necesitados, y el santo lo ejecutaba como su Reina lo mandaba. Y a más de esto aderezaba otra comida. de más regalo, para enviar a los hospitales a los enfermos pobres que no podía traer a su casa, y después iba ella a consolarlos y remediarlos con su presencia. Este era el modo con que celebraba María santísima sus fiestas y el que enseñó a los fieles que imitasen, para ser agradecidos en todo y por todo lo que les fuese posible con sacrificio de alabanza y de obras.

Doctrina que me dio la gran Reina del cielo María santísima.

636. Hija mía, el pecado de la ingratitud con Dios es uno de los más feos que cometen los hombre y con que se hacen más indignos y aborrecibles en los ojos del mismo Señor y de los santos, que tienen un linaje de horror con esta torpísima grosería de los mortales. Y aunque para ellos es tan perniciosa, ninguna otra culpa cometen con mayor descuido y frecuencia cada uno en particular. Verdad es que para no desobligarse tanto el mismo Señor de este ingratísimo y general olvido de sus beneficios ha querido que la santa Iglesia en común recompense en algo el defecto que sus hijos y todos hombres tienen en ser agradecidos a Dios. Y para reconocer sus beneficios hace el cuerpo de la Iglesia tantas oraciones, peticiones y sacrificios de su alabanza y gloria, como están ordenados en la misma Iglesia. Pero como los favores y gracias de su liberal y atenta providencia tocan no sólo a lo común de los fieles, mas también a cada uno en particular que recibe el beneficio, no se desempeñan de esta duda con el agradecimiento común, porque cada uno singularmente le debe por lo que a él le toca de la divina largueza.

637. ¡Cuántos hay en los mortales, que en toda su vida no han hecho un acto de verdadero agradecimiento a Dios, porque se la dio, porque se les conservó, porque les da salud, fuerzas, alimentos, honra, hacienda, con otros bienes temporales y naturales! Otros hay que, si alguna vez agradecen estos beneficios, no lo hacen porque de verdad aman a Dios que se los ha dado, sino por el amor que tienen a sí mismos y porque se deleitan en estas cosas temporales y terrenas y se alegran de poseerlas. Y este engaño se conocerá con dos indicios: el uno, que cuando pierden estos bienes terrenos y transitorios se contristan, despechan y desconsuelan y no saben pensar en otra cosa ni pedirla ni estimarla, porque sólo aman lo aparente y transitorio; y aunque muchas veces suele ser beneficio del Señor privarlos de la salud, honra, hacienda y otras cosas semejantes, para que no se entreguen desordenada y ciegamente a ellas, con todo eso lo tienen por desdicha y como por agravio, y siempre quieren que se vaya el corazón tras de lo que perece y se acaba, para perecer con ello.

638. El otro indicio de este engaño es, que con el ciego apetito de esto transitorio no se acuerdan de los beneficios espirituales, ni saben conocerlos ni agradecerlos. Esta culpa es torpísima y formidable entre los hijos de la Iglesia, a quienes la misericordia infinita, sin que nadie la obligara y se lo mereciera, quiso traer al camino seguro de la eterna vida, aplicándoles señaladamente los merecimientos de la pasión y muerte de mi Hijo santísimo. Cada uno de los que hoy están en la Iglesia santa pudo nacer en otros tiempos y en otros siglos antes que viniera Dios al mundo, y después le pudo criar entre paganos, idólatras, herejes y otros infieles, donde fuera inexcusable su eterna condenación. Sin haberlo merecido los llamó a la fe, dándoles conocimiento de la verdad segura, los justificó por el bautismo, diales sacramentos, ministros, doctrina y luz de la vida eterna. Los puso en el camino cierto, ayúdales con auxilios, perdónales cuando han pecado, levántalos cuando han caído, espéralos a penitencia, convídalos con misericordia y los premia con mano liberalísima. Defiéndelos con sus ángeles, dales a sí mismo en prendas y en alimento de vida espiritual, para esto acumula tantos beneficios, que ni hay número ni medida, ni pasa día ni hora en que no crece esta deuda.

639. Pues dime, oh hija mía, ¿qué agradecimiento se debe a tan liberal y paternal clemencia? Y ¿cuántos hay que le tengan dignamente? Y el más ponderable beneficio es que con esta ingratitud no se hayan cerrado las puertas y secado las fuentes de esta misericordia, porque es infinita. La raíz de donde principalmente se origina este desagradecimiento tan formidable en los hombres es la desmedida ambición y codicia que tienen de los bienes temporales, aparentes y transitorios. De esta insaciable sed nace su ingratitud, porque, como desean tanto lo temporal, les parece poco lo que reciben y ni agradecen estos beneficios ni se acuerdan de los espirituales, y con esto son ingratísimos en los unos y en los otros. Y sobre esta pesada estulticia suelen añadir otra mayor, que es pedir a Dios les conceda no sólo aquello que han menester sino las cosas que se les antojan y han de ser para su misma perdición. Entre los hombres es cosa fea que uno pida a otro algún beneficio cuando le han ofendido, y mucho más si lo pide para ofenderle más con ello. Pues ¿qué razón hay para que un hombre vil y terreno, enemigo de Dios, le pida la vida, la salud, la honra, la hacienda, y otras cosas que nunca las supo agradecer ni usó de ellas más que contra el mismo Dios?

640. Y si a esto se añade que jamás agradeció el beneficio de haberle criado, redimido, llamado, esperado, justificado y tenerle preparada la misma gloria de que goza Dios, si el hombre quiere granjearla, claro está que será desmedida temeridad y audacia pedir el que se hizo tan indigno por su ingratitud, si no pide el conocimiento y dolor de tal ofensa. Asegúrate, carísima, que este pecado tan repetido de la ingratitud con Dios es una de las mayores señales de reprobación en los que le cometen con tanto olvido y descuido. Y también es mal indicio que conceda el justo juez los bienes temporales a los que piden éstos con olvido del beneficio de la redención y justificación, porque todos éstos, olvidando el medio de su eterna vida, piden el instrumento de su muerte, y el concedérsele no es beneficio sino castigo de su ceguedad.

641. Todos estos daños te manifiesto para que los temas y te alejes de su peligro; pero entiende que tu agradecimiento no ha de ser común y ordinario, porque tus beneficios exceden a tu conocimiento y ponderación. No te dejes llevar ni engañar con encogerte a título de humildad, para no conocerlos y agradecerlos como debes. No ignoras el desvelo que ha puesto el demonio contigo, para que se te desvanezcan las obras y favores del Señor y míos a vista de tus faltas y miserias, procurando hacer incompatibles con ellas los bienes y verdad que has recibido. De este engaño acaba ya de sacudirte, conociendo que te aniquilas y humillas cuando más atribuyes a Dios los bienes que de su larga mano recibes; y cuanto más le debes, tanto más pobre te hallarás para el retorno de la mayor deuda, si no puedes satisfacer por la menor que tienes. El conocer esta verdad no es presunción sino prudencia, y el quererla ignorar no es humildad sino estulticia muy reprensible; porque no puedes agradecer lo que ignoras, ni puedes amar tanto, si no te conoces obligada y estimulada de los beneficios que te obligan. Tus temores son de no perder la gracia y amistad del Señor, y con razón debes temer no la malogres, porque ha hecho contigo lo que bastaba para justificar muchas almas. Pero es muy diferente cosa temer con prudencia el no perderla o poner duda en ella para no darle crédito; y el enemigo con su astucia pretende equivocarte en esto y que en vez del temor santo introduzca en ti una pertinacia muy incrédula, cubriéndola con capa de buena intención y temor santo. Este ha de ser en guardar tu tesoro y procurar una pureza de ángel en imitarme con desvelo y en ejecutar toda la doctrina que para esto te doy en esta Historia.

CAPITULO 14

De Nuevo a Tapa

El admirable modo con que María santísima celebraba los misterios de la encarnación y natividad del Verbo humanado y agradecía estos grandes beneficios.

642. Quien era tan fiel en lo poco como María santísima, no hay duda que en lo mucho sería fidelísima; y si en agradecer los beneficios menores fue tan diligente, oficiosa y solícita, cierto es que lo sería con toda plenitud en las mayores obras y beneficios que de la mano del Altísimo recibió ella y todo el linaje humano. Entre todos ellos el primer lugar tiene la obra de la encarnación del Verbo eterno en las entrañas de su beatísima y purísima Madre, porque ésta fue la más excelente obra y la mayor gracia de cuantas pudo extenderse el poder y sabiduría infinita con los hombres, juntando el ser divino como el ser humano en la persona del Verbo por la unión hipostática, que fue el principio de todos los dones y beneficios que hizo el Omnipotente a la naturaleza de los hombres y de los ángeles. Con esta maravilla nunca imaginada se puso Dios en tal empeño que, a nuestro modo de entender, no saliera de él con tanta gloria, si no tuviera en la misma naturaleza humana algún fiador, en cuya santidad y agradecimiento se lograra tan raro beneficio con toda plenitud, conforme a lo que dije en la primera parte (Cf. supra p.I n.58). Y esta verdad se hace más inteligible, suponiendo lo que nos enseña la fe, que la divina Sabiduría tuvo prevista en su eternidad la ingratitud de los réprobos y cuán mal usarían y se aprovecharían de tan admirable y singular favor como hacerse Dios hombre verdadero, Maestro, Redentor y ejemplar de todos los mortales.

643. Por esto la misma sabiduría infinita ordenó esta maravilla, de manera que entre los hombres hubiera quien pudiera recompensar esta injuria y deshacer este agravio de los ingratos a tan alto beneficio y con digno agradecimiento mediase entre ellos y el mismo Dios, para aplacarle y satisfacerle en cuanto era posible de parte de la humana naturaleza. Esto hizo en primer lugar la humanidad santísima de nuestro Redentor y Maestro Jesús, que fue el medianero con el eterno Padre, reconciliando con él a todo el linaje humano y satisfaciendo por sus culpas con superabundante exceso de merecimientos y paga de nuestra deuda. Pero como este Señor era Dios verdadero y Hombre verdadero, todavía parece que la naturaleza humana le quedaba deudora a él mismo, si entre las puras criaturas no tuviera alguna que le pagara esta deuda, todo cuanto de parte de ellas era posible con la divina gracia. Pero este retorno le dio su misma Madre y nuestra Reina, porque sola ella fue la secretaria del gran consejo y el archivo de sus misterios y sacramentos; sola ella los conoció, ponderó y agradeció tan dignamente cuanto a la naturaleza humana sin divinidad se le pudo pedir; sola ella recompensó y suplió nuestra ingratitud y la cortedad y grosería con que en su comparación lo hacían los hijos de Adán; sola ella supo y pudo desenojar y satisfacer a su mismo Hijo del agravio que recibió de todos los mortales, por no haberle recibido por su Redentor y Maestro ni por verdadero Dios humanado para la salud de todos.

644. Este incomprensible sacramento tuvo la gran Reina tan presente en su memoria, que jamás le olvidó por solo un instante. Y también conocía siempre la ignorancia que tenían tantos hijos de Adán de este beneficio. Y para agradecerlo ella por sí y por todos, cada día muchas veces hacía genuflexiones, postraciones y otros actos de adoración, y repetía continuamente por diversos modos esta oración: Señor y Dios altísimo, en vuestra real presencia me postro y me presento en mi nombre y de todo el linaje humano; y por el admirable beneficio de vuestra encarnación os alabo, bendigo y magnifico, os confieso y adoro en el misterio de la unión hipostática de la divina y humana naturaleza en la divina persona del Verbo eterno. Si los miserables hijos de Adán ignoran este beneficio y los que le conocen no le agradecen dignamente, acordaos, piadosísimo Señor y Padre nuestro que viven en carne flaca, llena de ignorancias y pasiones, y no pueden venir a vos si no los trajere vuestra clementísima dignación (Jn 6,44). Perdonad, Dios mío, este defecto de tan frágil condición y naturaleza. Yo, esclava vuestra y vil gusanillo de la tierra, por mí y por cada uno de los mortales os doy gracias por este beneficio con todos los cortesanos de vuestra gloria. Y a vosotros, Hijo y Señor mío, suplico de lo íntimo de mi alma toméis por vuestra cuenta esta causa de vuestros hermanos los hombres y alcancéis perdón para ellos de vuestro eterno Padre. Favoreced con vuestra piedad inmensa a los míseros y concebidos en pecado, que ignoran su propio daño y no saben lo que hacen ni lo que deben hacer. Yo pido por vuestro pueblo y por el mío; pues en cuanto sois hombre todos somos de vuestra naturaleza, no la despreciéis; y en cuanto Dios dais valor infinito a vuestras obras, sean ellas el retorno y agradecimiento digno de nuestra deuda, pues sólo vos podéis pagar lo que todos recibimos y debemos al eterno Padre, que para remedio de los pobres y rescate de los cautivos quiso enviaros de los cielos a la tierra. Dad vida a los muertos, enriqueced a los pobres, alumbrad a los ciegos; vosotros sois nuestra salud, nuestro bien y todo nuestro remedio.

645. Esta oración y otras eran ordinarias en la gran Señora del mundo, pero sobre este continuo y cotidiano agradecimiento añadía otros nuevos ejercicios para celebrar el soberano misterio de la encarnación, cuando llegaban los días en que tomó carne humana el Verbo divino en sus purísimas entrañas; y en éstos era más favorecida del Señor que en otras fiestas de las que celebraba, porque ésta no era de solo un día, sino de nueve continuos, que precedieron inmediatamente al de veinte y cinco de marzo, en que se ejecutó este sacramento con la preparación que se dijo en el principio de la segunda parte (Cf. supra p.II n.5). Allí declaré por nueve capítulos las maravillas que precedieron a la encarnación, para disponer dignamente a la divina Madre que había de concebir el Verbo humanado en su alma y en su vientre virginal. Y aquí es necesario suponerlo y repetirlo brevemente, para manifestar el modo con que celebraba y renovaba el agradecimiento de este sumo milagro y beneficio.

646. Comenzaba esta solemnidad del día diez y seis de marzo por la tarde y en los nueve siguientes hasta el día veinte y cinco estaba encerrada sin comer y sin dormir; y sólo para la sagrada comunión la asistía el evangelista, que se la administraba en estos nueve días. Renovaba el Omnipotente todos los favores y beneficios que hizo con María santísima en los otros nueve que precedieron a la encarnación, aunque en éstos añadía otros nuevos de su Hijo y nuestro Redentor, porque ya Su Majestad, como había nacido de la beatísima y digna Madre, tomaba por su cuenta el asistirla, regalarla y favorecerla en esta fiesta. Los seis días primeros de aquella novena sucedía de esta manera: que después de algunas horas de la noche, en que la digna Madre continuaba sus acostumbrados ejercicios, descendía a su oratorio el Verbo humanado de los cielos con la majestad y gloria que está en ellos y con millares de ángeles que le acompañaban, y con esta grandeza entraba en el oratorio y presencia de María santísima.

647. La prudentísima y religiosa Madre adoraba a su Hijo y Dios verdadero con la humildad, veneración y culto, que sola sabía hacerlo dignamente su altísima sabiduría. Y luego por ministerio de los santos ángeles era levantada de la tierra y colocada a la diestra del mismo Señor en su trono, donde sentía una íntima e inefable unión con la misma humanidad y divinidad que la transformaba y llenaba de gloria y nuevas influencias que con ningunas palabras se pueden explicar. En aquel estado y en aquel puesto renovaba el Señor en ella las maravillas que obró los nueves días antes de la encarnación, correspondiendo el primero de éstos al primero de aquéllos, y el segundo al segundo y así en los demás. Y de nuevo añadía otros favores y efectos admirables, conforme al estado que tenía el mismo Señor y su beatísima Madre. Y aunque en ella se conservaba siempre la ciencia habitual de todas las cosas que hasta entonces había conocido, pero en esta ocasión con nueva inteligencia y luz divina era aplicado su entendimiento al uso y ejercicio de esta ciencia con mayor claridad y efectos.

648. El día primero de estos nueve se le manifestaban todas las obras que hizo Dios en el primero de la creación del mundo; el orden y modo con que fueron criadas todas las cosas que tocan a este día: el cielo, tierra y abismos, con su longitud, latitud y profundidad; la luz y las tinieblas y su separación, con todas las condiciones, calidades y propiedades de estas cosas materiales y visibles. Y de las invisibles conocía la creación de los ángeles y todas sus especies y calidades, la duración en la gracia, la discordia entre los obedientes y apostatas, la caída de éstos y confirmación en gracia de los otros, y todo lo demás que misteriosamente encerró Moisés en las obras del primer día (Gen 1,1-5). Conocía a si mismo los fines que tuvo el Omnipotente en la creación de estas cosas y de las demás, para comunicar su divinidad y manifestarla por ellas, para que todos sus ángeles y los hombres, como capaces, le conociesen y alabasen por ellas. Y porque el renovar esta ciencia no era ocioso en la prudentísima Madre, la decía su Hijo santísimo: Madre y paloma mía, de todas estas obras de mi poder infinito os di noticia para manifestaros mi grandeza antes de tomar carne en vuestro virginal tálamo y ahora la renuevo para daros de nuevo la posesión y el señorío de todas como a mi verdadera Madre, a quien los ángeles, los cielos, la tierra, la luz y las tinieblas quiero que sirvan y obedezcan, y para que vos dignamente deis gracias y alabéis al eterno Padre por el beneficio de la creación que los mortales no saben agradecer.

649. A esta voluntad del Señor y deuda de los hombres respondía y satisfacía nuestra gran Reina con plenitud, agradeciendo por sí y por todas las criaturas estos incomparables beneficios; y en estos ejercicios y otros misteriosos pasaba el día hasta que su Hijo santísimo volvía a los cielos. El segundo día con el mismo orden descendía Su Majestad a la media noche y en la divina Madre renovaba el conocimiento de todas las obras del segundo de la creación (Gen 1,6-8); cómo fue formado en medio de las aguas el firmamento, dividiendo las unas de las otras, el número y disposición de los cielos y toda su compostura y armonía, calidades y naturaleza, grandeza y hermosura; y todo esto conocía con infalible verdad, como sucedió y sin opiniones, aunque también conocía las que sobre ello tienen los doctores y escritores. El día tercero se le manifestaba de nuevo lo que de él refiere la escritura (Gen 1,9-13), que el Señor congregó las aguas que estaban sobre la tierra y tormo el mar, descubriendo la tierra, para que diese frutos, como los hizo luego al imperio de su Criador, produciendo plantas, yerbas, árboles y otras cosas que la hermosean y adornan; y conoció la naturaleza, calidades y propiedades de todas estas plantas y el modo con que podían ser útiles o nocivas para el servicio de los hombres. El cuarto día (Gen 1,14-19) conoció en particular la formación del sol, luna y estrellas de los cielos, su materia, forma, calidades, influencias, y todos los movimientos con que obran y distinguen los tiempos, los años y los días. El día quinto (Gen 1,20-23) se le manifestaba la creación o generación de las aves del cielo, de los peces del mar, que fueron todos formados de las aguas, y el modo con que sucedieron estas producciones en su principio y el que después tenían para su conservación y propagación, y todas las especies, condiciones y calidades de los animales de la tierra y peces del mar. El día sexto (Gen 1,24-31) se le daba nueva luz y conocimiento de la creación del hombre, como fin de todas las otras criaturas materiales; y a más de entender su compostura y armonía, en que las encierra todas por modo maravilloso, conocía el misterio de la encarnación a que se ordenaba esta formación del hombre, y todos los demás secretos de la sabiduría divina que en esta obra y en las de toda la creación estaban encerrados, testificando su infinita grandeza y majestad.

650. En cada uno de estos días hacía la gran Reina su cántico particular en alabanza del Criador, por las obras que correspondían a la creación de aquel día, y por los misterios que en ellas conocía. Luego hacía grandes peticiones por todos los hombres, en particular por los fieles, para que fuesen reconciliados con Dios y se les diese luz de la divinidad y de sus obras para que en ellas y por ellas le conociesen, amasen y alabasen. Y como alcanzaba a conocer la ignorancia de tantos infieles que no llegarían a este conocimiento ni a la fe verdadera que se les podía comunicar y que muchos fieles, aunque confesasen estas obras del Altísimo, serían tardos y negligentes en el agradecimiento que deben, por estos defectos de los hijos de Adán hacía María santísima obras heroicas y admirables para recompensarlos. Y en esta correspondencia la favorecía y levantaba su Hijo santísimo a nuevos dones y participación de su divinidad y atributos, acumulando en ella lo que desmerecían los mortales por su ingratísimo olvido. Y en cada una de las obras de aquel día le daba nuevo dominio y señorío, para que todas la reconocieran y sirvieran como a Madre de su Criador, que la constituía por suprema Reina de todo lo que él había criado en cielo y tierra.

651. En el día séptimo se renovaban y adelantaban estos divinos favores, porque no descendía del cielo estos tres días su Hijo santísimo, mas la divina Madre era levantada y llevada a él, como sucedió en los días que correspondían a éstos antes de la encarnación. Para esto de la media noche, por mandado del mismo Señor, la llevaban los ángeles. al cielo empíreo, donde en adorando al ser de Dios la adornaban los supremos serafines con una vestidura más pura y cándida que la nieve y refulgente que el sol. Ceñían la con una cinta de piedras tan ricas y hermosas, que no hay en la naturaleza a quien compararlas, porque cada una excedía en resplandor al globo del mismo sol y a muchos si estuvieran juntos. Luego la adornaban con manillas y collar y otros adornos, proporcionados a la persona que los recibía y a quien los daba, porque todas estas joyas las bajaban los serafines con admirable reverencia, del mismo trono de la beatísima Trinidad, cuya participación señalaba y manifestaba cada uno con diferente modo. Y no sólo estos adornos significaban la nueva participación y comunicación de las divinas perfecciones que se le daban a su Reina, pero los mismos serafines que la adornaban y eran seis representaban también el misterio de su ministerio.

652. A estos serafines sucedían otros seis que daban otro nuevo adorno a la Reina, como retocándola todas sus potencias Y dándoles una facilidad, hermosura y gracia que no se pueden manifestar con palabras. Y sobre todo este ornato llegaban otros seis serafines y por su ministerio le daban las calidades y lumen con que era elevado su entendimiento y voluntad para la visión y fruición beatífica. Y estando la gran Reina tan adornada y llena de hermosura, todos aquellos serafines que eran diez y ocho la levantaban al trono de la beatísima Trinidad y la colocaban a la diestra de su Unigénito nuestro Salvador. Allí la preguntaban qué pedía, qué quería y qué deseaba, y la verdadera Ester respondía: Pido, Señor, misericordia para mi pueblo (Est 7,3); y en su nombre y mío, deseo y quiero agradecer el favor que le hizo vuestra misericordiosa omnipotencia dando forma humana al eterno Verbo en mis entrañas para redimirle. A estas razones y peticiones añadía otras de incomparable caridad y sabiduría, rogando por todo el linaje humano y en especial por la santa Iglesia.

653. Luego su Hijo santísimo hablaba con el eterno Padre y decía: Yo te confieso y alabo, Padre mío, y te ofrezco esta criatura hija de Adán, agradable en tu aceptación, como elegida entre las demás criaturas para Madre mía y testimonio de nuestros infinitos atributos. Ella sola con dignidad y plenitud sabe estimar y conocer con agradecido corazón el favor que hice a los hombres vistiéndome de su naturaleza para enseñarles el camino de la salud eterna y redimirlos de la muerte. A ella escogimos para aplacar nuestra indignación contra la integridad y mala correspondencia de los mortales. Ella nos da el retorno que los demás o no pueden o no quieren, pero no podemos despreciar los ruegos de nuestra Amada, que por ellos nos ofrece con la plenitud de su santidad y agrado nuestro.

654. Se repetían todas estas maravillas por los tres días últimos de esta novena, y en el postrero, que era el veinte y cinco de marzo, a la hora de la encarnación se le manifestaba la divinidad intuitivamente con mayor gloria que la de todos los bienaventurados. Y aunque en todos estos días recibían los santos nuevo gozo accidental, pero este último era más festivo y de extraordinaria alegría para toda aquella Jerusalén triunfante. Mas los favores que la beatísima Madre recibía en estos días exceden sin medida a todo humano pensamiento, porque todos los privilegios, gracias y dones se los ratificaba y aumentaba el Omnipotente por un modo inefable. Y como era viadora para merecer y conocía todos los estados de la santa Iglesia en el siglo presente y en los futuros, pidió y mereció para todos tiempos grandes beneficios o, por decirlo mejor, todos cuantos el poder divino ha obrado y obrará hasta el fin del mundo con los hombres.

655. En todas las festividades que celebraba la gran Señora alcanzaba la reducción de innumerables almas que entonces y después han venido a la fe católica. Y este día de la encarnación era mayor esta indulgencia, porque mereció para muchos reinos, provincias y naciones los beneficios y favores que han recibido con haberlos llamado a la santa Iglesia. Y en los que más ha perseverado la fe católica son más deudores a las peticiones y méritos de la divina Madre. Pero singularmente se me ha dado a entender que, en los días que celebraba el misterio de la encarnación, sacaba a todas las ánimas que estaban en el purgatorio; y desde el cielo, donde se le concedía este favor como Reina de todo lo criado y Madre del Reparador del mundo, enviaba ángeles que las llevasen a él y ofrecía al eterno Padre como fruto de la encarnación, con que envió al mundo a su unigénico Hijo para granjearle las almas que su enemigo había tiranizado, y por todas estas almas hacía nuevos cánticos, de alabanza. Y con este júbilo de dejar aumentada aquella corte del cielo volvía a la tierra, donde de nuevo hacía gracias por estos beneficios con la humildad acostumbrada. Y no se haga increíble esta maravilla, pues el día que María santísima fue levantada a la dignidad inmensa de Madre del mismo Dios y Señora de todo lo criado, no es mucho que franquease los tesoros de su divinidad con los hijos de Adán, sus hermanos y sus mismos hijos, cuando a ella se le franquearon, recibiéndola en sus entrañas unida hipostáticamente con su misma sustancia; y sola su sabiduría alcanzaba a ponderar este beneficio propio para ella y común para todos.

656. La solemnidad del nacimiento de su Hijo celebraba con otro modo y favores. Comenzaba la víspera con los ejercicios, cánticos y disposiciones que en las demás fiestas, y a la hora del nacimiento descendía del cielo su Hijo santísimo con millares de ángeles y gloriosa majestad, cual otras veces venía. Le acompañaban también los patriarcas san Joaquín y santa Ana, san José y santa Isabel, madre del Bautista, y otros santos. Luego los ángeles por mandado del Señor la levantaban del suelo y la colocaban a su divina diestra, y cantaban con celestial armonía el cántico de la Gloria, que cantaron el día del Nacimiento (Lc 2,14), y otros que la misma Señora había hecho en reconocimiento de este misterio y beneficio y en loores de la divinidad y de sus infinitas perfecciones. Y después de haber estado en estas alabanzas grande rato, pedía la divina Madre licencia a su Hijo Jesús y descendía del trono y se postrada en su presencia de nuevo. Y en aquella postura le adoraba en nombre de todo el linaje humano y le daba gracias porque había nacido al mundo para su remedio. Y sobre este agradecimiento hacía una fervorosa petición por todos, y singularmente por los hijos de la Iglesia, representando la fragilidad de la condición humana, y la necesidad que tenía de la gracia y auxilio de la divina diestra para levantarse y venir al conocimiento del Señor y merecer la vida eterna. Alegaba para esto la misericordia de haber nacido el mismo Señor de su virginal tálamo, para remedio de los hijos de Adán, y la pobreza en que nació, los trabajos y penalidades que admitió, el haberle alimentado ella a sus pechos y criado como Madre, y todos los misterios que en estas obras se sucedieron. Esta oración aceptaba su Hijo y nuestro Salvador, y en presencia de todos los ángeles y santos que le asistían se daba por obligado de la caridad y razones con que su felicísima Madre pedía por su pueblo, y de nuevo la concedía que como Señora y Dispensadora de todos sus tesoros de la gracia los aplicase y distribuyese entre los hombres a su voluntad. Esto hacía la prudentísima Reina con admirable sabiduría y fruto de la Iglesia. Y para fin de esta solemnidad pedía a los santos alabasen al Señor en el misterio de su nacimiento en nombre suyo y de los demás mortales. Y a su Hijo pedía la bendición, y dándosela se volvía Su Majestad a los cielos.

Doctrina que me dio la gran Señora de los ángeles María santísima.

657. Hija y discípula mía, la admiración con que escribes los secretos que de mi vida y santidad te manifiesto, quiero que la conviertas toda en alabar por ellos al Omnipotente que fue conmigo tan liberal y en levantarte sobre ti con la confianza que debes pedir mi poderosa intercesión y protección. Pero si te admiras de que mi Hijo santísimo añadiese en mí gracias sobre gracias y dones sobre dones y tan frecuentemente me visitase o me llevase a su presencia a los cielos, acuérdate de lo que dejas escrito (Cf. supra p.II n.1522; p.III n.2), que yo carecía de la visión beatífica para gobernar la Iglesia. Y cuando esta caridad no mereciera con el Altísimo la recompensa que por ella me dio viviendo en carne mortal, por los títulos de ser yo su Madre y él mi Hijo hiciera conmigo tales obras y maravillas, cuales ni caben en pensamiento criado ni convenían a otra criatura. La dignidad de Madre de Dios excede tanto a toda la esfera de las demás, que fuera torpe ignorancia negarme a mí los favores que no se hallan en los otros santos. Y el tomar carne humana de mi sustancia el Verbo eterno, fue un empeño de tanto peso para el mismo Dios que, a tu modo de entender, no saliera de él, si consiguientemente no hiciera conmigo todo lo que su omnipotencia alcanza y yo era capaz de recibir. Este poder de Dios es infinito y no se puede agotar, siempre queda infinito; y lo que comunica fuera de sí mismo, siempre es finito y tiene término. Yo también soy pura criatura finita, y en comparación del ser de Dios todo lo criado es nada.

658. Pero junto con esto, de mi parte no puse impedimento, antes merecía que la Omnipotencia obrase en mí sin límite y sin medida todos los dones, gracias y favores a que debidamente se podía extender. Y como todos éstos siempre eran finitos, por grandes y admirables que fuesen, y el poder y ser de Dios era infinito y sin término, de aquí se entiende que pudo acumular en mí gracias sobre gracias y beneficios sobre beneficios. Y no sólo pudo hacerlo, pero convenía que así lo hiciese, para obrar con toda perfección esta obra y maravilla de hacerme digna Madre suya, pues ninguna de sus obras queda en su género imperfecta ni con alguna mengua. Y porque en esta dignidad de hacerme Madre suya se contienen todas mis gracias corno en su origen y principio a donde corresponden, por esto el día que me conocieron los hombres por Madre de Dios conocieron implícitamente y como en su causa las condiciones que para tal excelencia me pertenecen; dejando a la devoción, piedad y cortesía de los fieles que para obligar a mi Hijo santísimo y merecer mi protección fuesen discurriendo dignamente de mi santidad y dones y los coligiesen y confesasen conforme a su devoción y mi dignidad. Y para esto a muchos santos y a los autores y escritores se les ha dado particular ciencia y luz y otras revelaciones que han tenido de algunos favores y de muchos privilegios que me concedió el Altísimo.

659. Y como en esto muchos de los mortales han sido unos con buen celo tímidos, otros con indevoción más tardos de lo que debían, ha querido mi Hijo santísimo, en dignación paternal y en el tiempo más oportuno para su santa Iglesia, manifestarles estos ocultos sacramentos, sin fiarlo del humano discurso ni de la ciencia a que se extiende, sino de su misma y divina luz y verdad, para que los mortales reciban alegría y esperanza, sabiendo lo que yo los puedo favorecer y dando al Omnipotente la gloria y alabanza que deben en mí y en las obras de la redención humana.

660. En esta obligación quiero, hija mía, que tú te juzgues la primera y más deudora que todos los demás, pues yo te elegí por mi especial hija y discípula, para que escribiendo mi Vida se levantase tu corazón con más ardiente amor y deseos de seguirme por la imitación que te convido y llamo. Y la doctrina de este capítulo es, que me sigas en el agradecimiento inefable que yo tuve del beneficio y misterio de la encarnación del Verbo eterno en mis entrañas. Escribe en tu corazón esta maravilla del Omnipotente, para que jamás la olvides, y señálate más en esta memoria los días que corresponden a los misterios que de mí has escrito. En ellos y en mi nombre quiero que celebres en la tierra esta festividad con singular disposición y júbilo de tu alma, agradeciendo por todos los mortales el haber encarnado Dios en mí para su remedio, y también le alabes por la dignidad a que me levantó con hacerme Madre suya. Y advierte que los ángeles y santos en el cielo, después del conocimiento que tienen del ser de Dios infinito, ninguna otra cosa les causa mayor admiración que verle unido a la humana naturaleza; y aunque más y más conocen de este misterio, les queda siempre más que conocer por todos los siglos de los siglos.

661. Y para que tú celebres y renueves en ti estos beneficios de la encarnación y nacimiento de mi Hijo santísimo, quiero que procures alcanzar una humildad y pureza de ángel; que con estas virtudes será grato al Señor el agradecimiento que le debes y con este retorno pagarás algo de la deuda que tienes por haberse hecho Dios de tu naturaleza. Considera y pondera cuánto pesan las culpas de los hombres, después que tienen a Cristo por su hermano y degeneran de esta excelencia y obligación. Considérate como retrato o imagen de Dios hombre, y que lo menosprecias y le borras con cualquiera culpa que haces. Esta nueva dignidad a que fue levantada la humana naturaleza tienen muy olvidada los hijos de Adán y no se quieren desnudar de sus antiguas costumbres y miserias para vestirse de Cristo. Pero tú, hija mía, olvídate de la casa de tu antiguo padre y de tu pueblo, y procura renovarte con la hermosura de tu Reparador, para que seas agradable en los ojos del supremo Rey.

CAPITULO 15

De Nuevo a Tapa

De otras festividades que celebraba María santísima de la circuncisión, adoración de los Reyes, su purificación, el bautismo, el ayuno, la institución del santísimo sacramento, pasión y resurrección.

662. En renovar la memoria de los misterios, vida y muerte de Cristo nuestro Salvador no sólo pretendía nuestra gran Reina darle el debido agradecimiento por sí misma y por todo el linaje humano y enseñar a la Iglesia esta ciencia divina como Maestra de toda santidad y sabiduría, pero sobre cumplir esta deuda pretendía obligar al Señor, inclinando su bondad infinita a la misericordia y clemencia de que conocía necesitaba la fragilidad y miseria humana de los hombres. Conocía la prudentísima Madre que a su Hijo santísimo y al eterno Padre desobligaban mucho los pecados de los mortales y que en el tribunal de su misericordia no tenían qué alegar en su favor más que la caridad infinita con que los ama y reconcilió consigo cuando eran pecadores y enemigos (Rom 5,8 (A.)). Y como esta reconciliación la hizo Cristo nuestro reparador con sus obras, vida, muerte y misterios, por esta razón los días que sucedieron todos estos beneficios juzgaba la divina Señora convenientes para multiplicar sus ruegos y para inclinar al Omnipotente pidiéndole que amase a los hombres por haberlos amado, que los llamase a su fe y amistad por habérsela merecido y que con efecto los justificase por haberles granjeado la justificación y vida eterna.

663. Nunca llegarán los hombres ni los ángeles a ponderar dignamente la deuda que tiene. el mundo a la maternal piedad de esta Señora y gran Reina. Y los muchos favores que recibió de la diestra del Omnipotente, con tantas veces como se le manifestó la visión beatífica en carne mortal, no fueron beneficios para sola ella, sino también para nosotros; porque en estas ocasiones llegaron su divina ciencia y caridad a lo sumo que pudo caber en pura criatura, y a este paso deseaba la gloria del Altísimo en la salvación de las criaturas racionales. Y como juntamente quedaba en estado de viadora para merecer y granjearla, excede a toda capacidad el incendio de amor que en su purísimo corazón ardían, para que ninguno se condenase de los que podían llegar a gozar de Dios. De aquí le resultó un prolongado martirio que padeció en su vida, y la consumiera cada hora y cada instante si el poder de Dios no la guardara o la detuviera. Esto fue, el pensar que se condenarían tantas almas y quedarían privadas eternamente de ver a Dios y gozarle y, a más de esto, padecerían los tormentos eternos del infierno sin esperanza del remedio que despreciaron.

664. Esta infelicidad tan lamentable sentía la dulcísima Madre con dolor inmenso, porque la conocía, pesaba y ponderaba con igual sabiduría. Y como a ésta correspondía su ardentísima caridad, no tuviera consuelo en estas penas, si se dejaran a la fuerza de su amor y a la consideración de lo que hizo nuestro Salvador y lo que padeció para rescatar a los hombres de la perdición eterna. Pero el Señor prevenía en su fidelísima Madre los efectos de este mortal dolor, y algunas veces la conservaba la vida milagrosamente, otras la divertía de él con diferentes inteligencias y otras veces se las daba de los secretos ocultos de la predestinación eterna, para que conociendo las razones y equidad de la Justicia divina sosegase su corazón. Todos estos arbitrios y otros diferentes tomaba Cristo nuestro Salvador, para que su Madre santísima no muriese a vista de los pecados y condenación eterna de los réprobos. Y si esta infeliz y desdichada suerte, prevenida por la divina Señora, pudo afligir tanto su candidísimo corazón, y en su Hijo y Dios verdadero hizo tales efectos que para remediar la perdición de los hombres se ofreció a la pasión y muerte de cruz, ¿con qué palabras se puede ponderar la ciega estulticia de los mismos hombres, que con tal ímpetu y tan sensibles corazones se entregan a tan irreparable y nunca bien encarecida ruina de sí mismos?

655. Pero con lo que nuestro Salvador y Maestro Jesús aliviaba mucho este dolor de su amantísima Madre, era con oír sus ruegos y peticiones por los mortales, con darse por obligado de su amor, con ofrecerle sus tesoros y merecimientos infinitos y con hacerla su limosnera mayor y dejar en su piadosa voluntad la distribución de las riquezas de su misericordia y gracias, para que las aplicase a las almas que con su ciencia conocía ser más conveniente. Estas promesas del Señor con su beatísima Madre eran tan ordinarias, como también eran los cuidados y oraciones que de parte de la piadosa Reina las solicitaba, y todo crecía más en las festividades que celebraba de los misterios de su Hijo santísimo. En el de la circuncisión, cuando llegaba el día en que sucedió, comenzaba los ejercicios acostumbrados a la hora que en las otras fiestas, y en ésta descendía también el Verbo humanado a su oratorio con la majestad y acompañamiento que otras veces (Cf, supra n.615,640) de ángeles y santos. y como este misterio fue en el que nuestro Redentor comenzó a derramar sangre por los hombres y se humilló a la ley de los pecadores como si fuera uno de ellos, eran inefables los actos que su purísima Madre hacía en la conmemoración de tal dignación y clemencia de su Hijo santísimo.

666. Se humillaba la gran Madre hasta el profundo de esta virtud, se dolía tiernamente de lo que padeció el niño Dios en aquella tierna edad, le agradecía este beneficio por todos los hijos de Adán; lloraba el común olvido y la ingratitud en no estimar aquella sangre derramada tan temprano para rescate de todos. Y como si de no pagar este beneficio se hallara corrida en presencia de su mismo Hijo, se ofrecía a morir y derramar ella su misma sangre y vida en retorno de esta deuda y a imitación de su ejemplar Maestro. Y sobre estos deseos y peticiones tenía dulcísimos coloquios con el mismo Señor en todo aquel día. Pero aunque Su Majestad aceptaba este sacrificio, como no era conveniente reducir a ejecución los inflamados deseos de la amantísima Madre, añadía otras nuevas invenciones de caridad con los mortales. Pidió a su Hijo santísimo que de los regalos, caricias y favores que recibía de su poderosa diestra, repartiese con todos sus hijos los hombres, y que en el padecer por su amor y con este instrumento fuese ella singular, pero en el recibir el retorno entrasen todos a la parte y todos gustaran de la suavidad y dulzura de su divino Espíritu, para que obligados y atraídos con ella vinieran todos al camino de la vida eterna y ninguno se perdiera con la muerte, después que el mismo Señor se hizo hombre y padeció para traer todas las cosas a sí mismo (Jn 12,32 (A.)). Ofrecía luego al eterno Padre la sangre que su Hijo Jesús derramó en la circuncisión y la humildad de haberse circuncidado siendo impecable, le adoraba como a Dios y hombre verdadero, y con éstas y otras obras de incomparable perfección la bendecía su Hijo santísimo y se volvía a los cielos a la diestra de su eterno Padre.

667. Para la adoración de los Reyes se prevenía algunos días ante que llegase la fiesta, como juntando algunos dones que ofrecerle al Verbo humanado. La principal ofrenda, que la prudentísima Señora llamaba oro, eran las almas que reducía al estado de la gracia; y para esto se valía mucho antes del ministerio de los ángeles y les daba orden que la ayudasen a prevenir este don, solicitándole muchas almas con inspiraciones grandes y más particulares para que se convirtiesen al verdadero Dios y le conociesen. Y todo se ejecutaba por ministerio de los ángeles, y mucho más por las oraciones y peticiones que ella hacía, con que sacaba muchas del pecado, otras reducía a la fe y bautismo y otras a la hora de la muerte sacaba de las uñas del dragón infernal. A este don añadía el de la mirra, que eran las postraciones de cruz, humillaciones y otros ejercicios penales que hacía para prevenirse y llevar qué ofrecer a su mismo Hijo. La tercera ofrenda, que llamaba incienso, eran los incendios y vuelos del amor, las palabras y oraciones jaculatorias y otros afectos dulcísimos y llenos de sabiduría.

668. Para recibir esta ofrenda, llegado el día y la hora de la fiesta, descendía del cielo su Hijo santísimo con innumerables ángeles y santos, y en presencia de todos y convidando a los cortesanos del cielo a que la ayudasen, la ofrecía con admirable culto, adoración y amor; y por todos los mortales hacía con este ofrecimiento una ferviente oración. Luego era levantada al trono de su Hijo y Dios verdadero y participaba la gloria de su humanidad santísima por un modo inefable, quedando divinamente unida con ella y como transfigurada con sus resplandores y claridad, y algunas veces, para que descansara de sus ardentísimos afectos, la reclinaba el mismo Señor en sus brazos. Y estos favores eran de condición que no hay términos para explicarlos, porque el Omnipotente sacaba cada día de sus tesoros beneficios antiguos y nuevos (Mt 13,52).

669. Después de haber recibido estos beneficios y favores, descendía del trono y pedía misericordia para los hombres, y concluía estas peticiones con un cántico de alabanza para todos y pedía a los santos la acompañasen en todo esto. Y sucedía este día una cosa maravillosa, que para dar fin a esta solemnidad pedía a todos los patriarcas y santos que en ella asistían, rogasen al Todopoderoso la asistiese y gobernase en todas sus obras. Y para esto iba de uno en uno continuando esta petición y humillándose ante ellos como quien llegara a besarles la mano. Y para que la Maestra de la humildad ejercitara esta virtud con sus progenitores, patriarcas y profetas, que eran de su misma naturaleza, daba lugar su Hijo santísimo con incomparable agrado. Pero no hacía esta humillación con los ángeles, porque éstos eran sus ministros y no tenían con la gran Señora el parentesco de la naturaleza que tenían los santos padres, y así la asistían y acompañaban los espíritus divinos por otro modo de obsequio que con ella mostraban en aquel ejercicio.

670. Luego celebraba el bautismo de Cristo nuestro Salvador, con grandioso agradecimiento de este sacramento y que el mismo Señor le hubiese recibido para darle principio en la ley de gracia. Y después de las peticiones que hacía por la Iglesia, se recogía por los cuarenta días continuos para celebrar el ayuno de nuestro Salvador, repitiéndole como Su Majestad y ella a su imitación lo hicieron, de que hablé en la segunda parte en su lugar (Cf. supra p.II n.988,990ss). En estos cuarenta días, no dormía, ni comía, ni salía de su retiro, si no ocurría alguna grande necesidad que pidiese su presencia, y sólo comunicaba con el evangelista san Juan para recibir de su mano la sagrada comunión y despachar los negocios en que era fuerza darle parte para el gobierno de la Iglesia. En aquellos días asistía más el amado discípulo, ausentándose pocas veces de la casa del cenáculo; y aunque venían muchos necesitados y enfermos, los remediaba y curaba, aplicándoles alguna prenda de la poderosa Reina. Venían muchos endemoniados y algunos antes de llegar quedaban libres, porque no se atrevían los demonios a esperar, acercándose a donde estaba María santísima. Otros, en tocando al enfermo con el manto o velo, o con otra cosa de la Reina, se arrojaban al profundo. Y si algunos estaban rebeldes, la llamaba el evangelista, y al punto que llegaba a la presencia de los pacientes salían los demonios sin otro imperio.

671. De las obras y maravillas que le sucedían en aquellos cuarenta días era necesario escribir muchos libros, si todas se hubieran de referir, porque si no dormía, ni comía, ni descansaba, ¿quién podrá contar lo que su actividad y solicitud tan oficiosa obraba en tanto tiempo? Basta saber que todo lo aplicaba y ofrecía por los aumentos de la Iglesia, justificación de las almas y conversión del mundo, y en socorrer a los apóstoles y discípulos que por todo él andaban predicando. Pero cumplida esta cuaresma la regalaba su Hijo santísimo con un convite semejante al que los ángeles hicieron al mismo Señor cuando cumplió la de su ayuno, como queda dicho en su lugar (Cf. supra p.II n.1000). Sólo tenía éste de mayor regalo, que se hallaba presente el mismo Dios glorioso y lleno de majestad con muchos millares de ángeles, unos que administraban, otros que cantaban con celestial y divina armonía, pero el mismo Señor la daba de su mano lo que comía la amantísima Madre. Era este día muy dulce para ella. más por la presencia de su Hijo y por sus caricias que por la suavidad de aquellos manjares y néctares soberanos. Y en hecho de gracias por todo se postraba en tierra y pedía la bendición, adorando al Señor, y Su Majestad se la daba y volvía a los cielos. Pero en todos estos aparecimientos de Cristo nuestro Señor hacía la religiosa Madre grandes y heroicos actos de humildad, sumisión y veneración, besando los pies de su Hijo, reconociéndose por no digna de aquellos favores y pidiendo nueva gracia para servirle mejor con su protección desde entonces.

672. Sería posible que alguno con humana prudencia juzgase que son muchos los aparecimientos del Señor que aquí escribo, en tan frecuentes y repetidas ocasiones como he dicho que los hacía. Pero quien esto pensare está obligado a medir la santidad de la Señora de las virtudes y de la gracia y el amor recíproco de tal Madre y de tal Hijo, y decirnos cuánto sobran estos favores de la regla con que mide esta causa, que la fe y la razón tienen por inmensurable con el humano juicio. A mí bástame, para no hallar duda en lo que digo, la luz con que lo conozco y saber que cada día, cada hora y cada instante baja del cielo Cristo nuestro Salvador consagrado a las manos del sacerdote que legítimamente le consagra en cualquiera parte del mundo. Y digo que baja, no con movimiento corporal, sino por la conversión del pan y del vino en su sagrado cuerpo y sangre. Y aunque esto sea por diferente modo, que yo no declaro ni disputo ahora, pero la verdad católica me enseña que el mismo Cristo por inefable modo se hace presente y está en la Hostia consagrada. Esta maravilla obra el Señor tan repetidas veces por los hombres y para su remedio, aunque son tantos los indignos y también lo son algunos de los que le consagran. Y si alguno le puede obligar para continuar este beneficio, sola fue María santísima por quien lo hiciera y principalmente lo ordenó, como en otra parte he declarado (Cf. supra n.19). Pues no parezca mucho que a ella sola visitase tantas veces, si ella sola pudo y supo merecerlo para sí y para nosotros.

673. Después del ayuno celebraba la gran Señora la fiesta de su purificación y presentación del niño Dios en el templo. Y para ofrecer esta hostia y aceptarla el mismo Señor, se le aparecía en su oratorio la beatísima Trinidad con los cortesanos de su gloria. Y en ofreciendo al Verbo humanado, la vestían y adornaban los ángeles con las mismas galas y joyas ricas que dije en la fiesta de la encarnación (Cf. supra n.652). Y luego hacía una larga oración, en que pedía por todo el linaje humano y en especial por la Iglesia. El premio de esta oración y de la humildad con que se sujetó a la ley de la purificación y de los ejercicios que hacía, eran para ella nuevos aumentos de gracias y nuevos dones y favores, y para los demás alcanzaba grandes auxilios y beneficios.

674. La memoria de la pasión de su Hijo santísimo, la institución del santísimo sacramento y resurrección, no sólo la celebraba cada semana como arriba dejo escrito (Cf. supra n.577ss), sino cuando llegaba el día en que sucedió cada año hacía otra particular memoria, como ahora la hace la Iglesia en la Semana Santa. Y sobre los ejercicios ordinarios de cada semana añadía otros muchos, y a la hora que Cristo Jesús fue crucificado se ponía en la cruz y en ella estaba tres horas. Renovaba todas las peticiones que hizo el mismo Señor, con todos los dolores y misterios que en aquel día sucedieron. Pero el domingo siguiente, que correspondía a la resurrección, para celebrar esta solemnidad era levantada por los ángeles al cielo empíreo, donde aquel día gozaba de la visión beatífica, que en los otros domingos de entre año era abstractiva.

Doctrina que me dio la Reina de los ángeles y nuestra.

675. Hija mía, el Espíritu divino, cuya sabiduría y prudencia gobiernan a la santa Iglesia, ha ordenado por mi intercesión, que en ella se celebrasen tantos días de fiestas diferentes, no sólo para que se renovase la memoria de los misterios divinos y de las obras de la redención humana, de mi vida santísima y de los otros santos, y los hombres fuesen agradecidos a su Criador y Redentor y no olvidasen los beneficios que jamás podrán dignamente agradecer; sino que también se ordenaron estas solemnidades para que en aquellos días vacasen a los ejercicios santos y se recogiesen interiormente de lo que los otros días se derraman en la solicitud de las cosas temporales, y con el ejercicio de las virtudes y buen uso de los sacramentos recompensasen lo que divertidos han perdido, imitasen las virtudes y vidas de los santos, solicitasen mi intercesión y mereciesen la remisión de sus pecados y la gracia y beneficios que por estos medios les tiene prevenidos la divina misericordia.

676. Este es el espíritu de la Iglesia, con que desea gobernar y alimentar a sus hijos como piadosa Madre, y yo, que lo soy de todos, pretendí obligarlos y atraerlos por este camino a la seguridad de su salvación. Pero el consejo de la serpiente infernal ha procurado siempre, y más en los infelices siglos que vives, impedir estos santos fines del Señor y míos, y cuando no puede pervertir el orden de la Iglesia hace que por lo menos no se logre en la mayor parte de los fieles y que para muchos se convierta este beneficio en mayor cargo para su condenación. Y el mismo demonio se les opondrá en el tribunal de la divina Justicia, porque no sólo en los días más santos y festivos no siguieron el espíritu de la santa Iglesia empleándolos en obras de virtud y culto del Señor, sino que en tales días cometieron más graves culpas, como de ordinario sucede a los hombres carnales y mundanos. Grande es, por cierto, y muy reprensible el olvido y desprecio que comúnmente hacen de esta verdad los hijos de la Iglesia, profanando los días santos y sagrados, en que ordinariamente se ocupan en juegos, deleites, excesos, en comer y beber con mayor desorden; y cuando debían aplacar al Omnipotente entonces irritan más su justicia, y en lugar de vencer a sus enemigos invisibles, quedan vencidos por ellos, dándoles este triunfo a su altiva soberbia y malicia.

677. Llora tú, hija mía, este daño, pues yo no puedo hacerlo ahora como lo hice y lo hiciera en la vida mortal, procura recompensarle cuanto por la divina gracia te fuere concedido y trabaja en ayudar a tus hermanos en este descuido tan general. Y aunque la vida de los eclesiásticos se debía diferenciar de la de los seculares en no hacer distinción de los días, para ocuparse todos en el culto divino y en oración y santos ejercicios, y así quiero que lo enseñes a tus súbditas, pero singularmente quiero que tú con ellas te señales en celebrar las fiestas, y más las del Señor y mías, con mayor preparación y pureza de la conciencia. Todos los días y las noches quiero que las llenes de obras santas y agradables a tu Señor, pero en los días festivos añadirás nuevos ejercicios interiores y exteriores. Fervoriza tu corazón, recógete toda el interior, y si te pareciere que haces mucho, trabaja más para hacer cierta tu vocación y elección (2 Pe 1,10), y jamás dejes ejercicio alguno por negligencia. Considera que los días son malos y la vida desaparece como la sombra, y vive muy solícita para no hallarte vacía de merecimientos y obras santas y perfectas. Dale a cada hora su legítima ocupación, como entiendes que yo lo hacía y como muchas veces te lo he amonestado y enseñado.

678. Para todo esto te advierto que vivas muy atenta a las inspiraciones santas del Señor, y sobre los demás beneficios no desprecies el que en esto recibes. Y sea de manera este cuidado, que ninguna obra de virtud o mayor perfección que llegare a tu pensamiento dejes de ejecutarla en el modo que te fuere posible. Y te aseguro, carísima, que por este desprecio y olvido pierden los mortales inmensos tesoros de la gracia y de la gloria. Todo cuanto yo conocí y vi que mi Hijo santísimo hacía cuando vivía con él lo imitaba, y todo lo más santo que me inspiraba el Espíritu divino lo ejecutaba, como tú lo has entendido. Y en esta codiciosa solicitud vivía como con la natural respiración y con estos afectos obligaba a mi Hijo santísimo a los favores y visitas que tantas veces me hizo en la vida mortal.

679. Quiero también que, para imitarme tú y tus religiosas en los retiros y soledad que yo tenía, asientes en tu convento el modo con que se han de guardar los ejercicios que acostumbráis, estando retiradas las que los hacen por los días que la obediencia les concediere. Experiencia tienes del fruto que se coge en esta soledad, pues en ella has escrito casi toda mi vida y el Señor te ha visitado con mayores beneficios y favores para mejorar la tuya y vencer a tus enemigos. Y para que en estos ejercicios entiendan tus monjas cómo se han de gobernar con mayor fruto y aprovechamiento, quiero que les escribas un tratado particular, señalándolas todas las ocupaciones y las horas y tiempos en que las han de repartir (Se refiere la autora al Ejercicio cotidiano en que el alma ocupa las horas del día variamente según la. voluntad y agrado del Muy Alto. Puede verse, entre otras, la edición del P. Ramón Buldú, Tipografía Católica, Barcelona, 1879, y la traducción al italiano publicada en la Tip, degli Acattoncelli, Nápoles, 1882.). Y éstas sean de manera que no falte a las comunidades la que estuviere en ejercicios, porque esta obediencia y obligación se debe anteponer a todas las particulares. En lo demás, guardarán inviolable silencio y andarán cubiertas con velo aquellos días para que sean conocidas y ninguna les hable palabra. Las que tuvieren oficios, no por eso han de ser privadas de este bien, y así los encargará la obediencia a otras que los hagan en aquel tiempo. Pide al Señor luz para escribir esto y yo te asistiré para que entonces entiendas más en particular lo que yo hacía y lo pongas por doctrina.

CAPITULO 16

De Nuevo a Tapa

Cómo celebraba María santísima las fiestas de la ascensión de Cristo nuestro Salvador y venida del Espíritu Santo, de los ángeles y santos y otras memorias de sus propios beneficios.

680. En cada una de las obras y misterios de nuestra gran Reina y Señora hallo nuevos secretos que penetrar, nuevas razones de admiración y encarecimiento, pero me faltan nuevas palabras con que manifestar lo que conozco. Por lo que se me ha dado a entender del amor que tenía Cristo nuestro Salvador a su purísima Madre y dignísima Esposa, me parece que según la inclinación y fuerza de esta caridad se privara Su Majestad eterna del trono de la gloria y compañía de los santos por estar con su amantísima Madre (Cf. supra n.123), si por otras razones no conviniera el estar el Hijo en el cielo y la Madre en la tierra por el tiempo que duró esta separación y ausencia corporal. Y no se entienda que esta ponderación de la excelencia de la Reina deroga a la de su Hijo santísimo ni de los santos; porque la divinidad del Padre y del Espíritu Santo estaba en Cristo indivisa con suma unidad individual, y las tres personas todas están en cada una por inseparable modo de inexistencia, y nunca la persona del Verbo podía estar sin el Padre y Espíritu Santo. La compañía de los ángeles y santos, comparada con la de María santísima, cierto es que para su Hijo santísimo era menos que la de su digna Madre; esto es, considerando la fuerza del amor recíproco de Cristo y de María purísima. Pero por otras razones, convenía que el Señor, acabada la obra de la redención humana, se volviera a la diestra del eterno Padre, y que su felicísima Madre quedara en la Iglesia, para que por su industria y merecimientos se ejecutara la eficacia de la misma redención y ella fomentara y sacara a luz el parto de la pasión y muerte de su Hijo santísimo.

681. Con esta providencia inefable y misteriosa ordenó Cristo nuestro Salvador sus obras, dejándolas llenas de divina sabiduría, magnificencia y gloria, confiando todo su corazón de esta Mujer fuerte, como lo dijo Salomón en sus Proverbios (Prov 31,11 (A.)). Y no se halló frustrado en su confianza, pues la prudentísima Madre, con los tesoros de la pasión y sangre del mismo Señor, aplicados con sus propios méritos y solicitud, compró para su Hijo el campo en que plantó la viña de la Iglesia hasta el fin del mundo, que son las almas de los fieles, en quienes se conservará hasta entonces, y de los predestinados, en que será trasladada a la Jerusalén triunfante por todos los siglos de los siglos. Y si convenía a la gloria del Altísimo que toda esta obra se fiase de María santísima, para que nuestro Salvador Jesús entrase en la gloria de su Padre después de su milagrosa resurrección, también convenía que su Madre beatísima, a quien amaba sin medida y la dejaba en el mundo, conservase la correspondencia y comercio posible a que le obligaba, no sólo su propio amor que la tenía, sino también el estado y la misma empresa en que la gran Señora se ocupaba en la tierra, donde la gracia, los medios, los favores y beneficios se debían proporcionar con la causa y con el fin altísimo de tan ocultos misterios. Y todo esto se conseguía gloriosamente con las frecuentes visitas que el mismo Hijo hacía a su Madre y con levantarla tantas veces al trono de su gloria, para que ni la invicta Reina estuviera siempre fuera de la corte, ni los cortesanos de ella carecieran tantos años de la vista deseable de su Reina y Señora, pues era posible este gozo y para todos conveniente.

682. Uno de los días que se renovaban estas maravillas, fuera de los que dejo escritos, era el que celebraba cada año la ascensión de su Hijo santísimo a los cielos. Este día era grande y muy festivo para el cielo y para ella, porque para él se preparaba desde el día que celebraba la resurrección de su Hijo. En todo aquel tiempo, hacía memoria de los favores y beneficios que recibió de su Hijo preciosísimo y de la compañía de los antiguos padres y santos que sacó del limbo y de todo cuanto le sucedió en aquellos cuarenta días, uno por uno; hacía gracias particulares con nuevos cánticos y ejercicios, como si entonces le sucediera, porque todo lo tenía presente en su indefectible memoria. Y no me detengo en referir las particularidades de estos días, porque dejo escrito lo que basta en los últimos capítulos de la segunda parte. Sólo digo que en esta preparación recibía nuestra gran Reina incomparables favores y nuevos influjos de la divinidad, con que estaba siempre más y más deificada y prevenida para los que había de recibir el día de la fiesta.

683. Llegando, pues, el misterioso día que en cada año correspondía al que nuestro Salvador Jesús subió a los cielos, descendía de ellos Su Majestad en persona al oratorio de su beatísima Madre, acompañado de innumerables ángeles y de los patriarcas y santos que llevó consigo en su gloriosa ascensión. Esperaba la gran Señora esta visita postrada en tierra como acostumbraba, aniquilada y deshecha en lo profundo de su inefable humildad, pero elevada sobre todo pensamiento humano y angélico hasta lo supremo del amor divino posible a una pura criatura. Se le manifestaba luego su Hijo santísimo en medio de los coros de los santos y, renovando en ella la dulzura de sus bendiciones, mandaba el mismo Señor a los ángeles que la levantasen del polvo y la colocasen a su diestra. Se ejecutaba luego la voluntad del Salvador, y ponían los serafines en su trono a la que le dio el ser humano; y estando allí la preguntaba su Hijo santísimo qué deseaba, qué pedía y qué quería. A esta pregunta respondía María santísima: Hijo mío y Dios eterno, deseo la gloria y exaltación de vuestro santo nombre; quiero agradeceros en el de todo el linaje humano el beneficio de haber levantado vuestra omnipotencia en este día a nuestra naturaleza a la gloria y felicidad eterna. Pido por los hombres que todos conozcan, alaben y magnifiquen a vuestra divinidad y humanidad santísima.

684. La respondía el Señor: Madre mía y paloma mía, escogida entre las criaturas para mi habitación, venid conmigo a mi patria celestial, donde se cumplirán vuestros deseos y serán despachadas vuestras peticiones, y gozaréis de la solemnidad de este día, no entre les mortales hijos de Adán, sino en compañía de mis cortesanos y moradores del cielo. Luego se encaminaba toda aquella celestial procesión por la región del aire, como sucedió el día mismo de la ascensión, y así llegaba al cielo empíreo, estando siempre la Virgen Madre a la diestra de su Hijo santísimo. Pero en llegando al supremo lugar, donde ordenadamente paraba toda aquella compañía, se reconocía en el cielo como un nuevo silencio y atención, no sólo de los santos, sino del mismo Santo de los santos. Y luego la gran Reina, pedía licencia al Señor y descendía del trono y postrada ante el acatamiento de la beatísima Trinidad hacía un cántico admirable de loores, en que comprendía los misterios de la encarnación y redención, con todos los triunfos y victorias que ganó su Hijo santísimo hasta volver glorioso a la diestra del eterno Padre el día de su admirable ascensión.

685. De este cántico y alabanzas manifestaba el Altísimo el agrado y complacencia que tenía, y los santos todos respondían con otros cantares nuevos de loores glorificando al Omnipotente en aquella tan admirable criatura, y todos recibían nuevo gozo con la presencia y excelencia de su Reina. Después de esto por mandado del Señor la levantaban los ángeles otra vez a la diestra de su Hijo santísimo, y allí se le manifestaba la divinidad por visión intuitiva y gloriosa, precediendo las iluminaciones y adornos que en otras ocasiones semejantes he declarado (Cf. supra p.I n.626ss; p.1I n. 1522). De esta visión beatífica gozaba la Reina algunas horas de aquel día, y en ellas le daba el Señor de nuevo la posesión de aquel lugar que por su eternidad le tenía preparado, como se dijo en el día de la ascensión. Y para mayor admiración y deuda nuestra, advierto que todos los años en este día era preguntada por el mismo Señor si quería quedarse en aquel eterno gozo para siempre o volver a la tierra para favorecer a la santa Iglesia. Y dejándola en su mano esta elección, respondía que, si era voluntad del Todopoderoso, volvería a trabajar por los hombres, que eran el fruto de la redención y muerte de su Hijo santísimo.

686. Esta resignación, repetida cada año, aceptaba de nuevo la santísima Trinidad con admiración de los bienaventurados. De manera que no una vez sola sino muchas, se privó la divina Madre del gozo de la visión beatífica por aquel tiempo, para descender al mundo, gobernar la Iglesia y enriquecerla con estos inefables merecimientos. y porque el encarecerlos no cabe en nuestra corta capacidad, no será falta de esta Historia remitir el conocimiento para que le tengamos en la visión divina. Pero todos estos premios le quedaban guardados como de repuesto en la divina aceptación, para que después en la posesión fuese semejante a la humanidad de su Hijo en el grado posible, como quien había de estar dignamente a su diestra y en su trono. A todas estas maravillas se seguían las peticiones que la gran Reina hacía en el cielo por la exaltación del nombre del Altísimo, por la propagación de la Iglesia, por la conversión del mundo y victorias contra el demonio; y todas se le concedían en el modo que se han ejecutado y ejecutan en todos los siglos de la Iglesia; y fueran mayores los favores, si los pecados del mundo no los impidieran con hacer indignos a los mortales para recibirlos. Después de todo esto, volvían los ángeles a su Reina al oratorio del cenáculo con celestial música y armonía y luego se postraba y humillaba para agradecer de nuevo estos favores. Pero advierto que el evangelista san Juan, con la noticia que tenía de estas maravillas, mereció participar algo de sus efectos, porque solía ver a la Reina tan llena de refulgencia, que no la podía mirar al rostro por la divina luz que despedía. Y como la gran Maestra de la humildad siempre andaba como por el suelo y a los pies del evangelista pidiéndole licencia de rodillas, tenía el santo muchas ocasiones de verla, y con el temor reverencial que le causaba venía muchas veces a turbarse en presencia de la gran Señora, aunque esto era con admirable júbilo y efectos de santidad.

687. Los efectos y beneficios de esta gran festividad de la Ascensión ordenaba la gran Reina para celebrar más dignamente la venida del Espíritu Santo, y con ellos se preparaba en aquellos nueve días que hay entre estas dos solemnidades. Continuaba sus ejercicios incesantemente, con ardentísimos deseos de que renovase en ella el Señor los dones de su divino Espíritu. Y cuando llegaba el día, se le cumplían estos deseos con las obras de la Omnipotencia, porque a la misma hora que descendió la primera vez al cenáculo sobre el sagrado colegio, descendía cada año sobre la misma Madre de Jesús, Esposa y templo del Espíritu Santo. Y aunque esta venida no era menos solemne que la primera, porque venía en forma visible de fuego con admirable resplandor y estruendo, pero estas señales no eran manifiestas a todos como lo fueron en la primera venida, porque entonces fue así necesario y después no convenía que todos lo entendiesen, más que la divina Madre y algo que conocía el evangelista. La asistían en este favor muchos millares de ángeles con dulcísima armonía y cánticos del Señor, y el Espíritu Santo la inflamaba toda y la renovaba con superabundantes dones y nuevos aumentos de los que en tan eminente grado poseía. Luego le daba la gran Señora humildes gracias por este beneficio y por el que había hecho a los apóstoles y discípulos llenándolos de sabiduría y carismas, para que fuesen dignos ministros del Señor y fundadores tan idóneos de su santa Iglesia, y porque con su venida había sellado las obras de la redención humana. Pedía luego con prolija oración al divino Espíritu que continuase en la santa Iglesia, por los siglos presentes y futuros, los influjos de su gracia y sabiduría, y no los suspendiese en ningún tiempo por los pecados de los hombres, que le desobligarían y los desmerecían. Todas estas peticiones concedía el Espíritu Santo a su única Esposa, y el fruto de ellas gozaba la santa Iglesia, y le gozará hasta el fin del mundo.

688. A todos estos misterios y festividades del Señor y suyas añadía nuestra gran Reina otras dos, que celebraba con especial júbilo y devoción en otros dos días por el discurso del año: la una a los santos ángeles y la otra a los santos de la naturaleza humana. Para celebrar las excelencias y santidad de la naturaleza angélica se preparaba algunos días con los ejercicios de otras fiestas y con nuevos cánticos de gloria y loores, recopilando en ellos la obra de la creación de estos espíritus divinos, y más la de su justificación y glorificación, con todos los misterios y secretos que de todos y de cada uno de ellos conocía. Y llegando el día que tenía destinado los convidaba a todos, y descendían muchos millares de los órdenes y coros celestiales y se manifestaban con admirable gloria y hermosura en su oratorio. Luego se formaban dos coros, en el uno estaba nuestra Reina, y en el otro todos los espíritus soberanos; y alternando como a versos comenzaba la gran Señora y respondían los ángeles con celestial armonía, por todo lo que duraba aquel día. Y si fuera posible manifestar al mundo los cánticos misteriosos que en estos días formaban María santísima y los ángeles, sin duda fuera una de las grandes maravillas del Señor y asombro de todos los mortales. No hallo yo términos, ni tengo tiempo para declarar lo poco que de este sacramento he conocido. Porque en primer lugar, alababan al ser de Dios en sí mismo, en todas sus perfecciones y atributos que conocían. Luego la gran Reina le bendecía y engrandecía por lo que su majestad, sabiduría y omnipotencia se había manifestado en haber criado tantas y tan hermosas sustancias espirituales y angélicas, y por haberlas favorecido con tantos dones de naturaleza y gracia, y por sus ministerios, ejercicios y obsequio en cumplir la voluntad de Dios y en asistir y gobernara los hombres y a toda inferior y visible naturaleza. A estas alabanzas respondían los ángeles con el retorno y desempeño de aquella deuda, y todos cantaban al Omnipotente admirables loores y alabanzas, porque había criado y elegido para Madre suya a una Virgen tan pura, tan santa y digna de sus mayores dones y favores y porque la había levantado sobre todas las criaturas en santidad y gloria y le había dado el dominio e imperio para que todas la sirviesen, adorasen y predicasen por digna Madre de Dios y restauradora del linaje humano.

689. De esta manera discurrían los espíritus soberanos por las grandes excelencias de su Reina y bendecían a Dios en ella, y Su Alteza discurría por las de los ángeles y hacía las mismas alabanzas; con .que venía a ser este día de admirable júbilo y dulzura para la gran Señora y gozo accidental de los ángeles, y en especial le recibían los mil que para su ordinaria custodia la asistían, si bien todos participaban en su modo de la gloria que daban a su Reina y Señora. Y como ni de una ni de otra parte impedía la ignorancia, ni faltaba la sabiduría y aprecio de los misterios que confesaban,

690. Otro día celebraba fiesta a todos los santos de la naturaleza humana, disponiéndose primero con muchas oraciones y ejercicios como en otras festividades; y en ésta descendían a celebrarla con su Reparadora todos los antiguos padres, patriarcas y profetas, con los demás santos que después de la redención habían muerto. En este día hacía nuevos cánticos de agradecimiento por la gloria de aquellos santos y porque en ellos había sido eficaz la redención y muerte de su santísimo Hijo. Era grande el júbilo que la Reina tenía en esta ocasión, conociendo el secreto de la predestinación de los santos y que habiendo estado en carne mortal y vida tan peligrosa estaban ya en la segura felicidad de la eterna. Por este beneficio bendecía al Señor y Padre de las misericordias y recopilaba en estas alabanzas los favores, gracias y beneficios que cada uno de los santos había recibido. Les pedía que rogasen por la santa Iglesia y por aquellos que militaban en ella y estaban en la batalla, con peligro de perder la corona que ya ellos poseían. Después de todo esto hacía memoria y nuevo agradecimiento de las victorias y triunfos que con el poder divino había ganado ella misma del demonio en las batallas que con él había tenido. Y por estos favores y las almas que del poder de las tinieblas había rescatado, hacía nuevos cánticos y humildes y fervientes actos de agradecimiento.

691. De admiración será para los hombres, como lo fue para los ángeles, que una pura criatura en carne mortal obrase tantas y tan incesantes maravillas que a muchas almas juntas parecen imposibles, aunque fueran tan ardientes como los supremos serafines; pero nuestra gran Reina tenía cierta participación de la omnipotencia divina, con que en ella era fácil lo que en otras criaturas es imposible. Y en estos últimos años de su vida santísima creció en ella esta actividad de manera que no cabe en nuestra capacidad la ponderación de sus obras: sin hacer intervalo ni descansar, de día y de noche; porque ya no la impedía la mortalidad y peso de la naturaleza, antes obraba como ángel infatigablemente, y más que ellos juntos, y toda era una llama y un incendio de inmensa actividad. Con esta divinísima virtud le parecían breves los días, pocas las ocasiones, limitados los ejercicios, porque siempre se extendía el amor a infinito más de lo que hacía, aunque esto era sin medida. Yo he dicho poco o nada de estas maravillas para lo que en sí mismas eran, y así lo conozco y confieso, porque veo un intervalo o distancia casi infinita entre lo que se me ha declarado y lo que no soy capaz de entender en esta vida. Y si de lo que se me ha manifestado no puedo dar entera noticia, ¿cómo diré lo que ignoro, sin conocer más que la ignorancia? Procuremos no desmerecer la luz que nos espera para verlo en Dios, que sólo este premio y gozo pudiera obligarnos, cuando no esperáramos otro, para trabajar y padecer hasta el fin del mundo todas las penas y tormentos de los mártires, y se nos pagarán muy bien con el gozo de conocer la dignidad y excelencia de María santísima, viéndola a la diestra de su Hijo y Dios verdadero sublimada sobre todos los espíritus angélicos y santos del cielo.

Doctrina que me dio la gran Reina de los ángeles.

692. Hija mía, al paso que caminas en escribir el discurso de mis obras y vida mortal, deseo yo que te adelantes y camines en mi perfectísima imitación y secuela. Este deseo crece también en mí, como en ti la luz y admiración de lo que entiendes y escribes. Ya es tiempo que restaures lo que hasta ahora te has detenido y que levantes el vuelo de tu espíritu al estado que te llama el Altísimo y yo te convido. Llena tus obras de toda perfección y santidad y advierte que es impía y cruel la contradicción que para esto te hacen tus enemigos, demonio, mundo y carne; y no es posible vencer tantas dificultades y tentaciones, si no enciendes en tu corazón una emulación fervorosa y un fervor ardentísimo que con ímpetu invencible atropelle y huelle la cabeza de la serpiente venenosa, que con astucia diabólica se vale de muchos medios engañosos o para derribarte o a lo menos para detenerte en esta carrera y que no llegues al fin que tú deseas y al estado que te previene el Señor que te eligió para él.

693. No debes ignorar tú, hija mía, el desvelo y atención que tiene el demonio a cualquiera descuido, olvido y mínima inadvertencia de las almas, que siempre anda rodeando y acechando (1 Pe 5,8), y de cualquiera negligencia que reconoce en ellas se aprovecha, sin perder ocasión para introducirles con astucia sus tentaciones, inclinándolas y moviendo sus pasiones en que las reconoce incautas para que reciban la herida de la culpa antes que enteramente la conozcan, y cuando después la sientan y desean el remedio entonces hallan mayor dificultad, y para levantarse ya caídas necesitan de más abundante gracia y esfuerzo para resistir antes que cayesen. Con la culpa se enflaquece el alma en la virtud y sus enemigos cobran mayor brío y las pasiones se hacen más indómitas e invencibles, y por estas causas caen muchos y se levantan menos. El remedio contra este peligro es vivir con vigilante atención, con ansias y continuos deseos de merecer la divina gracia, con incesante porfía en obrar lo mejor, con no dejar tiempo vacío en que halle el enemigo el alma desocupada e inadvertida y sin algún ejercicio y obra de virtud. Con esto se aligera el mismo peso de la naturaleza terrena, se quebrantan las pasiones y malas inclinaciones, se atemoriza el mismo demonio, se levanta el espíritu y cobra fuerzas contra la carne y dominio sobre la parte inferior y sensitiva, sujetándola a la divina voluntad.

694. Para todo esto tienes ejemplo vivo en mis obras, y para que no le olvides las escribes, y yo te las he manifestado con tanta luz como has recibido. Atiende, pues, carísima, a todo lo que en este claro espejo se te representa, y si me conoces y confiesas por Maestra y Madre tuya y de toda la santidad y perfección verdadera, no tardes en imitarme y seguirme. No es posible que tú ni otra criatura llegue a la perfección y alteza de mis obras, ni a esto te obliga el Señor, pero muy posible es, con su divina gracia, que llenes tu vida con las obras de virtud y santidad y que ocupes en ellas todo el tiempo y todas tus potencias, añadiendo ejercicios santos a otros ejercicios, oraciones a oraciones, peticiones a peticiones y virtudes a virtudes, sin que a ningún tiempo, día y hora de tu vida le falte obra buena, como conoces que yo lo hacía. Para esto, a unas obras añadía otras ocupaciones que tenía en el gobierno de la Iglesia, celebraba tantas festividades con el modo y disposición que has conocido y escrito. Y en acabando una, comenzaba a prevenirme para otra, de manera que ni un instante de mi vida quedase vacío de obras santas y agradables al Señor. Todos los hijos de la Iglesia, si quieren pueden imitarme en esto, y tú lo debes hacer más que todos, que para eso ordenó el Espíritu Santo las solemnidades y memoria de mi Hijo santísimo, las mías y de otros santos que celebra la misma Iglesia.

695. En todas ellas quiero que te señales mucho, como otras veces te lo dejo mandado, y en especial en los misterios de la divinidad y humanidad de mi Hijo santísimo y en los de mi vida y de mi gloria. Después de esto quiero que tengas singular veneración y afecto a la naturaleza angélica, así por grande excelencia, santidad, hermosura y ministerios, como por los grandes favores y beneficios que por estos espíritus celestiales has recibido. Quiero que procures asimilarte a ellos en la pureza de tu alma, en la alteza de los santos pensamientos, en el incendio del amor y en vivir como si no tuvieras cuerpo terreno ni sus pasiones. Ellos han de ser tus amigos y compañeros en tu peregrinación, para que después lo sean en la patria. Con ellos ha de ser ahora tu conversación y trato familiar, en que te manifestarán las condiciones y señales de tu Esposo y te darán cierta noticia de sus perfecciones, te enseñarán los caminos rectos de la justicia y de la paz, te defenderán del demonio, te avisarán de sus engaños y en la ordinaria escuela de estos espíritus y ministros del Altísimo aprenderás las leyes del amor divino. Los oye y los obedece en todo.

CAPITULO 17

De Nuevo a Tapa

La embajada del Altísimo que tuvo María santísima por el ángel san Gabriel de que la restaban tres años de vida y lo que sucedió con este aviso del cielo a san Juan y a todas las criaturas de la naturaleza.

696. Para decir lo que me resta de los últimos años de la vida de nuestra única y divina fénix María santísima, justo es que el corazón y los ojos administren el licor con que deseo escribir tan dulces, tan tiernas como sensibles maravillas. Quisiera prevenir a los devotos corazones de los fieles que no las lean y consideren como pasadas y ausentes, pues la virtud poderosa de la fe hace presentes las verdades, y si de cerca las miramos con la debida piedad y devoción cristiana, sin duda cogeremos el fruto suavísimo, sentiremos los efectos y gozará nuestro corazón del bien que no alcanzaron nuestros ojos.

697. Llegó María santísima a la edad de sesenta y siete años sin haber interrumpido la carrera y detenido el vuelo, ni mitigado el incendio de su amor y merecimiento desde el primer instante de su inmaculada concepción, pero habiendo crecido todo esto en todos los momentos de su vida. Los inefables dones, beneficios y favores del Señor la tenían toda deificada y espiritualizada; los afectos, los ardores y deseos de su castísimo corazón no la dejaban descansar fuera del centro de su amor; las prisiones de la carne la eran violentas; la inclinación y peso de la misma divinidad, para unirla consigo con eterno y estrecho lazo, estaba, a nuestro modo de entender, en lo sumo de la potencia; y la misma tierra, indigna por los pecados de los mortales de tener en sí al tesoro de los cielos, no podía ya conservarle más sin restituirle a su verdadero dueño. El eterno Padre deseaba a su única y verdadera Hija, el Hijo a su amada y dilectísima Madre y el Espíritu Santo deseaba los abrazos de su hermosísima Esposa; los ángeles codiciaban la vista de su Reina, los santos de su gran Señora y todos los cielos con voces mudas pedían a su moradora y Emperatriz que los llenase de gloria, de su belleza y alegría. Sólo alegaban en favor del mundo y de la Iglesia la necesidad que tenía de tal Madre y Maestra y la caridad con que amaba el mismo Dios a los míseros hijos de Adán.

698. Pero como era inexcusable que llegase el plazo y término de la carrera mortal de nuestra Reina, se confirió, a nuestro entender, en el divino consistorio el orden de glorificar a la beatísima Madre y se pesó el amor que a ella sola se le debía, habiendo satisfecho a la misericordia con los hombres copiosamente en los muchos años que la había tenido la Iglesia por Fundadora y Maestra. Determinó el Altísimo entretenerla y consolarla, dándole aviso cierto de lo que le restaba de vida, para que, asegurada del día y de la hora tan deseada para ella, esperase alegre el término de su destierro. Para esto despachó la beatísima Trinidad al santo arcángel Gabriel con otros muchos cortesanos de las jerarquías celestiales que evangelizasen a su Reina cuándo y cómo se cumpliría el plazo de su vida mortal y pasaría a la eterna.

699. Bajó el santo Príncipe con los demás al oratorio de la gran Señora en el cenáculo de Jerusalén, donde la hallaron postrada en tierra en forma de cruz, pidiendo misericordia por los pecadores. Pero con la música y presencia de los santos ángeles se puso de rodillas para oír y ver al embajador del cielo y a sus compañeros, que todos con vestiduras blancas y refulgentes la rodearon con admirable agrado y reverencia. Venían todos con coronas y palmas en las manos, cada una diferente, pero todos representaban con inestimable precio y hermosura diversos premios y glorias de su gran Reina y Señora. La saludó el santo ángel con la salutación del Ave María y prosiguiendo dijo: Emperatriz y Señora nuestra, el Omnipotente y Santo de los santos nos envía desde su corte para que de parte suya os evangelicemos el término felicísimo de vuestra peregrinación y destierro de la vida mortal. Ya, Señora, llegará presto el día y la hora tan deseada, en que por medio de la muerte natural recibiréis la posesión eterna de la inmortal vida que os espera en la diestra y gloria de vuestro Hijo santísimo y nuestro Dios. Tres años puntuales restan desde hoy para que seáis levantada y recibida en el gozo interminable del Señor, donde todos sus moradores os esperan, codiciando vuestra presencia.

700. Oyó María santísima esta embajada con inefable júbilo de su purísimo y ardentísimo espíritu y postrándose de nuevo en tierra respondió también como en la encarnación del Verbo: Ecce ancilla Domini, fiat mihi secundum verbum tuum (Lc 1,38); aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según vuestra palabra. Pidió luego a los santos ángeles y ministros del Altísimo la ayudasen a dar gracias por aquel beneficio y nuevas de tanto gozo para Su Alteza. Comenzó la gran Madre y respondieron los serafines y ángeles, alternando los versos de este cántico por espacio de dos horas continuas. Y aunque por su naturaleza y dones sobrenaturales son tan prestos, sabios y elegantes los espíritus angélicos, con todo eso la divina Madre los excedía en todo a todos como Reina y Señora a sus vasallos; porque en ella abundaba la sabiduría y gracia como en Maestra y en ellos como discípulos. Acabado este cántico y humillándose de nuevo encargó a los espíritus soberanos rogasen al Señor la preparase para pasar de la vida mortal a la eterna y de su parte pidiesen lo mismo a los demás ángeles y santos del cielo. La ofrecieron que en todo la obedecerían, y con esto se despidió san Gabriel y se volvió al empíreo con toda su compañía.

701. La gran Reina y Señora de todo el universo quedó sola en su oratorio y entre lágrimas de humildad y júbilo se postró en tierra y hablando con ella y abrazándola como a común madre de todos, dijo estas palabras: Tierra, yo te doy las gracias que te debo. porque sin merecerlo me has sustentado sesenta y siete años. Tú eres criatura del Altísimo y por su voluntad me has conservado hasta ahora. Yo te ruego que me ayudes en lo que me resta de ser tu moradora, para que así como de ti y en ti fui criada, de ti y por ti llegue al fin deseado de la vista de mi Hacedor. Se convirtió también a otras criaturas y hablando con ellas dijo: Cielos, planetas, astros y elementos fabricados por la mano poderosa de mi Amado, testigos fieles y predicadores de su grandeza y hermosura, también os agradezco lo que vosotros y vuestras criaturas habéis obrado con vuestras influencias y virtud en la conservación de mi vida; ayudadme, pues, de nuevo desde hoy, que yo la mejoraré con el favor divino en el plazo que falta a mi carrera, para ser agradecida a mi Criador y vuestro.

702. El día que sucedió esta embajada, conforme a las palabras del arcángel, sería el mes de agosto, el que correspondía tres años antes del glorioso tránsito de María santísima de que hablaré adelante (Cf. infra n.742). Pero desde aquella hora que recibió este aviso, de tal manera se inflamó de nuevo en la llama del amor divino y multiplicó con más prolijidad todos los ejercicios, como si tuviera que restaurar algo que por negligencia o menos fervor hubiera omitido hasta aquel día. El caminante apresura el paso cuando se le acaba el día y le falta mucha parte del camino; el trabajador y mercenario acrecientan las fuerzas y el conato cuando llega la tarde y no se acaba la tarea. Pero nuestra gran Reina, no por el temor de la noche ni por el riesgo de la jornada, sino por el amor y deseos de la eterna luz, apresuraba el paso de sus heroicas obras, no para llegar antes, sino para entrar más rica y próspera en el perdurable gozo del Señor. Escribió luego a todos los apóstoles y discípulos que andaban predicando para animarlos de nuevo en la conversión del mundo y repitió más veces esta diligencia en aquellos tres últimos años. Con los demás fieles que tenía presentes hizo mayores demostraciones, exhortándolos y confirmándolos en la fe. Y aunque de todos guardaba su secreto, pero las obras eran como de quien ya comenzaba a despedirse y deseaba dejarlos a todos ricos y prósperos y llenos de beneficios celestiales.

703. Con el evangelista san Juan corrían diferentes razones que con los demás, porque le tenía por hijo y la asistía y servía singularmente entre todos. Por esto le pareció a la gran Señora darle noticia del aviso que tenía de su muerte y pasados algunos días le habló, pidiéndole primero la bendición y licencia, y con ella le dijo: Ya sabéis, hijo mío y mi señor, que entre las criaturas del Altísimo yo soy la más deudora y obligada al rendimiento de su divina voluntad: y si todo lo criado pende de ella, en mí se ha de cumplir enteramente su beneplácito por tiempos y eternidad; y vosotros, hijo mío, debéis ayudarme en esto, como quien conoce los títulos con que soy toda de mi Dios y Señor. Su dignación y misericordia infinita me han manifestado que se llegará presto el término de mi vida mortal para pasar a la eterna, y del día que recibí este aviso me restan solo tres años en que se acabará mi destierro. Yo os suplico, señor mío, me ayudéis en este breve tiempo para que yo trabaje en dar gracias al Altísimo y algún retorno de los inmensos beneficios que de su liberalísimo amor tengo recibidos. Orad por mí, como de lo íntimo de mi alma os lo suplico.

704. Estas razones de la beatísima Madre dividieron el corazón amoroso de san Juan y, sin que pudiese contener el dolor y lágrimas, la respondió: Madre y Señora mía, a la voluntad del Altísimo y la vuestra estoy rendido para obedecer en lo que me mandáis, aunque mis méritos no llegan a mi obligación y deseos. Pero vosotros, Señora y Madre piadosísima, amparad a este pobre hijo vuestro que se ha de ver solo y huérfano sin vuestra deseable compañía. No pudo san Juan añadir más razones, oprimido de los sollozos y lágrimas que le causaba su dolor. Y aunque la dulcísima Reina le animó y consoló con suaves y eficaces razones, con todo eso desde aquel día quedó el santo apóstol penetrado el corazón con una flecha de dolor y tristeza que le debilitaba y volvía macilento; como sucede a las flores que vivifica el sol y se les ausenta y esconde, que habiéndole seguido y acompañado en su carrera, a la tarde se desmayan y entristecen porque le pierden de vista. En este desconsuelo fueron piadosas las promesas de la beatísima Madre, para que san Juan no desfalleciese en la vida, asegurando que ella sería la Madre y Abogada con su Hijo santísimo. Dio cuenta de este suceso el evangelista a Santiago el Menor, que como obispo de Jerusalén asistía con él al servicio de la Emperatriz del mundo como san Pedro lo había ordenado y dije en su lugar (Cf. supra n.230) y los dos apóstoles quedaron prevenidos desde entonces y acompañaron con más frecuencia a su Reina y Señora, especialmente el evangelista, que no se podía alejar de su presencia.

705. Y corriendo el curso de estos tres últimos años de la vida de nuestra Reina y Señora, ordenó el poder divino con una oculta y suave fuerza que todo el resto de la naturaleza comenzara a sentir el llanto y prevenir el luto para la muerte de la que con su vida daba hermosura y perfección a todo lo criado. Los sagrados apóstoles, aunque estaban derramados por el mundo, comenzaron a sentir un nuevo cuidado que les llevaba la atención, con recelos de cuándo les faltaría su Maestra y amparo, porque ya les dictaba la divina y oculta luz que no se podía dilatar mucho este plazo inevitable. Los otros fieles moradores de Jerusalén y vecinos de Palestina, reconocían en sí mismos como un secreto aviso de que su tesoro y alegría no sería para largo tiempo. Los cielos, astros y planetas perdieron mucho de su hermosura y alegría, como lo pierde el día cuando se acerca la noche. Las aves del cielo hicieron singular demostración de tristeza en los dos últimos años, porque gran multitud de ellas acudían de ordinario donde estaba María santísima y, rodeando su oratorio con extraordinarios vuelos y meneos, formaban en lugar de cánticos diversas voces tristes, como quien se lamentaba y gemía con dolor, hasta que la misma Señora las mandaba que alabasen a su Criador con sus cánticos naturales y sonoros; y de esta maravilla fue testigo muchas veces san Juan, que las acompañaba en sus lamentos. Y pocos días antes del tránsito de la divina Madre concurrieron a ella innumerables avecillas, postrando sus cabecitas y picos por el suelo y rompiendo sus pechos con gemidos, como quien dolorosamente se despedía para siempre, y la pedían su última bendición.

706. Y no solas las aves del aire hicieron este llanto, sino hasta los animales brutos de la tierra las acompañaron en él. Porque saliendo la gran Reina del cielo un día a visitar los sagrados Lugares de nuestra redención, como lo acostumbraba, llegando al monte Calvario la rodearon muchas fieras silvestres que de diversos montes habían venido a esperarla, y unas postrándose en tierra, otras humillando las cervices y todas formando tristes gemidos, estuvieron algunas horas manifestándola el dolor que sentían de que se ausentaba de la tierra donde vivían la que reconocían por Señora y honra de todo el universo. Y la mayor maravilla que sucedió en el general sentimiento y mudanza de todas las criaturas fue que, por seis meses antes de la muerte de María santísima, el sol, luna y estrellas dieron menos luz que hasta entonces habían dado a los mortales y el día del dichoso tránsito se eclipsaron como sucedió en la muerte del Redentor del mundo. Y aunque muchos hombres sabios y advertidos notaron estas novedades y mudanza en los orbes celestes, todos ignoraban la causa y sólo pudieron admirarse. Pero los apóstoles y discípulos que, como diré adelante (Cf. infra n.735), asistieron a su dulcísima y feliz muerte, conocieron entonces el sentimiento de toda la naturaleza insensible, que dignamente anticipó su llanto, cuando la naturaleza humana y capaz de razón no supo llorar la pérdida de su Reina, de su legítima Señora y su verdadera hermosura y gloria. En las demás criaturas parece se cumplió la profecía de Zacarías (Zac 12,10-12): que en aquel día lloraría la tierra y las familias de la casa de Dios, una por una, cada cual por su parte, y sería este llanto como el que sucedió en la muerte del Primogénito, sobre quien todos suelen llorar. Y esto que dijo el Profeta del Unigénito del eterno Padre y primogénito de María santísima, Cristo Jesús nuestro Salvador, también se debía a la muerte de su Madre purísima respectivamente, como Primogénita y Madre de la gracia y de la vida. Y como los vasallos fieles y siervos reconocidos, no sólo en la muerte de su príncipe y su reina se visten de luto, pero en su peligro se entristecen anticipando el dolor a la pérdida, así las criaturas irracionales se adelantaron en el sentimiento y señales de tristeza cuando se acercaba el tránsito de María santísima.

707. Sólo el evangelista las acompañaba en este dolor y fue el primero y el que solo sintió sobre todos los demás esta pérdida, sin poderlo disimular ni ocultar de las personas que más familiarmente le trataban en la casa del cenáculo. Algunas de aquella familia, especialmente dos doncellas, hijas del dueño de la casa, que asistían mucho a la Reina del mundo y la servían; estas personas y algunas otras muy devotas advirtieron en la tristeza del apóstol san Juan y repetidas veces llegaron a verle derramar muchas lágrimas. Y como conocían la igualdad tan apacible y continua del santo, les pareció que aquella novedad suponía algún suceso de mucho cuidado, y con piadoso deseo llegaron algunas veces a preguntarle con instancia la causa de su nueva tristeza, para servirle en lo que fuera posible. El santo apóstol disimulaba su dolor y ocultó muchos días la causa de él, pero, no sin dispensación divina, con las importunaciones de sus devotos les manifestó que se acercaba el dichoso tránsito de su Madre y Señora; con este título nombraba el evangelista en ausencia a María santísima.

708. Por este medio se comenzó a divulgar y llorar, algún tiempo antes que sucediese, este trabajo que amenazaba a la Iglesia entre algunos más familiares de la gran Reina, porque ninguno de los que llegaron a entenderlo se pudo contener en sus lágrimas y tristeza tan irreparable. Y desde entonces frecuentaban mucho más la asistencia y visitas de María santísima, arrojándose a sus pies, besando el suelo donde hollaban sus sagradas plantas; pidiéndola los bendijese y llevase tras de sí y no los olvidase en la gloria del Señor, a donde consigo se llevaba todos los corazones de sus siervos. Fue gran misericordia y providencia del Señor, que muchos fieles de la primitiva Iglesia tuviesen esta noticia tan anticipada de la muerte de su Reina; porque no envía trabajos ni males al pueblo que primero no los manifieste a sus siervos, como lo aseguró por su profeta Amós (Am 3,7); y aunque esta tribulación era inexcusable para los fieles de aquel siglo, pero ordenó la divina clemencia que en cuanto era posible recompensase la primitiva Iglesia esta pérdida de su Madre y Maestra, obligándola con sus lágrimas y dolor para que en aquel espacio de tiempo que le restaba de su vida los favoreciese y enriqueciese con los tesoros de la divina gracia, que como Señora de todos les podía distribuir para consolarlos en su despedida, como en efecto sucedió; porque las maternales entrañas de la beatísima Señora se conmovieron a esta extremada piedad con las lágrimas de aquellos fieles, y para ellos y todo el resto de la Iglesia alcanzó en los últimos días de su vida nuevos beneficios y misericordias de su Hijo santísimo; y por no privar de estos favores a la Iglesia, no quiso el Señor quitarles de improviso a la divina Madre, en quien tenían amparo, consuelo, alegría, remedio en las necesidades, alivio en los trabajos, consejo en las dudas, salud en las enfermedades, socorro en las aflicciones y todos los bienes juntos.

709. En ningún tiempo ni ocasión se halló frustrada la esperanza de los que en la gran Madre de la gracia la buscaron. Siempre remedió y socorrió a todos cuantos no resistieron a su amorosa clemencia; pero en los últimos dos años de su vida, ni se pueden contar ni ponderar las maravillas que hizo en beneficio de los mortales, por el gran concurso que de todo género de gentes la frecuentaban. A todos los enfermos que se le pusieron presentes dio salud de cuerpo y alma, convirtió muchos a la verdad evangélica, trajo innumerables almas al estado de la gracia sacándolas de pecado. Remedió grandes necesidades de los pobres; a unos dándoles lo que tenía y lo que la ofrecían, a otros socorriéndolos por medio milagroso. Confirmaba a todos en el temor de Dios, en la fe y obediencia de la Iglesia santa y, como Señora y Tesorera única de las riquezas de la divinidad y de la vida y muerte de su Hijo santísimo, quiso franquearlas con liberal misericordia antes de su muerte, para dejar enriquecidos a los hijos de quien se ausentaba como fieles de la Iglesia, y sobre todo esto los consoló y animó con las promesas de lo que hoy nos favorece a la diestra de su Hijo.

Doctrina que me dio la Reina de los ángeles.

710. Hija mía, para que se entendiera el júbilo que causó en mi alma el aviso del Señor, de que se llegaba el término de mi vida mortal, era necesario conocer el deseo y fuerza de mi amor para llegar a verle y gozarle eternamente en la gloria que me tenía preparada. Todo este sacramento excede a la capacidad humana, y lo que pudieran alcanzar de él para su consuelo los hijos de la Iglesia no lo merecen ni se hacen capaces, porque no se aplican a la luz interior y a purificar sus conciencias para recibirlas. Contigo hemos sido liberales mi Hijo santísimo y yo en esta misericordia y en otras y te aseguro, carísima, que serán muy dichosos los ojos que vieren lo que has visto (Lc 10,24 (A.)) y oyeren lo que has oído. Guarda tu tesoro y no le pierdas, trabaja con todas tus fuerzas para lograr el fruto de esta ciencia y de mi doctrina. Y quiero de ti que una parte de ella sea imitarme en disponerte desde luego para la hora de tu muerte; pues cuando tuvieras de ella alguna certeza, cualquiera plazo te debiera parecer muy corto para asegurar el negocio que en ella se ha de resolver de la gloria o pena eterna. Ninguna de las criaturas racionales tuvo tan seguro el premio como yo y, con ser esta verdad tan infalible, se me dio tres años antes el aviso de mi muerte; y con todo eso, has conocido que me dispuse y preparé, como criatura mortal y terrena, con el temor santo que se debe tener en aquella hora. Y en esto hice lo que me tocaba en cuanto era mortal y Maestra de la Iglesia, donde daba ejemplo de lo que los demás fieles deben hacer como mortales y más necesitados de esta prevención para no caer en la condenación eterna.

711. Entre los absurdos y falacias que los demonios han introducido en el mundo, ninguno es mayor ni más pernicioso que olvidar la hora de la muerte y lo que en el justo juicio del riguroso Juez les ha de suceder. Considera, hija mía, que por esta puerta entró el pecado en el mundo, pues a la primera mujer lo principal que le pretendió persuadir la serpiente fue que no moriría (Gen 3,4 (A.)) ni tratase de esto. Y con aquel engaño continuado son infinitos los necios que viven sin esta memoria y mueren como olvidados de la suerte infeliz que les espera. Para que a ti no te alcance esta perversidad humana, desde luego te da por avisada que has de morir inexcusablemente, que has recibido mucho y pagado poco, que la cuenta será tanto más rígida cuanto el supremo Juez ha sido más liberal con los dones y talentos que te ha dado y en la espera que ha tenido. No quiero de ti más ni tampoco menos de lo que debes a tu Señor y Esposo, que es obrar siempre lo mejor en todo lugar, tiempo y ocasión, sin admitir descuido, intervalo ni olvido.

712. Y si como flaca tuvieres alguna omisión o negligencia, no caiga el sol ni se pase el día sin dolerte y confesarte, si puedes, como para la última cuenta. Y proponiendo la enmienda, aunque sea levísima culpa, comenzarás a trabajar con nuevos fervores y cuidados, como a quien se le acaba el tiempo de conseguir tan ardua y trabajosa empresa, cual es la gloria y felicidad eterna y no caer en la muerte y tormentos sin fin. Este ha de ser el continuo empleo de todas tus potencias y sentidos, para que tu esperanza sea cierta (2 Cor 1,7) y con alegría, para que no trabajes en vano (Flp 2,16) ni corras a lo incierto (1 Cor 9,26 (A.)), como corren los que se contentan con algunas obras buenas y cometen muchas reprensibles y feas. Estos no pueden caminar con seguridad y gozo interior de la esperanza, porque la misma conciencia los desconfía y entristece, si no es cuando viven olvidados y con estulta alegría de la carne. Para llenar tú todas tus obras continúa los ejercicios que te he enseñado y también el que acostumbras de la muerte, con todas las oraciones, postraciones y recomendaciones del alma que sueles hacer. Y luego mentalmente recibe el viático como quien está de partida para la otra vida y despídete de la presente olvidando todo cuanto hay en ella. Enciende tu corazón con deseos de ver a Dios y sube hasta su presencia, donde ha de ser tu morada y ahora tu conversación (Flp 3,20).

CAPITULO 18

De Nuevo a Tapa

Cómo crecieron en los últimos días de María santísima los vuelos y deseos de ver a Dios, se despide de los lugares santos y de la Iglesia católica, ordena su testamento asistiéndola la santísima Trinidad.

713. Más pobre de razones y palabras me hallo en la mayor necesidad para decir algo del estado a donde llegó el amor de María santísima en los últimos días de su vida, los ímpetus y vuelos de su purísimo espíritu, los deseos y ansias incomparables de llegar al estrecho abrazo de la divinidad. No hallo símil ajustado en toda la naturaleza, y si alguno puede servir para mi intento es el elemento del fuego, por la correspondencia que tiene con el amor. Admirable es la actividad y fuerza de este elemento sobre todos, ninguno es más impaciente que él para sufrir las prisiones, porque o muere con ellas, o las quebranta para volar con suma ligereza a su propia esfera. Si se halla encarcelado en las entrañas de la tierra, la rompe, divide los montes, arranca los peñascos y con suma violencia los arroja o los lleva delante de su cara, hasta donde les dura el ímpetu que les imprime. Y aunque la cárcel sea de bronce, si no la rompe, a lo menos abre sus puertas con espantosa violencia y terror de los que están vecinos y por ellas despide el globo de metal que le impedía con tanta violencia, como lo enseña la experiencia. Tal es la condición de esta insensible criatura.

714. Pero si en el corazón de María santísima estaba en su punto el elemento del fuego del amor divino, que no puedo explicar con otros términos, claro está que los efectos corresponderían a la causa y no serían aquellos más admirables en el orden de la naturaleza que éstos en el de la gracia, y tan inmensa gracia. Siempre nuestra gran Reina fue peregrina del mundo en el cuerpo mortal y fénix única en la tierra, pero cuando estaba ya de partida para el cielo y asegurada del feliz término de su peregrinación, aunque el virginal cuerpo se tenía en la tierra, la llama de su purísimo espíritu con velocísimos vuelos se levantaba hasta su esfera, que era la misma divinidad. No podía tenerse ni contener los ímpetus del corazón, ni parecía árbitra de sus movimientos interiores, ni que tenía dominio de voluntad sobre ellos; porque toda su libertad había entregado al imperio del amor y a los deseos de la posesión que la esperaba del sumo bien, en que vivía transformada y olvidada de la mortalidad terrena. No rompía estas prisiones porque, más milagrosa que naturalmente, se las conservaban; ni levantaba consigo el cuerpo mortal nuestra gran Reina fue peregrina del mundo en el cuerpo mortal y pesado, porque tampoco era llegado el plazo, aunque la fuerza del espíritu y del amor pudiera arrebatarle tras de sí mismo. Pero en esta dulce y contenciosa lucha le suspendía todas las operaciones vitales de la naturaleza, de manera que de aquella alma tan deificada sólo parece que recibía la vida del amor divino y, para no consumir la natural, era necesario el conservarla milagrosamente y que interviniera otra causa superior que la vivificase porque cada instante no se resolviese.

715. La sucedió muchas veces en estos últimos días que, para dar algún ensanche a estas violencias, retirada a solas rompía el silencio para que no se le dividiese el pecho y hablando con el Señor decía: Amor mío dulcísimo, bien y tesoro de mi alma, llevadme ya tras el olor de vuestros ungüentos (Cant 1,3) que habéis dado a gustar a esta vuestra sierva y Madre peregrina en el mundo. Mi voluntad toda siempre estuvo empleada en vos, que sois suma verdad y verdadero bien mío, nunca supo amar fuera de vos alguna cosa ¡Oh única esperanza y gloria mía! no se detenga mi carrera, no se alargue el plazo de mi deseada libertad. Soltad ya las prisiones de la mortalidad que me detienen, cúmplase ya el término, llegue al fin donde camino desde el primer instante que recibí de vos el ser que tengo. Mi habitación se ha prolongado entre los moradores de Cedar (Sal 119,5 (A.)) pero toda la fuerza de mi alma y sus potencias miran al sol que les da vida, siguen al norte fijo que les encamina y desfallecen sin la posesión del bien que esperan. Oh espíritus soberanos, por la nobílisima condición de vuestra espiritual y angélica naturaleza, por la dicha que gozáis de la vista y hermosura de mi amado, de quien jamás carecéis, os pido os lastiméis de mí, amigos míos. Doleos de esta peregrina entre los hijos de Adán, cautiva en las prisiones de la carne. Decid a vuestro Dueño y mío la causa de mi dolencia, que no ignora; decidle que por su agrado abrazo el padecer en mi destierro, y así lo quiero; mas no puedo querer vivir en mí, y si vivo en él para vivir, ¿cómo podré vivir en ausencia de mi vida? Dámela el amor y me la quita. No puede vivir sin amor la vida, pues ¿cómo viviré sin la vida que sólo amo? En esta dulce violencia desfallezco; referid me siquiera las condiciones de mi Amado, que con estas flores aromáticas se confortarán los deliquio s de mi impaciente amor.

716. Con estas razones y otras más sentidas acompañaba la beatísima Madre los fuegos de su inflamado espíritu, con admiración y gozo de los santos ángeles que la asistían y servían. Y como inteligencias tan atentas y llenas de la divina ciencia, en una ocasión de éstas la respondieron a sus deseos con las razones siguientes: Reina y Señora nuestra, si de nuevo queréis oír las. señas que de vuestro amado conocemos, sabed que es la misma hermosura y encierra en sí todas las perfecciones que exceden al deseo. Es amable sin defecto, deleitable sin igual, agradable sin sospecha. En sabiduría inestimable, en bondad sin medida, en potencia sin término, en el ser inmenso, en la grandeza incomparable, en la majestad inaccesible, y todo lo que en sí contiene de perfecciones es infinito. En sus juicios terrible, en sus consejos inescrutable, en la justicia rectísimo, en pensamientos secretísimo, en sus palabras verdadero, en las obras santo y en misericordias rico. Ni el espacio le viene ancho, ni la estrechez le limita, ni lo triste le turba, ni lo alegre le altera, ni en la sabiduría se engaña, ni en la voluntad se muda, ni la abundancia le sobra, ni la necesidad le mengua, no le añade la memoria, ni el olvido le quita, ni lo que ya fue se le pasó, ni lo futuro le sucede. No le dio el principio origen a su ser, ni el tiempo le dará fin. Sin tener causa que le diese principio, le dio a todas las cosas, no porque necesitase alguna, pero todas necesitan de su participación; consérvalas sin trabajo, gobiérnalas sin confusión. Quien le sigue no anda en tinieblas, quien le conoce es dichoso, quien le ama y le granjea es bienaventurado; porque a sus amigos los engrandece y al fin los glorifica con su eterna vista y compañía. Este es, Señora, el bien que vos amáis y de cuyos abrazos con mucha brevedad gozaréis para no dejarle por toda su eternidad. Hasta aquí le dijeron los ángeles.

717. Se repetían estos coloquios frecuentemente entre la gran Reina y sus ministros; pero como al sediento de una ardiente fiebre no le aplacan la sed, antes la encienden las pequeñas gotas de agua, tampoco mitigaban la llama del divino amor estos fomentos en la amantísima Madre, porque renovaba en su pecho la causa de su dolencia. Y aunque en estos últimos días de su vida se continuaban los favores que arriba dejo escritos (Cf. supra n.615ss), de las festividades que celebraba y los que recibía todos los domingos y otros muchos que no es posible referirlos, con todo eso, para entretenerla y alentarla entre estas congojas amorosas, la visitaba su Hijo santísimo personalmente con más frecuencia que hasta entonces. Y en estas visitas la recreaba y confortaba con admirables favores y caricias, y de nuevo la aseguraba que sería breve su destierro, que la llevaría a su diestra, donde por el Padre y Espíritu Santo sería colocada en su real trono y absorta en el abismo de su divinidad, y sería nuevo gozo de los santos, que todos la esperaban y deseaban. Y en estas ocasiones multiplicaba la piadosa Madre las peticiones y oraciones por la santa Iglesia y por los apóstoles y discípulos y todos los ministros que en los futuros siglos la servirían en la predicación del evangelio y conversión del mundo, y para que todos los mortales le admitiesen y llegasen al conocimiento de la vida eterna.

718. Entre las maravillas que hizo el Señor con la beatísima Madre en estos últimos años, una fue manifiesta, no sólo al evangelista san Juan, sino a muchos fieles. Y esto fue que, cuando comulgada, la gran Señora quedaba por algunas horas llena de resplandores y claridad tan admirable que parecía estar transfigurada y con dotes de gloria. Y este efecto le comunicaba el sagrado cuerpo de su Hijo santísimo que, como arriba dije (Cf. supra n.607), se le manifestaba transfigurado y más glorioso que en el monte Tabor. Y a todos los que así la miraban dejaba llenos de gozo y efectos tan divinos, que más podían sentirlos que declararlos.

719. Determinó la piadosa Reina despedirse de los Lugares Santos antes de su partida para el cielo y pidiendo licencia a san Juan salió de casa en su compañía y de los mil ángeles que la asistían. Y aunque estos soberanos príncipes siempre la sirvieron y acompañaron en todos sus caminos, ocupaciones y jornadas, sin haberla dejado un punto sola desde el primer instante de su nacimiento, pero en esta ocasión se le manifestaron con mayor hermosura y refulgencia, como quienes participaban entonces nuevo gozo de que estaban ya de camino. Y despidiéndose la divina Princesa de las ocupaciones humanas para caminar a la propia y verdadera patria, visitó todos los Lugares de nuestra redención, despidiéndose de cada uno con abundantes y dulces lágrimas, con memorias lastimosas de lo que padeció su Hijo y fervientes operaciones y admirables efectos, con clamores y peticiones por todos los fieles de que llegasen con devoción y veneración a aquellos sagrados Lugares por todos los futuros siglos de la Iglesia. En el monte Calvario se detuvo más tiempo, pidiendo a su Hijo santísimo la eficacia de la muerte y redención que obró en aquel lugar para todas las almas redimidas. Y en esta oración se encendió tanto en el ardor de su inefable caridad, que consumiera allí la vida si no fuera preservada por la virtud divina.

720. Descendió luego del cielo en persona su Hijo santísimo y se le manifestó en aquel lugar donde había muerto. Y respondiendo a sus peticiones la dijo: Madre mía y paloma mía dilectísima y coadjutora en la obra de la redención humana, vuestros deseos y peticiones han llegado a mis oídos y corazón; yo os prometo que seré liberalísimo con los hombres, y les daré de mi gracia continuos auxilios y favores, para que con su voluntad libre merezcan en virtud de mi sangre la gloria que les tengo prevenida, si ellos mismos no la despreciaren. En el cielo seréis su medianera y abogada, y a todos los que granjearen vuestra intercesión llenaré de mis tesoros y misericordias infinitas. Esta promesa renovó Cristo nuestro Salvador en el mismo lugar que nos redimió. Y la beatísima Madre postrada a sus pies le dio gracias por ello y le pidió que en aquel mismo lugar consagrado con su preciosa sangre y muerte le diese su última bendición. Se le dio Su Majestad y la ratificó su real palabra en todo lo que había prometido y se volvió a la diestra de su eterno Padre. Quedó María santísima confortada en sus congojas amorosas y prosiguiendo con su religiosa piedad besó la tierra del Calvario y la adoró, diciendo: Tierra santa y lugar sagrado, desde el cielo te miraré con la veneración que te debo en aquella luz que todo lo manifiesta en su misma fuente y origen, de donde salió el Verbo divino que en carne mortal os enriqueció. Luego encargó de nuevo a los santos ángeles que asisten en custodia de aquellos sagrados Lugares que ayudasen con inspiraciones santas a los fieles que con veneración los visitasen, para que conociesen y estimasen el admirable beneficio de la redención que se había obrado en ellos. Les encomendó también la defensa de aquellos santuarios. Y si la temeridad y pecados de los hombres no hubieran desmerecido este favor, sin duda los santos ángeles les hubieran defendido para que los infieles y paganos no los profanaran, y en muchas cosas los defienden hasta el día de hoy.

721. Les pidió también la Reina a los mismos ángeles de los Santos Lugares y al evangelista que todos la diesen allí la bendición en esta última despedida, y con esto se volvió a su oratorio llena de lágrimas y cariño de lo que tan tiernamente amaba en la tierra. Se postró luego y pegó su rostro con el polvo, donde hizo otra prolija y fervorosísima oración por la Iglesia; y perseveró en ella hasta que por la visión abstractiva de la divinidad la dio el Señor respuesta de que sus peticiones eran oídas y concedidas en el tribunal de su clemencia. Y para dar en todo la plenitud de santidad a sus obras, pidió licencia al Señor para despedirse de la santa Iglesia y dijo: Altísimo y sumo bien mío, Redentor del mundo, cabeza de los santos y predestinados, justificador y glorificador de las almas, hija soy de la santa Iglesia, adquirida y plantada con vuestra sangre; dadme, Señor, licencia para que de tan piadosa Madre me despida y de todos los hermanos hijos vuestros que en ella tengo. Conoció en esto el beneplácito de su Hijo y con él se convirtió al cuerpo de la santa Iglesia, hablándola con dulces lágrimas en esta forma:

722. Iglesia santa y católica, que en los futuros siglos te llamarás romana, madre y señora mía, tesoro verdadero de mi alma, tú has sido el consuelo único de mi destierro; tú el refugio y alivio de mis trabajos; tú mi recreo, mi alegría, mi esperanza; tú me has conservado en mi carrera; en ti he vivido peregrina de mi patria; y tú me has sustentado después que recibí en ti el ser de gracia, por tu cabeza y mía, Cristo Jesús, mi Hijo y mi Señor. En ti están los tesoros y riquezas de sus merecimientos infinitos. Tú eres para sus fieles hijos el tránsito seguro de la tierra prometida y tú les aseguras su peligrosa y difícil peregrinación. Tú eres la señora de las gentes, a quien todos deben reverencia; en ti son joyas ricas de inestimable precio las angustias, los trabajos, las afrentas, los sudores, los tormentos, la cruz, la muerte; todos consagrados con la de mi Señor, tu Padre, tu Maestro y tu cabeza, y reservadas para sus mayores siervos y carísimos amigos. Tú me has adornado y enriquecido con tus preseas para entrar en las bodas del Esposo; tú me has enriquecido y prosperado y regalado, y tienes en ti misma a tu Autor sacramentado. Dichosa madre, Iglesia mía militante, rica estás y abundante de tesoros. En ti tuve siempre todo mi corazón y mis cuidados; pero ya es tiempo de partir y despedirme de tu dulce compañía, para llegar al fin de mi carrera. Aplícame la eficacia de tantos bienes, báñame copiosamente con el licor sagrado de la sangre del Cordero en ti depositada, y poderosa para santificar a muchos mundos. Yo quisiera a costa de mil vidas hacer tuyas a todas las naciones y generaciones de los mortales, para que gozaran tus tesoros. Iglesia mía, honra y gloria mía, ya te dejo en la vida mortal, mas en la eterna te hallaré gozosa en aquel ser donde se encierra todo. De allá te miraré con cariño y pediré siempre tus aumentos y todos tus aciertos y progresos.

723. Esta fue la despedida que hizo María santísima del cuerpo místico de la santa Iglesia católica romana, madre de los fieles, para enseñarles, cuando llegare a su noticia, la veneración y amor y aprecio en que la tenía, testificándolo con tan dulces lágrimas y caricias. Después de esta despedida determinó la gran Señora, como Madre de la sabiduría, disponer su testamento y última voluntad. y manifestando al Señor este prudentísimo deseo, Su Majestad mismo quiso autorizarle con su real presencia. Para esto descendió la beatísima Trinidad al oratorio de su Hija y Esposa, con millares de ángeles que asistían al trono de la divinidad, y luego que la religiosa Reina adoró al ser de Dios infinito, salió una voz del trono que la decía: Esposa y escogida nuestra, ordena tu postrimera voluntad corno lo deseas, que toda la cumpliremos y confirmaremos con nuestro poder infinito. Se detuvo un poco la prudentísima Madre en su profunda humildad, porque deseaba saber primero la voluntad del Altísimo antes que manifestara la suya propia. Y el mismo Señor la respondió a este deseo y encogimiento; y la persona del Padre la dijo: Hija mía, tu voluntad será de mi beneplácito y agrado, no carezcas del mérito de tus obras en ordenar tu alma para la partida de la vida mortal, que yo satisfaré a tus deseos. Lo mismo confirmaron el Hijo y el Espíritu Santo. Y con estas promesas ordenó María santísima su testamento en esta forma:

724. Altísimo Señor y Dios eterno, yo vil gusanillo de la tierra os confieso y adoro con toda reverencia de lo íntimo de mi alma, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas en un mismo ser indiviso y eterno, una sustancia, una majestad infinita en atributos y perfecciones. Yo os confieso por único, verdadero, solo Criador y Conservador de todo lo que tiene ser. Y en vuestra real presencia declaro y digo que mi última voluntad es ésta: De los bienes de la vida mortal y del mundo en que vivo nada tengo que dejar, porque jamás poseí ni amé otra cosa fuera de vos, que sois mi bien y todas mis cosas. A los cielos, astros, estrellas y planetas, a los elementos y todas sus criaturas les doy las gracias, porque obedeciendo a vuestra voluntad me han sustentado sin merecerlo, y con afecto de mi alma desee y les pido os sirvan y alaben en los oficios y ministerios que les habéis ordenado y que sustenten y beneficien a mis hermanos los hombres. Y para que mejor lo hagan, renuncio y traspaso a los mismos hombres la posesión y, en cuanto es posible, el dominio que Vuestra Majestad me tenía dado de todas estas criaturas irracionales, para que sirvan a mis prójimos y los sustenten. Dos túnicas y un manto, de que he usado para cubrirme, dejaré a Juan para que disponga de ellas, pues le tengo en lugar de hijo. Mi cuerpo, pido a la tierra le reciba en obsequio vuestro, pues ella es madre común y os sirve como hechura vuestra. Mi alma despojada del cuerpo y de todo lo visible entrego, Dios mío, en vuestras manos, para que os ame y magnifique por toda vuestra eternidad. Mis merecimientos y los tesoros que con vuestra gracia divina y mis obras y trabajos he adquirido, de todos dejo por universal heredera a la santa Iglesia, mi madre y mi señora, y con licencia vuestra los deposito, y quisiera que fueran muchos más. Y deseo que en primer lugar, sean para exaltación de vuestro santo nombre y para que siempre se haga vuestra voluntad santa en la tierra como en el cielo y todas las naciones vengan a vuestro conocimiento, amor, culto y veneración de verdadero Dios.

725. En segundo lugar, los ofrezco por mis señores los apóstoles y sacerdotes, presentes y futuros, para que vuestra inefable clemencia los haga idóneos ministros de su oficio y estado, con toda sabiduría, virtud y santidad, con que edifiquen y santifiquen a las almas redimidas con vuestra sangre. En tercer lugar, las aplico para bien espiritual de mis devotos que me sirvieren, invocaren y llamaren, para que reciban vuestra gracia y protección y después la eterna vida. Y en cuarto lugar, deseo que os obliguéis de mis trabajos y servicios por todos los pecadores hijos de Adán, para que salgan del infeliz estado de la culpa. Y desde esta hora propongo y quiero pedir siempre por ellos en vuestra divina presencia, mientras durare el mundo. Esta es, Señor y Dios mío, mi última voluntad rendida siempre a la vuestra. Concluyó la Reina este testamento y la santísima Trinidad le confirmó y aprobó y Cristo nuestro Redentor, como autorizándole en todo, le firmó escribiendo en el corazón de su Madre estas palabras: Hágase como lo queréis y ordenáis.

726. Cuando los hijos de Adán, en especial los que nacemos en la ley de gracia, no tuviéramos otra obligación a María santísima más que de habernos dejado herederos de sus inmensos merecimientos y de todo lo que contiene su breve y misterioso testamento, no podíamos desempeñarnos de esta deuda aunque en su retorno ofreciéramos la vida con todos los tormentos de los esforzados mártires y santos. No hago comparación, porque no la hay, con los infinitos merecimientos y tesoros que Cristo nuestro Salvador nos dejó en la Iglesia. Pero ¿qué disculpa o qué descargo tendrán los réprobos, cuando ni de unos ni de otros se aprovecharon? Todo los despreciaron, olvidaron y perdieron. ¿Qué tormento y despecho será el suyo cuando sin remedio conozcan que perdieron para siempre tantos beneficios y tesoros por un deleite momentáneo? Confiesen la justicia y rectitud con que digna y justísimamente son castigados y arrojados de la cara del Señor y de su Madre piadosísima, a quien con temeridad estulta desprecian.

727. Luego que la gran Reina ordenó su testamento, dio gracias al Omnipotente y pidió licencia para hacerle otra petición; y con ella añadió y dijo: Clementísima Señor mío y Padre de las misericordias, si fuere de vuestra gloria y beneplácito, desea mi alma que para su tránsito se hallen presentes los apóstoles, mis señores y ungidos vuestros, con los otros discípulos, para que oren por mí y con su bendición parta yo de esta vida para la eterna. A esta petición la respondió su Hijo santísimo: Madre mía amantísima, ya vienen mis apóstoles a vuestra presencia y los que están cerca llegarán con brevedad, y por los demás que están muy lejos enviaré a mis ángeles que los traigan; porque mi voluntad es que asistan todos a vuestro glorioso tránsito para consuelo vuestro y el suyo, en veros partir a mis eternas moradas, y para lo que fuere de mayor gloria mía y vuestra. Este nuevo favor y los demás agradeció María santísima postrada en tierra; con que las divinas Personas se volvieron al cielo empíreo.

Doctrina que me dio la Reina de los ángeles María santísima.

728. Hija mía, por lo que admiras de la estimación que yo hice de la santa Iglesia y del amor grande que la tuve, quiero ayudar más a tus afectos para que tú también concibas de ella nuevo aprecio y veneración. No puedes entender en carne mortal lo que por mi interior pasaba mirando a la santa Iglesia. Y sobre lo que has conocido entenderás más, si ponderas las causas que movían mi corazón. Estas fueron el amor y obras de mi Hijo santísimo con la misma Iglesia, y ellas han de ser tu meditación de día y de noche, pues en lo que hizo Su Majestad por la Iglesia conocerás el amor que la tuvo. Para ser su cabeza en este mundo y siempre de los predestinados, descendió del seno del eterno Padre y tomó carne humana en mis entrañas. Para recobrar a sus hijos perdidos por el primer pecado de Adán, tomó carne mortal y pasible. Para dejar el ejemplar de su inculpable vida y la doctrina verdadera y saludable, vivió y conversó con los hombres treinta y tres años. Para redimirlos con efecto y merecer infinitos bienes de gracia y gloria, que no podían merecer los fieles, padeció durísima pasión, derramó su sangre y admitió la muerte dolorosa y afrentosa de la cruz. Para que de su sagrado cuerpo ya difunto saliera misteriosamente la Iglesia, se le dejó romper con la lanza.

729. Y porque el eterno Padre se complació tanto de su vida, pasión y muerte, ordenó el mismo Redentor en la Iglesia el sacrificio de su cuerpo y sangre, en que se renovase su memoria y los fieles le ofreciesen para aplacar y satisfacer a la divina Justicia; y junto con esto se quedase sacramentado perpetuamente en la Iglesia para alimento espiritual de sus hijos y que tuviesen consigo la misma fuente de la gracia, viático y prenda cierta de la vida eterna. Sobre todo esto, envió sobre la Iglesia al Espíritu Santo, que la llenase de sus dones y sabiduría, prometiéndosele para que siempre la encaminase y gobernase sin errores, sin sospecha y sin peligro. La enriqueció con todos los merecimientos de su pasión, vida y muerte, aplicándoselos por medio de los sacramentos, ordenando todos los que eran necesarios para los hombres, desde que nacen hasta que mueren, para lavarse de los pecados y ayudarse a perseverar en su gracia y defenderse de los demonios y vencerlos con las armas de la Iglesia, y para quebrantar las propias y naturales pasiones, dejando ministros proporcionados y convenientes para todo. Se comunica en la Iglesia militante familiarmente con las almas santas, las hace participantes de sus ocultos y secretos favores, obra milagros y maravillas por ellas y, cuando conviene para su gloria, se obliga de sus obras, oye sus peticiones por sí misma y por otras, para que en la Iglesia, se conserve la comunión de los santos.

730. Dejó en ella otra fuente de luz y de verdad que son los santos evangelios y las sagradas Escrituras dictadas por el Espíritu Santo, las determinaciones de los sagrados concilios, las tradiciones ciertas y antiguas. Envió a sus tiempos oportunos doctores santos llenos de sabiduría, la dio maestros y varones doctos, predicadores y ministros en abundancia. La ilustró con admirables santos, la hermoseó con variedad de religiones donde se conserve y profese la vida perfecta y apostólica, gobiérnala con muchos prelados y dignidades. Y para que todo fuese con orden y concierto. puso en ella una cabeza superior, que es el Pontífice romano, vicario suyo con plenitud suprema y divina potestad, como cabeza de este cuerpo místico y hermosísimo, y le defiende y guarda hasta el fin del mundo contra las potestades de la tierra y del infierno. Y entre todos estos beneficios que hizo y hace a su amada la Iglesia, no fue el menor dejarme a mí en ella, después de su admirable ascensión a los cielos, para que la gobernase y plantase con mis merecimientos y presencia. Desde entonces y para siempre tengo por mía esta Iglesia, el Muy Alto me hizo esta donación y me mandó cuidase de ella como su Madre y Señora.

731. Estos son, carísima, los grandes títulos y motivos que yo tuve y los que ahora tengo para el amor que en mí has conocido con la santa Iglesia, y los que yo quiero que despierten y enciendan tu corazón para imitarme en todo lo que te toca como mi discípula, hija mía y de la misma Iglesia. La ama, la respeta y la estima con todo tu corazón, goza de sus tesoros, logra las riquezas del cielo, que con su mismo Autor están depositadas en la Iglesia. Procura unirla contigo y a ti con ella, pues en ella tienes refugio y remedio, consuelo en tus trabajos, esperanza en tu destierro, luz y verdad que te encamina entre las tinieblas del mundo. Por esta Iglesia santa quiero que trabajes todo lo que te restare de vida, pues para este fin se te ha concedido y para que me imites y sigas en la solicitud infatigable que yo tuve con ella en la vida mortal; ésta es tu mayor dicha que debes agradecer eternamente. Y quiero, hija mía, adviertas que con este intento y deseo te he aplicado mucha parte de los tesoros de la Iglesia para que escribas mi Vida, y el Señor te eligió por instrumento y secretaria de sus misterios y sacramentos ocultos para los fines de su mayor gloria. Y no entiendas que con haber trabajado algo en esto le has dado parte de retorno con que desempeñarte de esta deuda, porque antes quedas ahora más empeñada y obligada para poner en ejecución toda la doctrina que has escrito, y mientras no lo hicieres siempre estarás pobre, sin descargo de tu deuda y con rigor se te pedirá cuenta del recibo. Ahora es tiempo de trabajar, para que te halles prevenida y desocupada en la hora de tu muerte y no tengas impedimento para recibir al Esposo. Atiende al desembarazo en que yo estaba abstraída y libre de todo lo terreno, y por esta regla quiero que te gobiernes y que no te falte el aceite de la luz y del amor, para que entres a las bodas del Esposo franqueándote las puertas de su infinita misericordia y clemencia.

CAPITULO 19

De Nuevo a Tapa

El tránsito felicísimo y glorioso de María santísima y cómo los apóstoles y discípulos llegaron antes a Jerusalén y se hallaron presentes a él.

732. Se acercaba ya el día determinado por la divina voluntad en que la verdadera y viva arca del Testamento había de ser colocada en el templo de la celestial Jerusalén con mayor gloria y júbilo que su figura fue colocada por Salomón en el santuario debajo de las alas de los querubines (3 Re 8,6). Y tres días antes del tránsito felicísimo de la gran Señora se hallaron congregados los apóstoles y discípulos en Jerusalén y casa del cenáculo. El primero que llegó fue san Pedro, porque le trajo un ángel desde Roma, donde estaba en aquella ocasión. Y allí se le apareció y le dijo cómo se llegaba cerca el tránsito de María santísima, que el Señor mandaba viniese a Jerusalén para hallarse presente. Y dándole el ángel este aviso le trajo desde Italia al cenáculo, donde estaba la Reina del mundo retirada en su oratorio, algo rendidas las fuerzas del cuerpo a las del amor divino, porque como estaba tan vecina del último fin, participaba de sus condiciones con más eficacia.

733. Salió la gran Señora a la puerta del oratorio a recibir al vicario de Cristo nuestro Salvador y puesta de rodillas a sus pies le pidió la bendición y le dijo: Doy gracias y alabo al Todopoderoso porque me ha traído a mi santo padre, para que me asista en la hora de mi muerte. Llegó luego san Pablo, a quien la Reina hizo respectivamente la misma reverencia con iguales demostraciones del gozo que tenía de verle. La saludaron los apóstoles como a Madre del mismo Dios, como a su Reina y propia Señora de todo lo criado, pero con no menos dolor que reverencia, porque sabían venían a su dichoso tránsito. Tras de los apóstoles llegaron los demás y los discípulos que vivían, de manera que tres días antes estuvieron todos juntos en el cenáculo, y a todos recibió la divina Madre con profunda humildad, reverencia y caricia, pidiendo a cada uno que la bendijese, y todos lo hicieron y la saludaron con admirable veneración; y por orden de la misma Señora, que dio a san Juan, fueron todos hospedados y acomodados, acudiendo también a esto con san Juan Santiago apóstol el Menor.

734. Algunos de los apóstoles que fueron traídos por ministerio de los ángeles y del fin de su venida los habían ya informado, se fervorizaron con gran ternura en la consideración que les había de faltar su único amparo y consuelo, con que derramaron copiosas lágrimas. Otros lo ignoraban, en especial los discípulos, porque no tuvieron aviso exterior de los ángeles, sino con inspiraciones interiores e impulso suave y eficaz en que conocieron ser voluntad de Dios que luego viniesen a Jerusalén, como lo hicieron. Comunicaron luego con san Pedro la causa de su venida, para que los informase de la novedad que se ofrecía; porque todos convinieron que si no la hubiera no los llamara el Señor con la fuerza que para venir habían sentido. El apóstol san Pedro, como cabeza de la Iglesia, los juntó a todos para informarlos de la causa de su venida y estando así congregados les dijo: Carísimos hijos y hermanos míos, el Señor nos ha llamado y traído a Jerusalén de partes tan remotas no sin causa grande y de sumo dolor para nosotros. Su Majestad quiere llevarse luego al trono de la eterna gloria a su beatísima Madre, nuestra maestra, todo nuestro consuelo y amparo. Quiere su disposición divina que todos nos hallemos presentes a su felicísimo y glorioso tránsito. Cuando nuestro Maestro y Redentor se subió a la diestra de su eterno Padre, aunque nos dejó huérfanos de su deseable vista, teníamos a su Madre santísima para nuestro refugio y verdadero consuelo en la vida mortal; pero ahora que nuestra Madre y nuestra luz nos deja, ¿qué haremos? ¿Qué amparo y qué esperanza tendremos que nos aliente en nuestra peregrinación? Ninguna hallo más de que todos la seguiremos con el tiempo.

735. No pudo alargarse más san Pedro, porque le atajaron las lágrimas y sollozos que no pudo contener, y tampoco los demás apóstoles le pudieron responder en grande espacio de tiempo, en que con íntimos suspiros del corazón estuvieron derramando copiosas y tiernas lágrimas; pero después que el vicario de Cristo se recobró un poco para hablar, añadió y dijo: Hijos míos, vamos a la presencia de nuestra Madre y Señora, acompañémosla lo que tuviere de vida y pidámosla nos deje su santa bendición. Fueron todos con san Pedro al oratorio de la gran Reina y la hallaron de rodillas sobre una tarimilla que tenía para reclinarse cuando descansaba un poco. La vieron todos hermosísima y llena de resplandor celestial y acompañada de los mil ángeles que la asistían.

736. La disposición natural de su sagrado y virginal cuerpo y rostro era la misma que tuvo de treinta y tres años; porque desde aquella edad, como dije en la segunda parte (Cf. supra p.II n.856), nunca hizo mudanza del natural estado, ni sintió los efectos de los años ni de la senectud o vejez, ni tuvo rugas en el rostro ni en el cuerpo, ni se le puso más débil, flaco y magro, corno sucede a los demás hijos de Adán, que con la vejez desfallecen y se desfiguran de lo que fueron en la juventud o edad perfecta. La inmutabilidad en esto fue privilegio único de María santísima, así porque correspondiera a la estabilidad de su alma purísima, como porque en ella fue correspondiente y consiguiente a la inmunidad que tuvo de la primera culpa de Adán, cuyos efectos en cuanto a esto no alcanzaron a su sagrado cuerpo ni a su alma purísima. Los apóstoles y discípulos y algunos otros fieles ocuparon el oratorio de María santísima, estando todos ordenadamente en su presencia, y san Pedro con san Juan se pusieron a la cabecera de la tarima. La gran Señora los miró a todos con la modestia y reverencia que solía y hablando con ellos dijo: Carísimas hijos míos, dad licencia a vuestra sierva para hablar en vuestra presencia y manifestaros mis humildes deseos. La respondió san Pedro que todos la oirían con atención y la obedecerían en lo que mandase y la suplicó se asentase en la tarima para hablarles. Le pareció a san Pedro estaría algo fatigada de haber perseverado tanto de rodillas, y que en aquella postura estaba orando al Señor y para hablar con ellos era justo tomase asiento como Reina de todos.

737. Pero la que era maestra de humildad y obediencia hasta la muerte, cumplió con estas virtudes aquella hora y respondió que obedecería en pidiéndoles a todos su bendición y que le permitieran este consuelo. Con el consentimiento de san Pedro salió de la tarima y se puso de rodillas ante el mismo apóstol y le dijo: Señor, como pastor universal y cabeza de la santa Iglesia, os suplico que en vuestro nombre y suyo me deis vuestra santa bendición y perdonéis a esta sierva vuestra lo poco que os he servido en mi vida, para que de ella parta a la eterna. Y si es vuestra voluntad, dad licencia para que san Juan disponga de mis vestiduras, que son dos túnicas, dándolas a unas doncellas pobres, que su caridad me ha obligado siempre. Se postró luego y besó los pies de san Pedro como vicario de Cristo, con abundantes lágrimas y no menor admiración que llanto del mismo apóstol y todos los circunstantes. De san Pedro pasó a san Juan y puesta también a sus pies le dijo: Perdonad, hijo mío y mi señor, el no haber hecho con vosotros el oficio de Madre que debía, como me lo mandó el Señor, cuando de la cruz os señaló por hijo mío y a mí por madre vuestra (Jn 19,27). Yo os doy humildes y reconocidas gracias por la piedad con que como hijo me habéis asistido. Dadme vuestra bendición para subir a la compañía y eterna vista del que me crió.

738. Prosiguió esta despedida la dulcísima Madre, hablando a todos los apóstoles singularmente y algunos discípulos, y después a los demás circunstantes juntos, que eran muchos. Hecha esta diligencia se levantó en pie y hablando a toda aquella santa congregación en común dijo: Carísimos hijos míos y mis señores, siempre os he tenido en mi alma y escritos en mi corazón, donde tiernamente os he amado con la caridad y amor que me comunicó mi Hijo santísimo, a quien he mirado siempre en vosotros como en sus escogidos y amigos. Por su voluntad santa y eterna me vaya las moradas celestiales, donde os prometo, como Madre, que os tendré presentes en la clarísima luz de la divinidad, cuya vista espera y desea mi alma con seguridad. La Iglesia mi madre os encomiendo con la exaltación del santo nombre del Altísimo, la dilatación de su ley evangélica, la estimación y aprecio de las palabras de mi Hijo santísimo, la memoria de su vida y muerte y la ejecución de toda su doctrina. Amad, hijos míos, a la santa Iglesia y de todo corazón unos a otros con aquel vínculo de la caridad y paz que siempre os enseñó vuestro Maestro. Y a vosotros, Pedro, pontífice santo, os encomiendo a Juan mi hijo y también a los demás.

739. Acabó de hablar María santísima, cuyas palabras como flechas de divino fuego penetraron y derritieron los corazones de todos los apóstoles y circunstantes, y rompiendo todos en arroyos de lágrimas y dolor irreparable se postraron en tierra, moviéndola y enterneciéndola con gemidos y sollozos; lloraron todos, y lloró también con ellos la dulcísima María, que no quiso resistir a tan amargo y justo llanto de sus hijos. Y después de algún espacio les habló otra vez y les pidió que con ella y por ella orasen todos en silencio, y así lo hicieron. En esta quietud sosegada descendió del cielo el Verbo humanado en un trono de inefable gloria, acompañado de todos los santos de la humana naturaleza y de innumerables de los coros de los ángeles, y se llenó de gloria la casa del cenáculo. María santísima adoró al Señor y le besó los pies y postrada ante ellos hizo el último y profundísimo acto de reconocimiento y humillación en la vida mortal, y más que todos los hombres después de sus culpas se humillaron, ni jamás se humillarán, se encogió y pegó con el polvo esta purísima criatura y Reina de las alturas. Le dio su Hijo santísimo la bendición y en presencia de los cortesanos del cielo la dijo estas palabras: Madre mía carísima, a quien yo escogí para mi habitación, ya es llegada la hora en que habéis de pasar de la vida mortal y del mundo a la gloria de mi Padre y mía, donde tenéis preparado el asiento a mi diestra, que gozaréis por toda la eternidad. Y porque hice que como Madre mía entraseis en el mundo libre y exenta de la culpa, tampoco para salir de él tiene licencia ni derecho de tocaros la muerte. Si no queréis pasar por ella, venid conmigo, para que participéis de mi gloria que tenéis merecida.

740. Se postró la prudentísima Madre ante su Hijo y con alegre semblante le respondió: Hijo y Señor mío, yo os suplico que vuestra Madre y sierva entre en la eterna vida por la puerta común de la muerte natural, como los demás hijos de Adán. Vosotros, que sois mi verdadero Dios, la padecisteis sin tener obligación a morir; justo es que como yo he procurado seguiros en la vida os acompañe también en morir. Aprobó Cristo nuestro Salvador el sacrificio y voluntad de su Madre santísima y dijo que se cumpliese lo que ella deseaba. Luego todos los ángeles comenzaron a cantar con celestial armonía algunos versos de los cánticos de Salomón y otros nuevos. Y aunque de la presencia de Cristo nuestro Salvador solos algunos apóstoles con san Juan tuvieron especial ilustración y los demás sintieron en su interior divinos y poderosos efectos, pero la música de los ángeles la percibieron con los sentidos así los apóstoles y discípulos, como otros muchos fieles que allí estaban. Salió también una fragancia divina que con la música se percibía hasta la calle. Y la casa del cenáculo se llenó de resplandor admirable, viéndolo todos, y el Señor ordenó que para testigos de esta nueva maravilla concurriese mucha gente de Jerusalén que ocupaba las calles.

741. Al entonar los ángeles la música, se reclinó María santísima en su tarima o lecho, quedándole la túnica como unida al sagrado cuerpo, puestas las manos juntas y los ojos fijados en su Hijo santísimo, y toda enardecida en la llama de su divino amor. Y cuando los ángeles llegaron a cantar aquellos versos del capítulo 2 de los Cantares (Cant 2,10): Surge, propera, amica, mea, etc., que quieren decir: Levántate y date prisa, amiga mía, paloma mía, hermosa mía, y ven que ya pasó el invierno, etc., en estas palabras pronunció ella las que su Hijo santísimo en la cruz: En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu (Lc 23,46). Cerró los virginales ojos y expiró. La enfermedad que le quitó la vida fue el amor, sin otro achaque ni accidente alguno. Y el modo fue que el poder divino suspendió el concurso milagroso con que la conservaba las fuerzas naturales para que no se resolviesen con el ardor y fuego sensible que la causaba el amor divinoy cesando este milagro hizo su efecto y la consumió el húmido radical del corazón y con él faltó la vida natural.

742. Pasó aquella purísima alma desde su virginal cuerpo a la diestra y trono de su Hijo santísimo, donde en un instante fue colocada con inmensa gloria. Y luego se comenzó a sentir que la música de los ángeles se alejaba por la región del aire, porque toda aquella procesión de ángeles y santos, acompañando a su Rey y a la Reina, caminaron al cielo empíreo. El sagrado cuerpo de María santísima, que había sido templo y sagrario de Dios vivo, quedó lleno de luz y resplandor y despidiendo de sí tan admirable y nueva fragancia que todos los circunstantes eran llenos de suavidad interior y exterior. Los mil ángeles de la custodia de María santísima quedaron guardando el tesoro inestimable de su virginal cuerpo. Los apóstoles y discípulos, entre lágrimas de dolor y júbilo de las maravillas que veían, quedaron como absortos por algún espacio y luego cantaron muchos himnos y salmos en obsequio de María santísima ya difunta. Sucedió este glorioso tránsito de la gran Reina del mundo, viernes a las tres de la tarde, a la misma hora que el de su Hijo santísimo, a trece días del mes de agosto y a los setenta años de su edad, menos los veintiséis días que hay de trece de agosto en que murió hasta ocho de septiembre en que nació y cumpliera los setenta años. Después de la muerte de Cristo nuestro Salvador, sobrevivió la divina Madre en el mundo veinte y un años, cuatro meses y diez y nueve días; y de su virgíneo parto, eran el año de cincuenta y cinco. El cómputo se hará fácilmente de esta manera: Cuando nació Cristo nuestro Salvador tenía su Madre Virgen quince años, tres meses y diez y siete días. Vivió el Señor treinta y tres años y tres meses, de manera que al tiempo de su sagrada pasión estaba María santísima en cuarenta y ocho años, seis meses y diez y siete días; añadiendo a éstos otro veinte. y un años, cuatro meses y diez y nueve días, hacen los setenta años menos veinte y cinco o seis días.

743. Sucedieron grandes maravillas y prodigios en esta preciosa muerte de la Reina. Porque se eclipsó el sol, como arriba dije (Cf. supra n.706), y en señal de luto escondió su luz por algunas horas. A la casa del cenáculo concurrieron muchas aves de diversos géneros y con tristes cantos y gemidos estuvieron algún tiempo clamoreando y moviendo a llanto a cuantos las oían. Se conmovió toda Jerusalén, y admirados concurrían muchos confesando a voces el poder de Dios y la grandeza de sus obras; otros estaban atónitos y como fuera de sí. Los apóstoles y discípulos con otros fieles se deshacían en lágrimas y suspiros. Acudieron muchos enfermos y todos fueron sanos. Salieron del purgatorio las almas que él estaban. Y la mayor maravilla fue que, en expirando María santísima, en la misma hora tres personas expiraron también, un hombre en Jerusalén y dos mujeres muy vecinas del cenáculo; y murieron en pecado sin penitencia, con que se condenaban, pero llegando su causa al tribunal de Cristo pidió misericordia para ellos la dulcísima Madre y fueron restituidos a la vida, y después la mejoraron de manera que murieron en gracia y se salvaron. Este privilegio no fue general para otros que en aquel día murieron en el mundo, sino para aquellos tres que concurrieron a la misma hora en Jerusalén. De lo que sucedió en el cielo y cuán festivo fue este día en la Jerusalén triunfante, diré en otro capítulo, porque no lo mezclemos con el luto de los mortales.

Doctrina que me dio la gran Reina del cielo Maria santísima.

744. Hija mía, sobre lo que has entendido y escrito de mi glorioso tránsito, quiero declararte otro privilegio que me concedió mi Hijo santísimo en aquella hora. Ya dejas escrito (Cf. supra n.739) cómo Su Majestad dejó a mi elección si quería admitir el morir o pasar sin este trabajo a la visión beatífica y eterna. Y si yo rehusara la muerte, sin duda me lo concediera el Altísimo, porque como en mí no tuvo parte el pecado, tampoco la tuviera la pena que fue la muerte. Como también fuera lo mismo en mi Hijo santísimo, y con mayor título, si él no se cargara de satisfacer a la divina Justicia por los hombres, por medio de su pasión y muerte. Esta elegí yo de voluntad para imitarle y seguirle, como lo hice en sentir su dolorosa pasión; y porque, habiendo yo visto morir a mi Hijo y a mi Dios verdadero, si rehusara yo la muerte no satisficiera al amor que le debía y dejara un gran vacío en la similitud y conformidad que yo deseaba con el mismo Señor humanado, y Su Majestad quería que yo tuviese en todo con su humanidad santísima; y como yo no pudiera desde entonces recompensar este defecto, no tuviera mi alma la plenitud de gozo que tengo de haber muerto como murió mi Dios y Señor.

745. Por esto le fue tan agradable que yo eligiese el morir, y se obligó tanto su dignación en mi prudencia y amor que en retorno me hizo luego un singular favor para los hijos de la Iglesia, conforme a mis deseos. Este fue, que todos mis devotos que le llamaren en la muerte, interponiéndome por su abogada para que les socorra, en memoria de mi dichoso tránsito y por la voluntad con que quise morir para imitarle estén debajo de mi especial protección en aquella hora, para que yo los defienda del demonio y los asista y ampare y al fin los presente en el tribunal de su misericordia y en él interceda por ellos. Para todo esto me concedió nueva potestad y comisión y el mismo Señor me prometió que les daría grandes auxilios de su gracia para morir bien, y para vivir con mayor pureza, si antes me invocaban, venerando este misterio de mi preciosa muerte. Y así quiero, hija mía, que desde hoy con íntimo afecto y devoción hagas continuamente memoria de ella y bendigas, magnifiques y alabes al Omnipotente, que conmigo quiso obrar tan venerables maravillas en beneficio mío y de los mortales. Con este cuidado obligarás al mismo Señor y a mí para que en aquella última hora te amparemos.

746. Y porque a la vida sigue la muerte y ordinariamente se corresponden, por esto el fiador más seguro de la buena muerte es la buena vida, y en ella despegarse el corazón y sacudirse del amor terreno, que en aquella última hora aflige y oprime al alma y le sirve de fuertes cadenas para que no tenga entera libertad, ni se levante sobre aquello que ha tenido amor en su vida. Oh hija mía, ¡qué diferentemente entienden esta verdad los mortales y cuán al contrario obran! Dales el Señor la vida para que en ella se desocupen de los efectos del pecado original para no sentirlos en la hora de la muerte, y los ignorantes y míseros hijos de Adán gastan toda esa vida en cargarse de nuevos embarazos y prisiones, para morir cautivos de sus pasiones y debajo del dominio de su tirano enemigo. Yana tuve parte en la culpa original, ni sobre mis potencias tenían derecho alguno sus malos efectos, y con todo eso viví ajustadísima, pobre, santa y perfecta, sin afición a cosa terrena; y esta libertad santa experimenté bien en la hora de mi muerte. Advierte, pues, hija mía, y atiende a este vivo ejemplo y desocupa tu corazón más y más cada día, de manera que con los años te halles más libre, expedita y sin afición de cosa visible para cuando el Esposo te llamare a las bodas y no sea necesario que vayas a buscar entonces la libertad y prudencia que no hallarás.

CAPITULO 20

De Nuevo a Tapa

Del entierro del sagrado cuerpo de María santísima y lo que en él sucedió.

747. Para que los apóstoles, discípulos y otros muchos fieles no quedaran oprimidos y que algunos no murieran con el dolor que recibieron en el tránsito de María santísima, fue necesario que el poder divino con especial providencia obrase en ellos el consuelo, dándoles esfuerzo particular con que dilatasen los corazones en su incomparable aflicción; porque la desconfianza de no haber de restaurar aquella pérdida en la vida presente no hallaba desahogo, la privación de aquel tesoro no conocía recompensa y como el trato y conversación dulcísima, caritativa y amabilísima de la gran Reina tenía robado el corazón y amor de cada uno, todos quedaron sin ella como sin alma y sin aliento para vivir, careciendo de tal amparo y compañía. Pero el Señor, que conocía la causa de tan justo dolor, les asistió en él y con su virtud divina los animó ocultamente para que no desfallecieran y acudieran a lo que convenía disponer del sagrado cuerpo y a todo lo demás que pedía la ocasión.

748. Con esto los apóstoles santos, a quienes principalmente tocaba este cuidado, trataron luego de que se le diese conveniente sepultura al cuerpo santísimo de su Reina y Señora. Le señalaron en el valle de Josafat un sepulcro nuevo, que allí estaba prevenido misteriosamente por la providencia de su santísimo Hijo. Y acordándose los apóstoles que el cuerpo deificado del mismo Señor había sido ungido con ungüentos preciosos y aromáticos, conforme a la costumbre de los judíos, para darle sepultura, envolviéndole en la santa sábana y sudario, les pareció que se hiciera lo mismo con el virginal cuerpo de su beatísima Madre y no pensaron entonces otra cosa. Para ejecutar este intento llamaron a las dos doncellas que habían asistido .a la Reina en su vida y quedaban señaladas por herederas del tesoro de sus túnicas (Cf. supra n.737), y a estas dos dieron orden que ungiese con suma reverencia y recato el cuerpo de la Madre de Dios y la envolviesen en la sábana, para ponerle en el féretro. Las doncellas entraron con grande veneración y temor al oratorio donde estaba en su tarima la venerable difunta, y el resplandor que la vestía las detuvo y deslumbró de suerte que ni pudieron tocarle ni verle ni saber en qué lugar determinado estaba.

749. Se salieron del oratorio las doncellas con mayor temor y reverencia que entraron, y no con pequeña turbación y admiración dieron cuenta a los apóstoles de lo que les había sucedido. Ellos confirieron, no sin inspiración del cielo, que no se debía tocar ni tratar con el orden común aquella sagrada arca del Testamento. Y luego entraron san Pedro y san Juan al mismo oratorio y conocieron el resplandor y junto con eso oyeron la música celestial de los ángeles que cantaban: Dios te salve, María, llena de gracia, el Señor es contigo. Otros repetían: Virgen antes del parto, en el parto y después del parto. Y desde entonces muchos fieles de la primitiva Iglesia tomaron devoción con este divino elogio de María santísima, y desde allí por tradición se derivó a los demás que hoy le confesamos, y le confirmó la santa Iglesia. Los dos apóstoles santos, Pedro y Juan, estuvieron un rato suspensos con admiración de lo que oían y miraban sobre el sagrado cuerpo de la Reina, y para deliberar lo que debían hacer se pusieron de rodillas en oración, pidiendo al Señor se lo manifestase, y luego oyeron una voz que les dijo: Ni se descubra ni se toque el sagrado cuerpo.

750. Con esta voz les dio inteligencia de la voluntad divina, y luego trajeron unas andas o féretro y, templándose un poco el resplandor, se llegaron a la tarima donde estaba y los dos mismos apóstoles con admirable reverencia trabaron de la túnica por los lados y sin descomponerla en nada levantaron el sagrado y virginal tesoro y le pusieron en el féretro con la misma compostura que tenía en la tarima. Y pudieron hacerlo fácilmente, porque no sintieron peso, ni en el tacto percibieron más de que llegaban a la túnica casi imperceptiblemente. Puesto en el féretro se moderó más el resplandor y todos pudieron percibir y conocer con la vista la hermosura del virgíneo rostro y manos, disponiéndolo así el Señor para común consuelo de todos los presentes. En lo demás reservó su omnipotencia aquel divino tálamo de su habitación, para que ni en vida ni en muerte nadie viese alguna parte de él, más de lo que era forzoso en la conversación humana, que era su honestísima cara, para ser conocida, y las manos con que trabajaba.

751. Tanta fue la atención y cuidado de la honestidad de su beatísima Madre, que en esta parte no celó tanto su cuerpo deificado como el de la purísima Virgen. En la concepción inmaculada y sin culpa la hizo semejante a sí mismo, y también en el nacimiento, en cuanto a no percibir el modo común y natural de nacer los demás. También la preservó y guardó de tentaciones de pensamientos impuros. Pero en ocultar su virginal cuerpo hizo con ella, como mujer, lo que no hizo consigo mismo, porque era varón y Redentor del mundo, por medio del sacrificio de su pasión; y la purísima Señora en vida le había pedido que en la muerte le hiciese este beneficio de que nadie viese su cuerpo difunto y así lo cumplió. Luego trataron los apóstoles del entierro, y con su diligencia y la devoción de los fieles, que había muchos en Jerusalén, se juntaron gran número de luces y en ellas sucedió una maravilla: que estando todas encendidas aquel día y otros dos, ninguna se apagó ni gastó ni deshizo en cosa alguna.

752. Y para esta maravilla y otras muchas que el brazo poderoso obró en esta ocasión fuesen más notorias al mundo, movió el mismo Señor a todos los moradores de la ciudad para que concurriesen al entierro de su Madre santísima, y apenas quedó persona en Jerusalén, así de judíos como de gentiles, que no acudiese a la novedad de este espectáculo. Los apóstoles, levantaron el sagrado cuerpo y tabernáculo de Dios, llevando sobre sus hombros estos, nuevos sacerdotes de la ley evangélica el propiciatorio de los divinos oráculos y favores, y con ordenada procesión partieron del cenáculo para salir de la ciudad al valle de Josafat; y éste era el acompañamiento visible de los moradores de Jerusalén. Pero a más de éste había otro invisible de los cortesanos del cielo, porque en primer lugar iban los mil ángeles de la Reina continuando su música celestial, que oían los apóstoles, discípulos y otros muchos y perseveró tres días continuos con gran dulzura y suavidad. Descendieron también de las alturas otros muchos millares o legiones de ángeles con los antiguos padres y profetas, especialmente san Joaquín, santa Ana, san José, santa Isabel y el Bautista, con otros muchos santos que desde el cielo envió nuestro Salvador Jesús para que asistiesen a las exequias y entierro de su beatísima Madre.

753. Con todo este acompañamiento del cielo y de la tierra, visible e invisible, caminaron con el sagrado cuerpo, y en el camino sucedieron grandes milagros, que sería necesario detenerme mucho para referirlos. En particular todos los enfermos de diversas enfermedades, que fueron muchos los que acudieron, quedaron perfectamente sanos. Muchos endemoniados fueron libres, sin atreverse a esperar los demonios que se acercasen al santísimo cuerpo las persanas donde estaban. Y mayores fueron las maravillas que sucedieron en las conversiones de muchos judíos y gentiles, porque en esta ocasión de María santísima se franquearon los tesoros de la divina misericordia, con que vinieron muchas almas al conocimiento de Cristo nuestro bien y a voces le confesaban por Dios verdadero y Redentor del mundo y pedían el bautismo. En muchos días después tuvieron los apóstoles y discípulos que trabajar en catequizar y bautizar a los que se convirtieron en aquel día a la santa fe. Los apóstoles, llevando el sagrado cuerpo, sintieron admirables efectos de la divina luz y consolación y los discípulos la participaron respectivamente. Todo el concurso de la gente, con la fragancia que derramaba y la música que se oía y otras señales prodigiosas, estaba como atónito y todos predicaban a Dios por grande y poderoso en aquella criatura y en testimonio de su conocimiento herían sus pechos con dolorosa compunción.

754. Llegaron al puesto donde estaba el dichoso sepulcro en el valle de Josafat. Y los mismos apóstoles, san Pedro y san Juan, que levantaron el celestial tesoro de la tarima al féretro, le sacaron de él con la misma reverencia y facilidad y le colocaron en el sepulcro y le cubrieron con una toalla, obrando más en todo esto las manos de los ángeles que las de los apóstoles. Cerraron el sepulcro con una losa, conforme a la costumbre de otros entierros, y los cortesanos del cielo se volvieron a él, quedando los mil ángeles de guarda de la Reina continuando la de su sagrado cuerpo con la misma música que la habían traído. El concurso de la gente se despidió, y los santos apóstoles y discípulos con tiernas lágrimas volvieron al cenáculo; y en toda la casa perseveró un año entero el olor suavísimo que dejó el cuerpo de la gran Reina, y en el oratorio duró muchos años. y quedó en Jerusalén por casa de refugio aquel santuario para todos los trabajos y necesidades de los que en él buscaban su remedio, porque todos le hallaban milagrosamente, así en las enfermedades como en otras tribulaciones y calamidades humanas. Los pecados de Jerusalén y de sus moradores, entre otros castigos merecieron también ser privados de este beneficio tan estimable, después de algunos años que continuaron estas maravillas.

755. En el cenáculo determinaron los apóstoles que algunos de ellos y de los discípulos asistieran al sepulcro santo de su Reina mientras en él perseverara la música celestial, porque todos esperaban el fin de esta maravilla. Con aquel acuerdo acudieron unos a los negocios que se ofrecían de la Iglesia, para catequizar y bautizar a los convertidos, y otros volvieron luego al sepulcro, y todos le frecuentaron aquellos tres días. Pero san Pedro y san Juan estuvieron más continuos y asistentes y aunque iban al cenáculo algunas veces volvían luego a donde estaba su tesoro y corazón. Tampoco faltaron los animales irracionales a las exequias de la común Señora de todos, porque, en llegando su sagrado cuerpo cerca del sepulcro, concurrieron por el aire innumerables avecillas y otras mayores, y de los montes salieron muchos animales y fieras, corriendo con velocidad al sepulcro; y unos con cantos tristes y los otros con gemidos y bramidos, y todos con movimientos dolorosos, como quien sentía la común pérdida, manifestaban la amargura que tenían. Y solos algunos judíos incrédulos, y más duros que las peñas y más crueles que las fieras, no mostraron este sentimiento en la muerte de su Remediadora, como tampoco en la de su Redentor y Maestro.

Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.

756. Hija mía, con la memoria de mi muerte natural y entierro de mi sagrado cuerpo quiero que esté vinculada tu muerte civil y entierro, que ha de ser el fruto y el efecto primero de haber conocido y escrito mi Vida. Muchas veces en el discurso de toda ella te he manifestado este deseo y te he intimado mi voluntad para que no malogres este singular beneficio que por la dignación del Señor y mía has recibido. Fea cosa es que cualquier cristiano, después que murió al pecado y renació en Cristo por el bautismo y conoció que Su Majestad murió por él, vuelva a revivir otra vez en la culpa; y mayor fealdad es ésta en las almas que con especial gracia son elegidas y llamadas para amigas carísimas del mismo Señor, como lo son las que con este fin se dedican y consagran a su mayor obsequio en las religiones, cada una según su condición y estado.

757. En estas almas los vicios del mundo ponen horror al mismo cielo, porque la soberbia, la presunción, la altivez, la inmortificación, la ira, la codicia y la inmundicia de la conciencia y otras fealdades obligan al Señor y a los santos a que retiren su vista de esta monstruosidad y se den por más indignados y ofendidos que de los mismos pecados en otros sujetos. Por esto repudia el Señor a muchas que tienen injustamente el nombre de esposas suyas y las deja en manos de su mal consejo, porque como desleales prevaricaron el pacto de fidelidad que hicieron con Dios y conmigo en su vocación y profesión. Pero si todas las almas deben temer esta desdicha, para no cometer tan formidable deslealtad, advierte y considera tú, hija mía, qué aborrecimiento merecerías en los ojos de Dios si fueses rea de tal delito. Tiempo es ya que acabes de morir a lo visible y tu cuerpo quede ya enterrado en tu conocimiento y abatimiento y tu alma en el ser de Dios. Tus días y tu vida para el mundo se acabaron, y yo soy el juez de esta causa para ejecutar en ti la división de tu vida y del siglo: no tienes ya que ver con los que viven en él, ni ellos contigo. El escribir mi Vida y morir, todo ha de ser en ti una misma cosa, como tantas veces te lo dejo advertido, y tú me lo has prometido en mis manos, repitiendo estas promesas en mis manos con lágrimas del corazón.

758. Esta quiero que sea la prueba de mi doctrina y el testimonio de su eficacia, y no consentiré que la desacredites en deshonor mío, sino que entiendan el cielo y la tierra la fuerza de mi verdad y ejemplo, verificada en tus operaciones. Para esto ni te has de valer de tu discurso ni de tu voluntad, y menos de tus inclinaciones ni pasiones, porque todo esto en ti se acabó. Y tu ley ha de ser la voluntad del Señor y mía y la de la obediencia. Y para que nunca ignores por estos medios lo más santo, perfecto y agradable, todo lo tiene el Señor prevenido por sí mismo, por mí, por sus ángeles y por quien te gobierna. No alegues ignorancia, pusilanimidad ni flaqueza, y mucho menos cobardía. Pondera tu obligación, tantea tu deuda, atiende a la luz incesante y continua; obra con la gracia que recibes, que con todos estos dones y otros beneficios no hay cruz pesada para ti, ni muerte amarga que no sea muy llevadera y amable. Y en ella está todo tu bien y ha de estar tu deleite; pues si no acabas de morir a todo, a más que te sembraré de espinas los caminos, no alcanzarás la perfección que deseas, ni el estado a donde el Señor te llama.

759. Si el mundo no te olvidare, olvídale tú a él; si no te dejare, advierte que tú le dejaste y yo te alejé de él; si te persigue, huye; si te lisonjea, despréciale; si te desprecia, súfrele, y si te busca, no te halle más de para que en ti glorifique al Omnipotente. Pero en todo lo demás no te has de acordar más que se acuerdan los vivos de los muertos y le has de olvidar como los muertos a los vivos, y no quiero que tengas con los moradores de este siglo más comercio que tienen los vivos y los muertos. Es te parecerá mucho que en el principio, en el medio y en el fin de esta Historia te repita tantas veces esta doctrina, si ponderas lo que te importa ejecutarla. Advierte, carísima, las persecuciones que a lo sordo y en lo oculto te ha fabricado el demonio por el mundo y sus moradores con diferentes pretextos y cubiertas. Y si Dios lo ha permitido para prueba tuya y ejercicio de su gracia, cuanto es de tu parte, razón es que te des por entendida y avisada, y adviertas que es grande el tesoro y le tienes en vaso frágil (2 Cor 4,7), y que todo el infierno se conspira y se rebela contra ti. Vives en carne mortal, rodeada y combatida de astutos enemigos. Eres esposa de Cristo mi Hijo santísimo, y yo soy tu Madre y Maestra. Reconoce, pues, tu necesidad y flaqueza, y correspóndeme como hija carísima y discípula perfecta y obediente en todo.

CAPITULO 21

De Nuevo a Tapa

Entró en el cielo empíreo el alma de María santísima y, a imitación de Cristo nuestro Redentor, volvió a resucitar su sagrado cuerpo y en él subió otra vez a la diestra del mismo Señor al tercero día.

760. De la gloria y felicidad de los santos que participan en la visión beatífica y fruición bienaventurada, dijo san Pablo (1 Cor 2,9) con Isaías (Is 64,4) que ni los ojos de los mortales vieron, ni los oídos oyeron, ni pudo caber en corazón humano lo que Dios tiene preparado para los que le aman y en él esperan. Y conforme a esta verdad católica, no es maravilla lo que se refiere sucedió a san Agustín, que con ser tan gran luz de la Iglesia, estando para escribir un tratado de la gloria de los bienaventurados, se le apareció su grande amigo san Jerónimo, que acababa de morir y entrar en el gozo del Señor, y desengañó a Agustino de que no podía conseguir su intento como deseaba, porque ninguna lengua ni pluma de los hombres podría manifestar la menor parte de los bienes que gozan los santos en la visión beatífica. Esto dijo san Jerónimo. Y cuando por la divina Escritura no tuviéramos otro testimonio más de que aquella gloria será eterna, por sola esta parte vuela sobre todo nuestro entendimiento, que no puede dar alcance a la eternidad por más que extienda sus fuerzas; porque, siendo el objeto infinito y sin medida, es inagotable e incomprensible, por más y más que sea conocido y amado. Y así como quedando infinito y omnipotente crió todas las cosas, sin que todas ellas y otros infinitos mundos, aunque los criara de nuevo, no evacuan ni agotan su poder, porque siempre se quedará infinito e inmutable; así también, aunque le vieran y gozaran infinitos santos, quedara infinito que conocer y amar, porque en la creación y en la gloria todos le participan limitadamente, según la condición de cada uno, pero él en sí mismo no tiene término ni fin.

761. Y si por esto es inefable la gloria de cualquiera de los santos, aunque sea el menor, ¿qué diremos de la gloria de María santísima, pues entre los santos es la santísima, y ella sola es semejante a su Hijo más que todos los santos juntos, y su gracia y gloria les excede a todos como la emperatriz o reina a sus vasallos? Esta verdad se puede y se debe creer, pero en la vida mortal no es posible entenderla, ni explicar la mínima parte de ella, porque la desigualdad y mengua de nuestros términos y discurso más la pueden oscurecer que declarar. Trabajemos ahora, no en comprenderla, sino en merecer que después se nos manifieste en la misma gloria, donde según nuestras obras alcanzaremos más o menos este gozo que esperamos.

762. Entró en el cielo empíreo nuestro Redentor Jesús con la purísima alma de su Madre a su diestra. Y sólo ella entre todos los mortales no tuvo causa para que pasara por juicio particular, y así no le tuvo ni se le pidió cuenta del recibo ni se le hizo cargo, porque así se lo prometieron cuando la hicieron exenta de la común culpa, como elegida para Reina y privilegiada de las leyes de los hijos de Adán. Y por esta misma razón en el juicio universal, sin ser juzgada corno los otros, vendrá también a la diestra de su Hijo santísimo, como conyúdice de todas las criaturas. Y si en el primer instante de su concepción fue aurora clarísima y refulgente, retocada con los rayos del sol de la divinidad sobre las luces de los más ardiente serafines, y después se levantó hasta tocar con ella misma en la unión del Verbo con su purísima sustancia y humanidad de Cristo, consiguiente era que toda la eternidad fuera compañera suya, con la similitud posible entre Hijo y Madre, siendo él Dios y Hombre y ella pura criatura. Con este título la presentó el mismo Redentor ante el trono de la divinidad, y hablando con el eterno Padre en presencia de todos los bienaventurados, que estaban atentos a esta maravilla, dijo la Humanidad santísima estas palabras: Eterno Padre mío, mi amantísima Madre, vuestra Hija querida y Esposa regalada del Espíritu Santo, viene a recibir la posesión eterna de la corona y gloria que para premio de sus méritos la tenemos preparada. Esta es la que nació entre los hijos de Adán como rosa entre las espinas, intacta, pura y hermosa, digna de que la recibamos en nuestras manos y en el asiento a donde no llegó alguna de nuestras criaturas, ni pueden llegar los concebidos en pecado. Esta es nuestra escogida, única y singular, a quien dimos gracia y participación de nuestras perfecciones sobre la ley común de las otras criaturas, en la que depositamos el tesoro de nuestra divinidad incomprensible y sus dones y la que fielísimamente le guardó y logró los talentos que le dimos, la que nunca se apartó de nuestra voluntad y la que halló gracia (Lc 1,30) y complacencia en nuestros ojos. Padre mío, rectísimo es el tribunal de nuestra misericordia y justicia, y en él se pagan los servicios de nuestros amigos con superabundante recompensa. Justo es que a mi Madre se le dé el premio como a Madre; y si en toda su vida y obras fue semejante a mí en el grado posible a pura criatura, también lo ha de ser en la gloria y en el asiento en el trono de Nuestra Majestad, para que donde está la santidad por esencia, esté también la suma por participación.

763. Este decreto del Verbo humanado aprobaron el Padre y el Espíritu Santo; y luego fue levantada aquella alma santísima de María a la diestra de su Hijo y Dios verdadero y colocada en el mismo trono real de la beatísima Trinidad, a donde hombres, ni ángeles, ni serafines llegaron, ni llegarán jamás por toda la eternidad. Esta es la más alta y excelente preeminencia de nuestra Reina y Señora, estar en el mismo trono de las divinas personas y tener lugar en él como Emperatriz, cuando los demás le tienen de siervos y ministros del sumo Rey. Y a la eminencia o majestad de aquel lugar, para todas las demás criaturas inaccesible, corresponden en María santísima los dotes de gloria, comprensión, visión y fruición; porque de aquel objeto infinito, que por innumerables grados y variedad gozan los bienaventurados, ella goza sobre todos y más que todos. Conoce, penetra, entiende mucho más del ser divino y de sus atributos infinitos, ama y goza de sus misterios y secretos ocultísimos más que todo el resto de los bienaventurados. Y aunque entre la gloria de las divinas personas y la de María santísima hay distancia infinita, porque la luz de la divinidad, como dice el Apóstol (1 Tim 6,16) es inaccesible y sola ella habita la inmortalidad y gloria por esencia, y también el alma santísima de Cristo excede sin medida a los dotes de su Madre, pero comparada la gloria de esta gran Reina con todos los santos, se levanta sobre todos como inaccesible y tiene una similitud con la de Cristo que no se puede entender en esta vida ni declararse.

764. Tampoco se puede reducir a palabras el nuevo gozo que recibieron este día los bienaventurados, cantando nuevos cánticos de loores al Omnipotente y a la gloria de su Hija, Madre y Esposa, en quien glorificaba las obras de su diestra. Y aunque al mismo Señor no le puede venir ni suceder nueva gloria interior, porque toda la tuvo y tiene inmutable e infinita desde su eternidad, pero con todo eso, las demostraciones exteriores de su agrado y complacencia en el cumplimiento de sus eternos decretos fueron mayores en este día, porque salía una voz del trono real, como de la persona del Padre, que decía: En la gloria de nuestra dilecta y amantísima Hija se cumplieron nuestros deseos y voluntad santa y se ha ejecutado con plenitud de nuestra complacencia. A todas las criaturas dimos el ser que tienen, criándolas de la nada, para que participasen de nuestros bienes y tesoros infinitos conforme a la inclinación y peso de nuestra bondad inmensa. Este beneficio malograron los mismos a quienes hicimos capaces de nuestra gracia y gloria. Sola nuestra querida y nuestra Hija no tuvo parte en la inobediencia y prevaricación de los demás y ella mereció lo que despreciaron como indignos los hijos de perdición, y nuestro corazón no se halló frustrado en ella por ningún tiempo ni momento. A ella pertenecen los premios que con nuestra voluntad común y condicionada preveíamos para los ángeles inobedientes y para los hombres que los han imitado, si todos cooperaran con nuestra gracia y vocación. Ella recompensó este desacato con su rendimiento y obediencia y nos complació con plenitud en todas sus operaciones y mereció el asiento en el trono de Nuestra Majestad.

765. El día tercero que el alma santísima de María gozaba de esta gloria para nunca dejarla, manifestó el Señor a los santos su voluntad divina de que volviese al mundo y resucitase su sagrado cuerpo uniéndose con él, para que en cuerpo y alma fuese otra vez levantada a la diestra de su Hijo santísimo, sin esperar a la general resurrección de los muertos. La conveniencia de este favor y la consecuencia que tenía con los demás que recibió la Reina del cielo y con su sobreexcelente dignidad, no la podían ignorar los santos, pues a los mortales es tan creíble que, cuando la santa Iglesia no la aprobara, juzgáramos por impío y estulto al que pretendiera negarla. Pero la conocieron los bienaventurados con mayor claridad, y la determinación del tiempo y hora, cuando en sí mismo les manifestó su eterno decreto. Y cuando fue tiempo de hacer esta maravilla, descendió del cielo el mismo Cristo nuestro Salvador, llevando a su diestra el alma de su beatísima Madre, con muchas legiones de ángeles y los padres y profetas antiguos. Y llegaron al sepulcro en el valle de Josafat y estando todos a la vista del virginal templo habló el Señor con los santos y dijo estas palabras:

766. Mi Madre fue concebida sin mácula de pecado, para que de su virginal sustancia purísima y sin mácula me vistiese de la humanidad en que vine al mundo y le redimí del pecado. Mi carne es carne suya, y ella cooperó conmigo en las obras de la redención, y así debo resucitarla como yo resucité de los muertos; y que esto sea al mismo tiempo y a la misma hora, porque en todo quiero hacerla mi semejante. Todos los antiguos santos de la naturaleza humana agradecieron este beneficio con nuevos cánticos de alabanza y gloria del Señor. Y los que especialmente se señalaron fueron nuestros primeros padres Adán y Eva, y después de ellos santa Ana, san Joaquín y san José, como quien tenía particulares títulos y razones para engrandecer al Señor en aquella maravilla de su omnipotencia. Luego la purísima alma de la Reina con el imperio de Cristo su Hijo santísimo entró en el virginal cuerpo y le informó y resucitó, dándole nueva vida inmortal y gloriosa y comunicándole los cuatro dotes de claridad, impasibilidad, agilidad y sutileza, correspondientes a la gloria del alma, de donde se derivan a los cuerpos.

767. Con estos dotes salió María santísima en alma y cuerpo del sepulcro, sin remover ni levantar la piedra con que estaba cerrado, quedando la túnica y toalla compuestas en la forma que cubrían su sagrado cuerpo. Y porque es imposible manifestar su hermosura, belleza y refulgencia de tanta gloria, no me detengo en esto. Bástame decir que, como la divina Madre dio a su Hijo santísimo la forma de hombre en su tálamo virginal y se la dio pura, limpia, sin mácula e impecable para redimir al mundo, así también en retorno de esta dádiva la dio el mismo Señor en esta resurrección y nueva generación otra gloria y hermosura semejante a sí mismo. Y en este comercio tan misterioso y divino cada uno hizo lo que pudo, porque María santísima engendró a Cristo asimilado a sí misma en cuanto fue posible, y Cristo la resultó a ella, comunicándole de su gloria cuanto ella pudo recibir en la esfera de pura criatura.

768. Luego desde el sepulcro se ordenó una solemnísima procesión con celestial música por la región del aire, por donde se fue alejando para el cielo empíreo. Y sucedió esto a la misma hora que resucitó Cristo nuestro Salvador, domingo inmediato después de media noche; y así no pudieron percibir esta señal por entonces todos los apóstoles, fuera de algunos que asistían y velaban al sagrado sepulcro. Entraron en el cielo los santos y ángeles con el orden que llevaban, y en el último lugar iban Cristo nuestro Salvador y a su diestra la Reina vestida de oro de variedad, como dice David (Sal 44,10), y tan hermosa que pudo ser admiración de los cortesanos del cielo. Se convirtieron todos a mirarla y bendecirla con nuevos júbilos y cánticos de alabanza. Allí se oyeron aquellos elogios misteriosos que la dejó escritos Salomón: Salid, hijas de Sión, a ver a vuestra Reina, a quien alaban las estrellas matutinas y festejan los hijos del Altísimo. ¿Quién es ésta que sube del desierto como varilla de todos los perfumes aromáticos (Cant 3,6)? ¿Quién es ésta que se levanta como la aurora, más hermosa que la luna, electa como el sol y terrible como muchos escuadrones ordenados (Cant 6,9)? ¿Quién es ésta que asciende del desierto asegurada en su dilecto y derramando delicias con abundancia (Cant 8,5)? ¿Quién es ésta en quien la misma divinidad halló tanto agrado y complacencia sobre todas sus criaturas y la levanta sobre todas al trono de su inaccesible luz y majestad? ¡Oh maravilla nunca vista en estos cielos!, ¡oh novedad digna de la sabiduría infinita!, ¡oh prodigio de esa omnipotencia que así la magnificas y engrandeces!

769. Con estas glorias llegó María santísima en cuerpo y alma al trono real de la beatísima Trinidad, y las tres divinas Personas la recibieron en él con un abrazo indisoluble. El eterno Padre la dijo: Asciende más alto que todas las criaturas, electa mía, hija mía y paloma mía. El Verbo humanado dijo: Madre mía, de quien recibí el ser humano y el retorno de mis obras con tu perfecta imitación, recibe ahora el premio de mi mano que tienes merecido. El Espíritu Santo dijo: Esposa mía amantísima, entra en el gozo eterno que corresponde a tu fidelísimo amor y goza sin cuidados, que ya pasó el invierno del padecer (Cant 2,11) y llegaste a la posesión eterna de nuestros abrazos. Allí quedó absorta María santísima entre las divinas Personas y como anegada en aquel piélago interminable y en el abismo de la divinidad; los santos, llenos de admiración, de nuevo gozo accidental. Y porque en esta obra de la Omnipotencia sucedieron otras maravillas, diré algo si pudiere en el capítulo siguiente.

Doctrina que me dio la Reina de los ángeles María santísima.

770. Hija mía, lamentable y sin excusa es la ignorancia de los hombres en olvidar tan de propósito la eterna gloria que Dios tiene prevenida para los que se disponen a merecerla. Este olvido tan pernicioso quiero que llores con amargura y te lamentes sobre él, pues no hay duda que quien con voluntad se olvida de la felicidad y gloria eterna está en evidente peligro de perderla. Y ninguno tiene legítimo descargo en esta culpa, no sólo porque el tener esta memoria y procurar alcanzarla no les cuesta a todos mucho trabajo, sino antes, para olvidar el fin para que fueron criados, trabajan muchos con todas sus fuerzas. Cierto es que nace este olvido de entregarse los hombres a la soberbia de la vida, a la codicia de los ojos y a la concupiscencia de la carne (1 Jn 2,16); porque, empleando en esto todas las fuerzas y potencias del alma y todo el tiempo de la vida, no queda cuidado ni atención ni lugar para pensar con sosiego, ni aun sin él, en la felicidad eterna de las bienaventuranzas. Pues digan los hombres y confiesen si les cuesta mayor trabajo esta memoria que el seguir sus pasiones ciegas, en adquirir honra, hacienda y deleites transitorios, que se acaban antes que la vida. Y muchas veces después de fatigados no los consiguen ni pueden.

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771. ¡Cuánto más fácil es para los mortales no caer en esta perversidad, y más para los hijos de la Iglesia, pues a la mano tienen la fe y la esperanza, que sin trabajo les enseña esta verdad! Y cuando merecer el bien eterno les fuera tan costoso como lo es alcanzar la honra y la hacienda y otros deleites aparentes, gran locura es trabajar tanto por lo falso como por lo verdadero, por las penas eternas como por la eterna gloria. Esta abominable estulticia conocerás bien, hija mía, para llorarla, si consideras en el siglo que vives, tan turbado con guerras y discordias, cuántos son los infelices que se van a buscar la muerte por un breve y vano estipendio de honra, de venganza y otros vilísimos intereses; y de la vida eterna ni se acuerdan ni cuidan más que si fueran irracionales; y sería dicha suya acabar como ellos con la muerte temporal, pero como los más obran contra justicia y otros que la tienen viven olvidados de su fin, los unos y los otros mueren eternamente.

772. Este dolor es sobre todo dolor y desdicha sin igual y sin remedio. Aflígete, laméntate y duélete sin consuelo sobre esta ruina de tantas almas compradas con la sangre de mi Hijo santísimo. Y te aseguro, carísima, que desde el cielo, donde estoy en la gloria que has conocido, si los hombres no la desmerecieran, me inclina la caridad a darles una voz que se oyera por todo el mundo y clamando les dijera: Hombres mortales y engañados, ¿qué hacéis?, ¿en qué vivís?, ¿por ventura sabéis lo que es ver a Dios cara a cara y participar su eterna gloria y compañía?, ¿en qué pensáis?, ¿quién así os ha turbado y fascinado el juicio?, ¿qué buscáis, si perdéis este verdadero bien y felicidad sin haber otra? El trabajo es breve, la gloria infinita y la pena eterna.

773. Con este dolor que en ti quiero despertar, procura trabajar con desvelo para no incurrir en este peligro. El ejemplo vivo tienes en mi vida, que toda fue un continuado padecer y tal como has conocido, pero cuando llegué a los premios que recibí, todo me pareció nada y lo olvidé como si nada fuera. Determínate, amiga, a seguirme en el trabajo y aunque sea sobre todos los de los mortales, repútalo como levísimo y nada dificultes ni te parezca grave ni muy amargo aunque sea entrar por fuego y acero. Alarga la mano a cosas fuertes y guarnece a los domésticos, tus sentidos, con dobladas vestiduras (Prov 31,19.21) de padecer y obrar con todas tus potencias. Y junto con esto quiero que no te toque otro común error de los hombres que dicen: procuremos asegurar la salvación, que más o menos gloria no importa mucho, pues allá estaremos todos. Con esta ignorancia, hija mía, no se asegura la salvación, antes se aventura, porque se origina de grande estulticia y poco amor a Dios, y quien pretende estos partidos con Su Majestad le desobliga para que le deje en el peligro de perderlo todo. La flaqueza humana siempre obra menos en lo bueno de lo que se extiende su deseo, y cuando éste no es grande ejecuta muy poco, pues si desea poco se pone a riesgo de perderlo todo.

774. El que se contenta con lo mediano o ínfimo de la virtud, siempre deja lugar en la voluntad y en las inclinaciones para admitir de intento otros afectos terrenos y amar a lo transitorio, y esto no se puede conservar sin encontrarse luego con el amor divino; y por esto es imposible dejar de que se pierda el uno y permanezca el otro. Determinándose la criatura a amar a Dios de todo corazón y con todas sus fuerzas, como él lo manda (Dt 6,5), este afecto y determinación toma el Señor en cuenta cuando el alma por otros defectos no alcanza a los más levantados premios. Pero el despreciarlos o no estimarlos de intento, no es amor de hijo ni de amigos verdaderos, sino de esclavos que se contentan con vivir y pasar. Y si los santos pudieran volver a merecer de nuevo algún grado de gloria padeciendo los tormentos del mundo hasta el día del juicio, sin duda lo hicieran, porque tienen verdadero y perfecto conocimiento de lo que vale aquel premio y aman a Dios con caridad perfecta. No conviene que se conceda esto a los santos, pero se me concedió a mí, como lo dejas escrito en esta Historia (Cf. supra n.2); y con mi ejemplo queda confirmada esta verdad y reprobada la insipiencia de los que por no padecer ni abrazarse con la cruz de Cristo quieren el premio limitado contra la misma inclinación de la bondad infinita del Altísimo, que desea que las almas tengan méritos para ser premiadas copiosamente en la felicidad de la gloria.

CAPITULO 22

De Nuevo a Tapa

Fue coronada María santísima por Reina de los cielos y de todas las criaturas, confirmándole grandes privilegios en beneficio de los hombres.

775. Cuando se despidió Cristo Jesús nuestro Salvador de sus discípulos para ir a padecer, les dijo (Jn 14,1) que no se turbasen sus corazones por las cosas que les dejaba advertidas, porque en la casa de su Padre, que es la bienaventuranza, había muchas mansiones. Y fue asegurarles que había lugar y premios para todos, aunque los merecimientos y las obras buenas fuesen diversas, y que ninguno se turbase ni contristase perdiendo la paz y la esperanza, aunque viese a otro más aventajado o adelantado, porque en la casa de Dios hay muchos grados y estancias en que cada uno estará contento con la que le tocare, sin envidiar al otro, que esto es una de las grandes dichas de aquella felicidad eterna. He dicho (Cf. supra n.765) que María santísima fue colocada en el supremo lugar y estancia en el trono de la beatísima Trinidad, y muchas veces he usado esta palabra para declarar misterios tan grandes, como también usan de ella los santos y la misma Escritura Sagrada. Y aunque con esto no era menester otra advertencia, con todo eso, para los que menos entienden, digo que Dios, como es purísimo espíritu sin cuerpo y juntamente infinito, inmenso e incomprensible, no ha menester trono material ni asiento, porque todo lo llena y en todas las criaturas está presente y ninguna le comprende ni ciñe o rodea, antes él las comprende y encierra todas en sí mismo. Y los santos no ven la divinidad con ojos corporales sino con los del alma, pero como le miran en alguna parte determinada, para entenderlo a nuestro modo terreno y material decimos que está en su real trono, donde la beatísima Trinidad tiene su asiento, aunque en sí mismo tiene su gloria y la comunica a los santos. Pero la humanidad de Cristo nuestro Salvador y su Madre santísima no niego que en el cielo están en lugar más eminente que los demás santos, y que entre los bienaventurados que estarán en alma y cuerpo habrá algún orden de más o menos cercanía con Cristo nuestro Señor y con la Reina; pero no es para este lugar declarar el modo cómo esto sucede en el cielo.

776. Pero llamamos trono de la divinidad a donde se manifiesta a los santos como principal causa de la gloria y como Dios eterno, infinito y que no depende de nadie y todas las criaturas penden de su voluntad; y se manifiesta como Señor, como Rey, como Juez y Dueño de todo lo que tiene ser. Esta dignidad tiene Cristo nuestro Redentor en cuanto Dios por esencia y en cuanto Hombre por la unión hipostática con que se le comunicó a la humanidad santísima, y así está en el cielo como Rey, Señor y Juez supremo; y los santos, aunque su gloria y excelencia excede a todo humano pensamiento, están como siervos e inferiores de aquella inaccesible Majestad. Después de Cristo nuestro Salvador participa María santísima esta excelencia en grado inferior a su Hijo santísimo y por otro modo inefable y proporcionado al ser de pura criatura inmediata a Dios Hombre; y siempre asiste a la diestra de su Hijo, como Reina, Señora y Dueña de todo lo criado, extendiéndose su dominio hasta donde llega el de su mismo Hijo, aunque por otro modo.

777. Colocada María santísima en este lugar y trono eminentísimo, declaró el Señor a los cortesanos del cielo los privilegios de que gozaba por aquella majestad participada. Y la persona del eterno Padre, como primer principio de todo, hablando con los ángeles y santos, dijo: Nuestra hija María fue escogida y poseída de nuestra voluntad eterna entre todas las criaturas y la primera para nuestras delicias y nunca degeneró del título y ser de hija que le dimos en nuestra mente divina, y tiene derecho a nuestro reino, de quien ha de ser reconocida y coronada por legítima Señora y singular Reina. El Verbo humanado dijo: A mi madre verdadera y natural le pertenecen todas las criaturas que por mí fueron criadas y redimidas, y de todo lo que yo soy Rey ha de ser ella legítima y suprema Reina. El Espíritu Santo dijo: Por el título de Esposa mía, única y escogida, a que con fidelidad ha correspondido, se le debe también la corona de Reina por toda la eternidad.

778. Dichas estas razones, las tres divinas personas pusieron en la cabeza de María santísima una corona de gloria de tan nuevo resplandor y valor, cual ni se vio antes ni se verá después en pura criatura. Al mismo tiempo salió una voz del trono que decía: Amiga y escogida entre las criaturas, nuestro reino es tuyo; tú eres Reina, Señora y Superiora de los serafines y de todos nuestros ministros los ángeles y de toda la universidad de nuestras criaturas. Atiende, manda y reina prósperamente (Sal 44,5) sobre ellas, que en nuestro supremo consistorio te damos imperio, majestad y señorío. Siendo llena de gracia sobre todos, te humillaste en tu estimación al inferior lugar; recibe ahora el supremo que se te debe y el dominio participado de nuestra divinidad sobre todo lo que fabricaron nuestras manos con nuestra omnipotencia. Desde tu real trono mandarás hasta el centro de la tierra, y con el poder que te damos sujetarás al infierno y todos sus demonios y moradores; todos te temerán como a suprema Emperatriz y Señora de aquellas cavernas y moradas de nuestros enemigos. Reinarás sobre la tierra y todos los elementos y sus criaturas. En tus manos y en tu voluntad ponemos las virtudes y efectos de todas las causas, sus operaciones, su conservación, para que dispenses de las influencias de los cielos, de la lluvia de las nubes y de los frutos de la tierra; y de todo distribuye por tu disposición, a que estará atenta nuestra voluntad para ejecutar la tuya. Serás Reina y Señora de todos los mortales para mandar y detener la muerte y conservar su vida. Serás Emperatriz y Señora de la Iglesia militante, su Protectora, su Abogada, su Madre y su Maestra. Serás especial Patrona de los reinos católicos; y si ellos y los otros fieles y todos los hijos de Adán te llamaren de corazón y te sirvieren y obligaren, los remediarás y ampararás en sus trabajos y necesidades. Serás amiga, defensora y capitana de todos los justos y amigos nuestros, y a todos los consolarás y confortarás y llenarás de bienes conforme te obligaren con su devoción. Y para esto te hacemos depositaria de nuestras riquezas, tesorera de nuestros bienes, ponemos en tu mano los auxilios y favores de nuestra gracia para que los dispenses, y nada queremos conceder al mundo que no sea por tu mano y no queremos negarlo si lo concedieres a los hombres. En tus labios está derramada la gracia (Sal 44,3) para todo lo que quisieres y ordenares en el cielo y en la tierra, y en todas partes te obedecerán los ángeles y los hombres, porque todas nuestras cosas son tuyas como tú siempre fuiste nuestra, y reinarás con nosotros para siempre.

779. En ejecución de este decreto y privilegio concedido a la Señora del universo, mandó el Omnipotente a todos los cortesanos del cielo, ángeles y hombres, que todos prestasen la obediencia a María santísima y la reconociesen por su Reina y Señora. Esta maravilla tuvo otro misterio, y fue recompensar a la divina Madre la veneración y culto que con profunda humildad había dado ella a los santos cuando era viadora y se aparecían, como en toda esta Historia queda escrito, siendo ella Madre del mismo Dios y llena de gracia y santidad sobre todos los ángeles y santos. Y aunque, por ser ellos comprensores cuando la purísima Señora era viadora, convenía para su mayor mérito que se humillase a todos, que así lo ordenaba el mismo Señor, pero ya que estaba en la posesión del reino que se le debía era justo que todos le diesen culto y veneración y se reconociesen vasallos suyos. Así lo hicieron en aquel felicísimo estado donde todas las cosas se reducen a su orden y proporción debida. Este reconocimiento y adoración hicieron los espíritus angélicos y las almas de los santos, al modo que adoraron al Señor con temor, culto y reverencia, dando la misma respectivamente a su divina Madre, y los santos que estaban en cuerpo en el cielo se postraron y adoraron con acciones corpóreas a su Reina. Y todas estas demostraciones y coronación de la Emperatriz de las alturas fueron de admirable gloria para ella y de nuevo gozo y júbilo para los santos y complacencia de la beatísima Trinidad, y en todo fue festivo este día y de nueva y accidental gloria para el cielo. Los que más la percibieron fueron su esposo castísimo san José, san Joaquín y santa Ana y todos los demás allegados a la Reina, y en especial los mil ángeles de guarda.

780. En el pecho de la gran Reina en su glorioso cuerpo se manifestó a los santos una forma de un pequeño globo o viril de singular hermosura y resplandor, que les causó y les causa especial admiración y alegría. Y esto es como premio y testimonio de haber depositado, como en sagrario digno, en su pecho al Verbo encarnado sacramentado y haberle recibido tan digna, pura y santamente, sin defecto ni imperfección alguna, pero con suma devoción, amor y reverencia, a que no llegó ninguno de los otros santos. En los demás premios y coronas correspondientes a sus virtudes y obras sin igual, no puedo hablar cosa digna que lo manifieste, y así lo remito a la vista beatífica, donde cada uno lo conocerá como por sus obras y devoción lo mereciere. En el capítulo 19 pasado dije (Cf. supra n.742) cómo el tránsito de nuestra Reina fue a trece de agosto. Su resurrección, asunción y coronación sucedió domingo a quince, en el que la celebra la santa Iglesia. Estuvo su sagrado cuerpo en el sepulcro otras treinta y seis horas como el de su Hijo santísimo, porque el tránsito y resurrección fue a las mismas horas. El cómputo de los años queda ajustado arriba, donde dije que esta maravilla sucedió al año del Señor de cincuenta y cinco, entrando este año los meses que hay desde el nacimiento del mismo Señor hasta los quince de agosto.

781. Dejamos a la gran Señora a la diestra de su Hijo santísimo reinando por todos los siglos de los siglos. Volvamos ahora a los apóstoles y discípulos que sin enjugar sus lágrimas asistían al sepulcro de María santísima en el valle de Josafat. San Pedro y san Juan, que fueron los más perseverantes y continuos, reconocieron el día tercero que la música celestial había cesado, pues ya no la oían, y como ilustrados con el Espíritu divino coligieron que la purísima Madre sería resucitada y levantada a los cielos en cuerpo y alma como su Hijo santísimo. Confirieron este dictamen, confirmándose en él, pero san Pedro como cabeza de la Iglesia determinó que de esta verdad y maravilla se tomase el testimonio posible, que fuese notorio a los que fueron testigos de su muerte y entierro. Para esto juntó a todos los apóstoles y discípulos y otros fieles a vista del sepulcro, a donde el mismo día los llamó. Les propuso las razones que tenía para el juicio que todos hacían y para manifestar a la Iglesia aquella maravilla que en todos los siglos sería venerable y de tanta gloria para el Señor y su beatísima Madre. Aprobaron todos el parecer del vicario de Cristo y con su orden levantaron luego la piedra que cerraba el sepulcro, y llegando a reconocerle le hallaron vacío y sin el sagrado cuerpo de la Reina del cielo, y su túnica estaba tendida como cuando la cubría, de manera que se conocía había penetrado la túnica y lápida sin moverlas ni descomponerlas. Tomó san Pedro la túnica y toalla, la adoró él y todos los demás, quedando certificados de la resurrección y asunción de María santísima a los cielos, y entre gozo y dolor celebraron con dulces lágrimas esta misteriosa maravilla y cantaron salmos e himnos en alabanza y gloria del Señor y de su beatísima Madre.

782. Pero con la admiración y cariño estaban todos suspensos y mirando al sepulcro sin poder apartase de él, hasta que descendió y se les manifestó un ángel del Señor que les habló y dijo: Varones galileos, ¿qué os admiráis y detenéis aquí? Vuestra Reina y nuestra ya vive en alma y cuerpo en el cielo y reina en él para siempre con Cristo. Ella me envía para que os confirme en esta verdad y os diga de su parte que os encomienda de nuevo la Iglesia y conversión de las almas y dilatación del evangelio, a cuyo ministerio quiere que volváis luego, como lo tenéis encargado, que desde su gloria cuidará de vosotros. Con estas nuevas se confortaron los apóstoles, y en las peregrinaciones reconocieron su amparo, y mucho más en la hora de sus martirios; porque a todos y a cada uno les apareció en ellos y presentó sus almas al Señor. Otras cosas que se refieren al tránsito y resurrección de María santísima no se me han manifestado, y así no las escribo, ni en toda esta divina Historia he tenido más elección que decir lo que se me ha enseñado y mandado escribir.

Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.

783. Hija mía, si alguna cosa pudiera aminorar el gozo de la suma felicidad y gloria que poseo y si con ella pudiera admitir alguna pena, sin duda me la diera grande ver a la santa Iglesia y lo restante del mundo en el trabajoso estado que hoy tiene, sabiendo los hombres que me tienen en el cielo por Madre, Abogada y Protectora suya, para remediarlos y socorrerlos y encaminarlos a la vida eterna. Y siendo esto así, y que el Altísimo me concedió tantos privilegios como a Madre suya y por los títulos que has escrito, y que todos los convierto y aplico al beneficio de los mortales como Madre de clemencia, el ver que no sólo me tengan ociosa para su propio bien y que por no llamarme de todo corazón se pierdan tantas almas, causa era de gran dolor para mis entrañas de misericordia. Pero si no tengo dolor, tengo justa queja de los hombres, que para sí granjean la pena eterna y a mí no me dan esta gloria.

784. Nunca se ha ignorado en la Iglesia lo que vale mi intercesión y el poder que tengo en los cielos para remediar a todos, pues la certeza de esta verdad la he testificado con tantos millares de millares de milagros, maravillas y favores, como he obrado con mis devotos, y con los que en sus necesidades me han llamado, siempre he sido liberal y por mí lo ha sido el Señor para ellos, y aunque son muchas las almas que he remediado, son pocas respecto de las que puedo y deseo remediar. El mundo corre y los siglos caminan muy adelante; los mortales tardan en volverse a Dios y conocerle; los hijos de la Iglesia se embarazan y enredan en los lazos del demonio; los pecadores crecen en número y las culpas se aumentan; porque la caridad se resfría, después de haberse hecho Dios hombre, enseñado al mundo con su vida y doctrina, redimiéndole con su pasión y muerte, dando ley evangélica y eficaz, concurriendo de su parte la criatura, ilustrando la Iglesia, con tantos milagros, luces, beneficios y favores por sí y por sus santos; y sobre esto franqueando sus misericordias por su bondad y por mi mano e intercesión, señalándome por su Madre, Amparo, Protectora y Abogada, y cumpliendo yo puntual y copiosamente con estos oficios no basta. Después de todo esto, ¿qué mucho es que la Justicia divina esté irritada, pues los pecados de los hombres merecen el castigo que les amenaza y comienzan a sentir? Pues con estas circunstancias llega ya la malicia a lo sumo que puede.

785. Todo esto, hija mía, es así verdad, pero mi piedad y clemencia excede a tanta malicia, y tiene inclinada a la infinita bondad y detenida la justicia; y el Altísimo quiere ser liberal de sus tesoros infinitos y determina favorecerlos si saben granjear mi intercesión y me obligan para que yo la interponga con eficacia en la divina presencia. Este es el camino seguro y el medio poderoso para mejorarse la Iglesia, remediarse los reinos católicos, dilatarse la fe, asegurarse las familias y estados y reducirse las almas a la gracia y amistad de Dios. En esta causa, hija mía, he querido que trabajes y me ayudes en lo que pudieres ayudada de mi virtud divina. Y no sólo ha ser en haber escrito mi Vida, sino en imitarla con la observancia de mis consejos y saludable doctrina que tan abundantemente has recibido, así en lo que dejas escrito como en otros innumerables favores y beneficios correspondientes a éste que el Altísimo ha obrado contigo. Pondera bien, carísima, tu estrecha obligación de obedecerme como a tu Madre única y como a legítima y verdadera Maestra y Prelada, pues hago contigo todos estos y otros beneficios de singular dignación, y tú has renovado y ratificado los votos de tu profesión muchas veces en mis manos y en ellas me has prometido especial obediencia. Acuérdate de las palabras que tantas veces has dado al Señor y a sus ángeles, y todos te hemos manifestado nuestra voluntad de que seas, vivas y obres como uno de ellos, y participes en carne mortal de las condiciones y operaciones de ángel y tu conversación y trato sea con estos espíritus purísimos; y como ellos se comunican unos a otros entre sí mismos, como se ilustran e informan los superiores a los inferiores, así te ilustren e informen de las perfecciones de tu Amado y de la luz que necesitas para el ejercicio de todas las virtudes, y principalmente para la señora de ellas, que es la caridad con que te enciendas en amor de tu dulce Dueño y de los prójimos. A este estado debes aspirar con todas tus fuerzas para que el Altísimo te halle digna para hacer en ti su santísima voluntad y servirse de ti en todo lo que desea. Su diestra poderosa te dé su bendición eterna, te manifieste la alegría de su cara y te dé paz; procura tú no desmerecerla.

CAPITULO 23

De Nuevo a Tapa

Confesión de alabanza y hecho de gracias que yo, la menor de los mortales, sor María de Jesús, hice al Señor y a su Madre santísima por haber escrito esta divina Historia con el magisterio de la misma Señora. Se añade una carta en que se dirige a las religiosas de su convento.

786. Yo te confieso Dios eterno, Señor del cielo y de la tierra, Padre, Hijo y Espíritu Santo, un solo y verdadero Dios, una sustancia y majestad en trinidad de Personas; porque sin haber alguna criatura que te dé algo primero para que tú le pagues (Rom 11,35), por sola tu inefable dignación y clemencia revelas tus misterios y sacramentos a los pequeños (Mt 11,25); y porque tú lo haces con inmensa bondad e infinita sabiduría y en ello te complaces, está bien hecho. En tus obras magnificas tu santo nombre, ensalzas tu omnipotencia, manifiestas tu grandeza, dilatas tus misericordias y aseguras la gloria que se te debe por santo, sabio, poderoso, benigno, liberal y solo principio y autor de todo bien. Ninguno es santo como tú, ninguno es fuerte como tú, ninguno altísimo fuera de ti, que levantas del polvo al mendigo, resucitas de la nada y enriqueces al pobre necesitado. Tuyos son, oh Dios altísimo, los términos y polos de la tierra y todos los orbes celestiales. Tú eres Señor y Dios verdadero de las ciencias; tú mortificas y das vida; tú humillas y derribas al profundo los soberbios, levantas al humilde según tu voluntad; tú enriqueces y empobreces, para que en tu presencia no se pueda gloriar toda carne, ni el más fuerte presuma de su fortaleza, ni el más flaco desmaye y desconfíe en su fragilidad y vileza.

787. Confiésate Señor verdadero, Rey y Salvador del mundo, Jesucristo. Confieso y alabo tu santo nombre y doy la gloria a quien da la sabiduría. Confiésate soberana Reina de los cielos María santísima, digna Madre de mi Señor Jesucristo, templo vivo de la divinidad y depósito de los tesoros de su gracia, principio de nuestro remedio, restauradora de la general ruina del linaje humano, nuevo gozo de los santos, gloria de las obras del Altísimo y único instrumento de su omnipotencia. Confiésate por Madre dulcísima de misericordia, refugio de los miserables, amparo de los pobres y consuelo de los afligidos; y todo lo que en ti, por ti y en ti confiesan los espíritus angélicos y los santos, todo lo confieso, y lo que en ti y por ti alaban a la divinidad y la glorifican, todo lo alabo y glorifico, y por todo te bendigo y magnifico, confieso y creo. Oh Reina y Señora de todo lo criado, que por tu sola y poderosa intercesión y porque tus ojos de clemencia me miraron, por esto convirtió a mí tu Hijo santísimo los de su misericordia, y mirándome como Padre, no se designó por ti de escoger a este vil gusanillo de la tierra y la menor de las criaturas para manifestar sus venerables secretos y misterios. No pudieron extinguir su caridad inmensa las muchas aguas de mis culpas y pecados e ingratitudes y miserias, y mis tardas y torpes groserías no pusieron término ni ahogaron la corriente de la divina luz y sabiduría que me ha comunicado.

788. Confieso, oh Madre piadosísima, en presencia del cielo y de la tierra, que conmigo misma y con mis enemigos he luchado y mi interior se ha conturbado entre mi indignidad y mi deseo de sabiduría. Extendí mis manos y lloré mi insipiencia, encaminé mi corazón y encontré con el conocimiento, poseí con la ciencia la quietud y cuando la he amado y buscado hallé buena posesión y no quedé confusa. Obró en mí la fuerte y suave fuerza de la sabiduría, me manifestó lo más oculto y a la ciencia humana más incierto. Me puso delante los ojos a ti, oh imagen especiosa de la divinidad y Ciudad Mística de su habitación, para que en la noche y tinieblas de esta mortal vida me guiases como estrella, me alumbrases como luna de la inmensa luz, para que yo te siguiese como a Capitana, te amase como a Madre, le obedeciese como a Señora, te oyese como a Maestra y en ti como en espejo inmaculado y puro me mirase y compusiese con la noticia y nuevo ejemplo de tus inefables virtudes y obras, suma perfección y santidad.

789. Pero ¿quién pudo inclinar a la suprema Majestad para que tanto se inclinase a una vil esclava, sino tú, oh Reina poderosa, que eres la magnitud del amor, la latitud de la piedad, el fomento de la misericordia, el portento de la gracia y la que llenaste los vacíos de las culpas de todos los hijos de Adán? Tuya es, Señora, la gloria, y tuya es también esta Obra que yo he escrito, no sólo porque es de tu Vida santísima y admirable, sino porque tú le diste principio, medio y fin, y si tú misma no fueras la Autora y Maestra no viniera en pensamiento humano. Sea, pues, tuyo, el agradecimiento y el retorno, porque tú sola puedes darle dignamente a tu Hijo santísima y nuestro Redentor de tan raro y nuevo beneficio. Yo sólo puedo suplicártelo en nombre de la santa Iglesia y mío. Así deseo hacerlo, oh Madre y Reina de las virtudes, y humillada en tu presencia, más que lo ínfimo del polvo, confieso haber recibido este favor y los que jamás pude merecer. Sólo aquello he escrito que me has enseñado y mandado, sólo soy instrumento mudo de tu lengua, movido y gobernado por tu sabiduría. Perfecciona tú esta obra de tus manos, no sólo con la digna gloria y alabanza del Altísimo; pero ejecuta lo que falta, para que yo obre tu doctrina, siga tus pasos, obedezca tus mandatos y corra tras el olor de tus ungüentos, que es el de la suavidad y fragancia de tus virtudes, que con inefable dignación has derramado en esta Historia.

790. Yo me reconozco, oh Emperatriz del cielo, como la más indigna, la más obligada entre los hijos de la santa Iglesia. Y para que en ella y en la presencia del Altísimo y tuya no se vea la monstruosidad de mis ingratitudes, propongo, ofrezco y quiero que se entienda renuncio todo lo visible y lo terreno, y cautivo de nuevo mi libertad en la voluntad divina y en la tuya, para no usar de mi albedrío fuera de lo que sea de su mayor agrado y gloria. Te ruego, bendita entre las criaturas, que así como por la clemencia del Señor y tuya tengo sin merecerlo el título de su esposa y tú me diste el de hija y discípula y el mismo Señor Hijo tuyo tantas veces se dignó de confirmarle, no permitas, oh purísima Señora, que yo degenere de estos nombres. Tu protección y amparo me asistieron para escribir tu milagrosa Vida; ayúdame ahora para ejecutar la doctrina, en que consiste la vida eterna. Tú quieres y me mandas que te imite; estampa y grava en mí tu viva imagen. Tú sembraste la semilla santa en mi terreno corazón; guárdala y foméntala, Madre, Señora y Dueña mía para que dé fruto centésimo. No me la roben las aves de rapiña, el dragón y sus demonios, cuya indignación he conocido en todas las palabras que de ti, Señora mía, dejo escritas. Encamíname hasta el fin, mándame como Reina, enséñame como Maestra y corrígeme como Madre. Recibe en agradecimiento tu misma vida y el sumo agrado que con ella diste a la beatísima Trinidad como epílogo de sus maravillas. Te alaban los ángeles y santos, te conozcan todas las naciones y generaciones, y todas las criaturas en ti y por ti bendigan a su Criador eternamente, y a ti te alaben, y mi alma y todas mis potencias te magnifiquen.

791. Esta divina Historia, como en toda ella queda repetido, dejo escrita por la obediencia de mis prelados y confesores que gobiernan mi alma, asegurándome por este medio ser voluntad de Dios que la escribiese y que obedeciese a su beatísima Madre, que por muchos años me lo ha mandado. Y aunque toda la he puesto a la censura y juicio de mis confesores, sin haber palabra que no la hayan visto y conferido conmigo, con todo eso la sujeto de nuevo a. su mejor sentir y sobre todo a la enmienda y corrección de la santa Iglesia católica romana, a cuya censura y enseñanza, como hija suya, protesto estoy sujeta, para creer y tener sólo aquello que la misma santa Iglesia nuestra madre aprobare y creyere, y para reprobar lo que reprobare, porque en esta obediencia quiero vivir y morir. Amén.

EPILOGO

De Nuevo a Tapa

792. A las religiosas del Convento de la Concepción Inmaculada de la villa de Agreda, sor María de Jesús, su indigna sierva y abadesa, en nombre de la soberana Reina María santísima concebida sin pecado original.

Carísimas hijas y hermanas mías presentes y futuras en este convento de la Inmaculada Concepción de nuestra gran Reina y Señora: desde la hora que la providencia del Señor me puso por la obediencia en el oficio de prelada que indignamente tengo, sentí mi corazón herido con dos flechas de dolor que hasta ahora le penetran y lastiman. La primera fue el temor de ver puesto en mis manos y por mi cuenta el vaso de lo más precioso de la Sangre de Cristo nuestro Salvador; que éste es el estado y almas de VV. RR., llamadas y elegidas en virtud de su pasión y muerte para lo más alto de la santidad y pureza de vida; este gran tesoro, depositado en vasos frágiles y encargado el cobro de él a otro más terreno y quebradizo, a la menor, más tibia y negligente, grande admiración y mayor pena pudo darme. La segunda fue consiguiente, que era el cuidado; porque la que no sabe guardar su viña, ¿cómo guardará las ajenas? La que tiene su consuelo, alivio y remedio en obedecer, ¿con qué aliento perdería este bien que conocía y se pondría a mandar lo que ignoraba? Muchas veces han oído VV. RR., que la pureza virginal y la castidad religiosa es el primero, más fragante y gustoso fruto de la vida y muerte de nuestro Salvador Cristo, y con estos honrosos títulos la celebraba nuestro seráfico padre san Francisco. Y si por todos y para todos derramó Su Majestad la sangre de sus sagradas venas, pensemos las religiosas que para nosotras nos, aplicó ésta, y singularmente la de su corazón, pues no fue sin misterio decirle él mismo a la Esposa que se le había herido (Cant 4,9 (A.)); y quien se deja herir el corazón no quiere negar su sangre y parece que la derrama y ofrece con mayor amor. Y por lo menos, hermanas mías, conocemos todas en la doctrina verdadera y católica que nos cría la santa Iglesia, que a las almas puras y religiosas las trata Cristo nuestro sumo bien como a esposas, con especiales regalos, caricias, favores y familiaridad, como donde tiene sus delicias, coge el fruto de su sangre, logra su vida y doctrina, su pasión y dolorosa muerte; y de esta verdad está llena toda la Escritura y cuanto VV. RR. oyen cada día de los misterios de los Cantares.

793. No extrañarán VV. RR. con esto mi dolor y cuidado, sí ya que no quieran examinar tanto mi flaqueza examine consigo misma cada una la suya. Conozcan VV. RR. que todas somos de un barro y masa quebradiza, mujeres imperfectas e ignorantes, y ninguna más que la que debía serlo menos; y esto todas deben conocerlo y confesarlo, para que todas temamos el peligro. Cuánto mayor sea el de la prelada que el de las súbditas, pudieran penetrarlo VV. RR., si pusieran en una balanza su descanso y consuelo y en otra mi tormento y aflicciones. Treinta años ha cumplidos que estoy injusta como violentamente en este oficio, y ¿qué consuelo o qué sosiego puede tener una prelada, sabiendo que si duerme, y aun si dormita, aventura el tesoro que le han entregado, pues para asegurarnos el Señor que es guarda de Israel nos dice (Sal 120,4) que ni duerme ni dormita?

794. Fuerte cosa es mandar Dios a una criatura terrena y flaca que no duerma, pero pedirle que no dormite ¿quién lo pudiera tolerar, si el mismo Señor no fuera la centinela que nos guarda con desvelo, la virtud que nos da fuerzas, la luz que nos encamina, el escudo que nos defiende y el autor que hace todas nuestras obras? Muchas veces me han visto VV. RR. afligida, otras impaciente y todas descontenta en este oficio, y las confieso que con la experiencia de mis negligencias hubiera desmayado en él, si Dios no me hubiera confortado como Padre de consolación y misericordias. Confieso sus reales manda tos y promesas y que llegando la ocasión siempre me ha mandado que admita el gobierno de VV. RR. Y obedezca a mis prelados, prometiéndome la asistencia de su gracia poderosa; y para mayor quietud y satisfacción mía, sin manifestar yo el orden del Señor, ha movido a nuestros superiores y prelados, prometiéndome el acierto en la obediencia, para que me obligasen con su autoridad y fuerza, y con esto he rendido mi dictamen al yugo que me ha puesto, que son todas VV. RR.

795. A esta seguridad se dignó el Señor de añadir otra por mano de su divina Madre: porque la Reina y Señora me ordenó y enseñó que convenía obedecer al Muy Alto y a sus ministros, encargándome de su casa, y para que a mí no se me frustrase el deseo de obedecer y ser súbdita haría su dignación oficio de prelada conmigo y me gobernaría en todo, y yo obedecería a Su Majestad y VV. RR. a mí. En esta ocasión, que fue cuando entré en el gobierno, me mandó la beatísima Madre escribiese la Historia de su Vida, porque esta era su voluntad y de su Hijo santísimo, como lo dejo declarado en la primera introducción, donde también dije cómo se continuaron estos mandatos con la dilación de dar principio a la obra. Desde el primer día conocí mucho de la grandeza de este asunto y no fue lo que menos me acobardaba, aunque el legítimo impedimento para excusarme de escribir eran mis culpas y tibieza. De los fines que el mismo Señor ha tenido en esta obra, no fui tan informada en los principios, porque a mí me bastaba obedecer al Altísimo y a mis prelados sin otro examen de su santa voluntad. Después en el discurso de lo que dejo escrito he dicho le que me ha ordenado y manifestado la gran Reina del cielo en orden a mi propio bien y aprovechamiento, y no menos al de VV. RR., como lo entenderán cuando lean esta Vida santísima, y encontrarán en ella muchas veces las amonestaciones y advertencias que la misma clementísima Reina me ha mandado diese a todas VV. RR.

796. Pero en el fin de esta divina Historia quiero declararme más, advirtiendo a VV. RR. de la obligación en que las ha puesto nuestra gran Reina del cielo; porque muchas veces he conocido en su maternal corazón el amor especial con que mira a este pobre convento, y que por esto, y obligada de los buenos deseos y oraciones de VV. RR. se ha inclinado a hacernos este singular beneficio a nosotras y a nuestras sucesoras, dándonos su Vida santísima por arancel y espejo clarísimo y sin mácula para componer las nuestras. Y cuando no tuviera yo otras razones para conocer esta voluntad de nuestra piadosa Madre y Maestra, era indicio claro para todas el haberme mandado Su Majestad escribir su Vida santísima. Esta dignación tan maternal moderó mis despechos, consoló mi tristeza y alentó mi afligido corazón; porque de verdad, hermanas mías, aunque soy tan tibia y sin virtud, conocí que debía trabajar para obligar a VV. RR. cuanto era de mi parte para que fuesen ángeles en la pureza, diligentes en la perfección, encendidas en el amor que pide el nombre y el estado que profesamos de hijas de María purísima y esposas de su Hijo santísimo nuestro Redentor.

797. Yo pude desear todo esto y muchos bienes para VV. RR., pero no pude merecerlos, ni me hallaba capaz para criar y alimentar a VV. RR. con la doctrina y ejemplo que habían menester y yo debía darlas. Esta falta recompensó nuestra amantísima Reina y Madre, dándosenos a sí misma en doctrina y ejemplar, que fue lo que más pudo darnos en la vida mortal en que estamos. A este singular beneficio se llegó otro, que todas VV. RR. conocen, pero no saben todo lo que monta para estimarlo; y que ni VV. RR. ni las que vinieren le juzguen por ceremonia y devoción ordinaria. Esto es, haberse movido sus corazones de todas VV. RR. con especial afecto para que eligiesen y nombrasen por Patrona y Prelada de esta comunidad a la beatísima Señora, concebida sin pecado original. Yo propuse a VV. RR. este intento por las razones que arriba dije, y por otras que no es necesario referir, y en virtud de todas hicimos el papel de Patronato de la Reina que tenemos escrito, para que ninguna de nuestras sucesoras lo ignoren ni deroguen y para que todas las preladas se reputen y tengan por coadjutoras y vicarias de María santísima, nuestra única y perpetua Prelada, y todas la obedezcamos y obedezcan, pues en esto consiste todo nuestro acierto y buenas dichas.

798. Con esta condición me concedió la divina Madre este favor, porque yo soy la primera y que más lo había menester, como la más inferior e indigna de las criaturas. Y porque este beneficio fue confirmación del primero, quiero que entiendan VV. RR. que la elección y nombramiento que hicimos de Patrona y Prelada, le aceptó la gran Reina y le recibió y confirmó su Hijo santísimo, y ésta es la fuerza que tiene en el cielo. Con estas diligencias he puesto en manos de María santísima el vaso de la sangre preciosa que me entregó el Señor en sus almas de VV. RR. para dar de él el mejor cobro que deseo. Y como no por esto quedo libre de la obligación y cuidado que me toca, me pongo a los pies de VV. RR. y de todas las que vinieren a este convento y las pido y ruego por el mismo Señor y su dulcísima Madre se reconozcan por obligadas y atadas con tan fuertes y suaves cadenas del amor divino sobre todas las hijas de la Iglesia y de nuestra sagrada religión. Despídanse VV. RR. del mundo, olvídenle de todo corazón, sin memoria de criaturas ni de las casas de sus padres, desocupen todas sus potencias y sentidos de otras imágenes y cuidados peregrinos, que para desempeñarse de esta deuda tienen mucho que hacer, y no pueden satisfacer a Cristo nuestro Señor ni a su Madre santísima con una virtud común y ordinaria, si no es con vida y pureza angélica. El retorno se ha de medir y pesar con el beneficio; pues ¿cómo pagarán VV. RR. con lo que pagan otras almas si deben más que todas? Bien pudiera Cristo nuestro Salvador y su Madre santísima hacer con este convento lo que hacen comúnmente con otros, pero su clemencia divina se ha extendido pródigamente con nosotras. Pues ¿en qué ley y razón cabe que nosotras no nos señalemos en el amor, en la humildad, en la pobreza, en el olvido del mundo y en la perfección de la vida?

799. Nuestra gran Reina y Prelada cumple con este oficio como fidelísima y verdadera superiora. Y en fe de esto, antes de acabar de escribir esta tercera parte y pensando yo cómo le dedicaría su misma Historia y Vida santísima, me respondió al deseo aprobándole y admitiéndole, porque todo era de la misma Señora; pero luego me mandó que la dedicase y ofreciese a VV. RR., para enseñarlas en ella y por ella el camino de la vida y la perfección altísima, a donde somos llamadas y escogidas del mundo. Y aunque esto es lo que he querido manifestar a VV. RR. en lo que aquí escribo, me ha parecido referirles las mismas palabras y razones con que me mandó Su Majestad que de su parte se lo intimase, y porque en ellas hablará nuestra Prelada, callaré yo. Las razones fueron éstas:

800. Hija mía, dedica esta obra a tus monjas nuestras súbditas, y de mi parte les dirás que se la doy por espejo en que adornen sus almas y como tablas de la divina ley, que en ellas se contiene clarísima y expresamente. Por ello quiero se gobiernen y ordenen sus vidas, y para esto las exhorta y pide que la estimen, aprecien y escriban en sus corazones y jamás la olviden. Yo manifesté al mundo su remedio, y a ellas en primer lugar, para que sigan mis pisadas, que con tanta claridad les pongo delante de los ojos, y todo es con providencia del Altísimo. Tres cosas quiere Su Majestad que inviolablemente guarden y conserven las monjas de este convento. La primera, olvido del mundo, viviendo alejadas y retiradas de todo trato, conversaciones e íntimas amistades con todo género de criaturas, de cualquier estado y sexo o condición que sean, y que jamás hablen a nadie del siglo a .solas, ni con frecuencia, aunque sea con buenos fines, si no es confesor para confesarse. La segunda, que guarden paz y caridad inviolable entre sí mismas, amándose en Dios unas a otras de todo corazón, sin parcialidades, divisiones, ni rencillas, antes cada una quiera para todas lo que para sí misma. La tercera, que se ajusten estrechamente a su regla y constituciones en lo mucho y en lo poco, como fidelísimas esposas, Y para todo esto sean especiales devotas mías, con un afecto muy cordial, y también del santo arcángel Miguel y de mi siervo Francisco. Y si alguna intentare con osadía alterar alguna cosa de las que están escritas en el papel de mi patronato o despreciare este singular beneficio de mi vida como está escrita, entienda que incurrirá en la indignación del Altísimo y en la mía y será castigada en esta vida y en la otra con la severidad de la divina justicia. Y a las que con celo de sus almas, de la honra del Señor y la mía, trabajaren en la guarda y aumento de esta vida y observancia y recogimiento de la comunidad, de la paz y caridad que de ellas quiero, las doy mi palabra como Madre de Dios, que las seré Madre, Amparo y Prelada suya, las consolaré y cuidaré de ellas en la vida mortal y después las presentaré a mi Hijo santísimo. Y si algún otro convento de religiosas, así de mi Orden de la Concepción, como otro cualquier instituto, quisiere admitir, estimar y obrar esta doctrina, le hago la misma promesa que a tus monjas.

801. Hasta aquí son las palabras que me dijo la gran Señora y Reina de los cielos, con que excusara yo las mías, si no me compeliera el amor que VV. RR. me han merecido por sufrirme tantos años, no sólo por hermana, sino como a prelada indignísima. Este agradecimiento no le puedo negar a tanta caridad ni le puedo pagar más adecuadamente que con pedir a VV. RR., repetidas veces no olviden jamás las promesas y amenazas que han oído, advirtiendo que son palabras de Reina poderosa y Soberana liberalísima en cumplirlas y severa para castigar a quien la ofendiere. Esta exhortación, aviso y amonestación deseo ponderar a VV. RR. recompensando con mis instancias la brevedad de la vida, que, si bien no sé cuánto me la dará el Señor, pero el más largo plazo es brevísimo para satisfacer tantas obligaciones, y así quisiera que todas las conversaciones de VV. RR. fueran siempre renovando esta memoria y beneficios del Señor y de su beatísima Madre, sin acordarse de otra cosa.

802. Acuérdense también VV. RR., hermanas y amigas mías, no sólo de los beneficios ocultos y secretos, sino de los que a vista del mundo ha hecho Dios con este convento desde el día de su fundación, aumentándolos cada hora con su liberal clemencia. A todos pareció milagro que, con la pobreza de mis padres se le diese principio y que para esto conformase las voluntades de su familia, que para estar unidas no eran pocas seis personas si no obrara la diestra del Altísimo. Luego nos fundó casa en brevísimo tiempo, sin tener hacienda para el más moderado sustento, y la brevedad, el modo y disposición del convento conveniente y no excesivo, y fue para todos de admiración lo que ha obrado la divina gracia. A esto se juntan otros beneficios, que si bien no es necesario referirlos, porque VV. RR. no los ignoran, pero obligan a los corazones humildes y agradecidos para dar a Dios el retorno de tanta clemencia y al mundo la satisfacción que debemos, desvelándonos para ser tales y tan buenas como piensan de nosotras y mejores de lo que hasta ahora hemos sido. Todo esto han visto VV. RR. en poco tiempo.

803. Y para concluir con mayor eficacia la súplica y amonestación que les hago, referiré algunos sucesos que se me han ofrecido cuando ya tenía adelante esta Historia y me manda la obediencia escriba algo aquí para que VV. RR. conozcan lo que han de estimar la doctrina de la Reina, del cielo. Me sucedió un día de la Inmaculada Concepción estando en el coro en Maitines, que reconocía una voz que me llamaba y pedía nueva atención a lo alto. Y luego fui levantada de aquel estado a otro más superior, donde vi al trono de la Divinidad con inmensa gloria y majestad. Salió del trono una voz que me parecía se podía oír de todo el universo, y decía: Pobres, desvalidos, ignorantes, pecadores, grandes, pequeños, enfermos, flacos y todos los hijos de Adán, de cualesquiera estados, condiciones y sexos, prelados, príncipes e inferiores, oíd todos desde el oriente al poniente y desde el uno al otro polo; venid por vuestro remedio a mi liberal e infinita providencia por la intercesión de la que dio carne humana al Verbo. Venid, que se acaba el tiempo y se cerrarán las puertas, porque vuestros pecados echan candados a la misericordia. Venid luego y daos prisa, que sola esta intercesión los detiene y sola ella es poderosa para solicitar vuestro remedio y alcanzarle.

804. Tras de esta voz del trono vi que del mismo Ser divino salían cuatro globos de admirable luz y como unos cometas refulgentísimos se derramaban por las cuatro partes del mundo. Y luego se me dio a entender que en estos últimos siglos quería el mismo Señor engrandecer y dilatar la gloria de su beatísima Madre y manifestar al mundo sus milagros y ocultos sacramentos, reservados por su providencia para el tiempo de su mayor necesidad y que en ella se valga del socorro, amparo y poderosa intercesión de nuestra gran Reina y Señora. Pero vi luego que de la tierra se levantaba un dragón muy disforme y abominable, con siete cabezas, y de lo profundo salían otros muchos que le seguían, y todos rodearon al mundo, buscando y señalando algunas personas para valerse de ellas y oponerse a los intentos del Señor y procurar impedir la gloria de su Madre santísima y los beneficios que por su mano se prevenían para todo el orbe. Procuraban el astuto dragón y sus secuaces derramar humo y veneno, que oscureciese, divirtiese e inficionase a los hombres, para que no buscasen y solicitasen el remedio de sus propias calamidades por intercesión de la dulcísima Madre de misericordia y que no la diesen la gloria que para obligarla convenía.

805. Me causó justo dolor esta visión de los dragones infernales. Y luego vi que en el cielo se prevenían y se formaban dos ejércitos bien ordenados para pelear contra ellos. El un ejército era de la misma Reina y de los santos, el otro era san Miguel y sus ángeles. Conocí que de una y otra parte sería muy reñida la batalla, pero como la justicia y la razón y el poder están de parte de la Reina del mundo, no quedaba que temer en esta demanda. Pero la malicia de los hombres engañados por el dragón infernal puede impedir mucho los fines altísimos del Señor, porque en ellos pretende nuestra salvación y vida eterna; y como de nuestra parte es necesaria nuestra libre voluntad, con ella puede la perversidad humana resistir a la bondad divina. Y aunque por ser ésta causa de la Reina y Señora de todos era justo que los hijos de la Iglesia la tomaran por propia, a las religiosas de esta casa nos toca esta obligación más de cerca, porque somos hijas y primogénitas de esta gran Madre y militamos debajo de su nombre y del primero de sus privilegios y dones que recibió en su concepción inmaculada, y sobre todo esto nos hallamos tan favorecidas de su piedad maternal.

806. En otra casación me sucedió que me hallé muy cuidadosa, como era justo, sobre el acierto en escribir esta divina Historia; porque la grandeza de ella excedía a todo pensamiento angélico y humano, y si cometía algún yerro no podía ser pequeño, y otras razones con éstas me afligían en mi natural encogimiento y poca virtud. Estando con estos pensamientos fui llamada y puesta en otro estado superior y vi al trono real de la santísima Trinidad con las tres Personas divinas y a la diestra del Hijo sentada su Madre Virgen, y todos con inmensa gloria. Hubo como silencio en el cielo, atendiendo todos los ángeles y santos a lo que se hacía en el trono de la Suprema Majestad. Y vi que la persona del Padre sacaba como del pecho de su ser infinito e inmutable un libro hermosísimo de gran estimación y riqueza, más que se puede pensar y ponderar, pero cerrado, y entregándole al Verbo humanado le dijo: Este libro y todo lo que en él se contiene es mío y de mi beneplácito y agrado. Le recibió Cristo nuestro Salvador con mucha estimación y aprecio, y como llegándole a su pecho confirmaron lo mismo el Verbo divino y el Espíritu Santo. Y luego le entregaron en manos de María santísima, que lo recibió con incomparable agrado y gusto. Yo atendía a la hermosura y belleza del libro y a la aprobación que de él se hacía en el trono de la divinidad, y esto me despertó un íntimo afecto y deseando saber lo que contenía, pero el temor y reverencia me detenía para no atreverme a preguntarlo.

807. Luego me llamó la gran Señora del cielo y me dijo: ¿Quieres saber qué libro es éste que has visto? Pues atiende y mírale. Le abrió la divina Madre y me le puso delante para que yo lo pudiese leer. Lo hice y hallé que era su misma Historia y vida santísima que yo había escrito, con su mismo orden y capítulos. Con esto añadió la Reina: Bien puedes estar sin cuidado. Esto me dijo la beatísima Madre para quietar y moderar mis temores, como lo hizo; porque estas verdades y beneficios del Señor son de condición, que no dejan en el alma por entonces turbación ni duda, antes con una suavísima fuerza la llenan, ilustran, satisfacen y sosiegan. Verdad es también que no por esto se da por vencida la ira del dragón, y permitiéndoselo el Señor para nuestro ejercicio vuelve a molestar a las almas como inoportuna mosca. Y así lo ha hecho conmigo, sin haber palabra en esta Historia que no haya contradicho con infatigable porfía y tentaciones, que no es necesario referirlas. La más ordinaria ha sido decirme que todo lo que escribía es imaginación mía o discurso natural; otras veces, que era falso y para engañar al mundo. Y es tanta la enemiga que ha tenido con esta obra, que por desvanecerla se humillaba este dragón a decir que a lo más venía a ser meditación y efecto de la oración ordinaria.

808. De todas estas persecuciones me ha defendido el Señor con el escudo y dirección de la obediencia, sus consejos y doctrina; y para confirmarse en el beneficio que he referido, añadió otro semejante a éste. Cuando daba fin a esta Historia, y que un día en la oración de la comunidad, por el modo que otras veces me pusieron a la vista del trono de la divinidad, y después de los actos y operaciones que allí hace el alma, vi que del mismo ser de Dios, como por la persona del Padre; se levantaba un árbol de inmensa grandeza y hermosura. A un lado y otro estaba Cristo nuestro Salvador y su beatísima Madre, y el árbol entre los dos. En las hojas de este árbol estaban escritos todos los misterios v sacramentos de la encarnación, vida, muerte y obras de Cristo nuestro bien y todos los de la vida y privilegios de su Madre santísima; y cada uno en particular y todos en común los entendí yo como los dejo escritos. El fruto de este árbol era como fruto de la vida, y el árbol conocí verdaderamente era el que significaba el otro que plantó Dios en medio del paraíso terreno. Miraban los santos con atención y gozo este árbol, y los ángeles con admiración decían: ¿Qué árbol es éste de tan rara hermosura, que nos causa emulación de los que gozan de sus frutos? Dichosos y felices aquéllos que le cogieren y gustaren, para recibir tanta gracia y vida eterna como en sí mismo encierra. ¿Es posible que puedan los mortales alimentarse con este fruto y no se apresuren por cogerle? Venid, venid todos, que ya su fruto está en sazón para gustarle. La flor que alimentó a los antiguos padres y profetas ya llegó a ser suavísimo y dulcísimo fruto. Las ramas que tan levantadas estaban ya se han inclinado para todos. Se convirtieron a mí los ángeles, y me dijeron: Esposa del Altísimo, coge tú con abundancia la primera, pues tienes tan cerca este árbol de la vida. Sea éste el fruto de tu trabajo en haberle escrito y el agradecimiento de habértelo manifestado, y clama al Omnipotente para que todos los hijos de Adán le conozcan y logren la ocasión en el tiempo que les toca y alaben al Muy Alto en sus maravillas.

809. No es necesario referir a VV. RR. otros sucesos para aficionarlas a este árbol y a sus frutos. Se le pongo delante de sus ojos, para que extiendan sus manos y los cojan y gusten. Y les aseguro, hermanas carísimas, que no les sucederá lo que a nuestra madre Eva, porque aquel árbol y su fruto eran vedados, pero con éste convida a VV. RR. el mismo Señor que le plantó para esto. Aquel era árbol y fruto que encerraba en sí la muerte; éste contiene la vida. Y gustemos del que nos ofrece nuestra Patrona y Prelada y alejémonos del que nos tiene prohibido, que para no tocarle es menester no mirarle, y para no gustarle no tocarle. Y para que VV. RR. se dispongan mejor con los ejercicios y retiro que a tiempos acostumbran en la Religión, les daré una forma de hacerlos, sacándola de esta Historia, como en ella queda dicho (Cf, supra n.679) me lo ha mandado la Reina. Y en el ínterin tomen la de la pasión de Cristo nuestro Señor como está escrita (Se refiere al Tratado breve de la Pasión de Nuestro Redentor, que escribió, al parecer, en su juventud.), y pídanle VV. RR. su divina gracia para mí, como para sí mismas; y su bendición eterna venga sobre todas. Amén.

Acabé de escribir esta divina Historia y Vida de María santísima la segunda vez a seis de mayo del año mil seiscientos y sesenta, día de la Ascensión de Cristo nuestro Señor. Suplico a las religiosas de esta comunidad no consientan que les falte este original del convento; y que si fuere necesario para el examen y censura, den un traslado; y si le pidieren para concordar el traslado con el original, no le den sino de libro en libro, volviendo a cobrar cada uno, por evitar muchos inconvenientes y por ser voluntad de Dios y de la Reina del cielo.