De Nuevo a Tapa
MISTICA CIUDAD DE DIOS
VIDA DE LA VIRGEN MARIA
Maria de Jesús Agreda
TERCERA PARTE
CONTIENE LO QUE H IZO DESPUÉS DE LA ASCENSIÓN DE SU HIJO
NUESTRO SALVADOR HASTA QUE LA GRAN REINA MURIÓ Y FUE CORONADA POR EMPERATRIZ
DE LOS CIELOS.
INTRODUCCION A LA TERCERA PARTE DE LA DIVINA HISTORIA Y VIDA
SANTISIMA DE MARIA MADRE DE DIOS
1. El que navega en un peligroso y alto
mar, cuanto más engolfado se halla en él, tanto más suele sentir los temores
de las tormentas y los recelos de sus cosarios enemigos, de quien puede ser
invadido. Aumentan este cuidado la ignorancia y la flaqueza, porque ni sabe
cuándo ni por dónde le acometerá el peligro, ni tampoco es poderoso para
divertirle antes que llegue ni a resistirle cuando llegare. Esto mismo es lo
que me sucede a mí, engolfada en el inmenso piélago de la excelencia y
grandezas de María santísima, aunque es mar en leche, lleno de serenidad muy
tranquila, que así lo conozco y confieso. Y no basta para vencer mis temores
el hallarme tan adelante en este océano de la gracia, con dejar escritas la
primera y segunda parte de su Vida santísima, porque en ella misma, como en
espejo inmaculado, he conocido con mayor luz y claridad mi propia
insuficiencia y vileza, y con la más evidente noticia se me representa el
objeto de esta divina Historia más impenetrable y menos comprensible para
todo entendimiento criado. No descansan tampoco los enemigos, príncipes de
las tinieblas, que como cosarios molestísimos pretenden afligirme y
desconfiarme con falsas ilusiones y tentaciones llenas de iniquidad y
astucia sobre toda mi ponderación. No tiene otro recurso el navegante más de
convertir su vista al norte, que como estrella del mar segura y fija le
gobierna y guía entre las olas. Yo trabajo por hacer lo mismo en la tormenta
de mis varias tentaciones y temores, y convertida al norte de la voluntad
divina y a mi estrella María santísima, por donde la conozco con la
obediencia, muchas veces afligida, turbada y temerosa clamo de lo íntimo del
corazón y digo: Señor y Dios altísimo, ¿qué haré entre mis dudas?
¿Proseguiré adelante o mudaré de intento en proseguir el discurso de esta
Historia? Y vos, Madre de la gracia y mi Maestra, declaradme vuestra
voluntad y de vuestro
Hijo santísimo.
2. Confieso con verdad y como debo a la
divina dignación que siempre ha respondido a mis clamores y nunca me ha
negado su paternal clemencia, declarándome su voluntad por diversos modos.
Y aunque se deja entender
esta verdad en la asistencia de la divina luz para dejar escritas la primera
y segunda parte, pero sobre este favor son innumerables las veces que el
mismo Señor por sí mismo, por su Madre santísima y por sus ángeles me ha
quietado y asegurado, añadiendo firmezas a firmezas y testimonios para
vencer mis temores y cobardías. Y lo que más es, que los mismos ángeles
visibles, que son los prelados y ministros del Señor en su santa Iglesia, me
han aprobado e intimado la voluntad del Altísimo, para que sin recelos la
creyese y ejecutase, prosiguiendo esta divina Historia. Tampoco me ha
faltado la inteligencia de la luz o ciencia infusa que con fuerte suavidad y
dulce fuerza llama, enseña y mueve a conocer lo más alto de la perfección y
lo purísimo de la santidad, lo supremo de la virtud y lo más amable de la
voluntad, y que todo esto se me ofrece como encerrado y reservado en esta
arca mística de María santísima, como maná escondido, para que lleguen a
gustarle y poseerle.
3. Pero con todo esto, para entrar en
esta tercera parte y comenzar a escribirla, he tenido nuevas y fuertes
contradicciones, no menos difíciles de vencer que para las dos primeras. Y
puedo afirmar sin recelo que no dejo escrito período ni palabra ni me
determino a escribirla sin reconocer más tentaciones que escribo letras.
Y aunque para el embarazo
de mis temores me basto yo a mí misma, pues conociéndome la que soy no puedo
dejar de ser cobarde ni puedo fiar de mí menos de lo que experimento en mi
flaqueza, pero ni esto ni la grandeza del asunto eran los impedimentos que
hallaba, aunque no luego los conocí. Presenté al Señor la segunda parte que
tenía escrita, como antes lo hice de la primera. Me compelía la obediencia
con rigor para dar principio a esta tercera y, con la fuerza que comunica
esta virtud a los que se sujetan a ella, animaba mi cobardía y alentaba el
desmayo que reconocía en mí para ejecutar lo que se me mandaba. Pero entre
los deseos y dificultades de comenzar, anduve fluctuando algunos días como
nave combatida de contrarios y fuertes vientos.
4. Por una parte, me respondía el Señor
que prosiguiese lo comenzado, que aquélla era su voluntad y beneplácito, y
nunca reconocía otra cosa en mis continuas peticiones. Y aunque alguna vez
disimulaba estos órdenes del Altísimo y no los manifestaba luego al prelado
y confesor no por ocultarlos sino para mayor seguridad y para no sospechar
que se gobernaba sólo por mis informes, pero Su Majestad, que en sus obras
es tan uniforme, les ponía en el corazón nueva fuerza para que con imperio y
preceptos me lo mandasen, como siempre lo han hecho. Por otra parte, la
emulación y malicia de la antigua serpiente calumniaba todas las obras y
movimientos y despertaba o movía contra mí una tormenta deshecha de
tentaciones, que tal vez quería levantarme a lo altivo de su soberbia, otras
y muchas me quería abatir a lo profundo de la desconfianza y envolverme en
una caliginosa tiniebla de temores desordenados, juntando a éstas otras
diversas tentaciones interiores y exteriores, creciendo todas al paso que
proseguía esta Historia y más cuando me inclinaba a concluirla. Valió se
también del dictamen de algunas personas este enemigo, que por natural
obligación debía algún respeto y no me ayudaban a proseguir lo comenzado.
Turbaba también a las religiosas que tengo a mi cargo. Me parecía que me
faltaba tiempo, porque no había de dejar el seguimiento de la comunidad, que
era la mayor obligación de prelada. Y con todos estos ahogos no acababa de
asentar ni quietar el interior en la paz y tranquilidad que era necesaria y
conveniente para recibir la luz actual e inteligencia de los misterios que
escribo; porque ésta no se percibe bien ni se comunica por entero entre los
torbellinos de tentaciones que inquietan al espíritu y sólo viene en aire
blando y sereno que templa las potencias interiores.
5. Afligida y conturbada de tanta
variedad de tentaciones, no cesaban mis clamores, y un día en particular
dije al Señor: Altísimo Dueño y bien mío de mi alma, no son ocultos a
vuestra sabiduría mi gemido y mis deseos de daros gusto y no errar en
vuestro servicio. Amorosamente me lamento en vuestra real presencia, porque
o me mandáis, Señor, lo que no puedo yo cumplir, o dais mano a vuestros
enemigos y míos para que con su malicia me lo impidan. Me respondió Su
Majestad a esta querella y con alguna severidad me dijo: Advierte, alma, que
no puedes continuar lo comenzado ni acabarás de escribir la Vida de mi
Madre, si no eres en todo muy perfecta y agradable a mis ojos, porque yo
quiero coger en ti el copioso fruto de este beneficio y que tú le recibas la
primera con tanta plenitud, y para que lo logres como yo lo quiero, es
necesario que se consuma en ti todo lo que tienes de terrena e hija de Adán,
los efectos del pecado con tus inclinaciones y malos hábitos. Esta respuesta
del Señor despertó en mí nuevos cuidados y más encendidos deseos de ejecutar
todo lo que se me daba a conocer en ella, que no sólo era una común
mortificación de las inclinaciones y pasiones, sino una muerte absoluta de
toda la vida animal y terrena y una renovación y transformación en otro ser
y nueva vida celestial y angélica.
6. Y deseando extender mis fuerzas a lo
que se me proponía, examinaba mis inclinaciones y apetitos, rodeaba por las
calles y por los ángulos de mi interior y sentía un conato vehemente de
morir a todo lo visible y terreno. Padecí en estos ejercicios algunos días
grandes aflicciones y desconsuelos, porque al paso de mis deseos crecían
también los peligros y ocasiones de divertimientos con criaturas que
bastaban para impedirme, y cuanto más quería alejarme de todo tanto más
metida y oprimida me hallaba con lo mismo que aborrecía. Y de todo se valía
el enemigo para desmayarme, representándome por imposible la perfección de
vida que deseaba. A este desconsuelo se juntó otro nuevo y extraordinario
con que me hallé impensadamente. Este fue que comencé a sentir en mi persona
una nueva disposición de cuerpo tan viva y que me hacía tan sensible para
sufrir los trabajos, que los muy fáciles, siendo penales, se me hacían más
intolerables que los mayores de hasta entonces. Las ocasiones de
mortificación, que antes eran muy sufribles, se me hacían violentísimas y
terribles y en todo lo que era padecer dolor sensible me sentía tan débil
que me parecían mortales heridas. Sufrir una disciplina era deliquio hasta
desmayar y cada golpe me dividía el corazón, y sin encarecimiento digo que
sólo el tocarme una mano con otra me hacía saltar las lágrimas, con grande
confusión y desconsuelo mío de verme tan miserable. Y experimenté,
haciéndome fuerza a trabajar no obstante el mal que tenía, saltarme por las
uñas la sangre.
7. Ignoraba la causa de esta novedad, y
discurriendo conmigo misma y diciendo con despecho: ¡Ay de mí! ¿Qué miseria
mía es ésta? ¿Qué mudanza la que siento? Mándame el Señor que me mortifique
y muera a todo y me hallo ahora más viva y menos mortificada. Padecí algunos
días grandes amarguras y despechos con mis discursos, y para moderarlos me
consoló el Altísimo diciéndome: Hija y esposa mía, no se aflija tu corazón
con el trabajo y novedad que sientes en padecer tan vivamente. Yo he querido
que por este medio queden en ti extinguidos los efectos del pecado y seas
renovada para nueva vida y operaciones más altas y de mi mayor agrado, y
hasta conseguir este nuevo estado no podrás comenzar lo que te resta de
escribir de la Vida de mi Madre y tu Maestra. Con esta nueva respuesta del
Señor recobré algún esfuerzo, porque siempre sus palabras son de vida y la
comunican al corazón. Y aunque los trabajos y tentaciones no aflojaban, me
disponía a trabajar y pelear, pero desconfiada siempre de mi flaqueza y
debilidad y de hallar remedio. Le buscaba contra ellas en la Madre de la
vida y determiné pedirle con instancias y veras su favor, como a único y
último refugio de los necesitados y afligidos y como de quien y por quien a
mí, la más inútil de la tierra, me vinieron siempre muchos bienes y
beneficios.
8. Me postré a los pies de esta gran
Señora del cielo y tierra y, derramando mi espíritu en su presencia, la pedí
misericordia y remedio de mis imperfecciones y defectos. Le representé mis
deseos de su agrado y de su Hijo santísimo y me ofrecí de nuevo para su
mayor servicio, aunque me costase pasar por fuego y por tormentos y derramar
mi sangre. Y a esta petición me respondió la piadosa Madre y dijo: Hija mía,
los deseos que de nuevo enciende el Altísimo en tu pecho, no ignoras que son
prendas y efectos del amor con que te llama para su íntima comunicación y
familiaridad. Y su voluntad santísima y la mía es que de tu parte los
ejecutes para no impedir tu vocación ni retardar más el agrado de Su
Majestad que de ti quiere. En todo el discurso de la Vida que escribes te he
amonestado y declarado la obligación con que recibes este nuevo y grande
beneficio, para que en ti copies la estampa viva de la doctrina que te doy y
del ejemplar de mi vida según las fuerzas de la gracia que recibieres. Ya
llegas a escribir la última y tercera parte de mi Historia, y es tiempo de
que te levantes a mi perfecta imitación y te vistas de nueva fortaleza y
extiendas la mano a cosas fuertes
(Prov 31,17.19).
Con esta nueva vida y operaciones darás principio a lo que
resta de escribir, porque ha de ser ejecutando lo que vas conociendo.
Y sin esta disposición no podrás
escribirlo, porque la voluntad del Señor es que mi vida quede más escrita en
tu corazón que en el papel y en ti sientas lo que escribes para que escribas
lo que sientes.
9. Quiero para esto que tu interior se
desnude de toda imagen y afecto de lo terreno, para que, alejada y olvidada
de todo lo visible, tu conversación y continuo trato sea
(Filp 3,20)
con el mismo Señor, conmigo y con sus ángeles, y todo lo
demás fuera de esto ha de ser para ti extraño y peregrino. Con la fuerza de
esta virtud y pureza que de ti quiero quebrantarás la cabeza de la antigua
serpiente y vencerás la resistencia que te hace para escribir y para obrar.
Y porque admitiendo sus vanos temores eres tarda en responder al Señor y en
entrar por el camino que él te quiere llevar y en dar crédito a sus
beneficios, quiero decirte ahora que por esto su divina providencia ha dado
permiso a este dragón para que como ministro de su justicia castigue tu
incredulidad y el no reducirte a su perfecta voluntad. Y el mismo enemigo ha
tomado mano para hacerte caer en algunas faltas, proponiéndote sus engaños
vestidos de buena intención y fines virtuosos; y trabajando en persuadirte
falsamente que tú no eres para tan grandes favores y tan raros beneficios,
porque ninguno mereces, te ha hecho grosera y tarda en el agradecimiento. Y
como si estas obras del Altísimo fueran de justicia y no de gracia, te has
embarazado mucho en este engaño, dejando de obrar lo mucho que pudieras con
la gracia divina y no correspondiendo a lo que sin méritos propios recibes.
Ya, carísima, es tiempo que te asegures y creas al Señor y a mí, que te
enseño lo más seguro y más alto de la perfección, que es mi perfecta
imitación, y que sea vencida la soberbia y crueldad del dragón y quebrantada
su cabeza con la virtud divina. No es razón que tú la impidas ni retardes,
sino que olvidada de todo te entregues afectuosa a la voluntad de mi Hijo
santísimo y mía, que de ti queremos lo más santo, loable y agradable a
nuestros ojos y beneplácito.
10. Con esta enseñanza de mi divina
Señora, Madre y Maestra recibió mi alma nueva luz y deseos de obedecerla en
todo. Renové mis propósitos, me determiné a levantarme sobre mí con la
gracia del Altísimo y procuré disponerme para que en mí se ejecutase sin
resistencia su voluntad divina. Me ayudé de lo áspero y doloroso de la
mortificación, que era penoso para mí, por la viveza y sensibilidad que
sentía, como arriba dije
(Cf. supra n.6),
pero no cesaba la guerra y resistencia del demonio. Y
reconocía que la empresa que intentaba era muy ardua y que el estado a que
me llevaba el Señor era de refugio, pero muy alto para la humana flaqueza y
gravedad terrena. Bien daré a entender esta verdad y la tardanza de mi
fragilidad y torpeza, confesando que todo el discurso de mi vida ha
trabajado el Señor conmigo para levantarme del polvo y del estiércol de mi
vileza, multiplicando beneficios y favores que exceden a mi pensamiento. Y
aunque todos los ha encaminado su diestra poderosa para este fin y no
conviene ahora ni es posible referirlos, pero tampoco me parece justo
callarlos todos, para que se vea en qué lugar tan ínfimo nos puso el pecado
y qué distancia interpuso entre la criatura racional y el fin de las
virtudes y perfección de que es capaz y cuánto cuesta restituirla a él.
11. Algunos años antes de lo que ahora
escribo recibí un beneficio grande y repetido por la divina diestra. Y fue
un linaje de muerte, como civil, para las operaciones de la vida animal y
terrena, y a esta muerte se siguió en mí otro nuevo estado de luz y
operaciones. Pero como siempre queda el alma vestida de la mortal y terrena
corrupción, siempre siente este peso que la abruma y atierra, si no renueva
el Señor sus maravillas y favorece y ayuda con la gracia. Renovó en mí en
esta ocasión la que he dicho
(Cf. supra n.9)
por medio de la Madre de piedad, y hablándome esta dulcísima
Señora y gran Reina me dijo en una visión: Atiende, hija mía, que ya tú no
has de vivir tu vida, sino la de tu esposo Cristo en ti; él ha de ser vida
de tu alma y alma de tu vida. Para esto quiere por mi mano renovar en ti la
muerte de la antigua vida que antes se ha obrado contigo y renovar la vida
que de ti queremos. Sea manifiesto desde hayal cielo y a la tierra que murió
al mundo sor María de Jesús, mi hija y sierva, y que el brazo del Altísimo
hace esta obra, para que esta alma viva con eficacia en sólo aquello que la
fe enseña. Con la muerte natural se deja todo, y esta alma, alejada de ello,
por última voluntad y testamento entregó su alma a su Criador y Redentor y
su cuerpo a la tierra del propio conocimiento y al padecer sin resistencia.
De esta alma nos encargamos mi Hijo santísimo y yo, para cumplir su última
voluntad y fin si con ella nos obedeciere con prontitud. Y celebramos sus
exequias con los moradores de nuestra corte, para darle la sepultura en el
pecho de la humanidad del Verbo eterno, que es el sepulcro de los que mueren
al mundo en la vida mortal. Desde ahora no ha de vivir en sí ni para sí con
operaciones de Adán, porque en todas se ha de manifestar en ella la vida de
Cristo, que es su vida. Y yo suplico a su piedad inmensa mire a esta difunta
y reciba su alma sólo para sí mismo y la reconozca por peregrina y extraña
en la tierra y moradora en lo superior y más divino.
Y a los ángeles ordeno la
reconozcan por compañera suya y la traten y comuniquen como si estuviera
libre de la carne mortal.
12. A los demonios mando dejen a esta
difunta, como dejan a los muertos que no son de su jurisdicción ni tienen
parte en ellos, pues ya desde hoy ha de quedar más muerta a lo visible que
los mismos difuntos al mundo. Y a los hombres conjuro que la pierdan de
vista y la olviden, como olvidan a los muertos, para que así la dejen
descansar y no la inquieten en su paz. Y a ti, alma, te mando y amonesto te
imagines como los que dieron fin al siglo en que vivían y están para eterna
vida en presencia del Altísimo; quiero que tú en el estado de la fe los
imites, pues la seguridad del objeto y la verdad es la misma en ti que en
ellos. Tu conversación ha de ser en las alturas, tu trato con el Señor de
todo lo criado y esposo tuyo, tus conferencias con los ángeles y santos, y
toda tu atención ha de estar en mí, que soy tu Madre y Maestra. Para todo lo
demás terreno y visible ni has de tener vida ni movimiento, operaciones ni
acciones, más que las que tiene un cuerpo muerto, que ni muestra vida ni
sentimiento en cuanto le sucede y se hace con él. No te han de inquietar los
agravios, ni moverte las lisonjas, no has de sentir injurias ni levantarte
por las honras, no has de conocer la presunción ni derribarte la
desconfianza, no has de consentir en ti efecto alguno de la concupiscencia y
de la ira, porque tu dechado en estas pasiones ha de ser un cuerpo ya
difunto libre de ellas. Ni tampoco del mundo debes aguardar más
correspondencia que la que tiene con un cuerpo muerto, que olvida luego a
los mismos que antes alababa viviendo, y hasta el que le tenía por más
íntimo y muy propio procura con presteza quitarle de sus ojos, aunque sea
padre o hermano, y por todo pasa el difunto sin quejarse ni sentirse por
ofendido, ni el muerto tampoco hace caso de los vivos y menos atiende a
ellos ni a lo que deja entre los vivos.
13. Y cuando así te hallares ya
difunta, sólo resta que te consideres alimento de gusanos y vilísima
corrupción muy despreciable, para que seas sepultada en la tierra de tu
propio conocimiento, de tal manera que tus sentidos y pasiones no tengan
osadía de despedir mal olor ante el Señor ni entre los que viven por estar
mal cubiertas y enterradas, como sucede a un cuerpo muerto. Mayor será el
horror, a tu entender, que tú causarás a Dios y a los santos manifestándote
viva al mundo o menos mortificadas tus pasiones, que les causarían a los
hombres los cuerpos muertos sobre la tierra descubiertos. Y el usar de tus
potencias, ojos, oídos, tacto y los demás para servir al gusto o al deleite,
ha de ser para ti tan grande novedad o escándalo como si vieras a un difunto
que se movía. Pero con esta muerte quedarás dispuesta y preparada para ser
esposa única de mi Hijo santísimo y verdadera discípula e hija mía carísima.
Tal es el estado que de ti quiero y tan alta la sabiduría que te he de
enseñar en seguir mis pisadas y en imitar mi vida, copiando en ti mis
virtudes en el grado que te fuere concedido. Este ha de ser el fruto de
escribir mis excelencias y los altísimos sacramentos que te manifiesta el
Señor de mi santidad. No quiero que salgan del depósito de tu pecho, sin
dejar obrada en ti la voluntad de mi Hijo y mía, que es tu suma o grande
perfección. Pues bebes las aguas de la sabiduría en su origen, que es el
mismo Señor, y no será razón que tú quedes vacía y sedienta de lo que a
otras administras, ni acabes de escribir esta Historia sin que logres la
ocasión y este gran beneficio que recibes. Prepara tu corazón con esta
muerte que de ti quiero y conseguirás mi deseo y tuyo.
14. Hasta aquí habló conmigo la gran
Señora del cielo en esta ocasión, y en otras muchas me ha repetido esta
doctrina de vida saludable y eterna, de que dejo escrito mucho en las
doctrinas que me ha dado en los capítulos de la primera y segunda parte y
diré más en esta tercera. Y en todo se conocerá bien mi tardanza y
desagradecimiento a tantos beneficios, pues me hallo siempre tan atrasada en
la virtud y tan viva hija de Adán, habiéndome prometido esta gran Reina y su
poderoso Hijo tantas veces que si muero a lo terreno y a mí misma me
levantarán a otro estado y habitación muy encumbrada, que de nuevo y de
gracia se me promete con el favor divino. Esta es una soledad y desierto en
medio de las criaturas, sin tener comercio con ellas y participando
solamente de la vista y comunicación del mismo Señor y de su Madre santísima
y los santos ángeles y dejando gobernar todas mis operaciones y movimientos
por la fuerza de su divina voluntad para los fines de su mayor gloria y
honra.
15. En todo el discurso de mi vida
desde mi niñez me ha ejercitado el Altísimo con algunos trabajos de
continuas enfermedades, dolores y otras molestias de criaturas. Pero
creciendo los años creció también el padecer con otro nuevo ejercicio, con
que he olvidado mucho todos los demás, porque ha sido una espada de dos
filos que ha penetrado hasta el corazón y dividido mi espíritu y el alma,
como dice el Apóstol
(Heb 4,12). Este ha sido el temor que muchas veces he
insinuado y por que he sido reprendida en esta Historia. Mucho le sentí
desde niña, pero se descubrió y excedió de punto después que entré religiosa
y me apliqué toda a la vida espiritual y el Señor se comenzó a manifestar
más a mi alma. Desde entonces me puso el mismo Señor en esta cruz o en esta
prensa el corazón, temiendo si iba por buen camino, si sería engañada, si
perdería la gracia y amistad de Dios. Se aumentó mucho este trabajo con la
publicidad que incautamente causaron algunas personas en aquel tiempo con
grande desconsuelo mío y con los terrores que otros me pusieron de mi
peligro. De tal manera se arraigó en mi corazón este vivo temor, que jamás
ha cesado ni he podido vencerle del todo con la satisfacción y seguridad que
mis confesores y prelados me han dado, ni con la doctrina que me han
enseñado, con las reprensiones que me han corregido, ni otros medios de que
para esto se han valido. Y lo que más es, aunque los ángeles y la Reina del
cielo y el mismo Señor continuamente me quietaban y sosegaban y en su
presencia me sentía libre, pero en saliendo de la esfera de aquella luz
divina luego era combatida de nuevo con increíble fuerza, que se conocía ser
del infernal dragón y de su crueldad, con que era turbada, afligida y
contristada, temiendo el peligro en la verdad, como si no lo fuera. Y donde
más cargaba la mano este enemigo era en ponerme terror si lo comunicaba con
mis confesores, en especial al prelado que me gobernaba, porque ninguna cosa
más teme este príncipe de las tinieblas que la luz y potestad que tienen los
ministros del Señor.
16. Entre la amargura de este dolor y
un deseo ardentísimo de la gracia y no perder a Dios he vivido muchos años,
alternándose en mí tantos y tan varios sucesos que sería imposible
referirlos. La raíz de este temor creo era santa, pero muchas ramas habían
sido infructuosas, aunque de todas sabe servirse la sabiduría divina para
sus fines; y por esto daba permiso al enemigo que me afligiese, valiéndose
del remedio del mismo beneficio del Señor, porque el temor desordenado y que
impide, aunque quiere imitar al bueno, es malo y del demonio. Mis
aflicciones a tiempos han llegado a tal punto, que me parece nuevo beneficio
no haber acabado conmigo en la vida mortal y más en la del alma. Pero el
Señor, a quien los mares y los vientos obedecen y todas las cosas le sirven,
que administra su alimento a toda criatura en el tiempo más oportuno, ha
querido por su divina dignación hacer tranquilidad en mi espíritu, para que
la goce con más treguas, escribiendo lo que resta de esta Historia. Algunos
años hace que me consoló Su Divina Majestad, prometiéndome por sí que me
daría quietud y gozaría de interior paz antes de morir y que el dragón
estaba tan furioso contra mí, rastreando que le faltaría tiempo para
perseguirme.
17. Y para escribir esta tercera parte,
me habló Su Majestad un día y con singular agrado y dignación me dijo estas
razones: Esposa y amiga mía, yo quiero aliviar tus penas y moderar tus
aflicciones; sosiégate, paloma mía, y descansa en la segura suavidad de mi
amor y de mi poderosa y real palabra, que con ella te aseguro soy yo el que
te hablo y elijo tus caminos para mi agrado. Yo soy quien te llevo por ellos
y estoy a la diestra de mi eterno Padre y en el sacramento de la eucaristía
con las especies del pan. Y esta certeza te doy de mi verdad, para que te
quietes y asegures; porque no te quiero, amiga mía, para esclava sino para
hija y esposa y para mis regalos y delicias. Basten ya los temores y
amarguras que has padecido. Venga la serenidad y sosiego de tu afligido
corazón. Estos regalos y aseguraciones del Señor, muchas veces repetidos,
pensará alguno que no humillan y que sólo es gozar, y es de manera que me
abaten el corazón hasta lo último del polvo y me llenan de cuidados y
recelos por mi peligro. Quien al contrario imaginase, sería poco
experimentado y capaz de estas obras y secretos del Altísimo. Cierto es que
yo he tenido novedad en mi interior y mucho alivio en las molestias y
tentaciones de estos desordenados temores, pero el Señor es tan sabio y
poderoso que, si por una parte asegura, por otra despierta al alma y la pone
en nuevos cuidados de su caída y peligros, con que no la deja levantar de su
conocimiento y humillación.
18. Yo puedo confesar que con éstos y
otros continuos favores el Señor no tanto me ha quitado los temores cuanto
me los ha ordenado; porque siempre vivo con pavor si le disgustaré o
perderé, cómo seré agradecida y corresponderé a su fidelidad, cómo amaré con
plenitud a quien por sí es sumo bien, y a mí me tiene tan merecido el amor
que puedo darle y aun lo que no puedo. Poseída de estos recelos y por mi
grande miseria, cuitadez y muchas culpas, dije en una de estas ocasiones al
Muy Alto: Amor mío dulcísimo, y Dueño y Señor de mi alma, aunque tanto me
aseguráis para aquietar mi turbado corazón, ¿cómo puedo yo vivir sin mis
temores en los peligros de tan penosa y temerosa vida, llena de tentaciones
y asechanzas, si tengo mi tesoro en vaso frágil, débil y más que otra alguna
criatura? Me respondió con paternal dignación y me dijo: Esposa y querida
mía, no quiero que dejes el temor justo de ofenderme, pero es mi voluntad
que no te turbes ni contristes con desorden, impidiéndote para lo perfecto y
levantado de mi amor. A mi Madre tienes por dechado y maestra, para que ella
te enseñe y tú la imites. Yo te asisto con mi gracia y te encamino con mi
dirección; dime, pues, qué me pides o qué quieres para tu seguridad y
quietud.
19. Repliqué al Señor y con el
rendimiento que yo pude le dije: Altísimo Señor y Padre mío, mucho es lo que
me pedís, aunque lo debo todo a vuestra bondad y amor inmenso; pero conozco
mi flaqueza e inconstancia y sólo me aquietaré con no ofenderos ni con un
breve pensamiento ni movimiento de mis potencias, sino que mis acciones
todas sean de vuestro beneplácito y agrado. Me respondió Su Majestad: No te
faltarán mis continuos auxilios y favores si tú me correspondes. Y para que
mejor lo hagas, quiero hacer contigo una obra digna del amor con que te amo.
Yo pondré desde mi ser inmutable hasta tu pequeñez una cadena de mi especial
providencia, que con ella quedes asida y presa, de manera que, si por tu
flaqueza o voluntad hicieres algo que disuene a mi agrado, sientas una
fuerza con que yo te detenga y vuelva para mí. Y el efecto de este beneficio
conocerás desde luego y le sentirás en ti misma, como la esclava que está
asida con prisiones para que no huya.
20. El Todopoderoso ha cumplido esta
promesa con gran júbilo y bien de mi alma, porque entre otros muchos favores
y beneficios que no conviene referirlos ni son para este intento ninguno ha
sido para mí tan estimable como éste. Y no sólo le reconozco en los peligros
grandes, sino en los más pequeños, de manera que, si por negligencia o
descuido omito alguna obra o ceremonia santa, aunque no sea más de
humillarme en el coro o besar la tierra cuando entro para adorar al Señor,
como lo usamos en la religión, luego siento una fuerza suave que me tira y
avisa de mi defecto y no me deja, cuanto es de su parte, cometer una pequeña
imperfección. Y si algunas veces caigo en ella como flaca, está luego a la
mano esta fuerza divina y me causa tan grande pena que me divide el corazón.
Y este dolor sirve entonces de freno con que se detiene cualquiera
inclinación desordenada y de estímulo para buscar luego el remedio de la
culpa o imperfección cometida. Y como los dones del Señor son sin penitencia
(Rom 9,29 (A.)),
no sólo no me ha negado Su Majestad el que recibo con esta
misteriosa cadena. mas antes bien, por su divina dignación, un día, que fue
el de su santo nombre y circuncisión, conocí que tresdoblaba esta cadena,
para que con mayor fuerza me gobernase y fuese más invencible, porque el
cordel tresdoblado, como dice el Sabio
(Ecl 4,12 (A.)),
con dificultad se rompe. Y de todo necesita mi flaqueza,
para no ser vencida de tan importunas y astutas tentaciones como fabrica
contra mí la antigua serpiente.
21. Estas se fueron acrecentando
tanto por este tiempo, no obstante los beneficios y mandatos referidos del
Señor y la obediencia y otros que no digo, que todavía recateaba comenzar a
escribir esta última parte de esta Historia, porque de nuevo sentía contra
mí el furor de las tinieblas y sus potestades que me querían sumergir. Así
lo entendí y me declararé con lo que dijo san Juan en el capítulo 12 del
Apocalipsis (Ap
12,15-17). Que el dragón grande y rojo arrojó de
su boca un río de agua contra aquella Mujer divina, a quien perseguía desde
el cielo, y como no pudo anegarla ni tocarla se convirtió muy airado contra
las reliquias y semilla de aquella gran Señora, que están señaladas con el
testimonio de Cristo Jesús en su Iglesia. Conmigo estrenó su ira esta
antigua serpiente por el tiempo que voy tratando, turbándome y obligándome,
en la forma que puede, a cometer algunas faltas que me embarazaban para la
pureza y perfección de vida que me pedían y para escribir lo que me
mandaban. Y perseverando esta batalla dentro de mí misma, llegó el día que
celebramos la fiesta del santo Angel custodio, que es el primero de marzo.
Estando en el coro en maitines, sentí de improviso un ruido o movimiento muy
grande, que con temor reverencial me encogió y humilló hasta la tierra.
Luego vi gran multitud de ángeles que llenaban la reglón del aire por todo
el coro, y en medio de ellos venía uno de mayor refulgencia y hermosura como
en un estrado y tribunal de juez. Entendí luego que era el arcángel san
Miguel. Y al punto me intimaron que los enviaba el Altísimo con especial
potestad y autoridad para hacer juicio de mis descuidos y culpas.
22. Yo deseaba postrarme en tierra y
reconocer mis yerros, para llorarlos humillada ante aquellos soberanos
jueces, y por estar en presencia de las religiosas no me atreví a darles qué
notar con postrarme corporalmente, pero con el interior hice lo que me fue
posible, llorando con amargura mis pecados. Y en el ínterin conocí cómo los
santos ángeles, hablando y confiriendo entre sí mismos, decían: Esta
criatura es inútil, tarda y poco fervorosa en obrar lo que el Altísimo y
nuestra Reina la mandan, no acaba de dar crédito a sus beneficios y a las
continuas ilustraciones que por nuestra mano recibe. Privémosla de todos
estos beneficios, pues no obra con ellos, ni quiere ser tan pura ni tan
perfecta como la enseña el Señor, ni acaba de escribir la Vida de su Madre
santísima, como se le ha ordenado tantas veces; pues si no se enmienda, no
es justo que reciba tantos y tan grandes favores y doctrina de tanta
santidad. Oyendo estas razones se afligió mi corazón y creció mi llanto, y
llena de confusión y dolor hablé a los santos ángeles con íntima amargura y
les prometí la enmienda de mis faltas hasta morir por obedecer al Señor y a
su Madre santísima.
23. Con esta humillación y promesas
templaron algo los espíritus angélicos la severidad que mostraban. Y con más
blandura me respondieron que, si yo cumplía con diligencia lo que les
prometía, me aseguraban que siempre con su favor y amparo me asistirían y
admitirían por su familiar y compañera para comunicar conmigo, como ellos lo
hacen entre sí mismos. Les agradecí este beneficio y les pedí lo hiciesen
por mí con el Altísimo. Y desaparecieron, advirtiéndome que para el favor
que me ofrecían los había de imitar en la pureza, sin cometer culpa ni
imperfección con advertencia, y ésta era la condición de esta promesa.
24. Después de todos éstos y otros
muchos sucesos, que no conviene referir, quedé más humillada, como quien se
conocía más reprendida, más ingrata y más indigna de tantos beneficios,
exhortaciones y mandatos. Y llena de confusión y dolor conferí conmigo misma
cómo ya no tenía excusa ni disculpa para resistir a la voluntad divina en
todo lo que conocía y a mí tanto me importaba. Y tomando resolución eficaz
de hacerlo o morir en la demanda, anduve arbitrando algún medio poderoso y
sensible que me despertase y me compeliese en mis inadvertencias y me diese
aviso para que, si fuese posible, no quedasen en mí operaciones ni
movimiento imperfecto y en todo obrase lo más santo y agradable a los ojos
del Señor. Fui a mi confesor y prelado y le pedí con el rendimiento y veras
posibles que me reprendiese severamente y me obligase a ser perfecta y
cuidadosa en todo lo más ajustado a la divina voluntad y que yo ejecutase lo
que quería la divina Majestad de mí. Y aunque en este cuidado era
vigilantísimo, como quien estaba en lugar de Dios y conocía su santísima
voluntad y mi camino, pero no siempre me podía asistir ni estar presente,
por las ausencias a que le obligaban los oficios de la religión y prelacía.
Determiné también hablar a una religiosa que me asistía más, rogándole que
me dijese de ordinario alguna palabra de reprensión y aviso o de temor que
me excitase y moviese. Todos estos medios y otros intentaba con el ardiente
deseo que sentía de dar gusto al Señor, a su Madre santísima y Maestra de mi
virtud, a los santos ángeles, cuya voluntad era una misma de mi
aprovechamiento en la mayor perfección.
25. En medio de estos cuidados, me
sucedió una noche que el santo ángel de mi guarda se me manifestó con
particular agrado y me dijo: El Muy Alto quiere condescender con tus deseos
y que yo haga contigo el oficio que tú quieres y ansiosa buscas quien le
ejerza. Yo seré tu fiel amigo y compañero para avisarte y despertar tu
atención, y para esto me hallarás presente como ahora en cualquiera ocasión
y tiempo que volvieres a mí los ojos con deseos de más agradar a tu Señor y
Esposo y guardarle entera fidelidad. Yo te enseñaré a que le alabes
continuamente y conmigo lo harás alternando sus loores y te manifestaré
nuevos misterios y tesoros de su grandeza, te daré particulares
inteligencias de su ser inmutable y perfecciones divinas. Y cuando
estuvieres ocupada por la obediencia o caridad y cuando por alguna
negligencia te divirtieres a lo exterior y terreno, yo te llamaré y avisaré
para que atiendas al Señor, y para esto te diré alguna palabra, y muchas
veces será esta: ¿Quién como Dios, que habita en las alturas y en los
humildes de corazón?
(Sal 112,5) Otras, te acordaré tus beneficios
recibidos de la diestra del Altísimo y lo que debes a su amor. Otras, que le
mires y levantes a él tu corazón. Pero en estas advertencias has de ser
puntual, atenta y obediente a mis avisos.
26. No quiere tampoco el Altísimo
ocultarte un favor que hasta ahora has ignorado entre tantos que de su
liberalísima bondad has recibido, para que desde ahora le agradezcas. Este
es, que yo soy uno de los mil ángeles que servimos de custodios a nuestra
gran Reina en el mundo y de los señalados con la divisa de su admirable y
santo nombre. Atiende a mí y lo verás en mi pecho. Advertí luego y le conocí
cómo le tenía escrito con grande resplandor, y recibí nueva consolación y
júbilo de mi alma. Prosiguió el santo ángel y dijo: También me manda que te
advierta cómo de estos mil ángeles muy pocos y raras veces somos señalados
para guardar otras almas, y si algunas hasta ahora hemos guardado todas han
sido del número de los santos y ninguna de los réprobos. Considera, pues, oh
alma, tu obligación de no pervertir este orden, porque si con este beneficio
te perdieras tu pena y castigo fuera de los más severos de todos los
condenados y tú fueras conocida por la más infeliz e ingrata entre las hijas
de Adán. Y el haber sido tú favorecida con este beneficio de que yo te
guardase, que fui de los custodios de nuestra gran reina María santísima y
Madre de nuestro Criador, fue orden de su altísima providencia por haberte
elegido entre los mortales en su mente divina para que escribieras la Vida
de su beatísima Madre y la imitases, y para todo te enseñase yo y te
asistiese como testigo inmediato de sus divinas obras y excelencias.
27. Y aunque este oficio le hace
principalmente la gran Señora por sí misma, pero yo después te administro
las especies necesarias para declarar lo que la divina Maestra te ha
enseñado, y te doy otras inteligencias que el Altísimo ordena, para que con
mayor facilidad escribas los misterios que te ha manifestado. Y tú tienes
experiencia de todo, aunque no siempre conocías el orden y sacramento
escondido de esta providencia, y que el mismo Señor, usando de ella
especialmente contigo, me señaló para que con suave fuerza te compeliese a
la imitación de su purísima Madre y nuestra Reina y a que en su doctrina la
sigas y obedezcas, y desde esta hora ejecutaré este mandato con mayor
instancia y eficacia. Determínate, pues, a ser fidelísima y agradecida a tan
singulares beneficios y caminar a lo alto y encumbrado de la perfección que
se pide y enseña. Y advierte que cuando alcanzaras la de los supremos
serafines, quedaras muy deudora a tan copiosa y liberal misericordia. El
nuevo modo de vida que de ti quiere el Señor se contiene y se cifra en la
doctrina que recibes de nuestra gran Reina y Señora y en lo demás que
entenderás y escribirás en esta tercera parte. Lo oye con rendido corazón y
agradécelo humillada, ejecútalo solícita y cuidadosa, que si lo hicieres
serás dichosa y bienaventurada.
28. Otras cosas que me declaró el santo
ángel no son necesarias para este intento. Pero he dicho lo que en esta
introducción dejo escrito, así para manifestar en parte el orden que el
Altísimo ha tenido conmigo para obligarme a escribir esta Historia, como
también para que en algo se conozcan los fines de su sabiduría para que
escriba; que son, no para mí sola, sino para todos los que desearen lograr
el fruto de este beneficio, como medio poderoso para hacer eficaz el de
nuestra redención cada uno en sí mismo. Conocerse también que la perfección
cristiana no se alcanza sin grandes peleas con el demonio y con incesante
trabajo en vencer y sujetar las pasiones y malas inclinaciones de nuestra
depravada naturaleza. Sobre todo esto, para dar principio a esta tercera
parte, me habló la divina Madre y Maestra y con agradable semblante me dijo:
Mi bendición eterna y la de mi Hijo santísimo vengan sobre ti, para que
escribas lo que resta de mi vida, para que lo obres y ejecutes con la
perfección que deseamos. Amén.
LIBRO VII
De Nuevo a Tapa
CONTIENE CÓMO LA DIESTRA DIVINA PROSPERÓ A LA REINA DEL
CIELO DE DONES ALTÍSIMOS, PARA QUE TRABAJASE EN LA SANTA IGLESIA; LA VENIDA
DEL ESPÍRITU SANTO; EL COPIOSO FRUTO DE LA REDENCIÓN Y DE LA PREDICACIÓN DE
LOS APÓSTOLES; LA PRIMERA PERSECUCIÓN DE LA IGLESIA; LA CONVERSIÓN DE SAN
PABLO Y VENIDA DE SANTIAGO A ESPAÑA; LA APARICIÓN DE LA MADRE DE DIOS EN
ZARAGOZA Y FUNDACIÓN DE NUESTRA SEÑORA DEL PILAR.
CAPITULO 1
Quedando asentado nuestro Salvador Jesús a la diestra del
eterno Padre, descendió del cielo a la tierra María santísima, para que se
plantase la nueva Iglesia con su asistencia y magisterio.
1. A la segunda parte de esta Historia
puse dichoso fin, dejando en el cenáculo y en el cielo empíreo a nuestra
gran Reina y Señora, María santísima, asentada a la diestra de su Hijo y
Dios eterno, asistiendo en ambas partes, por el modo milagroso que queda
dicho (Cf. supra p.II
n.1512) le concedió la diestra divina de estar su
santísimo cuerpo en dos partes, que en su gloriosa ascensión, para hacerla
más admirable, la llevó consigo el Hijo de Dios y suyo a darla la posesión
de los premios inefables que hasta entonces había merecido y señalarle el
lugar que por ellos y los demás que había de merecer le tenía prevenido
desde su eternidad. Dije también
(Cf. supra p.II n.1522)
cómo la beatísima Trinidad dejó en la elección libre de esta
divina Madre si quería volver al mundo para consuelo de los primitivos hijos
de la Iglesia evangélica y para su fundación, o si quería eternizarse en
aquel felicísimo estado de su gloria sin dejar la posesión que de él la
daban. Porque la voluntad de las tres divinas personas, como debajo de
aquella condición, se inclinaban, con el amor que a esta singular criatura
tenían, a conservarla en aquel abismo en que estaba absorta y no restituirla
otra vez al mundo entre los desterrados hijos de Adán. Y por una parte
parece que pedía esto la razón de justicia, pues ya el mundo quedaba
redimido con la
pasión y muerte de su Hijo, a que ella había cooperado con toda plenitud y
perfección. Y no quedaba en ella otro derecho de la muerte, no sólo por el
modo con que padeció sus dolores en la de Cristo nuestro Salvador, como en
su lugar queda declarado
(Cf. supra P.II
n.1264,1341,1381), sino también porque la gran Reina
nunca fue pechera de la muerte, del demonio, ni del pecado, y así no le
tocaba la ley común de los hijos de Adán. Y sin morir como ellos, deseaba el
Señor a nuestro modo de entender que tuviese otro tránsito con que pasara de
viadora a comprensora y del estado de la mortalidad al inmortal y no muriera
en la tierra la que en ella no había cometido culpa que la mereciese, y en
el mismo cielo podía el Altísimo pasarla de un estado a otro.
2. Por otra parte, sólo quedaba la
razón de parte de la caridad y humildad de esta admirable y dulcísima Madre,
porque el amor la inclinaba a socorrer a sus hijos y que el nombre del
Altísimo fuese manifestado y engrandecido en la nueva Iglesia del evangelio.
Deseaba también entrar a muchos fieles a la profesión de la fe con su
solicitación e intercesión e imitar a sus hijos y hermanos del linaje humano
con morir en la tierra, aunque no debía pagar este tributo, pues no había
pecado. Y con su grandiosa sabiduría y admirable prudencia conocía cuán
estimable cosa era merecer el premio y la corona, más que por algún breve
tiempo poseerla, aunque sea de gloria eterna. Y no fue esta humilde
sabiduría sin premio de contado, porque el eterno Padre hizo notoria a todos
los cortesanos del cielo la verdad de lo que Su Majestad deseaba y lo que
María santísima elegía por el bien de la Iglesia militante y socorro de los
fieles. Y todos conocieron en el cielo lo que es justo conozcamos ahora en
la tierra; que el mismo Padre eterno así, como dice san Juan
(Jn 3,16),
amó al mundo, que dio a su Unigénito para que le redimiese,
así también dio otra vez a su hija María santísima, enviándola desde su
gloria para plantar la Iglesia que Cristo su artífice había fundado; y el
mismo Hijo dio para esto a su amantísima y dilecta Madre y el Espíritu Santo
a su dulcísima Esposa. Y tuvo este beneficio otra condición que le subió de
punto, porque vino sobre las injurias que Cristo nuestro Redentor había
recibido en su pasión y afrentosa muerte, con que desmereció el mundo este
favor. ¡Oh infinito amor! ¡Oh caridad inmensa! ¡Cómo se manifiesta que las
muchas aguas de nuestros pecados no le pueden extinguir!
3. Cumplidos tres días enteros que
María santísima estuvo en el cielo gozando en alma y cuerpo la gloria de la
diestra de su Hijo y Dios verdadero y admitida su voluntad de volver a la
tierra, partió de lo supremo del empíreo para el mundo con la bendición de
la beatísima Trinidad. Mandó Su Majestad a innumerable multitud de ángeles
que la acompañasen, eligiendo para esto de todos los coros y muchos de los
supremos serafines más inmediatos al trono de la divinidad. La recibió luego
una nube o globo de refulgentísima luz, que la servía de litera preciosa o
relicario que movían los mismos serafines. No pueden caber en humano
pensamiento y en vida mortal la hermosura y resplandores exteriores con que
esta divina Reina venía, y es cierto que ninguna criatura viviente la
pudiera ver o mirar naturalmente sin perder la vida. Y por esto fue
necesario que el Altísimo encubriera su refulgencia a los que la miraban,
hasta que se fuesen templando las luces y rayos que despedía. A sólo el
evangelista san Juan se le concedió que viese a la divina Reina en la fuerza
y abundancia que la redundó de la gloria que había gozado. Bien se deja
entender la hermosura y gran belleza de esta magnífica Reina y Señora de los
cielos, bajando del trono de la beatísima Trinidad, pues a Moisés le
resultaron en su cara tantos resplandores de haber hablado con Dios en el
monte Sinaí (Ex 34,29
(A)), donde recibió la ley, que los israelitas no los
podían sufrir ni mirarle al rostro
(2 Cor 3,13 (A.));
y no sabemos que el profeta viese claramente la divinidad y, cuando la
viera, es muy cierto que no llegara esta visión a lo mínimo de la que tuvo
la Madre del mismo Dios.
4. Llegó al cenáculo de Jerusalén la
gran Señora, como sustituta de su Hijo santísimo en la nueva Iglesia
evangélica. Y en los dones de la gracia que le dieron para este ministerio
venía tan próspera y abundante, que fue admiración nueva para los ángeles y
como asombro de los santos, porque era una estampa viva de Cristo nuestro
Redentor y Maestro. Bajó de la nube de luz en que venía y sin ser vista de
los que asistían en el cenáculo se quedó en su ser natural, en cuanto no
estar más de en aquel lugar. Y al punto la Maestra de la santa humildad se
postró en tierra y pegándose con el polvo dijo: Dios altísimo y Señor mío,
aquí está este vil gusanillo de la tierra, reconociendo que fui formada de
ella, pasando del no ser al ser que tengo por vuestra liberalísima
clemencia. Reconozco también, oh altísimo Padre, que vuestra dignación
inefable me levantó del polvo, sin merecerlo yo, a la dignidad de Madre de
vuestro Unigénito. De todo mi corazón alabo y engrandezco vuestra bondad
inmensa, porque así me habéis favorecido. Y en agradecimiento de tantos
beneficios, me ofrezco a vivir y trabajar de nuevo en esta vida mortal todo
lo que vuestra voluntad santa ordenare. Me sacrifico por vuestra fiel sierva
y de los hijos de la Iglesia santa, y a todos los presento ante vuestra
inmensa caridad y pido que los miréis como Dios y Padre clementísimo, y de
lo íntimo de mi corazón os lo suplico. Por ellos ofrezco en sacrificio el
carecer de vuestra gloria y descanso para servirlos y el haber elegido con
entera voluntad padecer, dejando de gozaros, privándome de vuestra clara
vista por ejercitarme en lo que es tan de vuestro agrado.
5. Se despidieron de la Reina los
santos ángeles que habían venido a acompañarla desde el cielo, para volverse
a él, dando a la tierra nuevos parabienes de que dejaban en ella por
moradora a su gran Reina y Señora. Y advierto que, escribiendo yo esto, me
dijeron los santos príncipes que por qué no usaba más en esta Historia de
llamar a María santísima Reina y Señora de los ángeles, que no me descuidase
en hacerlo en lo que restaba por el gran gozo que en esto reciben. Y por
obedecerlos y darles gusto la nombraré con este título muchas veces de aquí
adelante. Y volviendo a la Historia, es de advertir que los tres días
primeros que estuvo la divina Madre en el cenáculo después de haber bajado
del cielo, los pasó muy abstraída de todo lo terreno, gozando de la
redundancia del júbilo y admirables efectos de la gloria que en los otros
tres había recibido en el cielo. De este oculto sacramento sólo el
evangelista Juan tuvo noticia entonces entre todos los mortales, porque en
una visión se le manifestó cómo la gran Reina del cielo había subido a él
con su Hijo santísimo y la vio descender con la gloria y gracias que volvió
al mundo para enriquecer la Iglesia. Con la admiración de tan nuevo misterio
estuvo san Juan dos días como suspendido y fuera de sí, y sabiendo que ya su
santísima Madre había descendido de las alturas, deseaba hablarla y no se
atrevía.
6. Entre los fervores del amor y el
encogimiento de la humildad estuvo el amado apóstol batallando consigo casi
un día. Y vencido del afecto de hijo, se resolvió a ponerse en presencia de
su divina Madre en el cenáculo y, cuando iba, se detuvo y dijo: ¿Cómo me
atreveré a lo que me pide el deseo, sin saber primero la voluntad del
Altísimo y la de mi Señora? Pero mi Redentor y Maestro me la dio por madre y
me favoreció y obligó a mí con título de hijo; pues mi oficio es servirla y
asistida, y no ignora Su Alteza mi deseo y no le despreciará; piadosa y
suave es y me perdonará; quiero postrarme a sus pies. Con esto se determinó
san Juan y pasó a donde estaba la divina Reina en oración con los demás
fieles. Y al punto que levantó los ojos a mirarla, cayó en tierra postrado,
con los efectos semejantes a los que él mismo y los dos apóstoles sintieron
en el Tabor cuando a su vista se transfiguró el Señor, porque eran muy
semejantes a los resplandores de nuestro Salvador Jesús los que percibió san
Juan en el rostro de su Madre santísima. Y como le duraban aún las especies
de la visión en que la vio descender del cielo fue con mayor fuerza oprimida
su natural flaqueza y cayó en tierra. Con la admiración y gozo que sintió
estuvo así postrado casi una hora, sin poderse levantar. Adoró profundamente
a la Madre de su mismo Criador. Y no pudieron extrañar esto los demás
apóstoles y discípulos que asistían en el cenáculo, porque a imitación de su
divino Maestro y con el ejemplar y enseñanza de María santísima, en el
tiempo que estuvieron los fieles aguardando al Espíritu Santo muchos ratos
de la oración que tenían era en cruz y postrados.
7. Estando así postrado el humilde y
santo apóstol, llegó la piadosa Madre y le levantó del suelo, y
manifestándose con el semblante más natural se le puso ella de rodillas y le
habló y dijo: Señor, hijo mío, ya sabéis que vuestra obediencia me ha de
gobernar en todas mis acciones, porque estáis en lugar de mi Hijo santísimo
y mi Maestro para ordenarme todo lo que debo hacer, y de nuevo quiero
pediros que cuidéis de hacerlo por el consuelo que tengo de obedecer. Oyendo
el santo apóstol estas razones, se confundió y admiró sobre lo que en la
gran Señora había visto y conocido y se volvió a postrar en su presencia,
ofreciéndose por esclavo suyo y suplicándola que ella le mandase y gobernase
en todo Y en esta porfía perseveró san Juan algún rato, hasta que vencido de
la humildad de nuestra Reina, se sujetó a su voluntad y quedó determinado a
obedecerla en mandarla, como ella lo deseaba; porque éste era para él el
mayor acierto, y para nosotros raro y poderoso ejemplo con que se reprende
nuestra soberbia y nos enseña a quebrantarla. Y si confesamos que somos
hijos y devotos de esta divina Madre y Maestra de humildad, debido y justo
es imitarla y seguirla. Le quedaron al evangelista tan impresas en el
entendimiento y potencias interiores las especies del estado en que vio a la
gran Reina de los ángeles, que por toda su vida le duró aquella imagen en su
interior. Y en esta ocasión, cuando la vio descender del cielo, exclamó con
grande admiración, y las inteligencias que de ella tuvo las declaró después
el santo evangelista en el Apocalipsis, en particular en el capítulo 21,
como diré en el siguiente.
Doctrina que me dio la gran Reina
y Señora de los ángeles.
8. Hija mía, habiéndote repetido tantas
veces hasta ahora que te despidas de todo lo visible y terreno y mueras a ti
misma y a la participación de hija de Adán, como te he amonestado y enseñado
en la doctrina que has escrito en la primera y segunda parte de mi vida,
ahora te llamo con nuevo afecto de amorosa y piadosa madre, y te convido de
parte de mi Hijo santísimo, de la mía y de sus ángeles, que también te aman
mucho, para que olvidada de todo lo demás que tiene ser te levantes a otra
nueva vida más alta y celestial, inmediata a la eterna felicidad. Quiero que
te alejes del todo de Babilonia y de tus enemigos y sus falsas vanidades con
que te persiguen, y te avecindes a la ciudad santa de la celestial Jerusalén
y vivas en sus atrios, donde te ocupes toda en mi verdadera y perfecta
imitación, y por ella con la divina gracia llegues a la íntima unión de mi
Señor y tu divino y fidelísimo Esposo. Oye, pues, carísima, mi voz con
alegre devoción y prontitud de ánimo. Sígueme fervorosa, renovando tu vida
con el dechado que escribes de la mía, y atiende a lo que yo hice después
que volví al mundo de la diestra de mi Hijo santísimo. Medita y penetra con
todo cuidado mis obras, para que, según la gracia que recibieres, vayas
copiando en tu alma lo que entendieres y escribieres. No te faltará el favor
divino, porque el Altísimo no quiere negarle nada a quien de su parte hace
lo que puede y para lo que es de su agrado y beneplácito, si tu negligencia
no lo desmerece. Prepara tu corazón y dilata sus espacios, fervoriza tu
voluntad, purifica tu entendimiento y despeja tus potencias de toda imagen y
especie de criaturas visibles, para que ninguna te embarace, ni obligue a
cometer ni una leve culpa o imperfección, y el Altísimo pueda depositar en
ti su oculta sabiduría, y tú estés preparada y pronta para obrar con ella
todo lo más agradable a nuestros ojos, que te enseñaremos.
9. Tu vida desde hoy ha de ser como
quien la recibe resucitada después de haber muerto a la que tuvo primero. Y
como el que recibe este beneficio suele volver a la vida renovado y casi
peregrino y extraño en todo lo que antes amaba, mudando los deseos y
reformadas y extinguidas las calidades que antes había tenido y en todo
procede diferente, a este modo y con mayor alteza quiero que tú, hija mía,
seas renovada, porque has de vivir como si de nuevo participaras los dotes
del alma en la forma que te es posible con el poder divino que obrará en ti.
Pero es necesario para estos efectos tan divinos que tú te ayudes y prepares
todo el corazón, quedando libre y como una tabla muy rasa, donde el Altísimo
con su dedo escriba y dibuje como en cera blanda y sin resistencia imprima
el sello de mis virtudes. Quiere Su Majestad que seas instrumento en su
poderosa mano para obrar su voluntad santa y perfecta, y el instrumento no
resiste a la del artífice, y si tiene voluntad usa de ella sólo para dejarse
mover. Es pues, carísima, ven, ven a donde yo te llamo y advierte que si en
el sumo bien es natural comunicarse y favorecer a sus criaturas en todos
tiempos, pero en el siglo presente quiere este Señor y Padre de las
misericordias manifestar más su liberal clemencia con los mortales, porque
se les acaba el tiempo y son pocos los que se quieren disponer para recibir
los dones de su poderosa diestra. No pierdas tú tan oportuna ocasión,
sígueme y corre tras mis pisadas y no contristes al Espíritu Santo en
detenerte, cuando te convida a tanta dicha con maternal amor y tan alta y
perfecta doctrina.
CAPITULO 2
De Nuevo a Tapa
Que el evangelista san Juan en el capítulo
21 del Apocalipsis habla a la
letra de la visión que tuvo, cuando vio descender del cielo a María
santísima Señora nuestra.
10. Al oficio y dignidad tan excelente
de hijo de María santísima, que dio nuestro Salvador Jesús en la cruz al
apóstol san Juan, como señalado por objeto de su divino amor, era
consiguiente que fuera secretario de los inefables sacramentos y misterios
de la gran Reina que a otros eran más ocultos. Y para esto le fueron
revelados muchos que antes habían precedido en ella y le hicieron como
testigo ocular del secreto misterioso que sucedió el día de la ascensión del
Señor a los cielos, concediéndole a esta águila sagrada que viese subir al
sol Cristo nuestro bien con luz doblada siete veces, como dice Isaías
(Is 30,26 (A.)),
y a la luna con luz como del sol, por la similitud que con
él tenía. La vio el felicísimo evangelista subir y estar a la diestra de su
Hijo, y viola también descender, como queda dicho
(Cf. supra n.5),
con nueva admiración, porque vio y conoció la mudanza y
renovación con que bajaba al mundo, después de la inefable gloria que en el
cielo había recibido con tan nuevos influjos de la divinidad y participación
de sus atributos. Ya nuestro Salvador Jesús había prometido a los apóstoles
que antes de subir al cielo dispondría con su Madre santísima que estuviese
con ellos en la Iglesia para su consuelo y enseñanza, como se dijo en el fin
de la segunda parte
(Cf. supra p.II n.1505). Pero el apóstol Juan, con el
gozo y admiración de ver a la gran Reina a la diestra de Cristo nuestro
Salvador, se olvidó por algún rato de aquella promesa y absorto con tan
impensada novedad llegó a temer o recelarse si la divina Madre se quedaría
allá en la gloria que gozaba. Y en esta duda padeció san Juan entre el
júbilo que sentía otros amorosos deliquios que le afligieron mucho, hasta
que renovó la memoria de las promesas de su Maestro y Señor y vio de nuevo
que su Madre santísima descendía a la tierra.
11. Los misterios de esta visión
quedaron impresos en la memoria de san Juan y jamás los olvidó, ni los demás
que le fueron revelados de la gran Reina de los ángeles, y con ardentísimo
deseo quería el sagrado evangelista dejar noticia de ellos en la santa
Iglesia. Pero la humildad prudentísima de María Señora nuestra le detuvo
para que mientras ella vivía no los manifestase, antes los guardase ocultos
en su pecho para cuando el Altísimo ordenase otra cosa, porque no convenía
hacerlos antes manifiestos y notorios al mundo. Obedeció el apóstol a la
voluntad de la divina Madre. Y cuando fue tiempo y disposición divina que
antes de morir el evangelista enriqueciera a la Iglesia con el tesoro de
estos ocultos sacramentos, fue orden del Espíritu Santo que los escribiese
en metáforas y enigmas tan difíciles de entender, como la Iglesia lo
confiesa. Y fue así conveniente que no quedasen patentes a todos, sino
cerrados y sellados como las perlas en el nácar o en la concha y el oro en
los escondidos minerales de la tierra, para que con nueva luz y diligencia
los sacase la santa Iglesia cuando tuviese necesidad y en el ínterin
estuviesen como en depósito en la oscuridad de las sagradas Escrituras que
los doctores santos confiesan, en especial el libro del Apocalipsis.
12. De la providencia que tuvo el
Altísimo en ocultar la grandeza de su Madre santísima en la primitiva
Iglesia he hablado algo en el discurso de esta divina Historia
(Cf. supra p.II n.413)
y no me excuso de renovar aquí esta advertencia por la
admiración que causarán de nuevo a quien los fuere ahora conociendo. Y para
vencer la duda, si alguno la tuviere, ayudará mucho considerar lo que varios
santos y doctores advierten, que ocultó Dios a los judíos el cuerpo y
sepultura de Moisés (Dt
34,6) por excusar que aquel pueblo, tan pronto en
idolatrías, no errase con ella dando adoración al cuerpo del profeta que
tanto había estimado o que le venerase con algún culto supersticioso y vano.
Y por la misma razón dicen que cuando Moisés escribió la creación del mundo
y de todas sus criaturas, aunque los ángeles eran la parte más noble de
ellas, no declaró su creación el profeta con palabras propias, antes la
encerró en aquellas que dijo: Crió Dios la
luz (Gen 1,3);
dejando lugar para que por ellas se pudiera entender la luz material que
alumbra a este mundo visible, significando también en oculta metáfora
aquellas luces sustanciales y espirituales que son los santos ángeles, de
quien no convenía dejar entonces más clara noticia.
13. Y si al pueblo hebreo se le pegó el
contagio de la idolatría con la comunicación y vecindad de la gentilidad,
tan inclinada y ciega en dar divinidad a todas las criaturas que les
parecían grandes, poderosas o superiores en alguna potencia, mucho mayor
peligro tuvieran los mismos gentiles de este error si, cuando se les
comenzaba a predicar el evangelio y la fe de Cristo nuestro Salvador, se les
propusiera juntamente la excelencia de su Madre santísima. Y en prueba de
esta verdad basta el testimonio de san Dionisia Areopagita
(Cf. supra la nota 3 del libro
1 c.4), que con haber sido filósofo tan sabio que
conoció entonces al Dios de la naturaleza, con todo esto, cuando ya era
católico y llegó a ver y hablar a María santísima, dijo que si la fe no le
enseñara que era pura criatura, la tuviera y adorara por Dios. En este
peligro incurrieran fácilmente los gentiles más ignorantes y confundieran la
divinidad del Redentor, que debían creer, con la grandeza de su Madre
purísima, si se les propusiera todo junto, y pensaran que también ella era
Dios como su Hijo, pues eran tan semejantes en la santidad. Pero ya este
peligro ha cesado, estando tan arraigada la ley y fe del evangelio en la
Iglesia y tan ilustrada con la doctrina de los sagrados doctores y tantas
maravillas como Dios ha obrado en esta manifestación del Redentor. Y con
tanta luz sabemos que sólo él es Dios y hombre verdadero, lleno de gracia y
de verdad, y que su Madre es pura criatura y sin tener divinidad fue llena
de gracia, inmediata a Dios y superior a todo el resto de las criaturas. Y
en este siglo tan ilustrado con las verdades divinas sabe el Señor cuándo y
cómo conviene dilatar la gloria de su Madre santísima, manifestando los
enigmas y secretos de las sagradas Escrituras, donde la tiene encerrada.
14. El misterio de que voy hablando,
con otros muchos de nuestra gran Reina, escribió el evangelista en el
capítulo 21 del Apocalipsis debajo de metáforas, en particular llamando a
María santísima ciudad santa de Jerusalén y describiéndola con las
condiciones que por todo aquel capítulo prosigue. Y aunque en la primera
parte le declaré por más extenso en tres capítulos que le dividí
ajustándole, como se me dio a entender, al misterio de la inmaculada
concepción de la beatísima Madre, ahora es fuerza explicarle del misterio de
bajar la Reina de los ángeles del cielo a la tierra después de la ascensión
de su Hijo santísimo. Y no se entiende por esto que haya alguna
contradicción y repugnancia en estas explicaciones, porque entrambos caben
en la letra del texto sagrado, pues no hay duda que la divina sabiduría pudo
en unas mismas palabras comprender ajustadamente muchos misterios y
sacramentos, y en una palabra que habla podemos entender dos cosas, como
dice David (Sal 61,12
(A)), que las entendió sin equivocación ni
repugnancia. Y ésta es una de las causas de la dificultad de la sagrada
Escritura, y necesaria para que la oscuridad la hiciese más fecunda y
estimable y llegasen los fieles a tratarla con mayor humildad, atención y
reverencia. Y el estar tan llena de sacramentos y metáforas fue porque en
este estilo y palabras se pueden significar mejor muchos misterios sin
violencia de los términos más propios.
15. Esto se entenderá mejor en el
misterio de que hablamos, porque el evangelista dice
(Ap 21,2)
que vio descender del cielo
la ciudad santa de Jerusalén nueva y adornada,
etc. Y no hay duda que la metáfora de ciudad le conviene con verdad a María
santísima y que descendió del cielo ahora, después de haber subido a él con
su Hijo benditísimo, y antes, en la concepción inmaculada, en que descendió
de la mente divina, donde como tierra nueva y cielo nuevo estuvo formada, y
se declaró en la primera parte. Y el evangelista entendió entrambos estos
sacramentos cuando la vio descender corporalmente en la ocasión de que
hablamos y los encerró en aquel capítulo. Y
así es necesario ahora explicarle a este intento,
aunque se repita de nuevo la letra del sagrado texto, pero será con más
brevedad, por lo que ya queda dicho en la primera explicación. Y en ésta
hablaré en nombre del evangelista para ceñirme más en ella.
16.
Y vi dice san Juan
un cielo nuevo y tierra nueva, porque se fue
el primer cielo y primera tierra y no hay mar
(Ap 21,1).
Cielo nuevo y tierra nueva llamó a la humanidad santísima
del Verbo encarnado y a la de su divina Madre, cielo por la habitación y
nuevo por la renovación. En Cristo Jesús nuestro Salvador habita la
divinidad en unidad de persona, por sustancial unión indisoluble. En María
por singular modo de gracia después de Cristo. Y estos cielos son ya nuevos,
porque la humanidad pasible, que llagada y muerta estuvo en el sepulcro, la
vio levantada y colocada a la diestra de su eterno Padre, coronada de la
gloria y dotes que mereció con su vida y muerte. Y vio también a la Madre
que le dio este ser pasible y cooperó a la redención del linaje humano
asentada a la diestra de su Hijo y absorta en el océano de la divina luz
inaccesible, participando la gloria de su Hijo como Madre y que la mereció
de justicia por sus obras de inefable caridad. Llamó también cielo nuevo y
tierra nueva a la patria de los vivientes, renovada con la lucerna del
Cordero, con los despojos de sus triunfos y con la presencia de su Madre,
que como reyes verdaderos habían tomado la posesión del reino, que será
eterno. Le renovaron con su vista y nuevo gozo que han comunicado a sus
antiguos moradores y con los nuevos hijos de Adán que ,a él han traído para
poblarle como ciudadanos y vecinos que jamás le pierdan. Con esta novedad se
fue ya el primer cielo y la primera tierra, no sólo porque el cielo de la
humanidad santísima de Cristo y el de María, donde vivió como en primer
cielo, se fueron a las eternas moradas, llevando a ellas la tierra del ser
humano, sino también porque a este antiguo cielo y tierra pasaron los
hombres del ser pasible al estado de la impasibilidad. Se fueron los rigores
de la justicia y llegó el descanso. Pasó el invierno de los trabajos
(Cant 2,11)
y vino el verano de la alegría y gozo eterno. Fuese a si
mismo la primera tierra y cielo de todos los mortales porque, entrando
Cristo nuestro bien con su Madre santísima en la celestial Jerusalén, se
rompieron los candados y cerraduras que por cinco mil doscientos y treinta y
tres años habían tenido, para que ninguno entrase en ella y todos los
mortales quedasen en la tierra, si no se satisfacía primero la divina
justicia de la ofensa por las culpas.
17. Y singularmente María santísima fue
nuevo cielo y nueva tierra, ascendiendo con su Hijo y Salvador Jesús y
tomando la posesión de su diestra en la gloria de alma y cuerpo, sin haber
pasado por la común muerte de todos los hijos de los hombres. Y aunque antes
en la tierra de su condición humana era cielo, donde por especialísimo modo
vivió la divinidad, pero en esta gran Señora se fueron este primer cielo y
tierra y pasó por orden admirable a ser nuevo cielo y nueva tierra, en que
habitase Dios por suma gloria entre todas las criaturas. Y con esta novedad,
en esta nueva tierra en que habitaba Dios no hubo mar, porque para ella se
acabaran las amarguras y tormentas de los trabajos si admitiera el quedarse
desde entonces en aquel estado felicísimo. Y para los demás que en alma y
cuerpo o sólo en alma quedaron en la gloria, tampoco hubo mar de borrascas y
peligros como le había en la primera tierra de la mortalidad.
18. Y yo Juan, prosigue el evangelista,
vi a la ciudad santa Jerusalén, que descendía del cielo y de Dios, preparada
como la esposa adornada para su varón
(Ap 21,2).
Yo indigno apóstol de Jesucristo soya quien se le manifestó
tan oculto sacramento, para que diese noticia al mundo, y vi a la Madre del
Verbo humanado, verdadera ciudad mística de Jerusalén, visión de paz, que
descendía del trono del mismo Dios a la tierra, como vestida de la misma
divinidad y adornada con una nueva participación de sus atributos, de
sabiduría, potencia, santidad, inmutabilidad, amabilidad y similitud con su
Hijo en el proceder y obrar. Venía como instrumento de la omnipotente
diestra, como vicediós por nueva participación. Y aunque venía a la tierra
para trabajar en ella en beneficio de los fieles, privándose para esto
voluntariamente del gozo que tenía con la visión beatífica, determinó el
Altísimo enviarla preparada y guarnecida con todo el poder de su brazo y
recompensarle el estado y visión que por aquel tiempo dejaba con otra vista
y participación de su divinidad incomprensible, compatible con el estado de
viadora, pero tan divino y levantado que excediese a todo humano y angélico
entendimiento. Para esto la adornó de su mano con los dones a que la pudo
extender y la dejó preparada como esposa para su varón el Verbo humanado, de
tal manera que ni pudiese desear en ella gracia alguna ni excelencia que le
faltase, ni por estar ausente de su diestra dejase este varón de estar en
ella y con ella como en su cielo y trono proporcionado. Y como la esponja
recibe y embebe en sí misma el licor que participa, llenando de él todos sus
vacíos, así también a nuestro modo de entender quedó llena esta gran Señora
de la influencia y comunicación de la divinidad.
19. Prosigue el texto: Y del trono oí
una gran voz que decía: Mira al tabernáculo de Dios con los hombres, y
habitará con ellos, y serán pueblo suyo, y él será su Dios
(Ap 21,3).
Esta voz, que salió del trono, llevó toda mi atención con
divinos efectos de suavidad y gozo. Y entendí cómo antes de morir la gran
Señora recibía la posesión del premio merecido por singular favor y
prerrogativa debida a sola ella entre los mortales. Y aunque ninguno de los
que llegan a poseer el que les toca tiene autoridad para volver a la vida ni
se les deja en su mano, pero a esta única Esposa se le concedió esta gracia
para engrandecer sus glorias; pues habiendo llegado a poseerlas y hallándose
reconocida y aclamada de los cortesanos del cielo por su legítima Reina y
Señora, descendió por su voluntad a la tierra para ser sierva de sus mismos
vasallos y criarlos y gobernarlos como hijos. Por esta caridad sin medida
mereció de nuevo que todos los mortales fuesen pueblo suyo y se le diese
nueva posesión de la Iglesia militante donde volvía a ser habitadora y
gobernadora; y mereciera también que Dios esté con ellos y sea Dios
misericordioso y propicio con los hombres, porque en su pecho estuvo
sacramentado todo el tiempo que este sagrario de María purísima vivió en la
Iglesia después que descendió del cielo. Y para estar en ella, cuando no
hubiera otra razón, se quedara su mismo Hijo sacramentado en el mundo, y por
sus méritos y peticiones estaba con los hombres por gracia y nuevos
beneficios, y por esto añade y dice:
20. Y enjugará las lágrimas de sus ojos
y en adelante no habrá muerte, ni llanto, ni clamor
(Ap 21,4).
Porque esta gran Señora viene por Madre de la gracia, de la
misericordia, del gozo y de la vida, ella es quien llena al mundo de
alegría, quien enjuga las lágrimas que introdujo el pecado que comenzó de
nuestra madre Eva. Es la que convirtió el luto en regocijo, el llanto en
nuevo júbilo, los clamores en alabanza y gloria, y la muerte del pecado en
vida, y para quien la buscare en ella. Ya se acabó la muerte del pecado y
los clamores de los réprobos y su dolor irreparable, porque si antes se
acogieran los pecadores a este sagrado en él hallaran perdón, misericordia y
consuelo. Y los primeros siglos, donde faltaba María Reina de los ángeles,
ya se fueron y pasaron con dolor, y los clamores de los que la desearon y no
la vieron, como ahora la tienen y la posee el mundo para su remedio y amparo
y detener la justicia divina para solicitar misericordia a los pecadores.
21. Y el que estaba en el trono dijo:
Atiende que hago lluevas todas las cosas
(Ap 21,5).
Esta fue voz del eterno Padre que me dio a conocer cómo todo
lo hacía nuevo: Iglesia nueva, ley nueva, sacramentos nuevos.
Y habiendo hecho tan nuevos
favores a los hombres como darles a su Hijo unigénito, les hacía otro
singularísimo de enviarles a la Madre, tan renovada y nueva con admirables
dones y potestad de distribuir los tesoros de la redención que su Hijo puso
en sus manos, para que los derramase en los hombres con su prudentísima
voluntad. Para esto la envió a la Iglesia desde su real trono, renovada con
la imagen de su Unigénito, sellada con los atributos de la divinidad, como
un trasunto copiado de aquel original, cuanto en pura criatura era posible,
para que de ella se copiase la santidad de la nueva Iglesia evangélica.
22. Y me dijo: Escribe, porque estas
palabras son fidelísimas y verdaderas. Y me dijo también: ya está hecho. Yo
soy el principio y el fin; y daré al sediento que beba de balde de la fuente
de la vida. El que venciere poseerá estas cosas, y seré Dios para él, y será
él hijo para mí (Ap
21,5-7). Me mandó escribir este misterio el mismo
Señor desde su trono, para que testificase la fidelidad y verdad de sus
palabras y obras admirables con María santísima, en cuya grandeza y gloria
empeñó su omnipotencia. Y porque estos sacramentos eran tan ocultos y
levantados, los escribí en cifra y en enigma hasta su lugar; y tiempo
señalado, que por el mismo Señor se manifestasen al mundo y se entendiese
que ya estaba hecho todo lo posible que convenía para remedio y salud de los
mortales. Y con decir que estaba hecho, les hacía cargo de haber enviado a
su Unigénito para redimirlos con su pasión y muerte, enseñarlos con su vida
y doctrina, y a su Madre enriquecida para socorro y amparo de la Iglesia, y
al Espíritu Santo, para que la prosperase, ilustrase, confirmase y
fortaleciese con sus dones, como se lo había prometido. Y porque no tuvo más
que darnos el eterno Padre dijo: ya está hecho. Como si dijera: Todo lo
posible a mi omnipotencia y conveniente a mi equidad y bondad, como
principio y fin que soy de todo lo que tiene ser. Como principio, se le doy
a todas las cosas con la omnipotencia de mi voluntad, y como fin las recibo,
ordenando con mi sabiduría los medios por donde lleguen a conseguir este
fin. Los medios se reducen a mi Hijo santísimo y a su Madre, mi dilecta y
única entre los hijos de Adán. En ellos están las aguas puras y vivas de la
gracia, para que como de su fuente, origen y manantial beban todos los
mortales que sedientos de su salud eterna llegaren a buscarlas. Y para ellos
se darán de balde; porque no las pueden merecer, aunque se las mereció, y
con su misma vida, mi Hijo humanado, y su dichosa Madre se las granjea y
merece a los que a ella acuden. Y el que venciere a sí mismo, al mundo y al
demonio, que pretenden impedirle estas aguas de vida eterna, para ese
vencedor seré yo Dios liberal, amoroso y omnipotente, y él poseerá todos mis
bienes y lo que por medio de mi Hijo y de su Madre le tengo preparado,
porque le adoptaré por hijo y heredero de mi eterna gloria.
23. Pero a los tímidos,
incrédulos, odiosos, homicidas, fornicadores, maléficos, idólatras
y a todos los mentirosos, su
parte para éstos será en el estanque de fuego y
ardiente azufre, que es la muerte segunda
(Ap 21,8).
Para todos los hijos de Adán di a mi Unigénito por Maestro,
Redentor y Hermano, y a su Madre por amparo, medianera y abogada conmigo
poderosa, y como tal la vuelvo al mundo, para que todos entiendan que quiero
se valgan de su protección. Pero a los que no vencieren al temor de su carne
en padecer o no creyeren mis testimonios y maravillas obradas en beneficio
suyo y testificadas en mis Escrituras, a los que habiéndolas creído se
entregaren a las inmundicias torpes de los deleites carnales, a los
hechiceros, idólatras, que desamparan mi verdadero poder y divinidad y
siguen al demonio, todos los que obran la mentira y la maldad, no les
aguarda otra herencia más de la que ellos mismos eligieron para sí. Esta es
el formidable fuego del infierno, que como estanque de azufre arde sin
claridad con abominable olor, donde para todos los réprobos hay diversidad
de penas y tormentos correspondientes a las abominaciones que cada uno
cometió, aunque todas convienen en ser eternas y privar de la visión divina
que beatifica a los santos. Y ésta será la segunda muerte sin remedio,
porque no se aprovecharon del que tenía la primera muerte del pecado, que
por la virtud de su Reparador y de su Madre pudieron restaurar con la vida
de la gracia. Y prosiguiendo la visión, dice el evangelista:
24. Y
vino uno de los siete ángeles, que tenían siete
copas llenas de siete novísimos castigos, y
me dijo: Ven y
te mostraré la Esposa, que es mujer del Cordero
(Ap 21,9).
Conocí que este ángel y los demás eran de los supremos y
cercanos al trono de la beatísima Trinidad, y que se les había dado especial
potestad para castigar la osadía de los hombres que cometiesen los pecados
referidos, después de publicado al mundo el misterio de la redención, vida,
doctrina y muerte de nuestro Salvador, y la excelencia y potestad que tiene
su Madre santísima para remediar a los pecadores que la llaman de todo
corazón. Y porque con la sucesión de los tiempos se manifestarían más estos
sacramentos con los milagros y luz que recibiría el mundo y con los ejemplos
y vidas de los santos, y en particular de los varones apostólicos fundadores
de las religiones, y tanto número de mártires y confesores, por esto los
pecados de los hombres en los últimos siglos serán más graves y detestables,
y sobre tantos beneficios la ingratitud será más pesada y digna de mayores
castigos, y consiguientemente merecerían mayor indignación de la digna ira y
justicia divina. Así en los tiempos futuros que son los presentes para
nosotros castigaría Dios con rigor a los hombres con plagas novísimas,
porque serían las últimas, acercándose cada día al juicio final. Véase en la
primera parte el número 266.
25. Y me levantó
en espíritu el ángel a un grande y alto monte y me mostró a la ciudad santa
de Jerusalén, que bajaba del cielo desde el mismo Dios
(Ap 21,10).
Fui levantado con la fuerza del poder divino a un monte alto
de suprema inteligencia y luz de ocultos sacramentos, y con el espíritu
ilustrado vi a la esposa del Cordero, que era su mujer, como a ciudad santa
de Jerusalén; esposa del Cordero, por la similitud y amor recíproco del que
quitó los pecados del mundo, y mujer, porque le acompañó inseparablemente en
todas sus obras y maravillas y por ella salió del seno de su eterno Padre
para tener sus delicias con los hijos de los hombres, por hermanos de esta
Esposa. Y por ella también hermanos suyos del mismo Verbo humanado. La vi
como ciudad de Jerusalén, que encerró en sí y dio espaciosa habitación al
que no cabe ni en los cielos ni en la tierra, y porque en esta ciudad puso
el templo y propiciatorio donde quiso ser buscado y obligado para mostrarse
propicio y liberal con los hombres. Y la
vi como ciudad de Jerusalén, porque en su interior vi
encerradas todas las perfecciones de la Jerusalén triunfante, y el adecuado
fruto de la redención humana todo se contenía en ella. Y aunque en la tierra
se humillaba a todos y se postraba a nuestros pies, como si fuera la menor
de las criaturas, la vi en las alturas levantada al trono y diestra de su
Unigénito, de donde descendía a la Iglesia, próspera y abundante, para
favorecer a los hijos y fieles de ella.
CAPITULO 3
De Nuevo a Tapa
Prosigue la inteligencia de lo restante del capítulo 21 del
Apocalipsis.
26. Esta ciudad santa de Jerusalén,
María Señora nuestra dice el evangelista, tenía la claridad de Dios, y su
resplandor era semejante a una piedra preciosa de jaspe como cristal
(Ap 21,11).
Desde el punto que tuvo ser María santísima, fue su alma
llena y como bañada de una nueva participación de la divinidad, nunca vista
ni concedida a otra criatura, porque ella sola era la clarísima aurora que
participaba de los mismos resplandores del sol Cristo, hombre y Dios
verdadero, que de ella había de nacer. Y esta divina luz y claridad fue
creciendo hasta llegar al supremo estado que tuvo, asentada a la diestra de
su Hijo unigénito en el mismo trono de la beatísima Trinidad y vestida de
variedad de todos los dones, gracias, virtudes, méritos y gloria, sobre
todas las criaturas. Y cuando la vi en aquel lugar y luz inaccesible, me
pareció no tenía otra claridad más que la del mismo Dios, que en su
inmutable ser estaba como en fuente y en su origen y en ella estaba
participado, y por medio de la humanidad de su Hijo unigénito resultaba una
misma luz y claridad en la Madre y en el Hijo y en cada uno con su grado,
pero en sustancia parecía una misma y que no se hallaba en otro de los
bienaventurados ni en todos juntos. Y por la variedad parecía al jaspe, por
lo estimable era preciosa y por la hermosura de alma y cuerpo era como
cristal penetrado y bañado y sustanciado con la misma claridad y luz.
27. Y
tenía la ciudad un grande y alto muro con doce
puertas y en ellas doce ángeles, escritos los nombres de los doce tribus de
Israel: tres puertas al Oriente, tres al Aquilón, tres al Austro y tres al
Occidente (Ap
21,12-13). El muro que defendía y encerraba esta
ciudad santa de María santísima era tan alto y grande, cuanto lo es el mismo
Dios y su omnipotencia infinita y todos sus atributos, porque todo el poder
y grandeza divina y su sabiduría inmensa se emplearon en guarnecer a esta
gran Señora, en asegurarla y defenderla de los enemigos que la pudieran
asaltar. Y esta invencible defensa se dobló cuando descendió al mundo para
vivir en él sola, sin la asistencia visible de su Hijo santísimo, y para
asentar la nueva Iglesia del evangelio, que para esto tuvo todo el poder de
Dios por nuevo modo a su voluntad contra los enemigos de la misma Iglesia
visibles e invisibles. Y porque después que fundó el Altísimo esta ciudad de
María franqueó liberalmente sus tesoros y por ella quiso llamar a todos los
mortales al conocimiento de sí mismo y a la eterna felicidad sin excepción
de gentiles, judíos, ni bárbaros, sin diferencia de naciones y de estados,
por eso edificó esta ciudad santa con doce puertas a todas las cuatro partes
del mundo sin diferencia. Y en ellas puso los doce ángeles que llamasen y
convidasen a todos los hijos de Adán, y en especial despertasen a todos a la
devoción y piedad de su Reina; y los nombres de los doce tribus en estas
puertas, para que ninguno se tenga por excluido del refugio y sagrado de
esta Jerusalén divina y todos entiendan que María santísima tiene escritos
sus nombres en el pecho y en los mismos favores que recibió del Altísimo
para ser Madre de clemencia y misericordia y no de la justicia.
28. El muro de esta ciudad tenía doce
fundamentos y en
ellos estaban los nombres de los doce Apóstoles del Cordero
(Ap 21,14).
Cuando nuestra gran Madre y Maestra estuvo a la diestra de
su Hijo y Dios verdadero en el trono de su gloria y se ofreció a volver al
mundo para plantar la Iglesia, entonces el mismo Señor la encargó
singularmente el cuidado de los apóstoles y grabó sus nombres en el
inflamado y candidísimo corazón de esta divina Maestra y en él se hallaran
escritos si fuera posible que le viéramos. Y aunque entonces éramos solos
once los apóstoles, vino escrito en lugar de Judas san Matías, tocándole
esta suerte de antemano. Y porque del amor y sabiduría de esta Señora salió
la doctrina, la enseñanza, la firmeza y todo el gobierno con que los doce
apóstoles y san Pablo fundamos la Iglesia y la plantamos en el mundo, por
esto escribió los nombres de todos en los fundamentos de esta ciudad mística
de María santísima, que fue el apoyo y fundamento en que se aseguraron los
principios de la santa Iglesia y de sus fundadores los apóstoles. Con su
doctrina nos enseñó, con su sabiduría nos ilustró, con su caridad nos
inflamó, con su paciencia nos toleró, con su mansedumbre nos atraía y con su
consejo nos gobernaba, con sus avisos nos prevenía y con su poder divino, de
que era dispensadora, nos libraba de los peligros. A todos acudía como a
cada uno de nosotros y a cada uno como a todos juntos. Y los apóstoles
tuvimos patentes las doce puertas de esta ciudad santa más que todos los
otros hijos de Adán. Y mientras vivió por nuestra Maestra y amparo jamás se
olvidó de alguno de nosotros, sino que en todo lugar y tiempo nos tuvo
presentes y nosotros tuvimos su defensa y protección, sin faltarnos en
alguna necesidad y trabajo. Y de esta grande y poderosa Reina y por ella
participamos y recibimos todos los beneficios, gracias y dones que nos
comunicó el brazo del Altísimo, para ser idóneos ministros del Nuevo
Testamento (2 Cor 3,6).
Y por todo esto estaban nuestros nombres en los
fundamentos del muro de esta ciudad mística, la beatísima María.
29. Y el que hablaba conmigo tenía una
medida de oro, como caña para medir la ciudad, sus puertas y su muro.
Y la ciudad está puesta en
cuadrángulo, con igual longitud y latitud. Y midió la ciudad con la caña de
oro, con que tenía doce mil estadios. Y su longitud, latitud y altura eran
iguales (Ap 21,15-16).
Para que yo entendiese la magnitud inmensa de esta
ciudad santa de Dios, la midió en mi presencia el mismo que me hablaba. Y
para medirla tenía en la mano una vara o caña de oro, que era el símbolo de
la humanidad deificada con la persona del Verbo y de sus dones, gracia y
merecimientos, en que se encierra la fragilidad del ser humano y terreno y
la inmutabilidad preciosa e inestimable del ser divino que realzaba a la
humanidad y sus merecimientos. Y aunque esta medida excedía tanto a lo
mensurado, pero no se hallaba otra en el cielo ni en la tierra con que medir
a María santísima y su grandeza fuera de la de su Hijo y Dios verdadero,
porque todas las criaturas humanas y angélicas eran inferiores y desiguales
para investigar y medir esta ciudad mística y divina. Pero medida con su
Hijo, era proporcionada con él, como Madre digna suya, sin faltarle cosa
alguna para esta proporcionada dignidad. Y su grandeza contenía doce mil
estadios, con igualdad por todas cuatro superficies de su muro, que cada
lienzo contenía doce mil de largo y de alto, con que venía a estar en cuadro
y correspondencia muy igual. Tal era la grandeza e inmensidad y
correspondencia de los dones y excelencias de esta gran Reina, que si los
demás santos lo recibieron con medida de cinco o dos talentos, pero ella de
doce mil cada uno, excediéndonos a todos con inmensa magnitud. Y aunque fue
medida con esta proporción cuando bajó del no ser al ser en su inmaculada
concepción, prevenida para Madre del Verbo eterno, pero en esta ocasión que
bajó del cielo a plantar la Iglesia fue medida otra vez con la proporción de
su Unigénito a la diestra del Padre y se halló con la correspondencia
ajustada para tener allí aquel lugar y volver a la Iglesia para hacer el
oficio de su mismo Hijo y Reparador del mundo.
30. Y la
fábrica del muro era de piedra de jaspe; pero la ciudad era de oro finísimo,
semejante al vidrio puro y limpio. Y sus fundamentos estaban adornados con
todo género de piedras preciosas
(Ap 21,18-19).
Las obras y
compostura exterior de María santísima, que se
manifestaban a todos como en la ciudad se manifiesta el muro que la rodea,
todas eran de tan hermosa variedad y
admiración a los que la miraban y comunicaban, que sólo
con su ejemplo vencía y atraía los corazones y con su presencia ahuyentaba
los demonios y deshacía todas sus fantásticas ilusiones, que por eso el muro
de esta ciudad santa era de jaspe. Y con su proceder
y obrar en lo exterior hizo nuestra Reina
mayores frutos y maravillas en la primitiva Iglesia, que todos los apóstoles
y santos de aquel siglo. Pero lo interior de esta divina ciudad era finísimo
oro de inexplicable caridad, participada de la de su mismo Hijo, y tan
inmediata a la del ser infinito que parecía un rayo de ella misma. Y no sólo
era esta ciudad de oro levantado en lo precioso, sino también era como
vidrio claro, puro y
transparente, porque era un espejo inmaculado en que reverberaba la misma
divinidad, sin que en ella se conociese otra cosa fuera de esta imagen. Y a
más de esto era como una tabla cristalina en que estaba escrita la ley del
evangelio, para que por ella y en ella se manifestase al mundo todo, y por
eso era de vidrio claro y no de piedra oscura
(Ex 31,18)
como las de Moisés para un pueblo solo. Y los
fundamentos que se descubrían en el muro de esta gran ciudad todos eran de
preciosas piedras, porque la fundó el Altísimo de su mano, como poderoso y
rico, sin tasa ni medida, sobre lo más precioso, estimable y seguro de sus
dones, privilegios y
favores, significados en las piedras de mayor virtud, estimación, riqueza y
hermosura que se conoce entre las criaturas. Véase en el capítulo 19 de la
primera parte, libro primero
(Cf. supra p.I n.285-296).
31. Y las puertas de la ciudad, cada
una era una preciosa margarita. Doce puertas, doce margaritas, y la plaza
oro lucidísimo como el vidrio. Y no había templo en ella, porque su templo
es el mismo Dios omnipotente y el Cordero
(Ap 21,21-22).
El que llegare a esta ciudad santa de María para entrar en
ella por fe, esperanza, veneración, piedad y devoción, hallará la preciosa
margarita que le haga dichoso, rico y próspero en esta vida y en la otra
bienaventurado por su intercesión. Y no sentirá horror de entrar en esta
ciudad de refugio, porque sus puertas son amables y de codicia, como
preciosas y ricas margaritas, para que ninguno de los mortales tenga excusa
si no se valiere de María santísima y de su dulcísima piedad con los
pecadores, pues nada hubo en ella que dejase de atraerlos a sí y al camino
de la eterna vida. Y si las puertas son tan ricas y llenas de hermosura a
quien llegase, más lo será el interior que es la plaza de esta admirable
ciudad, porque es de finísimo oro y muy lucido, de ardentísimo amor y deseo
de admitir a todos, enriquecerlos con los tesoros de la felicidad eterna. Y
para esto se manifiesta a todos con su claridad y luz, y ninguno hallará en
ella tinieblas de falsedad o engaño. Y porque en esta ciudad santa de María
venía el mismo Dios por especial modo y el Cordero, que es su Hijo
sacramentado, que la llenaban y ocupaban, por esto no vi en ella otro templo
ni propiciatorio más que al mismo Dios omnipotente y al Cordero. Ni tampoco
era necesario que en esta ciudad se hiciera templo para que orase y pidiese
con acciones y ceremonias como en los demás, que para sus súplicas van a los
templos, porque el mismo Dios y su Hijo eran su templo y estaban atentos y
propicios para todas sus peticiones, oraciones y ruegos que por los fieles
de la Iglesia ofrecía.
32. Y no tenía necesidad de luz del sol
ni de la luna, porque la claridad de Dios la daba luz y su lucerna es el
Cordero (Ap 21,23).
Después que nuestra Reina volvió al mundo de la
diestra de su Hijo santísimo, no fue ilustrado su espíritu con el modo común
de los santos, ni como el que tuvo antes de la ascensión, sino que, en
recompensa de la visión clara y fruición de que carecía para volver a la
Iglesia militante, se le concedió otra visión abstractiva y continua de la
divinidad, a que correspondía otra fruición proporcionada. Y con este
especial modo participaba del estado de los comprensores, aunque estaba en
el de viadora. Y fuera de este beneficio recibió también otro, que su Hijo
santísimo sacramentado en las especies del pan perseveró siempre en el pecho
de María como en su propio sagrario, y no perdía estas especies
sacramentales hasta que recibía otras de nuevo. De manera que mientras vivió
en el mundo después que descendió del cielo, tuvo consigo siempre a su Hijo
santísimo y Dios verdadero sacramentado. Y en sí misma le miraba con una
particular visión que se le concedió, para que le viese y tratase, sin
buscar fuera de sí misma su real presencia. En su pecho le tenía, para decir
con la Esposa: Le tengo y
no lo dejaré
(Cant 3,4).
Con estos favores ni pudo haber noche en esta ciudad santa,
en que alumbrase la gracia como luna, ni tuvo necesidad de otros rayos del
sol de justicia, porque le tenía todo con plenitud y no por partes como los
demás santos.
33. Y caminarán las gentes en su
resplandor, y los reyes de la tierra llevarán a ella su gloria y su honor
(Ap 21,24).
Ninguna excusa ni disculpa tendrán los desterrados hijos de
Eva, si con la divina luz que María santísima ha dado al mundo no caminaren
a la verdadera felicidad. Para que ilustrase su Iglesia, la envió del cielo
su Hijo y Redentor en sus primeros principios y la dio a conocer a los
primogénitos de la Iglesia santa. Después de la sucesión de los tiempos ha
ido manifestando su grandeza y santidad por medio de las maravillas que esta
gran Reina ha obrado en innumerables favores y beneficios que de su mano han
recibido los hombres. Y en estos últimos siglos que son los presentes
dilatará su gloria y la dará a conocer de nuevo con mayor resplandor, por la
excesiva necesidad que tendrá la Iglesia de su poderosa intercesión y amparo
para vencer al mundo, al demonio y a la carne, que por culpa de los mortales
tomarán mayor imperio y fuerzas, como ahora las tienen para impedir les la
gracia y hacerlos más indignos de la gloria. Contra la nueva malicia de
Lucifer y sus seguidores quiere oponer el Señor los méritos y peticiones de
su Madre purísima y la luz que envía al mundo de su vida y poderosa
intercesión, para que sea refugio y sagrado de los pecadores y todos caminen
y vayan a él por este camino tan recto y seguro y lleno de resplandor.
34. Y si los reyes y príncipes de la
tierra caminasen con esta luz y llevasen su honor y gloria a esta ciudad
santa de María y en exaltar su nombre y el de su Hijo santísimo empleasen la
grandeza, potestad, riquezas y potencia de sus estados, asegúrense que si
con este norte se gobernasen merecerían ser encaminados con el amparo de
esta suprema Reina en el ejercicio de sus dignidades y con grande acierto
gobernarían sus estados o monarquías. Y para renovar esta confianza en
nuestros católicos príncipes, profesores y defensores de la santa fe, les
hago manifiesto lo que ahora y en el discurso de esta Historia se me ha dado
a entender para que así lo escriba. Esto es, que el supremo Rey de los reyes
y Reparador de las monarquías ha dado a María santísima especial título de
Patrona, Protectora y Abogada de estos reinos católicos. Y con este singular
beneficio determinó el Altísimo prevenir el remedio de las calamidades y
trabajos que al pueblo cristiano por sus pecados le habían de sobrevenir y
afligir y sucedería en estos siglos presentes como con dolor y lágrimas lo
experimentamos. El dragón infernal ha convertido su saña y furor contra la
santa Iglesia, conociendo el descuido de sus cabezas y de los miembros de
este cuerpo místico y que todos aman la vanidad y deleite. Y la mayor parte
de estas culpas y de su castigo toca a los más católicos, cuyas ofensas,
como de hijos, son más pesadas, porque saben la voluntad de su Padre
celestial que habita en las alturas y no la quieren cumplir más que los
extraños. Y sabiendo también que el reino de los cielos padece fuerza y se
alcanza con violencia
(Mt 11,12), ellos se han entregado al ocio, a las
delicias y a contemporizar con el mundo y la carne. Este peligroso engaño
del demonio castiga el justo Juez por mano del mismo demonio, dándole por
sus justos juicios licencia para que aflija a la Iglesia santa y azote con
rigor a sus hijos.
35. Pero el Padre de las misericordias
que está en los cielos no quiere que las obras de su clemencia sean del todo
extinguidas y para conservarlas nos ofrece el remedio oportuno de la
protección de María santísima, sus continuos ruegos, intercesión y
peticiones, con que la rectitud de la justicia divina tuviese algún título y
motivo conveniente para suspender el castigo riguroso que merecemos y nos
amenaza, si no procuramos granjear la intercesión de esta gran Reina y
Señora del cielo, para que desenoje a su Hijo santísimo justamente indignado
y nos alcance la enmienda de los pecados, con que provocamos su justicia y
nos hacemos indignos de su misericordia. No pierdan la ocasión los príncipes
católicos y los moradores de estos reinos cuando María santísima les ofrece
los días de la salud y el tiempo más aceptable de su amparo
(2 Cor 6,2).
Lleven a esta Señora su honor y gloria, dándosela toda a su
Hijo santísimo y a ella por el beneficio de la fe católica que les ha hecho,
conservándola hasta ahora en sus monarquías tan pura, con que han
testificado al mundo el amor tan singular que Hijo y Madre santísimos tienen
a estos reinos y el que manifiestan en darles este aviso saludable.
Procuren, pues, emplear sus fuerzas y grandeza en dilatar la gloria y
exaltación del nombre de Cristo por todas las naciones y el de María
santísima. Y crean que será medio eficacísimo para obligar al Hijo
engrandecer a la Madre con digna reverencia y dilatarla por todo el
universo, para que sea venerada y conocida de todas las naciones.
36. En mayor testimonio y prueba de la
clemencia de María santísima, añade el evangelista: Que las puertas de esta
Jerusalén divina no estaban cerradas ni por el día ni por la noche; para que
todas las gentes lleven a ella su gloria y honra
(Ap 21,25-26).
Nadie, por pecador y tardo que haya sido, por infiel y
pagano, llegue con desconfianza a las puertas de esta Madre de misericordia,
que quien se priva de la gloria que gozaba a la diestra de su Hijo para
venir a socorrernos no podrá cerrar las puertas de su piedad a quien llegare
a ellas por su remedio con devoto corazón. Y aunque llegare en la noche de
la culpa o en el día de la gracia y a cualquier hora de la vida, siempre
será admitido y socorrido. Si el que llama a media noche a las puertas del
amigo que de verdad lo es le obliga por la necesidad o por la importunidad a
que se levante y le socorra dándole los panes que pide
(Lc 11,8 (A.)),
¿qué hará la que es Madre y tan piadosa que llama, espera y
convida con el remedio? No aguardará que seamos importunos, porque es presta
en atender a los que la llaman, oficiosa en responder y toda suavísima y
dulcísima en favorecer y liberal en enriquecer. Es el fomento de la
misericordia, motivo para usar el Altísimo de ella y puerta del cielo para
que entremos a la gloria por su intercesión y ruegos. Nunca entró en ella
cosa manchada ni engañosa
(Ap 21,27).
Nunca se turbó, ni admitió indignación ni odio con los
hombres, no se halló en ella jamás engaño, culpa ni defecto, nada le falta
de cuanto se puede desear para remedio de los mortales. No tenemos excusa ni
descargo, si no llegamos con humilde reconocimiento, que como es pura y
limpia también nos purificará y limpiará a nosotros. Tiene la llave de las
fuentes del Redentor, de que dice Isaías
(Is 12,3)
saquemos agua, y su intercesión, obligada de nuestros
ruegos, vuelve la llave y salen las aguas para lavarnos ampliamente y
admitirnos en su felicísima compañía y de su Hijo y Dios verdadero por todas
las eternidades.
Doctrina que me dio la gran Reina
y Señora de los ángeles.
37. Hija mía, te quiero manifestar para
tu aliento y de mis siervos que has escrito los misterios de estos capítulos
con agrado y aprobación del Altísimo, cuya voluntad es que se manifieste al
mundo lo que yo hice por la Iglesia volviendo a ella desde el cielo empíreo
para ayudar a los fieles, y también el deseo que tengo de socorrer a los
católicos que se valieren de mi intercesión y amparo, como el Altísimo me lo
encargó, y yo con maternal afecto se le ofrezco a ellos. También ha sido
especial el gozo de los santos, y entre ellos de mi hijo Juan, que hayas
declarado el que tuvieron todos cuando subí con mi Hijo y mi Señor a los
cielos acompañándole en su ascensión, porque ya es tiempo que lo entiendan
los hijos de la Iglesia y conozcan más expresamente la grandeza de
beneficios a que me levantó el Todopoderoso y se levanten ellos en su
esperanza, estando más capaces de lo que les puedo y quiero favorecer,
porque me compadezco como madre amorosa de ver a mis hijos tan engañados del
demonio y oprimidos de su tiranía a que ciegamente se han entregado. Otros
grandes sacramentos encerró Juan mi siervo en el capítulo 21 y en el 12 del
Apocalipsis de los beneficios que me hizo el Altísimo, y de todos has
declarado en esta Historia lo que pueden conocer ahora los fieles para su
remedio por mi intercesión, y más escribirás adelante.
38. Pero desde luego para ti has de
coger el fruto de todo lo que has entendido y escrito. Y en primer lugar, te
debes adelantar en el cordial afecto y devoción que conmigo tienes y en una
firmísima esperanza de que yo seré tu amparo en todas tus tribulaciones y te
encaminaré en tus obras y que las puertas de mi clemencia estarán para ti
patentes y también para todos cuantos tú me encomendares, si fueres la que
yo quiero y tal como te deseo. Y para esto te advierto, carísima, y te aviso
que, como yo fui renovada en el cielo por el poder divino para volver a la
tierra y obrar en ella con nuevo modo y perfección, así el mismo Señor
quiere que tú seas renovada en el cielo de tu interior y en el retiro y
superior de tu espíritu y en la soledad de los ejercicios donde te has
recogido para escribir lo que resta de mi vida. Y no entiendas se ha
ordenado sin especial providencia, como lo conocerás ponderando lo que
precedió en ti para dar principio a esta tercera parte, como lo has escrito.
Ahora, pues, que sola y desocupada del gobierno y conversación de tu casa te
doy esta doctrina, es razón que con el favor de la divina gracia te renueves
en la imitación de mi vida y en ejecutar en ti cuanto es posible lo que
conoces en mí. Esta es la voluntad de mi Hijo santísimo, la mía y tus mismos
deseos. Oye, pues, mi enseñanza y cíñete de fortaleza, determina con
eficacia tu voluntad, para ser atenta, fervorosa, oficiosa, constante y
diligentísima en el agrado de tu Esposo y Señor. Acostúmbrate a no perderle
jamás de tu vista cuando desciendas a la comunicación de las criaturas y a
las obras de Marta. Yo seré tu maestra, los ángeles te acompañarán, para que
con ellos y sus inteligencias alabes continuamente al Señor, y Su Majestad
te dará su virtud, para que pelees sus batallas con sus enemigos y tuyos. No
te hagas indigna de tantos bienes y favores.
CAPITULO 4
De Nuevo a Tapa
Después de tres días que María santísima descendió del
cielo se manifiesta y
habla en su persona a los apóstoles, la visita Cristo nuestro Señor
y otros misterios hasta la
venida del Espíritu Santo.
39. Advierto de nuevo a los que leyeren
esta Historia que no extrañen los ocultos sacramentos de María santísima que
en ella vieren escritos, ni los tengan por increíbles por haberlos ignorado
el mundo hasta ahora, porque a más de que todos caben digna y
convenientemente en esta gran Reina, aunque la santa Iglesia hasta ahora no
haya tenido historias auténticas de las obras maravillosas que hizo después
de la ascensión de su Hijo santísimo, no podemos negar que serían muchas y
muy grandiosas, pues quedaba por maestra, protectora y madre de la ley
evangélica, que se introducía en el mundo debajo de su amparo y protección.
Y si para este ministerio la renovó el altísimo Señor, como se ha dicho, y
en ella empleó todo el resto de su omnipotencia, ningún favor o beneficio
por grande que sea se le ha de negar a la que fue única y singular, como no
disuene de la verdad católica.
40. Estuvo tres días en el cielo
gozando de la visión beatífica, como dije en el primer capítulo
(Cf. supra n.3),
y descendió a la tierra el día que corresponde al domingo
después de la ascensión, que llama la santa Iglesia infraoctava de la
fiesta. Estuvo en el cenáculo otros tres días gozando de los efectos de la
visión de la divinidad y templándose los resplandores con que venía de las
alturas, conociendo el misterio sólo el evangelista Juan, porque no convenía
manifestar este secreto a los demás apóstoles por entonces ni ellos estaban
harto capaces para él. Y aunque asistía con ellos, se les encubría su
refulgencia los tres días que la tuvo en la tierra, y fue así conveniente,
pues el mismo evangelista a quien se le concedió este favor cayó en tierra
postrado cuando llegó a su presencia, como arriba se dijo
(Cf. supra n.6),
aunque fue confortado con especial gracia para la primera
vista de su beatísima Madre. Tampoco fue conveniente que luego y
repentinamente le quitase el Señor a nuestra gran Reina la refulgencia y los
demás efectos exteriores e interiores con que venía desde su gloria y trono,
sino que con orden de su sabiduría infinita fuese poco a poco remitiendo
aquellos dones y favores tan divinos, para que volviese el virginal cuerpo
al estado visible más común en que pudiera conversar con los apóstoles y con
los otros fieles de la santa Iglesia.
41. Dejo asimismo advertido arriba
(Cf. supra p.II n.1512)
que esta maravilla de haber estado María santísima
personalmente en el cielo no contradice a lo que está escrito en los Actos
apostólicos (Act 1,14
(A.)), que los apóstoles y mujeres santas
perseveraron unánimes en oración con María Madre de Jesús y sus hermanos
después que Su Majestad subió a los cielos. La concordia de este lugar con
lo que he dicho es clara, porque san Lucas escribió aquella historia según
lo que él y los apóstoles vieron en el cenáculo de Jerusalén y no el
misterio que ignoraba. Y como el cuerpo purísimo estaba en dos partes,
aunque la atención y el uso de las potencias y sentidos fuese más perfecto y
real en el cielo, es verdad que asistía con los apóstoles y que todos la
veían. Y a más de esto, se verifica que María santísima perseveraba con
ellos en oración, porque desde el cielo los veía y unía su oración y
peticiones con todos los moradores del santo cenáculo, y en la diestra de su
Hijo santísimo se las presentó y alcanzó para ellos la perseverancia y otros
grandes favores del Altísimo.
42. Los tres días que estuvo esta gran
Señora en el cenáculo gozando de los efectos de la gloria y en el ínterin
que se iban templando los resplandores de su redundancia, se ocupó en
encendidos y divinos afectos de amor, de agradecimiento y de inefable
humildad, que no hay términos ni razones para manifestar lo que de este
sacramento he conocido, aunque será muy poco respecto de la verdad. En los
mismos ángeles y serafines que la asistían causó nueva admiración, y con
ella conferían entre sí mismos cuál era mayor maravilla, haber levantado el
brazo poderoso del Altísimo a una pura criatura a tantos favores y grandeza
o el ver que después de hallarse tan levantada y enriquecida de gracia y
gloria sobre todas las criaturas se humillase, reputándose por la más ínfima
entre ellas. Con esta admiración conocí que los mismos serafines estaban
como suspensos a nuestro modo de entender mirando a su Reina en las obras
que hacía, y hablando unos con otros decían: Si los demonios antes de su
caída llegaran a conocer este raro ejemplo de humildad, no fuera posible que
a vista suya se levantaran en su soberbia. Esta nuestra gran Señora es la
que sin defecto, sin mengua, no por partes, sino con toda plenitud, llenó
los vacíos de la humildad de todas las criaturas. Ella sola ponderó
dignamente la majestad y sobre eminente grandeza del Criador y la poquedad
de todo lo criado. Ella es la que sabe cuándo y cómo ha de ser obedecido y
venerado, y como lo sabe lo ejecuta. ¿Es posible que entre las espinas que
sembró el pecado en los hijos de Adán produjese la tierra este candidísimo
lirio de tanto agrado para su Criador y fragancia para los mortales
(Cant 2,2; 6,1 (A.)),
y que del desierto del mundo, yermo de la gracia y todo
terreno, se levantase tan divina criatura, tan afluente de las divinas
delicias del Todopoderoso
(Cant 8,5)?
Eternamente sea alabado en su sabiduría y bondad, que formó tal criatura tan
ordenada y admirable para santa emulación de nuestra naturaleza, para
ejemplo y gloria de la humana. Y tú, bendita entre las mujeres, señalada y
escogida entre todas las criaturas, seas bendita, conocida y alabada de
todas las generaciones. Goces por toda la eternidad de la excelencia que te
dio tu Hijo y nuestro Criador. Tenga en ti su agrado y complacencia, por la
hermosura de tus obras y prerrogativas; quede saciada en ellas la inmensa
caridad con que desea la justificación de todos los hombres. Tú por todos le
des satisfacción y mirándote a ti sola no le pesará haber criado a los demás
ingratos. Y si ellos le irritan y desobligan, tú le aplacas y le haces
propicio y caricioso. Y
no admiramos que tanto favorezca a los hijos de Adán, pues tú, Señora y
Reina nuestra, vives con ellos y son de tu pueblo.
43. Con estas alabanzas y otros muchos
cánticos que hacían los santos ángeles celebraron la humildad y obras de
María santísima después que descendió del cielo, y en algunos de estos
loores alternó ella con sus respuestas. Antes que la dejasen en el cenáculo
los que volvieron al cielo después de haberla acompañado y pasados los tres
días que estuvo en él sabiendo sólo san Juan los resplandores que la
cercaban conoció que ya era tiempo de tratar y conversar con los fieles. Lo
hizo así y miró a los apóstoles y discípulos con gran ternura como piadosa
Madre, y acompañándolos en la oración que hacían los ofreció con lágrimas a
su Hijo santísimo y pidió por ellos y por todos los que en los futuros
siglos habían de recibir la santa fe católica y la gracia. Y desde aquel
día, sin omitir alguno de los que vivió en la santa Iglesia, pidió también
al Señor que acelerase los tiempos en que se habían de celebrar en ella las
festividades de sus misterios, como en el cielo se le había manifestado de
nuevo. Pidió también que Su Majestad enviase al mundo los varones de
levantada y señalada santidad para la conversión de los pecadores, de que
tenía la misma ciencia. Y en estas peticiones era tanto el ardor de la
caridad con los hombres, que naturalmente la quitara la vida, y para
alentarla y moderar la fuerza de estos anhelos muchas veces le envió su Hijo
santísimo uno de los serafines más supremos que la respondiese y dijese que
se cumplirían sus deseos y peticiones, declarándola el orden que la divina
Providencia había de guardar en esto para mayor utilidad de los mortales.
44. Con la visión de la divinidad, de
que gozaba por el modo abstractivo que tengo dicho
(Cf. supra n.32),
era tan inefable el incendio de amor que padecía aquel
castísimo y purísimo corazón, que sin comparación excedía a los más
inflamados serafines, inmediatos al trono de la divinidad. Y cuando alguna
vez descendía un poco de los efectos de esta divina llama, era para mirar la
humanidad de su Hijo santísimo, porque ninguna especie de otras cosas
visibles reconocía en su interior, salvo cuando actualmente trataba con los
sentidos a las criaturas. Y en esta noticia y memoria de su amado Hijo
sentía algún natural cariño de su ausencia, aunque moderado y perfectísima,
como de madre prudentísima. Pero como en el corazón del Hijo correspondía el
eco de este amor, se dejaba herir de los deseos de su amantísima Madre,
cumpliéndose a la letra lo que dijo en los Cantares
(Cant 6,4 (A.)),
le hacían volar y le traían a la tierra los ojos con que le
miraba su querida Madre y Esposa.
45. Sucedió esto muchas veces, como
diré adelante (Cf.
infra n.213,347,357.598,619,631,646,656,665,etc.), y
la primera fue en uno de los pocos días que pasaron después que la gran
Señora descendió del cielo, antes de la venida del Espíritu Santo, aún no
seis días después que conversaba con los apóstoles. En este breve espacio
descendió Cristo nuestro Salvador en persona a visitarla y llenarla de
nuevos dones y consolación inefable. Estaba la candidísima paloma adolecida
de amor y con aquellos deliquios que ella confesó causaba la caridad bien
ordenada en la oficina del Rey
(Cant 2,4-5 (A.)).
Y Su Majestad, llegando a ella en esta ocasión, la reclinó
sobre su pecho en la mano siniestra de su deificada humanidad y con la
diestra de la divinidad la iluminó y enriqueció y la bañó toda de nuevas
influencias con que la vivificó y fortaleció. Allí descansaron las ansias
amorosas de esta cierva herida, bebiendo a satisfacción en las fuentes del
Salvador y fue refrigerada y fortalecida para encenderse más en la llama de
su fuego amoroso que jamás se extinguió. Curó quedando más herida de esta
dolencia, fue sana enfermando de nuevo y recibió vida para entregarse más a
la muerte de su afecto, porque este linaje de dolencia ni conoce otra
medicina ni admite otro remedio. Y cuando la dulcísima Madre con este favor
cobró algún esfuerzo y se le concedió el Señor a la parte sensitiva, se
postró ante Su Real Majestad y de nuevo le pidió la bendición con profunda
humildad y fervoroso agradecimiento por el favor que recibió con su vista.
46. Estaba la prudentísima Señora
desimaginada de este beneficio, no sólo por haber tan poco tiempo carecía de
la presencia humana de su santísimo Hijo, sino porque Su Majestad no le
declaró cuándo la visitaría y su altísima humildad no la dejaba pensar que
la dignación divina se inclinaría a darla aquel consuelo. Y como ésta fue la
primera vez que la recibió, fue mayor la admiración con que quedó más
humillada y aniquilada en su estimación. Estuvo cinco horas gozando de la
presencia y regalos de su Hijo santísimo, y nadie de los apóstoles conoció
entonces este beneficio, aunque en el semblante con que vieron a la divina
Reina y en algunas acciones sospecharon tenía novedad admirable, pero
ninguno se atrevió a preguntarle la causa por el temor y reverencia con que
la miraban. Para despedirse de su Hijo purísimo al tiempo que conoció se
quería volver a los cielos, se postró de nuevo en tierra, pidiéndole otra
vez su bendición y licencia para que si alguna la visitase como entonces
reconociese en su presencia los defectos que cometía en ser agradecida y
darle el retorno que debía a sus beneficios. Hizo esta petición, porque el
mismo Señor la ofrecía que la visitaría algunas veces en su ausencia y
porque antes de la subida a los cielos, cuando vivían juntos, acostumbraba
la humilde Madre a postrarse ante su Hijo y Dios verdadero, reconociéndose
indigna de sus favores y tarda en recompensarlos, como en la segunda parte
queda dicho (Cf. supra
p.II n.698,989,921,1028). Y aunque no pudo acusarse
de alguna culpa, porque ninguna cometió la que era Madre de la santidad, ni
tampoco con ignorancia se persuadió a que la tenía porque era Madre de la
sabiduría, pero dio el Señor lugar a su humildad, amor y ciencia, para que
llegase a la digna ponderación de la deuda que como pura criatura tenía a
Dios como a Dios, y con este altísimo conocimiento y humildad le parecía
poco todo lo que hacía en retorno de tan soberanos beneficios.
y esta desigualdad atribuía a sí
misma y aunque no era culpa quería confesar la inferioridad del ser terreno
comparado con la divina excelencia.
47. Pero entre los inefables misterios
y favores que recibió desde el día de la ascensión de su Hijo Jesús Salvador
nuestro, fue admirable la atención que esta prudentísima Maestra tuvo para
que los apóstoles y demás discípulos se preparasen dignamente para recibir
al Espíritu Santo. Conocía la gran Reina cuán estimable y divino era este
beneficio que les prevenía el Padre de las lumbres y conocía también el
cariño sensible de los apóstoles con la humanidad de su Maestro Jesús y que
los embarazaría algo la tristeza que padecían por su ausencia. Y para
reformar en ellos este defecto y mejorarlos en todo, como piadosa Madre y
poderosa Reina, en llegando al cielo con su Hijo santísimo despachó otro de
sus ángeles al cenáculo para que les declarase su voluntad y la de su Hijo,
que era se levantasen a sí sobre sí y estuviesen más donde amaban por fe al
ser de Dios que donde animaban que eran los sentidos, y que no se dejasen
llevar de la vista sola de la humanidad, sino que les sirviese de puerta y
camino para pasar a la divinidad, donde se halla adecuada satisfacción y
reposo. Mandó la divina Reina al santo ángel que todo esto les inspirase y
dijese a los apóstoles. Y después que la prudentísima Señora descendió de
las alturas, los consoló en su tristeza y los alentó en el desmayo que
tenían, y cada día una hora les hablaba y la gastaba en declararles los
misterios de la fe que su Hijo santísimo le había enseñado. Y no lo hacía en
forma de magisterio sino como confiriéndolo, y les aconsejó hablasen ellos
otra hora confiriendo los avisos y promesas, doctrina y enseñanza de su
divino Maestro Jesús y que otra parte del día rezasen vocalmente el Pater
noster y algunos salmos y que lo demás gastasen en oración mental y a la
tarde tomasen algún alimento de pan y peces y el sueño moderado. Y con esta
oración y ayuno se dispusiesen para recibir al Espíritu Santo que vendría
sobre ellos.
48. Desde la diestra de su Hijo
santísimo cuidaba la vigilante Madre de aquella dichosa familia, y para dar
a todas las obras el supremo grado de perfección, aunque hablaba después de
bajar del cielo a los apóstoles, nunca lo hizo sin que san Pedro o san Juan
se lo mandasen. Y pidió y alcanzó de su Hijo santísimo que así se lo
inspirase a ellos, para obedecerlos como a sus vicarios y sacerdotes, y lodo
se cumplía como la Maestra de la humildad prevenía, y después obedecía como
sierva, disimulando la dignidad de Reina y de Señera, sin atribuirse
autoridad, dominio ni superioridad alguna, sino obrando como inferior a
todos. Con este modo hablaba a los apóstoles y con los otros fieles. Y en
aquellos días les declaró el misterio de la santísima Trinidad con términos
muy altos e incomprensibles, pero inteligibles y acomodados al entender de
todos. Luego les declaró el misterio de la unión hipostática y todos los de
la encarnación y otros muchos de la doctrina que habían oído de su Maestro,
y cómo para mayor inteligencia serían ilustrados por el Espíritu Santo
cuando le recibiesen.
49. Les enseñó a orar mentalmente,
declarándoles la excelencia y necesidad de esta oración y que en la criatura
racional el principal oficio y más noble ocupación ha de ser levantarse con
el entendimiento y voluntad sobre todo lo criado al conocimiento y amor
divino, y que ninguna otra cosa ni ocupación se debe anteponer ni interponer
para que el alma se prive de este bien, que es el supremo de la vida y el
principio de la felicidad eterna. Les enseñó también cómo debían agradecer
al Padre de las misericordias el habernos dado a su Unigénito por nuestro
Reparador y Maestro y el amor con que nos había redimido a costa de su
pasión y muerte Su Majestad, y porque a ellos que eran sus apóstoles los
había escogido entre los demás hombres para su compañía y fundamentos de su
santa Iglesia. Con estas exhortaciones y enseñanza ilustró la divina Madre
los corazones de los once apóstoles y de los otros discípulos y los
fervorizó y dispuso para que estuviesen idóneos y prevenidos a recibir al
Espíritu Santo y sus divinos efectos. Y como penetraba sus corazones y
conocía la condición y natural de cada uno a todos se acomodaba, como la
necesidad de cada cual lo pedía, según su gracia y espíritu, para que con
alegría, consuelo y fortaleza obrasen las virtudes, y en las exteriores les
advirtió hiciesen humillaciones, postraciones y otras acciones de culto y
reverencia, adorando a la majestad y grandeza del Altísimo.
50. Todos los días por la mañana y
tarde iba a pedir la bendición a los apóstoles, primero a san Pedro como
cabeza y luego a san Juan y a los demás por sus antigüedades. Al principio
se querían retirar todos de hacer esta ceremonia con María santísima, porque
la miraban como a Reina y Madre de su Maestro Jesús, pero la prudentísima
Señora los obligó, para que todos la bendijesen como sacerdotes y ministros
del Altísimo, declarándoles esta suprema dignidad y el oficio que por ella
les tocaba, la suma reverencia y respeto que se les debía. Y como esta
competencia venía a ser sobre quién más se humillaba, era cierto que la
Maestra de la humildad había de quedar victoriosa y los discípulos vencidos
y enseñados con su ejemplo. Por otra parte las palabras de María santísima
eran tan dulces, ardientes y eficaces en mover los corazones de todos
aquellos primeros fieles, que con una fuerza divina y suavísima los
ilustraba y
reducía a obrar todo lo más santo
y perfecto de las virtudes. Y
reconociendo ellos estos admirables efectos en sí mismos, los conferían unos
con otros y
admirados decían: Verdaderamente en esta pura criatura
hallamos la misma enseñanza, doctrina y
consuelo que nos faltó con la ausencia de su Hijo
y nuestro Maestro. Sus
obras y palabras, sus consejos y comunicación llena de suavidad y
mansedumbre, nos enseña y obliga, como lo sentíamos con nuestro Salvador
cuando nos hablaba y
vivía con nosotros. Ahora se encienden nuestros corazones con la doctrina y
exhortaciones de esta admirable criatura, como nos sucedía con las palabras
de Jesús nuestro Salvador. Sin duda que como Dios omnipotente ha depositado
en la Madre de su Unigénito la sabiduría y
virtud divina. Podemos ya enjugar las lágrimas, pues
para nuestra enseñanza y
consuelo nos dejó tal Madre y Maestra y nos concedió tener con nosotros esta
viva arca del Testamento, donde depositó su ley, su vara de los prodigios,
el maná dulcísimo para nuestra vida y
consuelo.
51. Si los sagrados apóstoles y
los demás hijos primitivos de la santa Iglesia nos hubieran dejado escrito
lo que conocieron y alcanzaron de la gran Señora María santísima y de su
eminente sabiduría como testigos de vista, lo que la oyeron, hablaron
y comunicaron en tanto tiempo,
con estos testimonios tuviéramos noticia más expresa de la santidad y obras
heroicas de la Emperatriz de las alturas y cómo en la doctrina que enseñaba
y en los efectos que
obraba se conocía haberle comunicado su Hijo santísimo un linaje de virtud
divina semejante a la suya; aunque en el Señor estaba como la fuente en su
origen y en su beatísima Madre estaba como en el arcaduz o conducto por
donde se comunicaba y comunica a todos los mortales. Pero los apóstoles
fueron tan felices y dichosos que bebieron las aguas del Salvador y de la
doctrina de su purísima Madre en su misma fuente, recibiéndolas por el
sentido, como convenía para el ministerio y
oficio que se les encargaba de fundar la Iglesia
y plantar la fe del evangelio
por todo el orbe.
52. Por la traición
y muerte del infeliz entre los
nacidos, Judas, estaba su obispado, como dijo David
(Sal 108,8 (A.)),
de vacante y era necesario que se proveyese en otro
digno del apostolado, porque era voluntad del Altísimo que para la venida
del Espíritu Santo estuviese cumplido el número de los doce, como el Maestro
de la vida los había numerado cuando los eligió. Este orden del Señor les
declaró María santísima a los once apóstoles en una de las pláticas que les
hacía, y todos admitieron
la proposición y la suplicaron que como Madre y
Maestra nombrase ella al que conociese por más
digno e idóneo para el apostolado. No lo ignoraba la divina Señora, porque
tenía escritos en su corazón los nombres de los doce con san Matías, como
dije en el segundo capítulo
(Cf. supra n.28).
Pero con su humilde y
profunda sabiduría conoció que convenía remitir aquella
diligencia a san Pedro, para que comenzase a ejercer en la nueva Iglesia el
oficio de pontífice y cabeza, como vicario de Cristo,
su autor y Maestro. Le ordenó al apóstol que esta elección la hiciese en
presencia de todos los discípulos y otros fieles, para que todos le viesen
obrar como suprema cabeza de la Iglesia. Y así lo hizo san Pedro como lo
ordenó la Reina.
53. El modo de esta primera elección
que se hizo en la Iglesia refiere san Lucas en el capítulo 1 de los Hechos
apostólicos (Act
1,15ss). Dice que en aquellos días que fueron entre
la ascensión y venida del Espíritu Santo el apóstol san Pedro, habiendo
juntado los ciento y veinte que se hallaron también a la subida del Señor a
los cielos, les hizo una plática en que les declaró cómo convenía haberse
cumplido la profecía de David de la traición de Judas, la cual dejó escrita
en el salmo 40 (Sal
40,10), y cómo habiendo sido elegido entre los doce
apóstoles prevaricó infelizmente y se hizo caudillo de los que prendieron a
Jesús y del precio por que le vendió le quedó por posesión el campo que se
compró con él que en la lengua común llamaban Haceldama y al fin como
indigno de la misericordia divina se colgó a sí mismo y reventó por medio,
derramando sus entrañas. Como todo era notorio a cuantos estaban en
Jerusalén; y convenía que fuese elegido otro en su lugar en el apostolado
para testificar la resurrección del Salvador, conforme otra profecía del
mismo David (Sal
108,8); y éste que había de ser elegido debía ser
alguno de los que habían seguido a Cristo su Maestro en la predicación desde
el bautismo de san Juan.
54. Acabada esta plática y convenidos
todos los fieles en Que se hiciera elección del decimosegundo apóstol, se
remitió a san Pedro el modo de la elección. Determinó el apóstol que de
entre los sesenta y dos discípulos se nombrasen dos, que fueron José,
llamado el Justo, y Matías, y entre los dos se sortease y se tuviese por
apóstol aquel a quien le cupiese la suerte. Aprobaron todos este modo de
elegir, que entonces era muy seguro porque la virtud divina obraba grandes
maravillas para fundar la Iglesia. Y escribiendo los nombres de los dos cada
uno en una cédula con el oficio de discípulo y apóstol de Cristo, los
pusieron en un vaso que no se viese, y todos hicieron oración pidiendo a
Dios eligiese a quien fuera su santísima voluntad, pues conocía como Señor
los corazones de todos. Luego san Pedro sacó una suerte en que estaba
escrito: Matías, discípulo y apóstol de Jesús, y con alegría de todos fue
reconocido y admitido san Matías por legítimo apóstol y los once le
abrazaron. Y María santísima, que a todo estaba presente, le pidió la
bendición y a su imitación lo hicieron los demás fieles y todos continuaron
la oración y ayuno hasta la venida del Espíritu Santo.
Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.
55. Hija mía, te admiras con razón de
los ocultos y
soberanos favores que recibí de la diestra de mi Hijo y de
la humildad con que los recibía y agradecía, de la caridad y atención que
entre este gozo tenía a las necesidades de los apóstoles y fieles de la
santa Iglesia. Tiempo es ya, carísima, de que en ti cojas el fruto de esta
ciencia; ni tú puedes ahora entender más, ni mi deseo en ti se extiende a
menos que a tener una hija fiel que me imite con fervor y una discípula que
me oiga y siga con todo el corazón. Enciende, pues, la luz de tu viva fe,
con saber que yo soy tan poderosa para favorecerte y ayudarte, y fía de mí,
que lo haré sobre tus deseos y seré liberal sin escasez en llenarte de
grandes bienes. Pero tú para recibirlos humíllate más que la misma tierra y
toma el último lugar entre las criaturas, pues por ti misma eres más inútil
que el más vil y desechado polvo y nada tienes más que la misma miseria y
necesidad. Pondera bien con esta verdad cuánta y cuál es contigo la
clemencia y dignación del Altísimo y qué grado de agradecimiento y retorno
le debes; y si el que paga, aunque sea por entero, lo que debe, no tiene de
qué se gloriar, tú, que no puedes satisfacer por tanta deuda, justo es que
quedes humillada, pues quedas siempre deudora, aunque siempre trabajes
cuanto puedas. Pues, ¿qué será siendo remisa y negligente?
56. Con esta prudencia y atención
conocerás cómo debes imitarme en la fe viva, en la esperanza cierta, en la
caridad fervorosa, en la humildad profunda y en el culto y reverencia debida
a la infinita grandeza del Señor. Y te advierto de nuevo que la sagacidad de
la serpiente es vigilantísima contra los mortales para que no atiendan a la
veneración y culto que se debe a su Dios y con vana osadía desprecian esta
virtud y las que en sí contiene. En los mundanos v viciosos introduce un
estultísimo olvido de las verdades católicas, para que la fe divina no les
proponga el temor y veneración que se debe al Muy Alto, y en esto los hace
muy semejantes a los paganos, que no conocen la verdadera divinidad. A
otros, que desean la virtud y hacen algunas obras buenas, les causa el
enemigo una tibieza y negligencia peligrosa con que pasan inadvertidos de lo
que pierden por faltarles el fervor. Y a los que tratan de más perfección,
los pretende este dragón engañar con una grosera confianza, para que con los
favores que reciben o con la clemencia que conocen, se juzguen por muy
familiares con el Señor y se descuiden en la humilde veneración y temor con
que han de estar en presencia de tanta Majestad, ante quien tiemblan las
potestades del cielo, como la santa Iglesia se lo enseña
(Prefacio de la misa).
Y porque en otras ocasiones te he amonestado y advertido de
este peligro basta ahora acordártelo.
57. Pero de tal manera quiero que seas
fiel y puntual en ejercitar esta doctrina, que en todas tus acciones
exteriores sin afectación ni extremos la confieses y practiques, para que
con ejemplo y palabras enseñes a todos los que te trataren el temor santo y
veneración que las criaturas deben al Criador. Y especialmente quiero que a
tus religiosas las adviertas y enseñes esta ciencia, para que no ignoren la
humildad y reverencia con que han de tratar con Dios. Y la más eficaz
enseñanza será en ti el ejemplo en las obras de obligación, porque éstas ni
las debes ocultar ni omitirlas por temor de la vanidad. Esta obligación es
mayor en el que gobierna a otros, que es deuda del oficio exhortar, mover y
encaminar a los súbditos en el temor santo del Señor y esto se hace más
eficazmente con el ejemplo que con las palabras. En particular las amonesta
a la veneración que han de tener a los sacerdotes, como ungidos y cristos
del Señor. Y tú a imitación mía pídeles siempre la bendición cuando llegares
a oírles y te despidieres de ellos. Y cuando más favorecida te veas de la
divina dignación, vuelve también los ojos a las necesidades y aflicciones de
tus prójimos y al peligro de los pecadores, y pide por todos con viva fe y
confianza, que no es legítimo amor con Dios si sólo con gozar se contenta y
se olvida de sus hermanos. Aquel sumo bien que conoces y participas, has de
solicitar y pedir se comunique a todos, pues a nadie excluye y todos
necesitan de su comunicación y auxilio divino. En mi caridad conoces lo que
debes imitar en todo.
CAPITULO 5
De Nuevo a Tapa
La venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles
y otros fieles; le vio María
santísima intuitivamente y
otros ocultísimos misterios y
secretos que sucedieron entonces.
58. En compañía de la gran Reina del
cielo perseveraban alegres los doce apóstoles con los demás discípulos y
fieles aguardando en el cenáculo la promesa del Salvador, confirmada por la
Madre santísima, de que les enviaría de las alturas al Espíritu consolador,
que les enseñaría y administraría todas las cosas que en su doctrina habían
oído (Jn 14,26).
Estaban todos unánimes y tan conformes en la caridad, que en
todos aquellos días ninguno tuvo pensamiento, afecto, ni ademán contrario de
los otros; uno mismo era el corazón y alma de todos en el sentir y obrar. Y
aunque se ofreció la elección de san Matías, no intervino entre todos estos
nuevos hijos de la Iglesia un ademán ni menor movimiento de discordia, con
ser esta ocasión en la que los diferentes dictámenes arrastran la voluntad
para discordar aun los más atentos, porque todos lo son para seguir cada uno
su parecer y no reducirse al ajeno. Pero entre aquella santa congregación no
tuvo entrada la discordia, porque los unió la oración, el ayuno y el estar
todos esperando la visita del Espíritu Santo, que sobre corazones
encontrados y discordes no puede tener asiento. Y para que se vea cuán
poderosa fue esta unión de caridad, no sólo en disponerlos para recibir el
Espíritu Santo, sino también para vencer a los demonios y ahuyentarlos,
advierto que desde el infierno, donde estaban aterrados después de la muerte
de nuestro Salvador Jesús, desde allí sintieron nueva opresión y terror con
las virtudes de los que estaban en el cenáculo; aunque no las conocieron en
particular, sintieron que de allí les resultaba aquella nueva fuerza que los
acobardaba y juzgaron que se destruía su imperio con lo que aquellos
discípulos de Cristo comenzaban a obrar en el mundo con su doctrina y
ejemplo.
59. La Reina de los ángeles María
santísima con la plenitud de sabiduría y gracia conoció el tiempo y la hora
determinada por la divina voluntad para enviar al Espíritu Santo sobre el
colegio apostólico. y como se cumpliesen los días de Pentecostés
(Act 2,1ss),
que fue cincuenta días después de la resurrección del Señor
y nuestro Redentor, vio la beatísima Madre cómo en el cielo la humanidad de
la persona del Verbo proponía al eterno Padre la promesa que el mismo
Salvador dejaba hecha en el mundo a sus apóstoles, de enviarles al divino
Espíritu consolador, y que se cumplía el tiempo determinado por su infinita
sabiduría para hacer este favor a la santa Iglesia para plantar en ella la
fe que el mismo Hijo había ordenado y los dones que le había merecido.
Propuso Su Majestad también los méritos que en la carne mortal había
adquirido con su santísima vida, pasión y muerte y los misterios que había
obrado para remedio del humano linaje, y que era su medianero, abogado e
intercesor entre el eterno Padre y los hombres, y que entre ellos vivía su
dulcísima Madre, en quien las divinas personas se complacían. Pidió también
Su Majestad que viniese el Espíritu Santo al mundo en forma visible, a más
de la gracia y dones invisibles, porque así convenía para honrar la ley del
evangelio a vista del mundo, para confortar y alentar más a los apóstoles y
fieles que habían de predicar la palabra divina, para causar terror en los
enemigos del mismo Señor, que en su vida le habían perseguido y despreciado
hasta la muerte de Cruz.
60. Esta petición, que hizo nuestro
Redentor en el cielo, acompañó su Madre santísima desde la tierra en la
forma que a la piadosa Madre de los fieles competía. Y estando con profunda
humildad postrada en tierra en forma de cruz, conoció cómo en el consistorio
de la beatísima Trinidad se admitía la petición del Salvador del mundo y que
para despacharla y ejecutarla -a nuestro modo de entender las dos personas
del Padre y del Hijo, como principio de quien procede el Espíritu Santo,
ordenaban la misión activa de la tercera Persona, porque a las dos se les
atribuye el enviar la que procede de entrambos, y la tercera persona del
Espíritu Santo aceptaba la misión pasiva y admitía venir al mundo. Y aunque
todas estas Personas divinas y sus operaciones son de una misma voluntad
infinita y eterna sin desigualdad alguna, pero las mismas potencias que en
todas Personas son indivisas e iguales tienen unas operaciones ad intra en
una persona que no las tienen en otra; y así el entendimiento en el Padre
engendra y no en el Hijo, porque es engendrado, y la voluntad en el Padre y
en el Hijo espira y no en el Espirito Santo, que es espirado. Y por esta
razón al Padre y al Hijo se les atribuye enviar, como principio activo, al
Espíritu Santo ad extra
y a él se le atribuye el ser enviado como pasivamente.
61. Precediendo las peticiones dichas,
el día de Pentecostés por la mañana la prudentísima Reina previno a los
apóstoles y a los demás discípulos y mujeres santas que todas eran ciento y
veinte personas para que orasen y esperasen con mayor fervor, porque muy
presto serían visitados de las alturas con el divino Espíritu.
Y estando así orando todos
juntos con la celestial Señora, a la hora de tercia se oyó en el aire un
gran sonido de un espantoso tronido y un viento o espíritu vehemente con
grande resplandor, como de relámpago y de fuego, y todo se encaminó a la
casa del cenáculo, llenándola de luz y derramándose aquel divino fuego sobre
toda aquella santa congregación. Aparecieron sobre la cabeza de cada uno de
los ciento y veinte unas lenguas del mismo fuego en que venía el Espíritu
Santo, llenándolos a todos y a cada uno de divinas influencias y dones
soberanos y causando a un mismo tiempo muy diferentes y contrarios efectos
en el cenáculo y en todo Jerusalén, según la diversidad de sujetos.
62. En María santísima fueron divinos y
admirables para los cortesanos del cielo, que los demás somos muy inferiores
para entenderlos y explicarlos. Quedó la purísima Señora transformada y
elevada toda en el mismo altísimo Dios, porque vio intuitivamente y con
claridad al Espíritu Santo y por algún espacio, aunque de paso, gozó de la
visión beatífica de la divinidad, y de sus dones y efectos recibió sola ella
más que todo el resto de los santos. Y su gloria por aquel tiempo excedió a
la de los ángeles y bienaventurados. Y sola ella dio más gloria, alabanza y
agradecimiento que todos ellos juntos por el beneficio de haber enviado el
Señor a su divino Espíritu sobre la santa Iglesia, empeñándose para enviarle
muchas veces y gobernarla con su asistencia hasta el fin del mundo.
Y de las obras que sola María
santísima hizo en esta ocasión se complació y agradó la beatísima Trinidad
de manera que se dio Su Majestad como por pagado y satisfecho de este favor
que hizo al mundo; y no sólo por satisfecho, pero hizo como si se hallara
obligado, por tener a esta única criatura que el Padre miraba como Hija y el
Hijo como Madre y el Espíritu Santo como a Esposa, a quien a nuestro modo de
entender debía visitar y enriquecer después de haberla elegido para tan alta
dignidad. Se renovaron en la digna y feliz Esposa todos los dones y gracias
del Espíritu Santo con nuevos efectos y operaciones que no caben en nuestra
capacidad.
63. Los apóstoles, como dice san Lucas
(Act 2,4),
fueron también llenos y repletos del Espíritu Santo, porque
recibieron admirables aumentos de la gracia justificante en grado muy
levantado y solos ellos doce fueron confirmados en esta gracia para no
perderla. Respectivamente se les infundieron hábitos de los siete dones,
sabiduría, entendimiento, ciencia, piedad, consejo, fortaleza y temor, todos
en grado convenientísimo. En este beneficio tan grandioso y admirable como
nuevo en el mundo, quedaron los doce apóstoles elevados y renovados para ser
idóneos ministros del Nuevo Testamento
(2 Cor 3,6)
y fundadores de la Iglesia evangélica en todo el mundo,
porque esta nueva gracia y dones les comunicaron una virtud divina que con
eficaz y
suave fuerza los inclinaba a lo más heroico de todas las
virtudes y a lo supremo de la santidad. Y con esta fuerza oraban y obraban
pronta y fácilmente todas las cosas, por arduas y difíciles que fuesen, y
esto no con tristeza y por violenta necesidad, sino con gozo y alegría.
64. En todos los demás discípulos y
otros fieles que recibieron el Espíritu Santo en el cenáculo, obró el
Altísimo los mismos efectos con proporción y respectivamente, salvo que no
fueron confirmados en gracia como los apóstoles, pero según la disposición
de cada uno se les comunicó la gracia y dones con más o menos abundancia
para el ministerio que les tocaba en la santa Iglesia. Y la misma proporción
se guardó en los apóstoles, pero san Pedro y san Juan señaladamente fueron
aventajados en estos dones por los más altos oficios que tenían, el uno de
gobernar la Iglesia como cabeza y el otro de asistir y servir a su Reina y
Señora de cielo y tierra María santísima. El texto sagrado de san Lucas dice
que el Espíritu Santo llenó toda la casa donde estaba aquella feliz
congregación (Act 2,2),
no sólo porque todos en ella quedaron llenos del
divino Espíritu y de sus inefables dones, sino porque la misma casa fue
llena de admirable luz y resplandor. Y esta plenitud de maravillas y
prodigios redundó y se comunicó a otros fuera del cenáculo, porque obró
también diversos y varios efectos el Espíritu Santo en los moradores y
vecinos de Jerusalén. Todos aquellos que con alguna piedad se compadecieron
de nuestro Salvador y Redentor Jesús en su pasión y muerte, doliéndose de
sus acerbísimos tormentos y reverenciando su venerable persona, fueron
visitados en lo interior con nueva luz y gracia que los dispuso para admitir
después la doctrina de los apóstoles. Y los que se convirtieron con el
primer sermón de san Pedro eran muchos de éstos, a quien su compasión y pena
de la muerte del Señor les comenzó a granjear tanta dicha como ésta. Otros
justos que estaban en Jerusalén fuera del cenáculo recibieron también grande
consolación interior con que se movieron y dispusieron, y así obró en ellos
el Espíritu Santo nuevos efectos de gracia, respectivamente, en cada uno.
65. Pero no son menos admirables,
aunque más ocultos, otros efectos muy contrarios a los que he dicho, que el
mismo Espíritu divino obró este día en Jerusalén. Sucedió, pues, que con el
espantoso trueno y vehemente conmoción del aire y relámpagos en que vino el
Espíritu Santo, turbó y atemorizó a todos los moradores de la ciudad
enemigos del Señor, respectivamente a cada uno según su maldad y perfidia.
Se señaló este castigo con todos cuantos fueron actores y concurrieron en la
muerte de nuestro Salvador, particularizándose y airándose en malicia y
rabia. Todos éstos cayeron en tierra por tres horas, dando en ella de
cerebro. Y los que azotaron a Su Majestad murieron luego todos, ahogados de
su propia sangre, que del golpe se les movió y trasvenó hasta sofocarlos,
por la que con tanta impiedad derramaron. El atrevido que dio la bofetada a
Su Majestad divina no sólo murió repentinamente, sino que fue lanzado en el
infierno en alma y cuerpo. Otros de los judíos, aunque no murieron, quedaron
castigados con intensos dolores y algunas enfermedades abominables, que con
la sangre de Cristo de que se cargaron han pasado a sus descendientes y aun
perseveran hoy entre ellos y los hacen inmundismos y horribles. Este castigo
fue notorio en Jerusalén, aunque los pontífices y fariseos pusieron gran
diligencia en desmentirlo, como lo hicieron en la resurrección del Salvador;
pero como esto no era tan importante no lo escribieron los apóstoles ni
evangelistas, y la confusión de la ciudad y la multitud lo olvidó luego.
66. Pasó también el castigo y el temor
hasta el infierno, donde los demonios le sintieron con nueva confusión y
opresión, que les duró tres días, como a los judíos estar en tierra tres
horas. Y en aquellos días estuvieron Lucifer y sus demonios dando
formidables aullidos, con que todos los condenados recibieron nueva pena y
aterramiento de confusísimo dolor. ¡Oh Espíritu inefable y poderoso! La
Iglesia santa os llama dedo de Dios, porque procedéis del Padre y del Hijo
como el dedo del brazo y del cuerpo, pero en esta ocasión se me ha
manifestado que tenéis el mismo poder infinito con el Padre y con el Hijo.
En un mismo tiempo con vuestra real presencia se movieron cielo y tierra con
efectos tan disímiles en todos sus moradores, pero muy semejantes a los que
sucederán el día del juicio. A los santos y a los justos llenasteis de
vuestra gracia, dones y consolación inefable, y a los impíos y soberbios
castigasteis y llenasteis de confusión y penas. Verdaderamente veo aquí
cumplido lo que dijisteis por David
(Sal 93,1ss),
que sois Dios de venganzas y libremente obráis dando la
retribución digna a los malos, porque no se gloríen en su malicia injusta ni
digan en su corazón que no lo veréis ni entenderéis, redarguyendo y
castigando sus pecados.
67. Entiendan, pues, los insipientes
del mundo y sepan los estultos de la tierra que conoce el Altísimo los
pensamientos vanos de los hombres y que si con los justos es liberal y
suavísimo, con los impíos y malos es rígido y justiciero para su castigo. Le
tocaba al Espíritu Santo hacer lo uno y lo otro en esta ocasión. Porque
procedía del Verbo, que se humanó por los hombres y murió para redimirlos y
padeció tantos oprobios y tormentos sin abrir su boca ni dar retribución de
estas deshonras y desprecios. Y bajando al mundo el Espíritu Santo, era
justo que volviera por la honra del mismo Verbo humanado y, aunque no
castigara a todos sus enemigos, pero en el castigo de los más impíos quedara
señalado el que merecían todos los que con dura perfidia le habían
despreciado, si con darles lugar no se reducían a la verdad con verdadera
penitencia. A los pocos que habían admitido al Verbo humanado, siguiéndole y
oyéndole como Redentor y Maestro, y a los que habían de predicar su fe y
doctrina, era justo premiarlos y disponerlos con favores proporcionados para
el ministerio de plantar la Iglesia y ley evangélica. A María santísima era
como debido visitarla el Espíritu Santo. El Apóstol dijo
(Ef 5,31 (A.))
que dejar el hombre a su padre y madre y unirse con su
esposa, como lo había dicho Moisés
(Gen 2,24 (A.)),
era gran sacramento entre Cristo y la Iglesia, por quien
descendió del seno del Padre para unirse con ella en la humanidad que
recibió. Pues si Cristo bajó del cielo por estar con su esposa la Iglesia,
consiguiente parecía que bajase el Espíritu Santo por María santísima, no
menos esposa suya que Cristo de la Iglesia y no la amaba menos que el Verbo
humanado a la Iglesia.
Doctrina que me dio la gran Reina del cielo
y Señora nuestra.
68 Hija mía, poco atentos y agradecidos
son los hijos de la Iglesia al beneficio que les hizo el Altísimo enviando a
ella el Espíritu Santo, después de haber enviado a su Hijo por Maestro y
Redentor de los hombres. Tanta fue la dilección con que los quiso amar y
traer a sí, que para hacerlos participantes de sus divinas perfecciones
envió primero al Hijo, que es la sabiduría, y después al Espíritu Santo, que
es su mismo amor, para que de estos atributos fuesen enriquecidos en el modo
que todos eran capaces de recibirlos. y aunque vino el divino Espíritu en la
primera vez sobre los apóstoles y los demás que con ellos estaban, pero en
aquella venida dio prendas y testimonio de que haría el mismo favor a los
demás hijos de la Iglesia, de la luz y del evangelio, comunicando a todos
sus dones si todos se dispusieren para recibirlos. Y en fe de esta verdad
venía el mismo Espíritu Santo sobre muchos de los creyentes en forma o en
efectos visibles, porque eran verdaderamente fieles siervos, humildes,
sencillos y de corazón limpio y aparejados para recibirle. Y también ahora
viene en muchas almas justas, aunque no con señales tan manifiestas como
entonces, porque no es necesario ni conveniente. Los efectos y dones
interiores todos son de una misma condición, según la disposición y grado de
cada uno que los recibe.
69. Dichosa es el alma que anhela y
suspira por alcanzar este beneficio. y participar de este divino fuego, que
enciende, ilustra y consume todo lo terreno y carnal, y purificándola la
levanta a nuevo ser por la unión y participación del mismo Dios. Esta
felicidad, hija mía, deseo para ti como verdadera y amorosa madre; y para
que la consigas con plenitud te amonesto de nuevo prepares tu corazón,
trabajando por conservar en él una inviolable tranquilidad y paz en todo lo
que te sucediere. Quiere la divina clemencia levantarte a una habitación muy
alta y segura, donde tengan término las tormentas de tu espíritu y no
alcancen las baterías del mundo ni del infierno, donde en tu reposo descanse
el Altísimo y halle en ti digna morada y templo de su gloria. No te faltarán
acometimientos y tentaciones del dragón y todas con suma astucia. Vive
prevenida, para que ni te turbes ni admitas desasosiego en lo interior de tu
alma. Guarda tu tesoro en tu secreto y goza de las delicias del Señor, de
los efectos dulces de su casto amor, de las influencias de su ciencia, pues
en esto te ha elegido y señalado entre muchas generaciones, alargando su
mano liberalísima contigo.
70. Considera, pues, tu vocación y
asegúrate que de nuevo te ofrece el Altísimo la participación y comunicación
de su divino Espíritu y sus dones. Pero advierte que cuando los concede no
quita la libertad de la voluntad, porque siempre deja en su mano el hacer
elección del bien y del mal a su albedrío, y así te conviene que en
confianza del favor divino tomes eficaz resolución de imitarme en todas las
obras que de mi vida conoces y no impedir los efectos y virtud de los dones
del Espíritu Santo. Y para que mejor entiendas esta doctrina, te diré la
práctica de todos siete.
71. El primero, que es la sabiduría,
administra el conocimiento y gusto de las cosas divinas para mover el
cordial amor que en ellas debes ejercitar, codiciando y apeteciendo en todo
lo bueno, lo mejor y más perfecto y agradable al Señor. Y a esta moción has
de concurrir entregándote toda al beneplácito de la divina voluntad y
despreciando cuanto te pueda impedir, por más amable que sea para la
voluntad y deseable al apetito. A esto ayuda el don del entendimiento, que
es el segundo, dando una especial luz para penetrar profundamente el objeto
representado al entendimiento. Con esta inteligencia has de cooperar y
concurrir, divirtiendo y apartando la atención y discurso de otras noticias
bastardas y peregrinas, que el demonio por sí y por medio de otras criaturas
ofrece para distraer el entendimiento y que no penetre bien la verdad de las
cosas divinas. Esto le embaraza mucho, porque son incompatibles estas dos
inteligencias y porque la capacidad humana es corta y partida en muchas
cosas comprende menos y atiende menos a cada una que si atendiera a sola
ella. Y en esto se experimenta la verdad del evangelio, que ninguno puede
servir a dos señores
(Mt 6,24). Y cuando atenta toda el alma a la
inteligencia del bien le penetra, es necesaria la fortaleza, que es el
tercer don, para ejecutar con resolución todo lo que el entendimiento ha
conocido por más santo, perfecto y agradable al Señor. Y las dificultades o
impedimentos que se ofrecieren para hacerlo, se han de vencer con fortaleza,
exponiéndose la criatura a padecer cualquier trabajo y pena por no privarse
del verdadero y sumo Bien que conoce.
72. Mas porque muchas veces sucede que
con la natural ignorancia y dubiedad, junto con la tentación, no alcanza la
criatura las conclusiones o consecuencias de la verdad divina que ha
conocido y con esto se embaraza para obrar lo mejor entre los arbitrios que
ofrece la prudencia de la carne, sirve para esto el don de ciencia, que es
el cuarto, y da luz para inferir unas cosas buenas de otras y enseña lo más
cierto y seguro y a declararse en ello, si fuere menester. A éste se llega
el don de la piedad, que es el quinto, e inclina al alma con fuerte suavidad
a todo lo que verdaderamente es agrado y servicio del Señor y beneficio
espiritual de la criatura, a que lo ejecute no con alguna pasión natural,
sino con motivo santo, perfecto y virtuoso. Y para que en todo se gobierne
con alta prudencia sirve el sexto don, de consejo, que encamina la razón
para obrar con acierto y sin temeridad, pesando los medios y conciliando
para sí y para otros con discreción, para elegir los medios más
proporcionados a los fines honestos y santos. A todos estos dones se sigue
el último, del temor, que los guarda y sella todos. Este don inclina al
corazón para que huya y se recate de todo lo imperfecto, peligroso y
disonante a las virtudes y perfección del alma, y así le viene a servir de
muro que la defiende. Pero es necesario entender la materia y modo de este
temor santo, para que no exceda en él la criatura ni tema donde no hay que
temer, como a ti tantas veces te ha sucedido por la astucia de la serpiente,
que a vuelta del temor santo te ha procurado introducir el temor desordenado
de los mismos beneficios del Señor. Pero con esta doctrina quedarás
advertida cómo has de practicar los dones del Altísimo y avenirte con ellos.
Y te advierto y amonesto que la ciencia de temer es propio efecto de los
favores que Dios comunica y le da al alma, y con suavidad y dulzura, paz y
tranquilidad, para que sepa estimar y apreciar el don, porque ninguno hay
pequeño de la mano del Altísimo, y porque el temor no impida a conocer bien
el favor de su poderosa mano y para que este temor la encamine a agradecerle
con todas sus fuerzas y humillarse hasta el polvo. Conociendo tú estas
verdades sin engaño y quitando la cobardía del temor servil, quedará el
filial y con él como norte navegarás segura en este valle de lágrimas.
CAPITULO 6
De Nuevo a Tapa
Salieron del cenáculo los apóstoles a predicar a la
multitud que concurrió, cómo les hab1aron en varias lenguas, se convirtieron
aquel día casi tres mil y
lo que hizo María santísima en esta ocasión.
73. Con las señales tan visibles y
notorias que descendió el Espíritu Santo sobre los apóstoles se conmovió
toda la ciudad de Jerusalén con sus moradores, admirados de la novedad nunca
vista, y
corriendo la voz de lo que se había visto sobre la casa del
cenáculo concurro a ella toda la multitud del pueblo para saber el suceso
(Act 2,5-6).
Se celebraba aquel día una de las fiestas o pascuas de los
hebreos, y así por esto como por especial dispensación del cielo estaba la
ciudad llena de forasteros y extranjeros de todas las naciones del mundo, a
quienes el Altísimo quería hacer manifiesta aquella nueva maravilla y los
principios con que comenzaba a predicarse y dilatarse la nueva ley de
gracia, que el Verbo humanado nuestro Redentor y Maestro había ordenado para
la salud de los hombres.
74. Los sagrados apóstoles, que con la
plenitud de los dones del Espíritu Santo estaban inflamados en caridad,
sabiendo que la ciudad de Jerusalén concurría a las puertas del cenáculo,
pidieron licencia a su Reina y Maestra para salir a predicarles, porque
tanta gracia no podía estar un punto ociosa sin redundar en beneficio de las
almas y nueva gloria del Autor. Salieron todos de la casa del cenáculo y
puestos a vista de toda la multitud comenzaron a predicar los misterios de
la fe y salud eterna. Y como hasta aquella hora habían estado encogidos y
retirados y entonces salieron con tan impensado esfuerzo y sus palabras
salían de sus bocas como rayos de nueva luz y fuego que penetraban los
oyentes, quedaron todos admirados y como atónitos de tan peregrina novedad
nunca vista ni oída en el mundo. Se miraban unos a otros y con asombro se
preguntaban y decían: ¿Qué es esto que vemos? ¿Por ventura todos éstos que
nos hablan no son galileos? Pues, ¿cómo los oímos cada uno en nuestra propia
lengua en que nacimos? Los judíos y prosélitos, los romanos, latinos,
griegos, cretenses, árabes, partos, medos y todos los demás de diversas
partes del mundo los oímos hablar y entendemos en nuestras lenguas
(Act 2,7).
¡Oh grandezas de Dios! ¡Qué admirable es en sus obras!
75. Esta maravilla, de que todas las
naciones de tan diversas lenguas como estaban en Jerusalén oyesen hablar a
los apóstoles cada nación en su lengua, les causó grande asombro, junto con
la doctrina que predicaban. Pero advierto que, si bien cada uno de los
apóstoles con la plenitud de ciencia y dones que recibieron gratuitos
quedaron sabios y capaces para hablar en todas lenguas de las naciones,
porque así fue necesario para predicarles el evangelio, pero en esta ocasión
no hablaron más de en la lengua de Palestina y hablando ellos y articulando
sola ésta eran entendidos de todas las naciones, como si a cada uno le
hablaran en lengua propia; de manera que la voz de cada uno de los
apóstoles, que él articulaba en lengua hebrea, llegaba a los oídos de los
oyentes en lengua propia de su nación. Y éste fue el milagro que hizo Dios
entonces, para que mejor fuesen entendidos y admitidos de tan diversas
gentes. Y la razón fue, porque no repetía el misterio que predicaba san
Pedro en cada lengua de los que allí estaban oyéndole; sola una vez le
predicaba y aquélla oían y entendían todos cada cual en su lengua propia, y
lo mismo sucedía a los demás apóstoles. Porque, si cada uno hablara en la
lengua del que le oía, era necesario que repitiese por lo menos diecisiete
veces las palabras para otras tantas naciones que refiere san Lucas
(Act 2,9)
estaban en el auditorio, y cada uno entendía su lengua
materna; y en esto se gastaría más tiempo de lo que se colige del texto
sagrado, y fuera gran confusión y molestia repetir tantas veces lo mismo o
hablar a un tiempo tantas lenguas cada uno, ni el milagro fuera para
nosotros tan inteligible como el que he declarado.
76. Las naciones que oían a los
apóstoles no entendieron la maravilla, aunque se admiraron de oír cada uno
su idioma nativo y propio. Y lo que el texto de san Lucas dice
(Act 2,4),
que los apóstoles comenzaron a hablar en varias lenguas, es
porque al punto las entendieron y hablaron luego en ellas como diré adelante
(Cf. infra n.83)
y pudieron hablarlas, porque aquel día los que vinieron al
cenáculo los oyeron predicar cada nación en su lengua, como queda dicho.
Pero la novedad y admiración causó en los oyentes diversos efectos,
dividiéndose en contrarios pareceres según la disposición de cada uno. Los
que piadosamente oían a los apóstoles entendían mucho de la divinidad y
redención humana de que hablaban altísima y fervorosamente, y con la fuerza
de sus palabras eran despertados y movidos en vivos deseos de conocer la
verdad, y con la divina luz eran ilustrados y compungidos para llorar sus
pecados y pedir misericordia de ellos, y con lágrimas aclamaban a los
apóstoles y les decían les enseñasen lo que debían hacer para alcanzar la
vida eterna. Otros, que eran duros de corazón, se indignaban con los
apóstoles, quedando ayunos de las grandezas divinas que hablaban y
predicaban y en lugar de admitirlas los llamaban noveleros y hazañeros. Y
muchos de los judíos más impíos en su perfidia y envidia daban más rígida
censura a los apóstoles, atribuyéndoles que estaban embriagados y sin
juicio. Y algunos de éstos eran de los que habían vuelto en sí de la caída
que dieron con el trueno que causó el Espíritu Santo, porque se levantaron
más obstinados y rebeldes contra Dios.
77. Para convencer esta blasfemia tomó
la mano el apóstol san Pedro, como cabeza de la Iglesia, y hablando en más
alta voz les dijo (Act
2,14ss): Varones que sois judíos y los que vivís en
Jerusalén, oíd mis palabras, y sea notorio a todos vosotros cómo éstos que
están conmigo no están embriagados del vino, como vosotros queréis imaginar,
pues aún no es pasada la hora del mediodía, cuando los hombres suelen
cometer este desorden. Pero sabed todos que se ha cumplido en ellos lo que
tiene Dios prometido por el profeta Joel, cuando dijo
(Joel 2,28):
Sucederá en los futuros tiempos, que yo derramaré mi
espíritu sobre toda carne y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas, y
los jóvenes y ancianos tendrán visiones y sueños divinos. Y daré mi espíritu
a mis siervos y siervas, y haré prodigios en el cielo y maravillas en la
tierra, antes que venga el día del Señor grande y manifiesto. Y el que
invocare el nombre del Señor, aquél será salvo. Oíd, pues, israelitas mis
palabras: Vosotros sois quien quitasteis la vida a Jesús Nazareno por mano
de los inicuos, siendo varón santo y aprobado de Dios con virtudes,
prodigios y milagros que obró en vuestro pueblo, de que sois testigos y
sabedores. Y Dios le resucitó de los muertos, conforme a las profecías de
David; que no pudo hablar de sí mismo el santo Rey, pues vosotros tenéis el
sepulcro donde está su cuerpo, pero como profeta habló de Cristo, y nosotros
somos testigos de haberle visto resucitado y subir a los cielos en su misma
virtud para sentarse a la diestra del Padre, como también el mismo David
dejó profetizado. Entiendan los incrédulos estas palabras y verdades que la
malicia de su perfidia quiere negar, a que se opondrán las maravillas del
Altísimo que obrará en nosotros sus siervos en testimonio de la doctrina de
Cristo y de su admirable resurrección.
78. Entienda, pues, toda la casa de
Israel y conozca con certeza que este Jesús, a quien vosotros
crucificasteis, le hizo Dios su Cristo ungido y Señor de todo y le resucitó
al tercero día de los muertos. Oyendo estas razones se compungieron los
corazones de muchos de los que allí estaban y con grande llanto preguntaron
a san Pedro y a los otros apóstoles qué podrían hacer para su propio
remedio. Y prosiguiendo san Pedro les dijo: Haced verdadera penitencia y
recibid el bautismo en nombre de Jesús, con que serán perdonados vuestros
pecados y recibiréis también el Espíritu Santo; porque esta promesa se hizo
para vosotros, para vuestros hijos y para los que están más lejos, que
traerá y llamará el Señor. Procurad, pues, ahora aprovecharos del remedio y
ser salvos con desviaros de esta perversa e incrédula generación. Otras
muchas palabras de vida les predicó san Pedro y los demás apóstoles, con que
los pérfidos judíos y los demás incrédulos quedaron muy confusos y como nada
pudieron responder se alejaron y retiraron del cenáculo. Pero los que
admitieron la verdadera doctrina y fe de Jesucristo fueron casi tres mil, y
todos se juntaron a los apóstoles y fueron bautizados por ellos con gran
temor y terror de todo Jerusalén, porque los prodigios y maravillas que
obraban los apóstoles pusieron grande espanto y miedo a los que no creían.
79. Los tres mil que se convirtieron
este día con el primer sermón de san Pedro eran de todas las naciones que
entonces estaban en Jerusalén, para que luego alcanzase a todas las gentes
el fruto de la redención y de todas se agregase una Iglesia y a todos se
extendiese la gracia del Espíritu Santo sin excluir a ningún pueblo ni
nación, pues de todas se había de componer la universal Iglesia. Muchos
fueron de los judíos que con piedad y compasión habían seguido a Cristo
nuestro Salvador y atendido a su pasión y muerte, como arriba dije
(Cf. supra p.II n.1387).
Y también se convirtieron algunos, aunque muy pocos,
de los que habían intervenido en ella, porque no se dispusieron más, que si
lo hicieran todos fueran admitidos a la misericordia y perdonados de su
error. Acabado el sermón se retiraron los apóstoles aquella tarde al
cenáculo con gran parte de la multitud de los nuevos hijos de la Iglesia,
para dar cuenta de todo a la Madre de misericordia María purísima y que la
conociesen y venerasen los nuevos convertidos a la fe.
80. Pero la gran Reina de los ángeles
nada ignoraba de todo lo sucedido, porque de su retiro había oído la
predicación de los apóstoles y conoció hasta el menor pensamiento de los
oyentes y le fueron patentes los corazones de todos. Estuvo siempre la
piadosísima Madre postrada, su rostro pegado con el polvo, pidiendo con
lágrimas la conversión de todos los que se redujeron a la fe del Salvador, y
por los demás, si quisieran cooperar a los auxilios y gracia del Señor. Y
para ayudar a los apóstoles en aquella grande obra que hacían, dando
principio a la predicación, y a los oyentes, para que atendiesen a ella,
envió María santísima muchos ángeles de los que la acompañaban para que
inviolablemente asistiesen a unos y a otros con inspiraciones santas que les
administraron, alentando a los sagrados apóstoles y dándoles esfuerzo para
que con más fervor pregonasen y manifestasen los misterios ocultos de la
divinidad y humanidad de Cristo Redentor nuestro. Y todo lo ejecutaron los
ángeles como su Reina lo ordenaba, y en esta ocasión obró con su poder y
santidad conforme la grandeza de tan nueva maravilla y al paso de la causa y
materia que se trataba. Cuando llegaron a su presencia los apóstoles con
aquellas primicias tan copiosas de su predicación y del Espíritu Santo, los
recibió a todos con increíble alegría y suavidad de verdadera y piadosa
madre.
81. El apóstol san Pedro habló a los
recién convertidos y les dijo: Hermanos míos y siervos del Altísimo, ésta es
la Madre de nuestro Redentor y Maestro Jesús, cuya fe habéis recibido,
reconociéndole por Dios y Hombre verdadero. Ella le dio la forma humana
concibiéndole en sus entrañas, y salió de ellas quedando virgen antes del
parto, en el parto y después del parto; recibidla por Madre, por amparo y
medianera vuestra, que por ella recibiréis vosotros y nosotros luz,
consuelo, remedio de nuestros pecados y miserias. Con esta exhortación del
apóstol y vista de María santísima recibieron aquellos nuevos fieles
admirables efectos de interior luz y consolación, porque este privilegio de
hacer grandes beneficios interiores y dar luz particular a los que con
piedad y veneración la miraban se le aumentó y renovó cuando estuvo en el
cielo a la diestra de su Hijo santísimo. Y como todos aquellos creyentes
recibieron este favor con la presencia de la gran Señora, se postraron a sus
pies y con lágrimas la pidieron les diese la mano y la bendición a todos.
Pero la humilde y prudente Reina se excusó de hacerlo por estar presentes
los apóstoles, que eran sacerdotes, y san Pedro vicario de Cristo, hasta que
el mismo apóstol la dijo: Señora, no neguéis a estos fieles lo que su piedad
pide para consuelo de sus almas. Obedeció María santísima a la cabeza de la
Iglesia y con humilde serenidad de reina dio la bendición a los nuevos
convertidos.
82. Mas el amor que solicitaba sus
corazones les movió a desear que la divina Madre les hablase algunas
palabras de consuelo, y la humildad y reverencia los embarazaba para
suplicárselo. Y como atendieron la obediencia que tenía a san Pedro, se
convirtieron a él y le pidieron la rogase no los despidiese de su presencia
sin decirles alguna palabra con que fuesen alentados. A san Pedro le pareció
convenía consolar aquellas almas que habían renacido en Cristo nuestro bien
con su predicación y la de los demás apóstoles, pero como sabía que la Madre
de la Sabiduría no ignoraba lo que había de obrar no se atrevió a decirla
más de estas palabras: Señora, atended a los ruegos de estos siervos e hijos
vuestros. Luego la gran Señora obedeció y habló a los convertidos y les
dijo: Carísimos hermanos míos en el Señor, dad gracias y alabad de todo
corazón al omnipotente Dios, porque de entre los demás hombres os ha traído
y llamado al camino verdadero de la eterna vida con la noticia de la santa
fe que habéis recibido. Estad firmes en ella para confesarla de todo corazón
y para oír y creer todo lo que contiene la ley de gracia, como la ordenó y
enseñó su verdadero Maestro Jesús, mi Hijo y vuestro Redentor, y para oír y
obedecer a sus apóstoles que os enseñarán y catequizarán, y por el bautismo
seréis señalados con la señal y carácter de hijos del Altísimo. Yo me
ofrezco por sierva vuestra, para asistiros en todo lo que fuere necesario
para vuestro consuelo, y rogaré por vosotros a mi Hijo y Dios eterno y le
pediré os mire como piadoso padre y os manifieste la alegría de su rostro en
la felicidad verdadera y ahora os comunique su gracia.
83. Con esta dulcísima exhortación
quedaron aquellos nuevos hijos de la Iglesia confortados, llenos de luz,
veneración y admiración de lo que concibieron de la Señora del mundo, y
pidiéndola de nuevo su bendición se despidieron aquel día de su presencia,
renovados y mejorados con admirables dones de la diestra del Altísimo. Los
apóstoles y discípulos desde aquel día continuaron sin intermisión la
predicación y maravillas y por toda aquella octava catequizaron no sólo a
los tres mil que se convirtieron el día de Pentecostés pero a otros muchos
que cada día recibían la fe. Y porque venían de todas las naciones, hablaban
y catequizaban a cada uno en su propia lengua; que por esto dije arriba
(Cf. supra n.76)
hablaron en varias lenguas desde aquella hora. Y no sólo
recibieron esta gracia los apóstoles, pero, aunque en ellos fue mayor y más
señalada, también la recibieron los discípulos y todos los ciento y veinte
que estaban en el cenáculo y las mujeres santas que recibieron el Espíritu
Santo. Y así fue necesario entonces; porque era grande la multitud de las
que venían a la fe. Y aunque todos los varones y muchas mujeres iban a los
apóstoles, pero otras muchas después de oírlos acudían a la Magdalena y a
sus compañeras y ellas las catequizaban, enseñaban y convertían a otras que
llegaban a la fama de los milagros que hacían; porque esta gracia también se
comunicó a las mujeres santas, que curaban todas las enfermedades con sólo
poner las manos sobre las cabezas, daban vista a ciegos, lengua a los mudos,
pies a los tullidos y
vida a muchos muertos. Y aunque todas éstas y otras
maravillas hacían principalmente los apóstoles, pero unos y otros admiraban
a Jerusalén y la tenían puesta en asombro, sin que se hablase de otra cosa
sino de los prodigios y predicación de los apóstoles de Jesús y de sus
discípulos y seguidores de su doctrina.
84. Se extendía la fama de esta novedad
hasta fuera de la ciudad, porque ninguno llegaba con enfermedad que no fuese
sano de ella. Y fueron entonces más necesarios estos milagros, no sólo para
confirmación de la nueva ley y fe de Cristo Señor nuestro, sino también
porque el deseo natural que tenían los hombres de la vida y salud corporal
los estimulase para que viniendo a buscar la mejoría de los cuerpos oyesen
las palabras divinas y volviesen sanos de cuerpo y alma, como sucedía
comúnmente a cuantos llegaban a ser curados de los apóstoles. Con esto se
multiplicaba cada día el número de los creyentes, cuyo fervor en la fe y
caridad era tan ardiente, que todos comenzaron a imitar la pobreza de
Cristo, despreciando las riquezas y haciendas propias, ofreciendo cuanto
tenían a los pies de los apóstoles, sin reservar ni reconocer cosa alguna
por suya. Todas las hacían comunes para los fieles, y todos querían
desembarazarse del peligro de las riquezas y vivir en pobreza, sinceridad,
humildad y oración continua, sin admitir otro cuidado más que el de la salud
eterna. Todos se reputaban por hermanos e hijos de un Padre que está en los
cielos. Y como eran comunes para todos la fe, la esperanza, la caridad y los
sacramentos, la gracia y la vida eterna que buscaban, y por eso les parecía
peligrosa la desigualdad entre unos mismos cristianos hijos de un Padre,
herederos de sus bienes y profesores de su ley, les disonaba que habiendo
tanta unión en lo principal y esencial fuesen unos ricos y otros pobres, sin
comunicarse estos bienes temporales como los de la gracia, pues todos son de
un mismo Padre para todos sus hijos.
85. Este fue el dorado siglo y dichoso
principio de la Iglesia evangélica, donde el ímpetu del río alegró la ciudad
de Dios (Sal 45,5)
y el corriente de la gracia y dones del Espíritu
Santo fertilizó este nuevo paraíso de la Iglesia recién plantado por la mano
de nuestro Salvador Jesús, estando en medio de él el árbol de la vida María
santísima. Entonces era la fe viva, la esperanza firme, la caridad ardiente,
la sinceridad pura, la humildad verdadera, la justicia rectísima, cuando los
fieles ni conocían la avaricia ni seguían la vanidad, hollaban el fausto,
ignoraban el lujo, la soberbia, ambición, que después han prevalecido tanto
entre los profesores de la fe, que se confiesan por seguidores de Cristo y
con las obras le niegan. Daremos por descargo que entonces eran las
primicias del Espíritu Santo y que los fieles eran menos, que los tiempos
ahora son diferentes y que vivía en aquellos en la santa Iglesia la Madre de
la sabiduría y de la gracia María santísima nuestra Señora, cuya presencia,
oraciones y amparo los defendían y confirmaban para creer y obrar
heroicamente.
86. A esta réplica responderé más en el
discurso de esta Historia, donde se en tenderá que por culpa de los fieles
se han in traducido tantos vicios en el término de la Iglesia, dando al
demonio la mano, que él mismo con su soberbia y malicia aún no imaginaba que
conseguiría entre los cristianos. Y sólo digo ahora que la virtud y gracia
del Espíritu Santo no se acabaron en aquellas primicias, siempre es la misma
y fuera tan eficaz con muchos hasta el fin de la Iglesia como lo fue en
pocos en sus principios, si estos muchos fueran tan fieles como aquellos
pocos. Es verdad que los tiempos se han mudado, pero esta mudanza de la
virtud a los vicios y del bien al mal no consiste en la mudanza de los
cielos y de los astros, sino en las de los hombres, que se han desviado del
camino recto de la vida eterna y caminan a la perdición. No hablo ahora de
los paganos y herejes que del todo han desatinado, no sólo con la luz
verdadera de la fe y de la misma razón natural; hablo de los fieles, que se
precian de ser hijos de la luz, que se contentan con solo el nombre y tal
vez se valen de él para dar color de virtud a los vicios y rebozar los
pecados.
87. De las maravillas y grandiosas
obras que hizo la gran Reina en la primitiva Iglesia, no será posible en
esta tercera parte escribir la menor de ellas, pero de lo que escribiré y de
los años que vivió en el mundo después de la ascensión, se podrá inferir
mucho. Porque no cesó ni descansó, ni perdió punto ni ocasión en que no
hiciera algún singular favor a la Iglesia en común o en particular, así
orando y pidiéndolo a su Hijo santísimo sin que nada se le negase, como
exhortando, enseñando, aconsejando y derramando la divina gracia, de que era
tesorera y dispensadora, por diversos modos entre los hijos del evangelio. Y
entre los ocultos misterios que sobre este poder de María santísima se me
han manifestado, uno es que en aquellos años que vivió en la Iglesia santa
fueron muy pocos respectivamente los que se condenaron, y se salvaron más
que en muchos siglos después, comparando un siglo con aquellos pocos años.
88. Yo confieso que esta felicidad de
aquel más que dichoso siglo nos pudiera causar santa envidia a los que
nacemos en la luz de la fe en los últimos y peores tiempos, si con la
sucesión de los años fuera menor el poder y la caridad y clemencia de esta
suprema Emperatriz. Verdad es que no alcanzamos aquella dicha de verla,
tratarla y oírla corporalmente con los sentidos, y en esto fueron más
bienaventurados que nosotros aquellos primeros hijos de la Iglesia. Pero
entendamos todos que en la divina ciencia y caridad de esta piadosa Madre
estuvimos presentes, aun en aquel siglo, porque a todos nos vio y conoció en
el orden y sucesión de la Iglesia que nos tocaba nacer en ella y por todos
oró y pidió como por los que entonces vivían. Y no es ahora menos poderosa
en el cielo que entonces lo era en la tierra, tan Madre nuestra es como de
los primeros hijos y por suyos nos tiene como los tuvo a ellos. Mas ¡ay
dolor! que nuestra fe, nuestro fervor y devoción es muy diferente. No se ha
mudado ella, ni su caridad es menos ahora, ni lo fuera su intercesión y
amparo si en estos afligidos tiempos acudiéramos a ella reconocidos,
humillados y fervientes, solicitando su intercesión y dejando en sus manos
nuestra suerte con segura esperanza del remedio como lo hacían aquellos
devotos y primitivos hijos; que sin duda conociera luego toda la Iglesia
católica en los fines el mismo amparo que tuvo en esta Reina en sus
principios.
89. Volvamos al cuidado que tenía la
piadosa Madre con los apóstoles y con los recién convertidos, atendiendo al
consuelo y necesidad de todos y de cada uno. Exhortó y animó a los apóstoles
y ministros de la divina palabra, renovando en ellos la atención que debían
tener del poder y demostraciones tan prodigiosas con que su Hijo santísimo
comenzaba a plantar la fe de su Iglesia, la virtud que el Espíritu Santo les
había comunicado para hacerlos ministros tan idóneos, la asistencia que
siempre conocieron del poderoso brazo del Altísimo, que le reconociesen y
alabasen por Autor de todas aquellas obras y maravillas, que por todas ellas
diesen humildes agradecimientos y con segura confianza prosiguiesen la
predicación y exhortación de los fieles, la exaltación del nombre del Señor,
que fuese alabado, conocido y amado de todos. Esta doctrina y amonestación
que hizo al colegie apostólico ejecutaba ella primero con postraciones,
humillaciones, alabanzas, cánticos y loores al Altísimo. Y esto era con
tanta plenitud, que por ninguno de los convertidos dejó de hacer gracias y
peticiones fervorosas al eterno Padre, porque a todos los tenía presentes en
su mente con distinción.
90. Y no sólo hacía por cada uno estas
obras, pero a todos los admitía, oía y acariciaba con palabras de vida y
luz. Y aquellos días después de la venida del Espíritu Santo muchos le
hablaron en secreto, manifestándola sus interiores, y lo mismo sucedía
después de los que se convertían en Jerusalén, aunque no los ignoraba la
gran Reina; porque conocía los corazones de todos y sus afectos,
inclinaciones y condiciones, y con esta divina ciencia y sabiduría se
acomodaba a la necesidad y natural de cada uno y le aplicaba la medicina
saludable que pedía su dolencia. Y por este modo hizo María santísima tan
raros beneficios y tan grandes favores a innumerables almas, que no se
pueden conocer en esta vida.
91. Ninguno de los que la divina
Maestra informó y catequizó en la fe se condenó, aunque fueron muchos a los
que alcanzó esta feliz suerte, porque entonces, y después todo lo que
vivieron, hizo especial oración por ellos, y todos fueron escritos en el
libro de la vida. Y para obligar a su Hijo santísimo le decía: Señor mío y
vida de mi alma, por vuestra voluntad y agrado volví al mundo para ser Madre
de vuestros hijos y mis hermanos los fieles de vuestra Iglesia. No cabe en
mi corazón que se pierda el fruto de vuestra sangre, de infinito precio, en
estos hijos que solicitan mi intercesión, ni han de ser infelices por
haberse valido de este humilde gusanillo de la tierra para inclinar vuestra
clemencia. Admitidlos, Hijo mío, en el número de vuestros predestinados y
amigos para vuestra gloria. A estas peticiones la respondió luego el Señor,
que se haría lo que pedía. Y lo mismo creo yo sucede ahora con los que
merecen la intercesión de María santísima y la piden de todo corazón, porque
si esta purísima Madre llega a su Hijo santísimo con semejantes peticiones,
¿cómo se puede imaginar que le negará lo poco el que la dio todo su mismo
ser, para que le vistiese de la carne y naturaleza humana y en ella le
criase y alimentase a sus virginales pechos?
92. Muchos de aquellos nuevos fieles,
con el concepto tan alto que sacaban de oír y ver a la gran Señora, volvían
a ella y le llevaban joyas, riquezas y grandes dones, y especialmente las
mujeres se despojaban de sus galas para ofrecerlas a la divina Maestra, pero
ninguna de todas estas cosas recibió ni admitió. Y si alguna convenía
recibir, disponía los ánimos ocultamente para que acudiesen a los apóstoles
y que ellos dispensasen de todo esto, repartiéndolo con caridad, equidad y
justicia entre los fieles más pobres y necesitados, pero lo agradecía la
humilde Madre como si lo recibiera para sí misma. A los pobres y enfermos
admitía con inefable clemencia y a muchos curaba de enfermedades envejecidas
y antiguas. Y por mano de san Juan remedió grandes necesidades ocultas,
atendiendo a todo sin omitir cosa alguna de virtud. Y como los apóstoles y
discípulos se ocupaban todo el día en la predicación y conversión de los que
venían a la fe, cuidaba la gran Reina de prevenirles lo necesario para su
comida y sustento y llegada la hora servía personalmente a los sacerdotes
hincadas las rodillas y pidiéndoles la mano con increíble humildad y
reverencia para besársela. Esto hacía especialmente con los apóstoles, como
quien miraba y conocía sus almas confirmadas en gracia y en los efectos que
en ellas había obrado el Espíritu Santo y la dignidad de sumos sacerdotes y
fundamentos de la Iglesia. Y algunas veces los veía con gran resplandor que
despedían, y todo la aumentaba la reverencia y veneración.
Doctrina que me dio la gran Reina de los ángeles.
93. Hija mía, en lo que has conocido de
los sucesos de este capítulo hallarás encerrado mucho del misterio oculto de
la predestinación de las almas. Advierte cómo para todas fue poderosa la
Redención humana, pues fue tan superabundante y copiosa. A todos se les
propuso la palabra de la verdad divina, cuantos oyeron la predicación o
llegaron a su noticia los efectos de la venida de mi Hijo al mundo. Y fuera
de la exterior predicación y noticia del remedio, a todos se les dieron
interiores inspiraciones y auxilios para que le admitiesen y buscasen. Y con
todo esto, te admiras que con el primer sermón del apóstol se convirtiesen
tres mil entre la multitud grande que estaba en Jerusalén. Y mayor
admiración podía causar que ahora se conviertan tan pocos al camino de la
salud eterna, cuando está más dilatado el evangelio, la predicación es
frecuente, los ministros muchos, la luz de la Iglesia más clara y la noticia
de los misterios divinos más expresa, y con todo esto los hombres están más
ciegos y los corazones más endurecidos, la soberbia más levantada, la
avaricia sin rebozo y todos los vicios sin temor de Dios y sin recato.
94. En esta perversidad y suerte
infelicísima no pueden los mortales querellarse de la altísima y justísima
providencia del Señor, que a todos y a cada uno ofreció y ofrece su paternal
misericordia y enseña el camino de la vida y también de la muerte, y al que
deja endurecer el corazón es con rectísima justicia. De sí mismos se
querellarán sin remedio los réprobos, cuando sin tiempo conozcan lo que en
el tiempo oportuno podían y debían conocer. Si en la vida breve y
momentánea, que se les concede para merecer la eterna, cierran los oídos y
los ojos a la verdad y a la luz y escuchan al demonio, entregándose a todo
su impiadísima voluntad, y usan tan mal de la bondad y clemencia del Señor,
¿qué pueden alegar en su descargo? Y si no saben perdonar una injuria y
antes por cualquier ligero agravio intentan cruelísimas venganzas, por
atesorar la hacienda pervierten todo el orden de la razón y fraternidad
natural, por un torpe deleite se olvidan de la pena eterna y sobre todo
desprecian las inspiraciones, auxilios y avisos que Dios les envía para que
teman su perdición y no se entreguen a ella, ¿cómo se podrán querellar de la
divina clemencia? Desengáñense, pues, los mortales que han pecado contra
Dios, que sin penitencia no hay gracia y sin enmienda no hay remisión y sin
perdón no hay gloria. Pero así como a ningún indigno se le concederá,
tampoco se le negará al que fuere digno, ni jamás faltó ni faltará la
misericordia para el que la quisiere granjear.
95. De todas estas verdades quiero,
hija mía, que tú colijas los documentos saludables que te convienen. El
primero sea, que recibas con atención cualquiera inspiración santa que
tuvieres, cualquiera aviso o doctrina que oyeres, aunque venga por mano del
más inferior ministro del Señor o de cualquiera criatura; y debes considerar
prudentemente que no es acaso y sin disposición divina que llegue a tu
noticia, pues no hay duda que todo lo ordena la providencia del Altísimo
para darte algún aviso, y así le debes recibir con humilde agradecimiento y
conferirlo en tu interior para entender qué virtud puedes y debes obrar con
aquel despertador que te han dado y ejecutarla como la entendieres y
conocieres. Y aunque te parezca cosa pequeña no la desprecies, que por
aquella obra buena te dispones para otras de mayor mérito y virtud. Advierte
lo segundo, el daño que hace en las almas despreciar tantos auxilios,
inspiraciones y llamamientos y otros beneficios del Señor, pues la
ingratitud que en esto se comete va justificando la justicia con que el
Altísimo viene a dejar endurecidos muchos pecadores. Y si en todos este
peligro es tan formidable, ¿cuánto lo sería en ti, si malograses tan
abundante gracia y favores como de la clemencia del Señor has recibido sobre
muchas generaciones? Y porque todo lo ordena mi Hijo santísimo para tu bien
y de otras almas, quiero últimamente que a imitación mía, como has conocido,
se engendre en tu corazón un cordialísimo afecto de ayudar a todos los hijos
de la Iglesia y a todos los demás que pudieres, clamando al Altísimo de lo
íntimo de tu corazón, suplicándole mire a todas las almas con ojos de
misericordia y que las salve. Y porque consigan esta dicha, ofrécete a
padecer si fuere necesario, acordándote que le costaron a mi Hijo y tu
Esposo derramar sangre y dar su vida para rescatarlos, y lo que yo trabajé
en la Iglesia. El fruto de esta redención pídelo tú a la divina misericordia
continuamente y para eso te impongo mi obediencia.
CAPITULO 7
De Nuevo a Tapa
Se juntan los apóstoles y
discípulos para resolver algunas dudas en particular sobre
la forma del bautismo, se lo dan a los nuevos catecúmenos, celebra san Pedro
la primera misa y lo que en todo esto obró María santísima.
96. No pertenece al intento de esta
Historia proseguir en ella el orden de los hechos apostólicos, como lo
escribe san Lucas, ni referir todo lo que hicieron los apóstoles después de
la venida del Espíritu Santo. Porque, aunque es cierto que de todo tuvo
noticia y ciencia la gran Reina y Maestra de la Iglesia, pero muchas cosas
hicieron no estando ella presente, y no es necesario referirlas aquí, ni
tampoco es posible declarar el modo con que Su Alteza concurría a todas las
obras de los apóstoles y discípulos y a cada uno de los sucesos en
particular, que para esto eran necesarios grandes volúmenes de libros. Basta
para mi intento y para tejer este discurso tomar lo que es forzoso del que
guarda el evangelista en los Actos de los Apóstoles, con que se entenderá
mucho de lo que él omitió tocante a nuestra Reina y Señora, porque no era
para su intento ni convenía escribirlo entonces.
97. Pues como los apóstoles continuasen
la predicación y prodigios que obraban en Jerusalén crecía también el número
de los creyentes, que en los siete días después de la venida del Espíritu
Santo llegaron a cinco mil, que dice san Lucas en el capítulo 4
(Act 4,4 (A.)).
Y todos los iban catequizando para darles el bautismo, ocupándose en esto
principalmente los discípulos, porque los apóstoles predicaban y tenían
algunas controversias con los fariseos y saduceos. Este día séptimo, estando
la Reina de los ángeles retirada en su oratorio y considerando cómo iba
creciendo aquella pequeña rey de su Hijo santísimo, multiplicó sus ruegos
presentándola a Su Majestad, pidiéndole diese luz a sus ministros los
apóstoles para que comenzasen a disponer el gobierno necesario para la más
acertada dirección de aquellos nuevos hijos de la fe. Y postrada en tierra
adoró al Señor y le dijo: Altísimo Dios eterno, este vil gusanillo os alaba
y engrandece por el amor inmenso que tenéis al linaje humano y porque tan
liberal manifestáis vuestra misericordia de Padre, llamando a tantos hombres
al conocimiento y fe de vuestro Hijo santísimo, glorificando y dilatando la
honra de vuestro santo nombre en el mundo. Suplico a Vuestra Majestad, Señor
mío, enseñéis y deis luz a vuestros apóstoles y mis señores de todo lo que
conviene a vuestra Iglesia, para que puedan disponer y ordenar el gobierno
necesario para su amplificación y conservación.
98. Luego la prudentísima Madre en
aquella visión que tenía de la divinidad conoció al Señor muy propicio, que
a sus ruegos la respondió: María, esposa mía, ¿qué quieres?, ¿qué me pides?
Porque tu voz y tus ansias han sonado dulcemente en mis oídos
(Cant 2,14).
Pide lo que deseas, que mi voluntad está inclinada a tus
ruegos. Respondió María santísima: Dios y Señor mío, dueño de todo mi ser,
mis deseos y mis gemidos no son ocultos a vuestra sabiduría infinita.
Quiero, busco y solicito vuestro mayor agrado y beneplácito, vuestra mayor
gloria y exaltación de vuestro nombre en la santa Iglesia. Estos nuevos
hijos con que tan presto la habéis multiplicado os presento, y mi deseo de
que reciban el sagrado bautismo, pues ya están informados en la santa fe. Y
si es de vuestra voluntad y servicio, deseo también que los apóstoles,
vuestros sacerdotes y ministros, comiencen ya a consagrar el cuerpo y sangre
de vuestro Hijo y mío, para que con este admirable y nuevo sacrificio os den
gracias y loores por el beneficio de la redención humana y de los que por
ella habéis hecho al mundo, y a si mismo para que los hijos de la Iglesia
que fuere vuestra voluntad recibamos este alimento de vida eterna. Yo soy
polvo y ceniza, la menor sierva de los fieles y mujer, y por esto me detengo
en proponerlo a vuestros sacerdotes los apóstoles. Pero inspirad, Señor, en
el corazón de Pedro, que es vuestro vicario, para que ordene lo que vos
queréis.
99. Este beneficio más debió también la
nueva Iglesia a María santísima, que por su prudentísima atención y por su
intercesión se comenzase a consagrar el cuerpo y sangre de su Hijo santísimo
y celebrar la primera misa en la misma Iglesia después de la ascensión y
venida del Espíritu Santo. Y estaba puesto en razón que por su diligencia se
comenzase a distribuir el pan de vida entre sus hijos, pues ella era la nave
rica y próspera que le trajo de los cielos
(Prov 31,14).
Para esto la respondió el Señor: Amiga y paloma mía, hágase
lo que tú pides y deseas. Mis apóstoles con Pedro y Juan te hablarán y
ordenarás por ellos lo que deseas para que se ejecute. Luego entraron todos
a la presencia de la gran Reina, que los recibió con la reverencia
acostumbrada, puesta de rodillas y pidiéndoles la bendición. San Pedro, como
cabeza del apostolado, se la dio. Habló por todos y propuso a María
santísima cómo los nuevos convertidos estaban ya catequizados en la fe y
misterios del Señor, y que sería justo darles el bautismo y señalarlos por
hijos de Cristo y agregados al gremio de la santa Iglesia, y pidió a la
divina Maestra que ella ordenase lo que fuese más acertado y del beneplácito
del Altísimo.
100. Respondió la prudentísima Madre:
Señor, vos sois cabeza de la Iglesia y vicario de mi Hijo santísimo en ella,
y todo lo que en su nombre por vos fuere ordenado lo aprobará su voluntad
santísima, y la mía es la suya con la vuestra. Con esto san Pedro ordenó que
el día siguiente que correspondió al domingo de la santísima Trinidad se les
diese el santo bautismo a los catecúmenos que aquella semana se habían
convertido, y así lo aprobó nuestra Reina y los demás apóstoles. Pero luego
se ofreció otra duda sobre el bautismo que habían de recibir, si sería el de
san Juan o el de Cristo nuestro Salvador. A algunos de aquella congregación
les parecía que se les diese el bautismo de san Juan, que era de penitencia,
y que por esta puerta habían de entrar a la fe y justificación de las almas.
Otros, por el contrario, dijeron que con el bautismo de Cristo y su muerte
había expirado el bautismo de san Juan, que servía para prevenir los
corazones que recibiesen al Redentor, y que el bautismo de Su Majestad daba
gracia para justificar y lavar todos los pecados a quien estaba dispuesto, y
que era necesario introducirle luego en la santa Iglesia.
101. Este parecer aprobaron san Juan y
san Pedro, y le confirmó María santísima, con que se estableció que luego se
introdujese el bautismo de Cristo nuestro Señor y con él fuesen bautizados
aquellos nuevos convertidos y los demás que viniesen a la Iglesia. Y en
cuanto a la materia y forma de este bautismo no hubo duda entre los
apóstoles, porque todos convinieron que la materia había de ser agua natural
y elementar y la forma: Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo, por haber sido esta materia y forma las que señaló el
mismo Señor nuestro Salvador y las practicó en los que dejó bautizados por
su persona. Esta forma del bautismo se guarda siempre desde este día. Y
cuando en los Actos de los Apóstoles se dice que bautizaban en el nombre de
Jesús (Act 2,38),
no se entiende esto de la forma, sino del autor del
bautismo que era Jesús, a diferencia del bautismo de san Juan. Y lo mismo
era bautizar en el nombre de Jesús que con el bautismo de Jesús, pero la
forma era la que el mismo Señor dijo expresando las tres personas de la
santísima Trinidad (Mt
28,19), como fundamento y principio de toda la fe y
verdad católica. Con esta resolución acordaron los apóstoles que para el día
siguiente se juntasen todos los catecúmenos en la casa del cenáculo para ser
bautizados, y que los setenta y dos discípulos tomasen a su cargo
prevenirlos aquel día.
102. Después de esto la gran Señora
habló a toda aquella congregación y habiéndoles pedido licencia les dijo:
Señores míos, el Redentor del mundo, mi Hijo y Dios verdadero, por el amor
que tuvo a los hombres ofreció al eterno Padre el sacrificio de su sagrado
cuerpo y sangre, consagrándose a sí mismo debajo las especies de pan y vino,
en que determinó quedarse en la santa Iglesia, para que en ella tengan sus
hijos sacrificio y alimento de vida eterna y prenda segurísima de la que
esperan en los cielos. Por este sacrificio, que contiene los misterios de la
vida y muerte del Hijo, se ha de aplacar el Padre, y en él y por él le dará
la Iglesia las gracias y loores que como a Dios y bienhechor le debe. Y
vosotros sois los sacerdotes y ministros a quien solos pertenecen el
ofrecerle. Mi deseo es, si fuere vuestra voluntad, que deis principio a este
incruento sacrificio y consagréis el cuerpo y sangre de mi Hijo santísimo,
para que agradezcamos el beneficio de su redención y de haber enviado al
Espíritu Santo a la Iglesia, y para que recibiéndole los fieles comiencen a
gozar este pan de vida y sus divinos efectos. Y de los que recibieren el
bautismo, podrán ser admitidos a la comunión del sagrado cuerpo aquellos que
parecieren más capaces y estuvieren preparados, pues el bautismo es la
primera disposición para recibirle.
103. Con la voluntad de María santísima
se conformaron todos los apóstoles y discípulos y la dieron gracias por el
beneficio que todos recibían con su advertencia y doctrina, y quedó
determinado que el día siguiente, después del bautismo de los catecúmenos,
se consagrasen el cuerpo y sangre de Cristo y que san Pedro fuese el
sacerdote, pues era el supremo de la Iglesia. Lo admitió el santo apóstol y
antes de salir de aquella junta propuso en ella otra duda, para que también
se resolviese sobre la dispensación y gobierno con que se habían de
distribuir las limosnas y bienes de los convertidos que les ofrecían, y para
que lo considerasen todos lo propuso de esta manera:
104. Carísimos hermanos míos, ya sabéis
que nuestro Redentor y Maestro Jesús, con ejemplo, con doctrina y mandatos,
nos ordenó y enseñó la verdadera pobreza en que debíamos vivir, ahorrados y
libres de los cuidados del dinero y de la hacienda, sin codiciarla ni juntar
tesoros en esta vida. Y a más de esta saludable doctrina, tenemos delante de
los ojos muy reciente el formidable escarmiento de la perdición de Judas,
que también era apóstol como nosotros y por su avaricia y codicia del dinero
infelizmente se perdió y cayó de la dignidad del apostolado en el abismo de
la maldad y condenación eterna. Este peligro tan tremendo hemos de alejar de
nosotros, que ninguno ha de poseer dinero ni tratarlo, para imitar y seguir
en suma pobreza a nuestro Capitán y Maestro. Y todos vosotros conozco que
deseáis esto mismo, entendiendo que para retirarnos de este contagio nos
puso luego el Señor el riesgo y el castigo delante los ojos. Y para que
todos quedemos libres de este embarazo que sentimos con las dádivas y
limosnas que los fieles nos ofrecen, es necesario para adelantar tomar forma
de gobierno. En esta materia conviene que ahora determinéis el modo y orden
que se ha de guardar en recibir y dispensar el dinero y dádivas que nos
ofrecieren.
105. Para tomar medio conveniente en
este gobierno, se halló algo embarazado todo el colegio de los apóstoles y
discípulos y propusieron diversos arbitrios. Algunos dijeron que se nombrase
un mayordomo que recibiera todo el dinero y ofrendas y lo distribuyese y
gastase acudiendo a las necesidades de todos, pero este arbitrio, con el
ejemplo de Judas, no se abrazó tan bien entre aquel colegio de pobres y
discípulos del Maestro de la pobreza. A otros les pareció que se depositase
todo y entregase a persona de confianza fuera del colegio, que fuese dueño y
señor de ello y acudiese con los frutos o como réditos a la necesidad de los
otros fieles, y también en esto se hallaron dudosos, como en otros medios
que se proponían. La gran Maestra de humildad María santísima oyó a todos
sin hablar palabra, así porque daba aquella reverencia a los apóstoles, como
porque si dijera primero su parecer ninguno manifestara su propio dictamen,
y aunque era Maestra de todos siempre se portaba como discípula que oía y
aprendía. Pero san Pedro y san Juan, viendo la diversidad de arbitrios que
se proponían por los demás, suplicaron a la divina Madre los encaminase a
todos en aquella duda, declarándoles lo más agradable a su Hijo santísimo.
106. Obedeció luego y hablando a toda
aquella congregación les dijo: Señores y hermanos míos, yo estuve en la
escuela de nuestro verdadero Maestro, mi Hijo santísimo, desde la hora que
nació de mis entrañas hasta que murió y subió a los cielos, y en el discurso
de su vida divina jamás le vi ni conocí que tocase ni tratase por su mano el
dinero, ni tampoco que admitiese dádiva de mucho valor o precio. Y cuando
recién nacido recibió los dones que adorándole ofrecieron los reyes del
oriente, fue por el misterio que significaban y para no frustrar los
piadosos intentos de aquellos reyes, que eran las primicias de las gentes.
Pero sin dilación, estando en mis brazos, me ordenó que luego los
distribuyese entre los pobres y en el templo, como lo hice. Y muchas veces
me dijo en su vida, que entre los altos fines para que vino al mundo en
forma humana uno fue levantar la pobreza y enseñarla a los mortales, de
quienes era aborrecida, y con su conversación, doctrina y vida santísima
siempre me manifestó y así lo entendí que la santidad y perfección que venía
a enseñar se había de fundar en suma pobreza voluntaria y desprecio de las
riquezas, y cuanto ésta fuese mayor en la Iglesia, tanto se levantaría la
santidad que en todos tiempos tuviese, y así se conocerá en los futuros.
107. Pues habiendo de seguir los pasos
de nuestro verdadero Maestro y poner en práctica su doctrina para imitarle y
fundar su Iglesia con ella y con su ejemplo, necesario es que todos
abracemos la más alta pobreza y la veneremos y honremos como a madre
legítima de las virtudes y santidad. Y así me parece que todos apartemos el
corazón del amor y codicia de las riquezas y dinero y que todos nos
abstengamos de recibirlo y tratarlo y de admitir dádivas grandes y de mucho
valor. Y para que a ninguno toque la avaricia, se pueden elegir seis o siete
personas de vida aprobada y de virtud bien fundada que reciban las ofrendas
y limosnas y lo demás de que los fieles se quieren desposeer, para vivir más
seguros y seguir a Cristo mi Hijo y su Redentor sin embarazo de hacienda. Y
todo esto tenga nombre de limosna y no de renta ni dinero ni de rédito, y el
uso de ello sea para las necesidades comunes de todos y de nuestros hermanos
los pobres, necesitados y enfermos, y ninguno en nuestra congregación, ni la
Iglesia reconozca cosa alguna por suya propia más que de sus hermanos. Y si
no bastaren para todos estas limosnas ofrecidas por Dios, las pedirán en su
nombre los que para esto fueren señalados, y todos entendamos que nuestra
vida ha de pender de la altísima providencia de mi Hijo santísimo y no de la
codicia ni del dinero, ni de adquirirlo y de juntar hacienda con pretexto de
sustentarnos, más que con la confianza y mendicación moderada, cuando sea
necesaria.
108. Ninguno de los apóstoles ni de los
otros fieles de aquella santa congregación replicó a la determinación de su
gran Reina y nuestra, sino todos abrazaron y admitieron su doctrina,
reconociendo que ella era la única y legítima discípula del Señor y Maestra
de la Iglesia. Y la prudentísima Madre, por disposición divina, no quiso
fiar de ninguno de los apóstoles esta enseñanza y el asentar en la Iglesia
el sólido fundamento de la perfección evangélica y cristiana, porque obra
tan ardua pedía el magisterio y el ejemplo de Cristo y de su misma Madre.
Ellos fueron los inventores y artífices de esta nobilísima pobreza y los que
primero la honraron y profesaron, y a los Maestros siguieron los apóstoles y
todos los hijos de la primitiva Iglesia, y perseveró este modo de pobreza
por muchos años. Después, por la fragilidad humana y por la malicia del
enemigo, no se conservó en todos y se vino a reducir la pobreza voluntaria a
sólo el estado eclesiástico. Y porque también la dificultó el tiempo o la
imposibilitó, levantó Dios el estado de las religiones, donde con alguna
diversidad de institutos se renovó y resucitó la pobreza primitiva en todo o
en la mayor parte, y así se conservará en la Iglesia hasta su fin, gozando
de los privilegios de esta virtud los que más o menos la siguen, la honran y
la aman. Ningún estado de los que aprueba la santa Iglesia se excluyó de la
perfección proporcionada, y ninguno tiene excusa de no seguir la más alta en
el estado que vive. Pero como en la casa de Dios hay muchas mansiones
(Jn 14,2),
también hay orden y grados; tenga cada uno el que le toca
según el género de su estado. Mas entendamos todos, que el primer paso en la
imitación y secuela de Cristo es la voluntaria pobreza, y el que la siguiere
más ahorrado puede alargar los pasos más ligeramente para allegarse más a
Cristo y participar con abundancia de las otras virtudes y perfecciones.
109. Con la determinación de María
santísima se concluyó aquella junta del colegio apostólico y fueron
nombrados seis varones prudentes para recibir limosnas y dispensarlas. Y la
gran Señora pidió la bendición a los apóstoles, que salieron a continuar su
ministerio y los discípulos a prevenir los catecúmenos para recibir el
bautismo el día siguiente. La Reina con asistencia de sus ángeles y de las
otras Marías salió a disponer y aliñar la sala donde su Hijo santísimo
celebró las cenas, y por su mano la limpió y barrió para volver a consagrar
en ella el día siguiente como estaba tratado. Pidió al dueño de la casa el
mismo adorno que se puso el jueves de la cena, como dije en su lugar
(Cf. supra p.II n.1158,1181),
y el devoto huésped lo ofreció todo con suma
veneración en que tenía a María santísima. Previno también Su Alteza el pan
cenceño y vino necesario para la consagración y también el mismo plato y
cáliz en que había consagrado nuestro Salvador. Y para el bautismo previno
agua pura y bacías en que se hiciese con facilidad y decencia. Con esta
prevención se retiró la piadosa Madre y pasó aquella noche en ferventísimos
efectos, postraciones, hecho de gracias y otros ejercicios con altísima
oración, ofreciendo al eterno Padre todo lo que con altísima sabiduría
conoció, para disponerse dignamente para la comunión que esperaba y para que
los demás también la recibiesen con agrado de Su Altísima Majestad, y lo
mismo pidió por los que habían de ser bautizados.
110. El día siguiente por la mañana,
que fue el octavo del Espíritu Santo, se juntaron en la casa del cenáculo
todos los fieles y catecúmenos con los apóstoles y discípulos y estando
congregados les predicó san Pedro, declarándoles la condición y excelencia
del sacramento del bautismo, la necesidad que de él tenían y los efectos
divinos que por él recibirían, quedando señalados por miembros del cuerpo
místico de la Iglesia con el carácter interior y reengendrados en el ser de
hijos de Dios y herederos de su gloria por la gracia justificante y remisión
de los pecados. Les exhortó a la guarda de la divina ley a que se obligaban
por su voluntad propia y al humilde agradecimiento de este beneficio y de
todos los demás que de la mano del Altísimo recibían. Les declaró a si mismo
la verdad del misterio sacrosanto de la eucaristía que se había de celebrar,
consagrando el verdadero cuerpo y sangre de Jesucristo, para que todos le
adorasen y se preparasen los que después del bautismo le habían de recibir.
111. Con este sermón se fervorizaron
todos los nuevos convertidos, porque su disposición era de todo corazón
verdadera, las palabras del apóstol vivas y penetrantes y la gracia interior
muy copiosa. Luego se comenzó el bautismo por mano de los apóstoles con gran
orden y devoción de todos. Y para esto entraban los catecúmenos por una
puerta del cenáculo y salían por otra ya bautizados y asistían a guiarlos
sin confusión los discípulos y otros fieles. A todo estaba presente María
santísima, aunque retirada a un lado del cenáculo, y por todos hacía oración
y cánticos de alabanza. Conocía en cada uno el efecto que hacía el bautismo
en mayor o menor grado de las virtudes que se les infundían. Pero miraba y
conocía que todos eran renovados y lavados en la sangre del Cordero y que
sus almas recibían una pureza y candidez divina. Y en testimonio de esto, a
vista de todos los que estaban presentes, descendía una clarísima y visible
luz del cielo sobre cada uno que se acababa de bautizar. Y con esta
maravilla quiso Dios autorizar el principio de este gran sacramento en su
Iglesia y consolar a aquellos primeros hijos que por esta puerta entraban en
ella, y a nosotros que alcanzamos esta dicha menos advertida y agradecida de
lo que debemos.
112. Se concluyó esta acción del
bautismo, aunque pasaron de cinco mil los que este día le recibieron. Y
mientras los bautizados daban gracias por tan admirable beneficio, se
pusieron los apóstoles un rato en oración con todos los discípulos y otros
fieles. Y todos se postraron en tierra confesando y adorando al Señor Dios
infinito e inmutable y la propia indignidad para recibirle en el augustísimo
sacramento del altar. Con esta profunda humildad y adoración se prepararon
de próximo para comulgar. Y luego dijeron las mismas oraciones y salmos que
Cristo Señor nuestro había dicho antes de consagrar, imitando en todo
aquella acción, como la habían visto hacer a su divino Maestro. Tomó san
Pedro en sus manos el pan ácimo que estaba preparado, y levantando primero
los ojos al cielo con admirable reverencia, pronunció sobre el pan las
palabras de la consagración del cuerpo santísimo de Cristo, como las dijo
antes el mismo Señor Jesús. Al punto fue lleno el cenáculo de un resplandor
visible con inmensa multitud de ángeles, y toda esta luz se encaminó
singularmente a la Reina del cielo y tierra advirtiéndolo todos. Luego san
Pedro consagró el cáliz y con el sagrado cuerpo y sangre hizo las mismas
ceremonias que nuestro Salvador, levantándolos para que todos lo adorasen.
Tras de esto se comulgó el apóstol a sí mismo y luego a los once apóstoles,
como María santísima se lo había prevenido. Y luego por mano de san Pedro
comulgó la divina Madre, asistiéndola con inefable reverencia los espíritus
celestiales que allí estaban. Y para llegar la gran Señora al altar hizo
tres humillaciones y postraciones hasta llegar con su rostro al suelo.
113. Volvió luego a su lugar, donde
antes había estado, y no es posible manifestar con palabras los efectos que
hizo en esta suprema criatura la comunión de la eucaristía, porque toda fue
transformada y elevada, toda absorta en aquel divino incendio del amor de su
Hijo santísimo, que con su cuerpo sagrado participó. Quedó elevada y
abstraída, pero los santos ángeles la encubrieron algo por voluntad de la
misma Reina, para que los circunstantes no atendiesen más de lo que convenía
a los efectos divinos que en ella se pudieran conocer. Prosiguieron los
discípulos comulgando después de nuestra Reina, y tras ellos comulgaron los
otros fieles que antes habían creído. Pero, de los cinco mil bautizados,
comulgaron aquel día solos mil, porque no todos estaban harto capaces ni
prevenidos para recibir al Señor con el conocimiento y disposición tan
atenta que pide este gran Sacramento y misterio del altar. La forma de
comunión que usaron este día los apóstoles fue comulgando todos, con María
santísima y los ciento veinte en quienes vino el Espíritu Santo, en
entrambos especies de pan y vino, pero los recién bautizados sólo comulgaron
en las especies de pan. Mas esta diferencia no se hizo porque los nuevos
fieles fuesen menos dignos de unas especies que de otras, sino porque los
apóstoles conocieron que en cualquier especie recibían una misma cosa por
entero, que era a Dios sacramentado, y que no había precepto para cada uno
de los fieles ni tampoco necesidad de comulgar en entrambos especies; y para
la multitud hubiera gran peligro de irreverencia y otros inconvenientes muy
graves en comulgar las especies del sanguis,
los que no había entonces para pocos que le
recibieron. Pero desde la primitiva Iglesia he entendido que se comenzó la
costumbre de comulgar en sola especie de pan los que no celebraban ni
consagraban. Y aunque también algunos sin ser sacerdotes comulgaban algún
tiempo en entrambos especies, pero creciendo la santa Iglesia, dilatada por
todo el mundo, convenientemente ordenó, como gobernada por el Espíritu
Santo, que los legos y los que no consagran en la misa comulgasen sólo el
cuerpo sagrado y tocase a los que celebran este divino convite comulgar en
entrambos especies que consagran. Esta es la seguridad de la santa Iglesia
católica romana.
114. Acabada la comunión de todos, san
Pedro dio también el fin al sagrado misterio con algunas oraciones y salmos
que en hecho de gracias y peticiones ofreció él y los demás apóstoles,
porque entonces aún no se habían señalado ni ordenado otros ritos y
ceremonias y deprecaciones que después se fueron añadiendo en diversos
tiempos para acompañar la sagrada acción del consagrar, así antes como
después de la consagración y comunión. Hoy, felicísima, santa y sabiamente
tiene ordenado la Iglesia romana todo lo que para este misterio contiene la
misa que celebran los sacerdotes del Señor. Después de todo lo dicho se
quedaron los apóstoles otro rato en oración y cuando fue tiempo, porque ya
era tarde aquel día, salieron a otras cosas y a recibir el alimento
necesario. Y nuestra gran Reina y Señora dio gracias al Muy Alto por todos,
en que se complació su voluntad divina y aceptó las peticiones que su amada
le hizo por los presentes y ausentes en la santa Iglesia.
Doctrina que me dio la Señora de los ángeles María
santísima.
115. Hija mía, aunque en la vida
presente no puedas penetrar el secreto del amor que yo tuve a los hombres y
el que siempre les tengo, con todo eso, sobre lo que has entendido para tu
mayor enseñanza, quiero adviertas de nuevo cómo el Altísimo, cuando en el
cielo me dio título de Madre de la santa Iglesia y de su Maestra, entonces
me infundió una participación inefable de su infinita caridad y misericordia
con los hijos de Adán. Y como yo era pura criatura y el beneficio tan
inmenso, con la fuerza que en mí obraba, perdiera muchas veces la vida
natural, si el poder divino con milagro no me conservara. Estos efectos
sentía muchas veces en el mismo agradecimiento que tenía cuando entraban
algunas almas en la Iglesia y después en la gloria, porque yo sola conocía
enteramente esta dicha y la pesaba, y como la conocía la agradecía al Muy
Alto con intenso fervor y humillación. Pero cuando más desfallecía en mis
afectos era cuando pedía la conversión de los pecadores y cuando alguno de
los fieles se perdía. En estas y otras ocasiones, entre el gozo y el dolor,
padecí mucho más que los mártires en todos sus tormentos, porque por cada
una de las almas obraba con fuerza sobreexcelente y sobrenatural. Todo esto
me deben los hijos de Adán, que por ellos ofrecí tantas veces la vida, y si
ahora no estoy en aquel estado para ofrecerla, el amor con que solicito su
salud eterna no es menos sino más alto y más perfecto.
116. Y
si tal fuerza tuvo en mí el amor de Dios para con los
próximos, de aquí entenderás cuál sería la que sentía con el mismo Señor,
cuando le recibía sacramentado. En esto te declaro un secreto de lo que me
sucedió la primera vez que le recibí de mano de san Pedro: que en esta
ocasión dio lugar el Altísimo a la violencia de mi amor hasta que mi corazón
se abrió realmente y dio lugar, como yo lo deseaba, para que mi Hijo
sacramentado entrase y se depositase en él como rey en su legítimo trono y
custodia. Con esto entenderás, carísima, que si en la gloria de que gozo
pudiera tener dolor, una de las causas que me le diera mayor es la
formidable grosería y atrevimiento de los hombres en llegar a recibir el
sagrado cuerpo de mi Hijo santísimo, unos inmundos y abominables, otros sin
veneración ni respeto y casi todos sin atención, sin conocimiento y sin
reparo de lo que pesa y vale aquel bocado, que no es menos que el mismo
Dios, para eterna vida o eterna muerte.
117. Teme pues, oh hija mía, este
atrevido peligro, llórale en tantos hijos de la Iglesia, pide al Señor el
remedio y con la doctrina que te doy hazte digna de conocer y ponderar
profundamente este misterio de amor; y cuando llegas a recibirle, sacude y
limpia de tu entendimiento toda especie de cosa terrena, a ninguna atiendas
fuera de que vas a recibir al mismo Dios infinito e incomprensible.
Extiéndete sobre tus fuerzas en el amor, en la humildad y en el
agradecimiento, pues todo será menos de lo que debes y de lo que pide tan
venerable misterio. Y para disponerte mejor, será tu dechado y espejo lo que
yo hacía en esta ocasiones, en que especialmente quiero me imites
interiormente, como lo haces en las tres humillaciones corporales, y también
es de mi agrado la cuarta que tú has añadido para dar reverencia a la parte
de carne y sangre que está en el sacramento como de mis entrañas la recibió
mi Hijo santísimo y con mi leche se aumentó y creció. Continúa siempre esta
devoción, pues así es verdad, que está en el cuerpo consagrado parte de mi
propia sangre y sustancia, como tú lo has entendido. Y si con el afecto que
tienes sintieras gran dolor si vieras hollar el sagrado cuerpo y sangre y
que alguno lo pisaba con desprecio y por ignominia, lo mismo debes sentir
con amargura y llanto sabiendo cómo le tratan hoy tantos hijos de la Iglesia
con irreverencia y sin algún temor ni decoro. Llora, pues, esta desdicha y
llora porque hay pocos que la lloren y llora porque se frustran los fines
tan pretendidos con el inmenso amor de mi Hijo santísimo. Y para que llores
más te hago saber, que como en la primitiva Iglesia eran tantos los que se
salvaban ahora lo son los que se condenan. Que no te declaro en esto lo que
sucede cada día, porque si lo entendieras y tienes caridad verdadera
murieras de dolor. Y este daño sucede porque los hijos de la fe siguen las
tinieblas, aman la vanidad, codician las riquezas y casi todos apetecen el
deleite sensible y engañoso, el cual ciega y oscurece el entendimiento y le
pone densas tinieblas, con que no conoce la luz ni sabe hacer distinción
entre lo malo y lo bueno, ni penetrar la verdad y doctrina evangélica.
CAPITULO 8
De Nuevo a Tapa
Se declara el milagro con que las especies
sacramentales se conservaban en María santísima de una comunión para otra
y el modo de sus
operaciones después que descendió del cielo a la Iglesia.
118. Hasta ahora he tocado arriba este
beneficio muy de paso
(Cf. supra n.19,32), reservando su mayor declaración
para su lugar, que es éste, para que tan grande maravilla del Señor en favor
de su Madre amantísima no quede en esta Historia sin la inteligencia que
puede desear nuestra piedad. Aflígeme mi propia cortedad para explicarme,
porque no sólo ignoro infinito más que entiendo, pero esto que conozco lo
declaro con recelo y menos satisfacción de mis términos y razones menos
comprensivas de mi concepto. Con todo eso, no me atrevo a dejar en silencio
los beneficios que nuestra gran Reina recibió de la poderosa diestra de su
Hijo santísimo después que desde ella descendió al gobierno de su Iglesia,
porque si antes fueron grandiosos e inefables, desde entonces crecieron con
hermosa variedad, en que se manifestó ser infinito el poder que los hacía y
como inmensa la capacidad de esta única y escogida entre todas las criaturas
que los recibía.
119. En este raro y prodigioso
beneficio, que las especies sacramentales con el sagrado cuerpo se
conservasen siempre en el pecho de María santísima, no se ha de buscar otra
causa fuera de la que tuvieron los otros favores en que únicamente se señaló
Dios con esta gran Señora, que es su voluntad santa y su sabiduría infinita,
con que obra siempre en medida y peso todo lo que conviene
(Sab 11,21).
Y para la prudencia y piedad cristiana bastaba por razón
saber que sola a esta pura criatura tuvo Dios por Madre natural y que sola
ella fue digna de serlo entre todas las criaturas. Y como esta maravilla fue
sola y sin ejemplo, sería torpe ignorancia buscar ejemplares para
persuadirnos que hizo el Señor con su Madre lo que no hizo ni hará con otras
almas, pues sola María sale y se levanta sobre el orden común de todas. Mas
aunque todo esto es verdad, quiere el Altísimo que con la luz de la fe y con
otras ilustraciones alcancemos las razones de conveniencia y equidad con que
su brazo poderoso obró estas maravillas con su dignísima Madre, para que en
tales maravillas le conozcamos y alabemos en ella y por ella y entendamos
cuán segura tenemos toda nuestra esperanza y nuestras suertes en manos de
tan poderosa Reina, en quien depositó su Hijo toda la fuerza de su amor. Y
conforme a estas verdades diré lo que se me ha dado a entender del misterio
que voy hablando.
120. Vivió María santísima treinta y
tres años en compañía de su Hijo y Dios verdadero y desde la hora que Su
Majestad nació de su virginal vientre nunca le dejó hasta la cruz. Le crió,
le sirvió, le acompañó, le siguió e le imitó, obrando en todo y siempre como
Madre, como Hija, como Esposa, como sierva fidelísima y amiga, y gozando de
su vista, de su conversación, de su doctrina y de los favores que con todos
estos méritos y obsequios recibió en la vida mortal. Ascendió Cristo a los
cielos, y la fuerza del amor y de la razón le obligaron a llevar consigo a
su amantísima Madre para no estar allí sin ella ni ella en el mundo sin su
presencia y compañía. Pero la caridad ardentísima que entrambos tenían a los
hombres rompió en algún modo posible este lazo y unión, obligándola a
nuestra amorosa Madre que volviese al mundo para fundar la Iglesia y al Hijo
que la enviase y consintiese en la ausencia que se interponía entre los dos
por este tiempo. Pero, siendo poderoso el Hijo de Dios para recompensarle
esta privación a su querida en algún modo posible, venía a ser deuda del
amor el hacerlo y no quedara tan acreditado ni fuera tan manifiesto si
negara a su Madre purísima el favor de acompañarla en la tierra cuando él se
quedaba glorioso en la diestra de su eterno Padre. Fuera de esto, el amor
ardentísimo de la beatísima Madre, acostumbrado y criado con la presencia de
su Hijo purísimo, viviera con una intolerable violencia, si tantos años no
le tuviera presente en el modo que podía estando en la Iglesia santa.
121. A todo esto satisfacía Cristo
nuestro Salvador, como lo hizo, estando siempre sacramentado en el corazón
de su felicísima Madre mientras vivió en la Iglesia y Su Majestad en el
cielo. Y en algún modo con esta sacramental presencia la recompensó con
abundancia la que tenía cuando vivía en el mundo con la dulcísima Madre,
porque entonces muchas veces se le ausentaba para salir a las obras de la
redención y en estas ocasiones la afligían los recelos o temores de los
trabajos de su Hijo santísimo, o si volvería o se quedaría fuera de su
compañía, y cuando la tenía no podía olvidar la pasión y muerte de cruz que
le esperaba. Y este dolor templaba a tiempos el gozo de tenerle y
conversarle. Pero cuando ya estaba a la diestra del eterno Padre, pasada la
tormenta de la pasión, y aquel mismo Señor e Hijo suyo estaba sacramentado
en su virginal pecho, entonces gozaba de su vista la divina Madre sin
recelos ni zozobras. Y en el Hijo tenía presente a toda la beatísima
Trinidad por aquel modo de visión que arriba dije
(Cf. supra n.32).
Entonces se cumplía y ejecutaba a la letra lo que dijo esta
gran Reina en los Cantares
(Cant 3,4; 8,2 (A.)):
Le tengo y no le soltaré, yo le tendré y no le dejaré hasta
traerle a casa de mi madre la Iglesia. Allí le daré a beber del adobado vino
y del mosto de mis granadas.
122. Se desempeñó también el Señor con
este beneficio de su Madre santísima en la promesa hecha a su Iglesia en los
apóstoles, que estaría con ellos hasta el fin del siglo
(Mt 28,20 (A.)),
cumpliendo esta palabra desde la hora que se la dio para
subirse a los cielos, tan anticipadamente que ya estaba entonces
sacramentado en el pecho de su Madre, como dije en la segunda parte
(Cf. supra p.II n.1505).
Y no se hubiera cumplido desde entonces si no
estuviera en la Iglesia por este nuevo milagro, porque en aquellos primeros
años no tuvieron los apóstoles templo, ni disposición para guardar
continuamente la eucaristía sagrada y así la consumían toda el día que
celebraban. Y sola María santísima fue el templo y el sagrario en que por
algunos años se conservó el santísimo Sacramento, para que no faltase de la
Iglesia el Verbo humanado por ningún instante de tiempo, después que subió a
los cielos hasta el fin del mundo. Y aunque no estaba allí para uso de los
fieles, pero estaba para su provecho y para otros fines muy gloriosos,
porque la gran Reina del cielo oraba y pedía por todos los fieles en el
templo de sí misma. Adoraba a Cristo sacramentado en la Iglesia en nombre de
toda ella y, mediante esta Señora y la presencia que en ella tenía, estaba
presente y unido por aquel modo al cuerpo místico de los fieles. Y sobre
todo hizo esta gran Señora y Madre más feliz aquel siglo con tener
sacramentado en su pecho a su Hijo y Dios verdadero, que estando como ahora
en otras custodias y sagrarios, porque en el de María santísima siempre fue
adorado con suma reverencia y culto, nunca fue ofendido como lo es ahora en
los templos, tuvo en María con plenitud las delicias que deseó por eternos
siglos con los hijos de los hombres y, ordenándose a este fin la asistencia
perpetua de Cristo en su Iglesia, no la conseguía Su Majestad tan
adecuadamente como estando sacramentado en el corazón de su purísima Madre.
Ella era la esfera más legítima del divino amor y como el elemento propio y
el centro en que descansaba, y todas las criaturas, fuera de María
santísima, eran en su comparación como extrañas y en ellas no tenía su lugar
ni esfera aquel incendio de la divinidad que siempre arde en infinita
caridad.
123. Y por las inteligencias que de
este misterio he tenido me atrevo a decir, del amor con que Cristo nuestro
Salvador estimaba a su Madre santísima y de lo que ella le obligaba, que si
no la acompañara siempre estando con ella debajo las especies consagradas
volviera el mismo Hijo de la diestra de su Padre al mundo para hacerla
compañía el tiempo que vivió la Madre en la Iglesia
(Cf. infra n.680).
Y si para esto fuera necesario que las moradas de los cielos
y sus cortesanos carecieran de la asistencia y presencia de la humanidad
santísima por aquel tiempo, estimara esto en menos que faltar a la compañía
de su Madre. Y no es encarecimiento decir esto, cuando todos hemos de
confesar que en María purísima hallaba el Señor una correspondencia y linaje
de amor más semejante al de su voluntad que en todos los bienaventurados
juntos, y con otro amor correspondiente le amaba Su Majestad a ella más que
a todos. Si el pastor de la parábola evangélica dejó noventa y nueve ovejas
para ir a buscar una sola que le faltaba, y no diremos que dejó lo más por
lo menos, no hiciera novedad en el cielo que este divino pastor Jesús dejara
en él a todo el resto de los santos para descender a estar en compañía de
aquella candidísima oveja, que le vistió de su misma naturaleza, le crió y
alimentó con ella. Sin duda que los ojos de esta amada Esposa y Madre le
obligaran a volar de las alturas y venir a la tierra, a donde antes había
venido para remedio de los hijos de Adán menos obligado o, para decirlo
mejor, desobligado de sus pecados y a padecer por ellos; y si descendiera a
vivir con su amantísima Madre, no fuera para padecer y morir, mas para
recibir el gozo de tenerla consigo. Pero no fue necesario para esto
desamparar el cielo, pues bajando sacramentado satisfacía a su amor y al de
la felicísima Madre, en cuyo corazón como en su lecho descansaba este
verdadero Salomón (Cant
3,7), sin dejar la diestra de su eterno Padre.
124. El modo con que obraba el Altísimo
este milagro era así: En recibiendo María santísima las especies
sacramentales se retiraban del lugar común del estómago donde se cuece y
actúa el natural alimento, para que con el poco que alguna vez comía la gran
Señora no se confundiesen ni mezclasen ni se gastasen con él. Y retirado el
santísimo Sacramento del lugar del estómago se ponía en el mismo corazón de
María, como en retorno de la sangre que dio en la encarnación del Verbo para
que de ella se formase aquella humanidad santísima con quien se unió
hipostáticamente, como declaré en la segunda parte
(Cf. supra p.II n.l37).
La comunión de la eucaristía sagrada se llama extensión de
la encarnación, y así era justo que participase esta extensión con otro
nuevo y particular modo la feliz Madre que también con modo milagroso y
singular concurrió a la misma encarnación del Verbo eterno.
125. El calor del corazón en los
vivientes perfectos es muy grande y en el hombre no será menor por su mayor
excelencia y nobleza en el ser y en las operaciones y larga vida, y la
providencia de la naturaleza le encamina algún aire o ventilación con que se
refrigere y temple aquel ardor innato que es la raíz del que tiene todo
animal. y con ser esto
así, y que en la generosa complexión de nuestra Reina el calor de su corazón
era intenso y le aumentaban los afectos y operaciones de su inflamado amor,
con todo eso no se alteraban ni consumían las especies sacramentales pegadas
a su corazón. Y aunque para conservarlas era menester multiplicar milagros,
no se han de escasear en esta única criatura, que toda era un prodigio de
milagros que en ella estaban epilogados. Este favor comenzó de la primera
comunión que recibió en la cena, como en su lugar se ha dicho
(Cf. supra p.II n.1297),
y para continuarle se conservaron aquellas primeras
especies hasta la segunda comunión que recibió de mano de san Pedro el día
octavo de Pentecostés
(Cf. supra n.112). Y entonces sucedió que, en
recibiendo de nuevo las especies, al tiempo de pasarlas se consumieron las
antiguas que tenía en el corazón y en su lugar entraron en él las nuevas
especies que recibió. Y con este orden milagroso, desde aquel día hasta la
última hora de su vida santísima fueron sucediendo unas especies
sacramentales a otras en su pecho, sin que jamás faltase de él su Hijo y
Dios verdadero sacramentado.
126. Con este beneficio y el que arriba
dije (Cf. supra n.23),
de la visión continua y abstractiva de la divinidad,
quedó María santísima tan divinizada y sus operaciones y potencias tan
elevadas sobre todo humano pensamiento, que será imposible comprenderlo en
esta vida mortal, ni tener de ella el concepto proporcionado que hacemos de
otras cosas, ni yo hallo términos para declarar lo poco que se me ha
manifestado. En el uso de los sentidos corporales, después que descendió del
cielo, quedó toda renovada y mudada para el ejercicio que en ellos tenía;
porque por una parte estaba ausente de su Hijo santísimo, en quien los
empleaba dignamente cuando le comunicaba con ellos, y por otra le sentía y
entendía como le tenía en su pecho, a donde le tiraba y recogía toda la
atención. Y desde aquel día que descendió del cielo hizo nuevo pacto con sus
ojos y tuvo nuevo imperio y dominio para no admitir las especies ordinarias
que entran por ellos, de las cosas terrenas y visibles, más de en lo que
fuese preciso para gobernar los hijos de la Iglesia y para entender en esto
lo que debía obrar y disponer. No se valía de estas especies ni era
necesario usar de ellas para discurrir ni convertirse a la oficina interior,
donde se depositan en los demás para servir a la memoria y al entendimiento,
porque todo esto lo hacía con otras especies infusas y con la ciencia que se
le comunicaba con la visión abstractiva de la divinidad, al modo que los
bienaventurados en Dios conocen y miran lo que aquel espejo voluntario
quiere manifestarles en sí mismo, o por otra visión o ciencia de las
criaturas en sí mismas. A este modo entendía nuestra Reina todo lo que había
de obrar de la voluntad divina en cualquiera de sus obras y no usaba de la
vista para saber y aprender algo de esto, aunque miraba por dónde andaba y
con quién trataba con una sencilla vista.
127. Del sentido del oído usaba algo
más, porque era necesario para oír a los fieles y apóstoles todo lo que le
contaban del estado de las almas, de la Iglesia, de sus necesidades y
consuelo, a que era necesario responder, darles doctrina y consejo. Pero con
tal dominio lo gobernaba, que por este sentido no entraban especies de
sonido ni voz que disonase algo de la santidad y perfección altísima de su
dignidad, o que no fuesen menester para el uso de la caridad de los
próximos. Del olfato no usaba para percibir olor terreno ni de los comunes
objetos de este sentido, pero sentía otro más celestial por intervención de
los ángeles que se le administraban, con grandes motivos de alabar al
Criador. En el sentido del gusto tuvo también gran mudanza, porque conoció
que después que estuvo en el cielo podía vivir sin alimento, aunque no se le
mandó que no lo recibiese, dejándolo esto en su voluntad; y así comía pocas
veces y muy poco, y esto era cuando san Pedro o san Juan se lo pedían o para
no causar admiración con no verla comer, de suerte que venía a hacerlo por
obediencia o humildad, y entonces no percibía el gusto o sabor común del
alimento, ni por este sentido los distinguía más que si comiera un cuerpo
aparente o glorioso. El tacto era también a este modo, porque distinguía por
él muy poco lo que tocaba, ni tuviera en esto sensible delectación, pero
sentía el tacto de las especies sacramentales en el corazón, con admirable
suavidad y júbilo, y a esto atendía de ordinario.
128. Todos estos favores en el uso de
los sentidos se le concedieron a petición suya, porque los consagró todos y
todas sus potencias de nuevo para la mayor gloria del Altísimo y para obrar
con toda plenitud de virtud, santidad y perfección eminentísima. Y aunque;
por toda la vida, desde su inmaculada concepción, había cumplido con la
deuda de fiel sierva y prudente dispensadora de la plenitud de su gracia y
dones, como en todo el discurso de esta Historia se ha dicho, pero después
que ascendió a los cielos con su Hijo fue mejorada en todos, y le concedió
su omnipotencia nuevo modo de obrar, que si bien era de viadora, porque aún
no gozaba de la visión beatífica como comprensora, pero sus operaciones en
los sentidos tenían una participación y similitud con las de los santos
glorificados en cuerpo y alma mayor que con las de los otros viadores. Y no
se puede explicar con otro ejemplo el estado tan feliz, tan singular y
divino en que quedó nuestra gran Reina y Señora cuando volvió a gobernar la
santa Iglesia.
129. A este modo de obrar con las
potencias sensitivas correspondía la sabiduría y ciencia interior, porque
conocía la voluntad y decretos del Altísimo en todo lo que debía y quería
obrar, en qué tiempo, con qué modo, con qué orden y sazón se había de hacer
cada obra, con qué palabras y circunstancias; de manera que en esto no le
excedían los mismos ángeles que nos asisten sin perder de vista al Señor,
antes obraba su gran Reina las virtudes con tan alta sabiduría que les era
admiración, porque conocían que ninguna otra pura criatura podía excederla
ni llegar a aquel colmo de santidad y perfección con que obraba esta divina
Señora. Una de las cosas que para ella fue de sumo gozo era la adoración y
reverencia que daban los espíritus soberanos a su Hijo sacramentado en su
pecho. Y esto mismo hicieron los santos en el cielo, cuando subió en
compañía de su Hijo santísimo llevándole juntamente encerrado en su corazón
en las especies sacramentales, que para todos los bienaventurados era vista
de nuevo gozo y alegría. Y el que recibía la gran Señora con la reverencia
que le daban los ángeles al santísimo sacramento en su pecho, resultaba de
la ciencia que tenía para conocer la grosería y bajeza de los mortales en
venerar el sagrado y consagrado cuerpo del Señor. Y en recompensa de esta
falta que todos habíamos de cometer, ofrecía a Su Majestad el culto y
reverencia que le daban los príncipes celestiales, que más dignamente
conocían este misterio y le veneraban sin engaño ni descuido.
130. Algunas veces se le manifestaba el
cuerpo de su Hijo altísimo glorioso dentro de sí misma, otras veces con la
natural hermosura de su humanidad santísima, otras veces y casi
continuamente conocía todos los milagros que contiene el augustísimo
sacramento y misterio de la eucaristía. De todas estas maravillas y otras
muchas que no podemos entender en esta vida corruptible gozaba María
santísima, unas veces manifestándosele en sí mismas, otras en la visión
abstractiva de la divinidad, y como se le dieron especies de la divinidad se
las dieron también de todas las cosas que había de obrar para consigo misma
y con la Iglesia. Y lo que más era estimable para ella fue conocer el gozo y
beneplácito de su Hijo santísimo en asistir sacramentado en su candidísimo
corazón, que sin duda, por lo que se me ha dado a entender, era mayor que de
estar en la compañía de los santos. ¡Oh singular y única y prodigiosa obra
del poder infinito! Tú sola fuiste cielo más agradable para tu Criador que
lo pudo ser el supremo inanimado que hizo para su habitación. El que no cabe
en aquellos espacios sin medida, se midió y encerró en ti sola y halló
asiento y trono conveniente, no sólo en tu virginal vientre, pero en el
espacio inmenso de tu capacidad y amor. Tú sola nunca estuviste sin ser
cielo, ni Dios estuvo sin ti después que te dio ser, y con plenitud de
complacencia descansará en ti por todos los siglos de su eternidad
interminable. Todas las naciones te conozcan, todas las generaciones te
bendigan y todas las criaturas te magnifiquen, y en ti alaben y conozcan a
su verdadero Dios y Redentor, que por ti sola nos visitó y reparó de nuestra
infeliz caída.
131. ¿Quién de los mortales ni de los
mismos ángeles puede manifestar el incendio de amor que ardía en el purísimo
corazón de esta gran Reina llena de sabiduría? ¿Quién podrá comprender
cuánto fue el ímpetu del río de la divinidad que inundó y absorbió esta
ciudad de Dios? ¿Qué afectos, qué movimientos, qué actos hacía de todas las
virtudes y dones que recibió sin medida y tasa, obrando siempre con toda la
fuerza de estas gracias sin igual? ¿Qué oraciones, qué peticiones hacía por
la santa Iglesia? ¿Qué caridad fue la suya con nosotros? ¿Qué bienes nos
alcanzó y granjeó? Sólo el Autor de esta prodigiosa maravilla la conoce.
Pero levantemos nosotros la esperanza, encendamos nuestra fe, avivemos el
amor con esta piadosa Madre, solicitemos su intercesión y amparo, que nada
le negará para nosotros el que siendo Hijo suyo y hermano nuestro hizo con
ella tales demostraciones de amor como he dicho y más que diré adelante.
Doctrina que me dio la gran Reina de los ángeles María
santísima.
132. Hija mía, de todo lo que hasta
ahora te he manifestado de mi vida y de mis obras estás bien informada; como
en pura criatura, fuera de mí no hay otro dechado ni original de donde
puedas copiar la mayor santidad y perfección que deseas. Mas ahora has
llegado a declarar el supremo estado de las virtudes que yo tuve en la vida
mortal. Y con este beneficio te dejo más obligada, para que renueves tus
deseos y pongas toda la atención de tus potencias en la perfecta imitación
de lo que te enseño. Tiempo es ya, carísima,
y razón es que toda te entregues a mi voluntad en lo
que de ti quiero. Y para
que más te animes a conseguir este bien, te quiero advertir que cuando mi
Hijo santísimo sacramentado entra en aquellos que le reciben con veneración
y fervor, habiéndose preparado con todas sus fuerzas para recibirle con
limpieza de corazón y sin tibieza, en estas almas, aunque se consuman las
especies sacramentales, queda Su Majestad por otro especial modo de gracia
con que las asiste, enriquece y gobierna en retorno del buen hospedaje que
le hicieron. Pocas son las almas que alcanzan este favor, porque son muchas
las que ignoran y llegan al Santísimo sin esta disposición y como acaso y
por costumbre y sin prevenirse con la veneración y temor santo que debían.
Pero estando tú avisada de este secreto, quiero que todos los días, pues
todos le recibes por obediencia de tus prelados, vayas preparada dignamente
para que no se te niegue este gran beneficio.
133. Para esto te has de valer de la
atención y memoria de lo que has conocido que yo hacía, por donde has de
regular tus deseos y fervor, veneración y amor, y todas las acciones con que
debes preparar tu pecho, como templo y morada de tu Esposo y sumo
Rey. Trabaja, pues, en recoger
todas tus fuerzas al interior, y antes y después de recibirle atiende a la
fidelidad de esposa que le debes guardar, y en particular has de poner
candados a tus ojos y cerradura de circunstancia
(Sal 140,3)
a todos tus sentidos, para que en el templo del Señor no
entre otra imagen profana ni peregrina. Guárdate toda pura y limpia de
corazón, porque en el que está impuro y ocupado no puede entrar la plenitud
de la divina luz y sabiduría
(Sab 1,4).
Y todo lo conocerás a la vista de la que Dios te ha dado, si
atiendes a ella sola con toda rectitud de tu intención. Y supuesto que no
puedes excusar en todo el trato de las criaturas, te conviene que tengas
gran imperio sobre tus sentidos y que por ellos no admitas especies de cosa
alguna sensible que no te pueda ayudar para obrar lo más santo y puro de las
virtudes. Separa lo precioso de lo vil
(Jer 15,19)
y la verdad del engaño. Y para que en esto me imites con
perfección, quiero que desde ahora adviertas con la elección que debes obrar
en todas las cosas grandes o pequeñas, para que no las yerres pervirtiendo
el orden de la razón y de la luz divina.
134. Considera, pues, con atención el
engaño común de los mortales y los lamentables daños que padecen, porque en
las determinaciones de la voluntad de ordinario se mueven por sólo lo que
perciben por los sentidos de todos sus objetos y eligen luego lo que han de
hacer sin otra consulta ni atención. Y como lo sensible mueve luego a las
pasiones e inclinaciones animales, es forzoso que las operaciones no se
hagan con sano juicio de la razón, sino con el ímpetu de las pasiones,
excitadas por los sentidos y por sus objetos. Por esto se inclina luego a la
venganza el que consulta la injuria sólo con el dolor que causó, por esto se
determina a la injusticia el que sigue sólo el apetito de la cosa ajena que
miró y a este modo obran tantos y tan infelices cuantos son los que siguen
la concupiscencia de los ojos, los afectos de la carne y la soberbia de la
vida, que son lo que les ofrecen el mundo y el demonio, porque no tienen
otra cosa que darles (1
Jn 2,16). Y con este inadvertido engaño siguen las
tinieblas por luz, lo amargo por dulce, el mortal veneno por medicina de sus
pasiones y la ciega ignorancia por sabiduría, siendo como es diabólica y
terrena. Pero tú, hija mía, guárdate de este pernicioso error, y nunca te
determines ni gobiernes en cosa alguna sólo por lo sensible y por sus
sentidos, ni por las conveniencias que por ellos se te representan. Consulta
tus acciones, lo primero con la conciencia y luz interior que Dios te ha
comunicado, para que no obres a ciegas, y te la dará siempre para esto. Y
luego busca el consejo de tu prelado y maestro, si le puedes tener antes de
elegir lo que hubieres de hacer. Y si te faltare prelado y superior, pide
consejo a otro inferior, que también esto es más seguro que obrar con
voluntad propia, a quien pueden turbar las pasiones y oscurecerla. Y este
orden has de guardar en las obras, especialmente exteriores, procediendo en
ello con recato y con secreto y conforme lo pidieren las ocasiones y caridad
del próximo que se te ofrecieren, en que es menester no perder el norte de
la luz interior en el profundo golfo y navegación del trato con criaturas,
donde hay siempre peligro de perecer.
CAPITULO 9
De Nuevo a Tapa
Conoció María santísima que se levantaba Lucifer para
perseguir a la Iglesia y lo que contra este enemigo hizo, amparando y
defendiendo a los fieles.
135. En lo supremo de la gracia y
santidad posible a pura criatura estaba la gran Señora del mundo, mirando
con los ojos de su divina ciencia la pequeña rey de la Iglesia que cada día
se iba multiplicando. Y como vigilantísima Madre y Pastora, del alto monte
en que la colocó la diestra de su Hijo omnipotente oteaba y reconocía si a
las ovejuelas de su rebaño las sobrevenía algún peligro y asechanza de los
lobos carniceros e infernales, cuyo odio le era manifiesto contra los nuevos
hijos del evangelio. Con este desvelo de la Madre de la luz estaba
guarnecida aquella familia santa que la piadosa Reina había reconocido por
suya y la estimaba como
herencia y parte de su Hijo santísimo escogida de todo el resto de los
mortales y
electa del Altísimo. Y por algunos días caminó prósperamente
la navecilla de la nueva Iglesia, gobernada por la divina Maestra, así con
los consejos que la daba, con la doctrina y advertencias que la enseñaba,
como con las oraciones y peticiones que incesantemente ofrecía por ella sin
perder ocasión ni punto en atender a todo cuanto era necesario para esto y
para el consuelo de los apóstoles y de los otros fieles.
136. Pocos días después de la venida
del Espíritu Santo, repitiendo estas peticiones, dijo al Señor: Hijo mío y
verdadero Dios de amor, conozco, Señor mío, que la pequeña rey de vuestra
santa Iglesia, de quien me habéis hecho madre y defensora, no vale menos que
el infinito precio de vuestra vida y sangre, con que la habéis redimido del
poder de las tinieblas; razón será que yo también os ofrezca mi vida y todo
lo que soy, para conservación y aumento de lo que tanta estimación tiene en
vuestra santa voluntad. Pues muera yo, Dios mío, si necesario es, para que
vuestro nombre sea engrandecido y vuestra gloria dilatada por todo el mundo.
Recibid, Hijo mío, el sacrificio de mis labios y voluntad, que con vuestros
propios méritos ofrezco. Atended piadoso a vuestros fieles, encaminad a los
que sólo en vos esperan y se entregan a vuestra santa fe. Gobernad a vuestro
vicario Pedro, para que él gobierne con acierto las ovejas que le habéis
encomendado. Guardad a todos los apóstoles, vuestros ministros y mis
señores, prevenidlos a todos con la bendición de vuestra dulzura, para que
todos ejecutemos vuestra voluntad perfecta y santa.
137. Respondió el Altísimo a estas
peticiones de nuestra Reina y la dijo: Esposa y amiga mía, escogida entre
las criaturas para la plenitud de mi agrado, atento estoy a tus deseos y
peticiones. Pero ya sabes que mi Iglesia ha de seguir mis pasos y doctrina,
imitándome por el camino del padecer y de mi cruz, con quien se han de
abrazar mis apóstoles y discípulos y todos mis íntimos amigos y seguidores,
pues no lo pueden ser sin esta condición de trabajar y padecer. También es
necesario que la nave de mi Iglesia lleve lastre de persecuciones, con que
vaya segura entre la prosperidad del mundo y sus peligros. Y así lo pide mi
altísima providencia con los fieles y predestinados. Atiende, pues, y mira
el orden con que esto se debe disponer.
138. Luego se le manifestó una visión
donde la gran Reina vio a Lucifer y mucha multitud de demonios que seguían y
se levantaban de las cavernas infernales, donde habían estado oprimidos
desde que fueron vencidos y arrojados del monte Calvario, como en su lugar
queda dicho (Cf. supra
p.II n.1421). Vio que este dragón con siete cabezas
subía como por el mar, siguiéndole los demás, y aunque en las fuerzas salía
muy debilitado, de la manera que se halla el convaleciente después de una
larga enfermedad y grave que no puede casi tenerse, con todo eso, en la
soberbia y enojo salía con implacable indignación y arrogancia, que en esta
ocasión se conocían ser mayores que su fortaleza, como lo dijo antes Isaías
(Is 16,6);
porque de una parte manifestaba el quebranto que en él había causado la
victoria de nuestro Salvador y el triunfo que de él alcanzó en la cruz, y
por otra descubría un volcán de indignación y furor que ardía en su pecho
contra la Iglesia santa y sus hijos. En saliendo sobre la tierra, la rodeó y
reconoció toda, y luego se encaminó a Jerusalén para estrenar allí su
rabiosa indignación en las ovejas de Cristo. Y comenzó de lejos a
reconocerlas, acechando y circunvalando aquel humilde pero formidable rebaño
para su arrogante malicia.
139. Y cuando el dragón conoció los
muchos que se habían reducido a la santa fe y cada hora iban recibiendo el
sagrado bautismo, que los apóstoles predicaban y obraban tantas maravillas
en beneficio de las almas, que los convertidos renunciaban las riquezas y
las aborrecían, y todos los principios de santidad tan invencible con que se
fundaba la nueva Iglesia, con esta novedad creció el furor que tenía y daba
formidables bramidos reconcentrándose en su misma malicia. Y como
enfureciéndose contra sí por lo poco que podía contra Dios y para beberse
las aguas puras del Jordán que deseaba
(Job 40,18).,
pretendía allegarse a la congregación de los fieles, y no
podía porque estaban todos unidos en caridad perfecta. Y esta virtud, con
las de la fe, esperanza y humildad, era un castillo incontrastable para el
dragón y sus ministros de maldad. Rodeaba y acechaba para reconocer si
alguna ovejuela del rebaño de Cristo se descuidaba para embestirla y
devorarla. Buscaba muchos caminos y arbitrios para tentarlos y atraer alguno
para que le diese mano y entrada por donde aportillar la fortaleza de las
virtudes que en todos reconocía. Pero todo lo hallaba prevenido y
pertrechado con la vigilancia de los apóstoles y con la fuerza de la gracia,
y mucho más con la protección de María santísima.
140. Pero cuando la gran Madre conoció
y vio a Lucifer con tanto ejército de demonios y la maliciosa indignación
con que se levantaba contra la Iglesia evangélica fue lastimado su piadoso
corazón con una flecha de compasión y dolor, como quien conocía por una
parte la flaqueza y la ignorancia de los hombres y por otra la maliciosa
astucia y furor de la antigua serpiente. Y para detener y enfrenar su
soberbia, se convirtió María santísima contra ella y le dijo: ¿Quién como
Dios, que habita en las alturas
(Sal 112,5)?
¡Oh estulto y desvanecido enemigo del Omnipotente! El mismo que te venció
desde la cruz y quebrantó tu arrogancia, redimiendo al linaje humano de tu
cruel tiranía, te mande ahora, su potencia te aniquile y su sabiduría te
confunda y te arroje a lo profundo. Y yo en su nombre lo hago, para que no
puedas impedir la exaltación y gloria que como a Dios y Redentor le deben
dar todos los hombres. Luego continuó sus peticiones la piadosa Madre, y
hablando con el Señor le dijo: Altísimo Dios y Padre mío, si la potencia de
vuestro brazo no detiene y quebranta el furor que veo en el dragón infernal
y en sus demonios, sin duda perderá y destruirá a todo el orbe de la tierra
en sus moradores. Dios de misericordia y clemencia sois para vuestras
criaturas; no permitáis, Señor, que esta serpiente venenosa derrame su
ponzoña sobre las almas redimidas y lavadas con la sangre del Cordero,
vuestro Hijo y Dios verdadero. ¿Es posible que puedan ellas mismas
entregarse a tan cruenta bestia y mortal enemigo? ¿Cómo sosegará mi corazón,
si veo caer en tan lamentable desdicha alguna de las almas que les ha tocado
el fruto de esta sangre? ¡Oh si contra mí sola se convirtiera la ira de este
dragón y fueran salvos vuestros redimidos! Yo, Señor eterno, pelearé
vuestras batallas contra vuestros enemigos. Vestidme de vuestra fortaleza
para que los humille y quebrante su altiva soberbia.
141. En virtud de esta oración y
resistencia de la poderosa Reina se acobardó grandemente Lucifer y no se
atrevió entonces a llegar a nadie del colegio santo de los fieles. Pero no
descansó por esto su furor, antes tomó por arbitrio valerse de los escribas
y fariseos y todos los judíos que reconoció constantes en su obstinación y
perfidia. Fuese a ellos y por medio de muchas sugestiones los llenó de
envidia y de odio contra los apóstoles y fieles de la Iglesia, y la
persecución que no pudo intentar por sí mi
SITIO
la consiguió por medio de los incrédulos. Les puso en la imaginación que de
la predicación de los apóstoles y discípulos les resultaba el mismo daño y
mayor que de la de su Maestro Jesús Nazareno cuyo nombre querían introducir
y celebrar a vista suya, que le habían crucificado por malhechor, que
redundaba esto en gran deshonra suya y que siendo tantos los discípulos y
con tantos milagros como hacían en el pueblo se le llevarían todo tras de sí
y los maestros y sabios de la ley serían despreciados y no cogerían las
ganancias que solían, porque los nuevos discípulos y creyentes todo lo daban
a los nuevos predicadores a quien seguían, y que este daño para los antiguos
maestros comenzaba a correr muy a prisa, con los muchos que ya seguían a los
apóstoles.
142. Estos consejos de maldad eran muy
ajustados a la ciega codicia y ambición de los judíos, y así los admitieron
por muy sanos y conformes a sus deseos. Y de aquí resultó que los fariseos,
saduceos, magistrados y sacerdotes hicieron tantas juntas y cabildos contra
los apóstoles, como refiere san Lucas en sus Actos
(Act 4,5 (A.)),
La primera fue cuando san Pedro y san Juan en la puerta del templo dieron
salud a un paralítico a nativitate,
que tenía cuarenta años de edad y era conocido en toda
Jerusalén. Y como este milagro fue tan patente y admirable, se juntó la
ciudad en gran multitud, estando todos asombrados y como fuera de sí. Y san
Pedro les hizo un gran sermón, probando cómo no se podían salvar en otro
nombre fuera de Jesús, en cuya virtud él y san Juan habían curado aquel
paralítico de tantos años. Por este milagro se juntaron al otro día los
sacerdotes y llamaron a los dos apóstoles para que pareciesen en juicio ante
los sacerdotes. Pero como el milagro era tan notorio y el pueblo glorificaba
a Dios en él, se hallaron tan confusos los inicuos jueces, que no se
atrevieron a castigar a los dos apóstoles, aunque les mandaron no predicasen
ni enseñasen más al pueblo en el nombre de Jesús Nazareno. Pero san Pedro
con invicto corazón les replicó que no podían obedecerlos en aquel mandato,
porque Dios les mandaba lo contrario y no era justo desobedecer a Dios para
obedecer a los hombres. Y con esta amenaza dejaron libres por entonces a los
dos apóstoles, que luego volvieron a dar cuenta a la Reina santísima de lo
que les había pasado, aunque ella lo sabía todo, porque en visión lo había
conocido. Y luego se pusieron en altísima oración y estando en ella
sobrevino otra vez el Espíritu Santo sobre todos con señales visibles.
143. En pocos días sucedió el milagroso
castigo de Ananías y su mujer Safira, que tentados de la codicia
pretendieron engañar a san Pedro, llevándole parte del precio en que habían
vendido una heredad y ocultando otra parte y mintiendo al apóstol. Poco
antes Bernabé, que también se llamaba José, levita y natural de Chipre,
había vendido otra heredad y llevado todo el precio a los apóstoles. Y para
que se conociera que todos debían obrar con esta verdad, fueron castigados
Ananías y Safira, quedando muertos el uno tras del otro a los pies de san
Pedro. Y con este milagro tan espantoso se atemorizaron todos en Jerusalén y
los apóstoles predicaban con mayor libertad. Pero los magistrados y saduceos
se indignaron contra ellos y los prendieron y llevaron a la cárcel pública,
donde estuvieron poco tiempo, porque la gran Reina los libró de ella, como
diré luego (Cf. infra
n.148-150).
144. Pero no quiero dejar en silencio
el secreto que intervino en la caída de Ananías y Safira su mujer. Sucedió
que cuando la gran Señora del cielo conoció que Lucifer y sus demonios
provocaban a los sacerdotes y magistrados para que impidiesen la predicación
de los apóstoles, y que por estas sugestiones habían llamado a juicio a san
Pedro y a san Juan después del milagro del paralítico y les mandaron que no
predicasen en el nombre de Jesús, y considerando la piadosa Madre el
impedimento que resultaba a la conversión de las almas si esta malicia no se
atajaba, se convirtió de nuevo contra el dragón como al Señor lo había
ofrecido y tomando la causa por suya con mayor valor que Judit la de Israel
habló con este cruel tirano y le dijo: Enemigo del Altísimo, ¿cómo te
atreves y te puedes levantar contra sus criaturas, cuando en virtud de la
pasión y muerte de mi Hijo y verdadero Dios has quedado vencido y oprimido y
despojado de tu tirano imperio? ¿Qué puedes tú, oh basilisco venenoso, atado
y encarcelado en las penas infernales por toda la eternidad del Altísimo?
¿No sabes que estás sujeto a su poder infinito y no puedes resistir a su
voluntad invencible? Pues él te manda,
y yo en
su nombre y potestad te mando, que luego desciendas con los tuyos al
profundo de donde saliste a perseguir los hijos de la Iglesia.
145. No pudo resistir el dragón
infernal a este imperio de la poderosa Reina, porque su Hijo santísimo para
mayor terror de los demonios dio permiso que todos le conocieran
sacramentado en el pecho de la invencible Madre, como en trono de su
omnipotencia y majestad. Esto mismo sucedió en otras ocasiones en que María
santísima confundía a Lucifer, de que diré adelante
(Cf. infra n.490).
Y en ésta que digo se arrojó a los profundos con todas sus
legiones que le acompañaban y todos cayeron por entonces arruinados y
oprimidos de la virtud divina que sentían en aquella mujer singular.
Estuvieron algún tiempo los demonios en el profundo aterrados y dando
espantosos aullidos, enfureciéndose consigo mismos por su desdichada suerte
en que no podían dejar de ser, y porque desesperaban de vencer a la poderosa
Reina y a todos los que ella recibiese debajo de su amparo. Can este furioso
despecho habló Lucifer a sus demonios y confiriéndola con ellos les dijo:
¡Qué desdicha es ésta en que me veo! Decidme, ¿qué haré contra esta mi
enemiga, que así me atormenta y me arroja? Sola ella me hace mayor guerra
que todo el resto de las criaturas juntas. ¿Si la dejaré sin perseguirla,
porque no acabe de destruirme? Siempre salgo vencido de sus batallas y ella
victoriosa. Y reconozco que siempre disminuye mis fuerzas y poco a poco
acabará de aniquilarlas y nada podré hacer contra los seguidores de su Hijo.
Pero ¿ cómo he de sufrir tan injusto agravio? ¿A dónde está mi altiva poder?
¿Hele de sujetar a una mujer de condición y naturaleza tan inferior y vil en
mi comparación? Mas no me atrevo ahora a pelear con ella. Procuremos
derribar alguno de sus hijos que siguen su doctrina y con esto se aliviará
mi confusión y quedaré satisfecha.
146. Dio permiso el Señor para que el
dragón y los suyos volviesen a tentar a los fieles y ejercitarlos. Y
llegando a reconocer el estado que tenían y la grandeza de sus virtudes con
que estaban guarnecidos, no hallaban entrada ni podían reducir algunos a las
insanias y falsas ilusiones que les ofrecían. Pero reconociendo los
naturales e inclinaciones de todos, por donde ¡ay dolor! nos hacen cruda
guerra siempre, hallaron que Ananías y Safira su mujer eran más inclinados
al dinero y siempre lo habían buscado con alguna avaricia. Por este costado
en que los conoció el demonio más flacos les hizo la herida, arrojándoles a
la imaginación que reservasen alguna parte del precio en que vendían una
heredad para darlo a los apóstoles, de quien habían recibido la fe y el
bautismo. Se dejaron vencer de este vil engaño, porque era conforme a su
baja inclinación, y pretendiendo engañar a san Pedro tuvo el santo apóstol
revelación del pecado de los dos y los castigó con la repentina muerte que
tuvieron a sus pies, primero Ananías y después Safira, que sin saber el
suceso de su marido vino después de poco rato y, mintiendo como él, expiró
también en presencia de los apóstoles.
147. Desde el primer intento de
Lucifer, tuvo noticia nuestra Reina de lo que iba tramando y cómo Ananías y
Safira admitían sus dañadas sugestiones, y llena de compasión y dolor la
piadosa Madre se postró en la divina presencia y con íntimo clamor dijo: ¡Ay
de mí, Hijo y Señor mío! ¿Cómo este dragón sangriento hace presa en estas
simples ovejuelas de vuestro rebaño? ¿Cómo, Dios mío, sufrirá mi corazón ver
que toque el contagio de la codicia y mentira en las almas que han costado
vida y sangre vuestra? Si este cruelísimo enemigo se entrega en ellas sin
escarmiento, correrá el daño con el ejemplo del pecado y la flaqueza de los
hombres, y unos seguirán a otros en la caída. Yo, bien mío, perderé la vida
en esta pena, por haber conocido lo que pesa el pecado en vuestra justicia,
y más el de los hijos que el de los extraños. Remediad, pues, amado mío,
este daño como me le habéis dado a conocer. La respondió el Señor: Madre mía
y escogida, no se aflija vuestro corazón, donde yo vivo, que yo sacaré para
mi Iglesia muchos bienes de este mal, que para este fin ha permitido mi
providencia. Con el castigo que haré de estas culpas dejaré avisados a los
demás fieles para que teman con el ejemplo que queda en la Iglesia y en lo
futuro se guarden del engaño y de la codicia del dinero, pues amenaza el
mismo castigo, o mi indignación, a quien cometiere el mismo pecado, porque
mi justicia siempre es una misma contra los rebeldes a mi voluntad, como lo
enseña mi ley santa.
148. Con esta respuesta del Señor se
consoló María santísima, aunque se compadeció mucho del castigo que tomó la
divina venganza de aquellos dos engañados, Ananías y Safira. En el ínterin
que todo esto sucedía, hizo altísimas oraciones por los demás fieles para
que no fuesen engañados del demonio, y de nuevo se volvió contra él, le
aterró y arrojó, para que no irritase a los judíos contra los apóstoles, y
en virtud de esta fuerza con que los detenía gozaban de tanta paz y
tranquilidad los hijos de la primitiva Iglesia. Y siempre se hubiera
continuado aquella felicidad y amparo de su gran Reina y Señora, si no le
hubieran despreciado los hombres, entregándose a los mismos engaños, y a
otros peores, como lo hicieron Ananías y Safira. ¡Oh si temiesen los fieles
aquel ejemplo e imitasen el de los apóstoles! Sucedió que de la prisión
donde arriba dije (Cf.
supra n.143) que los metieron, invocaron el favor
divino y el de su Reina y Madre verdadera, y cuando Su Alteza conoció por la
divina luz que estaban presos, postrada en cruz ante el acatamiento divino
hizo por ellos esta oración:
149. Altísimo Señor mío, Criador del
universo, de todo mi corazón me sujeto a vuestra divina voluntad y
reconozco, Dios mío, que así conviene, como vuestra sabiduría infinita lo
dispone y ordena, que los discípulos sigan a su maestro, que sois vos,
verdadera luz y guía de vuestros escogidos; así lo confieso, Hijo mío,
porque vinisteis al mundo en forma y hábito de humildad, para acreditarla y
destruir la soberbia, para enseñar el camino de la cruz por la paciencia en
los trabajos y deshonras de los hombres. Y conozco también que han de seguir
esta doctrina y establecerla en la Iglesia vuestros apóstoles y discípulos.
Pero si es posible, bien mío de mi alma, que por ahora tengan libertad y
vida para fundar vuestra Iglesia santa y predicar al mundo vuestro soberano
nombre y reducirle a la verdadera fe, os suplico, Señor mío, me deis
licencia para que yo favorezca a vuestro vicario Pedro, a mi hijo y vuestro
amado Juan y a todos los que por astucia de Lucifer están en prisiones. No
se gloríe este enemigo de que ha triunfado ahora contra vuestros siervos, ni
levante su cabeza contra los demás hijos de la Iglesia. Quebrantad, Señor
mío, su soberbia, y sea confuso en vuestra presencia.
150. A esta petición la respondió el
Altísimo: Esposa mía, hágase lo que tú quieres, que esto es mi voluntad.
Envía a tus ángeles para que destruyan las obras de Lucifer, que contigo
está mi fortaleza. Con este beneplácito la gran Reina de los ángeles
despachó luego a uno de los de su guarda, que era de jerarquía muy superior,
para que fuese a la cárcel donde estaban presos los apóstoles y les quitase
las prisiones y sacase libres de la cárcel. Y éste fue el ángel que refiere
san Lucas en el capítulo 5 de los Hechos apostólicos
(Act 5,19),
que de noche libró de la prisión a los apóstoles como María
santísima se lo ordenó, aunque el secreto de este milagro no lo declaró el
evangelista san Lucas. Pero los apóstoles le vieron lleno de resplandor y
hermosura, y les dijo cómo era enviado por su Reina para rescatarlos de la
prisión, como lo hizo, y les mandó fuesen a predicar, como también sucedió.
Tras de este ángel despachó otros, para que fuesen a los magistrados y
sacerdotes y apartasen de ellos a Lucifer y a sus demonios, que los turbaban
e irritaban contra los apóstoles, y para que les diesen inspiraciones
santas, para que no se atreviesen a ofenderlos ni impedirles la predicación.
Obedecieron también estos divinos espíritus y cumplieron tan bien con esta
legacía, que de ella resultó lo que el mismo san Lucas dice en el capítulo
citado de la plática que hizo en el consistorio aquel venerable doctor de la
ley llamado Gamaliel
(Act 5,34). Porque hallándose confusos los demás
jueces sobre lo que harían de los apóstoles, a quienes habían puesto en la
cárcel y estaban ya libres y predicando en el templo, sin saber por quién o
dónde habían sido librados de la cárcel, entonces Gamaliel les dio por
consejo a los sacerdotes que no se embarazasen con aquellos hombres, sino
que los dejasen predicar, porque si aquella era obra de Dios no la podrían
impedir y, si no lo era, ella se desvanecería luego, como en aquellos años
había sucedido a otros dos falsos profetas que en Jerusalén y Palestina
habían inventado nuevas sectas; el uno se llamaba Teodas y el otro Judas
Galileo y entrambos perecieron con todos los de su séquito.
151. Este consejo de Gamaliel fue por
inspiración de los santos ángeles de nuestra gran Reina; y también que los
otros jueces le admitiesen, aunque mandaron a los apóstoles que no
predicasen más a Jesús Nazareno, porque a esto les movía su propia
reputación e interés. Pero con algún castigo que dieron a los apóstoles los
despidieron, porque los habían prendido otra vez, cuando desde la cárcel
salieron a predicar por orden del ángel que les dio libertad. De todos sus
ejercicios y trabajos volvían luego los apóstoles a dar cuenta a María
santísima como a su Madre y Maestra, y la prudentísima Reina los recibía con
maternal afecto y alegría de verlos tan constantes en el padecer y tan
celosos de la salud de las almas. Ahora me les decía parecéis, señores míos,
verdaderos imitadores y discípulos de vuestro Maestro, cuando por su nombre
padecéis afrentas y contumelias y con alegre corazón le ayudáis a llevar su
cruz, cuando sois dignos ministros y cooperadores para que se logre el fruto
de su sangre en los hombres, por cuya salud la derramó. Su diestra poderosa
os bendiga y os comunique su virtud divina. Esto les decía puesta de
rodillas y besándoles la mano, y luego los servía, como arriba se dijo
(Cf. supra n.92).
Doctrina que me dio la gran Reina de los ángeles María
santísima.
152. Hija mía, de lo que has entendido
y escrito en este capítulo tienes importantes y muchas advertencias para tu
salvación y de todos los fieles hijos de la santa Iglesia. En primer lugar
se debe ponderar la solicitud y desvelo con que yo cuidaba de la salud
eterna de todos los creyentes, sin omitir ni olvidar la menor de sus
necesidades y peligros. Les enseñaba la verdad, oraba incesantemente, los
animaba en los trabajos, obligaba al Altísimo para que los asistiese, y
sobre todo esto los defendía de los demonios y de sus engaños y furiosa
indignación. Todos estos beneficios les hago ahora desde el cielo, y si no
todos los experimentan, no es porque de mi parte no lo solicito, sino porque
son muy contados los fieles que me llaman de todo corazón y lasque se
disponen para merecer y lograr el fruto de mi maternal amor. A todos
defendería del dragón, si todos me invocasen y temiesen los engaños tan
perniciosos con que los enreda y enlaza para su eterna condenación. Y para
que despierten los mortales de este formidable peligro, les doy ahora este
nuevo recuerdo. Te aseguro, hija mía, que todos los que se condenan después
de la muerte de mi Hijo santísimo y de los favores y beneficios que por mi
intercesión hace al mundo, tienen mayores tormentos en el infierno sobre los
que se perdieron antes que viniera al mundo y yo estuviera en él. Y así los
que desde ahora entendieren estos misterios y los despreciaren para su
perdición, serán reos de mayores y nuevas penas.
153. Deben a si mismo advertir la
estimación en que han de tener sus propias almas, pues tanto hice yo y hago
cada día por ellas, después de haberlas redimido mi Hijo santísimo con su
pasión y muerte. Este olvido en los hombres es muy reprensible y digno de
tremendo castigo. ¿En qué razón o en qué juicio cabe, que por un momentáneo
gusto de los sentidos, que al más largo plazo se acaba con la vida, y otras
veces en un brevísimo tiempo, trabaje tanto un hombre que tiene fe? ¿Y de su
alma, que es eterna, no haga más caso ni aprecio y la olvide tanto, como si
con las cosas visibles se acabara y consumiera? No advierten que cuando todo
perece, entonces comienza el alma a padecer o gozar lo que será eterno y sin
fin. Conociendo tú esta verdad y la perversidad de los mortales, no te
admires de que el dragón infernal sea hoy tan poderoso contra los hombres,
porque donde hay continua batalla, el que sale victorioso cobra las fuerzas
que perdió el vencido. Y esto se verifica más en la cruel y continua lucha
con los demonios, que si le vencen las almas quedan ellas fuertes y él queda
debilitado, como sucedió cuando le venció mi Hijo y yo después. Pero si esta
serpiente se reconoce victoriosa contra los hombres. entonces levanta la
cabeza de su soberbia y convalece de su flaqueza cobrando nuevos bríos y
mayor imperio, como le tiene hoy en el mundo, porque los amadores de su
vanidad se le han sujetado, siguiéndola debajo de su bandera y falsas
fabulaciones. Con este daño ha dilatado el infierno su boca, y cuantos más
engulle y traga es más insaciable su hambre, anhelando a sepultar en las
cavernas infernales todo el resto de los hombres.
154. Teme, oh carísima, teme este
peligro como lo conoces y vive en continuo desvelo para no abrir puerta en
tu corazón a los engaños de esta cruentísima bestia. El escarmiento tienes
en Ananías y Safira, que por haberles conocido la inclinación y codicia del
dinero, entró el demonio en sus almas y los as alteó por aquel portillo. No
quiero que tú apetezcas cosa alguna de la vida mortal, y de tal manera
quiero que reprimas y extingas en ti todas las pasiones e inclinaciones de
la flaca naturaleza, que ni los mismos espíritus malignos puedan rastrear en
ti con todo su desvelo algún movimiento desordenado de soberbia, codicia,
vanidad, ira, ni otra pasión alguna. Esta es la ciencia de los santos y sin
la que nadie vive seguro en carne mortal y por cuya ignorancia perecen
innumerables almas. Apréndela tú con diligencia y enséñala a tus religiosas,
para que cada una sea vigilante centinela de sí misma. Y con esto vivirán en
paz y caridad verdadera y no fingida, y cada una y todas juntas, unidas en
la quietud y tranquilidad del divino Espíritu y guarnecidas con el ejercicio
de todas las virtudes, serán un castillo incontrastable para los enemigos.
Acuérdate y hazles a la memoria a las religiosas el castigo de Ananías y
Sefira y exhórtalas a que sean muy observantes de su regla y constituciones,
que con esto merecerán mi protección y especialísimo amparo.
CAPITULO 10
De Nuevo a Tapa
Los favores que María santísima por medio de sus ángeles
hacía a los apóstoles, la salvación que alcanzó a una mujer en la hora de la
muerte y otros sucesos de algunos que se condenaron.
155. Como la nueva ley de gracia se iba
dilatando en Jerusalén, crecía cada día el número de los fieles y se
aumentaba la nueva Iglesia del evangelio, y al mismo paso crecía también la
solicitud y atención de su gran Reina y Maestra María santísima con los
nuevos hijos que los apóstoles engendraban en Cristo nuestro Señor con su
predicación. Y como ellos eran los fundamentos de la Iglesia, en quienes
como en piedras firmísimos había de estribar la firmeza de este admirable
edificio, por esto la prudentísima Madre y Señora cuidaba del colegio
apostólico con especial vigilancia. Y toda esta divina atención se le
aumentaba conociendo la indignación de Lucifer contra los seguidores de
Cristo, y mayor contra los sagrados apóstoles como ministros de la salud
eterna de los otros fieles. Nunca será posible en esta vida decir ni
alcanzar a conocer los oficios, los favores y beneficios que hizo a todo el
cuerpo de la Iglesia y a cada uno de sus miembros místicos, en particular a
los apóstoles y discípulos, porque, según lo que se me ha dado a entender,
no se pasó día ni hora en que no obrase con ellos alguna o muchas
maravillas. Diré en este capítulo algunos sucesos que son de gran enseñanza
para nosotros, por los secretos que contienen de la oculta providencia del
Altísimo. Y de ellos se puede colegir cuál sería la vigilantísima caridad y
celo de las almas que María santísima tenía con ellas.
156. A todos los apóstoles amaba y
servía con increíble afecto y veneración, así por su extremada santidad como
por la dignidad de sacerdotes y ministerio de fundadores y predicadores del
evangelio. Cuando estuvieron juntos en Jerusalén los servía, asistía,
aconsejaba y gobernaba, como arriba queda dicho
(Cf. supra n.89,92,l02).
Pero con el aumento de la Iglesia fue necesario que
luego comenzasen a salir de Jerusalén para bautizar y admitir a la fe a
muchos que de los lugares circunvecinos se convertían; aunque luego volvían
a la ciudad, porque de intento no se habían repartido ni despedido de
Jerusalén, hasta que tuvieron orden para hacerlo. Y de los Actos apostólicos
consta (Act 9,38-40)
que san Pedro salió a Lidia y a Jopen, donde resucitó
a Tabita e hizo otros milagros, y volvía a Jerusalén. Y aunque estas salidas
las cuenta san Lucas después de la muerte de san Esteban de que hablaré en
el capítulo siguiente, pero en el tiempo que pasó hasta que sucedió todo
esto se convirtieron muchos de Palestina y fue necesario que los apóstoles
saliesen a predicarles y confirmarlos en la fe, y volvían a Jerusalén a dar
cuenta de todo a su divina Maestra.
157. En todas estas jornadas y
predicaciones procuraba el común enemigo impedir la palabra divina o el
fruto de ella, moviendo muchas contradicciones y alteraciones de los
incrédulos contra los apóstoles y sus oyentes y convertidos. Y en estas
persecuciones padecían cada día grandes molestias y sobresaltos, porque le
pareció al dragón infernal podía embestirles con mayor confianza,
hallándolos ausentes y lejos del amparo de su Protectora y Maestra. Tan
formidable era para el infierno esta gran Reina de los ángeles, que con ser
tan eminente la santidad de los apóstoles, con todo eso le parecía a Lucifer
que sin María los cogía desarmados y a su salvo, para acometerles y
tentarlos. Tal es también la soberbia y furor de este dragón, que, como está
escrito en Job (Job
41,l8-19), al más duro acero lo reputó por una
pajuela flaca y al bronce como si fuera un podrido leño. No teme las flechas
ni la honda, pero teme tanto a María santísima, que para tentar a los
apóstoles aguarda que estén ausentes de este amparo.
158. Mas no por esto les faltó, porque
la gran Señora desde la atalaya de su altísima sabiduría alcanzaba a todas
partes, y como vigilantísima centinela descubría las asechanzas de Lucifer y
acudía al socorro de sus hijos y ministros del Señor. Y cuando por estar
ausentes los apóstoles no los podía hablar, enviaba luego que los conocía
afligidos a sus santos ángeles que la asistían, para que los consolasen y
animasen, los previniesen y algunas veces ahuyentasen a los demonios que los
perseguían. Todo esto ejecutaban los espíritus celestiales con prontitud,
como su Reina lo ordenaba. Y unas veces lo hacían ocultamente por
inspiraciones y consolaciones interiores que daban a los apóstoles, otras
veces, y más de ordinario, se les manifestaban visibles en cuerpos
refulgentes y hermosísimos y hablaban con los apóstoles todo lo que convenía
o su Maestra les quería advertir. Y este modo era frecuente por la santidad
y pureza de los apóstoles y por la necesidad que entonces había de
favorecerles con tanta abundancia de consuelo y esfuerzo. Y nunca tuvieron
aprieto ni trabajo en que la amantísima Madre no les socorriese por estos
modos, a más de las continuas oraciones, peticiones y hechos de gracias que
por ellos ofrecía. Era la mujer fuerte, cuyos domésticos estaban socorridos
con dobladas vestiduras, y la madre de familias que a todos los proveía de
alimento y con el fruto de sus manos plantaba la viña del Señor
(Prov 31).
159. Con todos los otros fieles tenía
el mismo cuidado respectivamente y, aunque eran muchos en Jerusalén y en
Palestina, de todos tenía noticia y conocimiento para favorecerlos en sus
necesidades y tribulaciones, y no sólo atención a las de las almas, sino
también a las corporales, y fuera de los muchos que curaba de gravísimas
enfermedades. A otros que conocía no era conveniente darles salud
milagrosamente, a éstos los servía muchas cosas por su misma persona,
visitándolos y regalándolos, y de los más pobres cuidaba más, y muchas veces
por su mano les daba de comer, hacía las camas en que estaban, atendía a su
limpieza como si fuera sierva de cada uno y con el enfermo estuviera
enferma. Tanta era la humildad, la caridad y solicitud de la gran Reina del
mundo, que ningún oficio ni obsequio o ministerio negaba a sus hijos los
fieles, ni por ínfimos y humildes los despreciaba, como fuesen para consuelo
suyo. Y llenaba a todos de gozo y consolación suavísima en sus trabajos, con
que se les hacían fáciles. Y a los que por estar lejos no podía acudir
personalmente, los favorecía por medio de los ángeles ocultamente, o con
oraciones y peticiones les alcanzaba interiores beneficios y otros socorros.
160. Singularmente se señalaba su
maternal piedad con los que estaban a la hora de la muerte y morían, porque
a muchos asistía en aquel último conflicto y los ayudaba en él hasta
dejarlos en estado de seguridad eterna. Y por los que iban al purgatorio
hacía fervorosas peticiones y algunas obras penales, como postraciones en
cruz, genuflexiones y otros ejercicios con que satisfacía por ellos.
Y luego despachaba a alguno de
sus ángeles para que sacase del purgatorio aquellas almas por quien había
satisfecho y las llevase al cielo y en su nombre las presentase a su Hijo
santísimo, como hacienda propia del mismo Señor y fruto de su sangre y
redención. Esta felicidad alcanzó a muchas almas en el tiempo que la Señora
del cielo era moradora en la tierra. Y no entiendo se les niegue ahora a las
que se disponen en su vida para merecer su presencia en la muerte, como en
otra parte dejo escrito
(Cf. supra p.II n.929).
Y porque sería necesario extender mucho esta Historia si
hubiera de referir los beneficios que hizo María santísima en la hora de la
muerte a muchos que ayudó en ella, no puedo detenerme en esto, pero diré un
suceso que tuvo con una doncella a quien libró de la boca del dragón
infernal; por ser tan raro y digno de advertencia para todos, no es justo
negársele a esta Historia ni a nuestra enseñanza.
161. Sucedió, pues, en Jerusalén, que
una doncella de padres humildes y poco abundantes de hacienda se convirtió
entre los cinco mil que primero recibieron el bautismo. Esta pobrecilla
mujer, acudiendo a los ministerios de su casa, enfermó y le duró por muchos
días la dolencia, sin mejorar en la salud. Con esta ocasión, como suele
suceder a otras almas, se fue resfriando en el primer fervor y se descuidó
en cometer algunas culpas, con que pudo perder la gracia bautismal. Pero
Lucifer, que no se descuidaba, sediento de tragar alguna de aquellas almas,
acudió a ésta y la embistió con suma crueldad, permitiéndolo así Dios para
mayor gloria suya y de su Madre santísima. Le apareció el demonio a la
doncella en forma de otra mujer para engañarla mejor y la dijo con halagos
que se retirase mucho de aquella gente que predicaba al Crucificado y no les
diese crédito en cuanto la decían porque la engañaban en todo, y que si no
lo hacía la castigarían los sacerdotes y jueces, como habían crucificado al
Maestro de aquella ley nueva y engañosa que la habían enseñado a ella, y con
este remedio estaría buena y después viviría contenta y sin peligro. Le
respondió la doncella: Yo haré lo que me dices, mas aquella Señora que he
visto con estos hombres y mujeres y parece tan linda y apacible, ¿qué tengo
de hacer con ella?, porque la quiero mucho. Le replicó el demonio: Esa que
tú dices es peor que todos y a ella es la primera a quien has de aborrecer y
retirarte de sus engaños y esto es lo que más te importa.
162. Con este mortal veneno de la
antigua serpiente quedó inficionada el alma de aquella simplecilla paloma, y
en vez de mejorar en la salud del cuerpo se le fue agravando la enfermedad y
acercándose a la muerte natural y eterna. Uno de los setenta y dos
discípulas que andaba visitando a los fieles tuvo noticia de la grave
enfermedad de aquella mujer, porque un vecino de su casa le dijo que allí
estaba una mujer de los de su secta muy cerca de expirar. Entró a verla y
animarla con razones santas y a reconocer su necesidad. Pero la enferma
estaba tan oprimida de los demonios, que ni le admitió ni habló palabra
aunque la exhortó y predicó grande rato, antes se retiraba y cubría para no
oírle. Reconoció el discípulo por aquellas señales la perdición de la
enferma, aunque ignoraba la causa, y con grande presteza fue a dar cuenta de
aquel daño al apóstol san Juan, el cual sin detenerse acudió luego a visitar
a la doncella y la amonestó y habló palabras de vida eterna, si las quisiera
admitir. Pero sucedió lo mismo que al discípulo, porque a entrambos resistió
con pertinacia. Si bien el apóstol vio muchas legiones de demonios que
tenían rodeada a la enferma, porque llegando él se retiraron, pero no
cesaban de forcejar para volver luego a renovar las ilusiones de que la
miserable mujer estaba llena.
163. Y reconociendo su dureza el
apóstol, se fue muy afligido a dar noticia de ello a María santísima y
pedirle el remedio. Convirtió luego la gran Reina su vista interior a la
enferma y conoció el infeliz y peligroso estado de aquella alma y cómo el
enemigo la había puesto en él. Se lamentó la piadosa Madre sobre aquella
simple ovejuela, engañada del infernal y sangriento lobo, y postrada en
tierra oró y pidió el rescate de la mísera doncella. Pero el Señor no
respondió palabra a esta petición de su Madre santísima, no porque sus
ruegos no le fuesen agradables, antes por eso mismo y por oír más sus
clamores se hizo sordo, y para enseñarnos también cuál era la caridad y
prudencia de la gran Maestra y Madre en las ocasiones que era necesario usar
de ellas. La dejó el Señor para esto en el estado común y ordinario que la
gran Señora tenía, sin añadirla nueva ilustración en lo que pedía. Mas no
por esto desistió, ni se entibió su caridad ardentísima, como quien conocía
que no por el silencio del Señor había de faltar ella a su oficio de Madre,
mientras no sabía expresamente la voluntad divina. Con esta prudencia se
gobernó en aquel suceso y luego ordenó a uno de sus santos ángeles fuese a
remediar aquella alma y la defendiese de los demonios y exhortase con santas
inspiraciones, para que se apartase de sus engaños y se convirtiese a Dios.
Hizo el ángel esta embajada con la presteza que saben obedecer a la voluntad
del Altísimo, pero tampoco pudo reducir aquella obstinada mujer con las
diligencias que como ángel pudo hacer y de hecho hizo para desengañarla. A
tal estado como éste puede venir un alma que se entrega al demonio.
164. Volvió el santo ángel a su Reina y
la dijo: Señora mía, vengo de ayudar a aquella doncella en el peligro de su
condenación, como vos, Madre de misericordia, me lo ordenasteis, pero su
dureza es tanta que ni admite ni escucha las inspiraciones santas que le he
dado. He altercado con los demonios para defenderla de ellos y se resisten,
alegando el derecho que aquella alma de su voluntad les ha dado, en que
libremente persevera. El poder de la divina justicia no ha concurrido
conmigo como yo deseaba, obedeciendo vuestra voluntad, y no puedo, Señora
mía, daros el consuelo que deseáis. Se afligió mucho la piadosa Madre con
esta respuesta, pero como ella era la Madre del amor, de la ciencia y de la
santa esperanza (Eclo
24,24 (A.)), no pudo perder lo que a todos nos
mereció y enseñó. Y retirándose de nuevo a pedir el remedio de aquella alma
engañada, se postró en tierra y dijo: Señor mío y Dios de misericordias,
aquí está este vil gusanillo de la tierra, castigadme y afligid me a mí y no
vea yo que esta alma, señalada con las primicias de vuestra sangre y
engañada por la serpiente, quede por despojos de su maldad y del odio que
tiene contra vuestros fieles.
165. Perseveró María santísima un rato
en esta petición, pero tampoco la respondió el Señor, para probar su invicto
corazón y caridad con los próximos. Consideró la prudentísima Virgen lo que
sucedió al profeta Eliseo
(4 Re 4,34 (A.))
para resucitar al hijo de la Sunamitis su hospedera, que no
bastó a darle vida el báculo del Profeta que le aplicó Giezi su discípulo y
fue necesario que llegase en persona el mismo Eliseo y tocase el difunto y
se midiese y ajustase con él, con que le restituyó la vida. No fueron
poderosos el ángel ni el apóstol para resucitar del pecado y engaño de
Satanás a aquella miserable mujer, y así determinó la gran Señora ir a
remediarla por su persona. Lo propuso así al Señor en la oración que por
ella hizo y, aunque no tuvo respuesta de Su Majestad, como la obra misma le
daba licencia, se levantó y comenzó a dar algunos pasos para salir del
aposento donde estaba y caminar con san Juan a donde estaba la enferma, que
era algo distante del cenáculo. Pero en moviéndose a los primeros la
detuvieron los ángeles, a quienes había mandado el Señor la llevasen y
acompañasen, pero no se le había manifestado a ella. Les preguntó por qué la
detenían. Y la respondieron, porque no es razón consintamos que vais por la
ciudad, cuando nosotros podemos llevaros con mayor decencia. Luego la
pusieron en un trono de nube refulgente y la llevaron y pusieron en el
aposento de la doncella enferma, que, como era pobre y no hablaba, la habían
desamparado todos y estaba sola y rodeada de demonios que esperaban su alma
para llevarla.
166. Mas al instante que llegó la Reina
de los ángeles huyeron todos los espíritus malignos como unos relámpagos y
como atropellándose unos a otros con terribles aullidos. Y la poderosa
Señora les mandó con imperio descendiesen al profundo, hasta que les
permitiese saliesen de él, y así lo hicieron sin poderlo resistir. Llegó la
piadosísima Madre a la enferma y la llamó por su nombre, tomó la de la mano
y la habló dulcísimos razones de vida con que la renovó toda y comenzó a
respirar y volver en sí. Y respondiendo a María santísima dijo: Señora mía,
una mujer que me visitó, me persuadió que los discípulos de Jesús me
engañaban y que me apartase luego de ellos y de vos, porque me sucedería muy
mal si admitía la ley que me enseñaban. Replicó lo Reina y la dijo: Hija
mía, esa que te pareció mujer era el demonio tu enemigo. Yo vengo a darte de
parte del Altísimo la vida eterna; vuelve, pues, a su verdadera fe que antes
recibiste y confiésale de todo tu corazón por tu Dios verdadero y Redentor,
que para remedio tuyo y de todo el mundo murió en la cruz; adórale, invócale
y pídele perdón de tus pecados.
167. Todo eso respondió la enferma
creía yo antes, y me han dicho que es muy malo y me castigarán si lo
confieso. Le replicó la divina Maestra: Amiga mía, no temas ese engaño, pero
advierte que el castigo y penas que se han de temer son las del infierno, a
donde te encaminaban los demonios. Y ahora estás muy cerca de la muerte y
puedes alcanzar el remedio que yo te ofrezco si me das crédito y serás libre
del fuego eterno que te amenazaba por tu error. Con esta exhortación y la
gracia que María santísima alcanzó para aquella pobrecilla mujer, se movió
con grandes lágrimas de compunción y la pidió su favor en aquel peligro,
estando rendida para todo lo que la mandase. Luego la gran Señora la hizo
protestar la fe de Cristo nuestro Señor y que hiciese un acto de contrición
para confesarse. Y la gran Reina dispuso que recibiese los sacramentos,
llamando a los apóstoles para que se los administrasen. Y repitiendo la
dichosa mujer los actos de contrición y de amor, invocando a Jesús y a su
Madre que la gobernaba, expiró la feliz doncella en manos de su Remediadora,
habiendo estado dos horas enteras con ella, para que el demonio no volviese
a engañarla. Y fue tan poderoso este socorro, que no sólo la redujo al
camino de la vida eterna, pero le alcanzó tantos auxilios, que salió aquella
dichosa alma libre de culpa y de pena. Y luego la envió al cielo con unos
ángeles de los doce que tenían en el pecho aquella señal o divisa de la
redención y traían palmas y coronas en las manos para socorrer a los devotos
de su gran Reina. De estos ángeles queda ya dicho en la primera parte,
capítulo 14, número 202, y capítulo 18, número 273, y no es necesario
repetirlo ahora. Sólo advierto que a estos ángeles, que enviaba la Reina a
diversas operaciones, los escogía conforme a las gracias y virtudes que
tenían para beneficio de los hombres.
168. Después de remediada aquella alma,
volvieron los demás ángeles a la Reina a su oratorio en la misma nube que la
habían traído. Y luego se humilló y postró en tierra adorando al Señor y
dándole gracias por el beneficio de haber sacado aquella alma de la boca del
dragón infernal, y por ello hizo un cántico de alabanza del Altísimo. Esta
maravilla ordenó su gran sabiduría, para que los ángeles, los santos del
cielo, los apóstoles y también los mismos demonios entendiesen el poder
incomparable de María santísima y que así como era Señora de todos así
también todos juntos no serían poderosos tanto como ella y que nada se le
negaría de lo que pidiese para los que la amasen, sirviesen y llamasen, pues
aquella feliz doncella, por el amor que había tenido a esta Señora divina,
no fue despedida del remedio, y los demonios quedasen oprimidos, confusos y
desconfiados de prevalecer contra lo que María santísima quiere y puede para
sus devotos. Otras cosas para nuestra enseñanza se pueden notar en este
ejemplo, que remito a la atención y prudencia de los fieles.
169. No sucedió así a otros dos de los
convertidos, que desmerecieron la eficaz intercesión de María santísima. Y
porque este ejemplo puede servir también de aviso y escarmiento, como el de
Ananías y Safira, para conocer la astucia de Lucifer en tentar y derribar a
los hombres, le escribiré como le he entendido, con las advertencias que
encierra, para temer con David los justos juicios del Muy Alto
(Sal 118,120).
Después del milagro referido, tuvo permiso el demonio para
volver al mundo con los suyos y tentar a los fieles, porque así convenía
para la corona de los justos y predestinados. Salió del infierno con mayor
saña contra ellos y comenzó a investigar por dónde le abrían puerta para
acometer, rastreando las inclinaciones malas de cada uno como ahora lo hace,
con la confianza que le ha dado la experiencia de que los hijos de Adán,
inadvertidos, de ordinario seguimos las inclinaciones y pasiones más que la
razón y la virtud. Y como la multitud no puede ser muy perfecta en todas sus
partes y la Iglesia iba creciendo en número, así también en algunos se
entibiaba el fervor de la caridad, y el demonio tenía mayor campo en que
sobresembrar su cizaña. Reconoció entre los fieles que dos hombres eran de
malas inclinaciones y hábitos antes que se convirtiesen y que deseaban tener
gracia y estrecha dependencia de algunos príncipes de los judíos, de quien
esperaban algunos intereses temporales de honra y hacienda, y con esta
codicia que siempre fue raíz de todos los males
(1 Tim 6,10)
contemporizaban y lisonjeaban a los poderosos cuya gracia
codiciaban.
170. Con estos achaques juzgó el
demonio que aquellos fieles estaban flacos en la fe y virtudes y que podría
derribarlos por medio de los judíos principales, de quienes tenían
dependencia. Y como lo pensó la serpiente, así lo ejecutó y consiguió,
arrojando muchas sugestiones al corazón incrédulo de aquellos sacerdotes,
para que reprendiesen y amenazasen a los dos convertidos por haber admitido
la fe de Cristo y recibido su bautismo. Lo hicieron así como el demonio se
lo administraba con grande aspereza y autoridad. Y como la indignación en
los poderosos acobarda a los menores que son de corazón flaco, y lo eran
aquellos dos convertidos, apegados a sus propios intereses temporales, con
esta párvula flaqueza se resolvieron en apostatar de la fe de Cristo, para
no caer en desgracia de aquellos judíos poderosos, en quien tenían alguna
infeliz y falsa confianza. Luego se retiraron de todo el gremio de los otros
fieles y dejaron de acudir a la predicación y ejercicios santos que los
demás hacían, con que se conoció su caída y perdición.
171. Se contristaron mucho los
apóstoles por la ruina de aquellos fieles y por el escándalo que los demás
recibirían con tan pernicioso ejemplo en los principios de la Iglesia.
Confirieron entre sí si le darían noticia del suceso a María santísima,
porque temían el desconsuelo y dolor que la causaría. Pero el apóstol san
Juan les advirtió que la gran Señora sabía todas las cosas de la Iglesia y
aquélla no se le podría ocultar a su vigilantísima atención y caridad. Con
esto fueron todos a darla cuenta de lo que pasaba con aquellos dos apostatas
a quienes habían exhortado para que se redujesen a la verdadera fe que
habían descreído y negado. La piadosa y prudente Madre no disimuló el dolor,
porque no era para ocultarle en la pérdida de las almas que ya estaban
agregadas a la Iglesia. Y convenía también que los apóstoles conocieran en
el sentimiento de la gran Señora la estimación que debían hacer de los hijos
de la Iglesia y el celo tan ardiente con que habían de procurar conservarlos
en la fe y reducirlos al camino de salud. Se retiró luego nuestra, Reina a
su oratorio y postrada en tierra como solía hizo profunda oración por
aquellos dos apostatas, derramando copiosas lágrimas de sangre por ellos.
172. Y
para moderar en algo su dolor con la ciencia de los
ocultos juicios del Altísimo, la respondió Su Majestad y la dijo: Esposa
mía, escogida entre mis criaturas, quiero que conozcas mis justos juicios en
esas dos almas por quien me pides y en otras que han de entrar en mi
Iglesia. Estos dos, que han apostatado de mi verdadera fe, pueden hacer más
daño que provecho entre los demás fieles si perseverasen en su conversación
y trato, porque son de costumbres muy depravadas y han empeorado sus
torcidas inclinaciones; con que mi ciencia infinita los conoce por réprobos
y así conviene desviarlos del rebaño de los fieles y cortarlos del cuerpo
místico de mi Iglesia para que no inficionen a otros ni les peguen su
contagio. Necesario es ya, querida mía, conforme a mi altísima providencia,
que entren en mi Iglesia predestinados y prescitos: unos, que por sus culpas
se han de condenar, y otros, que por mi gracia se han de salvar con buenas
obras; y mi doctrina y evangelio
(Mt 13,47 (A.))
ha de ser como la red que recoge a todo género de peces,
buenos y malos, a prudentes y necios, y el enemigo ha de sembrar su cizaña
entre el grano puro de la verdad, para que los justos se justifiquen más y
los inmundos, si quisieren por su malicia, se hagan más inmundos
(Ap 22,11).
173. Esta fue la respuesta que dio el
Señor a María santísima
en aquella oración, renovando en ella la participación de su divina ciencia,
con que se dilató su afligido corazón conociendo la equidad de la justicia
del Muy Alto en condenar con razón a los que por su malicia se hacían
réprobos e indignos de la amistad de Dios y de su gloria. Pero como la
divina Madre tenía el peso del santuario en su eminentísima sabiduría,
ciencia y caridad, sola ella entre todas las criaturas pesaba y ponderaba
dignamente lo que monta perder una alma a Dios eternamente y quedar
condenada a los tormentos eternos en compañía de los demonios, y a la medida
de esta ponderación era su dolor. Ya sabemos que los ángeles y santos del
cielo, que conocen en Dios este misterio, no pueden tener dolor ni pena,
porque no se compadece con aquel estado felicísimo. Y si fuera compatible
con la gloria de que gozan, fuera su dolor conforme al conocimiento que
tienen del daño que es condenarse los que aman con caridad tan perfecta y
desean tener consigo en la gloria.
174. Pues las penas y dolor que no
pueden sentir los bienaventurados de la condenación de los hombres, éste
tuvo María santísima en grado tan superior al que tuvieran ellos, cuanto les
excedía esta divina Señora en la sabiduría y caridad. Para sentir el dolor
estaba en estado de viadora y para conocer la causa tenía ciencia de
comprensora. Porque cuando gozó de la visión beatífica conoció el ser de
Dios y el amor que tiene a la salud de los hombres, como de bondad infinita,
y lo que se doliera de la perdición de una alma si fuera capaz de dolor.
Conocía la fealdad de los demonios, la ira que tienen contra los hombres, la
condición de las penas infernales y eterna compañía de los mismos demonios y
de todos los condenados. Todo esto, y lo que yo no alcanzo a ponderar, ¿qué
dolor, qué pena y compasión causaría en un corazón tan blando, tan amoroso y
tierno como el de nuestra amantísima María, sabiendo que aquellas dos almas
y otras casi infinitas con ellas se perderían en la santa Iglesia? Sobre
esta desdicha se lamentaba y muchas veces repetía: ¿Es posible que un alma
por su voluntad se haya de privar eternamente de ver la cara de Dios y
escoja ver las de tantos demonios en eterno fuego?
175. El secreto de la reprobación de
aquellos nuevos apostatas reservó para sí la prudentísima Reina, sin
manifestarlo a los apóstoles. Pero estando así afligida y retirada, en
aquella ocasión entró el evangelista san Juan a visitarla y saber lo que le
mandaba hacer o en qué servirla. Y como la vio tan afligida y triste, se
turbó el apóstol y pidiéndola licencia para hablarla dijo: Señora mía y
Madre de mi Señor Jesucristo, después que Su Majestad murió nunca he
reconocido vuestro semblante tan afligido y doloroso como ahora y bañados en
sangre vuestro rostro y ojos. Decidme, Señora, si es posible, la causa de
tan nuevo dolor y sentimiento y si puedo aliviaros en él con dar mi propia
vida. Respondió María santísima: Hijo mío, lloro ahora por esta misma causa.
Entendió san Juan que la memoria de la pasión había renovado en la piadosa
Madre tan acervo y nuevo dolor y con este pensamiento la replicó así: Ya,
Señora mía, podéis moderar las lágrimas, cuando vuestro Hijo y Redentor
nuestro está glorioso y triunfante en los cielos a la diestra de su eterno
Padre. Y aunque no es razón olvidemos lo que padeció por los hombres,
también es justo os alegréis con los bienes que se han seguido de su pasión
y muerte.
176. Si después que murió mi Hijo
respondió María santísima le quieren crucificar otra vez los que le ofenden
y niegan y malogran el fruto inestimable de su sangre, justo es que yo
llore, como quien conoce de su ardentísimo amor con los hombres que
padeciera por el remedio de cada uno lo que padeció por todos. Veo tan mal
agradecido este amor inmenso y la perdición eterna de tantos que debían
conocerle, que no es posible moderar mi dolor, ni tener vida, si no me la
conserva el mismo Señor que me la dio. Oh hijos de Adán, formados a la
imagen de mi Hijo y de mi Señor, ¿en qué pensáis?, ¿dónde tenéis el juicio y
la razón para sentir vuestra desdicha, si perdéis a Dios eternamente?
Replicó san Juan: Madre y Señora mía, si vuestro dolor es por los dos que
han apostatado, bien sabéis que entre tantos hijos ha de haber infieles
siervos, pues en nuestro apostolado prevaricó Judas en la misma escuela de
nuestro Redentor y Maestro. Oh Juan respondió la Reina si Dios tuviera
voluntad determinada de la perdición de algunas almas, pudiera aliviar algo
mi pena, pero, aunque permite la condenación de los réprobos porque ellos se
quieren perder, no era ésta absoluta voluntad de la divina bondad, que a
todos quisiera hacer salvos si ellos con su libre albedrío no le
resistieran, y a mi Hijo santísimo le costó sudar sangre el que no fuesen
todos predestinados y alcanzase con eficacia la que por ellos derramaba. Y
si ahora en el cielo pudiera tener dolor de cualquier alma que se pierde,
sin duda le tuviera mayor que de padecer por ella. Pues yo, que conozco esta
verdad y vivo en carne pasible, razón es que sienta lo que mi Hijo tanto
desea y no se consigue. Con estas y otras razones de la Madre de
misericordia se movió san Juan a lágrimas y llanto, en que la acompañó
grande rato.
Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.
177. Hija mía, pues en este capítulo
con particularidad has entendido el incomparable dolor y amargura con que yo
lloré la perdición de las almas ajenas, de aquí conocerás lo que debes hacer
por la tuya y por ellas, para imitarme en la perfección que yo de ti quiero.
Ningún tormento ni la misma muerte rehusara yo, si fuera necesario, para
remediar a cualquiera de los que se condenan, y lo reputara por descanso en
mi ardentísima caridad. Pues ya que tú no mueras con este dolor, por lo
menos no excuses el padecer todo lo que el Señor ordenare por esta causa, y
tampoco el pedir por ellas y trabajar con todas tus fuerzas para excusar en
tus hermanos cualquiera culpa, si pudieres atajarla; y cuando no luego la
consigas, ni conozcas que te oye el Señor, no por esto pierdas la confianza,
sino avívala y persevera, que esta porfía nunca puede desagradarle, pues
desea él más que tú la salvación de todos sus redimidos. Y si todavía no
fueres oída ni alcanzares lo que pides, aplica los medios que la prudencia y
la caridad pidieren y vuelve a pedir con nueva instancia, que siempre se
obliga el Altísimo de esta caridad con el próximo y del amor que obliga a
impedir el pecado de que se ofende. No quiere la muerte del pecador
(Ez 33,11)
y, como has escrito, no tuvo por sí voluntad absoluta y
antecedente de perder a sus criaturas, antes las quisiera salvar a todas si
ellas no se perdieran, y aunque lo permite por su justicia, permite lo que
le es de su desagrado por la condición libre de los hombres. No te encojas
en estas peticiones, pero las que fueren de cosas temporales preséntalas y
pídele que haga su voluntad santa en lo que conviene.
178. Y si por la salvación de tus
hermanos quiero que trabajes con tanto fervor de caridad, considera lo que
debes hacer por la tuya y en qué estimación has de tener tu propia alma, por
quien se ofreció infinito precio. Te quiero amonestar como Madre, que cuando
la tentación y pasiones te inclinaren a cometer alguna culpa, por levísima
que sea, te acuerdes del dolor y lágrimas que me costó el saber los pecados
de los mortales y desear impedirlos. No quieras tú, carísima, darme la misma
causa, que si bien no puedo ahora recibir aquella pena, por lo menos me
privarás del gozo accidental que recibiré de que, habiéndome dignado de ser
tu Madre y Maestra para gobernarte como a hija y discípula, salgas perfecta
como enseñada en mi escuela. Y si en esto fueres infiel, frustrarás muchos
deseos míos de que en todas tus obras seas agradable a mi Hijo santísimo y
le dejes cumplir en ti su voluntad santa con toda plenitud. Pondera, con la
luz infusa que recibes, cuán graves serían tus culpas, si alguna cometieres
después de hallarte tan beneficiada y obligada del Señor y de mí. No te
faltarán peligros y tentaciones en lo que tuvieres de vida, pero en todas te
acuerda de mi enseñanza, de mis dolores y lágrimas y sobre todo de lo que
debes a mi Hijo santísimo, que tan liberal es contigo en favorecerte y
aplicarte el fruto de su sangre, para que en ti halle retorno y
agradecimiento.
CAPITULO 11
De Nuevo a Tapa
Se declara algo de la prudencia con que María santísima
gobernaba a los nuevos fieles y lo que hizo con san Esteban en su vida y
muerte y otros sucesos.
179. Al ministerio de Madre y Maestra
de la santa Iglesia, que dio el Señor a María santísima, era consiguiente
darle ciencia y luz proporcionada a tan alto oficio, para que con ella
conociera a todos los miembros de aquel cuerpo místico, cuyo gobierno
espiritual le tocaba, y a cada uno le aplicase la doctrina y magisterio
conforme a su grado, condición y necesidad. Este beneficio recibió nuestra
Reina con tanta plenitud y abundancia de sabiduría y ciencia divina, como se
colige de todo el discurso que voy escribiendo. Conocía a todos los fieles
que entraban en la Iglesia, penetraba sus naturales inclinaciones, el grado
de gracia y virtudes que tenían, el mérito de sus obras, sus fines, y
principios de cada uno, y nada ignoraba de toda la Iglesia, salvo si alguna
vez le ocultaba el Señor por algún tiempo algún secreto que después venía a
conocer cuando convenía. Y toda esta ciencia no era estéril y desnuda, pero
le correspondía igual participación de la caridad de su Hijo santísimo, con
que amaba a todos como los miraba y conocía. Y como juntamente conocía
también el sacramento de la voluntad divina, con toda esta sabiduría
dispensaba en medida y peso los afectos de la caridad interior, porque ni
daba más al que se le debía menos, ni menos al que merecía ser más amado y
estimado; defecto en que muy de ordinario incurrimos los ignorantes hijos de
Adán, aun en lo que nos parece justificado.
180. Pero la Madre del amor concertado
y de la ciencia no pervertía el orden de la justicia distributiva trocando
los afectos, porque los dispensaba a la luz del Cordero que la iluminaba y
gobernaba, para que de su amor interior diese a cada uno lo que se le debía,
más o menos, aunque para todos en esto era Madre piadosísima y amantísima,
sin tibieza, escasez ni olvido. Pero en los efectos y demostraciones
exteriores se gobernaba por otras reglas de suma prudencia, atendiendo a
excusar la singularidad en el trato y gobierno de todos y evitar los leves
achaques con que se engendran emulaciones y envidias en las comunidades,
familias y en todas las repúblicas, donde hay muchos que vean y juzguen las
acciones públicas. Natural y común pasión es en todos desear ser estimados y
queridos, y más de los que son poderosos, y apenas se hallará alguno que no
presuma de sí mismo tiene tantos méritos como el otro para ser tan
favorecido y aun más. Y esta dolencia no perdona a los más altos en estado,
ni aun en virtud, como se vio en el colegio apostólico, que por alguna
particular señal que les despertó la sospecha se movió luego entre ellos la
cuestión de la precedencia y superior dignidad en el colegio sagrado y se la
propusieron a su Maestro
(Mt 18,1; Lc 9,46 (A.)).
181. Para prevenir y excusar estas
rencillas era advertidísima la gran Reina en ser muy igual y uniforme en los
favores y demostraciones que hacía con todos a vista de la Iglesia. Y no
sólo fue esta doctrina digna de tal Maestra, pero muy necesaria en los
principios de su gobierno, así para que quedase establecida en la Iglesia
para los prelados que en ella habían de gobernar, como porque en aquellos
felicísimos principios resplandecían con milagros y otros dones divinos
todos los apóstoles y discípulos y otros fieles, como en los últimos siglos
se señalan muchos en ciencia y letras adquiridas, y convenía enseñar a todos
que ni por aquellos grandes dones ni por estos menores ninguno se levantase
en vana presunción ni se juzgase por digno de ser más honrado y favorecido
de Dios ni de su Madre santísima en las cosas exteriores. Bástele al justo
que sea amado del Señor y esté en su amistad, y al que no lo es no le será
de provecho el beneficio de la honra y estimación visible.
182. Mas no por este recato faltaba la
gran Reina a la veneración y honor que de justicia se debía a cada uno de
los apóstoles y fieles por la dignidad o ministerio que tenía, porque en
esta veneración también era dechado para todos de lo que debían hacer en las
cosas de obligación, como en el recato enseñaba la templanza en las que eran
voluntarias y sin esta deuda. Y fue tan admirable y prudente en todo esto
nuestra gran Reina, que jamás tuvo querelloso alguno de los fieles que la
trataban, ni pudo con razón, ni aparente, negarle alguno la estimación y
respeto, antes todos la amaban y bendecían y se hallaban llenos de gozo y
deudores a sus favores y piedad maternal. Ninguno pudo tener sospecha de que
le faltaría a su necesidad, ni le negaría el consuelo en ella. Y ninguno
conoció que a él le desestimase y a otro favoreciese o amase más que a él,
ni les daba motivo de hacer en esto alguna comparación. Tanta fue la
discreción y sabiduría de esta Reina y tan ajustadas ponía las balanzas del
amor exterior en el fiel de la prudencia. Y sobre todo esto no quiso por sí
misma distribuir oficios ni las dignidades que se repartían entre los
fieles, ni intercediendo por ninguno para que se le diese. Todo lo remitía
al parecer y votos de los apóstoles, cuyo acierto alcanzaba ella del Señor
en su secreto.
183. La obligaba también para obrar tan
sabiamente su profundísima humildad, con que la enseñaba a todos, pues
conocían era Madre de la sabiduría y que nada ignoraba ni podía errar en lo
que hiciese. Pero con todo eso quiso dejar este raro ejemplo en la santa
Iglesia, para que nadie presumiese de su propia ciencia, prudencia o virtud,
y menos en materias graves, pero todos entendiesen que el acierto está
vinculado a la humildad y al consejo y la presunción al propio dictamen,
cuando no hay obligación de obrar sólo con él. Conocía a si mismo que el
interceder y favorecer a otros con cosas temporales trae consigo algún
dominio presuntuoso y mayor le tiene el recibir de voluntad los
agradecimientos que hacen aquellos que son favorecidos y beneficiados. Todas
estas desigualdades y menguas de la virtud eran muy ajenas de la suprema
santidad de nuestra divina Maestra, y por eso nos enseñó con su vivo ejemplo
el modo de gobernar nuestras obras para no defraudar el mérito ni impedir la
mayor perfección. Pero de tal manera procedía en este recato, que no por él
negaba el consejo a los apóstoles y la dirección de sus oficios y acciones,
en que muy frecuentemente la consultaban, y lo mismo hacía con los demás
discípulos y fieles de la Iglesia, porque todo lo obraba con plenitud de
sabiduría y caridad.
184. Entre los santos que fueron muy
dichosos en merecer especial amor de la gran Reina del cielo, fue uno san
Esteban, que era de los setenta y dos discípulos, porque desde el principio
que comenzó a seguir a Cristo nuestro Salvador le miró María santísima con
especialísimo afecto entre los demás, dándole el primero o de los primeros
lugares en su estimación. Conoció luego que este santo era elegido por el
Maestro de la vida para defender su honra y santo nombre y dar la vida por
él. A más de esto el invicto santo era de condición suave y apacible y
dulce, y sobre este buen natural le hizo la gracia mucho más amable para
todos y más dócil para toda santidad. Era esta condición muy agradable para
la dulcísima Madre, y cuando hallaba alguno de este natural blando y
pacífico solía decir que aquél se asimilaba más a su Hijo santísimo. Por
estas condiciones y las heroicas virtudes que conocía en san Esteban, le
amaba tiernamente, le daba muchas bendiciones, y al Señor gracias porque le
había criado, llamado y escogido para primicias de sus mártires; y con la
estimación prevista de su martirio le amaba mucho en su interior, porque su
Hijo santísimo le había revelado aquel secreto.
185. El dichoso santo correspondía con
fidelísima atención y veneración a los beneficios que recibía de Cristo
nuestro Salvador y su beatísima Madre, porque no sólo era pacífico, sino
humilde de corazón, y los que con verdad lo son se obligan mucho de los
beneficios, aunque no sean tan grandes como los que el santo discípulo
Esteban recibía. Concibió siempre altísimamente de la Madre de misericordia
y solicitaba su gracia con este aprecio y ferventísima devoción. Le
preguntaba muchas cosas misteriosas, porque era muy sabio, lleno del
Espíritu Santo y de fe, como san Lucas lo dice
(Act 6,8)
y la gran Maestra le respondía a
todas sus preguntas y le confortaba y animaba para que invictamente volviese
por la honra de Cristo. Y para confirmarle más en su gran fe, le previno
María santísima el martirio y le dijo: Vosotros, Esteban, seréis el
primogénito de los mártires que engendrará mi Hijo santísimo y mi Señor con
el ejemplo de su muerte, y seguiréis sus pasos como esforzado discípulo a su
maestro y soldado animoso a su capitán, y en la milicia del martirio
llevaréis el estandarte de la cruz. Para esto conviene que os arméis de
fortaleza con el escudo de la fe y creed que la virtud del Altísimo os
asistirá en vuestro conflicto.
186. Este aviso de la Reina de los
ángeles inflamó tanto el corazón de san Esteban con el deseo del martirio,
como se colige de lo que se refiere de él en los Actos apostólicos, donde no
sólo se dice que estaba lleno de gracia y fortaleza y que obraba grandes
prodigios y maravillas en Jerusalén, pero después de los dos apóstoles san
Pedro y san Juan de ningún otro se dice que disputase con los judíos y los
confundiese antes que san Esteban, a cuya sabiduría y espíritu no podían
resistir, porque con intrépido corazón les predicaba, redargüía y reprendía,
señalándose en este esfuerzo antes y más que otros discípulos. Todo
esto hacía san Esteban
encendido en el deseo del martirio que la gran Señora le aseguró
conseguiría. Y como si otro le hubiera de ganar de mano esta corona, se
ofrecía ante todos los demás a las disputas con los rabinos y maestros de la
ley de Moisés, y anhelaba por las ocasiones de defender la honra de Cristo,
por la cual sabía que había de poner su vida. La atención maligna del dragón
infernal, que llegó a conocer el deseo de san Esteban, convirtió contra él
su saña y pretendió impedir los pasos del invicto discípulo para que no
llegara a conseguir público martirio en testimonio de la fe de Cristo
nuestro bien. Y para atajarlo incitó a los judíos más incrédulos que diesen
la muerte a san Esteban ocultamente. Atormentó a Lucifer la virtud y
esfuerzo que reconoció en san Esteban y temió que con ella haría grandes
obras en vida y muerte, acreditando la fe y doctrina de su Maestro. Y con el
odio que los judíos tenían contra el santo discípulo fácilmente los
persuadió a que en secreto le quitasen la vida.
187. Lo intentaron muchas veces en el
poco tiempo que pasó desde la venida del Espíritu Santo hasta el martirio
del santo. Pero la gran Señora del mundo, que conocía la malicia y enredos
de Lucifer y de los judíos, libró a san Esteban de todas sus asechanzas,
hasta que fue tiempo oportuno de morir apedreado, como diré luego. En tres
ocasiones envió la Reina uno de sus ángeles que la asistían para que sacase
a san Esteban de una casa donde le pretendían quitar la vida ahogándole. Y
el ángel le sacó de este peligro invisiblemente para los judíos que le
buscaban, aunque no para el santo, que le vio y conoció que le llevaba al
cenáculo y le presentaba a su Reina y Señora. Otras veces le avisaba con el
mismo ángel para que no fuese a tal calle o casa, donde le esperaban para
acabar con él. Otras veces la gran Madre le detuvo para que no saliese del
cenáculo. porque conocía que le acechaban para matarle. Y no sólo le
esperaron algunas noches a la salida del cenáculo para ir a su posada, pero
en otras casas le pusieron las mismas asechanzas y traiciones. Porque san
Esteban, como he dicho, con su ardiente celo acudía al consuelo de muchos
fieles necesitados y no sólo no temía los peligros y ocasiones para morir,
mas antes las deseaba y solicitaba. Y como no sabía para cuándo le guardaba
el Señor esta gran felicidad y veía que tantas veces le libraba de los
peligros la beatísima Madre, solía amorosamente querellarse con ella y la
decía: Señora y amparo mío, pues, ¿cuándo ha de llegar el día y la hora en
que yo pague a mi Dios y Maestro la deuda de mi vida, sacrificándome para la
honra y gloria de su santo nombre?
188. Eran para María santísima estas
querellas del amor de Cristo en su siervo Esteban de incomparable júbilo, y
con maternal y dulce afecto salía responderle: Hijo mío y siervo fidelísimo
del Señor, ya llegará el tiempo determinado por su altísima sabiduría y no
se hallarán frustradas vuestras esperanzas. Trabajad ahora lo que os resta
en su santa Iglesia, que segura tendréis la corona de vuestro nombre, y
dadle gracias continuamente al Señor que os la tiene prevenida. Era la
pureza y santidad de san Esteban nobilísima y de eminente perfección, de
manera que los demonios no podían llegar a él de mucha distancia, y por esto
muy amado de Cristo y de su Madre santísima. Le ordenaron los apóstoles de
diácono. Y antes de ser mártir, era su virtud y santidad muy heroica, con
que mereció ser el primero que después de la pasión ganó la palma a todos. Y
para manifestar más la santidad de este grande y primer mártir, añadiré aquí
lo que he entendido, conforme a lo que refiere san Lucas en el capítulo 6 de
los Hechos apostólicos.
189. Se levantó una rencilla en
Jerusalén entre los fieles convertidos, porque los griegos se quejaban
contra los hebreos de que en el ministerio v servicio cotidiano de los
convertidos no eran admitidas las viudas de los griegos como lo eran las de
los hebreos. Los unos y los otros eran judíos israelitas, aunque se llamaban
griegos los que habían nacido en Grecia y hebreos los que eran naturales de
Palestina, y en esto se fundaba la querella de los griegos. Este ministerio
cotidiano era la administración y distribución de las limosnas y ofrendas
que se gastaban en sustentar a los fieles. El cual ministerio se encargó a
seis varones aprobados y de satisfacción, como queda dicho en el capítulo 7,
y se ordenó así por consejo de María santísima, como allí se dijo
(Cf. supra n.107,109).
Pero creciendo el número de los creyentes fue necesario
señalar también algunas mujeres viudas y de edad madura, para que trabajasen
en el mismo ministerio y cuidasen del sustento de los fieles, en particular
de las otras mujeres y enfermos, y gastaban con ellos lo que las daban los
seis despenseras o limosneros señalados. Estas viudas eran de los hebreos, y
pareciéndoles a los griegos que era poca confianza de las suyas no
admitirlas ni ocuparlas en este ministerio, se querellaron ante los
apóstoles de este agravio.
190. Y
para componer esta diferencia, el colegio apostólico
hizo juntar la multitud de los fieles y les dijeron: No es justo que
nosotros dejemos la predicación de la palabra de Dios para acudir a la
sustentación de los hermanos que vienen a la fe. Elegid vosotros a siete
varones de vosotros mismos, que sean hombres sabios y llenos de Espíritu
Santo, y a éstos encargaremos el cuidado y gobierno de todo esto, para que
nosotros nos ocupemos en la oración y predicación. Y a ellos acudiréis con
las dudas o diferencias que se ofrecieren sobre la comida de los creyentes.
Aprobaron todos este parecer y sin diferencia de naciones eligieron siete
que refiere san Lucas
(Act 6,5), y el primero y principal fue san Esteban,
cuya fe y sabiduría era conocida de todos. Estos siete quedaron por
superintendentes de los seis primeros y de las viudas que administraban, sin
excluir a las griegas más que a otras, porque no atendían a la condición de
las naciones, sino a la virtud de cada una. Y quien más hizo en componer
esta discordia fue san Esteban, que con su admirable sabiduría y santidad
extinguió luego la rencilla de los griegos y facilitó a los hebreos para que
todos se conviniesen como hijos de Cristo nuestro Salvador y Maestro y
procediesen con sinceridad y caridad, sin parcialidades ni acepción de
personas, como lo hicieron por lo menos los meses que él vivió.
191. Mas no por esta ocupación dejó san
Esteban la predicación y disputas con los judíos incrédulos. Y como ni le
podían dar la muerte en secreto, ni resistir su sabiduría en público,
vencidos del mortal odio buscaron testigos falsos contra él. Le acusaron de
blasfemo contra Dios y contra Moisés y que no cesaba de hablar contra el
templo santo y contra la ley y que aseguraba que Jesús Nazareno había de
destruir lo uno y lo otro. Y como los testigos falsos contestasen todo esto
y el pueblo se alterase con las falsedades que para esto le imputaron,
echaron mano de san Esteban y le llevaron a la sala donde estaban los
sacerdotes como jueces de la causa. Y el presidente le tomó su confesión
delante de todos, en cuya respuesta habló el santo con altísima sabiduría,
probando con las antiguas Escrituras que Cristo era el Mesías verdadero y
prometido en ellas, y por conclusión del sermón les reprendió su dureza e
incredulidad con tanta eficacia que, como no hallaban qué responder, se
taparon los oídos y rechinaban los dientes contra él.
192. Tuvo noticia la Reina del cielo de
la prisión de san Esteban, y al punto le envió uno de sus santos ángeles,
antes que llegase a las disputas con los pontífices, que de su parte le
animase para el conflicto que le esperaba. Y con el mismo ángel le respondió
san Esteban que iba lleno de gozo a confesar la fe de su Maestro, y con
esfuerzo de corazón para dar la vida por ella, como siempre lo había
deseado, y que le ayudase Su Majestad en aquella ocasión como Madre y Reina
clementísima, y que sólo llevaba de pena no haber podido pedirle su
bendición para morir con ella como deseaba, y que se la diese desde su
retiro. Estas últimas razones movieron a compasión las maternales entrañas
de María santísima sobre el amor y aprecio que hacía de san Esteban, y
deseaba la gran Señora asistirle personalmente en aquella ocasión donde el
santo había de volver por la honra de su Dios y Redentor y ofrecer la vida
en su defensa. Se le ofrecían a la prudente Madre las dificultades que había
en salir por las calles de Jerusalén en tiempo que estaba alborotada, y no
menores en hablar a san Esteban y hallar oportunidad para esto.
193. Se postró en oración pidiendo el
favor divino para su amado discípulo y presentó al Señor el deseo que tenía
de favorecerle en aquella última hora. Y la clemencia del Muy Alto, que
siempre está atento a las peticiones y deseos de su Esposa y Madre y quería
también hacer más preciosa la muerte de su fiel siervo y discípulo Esteban,
envió desde el cielo nueva multitud de ángeles que juntos con los de María
santísima la llevasen luego donde estaba el santo. Se ejecutó al punto como
el Señor lo mandaba, y los santos ángeles pusieron a su Reina en una
refulgente nube y la llevaron al tribunal donde san Esteban estaba, y el
sumo sacerdote le acababa de examinar en los cargos que le hacían. Esta
visión fue oculta para todos, fuera de san Esteban, que vio a la gran Reina
delante de sí mismo en el aire llena de divinos resplandores y de gloria, y
vio también a los ángeles que la tenían en la nube. Este incomparable favor
encendió de nuevo la llama el amor divino y el ardiente celo de la honra de
Dios en su defensor Esteban. Y a más del nuevo júbilo que recibió con la
vista de María santísima, Sucedió también que de los resplandores que tenía
la gran Reina, como herían el rostro de san Esteban, reverberaban en él,
causándole una admirable claridad y hermosura.
194. De esta novedad resultó la
atención con que san Lucas en el capítulo 6 de los Hechos apostólicos dice
(Act 6,15)
que miraron a san Esteban los judíos que estaban en aquella
sala o tribunal y que vieron su cara como de un ángel, porque sin duda lo
parecía más que de hombre. Y no quiso ocultar Dios este efecto de la
presencia de su Madre santísima, para que fuese mayor la confusión de
aquellos pérfidos judíos, si con un milagro tan patente no se reducían a la
verdad que san Esteban les predicaba. Pero no conocieron la causa de aquella
hermosura sobrenatural de san Esteban, porque ni eran dignos de conocerla,
ni convenía entonces manifestarla, y por esta razón tampoco la declaró san
Lucas. Habló María santísima a san Esteban palabras de vida y de admirable
consuelo y le asistió dándole bendiciones de suavidad y dulzura y orando por
él al eterno Padre para que de nuevo le llenase de su divino espíritu en
aquella ocasión. Y todo se cumplió como la Reina lo pidió, como lo
manifiesta el invencible esfuerzo y sabiduría con que san Esteban habló a
los príncipes de los judíos, y probó la venida de Cristo por Salvador y
Mesías, comenzando el discurso desde la vocación de Abrahán hasta los reyes
y profetas del pueblo de Israel, con testimonios irrefragables de todas las
antiguas Escrituras.
195. Al fin de este sermón, por las
oraciones de la Reina que estaba presente y en premio del invicto celo de
san Esteban, se le apareció nuestro Salvador desde el cielo, abriéndose para
esto y manifestándose Jesús en pie a la diestra de la virtud del Padre, como
quien asistía al santo en su batalla y conflicto para ayudarle. Alzó los
ojos san Esteban y dijo: Mirad que veo abiertos los cielos y su gloria, y en
ella veo a Jesús a la diestra del mismo Dios
(Act 7,56).
Pero la dura perfidia de los judíos tuvo estas palabras por blasfemia, y
cerraron los oídos para no oírlas, y como la pena del blasfemo, según la
ley, era que muriese apedreado, mandaron ejecutada en san Esteban. Entonces
acometieron todos a él, como lobos, para sacarle de la ciudad con grande
ímpetu y alboroto. Y cuando esto se comenzaba a ejecutar, le dio su
bendición María santísima y animándole se despidió del santo con grande
caricia, y mandó a todos los ángeles de su guarda le acompañasen y
asistiesen en su martirio hasta presentar su alma en la presencia del Señor.
Y sólo un ángel de los que asistían a María santísima, con los demás que
descendieron del cielo para llevarla a la presencia de san Esteban, la
volvieron al cenáculo.
196. Desde allí vio la gran Señora
por especial visión todo el martirio de san Esteban y lo que en él sucedía;
cómo lo llevaban fuera de la ciudad con gran violencia y vocería, dándole
por blasfemo y digno de muerte; cómo Saulo era uno de los que más concurrían
en ella y cómo celoso de la ley de Moisés guardaba los vestidos de todos los
que se ahorraron de ellos para apedrear a san Esteban; cómo le herían las
piedras que llovían sobre él y que algunas quedaban fijas en la cabeza del
Mártir, engastadas con el esmalte de su sangre. Grande fue y muy sensible la
compasión que nuestra Reina tuvo de tan crudo martirio, pero mayor el gozo
de que san Esteban le consiguiese tan gloriosamente. Oraba con lágrimas la
piadosa Madre, para no faltarle desde su oratorio, y cuando el invicto
mártir se reconoció cerca de expirar, dijo: Señor, recibid mi espíritu. Y
luego con alta voz puesto de rodillas añadió
diciendo: Señor, no les imputéis a estos hombres este pecado
(Act 7,58-59).
En estas peticiones le acompañó también María santísima con increíble júbilo
de ver que el fiel discípulo imitaba tan ajustadamente a su Maestro, orando
por sus enemigos y malhechores y entregando su espíritu en manos de su
Criador y Reparador.
197. Expiró san Esteban oprimido y
herido de las pedradas de los judíos, quedando ellos más endurecidos en su
perfidia. Y al punto llevaron los ángeles de la Reina aquella purísima alma
a la presencia de Dios, para ser coronada de honor y gloria eterna. La
recibió Cristo nuestro Salvador con aquellas palabras de su evangelio y
doctrina: Amigo, asciende más arriba
(Lc 14,10);
ven a mí, siervo fiel, que si en lo poco y breve lo fuiste, yo te premiaré
con abundancia, y te confesaré delante de mi Padre por mi fiel siervo y
amigo, porque tú me confesaste delante de los hombres. Todos los ángeles,
patriarcas y profetas y todos los demás recibieron especial gozo accidental
aquel día y dieron el parabién al invicto mártir, reconociéndole por
primicias de la pasión del Salvador y capitán de los que después de su
muerte le seguirían por el martirio. Y fue colocada aquella alma felicísima
en lugar de gloria muy superior y cercana a la santísima humanidad de Cristo
nuestro Salvador. La beatísima Madre participaba de este gozo por la visión
que de todo tenía, y en alabanza del Altísimo hizo cánticos y loores con los
ángeles. Y los que volvieron del cielo dejando allá a san Esteban, le dieron
gracias por los favores que había hecho al santo, hasta colocarle en la
felicidad eterna de que gozaba.
198. Murió san Esteban a los nueve
meses después de la pasión y muerte de Cristo nuestro Redentor, a veinte y
seis de diciembre, el mismo día que la santa Iglesia celebra su martirio, y
aquel día cumplía treinta y cuatro años de edad, y también era el año
treinta y cuatro del nacimiento de nuestro Salvador ya cumplido, un día
entrado el año de treinta y cinco. De manera que san Esteban nació también
otro día después del nacimiento del Salvador y sólo tuvo san Esteban de más
edad los nueve meses que pasaron de la muerte de Cristo hasta la suya, pero
en un día concurrió su nacimiento y su martirio, y así se me ha dado a
entender. La oración de María santísima y la de san Esteban merecieron la
conversión de Saulo, como adelante diremos
(Cf. infra n.263).
Y para que fuese más gloriosa permitió el Señor que el mismo
Saulo desde este día tomase por su cuenta perseguir la Iglesia y destruirla,
señalándose sobre todos los judíos en la persecución que se movía después de
la muerte de san Esteban, por haber quedado indignados contra los nuevos
creyentes, como diré en el capítulo siguiente
(Cf. infra n.202).
Recogieron los discípulos el cuerpo del invicto Mártir y le
dieron sepultura con grande llanto, por haberles faltado un varón tan sabio
y defensor de la ley de gracia. Y en su relación me he alargado algo, por
haber conocido la insigne santidad de este primer Mártir y por haber sido
tan devoto y favorecido de María santísima.
Doctrina que me dio la gran Reina de los ángeles.
199. Hija mía, los misterios divinos,
representados y propuestos a los sentidos terrenos de los hombres, suenan
poco en ellos cuando los hallan divertidos y acostumbrados a la cosas
visibles cuando el interior no está puro, limpio y despejado de las
tinieblas del pecado. Porque la capacidad humana, que por sí misma es pesada
y corta para levantarse a cosas altas y celestiales, si a más de su limitada
virtud se embaraza toda en atender y amar lo aparente, se aleja más de lo
verdadero y acostumbrada a la oscuridad se deslumbra con la luz. Por esta
causa los hombres terrenos y animales hacen tan desigual y bajo concepto de
las obras maravillosas del Altísimo y de las que yo también hice y hago cada
día por ellos. Huellan las margaritas y no distinguen el pan de los hijos
del grosero alimento de los brutos irracionales. Todo lo que es celestial y
divino les parece insípido, porque no les sabe al gusto de los deleites
sensibles, y así están incapaces para entender las cosas altas y
aprovecharse de la ciencia de vida y pan de entendimiento que en ellas está
encerrado.
200. Pero el Altísimo ha querido,
carísima, reservarte de este peligro y te ha dado ciencia y luz, mejorando
tus sentidos y potencias, para que, habilitados y avivados con la fuerza de
la divina gracia, sientas y juzgues sin engaño de los misterios y
sacramentos que te manifiesto. Y aunque muchas veces te he dicho que en la
vida mortal no los penetrarás ni pesarás enteramente, pero debes y puedes
según tus fuerzas hacer digno aprecio de ellos para tu enseñanza e imitación
de mis obras. En la variedad o contrariedad de penas y desconsuelos con que
estuvo tejida toda mi vida, aun después que estuve con mi Hijo santísimo a
su diestra en el cielo y volví al mundo, entenderás que la tuya, para
seguirme como a Madre, ha de ser de la misma condición si quieres ser
dichosa y mi discípula. En la prudente e igual humildad con que gobernaba a
los apóstoles y a todos los fieles sin parcialidad ni singularidad, tienes
forma para saber cómo has de proceder en el gobierno de tus súbditas con
mansedumbre, con modestia, con severidad humilde y sobre todo sin aceptación
de personas y sin señalarte con ninguna en lo que a todas es debido y puede
ser común. Esto facilita la verdadera caridad y humildad de los que
gobiernan, porque si obrasen con estas virtudes no serían tan absolutos en
el mandar, ni tan presuntuosos de su propio parecer, ni se pervertiría el
orden de la justicia con tanto daño como hoy padece toda la cristiandad;
porque la soberbia, la vanidad, el interés, el amor propio y de la carne y
sangre se ha levantado con casi todas las acciones y obras del gobierno, con
que se yerra todo y se han llenado las repúblicas de injusticias y confusión
espantosa.
201. En el celo ardentísimo que yo
tenía de la honra de mi Hijo santísimo y Dios verdadero, y que se predicase
y defendiese su santo nombre; en el gozo que recibía cuando en esto se iban
ejecutando su voluntad divina y se lograba en las almas el fruto de su
pasión y muerte con dilatarse la santa Iglesia; los favores que yo hice al
glorioso mártir Esteban, porque era el primero que ofrecía su vida en esta
demanda; en todo esto, hija mía, hallarás grandes motivos de alabar al Muy
Alto por sus obras divinas y dignas de veneración y gloria, y para imitarme
a mí, y bendecir a su inmensa bondad por la sabiduría que me dio para obrar
en todo con plenitud de santidad en su agrado y beneplácito.
CAPITULO 12
De Nuevo a Tapa
La persecución que tuvo la Iglesia después de la muerte de
san Esteban, lo que en ella trabajó nuestra Reina y cómo por su solicitud
ordenaron los apóstoles el Símbolo de la fe católica.
202. El mismo día que fue san Esteban
apedreado y muerto dice san Lucas
(Act 8,1)
se levantó una gran persecución contra la Iglesia que estaba
en Jerusalén. Y señaladamente dice
(Act 8,3)
que Saulo la devastaba, inquiriendo por toda la ciudad a los
seguidores de Cristo para prenderlos o denunciarlos ante los magistrados,
como lo hizo con muchos creyentes que fueron presos y maltratados y algunos
muertos en esta persecución. Y aunque fue muy terrible por el odio que los
príncipes de los sacerdotes tenían concebido contra todos los seguidores de
Cristo y porque Saulo se mostraba entre todos más acérrimo defensor y
emulador de la ley de Moisés, como él mismo lo dice en la epístola
ad Galatas
(Gal 1,13),
pero tenía esta indignación judaica otra causa oculta, que
ellos mismos aunque la sentían en los efectos la ignoraban en su principio
de dónde se originaba.
203. Esta causa era la solicitud de
Lucifer y sus demonios, que con el martirio de san Esteban se turbaron,
alteraron y conmovieron con diabólica indignación contra los fieles, y más
contra la Reina y Señora de la Iglesia María santísima. Permitió le el Señor
a este dragón, para mayor confusión suya, que la viese cuando la llevaron
los ángeles a la presencia de san Esteban. Y de este beneficio tan
extraordinario y de la constancia y sabiduría de san Esteban, sospechó
Lucifer que la poderosa Reina haría lo mismo con otros mártires que se
ofrecerían a morir por el nombre de Cristo, o que por lo menos ella les
ayudaría y asistiría con su protección y amparo para que no temiesen los
tormentos y la muerte pero se entregasen a ella con invencible corazón. Era
este medio de los tormentos y dolores el que la diabólica astucia había
arbitrado para acobardar a los fieles y retraerlos de la secuela de Cristo
nuestro Salvador, pareciéndole que los hombres aman tanto su vida y temen la
muerte y los dolores, y más cuanto más violentos, que por no llegar a
padecerlos y morir en ellos negarían la fe y se retraerían de admitirla. Y
este arbitrio siguió siempre la serpiente, aunque en el discurso de la
Iglesia le engañó con él su propia malicia, como le había sucedido en la
cabeza de los santos, Cristo Señor nuestro, donde se engañó primero.
204. Pero en esta ocasión, como era al
principio de la Iglesia y se halló tan turbado el dragón con irritar a los
judíos contra san Esteban, quedó confuso. Y cuando le vio morir tan
gloriosamente, juntó a los demonios y les dijo así: Turbado estoy con la
muerte de este discípulo y con el favor que ha recibido de aquella Mujer
nuestra enemiga, porque si esto hace con otros discípulos y seguidores de su
Hijo a ninguno podremos vencer ni derribar con el medio de los tormentos y
de la muerte, antes con el ejemplo se animarán a morir y padecer todos como
su Maestro; y por el camino que intentamos destruirlos venimos a quedar
vencidos y oprimidos, pues, para tormento nuestro, el mayor triunfo y
victoria que pueden ganar de nosotros es dar la vida por la fe que deseamos
extinguir. Perdidos vamos por este camino, pero no hallo otro, ni atino con
el modo de perseguir a este Dios humanado y a su Madre y seguidores. ¿Es
posible que los hombres sean tan pródigos de la vida que tanto apetecen y
que sintiendo tanto el padecer se entreguen a los tormentos por imitar a su
Maestro? Mas no por esto se aplaca mi justa indignación. Yo haré que otros
se ofrezcan a la muerte por mis engaños, como lo hacen éstos por su Dios. Y
no todos merecerán el amparo de aquella mujer invencible, ni todos serán tan
esforzados que quieran padecer tormentos tan inhumanos como yo les
fabricaré. Vamos, e irritemos a los judíos nuestros amigos, para que
destruyan esta gente y borren de la tierra el nombre de su Maestro.
205. Luego puso Lucifer en ejecución
este dañado pensamiento y con multitud innumerable de demonios fue a todos
los príncipes y magistrados de los judíos, y a los demás del pueblo que
reconocía más incrédulos, y a todos los llenó de confusión y furiosa envidia
contra los seguidores de Cristo, y con sugestiones y falacias les encendió
el engañoso celo de la ley de Moisés y tradiciones antiguas de sus pasados.
No era dificultoso para el demonio sembrar esta cizaña en corazones tan
pérfidos y estragados con otros muchos pecados, y así la admitieron con toda
su voluntad. Y luego en muchas juntas y diferencias trataron de acabar de
una vez con todos los discípulos y seguidores de Cristo. Unos decían que los
desterrasen de Jerusalén, otros que de todo el reino de Israel, otros que a
ninguno dejasen con vida para que de una vez se extinguiese aquella secta;
otros, finalmente, eran de parecer que los atormentasen con rigor, para
poner miedo y escarmiento a los demás que no se llegasen a ellos y los
privasen luego de sus haciendas antes que las pudiesen consumir
entregándolas a los apóstoles. Y fue tan grave esta persecución, como dice
san Lucas (Act 8,1ss),
que los setenta y dos discípulos huyeron de
Jerusalén, derramándose por toda Judea y Samaria, aunque iban predicando por
toda la tierra con invicto corazón. Y en Jerusalén quedaron los apóstoles
con María santísima y otros muchos fieles, aunque éstos estaban encogidos y
como amilanados, ocultándose muchos de las diligencias con que Saulo los
buscaba para prenderlos.
206. La beatísima María, que a todo
esto estaba presente y atenta, en primer lugar aquel día de la muerte de san
Esteban dio orden que su santo cuerpo fuese recogido y sepultado que aun
esto se hizo por su mandato y pidió la trajesen una cruz que llevaba consigo
el Mártir. La había hecho a imitación de la misma Reina, porque después de
la venida del Espíritu Santo trajo otra consigo la divina Señora, y con su
ejemplo los demás fieles comúnmente las llevaban en la primitiva Iglesia.
Recibió esta cruz de san Esteban con especial veneración, así por ella misma
como por haberla traído el Mártir. Le llamó santo, y mandó recoger lo que
fuese posible de su sangre y que se tuviese con estimación y reverencia,
como de mártir ya glorioso. Alabó su santidad y constancia en presencia de
los apóstoles y de muchos fieles, para consolarlos y animarlos con su
ejemplo en aquella tribulación.
207. Y
para que entendamos en alguna parte la grandeza del
corazón magnánimo que manifestó nuestra Reina en esta persecución y en las
demás que tuvo la Iglesia en el tiempo de su vida santísima, es necesario
recopilar los dones que la comunicó el Altísimo, reduciéndolos a la
participación de sus divinos atributos, tan especial e inefable cuanto era
menester para confiar de esta mujer fuerte todo el corazón de su varón
(Prov 31,11)
y fiarle todas las obras ad
extra que hizo la omnipotencia de su brazo;
porque en el modo de obrar que tenía María santísima, sin duda trascendía
toda la virtud de las criaturas y se asimilaba a la del mismo Dios, cuya
única imagen o estampa parecía. Ninguna obra ni pensamiento de los hombres
le era oculta, y todos los intentos y maquinaciones de los demonios
penetraba; nada de lo que convenía hacer en la Iglesia ignoraba. Y aunque
todo esto junto lo tenía comprendido en su mente, ni se turbaba en la
disposición interior de tantas cosas, ni se embarazaba en unas para otras,
ni se confundía ni afanaba en la ejecución, ni se fatigaba por la
dificultad, ni por la multitud se oprimía, ni por acudir a los más presentes
se olvidaba de los ausentes, ni en su prudencia había vacío ni defecto;
porque parecía inmensa y sin limitación alguna, y así atendía a todo como a
cada cosa en particular y a cada uno como si fuera solo de quien cuidaba. Y
como el sol que sin molestia ni cansancio ni olvido todo lo alumbra,
vivifica y calienta sin mengua suya, así nuestra gran Reina, escogida como
el sol para su Iglesia, la gobernaba, animaba y daba vida a todos sus hijos
sin faltar a ninguno.
208. Y cuando la vio tan turbada,
perseguida y afligida con la persecución de los demonios y de los hombres a
quien irritaban, luego se convirtió contra los autores de la maldad y mandó
imperiosamente a Lucifer y sus ministros que por entonces descendiesen al
profundo, a donde sin poderlo resistir cayeron al punto dando bramidos y así
estuvieron ocho días enteros como atados y encarcelados, hasta que se les
permitió levantarse otra vez. Hecho esto, llamó a los apóstoles y los
consoló y animó para que estuviesen constantes y esperasen el favor divino
en aquella tribulación, y en virtud de esta exhortación ninguno salió de
Jerusalén. Los discípulos, que por ser muchos se ausentaron, porque no se
pudieran ocultar como entonces convenía, fueron todos a despedirse de su
Madre y Maestra y salir con su bendición. Y a todos los amonestó y alentó y
les ordenó que por miedo de la persecución no desfalleciesen ni dejasen de
predicar a Cristo crucificado, como de hecho le predicaron en Judea y
Samaria y otras partes. Y en los trabajos que se les ofrecieron los confortó
y socorrió por ministerio de los santos ángeles que les enviaba, para que
los animasen y llevasen cuando fuese necesario; como sucedió a Felipe en el
camino de la ciudad de Gaza, cuando bautizó al etíope criado de la reina
Candaces, que refiere san Lucas en el capítulo 8
(Act 8,26-40).
Y para socorrer a los fieles que estaban en el artículo de la muerte enviaba
también a los mismos ángeles que les ayudasen, y luego cuidaba de socorrer
en el purgatorio a las almas que a él iban.
209. Los cuidados y trabajo de los
apóstoles en esta persecución fueron mayores que en los otros fieles, porque
como maestros y fundadores de la Iglesia convenía que asistiesen a toda ella
así en Jerusalén como fuera de la ciudad. Y aunque estaban llenos de ciencia
y dones del Espíritu Santo, con todo eso la empresa era tan ardua y la
contradicción tan poderosa, que muchas veces sin el consejo y dirección de
su única Maestra se hallaran algo atajados y oprimidos. Y por eso la
consultaban frecuentemente, y ella los llamaba y ordenaba las juntas y
conferencias que más convenía tratasen, conforme a las ocasiones y negocios
que ocurrían, porque sola ella penetraba las cosas presentes y prevenía con
certeza las futuras; y por su orden salían de Jerusalén y volvían a donde
era necesario acudir, como salieron san Pedro y san Juan a Samaria cuando
tuvieron noticia de que recibía la predicación de la fe
(Act 8,14).
Entre todas estas ocupaciones propias y tribulaciones de sus
fieles, que amaba y cuidaba como a hijos, estaba la gran Señora inmutable en
un ser perfectísimo de tranquilidad y sosiego, con inviolable serenidad de
su espíritu.
210. Disponía las acciones de manera
que le quedaba tiempo para retirarse muchas veces a solas, y aunque para
orar no le impedían las obras exteriores, pero en soledad hacía muchas
reservadas para el secreto de sí misma. Se postraba en tierra, se pegaba con
el polvo, suspiraba y lloraba por el remedio de los mortales y por la caída
de tantos como conocía réprobos. Y como en su corazón purísimo tenía escrita
la ley evangélica y la estampa de la Iglesia con el discurso de ella y los
trabajos y tribulaciones que los fieles habían de padecer, todo esto lo
confería con el Señor y consigo misma, para disponer y ordenar todas las
cosas con aquella divina luz y ciencia de la voluntad santa del Altísimo.
Allí renovaba aquella participación del ser de Dios y de sus perfecciones,
de que necesitaba para tan divinas obras como en el gobierno de la Iglesia
hacía, sin faltar a ninguna, con tanta plenitud de sabiduría y santidad que
en todas parecía más que pura criatura, aunque lo era. Porque en sus
pensamientos era levantada. en sabiduría inestimable, en consejos
prudentísima, en juicios rectísima y acertada, en obras santísima, en
palabras verdadera y sencilla y en toda bondad perfecta y especiosa; para
los flacos piadosa, para los humildes amorosa y suave, para los soberbios de
majestad severa: ni la excelencia propia la levantaba, ni la adversidad la
turbaba, ni los trabajos la vencían; y en todo era un retrato de su Hijo
santísimo en el obrar.
211. Consideró la prudentísima Madre
que, habiéndose derramado los discípulos a predicar el nombre y fe de Cristo
nuestro Salvador, no llevaban instrucción ni arancel expreso y determinado
para gobernarse todos uniformemente en la predicación sin diferencia ni
contradicción y para que todos los fieles creyesen unas mismas verdades
expresas. Conoció a si mismo que los apóstoles era necesario que se
repartiesen luego por todo el orbe a dilatar y fundar la Iglesia con su
predicación y que convenía fuesen todos unidos en la doctrina sobre que se
había de fundar toda la vida y perfección cristiana. Para todo esto la
prudentísima Madre de la sabiduría juzgó que convenía reducir a una breve
suma todos los misterios divinos que los apóstoles habían de predicar y los
fieles creer, para que estas verdades epilogadas en pocos artículos
estuviesen más en pronto para todos y en ellas se uniese toda la Iglesia sin
diferencia esencial y sirviesen como de columnas inmutables para levantar
sobre ellas el edificio espiritual de esta nueva Iglesia evangélica.
212. Para disponer María santísima este
negocio, cuya importancia conocía, representó sus deseos al mismo Señor que
se los daba y por más de cuarenta días perseveró en esta oración con ayunos,
postraciones y otros ejercicios. Y así como, para que Dios diese la ley
escrita fue conveniente que Moisés ayunase y orase cuarenta días en el monte
Sinaí como medianero entre Dios y el pueblo, así también para la ley de
gracia fue Cristo nuestro Salvador autor y medianero entre su Padre eterno y
los hombres y María santísima fue medianera entre ellos y su Hijo santísimo,
para que la Iglesia evangélica recibiese esta nueva ley escrita en los
corazones reducida a los artículos de la fe, que no se mudarán ni faltarán
en ella porque son verdades divinas e indefectibles. Un día de los que
perseveró en estas peticiones hablando con el Señor, dijo así: Altísimo
Señor y Dios eterno, Criador y Gobernador de todo el universo, por vuestra
inefable clemencia habéis dado principio a la magnífica obra de vuestra
santa Iglesia. No es, Señor mío, conforme a vuestra sabiduría dejar
imperfectas las obras de vuestra poderosa diestra; llevad, pues, a su alta
perfección esta obra que tan gloriosamente habéis comenzado. No os impidan,
Dios mío, los pecados de los mortales, cuando sobre su malicia está clamando
la sangre y muerte de vuestro Unigénito y mío, pues no son estos clamores
para pedir venganza como la sangre de Abel
(Gen 4,11),
mas para pedir perdón de los mismos que la derramaron. Mirad
a los nuevos hijos que os ha engendrado y a los que tendrá vuestra Iglesia
en los futuros siglos, y dad vuestro divino Espíritu a Pedro vuestro vicario
y a los demás apóstoles para que acierten a disponer en orden conveniente
las verdades en que ha de estribar vuestra Iglesia y sepan sus hijos lo que
deben creer todos sin diferencia.
213. Para responder a estas peticiones
de la Madre, descendió de los cielos personalmente su Hijo santísimo Cristo
nuestro Salvador y manifestándosele con inmensa gloria la habló y dijo:
Madre mía y paloma mía, descansad en vuestras ansias afectuosas y saciad con
mi presencia y vista la viva sed que tenéis de mi gloria y aumento de mi
Iglesia. Yo soy el que puedo y quiero dárselos, y vos, Madre mía, la que
podéis obligarme y nada negaré a vuestras peticiones y deseos. A estas
razones estuvo María santísima postrada en tierra adorando la divinidad y
humanidad de su Hijo y Dios verdadero. Y luego Su Majestad la levantó y la
llenó de inefable gozo y júbilos con darle su bendición y con ella nuevos
dones y favores de su omnipotente diestra. Estuvo algún rato con este gozo
de su Hijo y Señor con altísimos y misteriosos coloquios, con que se
templaron las ansias que padecía por los cuidados de la Iglesia, porque le
prometió Su Majestad grandes beneficios y dones para ella.
214. Y en la petición que la Reina
hacía para los apóstoles, a más de la promesa del Señor que los asistiría
para que acertasen a disponer el Símbolo de la fe, declaró Su Majestad a su
Madre santísima los términos y palabras y proposiciones de que por entonces
se había de formar. De todo estaba capaz la prudentísima Señora, como se
dijo en la segunda parte
(Cf. supra p.II n.733ss)
más por extenso; pero ahora que llegaba el tiempo de ejecutarse todo lo que
de tan lejos había entendido, quiso renovarlo todo en el purísimo corazón de
su Madre Virgen, para que de boca del mismo Cristo saliesen las verdades
infalibles en que se funda su Iglesia. Fue también conveniente prevenir de
nuevo la humildad de la gran Señora, para que con ella se conformase a la
voluntad de su Hijo santísimo en haberse de oír nombrar en el Credo por
Madre de Dios y Virgen antes y después del parto, viviendo en carne mortal
entre los que habían de predicar y creer esta verdad divina. Pero no se pudo
temer que oyese predicar tan singular excelencia de sí misma, la que mereció
que mirara Dios su humildad
(Lc 1,48)
para obrar en ella la mayor de sus maravillas, y más pesa el
ser Madre y Virgen, conociéndolo ella, que oírlo predicar en la Iglesia.
215. Se despidió Cristo nuestro bien de
su beatísima Madre y se volvió a la diestra de su eterno Padre. Y luego
inspiró en el corazón de su vicario san Pedro y los demás que ordenasen
todos el Símbolo de la fe universal de la Iglesia. Y con esta moción fueron
a conferir con la divina Maestra las conveniencias y necesidad que había en
esta resolución. Se determinó entonces que ayunasen diez días continuos y
perseverasen en oración, como lo pedía tan arduo negocio, para que en él
fuesen ilustrados del Espíritu Santo. Cumplidos estos diez días, y cuarenta
que la Reina trataba con el Señor esta materia, se juntaron los doce
apóstoles en presencia de la gran Madre y Maestra de todos, y san Pedro les
hizo una plática en que les dijo estas razones:
216. Hermanos míos carísimos, la divina
misericordia por su bondad infinita y por los merecimientos de nuestro
Salvador y Maestro Jesús, ha querido favorecer a su santa Iglesia comenzando
a multiplicar sus hijos tan gloriosamente, como en pocos días todos lo
conocemos y experimentamos. Y para esto su brazo poderoso ha obrado tantas
maravillas y prodigios y cada día los renueva por nuestro ministerio,
habiéndonos elegido, aunque indignos, para ministros de su divina voluntad
en esta obra de sus manos y para gloria y honra de su santo nombre. Junto
con estos favores nos ha enviado tribulaciones y persecuciones del demonio y
del mundo, para que con ellas le imitemos como a nuestro Salvador y caudillo
y para que la Iglesia con este lastre camine más segura al puerto del
descanso y eterna felicidad. Los discípulos se han derramado por las
ciudades circunvecinas por la indignación de los príncipes de los sacerdotes
y predican en todas partes la fe de Cristo nuestro Señor y Redentor. Y
nosotros será necesario que vayamos luego a predicarla por todo el orbe,
como nos lo mandó el Señor antes de subir a los cielos. Y para que todos
prediquemos una misma doctrina y los fieles la crean, porque la santa fe ha
de ser una como es uno el bautismo
(Ef 4,5)
en que la reciben, conviene que ahora todos juntos y
congregados en el Señor determinemos las verdades y misterios que a todos
los creyentes se les han de proponer expresamente, para que todos sin
diferencia los crean en todas las naciones del mundo. Promesa es infalible
de nuestro Salvador que donde se congregaren dos o tres en su nombre estará
en medio de ellos (Mt
18,20), y en esta palabra esperamos con firmeza que
nos asistirá ahora su divino Espíritu para que en su nombre entendamos y
declaremos con decreto invariable los artículos que ha de recibir la Iglesia
santa, para fundarse en ellos hasta el fin del mundo, pues ha de permanecer
hasta entonces.
217. Aprobaron todos los apóstoles esta
proposición de san Pedro, y luego el mismo santo celebró una misa y comulgó
a María santísima y a los otros apóstoles, y acabada se postraron en tierra,
orando e invocando al divino Espíritu, y lo mismo hizo María santísima. Y
habiendo orado algún espacio de tiempo, se oyó un tronido como cuando el
Espíritu Santo vino la primera vez sobre todos los fieles que estaban
congregados y al punto fue lleno de luz y resplandor admirable el cenáculo
donde estaban y todos fueron ilustrados y llenos del Espíritu Santo. Y luego
María santísima les pidió que cada uno pronunciase y declarase un misterio,
o lo que el Espíritu divino le administraba. Comenzó san Pedro y
prosiguieron todos en esta forma: San Pedro:
Creo en Dios Padre, Todopoderoso, Criador del cielo y
de la tierra. San Andrés:
Y en Jesucristo su único Hijo nuestro Señor.
Santiago el Mayor: Que
fue concebido por obra del Espíritu Santo, nació de María Virgen.
San Juan: Padeció debajo del
poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y
sepultado. Santo Tomás:
Bajó a los infiernos, resucitó al tercero día de
entre los muertos. Santiago el Menor:
Subió a los cielos, está asentado a la diestra de Dios
Padre todopoderoso. San Felipe:
Y de allí ha de venir a juzgar a los vivos
y a los muertos.
San Bartolomé: Creo en el
Espíritu Santo. San Mateo:
La santa Iglesia católica, la comunión de los Santos.
San Simón: El perdón de
los pecados. San Tadeo:
La resurrección de la carne. San Matías:
La vida perdurable. Amén.
218. Este Símbolo, que vulgarmente
llamamos el Credo, ordenaron los apóstoles después del martirio de san
Esteban y antes que se cumpliera el año de la muerte de nuestro Salvador. Y
después la santa Iglesia, para convencer la herejía de Arrio y otros herejes
en los concilios que contra ellos hizo, explicó más los misterios que
contiene el Símbolo de los apóstoles y compuso el Símbolo o Credo que se
canta en la misa. Pero en sustancia entrambos son una misma cosa y contienen
los catorce artículos que nos propone la doctrina cristiana para
catequizarnos en la fe, con la cual tenemos obligación de creerlos para ser
salvos. Y al punto que los apóstoles acabaron de pronunciar todo este
Símbolo, el Espíritu Santo lo aprobó con una voz que se oyó en medio de
todos y dijo: Bien habéis determinado. Y luego la gran Reina y Señora de los
cielos dio gracias al Muy Alto con todos los apóstoles, y también se las dio
a ellos porque habían merecido la asistencia del divino Espíritu para hablar
como instrumentos suyos con tanto acierto en gloria del Señor y beneficio de
la Iglesia. Y para mayor confirmación y ejemplo de sus fieles, se puso de
rodillas la prudentísima Maestra a los pies de san Pedro y protestó la santa
fe católica como se contiene en el Símbolo que acabaron de pronunciar. Y
esto hizo por sí y por todos los hijos de la Iglesia con estas palabras,
hablando con san Pedro: Señor mío, a quien reconozco por vicario de mi Hijo
santísimo, en vuestras manos, yo vil gusanillo, en mi nombre y en el de
todos los fieles de la Iglesia, confieso y protesto todo lo que habéis
determinado por verdades infalibles y divinas de fe católica y en ellas
bendigo y alabo al Altísimo de quien proceden. Besó la mano al Vicario de
Cristo y a los demás apóstoles, siendo la primera que protestó la fe santa
de la Iglesia después que se determinaron sus artículos.
Doctrina que me dio la gran Señora de los ángeles María
santísima.
219. Hija mía, sobre lo que has escrito
en este capítulo quiero para tu mayor enseñanza y consuelo manifestarte
otros secretos de mis obras. Después que los apóstoles ordenaron el Credo,
te hago saber que le repetía yo muchas veces al día, puesta de rodillas y
con profunda reverencia. Y cuando llegaba a pronunciar aquel artículo que
nació de María Virgen, me postraba en tierra con tal humildad,
agradecimiento y alabanza del Altísimo, que ninguna criatura lo puede
comprender. Y en estos actos tenía presentes todos los mortales, para
hacerlos también por ellos y suplir la irreverencia con que habían de
pronunciar tan venerables palabras. Y por mi intercesión ha ilustrado el
Señor a la Iglesia santa, para que repita tantas veces en el oficio divino
el Credo, Ave María y Pater noster, y que las religiones tengan por
costumbre humillarse cuando las dicen, y todos hincar la rodilla en el Credo
de la Misa a las palabras: Et incarnatus est,
etc., para que en alguna parte cumpla la Iglesia
con la deuda que tiene por haberle dado el Señor esta noticia y por los
misterios tan dignos de reverencia y agradecimiento cama el Símbolo
contiene.
220. Otras muchas veces mis santos
ángeles solían cantarme el Credo con celestial armonía y suavidad, con que
mi espíritu se alegraba en el Señor. Otras veces me cantaban el Ave María
hasta aquellas palabras: Bendito sea el fruto de tu vientre Jesús. Y cuando
nombraban este santísimo nombre o el de María, hacían profundísima
inclinación, con que me inflamaban de nuevo en afectos de humildad amorosa y
me pegaba con el polvo reconociendo el ser de Dios comparado con el mío
terreno. Oh hija mía, queda, pues, advertida de la reverencia con que debes
pronunciar el Credo, Pater noster y Ave María y no incurras en la
inadvertida grosería que en esto cometen muchos fieles. Y no por la
frecuencia con que en la Iglesia se dicen estas oraciones y divinas palabras
se les ha de perder su debida veneración. Pero este atrevimiento resulta de
que las pronuncian con los labios y no meditan ni atienden a lo que
significan y en sí contienen. Para ti quiero que sean materia continua de tu
meditación, y por esto te ha dado el Altísimo el cariño que tienes a la
doctrina cristiana, y le agrada a Su Majestad y a mí que la traigas contigo
y la leas muchas veces, como lo acostumbras, y de nuevo te lo encargo desde
hoy. Y aconséjalo a tus súbditas, porque ésta es joya que adorna a las
esposas de Cristo y la debían traer consigo todos los cristianos.
221. Sea también documento para ti el
cuidado que yo tuve de que se escribiese el Símbolo de la fe, luego que fue
necesario en la santa Iglesia. Muy reprensible tibieza es conocer lo que
toca a la gloria y servicio del Altísimo y al beneficio de la propia
conciencia y no ponerlo luego por obra, o a lo menos hacer las diligencias
posibles para conseguirlo. Y será mayor esta confusión para los hombres,
pues ellos, cuando les falta alguna cosa temporal, no quieren esperar
dilación en conseguirla y luego claman y piden a Dios que se las envíe a
satisfacción, como sucede si les falta la salud o frutos de la tierra y aun
otras cosas menos necesarias o más superfluas y peligrosas, y al mismo
tiempo, aunque conozcan en muchas obligaciones la voluntad y agrado del
Señor, no se dan por entendidos o las dilatan con desprecio y desamor.
Atiende, pues, a este desorden para no cometerle, y como yo fui tan solícita
en lo que convenía hacer para los hijos de la Iglesia, procura tú ser
puntual en todo lo que entendieres ser voluntad de Dios, ahora sea para el
beneficio de tu alma, ahora para otras, a imitación mía.
CAPITULO 13
De Nuevo a Tapa
Remitió María santísima el Símbolo de la fe a los
discípulos y a otros
fieles, obraron con él grandes milagros, fue determinado el repartimiento
del mundo a los apóstoles y
otras obras de la gran Reina del cielo.
222. Era tan diligente, vigilante y
oficiosa la prudentísima María en el gobierno de su familia la santa
Iglesia, como madre y mujer fuerte, de quien dijo el Sabio que consideró las
sendas y caminos de su casa para no comer el pan ociosa
(Prov 31,27).
Los consideró y los conoció la gran Señora con plenitud de
ciencia, y como estaba adornada y vestida de la púrpura de la caridad y de
la candidez de su incomparable pureza, así como nada ignoraba, nada omitía
de cuanto necesitaban sus hijos y domésticos los fieles. Luego que se formó
el Símbolo de los apóstoles hizo por sus manos innumerables copias de él,
asistiéndola sus santos ángeles, ayudándola y sirviéndola también de
secretarios para escribir, y para que sin dilación le recibiesen todos los
discípulos que andaban derramados y predicando por Palestina. Se lo remitió
a cada uno con algunas copias para que las repartiesen y con carta
particular en que se lo ordenaba y le daba noticia del modo y forma que los
apóstoles habían guardado para componer y ordenar aquel Símbolo, que se
había de predicar y enseñar a todos los que viniesen a la fe para que le
creyesen y confesasen.
223. Y porque los discípulos estaban en
diferentes ciudades y lugares, unos lejos y otros más cerca, a los más
vecinos les remitió el Símbolo y su instrucción por mano de otros fieles que
se las entregaban y a los de más lejos las envió con sus ángeles, que a unos
de los discípulos se les manifestaban y les hablaban, y esto sucedió con los
más, pero a otros no se manifestaron y se les dejaban en pliego en sus manos
invisiblemente, inspirándoles en el corazón admirables efectos, y por ellos
y las cartas de la misma Reina conocían el orden por donde venía el
despacho. Sobre estas diligencias que hizo por sí misma, dio orden a los
apóstoles para que ellos en Jerusalén y otros lugares distribuyesen también
el Símbolo que habían escrito y que informasen a todos los creyentes de la
veneración en que le debían tener por los altísimos misterios que contenía y
por haberle ordenado el mismo Señor, enviando al Espíritu Santo para que le
inspirase y aprobase, y cómo había sucedido y todo lo demás que era
necesario para que entendiesen todos que aquella era fe única, invariable y
cierta, que se había de creer, confesar y predicar en la Iglesia para
conseguir la gracia y la vida eterna.
224. Con esta instrucción y
diligencias, en muy pocos días se distribuyó el Credo de los apóstoles entre
los fieles de la Iglesia, con increíble fruto y consuelo de todos, porque
con el fervor que comúnmente todos tenían lo recibieron con suma veneración
y devoción. Y el Espíritu divino, que lo había ordenado para firmeza de la
Iglesia, lo fue confirmando luego con nuevos milagros y prodigios, no sólo
por mano de los apóstoles y discípulos, sino también por la de otros muchos
creyentes. Muchos que le recibieron escrito con especial veneración y
afecto, recibieron al Espíritu Santo en forma visible, que venía sobre ellos
con una divina luz que los rodeaba exteriormente y los llenaba de ciencia y
celestiales efectos. Y con esta maravilla se movían y encendían otros en el
deseo ardentísimo de tenerle y reverenciarle. Otros con poner el Credo sobre
los enfermos, muertos y endemoniados les daban salud a los enfermos,
resucitaban los difuntos y expelían a los
demonios. Y entre estas maravillas sucedió un día que un
judío incrédulo, oyendo a un católico que leía con devoción el Credo, se
irritó contra el creyente con gran furor y fue a quitársele de las manos, y
antes de ejecutarlo cayó el judío muerto a los pies del católico. A los que
desde entonces se iban bautizando, como eran adultos, se les mandaba que
luego protestasen la fe por el Símbolo apostólico, y con esta confesión y
protesta venía sobre ellos el Espíritu Santo visiblemente.
225. Se continuaba también muy
notoriamente el don de lenguas que daba el Espíritu Santo, no sólo a los que
le recibieron el día de Pentecostés, sino a muchos fieles que le recibieron
después y ayudaban a predicar o catequizar a los nuevos creyentes, porque
cuando hablaban o predicaban a muchos juntos de diversas naciones entendía
cada nación su lengua, aunque hablasen sola la lengua hebrea. y cuando
enseñaban a los de una lengua o nación les hablaban en ella, como arriba se
dijo (Cf. supra n.83)
en la venida del Espíritu Santo el día de
Pentecostés. Fuera de estas maravillas hacían otras muchas los apóstoles,
porque cuando ponían las manos sobre los creyentes o los confirmaban en la
fe venía también sobre ellos el Espíritu Santo.
y fueron tantos los milagros y prodigios que obró el
Altísimo en aquellos principios de la Iglesia, que fueran menester muchos
volúmenes para escribirlos todos. San Lucas escribió en los Actos
apostólicos los que en particular convino escribir, para que no todos los
ignorase la Iglesia, y en común dijo que eran muchos
(Act 2,43),
porque no se podían reducir a tan breve historia.
226. Conociendo y escribiendo esto me
hizo gran admiración la liberalísima bondad del Todopoderoso en enviar tan
frecuentemente al Espíritu Santo en forma visible sobre los creyentes de la
primitiva Iglesia. Y a esta admiración me fue respondido lo siguiente: Lo
uno, que tanto como esto pesaba en la sabiduría, bondad y poder de Dios
traer a los hombres a la participación de su divinidad en la felicidad y
gloria eterna; y como para conseguir este fin el Verbo eterno bajó del cielo
en carne visible comunicable y pasible, así la tercera persona descendió en
otra forma visible sobre la Iglesia en el modo que convenía tantas veces,
para fundarla y establecerla con igual firmeza y demostraciones de la
omnipotencia divina y del amor que le tiene. Lo otro, porque en los
principios estaban por una parte muy recientes los méritos de la pasión y
muerte de Cristo, juntos con las peticiones e intercesión de su Madre
santísima, que en la aceptación del eterno Padre a nuestro modo de entender
obraban con mayor fuerza, porque no se habían interpuesto los muchos y
gravísimo s pecados que después han cometido los mismos hijos de la Iglesia,
con que han puesto tantos óbices a los beneficios del Señor y a su divino
Espíritu, para que no se manifieste tan familiarmente con los hombres ahora
como en la primitiva Iglesia.
227. Pasado va un año de fa muerte de
nuestro Salvador, con inspiración divina trataron los apóstoles de salir a
predicar la fe por todo el mundo, porque ya era tiempo se publicase a las
gentes el nombre de Dios y se les enseñase el camino de la salud eterna. Y
para saber la voluntad del Señor en la distribución de los reinos y
provincias que a cada uno le habían de tocar en su predicación, por consejo
de la Reina determinaron ayunar y orar diez días continuos. Esta costumbre
en los negocios más arduos guardaron después que pasada la ascensión
perseveraron en la misma oración y ayunos, disponiéndose para la venida del
Espíritu Santo por todos aquellos diez días. Y cumplidos estos ejercicios,
el día último celebró misa el Vicario de Cristo y comulgó a María santísima
y a los once apóstoles, como lo hicieron para determinar el Símbolo y queda
dicho en el capítulo precedente. Después de la misa y comunión estuvieron
todos con la Reina en altísima oración, invocando singularmente al Espíritu
Santo para que les asistiese y manifestase su voluntad santa en aquel
negocio.
228. Hecho esto, les habló san Pedro y
les dijo: Carísimos hermanos, postrémonos todos juntos ante el acatamiento
divino y de todo corazón y suma reverencia confesemos a nuestro Señor
Jesucristo por verdadero Dios, Maestro y Redentor del mundo, y protestemos
su santa fe con el Símbolo que nos ha dado por el Espíritu Santo,
ofreciéndonos al cumplimiento de su divina voluntad. Lo hicieron así y
dijeron el Credo y luego prosiguieron en voz con el mismo san Pedro,
diciendo: Altísimo Dios eterno, estos viles gusanillos y pobres hombres, a
quienes nuestro Señor Jesucristo por la dignación de sola su clemencia
eligió por ministros para enseñar su doctrina y predicar su santa ley y
fundar su Iglesia por todo el mundo, nos postramos en vuestra divina
presencia con un mismo corazón y un alma. Y para el cumplimiento de vuestra
voluntad eterna y santa nos ofrecemos a padecer y sacrificar nuestras vidas
por la confesión de vuestra santa fe, enseñarla y predicarla en todo el
mundo, como nuestro Señor y Maestro Jesús nos lo dejó mandado. Y no queremos
perdonar trabajo, ni molestia, ni tribulación, que para esta obra fuere
necesario padecer hasta la muerte. Pero desconfiando de nuestra fragilidad,
os suplicamos, Señor y Dios altísimo, enviéis sobre nosotros a vuestro
divino Espíritu que nos gobierne y encamine nuestros pasos por el camino
recto e imitación de nuestro Maestro y nos vista de nueva fortaleza, y ahora
nos manifieste y enseñe a qué reino o provincias será más agradable a
vuestro beneplácito que nos repartamos para predicar vuestro santo nombre.
229. Acabada esta oración, descendió
sobre el cenáculo una admirable luz que los rodeó a todos y se oyó una voz
que dijo: Mi vicario Pedro señale a cada uno las provincias y esa será su
suerte. Yo le gobernaré y asistiré con mi luz y espíritu. Este nombramiento
remitió el Señor a san Pedro para confirmar de nuevo en aquella ocasión la
potestad que le había dado de cabeza y pastor universal de toda la Iglesia y
para que los demás apóstoles entendiesen que la habían de fundar en todo el
mundo debajo de la obediencia de san Pedro y de sus sucesores, a los cuales
había de estar sujeta y subordinada como a vicarios de Cristo. Así lo
entendieron todos, y así se me ha dado a conocer que fue ésta la voluntad
del Muy Alto. Y en su
ejecución, en oyendo san Pedro aquella voz, comenzó por sí mismo el
repartimiento de los reinos, y dijo: Yo, Señor, me ofrezco a padecer y
morir, siguiendo a mi Redentor y Maestro, predicando su santo nombre y fe
ahora en Jerusalén y después en Ponto, Galacia, Bitinia y Capadocia,
provincias del Asia, y tomaré asiento primero en Antioquía y después en
Roma, donde asentaré y fundaré la cátedra de Cristo nuestro Salvador y
Maestro, para que allí tenga su lugar la cabeza de su santa Iglesia. Esto
dijo san Pedro, porque tenía orden del Señor para que señalase a la Iglesia
romana por asiento y para cabeza de toda la Iglesia universal. Y sin este
orden no determinara san Pedro negocio tan arduo y de tanto peso.
230. Prosiguió san Pedro y dijo: El
siervo de Cristo y nuestro carísimo hermano Andrés le seguirá predicando su
santa fe en las provincias de Scitia de Europa, Epiro y Tracia, y desde la
ciudad de Patras en Acaya gobernará a toda aquella provincia y lo demás de
su suerte en lo que pudiere. El siervo de Cristo, nuestro hermano carísimo
Santiago el Mayor, le seguirá en la predicación de la fe en Judea, en
Samaria y en España, de donde volverá a esta ciudad de Jerusalén y predicará
la doctrina de nuestro Señor y Maestro. El carísimo hermano Juan obedecerá a
la voluntad de nuestro Salvador y Maestro, como se la manifestó desde la
cruz. Cumplirá con el oficio de hijo con nuestra gran Madre y Señora. La
servirá y la asistirá con reverencia y fidelidad de hijo y la administrará
el sagrado misterio de la eucaristía, y cuidará también de los fieles de
Jerusalén en nuestra ausencia. Y cuando nuestro Dios y Redentor llevare
consigo a los cielos a su beatísima Madre, seguirá a su Maestro en la
predicación del Asia Menor y cuidará de aquellas iglesias desde la isla de
Patmos, a donde irá por la persecución. El siervo de Cristo y nuestro
hermano carísimo Tomás le seguirá predicando en la India, en la Persia y en
los partos, medos, hircanos, bracmanes y bactrios. Bautizará a los tres
Reyes magos y les dará noticia de todo lo que la esperan y le buscarán ellos
mismos por la fama que oirán de su predicación y milagros. El siervo de
Cristo y nuestro carísimo hermano J acabo le seguirá con ser pastor y obispo
en Jerusalén, donde predicará al judaísmo y acompañará a Juan en la
asistencia y servicio de la gran Madre de nuestro Salvador. El siervo de
Cristo y nuestro carísimo hermano Felipe le seguirá con la predicación y
enseñanza de las provincias de Frigia y Scitia del Asia y en la ciudad
llamada Hierópolis de Frigia. El siervo de Cristo y nuestro hermano carísimo
Bartolomé le seguirá predicando en Licaonia, parte de Capadocia en el Asia,
y pasará a la India Citerior y después a la Menor Armenia. El siervo de
Cristo y nuestro carísimo hermano Mateo enseñará primero a los hebreos y
después seguirá a su Maestro pasando a predicar en Egipto y en Etiopía. El
siervo de Cristo y nuestro carísimo hermano Simón le seguirá predicando en
Babilonia, Persia y también en el reino de Egipto. El siervo de Cristo y
nuestro carísimo hermano Judas Tadeo seguirá a nuestro Maestro predicando en
Mesopotamia y después se juntará con Simón para predicar en Babilonia y en
la Persia. El siervo de Cristo y nuestro carísimo hermano Matías le seguirá
predicando su santa fe en la interior Etiopía y en la Arabia y después
volverá a Palestina. Y el Espíritu del Altísimo nos encamine a todos y nos
gobierne y asista, para que en todo lugar y tiempo hagamos su voluntad
perfecta y santa, y ahora nos dé su bendición, en cuyo nombre la doy a
todos.
231. Todo esto dijo san Pedro y al
mismo instante que acabó de hablar se oyó un tronido de gran potencia y se
llenó el cenáculo de resplandor y refulgencia, como de la presencia del
Espíritu Santo. Y en medio de esta luz se oyó una voz suave y fuerte, que
dijo: Admitid cada uno la suerte que le ha tocado. Se postraron en tierra y
dijeron todos juntos: Señor Altísimo, a vuestra palabra y de vuestro Vicario
obedecemos con prontitud y alegría de corazón, y nuestro espíritu está
gozoso y lleno de vuestra suavidad en medio de vuestras obras admirables.
Esta obediencia tan rendida y pronta que los apóstoles tuvieron al Vicario
de Cristo nuestro Salvador, aunque era efecto de la caridad ardentísima con
que deseaban morir por su santa fe, los dispuso en esta ocasión para que de
nuevo viniera sobre ellos el divino Espíritu, confirmándoles la gracia y
dones que antes habían recibido y aumentándolos con otros nuevos. Recibieron
nueva luz y ciencia de todas las naciones y provincias que san Pedro les
había señalado, y conocieron cada uno los naturales, condiciones y
costumbres de los reinos que le tocaban, la disposición de la tierra y su
sitio en el mundo, como si le escribieran interiormente un mapa muy distinto
y copioso. Les dio el Altísimo nuevo don de fortaleza para los trabajos, de
agilidad para los caminos, aunque en ellos les habían de ayudar muchas veces
los santos ángeles, y en el interior quedaron encendidos como serafines con
la llama del divino amor, elevados sobre la condición y esfera de la
naturaleza.
232. La beatísima Reina de los ángeles
estaba presente a todo esto y le era patente cuanto el poder divino obraba
en los apóstoles y en ella misma, que de las influencias de la divinidad
participó en esta ocasión más que todos juntos, porque estaba en grado
supereminentísimo a todas las criaturas, y por eso el aumento de sus dones
había de ser proporcionado y trascender a todos los demás sin medida. Renovó
el Altísimo en el purísimo espíritu de su Madre la ciencia infusa de todas
las criaturas y en especial de todos los reinos y naciones que a los
apóstoles se les había dado. Y conoció Su Alteza lo que ellos conocían, y
más que todos, porque tuvo ciencia y noticia individual de todas las
personas a quienes en todos los reinos habían de predicar la fe de Cristo, y
quedó en esta ciencia tan capaz de todo el orbe y de sus moradores, como
respectivamente lo estaba de su oratorio y de los que en él entraban.
233. Esta ciencia era como de suprema
Maestra, Madre, Gobernadora y Señora de la Iglesia, que el Todopoderoso
había puesto en sus manos, como arriba se ha dicho
(Cf. supra p.II n.1524),
y adelante será forzoso tocarlo muchas veces. Ella
había de cuidar de todos, desde el supremo en santidad hasta el mínimo, y de
los míseros pecadores hijos de Eva. y si ninguno había de recibir beneficio
o favor alguno de mano del Hijo si no fuese por la de su Madre, necesario
era que la fidelísima dispensadora de la gracia conociera a todos los de su
familia, de cuya salud había de cuidar como Madre, y tal Madre. Y no sólo
tenía la gran Señora especies infusas y ciencia de todo lo que he dicho,
pero después de este conocimiento tenía otro actual cuando los apóstoles y
discípulos andaban predicando, porque se le manifestaban sus trabajos y
peligros y las asechanzas del demonio que contra ellos fabricaba, y las
peticiones y oraciones de todos ellos y de los otros fieles, para
socorrerlos ella con las suyas, o por medio de sus ángeles, o por sí misma;
que por todos estos medios lo hacía, como en muchos sucesos veremos adelante
(Cf. infra
n.318,324,339,567).
234. Sólo quiero advertir aquí que, a
más de esta ciencia infusa que tenía nuestra Reina de todas las cosas con
las especies de cada una, tenía otra noticia de ellas en Dios con la visión
abstractiva que continuamente miraba a la divinidad. Pero entre estos dos
modos de ciencia había una diferencia, que cuando miraba en Dios los
trabajos de los apóstoles y de todos los fieles de la Iglesia, como aquella
visión era de tanto gozo y alguna participación de la bienaventuranza, no
causaba el dolor y compasión sensible como tenía la piadosa Madre cuando
conocía estas tribulaciones en sí mismas, porque en esta visión las sentía y
lloraba con maternal compasión. Y para que no le faltase este mérito y
perfección, la concedió el Altísimo toda esta ciencia por el tiempo que fue
viadora. Y junto con esta plenitud de especies y ciencias infusas tenía el
dominio de sus potencias que arriba dije
(Cf. supra n.126),
para no admitir otras especies o imágenes adquiridas fuera
de las que eran necesarias para el uso preciso de la vida, o para alguna
obra de caridad o perfección de las virtudes. Con este adorno y hermosura
patente a los ángeles y santos era la divina Señora objeto de admiración y
alabanza en que glorificaban al Muy Alto por el digno empleo de todos sus
atributos en María santísima.
235. Hizo en esta ocasión profundísima
oración por la perseverancia y fortaleza de los apóstoles en la predicación
de todo el mundo. Y el Señor la prometió que los guardaría y asistiría, para
manifestar en ellos y por ellos la gloria de su nombre y al fin los
premiaría con digna retribución de sus trabajos y merecimientos. Con esta
promesa quedó María santísima llena de júbilo y agradecimiento, exhortó a
los apóstoles a que le diesen de todo corazón y saliesen alegres y confiados
a la conversión del mundo. Y hablándoles otras muchas palabras de suavidad y
vida, puesta de rodillas les dio a todos la enhorabuena de la obediencia que
habían mostrado en nombre de su Hijo santísimo, y de su parte les dio las
gracias por el celo que manifestaban de la honra del mismo Señor y beneficio
de las almas a cuya conversión se sacrificaban. Besó la mano
a cada uno de los apóstoles,
ofreciéndoles su intercesión con el Señor, su solicitud para servirlos, y
les pidió su bendición como acostumbraba y todos como sacerdotes se la
dieron.
236. Pocos días después que se hizo
este repartimiento de las provincias para la predicación, comenzaron a salir
de Jerusalén particularmente los que les tocaba predicar en las provincias
de Palestina, y el primero fue Santiago el Mayor. Otros perseveraron más
tiempo en Jerusalén, porque allí quería el Señor que con mayor fuerza y
abundancia se predicase primero la fe de su santo nombre y fuesen los judíos
llamados en primer lugar y traídos a las bodas evangélicas, si querían venir
y entrar en ellas; que en este beneficio de la redención, aquel pueblo fue
más favorecido, aunque fue más ingrato que los gentiles. Después fueron
saliendo los apóstoles a los reinos que a cada uno le tocaban, según lo
pedía el tiempo y la sazón, gobernándose en esto por el Espíritu divino,
consejo de María santísima y obediencia de san Pedro. Pero cuando se
despidieron de Jerusalén, primero fue cada uno a visitar los Santos Lugares,
como eran el Huerto, el Calvario, el sagrado Sepulcro, el lugar de la
ascensión y Betania y los demás que era posible, y todos los veneraban con
admirable reverencia y lágrimas, adorando la tierra que tocó el Señor.
Después iban al cenáculo y le veneraban por los misterios que allí se
obraron, y se despedían de la gran Reina del cielo y de nuevo se
encomendaban en su protección. Y la beatísima Madre los despedía con
palabras dulcísimas y llenas de la virtud divina.
237. Pero fue admirable la solicitud y
maternal cuidado de la prudentísima Señora para despedir a los apóstoles
como verdadera Madre a sus hijos. Porque en primer lugar hizo para cada uno
de los doce una túnica tejida, semejante a la de Cristo nuestro Salvador,
del color entre morado y ceniza, y para hacerlas se valió del ministerio de
sus santos ángeles. Y con esta atención envió a los apóstoles vestidos sin
diferencia y con igualdad uniforme entre sí mismos y con su Maestro Jesús,
porque aun en el hábito exterior quiso que le imitasen y fuesen conocidos
por discípulos suyos. Hizo juntamente la gran Señora doce cruces con sus
cañas o astas de la altura de las personas de los apóstoles y dio a cada uno
la suya para que en su peregrinación y predicación la llevase consigo, así
en testimonio de lo que predicaban como para consuelo espiritual de sus
trabajos, y todos los apóstoles guardaron y llevaron aquellas cruces hasta
su muerte. Y de lo mucho que alababan la cruz tomaron ocasión algunos
tiranos para martirizarlos en la misma cruz a los que dichosamente murieron
en ella.
238. A más de todo esto dio la piadosa
Madre a cada uno de los doce apóstoles una cajilla pequeña de metal que hizo
para este intento, y en cada una puso tres espinas de la corona de su Hijo
santísimo y algunas partes de los paños en que envolvió al Señor cuando era
niño y otros de los que limpió y recibió su preciosísima sangre en la
circuncisión y pasión; que todas estas sagradas prendas tenía guardadas con
suma devoción y veneración, como Madre y depositaria de los tesoros del
cielo. Y para dárselas a los doce apóstoles, los llamó juntos y con majestad
de Reina y agrado de dulcísima Madre les habló y dijo que aquellas prendas
que a cada uno entregaba era el mayor tesoro que tenía para enriquecerlos y
despedirlos a sus peregrinaciones, que en ellas llevarían la memoria viva de
su Hijo santísimo y el testimonio cierto de lo que el mismo Señor los amaba,
como a hijos y ministros del Altísimo. Con esto se las entregó y las
recibieron con lágrimas de veneración y júbilo y agradecieron a la gran
Reina estos favores y se postraron ante ella adorando aquellas sagradas
reliquias y abrazándose unos a otros se dieron la enhorabuena, y se despidió
el primero Santiago, que fue quien comenzó estas misiones.
239. Pero según lo que se me ha dado a
entender, no sólo predicaron los apóstoles en las provincias que por
entonces les repartió san Pedro, mas en otras muchas vecinas de aquéllas y
más remotas. y no es
dificultoso de entender esto, porque muchas veces eran llevados de unas
partes a otras por ministerio de los ángeles, y esto no sólo para predicar,
sino también para consultarse unos a otros y especialmente con el vicario de
Cristo, san Pedro, y mucho más a la presencia de María santísima, de cuyo
favor y consejo tuvieron necesidad en la dificultosa empresa de plantar la
fe en reinos tan diversos y naciones tan bárbaras. Y si para dar de comer a
Daniel llevó el ángel a Babilonia al profeta Habacuc
(Dan 14,35),
no es maravilla que se hiciera este milagro con los
apóstoles, llevándolos a donde era necesario predicar a Cristo y dar noticia
de la divinidad y plantar la Iglesia universal para remedio de todo el
linaje humano. Y arriba hice mención
(Cf. supra n.208)
de cómo el ángel del Señor que llevó a Felipe, el discípulo
de los setenta y dos, desde el camino de Gaza le puso en Azoto, como lo
cuenta san Lucas (Act
8,26ss). Y todas estas maravillas, y otras
innumerables que ignoramos, fueron convenientes para enviar a unos pobres
hombres a tantos reinos y provincias y naciones poseídas del demonio, llenas
de idolatrías, errores y abominaciones, cual estaba todo el mundo cuando
vino a redimirle el Verbo humanado.
Doctrina que me dio la Reina de los ángeles.
240. Hija mía, la doctrina que te doy
en este capítulo es mandarte y convidarte para que con íntimos suspiros y
gemidos de tu alma y con lágrimas de sangre, si puedes alcanzarlas, llores
amargamente la diferencia que tiene la Iglesia santa en el estado presente
del que tuvo en sus principios, cómo se ha oscurecido el oro purísimo de la
santidad y se ha mudado el color sano
(Lam 4,1),
perdiendo aquella antigua hermosura en que la fundaron los
apóstoles, y buscando otros afeites y colores peregrinos y engañosos para
encubrir la fealdad y confusión de los vicios, que tan infelizmente la
tienen oscurecida y llena de formidable horror. Y para que penetres esta
verdad desde su principio y fundamento, conviene que renueves en ti misma la
luz que has recibido para conocer la fuerza y peso con que la divinidad se
inclina a comunicar su bondad y perfecciones a sus criaturas. Es tan
vehemente el ímpetu del sumo Bien para derramar su corriente en las almas,
que sólo puede impedirle la voluntad humana, que le ha de recibir por el
libre albedrío que le dio para esto; y cuando con él resiste a la
inclinación e influencias de la Bondad Infinita, la tiene a tu modo de
entender violentada y contristado su amor inmenso en su liberalísima
condición. Pero si las criaturas no le impidieran y dejaran obrar con su
eficacia, a todas las almas inundara y llenara de la participación de su ser
divino y atributos: levantara del polvo a los caídos, enriqueciera a los
pobres hijos de Adán, y de sus miserias los elevara y asentara con los
príncipes de su gloria.
241. Y
de aquí entenderás, hija mía, dos cosas que la humana
sabiduría ignora. La una, el agrado y servicio que le hacen al Sumo Bien
aquellas almas que con ardiente celo de su gloria y con su trabajo y
solicitud ayudan a quitar de otras almas este óbice que con sus culpas han
puesto para que no las justifique el Señor y las comunique tantos bienes
como de su bondad inmensa pueden participar y el Altísimo desea obrar en
ellas. La complacencia que recibe Su Majestad en que le ayuden en esta obra
no se puede conocer en la vida mortal. Por esto es tan alto y engrandecido
el ministerio de los apóstoles y de los prelados, ministros y predicadores
de la divina palabra, que en este oficio suceden a los que plantaron la
Iglesia y trabajan en su amplificación y conservación; porque todos deben
ser cooperadores y ejecutores del amor inmenso que Dios tiene a las almas
que crió para partícipes de su divinidad. La segunda cosa que debes ponderar
es la grandeza y abundancia de los dones y favores que comunicará el poder
infinito a las almas que no le ponen impedimento a su liberalísima bondad.
Manifestó luego el Señor esta verdad en los principios de la Iglesia
evangélica, para que a los fieles que habían de entrar en ella les quedase
testificada en tantos prodigios y maravillas como hizo con los primeros,
bajando el Espíritu Santo en visibles señales sobre ellos tan frecuentemente
y con los milagros que has escrito obraban los creyentes con el Credo y
otros favores ocultos que recibían de la mano del Muy Alto.
242. Pero en quien resplandeció más su
bondad y omnipotencia fue en los apóstoles y discípulos, porque en ellos no
hubo impedimento ni óbice para la voluntad eterna y santa y fueron
verdaderos instrumentos y ejecutores del amor divino, imitadores y sucesores
de Cristo y seguidores de su verdad, y por esto fueron levantados a una
participación inefable de los atributos del mismo Dios, en particular de la
ciencia, santidad y omnipotencia, con que obraban para sí y para las almas
tantas maravillas, que nunca los mortales los pueden dignamente engrandecer.
Después de los apóstoles nacieron en su lugar otros hijos de la Iglesia, en
quienes de generación en generación se fue transfundiendo esta divina
sabiduría y sus efectos. Y dejando ahora los innumerables mártires que
derramaron su sangre y vidas por la santa fe, considera los patriarcas de
las religiones, los grandes santos que en ellas han florecido, los doctores,
obispos y prelados y varones apostólicos en quienes tanto se ha manifestado
la bondad y omnipotencia de la divinidad, para que los demás no tuviesen
disculpa, si en ellos, que son ministros de la salud de las almas, y en
todos los demás fieles no hacía Dios las maravillas y favores que hizo en
los primeros y ha continuado en los que halla idóneos para hacerlas.
243. Y
para que sea mayor la confusión de los malos
ministros que hoy tiene la santa Iglesia, quiero que entiendas cómo en la
voluntad eterna con que determinó el Altísimo comunicar sus tesoros
infinitos a las almas, en primer lugar los encaminó inmediatamente a los
prelados, sacerdotes, predicadores y dispensadores de su divina palabra,
para que en cuanto era de parte de la voluntad del Señor todos fuesen de
santidad y perfección de ángeles más que de hombres y gozasen de muchos
privilegios y exenciones de naturaleza y gracia entre los demás vivientes; y
con estos singulares beneficios se hiciesen idóneos ministros del Altísimo,
si ellos no pervertían el orden de su infinita sabiduría y si correspondían
a la dignidad para que eran llamados y elegidos entre todos. Esta piedad
inmensa, la misma es ahora que en la primitiva Iglesia; la inclinación del
sumo bien a enriquecer las almas no se ha mudado, ni esto es posible; su
liberal dignación no se ha disminuido; el amor a su Iglesia siempre está en
su punto; la misericordia mira a las miserias y éstas hoy son sin medida; el
clamor de las ovejas de Cristo llega a lo sumo que puede; los prelados,
sacerdotes y ministros nunca llegaron a tanto número. Pues si todo esto es
así, ¿a quién se ha de atribuir la perdición de tantas almas y la ruina del
pueblo cristiano y que hoy no sólo no vengan los infieles a la santa
Iglesia, sino la tengan tan afligida y llena de tristeza, que los prelados y
ministros no resplandezcan, ni Cristo en ellos, como en los pasados siglos y
la primitiva Iglesia?
244. Oh hija mía, para que muevas tu
llanto sobre esta perdición te convido. Considera las piedras del santuario
derramadas en las plazas de las ciudades
(Lam 4,1).
Atiende cómo los sacerdotes del Señor se han hecho
semejantes al pueblo
(Is 24,2) cuando debían hacer al pueblo santo y
semejante a sí mismos. La dignidad sacerdotal y sus vestiduras ricas y
preciosas de las virtudes están manchadas con el contagio de los mundanos;
los ungidos del Señor y consagrados para sólo su trato y culto se han
degradado de su nobleza y deidad; perdieron su decoro por abatirse a las
acciones viles, indignas de su levantada excelencia entre los hombres:
afectan la vanidad, siguen la codicia y avaricia, sirven al interés, aman al
dinero, ponen su esperanza en los tesoros del oro y de la plata, se sujetan
a la lisonja y obsequio de los mundanos y poderosos y, lo que más es, a la
bajeza de las mismas mujeres y tal vez se hacen participantes de las juntas
y consejos de maldad. Apenas hay oveja del rebaño de Cristo que conozca en
ellos la voz de su pastor, ni halla el alimento y pasto saludable de la
virtud y santidad de que debían ser maestros. Piden el pan los párvulos y no
hay quien se les distribuya
(Lam 4,4).
Y cuando se hace por el interés o por sólo cumplimiento, si
la mano está leprosa, ¿cómo dará saludable alimento al necesitado y enfermo?
Y ¿cómo el soberano Médico fiará de ella la medicina en que consiste la
vida? Y si los que han de ser intercesores y medianeros se hallan reos de
mayores culpas, ¿cómo alcanzarán misericordia para los culpados con otras
menores o semejantes?
245. Estas son las causas por que los
prelados y sacerdotes de estos tiempos no hacen las maravillas que hicieron
los apóstoles y discípulos de la primitiva Iglesia y los demás que imitaron
su vida con ardiente celo de la honra del Señor y conversión de las almas.
Por esto no se logran los tesoros de la muerte y sangre de Cristo que dejó
en la Iglesia, así en sus sacerdotes y ministros como en los demás mortales,
porque si ellos mismos los desprecian y olvidan para aprovecharlos en sí,
¿cómo los repartirán a los demás hijos de esta familia? Por esto no se
convierten ahora como entonces los infieles al conocimiento de la verdadera
fe, aunque viven a la vista de los príncipes eclesiásticos, ministros y
predicadores del evangelio. Enriquecida está la Iglesia ahora más que nunca
de bienes temporales, de rentas y posesiones, llena está de hombres doctos
con ciencia adquirida, de grandes prelacías y dignidades abundantes, y como
todos estos beneficios se deben a la sangre de Cristo todo se debía
convertir en su obsequio y servicio, empleándose en convertir las almas y
sustentarle sus pobres y el sagrado culto y veneración de su santo nombre.
246. Si esto se hace así ahora, díganlo
los cautivos que se redimen con las rentas de las iglesias, los infieles que
se convierten, las herejías que se extirpan, y qué tanto es lo que en esto
se emplea de los tesoros eclesiásticos; y también lo dirán los palacios que
con ellos se han fabricado, los mayorazgos que se han fundado, las torres de
viento que se han levantado y, lo que es más lamentable, los empleos
profanos y torpísimos en que muchos los consumen, deshonrando al sumo
sacerdote Cristo y viviendo tan lejos y distantes de su imitación y de los
apóstoles a quien sucedieron, como viven alejados del mismo Señor los
hombres más profanos del mundo. Y si la predicación de los ministros de la
divina palabra está muerta y sin virtud para vivificar a los oyentes, no
tienen la culpa la verdad y la doctrina de las sagradas Escrituras, pero la
tiene el mal uso de ella, por la torcida intención de los ministros. Truecan
el fin de la gloria de Cristo en su propia honra y estimación vana, el bien
espiritual en el bajo interés del estipendio, y como se consigan estas dos
cosas no cuidan de otro fruto de la predicación. Y para esto quitan a la
doctrina sana y santa la sinceridad y pureza, y aun tal vez la verdad, con
que la escribieron los autores sagrados y la explicaron los doctores santos,
la reducen a sutilezas de ingenio propio, que causen más admiración y gusto
que provecho de los oyentes. Y como llega tan adulterada a los oídos de los
pecadores, la reconocen por doctrina del ingenio del predicador más que de
la caridad de Cristo, y así no lleva virtud ni eficacia para penetrar los
corazones, aunque lleva artificio para deleitar las orejas.
247. En castigo de estas vanidades y
abusiones, y de otras que no ignora el mundo, no te admires, carísima, que
la justicia divina haya desamparado tanto a los prelados, ministros y
predicadores de su palabra y que la Iglesia católica tenga ahora tan abatido
estado, habiéndole tenido tan alto en sus principios. Y si algunos de los
sacerdotes y ministros no están comprendidos en estos vicios tan
lamentables, esto debe más la Iglesia a mi Hijo santísimo en tiempo que tan
ofendido y desobligado se halla de todos. Y con estos buenos es
liberalísimo, pero son muy contados, como lo testifica la ruina del pueblo
cristiano y el desprecio a que han llegado los sacerdotes y predicadores del
evangelio; porque si fueran muchos los perfectos y celadores de las almas,
sin duda se reformaran y enmendaran los pecadores, se convirtieran muchos
infieles y todos miraran y oyeran con veneración y temor santo a los
predicadores, sacerdotes y prelados, y los respetaran por su dignidad y
santidad y no por la autoridad y fausto con que granjean esta reverencia,
que más se ha de llamar aplauso mundano y sin provecho. Y no te encojas ni
acobardes por haber escrito todo esto, que ellos mismos saben es verdad y tú
no lo escribes por tu voluntad sino por mi obediencia, para que lo llores y
convides al cielo y a la tierra que te ayuden en este llanto, porque hay
pocos que le tengan, y ésta es la mayor injuria que recibe el Señor de todos
los hijos de su Iglesia.
CAPITULO 14
De Nuevo a Tapa
La conversión de san Pablo y
lo que en ella obró María santísima
y otros misterios ocultos.
248. Nuestra madre la Iglesia,
gobernada por el Espíritu divino, celebra la conversión de san Pablo como
uno de los mayores milagros de la ley de gracia y para consuelo universal de
los pecadores, pues de perseguidor contumelioso y blasfemo contra el nombre
de Cristo -como el mismo Pablo dice
(1 Tim 1,13)
alcanzó misericordia y fue mudado en apóstol por la divina
gracia. Y porque en alcanzarla tuvo tanta parte nuestra gran Reina, no se
puede negar a su historia esta rara maravilla del Omnipotente. Pero se
entenderá mejor su grandeza, declarando el estado que tuvo san Pablo cuando
se llamaba Saulo y era perseguidor de la Iglesia y las causas que le
movieron para señalarse por tan acérrimo defensor de la ley de Moisés y
perseguidor de la de Cristo nuestro bien.
249. Tuvo san Pablo dos principios que
le hicieron señalado en su judaísmo. El uno era su propio natural y otro fue
la diligencia del demonio que se le conoció. Por su natural condición era
Saulo de corazón grande, magnánimo, nobilísimo, oficioso, activo, eficaz y
constante en lo que intentaba. Tenía muchas virtudes morales adquiridas, se
preciaba de grande profesor de la ley de Moisés y de estudioso y docto en
ella, aunque en hecho de verdad era ignorante como él lo confesó a Timoteo
su discípulo (Ib),
porque toda su ciencia era humana y terrena y
entendía la ley como otros muchos israelitas sólo en la corteza sin espíritu
ni luz divina, la cual era necesaria para entenderla legítimamente y
penetrar sus misterios. Pero como su ignorancia le parecía verdadera ciencia
y era tenaz de entendimiento, se mostraba gran celador de las tradiciones de
los rabinos (Gal 1,14)
y juzgaba por cosa indigna y disonante que contra
ellos y contra Moisés como él pensaba se publicase una ley nueva, inventada
por un Hombre crucificado como reo, habiendo recibido Moisés su ley en el
monte dada por el mismo Dios. Con este motivo concibió grande aborrecimiento
y desprecio de Cristo, de su ley y discípulos. Y para este engaño se ayudaba
de sus propias virtudes morales si pueden llamarse virtudes estando sin
verdadera caridad porque con ellas presumía de sí que acertaba en otros
yerros, como sucede a muchos hijos de Adán que se contentan de sí mismos
cuando hacen alguna obra virtuosa y con esta satisfacción falsa no atienden
a reformar otros mayores vicios. Con este engaño vivía y obraba Saulo, muy
asido a la antigüedad de su ley mosaica, ordenada por el mismo Dios, cuya
honra le pareció que celaba, por no haber entendido que aquella ley en las
ceremonias y figuras era temporal y no eterna, porque de necesidad le había
de suceder otro Legislador más poderoso y sabio que Moisés, como él mismo lo
dijo (Dt 18,15).
250. Al indiscreto celo de Saulo y a su
vehemente condición se juntó la malicia de Lucifer y sus ministros para
irritarle, moverle y acrecentarle el odio que tenía con la ley de Cristo
nuestro Salvador. Muchas veces he hablado en el discurso de esta Historia
(Cf. supra p.II
n.1425ss; p.III n.204) de los consejos de maldad y
arbitrios infernales que fabricó este dragón contra la santa Iglesia. Y uno
de ellos era buscar con suma vigilancia a los hombres que fuesen más
acomodados y proporcionados, por inclinaciones y costumbres, para valerse de
ellos como de instrumentos y ejecutores de su maldad. Porque el mismo
Lucifer por sí solo y sus demonios, aunque pueden tentar singularmente a las
almas pero no levantar ellos bandera en lo público y hacerse cabezas de
alguna secta o séquito contra Dios, si no se sirven en esto de algún hombre
a quien sigan otros tan ciegos y desalumbrados. Estaba enfurecido este cruel
enemigo de ver los felices principios de la santa Iglesia, temía sus
progresos y ardía en desmedida envidia de que los hombres de inferior
naturaleza fuesen levantados a la participación de la divinidad y gloria que
con su soberbia había desmerecido. Reconoció las inclinaciones de Saulo, las
costumbres y estado que tenía en la conciencia, y todo le pareció cuadraba
mucho con sus deseos de destruir la Iglesia de Cristo por mano de otros
incrédulos que fuesen a propósito para ejecutarlo.
251. Consultó Lucifer esta maldad con
otros demonios en un particular conciliábulo que para ello hizo, y de común
acuerdo de todos salió decretado que el mismo dragón con otros asistiesen a
Saulo sin dejarle un punto y le arrojasen sugestiones y razones acomodadas a
la indignación que tenía contra los apóstoles y todo el rebaño de Cristo,
que todas las admitiría pues le darían por sus triunfos, irritándole con
algún color de virtud falsa y aparente. Todo este acuerdo ejecutó el demonio
sin perder punto ni ocasión. Y aunque Pablo estaba descontento y opuesto a
la doctrina de nuestro Salvador desde que la predicó por sí mismo, pero en
el tiempo que vivió Su Majestad en el mundo no se declaró Saulo por tan
ardiente celador de la ley de Moisés y adversario de la del mismo Señor,
hasta que en la muerte de san Esteban descubrió la indignación con que ya el
dragón infernal le comenzaba a irritar contra los seguidores de Cristo. Y
como en aquella ocasión halló este enemigo tan pronto el corazón de Saulo
para ejecutar las sugestiones malas que le arrojaba, quedó tan ufana su
malicia, que le pareció no tenía más que desear y que aquel hombre no
resistiría a ninguna maldad que se le propusiese.
252. Con esta impía confianza pretendió
Lucifer que Saulo quitase la vida por sí mismo a todos los apóstoles y, lo
que más formidable era, que hiciese lo mismo con María santísima. A tal
insania llegó la soberbia de este cruentísimo dragón. Pero engañó se en
ella, porque la condición de Saulo era más noble y generosa y así le
pareció, discurriendo sobre ello, que era cosa indigna de su honor y su
persona cometer aquella traición y obrar como hombre forajido, cuando con
razón y justicia, como a él le parecía, podía destruir la ley de Cristo. Y
sintió mayor horror en ofender la vida de su beatísima Madre, por el decoro
que se le debía como a mujer y porque de haberla visto tan compuesta y tan
constante en los trabajos y pasión de Cristo le había parecido a Saulo que
era mujer grande y digna de veneración, y así se la cobró con alguna
compasión de sus penas y aflicciones, que todos conocían las había padecido
muy graves. Por esto no admitió contra María santísima la inhumana sugestión
que le propuso el demonio. Y no le ayudó poco a Saulo esta compasión de los
trabajos de la Reina para abreviar su conversión. Contra los apóstoles
tampoco admitió la traición, aunque Lucifer se la coloreaba con aparentes
razones y como obra digna de su esforzado corazón. Pero desechando estas
maldades se resolvió en adelantarse a todos los judíos en perseguir la
Iglesia hasta destruirla con el nombre de Cristo.
253. Quedó contento el dragón y sus
ministros con esta determinación de Saulo, ya que no podían conseguir más. Y
para que se conozca la ira que tienen contra Dios y sus criaturas, desde
aquel día hicieron otro conciliábulo para conferir cómo conservarían la vida
de aquel hombre que tan ajustado hallaban para ejecutar sus maldades. Bien
saben estos mortales enemigos que no tienen jurisdicción sobre la vida de
los hombres, ni se la pueden dar ni quitar, si no se lo permite Dios en
algún caso particular, pero con todo eso se quisieron hacer médicos y
tutores de la vida y salud de Saulo, para conservársela en cuanto se
extendía su poder, moviéndole su imaginación para que se guardase de lo que
era nocivo y usase de lo más saludable y aplicando otras causas naturales
que le conservasen la salud. Mas con todas estas diligencias no pudieron
impedir que no obrase en Saulo la divina gracia, cuando quería su Autor.
Pero estaban tan desimaginados los demonios, que jamás tuvieron recelos de
que Saulo admitiría la ley de Cristo y que la vida que ellos procuraban
conservar y alargar había de ser para su propia ruina y tormento. Tales
obras ordena la sabiduría del Altísimo, dejando engañar al demonio en sus
consejos de maldad para que caiga en la fóvea y en el lazo que arma contra
Dios (Sal 56,79)
y que a la divina voluntad vengan a servir todas sus
maquinaciones, sin que lo pueda resistir.
254. Con este gran consejo de la
altísima Sabiduría ordenaba el Señor que la conversión de Saulo fuese más
admirable y gloriosa. Y para esto dio lugar a que, incitado de Lucifer con
ocasión de la muerte de san Esteban, fuese Saulo al príncipe de los
sacerdotes y, arrojando fuego y amenazas contra los discípulos del Señor que
se habían derramado fuera de Jerusalén, le pidiese comisión y requisitorias
para traerlos presos a Jerusalén de donde quiera que los hallase
(Act 9,1).
Y para esta demanda ofreció Saulo su persona, hacienda y
vida, y que a su propia costa y sin salarios haría aquella jornada en
defensa de su ley y de sus pasados, para que no prevaleciese contra ella la
que de nuevo predicaban los discípulos del Crucificado. Este ofrecimiento
facilitó más el ánimo del sumo sacerdote y los de su consejo, y luego dieron
a Saulo la comisión que pedía, señaladamente para Damasco, a donde tenían
lengua que algunos de los discípulos se habían retirado de Jerusalén.
Dispuso la jornada, previniendo gente de ministros de justicia y algunos
soldados que le acompañasen. Pero la más copiosa compañía y aparato era de
muchas legiones de demonios, que para asistirle en esta empresa salieron del
infierno, pareciéndoles que con tantas precauciones acabarían con la Iglesia
y que Saulo a sangre y fuego la devastaría. Y a la verdad era éste el
intento que llevaba y el que Lucifer y sus ministros le administraban a él y
a todos los que le seguían. Pero le dejemos ahora en el camino de Damasco, a
donde enderezó su jornada para prender en las sinagogas de aquella ciudad a
todos los discípulos de Cristo.
255. Nada de todo esto era oculto a la
gran Reina del cielo, porque, a más de la ciencia y visión con que penetraba
hasta el más mínimo pensamiento de los hombres y de los demonios, la daban
muchos avisos los apóstoles de todo lo que se obraba contra los seguidores
de Cristo. Conocía también muy de lejos que Saulo había de ser apóstol del
mismo Señor y predicador de las gentes y varón tan señalado y admirable en
la Iglesia, porque de todo esto la informó su Hijo santísimo, como queda
dicho en la segunda parte de esta Historia
(Cf. supra p.II n.734).
Pero como crecía la persecución y se dilataba el fruto que
Saulo había de hacer y traer al nombre cristiano con tanta gloria del Señor,
y en el ínterin los discípulos de Cristo, que ignoraban el secreto del
Altísimo, se afligían y acobardaban algo conociendo la indignación con que
los buscaba y perseguía, todo esto fue causa de gran dolor para la piadosa
Madre de la gracia. Y ponderando con su divina prudencia lo que pesaba aquel
negocio, se vistió de nuevo esfuerzo y confianza para pedir el remedio de la
Iglesia y la conversión de Saulo y postrada en la presencia de su Hijo hizo
esta oración:
256. Altísimo Señor, Hijo del eterno
Padre, Dios vivo y verdadero de Dios verdadero, engendrado de su misma e
indivisa sustancia y por la inefable dignación de vuestra bondad infinita
Hijo mío y vida de mi alma, ¿cómo vivirá esta vuestra esclava, a quien
habéis encomendado vuestra amada Iglesia, si la persecución que han movido
vuestros enemigos contra ella prevalece y no la vence vuestro poder inmenso?
¿Cómo sufrirá mi corazón ver despreciado y conculcado el precio de vuestra
muerte y sangre? Si me dais, Señor mío, por hijos míos los que engendráis en
vuestra Iglesia, y yo los amo y miro con amor de madre, ¿cómo tendré
consuelo de verlos oprimidos y destruidos, porque confiesan vuestro santo
nombre y os aman con corazón sencillo? Vuestro es el poder y la sabiduría, y
no es justo que se gloríe contra vos el dragón infernal, enemigo de vuestra
gloria y calumniador de mis hijos y vuestros hermanos. Confundid, Hijo mío,
la soberbia antigua de esta serpiente, que de nuevo se levanta contra vos
orgullosa y derramando su furor contra las simples ovejuelas de vuestra rey.
Atended cuán engañado lleva a Saulo, a quien vos tenéis elegido y señalado
para vuestro apóstol. Tiempo es ya, Dios mío, de obrar con vuestra
omnipotencia y reducir aquella alma, de quien y en quien tanta gloria ha de
resultar a vuestro santo nombre y tantos bienes a todo el universo.
257. Perseveró María santísima en esta
oración grande rato ofreciéndose a padecer y morir, si fuera necesario, por
el remedio de la Iglesia santa y conversión de Pablo. Y como la sabiduría
infinita de su Hijo santísimo la tenía prevenida por medio de los ruegos de
su amantísima Madre para ejecutar esta maravilla, descendió del cielo en
persona y se le apareció y manifestó en el cenáculo, donde oraba en su
retiro y oración. La habló Su Majestad con el amor y caricia de Hijo que
solía y la dijo: Amiga mía y Madre mía, en quien hallé la complacencia y
agrado de mi perfecta voluntad, ¿qué peticiones son las vuestras? Decidme lo
que deseáis. Se postró de nuevo en tierra la humilde Reina, como
acostumbraba, en la presencia de su Hijo santísimo, y le adoró como a
verdadero Dios y dijo: Señor mío altísimo, muy de lejos conocéis los
pensamientos y corazones de las criaturas y mis deseos están patentes a
vuestros ojos. Mi petición es como de quien conoce vuestra infinita caridad
con los hombres y como de Madre de la Iglesia y abogada de los pecadores y
vuestra esclava. Y si todo lo he recibido de vuestro amor inmenso sin
merecerlo, no puedo temer que despreciaréis mis deseos de vuestra gloria.
Pido, Hijo mío, que miréis la aflicción de vuestra Iglesia y como Padre
amoroso apresuréis el socorro de vuestros hijos engendrados con vuestra
sangre preciosísima.
258. Deseaba el Señor oír la voz y los
clamores amorosos de su amantísima Madre y Esposa, y para esto se dejó rogar
más en esta ocasión, como quien recateaba lo mismo que la deseaba conceder y
a tales méritos y caridad no se debía negar. Y con esta traza del amor
divino tuvieron algunos coloquios Cristo nuestro bien y su dulcísima Madre,
pidiendo ella el remedio de aquella persecución con la conversión de Saulo.
La respondió Su Majestad en esta conferencia y dijo: Madre mía, ¿cómo mi
justicia quedará satisfecha, para inclinarse la misericordia a usar de mi
clemencia con Saulo, cuando él está en lo sumo de la incredulidad y malicia,
mereciendo mi justa indignación y castigo y sirviendo de corazón a mis
enemigos para destruir mi Iglesia y borrar mi nombre del mundo? A esta razón
tan concluyente en los términos de justicia no le faltó solución y respuesta
a la Madre de la sabiduría y misericordia y con ella replicó y dijo: Señor y
Dios eterno, Hijo mío, para elegir a Pablo por vuestro apóstol y vaso de
elección en la aceptación de vuestra mente divina y para escribirle en
vuestra memoria eterna, no fueron impedimento sus culpas, ni extinguieron
estas aguas el fuego de vuestro amor divino
(Cant 8,7),
como vos mismo me lo habéis manifestado. Más poderosos y
eficaces fueron vuestros infinitos merecimientos, en cuya virtud tenéis
ordenada la fábrica de vuestra amada Iglesia, y así no pido yo cosa que vos
mismo no tengáis determinada; pero me duele, Hijo mío, que aquella alma
camine a mayor precipicio y perdición suya y de otras si puede ser en él
como en los demás y que se retarde la gloria de vuestro nombre, la alegría
de los ángeles y santos, el consuelo de los justos, la confianza que
recibirán los pecadores y la confusión de vuestros enemigos. Es, pues, Hijo
y Señor mío, no despreciéis los ruegos de vuestra Madre, ejecútense vuestros
divinos decretos y vea yo engrandecido vuestro nombre, que es ya tiempo y la
ocasión oportuna y no sufre mi corazón que tanto bien se le dilate a la
Iglesia.
259. En esta petición se enardeció la
llama de la caridad en el pecho castísimo de la gran Reina y Señora, que sin
duda le consumiera la vida natural, si el mismo Señor con milagrosa virtud
no se la conservara; aunque para obligarse más de tan excesivo amor en pura
criatura, dio lugar a que la beatísima Madre en esta ocasión llegase a
padecer algún dolor sensible y adolecer como con un deliquio sensible. Pero
su Hijo, que a nuestro modo de entender no pudo resistir más a la fuerza de
tal amor que le hería su corazón, la consoló y renovó, dándose por obligado
de sus ruegos y diciendo: Madre mía electa entre todas las criaturas, hágase
vuestra voluntad sin dilación. Yo haré con Saulo todo lo que pedís y le
pondré en el estado que desde luego sea defensor de mi Iglesia a quien
persigue y predicador de mi gloria y de mi nombre. Voy a reducirle luego a
mi amistad y gracia.
260. Desapareció luego Cristo nuestro
bien de la presencia de su Madre santísima, quedando ella continuando su
oración y con visión muy clara de lo que iba sucediendo. Y en breve espacio
apareció el mismo Señor a Saulo cerca de la ciudad de Damasco, a donde con
acelerado curso caminaba, adelantándose en la indignación contra Jesús más
que en el camino. Se le manifestó el Señor en una nube de resplandor
admirable y con inmensa gloria, y a un mismo tiempo fue rodeado Saulo de la
divina luz dentro y fuera, quedando vencidos su corazón y sentidos y sin
poder resistirse a tanta fuerza. Cayó apresuradamente del caballo en tierra
y al mismo tiempo oyó una voz de lo alto que le decía: Saulo, Saulo, ¿por
qué mepersigues? Respondió todo turbado y con gran pavor: ¿Quién eres tú,
Señor? Replicó la voz y dijo: Yo soy Jesús a quien tú persigues; dura cosa
es para ti resistir al estímulo de mi potencia. Respondió otra vez Saulo con
mayor temblor y miedo: Señor, ¿qué me mandas y qué quieres hacer de mí? Los
que estaban presentes y acompañaban a Saulo oyeron estas demandas y
respuestas, aunque no vieron a Cristo nuestro Salvador como le vio Saulo,
pero vieron el resplandor que le rodeaba, y todos quedaron despavoridos y
llenos de gran temor y admiración de tan impensado y repentino suceso, y así
estuvieron un rato casi pasmados
(Act 9,3ss).
261. Esta nueva maravilla nunca vista
en el mundo fue mayor y más eficaz en lo secreto y oculto que en lo aparente
a los sentidos; porque no sólo quedó Saulo rendido y postrado, ciego y
debilitado en el cuerpo, de suerte que si no fuera confortado del poder
divino expirara luego, pero en el interior quedó más trocado en otro nuevo
hombre que cuando pasó de la nada al ser natural que tenía y más distante de
lo que antes era que dista la luz de las tinieblas y lo supremo del cielo de
lo ínfimo de la tierra, porque pasó de la imagen y similitud de un demonio a
la de un supremo y abrasado serafín. Orden fue de la sabiduría y
omnipotencia divina triunfar de Lucifer y sus demonios en esta milagrosa
conversión, de tal manera que, en virtud de la pasión y muerte de Cristo,
quedase vencido este dragón y su malicia, por medio de la humana naturaleza,
contraponiendo los efectos de la gracia y redención en un hombre al mismo
pecado de Lucifer y sus efectos. Y fue así, porque en el breve espacio que
Lucifer por su soberbia pasó de ángel a demonio la virtud de Cristo pasó a
Saulo de demonio a ángel en la gracia. En la naturaleza angélica la suprema
hermosura bajó a la suma fealdad y en la naturaleza humana la mayor fealdad
subió a la perfecta hermosura. Lucifer descendió enemigo de Dios de lo
supremo de los cielos a lo profundo de la tierra y un hombre ascendió amigo
del mismo Dios desde la tierra al supremo cielo.
262. Y porque no era harto glorioso
este triunfo si el vencedor no daba a un hombre más de lo que perdió
Lucifer, también quiso el Omnipotente añadir esta grandeza a la victoria que
en Saulo ganaba del demonio. Porque Lucifer, aunque cayó de muy superior
gracia que había recibido pero no perdió la visión beatífica ni fue privado
de ella, porque no se le había manifestado ni él se había dispuesto para
merecerla, antes la desmereció, pero Pablo al punto que se dispuso para ser
justificado y consiguió la gracia se le comunicó también la gloria y vio
claramente la divinidad, aunque de paso. ¡Oh virtud insuperable del poder
divino! ¡Oh eficacia infinita de los méritos de la vida y muerte de Cristo!
Justo y razonable era por cierto que si la malicia del pecado en un instante
trocó al ángel en demonio, fuese más poderosa la gracia de nuestro Reparador
y abundase más que el pecado
(Rom 5,20)
levantando de él a un hombre, no sólo a ponerle en tanta
gracia, sino tanta gloria. Mayor fue esta maravilla que haber criado los
cielos y la tierra con todas sus
criaturas, mayor que dar vista a ciegos, salud a enfermos y
resucitar muertos. Démonos la enhorabuena los pecadores de la esperanza que
nos deja esta maravillosa justificación, pues tenemos por nuestro reparador,
por nuestro padre y por nuestro hermano al mismo Señor que justificó a Pablo
y no es menos poderoso ni menos santo para nosotros que lo fue para él.
263. En aquel tiempo que Pablo estuvo
caído en tierra contrito de sus pecados y renovado todo con la gracia
justificante y otros dones infusos, fue iluminado y preparado en todas sus
potencias interiores como convenía. Y con esta preparación fue elevado al
cielo empíreo, que él llamó tercer cielo, confesando también que no sabía si
fue este rapto en el cuerpo o sólo en el espíritu
(2 Cor 12,2).
Pero allí vio intuitiva y claramente la divinidad, con más
que ordinaria visión, aunque transeúnte. Y a más del ser de Dios y sus
atributos de infinita perfección conoció el misterio de la encarnación y
redención humana y todos los de la ley de gracia y estado de la Iglesia.
Conoció el beneficio incomparable de su justificación y la oración que por
él hizo san Esteban y mucho más la que María santísima había hecho y cómo
por ella se le había acelerado y en virtud de sus merecimientos, después de
los de Cristo, se le había prevenido en la aceptación divina. Y desde
entonces quedó agradecido y con íntimo afecto de veneración y devoción a la
gran Reina del cielo, cuya dignidad le fue manifiesta, y siempre la
reconoció por su restauradora. Conoció asimismo el oficio de apóstol para
que era llamado y que en él había de trabajar y padecer hasta la muerte. Y
con estos misterios le fueron revelados otros muchos arcanos, que él mismo
afirmó no le era permitido manifestarlos
(2 Cor 12;4).
Pero en todo lo que conoció ser la voluntad divina, se
ofreció a cumplirla, sacrificándose todo para ejecutarla, como después lo
cumplió. Y la beatísima Trinidad aceptó el sacrificio y ofrenda de sus
labios y en presencia de todos los cortesanos del cielo le señaló y nombró
por predicador y doctor de las gentes y vaso de elección para llevar por el
mundo el santo nombre del Altísimo.
264. Para los bienaventurados fue día
de gran gozo y alegría accidental, y todos hicieron nuevos cánticos de
alabanza, engrandeciendo el poder divino en tan rara y nueva maravilla. Y si
de la conversión de cualquier pecador reciben nuevo gozo
(Lc 15,7),
¿qué sería de la que así manifestaba la grandeza del Señor y
su misericordia y redundaba en tan grandioso beneficio de todos los mortales
y gloria de la santa
Iglesia? Volvió del rapto conmutado Saulo en san Pablo
y
levantándose del suelo pareció estar ciego, sin que pudiese ver la luz del
sol. Le llevaron a Damasco a casa de un conocido suyo, donde con admiración
de todos estuvo tres días sin comer ni beber, pero en altísima oración. Se
postró en tierra y como estaba ya en estado de llorar sus culpas, aunque
justificado de ellas, con dolor y aborrecimiento de la vida pasada dijo: ¡Ay
de mí, en qué tinieblas y ceguedad he vivido, y cómo tan apresurado caminaba
a la perdición eterna! ¡Oh amor infinito!, ¡oh caridad sin medida!, ¡oh
suavidad dulcísima de la bondad eterna! ¿Quién, Señor mío y Dios inmenso, os
obligó a tal demostración con este vil gusano, con este blasfemo y enemigo
vuestro? Pero, ¿quién pudo obligaros, fuera de vos mismo y los ruegos de
vuestra Madre y Esposa? Cuando yo ciego y en tinieblas os perseguía, vos,
Señor piadosísimo, me salís al encuentro. Cuando iba a derramar la inocente
sangre que siempre estaría clamando contra mí, vos, que sois Dios de
misericordias, me laváis y purificáis con la vuestra y me hacéis
participante de vuestra inefable divinidad. ¿Cómo cantaré eternamente tan
inauditas misericordias? ¿Cómo lloraré la vida tan odiosa a vuestros ojos?
Prediquen los cielos y la tierra vuestra gloria. Yo predicaré vuestro santo
nombre y le defenderé en medio de vuestros enemigos. Estas y otras razones
repetía san Pablo en su oración con incomparable dolor y otros actos de
ardentísima caridad y con humildad profunda y agradecimiento
265. El día tercero de la caída y
conversión de Saulo habló el Señor en visión a uno de los discípulos llamado
Ananías que estaba en Damasco
(Act 9,9ss).
Y llamando Su Majestad por su nombre a Ananías como a su siervo y amigo, le
mandó que fuese a casa de un hombre que se llamaba Judas, señalándole el
barrio donde vivía, y que en ella buscase a Saulo Tarsense y que por señas
le toparía en oración. Al mismo tiempo tuvo Saulo otra visión del Señor, en
que conoció al discípulo Ananías, y le vio como que llegaba a él y con
ponerle las manos en la cabeza le restituía la vista. Pero de esta visión de
Saulo no tuvo noticia entonces el discípulo Ananías, y así replicó al Señor
y le dijo: Informado estoy, Señor, de ese hombre que ha perseguido en
Jerusalén a vuestros santos y en ellos ha hecho grande estrago y, no
satisfecho con esto, ha venido a esta ciudad con requisitorias de los
príncipes de los sacerdotes para prender a cuantos invocan vuestro nombre;
pues, ¿a una simple ovejuela como yo le mandáis que vaya en busca del mismo
lobo que la quiere devorar? Replicó el Señor: Anda, que ese mismo a quien tú
juzgas por mi enemigo es para mí vaso de elección, para que lleve mi nombre
por todas las gentes y reinos y a los hijos de Israel. Y puedo yo señalarle,
como lo haré, lo que ha dé padecer por mi nombre. Y conoció el discípulo
todo lo que había sucedido.
266. En fe de esta palabra del Señor
obedeció Ananías y fue luego a donde estaba Saulo y le halló orando y le
dijo: Hermano Saulo, nuestro Señor Jesús, que te apareció en el camino por
donde venías, me envía para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu
Santo (En el autógrafo
original hay en este lugar una frase tachada, al parecer, por la misma
autora. Dice así la frase tachada: "Recibió también la sagrada comunión de
mano de Ananías"). Con que se confortó y convaleció.
Y por todos estos beneficios dio gracias al Autor de cuya mano venían, y
luego comió y recibió el alimento corporal, que por tres días no había
gustado. Estuvo algunos días en Damasco, confiriendo y tratando con los
discípulos del Señor que allí vivían. Y postrándose a sus pies les pidió
perdón, rogándoles le admitiesen por su siervo y hermano, aunque el menor y
más indigno de todos. Y con su parecer y consejo salió luego en público y
comenzó a predicar a Cristo por Mesías y Redentor del mundo con tal fervor,
sabiduría y celo, que confundía a los judíos incrédulos que vivían en
Damasco, donde tenían muchas sinagogas. Se admiraban todos de la novedad y
con gran asombro decían: ¿Por ventura no es este hombre el que ha perseguido
en Jerusalén a fuego y sangre a todos los que invocaban este. nombre? Y ¿no
ha venido a esta ciudad para llevarlos presos ante los príncipes de los
sacerdotes? Pues ¿qué novedad es ésta que vemos en él?
267. Cada día convalecía más san Pablo
y predicaba con mayor esfuerzo, convenciendo a los judíos y gentiles, de
manera que trataron de quitarle la vida, y sucedió lo que adelante
tocaremos. Fue esta milagrosa conversión de san Pablo un año y un mes
después del martirio de san Esteban, en veinticinco de enero, el mismo día
que la celebra la Iglesia santa; y era el año del nacimiento de Cristo de
treinta y seis, porque san Esteban, como queda dicho en el capítulo 11
(Cf. supra n.198),
murió cumplido el año de treinta y cuatro y entrando un día en el de treinta
y cinco, y la conversión fue entrado un mes del de treinta y seis; y
entonces andaba Santiago en su predicación, como diré en su lugar
(Cf. infra n.319).
268. Volvamos a nuestra gran Reina y
Señora de los ángeles, que, con la ciencia y visión que muchas veces he
repetido (Cf. supra
n.179), conoció todo lo que pasaba por Saulo: su
primero e infelicísimo estado, su furor contra el nombre de Cristo, su caída
y la causa de ella, su mudanza, su conversión y sobre todo el milagroso y
singular favor de ser llevado al cielo empíreo, ver claramente la divinidad,
y todo lo demás que allí en Damasco sucedía. Y no sólo era conveniente y
como debido a la piadosa Madre que se le manifestase este gran misterio, por
Madre del Señor y de su santa Iglesia y por instrumento de tan nueva
maravilla, sino también porque sola ella pudo engrandecerla dignamente, más
que el mismo san Pablo y más que todo el cuerpo místico de la Iglesia, y no
era justo que un beneficio tan nuevo y una obra tan prodigiosa de la diestra
del Omnipotente quedase sin el reconocimiento y agradecimiento que por ella
le debían los mortales. Esto hizo con plenitud María santísima, y fue la
primera que celebró la solemnidad de este nuevo milagro, con el retorno
posible a todo el linaje humano. Convidó la gran Madre a todos sus ángeles y
otros innumerables del cielo y vinieron a su presencia, y con todos estos
divinos coros hizo un cántico de alabanza, para glorificar y engrandecer la
potencia, la sabiduría y liberal misericordia que en san Pablo se había
manifestado, y otro a los méritos de su Hijo santísimo, en cuya virtud se
había obrado aquella conversión llena de prodigios y maravillas. Y de este
agradecimiento y fidelidad de María santísima quedó el Altísimo agradado y a
nuestro modo de entender como satisfecho de lo que en beneficio de su
Iglesia había obrado en san Pablo.
269. Pero no dejemos en silencio las
conferencias que el nuevo apóstol tuvo consigo mismo sobre el lugar que
tendría en el corazón de la piadosa Madre y el juicio que habría hecho de
conocerle tan enemigo y perseguidor de su Hijo santísimo y de sus discípulos
para destruir la Iglesia. No nacieron estos discursos en san Pablo tanto de
la ignorancia como de la humildad y veneración con que miraba en su espíritu
a la Madre de Jesús. Pero no tenía entonces noticia de que la gran Señora
estaba capaz de todo lo que por él había sucedido. Y aunque la consideraba y
conocía tan piadosa, después que se le manifestó por medianera de su
conversión y remedio como lo conoció en Dios, con todo la fealdad de su vida
pasada le encogía, humillaba y causaba alguna cobardía, como indigno de la
gracia de tal Madre, cuyo Hijo había perseguido tan ciega y furiosamente. Le
parecía que para perdonarle tan graves culpas era menester misericordia
infinita y la Madre era pura criatura. Le alentaba por otra parte entender
que había perdonado a los mismos que crucificaron a su Hijo y que en esto le
imitaría como Madre. Le daban noticia los discípulos de cuán piadosa y dulce
era con los pecadores y necesitados, y con esto se encendía más en deseos de
verla y proponía en su ánimo que se arrojaría a sus pies y besaría el suelo
por donde ponía sus plantas. Pero luego le confundía el pudor de ponerse en
su presencia de la que era Madre verdadera de Jesús y estaría tan ofendida y
vivía en carne mortal. Juzgaba si la suplicaría le castigase, porque esto le
parecía alguna satisfacción, pero también le parecía no cabía en su
clemencia tomar esta venganza, pues sin ella había pedido y alcanzado tan
liberal misericordia para él.
270. Entre estos y otros discursos,
permitió el Señor que san Pablo padeciese algunas dolorosas pero dulces
penas, y al fin hablando consigo mismo dijo: Anímate, hombre vil y pecador,
que sin duda te admitirá y perdonará la que rogó por ti, por ser Madre
verdadera del que también murió por tu remedio, y obrará como Madre de tal
Hijo, que todos son misericordia y clemencia y no desprecian al corazón
contrito y humillado
(Sal 50,19). No se le ocultaban a la divina Madre los
temores y discursos que pasaban en el pecho de san Pablo, porque todo lo
conoció con su altísima ciencia. Entendió también que no sería posible en
mucho tiempo venir el nuevo apóstol a su presencia, y movida con maternal
afecto y compasión no pudo permitir que se le dilatase tanto a san Pablo el
consuelo que deseaba y, para dársele desde Jerusalén donde ella estaba,
llamó a uno de sus santos ángeles y le dijo: Espíritu divino y ministro de
mi Hijo y mi Señor, compadecida estoy del dolor y cuidado que san Pablo
tiene en su humilde corazón. Yo os suplico, ángel mío, vayáis luego a
Damasco y le confortéis y consoléis en sus temores. Le daréis la enhorabuena
de su dichosa suerte y le advertiréis del agradecimiento que eternamente
debe a la clemencia con que mi Hijo y mi Señor le ha traído a su amistad y
gracia, eligiéndole para su apóstol, y que jamás hizo tal misericordia con
algún hombre cual en él ha manifestado. Y de mi parte le diréis que en todos
sus trabajos le ayudaré como Madre y le serviré como sierva que soy de todos
los apóstoles y de los ministros que predican el santo nombre y doctrina de
mi Hijo. Le daréis la bendición en mi nombre y diréis que se la envío en
nombre del que se dignó tomar carne en mis entrañas y alimentarse a mis
pechos.
271. Con esta obediencia y legacía de
su Reina cumplió el santo ángel puntualmente, llegando con presteza a la
presencia de san Pablo, que siempre continuaba su oración; porque sucedió
esto otro día después de su bautismo y al cuarto de su conversión. Se le
manifestó el ángel en forma humana visible con admirable luz y hermosura y
le refirió todo lo que María santísima le ordenó. Oyó san Pablo esta
embajada con incomparable humildad, reverencia y júbilo de su espíritu y,
respondiendo al ángel, dijo así: Ministro soberano del omnipotente y eterno
Dios, yo vilísimo entre los hombres os suplico, Espíritu dulcísimo y divino,
que así como conocéis mi deuda y la dignación de la infinita misericordia
que en mí ha manifestado sus riquezas, le deis gracias y dignas alabanzas,
porque desmereciéndolo yo me señaló con el carácter y luz divina de sus
hijos. Cuando yo me alejaba más de su bondad inmensa, me siguió; cuando iba
huyendo, me salió al encuentro; cuando me entregaba ciego a la muerte, me
dio vida; y cuando le perseguía como enemigo, me levantó a su gracia y
amistad, recompensando las mayores injurias con los mayores beneficios.
Nadie se hizo tan odioso y aborrecible como yo y nadie tan liberalmente fue
perdonado y favorecido. Me sacó de la boca del león, para que fuese una de
las ovejas de su rebaño. Testigo sois, Señor
mío, de todo, ayudadme, pues, a ser eternamente
agradecido. A la Madre de misericordia y mi Señora os ruego le digáis que
éste su indigno esclavo está postrado a sus pies, adorando la tierra donde
pisan, y con corazón contrito le suplico perdone al que fue tan atrevido en
destruir el nombre y honra de su Hijo y verdadero Dios, que olvide mi
ofensa, y con este pecador blasfemo haga como madre que concibió, parió y
alimentó siempre virgen al mismo Señor, que le dio ser y la eligió para esto
entre todas las criaturas. Digno soy del castigo y de la venganza de tantos
yerros y aparejado estoy para recibirle, pero sienta yo en ella la clemencia
de sus piadosos ojos y no me arroje de su gracia y protección. Recíbame por
hijo de su Iglesia, que tanto ama, que para su aumento y defensa sacrifico
mis deseos y mi sangre, y en todo obedeceré a la voluntad de la que
reconozco por mi remediadora y madre de la gracia.
272. Volvió el santo ángel con esta
respuesta a la presencia de María santísima y, aunque su sabiduría no la
ignoraba, se la refirió el soberano embajador. La oyó con especial júbilo y
de nuevo dio gracias y loores al Altísimo por las obras de su divina
diestra, que hacía en el nuevo apóstol Pablo, y por el beneficio que con
ellas resultaba a toda la Iglesia y a sus hijos. De la confusión y opresión
que recibieron los demonios con esta maravillosa conversión de san Pablo, y
otros muchos secretos que se me han manifestado de la malicia de este
dragón, hablaré lo que fuere posible en el capítulo siguiente.
Doctrina que me dio la Reina de los ángeles María santísima.
273. Hija mía, ninguno de los fieles
debe ignorar que pudo el Altísimo reducir y convertir a san Pablo
justificándole, sin hacer tantas maravillas como su poder infinito interpuso
en esta obra milagrosa. Pero las hizo para testificar a los hombres cuán
inclinada está su bondad a perdonarlos y levantarlos a su amistad y gracia,
y para enseñarles también cómo deben ellos cooperar de su parte y responder
a sus llamamientos con el ejemplo de este gran apóstol. A muchos despierta y
llama el Señor con la fuerza de sus inspiraciones y auxilios, y muchos
responden y se justifican y reciben los sacramentos de la santa Iglesia,
pero no todos perseveran en su justificación, y menos son los que prosiguen
y caminan a la perfección, antes comenzando en espíritu se resuelven y
rematan según la carne. La causa por que no perseveran en la gracia y
vuelven luego a caer en sus culpas, es porque no dijeron en su conversión lo
que san Pablo: Señor, ¿qué queréis hacer de
mí y que yo haga por vos
(Act 9,6)?
Y si algunos lo pronuncian con los labios, pero no es con
todo el corazón, donde siempre reservan algún amor de sí mismos, de la
honra, de la hacienda, del gusto, del deleite y de la ocasión del pecado, en
que luego vuelven a tropezar y caer.
274. Pero el Apóstol fue un vivo y
verdadero ejemplar de los convertidos a la luz de gracia, no sólo porque
pasó de un extremo tan distante de culpas a otro de admirable gracia y
favores, sino también porque cooperó con su voluntad a esta vocación,
alejándose totalmente de su mal estado y de su mismo querer y dejándose todo
en la divina voluntad y en su disposición. Y esta negación de sí mismo y
rendimiento al querer de Dios contienen aquellas palabras:
Señor, ¿qué queréis hacer de mí?,
en que consistió, cuanto era de su parte, todo su remedio. Y
porque las dijo con todo corazón contrito y humillado, se desposeyó de toda
su voluntad y se entregó a la del Señor y determinó no tener potencias ni
sentidos de allí adelante para que sirviesen a los peligros de la vida
animal y sensible, en que había errado. Se entregó a la obediencia del
Altísimo por cualquier medio o camino que la conociera, para ejecutarla sin
dilación ni réplica, como lo cumplió luego con el mandato del Señor entrando
en la ciudad y obedeciendo al discípulo Ananías en cuanto le ordenó. Y como
el Altísimo, que escudriña los secretos del corazón humano, conoció la
verdad con que Pablo correspondía a su vocación y se entregaba todo a la
voluntad y disposición divina, no sólo le admitió con tanto beneplácito,
sino multiplicó en él tantas gracias, dones y favores milagrosos, que aunque
Pablo no los pudo merecer, tampoco los recibiera si no estuviera tan
resignado en el querer del Señor, con que se dispuso para recibirlos.
275. Conforme a estas verdades, quiero,
hija mía, que obres con toda plenitud lo que muchas veces te he mandado y
exhortado: que te niegues y alejes de todas las criaturas y
olvides lo visible, aparente y
engañoso. Repite muchas veces, y más con el corazón que con los labios:
Señor, ¿qué queréis hacer de mí?
Porque si quieres hacer o admitir alguna acción o movimiento
por tu voluntad, no será verdad que quieres sola y en todo la voluntad del
Señor. El instrumento no tiene otro movimiento ni operación más del que
recibe de la mano del artífice, y si le tuviese propio podría resistirle y
encontrarse con la voluntad de quien le gobierna. Pues lo mismo sucede entre
Dios y el alma; que si ella tiene algún querer, sin aguardar que Dios la
mueva, se encuentra con el beneplácito del mismo Señor y, como la guarda los
fueros de su libertad que la dio, déjala errar, porque ella lo quiere y no
aguarda a ser gobernada de su artífice.
276. Y porque no conviene que todas las
operaciones de las criaturas en la vida mortal sean milagrosamente
gobernadas por el poder divino, para que no aleguen ni se llamen a engaño
los hombres les puso Dios la ley en su corazón y luego en su santa Iglesia,
para que por ella conozcan la voluntad divina y se regulen por ella y la
cumplan. A más de esto puso en su Iglesia a los superiores y ministros, para
que, oyéndolos y obedeciéndolos como al mismo Señor que los asiste, fuese
obedecido en ellos y las almas tuviesen esta seguridad. Todo esto tienes tú,
carísima, con grande abundancia, para que ni admitas movimiento, ni
discurso, ni deseo, ni pensamiento alguno, ni ejecutes tu voluntad en
ninguna acción, sin voluntad y obediencia de quien tiene a su cargo tu alma,
porque a él te envía el Señor, como a Pablo envió a su discípulo Ananías.
Pero sobre esto, aún es más estrecha tu obligación, porque el Altísimo te
miró con especial amor y gracia y te quiere como instrumento en su mano y te
asiste, gobierna y mueve por sí mismo, por mí y por sus santos ángeles, y
esto hace con la fidelidad, atención y continuación que tú conoces.
Considera, pues, cuánta razón será que tú mueras a todo tu querer, y en ti
resucite el querer divino, y que él sólo sea en ti el que dé alma y vida a
todos tus movimientos y operaciones. Ataja, pues, todos tus discursos y
advierte que si en tu entendimiento resumieras la sabiduría de los más
doctos y el consejo de los más prudentes y toda la inteligencia de los
ángeles por su naturaleza, con todo esto no acertarás a ejecutar la voluntad
del Señor, ni a conocerla con suma distancia, cuanto acertarás si te
resignas y dejas toda a su beneplácito. El solo conoce lo que te conviene y
con amor eterno lo quiere y eligió tus caminos y te gobierna en ellos.
Déjate llevar y guiar de su divina luz, sin gastar tiempo en discurrir sobre
lo que has de hacer, porque en eso está el peligro de errar y en mi doctrina
toda tu seguridad y acierto. Escríbela en tu corazón y óbrala con todas tus
fuerzas, para que merezcas mi intercesión y que por ella el Altísimo te
lleve a sí.
CAPITULO 15
De Nuevo a Tapa
Se declara la oculta guerra que hacen los demonios a
las almas, el modo cómo el Señor las defiende por sus ángeles, por María
santísima y por sí mismo, y un conciliábulo que hicieron los enemigos
después de la conversión de san Pablo contra la misma Reina
y la Iglesia.
277. Por la abundante doctrina de las
Sagradas Escrituras, y después por las de los doctores santos y maestros,
está informada toda la Iglesia católica y avisados sus hijos de la malicia y
crueldad vigilantísima con que los persigue el infierno, desvelándose con su
astucia para llevarlos a todos, si le fuera permitido, a los tormentos
eternos. Y también de las mismas Escrituras sabemos cómo nos defiende el
poder infinito del Señor, para que, si queremos valernos de su invencible
favor y protección, caminemos seguros hasta conseguir la felicidad eterna,
que nos tiene preparada por los merecimientos de Cristo nuestro Salvador, si
nosotros juntamente la merecemos. Para aseguramos en esta confianza, y
consolarnos con esta seguridad, dice san Pablo
(Rom 15,4)
que se escribieron todas las Escrituras santas y para que no fuese vana
nuestra esperanza si la tenemos sin obras. Por esto el apóstol san Pedro
juntó lo uno y lo otro, pues habiéndonos dicho que arrojemos toda nuestra
solicitud en el Señor, que tenía cuidado de nosotros, añadió luego: Sed
sobrios y vigilantes, porque vuestro adversario el diablo como rugiente león
os rodea, buscando en quién hacer presa para devorarle
(1 Pe 5,8).
278. Estos avisos y otros de la Sagrada
Escritura son en común y en general. Y aunque de ellos y de la continuada
experiencia pudieron los hombres, hijos de la Iglesia, descender al
particular y prudente juicio de las asechanzas y persecución que a todos
hacen los demonios para nuestra perdición, pero como los hombres terrenos y
animales, acostumbrados a sólo aquello que perciben por los sentidos, no
levantan el pensamiento a cosas más altas
(1 Cor 2,14),
viven con falsa seguridad, ignorando la inhumana y oculta
crueldad con que los demonios les solicitan su perdición y la consiguen.
Ignoran también la protección divina con que son defendidos y amparados y,
como ignorantes y ciegos, ni agradecen este beneficio ni temen aquel
peligro. ¡Ay de la tierra dijo san Juan en el Apocalipsis
(Ap 12,12)
porque bajó a vosotros Satanás con grande indignación de su
ira! Esta dolorosa voz oyó el evangelista en el cielo, donde si pudiera
haber dolor, le tuvieran los santos de la oculta guerra que tan poderoso,
indignado y mortal enemigo venía a hacer a los hombres. Pero aunque los
santos no pueden tener dolor de este peligro, sin dolor se compadecen de
nosotros, y nosotros, con un olvido y letargo formidable, ni tenemos dolor
ni compasión de nosotros mismos. Para despertar de este sueño a los que
leyeren esta Historia, he entendido que en todo el discurso de ella se me ha
dado luz de los ocultos consejos del maldad que han tenido y tienen los
demonios contra los misterios de Cristo, contra la Iglesia y sus hijos, como
lo dejo escrito en muchas partes, declarando algunos secretos ocultos a los
hombres de la guerra invisible que nos hacen los espíritus malignos para
traernos a su voluntad. Pero en este
lugar con ocasión de lo que
sucedió en la conversión de san Pablo, me ha declarado más el Señor esta
verdad, para que la escriba y se conozca la continua lucha y altercación que
de nuestros sentidos arriba tienen nuestros santos ángeles con los demonios,
sobre defender las almas, y el modo con que los vence el poder divino, o por
medio de los mismos ángeles, o por María santísima, o por Cristo nuestro
Señor, o por sí mismo el Todopoderoso.
279. De las altercaciones y contiendas
que tienen los santos ángeles con los demonios para defendernos de su
envidia y malicia, hay claros testimonios en la Sagrada Escritura, que para
mi intento basta suponerlos sin referirlos. Notorio es lo que el santo
apóstol Judas Tadeo dice en su canónica
(Jds 1,9):
que san Miguel altercó con el diablo sobre que este enemigo
pretendía manifestar el cuerpo de Moisés, que el santo arcángel había
sepultado por mandado del Señor en lugar oculto a los judíos. Y Lucifer
pretendía que se declarase, por inducir al pueblo a que adorándole con
sacrificios pervirtiese el culto de la ley en idolatría, y san Miguel lo
defendía, que no se manifestase el sepulcro. Esta enemistad de Lucifer y sus
demonios con los hombres es tan antigua, cuanta lo es la inobediencia de
este dragón, y tan llena de furor y crueldad, cuanto él estuvo y está
soberbio contra Dios, después que en el cielo conoció que el Verbo eterno
quería tomar carne humana y
nacer de aquella mujer que vio vestida del sol, de que se
dijo algo en la primera parte
(Cf. supra p.I n.90-91).
De reprobar estos consejos de la eterna sabiduría y
no sujetar su cerviz este soberbio ángel, le nació el odio que tiene contra
Dios y contra sus criaturas, y
como no puede ejecutarla en el Señor, la ejecuta en las
hechuras de su mano. Y como el demonio por su naturaleza de ángel aprende
con inmovilidad, para no retroceder de lo que una vez determinó su voluntad,
por esto, aunque muda el ingenio en arbitrar medios, no muda el afecto de
perseguir a los hombres, antes ha crecido y crece más en él este odio con
los favores que Dios hace a los justos y santos de su Iglesia y con las
victorias que de él alcanza la semilla de aquella mujer su enemiga, con
quien la amenazó Dios que él la acecharía pero ella le quebrantaría·la
cabeza.
280. Pero como este enemigo es espíritu
intelectual y que no se fatiga ni se cansa en obrar, madruga tanto a
perseguirnos, que comienza la batería desde el mismo instante que comenzamos
a tener el ser que tenemos en el vientre de nuestras madres, y no se acaba
este conflicto y duelo hasta que el alma se despide del cuerpo,
verificándose lo que dijo el santo Job
(Job 7,1):
que la vida del hombre es milicia sobre la tierra. Y no sólo consiste esta
batalla en que somos concebidos en pecado original y de allí salimos con el
tomes peccati y
pasiones desordenadas que nos inclinan al mal, mas, fuera de esta guerra y
contradicción que siempre llevamos con nosotros en la propia naturaleza, nos
combate con mayor indignación el demonio, valiéndose de toda su astucia y
malicia y del poder que se le permite, y luego de nuestros propios sentidos,
potencias e inclinaciones y pasiones. Y sobre todo esto, procura valerse de
otras causas naturales para que por su medio nos ataje el remedio de la
salud eterna con la vida y, si esto no puede, para pervertirnos y
derribarnos de la gracia. Y ningún daño ni ofensa de cuantos alcanza con su
entendimiento que nos puede hacer, ninguno deja de intentarlo desde el punto
de nuestra concepción hasta el último de la vida, que también dura nuestra
defensa.
281. Esto pasa de esta manera,
particularmente entre los hijos de la Iglesia. Luego que conoce el demonio
que hay alguna generación natural del cuerpo humano, observa lo primero la
intención de sus padres y si están en pecado o en gracia, si excedieron o no
en el uso de la generación. Luego la complexión de humores que tienen,
porque de ordinario la participan los cuerpos engendrados, atienden asimismo
a las causas naturales, no sólo a las particulares sino también a las
generales que concurren a la generación y organización de los cuerpos
humanos. Y de todo esto, con las experiencias largas que tienen, rastrean
cuanto pueden la complexión o inclinaciones que tendrá el que es engendrado
y desde entonces suelen echar grandes pronósticos para adelante. Y si le
hace bueno, procuran cuanto pueden impedir la última generación o infusión
del alma, ofreciendo peligros o tentaciones a las madres para que aborten en
los cuarenta u ochenta días que tarda la infusión del alma. Pero en
conociendo que Dios cría e infunde el alma, es grande la rabiosa indignación
de estos dragones, para que no salga a la luz la criatura, ni llegue a
recibir el bautismo si nace donde luego se le pueden dar. Para esto inducen
a las madres con sugestiones y tentaciones, que las obliguen a hacer muchos
desórdenes y excesos, con que muevan la criatura antes de tiempo o muera en
el vientre; porque entre los católicos o herejes que usan del bautismo se
contentarían los demonios con impedírselo, para que no se justifiquen y
vayan al limbo donde no han de ver a Dios; aunque entre los paganos e
idólatras no ponen tanto cuidado, porque allí será cierta la condenación.
282. Contra esta malignidad del dragón
tiene prevenida el Altísimo la protección de su defensa por varios modos. El
común es, el·de su general y grande providencia con que gobierna las causas
naturales, para que tengan sus efectos en sus tiempos oportunos, sin que la
potencia de los demonios las puedan impedir y pervertir en ellos; porque
para esto les tiene limitado el poder con que trasegaran el mundo si lo
dejara el Señor a la disposición de su implacable malicia. Pero no lo
permite la bondad del Criador, ni quiere entregar sus obras ni el gobierno
de las cosas inferiores, y menos el de los hombres, a sus enemigos jurados y
mortales, que sólo sirven en el universo como verdugos viles en la república
bien concertada, y aun en esto no obran más de lo que se les manda y
permite. Y si los hombres depravados no diesen mano a estos enemigos,
admitiendo sus engaños y cometiendo culpas que merecen castigo, toda la
naturaleza guardaría su orden en los efectos propios de las causas comunes y
particulares, y no sucederían tantas desgracias y daños entre los fieles,
como suceden en los frutos de la tierra, en las enfermedades, en las muertes
improvisas y en tantos maleficios como el demonio ha inventado. Todo esto, y
otros malos sucesos en los partos de las criaturas, viciados por desórdenes
y pecados, y dar mano al demonio, y merecer nosotros que por su malicia
seamos castigados, pues nos entregamos a ella.
283. A más de esta general providencia
entra la particular protección de los ángeles santos, a quien, como dice
David (Sal 90,12),
les mandó el Altísimo que nos trajesen en sus palmas,
para no tropezar en los lazos de Satanás; y en otra parte dice
(Sal 33,8)
que enviará su ángel, que con su defensa nos rodeará y
librará de los peligros. Esta defensa comienza también, como la persecución,
desde el vientre donde recibimos el ser humano, y persevera hasta presentar
nuestras almas en el juicio y tribunal de Dios, según el estado y suerte que
cada uno hubiere merecido. Al punto que la criatura es concebida en el
vientre, manda el Señor a los ángeles que guarden a ella y a su madre, y
después a su tiempo oportuno le señala un particular ángel por su custodio,
como en la primera parte se dijo
(Cf. supra p.I n.114).
Pero desde la generación tienen los ángeles grandes
altercaciones con los demonios, para defender a las criaturas que reciben
debajo de su protección. Los demonios alegan que tienen jurisdicción sobre
ella, por estar concebida en pecado y ser hija de maldición, indigna de la
gracia y favor divino y esclava de los mismos demonios. El ángel la defiende
con que viene concebida por el orden de las causas naturales, sobre las
cuales no tiene autoridad el infierno, y que si tiene pecado original le
contrae por la misma naturaleza y fue culpa de sus primeros padres y no de
su particular voluntad y, que no obstante el pecado, la cría Dios para que
le conozca, alabe y sirva y para que en virtud de su pasión y méritos pueda
merecer la gloria, y que estos fines no se han de impedir por sola la
voluntad del demonio.
284. Alegan también estos enemigos que
los padres de la criatura en su generación no tuvieron la intención recta ni
el fin que debían tener y que excedieron y pecaron en el uso de la
generación. Este derecho es el más fuerte que puede tener el enemigo contra
las criaturas en el vientre, porque sin duda los pecados les desmerecen
mucho la protección divina, o que se impida la generación. Pero aunque esto
sucede muchas veces, y algunas perecen las criaturas concebidas sin salir a
luz, comúnmente las guardan los ángeles. Y si son hijos legítimos, alegan
que sus padres han recibido el sacramento y bendiciones de la Iglesia y, si
tienen, algunas virtudes de limosneros, piadosos y otras devociones o buenas
obras. Todo lo alegan los ángeles y se valen de ellas como de armas contra
los demonios, para defender a sus encomendados. En los que no son hijos
legítimos es mayor la contienda, porque tiene más jurisdicción el enemigo en
la generación en que Dios es tan ofendido, y de justicia merecían los padres
riguroso castigo; y así en defender y conservar los hijos ilegítimos
manifiesta Dios mucho más su liberal misericordia. Y los santos ángeles la
alegan para esto y que son efectos naturales, como arriba dije
(Cf. supra n.283).
Y cuando los padres no tienen méritos propios ni virtudes,
sino culpas y vicios, entonces también los ángeles alegan en favor de la
criatura los merecimientos que hallan en sus pasados, abuelos o hermanos, y
las oraciones de sus amigos y encomendados, y que el niño no tiene culpa
porque sus padres sean pecadores o hayan excedido en la generación. Alegan
también que aquellos niños con la vida pueden llegar a grandes virtudes y
santidad, y que no tiene derecho el demonio para impedir el que tienen los
niños para llegar a conocer y amar a su Criador. Y algunas veces les
manifiesta Dios, que son los niños escogidos para alguna obra grande del
servicio de la Iglesia, y entonces la defensa de los ángeles es muy
vigilante y poderosa, pero también los demonios acrecientan su furor y
persecución, 'por lo que conjeturan del mismo cuidado de los ángeles.
285. Todas estas altercaciones, y las
que diremos, son espirituales, como lo son los ángeles y los demonios con
quienes las tienen y también son espirituales las armas con que pelean así
los ángeles como el mismo Señor. Pero las más ofensivas armas contra los
espíritus malignos son las verdades divinas de los misterios de la divinidad
y Trinidad beatísima, de Cristo nuestro Salvador, de la unión hipostática y
de la redención y del amor inmenso con que nos ama en cuanto Dios y en
cuanto hombre procurando nuestra salud eterna; luego la santidad y pureza de
María santísima, sus misterios y merecimientos. De todos estos sacramentos
les dan nuevas especies a los demonios, para que los entiendan y atiendan a
ellos, y para esto los compelen los santos ángeles o el mismo Dios. Y
entonces sucede, como dice Santiago
(Sant 2,19),
que los demonios creen y tiemblan, porque estas verdades los
aterran y atormentan de manera, que por no atender tanto se arrojan al
profundo y suelen pedir que les quite Dios aquellas especies que reciben,
como de la unión hipostática, porque los atormentan más que el fuego que
padecen, por el aborrecimiento que tienen con los misterios de Cristo. Y por
esto repiten los ángeles muchas veces en estas batallas: ¿Quién como Dios?
¿Quién como Cristo Jesús, Dios y hombre verdadero, que murió por el linaje
humano? ¿Quién como María santísima nuestra Reina, que fue exenta de todo
pecado y dio carne y forma humana al Verbo eterno en sus entrañas, siendo
Virgen y permaneciendo siempre Virgen?
286. Se continúa la persecución de los
demonios y la defensa de los ángeles en naciendo la criatura. Y aquí es
donde se señala más el odio mortal de esta serpiente con los niños que
pueden recibir agua del bautismo, porque trabaja mucho por impedírselo por
todos caminos cuanto puede; y donde también la inocencia del infante clama
al Señor lo que dijo Ezequías: Responde, Señor, por mí, que padezco fuerza
(Is 38,14),
porque en nombre del niño parece lo hacen los ángeles: los
guardan en aquella edad con grande cuidado, porque ya están fuera de las
madres y por sí no se pueden valer, ni el desvelo de quien los cría puede
prevenir tantos peligros como aquella edad tiene. Pero esto suplen muchas
veces los santos ángeles, porque los defienden cuando están durmiendo y
solos en otras ocasiones, donde perecerían muchos niños, si no fueran
defendidos de sus ángeles. Los que llegamos a recibir el sagrado bautismo y
confirmación, tenemos en estos sacramentos poderosa defensa contra el
infierno, por el carácter con que somos señalados por hijos de la Iglesia,
por la justificación con que somos reengendrados por hijos de Dios y
herederos de su gloria, por las virtudes fe, esperanza y caridad y otras con
que quedamos adornados y fortalecidos para bien obrar, por la participación
de los demás sacramentos y sufragios de la Iglesia, donde se nos aplican los
méritos de Cristo y de sus santos, y otros grandes beneficios que todos los
fieles confesamos; y si nos valiéramos de ellos, venciéramos al demonio con
estas armas y no tuviera parte en ninguno de los hijos de la santa Iglesia.
287. Pero ¡ay dolor, que son muy
contados aquellos que, en llegando al uso de la razón, no pierden luego la
gracia del bautismo y se hacen del bando del demonio contra su Dios! Aquí
parece que fuera justicia desampararnos y negarnos la protección de su
providencia y de sus santos ángeles. Pero no lo hace así, porque antes,
cuando la comenzamos a desmerecer, entonces la adelanta con mayor clemencia,
para manifestar en nosotros la riqueza de su infinita bondad. No se puede
explicar con palabras cuál y cuánta sea la malicia, la astucia y diligencia
del demonio para inducir a los hombres y derribarlos en algún pecado, al
punto que llegan a entrar en los años y en el uso de la razón. Para esto
toman la corrida de lejos, procurando que en los años de la infancia se
acostumbren a muchas acciones viciosas; que oigan y vean otras semejantes en
sus padres, en quien los cría y en las compañías de otros más viciosos y de
mayor edad; que los padres se descuiden en aquellos tiernos años de sus
hijos en prevenir este daño, porque entonces, como en cera blanda y en tabla
rasa, se imprime en los niños todo lo que perciben por el sentido y allí
mueve el demonio sus inclinaciones y pasiones, y comúnmente los hombres
obran por ellas, si no son gobernados con especial auxilio. Y de aquí
resulta que, llegando los mozos al uso de la razón, siguen las inclinaciones
y pasiones en lo sensible y deleitable, de cuyas especies tienen llena la
imaginación o fantasía. Y con hacerlos caer en algún pecado, toma luego el
demonio posesión en sus almas y adquiere nuevo derecho y jurisdicción sobre
ellos para traerlos a otros pecados, como de ordinario por desdicha de tan
tos sucede.
288. No es menor la diligencia y
cuidado de los santos ángeles en prevenir este daño y defendernos del
demonio. Para esto dan muchas inspiraciones santas a sus padres, que cuiden
de la crianza de sus hijos, que los catequicen en la ley de Dios, que los
impongan en obras cristianas y en algunas devociones y se vayan retirando de
todo lo malo y ensayándose en las virtudes. Las mismas inspiraciones envían
a los niños, más o menos como van creciendo, o según la luz que les da el
Señor de lo que quiere obrar en las almas. Sobre esta defensa tienen grandes
altercaciones con los demonios, porque estos malignos espíritus alegan todos
cuantos pecados hay en los padres contra los hijos y las acciones
desconcertadas que los mismos niños cometen, porque si bien no son
culpables, pero el demonio dice que todas son obras suyas y que tiene
derecho para continuarlas en aquella alma. Y si ella con el uso de la razón
comienza a pecar, es fuerte la resistencia que hacen para que los ángeles
santos no las retiren del pecado. Y para esto alegan los mismos ángeles las
virtudes de sus padres y pasados y las mismas acciones buenas de los niños.
Y aunque no sea más de haber pronunciado el nombre de Jesús o de María,
cuando se lo enseñan a nombrar, alegan esta obra para defenderle con ella,
por haber comenzado a honrar el nombre santo del Señor y de su Madre,
y si tienen otras devociones y
saben las oraciones cristianas y las dicen. De todo esto se valen los
ángeles como de propias armas del hombre para defenderle del demonio, porque
con cualquiera obra buena le quitamos algo del derecho que adquirió contra
nosotros por el pecado original y más por los actuales.
289. Entrado ya el hombre en el uso de
la razón, viene a ser más contencioso el duelo y la batalla entre los
ángeles y los demonios, porque desde el punto que cometemos algún pecado,
pone esta serpiente extremada solicitud en que perdamos la vida antes que
hagamos penitencia y nos condenemos. Y para que caigamos en otros nuevos
delitos, llena de lazos y peligros todos los caminos que hay en todos los
estados, sin exceptuar alguno, aunque no en todos pone unos mismos peligros.
Pero si los hombres conocieran este secreto como en hecho de verdad sucede y
vieran las redes y tropiezos que por culpa de los mismos hombres ha puesto
el demonio, anduvieran todos temblando y muchos mudaran de su estado o no le
tomaran y otros dejaran los puestos, los oficios, las dignidades que
apetecen. Pero con ignorar su propio riesgo viven mal seguros, porque no
saben entender ni creer más de aquello que perciben por los sentidos, y así
no temen los enredos ni fóveas que les prepara el demonio para su infeliz
ruina. Por esto son tantos los necios y pocos los cuerdos y sabios
verdaderos, son muchos los llamados y
pocos los escogidos, los viciosos y pecadores son sin número
y muy contados los virtuosos y perfectos. Al paso que se multiplican los
pecados de cada uno, va cobrando el demonio actos positivos de posesión en
el alma, y si no le puede quitar la vida al que tiene por esclavo procura a
lo menos tratarle como a vil siervo, alegando que cada día es más suyo y que
él mismo lo quiere ser y que no hay justicia para quitársele ni para darle
auxilios, pues él no los admite, ni para aplicarle los méritos de Cristo,
pues él los desprecia, ni la intercesión de los santos, pues él los olvida.
290. Con estos y otros títulos, que no
es posible referir aquí, pretende el demonio atajar el tiempo de la
penitencia a los que tiene por suyos. Y si esto no lo consigue, pretende
impedirles los caminos por donde pueden llegar a justificarse, y son muchas
las almas en quien lo consigue. Mas a ninguna le falta la protección divina
y la defensa de los santos ángeles, que nos libran infinitas veces del
peligro de la muerte y esto es tan cierto, que apenas hay alguno que no lo
haya podido conocer en el discurso de su vida. Nos envían continuas
inspiraciones y llamamientos, mueven todas las causas y medios que conviene
para avisarnos y despertarnos. Y lo que más es, nos defienden del furor y
saña de los demonios y alegan contra ellos para nuestra defensa todo cuanto
el entendimiento de un ángel y bienaventurado puede alcanzar y todo aquello
a que su ardentísima caridad y su poder se extiende. Y todo esto es
necesario muchas veces con algunas y con muchas almas que se han entregado a
la jurisdicción del demonio, y sólo para esta temeridad usan de su libertad
y potencias. No hablo de los paganos, idólatras y herejes, que si bien los
defienden los ángeles custodios y
les dan buenas inspiraciones y mueven tal vez para que hagan
algunas buenas obras morales, y después las alegan en su defensa, pero
comúnmente lo más que con ellos hacen es defenderles la vida, para que tenga
Dios más justificada su causa, habiéndoles dado tanto tiempo para
convertirse. Y también los ángeles trabajan porque no hagan tantas culpas
como los demonios pretenden, porque la caridad de los santos ángeles se
extiende a lo menos a que no merezcan tantas penas, como la malicia del
demonio a procurárseles mayores.
291. En el cuerpo místico de la Iglesia
son las mayores porfías entre los ángeles y demonios, según los diferentes
estados de las almas. A todos comúnmente los defienden, como con armas
comunes con que recibieron el sagrado bautismo, con el carácter, con la
gracia, con las virtudes, buenas obras y merecimientos, si algunos han
tenido; con las devociones de los santos, con las oraciones de los justos
que ruegan por ellos y con cualquier buen movimiento que tienen en toda su
vida. Esta defensa en los justos es poderosísima, porque como están en
gracia y amistad de Dios tienen los ángeles mayor derecho contra los
demonios, y así los alejan y les muestran las almas justas y santas como
formidables para el infierno; y sólo por este privilegio se debía estimar la
gracia sobre todo lo criado. Otras almas hay tibias, imperfectas y que caen
en pecado y a tiempos se levantan; contra éstas alegan más derecho los
demonios para usar con ellas de su crueldad, pero los santos ángeles las
defienden y trabajan mucho para que la caña
quebrantada como dice Isaías
(Is 42,3),
no se acabe de romper, y la estopa que humea no se
acabe de extinguir.
292. Hay otras almas tan infelices y
depravadas, que en toda su vida han hecho una obra buena después que
perdieron la gracia del bautismo o, si alguna vez se han levantado del
pecado, vuelven a él tan de asiento, que parece han rematado cuentas con
Dios y viven y obran como sin esperanza de otra vida ni temor del infierno,
ni reparó en algún pecado. En estas almas no hay acción vital de gracia, ni
movimiento de verdadera virtud, ni los ángeles santos tienen de parte del
alma que alegar en su defensa cosa buena ni eficaz. Los demonios claman:
Esta, a lo menos, nuestra es de todas maneras y a nuestro imperio está
sujeta y no tiene la gracia parte en ella. Y para esto representan los
demonios a los ángeles, todos los pecados, maldades y vicios de aquella alma
que a tan mal dueño como éste sirve de su voluntad. Aquí es increíble e
indecible lo que pasa entre los demonios y los ángeles, porque los enemigos
resisten con sumo furor, para que no se le den inspiraciones y auxilios. Y
como en esto no pueden resistir al divino poder, ponen a lo menos grande
esfuerzo para que no las admitan ni atiendan a la vocación del cielo. Y en
tales almas sucede de ordinario una cosa muy notable, que cuantas veces las
envía Dios por sí, o por medio de sus ángeles, alguna inspiración santa o
movimiento, tantas es necesario ahuyentar a los demonios y alejarlos de
aquella alma para que atienda y para que estas aves de rapiña no vengan
luego y destruyan aquella santa semilla. Esta defensa hacen los ángeles de
ordinario con aquellas palabras que arriba dije
(Cf, supra n.285):
¿Quién como Dios que habita en las alturas? ¿Quién como
Cristo que está a la diestra del eterno Padre? Y, ¿quién como María
santísima? Y otras semejantes de que huyen los dragones infernales, y tal
vez caen al profundo, aunque después, como no se les acaba la ira, vuelven a
su contienda.
293. Procuran también los enemigos con
todo su conato que los hombres multipliquen los pecados, para que se llene
luego el número de sus iniquidades y
se les ataje el tiempo de la penitencia y de la vida y los
lleven a sus tormentos. Pero los santos ángeles, que se gozan de la
conversión del pecador
(Lc 15,10), ya que no puedan conseguirla, trabajan
mucho con los hijos de la Iglesia en detenerlos cuanto pueden, excusándoles
infinitas ocasiones de pecar y que en ellas se detengan o pequen menos. Y
cuando con todas estas diligencias, y otras que no saben los mortales, no
pueden reducir a tantas almas como conocen en pecado, se valen de la
intercesión de María santísima y la piden se interponga por medianera con el
Señor y que tome la mano en confundir a los demonios. Y para que por algún
modo obliguen los pecadores a su clementísima piedad, solicitan los ángeles
con sus almas que tengan alguna especial devoción con esta gran Señora
y que le hagan algún
servicio que ofrecerle. Y aunque es verdad que todas las obras buenas hechas
en pecado son muertas y como armas flaquísimas contra el demonio, pero
siempre tienen alguna congruencia, aunque remota, por la honestidad de sus
objetos y buenos fines, y con ellas está menos indispuesto el pecador que
sin ellas. Y sobre todo, estas obras presentadas por los ángeles, y más por
María santísima, tienen no sé qué vida o semejanza de ella en la presencia
del Señor, que las mira diferentemente que en el pecador, y aunque no se
obliga por ellas lo hace por quien lo pide.
294. Por este camino salen infinitas
almas del pecado y de las uñas del dragón, interponiéndose María santísima,
cuando no basta la defensa de los ángeles, porque son sin número las almas
que llegan a tan formidable estado, que necesitan de brazo poderoso como el
de esta gran Reina. Por esto los demonios son tan atormentados de su propio
furor, cuando conocen que algún pecador llama o se acuerda de esta gran
Señora, porque ya saben la piedad con que los admite, y que en tomando ella
la mano hace suya la causa y no les queda esperanza ni aliento para
resistirla, antes se dan luego por vencidos y rendidos. Y sucede muchas
veces, cuando Dios quiere hacer alguna particular conversión, que la misma
Reina manda con imperio a los demonios que se alejen de aquella alma y vayan
al profundo, como siempre que ella se lo manda sucede. Otras veces, sin
mandarles con imperio la misma Señora, les pone Dios especies de sus
misterios y del poder y santidad que en ella se encierran, y con estas
nuevas noticias huyen y son aterrados y vencidos y dejan a las almas que
respondan y cooperen con la gracia que la misma Señora les alcanza de su
Hijo santísimo.
295. Mas con ser tan poderosa la
intercesión de esta gran Reina y su imperio tan formidable para los
demonios, y aunque ningún favor hace el Altísimo a la Iglesia y a las almas
en que no intervenga María santísima, con todo eso, en muchas ocasiones
pelea por nosotros la humanidad del mismo Verbo encarnado y nos defiende de
Lucifer y sus secuaces, declarándose con su Madre en nuestro favor y
aniquilando y venciendo a los demonios. Tanto y tal es el amor que tiene a
los hombres y lo que solicita su salud eterna. Y sucede esto, no solamente
cuando las almas se justifican por medio de los sacramentos, porque entonces
sienten los enemigos contra sí la virtud de Cristo y sus merecimientos más
inmediatamente; pero en otras conversiones maravillosas les da especies
particulares a estos malignos con que los aterra y confunde,
representándoles alguno o muchos misterios suyos, como arriba dije
(Cf. supra n.285).
Y a este modo fue la conversión de san Pablo, de la
Magdalena y de otros santos; o cuando es necesario defender a la Iglesia, o
a algún reino católico, de las tradiciones y maldades que contra ellos
fabrica el infierno para destruirlos. Y en semejantes sucesos no sólo la
humanidad santísima, pero la divinidad infinita, con la potencia que se le
atribuye al Padre eterno, se declara inmediatamente contra todos los
demonios por el modo dicho, dándoles nuevo conocimiento y especies de los
misterios y omnipotencia con que los quiere oprimir, vencer y despojar de la
presa que han hecho o intentan hacer.
296. Y
cuando el Altísimo interpone estos medios tan
poderosos contra el dragón infernal, queda todo aquel reino de confusión
aterrado y acobardado en el profundo para muchos días, dando lamentables
aullidos, y no se pueden mover de aquel lugar hasta que el mismo Señor les
da permiso para salir al mundo. Pero cuando conocen que le tienen, vuelven a
perseguir las almas con su antigua indignación. Y aunque parece que no se
ajusta con la soberbia y arrogancia volver a porfiar contra quien los ha
derribado y vencido, con todo eso la envidia que tienen de que los hombres
puedan llegar a gozar de Dios y la indignación con que desean impedírselo
prevalecen en estos demonios, para no desistir en perseguirnos hasta el fin
de la vida. Pero si los pecados de los hombres no hubieran desobligado tan
desmedidamente a la misericordia divina, he entendido que usara Dios muchas
veces del poder infinito para defender a muchas almas, aunque fuera con modo
milagroso. Y en particular hiciera estas demostraciones en defensa del
cuerpo místico de la Iglesia y de algunos reinos católicos, desvaneciendo
los consejos del infierno con que procura destruir la cristiandad, como en
estos infelices siglos lo vemos a nuestros ojos; y no merecemos que nos
defienda el poder divino, porque todos comúnmente irritamos su justicia y el
mundo se ha confederado con el infierno, en cuyo poder le deja Dios que se
entregue, porque tan ciega y contenciosamente porfían los hombres en hacer
este desatino.
297. En la conversión de san Pablo se
manifestó esta protección del Altísimo que hemos visto; porque le segregó
como él dice (Gal 1,15)
desde el vientre de su madre, señalándole por su
apóstol y vaso de elección en la mente divina. Y aunque el discurso de su
vida hasta la persecución de la Iglesia fue con variedad de sucesos en que
se deslumbró el demonio, como le sucede con muchas almas, pero desde su
concepción le observó y tanteó el natural y el cuidado con que los ángeles
le defendían y guardaban. De aquí le creció el odio al dragón, para desearle
acabar con los primeros años. Y como no pudo conseguirlo, procuró
conservarle la vida, cuando le vio perseguidor de la Iglesia, como arriba
dije (Cf. supra n.253).
Y como para retraerle y revocarle de este engaño, a
que tan de corazón se había entregado a los demonios, no fueron poderosos
los ángeles, entró la poderosa Reina tomando la causa por suya, y por ella
interpuso su virtud divina el mismo Cristo y el eterno Padre, y con brazo
poderoso le sacó de las uñas del dragón, y a él le confundió con todos sus
demonios hasta el profundo, a donde fueron arrojados en un momento con la
presencia de Cristo todos cuantos iban acompañando y provocando a Saulo en
el camino de Damasco.
298. Sintieron en esta ocasión Lucifer
y sus demonios el azote de la omnipotencia divina y como aterrados y
amedrentados de ella estuvieron algunos días apegados a los profundos de las
cavernas infernales. Mas al punto que les quitó el Señor aquellas especies
que les había dado para confundirlos, volvieron a respirar en su
indignación. Y el dragón grande convocó a los demás y les habló de esta
manera: ¿Cómo es posible que yo tenga sosiego a vista de tan repetidos
agravios que cada día recibo de este Verbo humanado y de aquella Mujer que
le engendró y parió hecho hombre? ¿Dónde está mi fortaleza? ¿Dónde mi
potencia y mi furor y los grandes triunfos con que con él he ganado de los
hombres, después que sin razón me arrojó Dios de los cielos a este profundo?
Parece, amigos míos, que el Omnipotente quiere cerrar las puertas de estos
infiernos y hacer patentes las del cielo, con que nuestro imperio quedará
destruido y se desvanecerán mis pensamientos y deseos de traer a estos
tormentos a todo el resto de los hombres. Si Dios hace por ellos tales obras
sobre haberlos redimido con su muerte, si tanto amor les manifiesta, si con
tan poderoso brazo y maravillas los granjea y los reduce a su amistad,
aunque tengan ánimos de fieras y corazones diamantinos se dejarán vencer de
tanto amor y beneficios. Todos le amarán y seguirán, y si no, son más
rebeldes y obstinados que nosotros. ¿Qué alma será tan insensible que no la
obligue a ser agradecida a este Dios-Hombre que con tal caricia solicita su
misma gloria? Saulo era nuestro amigo, instrumento de mis intentos, sujeto a
mi voluntad e imperio, enemigo del Crucificado y le tenía yo destinado para
darle crudelísimos tormentos en este infierno. Y en medio de todo esto
impensadamente me lo quitó de las manos y con brazo poderoso y fuerte
levantó a un hombrecillo terreno a tan subida gracia y beneficios, que
nosotros con ser sus enemigos quedamos admirados. ¿Qué obras hizo Saulo para
granjear tan alta dicha? ¿No estaba en mi servicio ejecutando mis mandatos y
desobligando al mismo Dios? Pues si con él ha sido tan liberal, ¿qué hará
con otros menos pecadores? Y cuando no los llame y convierta a sí con tantas
maravillas, los reducirá por el bautismo y otros sacramentos con que se
justifica cada día. Y con este raro ejemplo se llevará al mundo tras de sí,
cuando pretendía yo por Saulo extinguir la Iglesia y ahora la defenderá con
mucho esfuerzo. ¿Es posible que vea yo a la vil naturaleza de los hombres
levantada a la felicidad y gracia que yo perdí, y que ha de entrar en los
cielos. de donde yo fui arrojado? Esto me atormenta más que el fuego en mi
propio furor, rabio y desatino porque no puedo aniquilarme; hágalo Dios y no
me conserve en esta pena. Pues esto no ha de ser, decidme, vasallos míos,
¿qué haremos contra este Dios tan poderoso? A él no le podemos ofender, pero
en estos hombres, que tanto ama, podemos tomar venganza, pues en esto
contravenimos a su querer. Y porque mi grandeza está más ofendida e
indignada contra aquella Mujer nuestra enemiga que le dio el ser humano,
quiero intentar de nuevo destruirla y vengar la injuria de habernos quitado
a Saulo y arrojarnos a este infierno. No sosegaré hasta vencerla. Y para
esto determino ejecutar con ella todos los arbitrios que mi ciencia ha
inventado contra Dios y contra los hombres, después que bajé al profundo.
Venid todos, para que me ayudéis en esta demanda y ejecutéis mi voluntad.
299. Hasta aquí llegó el arbitrio y
exhortación de Lucifer. A que le respondieron algunos demonios y dijeron:
Capitán y caudillo nuestro, prontos estamos a tu obediencia, conociendo lo
mucho que nos oprime y atormenta esta Mujer nuestra enemiga, pero será
posible que ella por sí sola nos resista y desprecie nuestras diligencias y
tentaciones, como en otras ocasiones conocemos que lo ha hecho, mostrándose
a todo superior, Lo que sentirá sobre todo es que le toquemos en los
seguidores de su Hijo, porque los ama como Madre y cuida mucho de ellos.
Levantemos juntamente la persecución contra los fieles, que para esto
tenemos de nuestra parte a todo el Judaísmo, irritado contra esta nueva
Iglesia del Crucificado, y por medio de los pontífices y fariseos
conseguiremos todo lo que contra estos fieles intentamos y luego convertirás
tu saña contra esta Mujer enemiga. Aprobó Lucifer este consejo, dándose por
satisfecho de los demonios que lo propusieron, y así quedó acordado que
saliesen a destruir la Iglesia por mano de otros, como lo habían intentado
por Saulo. Y de este
decreto resultaron las cosas que diré adelante
(Cf. infra n.307-345,431-528),
y la pelea que tuvo María santísima con el dragón y
sus demonios, ganando grandes triunfos para la santa Iglesia, como lo traigo
citado de la primera parte
(Cf. supra p.I n.128),
capítulo 10, para este lugar.
Doctrina que me dio la gran Señora de los ángeles
300. Hija mía, con ninguna ponderación
de palabras llegarás en la vida mortal a manifestar enteramente la envidia
de Lucifer y sus demonios contra los hombres, la malicia, astucia, dolos y
engaños con que su indignación los persigue para llevarlos al pecado y
después a las penas eternas. Todas cuantas buenas obras pueden hacer procura
impedirlas, y si las hacen se las calumnia, y trabaja por destruirlas y
pervertirlas. Todas las malas que su ingenio alcanza, pretende su malicia
introducir en las almas. Contra esta suma iniquidad es admirable la
protección divina, si los hombres cooperasen y correspondiesen de su parte.
Para esto los amonestó el Apóstol
(Ef 5,15-16),
que entre los peligros y asechanzas de los enemigos atiendan
a vivir con cautela, no como insipientes, sino como sabios, redimiendo el
tiempo, porque los días de la vida mortal son malos y llenos de peligros. Y
en otra parte dice (1
Cor 15,58) que sean estables y constantes para
abundar en todas las obras buenas, porque su trabajo no será en vano delante
del Señor. Esta verdad conoce el enemigo y la teme, y así procura con suma
malicia desmayar a las almas en cometiendo una culpa, para que,
desconfiadas, se despechen y dejen todas las obras buenas, y les quitan las
armas con que los santos ángeles pueden defender a las mismas almas y hacen
guerra a los demonios. Y aunque estas obras en el pecador no tienen alma de
caridad ni vida de merecimiento de la gracia y gloria, pero con todo eso son
de gran provecho para el que las hace. Y algunas veces sucede que por
acostumbrarse al bien obrar se inclina la divina piedad a dar más eficaces
auxilios para hacer las mismas obras con más plenitud y fervor o con dolor
de los pecados y verdadera caridad, con que llegan a conseguir la
justificación.
301. Pero de todo lo bueno que hace la
criatura tomamos algún motivo los bienaventurados para defenderla de sus
enemigos y para pedir a la misericordia divina la mire y saque del pecado.
Se obligan también los santos de que los invoquen y llamen de todo corazón
en los peligros y necesidades y tengan con ellos afectuosa devoción. Y si
los santos, por la caridad que tienen, están tan inclinados a favorecer a
los hombres entre los peligros y contradicción que conocen les busca el
demonio, no te admires, carísima, que yo sea tan piadosa con los pecadores
que me llaman y acuden a mi clemencia por su remedio, que yo les deseo
infinito más que ellos mismos. No se pueden numerar los que yo he rescatado
del dragón infernal por haber tenido devoción conmigo, aunque sea sólo con
rezar una Ave María o pronunciar una sola palabra en mi honor e invocación.
Tanta es mi caridad con ellos, que si con tiempo y con verdad me llamasen,
ninguno perecería, pero no lo hacen los pecadores y réprobos; porque las
heridas espirituales del pecado, como no son sensibles para el cuerpo, no
los lastiman, y cuanto más se repiten, menos dolor y sentimiento causan,
porque el segundo pecado es ya herida en cuerpo muerto, que ni sabe temer ni
prevenir, ni sentir el daño que recibe.
302. De esta torpísima insensibilidad
resulta en los hombres el olvido de su eterna condenación y del desvelo con
que se la procuran los demonios. Y sin saber en qué fundan su falsa
seguridad, duermen y descansan en su propio daño, cuando fuera justo que le
temieran y que hicieran ponderación de la eterna muerte que les amenaza muy
de cerca, y a lo menos acudieran al Señor, a mí y a los santos a pedir el
remedio. Pero aun esto que les cuesta poco no saben hacer, hasta el tiempo
que muchas veces no le pueden alcanzar, porque le piden sin las condiciones
que conviene para dársele. Y si yo le alcanzo para algunos en el último
aprieto, porque veo cuánto le costó a mi Hijo santísimo redimirlos, pero
este privilegio no puede ser ley común para todos. Y por eso se condenan
tantos hijos de la Iglesia, que como ingratos e insipientes desprecian
tantos y tan poderosos remedios como les ofreció la divina clemencia en el
tiempo más oportuno. Y también será para ellos nueva confusión que
conociendo la misericordia del Altísimo y la piedad con que yo los quiero
remediar y la caridad de los santos para interceder por ellos, no quisieron
dar a Dios la gloria, y a mí y a los ángeles y santos el gozo que tuviéramos
de remediarlos si nos llamaran de todo corazón.
303. Y quiero, hija mía, manifestarte
otro secreto. Ya sabes que mi Hijo y mi Señor dice en el evangelio
(Lv 15,10):
Los ángeles tienen gozo en el cielo cuando algún pecador
hace penitencia y se convierte al camino de la vida eterna por medio de su
justificación. Y lo mismo sucede en su modo cuando los justos hacen obras de
verdadera virtud y mérito de nuevos grados de gloria. Pues al modo que esto
sucede en la conversión de los pecadores y merecimientos de los justos, hay
su novedad en los demonios y en el infierno cuando los justos pecan o cuando
los pecadores cometen nuevas culpas, porque ninguna hacen los hombres, por
pequeña que sea, de que no tengan complacencia los demonios y en el
infierno; y los que andan tentándolos dan luego aviso a los que están en
aquellos eternos calabozos para que se alegren y tengan noticia de aquellos
nuevos pecados, guardándose como en registro, para acusar a los delincuentes
delante del justo juez, y para que conozcan que tienen mayor dominio y
jurisdicción sobre los infelices pecadores que han reducido a su voluntad
más o menos, según la gravedad del pecado que han cometido. Tanto es el odio
que tienen contra los hombres y la traición que les hacen cuando los engañan
con algún deleite momentáneo y aparente. Pero el Altísimo, que es justo en
todas sus obras, ordenó también como en castigo de esta alevosía que la
conversión de los pecadores y buenas obras de los justos fuesen también de
tormento particular para estos enemigos, que con suma iniquidad se alegran
de la perdición humana.
304. Este azote de la divina
Providencia atormenta grandemente a todos los demonios, porque no solamente
los confunde y oprime en el odio mortal que tienen contra los hombres, sino
con las victorias de los santos y de los pecadores convertidos les quita el
Señor en grande parte las fuerzas que les dieron y dan los que se dejan
vencer de sus engaños y pecan contra su Dios verdadero. Y con el nuevo
tormento que reciben los enemigos en estas ocasiones atormentan también a
los condenados, y como hay nuevo gozo en el cielo de las obras santas y
penitencia de los pecadores, hay escándalo y nueva confusión en el infierno
con aullidos y despechos de los demonios, que de nuevo causan accidentales
penas en cuantos viven en aquellos calabozos de confusión y horror. De esta
manera se comunican el cielo y el infierno en la conversión y justificación
del pecador con tan contrarios efectos. Y cuando las almas se justifican por
medio de los sacramentos, particularmente por la confesión hecha con dolor
verdadero, sucede muchas veces que los demonios en algún tiempo no se
atreven a parecer delante del penitente, ni en muchas horas tienen ánimo
para mirarle, si él mismo no les da fuerzas con ser desagradecido y
convirtiéndose luego a los peligros y ocasiones del pecado, que con esto
pierden los demonios el miedo que les puso la verdadera penitencia y
justificación.
305. En el cielo no puede haber
tristeza ni dolor, pero si esto fuera posible, de ninguna cosa de las del
mundo la tuvieran los santos si no es de que el justificado vuelva a caer y
perder la gracia, y de que el pecador se aleje más y se vaya imposibilitando
para adquirirla. Y tan poderoso es el pecado de su naturaleza para conmover
al cielo con dolor y pena, como lo es la virtud y penitencia para atormentar
el infierno. Atiende, pues, carísima, en qué peligrosa ignorancia de estas
verdades viven comúnmente los mortales, privando al cielo del gozo que
recibe de la justificación de cualquiera alma, a Dios de la gloria exterior
que le resulta y al infierno de la pena y castigo que reciben los demonios
por lo que se alegran de la caída y perdición de los hombres. De ti quiero
que trabajes como fiel y prudente sierva en recompensar estos males con la
ciencia que recibes. Y procura llegar siempre al sacramento de la confesión
con fervor, aprecio y veneración y con íntimo dolor de tus culpas; que este
remedio es para el dragón de gran terror y se desvela mucho en impedir a las
almas y engañarlas astutamente, para que reciban este sacramento tibiamente,
por costumbre, sin dolor y sin las condiciones que conviene recibirle. Y
esto procura el demonio, no sólo para perder las almas, sino también para
excusar el tormento que recibe de ver un penitente verdadero y justificado,
que le oprime y confunde en la malignidad de su soberbia.
306. Sobre todo esto te advierto, amiga
mía, que aunque es verdad infalible que estos dragones infernales son
autores y maestros de la mentira y que tratan con los hombres con ánimo de
engañarlos en todo y con duplicada astucia pretenden infundirles siempre el
espíritu de error con que los pierden, con todo eso, cuando estos enemigos
en sus conciliábulos confieren entre sí las fraudulentas determinaciones con
que engañarán a los mortales, entonces tratan algunas verdades que conocen y
no las pueden negar, porque todas las entienden y las comunican, no para
enseñarlas a los hombres, sino para oscurecerlos en ellas y mezclarlas con
errores y falsedades que sirven para introducir sus maldades. Y porque tú en
este capítulo y en toda esta Historia has declarado tantos conciliábulos y
secretos de la malicia de estas serpientes malévolas, están indignadísimas
contra ti, porque juzgan que jamás llegarían estos secretos a noticia de los
hombres ni conocerían lo que contra ellos maquinan en sus juntas y
conferencias. Por esta causa procuran tomar venganza de la indignación que
han concebido contra ti, pero el Altísimo te asistirá, si tú le llamas y
procuras quebrantar la cabeza del dragón. Pide también a la clemencia divina
que estos avisos y doctrina que te doy se logre en el desengaño de los
mortales y que les dé su divina luz para que se aprovechen de este
beneficio. Y tú procura la primera corresponder de tu parte con toda
fidelidad, como la más obligada entre todos los hijos de este siglo, pues al
paso que recibes más, sería más horrible tu ingratitud y mayor el triunfo de
tus enemigos los demonios, si conociendo su malignidad no te esfuerzas a
vencerlos con la protección del Altísimo y los ángeles.
CAPITULO 16
De Nuevo a Tapa
Conoció María santísima los consejos del demonio para
perseguir a la Iglesia, pide el remedio en la presencia del Altísimo en el
cielo, avisa a los apóstoles, viene Santiago a predicar a España, donde le
visitó una vez María santísima.
307. Cuando Lucifer con sus príncipes
de las tinieblas, después de la conversión de san Pablo, estaban fabricando
la venganza que deseaban tomar de María santísima y de los hijos de la
Iglesia, como queda dicho en el capítulo pasado, no imaginaron que la vista
de la gran Reina y Señora del mundo penetraba aquellas oscuras y profundas
cavernas infernales y lo más oculto de sus consejos de maldad. Y con este
engaño se prometían aquellos cruentísimos dragones más segura la victoria y
la ejecución de sus decretos contra ella y contra los discípulos de su Hijo
santísimo. Pero la beatísima Madre desde su retiro estuvo mirando en la
claridad de su divina ciencia todo cuanto conferían y determinaban estos
enemigos de la luz. Conoció todos sus fines y los medios que arbitraron para
conseguirlos, la indignación que tenían contra Dios y contra ella y el
mortal odio contra los apóstoles y los demás fieles de la Iglesia. y aunque
junto con esto consideraba la prudentísima Señora que los demonios nada
pueden ejecutar de su malicia sin permisión del Señor, pero como la batalla
es inexcusable en la vida mortal y conocía la fragilidad humana y la
ignorancia que tienen los hombres, por ley común, de la maliciosa astucia
con que los demonios solicitan su perdición, le dio grande cuidado y dolor
el haber visto los acuerdos y consejos tan alevosos como los enemigos
tomaban para destruir a los fieles.
30S. Con esta ciencia y caridad
eminentísima, participada tan inmediatamente de la del mismo Señor, se le
comunicó también otro linaje de actividad infatigable, semejante al Ser
divino, que siempre obra como acto purísimo. Porque continuamente la
diligentísima Madre estaba en actual amor y solicitud de la gloria del
Altísima y del remedio y consuelo de sus hijos, y en su pecho castísimo y
prudentísimo confería los misterios soberanos, lo pasado con lo presente y
todo con lo futuro, previniéndolo con discreción y providencia más que
humana. El ardentísimo deseo de la salvación de todos los hijos de la
Iglesia y la compasión maternal que sentía de sus trabajos y peligros la
solicitaba para hacer propias suyas todas las tribulaciones que a ellos
amenazaban; y cuanto era de parte de su amor, deseaba padecerlas ella por
todos si fuera posible, y que los demás seguidores de Cristo trabajaran en
la Iglesia con gozo y alegría, mereciendo la gracia y vida eterna, y que las
penas y tribulaciones de todos se convirtieran contra ella sola. Y aunque
esto no era posible en la equidad y providencia divina, mas los hombres
debemos a la caridad de María santísima este raro y maravilloso afecto y que
tal vez condescendiese con él en efecto la voluntad de Dios para satisfacer
a su amor y descansarle en sus ansias, padeciendo ella por nosotros y
mereciéndonos grandes beneficios.
309. No conoció en particular lo que
contra ella arbitraban los enemigos en aquel conciliábulo, porque sólo
entendió era contra ella su mayor indignación. Y fue disposición divina
ocultarle algo de lo que determinadamente prevenían, para que después fuese
más glorioso el triunfo que del infierno había de alcanzar, como adelante
diremos (Cf, infra
n.512ss). Y tampoco era necesaria esta prevención de
las tentaciones y persecuciones que había de padecer la invencible Reina,
como lo era en los demás fieles, que no eran de corazón tan alto y tan
magnánimo, de cuyos trabajos y tribulaciones tuvo más expreso conocimiento.
Y como en todos los negocios acudía a la oración para consultarlos con el
Señor, como enseñada por la doctrina y ejemplo de su Hijo santísimo, hizo
luego esta diligencia retirándose a solas y con admirable reverencia y
fervor postrada en tierra como solía hizo oración y dijo:
310. Altísimo Señor y Dios eterno,
incomprensible y santo, aquí está postrada en vuestro acatamiento esta
humilde sierva y vil gusanillo de la tierra: os suplico, Padre eterno, que
por vuestro Unigénito y mi Señor Jesucristo, no desechéis mis peticiones y
gemidos, que de lo íntimo de mi alma presento delante de vuestra caridad
inmensa y con la que, salida del amoroso incendio de vuestro pecho, habéis
comunicado a vuestra esclava. En nombre de toda vuestra Iglesia santa, de
vuestros apóstoles y siervos fieles presento, Señor mío, el sacrificio de la
muerte y sangre de vuestro Unigénito, el de su cuerpo sacramentado, las
peticiones y oraciones que ofreció a vos aceptas y agradables en el tiempo
de su carne mortal y pasible, el amor con que tomó la forma de hombre en mis
entrañas para redimir al mundo, el haberle traído en ellas nueve meses y
criado y alimentado a mis pechos; todo lo presento, Dios mío, para que me
deis licencia de pedir lo que desea mi corazón a vuestros ojos patente.
311. En esta oración fue la gran Reina
elevada con un divino éxtasis, en que vio a su Unigénito, cómo pedía al
eterno Padre, a cuya diestra estaba, que concediese lo que pedía su Madre
santísima, pues todas sus peticiones merecían ser oídas y admitidas, porque
era su Madre verdadera y en todo agradable en su aceptación divina. Vio
también cómo el eterno Padre se daba por obligado y se complacía de sus
ruegos y que mirándola con sumo agrado la decía: María, hija mía, asciende
más alto. A esta voz del Padre descendió del cielo innumerable multitud de
ángeles de diferentes órdenes y llegando a la presencia de María santísima
la levantaron de la tierra donde estaba postrada y pegado el rostro con
ella. Y luego la llevaron en alma y cuerpo al cielo empíreo y la pusieron
ante el trono de la beatísima Trinidad, que se le manifestó por una visión
altísima, aunque no fue intuitivamente sino por especies. Se postró ante el
trono y adoró el ser de Dios en las tres divinas Personas con profundísima
humildad y reverencia y dio gracias a su Hijo santísimo por haber presentado
su petición al eterno Padre y le suplicó lo hiciese de nuevo. Y Su Majestad
soberana, que a la diestra del Padre reconocía por digna Madre a la Reina de
los cielos, no quiso olvidar la obediencia que en la tierra le había
mostrado, antes en presencia de todos los cortesanos renovó este
reconocimiento de Hijo y como tal presentó de nuevo al Padre los deseos y
ruegos de su beatísima Madre, a que respondió el mismo Padre eterno y dijo
estas palabras.
312. Hijo mío, en quien mi voluntad
santa tiene la plenitud de mi agrado
(Mt 17,5),
atentos están mis oídos a los clamores de vuestra Madre y mi clemencia
inclinada a todos sus deseos y peticiones. Y volviéndose a María santísima
prosiguió y dijo: Amiga mía, e hija mía, escogida entre millares para mi
beneplácito, tú eres el instrumento de mi omnipotencia y el depósito de mi
amor; descansa en tus cuidados y dime, hija mía, lo que pides, que mi
voluntad se inclina a tus deseos y peticiones santas en mis ojos. Con este
beneplácito habló Marta santísima y dijo: Eterno Padre mío y Dios altísimo,
que dais el ser y conservación a todo lo criado, por vuestra santa Iglesia
son mis deseos y súplicas. Atended piadoso, que ella es la obra de vuestro
Unigénito humanado, adquirida y plantada con su misma sangre. Contra ella se
levanta de nuevo el dragón infernal con todos vuestros enemigos sus aliados,
y todos pretenden la ruina y perdición de vuestros fieles, que son el fruto
de la redención de vuestro Hijo y mi Señor. Confundid los consejos de maldad
de esta antigua serpiente y defended a vuestros siervos los apóstoles y a
los otros fieles de la Iglesia. Y para que ellos queden libres de las
asechanzas y furor de estos enemigos, conviértanse todas contra mí, si es
posible. Yo, Señor mío, soy una pobre, y vuestros siervos muchos; gocen
ellos de vuestros favores y tranquilidad, con que hagan la causa de vuestra
exaltación y gloria, y padezca yo las tribulaciones que a ellos amenazan. Yo
pelearé con vuestros enemigos, y vos con el poder de vuestro brazo los
venceréis y confundiréis en su maldad.
313. Esposa mía y mi dilecta respondió
el eterno Padre tus deseos son aceptos en mis ojos y tu petición concederé
en la parte que es posible, Yo defenderé a mis siervos en lo que para mi
gloria es conveniente y les dejaré padecer en lo que para su corona es
necesario. Y para que tú entiendas el secreto de mi sabiduría con que
conviene dispensar estos misterios, quiero que subas a mi trono, donde tu
caridad ardiente te da lugar en el consistorio de nuestro gran consejo y en
la singular participación de nuestros divinos atributos. Ven, amiga mía, y
entenderás nuestros secretos para el gobierno de la Iglesia y sus aumentos y
progresos, y tú ejecutarás tu voluntad, que será la nuestra, como ahora te
la manifestaremos. A la fuerza de esta suavísima voz conoció María santísima
cómo era levantada al trono de la divinidad y colocada a la diestra de su
unigénito Hijo, con admiración y júbilo de todos los bienaventurados, que
conocieron la voz y voluntad del Todopoderoso. Y de verdad fue cosa nueva y
admirable para todos los ángeles y santos ver que una mujer en carne mortal
fuese levantada y llamada al trono del gran consejo de la beatísima
Trinidad, para darle cuenta de los misterios ocultos a los demás y que
estaban encerrados en el pecho del mismo Dios para el gobierno de su
Iglesia.
314. Grande maravilla pareciera, si en
cualquiera ciudad del mundo se hiciera esto con una mujer, llamándola a las
juntas donde se trata del gobierno público. Y mayor novedad fuera
introducirla en los estrados y juntas de los supremos consejos, donde se
confieren y resuelven los negocios públicos de mayor dificultad y peso para
los reinos y para todo su gobierno. Y con razón pareciera esta novedad poco
segura, pues dijo Salomón
(Ecl 7,28-29)
que anduvo inquiriendo la verdad y la razón entre los
hombres y de los varones halló uno entre mil que la alcanzaba, pero que de
las mujeres ninguna. Son tan pocas las que tienen el juicio constante y
recto por su natural fragilidad, que por orden común de ninguna se presume,
y si hay algunas no hacen número para tratar negocios arduos y de gran
discurso, sin otra luz más que la ordinaria y natural. Pero esta ley común
no comprendía a nuestra gran Reina y Señora, porque si nuestra madre Eva
comenzó como ignorante a destruir la casa de este mundo que Dios había
edificado, María santísima, que fue sapientísima y madre de la sabiduría, la
reedificó y renovó con su incomparable prudencia y por ella fue digna de
entrar en el acuerdo de la santísima Trinidad, donde se trataba este reparo.
315. Allí fue preguntada de nuevo de lo
que pedía y deseaba para sí y para toda la Iglesia santa, en particular para
los apóstoles y discípulos del Señor. Y la prudentísima Madre declaró otra
vez sus fervorosos deseos de la gloria y exaltación del santo nombre del
Altísimo y del alivio de los fieles en la persecución que contra ellos
fraguaban los enemigos del mismo Señor. Y aunque todo esto lo conocía su
infinita sabiduría, con todo eso le mandaron a la gran Señora lo propusiese,
para aprobarlo y complacerse de ello y hacerla más capaz de nuevos misterios
de la divina sabiduría y de la predestinación de los escogidos. Y para
manifestar y declararme en lo que de este sacramento se me ha dado a
entender, digo que, como la voluntad de María santísima era rectísima, santa
y en todo y por todo sumamente ajustada y agradable a la beatísima Trinidad,
parece que a nuestro modo de entender no podía Dios querer cosa alguna
contra la voluntad de esta purísima Señora, a cuya inefable santidad estaba
inclinado y como herido de los cabellos y de los ojos de tan dilecta Esposa
(Cant 4,9),
única entre todas las criaturas; y como el eterno Padre la
trataba como a Hija, y el Hijo como a Madre, el Espíritu Santo como a
Esposa, y todos la habían entregado la Iglesia confiando de ella su corazón
(Prov 31,11),
por todos estos títulos no querían las tres divinas Personas
ordenar cosa alguna en la ejecución sin consulta y sabiduría y como
beneplácito de esta Reina de todo lo criado.
316. Y para que la voluntad del
Altísimo y la de María santísima fuese una misma en estos decretos, fue
necesario que la gran Señora recibiese primero nueva participación de la
divina ciencia y ocultísimos consejos de su providencia, con que en peso y
medida dispone todas las cosas de sus criaturas (Sab 11,21), sus fines y
medios con suma equidad y conveniencia. Para esto se le dio a María
santísima en aquella ocasión nueva luz clarísima de todo lo que en la
Iglesia militante convenía obrar y disponer el poder divino. Y conoció las
razones secretísimas de todas estas obras, y cuáles y cuántos apóstoles
convenía que padeciesen y muriesen antes que ella pasase de esta vida, los
trabajos que convenía padeciesen por el nombre del Señor, las razones que
había para esto conforme a los ocultos juicios del Señor y predestinación de
los santos, y que así plantasen la Iglesia, derramando su propia sangre,
como lo hizo su Maestro y Redentor, para fundarla sobre su pasión y muerte.
Entendió también que con aquella noticia de lo que convenía padeciesen los
apóstoles y seguidores de Cristo recompensaba con su propio dolor y
compasión el no padecer ella todo lo que deseaba, porque era inexcusable en
ellos este momentáneo trabajo para llegar al eterno premio que les esperaba
(2 Cor 4,17). Para que la gran Señora tuviese materia de este merecimiento
más copiosa, aunque conoció la breve muerte de Santiago que había de padecer
y la prisión de san Pedro al mismo tiempo, no le declaró entonces la
libertad de las prisiones de que sacaría el ángel al apóstol. Entendió a si
mismo que a cada uno de los apóstoles y fieles les concedería el Señor el
linaje de penas y martirio proporcionado con las fuerzas de su gracia y
espíritu.
317. Y para satisfacer en todo a la
caridad ardentísima de esta purísima Madre, la concedió el Señor que pelease
sus batallas de nuevo con los dragones infernales y alcanzase de ellos las
victorias y triunfos que los demás mortales no podían conseguir, y que con
esto les quebrantase la cabeza y les confundiese en su arrogancia, para
debilitarlos contra los hijos de la Iglesia y quebrantarles las fuerzas.
Para estas peleas la renovaron todos los dones y participación de los
divinos atributos, y todas tres Personas dieron a la gran Reina su
bendición. Y los santos ángeles la volvieron al oratorio del cenáculo en la
misma forma que la habían llevado al cielo empíreo. Luego que se halló fuera
de este éxtasis, se postró en tierra en forma de cruz y pegada con el polvo
con increíble humildad y derramando tiernas lágrimas hizo gracias al
Todopoderoso por aquel nuevo beneficio con que la había favorecido, sin
haber olvidado en él los cariños de su incomparable humildad. Confirió algún
rato con sus santos ángeles los misterios y necesidades de la Iglesia, para
acudir por su ministerio a aquello que era más preciso. Y le pareció
conveniente prevenir en algunas cosas a los apóstoles y alentarlos,
animándolos para los trabajos que les causaría el común enemigo, porque
contra ellos armaba su mayor batería. Para esto habló a san Pedro y a san
Juan y a los demás que estaban en Jerusalén y les dio aviso de muchas cosas
particulares que les sucederían a ellos y a toda la santa Iglesia y los
confirmó en la noticia que ya tenían de la conversión de san Pablo,
declarándoles el celo con que predicaba el nombre y ley de su Maestro y
Señor.
318. A los apóstoles que ya estaban
fuera de Jerusalén envió ángeles y también a los discípulos, que les diesen
noticia de la conversión de san Pablo y los previniesen y alentasen con los
mismos avisos que la Reina había dado a los que estaban presentes. Y
señaladamente ordenó a uno de los santos ángeles que diese noticia a san
Pablo de las asechanzas que contra él trazaba el demonio y le animase y
confirmase en la esperanza del favor divino en sus tribulaciones. Y todas
estas legacías hicieron los ángeles con su acostumbrada presteza,
obedeciendo a su gran Reina y Señora, y se manifestaron en forma visible a
los apóstoles y discípulos a quien los enviaba. Y para todos fue de
increíble consuelo y de nuevo esfuerzo este singular favor de María
santísima, y cada uno la respondió por medio de los mismos embajadores, con
humilde reconocimiento, ofreciéndole que morirían alegres por la honra de su
Redentor y Maestro. Se señaló también san Pablo en esta respuesta, porque su
devoción y deseos de ver a su Remediadora y serle agradecido le solicitaban
para mayores demostraciones y rendimiento. Estaba entonces san Pablo en
Damasco predicando y disputando con los judíos de aquellas sinagogas, aunque
luego fue a la Arabia a predicar, y de allí volvió otra vez a Damasco, como
diré adelante (Cf.
infra n.375).
319. Santiago el Mayor estaba más lejos
que ninguno de los apóstoles, porque fue el primero que salió de Jerusalén a
predicar, como dije arriba
(Cf. supra n.236)
y habiendo predicado algunos días en Judea vino a España.
Para esta jornada se embarcó en el puerto de Jope, que ahora se llama Jafa.
Y esto fue el año del Señor de treinta y cinco, por el mes de agosto, que se
llamaba sextil, un año y cinco meses después de la pasión del mismo Señor,
ocho meses después del martirio de san Esteban y cinco antes de la
conversión de san Pablo, conforme a lo que he dicho en los capítulos 11 y 14
de esta tercera parte. De Jafa vino Jacobo a Cerdeña y, sin detenerse en
aquella isla llegó con brevedad a España y desembarcó en el puerto de
Cartagena, donde comenzó su predicación en estos reinos. Se detuvo pocos
días en Cartagena, y gobernado por el Espíritu del Señor tomó el camino para
Granada, donde conoció que la mies era copiosa y la ocasión oportuna para
padecer trabajos por su Maestro, como en hecho de verdad sucedió.
320. Y antes de referirlo advierto que
nuestro gran apóstol Santiago fue de los carísimos y más privados de la gran
Señora del mundo. Y aunque en las demostraciones exteriores no se señalaba
mucho con él, por la igualdad con que prudentísimamente los trataba a todos,
como dije en el capítulo 11 (Cf. supra n.180), y porque Santiago era su
deudo; y aunque san Juan, como hermano suyo, también tenía el mismo
parentesco con María santísima, corrían diferentes razones, porque todo el
colegio sabía que el mismo Señor en la cruz le había señalado por hijo de su
Madre purísima, y así con san Juan no tenía el inconveniente para los
apóstoles, como si con su hermano Santiago o con otro se señalara en
demostraciones exteriores la prudentísima Reina y Maestra; pero en el
interior tenía especialísimo amor a Santiago, de que dije algo en la segunda
parte (Cf. supra p.II n.1084), y se le manifestó en singularísimos favores
que le hizo en todo el tiempo que vivió hasta su martirio. Los mereció
Santiago con el singular y piadoso afecto que tenía a María santísima,
señalándose mucho en su íntima devoción y veneración. Y tuvo necesidad del
amparo de tan gran Reina, porque era de generoso y magnánimo corazón y de
ferventísimo espíritu, con que se ofrecía a los trabajos y peligros con
invencible esfuerzo. Y por esto fue el primero que salió a la predicación de
la fe y padeció martirio antes que otro alguno de todos los apóstoles. Y en
el tiempo que anduvo peregrinando y predicando, fue verdaderamente un rayo,
como Hijo del trueno, que por esto fue llamado y señalado con este
prodigioso nombre (Mc 3,17) cuando entró en el apostolado.
321. En la predicación de España se le
ofrecieron increíbles trabajos y persecuciones que le movió el demonio por
medio de los judíos incrédulos. Y no fueron pequeñas las que después tuvo en
Italia y el Asia Menor, por donde volvió a predicar, y padecer martirio
en Jerusalén, habiendo discurrido en pocos años
por tan distantes provincias y diferentes naciones. Y porque no es de este
intento referir todo lo que padeció Santiago en tan varias jornadas, sólo
diré lo que conviene a esta Historia. Y en lo demás he entendido que la gran
Reina del cielo tuvo especial atención y afecto a Santiago por las razones
que he dicho (Cf. supra
n.320) y que por medio de sus ángeles le defendió y
rescató de grandes y muchos peligros y le consoló y confortó diversas veces,
enviándole a visitar y a darle noticias y avisos particulares, como los
había menester más que otros apóstoles en tan breve tiempo como vivió. Y
muchas veces el mismo Cristo nuestro Salvador le envió ángeles de los
cielos, para que defendiesen a su grande apóstol y le llevasen de unas
partes a otras guiándole en su peregrinación y predicación.
322. Pero mientras anduvo en estos
reinos de España, entre los favores que recibió Santiago de María santísima
fueron dos muy señalados, porque vino la gran Reina en persona a visitarle y
defenderle en sus peligros y tribulaciones. La una de estas apariciones y
venida de María santísima a España es la que hizo en Zaragoza, tan cierta
como celebrada en el mundo, y que no se pudiera negar hoy sin destruir una
verdad tan piadosa, confirmada y asentada con grandes milagros y testimonios
por mil seiscientos años y más; y de esta maravilla hablaré en el capítulo
siguiente. De la otra, que fue primera, no sé que haya memoria en España,
porque fue más oculta, y sucedió en Granada
(Cf. ZÓTICO ROYO, Granada y
Sor María, Granada), como se me ha dado a
entender. Fue de esta manera: Tenían los judíos en aquella ciudad algunas
sinagogas desde los tiempos que pasaron de Palestina a España, donde por la
fertilidad de la tierra y por estar más cerca de los puertos del mar
Mediterráneo, vivían con mayor comodidad para la correspondencia de
Jerusalén. Cuando Santiago llegó a predicar a Granada, ya tenían noticia de
lo que en Jerusalén había sucedido con Cristo nuestro Redentor. Y aunque
algunos deseaban ser informados de la doctrina que había predicado y saber
qué fundamento tenía, pero a otros, y a los más, había ya prevenido el
demonio con impía incredulidad, para que no la admitiesen ni permitiesen se
predicase a los gentiles, porque era contraria a los ritos judaicos y a
Moisés, y si los gentiles recibían aquella nueva ley destruirían a todo el
judaísmo. Y con este diabólico engaño impedían los judíos la fe de Cristo en
los gentiles, que sabían cómo Cristo nuestro Señor era judío, y viendo cómo
los de su nación y de su ley le desechaban por falso y engañador, no tan
fácilmente se inclinaban a seguirle en los principios de la Iglesia.
323. Llegó el santo apóstol a Granada,
y comenzando la predicación salieron los judíos a resistirle, publicándole
por hombre advenedizo, engañador y autor de falsas sectas, hechicero y
encantador. Llevaba Santiago doce discípulos consigo, a imitación de su
Maestro. Y como todos perseverasen en predicar, crecía contra ellos el odio
de los judíos y de otros que los acompañaron, de manera que intentaron
acabar con ellos, y de hecho quitaron luego la vida a uno de los discípulos
de Santiago, que con ardiente celo se opuso a los judíos. Pero como el santo
apóstol y sus discípulos no sólo no temían a la muerte, antes la deseaban
padecer por el nombre de Cristo, continuaron la predicación de su santa fe
con mayor esfuerzo. Y habiendo trabajado en ella muchos días y convertido
gran número de infieles de aquella ciudad y comarca, el furor de los judíos
se encendió más contra ellos. Prendieron a todos y para darles la muerte los
sacaron fuera de la ciudad atados y encadenados y en el campo les ataron de
nuevo los pies para que no huyesen, porque los tenían por magos y
encantadores. Estando ya para degollarlos a todos juntos, el santo apóstol
no cesaba de invocar el favor del Altísimo y de su Madre Virgen, y hablando
con ella la dijo: Santísima María, Madre de mi Señor y Redentor Jesucristo,
favoreced en esta hora a vuestro humilde siervo. Rogad, Madre dulcísima y
clementísima por mí y por estos fieles profesores de la santa fe. Y si es
voluntad del Altísimo que acabemos aquí las vidas por la gloria de su santo
nombre, pedid, Señora, que reciba mi alma en la presencia de su divino
rostro. Acordaos de mí, Madre piadosísima, y bendecidme en nombre del que os
eligió entre todas las criaturas. Recibid el sacrificio de que no vea yo
vuestros ojos misericordiosos ahora, si ha de ser aquí la última de mi vida.
¡Oh María, oh María!
324. Estas últimas palabras repitió
muchas veces Santiago, pero todas las que dijo oyó la gran Reina desde el
oratorio del cenáculo donde estaba mirando por visión muy expresa todo lo
que pasaba por su amantísimo apóstol Jacobo. Y con esta inteligencia se
conmovieron las maternas entrañas de María santísima en tierna compasión de
la tribulación en que su siervo padecía y la llamaba. Tuvo mayor dolor por
hallarse tan lejos, aunque, como sabía que nada era difícil al poder divino,
se inclinó con algún afecto a desear ayudar y defender a su apóstol en aquel
trabajo. Y como conocía también que él había de ser el primero que diese la
vida y sangre por su Hijo santísimo, creció más esta compasión en la
clementísima Madre. Pero no pidió al Señor ni a los ángeles que la llevasen
a donde Santiago estaba, porque la detuvo en esta petición su admirable
prudencia, con que conocía que nada negaría la providencia divina ni
faltaría si fuese necesario, y en pedir estos milagros regulaba su deseo con
la voluntad del Señor, con suma discreción y medida, cuando vivía en carne
mortal.
325. Pero su Hijo y Dios verdadero, que
atendía a todos los deseos de tal Madre, como santos, justos y llenos de
piedad, mandó al punto a los mil ángeles que la asistían ejecutasen el deseo
de su Reina y Señora. Se le manifestaron todos en forma humana y la dijeron
lo que el Altísimo les mandaba y sin dilación alguna la recibieron en un
trono formado de una hermosa nube y la trajeron a España sobre el campo
donde estaban Santiago y sus discípulos aprisionados. Y los enemigos que los
habían preso tenían ya desnudas las cimitarras o alfanjes para degollarlos a
todos. Vio sólo el apóstol a la Reina del cielo en la nube, de donde le
habló y con dulcísima caricia le dijo: Jacobo, hijo mío y carísimo de mi
Señor Jesucristo, tened buen ánimo y sed bendito eternamente del que os crió
y os llamó a su divina luz. Es, siervo fiel del Altísimo, levantaos y sed
libre de las prisiones. A la presencia de María se había postrado el apóstol
en tierra, como le fue posible estando tan aprisionado. Y a la voz de la
poderosa Reina se le desataron instantáneamente las prisiones a él y a sus
discípulos, y se hallaron libres. Pero los judíos, que estaban con las armas
en las manos, cayeron todos en tierra, donde sin sentidos estuvieron algunas
horas. Y los demonios, que los asistían y provocaban, fueron arrojados al
profundo, con que Santiago y sus discípulos pudieron libremente dar gracias
al Todopoderoso por este beneficio. Y el mismo apóstol singularmente las dio
a la divina Madre con incomparable humildad y júbilo de su alma. Los
discípulos de Santiago, aunque no vieron a la Reina ni a los ángeles, del
suceso conocieron el milagro, y su maestro les dio la noticia que convino
para confirmarlos en la fe y esperanza y en la devoción de María santísima.
326. Fue mayor este raro beneficio de
la Reina, porque no sólo defendió de la muerte a Santiago, para que gozara
toda España de su predicación y doctrina, pero desde Granada le ordenó su
peregrinación y mandó a cien ángeles de los de su guarda que acompañasen al
apóstol y le fuesen encaminando y guiando de unos lugares a otros y en todos
le defendiesen a él y a sus discípulos de todos los peligros que se les
ofreciesen, y que habiendo rodeado a todo lo restante de España le
encaminasen a Zaragoza. Todo esto ejecutaron los cien ángeles, como su Reina
se lo ordenaba, y los demás la volvieron a Jerusalén. Y con esta celestial
compañía y guarda peregrinó Santiago por toda España, más seguro que los
israelitas por el desierto. Dejó en Granada algunos discípulos de los que
traía, que después padecieron allí martirio, y con los demás que tenía, y
otros que iba recibiendo, prosiguió las jornadas predicando en muchos
lugares de la Andalucía. Vino después a Toledo, y de allí pasó a Portugal y
a Galicia, y por Astorga y divirtiéndose a diferentes lugares llegó a la
Rioja y por Logroño pasó a Tudela y Zaragoza, donde sucedió lo que diré en
el capítulo siguiente. Por toda esta peregrinación fue Santiago dejando
discípulos por obispos en diferentes ciudades de España y plantando la fe y
culto divino. Y fueron tantos y tan prodigiosos los milagros que hizo en
este reino, que no han de parecer increíbles los que se saben, porque son
muchos más los que se ignoran. El fruto que hizo con la predicación fue
inmenso, respecto del tiempo que estuvo en España, y ha sido error decir o
pensar que convirtió muy pocos, porque en todas las partes o lugares que
anduvo dejó plantada la fe, y para eso ordenó tantos obispos en este Reino,
para el gobierno de los hijos que había engendrado en Cristo.
327. Y para dar fin a este capítulo
quiero advertir aquí que por diferentes medios he conocido las muchas
opiniones encontradas de los historiadores eclesiásticos sobre muchas cosas
de las que voy escribiendo, como son, la salida de los apóstoles de
Jerusalén a predicar, el haberse repartido por suertes todo el mundo y
ordenado el Símbolo de la fe, la salida de Santiago y su muerte. Sobre todos
éstos y otros sucesos tengo entendido que varían mucho los escritores en
señalar los años y tiempos en que sucedieron y en ajustarlo con el texto de
los libros canónicos. Pero yo no tengo orden del Señor para satisfacer a
todas estas y otras dudas ni componer estas controversias, antes desde el
principio he declarado
(Cf. p.I n.10,etc) que Su Majestad me ordenó y mandó
escribir esta Historia sin opiniones, o para que no las hubiese con la
noticia de la verdad. Y si lo que escribo va consiguiente y no se opone en
cosa alguna al texto sagrado y corresponde a la dignidad de la materia que
trato, no puedo darle mayor autoridad a la Historia, y tampoco pedirá más la
piedad cristiana. También será posible que se concuerden por este orden
algunas diferencias de los historiadores, y esto harán los que son leídos y
doctos.
Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima
328. Hija mía, la maravilla que has
escrito en este capítulo de haberme levantado el poder infinito a su real
trono para consultarme los decretos de su divina sabiduría y voluntad, es
tan grande y singular, que excede a toda capacidad humana en la vida de los
viadores y sólo en la patria y visión beatífica conocerán los hombres este
sacramento con especialísimo júbilo de gloria accidental. Y porque este
beneficio y admirable favor fue como efecto y premio de la caridad
ardentísima con que amaba y amo al sumo bien y de la humildad con que me
reconocía esclava suya, y estas virtudes me levantaron al trono de la
divinidad y dieron lugar en él cuando vivía en carne mortal, quiero que
tengas mayor noticia de este misterio, que sin duda fue de los más
levantados que en mí obró la omnipotencia divina y de mayor admiración para
los ángeles y santos. Y la que tú tienes quiero que la conviertas en un
vigilantísimo cuidado y en vivos afectos de imitarme y seguirme en los que
merecieron en mí tales favores.
329. Advierte, pues, carísima, que no
fue sola una vez sino muchas las que fui levantada al trono de la beatísima
Trinidad en carne mortal, después de la venida del Espíritu Santo hasta que
subí después de mi muerte para gozar eternamente de la gloria que tengo. Y
en lo que te resta de escribir mi vida, entenderás otros secretos de este
beneficio. Pero siempre que la diestra del Altísimo me le concedió, recibí
copiosísimos efectos de gracia y dones por diferentes modos que caben en el
poder infinito y en la capacidad que me dio para la inefable y casi inmensa
participación de las divinas perfecciones. Y algunas veces en estos favores
me dijo el eterno Padre: Hija mía y esposa mía, tu amor y fidelidad sobre
todas las criaturas nos obliga y nos da la plenitud de complacencia que
nuestra voluntad santa desea. Asciende a nuestro lugar y trono, para que
seas absorta en el abismo de nuestra divinidad y tengas en esta Trinidad el
lugar cuarto, en cuanto es posible a pura criatura. Toma la posesión de
nuestra gloria, cuyos tesoros ponemos en tus manos. Tuyo es el cielo, la
tierra y todos los abismos. Goza en la vida mortal los privilegios de
bienaventurada sobre todos los santos. Se sirvan todas las naciones y
criaturas a quien dimos el ser que tienen, te obedezcan las potestades de
los cielos y estén a tu obediencia los supremos serafines, y todos nuestros
bienes te sean comunes en nuestro eterno consistorio. Entiende el gran
consejo de nuestra sabiduría y voluntad y ten parte en nuestros decretos,
pues tu voluntad es rectísima y fidelísima. Penetra las razones que tenemos
para lo que justa y santamente determinamos, y sea una tu voluntad y la
nuestra y uno el motivo en lo que disponemos para nuestra Iglesia.
330. Con esta dignación tan inefable
como singular gobernaba mi voluntad el Altísimo para con formarla con la
suya y para que nada se ejecutase en la Iglesia que no fuese por mi
disposición, y ésta fuese la del mismo Señor, cuyas razones, motivos y
conveniencias conocía en su eterno consejo. En él vi que no era posible por
ley común padecer yo todos los trabajos y tribulaciones de la Iglesia, y en
especial de los apóstoles, como deseaba. Y este afecto de caridad, aunque
era imposible ejecutarle, no fue desviarme de la voluntad divina, que me le
dio como en indicio y testimonio del amor sin medida con que le amaba, y por
el mismo Señor tenía tanta caridad con los hombres que deseaba padecer yo
los trabajos y penalidades de todos. Y porque de mi parte esta caridad era
verdadera y estaba mi corazón aparejado para ejecutarla si fuera posible,
por esto fue tan aceptable en los ojos del Señor y me la premió como si de
hecho la hubiera ejecutado, porque padecí gran dolor de no padecer por
todos. De aquí nacía en mí la compasión que tuve de los martirios y
tormentos con que murieron los apóstoles y los demás que padecieron por
Cristo, porque en todos y con todos era afligida y atormentada y en algún
modo moría con ellos. Tal fue el amor que tuve a mis hijos los fieles, y
ahora, fuera del padecer, es el mismo, aunque ni ellos conocen ni saben
hasta dónde les obliga mi caridad para ser agradecidos.
331. Estos inefables beneficios recibía
a la diestra de mi Hijo santísimo, cuando era levantada del mundo y colocada
en ella, gozando de sus preeminencias y glorias en el modo que era posible
comunicarse a pura criatura. Y los decretos y sacramentos ocultos de la
Sabiduría infinita se manifestaban en primer lugar a la humanidad santísima
de mi Señor, con el orden admirable que tiene con la divinidad a quien está
unida en el Verbo eterno. Y luego, mediante mi Hijo santísimo, se me
comunicaba a mí por otro modo. Porque la unión de su humanidad con la
persona del Verbo es inmediata y sustancial, intrínseca para ella, y así
participa de la divinidad y de sus decretos con modo correspondiente y
proporcionado a la unión sustancial y personal. Pero yo recibía este favor
por otro orden admirable y sin ejemplar, más de en ser con criatura pura y
sin tener divinidad, pero como semejante a la humanidad santísima y después
de ella la más inmediata a la misma divinidad. Y no podrás ahora entender
más, ni penetrar este misterio, pero los bienaventurados le conocieron cada
uno en el grado de ciencia que le tocaba y todos entendieron esta
conformidad y similitud mía con mi Hijo santísimo y también la diferencia; y
todo les fue motivo, y lo es ahora, para hacer nuevos cánticos de gloria y
alabanza del Omnipotente, porque esta maravilla fue una de las grandes obras
que hizo conmigo su brazo poderoso.
332. Y para que más extiendas tus
fuerzas y las de la gracia en afectos y deseos santos, aunque sea en lo que
no puedes ejecutar, te declaro otro secreto. Este es que, cuando yo conocía
los efectos de la redención en la justificación de las almas y la gracia que
se les comunicaba para limpiarlas y santificarlas por la contrición, o por
el bautismo y otros sacramentos, hacía tanto aprecio de aquel beneficio, que
tenía de él como una santa emulación y deseos. Y como yo no tenía culpas de
qué justificarme y limpiarme, no podía recibir aquel favor en el grado que
los pecadores le recibían. Mas porque lloré sus culpas más que todos y
agradecí al Señor aquel beneficio hecho a las almas con tan liberal
misericordia, alcancé con estos afectos y obras más gracia de la que fue
necesaria para justificar a todos los hijos de Adán. Tanto como esto se
dejaba obligar el Altísimo de mis obras y tanta fue la virtud que les dio el
mismo Señor para que hallasen gracia en sus divinos ojos.
333. Considera ahora, hija mía, en qué
obligación estás, dejándote informada e ilustrada de tan venerables
secretos. No tengas ociosos los talentos, ni malogres y desprecies tantos
bienes del Señor; sígueme por la imitación perfecta de todas las obras que
de mí te manifiesto. Y para que más te enciendas en el amor divino,
acuérdate continuamente de cómo mi Hijo santísimo y yo en la vida mortal
estábamos anhelando siempre y suspirando por la salvación de las almas de
todos los hijos de Adán y llorando la perdí procuran. En esta caridad y celo
quiero que te señales y ejercites mucho, como esposa fidelísima de mi Hijo,
que por esta virtud se entregó a muerte de cruz, y como hija y discípula
mía, que si no me quitó la vida la fuerza de esta caridad fue porque me la
conservó el Señor por milagro, pero ella es la que me dio lugar en el trono
y consejo de la beatísima Trinidad. Y si tú, amiga, fueres tan diligente y
fervorosa en imitarme y tan atenta para obedecerme como de ti lo quiero, te
aseguro participarás de los favores que hice a mi siervo Jacobo, acudiré a
tus tribulaciones y te gobernaré, como muchas veces te lo he prometido; y a
más de esto el Altísimo será más liberal contigo de lo que tus deseos pueden
extenderse.
CAPITULO 17
De Nuevo a Tapa
Dispone Lucifer otra nueva persecución contra la
Iglesia y María santísima, manifiéstasela a san Juan
y por su orden determina ir a Efeso, se le
aparece su Hijo santísimo y
la manda venir a Zaragoza a visitar al apóstol Santiago
y lo que sucedió en esta venida.
334. De la persecución que movió el
infierno contra la Iglesia después de la muerte de san Esteban hace mención
san Lucas en el capítulo 8 de los Hechos apostólicos
(Act 8,1),
donde la llama grande, porque lo fue hasta la conversión de
san Pablo, por cuya mano la ejecutaba el dragón infernal; y de esta
persecución hablé en los capítulos 12 y 14 de esta parte. Pero de lo que en
los capítulos inmediatos queda dicho, se entenderá que no descansó este
enemigo de Dios ni se dio por vencido para no levantarse de nuevo contra su
santa Iglesia y contra María santísima. Y de lo que el mismo san Lucas
refiere (Act 12,lss)
en el capítulo 12 de la prisión que hizo Herodes de
san Pedro y Santiago, se conocerá que fue de nuevo esta persecución después
de la conversión de san Pablo, cuando no dijera expresamente que el mismo
Herodes envió ejércitos o tropas para afligir a algunos hijos de la Iglesia.
Y para que mejor se entienda todo lo que queda dicho y adelante diré,
advierto que estas persecuciones eran todas fraguadas y movidas por los
demonios que irritaban a los perseguidores, como diversas veces he dicho
(Cf. supra
n.141,186,205,250). Y porque la providencia divina a
tiempos les daba este permiso y en otros se les quitaba y los arrojaba al
profundo (Cf. supra
n.208,297,325,etc), como sucedió en la conversión de
san Pablo y en otras ocasiones, por esto la Iglesia primitiva gozaba algunas
veces de tranquilidad y sosiego, como en todos los siglos ha sucedido, y
otros tiempos, acabándose estas treguas, era molestada y afligida.
335. La paz era conveniente para la
conversión de los infieles y la persecución para su mérito y ejercicio, y
así las alternaba y alterna siempre la sabiduría y providencia divina. Y por
estas causas después de la conversión de san Pablo tuvo algunos y muchos
meses de quietud, mientras Lucifer y sus demonios estuvieron oprimidos en el
infierno, hasta que volvieron a salir, como diré luego
(Cf. infra n.336).
Y de esta tranquilidad habla san Lucas
(Act 9,31)
en el capítulo 9 después de la conversión de san Pablo,
cuando dice que la Iglesia tenía paz por toda Judea, Galilea y Samaria, y se
edificaba y caminaba en el temor del Señor y consolación del Espíritu Santo.
Y aunque esto lo cuenta el evangelista después de haber escrito la venida de
san Pablo a Jerusalén, pero esta paz fue mucho antes, porque san Pablo vino
entrados cinco años después de la conversión a Jerusalén, como diré adelante
(Cf. infra n.487);
y san Lucas, para ordenar su historia, la contó anticipadamente tras de la
conversión, como sucede a los evangelistas en otros muchos sucesos, que los
suelen anticipar en la historia, para dejar dicho lo que toca al intento de
que hablan, porque ellos no escriben por anales todos los casos de su
historia, aunque en lo esencial guardan el orden de los tiempos.
336. Entendido todo esto, y
prosiguiendo lo que dije en el capítulo 15 del conciliábulo que hizo Lucifer
después de la conversión de san Pablo, digo que aquella conferencia duró
algún tiempo, en que el dragón infernal con sus demonios tomó y pensó
diversos medios y arbitrios con que destruir la Iglesia y derribar, si
pudiera, a la gran Reina del estado altísimo de santidad en que la
imaginaba, aunque ignoraba infinito más de lo que conocía esta serpiente.
Pasados estos días en que la Iglesia gozaba de sosiego, salieron del
profundo los príncipes de las tinieblas, para ejecutar los consejos de
maldad que en aquellos calabozos habían fabricado. Salió por caudillo de
todos el dragón grande Lucifer, y es cosa digna de atención que fue tanta la
indignación y furor de esta cruentísima bestia contra la Iglesia y María
santísima, que sacó del infierno mucho más de las dos partes de sus demonios
para esta empresa que intentaba; y sin duda dejara despoblado todo aquel
reino de tinieblas, si la misma malicia no le obligara a dejar allá alguna
parte de estos infernales ministros para tormento de los condenados, porque
a más del fuego eterno que les administra la justicia divina, y que no les
podía faltar, no quiso este dragón que tampoco les faltase la vista y
compañía de sus demonios, para que no recibiesen este pequeño alivio los
hombres por el tiempo que estuviesen fuera del infierno los demonios. Por
esta causa nunca faltan demonios en aquellas cavernas, ni quieren perdonar
este azote a los infelices condenados, aunque sea para Lucifer de tanta
codicia destruir a los mortales que viven en el mundo. A tan impío, tan
cruel, tan inhumano señor sirven los desdichados pecadores.
337. La ira de este dragón había
llegado a lo sumo y no ponderable, por los sucesos que iba conociendo en el
mundo, después de la muerte de nuestro Redentor, y la santidad de su Madre y
el favor y protección que en ella tenían los fieles, como lo había
experimentado en san Esteban, san Pablo y en otros sucesos. Y por esto
Lucifer tomó asiento en Jerusalén, para ejecutar por sí mismo la batería
contra lo más fuerte de la Iglesia y para gobernar desde allí a todos los
escuadrones infernales, que sólo guardan orden en hacer guerra para destruir
a los hombres, cuando en lo demás todos son confusión y desconcierto. No les
dio el Altísimo la permisión que su envidia deseaba, porque en un momento
trasegaran y destruyeran el mundo, pero se les dio con limitación y en
cuanto convenía, para que afligiendo a la Iglesia se fundase con la sangre y
merecimientos de los santos y con ellos echase más hondas las raíces de su
firmeza, y para que en las persecuciones y tormentos se manifestase más la
virtud y sabiduría del piloto que gobierna esta navecilla de la Iglesia.
Luego mandó Lucifer a sus ministros que rodeasen toda la tierra, para
reconocer dónde estaban los apóstoles y discípulos del Señor y dónde se
predicaba su nombre, y le diesen noticia de todo. Y el dragón se puso en la
ciudad santa lo más lejos que pudo de los lugares consagrados con la sangre
y misterios de nuestro Salvador, porque a él y a sus demonios les eran
formidables y al paso que se acercaban a ellos sentían que se les
debilitaban las fuerzas y eran oprimidos de la virtud divina. Y este efecto
experimentan hoy y le sentirán hasta el fin del mundo. ¡Gran dolor, por
cierto, que aquel sagrado para los fieles esté hoy en poder de paganos
enemigos, por los pecados de los hombres, y dichosos los pocos hijos de la
Iglesia que gozan este privilegio, cuales son los hijos de nuestro gran
Padre y reparador de la Iglesia san Francisco!
338. Se informó el dragón del estado de
los fieles y de todos los lugares donde se predicaba la fe de Cristo, por
relaciones que le trajeron los demonios. Y diales nuevas órdenes para que
unos asistiesen a perseguirlos, asignando mayores o menores demonios, según
la diferencia de los apóstoles, discípulos y fieles. A otros ministros mandó
que fuesen y viniesen a darle cuenta de lo que fuese sucediendo y llevasen
órdenes de lo que habían de obrar contra la Iglesia. Señaló también Lucifer
algunos hombres incrédulos, pérfidos y de malas condiciones y depravadas
costumbres, para que sus demonios los irritasen, provocasen y llenasen de
indignación y envidia contra los seguidores de Cristo. Y entre éstos fueron
el rey Herodes y muchos judíos, por el aborrecimiento que tenían contra el
mismo Señor a quien habían crucificado, cuyo nombre deseaban borrar de la
tierra de los videntes
(Jer 11,19). También se valieron de otros gentiles
más ciegos y asidos a la idolatría, y entre unos y otros investigaron estos
enemigos con desvelo cuáles eran peores y más perdidos, para servirse de
ellos y hacerlos propios instrumentos de su maldad. Y por estos medios
encaminaron la persecución de la Iglesia, y siempre ha usado de esta arte
diabólica el dragón infernal para destruir la virtud y el fruto de la
redención y sangre de Cristo. Y en la primitiva Iglesia hizo grande estrago
en los fieles, persiguiéndolos por diversos modos de tribulaciones que no
están escritas ni se saben en la Iglesia, aunque, por mayor, lo que dijo san
Pablo en la carta de los Hebreos
(Heb 11,37)
de los antiguos. santos sucedió en los nuevos. Y sobre estas
persecuciones exteriores afligía el mismo demonio y los demás a todos los
justos, apóstoles, discípulos y fieles con tentaciones ocultas, sugestiones,
ilusiones y otras iniquidades, como hoy lo hace con todos los que desean
caminar por la divina ley y seguir a Cristo nuestro Redentor y Maestro. Y no
es posible en esta vida conocer todo lo que en la primitiva Iglesia trabajó
Lucifer para extinguirla, como tampoco lo que hace ahora con el mismo
intento.
339. Pero nada se le ocultó entonces a
la gran Madre de la sabiduría, porque en la claridad de su eminente ciencia
conocía todo este secreto de las tinieblas, oculto a los demás mortales. Y
aunque los golpes y las heridas, cuando nos hallan prevenidos, no suelen
hacer tan grande mella en nosotros, y la prudentísima Reina estaba tan capaz
de los trabajos futuros de la santa Iglesia y ninguno le podía venir de
improviso y con ignorancia suya, con todo eso, como tocaban en los apóstoles
y en todos los fieles, la herían el corazón, donde los tenía con entrañable
amor de Madre piadosísima, y su dolor se regulaba con su casi inmensa
caridad, y muchas veces le costara la vida si, corno he repetido en diversas
partes, no la conservara el Señor milagrosamente. Y en cualquiera de las
almas justas y perfectas en el amor divino hiciera grandes efectos el
conocimiento de la ira y malicia de tantos demonios, tan vigilantes y
astutos, contra tan pocos fieles sencillos, pobres y de condición frágil y
llena de miserias propias. Con este conocimiento olvidara María santísima
otros cuidados de sí misma y todas sus penas, si las tuviera, por acudir al
remedio y consuelo de sus hijos. Multiplicaba por ellos sus peticiones,
suspiros, lágrimas y diligencias. Les daba grandes consejos, avisos y
exhortaciones para prevenirlos y animarlos, particularmente a los apóstoles
y discípulos. Mandaba muchas veces con imperio de Reina a los demonios, y
les sacó de sus uñas innumerables almas que engañaban y pervertían y las
rescataba de la eterna muerte. Y otras veces les impedía grandes crueldades
y asechanzas que ponían a los ministros de Cristo, porque intentó Lucifer
quitar luego la vida a los apóstoles, como lo había procurado por medio de
Saulo, y arriba se dijo
(Cf. supra n.252),
y lo mismo sucedió con otros discípulos que predicaban la
santa fe.
340. Con estos cuidados y compasión,
aunque la divina Maestra guardaba suma tranquilidad y sosiego interior, sin
que la solicitud de oficiosa Madre la turbase, y en el exterior conservaba
igualdad y serenidad de Reina, con todo eso las penas del corazón la
entristecieron un poco el semblante en la esfera de su compostura y
apacibilidad. Y como san Juan la asistía con tan desvelada atención y
dependencia de hijo, no se le pudo ocultar a la vista de esta águila
perspicaz la pequeña novedad en el semblante de su Madre y Señora. Se
afligió grandemente el evangelista y, habiendo conferido consigo mismo su
cuidado, se fue al Señor y pidiéndole nueva luz para el acierto le dijo:
Señor y Dios inmenso y reparador del mundo, confieso la obligación en que
sin méritos míos y por sola vuestra dignación me pusisteis, dándome por
Madre a la que verdaderamente lo es vuestra, porque os concibió, parió y
alimentó a sus pechos. Yo, Señor, con este beneficio quedé próspero y
enriquecido con el mayor tesoro del cielo y de la tierra. Pero vuestra Madre
y mi Señora quedó sola y pobre sin vuestra real presencia, que ni pueden
recompensar ni suplir todos los ángeles ni los hombres, cuanto menos este
vil gusano y siervo vuestro. Hoy, Dios mío y Redentor del mundo, veo triste
y afligida a la que os dio forma de hombre y es alegría de vuestro pueblo.
La deseo consolar y aliviarla de su pena, pero soy insuficiente para
hacerlo. La razón y amor me solicitan, la veneración y mi fragilidad me
detienen. Dadme, Señor, virtud y luz de lo que debo hacer en vuestro agrado
y servicio de vuestra digna Madre.
341. Después de esta oración quedó san
Juan dudoso un rato, sobre si preguntaría a la gran Señora del cielo la
causa de su pena. Por una parte lo deseaba con afecto, por otra no se
atrevía, con el temor santo y el respeto con que la miraba; y aunque
alentado interiormente llegó tres veces a la puerta del oratorio donde
estaba María santísima, le detuvo el encogimiento para no entrar a
preguntarla lo que deseaba. Pero la divina Madre conoció todo lo que san
Juan hacía y lo que pasaba por su interior. Y por el respeto que la
celestial Maestra de la humildad tenía al evangelista como sacerdote y
ministro del Señor, se levantó de la oración y salió a donde estaba y le
dijo: Señor, decidme lo que mandáis a vuestra sierva. Ya he dicho otras
veces (Cf. supra
n.99,102,l06,etc.) que la gran Reina llamaba señores
a los sacerdotes y ministros de su Hijo santísimo. El evangelista se consoló
y animó con este favor, y aunque no sin algún encogimiento respondió: Señora
mía, la razón y el deseo de serviros me ha obligado a reparar en vuestra
tristeza y pensar que tenéis alguna pena, de que deseo veros aliviada.
342. No se alargó san Juan en más
razones, pero la Reina conoció el deseo que tenía de preguntarla por sus
cuidados, y como prontísima obediente quiso responderle a la voluntad, antes
que por palabras se la manifestase, como a quien reconocía por superior y le
tenía por tal. Se volvió María santísima al Señor y dijo: Dios mío e Hijo
mío, en lugar vuestro me dejasteis a vuestro siervo Juan, para que me
acompañase y asistiese, y yo le recibí por mi prelado y superior, a cuyos
deseos y voluntad, conociéndola, deseo obedecer, para que esta humilde
sierva vuestra siempre viva y se gobierne por vuestra obediencia. Dadme
licencia para manifestarle mi cuidado, como él desea saberlo. Sintió luego
el fiat de la divina voluntad. Y puesta de rodillas a los pies de san Juan,
le pidió la bendición y le besó la mano, y pidiéndole licencia para hablar
le dijo: Señor, causa tiene el dolor que aflige mi corazón, porque el
Altísimo me ha manifestado las tribulaciones que han de venir a la Iglesia y
las persecuciones que han de padecer todos sus hijos, y mayores los
apóstoles. Y para disponer en el
mundo y ejecutar esta maldad, he visto que ha salido a él de las cavernas de
lo profundo el dragón infernal con innumerables legiones de espíritus
malignos, todos con implacable indignación y furor, para destruir el cuerpo
de la Iglesia santa. y esta ciudad de Jerusalén se turbará la primera, y más
que otras, y en ella quitarán la vida a uno de los apóstoles y otros serán
presos y afligidos por industria del demonio. Mi corazón se contrista y
aflige de compasión, y de la contradicción que harán los enemigos a la
exaltación del nombre santo del Altísimo y remedio de las almas.
343. Con este aviso se afligió también
el evangelista y se turbó un poco, pero con el esfuerzo de la divina gracia
respondió a la gran Reina, diciendo: Madre y Señora mía, no ignora vuestra
sabiduría que de estos trabajos y tribulaciones sacará el Altísimo grandes
frutos para su Iglesia y sus hijos fieles y que les asistirá en su
tribulación. Aparejados estamos los apóstoles para sacrificar nuestras vidas
por el Señor, que ofreció la suya por todo el linaje humano. Hemos recibido
inmensos beneficios y no es justo que en nosotros sean ociosos y vacíos.
Cuando éramos pequeños en la escuela de nuestro Maestro y Señor, obrábamos
como párvulos, pero después que nos enriqueció con su divino Espíritu y
encendió en nosotros el fuego de su amor, perdimos la cobardía y deseamos
seguir el camino de su cruz, que con su doctrina y ejemplos nos enseñó, y
sabemos que la Iglesia se ha de plantar y conservar con la sangre de sus
ministros e hijos. Rogad,vosotros, Señora mía, por nosotros, que con la
virtud divina y vuestra protección alcanzaremos victoria de nuestros
enemigos y en gloria del Altísimo triunfaremos de todos ellos. Pero si en
esta ciudad de Jerusalén se ha de ejecutar lo fuerte de la persecución,
paréceme, Señora y Madre mía, que no es justo la esperéis en ella, para que
la indignación del infierno, por medio de la malicia humana, no intente
alguna ofensa contra el tabernáculo de Dios.
344. La gran Reina y Señora del cielo,
con el amor y compasión de los apóstoles y todos los otros fieles, se
inclinaba sin temor a quedarse en Jerusalén para hablar, consolar y animar a
todos en la tribulación que les amenazaba. Pero no manifestó al evangelista
este afecto, aunque era tan santo, porque salía de su dictamen y le cedió a
la humildad y obediencia del apóstol, porque le tenía por su prelado y
superior. Y con este rendimiento, sin replicar al evangelista, le dio las
gracias por el esfuerzo con que deseaba padecer y morir por Cristo; y en
cuanto a salir de Jerusalén, le dijo que ordenase y dispusiese aquello que
juzgaba por más conveniente, que a todo obedecería como súbdita, y pediría a
nuestro Señor le gobernase con su divina luz, para que eligiese aquello que
fuese de su mayor agrado y exaltación de su santo nombre. Con esta
resignación de tanto ejemplo para nosotros y reprensión de nuestra
inobediencia, determinó el evangelista que se fuese a la ciudad de Efeso, en
los términos del Asia Menor. Y proponiéndolo a María santísima, la dijo:
Señora y Madre mía, para alejarnos de Jerusalén y tener fuera de aquí
ocasión oportuna para trabajar por la exaltación del nombre del Altísimo, me
parece nos retiremos a la ciudad de Efeso, donde haréis en las almas el
fruto que no espero en Jerusalén. Yo deseara ser uno de los que asisten al
trono de la santísima Trinidad para serviros dignamente en esta jornada,
pero soy un vil gusano de la tierra, mas el Señor será con nosotros y en
todas partes le tenéis propicio, como Dios y como Hijo vuestro.
345. Quedó determinada la partida de
Efeso en acomodando y disponiendo lo que en Jerusalén convenía advertir a
los fieles, y la gran Señora se retiró a su oratorio, donde hizo esta
oración: Altísimo Dios eterno, esta humilde sierva vuestra se postra ante
vuestra real presencia y de lo íntimo de mi alma os suplico me gobernéis y
encaminéis a vuestro mayor agrado y beneplácito; esta jornada quiero hacer
por obediencia de vuestro siervo Juan, cuya voluntad será la vuestra. No es
razón que esta sierva y Madre vuestra, tan obligada de vuestra poderosa
mano, dé un paso que no sea para mayor gloria y exaltación de vuestro santo
nombre. Asistid, Señor mío, a mi deseo y peticiones, para que yo obre lo más
acertado y justo. La respondió el señor luego y la dijo: Esposa y paloma
mía, mi voluntad ha dispuesto la jornada para mi mayor agrado. Obedeced a
Juan y caminad a Efeso, que allí quiero manifestar mi clemencia con algunas
almas por medio de vuestra presencia y asistencia, por el tiempo que fuere
conveniente. Con esta respuesta del Señor quedó María santísima más
consolada e informada de la divina voluntad y pidió a Su Majestad la
bendición y licencia para disponer la jornada cuando el apóstol la
determinase; y llena de fuego de caridad se encendía en el deseo del bien de
las almas de Efeso, de quien el Señor la había dado esperanzas se sacaría
fruto de su gusto y agrado.
346. Viene María santísima de
Jerusalén a Zaragoza en España, por voluntad de su Hijo nuestro Salvador, a
visitar a Santiago, y lo
que sucedió en esta venida y
el año y
día en que se hizo. Todo el
cuidado de nuestra gran Madre y Señora María santísima estaba empleado y
convertido a los aumentos y dilatación de la santa Iglesia, al consuelo de
los apóstoles, discípulos y de los otros fieles, y a defenderlos del
infernal dragón y sus ministros en la persecución y asechanzas que, como se
ha dicho (Cf. supra
n.337), les prevenían estos enemigos. Con su
incomparable caridad, antes de venir a Efeso ni partir de Jerusalén, ordenó
y dispuso muchas cosas, en cuanto le fue posible, por sí y por ministerio de
los santos ángeles, para prevenir todo lo que en su ausencia le pareció
conveniente, porque entonces no tenía noticia del tiempo que duraría esta
jornada y la vuelta a Jerusalén. Y la mayor diligencia que pudo hacer fue su
continua y poderosa oración y peticiones a su Hijo santísimo, para que con
el poder infinito de su brazo defendiese a sus apóstoles y siervos y
quebrantase la soberbia de Lucifer, desvaneciendo las maldades que en su
astucia fabricaba contra la gloria del mismo Señor. Sabía la prudentísima
Madre que de los apóstoles el primero que derramaría su sangre por Cristo
nuestro Señor era Jacobo, y por esta razón, y por lo mucho que la gran Reina
le amaba, como dije arriba
(Cf. supra n.320),
hizo particular oración por él entre todos los apóstoles.
347. Estando la divina Madre en estas
peticiones, un día, que era el cuarto antes de partir a Efeso, sintió en su
castísimo corazón alguna novedad y efectos dulcísimos, como le sucedía otras
veces para algún particular beneficio que se le acercaba. Estas obras se
llaman palabras del Señor en el estilo de la Escritura, y respondiendo a
ellas María santísima, como maestra de la ciencia, dijo: Señor mío, ¿qué me
mandáis hacer y qué queréis de mí? Hablad, Dios mío, que vuestra sierva oye.
Y en repitiendo estas razones vio a su Hijo santísimo que en persona
descendía del cielo a visitarla en un trono de inefable majestad y
acompañado de innumerables ángeles de todos los órdenes y coros celestiales.
Entró Su Majestad con esta grandeza en el oratorio de su beatísima Madre, y
la religiosa y humilde Virgen le adoró con excelente culto y veneración de
lo íntimo de su purísima alma. Luego la habló el Señor y la dijo: Madre mía
amantísima, de quien recibí el ser humano para salvar al mundo, atento estoy
a vuestras peticiones y deseos santos y agradables en mis ojos. Yo defenderé
a mis apóstoles e Iglesia y seré su padre y protector, para que no sea
vencida, ni prevalezcan contra ella las puertas del infierno
(Mt 16,18).
Ya sabéis que para mi gloria es necesario que trabajen con
mi gracia los apóstoles y que al fin me sigan por el camino de la cruz y
muerte que padecí para redimir al linaje humano. Y el primero que me ha de
imitar en esto es Jacobo mi fiel siervo, y quiero que padezca martirio en
esta ciudad de Jerusalén. Y para que él venga a ella y otros fines de mi
gloria y vuestra, es mi voluntad que luego le visitéis en España, donde
predica mi santo nombre. Quiero, Madre mía, que vayáis a Zaragoza, donde
está ahora, y le ordenéis que vuelva a Jerusalén y antes que parta de
aquella ciudad edifique en ella un templo en honra y título de vuestro
nombre, donde seáis venerada e invocada para beneficio de aquel reino y
gloria y beneplácito mío y de nuestra beatísima Trinidad.
348. Admitió la gran Reina del cielo
esta obediencia de su Hijo santísimo con nuevo júbilo de su alma. Y con el
rendimiento digno respondió y dijo: Señor mío y verdadero Dios, hágase
vuestra voluntad santa en vuestra sierva y Madre por toda la eternidad y en
ella os alaben todas las criaturas por las obras admirables de vuestra
piedad inmensa con vuestros siervos. Yo, Señor mío, os magnifico y bendigo
en ellas y os doy humildes gracias en nombre de toda la santa Iglesia y mío.
Dadme licencia, Hijo mío, para que en el templo que mandáis edificar a
vuestro siervo Jacobo pueda yo prometer en vuestro santo nombre la
protección especial de vuestro brazo poderoso, y que aquel lugar sagrado sea
parte de mi herencia para todos los que en él invocaren con devoción vuestro
mismo nombre y el favor de mi intercesión con vuestra clemencia.
349. La respondió Cristo nuestro
Redentor: Madre mía, en quien se complació mi voluntad, yo os doy mi real
palabra que miraré con especial clemencia y llenaré de bendiciones de
dulzura a los que con humildad y devoción vuestra me invocaren y llamaren en
aquel templo por medio de vuestra intercesión. En vuestras manos tengo
depositados y librados todos mis tesoros, y como Madre que tenéis mis veces
y potestad podéis enriquecer y señalar aquel lugar y prometer en él vuestro
favor, que todo lo cumpliré como fuere vuestra agradable voluntad. Agradeció
de nuevo María santísima esta promesa de su Hijo y Dios omnipotente, y
luego, por mandato del mismo Señor, grande número de los ángeles que la
acompañaban formaron un trono real de una nube refulgentísima y la pusieron
en él como a Reina y Señora de todo lo criado. Cristo nuestro Señor con los
demás ángeles se subió a los cielos, dándola su bendición. Y la purísima
Madre, en manos de serafines y acompañada de sus mil ángeles con los demás,
partió a Zaragoza, en España, en alma y cuerpo mortal. Y aunque la jornada
se pudo hacer en brevísimo tiempo, ordenó el Señor que fuese de manera que
los santos ángeles formando coros de dulcísima armonía viniesen cantando a
su Reina loores de júbilo y alegría.
350. Unos cantaban el Ave María, otros
Salve Sancta parens
y Salve Regina,
otros, Regina coeli lastare,
etc. Alternando estos cánticos a coros y
respondiéndose unos a otros con armonía y consonancia tan concertada, cuanto
no alcanza la capacidad humana. Respondía también la gran Señora
oportunamente, refiriendo toda aquella gloria al Autor que se la daba, con
tan humilde corazón, cuanto era grande este favor y beneficio. Repetía
muchas veces: Santo santo, santo Dios de Sabaot, ten misericordia dé los
míseros hijos de Eva. Tuya es la gloria, tuyo es el poder y la majestad, tú
sólo el Santo, el Altísimo y el Señor de todos los ejércitos celestiales y
de lo criado. Y los ángeles respondían también a estos cánticos tan dulces
en los oídos del Señor, y con ellos llegaron a Zaragoza cuando ya se
acercaba la media noche.
351. El felicísimo apóstol Santiago
estaba con sus discípulos fuera de la ciudad, pero arrimado al muro que
correspondía a las márgenes del río Ebro, y para ponerse en oración se había
apartado de ellos algún espacio competente, quedando los discípulos algunos
durmiendo y otros orando como su maestro; y porque todos estaban
desimaginados de la novedad que les venía, se alargó un poco la procesión de
los santos ángeles con la música, de manera que no sólo Santiago lo pudiese
oír de lejos, sino también los discípulos, con que despertaron los que
dormían y todos fueron llenos de suavidad interior y admiración, con
celestial consuelo que los ocupó y casi enmudeció, dejándolos suspensos y
derramando lágrimas de alegría. Reconocieron en el aire grandísima luz, más
que si fuera al mediodía, aunque no se extendía universalmente más que en
algún espacio, como un gran globo. Con esta admiración y nuevo gozo
estuvieron sin menearse hasta que los llamó su Maestro. Con estos
maravillosos efectos que sintieron, ordenó el Señor que estuviesen
prevenidos y atentos a lo que de aquel gran misterio se les manifestase. Los
santos ángeles pusieron el trono de su Reina y Señora a la vista del
apóstol, que estaba en altísima oración y más que los discípulos sentía la
música y percibía la luz. Traían consigo los ángeles prevenida una pequeña
columna de mármol o de jaspe, y de otra materia diferente habían formado una
imagen no grande de la Reina del cielo. Y a esta imagen traían otros ángeles
con gran veneración, y todo se había prevenido aquella noche con la potencia
que estos divinos espíritus obran en las cosas que la tienen.
352. Se le manifestó a Santiago la
Reina del cielo desde la nube y trono donde estaba rodeada de los coros de
los ángeles, todos con admirable hermosura y refulgencia, aunque la gran
Señora los excedía en todo a todos. El dichoso apóstol se postró en tierra y
con profunda reverencia adoró a la Madre de su Criador y Redentor y vio
juntamente la Imagen y columna o pilar en mano de algunos ángeles. La
piadosa Reina le dio la bendición en nombre de su Hijo santísimo y le dijo:
Jacobo, siervo del Altísimo, bendito seáis en su diestra; él os salve y
manifieste la alegría de su divino rostro. Y todos los ángeles respondieron:
Amén. Prosiguió la Reina del cielo y dijo: Hijo mío Jacobo, este lugar ha
señalado y destinado el altísimo y todopoderoso Dios del cielo, para que en
la tierra le consagréis y dediquéis en un templo y casa de oración, de donde
debajo del título de mi nombre quiere que el suyo sea ensalzado y
engrandecido y que los tesoros de su divina diestra se comuniquen,
franqueando liberalmente sus antiguas misericordias con todos los fieles y
que por mi intercesión las alcancen, si las pidieren con verdadera fe y
piadosa devoción. Yo en nombre del Todopoderoso les prometo grandes favores
y bendiciones de dulzura y mi verdadera protección y amparo, porque éste ha
de ser templo y casa mía y mi propia herencia y posesión. Y en testimonio de
esta verdad y promesa quedará aquí esta columna y colocada mi propia imagen,
que en este lugar donde edificaréis mi templo perseverará y durará con la
santa fe hasta el fin del mundo. Daréis luego principio a esta casa del
Señor, y habiéndole hecho este servicio partiréis a Jerusalén, donde mi Hijo
santísimo quiere que le ofrezcáis el sacrificio de vuestra vida en el mismo
lugar en que dio la suya para la redención humana.
353. Dio fin la gran Reina a su
razonamiento, mandando a los ángeles que colocasen la columna y sobre ella
la santa Imagen en el mismo lugar y puesto que hoy están, y así lo
ejecutaron en un momento. Luego que se erigió la columna y se asentó en ella
la sagrada Imagen, los mismos ángeles, y también el santo apóstol,
reconocieron aquel lugar y título por casa de Dios, puerta del cielo y
tierra santa y consagrada en templo para gloria del Altísimo e invocación de
su beatísima Madre. Y en fe de esto dieron culto, adoración y reverencia a
la divinidad, y Santiago se postró en tierra, y los ángeles con nuevos
cánticos celebraron los primeros con el mismo apóstol la nueva y primera
dedicación de templo que se instituyó en el orbe después de la redención
humana y en nombre de la gran Señora del cielo y tierra. Este fue el origen
felicísimo del santuario de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza, que con
justa razón se llama cámara angelical, casa propia de Dios y de su Madre
purísima, y digna de la veneración de todo el orbe y fiador seguro y abonado
de los beneficios y favores del cielo, que no desmerecieron nuestros
pecados. Me parece a mí que nuestro gran patrón y apóstol el segundo Jacobo
dio principio más glorioso a este templo que el primer Jacobo al suyo de
Betel, cuando caminaba peregrino a Mesopotamia, aunque aquel título y piedra
que levantó (Gen 28,18)
fuese lugar del futuro templo de Salomón. Allí vio en
sueños Jacob la escala mística en figura y sombra con los ángeles, pero aquí
vio nuestro Jacobo la escala verdadera del cielo con los ojos corporales, y
más ángeles que en aquélla. Allí se levantó la piedra en título para el
templo que muchas veces se había de destruir y en algunos siglos tendría
fin, pero aquí, en la firmeza de esta verdadera columna consagrada, se
aseguró el templo, la fe y culto del Altísimo hasta que se acabe el mundo,
subiendo y bajando ángeles a las alturas con las oraciones de los fieles y
con incomparables beneficios y favores que distribuye nuestra gran Reina y
Señora a los que en aquel lugar con devoción la invocan y con veneración la
honran.
354. Dio humildes gracias nuestro
apóstol a María santísima y la pidió el amparo de este reino de España con
especial protección, y mucho mis de aquel lugar consagrado a su devoción y
nombre. Y todo se lo ofreció la divina Madre, y dándole de nuevo su
bendición, la volvieron los ángeles a Jerusalén con el mismo orden que la
habían traído. Pero antes, a petición suya, ordenó el Altísimo que para
guardar aquel santuario y defenderle quedase en él un ángel santo encargado
de su custodia, y desde aquel día hasta ahora persevera en este ministerio y
le continuará cuanto allí durare y permaneciere la Imagen sagrada y la
columna. De aquí ha resultado la maravilla que todos los fieles y católicos
reconocen de haberse conservado aquel santuario ileso y tan intacto por mil
seiscientos y más años entre la perfidia de los judíos, la idolatría de los
romanos, la herejía de los arrianos y la bárbara furia de los moros y
paganos; y fuera mayor la admiración de los cristianos, si en particular
tuvieran noticia de los arbitrios y medios que todo el infierno ha fabricado
en diversos tiempos para destruir este santuario por mano de todos estos
infieles y naciones. No me detengo en referir estos sucesos, porque no es
necesario y tampoco pertenecen a mi intento. Basta decir que por todos estos
enemigos de Dios lo ha intentado Lucifer muchas veces, y todas lo ha
defendido el ángel santo que guarda aquel sagrario.
355. Pero advierto dos cosas que se me
han manifestado para que aquí las escriba. La una, que las promesas aquí
referidas, así de Cristo nuestro Salvador como de su Madre santísima, para
conservar aquel templo y lugar suyo, aunque parecen absolutas, tienen
implícita o encerrada la condición, como sucede en otras muchas promesas de
la Escritura sagrada, que tocan a particulares beneficios de la divina
gracia. Y la condición es, que de nuestra parte obremos de manera que no
desobliguemos a Dios para que nos prive del favor y misericordia que nos
promete y ofrece. Y porque Su Majestad en el secreto de su justicia reserva
el peso de estos pecados con que le podemos desobligar, por eso no expresa
ni declara esta condición; y porque también estamos avisados en su santa
Iglesia, que sus promesas y favores no son para que usemos de ellos contra
el mismo Señor, ni pequemos en confianza de su liberal misericordia, pues
ninguna ofensa tanto como ésta nos hace indignos de ella. Y tales y tantos
pueden ser los pecados de estos reinos y de aquella piadosa ciudad de
Zaragoza, que lleguemos a poner de nuestra parte la condición y número por
donde merezcamos ser privados de aquel admirable beneficio y amparo de la
gran Reina y Señora de los ángeles.
356. La segunda advertencia no menos
digna de consideración es, que Lucifer y sus demonios, como conocen estas
verdades y promesas del Señor, ha pretendido y pretende siempre la malicia
de estos dragones infernales introducir mayores vicios y pecados en aquella
ilustre ciudad y en sus moradores con más eficacia y astucia que en otras, y
en especial de los que más pueden desobligar y ofender a la pureza de María
santísima. El intento de esta serpiente antigua mira a dos cosas execrables:
la una que, si puede ser, desobliguen los fieles a Dios para que les
conserve allí aquel sagrado y por este camino consiga Lucifer lo que por
otros no ha podido; la otra, que si no puede alcanzar esto, por lo menos
impida en las almas la veneración y piedad de aquel templo sagrado y los
grandes beneficios que tiene prometidos en él María santísima a los que
dignamente los pidieren. Conoce bien Lucifer y sus demonios que los vecinos
y moradores de Zaragoza están obligados a la Reina de los cielos con más
estrecha deuda que muchas otras ciudades y provincias de la cristiandad,
porque tienen dentro de sus muros la oficina y fuente de los favores y
beneficios que otros van a buscar a ella. Y si con la posesión de tanto bien
fuesen peores, y despreciasen la dignación y clemencia que nadie les pudo
merecer, esta ingratitud a Dios y a su Madre santísima merecería mayor
indignación y más grave castigo de la Justicia divina. Confieso con alegría
a todos los que leyeren esta Historia, que por escribirla a solas dos
jornadas de Zaragoza tengo por muy dichosa esta vecindad y miro aquel
santuario con gran cariño de mi alma, por la deuda que todos conocerán tengo
a la gran Señora del mundo. Me reconozco también obligada y agradecida a la
piedad de aquella ciudad, y en retorno de todo esto quisiera con voces vivas
renovar en sus moradores la cordial e íntima devoción que deben a María
santísima y los favores que con ella pueden alcanzar y con el olvido y poca
atención desmerecer. Considérense, pues, más beneficiados y obligados que
otros fieles. Estimen su tesoro, gócenle felizmente y no hagan del
propiciatorio de Dios casa inútil y común, convirtiéndola en tribunal de
justicia, pues la puso María santísima para taller o tribunal de
misericordias.
357. Pasada la visión de María
santísima, llamó Santiago a sus discípulos, que de la música y resplandor
estaban absortos, aunque ni oyeron ni vieron otra cosa. Y el gran maestro
les dio noticia de lo que convenía, para que le ayudasen en la edificación
del sagrado templo, en que puso mano y diligencia; y antes de partir de
Zaragoza acabó la pequeña capilla donde está la santa Imagen y columna, con
favor y asistencia de los ángeles. Y después con el tiempo los católicos
edificaron el suntuoso templo y lo demás que adorna y acompaña aquel tan
celebrado santuario. El evangelista san Juan no tuvo por entonces noticia de
esta venida de la divina Madre a España, ni ella se lo manifestó, porque
estos favores y excelencias no pertenecían a la fe universal de la Iglesia y
por esto las guardaba en su pecho; aunque declaró otras mayores a san Juan y
a los otros evangelistas, porque eran necesarias para la común instrucción y
fe de los fieles. Pero cuando Santiago volvió de España por Efeso, entonces
dio cuenta a su hermano Juan de lo que había sucedido en la peregrinación y
predicación de España, y le declaró las dos veces que en ella había sido
favorecido con las visiones de la beatísima Madre y de lo que en esta
segunda le había sucedido en Zaragoza, del templo que dejaba edificado en
esta ciudad. Y por relación del evangelista tuvieron noticia de este milagro
muchos de los apóstoles y discípulos a quien se lo refirió él mismo después
en Jerusalén para confirmarlos en la fe y devoción de la Señora del cielo, y
en la confianza de su amparo. Y fue así, porque desde entonces los que
conocieron este favor de Jacobo la llamaban y la invocaban en sus trabajos y
necesidades, y la piadosa Madre socorrió a muchos, y a todos en diferentes
ocasiones y peligros.
358. Sucedió este milagroso
aparecimiento de María santísima en Zaragoza, entrando el año del nacimiento
de su Hijo nuestro Salvador de cuarenta, la segunda noche de dos de enero. Y
desde la salida de Jerusalén a la predicación habían pasado cuatro años,
cuatro meses y diez días, porque salió el santo apóstol año de treinta y
cinco, como arriba dije
(Cf. supra n.319),
a veinte de agosto; y después del aparecimiento gastó en
edificar el templo, en volver a Jerusalén y predicar, un año, dos meses y
veinte y tres días; murió a los veinte y cinco de marzo del año cuarenta y
uno. La gran Reina de los ángeles, cuando se le apareció en Zaragoza, tenía
de edad cincuenta y cuatro años, tres meses y veinte y cuatro días; y luego
que volvió a Jerusalén partió a Efeso, como diré en el libro y capítulo
siguiente; al cuarto día se partió. De manera que se le dedicó este templo
muchos años antes de su glorioso tránsito, como se entenderá cuando al fin
de esta Historia (Cf.
infra n.742) de la gran Señora declare su edad y el
año en que murió, que desde este aparecimiento pasaron más de los que de
ordinario se dice. Y en todos estos años ya en España era venerada con culto
público y tenía templos, porque a imitación de Zaragoza se le edificaron
luego otros, donde se le levantaron aras con solemne veneración.
359. Esta excelencia y maravilla es la
que sin contradicción engrandece a España sobre cuanto de ella se puede
predicar, pues ganó la palma a todas las naciones y reinos del orbe en la
veneración, culto y devoción pública de la gran Reina y Señora del cielo
María santísima, y viviendo en carne mortal se señaló con ella en adorarla e
invocarla más que otras naciones lo han hecho después que murió y subió a
los cielos para no volver al mundo. En retorno de esta antigua y general
piedad y devoción de España con María santísima, tengo entendido que la
piadosa Madre ha enriquecido tanto a estos reinos en lo público, con tantas
imágenes suyas aparecidas y santuarios como hay en ellos, dedicados a su
santo nombre, más que en otros reinos del mundo. Con estos singularísimos
favores ha querido la divina Madre hacerse más familiar en este reino,
ofreciéndole su amparo con tantos templos y santuarios como tiene,
saliéndonos al encuentro en todas partes y provincias, para que la
reconozcamos por nuestra Madre y Patrona, y también para que entendamos fía
de esta nación la defensa de su honor y la dilatación de su gloria por todo
el orbe.
360. Ruego yo y humildemente suplico a
todos los naturales y moradores de España y en el nombre de esta Señora les
amonesto despierten la memoria y aviven la fe, renueven y resuciten la
devoción antigua de María santísima y se reconozcan por más rendidos y
obligados a su servicio que otras naciones; y singularmente tengan en suma
veneración el santuario de Zaragoza, como de mayor dignidad y excelencia
sobre todos y como original de la piedad y veneración que España reconoce a
esta Reina. Y crean todos los que leyeren esta Historia, que las antiguas
dichas y grandezas de esta monarquía las recibió por María santísima y por
los servicios que le hicieron en ella, y si hoy las reconocemos tan
arruinadas y casi perdidas, lo ha merecido así nuestro descuido, con que
obligamos al desamparo que sentimos. Y si deseamos el remedio de tantas
calamidades, sólo podemos alcanzarle por mano de esta poderosa Reina,
obligándola con nuevos y singulares servicios y demostraciones.
Y pues el admirable beneficio de
la fe católica y los que he referido nos vinieron por medio de nuestro gran
patrón y apóstol Santiago, renuévese también su devoción e invocación, para
que por su intercesión el Todopoderoso renueve sus maravillas.
Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.
361. Hija mía, advertida estás que no
sin misterio en el discurso de esta Historia te he manifestado tantas veces
los secretos del infierno contra los hombres, los consejos y traiciones que
fabrica para perderlos, la furiosa indignación y desvelo con que lo procura,
sin perder punto, lugar ni ocasión y sin dejar piedra que no mueva, ni
camino, estado o persona a quien no ponga muchos lazos en que caiga y, más
peligrosos y más engañosos por más ocultos, los derrama contra los que
cuidadosos desean la vida eterna y la amistad de Dios. Y sobre estos
generales avisos se te han manifestado muchas veces los conciliábulos y
prevenciones que contra ti confieren y disponen. A todos los hijos de la
Iglesia les importa salir de la ignorancia en que viven de tan inevitables
peligros de su eterna perdición, sin conocer ni advertir que fue castigo del
primer pecado perder la luz de estos secretos y después, cuando podían
merecerla, se hacen incapaces y más indignos por los pecados propios. Con
esto, viven muchos de los mismos fieles tan olvidados y descuidados como si
no hubiera demonios que los persiguieran y engañaran, y si tal vez lo
advierten es muy superficialmente y de paso y luego se vuelven a su olvido,
que pesa en muchos no menos que las penas eternas. Si en todos tiempos y
lugares, en todas obras y ocasiones, les pone asechanzas el demonio, justo y
debido era que ningún cristiano diera un solo paso sin pedir el favor
divino, para conocer el peligro y no caer en él. Pero como es tan torpe el
olvido que de esto tienen los hijos de Adán, apenas hacen obra que no sean
lastimados y heridos de la serpiente infernal y del veneno que derrama por
su boca, con que acumulan culpas a culpas, males a males, que irritan la
justicia divina y desmerecen la misericordia.
362. Entre estos peligros te amonesto,
hija mía, que como has conocido contra ti mayor indignación y desvelo del
infierno, le tengas tú con la divina gracia tan grande y continuo, como te
conviene para vencer a este astuto enemigo. Atiende a lo que yo hice cuando
conocí el intento de Lucifer para perseguirme a mí y a la santa Iglesia:
multipliqué las peticiones, lágrimas, suspiros y oraciones; y porque los
demonios se querían valer de Herodes y de los judíos de Jerusalén, aunque yo
pudiera estar con menor temor en la ciudad y me inclinaba a esto, la
desamparé para dar ejemplo de cautela y de obediencia: de lo uno alejándome
del peligro y de lo otro gobernándome por la voluntad y obediencia de san
Juan. Tú no eres fuerte y tienes mayor peligro por las criaturas y a más de
esto eres mi discípula, tienes mis obras y vida por ejemplar para la tuya; y
así quiero que en reconociendo el peligro te alejes de él, si fuere
necesario, cortes por lo más sensible y siempre te arrimes a la obediencia
de quien te gobierna como a norte seguro y columna fuerte para no caer.
Advierte mucho si debajo de piedad aparente te esconde el enemigo algún
lazo; guárdate no padezcas tú por granjear a otros. Ni te fíes de tu
dictamen, aunque te parezca bueno y seguro; no dificultes obedecer en cosa
alguna, pues yo por la obediencia salí a peregrinar con muchos trabajos y
descomodidades.
363. Renueva también los afectos y
deseos de seguir mis pasos y de imitarme con perfección, para proseguir lo
que resta de mi vida y escribirlo en tu corazón. Corre por el camino de la
humildad y obediencia tras el olor de mi vida y virtudes, que si me
obedecieres, como de ti quiero y tantas veces te repito y exhorto, yo te
asistiré como a hija en tus necesidades y tribulaciones y mi Hijo santísimo
cumplirá en ti su voluntad como lo desea, antes que acabes esta obra, y se
ejecutarán las promesas que muchas veces nos has oído, y serás bendita de su
poderosa diestra. Magnifica y engrandece al Altísimo por el favor que hizo a
mi siervo Jacobo en Zaragoza y por el templo que allí me edificó antes de mi
tránsito y todo lo que de esta maravilla te he manifestado, y porque aquel
templo fue el primero de la ley evangélica y de sumo agrado para la
beatísima Trinidad.
LIBRO VIII
De Nuevo a Tapa
CONTIENE LA JORNADA DE MARÍA SANTÍSIMA CON SAN JUAN A ÉFESO;
EL GLORIOSO MARTIRIO DE SANTIAGO; LA MUERTE Y CASTIGO DE HERODES; LA
DESTRUCCIÓN DEL TEMPLO DE DIANA; LA VUELTA DE MARíA SANTÍSIMA DE ÉFESO A
JERUSALÉN; LA INSTRUCCIÓN QUE DIO A LOS EVANGELISTAS; EL ALTÍSIMO ESTADO QUE
TUVO SU ALMA PURÍSIMA ANTES DE MORIR; SU FELICÍSIMO TRÁNSITO, SUBIDA A LOS
CIELOS Y CORONACIÓN.
CAPITULO 1
Parte de Jerusalén María santísima con san Juan para Efeso,
viene san Pablo de Damasco a Jerusalén, vuelve a ella Santiago, visita en
Efeso a la gran Reina; se declaran los secretos que en estos viajes
sucedieron a todos.
365. Volvió María santísima a Jerusalén
en manos de serafines desde Zaragoza, dejando mejorada y enriquecida aquella
ciudad y reino de España con su presencia, con su protección y promesas, y
con el templo que para título y monumento de su sagrado nombre le dejaba
edificando Santiago, con asistencia y favor de los santos ángeles. Al punto
que la gran Señora del cielo y Reina de los ángeles descendió de la nube o
trono en que la traían y pisó el suelo del cenáculo, se postró en él,
pegándose con el polvo, para alabar al Muy Alto por los favores y beneficios
que con ella, con Santiago y aquellos reinos había obrado su poderosa
diestra en aquella milagrosa jornada. Y considerando con su inefable
humildad, que en carne mortal se le edificaba templo a su nombre e
invocación, de tal manera se aniquiló y deshizo en su estimación en la
divina presencia, como si totalmente se le olvidara que era Madre de Dios
verdadera, criatura impecable y superior en santidad sobre todos los
supremos serafines excediéndoles sin medida. Tanto se humilló y agradeció
estos beneficios, como si fuera un gusanillo y la menor y más pecadora de
las criaturas, e hizo juicio que debía levantarse sobre sí misma con esta
deuda a nuevos grados de santidad más alta y remontada. Así lo propuso y
cumplió llegando su sabiduría y humildad hasta donde no alcanza nuestra
capacidad.
366. En estos ejercicios gastó lo más
de los cuatro días después que volvió a Jerusalén, y también en pedir con
gran fervor por la defensa y aumento de la santa Iglesia. En el ínterin el
evangelista san Juan prevenía la jornada y la embarcación para Efeso, y al
cuarto día, que era el quinto de enero del año de cuarenta, la dio aviso san
Juan cómo era tiempo de partir, porque había embarcación y estaba todo
dispuesto para caminar. La gran Maestra de la obediencia sin réplica ni
dilación se puso de rodillas y pidió licencia al Señor para salir del
cenáculo y de Jerusalén, y luego se fue a despedirse del dueño de la casa y
de sus moradores. Bien se deja entender el dolor que a todos tocaría de esta
despedida, porque de la conversación dulcísima de la Madre de la gracia y de
los favores y bienes que recibían de su liberal mano estaban todos cautivos,
presos y rendidos a su amor y veneración, y en un punto quedaban sin
consuelo y sin el tesoro riquísimo del cielo donde hallaban tantos bienes.
Se ofrecieron todos a seguirla y a acompañarla, pero, como esto no era
conveniente, la pidieron con muchas lágrimas acelerase la vuelta y no
desamparase del todo aquella casa, de que tenía larga posesión. Agradeció la
divina Madre estos ofrecimientos piadosos y caritativos con agradables y
humildes demostraciones, y con la esperanza de su vuelta les templó algo su
dolor.
367. Pidió luego licencia a san Juan
para visitar los Lugares Santos de nuestra Redención y venerar en ellos con
culto y adoración al Señor que los consagró con su presencia y preciosa
sangre, y en compañía del mismo apóstol hizo estas sagradas estaciones con
increíble devoción, lágrimas y reverencia; y san Juan, con suma consolación
que recibió de acompañarla, ejercitó actos heroicos de las virtudes. Vio en
los Lugares Santos la beatísima Madre a los santos ángeles que en cada uno
estaban para su guarda y defensa, y de nuevo les encargó que resistiesen a
Lucifer y sus demonios para que no destruyesen ni profanasen con
irreverencia aquellos lugares sagrados, como lo deseaban y lo intentarían
por mano de los judíos incrédulos. Y para esta defensa advirtió a los santos
espíritus que desvaneciesen con santas inspiraciones los malos pensamientos
y sugestiones diabólicas con que el dragón infernal procuraba inducir a los
judíos y demás mortales para borrar la memoria de Cristo nuestro Señor en
aquellos Santos Lugares. Y para todos los siglos futuros les encargó este
cuidado, porque la ira de los malignos espíritus duraría para siempre contra
los lugares y obras de la redención. Obedecieron los santos ángeles a su
Reina y Señora en todo lo que les ordenó.
368. Hecha esta diligencia pidió la
bendición a san Juan, puesta de rodillas, para caminar, como lo hacía con su
Hijo santísimo (Cf.
supra p.II n.698), porque siempre ejercitó con el
amado discípulo que le dejó en su lugar las dos virtudes grandiosas de
obediencia y humildad. Muchos fieles de los que había en Jerusalén la
ofrecieron dinero, joyas y carrozas para el camino hasta el mar y para todo
el viaje lo necesario. Pero la prudentísima Señora con humildad y estimación
satisfizo a todos sin admitir cosa alguna, y para las jornadas hasta el mar
le sirvió un humilde jumentillo en que hizo el camino, como Reina de las
virtudes y de los pobres. Se acordaba de las jornadas y peregrinaciones que
antes había hecho con su Hijo santísimo y con su esposo José; y esta
memoria, y el amor divino que la obligaba de nuevo a peregrinar, despertaban
en su columbino corazón tiernos y devotos afectos; y para ser en todo
perfectísima, hizo nuevos afectos de resignación en la voluntad divina, de
carecer, por su gloria y exaltación de su nombre, de la compañía de Hijo y
Esposo en aquella jornada, que en otras había tenido y gozado de tan gran
consuelo, y de dejar la quietud del cenáculo, los Lugares Santos y la
compañía de muchos y fieles devotos; y alabó al Altísimo porque le daba al
discípulo amado para que la acompañase en estas ausencias.
369. Y para mayor alivio y consuelo en
la jornada de la gran Reina, se le manifestaron al salir del cenáculo todos
sus ángeles en forma corpórea y visible, que la rodearon y cogieron en
medio. Y con la escolta de este celestial escuadrón y la compañía humana de
solo san Juan, caminó hasta el puerto donde estaba el navío que navegaba a
Efeso. Y gastó todo este camino en repetidos y dulces coloquios y cánticos
con los espíritus soberanos en alabanza del Altísimo, y alguna vez con san
Juan, que cuidadoso y oficioso la servía con admirable reverencia en todo lo
que se ofrecía y el dichosísimo apóstol conocía que era menester. Esta
solicitud de san Juan agradecía María santísima con increíble humildad,
porque las dos virtudes, de gratitud y humildad, hacían en la Reina muy
grandes los beneficios que recibía y, aunque se le debían por tantos títulos
de obligación y justicia, los reconocía como si fueran favores y muy de
gracia.
370. Llegaron al puerto y luego se
embarcaron en una nave como otros pasajeros. Entró la gran Reina del mundo
en el mar, la primera vez que había llegado a él por este modo. Penetró y
vio con suma claridad y comprensión todo aquel vastísimo piélago del mar
Mediterráneo y la comunicación que tiene con el Océano. Vio su profundidad y
altura, su longitud y latitud, las cavernas que tiene y oculta disposición,
sus arenas y mineros, flujos y reflujos, sus animales, ballenas, variedad de
peces grandes y pequeños, y cuanto en aquella portentosa criatura estaba
encerrado. Conoció también cuántas personas en ella se habían anegado y
perecido navegando, y se acordó de la verdad que dijo el Eclesiástico
(Eclo 43,26),
de que cuentan los peligros del mar aquellos que le navegan,
y lo de David (Sal
92,4), que son admirables las elaciones y soberbia de
sus hinchadas olas. Y pudo conocer la divina Madre todo esto, así por
especial dispensación de su Hijo santísimo, como también porque gozaba en
grado muy supremo de los privilegios y gracias de la naturaleza angélica y
de otra singular participación de los divinos atributos, a imitación y
similitud y semejanza de la humanidad santísima de Cristo nuestro Salvador.
Y con estos dones y privilegios, no sólo conocía todas las cosas como ellas
son en sí mismas y sin engaño, pero la esfera de su conocimiento era mucho
más dilatada para penetrar y comprender más que los ángeles.
371. Y cuando a las potencias y
sabiduría de la gran Reina se le propuso aquel dilatado mapa en que
reverberaban como en espejo clarísimo la grandeza y omnipotencia del
Criador, levantó su espíritu con vuelo ardentísimo hasta llegar al ser de
Dios, que tanto resplandece en sus admirables criaturas, y en todas y por
todas le dio alabanza, gloria y magnificencia. Y compadeciéndose como
piadosa Madre de todos los que se entregan a la indómita fuerza del mar,
para navegarle con tanto riesgo de sus vidas, hizo por ellos fervorosísima
oración y pidió al Todopoderoso defendiese en aquellos peligros a todos los
que en ellos invocasen su intercesión y nombre, pidiendo devotamente su
amparo. Concedió luego el Señor esta petición y la dio su palabra de
favorecer en los peligros del mar a los que llevasen alguna imagen suya y
con afecto llamasen en las tormentas a la estrella del mar María santísima.
De esta promesa se entenderá que si los católicos y fieles tienen malos
sucesos y perecen en las navegaciones, la causa es porque ignoran este favor
de la Reina de los ángeles, o porque merecen por sus pecados no acordarse de
ella en las tormentas que allí padecen y no la llaman y piden su favor con
verdadera fe y devoción; pues ni la palabra del Señor puede faltar
(Mt 24,35),
ni la gran Madre se negaría a los necesitados y afligidos en
el mar.
372. Sucedió también otra maravilla, y
fue que, cuando María santísima vio el mar y sus peces y los demás animales
marítimos, les dio a todos su bendición y les mandó que en el modo que les
pertenecía reconociesen y alabasen a su Criador. Fue cosa admirable que,
obedeciendo todos los pescados del mar a esta palabra de su Señora y Reina,
acudieron con increíble velocidad a ponerse delante el navío, sin faltar de
ningún género de estos animales de quien no fuese innumerable multitud. Y
rodeando todos la nave descubrían las cabezas fuera del agua y con
movimientos y meneos extraordinarios y agradables estuvieron grande rato
como reconociendo a la Reina y Señora de las criaturas, dándole la
obediencia y festejándola y como agradeciéndole que se dignase de haber
entrado en el elemento y morada en que ellos vivían. Esta nueva maravilla
extrañaron todos los que iban en el navío, como nunca vista. Y porque
aquella multitud de peces grandes y pequeños, tan juntos y apiñados impedían
algo a la nave para caminar, les motivó más a atender y discurrir, pero no
conocieron la causa de la novedad; sólo san Juan la entendió y en mucho rato
no pudo contener las lágrimas de alegría devota.
y pasando algún espacio, pidió a
la divina Madre que diese su bendición y licencia a los peces para que se
fuesen, pues tan prontamente la habían obedecido cuando los convidó a alabar
al Altísimo. Lo hizo así la dulcísima Madre, y luego se desapareció aquel
ejército de pescados, y el mar quedó en leche y muy tranquilo, sereno y
lindo, con que prosiguieron el viaje y en pocos días llegaron a desembarcar
en Efeso.
373. Salieron a tierra, y en ella y en
el mar hizo grandes maravillas la gran Reina, curando enfermos y
endemoniados, que llegando a su presencia quedaban libres sin dilación. Y no
me detengo a escribir todos estos milagros, porque sería menester muchos
libros y más tiempo si hubiera de referir todos los que María santísima iba
obrando y los favores del cielo que derramaba en todas partes como
instrumento y despensera de la omnipotencia del Altísimo. Sólo escribo los
que son necesarios para la Historia y los que bastan para manifestar algo de
lo que no se sabía de las obras y maravillas de nuestra Reina y Señora. En
Efeso vivían algunos fieles que desde Jerusalén y Palestina habían venido.
Eran pocos; pero en sabiendo la llegada de la Madre de Cristo nuestro
Salvador, fueron a visitarla y a ofrecerla sus posadas y haciendas para su
servicio. Pero la gran Reina de las virtudes, que ni buscaba ostentación ni
comodidades temporales, eligió para su morada la casa de unas mujeres
recogidas, retiradas y no ricas, que vivían solas sin compañía de varones.
Ellas se la ofrecieron por disposición del Señor con caridad y benevolencia,
y reconociendo su habitación, interviniendo en todo los ángeles, señalaron
un aposento muy retirado para la Reina y otro para san Juan. Y en esta
posada vivieron mientras estuvieron en aquella ciudad de Efeso.
374. Agradeció María santísima este
beneficio a las vecinas y dueñas de la casa, y luego se retiró sola a su
aposento, y postrada en tierra como acostumbraba para hacer oración adoró al
ser inmutable del Altísimo, y ofreciéndose en sacrificio para servirle en
aquella ciudad dijo estas palabras: Señor y Dios omnipotente, con la
inmensidad de vuestra divinidad y grandeza llenáis todos los cielos y la
tierra. Yo, vuestra humilde sierva, deseo hacer en todo vuestra voluntad
perfectamente en toda ocasión, lugar y tiempo, en que vuestra providencia
divina me pusiere; porque vos sois todo mi bien, mi ser y vida, a vos sólo
se encaminan mis deseos y los afectos de mi voluntad. Gobernad, altísimo
Señor, todos mis pensamientos, palabras y obras, para que todas sean de
vuestro agrado y beneplácito. Conoció la prudentísima Madre que aceptó el
Señor esta petición y ofrenda y que respondía a sus deseos con virtud divina
que la asistiría y gobernaría siempre.
375. Continuó la oración, pidiendo por
la Iglesia santa, y disponiendo lo que deseaba hacer y ayudar desde allí a
los fieles. Llamó a los santos ángeles y despachó algunos para que
socorriesen a los apóstoles y discípulos, que conoció estaban más afligidos
con las persecuciones que por medio de los infieles movía contra ellos el
demonio. En aquellos días san Pablo salió huyendo de Damasco por la
persecución que allí le hacían los judíos, como él lo refiere en la segunda
a los Corintios, cuando le descolgaron por el muro de la ciudad
(2 Cor 11,33).
Y para que defendiesen al Apóstol de estos peligros y de los
que prevenía Lucifer contra él en la jornada que hacía a Jerusalén, envió la
gran Reina ángeles que le asistieron y guardaron, porque la indignación del
infierno estaba contra san Pablo más irritada y furiosa que contra los otros
apóstoles. Esta jornada es la que el mismo apóstol refiere en la epístola
ad Galatas
(Gal 1,18),
que hizo después de tres años, subiendo a Jerusalén para
visitar a san Pedro. Y estos tres años dichos no se han de contar después de
la conversión de san Pablo, sino después que volvió de Arabia a Damasco. Y
aunque esto se colige del texto de san Pablo, porque en acabando de decir
que volvió de Arabia a Damasco añade luego que después de tres años subió a
Jerusalén, y si estos tres años se contasen de antes que fuera a Arabia
quedaba el texto muy confuso.
376. Pero con mayor claridad se prueba
esto, del cómputo que arriba se ha hecho
(Cf. supra n.198)
desde la muerte de san Esteban y de esta jornada de María
santísima a Efeso. Porque san Esteban murió cumplido el año de treinta y
cuatro de Cristo, como dije en su lugar, contando los años desde el mismo
día del nacimiento; y contándolos del día de la circuncisión, como ahora los
computa la santa Iglesia, murió san Esteban los siete días antes de
cumplirse el año de treinta y cuatro, que restaban hasta primero de enero.
La conversión de san Pablo fue el año de treinta y seis, a los veinte y
cinco de enero. y si tres
años después viniera a Jerusalén, hallara allí a María santísima y a san
Juan, y él mismo dice
(Gal 1,19) que no vio en Jerusalén a ninguno de los
apóstoles más que a san Pedro y Santiago el Menor, que se llamaba Alteo; y
si estuvieran en Jerusalén la Reina y san Juan, no dejara san Pablo de
verlos, y también nombrara a san Juan a lo menos, pero asegura que no le
vio. Y la causa fue que san Pablo vino a Jerusalén el año de cuarenta,
cumplidos cuatro de su conversión, y poco más de un mes después que María
santísima partió a Efeso, entrando ya el quinto año de la conversión del
Apóstol, cuando los otros apóstoles, fuera de los dos que vio, estaban ya
fuera de Jerusalén, cada uno en su provincia, predicando el evangelio de
Jesucristo.
377. Y conforme a esta cuenta, san
Pablo gastó el primer año de su conversión, o la mayor parte de él, en la
jornada y predicación de la Arabia, y los tres siguientes en Damasco. Y por
esto el evangelista san Lucas en el capítulo 9 de los Hechos apostólicos
(Act 9,23),
aunque no cuenta la jornada de san Pablo a Arabia, pero dice
que después de muchos días de su conversión trataron los judíos de Damasco
cómo le quitarían la vida, entendiendo por estos muchos días los cuatro años
que habían pasado. Y luego añade
(Act 9,24-25)
que, conocidas las asechanzas de los judíos, le descolgaron
los discípulos una noche por el muro de la ciudad y vino a Jerusalén. Y
aunque los dos apóstoles que allí estaban y otros nuevos discípulos sabían
ya su milagrosa conversión, con todo eso les duraba siempre el temor y
recelo de su perseverancia, por haber sido tan declarado enemigo de Cristo
nuestro Salvador. Y con este recelo se recataban de san Pablo al principio,
hasta que san Bernabé le habló y le llevó a la presencia de san Pedro y
Santiago y otros discípulos. Allí se postró Pablo a los pies del Vicario de
Cristo nuestro Salvador, y se los besó, pidiéndole con copiosas lágrimas le
perdonase como a quien estaba reconocido de sus errores y pecados, que le
admitiese en el número de sus súbditos y seguidores de su Maestro, cuyo
santo nombre y fe deseaba predicar hasta derramar sangre.
378. De este miedo y recelo que
tuvieron san Pedro y Santiago Alfeo de la perseverancia de san Pablo se
colige también que cuando vino a Jerusalén no estaba en ella María santísima
ni san Juan; porque si se hallaran en la ciudad, primero se presentara a
ella que a otro alguno, con que les quitara el temor; y también ellos se
informaran de la divina Madre más inmediatamente para saber si podían fiarse
de san Pablo, y todo lo previniera la prudentísima Señora, pues era tan
oficiosa y atenta al consuelo y acierto de los apóstoles y más de san Pedro.
Pero como la gran Señora estaba ya en Efeso, no tuvieron quien los asegurase
de la constancia y gracia de san Pablo, hasta que san Pedro la experimentó
viéndole rendido a sus pies. Y
entonces le admitió con gran júbilo de su alma y de todos
los demás discípulos. Dieron todos humildes y fervientes gracias al Señor y
ordenaron que san Pablo saliese a predicar en Jerusalén, como de hecho lo
hizo con admiración de los judíos que le conocían. Y porque sus palabras
eran flechas encendidas que penetraban los corazones de todos cuantos le
oían, quedaron asombrados, y en dos días se conmovió toda Jerusalén con la
voz que corrió de la venida y novedad de san Pablo, que ya iban conociendo
por experiencia.
379. No dormía Lucifer ni sus demonios
en esta ocasión, en que para su mayor tormento los despertó más el azote del
Todopoderoso, porque al entrar san Pablo en Jerusalén sintieron estos
dragones infernales que los atormentaba, oprimía y arruinaba la virtud
divina que estaba en el apóstol. Pero como aquella soberbia y malicia nunca
se extinguirá mientras eternamente duraren estos enemigos, luego que
sintieron contra sí tan violenta fuerza, se irritaron más contra san Pablo
en quien la reconocían. Y Lucifer, con increíble saña, convocó a muchas
legiones de sus demonios y les exhortó de nuevo que todos se animasen y
estrenasen la fuerza de su malicia en aquella demanda para destruir de todo
punto a san Pablo, sin dejar piedra que para este fin no moviesen en
Jerusalén y en todo el mundo. Y sin dilación ejecutaron los demonios este
acuerdo, irritando a Herodes y a los judíos contra el apóstol y tomando
ocasión para esto del increíble y ardiente celo con que comenzó a predicar
en Jerusalén.
380. Tuvo noticia de todo esto la gran
Señora del cielo que estaba en Efeso, porque a más de su admirable ciencia
trajeron aviso de todo lo que pasaba con san Pablo los mismos ángeles que
envió a su defensa. Y como la beatísima Madre tenía prevenida la turbación
de Jerusalén, por la malicia de Herodes y de los judíos, y por otra parte la
importancia de conservar la vida de san Pablo para la exaltación del nombre
del Altísimo y dilatación del evangelio y conocía el peligro en que estaba
en Jerusalén (Cf. supra
n.375), todo esto dio nuevo cuidado a la divina
Señora y crecía más por hallarse ausente de Palestina donde pudiera asistir
a los apóstoles más de cerca. Pero lo hizo desde Efeso con la eficacia de
sus continuas oraciones y peticiones, multiplicándolas sin cesar con
lágrimas y gemidos y con otras diligencias por ministerio de los santos
ángeles. Y para aliviarla en estos cuidados el Señor la respondió un día en
la oración, que se haría lo que pedía por Pablo y que le guardaría Su
Majestad la vida y la defendería de aquel peligro y asechanzas del demonio.
Y sucedió así; porque estando san Pablo un día orando en el templo tuvo un
éxtasis admirable y de altísimas iluminaciones e inteligencias, con gran
júbilo de su espíritu, y en él le mandó el Señor saliese luego de Jerusalén,
porque convenía para salvar su vida del odio de los judíos que no admitirían
su doctrina y predicación.
381. Por esta razón no se detuvo san
Pablo en Jerusalén más de quince días en esta jornada, como él mismo lo dice
en el capítulo 1 ad Galatas
(Gal 1,18).
Y después de algunos años que volvió de Mileto y Efeso a
Jerusalén, donde le prendieron, refiere este suceso del éxtasis que tuvo en
el templo y del mandato del Señor para que saliese luego de Jerusalén, como
se contiene en el capítulo 22 de los Hechos apostólicos
(Act 22,17-18).
De esta visión y orden del Señor dio cuenta san Pablo a san
Pedro como cabeza del apostolado y, conferido el peligro en que estaba la
vida de Pablo, le despacharon ocultamente a Cesarea y Tarso, para que
predicase a los gentiles sin diferencia, como lo hizo. Pero de todas estas
maravillas y favores era María santísima el instrumento y medianera, por
cuya intercesión las obraba su Hijo santísimo, y de todo tenía luego noticia
y daba las gracias en su nombre y de toda la Iglesia.
382. Asegurada ya entonces la vida de
san Pablo, tenía la piadosa Madre esperanza de que la divina Providencia
favorecería a Jacobo su sobrino, de quien tenía singular cuidado, que
siempre estaba en Zaragoza asistido de los cien ángeles que le dio en
Granada para su compañía y defensa, como dejo dicho
(Cf. supra n.326).
Estos divinos espíritus iban y venían muchas veces a la
presencia de María santísima con las peticiones de nuestro apóstol y con
otros avisos de nuestra gran Reina, y por este medio tuvo Santiago noticia
de la venida de la gran Señora a Efeso. Y cuando tuvo la capilla y pequeño
templo del Pilar de Zaragoza en la disposición que convenía, la dejó
encomendada al obispo y discípulos que dejaba en aquella ciudad como en
otras de España. Hecho esto, después de algunos meses del aparecimiento de
la gran Reina, partió Santiago de Zaragoza continuando por diversos lugares
su predicación, y llegando a la costa de Cataluña se embarcó para Italia,
donde sin detenerse mucho prosiguió el viaje predicando siempre, hasta que
se embarcó otra vez para Asia, con ardientes deseos de ver en ella a María
santísima, su Señora y amparo.
383. Lo consiguió felicísimamente
Santiago, y llegando a Efeso se postró a los pies de la Madre de su Criador
derramando copiosas lágrimas de júbilo y veneración. Y con estos vivos
afectos la dio humildes gracias por los incomparables favores que por su
medio había recibido de la divina diestra en la peregrinación y predicación
de España y por haberlo visitado en ella con su real presencia y por todos
los beneficios que en estas visitas le había hecho. La divina Madre, como
maestra de la humildad, levantó luego del suelo al santo apóstol y le dijo:
Señor mío, advertid que sois ungido del Señor, su cristo y su ministro, y yo
un humilde gusanillo. Y con estas palabras se arrodilló la gran Señora y le
pidió la bendición a Santiago como a sacerdote del Altísimo. Estuvo algunos
días en Efeso en compañía de María santísima y de su hermano san Juan, a
quien dio cuenta de todo lo que en España le había sucedido; y con la
prudentísima Madre tuvo aquellos días altísimos coloquios y conferencias, de
los cuales basta referir solos los siguientes:
384. Para despedir a J acabo le habló
María santísima un día y le dijo: Jacobo, hijo mío, éstos serán los últimos
y pocos días de vuestra vida. Y ya sabéis cuán de corazón os amo en el
Señor, deseando llevaros a lo íntimo de su caridad y amistad eterna, para la
cual os crió, redimió y llamó. En lo que os restare de vida, deseo
manifestaros este amor y os ofrezco todo lo que con la divina gracia pudiere
hacer por vos como verdadera madre. A este favor tan inefable respondió
Jacobo con increíble veneración y dijo: Señora mía y Madre de mi Dios y
Redentor, de lo íntimo de mi alma os doy gracias por este nuevo beneficio,
digno de sola vuestra caridad sin medida. Pido, Señora mía, que me deis
vuestra bendición para ir a padecer martirio por vuestro Hijo y mi verdadero
Dios y Señor. Y si fuere voluntad suya y de su gloria, desea mi alma
suplicaros que no me desamparéis en el sacrificio de mi vida, sino que os
vean mis ojos en aquel tránsito, para que me ofrezcáis por agradable hostia
en su divina presencia.
385. A esta petición de Santiago
respondió María santísima que la presentaría al Señor, y se la cumpliría si
la divina voluntad y dignación lo disponía para su gloria. Y con esta
esperanza y otras razones de vida eterna confortó al apóstol y le animó para
el martirio que le esperaba, y entre otras palabras le dijo las siguientes:
Hijo mío Jacobo, ¿qué tormentos y qué penas parecieran graves para entrar en
el eterno gozo del Señor? Todo lo violento es suave y lo más terrible amable
y deseable, a quien ha conocido al infinito y sumo Bien, que ha de poseer
por un momentáneo dolor
(2 Cor 4,17).
Yo os doy, Señor mío, la enhorabuena de vuestra felicísima
suerte y que estéis tan cerca de salir de estas prisiones de la carne
mortal, para gozar del Bien infinito como comprensor y ver la alegría de su
divino rostro. En esta dicha me lleváis el corazón, porque tan en breve
habéis de conseguir lo que desea mi alma, y daréis la vida temporal por la
posesión indefectible del eterno descanso. Yo os doy la bendición del Padre
y del Hijo y del Espíritu Santo, para que todas tres personas en unidad de
una esencia os asistan en la tribulación y os encaminen en vuestros deseos,
y el mío os acompañará en vuestro glorioso martirio.
386. Sobre estas razones añadió la gran
Reina otras de admirable sabiduría y de suma consolación para despedir a
Santiago y le ordenó que cuando llegase a la vista beatífica alabase a la
beatísima Trinidad en nombre de la misma Señora y todas las criaturas y que
rogase por la santa Iglesia. La ofreció Santiago hacer todo lo que le
ordenaba y de nuevo la pidió su favor y protección en la hora de su
martirio, y la divina Madre se lo prometió otra vez. En las últimas razones
de la despedida dijo Santiago: Señora mía y bendita entre las mujeres,
vuestra vida y vuestra intercesión es el apoyo en que la santa Iglesia ahora
y en todos los siglos ha de permanecer segura entre las persecuciones y
tentaciones de los enemigos del Señor, y vuestra caridad será el instrumento
de vuestro legítimo martirio. Acordaos siempre, como dulcísima madre, del
reino de España donde se ha plantado la santa Iglesia y fe de vuestro Hijo
santísimo y mi Redentor. Recibidle debajo de vuestro especial amparo y
conservad en él vuestro sagrado templo y la fe que yo, indigno, he
predicado, y dadme vuestra santa bendición. Le ofreció María santísima que
cumpliría su petición y deseos y dándole la bendición le despidió.
387. Se despidió también Santiago de su
hermano san Juan con grandes lágrimas de entrambos, no de tristeza tanto
como de júbilo por la dicha del mayor hermano, que había de ser el primero
en la felicidad eterna y palma del martirio. Y luego caminó Santiago, sin
detenerse, a Jerusalén, donde predicó algunos días antes que muriese, como
diré en el capítulo siguiente. Quedó en Efeso la gran Señora del mundo,
atenta a todo lo que sucedía a Santiago y a todos los demás apóstoles, sin
perderlos de su vista interior y sin intermitir las peticiones y oraciones
por ellos y por todos los fieles de la Iglesia. Y con la ocasión del
martirio que Santiago iba a padecer por el nombre de Cristo, se despertaron
en el inflamado corazón de la purísima Madre tantos incendios de amor y
deseos de dar su vida por el mismo Señor, que mereció muchas más coronas que
el apóstol y más que todos juntos, porque con cada uno padeció muchos
martirios de amor, más sensibles para su castísimo y ardentísimo corazón que
los tormentos de navajas y fuego para los cuerpos de los Mártires.
Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.
388. Hija mía, en las advertencias de
este capítulo tienes muchas reglas de perfección y de bien obrar. Advierte,
pues, que así como Dios es principio y origen de todo el ser y potencias de
las criaturas, así también, conforme al orden de la razón, ha de ser el fin
de todas ellas; porque si todo lo reciben sin merecerlo, todo lo deben a
quien se lo dio de gracia, y si se lo dieron para obrar, todas las obras
deben a su Criador y no a sí misma ni a otro alguno. Esta verdad, que yo
entendía sin engaño y la confería en mi corazón, me obligaba al ejercicio
que tantas veces con admiración has escrito
(Cf. supra p.I n.786; p.II
n.180; p.III n4ss) y entendido de postrarme en
tierra, pegarme con ella y adorar al ser de Dios inmutable con profunda
reverencia, veneración y culto. Consideraba cómo había sido criada de la
nada y formada de tierra, y en presencia del ser de Dios me aniquilaba,
reconociéndole por autor que me daba vida, ser y movimiento
(Act 17,28),
y que sin él fuera nada, y todo se lo debía como a único
principio y fin de todo lo criado. Con la ponderación de esta verdad me
parecía poco todo cuanto hacía y padecía y, aunque no cesaba en obrar bien,
siempre anhelaba y suspiraba por hacer y padecer, mas nunca se saciaba mi
corazón, porque siempre me hallaba deudora y me consideraba pobre y más
obligada. Muy cerca de la razón natural está esta ciencia, y más de la luz
de la fe, si los hombres atendieran a ella, pues la deuda es común y
manifiesta. Pero entre este general olvido quiero, hija mía, que estés
advertida para imitarme en estas obras y ejercicios que te he manifestado, y
en especial te advierto que te pegues al polvo y te deshagas más cuando el
Altísimo te levantare a los favores y regalos de sus abrazos más estrechos.
Este ejemplo tienes patente en mi humildad, cuando recibía algún beneficio
singular, como fue mandar el Señor que en la vida mortal se me dedicase
templo donde fuese invocada y honrada con veneración y culto; y este favor y
otros me humillaron sobre toda ponderación humana. Y si yo hacía esto sobre
tantas obras, pondera tú lo que debes hacer cuando contigo es tan liberal el
Señor y tu retribución ha sido tan corta.
389. Quiero también, hija mía, que me
imites en ser muy circunspecta y de espíritu pobre en satisfacer a tus
necesidades sin muchas comodidades, aunque te las ofrezcan tus monjas o los
que te quieren bien. Elige siempre en esto o admite lo más pobre, moderado,
desechado y humilde; pues de otra manera no puedes imitarme ni seguir mi
espíritu, con que despedí sin hacer extremos todas las comodidades,
ostentación y abundancia que los fieles me ofrecieron en Jerusalén y en
Efeso; para mi jornada y habitación, yo admití lo menos que me bastaba. Y en
esta virtud están encerradas muchas que hacen muy dichosa a la criatura, y
el mundo engañado y ciego se paga y se arroja a todo lo contrario de esta
virtud y verdad.
390. De otro común engaño procura
también guardarte con todo cuidado. Esto es, que los hombres, aunque deben
conocer que todos los bienes del cuerpo y del alma son propios del Señor,
con todo eso de ordinario se los apropian a sí mismos y los tienen tan
asidos, que no sólo no los ofrecen de voluntad a su Criador y Señor, pero si
alguna vez se los quita lo sienten y lamentan como si fueran injuriados y
como si Dios les hiciera algún agravio. Tan desordenadamente suelen amar los
padres a los hijos y los hijos a los padres, los maridos a las mujeres y
ellas a ellos, y todos a la hacienda, la honra y la salud y otros bienes
temporales; y muchas almas los espirituales, que si éstos les faltan no
tienen modo en el dolor y sentimiento y, aunque sea imposible recuperar lo
que desean, viven inquietos y sin consuelo, pasando del sentimiento sensible
al desorden de la razón e injusticia. Con este vicio no sólo condenan las
obras de la divina providencia y pierden el gran mérito que alcanzaran
ofreciéndolo al Señor y sacrificándole lo que es propio suyo, sino que dan a
entender que tendrían por última felicidad poseer y gozar aquellos bienes
transitorios que han perdido y que vivirían contentos muchos siglos con sólo
aquel bien aparente, caduco y perecedero.
391. Ninguno de los hijos de Adán pudo
amar más ni tanto otra cosa visible como yo a mi Hijo santísimo y a mi
esposo José; y con ser este amor tan bien ordenado cuando vivía en su
compañía, ofrecí al Señor de todo corazón el carecer de su trato y
conversación todo el tiempo que sin ella viví en el mundo. Esta conformidad
y resignación quiero que imites cuando te faltare alguna cosa de las que en
Dios debes amar, que fuera de Su Majestad para ninguna tienes licencia. Sólo
han de ser en ti perpetuas las ansias y deseos de ver el sumo bien y de
amarle enteramente y para siempre en la patria. Por esta felicidad debes
anhelar con lágrimas y suspiros de lo íntimo de tu corazón, por ella debes
padecer con alegría todas las penalidades y aflicciones de la vida mortal. Y
en estos afectos has de caminar, de manera que desde hoy tengas vivos deseos
de padecer todo cuanto oyeres y entendieres que han padecido los santos para
hacerte digna de Dios. Pero advierte que estos deseos de padecer y las
aspiraciones y conatos de ver a Dios han de ser de condición que con el
afecto del padecer recompenses el dolor que no consigues y le tengas de que
no mereces lo que tanto deseas. Y en los vuelos de anhelar a la visión
beatífica no se ha de mezclar otro motivo de aliviarte con el gozo de su
vista de las penalidades de la vida, porque desear la vista del sumo bien
para carecer del trabajo no es amor de Dios, sino de sí mismo y de propia
comodidad, que no merece premio en los ojos del Omnipotente, que todo lo
penetran y pesan. Pero si tú obrares estas cosas sin engaño y con plenitud
de perfección, como fiel sierva y esposa de mi Hijo, deseando verle para
amarle y alabarle y para no ofenderle más eternamente, y codiciares todos
los trabajos y tribulaciones para sólo este fin, cree y asegúrate que nos
obligarás mucho y llegarás al estado de amor que siempre deseas, que para
esto somos contigo tan liberales.
CAPITULO 2
De Nuevo a Tapa
El glorioso martirio de Santiago, le asiste en él María
santísima y lleva su alma
a los cielos, viene su cuerpo a España, la prisión de san Pedro
y su libertad de la cárcel
y los secretos que en
todo sucedieron.
392. Llegó a Jerusalén nuestro gran
apóstol Santiago en ocasión que toda aquella ciudad estaba muy turbada
contra los discípulos y seguidores de Cristo nuestro Señor. Esta nueva
indignación habían fomentado los demonios ocultamente, inficionando más con
su venenoso aliento los corazones de los pérfidos judíos, encendiendo en
ellos el celo de su ley y la emulación contra la nueva evangélica, con la
ocasión de la predicación de san Pablo, que aunque no estuvo en Jerusalén
más de quince días, en este breve tiempo obró tanto en él la virtud divina
que convirtió a muchos y puso a todos en admiración y asombro. Y aunque los
judíos incrédulos se animaron algo con saber que san Pablo había salido de
Jerusalén, entró luego Santiago no menos lleno de sabiduría divina y celo
del nombre de Cristo nuestro Redentor, con que se volvieron a inmutar. Y
Lucifer, que no ignoraba su venida, solicitaba y aumentaba la indignación de
los pontífices, sacerdotes y escribas, para que el nuevo predicador les
sirviese de más tósigo que los inquietase y alterase. Entró Santiago
predicando fervorosamente el nombre del Crucificado, su misteriosa muerte y
resurrección. Y a los primeros días convirtió a la fe algunos judíos; entre
éstos fueron señalados un Hermógenes y otro Fileto, entrambos mágicos y
hechiceros, que tenían pacto con el demonio. Era Hermógenes más docto en la
mágica y Fileto era su discípulo, pero de los dos se quisieron valer los
judíos contra el apóstol, para que o le convenciesen en disputa o, si esto
no conseguían, le quitasen la vida con algún maleficio de sus artes mágicas.
393. Esta maldad maquinaron los
demonios por medio de los judíos, como por instrumentos de su iniquidad,
porque no podían por sí mismos llegar cerca del apóstol, aterrados de la
divina gracia que en él sentían. Pero llegando a la disputa con los dos
magos, entró primero Fileto arguyendo a Santiago, para que si no le
concluyese entrase después Hermógenes, como maestro y más perito en la
ciencia mágica. Propuso Fileto sus argumentos sofísticos y falsos y el
sagrado apóstol se los desvaneció como los rayos del sol destierran las
tinieblas, y habló con tanta sabiduría y eficacia que Fileto quedó vencido y
reducido a la verdadera fe de Cristo, y desde entonces se hizo defensor del
apóstol y de su doctrina. Pero temiendo a su maestro Hermógenes, pidió a
Santiago le defendiese de él y de sus artes diabólicas, con que le
perseguiría para destruirle. Y el santo apóstol dio a Fileto un paño o
lienzo que de mano de María santísima había recibido y con aquella reliquia
se defendió el nuevo convertido de los maleficios de Hermógenes por algunos
días, hasta que el mismo Hermógenes llegó a la disputa con el apóstol.
394. No pudo Hermógenes excusarse,
aunque temía a Santiago, porque estaba empeñado con los judíos para disputar
con él y convencerle, y así procuró esforzar sus errores con mayores
argumentos que su discípulo Fileto. Pero todo este conato fue en vano contra
el poder y la sabiduría del cielo, que en el sagrado apóstol era como una
impetuosa corriente. Anegó a Hermógenes y le obligó a confesar la fe de
Cristo y sus misterios, como lo había hecho su discípulo Fileto, y entrambos
creyeron la santa fe y doctrina que predicaba Jacobo. Los demonios se
irritaron contra Hermógenes y con el imperio que sobre él habían tenido le
maltrataron por su conversión; y como tuvo noticia que Fileto se había
defendido de ellos con la reliquia o lienzo que el santo apóstol le había
dado, le pidió también el mismo favor contra los enemigos, y Santiago dio a
Hermógenes el báculo que traía en su peregrinación, y con él ahuyentó a los
demonios para que no le afligiesen ni llegasen a él.
395. A estas conversiones y a las demás
que hizo Santiago en Jerusalén, ayudaron las oraciones, lágrimas y suspiros
que la gran Reina del cielo ofrecía desde su oratorio en Efeso, donde, como
en otras partes queda dicho
(Cf. supra n.80,l58,324,380,
etc.), conocía por visión todo lo que obraban los
apóstoles y fieles de la Iglesia, y de su amado apóstol tenía particular
cuidado, por estar más vecino al martirio. Hermógenes y Fileto perseveraron
algún tiempo en la fe de Cristo, pero después desfallecieron y la perdieron
en el Asia, como consta en la epístola segunda a Timoteo
(Act 12,1),
donde el Apóstol le avisa cómo se habían apartado de él
Figelo o Fileto y Hermógenes. Y aunque la semilla de la fe nació en aquellos
corazones, pero no hizo raíces para resistir a las tentaciones del demonio,
a quien largo tiempo habían servido y tratado con familiaridad, y siempre se
quedaron en ellos las reliquias malas y perversas raíces de los vicios que
volvieron a prevalecer, derribándolos del estado de la fe que habían
recibido.
396. Pero cuando los judíos vieron
frustrada su vana confianza, por hallarse convencidos y convertidos a
Hermógenes y Fileto, concibieron nueva indignación contra el apóstol
Santiago y determinaron acabar con él dándole la muerte que le deseaban.
Para esto solicitaron con dinero a Demócrito y Lisias, centuriones de la
milicia de los romanos, y concertaron con ellos en secreto que prendiesen al
apóstol con la gente que tenían a su cuenta y que para disimular la traición
fingirían un alboroto o pendencia en uno de los días y lugares que predicase
y entonces le entregarían en sus manos. La ejecución de esta maldad quedó a
cargo de Abiatar, que era sumo sacerdote en aquel año, y de Josías, otro
escriba del mismo espíritu que el sacerdote. Y como lo pensaron, así lo
ejecutaron. Porque estando Santiago predicando al pueblo el misterio de la
redención humana y probándole con admirable sabiduría y testimonios de las
antiguas Escrituras, el auditorio se conmovió a lágrimas de compunción. Y el
sumo sacerdote y escriba se encendieron en furor diabólico y, dando la señal
a la gente romana, envió el primero a Josías y prendió a Santiago, echándole
una soga al cuello, y proclamándole por inquietador de la república y autor
de nueva religión contra el imperio romano.
397. Con esta ocasión llegaron
Demócrito y Lisias con su gente y prendieron al apóstol y le llevaron a
Herodes, hijo de Arquelao, que también estaba prevenido, en lo cauteloso con
la astucia de Lucifer y en lo exterior con la malicia y odio de los judíos.
Incitado Herodes de todos estos estímulos, había movido contra los
discípulos del Señor, a quien aborrecía, la persecución que san Lucas dice
en el capítulo 12 de los Hechos apostólicos
(Act 12,l),
enviando tropas de soldados para afligirlos y prenderlos, y
luego mandó degollar a Santiago, como los judíos se lo pedían. Fue increíble
el gozo de nuestro grande apóstol viéndose prender y atar a la semejanza de
su Maestro y que se le llegaba el plazo tan deseado de pasar de esta vida
mortal a la eterna por medio del martirio, como la Reina del cielo se lo
había dicho y prevenido
(Cf. supra n.385).
Hizo humildes y fervorosos actos de agradecimiento por este
beneficio y públicamente confesó de nuevo y protestó la santa fe de Cristo
nuestro Señor. Y acordándose de la petición que había hecho en Efeso
(Cf. supra n.384),
de que le asistiese en su muerte, la invocó y llamó de lo
íntimo de su alma.
398. Oyó María santísima desde su
oratorio estas peticiones de su amado apóstol y sobrino, como quien estaba
atenta a todo lo que pasaba por él, y con eficaz oración le acompañaba y
favorecía. Y estando en ella vio la gran Señora que descendía del cielo gran
multitud de ángeles y espíritus supremos de todas las jerarquías, y parte de
ellos se encaminó a Jerusalén y rodearon al santo apóstol cuando lo sacaban
al lugar del suplicio. Otros ángeles fueron a Efeso donde la Reina estaba, y
uno de los supremos la dijo: Emperatriz de las alturas y Señora nuestra, el
altísimo Dios y Señor de los ejércitos dice que luego vayáis a Jerusalén
para consolar a su gran siervo Jacobo, asistirle en su muerte y
correspondáis a sus deseos santos y piadosos. Este favor admitió María
santísima con gran júbilo y agradecimiento, y alabó al Muy Alto por la
protección con que defiende y ampara a los que fían en su misericordia
infinita y viven debajo de su protección. En el ínterin que pasaba esto, era
llevado el apóstol al martirio, y en el camino hizo muchos milagros en todos
los enfermos de varias enfermedades y dolencias y en algunos endemoniados,
porque a todos los dejó sanos y libres. Y como corrió la voz de que Herodes
le mandaba degollar, acudieron muchos necesitados a buscar su remedio antes
que les faltase el común medio de su consuelo.
399. Al mismo tiempo los santos ángeles
recibieron a su gran Reina y Senara en un trono refulgentísimo, como en
otras ocasiones he dicho
(Cf. supra n.165,193,325,349),
y la llevaron a Jerusalén al lugar donde llegaba
Santiago para ser justiciado. Puso las rodillas en tierra el santo apóstol
para ofrecer a Dios el sacrificio de su vida, y cuando levantó los ojos al
cielo vio en el aire y en su presencia a la Reina de los mismos cielos, a
quien estaba invocando en su corazón. Viola vestida de divinos resplandores
y con grande hermosura, acompañada de la multitud de ángeles que la
asistían. Y con este divino espectáculo fue todo inflamado en ardores de
nuevo júbilo y caridad, con cuyo ímpetu se movió todo el corazón y potencias
de Jacobo. Y quiso dar voces aclamando a María santísima por Madre del mismo
Dios y Señora de todas las criaturas, pero uno de los espíritus soberanos le
detuvo en aquel fervor y le dijo: Jacobo, siervo de nuestro Criador, tened
en vuestro pecho estos preciosos afectos y no manifestéis a los judíos la
presencia y favor de nuestra Reina, porque no son dignos ni capaces de
entenderlo y antes le cobrarán odio que reverencia. Con este aviso se
reprimió el apóstol y en silencio, moviendo los labios, habló a la divina
Reina y la dijo:
400. Madre de mi Señor Jesucristo,
Señora y amparo mío, consuelo de los afligidos, refugio de los necesitados,
dadme, Señora, vuestra bendición tan deseada de mi alma en esta hora.
Ofreced por mí a vuestro Hijo y Redentor del mundo el sacrificio de mi vida
en holocausto, encendido en el deseo de morir por la gloria de su santo
nombre. Sean hoy vuestras manos purísimas y candidísimas el ara de mi
sacrificio, para que le reciba aceptable el que por mí se ofreció en la
santa cruz. En vuestras manos, y por ellas en las de mi Criador, encomiendo
mi espíritu. Dichas estas palabras y siempre los ojos del santo apóstol
levantados a María santísima, que le hablaba al corazón, le degolló el
verdugo. Y la gran Señora y Reina del mundo ¡oh admirable dignación! recibió
el alma de su amantísimo apóstol a su lado en el trono donde estaba y así la
llevó al cielo empíreo y se la presentó a su Hijo santísimo. Entró María
santísima en la corte celestial con esta nueva ofrenda, causando a todos los
moradores del cielo nuevo júbilo y gloria accidental, y todos la dieron la
enhorabuena con nuevos cánticos y loores. El Altísimo recibió el alma de
Jacobo y la colocó en lugar eminente de gloria entre los príncipes de su
pueblo, y María santísima, postrada ante el trono de la infinita Majestad,
hizo un cántico de alabanza, de hecho de gracias por el martirio y triunfo
del primer apóstol mártir. No vio en esta ocasión la gran Señora a la
divinidad con visión intuitiva, sino con la abstractiva que otras veces he
dicho. Pero la beatísima Trinidad la llenó de nuevas bendiciones y favores
para sí y para la santa Iglesia, por quien hizo grandes peticiones; la
bendijeron también todos los santos y con esto la volvieron los ángeles a su
oratorio en Efeso, donde, en el ínterin que sucedió todo esto, estuvo un
ángel representando su persona, y en llegando la divina Madre de las
virtudes se postró en tierra como acostumbraba
(Cf. supra n.388),
dando gracias de nuevo al Altísimo por todo lo referido.
401. Los discípulos de Santiago aquella
noche recogieron su santo cuerpo y ocultamente le llevaron al puerto de
Jope, donde por disposición divina se embarcaron con él y le trajeron a
Galicia en España. Y esta Señora divina les envió un ángel que los guiase y
encaminase a donde era la voluntad de Dios que desembarcase. Y aunque ellos
no vieron al santo ángel, pero experimentaron el favor, porque los defendió
en todo el viaje, y muchas veces milagrosamente. De manera que también debe
España a María santísima el tesoro del cuerpo sagrado de Santiago, que posee
para su protección y defensa, como en su vida le tuvo para enseñanza y
principio de la santa fe que tan arraigada dejó en los corazones de los
españoles. Murió Santiago el año del Señor de cuarenta y uno, a veinte y
cinco de marzo, cinco años y siete meses después que salió de Jerusalén para
venir a predicar a España. Y conforme a este cómputo y los que arriba he
declarado (Cf. supra
n.198,376), fue el martirio de Santiago siete años
cumplidos después de la muerte de Cristo nuestro Salvador.
402. Y que su martirio fuese por fin de
marzo, consta del capítulo 12 de los Hechos apostólicos, donde san Lucas
dice (Act 12,3-1)
que por el gusto que tuvieron los judíos de la muerte
de Santiago, encarceló Herodes a san Pedro con intento de degollarle como a
Santiago en pasando la Pascua, que era la del Cordero y de los Azimos que
celebraban los judíos a los catorce de la luna de marzo. De este lugar
parece que la prisión de san Pedro fue en esta Pascua o muy cerca de ella, y
que la muerte de Santiago había precedido pocos días antes; y aquel año de
cuarenta y uno, los catorce de la luna de marzo concurrieron con los últimos
días de este mes, según el cómputo solar de los años y meses que nosotros
guardamos. Y según esto la muerte de Santiago sucedió a los veinte y cinco,
antes de los catorce de la luna, y luego la prisión de san Pedro y la Pascua
de los judíos. Pero la Iglesia santa no celebra el martirio de Santiago en
su día, porque ocurre con la encarnación y de ordinario con los misterios de
la pasión, y se trasladó a veinte y cinco de julio, que fue el día en que se
trasladó en España el cuerpo del santo apóstol.
403. Con la muerte de Santiago y con la
presteza con que se la dio Herodes, se alentó más la crueldad impiadísima de
los judíos, pareciéndoles que en la sevicia del inicuo rey tenían puesto
instrumento de su venganza contra los seguidores de Cristo nuestro Señor. El
mismo juicio hizo Lucifer y sus demonios. Ellos con sugestiones, los judíos
con ruegos y lisonjas le persuadieron que mandase prender a san Pedro, como
de hecho lo hizo en gracia de los judíos, a quienes deseaba tener contentos
por sus fines temporales. Los demonios temían grandemente al Vicario de
Cristo por la virtud que contra sí mismos sentían en él, y así apresuraron
ocultamente su prisión. Tuvieron en ella a san Pedro muy bien amarrado con
cadenas para justiciarle pasada la Pascua. Y aunque el invicto corazón del
apóstol estaba sin cuidado y con la misma quietud que si estuviera libre,
pero todo el cuerpo de la Iglesia que estaba en Jerusalén le tenía grande, y
se afligieron sumamente todos los discípulos y fieles, sabiendo que
determinaba Herodes justiciarle sin dilación. Con esta aflicción
multiplicaron las oraciones y peticiones al Señor para que guardase a su
Vicario y cabeza de la Iglesia, con cuya muerte le amenazaba gran ruina y
tribulación. Invocaron también el amparo y poderosa intercesión de María
santísima, en quien y por quien todos esperaban el remedio.
404. No se le ocultaba este aprieto de
la Iglesia a la divina Madre, aunque estaba en Efeso, porque desde allí
miraban sus ojos clementísimos todo cuanto pasaba en Jerusalén por la visión
clarísima que de todo tenía. Al mismo tiempo acrecentaba la piadosa Madre
sus ruegos con suspiros, postraciones y lágrimas de sangre, pidiendo la
libertad de san Pedro y la defensa de la santa Iglesia. Esta oración de
María santísima penetró los cielos hasta herir el corazón de su Hijo Jesús
nuestro Salvador. Y para responderle a ella, descendió Su Majestad en
persona al oratorio de su casa, donde estaba postrada en tierra y pegado su
virginal rostro con el polvo. Entró el soberano Rey a su presencia y
levantándola del suelo la habló con caricia, diciendo: Madre mía, moderad
vuestro dolor y decid todo lo que pedís, que os lo concederé y hallaréis
gracia en mis ojos para conseguirlo.
405. Con la presencia y caricia del
Señor recibió la divina Madre nuevo aliento, consuelo y alegría, porque los
trabajos de la Iglesia eran el instrumento de su martirio, y el ver a san
Pedro en la cárcel y condenado a muerte la afligió más que se puede
ponderar, y la consideración de lo que de esto pudiera suceder a la
primitiva Iglesia. Renovó sus peticiones en presencia de Cristo nuestro
Redentor y dijo: Señor Dios verdadero e Hijo mío, vosotros sabéis la
tribulación de vuestra santa Iglesia, y sus clamores llegan a vuestros oídos
y penetran lo íntimo de mi afligido corazón. A su Pastor y vuestro Vicario
quieren quitar la vida, y si vosotros, Dueño mío, lo permitís ahora,
disiparán a vuestra pequeña rey y los lobos infernales triunfarán de vuestro
nombre, como lo desean. Es, Señor mío y mi Dios, y vida de mi alma, para que
yo viva, mandad con imperio al mar y a la tormenta y luego sosegarán los
vientos y las olas que combaten esta navecilla. Defended a vuestro Vicario y
queden confusos vuestros enemigos. Y si fuere vuestra gloria y voluntad,
conviértanse las tribulaciones contra mí, que yo padeceré por vuestros hijos
y fieles, y pelearé con los enemigos invisibles, ayudándome vuestra diestra
por defensa de vuestra Iglesia.
406. Respondió su Hijo santísimo: Madre
mía, con la virtud y potestad que de mí habéis recibido quiero que obréis a
vuestra voluntad. Haced y deshaced todo lo que a mi Iglesia conviene. Y
advertid que contra vos se convertirá todo el furor de los demonios.
Agradeció de nuevo este favor la prudentísima Madre, y ofreciéndose a pelear
las guerras del Señor por los hijos de la Iglesia, habló de esta manera:
Altísimo Señor mío, esperanza y vida de mi alma, preparado está mi corazón y
el ánimo de vuestra sierva para trabajar por las almas que costaron vuestra
sangre y vida. Y aunque soy polvo inútil, vos sois de infinita sabiduría y
poder, y asistiéndome vuestro divino favor no temo al infernal dragón. Y
pues en vuestro nombre queréis que yo disponga y obre lo que a vuestra
Iglesia conviene, yo mando luego a Lucifer y a todos sus ministros de
maldad, que turban a la Iglesia en Jerusalén, desciendan todos al profundo y
que allí enmudezcan mientras no les diere permiso vuestra divina providencia
para salir a la tierra. Esta voz de la gran Reina del mundo fue tan eficaz,
que al punto que la pronunció en Efeso, cayeron los demonios que estaban en
Jerusalén, descendiendo todos a lo profundo de las cavernas eternales, sin
poderse resistir a la virtud divina que obraba por medio de María santísima.
407. Conoció Lucifer y sus ministros
que aquel azote era de la mano de nuestra Reina, a quien ellos llamaban su
enemiga, porque no se atrevían a nombrarla por su nombre, y estuvieron en el
infierno confusos y aterrados en esta ocasión, como en otras que dejo dicho
(Cf. supra n.298,325,
etc.), hasta que se les permitió levantarse para
hacer guerra a la misma Señora, como se declara adelante
(Cf. infra n.451ss);
y en este tiempo estuvieron consultando de nuevo los medios
que para esto pudieran elegir. Conseguido este triunfo contra el demonio
para continuarle contra Herodes y los judíos, dijo María santísima a Cristo
nuestro Salvador: Ahora, Hijo y Señor mío, si es voluntad vuestra, irá uno
de vuestros santos ángeles a sacar de las prisiones a vuestro siervo Pedro.
Aprobó Cristo nuestro Señor la determinación de su Madre Virgen, y por la
voluntad de entrambos, como de supremos reyes, fue uno de los espíritus
soberanos que allí estaban a poner en libertad al apóstol san Pedro y
sacarle de la cárcel de Jerusalén.
408. Ejecutó el ángel este mandato con
gran presteza, y llegando a la cárcel halló a san Pedro amarrado con dos
cadenas y entre dos soldados que le guardaban, a más de los otros que
estaban a la puerta de la cárcel como en cuerpo de guardia. Era esto pasada
ya la Pascua y la noche antes que se había de ejecutar la sentencia de
muerte a que estaba condenado, pero se hallaba el apóstol tan sin cuidado,
que él y las guardas dormían a sueño suelto sin diferencia. Llegó el ángel y
fue necesario le diese un golpe a san Pedro para despertarle y, estando casi
soñoliento, le dijo el ángel: Levantaos aprisa, ceñías y calzaos, tomad la
capa y seguidme. Se halló san Pedro libre de las cadenas, y sin entender lo
que le sucedía siguió al ángel, ignorando qué visión era aquella. Y
habiéndole sacado por algunas calles, le dijo cómo el Dios omnipotente le
había librado de las prisiones por intercesión de su Madre santísima y con
esto desapareció el ángel. Y san Pedro volviendo sobre sí, conoció el
misterio y el beneficio y dio gracias por él al Señor.
409. Le pareció a san Pedro era bien
ponerse en salvo, dando cuenta primero a los discípulos y a Jacabo el Menor,
para hacerlo con consejo de todos. Y apresurando el paso se fue a la casa de
María, madre de Juan, que también se llama Marcos. Esta era la casa del
cenáculo donde estaban juntos y afligidos muchos discípulos. Llamó san Pedro
a, la puerta y una criada de casa, que se llamaba Rode, bajó a escuchar
quién llamaba, y como conociese la voz de san Pedro, dejándosele a la
puerta, creyeron que era locura de la criada, pero ella porfiaba que era
Pedro, y como estaban tan desimaginados de su libertad, pensaron si sería su
ángel. Entre estas demandas y respuestas se tenía a san Pedro en la calle y
él llamaba a la puerta, hasta que le abrieron y conocieron con increíble
gozo y alegría de ver libre al santo apóstol y cabeza de la Iglesia de los
trabajos de la cárcel y de la muerte. Diales cuenta de todo el suceso, cómo
le había pasado con el ángel, para que avisasen a Jacobo y a los demás
hermanos, y todo con gran secreto. Y previniendo que luego Herodes le
buscaría con toda diligencia, determinaron que se saliese aquella noche de
la casa y se fuese y se ausentase de Jerusalén, para que no volviesen a
prenderle. Huyó san Pedro, y Herodes, cuando le echó menos y no le halló,
hizo castigar a las guardas y se enfureció contra los discípulos, aunque por
su soberbia e impío proceder le atajó Dios los pasos, como diré en el
capítulo siguiente, castigándole severamente.
Doctrina que me dio la Reina de los ángeles María santísima.
410. Hija mía, con la ocasión de los
efectos que te ha hecho el singular favor que recibió de mi piedad mi siervo
Jacobo en su muerte, quiero ahora declararte un privilegio que me confirmó
el Altísimo, cuando llevé el alma de su apóstol a presentársela en el cielo.
Y aunque otras veces he declarado algo de este secreto, ahora le entenderás
mejor, para que verdaderamente seas mi hija y mi devota. Cuando llevó al
cielo la feliz alma de Jacobo, me habló el eterno Padre y me dijo,
conociéndolo todos los bienaventurados: Hija y paloma mía, escogida para mi
agrado entre todas las criaturas, entiendan mis cortesanos, ángeles y
santos, que te doy mi real palabra en exaltación de mi nombre, gloria tuya y
beneficio de los mortales, que si en la hora de su muerte te invocaren y
llamaren con afecto de corazón, a imitación de mi siervo Jacobo, y
solicitaren tu intercesión para conmigo, inclinaré a ellos mi clemencia y
los miraré con ojos de piadoso Padre, los defenderé y guardaré de los
peligros de aquella última hora, apartaré de su presencia los crueles
enemigos que se desvelan en aquel trance porque perezcan las almas, a las
cuales daré por ti grandes auxilios para que los resistan y se pongan en mi
gracia si de su parte se ayudaren, y tú me presentarás sus almas, y
recibirán el premio aventajado de mi liberal mano.
411. Por este privilegio hizo gracias y
cántico de alabanzas al Muy Alto toda la Iglesia triunfante, y yo con ella.
Y aunque los ángeles tienen por oficio presentar las almas en el tribunal
del justo juez cuando salen del cautiverio de la vida mortal, a mí se me
concedió este privilegio en más alto modo que los demás que ha concedido el
Omnipotente a todas las criaturas, porque yo los tengo con otro título y en
grado particular y eminente; y muchas veces uso de estos dones y
privilegios, y lo hice
con algunos de los apóstoles. y porque te veo deseosa de saber cómo
alcanzarás de mí este favor tan deseable para todas las almas, respondo a tu
piadoso afecto, que procures no desmerecerle por ingratitud ni olvido; y en
primer lugar le granjearás con la pureza inviolada, que es lo que más deseo
de ti y las demás almas, porque el amor grande que debo y tengo a Dios me
obliga a desear de todas las criaturas, con íntima caridad y afecto, que
todas guarden su ley santa y ninguna pierda su amistad y gracia. Esto es lo
que debes anteponer a la vida, y primero morir que pecar contra tu Dios y
sumo bien.
412. Luego quiero que me obedezcas,
ejecutes mi doctrina y trabajes con todo conato por imitar lo que de mí
conoces y escribes, y que no hagas intervalo en el amor, ni olvides un punto
el cordial afecto a que te obligó la liberal misericordia del Señor; que
seas agradecida a lo que le debes, y a mí, que es más de lo que en la vida
mortal puedes alcanzar. Sé fiel en la correspondencia, fervorosa en la
devoción, pronta en obrar lo más alto y perfecto; dilata el corazón y no le
estreches con pusilanimidad, como el demonio lo pretende de ti; extiende las
manos a cosas fuertes y arduas
(Prov. 31,19),
con la confianza que debes en el Señor; no te oprimas ni
desfallezcas en las adversidades, ni impidas la voluntad de Dios en ti, ni
los altísimos fines de su gloria; ten viva fe y esperanza en los mayores
aprietos y tentaciones. Para todo esto te ayudarás del ejemplo de mis
siervos Jacobo y Pedro, y del conocimiento y
ciencia que te he dado de la seguridad felicísima con
que están los que viven debajo de la protección del Altísimo. Con esta
confianza y con mi devoción alcanzó Jacobo el singular favor que yo le hice
en su martirio y venció inmensos trabajos para llegar a él. Y con esta misma
estaba Pedro tan sosegado y quieto en las prisiones, sin perder la serenidad
de su interior, y al mismo tiempo mereció que mi Hijo santísimo y yo
tuviésemos tanto cuidado de su remedio y libertad. Estos favores desmerecen
los mundanos hijos de las tinieblas, porque toda su confianza está puesta en
lo visible y en su astucia diabólica y terrena. Levanta tu corazón, hija
mía, y sacúdele de estos engaños, aspira a lo más puro y santo, que contigo
estará el brazo poderoso que obró en mí tantas maravillas.
CAPITULO 3
De Nuevo a Tapa
Lo que sucedió a María santísima sobre la muerte
y castigo de Herodes, predica
san Juan en Efeso sucediendo muchos milagros, se levanta Lucifer para hacer
guerra a la Reina del cielo.
413. En el corazón de la criatura
racional hace el amor algunos efectos semejantes a la gravedad en la piedra.
Esta se inclina y mueve a donde la lleva su mismo peso, que es el centro, y
el amor es peso del corazón que le lleva a su centro, que es lo que ama; y
si alguna vez por necesidad o inadvertencia mira otra cosa, queda el amor
tan presto e inclinado, que como resorte le hace volver luego a su objeto.
Este peso o imperio del amor parece quita en algún modo la libertad del
corazón, en cuanto le sujeta y hace siervo de lo que ama, para que mientras
vive el amor, no mande la voluntad otra cosa contra lo que él apetece y
ordena. De aquí nace la felicidad o desdicha de la criatura en hacer malo o
bueno el empleo de su amor, pues hace dueño de sí mismo a lo que ama; y si
este dueño es malo y vil le tiraniza y envilece, y si es bueno la ennoblece
y hace muy dichosa, y tanto más cuanto es más noble y excelente el bien que
ama. Con esta filosofía quisiera yo declarar algo de lo que se me ha
manifestado del estado en que vivía María santísima, habiendo crecido en él
desde el instante de su concepción sin intervalo ni mengua, hasta que llegó
a ser comprensora permanente en la visión beatífica.
414. Todo el amor santo de los ángeles
y de los hombres recopilado en uno, era menor que solo el de María
santísima; y si de todos los demás hiciéramos un compuesto, claro está que
resultara un incendio de un todo que sin ser infinito nos lo pareciera, por
el exceso que tuviera a nuestra capacidad; y si la caridad de nuestra gran
Reina excedía todo esto, sola la sabiduría infinita pudo tomar a peso el
amor de esta criatura y el peso con que la tenía poseída, inclinada y
ordenada a su divinidad. Pero nosotros entenderemos que en aquel corazón
castísimo, purísimo y tan inflamado no había otro dominio, otro imperio,
otro movimiento ni otra libertad más de para amar sumamente al infinito
bien; y esto en grado tan inmenso para nuestra corta capacidad, que más
podemos creerlo que entenderlo y confesarlo que penetrarlo. Esta caridad que
poseía el corazón de María purísima solicitaba y movía en él a un mismo
tiempo ardentísimos deseos de ver la cara del sumo bien que tenía ausente y
socorrer a la santa Iglesia que tenía presente. Y en las ansias de estas dos
causas se enardecía toda, pero de tal manera gobernaba estos dos afectos con
su mucha sabiduría, que no se encontraban en ella, ni se negaba toda al uno
por en tragarse toda al otro, antes bien se daba toda a entrambos, con
admiración de los santos y plenitud de complacencia del santo de los santos.
415. En la habitación de tan levantada
santidad y eminente perfección estaba María santísima confiriendo muchas
veces consigo misma el estado de la primitiva Iglesia que tenía por su
cuenta, y cómo trabajaría por su quietud y dilatación. Le fue de algún
alivio y consuelo entre estos cuidados y anhelos la libertad de san Pedro,
para que como cabeza acudiese al gobierno de los fieles, y también el ver
arrojado de Jerusalén a Lucifer y sus demonios, privados por entonces de su
tiranía, porque respirasen un poco los seguidores de Cristo y se moderase la
persecución. Pero la divina sabiduría, que con peso y medida distribuye los
trabajos y los alivios, ordenó que la prudentísima Madre tuviese en este
tiempo muy declarada noticia del mal estado de Herodes. Conoció la fealdad
abominable de aquena infelicísima alma, por sus grandes y desmedidos vicios
y repetidos pecados que irritaban la indignación del Todopoderoso y justo
Juez. Conoció también que por la mala semilla que los demonios habían
sembrado en el corazón de Herodes y de los judíos, estaban todos indignados
contra Jesús nuestro Redentor y sus discípulos, después de la fuga de san
Pedro, y que el inicuo Rey o gobernador tenía intento de acabar a todos los
fieles que hallase en Judea y Galilea, y emplear en esto todas sus fuerzas y
potestad. Y aunque María santísima conoció esta determinación de Herodes, no
se le manifestó entonces el fin que tendría, pero conociendo que era
poderoso y su alma tan depravada, le causó juntamente grande horror su mal
estado y excesivo dolor su indignación contra los profesores de la fe.
416. Entre estos cuidados y la
confianza en el favor divino trabajó incesantemente nuestra Reina,
pidiéndolo al Señor con lágrimas, ejercicios y clamores, como en otras
ocasiones he dicho. Y gobernándola su altísima prudencia, habló con uno de
sus supremos ángeles que la asistían y le dijo: Ministro del Altísimo y
hechura de sus manos, el cuidado de la santa Iglesia me solicita con gran
fuerza para procurar todos sus bienes y progresos. Yo os ruego y suplico que
subáis a la presencia del trono real del Altísimo y presentéis en él mi
aflicción y de mi parte le pidáis me conceda que yo padezca por sus siervos
apóstoles y fieles, y no permita que Herodes ejecute lo que contra ellos ha
determinado para acabar con la Iglesia. Fue luego el santo ángel con esta
legacía al Señor, quedando la Reina del cielo como otra Ester, orando por la
libertad y salud de su pueblo y la suya. En el ínterin volvió el divino
embajador despachado de la beatísima Trinidad y en su nombre respondió y la
dijo: Princesa de los cielos, el Señor de los ejércitos dice que vos sois
Madre, Señora y Gobernadora de la Iglesia y con su potestad estáis en lugar
suyo mientras sois viadora, y quiere que como Reina y Señora de cielo y
tierra fulminéis la sentencia contra Herodes.
417. Se turbó un poco en su humildad
María santísima con esta respuesta y, replicando al santo ángel con la
fuerza de su caridad, dijo: Pues, ¿yo he de fulminar sentencia contra la
hechura e imagen de mi Señor? Después que de su mano recibí el ser, he
conocido muchos réprobos entre los hombres y nunca pedí venganza por ellos,
sino que cuanto es de mi parte siempre he deseado su remedio, si fuera
posible, y no adelantarles su pena. Volved, ángel, al Señor y decidle que mi
tribunal y potestad es inferior y dependiente de la suya y no puedo
sentenciar a nadie a muerte sin nueva consulta del superior; y que si es
posible reducir a Herodes al camino de la salud eterna, yo padeceré todos
los trabajos del mundo, como su divina providencia lo ordenare, porque esta
alma no se pierda. Volvió el ángel a los cielos con esta segunda embajada de
su Reina y, presentándola en el trono de la beatísima Trinidad, la respuesta
fue de esta manera: Señora y Reina nuestra, el Altísimo dice que Herodes es
del número de los prescitos, por estar en sus maldades tan obstinado, que no
admitirá aviso, amonestación ni doctrina, no cooperará con los auxilios que
le dieren, ni se aprovechará del fruto de la redención, ni de la intercesión
de los santos, ni de lo que vosotros, Reina y Señora mía, trabajaréis por
él.
418. Remitió tercera vez María
santísima al santo príncipe con otra embajada al trono del Altísimo y le
dijo: Si conviene que muera Herodes para que no persiga a la Iglesia, decid,
ángel mío, al Todopoderoso que su dignación de infinita caridad me concedió,
viviendo Su Majestad en carne mortal, que yo fuese Madre y refugio de los
hijos de Adán, abogada e intercesora de los pecadores; que mi tribunal fuese
de piedad y clemencia para recibir y socorrer a los que llegaren a él
pidiendo mi intercesión; y que si se valieren de ella, en nombre de mi Hijo
santísimo, les ofreciese el perdón de sus pecados. Pues ¿cómo si tengo
entrañas y amor de madre para los hombres, que son hechuras de sus manos y
precio de su vida y sangre, seré ahora juez severo contra alguno de ellos?
Nunca se me ha remitido la justicia y siempre la misericordia, a quien mi
corazón está todo inclinado, y se halla turbado entre la piedad del amor y
la obediencia de la rigurosa justicia. Presentad, ángel, de nuevo este
cuidado al Señor y sabed si es de su gusto que muera Herodes, sin que yo le
condene.
419. Subió el santo embajador al cielo
con esta tercera legacía, y la beatísima Trinidad la oyó con plenitud de
agrado y complacencia de la piadosa caridad de su Esposa. Pero volviendo el
santo ángel, informando a la piadosa Señora, la respondió: Reina nuestra,
Madre de nuestro Criador y Señora mía, Su Majestad omnipotente dice que
vuestra misericordia es para los mortales que se quisieren valer de vuestra
poderosa intercesión y no para los que la aborrecen y desprecian, como lo
hará Herodes; que vos sois Señora de la Iglesia con toda la potestad divina
y así os toca usar de ella en la forma que conviene; que Herodes ha de
morir, pero que ha de ser por vuestra sentencia y disposición. Respondió
María santísima: Justo es el Señor y rectos son sus juicios
(Sal 118,137).
Yo padeciera muchas veces la muerte para rescatar esta alma
de Herodes, si él mismo por su voluntad no se hiciera indigno de la
misericordia y réprobo. Obra es de la mano del Altísimo, hecha a su imagen y
semejanza, redimida fue con la sangre del Cordero que lava los pecados del
mundo. No por esta parte, sino por la que se ha hecho pertinaz enemiga de
Dios, indigna de su amistad eterna, yo con su justicia rectísima le condeno
a la muerte que tiene merecida y para que ejecutando las maldades que
intenta no merezca mayores tormentos en el infierno.
420. Esta maravilla obró el Señor en
gloria de su beatísima Madre y en testimonio de haberla hecho Señora de
todas las criaturas, con suprema potestad de obrar en ellas como Reina y
como Señora, asimilándose en esto a su Hijo santísimo. Y no puedo declarar
este misterio mejor que con las palabras del mismo Señor en el capítulo 5 de
san Juan, donde de sí mismo dice: No puede el Hijo hacer algo que no haga el
Padre, pero hace lo mismo, porque el Padre le ama; y si el Padre resucita
muertos, el Hijo también resucita a los que quiere, y el Padre cometió al
Hijo el juzgar a todos, para que así como honran todos al Padre honren al
Hijo, porque nadie puede honrar al Padre sin honrar al Hijo. Y luego añade
que le dio esta potestad de juzgar, porque era Hijo del Hombre, que es por
su Madre santísima. Sabiendo la similitud que tuvo la divina Madre con su
Hijo de que muchas veces he hablado se entenderá la correspondencia o
proporción de la Madre con el Hijo, como del Hijo con el Padre, en esta
potestad de juzgar. Y aunque María santísima es Madre de misericordia y
clemencia para todos los hijos de Adán que la invocaren, pero junto con esto
quiere el Altísimo se conozca tiene potestad plenaria para juzgar a todos y
que todos la honren también, como honran a su Hijo y Dios verdadero, que
como a Madre verdadera le dio la misma potestad que él tiene, en el grado y
proporción que como a Madre, aunque pura criatura, le pertenece.
421. Con esta potestad mandó la gran
Señora al ángel que fuera a Cesarea, donde estaba Herodes, y le quitase la
vida como ministro de la justicia divina. Ejecutó el ángel la sentencia con
presteza, y el evangelista san Lucas dice
(Act 12,23)
que le hirió el ángel del Señor, y consumido de gusanos
murió el infeliz Herodes temporal y eternamente. Esta herida fue interior,
de donde le resultó la corrupción y gusanos que miserablemente le acabaron.
Y del mismo texto consta
(Act 12,19)
que, después de haber degollado a Jacobo y haber huido san
Pedro, bajó Herodes de Jerusalén a Cesarea, donde compuso algunas
diferencias que tenía con los de Tiro y Sidón. Y dentro de pocos días,
vestido de la real púrpura y sentado en su trono, hizo un razonamiento al
pueblo con grande elocuencia de palabras. El pueblo lisonjero y vano dio
voces vitoreándole y aclamándole por Dios, y el torpísimo Herodes,
desvanecido y loco, admitió aquella popular adulación. Y en esta ocasión,
dice san Lucas (Act
12,23), que por no haber dado la honra a Dios, sino
la usurpado con vana soberbia, le hirió el ángel del Señor.
Y aunque este pecado fue el
último que llenó sus maldades, no sólo por él mereció castigo, sino por
todos los que antes había cometido persiguiendo a los apóstoles y burlándose
de Cristo nuestro Salvador, degollando al Bautista y cometiendo adulterio
escandaloso con su cuñada Herodías, y otras innumerables abominaciones.·
422. Volvió luego el santo ángel a
Efeso y dio cuenta a María santísima de la ejecución de su sentencia contra
Herodes. Y la piadosa Madre lloró la perdición de aquella alma, pero alabó
los juicios del Altísimo y le dio gracias por el beneficio que con aquel
castigo había hecho a la Iglesia, la cual, como dice luego san Lucas
(Act 12,24),
crecía y se aumentaba con la palabra de Dios; y no sólo era
esto en Galilea y Judea, donde se removió el impedimento de Herodes, pero al
mismo tiempo el evangelista san Juan con el amparo de la beatísima Madre
comenzó a plantar en Efeso la Iglesia evangélica. Era la ciencia del sagrado
evangelista como la plenitud de un querubín y su cándido corazón inflamado
como un supremo serafín y tenía consigo por madre y maestra a la misma
autora de la sabiduría y de la gracia. Con estos ricos privilegios de que
gozaba el evangelista pudo intentar grandes obras y obrar grandes maravillas
para fundar la ley de gracia en Efeso y en toda aquella parte de Asia y
confines de Europa.
423. En llegando a Efeso comenzó el
evangelista a predicar en la ciudad, bautizando a los que convertía a la fe
de Cristo nuestro Salvador y confirmando la predicación con grandes milagros
y prodigios nunca vistos entre aquellos gentiles. Y porque de las escuelas
de los griegos había muchos filósofos y gente sabia en sus ciencias humanas,
aunque llenas de errores, el sagrado apóstol les convencía y enseñaba la
verdadera ciencia, usando no sólo de milagros y señales, sino de razones con
que hacía más creíble la fe cristiana. A todos los convertidos remitía luego
a María santísima y ella catequizaba a muchos y, como conocía los interiores
e inclinaciones de todos, hablaba al corazón de cada uno y le llenaba de los
influjos de la luz divina. Hacía prodigios y muchos milagros y beneficios
curando endemoniados y de todas las enfermedades, socorriendo a los pobres y
necesitados y, trabajando para esto con sus manos, acudía a los enfermos y
hospitales y los servía y curaba por sí misma. Y en su casa tenía la
piadosísima Reina ropa y vestiduras para los más pobres y necesitados,
ayudaba a muchos a la hora de la muerte, y en aquel peligroso trance ganó
muchas almas y las encaminó a su Criador sacándolas de la tiranía del
demonio. Y fueron tantas las que trajo al camino de la verdad y vida eterna
y las obras milagrosas que a este fin hizo, que en muchos libros no se
podrían escribir, porque ningún día se pasaba en que no acrecentase la
hacienda del Señor con abundantes y copiosos frutos de las almas que le
adquiría.
424. Con los aumentos que la primitiva
Iglesia iba recibiendo cada día por la santidad, solicitud y obras de la
gran Reina del cielo, estaban los demonios llenos de confusión y furioso
despecho. Y aunque se alegraban de la condenación de todas las almas que
llevaban a sus tinieblas eternas, con todo eso recibieron gran tormento con
la muerte de Herodes, porque de su obstinación no esperaban enmienda en tan
feos y abominables pecados y por esto le tenían por instrumento poderoso
contra los seguidores de Cristo nuestro bien. Dio permiso la divina
providencia para que Lucifer y estos dragones infernales se levantasen del
profundo del infierno, donde los derribó María santísima de Jerusalén, como
dije en el capítulo pasado
(Cf. supra n.406).
Y después de haber gastado el tiempo que allí estuvieron en
arbitrar y prevenir tentaciones para oponerse a la invencible Reina de los
ángeles, determinó Lucifer querellarse ante el Señor, al modo que lo hizo el
santo Job (Job 1,9);
aunque con mayor indignación, contra María santísima.
Y con este pensamiento para salir del profundo habló con sus ministros y les
dijo:
425. Si no vencemos a esta Mujer
nuestra enemiga, temo que sin duda destruirá todo mi imperio, porque todos
conocemos en ella una virtud más que humana que nos aniquila y oprime cuando
ella quiere y como quiere, y hasta ahora no se ha hallado camino para
derribarla ni resistirla. Esto es lo que se me hace intolerable, porque si
fuera Dios, que se dio por ofendido de mis altos pensamientos y
contradicción y tiene poder infinito para aniquilarnos, no me causara tanta
confusión cuando me venciera por sí mismo; pero esta Mujer, aunque sea Madre
del Verbo humanado, no es Dios, sino pura criatura y de baja naturaleza; no
sufriré más que me trate con tanto imperio y que me arruine cuando a ella se
le antoja. Vamos todos a destruirla y querellémonos al Omnipotente, como lo
tenemos pensado. Hizo el dragón esta diligencia y alegó de su falso derecho
ante el Señor, porque, siendo él ángel de tan superior naturaleza, levantaba
con su gracia y dones a la que era tierra y polvo y no la dejaba en su
condición soja, para que en ella la persiguieran y tentaran los demonios.
Pero advierto que no se presentan estos enemigos ante el Señor por visión
que tengan de su divinidad, que ésta no la pueden alcanzar, mas como tienen
ciencia del ser de Dios y fe de los misterios sobrenaturales, aunque corta y
forzada, por medio de estas noticias se les concede que hablen con Dios,
cuando se dice que están en su presencia y se querellan, o tienen algún
coloquio con el Señor.
426. Dio permiso el Omnipotente a
Lucifer para que saliese a pelear y hacer guerra a María santísima; pero las
condiciones que pedía eran injustas y así se le negaron muchas. Y a cada uno
les concedió la divina Sabiduría las armas que convenía, para que la
victoria de su Madre fuese gloriosa y quebrantase la cabeza de la antigua y
venenosa serpiente. Fue misteriosa esta batalla y su triunfo, como veremos
en los capítulos siguientes y se contiene en el 12 del Apocalipsis, con
otros misterios de que hablé en la primera parte de esta Historia
(Cf. supra n.I D.94ss),
declarando aquel capítulo. Y sólo advierto ahora que la
providencia del Altísimo ordenó todo esto no sólo para la mayor gloria de su
Madre santísima y exaltación del poder y sabiduría divina, sino también
tener justo motivo de aliviar a la Iglesia de las persecuciones que contra
ella fabricaban los demonios y para obligarse la bondad infinita con equidad
a derramar en la misma Iglesia los beneficios y favores que le granjeaban
estas victorias de María santísima, las que sola ella podía alcanzar y no
otras almas; A este modo obra siempre el Señor en su Iglesia, disponiendo y
armando algunas almas escogidas, para que en ellas estrene su ira el dragón,
como en miembros y partes de la santa Iglesia y, si le vencen con la divina
gracia, redundan estas victorias en beneficio de todo el cuerpo místico de
los fieles y pierde el enemigo el derecho y fuerzas que tenía contra ellos.
Doctrina que me dio la Reina de los ángeles María santísima.
427. Hija mía, cuando en este discurso
que escribes de mi vida te repita muchas veces el estado lamentable del
mundo y el de la santa Iglesia en que vives y el maternal deseo de que me
sigas y me imites, entiende, carísima, que tengo grande razón para obligarte
a que te lamentes conmigo y llores tú ahora lo que yo lloraba cuando vivía
vida mortal, y en estos siglos me afligiera si tuviera estado de padecer
dolor. Asegúrate, alma, que alcanzarás tiempos que debas llorar con lágrimas
de sangre las calamidades de los hijos de Adán; y porque de una vez no
puedes enteramente conocerlas, renuevo en ti esta noticia de lo que miro
desde el cielo en todo el orbe y entre los profesores de la santa fe.
Vuelve, pues, los ojos a todos y mira la mayor parte de los hijos de Adán en
las tinieblas y errores de la infidelidad, en que sin esperanza del remedio
corren a la condenación eterna. Mira también a los hijos de la fe y de la
Iglesia, cuán descuidados y olvidados viven de este daño, sin haber a quien
le duela; porque, como desprecian la propia salud, no atienden a la ajena y,
como está en ellos muerta la fe y falta el amor divino, no les duele que se
pierdan las almas que fueron criadas por el mismo Dios y redimidas con la
sangre del Verbo humanado.
428. Todos son hijos de un Padre que
está en los cielos, y obligación es de cada uno cuidar de su hermano en la
forma que le puede socorrer. Y esta deuda toca más a los hijos de la
Iglesia, que con oraciones y peticiones pueden hacerlo. Pero este cargo es
mayor en los poderosos y en los que por medio de la misma fe cristiana se
alimentan y se hallan más beneficiados de la liberal mano del Señor. Estos,
que por la ley de Cristo gozan de tantas comodidades temporales y todas las
convierten en obsequio y deleites de la carne, son los que como poderosos
serán poderosamente atormentados
(Sab 6,7).
Si los pastores y superiores de la casa del Señor sólo
cuidan de vivir con regalo y sin que les toque el trabajo verdadero, por su
cuenta ponen la ruina del rebaño de Cristo y el estrago que en él hacen los
lobos infernales. ¡Oh, hija mía, en qué lamentable estado han puesto al
pueblo cristiano los poderosos, los pastores, los malos ministros que Dios
les ha dado por sus secretos juicios! ¡Oh, qué castigo y confusión les
espera! En el tribunal del justo Juez no tendrán excusa, pues la verdad
católica que profesan los desengaña, la conciencia los reprende, y a todo se
hacen sordos.
429. La causa de Dios y de su honra
está sola y sin dueño; su hacienda, que son las almas, sin alimento
verdadero; todos casi tratan de su interés y conservación, cada cual con su
diabólica astucia y razón de estado; la verdad oscurecida y oprimida, la
lisonja levantada, la codicia desenfrenada, la sangre de Cristo hollada, el
fruto de la redención despreciado; y nadie quiere aventurar su comodidad o
interés para que no se le pierda al Señor lo que le costó su pasión y vida.
Hasta los amigos de Dios tienen sus defectos en esta causa, porque no usan
de la caridad y libertad santa con el celo que deben, y los más se dejan
vencer de su cobardía, o se contentan con trabajar para sí solos y
desamparan la causa común de las otras almas. Con esto, hija mía, entenderás
que habiendo plantado mi Hijo santísimo
la Iglesia
evangélica por sus manos, habiéndola fertilizado con su misma sangre, han
llegado en ella los infelices tiempos de que se querelló el mismo Señor por
sus profetas; pues el residuo de la oruga comió la langosta y el residuo de
la langosta comió el pulgón y el residuo de éste consumió el herrumbre o
aneblado (Joel, 1,4);
y para coger el fruto de su viña, anda el Señor como
el que pasada la vendimia busca algún racimo que se ha quedado, o alguna
oliva que no haya sacudido o llevado el demonio
(Is 24,13).
430. Dime ahora, hija mía, ¿cómo será
posible que si tienes amor verdadero a mi Hijo santísimo y a mí recibas
consuelo, descanso ni sosiego en tu corazón a la vista de tan lamentable
daño de las almas que redimió con su sangre, y yo con la de mis lágrimas,
pues muchas veces han sido de sangre por granjeárselas? Hoy, si pudiera
derramarlas, lo hiciera con nuevo llanto y compasión, y porque no me es
posible llorar ahora los peligros de la Iglesia, quiero que tú lo hagas y
que no admitas consolación humana en un siglo tan calamitoso y digno de ser
lamentado. Llora, pues, amargamente y no pierdas el premio de este dolor, y
sea tan vivo que no admitas otro alivio más de afligirte por el Señor a
quien amas. Advierte lo que yo hice por remediar la condenación de Herodes y
para excusarla a los que de mi intercesión se quisieren valer; y en la vista
beatífica son mis ruegos continuos por la salvación de mis devotos. No te
acobarden los trabajos y tribulaciones que te enviare mi Hijo santísimo,
para que ayudes a tus hermanos y le adquieras su propia hacienda; y entre
las injurias que le hacen los hijos de Adán, trabaja tú para recompensarlas
en algo con la pureza de tu alma, que quiero sea más de ángel que de mujer
terrena. Pelea las guerras del Señor contra sus enemigos y en su nombre y
mío quebrántales su cabeza, impera contra su soberbia y arrójalos al
profundo; y aconseja a los ministros de Cristo que hablares hagan esto mismo
con la potestad que tienen y con viva fe para defender a las almas y en
ellas la honra y gloria del Señor, que así los oprimirán y vencerán en la
virtud divina.
CAPITULO 4
De Nuevo a Tapa
Destruye María santísima el templo de Diana en Efeso; la
llevan sus ángeles al cielo empíreo, donde el Señor la prepara para entrar
en batalla con el dragón infernal y vencerle; comienza este duelo por
tentaciones de soberbia.
431. Muy celebrada es en todas las
historias la ciudad de Efeso, puesta en los fines occidentales del Asia, por
muchas cosas grandes que en los pasados siglos la hicieron tan ilustre y
famosa en todo el orbe; pero su mayor excelencia y grandeza fue haber
recibido y hospedado en sí a la suprema Reina de cielo y tierra por algunos
meses, como adelante se dirá. Este gran privilegio la hizo muy dichosa; que
las demás excelencias verdaderamente la hicieron infeliz e infame hasta
aquel tiempo, por haber tenido en ella su trono tan de asiento el príncipe
de las tinieblas. Pero como nuestra gran Señora y Madre de la gracia se
halló en esta ciudad hospedada, y obligada de sus moradores, que
liberalmente la recibieron y ofrecieron algunos dones, era consiguiente en
su ardentísima caridad que, guardando el orden nobilísimo de esta virtud,
les pagase el hospedaje con mayores beneficios, como a más vecinos y
bienhechores que los extraños; y si con todos era liberalísima, con los de
Efeso había de serlo con mayores demostraciones y favores. La movió su
gratitud propia a esta consideración, juzgándose deudora de beneficiar a
toda aquella república. Hizo particular oración por ella, pidiendo
fervorosamente a su Hijo santísimo que sobre sus moradores derramase su
bendición y corno piadoso Padre los ilustrase y redujese a su verdadera fe y
conocimiento.
432. Tuvo por respuesta del Señor que,
como Señora y Reina de la Iglesia y de todo el mundo, podía obrar con
potestad todo lo que fuese su voluntad, pero que advirtiese el impedimento
que tenía aquella ciudad para recibir los dones de la misericordia divina,
porque con las antiguas y presentes abominaciones de los pecados que
cometían habían puesto candados a las puertas de la clemencia y merecían el
rigor de la justicia, que ya se hubiera ejecutado en ellos si no tuviera
determinado el Señor que viniera a vivir en aquella ciudad la misma Reina,
cuando las maldades de sus habitadores habían llegado a su colmo para
merecer el castigo que por ella estaba suspendido. Junto con esta respuesta
conoció María santísima que la divina Justicia la pedía como permiso y
consentimiento para destruir aquella idólatra gente de Efeso y sus confines.
Con este conocimiento y respuesta se afligió mucho el corazón piadoso de la
dulcísima Madre, pero no se acobardó su casi inmensa caridad y multiplicando
peticiones replicó al Señor y le dijo:
433. Rey altísimo, justo y
misericordioso, bien sé que el rigor de vuestra justicia se ejecuta cuando
no tiene lugar la misericordia, y para esto os basta cualquiera motivo que
halléis en vuestra sabiduría, aunque de parte de los pecadores sea pequeño.
Mirad ahora, Señor mío, el haberme admitido esta ciudad para vivir en ella
por vuestra voluntad y que sus moradores me han socorrido y ofrecido sus
haciendas a mí y a vuestro siervo Juan. Templad, Dios mío, vuestro rigor y
conviértase contra mí, que yo padeceré por el remedio de estos miserables. Y
vosotros, Todopoderoso, que tenéis bondad y misericordia infinita para
vencer con el bien el mal, podéis quitar el óbice para que se aprovechen de
vuestros beneficios y para que no vean mis ojos perecer tantas almas que son
obras de vuestras manos y precio de vuestra sangre. Respondió a esta
petición y dijo: Madre mía y paloma mía, quiero que expresamente conozcáis
la causa de mi justa indignación y cuán merecida la tienen estos hombres por
quien me rogáis. Atended, pues, y lo veréis. Y luego por visión clarísima se
le manifestó a la Reina todo lo siguiente:
434. Conoció que, muchos siglos antes
de la encarnación del Verbo en su virginal tálamo, entre los muchos
conciliábulos que Lucifer había hecho para destruir a los hombres hizo uno
en que habló a sus demonios y les dijo: De las noticias que tuve en el cielo
en mi primer estado y de las profecías que Dios ha revelado a los hombres y
de los favores que con muchos amigos suyos ha manifestado, he podido conocer
que el mismo Dios se ha de obligar mucho de que los hombres de uno y otro
sexo se abstengan en los tiempos futuros de muchos vicios que yo deseo
conservar en el mundo, en particular de los deleites carnales y de la
hacienda y su codicia y que en ésta renuncien aun lo que les fuera lícito. Y
para que lo hagan contra mi deseo les dará muchos auxilios, con que de
voluntad sean castos y pobres y sujetando la propia suya a la de otros
hombres. Y si con estas virtudes nos vencen, merecerán grandes premios y
favores de Dios, como lo he rastreado en algunos que han sido castos, pobres
y obedientes; y mis intentos se frustran mucho por estos medios, si no
tratamos de remediar este daño y recompensarlo por todos los caminos
posibles a nuestra astucia. Considero también que si el Verbo divino toma
carne humana, como lo hemos entendido, será muy casto y puro y también
enseñará a muchos que lo sean, no sólo varones, sino mujeres, que aunque son
más flacas suelen ser más tenaces; y esto sería para mía de mayor tormento,
si ellas me venciesen habiendo yo derribado antes a la primera mujer. Sobre
todo esto prometen mucho las Escrituras de los antiguos de los favores que
gozarán los hombres con el Verbo humanado en la misma naturaleza, a quien es
cierto ha de levantar y enriquecer con su potencia.
435. Para oponerme a todo esto
prosiguió Lucifer quiero vuestro consejo y diligencia y que tratemos desde
luego impedir a los hombres que no consigan tantos bienes. Tan de lejos como
esto viene el odio y arbitrios del infierno contra la perfección evangélica
que profesan las sagradas religiones. Se consultó largamente este punto
entre los demonios y de la consulta salió por acuerdo que gran multitud de
demonios quedasen prevenidos y por cabezas de las legiones que habían de
tentar a los que tratasen de vivir en castidad, pobreza y obediencia; que
desde luego, para irrisión de la castidad especialmente, ordenasen ellos un
género de vírgenes aparentes y mentirosas o hipócritas y fingidas, que con
este falso título se consagrasen al obsequio de Lucifer y todos sus
demonios. Con este medio diabólico pensaron los enemigos que no sólo
llevarían para sí a estas almas con mayor triunfo, sino también deslucirían
la vida religiosa y casta que presumían enseñaría el Verbo humanado y su
Madre en el mundo. Y para que más prevaleciese en él esta falsa religión que
intentaba el infierno, determinaron fundarla con abundancia de todo lo
temporal y delicioso a la naturaleza, como fuese ocultamente, porque en
secreto consentirían que se viviese licenciosamente debajo del nombre de la
castidad dedicada a los dioses falsos.
436. Pero luego se les ofreció otra
duda, si esta religión había de ser de varones o mujeres. Algunos demonios
querían que fuesen todos varones, porque serían más constantes y perpetua
aquella falsa religión; a otros les parecía que los hombres no eran tan
fáciles de engañar como las mujeres, que discurren con más fuerza de razón y
podían conocer antes el error, y las mujeres no tenían tanto riesgo en esto,
porque son de flaco juicio, fáciles en creer y vehementes en lo que aman y
aprenden y más a propósito para mantenerse en aquel engaño. Este parecer
prevaleció y le aprobó Lucifer, aunque no excluyó del todo a los hombres,
porque algunos hallarían que abrazasen aquellas falacias por el crédito que
ganarían, y más si les ayudaban a sus ficciones y embustes para no caer de
la vana estimación de los otros hombres, que con ellos el mismo Lucifer les
ganaría con su astucia para conservar mucho tiempo en hipocresías y
ficciones a los que se sujetasen a su servicio.
437. Con este infernal consejo
determinaron los demonios hacer una religión o congregación de vírgenes
fingidas y mentirosas; porque el mismo Lucifer dijo a los demonios: Aunque
será para mí de mucho agrado tener vírgenes consagradas y dedicadas a mi
culto y reverencia, como las quiere tener Dios, pero oféndeme tanto la
castidad y pureza del cuerpo en esta virtud, que no la podré sufrir aunque
sea dedicada a mi grandeza, y así hemos de procurar que estas vírgenes sean
el objeto de nuestras torpezas. Y si alguna quisiere ser casta en el cuerpo,
la llenaremos de inmundos pensamientos y deseos en el interior, de suerte
que con verdad ninguna sea casta, aunque por su vana soberbia quiera
contenerse, y como sea inmunda en los pensamientos, procuraremos conservarla
en la vanagloria de su virginidad.
438. Para dar principio a esta falsa
religión discurrieron los demonios por todas las naciones del orbe y les
pareció que unas mujeres llamadas amazonas eran más a propósito para
ejecutar en ellas su diabólico pensamiento. Estas amazonas habían bajado de
la Scitia al Asia donde vivían. Eran belicosas, excediendo con la arrogancia
y soberbia a la fragilidad del sexo. Por fuerza de armas se habían apoderado
de grandes provincias, especialmente hicieron su corte en Efeso y mucho
tiempo se gobernaron por sí mismas, dedignándose de sujetarse a los varones
y vivir en su compañía, que ellas con presuntuosa soberbia llamaban
esclavitud o servidumbre. Y porque de estas materias hablan mucho las
historias, aunque con grande variedad, no me detengo en tratar de ellas.
Basta para mi intento decir que, como estas amazonas eran soberbias,
ambiciosas de honra vana y aborrecían a los hombres, halló Lucifer en ellas
buena disposición para engañarlas con el falso pretexto de la castidad. Les
puso en la cabeza a muchas de ellas que por este medio serían muy celebradas
y veneradas del mundo y se harían famosas y admirables con los hombres, y
alguna podía llegar hasta alcanzar la dignidad y veneración de diosa. Con la
desmedida ambición de esta honra mundana se juntaron muchas amazonas,
doncellas verdaderas y mentirosas, y dieron principio a la falsa religión de
vírgenes, viviendo en congregación en la ciudad de Efeso, donde tuvo su
origen.
439. En breve tiempo creció mucho el
número de estas vírgenes más que necias, con admiración y aplauso del mundo,
solicitándolo todo los demonios. Entre éstas hubo una más celebrada y
señalada en la hermosura y nobleza, entendimiento, castidad y otras gracias,
que la hicieron más famosa y admirable, y se llamaba Diana. Y por la
veneración en que estaba y la multitud de compañeras que tenía, se dio
principio al memorable templo de Efeso, que el mundo tuvo por una de sus
maravillas. Y aunque este templo se tardó a edificar muchos siglos, pero
como Diana granjeó con la ciega gentilidad el nombre y veneración de diosa,
se le dedicó a ella esta rica y suntuosa fábrica, que se llamó templo de
Diana, a cuya imitación se fabricaron otros muchos en diversas partes debajo
del mismo título. Para celebrar el demonio a esta falsa virgen Diana cuando
vivía en Efeso, la comunicaba y llenaba de ilusiones diabólicas, y muchas
veces la vestía de falsos resplandores y le manifestaba secretos que
pronosticase, y le enseñó algunas ceremonias y cultos semejantes a los que
el pueblo de Dios usaba, para que con estos ritos ella y todos venerasen al
demonio. Y las demás vírgenes la veneraban a ella como a diosa, y lo mismo
hicieron los demás gentiles, tan pródigos como ciegos en dar divinidad a
todo lo que se les hacía admirable.
440. Con este diabólico engaño, cuando
vencidas las amazonas entraron los reinos vecinos a gobernar a Efeso,
conservaron este templo como cosa divina y sagrada, continuándose en ella
aquel colegio de vírgenes locas. Y aunque un hombre ordinario quemó este
templo, le volvió a reedificar la ciudad y el reino, y para ello
contribuyeron mucho las mujeres. Y esto sería trescientos años antes de la
redención del linaje humano poco más o menos. Y así cuando María santísima
estaba en Efeso no era el primer templo el que perseveraba, sino el segundo,
reedificado en el tiempo que digo, y en él vivían estas vírgenes en
diferentes repartimientos. Pero como en el tiempo de la encarnación y muerte
de Cristo estaba la idolatría tan asentada en el mundo, no sólo no habían
mejorado en costumbres aquellas diabólicas mujeres, sino que habían
empeorado y casi todas trataban con los demonios abominablemente. Y junto
con esto cometían otros feísimos pecados y engañaban al mundo con embustes y
profecías, con que Lucifer los tenía dementados a unos y a otros.
441. Todo esto y mucho más vio María
santísima cerca de sí en Efeso, con tan vivo dolor de su castísimo corazón,
que le fuera mortal herida si el mismo Señor no la conservara. Pero habiendo
visto que Lucifer tenía como por asiento y cátedra de maldad al ídolo de
Diana, se postró en tierra ante su Hijo santísimo y le dijo: Señor y Dios
altísimo, digno de toda reverencia y alabanza; estas abominaciones que por
tantos siglos han perseverado razón es que tengan término y remedio. No
puede sufrir mi corazón que se dé a una infeliz y abominable mujer el culto
de la verdadera divinidad, que vosotros sólo como Dios infinito merecéis, ni
tampoco que el nombre de la castidad esté tan profanado y dedicado a los
demonios. Vuestra dignación infinita me hizo guía y madre de las vírgenes,
como parte nobilísima de vuestra Iglesia y fruto más estimable de vuestra
redención y a vosotros muy agradable. El título de la castidad ha de quedar
consagrado a vos en las almas que fueren hijas mías; no puedo de hoy más
consentirle falsamente en las adúlteras. Me querello de Lucifer y del
infierno, por el atrevimiento de haber usurpado injustamente este derecho.
Pido, Hijo mío, que le castiguéis con la pena de rescatar de su tiranía
estas almas y que salgan todas de su esclavitud a la libertad de la fe y luz
verdadera.
442. El Señor la respondió: Madre mía,
yo admito vuestra petición, porque es justo no se dedique a mis enemigos la
virtud de la castidad, aunque sea sólo en el nombre, que se halla tan
ennoblecida en vos y para mí es tan agradable. Pero muchas de estas falsas
vírgenes son prescitas y reprobadas por sus abominaciones y pertinacia y no
se reducirán todas al camino de la salud eterna. Algunas pocas admitirán de
corazón la fe que se les enseñare. En esta ocasión llegó san Juan al
oratorio de María santísima, aunque no conoció entonces el misterio en que
se ocupaba la gran Señora del cielo ni la presencia de su Hijo nuestro
Señor. Pero la verdadera Madre de los humildes quiso juntar las peticiones
propias con las del amado discípulo y ocultamente pidió licencia al Señor
para hablarle y le dijo de esta manera: Juan, hijo mío, lastimado está mi
corazón por haber conocido los grandes pecados que se cometen contra el
Altísimo en este templo de Diana y desea mi alma que tengan ya término y
remedio. El santo apóstol respondió: Señora mía, yo he visto algo de lo que
pasa en este abominable lugar y no puedo contenerme en dolor y lágrimas de
ver que el demonio sea venerado en él con el culto que se debe a solo Dios;
y nadie puede atajar tantos males, si vos, Madre mía, no lo toméis por
vuestra cuenta.
443. Ordenó María santísima al apóstol
que. la acompañase en la oración pidiendo al Señor remediase aquel daño, y
san Juan se fue a su retiro, quedando la Reina en el suyo con Cristo nuestro
Salvador, y postrada de nuevo en tierra en presencia del Señor, derramando
copiosas lágrimas, volvió a su oración y peticiones. Perseveró en ella con
ardentísimo fervor y casi agonizando de dolor, e inclinando a su Hijo
santísimo para que la confortase y consolase, respondió a sus peticiones y
deseos, diciendo: Madre y paloma mía, hágase lo que pedís sin dilación,
ordenad y mandad, como Señora y poderosa, todo lo que vuestro corazón desea.
Con este beneplácito se inflamó el afecto de María santísima en el celo de
la honra de la divinidad, y con imperio de Reina mandó a todos los demonios
que estaban en el templo de Diana descendiesen luego al profundo y
desamparasen aquel lugar que por tantos años habían poseído. Eran muchas
legiones las que allí estaban engañando al mundo con supersticiones y
profanando aquellas almas, pero en un brevísimo movimiento de los ojos
cayeron todos en el infierno con la fuerza de las palabras de María
santísima; y fue de manera el terror con que los quebrantó, que en moviendo
sus virginales labios para la primera palabra no aguardaron a oír la
segunda, porque ya estaban entonces en el infierno, pareciéndoles tarda su
natural presteza para alejarse de la Madre del Omnipotente.
444. No pudieron despegarse de las
profundas cavernas hasta que se les dio permiso, como diré luego, para salir
con el dragón grande a la batalla que tuvieron con la Reina del cielo, antes
en el infierno buscaban los puestos más lejos de donde ella estaba en la
tierra. Mas advierto que con estos triunfos de tal manera venció María
santísima al demonio, que no podía volver al mismo puesto o jurisdicción de
que le desposeía; pero como esta hidra infernal era y es tan venenosa,
aunque le cortaba una cabeza le renacían otras, porque volvía a sus maldades
con nuevos ingenios y arbitrios contra Dios y su Iglesia. Pero continuando
esta victoria la gran Señora del mundo, con el mismo consentimiento de
Cristo nuestro Salvador, mandó luego a uno de sus santos ángeles fuese al
templo de Diana y que le arruinase todo sin dejar en él piedra sobre piedra
y que salvase a solas nueve mujeres señaladas de las que allí vivían y todas
las demás quedasen muertas y sepultadas en la ruina del edificio, porque
eran réprobas y sus almas bajarían con los demonios, a quienes adoraban y
obedecían, y serían sepultadas en el infierno antes que cometiesen más
pecados.
445. El ángel del Señor ejecutó el
mandato de su Reina y Señora y en un brevísimo espacio derribó el famoso y
rico templo de Diana que en muchos siglos se había edificado, y con asombro
y espanto de los moradores de Efeso pareció luego destruido y arruinado. Y
reservó a las nueve mujeres que le señaló María santísima, como ella se las
había señalado y Cristo nuestro Señor dispuesto, porque éstas solas se
convirtieron a la fe, como después diré
(Cf. infra n.461).
Todas las demás perecieron en la ruina, sin quedar memoria
de ellas. Y aunque los ciudadanos de Efeso hicieron inquisición de;
delincuente, nada pudieron rastrear en esta destrucción, como la
descubrieron en el incendio del primer templo, que por ambición de la fama
se manifestó el malhechor. Pero de este suceso tomó el evangelista san Juan
motivo para predicar con más esfuerzo la verdad divina y sacar a los
efesinos del engaño y error en que los tenía el demonio. Luego el mismo
evangelista con la Reina del cielo dieron gracias y alabanzas al Muy Alto
por este triunfo que habían ganado de Lucifer y de la idolatría.
446. Pero es necesario advertir aquí,
no se equivoque el que esto leyere con lo que se refiere en el capítulo 19
de los Hechos apostólicos
(Act 19,24ss)
del templo de Diana que supone san Lucas había en Efeso,
cuando san Pablo fue después de algunos años a predicar en aquella ciudad.
Cuenta el evangelista que un grande artífice de Efeso llamado Demetrio, que
fabricaba imágenes de plata de la diosa Diana, conspiró a otros oficiales de
su arte contra san Pablo, porque en toda Asia predicaba que no eran dioses
los que eran fabricados con manos de hombres. Y con esta nueva doctrina
persuadió Demetrio a sus compañeros que san Pablo no sólo les quitaría la
ganancia de su arte, sino que vendría en gran vilipendio el templo de la
gran Diana, tan venerado en el Asia y en todo el orbe. Con esta conspiración
se turbaron los artífices, y ellos a toda la ciudad, dando voces y diciendo:
Grande es la Diana de los efesinos; y sucedió lo demás que san Lucas
prosigue en aquel capítulo. Y para que se entienda no contradice a lo que
dejo escrito (Cf. supra
n.445), añado que este templo, de quien habla san
Lucas, fue otro menos suntuoso y más ordinario que volvieron a reedificar
los efesinos después que María santísima se volvió a Jerusalén; y cuando
llegó san Pablo a predicar estaba ya reedificado. Y de lo que el texto de
san Lucas refiere se colige cuán entrañada estaba la idolatría y falso culto
de Diana en los efesinos y en toda el Asia, así por los muchos siglos que
los pasados habían vivido en aquel error, como porque la ciudad se había
hecho ilustre y tan famosa en el mundo con esta veneración y templos de
Diana. Y llevados los moradores de estos engaños y vanidad, les parecía no
poder vivir sin su diosa y sin hacerle templos en la ciudad, como cabeza y
origen de esta superstición que los demás reinos con emulación habían
imitado. Tanto pudo la ignorancia de la divinidad verdadera en los gentiles,
que fueron menester muchos apóstoles y muchos años para dársela a conocer y
arrancar la cizaña de la idolatría, y más entre los romanos y griegos, que
se reputaban por los más sabios y políticos entre todas las naciones del
mundo.
447. Destruido el templo de Diana,
quedó María santísima con mayores deseos de trabajar por la exaltación del
nombre de Cristo y la amplificación de la santa Iglesia para que se lograse
el triunfo que de los enemigos había ganado. Multiplicando para esto las
oraciones y peticiones, sucedió un día que los santos ángeles,
manifestándosele en forma visible, la dijeron: Reina y Señora nuestra, el
gran Dios de los ejércitos celestiales manda que os llevemos a su cielo y
trono real, a donde os llama. Respondió María santísima: Aquí está la
esclava del Señor, hágase en mí su voluntad santísima. Y luego los ángeles
la recibieron en un trono de luz, como otras veces he dicho
(Cf. supra n.399),
y la llevaron al cielo empíreo a la presencia de la
santísima Trinidad. No se le manifestó en esta ocasión por visión intuitiva,
sino con abstractiva. Se postró ante el soberano trono, adoró al ser
inmutable de Dios con profunda humildad y reverencia. Luego el eterno Padre
la habló y dijo: Hija mía y paloma mañosísima, tus inflamados deseos y
clamores por la exaltación de mi santo nombre han llegado a mis oídos, y tus
ruegos por la Iglesia son aceptables a mis ojos y me obligan a usar de
misericordia y clemencia; y en retorno de tu amor quiero de nuevo darte mi
potestad para que con ella defiendas mi honor y gloria y triunfes de mis
enemigos y de su antigua soberbia, los humilles y huelles su cerviz, y con
tus victorias ampares a mi Iglesia y adquieras nuevos beneficios y dones
para sus hijos fieles y tus hermanos.
448. Respondió María santísima: Aquí
está, Señor, la menor de las criaturas, aparejado el corazón para todo lo
que fuere de vuestro beneplácito, por la exaltación de vuestro nombre y para
vuestra mayor gloria; hágase en mí vuestra divina voluntad. Añadió el eterno
Padre y dijo: Entiendan todos mis cortesanos del cielo que yo nombro a María
por capitana y caudillo de todos mis ejércitos y vencedora de todos mis
enemigos, para que triunfe de ellos gloriosamente. Confirmaron esto mismo
las dos personas divinas, el Hijo y el Espíritu Santo, y todos los
bienaventurados con los ángeles respondieron: Vuestra voluntad santa se
haga, Señor, en los cielos y en la tierra. Luego mandó el Señor a los
dieciocho más supremos serafines que por su orden adornasen, preparasen y
armasen a su Reina para la batalla contra el infernal dragón y se cumplió en
esta ocasión misteriosamente lo que está escrito en el libro de la Sabiduría
(Sab 5,18):
El Señor armará a la criatura para venganza de sus enemigos,
y lo demás que allí se dice. Porque salieron primero los seis serafines y
adornaron a María santísima con un género de lumen como un impenetrable
arnés, que manifestaba a los santos la santidad y justicia de su Reina, tan
invencible e impenetrable para los demonios, que se asimilaba sólo a la
fortaleza del mismo Dios por un modo inefable. Y por esta maravilla dieron
gracias al Omnipotente aquellos serafines y los otros santos.
449. Salieron luego otros seis de los
doce serafines y obedeciendo el mandato del Señor dieron otra nueva
iluminación a la gran Reina. Esto fue como un linaje de resplandor de la
divinidad que le pusieron en su virginal rostro, con el cual no podían los
demonios mirar a él. Y en virtud de este beneficio, aunque llegaron los
enemigos a tentarla, como veremos (Cf. infra n.470), no pudieron jamás mirar
a su cara tan divinizada, ni quiso consentirlo el Señor con este gran favor.
Tras de éstos salieron los otros seis y últimos serafines, mandándoles el
Señor que diesen armas ofensivas a la que tenía por su cuenta la defensa de
la divinidad y de su honra. En cumplimiento de este orden pusieron los
ángeles en todas las potencias de María santísima otras nuevas cualidades y
virtud divina que correspondía a todos los dones de que el Altísimo la había
adornado. Y con este beneficio se le concedió potestad a la gran Señora para
que a su voluntad pudiese impedir, detener y atajar hasta los más íntimos
pensamientos y conatos de todos los demonios, porque todos quedaron sujetos
a la voluntad y orden de María santísima para no poder contravenir a lo que
ella mandase, y de esta potestad usa muchas veces en beneficio de los fieles
y devotos suyos. Todo este adorno, y lo que significaba, confirmaron las
tres divinas personas, singularmente cada una, declarando la participación
que se le daba de los divinos atributos que a cada una se le apropian, para
que con ellos volviese a la Iglesia y en ella triunfase de los enemigos del
Señor.
450. Dieron su bendición las tres
divinas personas a María santísima para despedirla, y la gran Señora las
adoró con altísima reverencia. Y con esto la volvieron los ángeles a su
oratorio admirados de las obras del Altísimo. Y decían: ¿Quién es ésta que
tan deificada, próspera y rica desciende al mundo de lo supremo de los
cielos para defender la gloria de su nombre? ¡Qué adornada, qué hermosa
viene para pelear las batallas del Señor! Oh Reina y Señora eminentísima,
caminad y atended prósperamente con vuestra belleza, proceded y reinad (Sal
44,5) sobre todas las criaturas, y todas le magnifiquen y alaben; porque tan
liberal y poderoso se manifiesta en vuestros beneficios y favores. Santo,
Santo, Santo es el Dios de Sabaot, de los ejércitos celestiales, y en vos le
bendecirán todas las generaciones de los hombres. En llegando al oratorio se
postró María santísima y dio humildes gracias al Omnipotente, pegada con el
polvo, como solía en es tos beneficios (Cf. supra n.4,317,400).
451. Estuvo la prudentísima Madre
confiriéndolos consigo misma por algún espacio de tiempo y previniéndose
para el conflicto que la esperaba con los demonios. Y estando en esta
consideración vio que salía sobre la tierra, como de lo profundo, un dragón
rojo y espantoso con siete
cabezas, despidiendo por cada una humo y fuego con extremada
indignación y furor, siguiéndole otros muchos demonios en la misma forma. Y
fue tan horrible esta visión, que ningún otro viviente la pudiera tolerar
sin perder la vida, y fue necesario que María santísima estuviera prevenida
y fuera tan invencible para admitir la batalla con aquellas cruentísimas
bestias infernales. Se encaminaron todos a donde estaba la gran Reina y con
furiosa indignación y bramidos iban amenazándola y decían: Vamos, vamos a
destruir a esta enemiga nuestra, licencia tenemos del Todopoderoso para
tentarla y hacerla guerra, acabemos esta vez con ella y venguemos los
agravios que siempre nos ha hecho y el habernos arrojado del templo de
nuestra Diana dejándolo destruido. Destruyámosla también a ella; mujer es y
pura criatura, y nosotros somos espíritus sabios, astutos y poderosos; no
hay que temer en criatura terrena.
452. Se presentó ante la invencible
Reina todo aquel ejército de dragones infernales con su caudillo Lucifer,
provocándola para la batalla. Y como el mayor veneno de esta serpiente es la
soberbia, por donde introduce de ordinario otros vicios con que derriba
innumerables almas, le pareció comenzar por este vicio, coloreándole
conforme al estado de santidad con que imaginaba a María santísima. Para
esto se transformaron el dragón y sus ministros en ángeles de luz y en esta
forma se le manifestaron, pensando que no los había visto y conocido en la
de demonios y dragones que les era propia y legítima. Comenzaron con
alabanzas y adulaciones, diciendo: Poderosa eres, María, grande y valerosa
entre las mujeres, y todo el mundo te honra y te celebra por las grandiosas
virtudes que en ti conoce y por las prodigiosas maravillas que obras y
ejecutas con ellas; digna eres de esta gloria, pues nadie se te iguala en
santidad; nosotros lo conocemos más que todos y por eso lo confesamos y te
cantamos la gala de tus hazañas. Al mismo tiempo que Lucifer decía estas
fingidas verdades, procuraba arrojar a la imaginación de la humilde Reina
fieros pensamientos de soberbia y presunción. Pero en vez de inclinarla o
moverla con alguna delectación o consentimiento, fueron vivas flechas de
dolor que pasaron su candidísimo y verdadero corazón. No le fueran tan
sensibles todos los tormentos de los mártires como estas diabólicas
adulaciones. Y para confundirlas hizo también actos de humildad,
aniquilándose y deshaciéndose por un modo tan admirable y poderoso, que no
pudo sufrirlo el infierno ni detenerse más en su presencia, porque ordenó el
Señor que Lucifer y sus ministros lo conocieran y sintieran. Huyeron todos
dando formidables bramidos y diciendo: Vamos al profundo, que menos nos
atormenta aquel lugar confuso que la humildad invencible de esta mujer. La
dejaron por entonces y la prudentísima Señora dio gracias al Omnipotente por
el beneficio de esta primera victoria.
Doctrina que me dio la gran Reina
y Señora del cielo.
453. Hija mía, en la soberbia del
demonio, cuanto es de su parte, hay un conato que él mismo conoce ser
imposible. Esto es, que como sirven y obedecen a Dios los justos y los
santos, le obedecieran y sirvieran a él, para ser en esto semejante al mismo
Dios. Pero no es posible conseguir este afecto, porque contiene en sí una
implicación y repugnancia; pues la esencia de la santidad consiste en
ajustarse la criatura a la regla de la divina voluntad amando a Dios sobre
todas las cosas debajo de su obediencia, y el pecado consiste en apartarse
de esta regla amando otra cosa y obedeciendo al demonio. Pero la honestidad
de la virtud es tan conforme a razón, que ni el mismo enemigo lo puede
negar. Y por esto quisiera, si fuera posible, derribar los buenos, envidioso
y rabioso de no poder servirse de ellos y ansioso de que no consiga Dios la
gloria que tiene en los santos y que el mismo demonio no puede conseguir.
Por esto se desvela tanto en derribar a sus pies algún cedro del Líbano
levantado en santidad, y que bajen a ser esclavos suyos los que han sido
siervos del Altísimo, y en esto emplea todo su estudio, sagacidad y desvelo.
Y de este mismo conato le nace procurar que se le dediquen algunas virtudes
morales, aunque sea sólo en el nombre, como lo hacen los hipócritas y lo
hacían las vírgenes de Diana. Con esto le parece que en algún modo entra a
la parte en lo que Dios ama y quiere y que le mancha y pervierte la materia
de las virtudes, de que el Señor gusta para comunicar en ellas su pureza a
las almas.
454. Atiende, hija mía, que son tantos
los rodeos, maquinaciones y lazos que arma esta serpiente para derribar a
los justos, que sin especial favor del Altísimo no pueden las almas
conocerlos, y mucho menos vencerlos, ni escapar de tantas redes y
traiciones. Y para alcanzar esta protección del Señor, quiere Su Majestad
que la criatura de su parte no se descuide, ni se fíe de sí misma, ni
descanse en pedirla y desearla, porque sin duda por sí sola nada puede y
luego perecerá. Pero lo que obliga mucho a la divina clemencia es el fervor
del corazón y pronta devoción en las cosas divinas, y sobre todo la
perseverante humildad y obediencia, que ayudan a la estabilidad y fortaleza
en resistir al enemigo. Y quiero que estés advertida, no para tu
desconsuelo, sino para tu cautela y aviso, que son muy raras las buenas
obras de los justos en que no derrame esta serpiente alguna parte de su
veneno para inficionarlas. Porque de ordinario procura con suma sutileza
mover alguna pasión o inclinación terrena, que casi ocultamente arrastra o
trabuca en algo la intención de la criatura para que no obre puramente por
Dios y por el fin legítimo de la virtud, y con cualquier otro afecto se
vicia en todo o en parte. Y como esta cizaña está mezclada con el trigo, es
dificultoso conocerla en los principios, si las almas no se desnudan de todo
afecto terreno y examinan sus obras a la luz divina.
455. Muy avisada estás, hija mía, de
este peligro y del desvelo que tiene contra ti el demonio, mayor que contra
otras almas. No sea menos el que tú tengas contra él, no te fíes de sólo el
color de la buena intención en tus obras, porque, no obstante que siempre ha
de ser buena y recta, pero ni sola ella basta ni tampoco siempre la conoce
la criatura. Muchas veces con el rebozo de la buena intención engaña el
demonio, proponiendo al alma algún buen fin aparente o muy remoto, para
introducirle algún peligro de próximo, y sucede que, cayendo luego en el
peligro, nunca consigue el fin bueno que con engaño la movió. Otras veces
con la buena intención no deja examinar otras circunstancias, con que la
obra se hace sin prudencia y viciosamente. Otras, con alguna intención que
parece buena, se solapan las inclinaciones y pasiones terrenas, que se
llevan ocultamente lo más del corazón. Pues entre tantos peligros el remedio
es, que examines tus obras a la luz que te infunde el Señor en lo supremo
del alma, con que entenderás cómo has de apartar lo precioso de lo vil
(Jer 15,19),
la mentira de la verdad, lo amargo de las pasiones de lo
dulce de la razón. Con esto la divina lumbre que en ti está no tendrá parte
de tinieblas, y tu ojo será sencillo y purificará todo el cuerpo de tus
acciones (Mt 6,22),
y serás toda y por todo agradable a tu Señor y a mí.
CAPITULO 5
De Nuevo a Tapa
Vuelve de Efeso a Jerusalén María Santísima llamada del
apóstol san Pedro, se continúa la batalla con los demonios, padece gran
tormenta en el mar y se
declaran otros secretos que sucedieron en esto.
456. Con el justo castigo y condenación
del infeliz Herodes volvió la primitiva Iglesia de Jerusalén a recobrar
algún desahogo y tranquilidad por muchos días, mereciéndolo todo y
granjeándolo la gran Señora del mundo con sus ruegos, obras y solicitud de
Madre. En este tiempo predicaban san Bernabé y san Pablo con admirable fruto
en las ciudades del Asia Menor, Antioquía, Listris, Perge y otras muchas
como lo refiere san Lucas por los capítulos 13 y 14 de los Hechos
apostólicos, con las maravillas y prodigios que san Pablo hacía en aquellas
ciudades y provincias. El apóstol san Pedro, cuando libre de la cárcel huyó
de Jerusalén, se había retirado hacia la parte del Asia para salir de la
jurisdicción de Herodes, para acudir de allí a los nuevos fieles que se
convertían en Asia y a los que estaban en Palestina. Le reconocían todos y
le obedecían como a Vicario de Cristo y cabeza de la Iglesia y que en el
cielo era confirmado todo lo que Pedro ordenaba y hacía en la tierra. Con
esta firmeza de la fe acudían a él, como a Pontífice supremo, con las dudas
y cuestiones que se les ofrecían. Y entre las demás le dieron aviso de las
que a San Pablo y san Bernabé movieron algunos judíos, así en Antioquía como
en Jerusalén, sobre la observancia de la circuncisión y ley de Moisés, como
diré adelante (Cf.
infra n.496), y lo refiere san Lucas en el capítulo
15 de los Hechos apostólicos.
457. Con esta ocasión los apóstoles y
discípulos de Jerusalén pidieron a san Pedro volviese a la ciudad santa para
resolver aquellas controversias y disponer lo que convenía para que no se
embarazase la predicación de la fe, pues ya los judíos con la muerte de
Herodes no tenían quién los amparase y la Iglesia gozaba de mayor paz y
tranquilidad en Jerusalén. Pidieron también hiciese instancia a la Madre de
Jesús para que por estas mismas causas volviese a la ciudad, donde la
deseaban los fieles con íntimo afecto de corazón y con su presencia serían
consolados en el Señor y todas las cosas de la Iglesia se prosperarían. Por
estos avisos determinó san Pedro partir luego a Jerusalén y antes escribió a
la Reina santísima la carta siguiente:
458. Carta de san Pedro para María
santísima. A María Virgen, Madre de Dios, Pedro apóstol de Jesucristo,
siervo vuestro y de los siervos de Dios. Señora, entre los fieles se han
movido algunas dudas y diferencias sobre la doctrina de vuestro Hijo y
nuestro Redentor, y si con ella se ha de guardar la ley antigua de Moisés.
Quieren saber de nosotros lo que en esto conviene y que digamos lo que oímos
de la boca de nuestro divino Maestro. Para consultar a mis hermanos los
apóstoles me parto luego a Jerusalén, y os pedimos que para consuelo de
todos y por el amor que tenéis a la Iglesia volváis a la misma ciudad, donde
los hebreos, después que murió Herodes, están más pacíficos y los fieles con
mayor seguridad. La multitud de los seguidores de Cristo os desean ver y
consolarse con vuestra presencia. Y en estando en Jerusalén daremos este
aviso a las demás ciudades, y con vuestra asistencia se determinará lo que
conviene en las materias de la santa fe y de la grandeza de la ley de
gracia.
459. Este fue el temor y estilo de la
carta y comúnmente le guardaron los apóstoles, escribiendo primero el nombre
de la persona o personas a quien escribían y después el de quien escribía, o
al contrario, como parece en las epístolas de san Pedro y de san Pablo y
otros apóstoles. Y llamar a la Reina Madre de Dios fue acuerdo de los
apóstoles después que ordenaron el Credo, y que unos con otros la llamasen
Virgen y Madre, por lo que importaba a la santa Iglesia asentar en el
corazón de todos los fieles el artículo de la virginidad y maternidad de
esta gran Señora. Algunos otros fieles la llamaban María de Jesús o María la
de Jesús Nazareno; otros menos capaces la nombraban María, hija de Joaquín y
Ana; y de todos estos nombres usaban los primeros hijos de la fe para hablar
de nuestra Reina. Pero la santa Iglesia, usando más del que le dieron los
apóstoles, la llama Virgen y Madre de Dios. y a éste ha juntado otros muy
ilustres y misteriosos. Le entregó la carta de san Pedro a la divina Señora
un propio que la llevaba y dándosela la dijo cómo era del apóstol. La
recibió y venerando al Vicario de Cristo se puso de rodillas y besó la
carta, pero no la abrió, porque san Juan estaba en la ciudad predicando. Y
luego que llegó el evangelista a su presencia, puesta de rodillas le pidió
la bendición, como lo acostumbraba
(Cf. supra n.368),
y le entregó la carta, diciendo era de san Pedro el
Pontífice de todos. Le preguntó san Juan lo que contenía la carta. Y la
Maestra de las virtudes respondió: Vosotros, señor, la veréis primero y me
diréis a mí lo que contiene. Así lo hizo el evangelista.
460. No me puedo contener de admiración
y en la confusión propia a la vista de tal humildad y obediencia como en
esta ocasión, aunque parece de poca monta, manifestó María santísima; pues
sola su divina prudencia pudo hacer juicio que siendo Madre de Díos y la
carta del Vicario de Cristo, era mayor humildad y rendimiento no leerla ni
abrirla por sí sola, sin la obediencia del ministro que tenía presente, para
obedecerle y gobernarse por su voluntad. Con este ejemplo queda reprendida y
enseñada la presunción de los inferiores, que andan buscando salidas y
razones excusadas para trampear la humildad y obediencia que debemos a los
superiores. Pero en todo fue María santísima maestra ejemplar de santidad,
así en las cosas pequeñas como en las mayores. En leyendo el evangelista la
carta de san Pedro a la gran Señora, la preguntó qué le parecía en lo que
suscribía el Vicario de Cristo. Y tampoco en esto quiso mostrarse superior
ni igual sino obediente y respondió a san Juan: Hijo y señor mío, ordenad
vos lo que más conviene, que aquí está vuestra sierva para obedecer. El
evangelista dijo que le parecía razón obedecer a san Pedro y volverse luego
a Jerusalén. Justo y debido es, respondió María purísima, obedecer a la
Cabeza de la Iglesia; disponed luego la partida.
461. Con esta determinación fue luego
san Juan a buscar embarcación para Palestina y prevenir lo que para ella era
necesario y disponer con brevedad la partida. En el ínterin que solicitaba
esto el evangelista, llamó María santísima a las mujeres que tenía en Efeso
por conocidas y discípulas, para despedirse de ellas y dejarlas informadas
de lo que para conservarse en la fe debían hacer. Eran estas mujeres en
número setenta y tres, y muchas de ellas vírgenes, especialmente las nueve
que dije arriba se libraron de la ruina del templo de Diana
(Cf. supra n.445).
A éstas y otras muchas había catequizado y convertido en la
fe por sí misma María santísima, y de todas había hecho un colegio en la
casa donde vivía, con las mujeres que la hospedaron en ella. Y con esta
congregación comenzó la divina Señora a recompensar los pecados y
abominaciones que por tantos siglos se habían cometido en el templo de
Diana, dando principio a la común guarda de la castidad en el mismo lugar de
Efeso, donde el demonio la había profanado. De todo esto tenía informadas a
estas discípulas, aunque no sabían que la gran Señora había destruido el
templo; porque este suceso convenía guardarle en secreto, para que ni los
judíos tuviesen motivo contra la piadosa Madre, ni los gentiles se
indignasen contra ella, por el insano amor que tenían a su Diana. Y así
ordenó el Señor que el suceso de la ruina se tuviese por casual y se
olvidase luego y los autores profanos no le escribiesen, como el primer
incendio.
462. Habló María santísima a estas
discípulas suyas con palabras dulcísimas, para consolarlas en su ausencia, y
les dejó un papel escrito de su mano, en que les decía: Hijas mías, por la
voluntad del Señor todopoderoso me es forzoso volver a Jerusalén. En mi
ausencia tendréis presente la doctrina que de mí habéis recibido y yo la oí
de la boca del Redentor del mundo. Reconocedle siempre por vuestro Señor,
Maestro y Esposo de vuestras almas, sirviéndole y amándole de todo corazón.
Tened en la memoria los mandamientos de su santa ley, y en ellos seréis
informadas de sus ministros y sacerdotes, a quienes tendréis en grande
veneración y obedeceréis a sus órdenes con humildad, sin oír ni admitir a
otros maestros que no sean discípulos de Cristo mi Hijo santísimo,
seguidores de su doctrina; yo cuidaré siempre de que os asistan y amparen, y
no me olvidaré jamás de vosotras ni de presentaros al Señor. En mi lugar
queda María la Antigua, a ella obedeceréis en todo, respetándola y amándola,
y cuidará de vosotras con el mismo amor y desvelo. Guardaréis inviolable
retiro y recogimiento en esta casa y jamás entre varón en ella y, si fuere
forzoso hablar a alguno, sea en la puerta estando tres presentes de
vosotras. En la oración seréis continuas y retiradas; diréis y cantaréis las
que os dejo escritas en el aposento donde yo estaba. Guardad silencio y
mansedumbre; y con ningún prójimo hagáis más de lo que deseáis para
vosotras. Hablad siempre verdad y tened presente continuamente a Cristo
crucificado en todos vuestros pensamientos, palabras y obras. Adoradle y
confesadle por Criador y Redentor del mundo; y en su nombre os doy su
bendición y pido asista en vuestros corazones.
463. Estos avisos y otros dejó María
santísima a toda aquella congregación que había dedicado a su Hijo y Dios
verdadero. Y la que señaló para superior de ella era una de las mujeres
piadosas que la hospedaron y cuya era la casa. Esta era mujer de gobierno y
con quien más había comunicado la Reina y la tenía más informada de la ley
de Dios y de sus misterios. La llamaban María la Antigua, porque a muchas
mujeres les puso en el bautismo su propio nombre la divina Señora,
comunicándoles sin envidia, como dice la Sabiduría
(Sab 7,13),
la excelencia de su nombre, y porque esta María fue la
primera que se bautizó en Efeso con este nombre se llamaba la Antigua a
diferencia de las otras más modernas. Les dejó también escrito el Credo con
el Pater noster y los diez Mandamientos, y otras oraciones que rezasen
vocalmente. Y para que hiciesen estos y otros ejercicios les dejó una cruz
grande en su oratorio, fabricada por mano de los santos ángeles, que por su
mandado la hicieron con grande presteza. Luego sobre todo esto, para
obligarlas más, como piadosa Madre les repartió entre todas las alhajas y
cosas que tenía, pobres en valor humano pero ricas y de inestimable precio
por ser prendas suyas y testimonio de su maternal caricia.
464. Se despidió de todas con mucha
compasión de dejarlas solas, por haberlas engendrado en Cristo, y todas se
postraron a sus pies con mayor llanto y abundantes lágrimas, como quien
perdía en un momento el consuelo, el refugio y alegría de sus corazones.
Pero con el cuidado que la beatísima Madre tuvo siempre de aquella su devota
congregación perseveraron todas setenta y tres en el temor de Dios y fe en
Cristo nuestro Señor, aunque las movió el demonio grandes persecuciones por
sí y por los moradores de Efeso. Y previniendo todo esto la prudente Reina,
hizo fervorosa oración por ellas antes de partir, pidiendo a su Hijo
santísimo las guardase y conservase y que destinase un ángel que defendiese
aquella pequeña rey. Y todo lo concedió el Señor como lo pidió su Madre
santísima. Y después las consoló muchas veces con exhortaciones desde
Jerusalén y encargó a los discípulos y apóstoles que fueron a Efeso cuidasen
de aquellas vírgenes y mujeres recogidas. Y esto hizo todo el tiempo que
vivió la gran Señora.
465. Llegó el día de partir para
Jerusalén, y la humilde entre las humildes pidió la bendición a san Juan y
con ella se fueron juntos a embarcar, habiendo estado en Efeso dos años y
medio. Y a la salida de su posada se le manifestaron a la gran Señora todos
sus mil ángeles en forma humana visible, pero todos como de batalla y
armados para ella en forma de escuadrón. Esta novedad fue el aviso con que
se le dio inteligencia de que se previniese para continuar el conflicto con
el dragón grande y sus aliados. Y antes de llegar al mar vio gran multitud
de legiones infernales que venían a ella con espantosas figuras varias,
todas de gran terror, y tras ellas venía un dragón con siete cabezas, tan
horrible y tan disforme que excedía a un grande navío y sólo el verlo tan
fiero y abominable era causa de gran tormento. Contra estas visiones tan
espantosas se previno la invencible Reina con ferventísima fe y caridad y
con las palabras de los salmos y otras que oyó de la boca de su Hijo
santísimo; y a los santos ángeles ordenó que la asistiesen, porque
naturalmente aquellas figuras tan horribles le causaron algún temor y horror
sensible. El evangelista no conoció entonces esta batalla, hasta que después
le informó la divina Señora y tuvo inteligencia de todo.
466. Se embarcó Su Alteza con el santo,
y el navío se dio a la vela. Pero a poca distancia del puerto aquellas
furias infernales, con el permiso que tenían, alteraron el mar con una
tormenta tan deshecha y espantosa cual nunca otra semejante se había visto
en él hasta aquel día ni hasta ahora, porque en esta maravilla quiso el
Omnipotente glorificar su brazo y la santidad de María y para esto dio aquel
permiso a los demonios, que estrenasen toda su malicia y fuerzas en esta
batalla. Se entumecieron las olas con terribles gemidos, levantándose sobre
los mismos vientos, y al parecer sobre las nubes, y formando entre ellas
unas montañas de espuma y de agua, que parecía tomaban la corrida para
quebrantar las cárceles en que están encerradas
(Sal 103,9).
El navío era combatido y azotado por un costado y por otro,
de manera que con cada golpe parecía gran maravilla no quedar hecho polvo.
Unas veces era levantado hasta el cielo, otras descendía a romper las arenas
de lo profundo, muchas tocaba con las gavias y con las entenas en las
espumas de las olas, y en algunos ímpetus de esta inaudita tormenta fue
necesario que los santos ángeles sustentaran el navío en el aire, y le
sustentaban inmóvil mientras pasaban algunos combates del mar que
naturalmente habían de anegarle y echarle a pique.
467. Los marineros y navegantes
reconocían el efecto de este favor, pero ignoraban la causa, y oprimidos de
la tribulación estaban fuera de sí, dando voces y llorando su ruina, que les
parecía inevitable. Acrecentaron los demonios esta aflicción, porque tomando
forma humana gritaban a grandes voces, como si estuvieran en otros navíos
que iban en conserva en este viaje, y a los que iban en el de la gran Señora
les decían que dejasen perecer aquel navío y se salvasen los que pudiesen en
los demás; que si bien todos padecían tormenta, pero la indignación de estos
dragones y su permiso miraba sólo al navío en que navegaba su enemiga y los
demás no eran tan molestados de las olas, aunque todos padecían grande
riesgo. Esta malicia de los demonios conoció sola María santísima, y como
los marineros lo ignoraban creyeron que las voces eran verdaderamente de los
otros navegantes y marineros y con este engaño desampararon algunas veces el
navío propio, dejando de gobernarle, en confianza de salvarse en los otros
navíos. Pero este error e impiedad enmendaron los ángeles que asistían al
navío donde iba la gran Reina, gobernándole y encaminándole cuando los
marineros le dejaron para que se rompiese y fuese a pique a la disposición
de la fortuna.
468. En medio de tan confusa
tribulación y llantos estaba María santísima en extrema quietud, gozando de
serenidad el océano de su magnanimidad y virtudes, pero ejercitándolas todas
con actos tan heroicos como la ocasión y su sabiduría lo pedían. Y como en
esta embarcación tan borrascosa conoció por experiencia los peligros de la
navegación, que en la venida de Efeso había entendido por revelación divina,
se movió a nueva compasión de todos los que navegaban y renovó la oración y
petición que antes hizo por ellos, como arriba se dijo
(Cf. supra n.371).
Se admiró también la prudentísima Virgen de la fuerza indómita del mar y
consideró en ella la indignación de la Justicia divina, que en aquella
criatura insensible resplandecía tanto. Y pasando de esta consideración a la
de los pecados de los mortales, que llegan a merecer la ira del Omnipotente,
hizo grandes peticiones por la conversión del mundo y aumento de la Iglesia.
Y para esto ofreció el trabajo de aquella navegación, que, no obstante la
quietud de su alma, padeció mucho en el cuerpo y sin comparación más en la
aflicción que padecía de saber que todos los que allí iban eran perseguidos
del demonio para afligirla y perseguirla a ella.
469. Al evangelista san Juan le alcanzó
gran parte de esta tribulación, por el cuidado que llevaba de su verdadera
Madre y Señora del mundo. Y esta pena se añadía a la que el mismo santo
padecía por su trabajo propio. Y todo era más terrible para él, porque
entonces no conocía lo que pasaba por el interior de la beatísima Virgen.
Procuraba algunas veces consolarla y consolarse también a sí mismo con
asistirla y hablar con ella. Y aunque la navegación de Efeso a Palestina
suele ser de seis días, o poco más, ésta les duró quince y la tormenta
catorce. Un día se afligió mucho san Juan con la perseverancia de tan
desmedido trabajo y sin poderse detener la dijo: Señora mía, ¿qué es esto?
¿Hemos de perecer aquí? Pedid a vuestro Hijo santísimo que nos mire con ojos
de Padre y nos defienda en esta tribulación.-María santísima le respondió:
No os turbéis, hijo mío, que es tiempo de pelear las guerras del Señor y
vencer a sus enemigos con fortaleza y paciencia. Yo le pido no perezca nadie
de los que van con nosotros, y no se duerme ni se dormita el que es guarda
de Israel (Sal 120,4),
los fuertes de su corte nos asisten y defienden;
padezcamos nosotros por el que se puso en la cruz por la salud de todos. Con
estas palabras cobró san Juan nuevo esfuerzo, que lo había menester.
470. Lucifer y sus demonios,
acrecentando el furor, amenazaban a la poderosa Reina que perecería en
aquella tormenta y no saldría libre del mar. Pero éstas y otras amenazas
eran flechas muy párvulas, y la prudentísima Madre las despreciaba, sin
atender a ellas, sin mirar a los demonios ni hablarles sola una palabra, ni
ellos la pudieron ver la cara, por la virtud que en ella puso el Altísimo,
como arriba dije (Cf.
supra n.449). Y cuanto mayor conato ponían en esto,
tanto menos lo conseguían y tanto más eran atormentados con aquellas armas
ofensivas de que vistió el Señor a su Madre santísima. Aunque en este largo
conflicto siempre le tuvo oculto el fin, y lo estuvo Su Majestad, sin que se
le manifestase por alguna visión de las que ordinariamente solía tener.
471. Pero a los catorce días de la
navegación y tormenta se dignó su Hijo santísimo de visitarla en persona y
descendió de las alturas, apareciéndosele en el mar, y la dijo: Madre mía
carísima, con usted estoy en la tribulación. Con la vista y palabras del
Señor, aunque en todas las ocasiones que la tenía recibía inefable
consolación, pero en este trabajo fue más estimable para la beatísima Madre,
porque el socorro en la necesidad mayor es más oportuno. Adoró a su Hijo y
Dios verdadero y le respondió: Dios mío y bien único de mi alma, vos sois a
quien el mar y los vientos obedecen
(Mt 8,27);
mirad, Hijo mío, nuestra aflicción, no perezcan las hechuras de vuestras
manos. Le dijo el Señor: Madre mía y paloma mía, de usted recibí la forma de
hombre que tengo y por esto quiero que todas mis criaturas obedezcan a
vuestro imperio; mandad como Señora de todas, que a vuestra voluntad están
rendidas. Deseaba la prudentísima Madre que mandara el Señor a las olas en
esta ocasión, como en la tormenta que tuvieron los apóstoles en el mar de
Galilea, pero la ocasión era diferente y allí no hubo otro que pudiese
mandar a los vientos y a las aguas. Obedeció María santísima y en virtud de
su Hijo santísimo mandó lo primero a Lucifer y sus demonios que al punto
saliesen del mar Mediterráneo y le dejasen libre; y luego despejaron y se
fueron a Palestina, porque entonces no les mandó bajar al profundo, por no
estar acabada con ellos la batalla. Retirados estos enemigos, mandó al mar y
a los vientos que se quietasen, y al punto obedecieron, quedando en
tranquilidad pacífica y serena en brevísimo tiempo, con asombro de los
navegantes, que no conocieron la causa de tan repentina mudanza. Y Cristo
nuestro Salvador se despidió de su Madre santísima, dejándola llena de
bendiciones y júbilo, y la ordenó que el día siguiente saliese a tierra. Y
sucedió así, porque a los quince de la embarcación llegaron con bonanza al
puerto y desembarcaron. Nuestra Reina y Señora dio gracias al Omnipotente
por aquellos beneficios y le hizo un cántico de loores y alabanzas, porque a
ella y a los demás los había sacado de tan formidables peligros. El
evangelista santo hizo lo mismo, y la divina Madre le agradeció también el
haberla acompañado en sus trabajos y le pidió la bendición, y caminaron a
Jerusalén.
472. Acompañaban los santos ángeles a
su Reina y Señora en la misma forma de pelear que dije
(Cf. supra n.465)
cuando salieron de Efeso, porque también los demonios
continuaban la batalla desde que salió a tierra donde la esperaban. Y con
increíble furor la acometieron con varias sugestiones y tentaciones contra
todas las virtudes; pero estas flechas retrocedían contra ellos, sin hacer
mella en la torre de David, que dijo el Esposo tenía pendientes mil escudos
y todas las armas de los fuertes
(Cant 4,4)
y del muro edificado con propugnáculos de plata
(Cant 8,9).
Antes de llegar a Jerusalén, solicitaba el corazón de la
gran Señora la piedad y devoción de los Lugares consagrados con nuestra
redención, para visitarlos primero de ir a su casa, como fue lo último que
hizo cuando se ausentó de la ciudad, pero como estaba en ella san Pedro, por
cuyo llamamiento venía y sabía como maestra de las virtudes el orden que se
ha de guardar en ellas, determinó anteponer la obediencia del Vicario de
Cristo a su propia devoción. Con esta atención de la obediencia se fue
derecha a la casa del cenáculo, donde estaba san Pedro, y puesta de rodillas
en su presencia le pidió la bendición y que la perdonase no haber cumplido
antes con su mandato, le pidió la mano y se la besó como a sumo Sacerdote;
pero no se disculpó de haber tardado en el viaje por la tempestad, ni le
dijo otra cosa, y sólo por la relación que después le hizo san Juan tuvo san
Pedro noticia de los trabajos que en la navegación habían padecido. Pero el
Vicario de Cristo nuestro Salvador y todos sus discípulos y fieles de
Jerusalén recibieron a su Maestra y Señora con indecible gozo, veneración y
afecto, y se postraron a sus pies, agradeciéndole que hubiese venido a
llenarlos de alegría y consuelo y donde la pudiesen ver y servir.
Doctrina que me dio la gran Reina María santísima
473. Hija mía, continuamente quiero que
renueves en tu memoria la advertencia que desde el principio te he dado para
escribir estos venerables secretos de mi vida; porque no es mi voluntad que
seas sólo instrumento insensible para manifestarlos a la Iglesia, sino antes
quiero que tú seas la que primera y sobre todos logres este nuevo beneficio,
practicando en ti misma mi doctrina y el ejemplo de mis virtudes; que para
esto te llamó el Señor y te elegí yo por mi hija y mi discípula. Y por el
digno reparo que has hecho de la humildad que yo tuve en no abrir la carta
de san Pedro sin voluntad de mi hijo san Juan, quiero manifestarte más la
doctrina que se encierra en lo que yo hice, advirtiendo que en estas dos
virtudes, humildad y obediencia, que son el fundamento de la perfección
cristiana, no hay cosa pequeña y todas son de sumo agrado del Altísimo y
tienen copiosa remuneración de su liberal misericordia y justicia.
474. Advierte. pues, carísima, que como
a la condición humana ninguna obra es más violenta que sujetarse una persona
a la voluntad de otra, así tampoco ninguna es más necesaria que ésta para
domar su altiva cerviz, que el demonio pretende levantar en todos los hijos
de Adán. Por esto trabajan los enemigos con sumo desvelo en hacer que los
hombres se arrimen cada uno a su propio parecer y voluntad. Y con este
engaño gana muchos triunfos, y destruye innumerables almas por diversos
caminos, porque en todos los estados y condiciones de los mortales derrama
este veneno, solicitando ocultamente a todos que cada uno siga su parecer y
que ningún inferior y súbdito se sujete a las leyes y voluntad del superior,
pero que las desprecie y quebrante, pervirtiendo el orden de la divina
providencia, que puso todas las cosas bien ordenadas. Y porque todos
destruyen este gobierno del Señor, está el mundo lleno de confusión y
tinieblas, alteradas todas las cosas y gobernándose cada uno por su antojo,
sin otra atención ni respeto a Dios y a las leyes.
475. Pero aunque este daño es general y
odioso en los ojos del Supremo Gobernador y Señor, mucho más pesa en los
religiosos, que estando atados con los votos de sus religiones, andan
forcejando por ensanchar estos lazos o para desatarse de ellos. Y no hablo
ahora de los que atrevidamente los rompen y quebrantan sus votos en lo poco
y en lo mucho; ésta es temeridad formidable y trae consigo la sentencia de
condenación eterna. Para no llegar a este peligro, amonesto yo a los que en
la religión quieren asegurar su salvación, se guarden de buscar opiniones y
declaraciones con que sisar y ensanchar la obediencia que deben a Dios en
sus prelados, examinando en ella y en los otros votos, hasta dónde pueden
llegar sin pecado en hacer su voluntad y si pueden disponer de poco o de
mucho sin licencia y por su propio parecer. Estos conatos nunca son para
guardar los votos, sino para quebrantarlos, sin oír a la conciencia que les
remuerde. Les advierto que el demonio procura que traguen estos mosquitos
venenosos, para que poco a poco lleguen a tragar los camellos de mayores
culpas, después de acostumbrados a las que parecen menores. Y los que
siempre quieren llegar tirando la cuerda hasta los umbrales de la muerte del
pecado mortal, por lo menos merecen que después el justo Juez les examine y
escudriñe sus conciencias para premiarles lo menos que pudiere, como ellos
quisieran hacer por Dios lo menos en que obligarle, y en esto estudiaron
toda la vida.
476. Estas doctrinas de buscar
ensanches a la ley de Dios, que sólo vienen a hacerlo para el deleite y para
la carne, son muy aborrecibles para mi Hijo santísimo y para mí; porque es
gran desamor obedecer a su divina ley a no poder más, de manera que sólo
obra el temor del castigo y no el amor de quien lo manda, y por éste nada se
hiciera, si no amenazara el castigo. Muchas veces por no humillarse el
súbdito al prelado inferior, acude por licencia al superior y tal vez la
pide general y de aquel que menos puede conocer y entender el peligro del
que la pide. No se puede negar que cualquiera es obediencia, pero también es
cierto que todos estos rodeos son para obrar con más libertad y peligro y
con menos merecimiento, pues sin duda le hay mayor en obedecer y sujetarse
al inferior y que es peor acondicionado y menos acomodado a su dictamen y a
su gusto. No aprendí yo esta doctrina en la escuela de mi Hijo santísimo ni
la practiqué en mis obras; para todas las cosas pedía licencia a los que
tenía por superiores y jamás estuve sin ellos, como lo has conocido, y para
leer y abrir la carta de san Pedro, que era la cabeza de la Iglesia, esperé
la voluntad del inferior, que era el ministro para mí inmediato.
477. No quiero, hija mía, que sigas la
doctrina de los que buscan libertad y licencias al gusto, pero yo te elijo y
te conjuro para que me imites y sigas por el camino perfecto y seguro de la
perfección. El buscar ensanches y explicaciones tiene pervertido el estado
de la vida religiosa y cristiana. Siempre te has de humillar y vivir sujeta
a la obediencia, y no te excusa de esto el ser prelada, pues tienes
confesores y superiores. Y si alguna vez que están ausentes no puedes obrar
con su obediencia, pide consejo y obedece a alguna de tus súbditas o
inferiores en el oficio. Para ti todas han de ser superiores; y no te
parezca mucho esto, pues tú eres la menor de los nacidos y en este lugar te
has de poner, humillándote a todos como inferior a ellos, para que seas mi
verdadera imitadora y mi hija y discípula. A más de esto, has de ser puntual
en decirme cada día tus culpas dos veces y pedirme licencia todas las que
fuere menester para lo que has de obrar y luego te confesarás cada día de
las faltas que hicieres. Yo te amonestaré y mandaré lo que te conviene por
mí y por los ministros del Señor, y no has de recatear decir a muchos tus
culpas ordinarias, para que en todo y con todos te humilles delante de los
ojos del Señor y de los míos. Esta ciencia escondida del mundo y de la carne
quiero que aprendas y la enseñes a tus monjas. Y en enseñártela yo a ti
quiero premiarte lo que has trabajado en escribir mi vida, con estas
noticias que te doy de tan importante doctrina, para que entiendas que si
has de obrar imitándome como debes no has de comunicar, ni hablar, ni obrar,
ni escribir, ni recibir carta ni moverte, ni tener pensamiento, si es
posible, sin mi obediencia y de quien te gobierna. Los mundanos y carnales
llaman a estas virtudes impertinencias o ceremonias, pero esta ignorancia
tan soberbia tendrá su castigo, cuando en la presencia del justo Juez se
apuren las verdades y se vea quiénes fueron los ignorantes y los sabios, y
sean premiados aquellos que como siervos verdaderos fueron fieles en lo poco
y en lo mucho, y los necios conocerán el daño que se han hecho con la
prudencia carnal cuando no tengan remedio.
478. Y porque te ha despertado alguna
emulación el saber que yo por mí misma gobernaba aquella congregación de
mujeres recogidas en Efeso, te advierto que no la tengas. Atiende que tú y
tus monjas me habéis elegido por vuestra Prelada y especial Patrona, para
que como Reina y Señora os gobierne; y quiero que entiendan lo he admitido y
me constituyo por tal para siempre, con condición que ellas sean perfectas
en sus vocaciones, y muy fieles con su Dueño, mi Hijo santísimo, que las
eligió para esposas suyas. Se lo advierte muchas veces, para que se guarden
y se retiren del mundo, y le desprecien de todo corazón; que guarden
recogimiento y se conserven en paz, y no degeneren de hijas mías; que sigan
y ejecuten la doctrina que te he dado en esta mi Historia para ti y para
ellas; que la estimen con suma veneración y agradecimiento, escribiéndola en
sus corazones, pues en haberles dado mi vida para su arancel y gobierno de
sus almas, escrita por tu mano, en esto hago oficio de Madre y de Prelada,
para que ellas como súbditas y como hijas sigan mis pisadas, imiten mis
virtudes y me correspondan a esta fidelidad y amor.
479. Otra advertencia importante tienes
en este capítulo, esto es, que los majos obedientes, en sucediéndoles alguna
adversidad en lo que se les ha mandado, luego se contristan, afligen y
conturban, y para honestar su impaciencia culpan a quien se lo mandó y le
desacreditan, o con los superiores o con los otros, como si el que manda
estuviese obligado a excusar los sucesos contingentes del inferior, o si
tuviese a su cuenta el gobierno de todas las cosas del mundo para
disponerlas a gusto del inferior. Este engaño va tan fuera de camino, que
muchas veces en premio del rendimiento pone Dios en trabajos al que obedece
para acrecentarle mérito y corona; otras veces sucederá que le castiga por
la repugnancia con que obedecieron de mala gana; y de ninguna cosa de éstas
tiene culpa el prelado que manda. Y el Señor dijo solamente: Quien a
vosotros oye y quien os obedece, a mí me oye y obedece
(Lc 10,16).
Y el trabajo que resulta de obedecer, siempre es en
beneficio del obediente, y si no le aprovecha, no tiene la culpa quien le
manda. No hice yo cargo a san Pedro porque me mandó venir de Efeso a
Jerusalén, aunque padecí tanto en el viaje, que antes le pedí perdón de no
haber cumplido con más brevedad su mandato. Nunca seas para tus prelados
grave ni pesada, que esto es muy fea libertad y destruye el mérito de la
obediencia. Míralos con reverencia, como a quien tiene el lugar de Cristo, y
será copioso el mérito de obedecerlos; sigue mis pisadas y el ejemplo y
doctrina que te doy, y en todo serás perfecta.
CAPITULO 6
De Nuevo a Tapa
Visita María santísima los sagrados Lugares, gana
misteriosos triunfos de los demonios, vio en el cielo la divinidad con
visión beatífica y
celebran concilio los apóstoles, y
los secretos ocultos que sucedieron en todo esto.
480. Gloriosamente desfallecen los
conatos de nuestra capacidad en explicar la plenitud de perfección que
tenían todas las obras de María santísima, porque siempre quedamos vencidos
de la grandeza de cualquiera pequeña virtud, si alguna lo fue pequeña por
parte de la materia en que la obraba la gran Señora. Pero siempre será muy
feliz la porfía de nuestra parte, no presuntuosa en apear el océano de la
gracia, sino humillada para glorificar y engrandecer con ella a su Hacedor y
para descubrir más y más que con admiración imitemos. Yo me tendré por muy
dichosa, si doy a conocer a los hijos de la Iglesia, manifestando los
favores que Dios hizo con nuestra gran Reina, algo de lo que no puedo
explicar con términos propios y adecuados, porque no los alcanzo, aunque
todo lo haré como tarda, balbuciente y sin espíritu de devoción. Admirables
fueron los sucesos que para este capítulo y los siguientes se me han dado a
conocer. Diré en ellos lo que pudiere para índice de lo que entenderá la fe
y piedad cristiana.
481. Después que María santísima
cumplió con la obediencia de san Pedro, como en el capítulo antecedente
queda dicho, le pareció debía cumplir con su piadosa devoción, visitando los
sagrados Lugares de nuestra redención. Dispensaba todas las obras de las
virtudes con tal prudencia que ninguna omitía, dando su lugar a cada una
para que no les faltasen todas las circunstancias, con que tenían la
plenitud de la perfección posible. Y con esta sabiduría hacía primero lo que
era más y primero en orden y después lo que parecía menos, pero uno y otro
con todo el lleno que cada cosa pedía en sus operaciones. Salió del santo
cenáculo a visitar los sagrados Lugares, acompañada de sus ángeles, y
siguiéndola Lucifer y sus demonios, continuando su batalla. La batería de
estos dragones era terrible en demostraciones, amenazas varias y espantosas
figuras, y a este modo eran también sus tentaciones y sugestiones. Pero en
llegando la gran Señora a venerar alguno de los lugares de nuestra
redención, se quedaban lejos los demonios, porque los detenía la virtud
divina, y también sentían que les quebrantaba las fuerzas la que el Redentor
había comunicado en aquellos puestos con los misterios de nuestra redención.
Porfiaba Lucifer por acercarse a ellos, esforzándole la temeridad de su
misma soberbia, porque con el permiso que tenía de perseguir y tentar a la
Señora de las virtudes deseaba, si pudiera, ganar de ella alguna victoria en
aquellos mismos Lugares donde él había quedado vencido, o al menos impedirla
que no los venerase con la reverencia y culto que lo hacía.
482. Pero el Altísimo ordenó que la
virtud de su brazo poderoso obrase contra Lucifer y sus demonios, por medio
de la Reina, y que las mismas acciones que en ella pretendían estorbar
fuesen el cuchillo con que los degollase y venciese. Y sucedió así, porque
la devoción y veneración con que la divina Madre adoró a su Hijo santísimo y
renovó las memorias y agradecimiento a la redención, fueron de tan gran
terror para los demonios, que no lo pudieron tolerar y sintieron contra sí
una fuerza de parte de María santísima que los oprimió y atormentó,
obligándolos a que se retirasen más lejos de la presencia de esta invencible
Reina. Daban espantosos bramidos, que sola ella los oía, y decían:
Alejémonos de esta Mujer, nuestra enemiga, que tanto nos confunde y oprime
con sus virtudes. Pretendíamos borrar la memoria y veneración de estos
Lugares en que los hombres fueron redimidos y nosotros despojados de nuestro
señorío, y esta. Mujer, siendo pura criatura, impide nuestros intentos y
renueva el triunfo que su Hijo y Dios ganó de nosotros en la cruz.
483. Prosiguió María santísima las
estaciones de todos los Lugares sagrados en compañía de sus ángeles, y en
llegando al monte Olivete, que ero el último, estando en el lugar donde su
Hijo santísimo subió a los cielos, descendió de ellos Su Majestad con
inefable hermosura y gloria a visitar y consolar a su purísima Madre. Se le
manifestó con caricias y regalos de Hijo, pero como Dios infinito y
poderoso, y de tal manera la deificó y elevó sobre el ser terreno con los
favores que en esta ocasión la hizo, que por mucho tiempo estuvo como
abstraída de todo lo visible y, aunque no dejaba de acudir a todas las obras
exteriores, fue necesario hacerse mayor fuerza para atender a ellas que
otras veces, porque toda quedó espiritualizada y transformada en su Hijo
santísimo. Conoció la gran Reina, porque el mismo Señor se lo dijo, que
aquellos beneficios eran alguna parte del premio de su humildad y obediencia
que había tenido con san Pedro, ejecutando luego sus mandatos y
anteponiéndolos no sólo a su devoción sino a su comodidad. La dio también
palabra de asistirla en su batalla con los demonios y, ejecutándose luego
esta promesa, ordenó el mismo Señor que Lucifer y sus ministros reconocieran
en María santísima alguna novedad de mayor excelencia contra ellos.
484. Volvió se la Reina al cenáculo, y
cuando los demonios intentaron volver a sus tentaciones y sintieron lo mismo
que si una pelota de viento con grande ímpetu topara con un muro de bronce,
que resurtiera con suma presteza y velocidad hacia donde venía; así les
sucedió a estos desvanecidos enemigos, que retrocedieron de la vista de
María santísima con más furor contra sí mismos que llevaban contra ella.
Multiplicaron sus bramidos y despechos, y confesando por fuerza muchas
verdades decían: ¡Oh infelices de nosotros, a vista de la felicidad de la
humana naturaleza! A grande excelencia y dignidad ha subido en esta pura
criatura. ¡Qué ingratos serán los hombres y qué estultos si no logran los
bienes que reciben en esta hija de Adán! Ella es su remedio y nuestra
destrucción. Grande es su Hijo con ella, pero ella no lo desmerece. Crudo
azote es para nosotros que nos obliga a confesar estas verdades. ¡Oh si nos
ocultara Dios a esta Mujer, cuya vista así añade tantos tormentos a nuestra
envidia! ¿Cómo la venceremos, si sola su vista es para nosotros insufrible?
Pero consolémonos de que perderán los hombres lo mucho que les granjea esta
Mujer y que la despreciarán estultamente. En ellos vengaremos nuestros
agravios, ejecutaremos nuestro enojo, los llenaremos de ilusiones y de
errores; porque si atienden a este ejemplo, todos se valdrán de esta Mujer y
seguirán sus virtudes. Pero no basta esto para consuelo mío, añadió Lucifer,
porque sólo de esta su Madre se dejará obligar Dios más que le desobligan
los pecados de los que nosotros pervertimos, y cuando esto no sea así no
sufre mi condición que la humana naturaleza sea levantada en una pura
criatura y mujer flaca. Este agravio es insufrible; volvamos a perseguirla,
esforcemos nuestra envidia y su furor al de la pena y, aunque la padezcamos
todos, no desmaye nuestra soberbia, que posible será ganar algún triunfo de
esta enemiga nuestra.
485. Todas estas furiosas amenazas
conocía y las oía María santísima, pero todas las despreciaba como Reina de
las virtudes, y sin mudar semblante se recogió en esta ocasión a su
oratorio, para conferir a solas con su altísima prudencia los misterios del
Señor en aquella batalla con el dragón y los negocios arduos en que la
Iglesia se hallaba ocupada sobre poner fin a la circuncisión y ceremonias de
la antigua ley. Para todo esto trabajó algunos días la Reina de los ángeles,
ocupándose muy retirada de continuos ejercicios, oraciones, peticiones,
lágrimas y postraciones. Y para lo que a ella tocaba, pedía al Señor
extendiese el brazo de su omnipotencia contra Lucifer y le diese la victoria
contra él y sus demonios. Y no cesaba en estas peticiones, aunque sabía la
gran Señora que tenía de su parte al Altísimo que no la dejaría en la
tribulación, antes bien obraba de su parte, como si fuera la más frágil de
las criaturas en tiempo de la tentación, para enseñarnos lo que debemos
hacer en ella los que tan sujetos estamos a caer y ser vencidos. Pidió para
la santa Iglesia al Señor que asentase la ley evangélica, pura, limpia y sin
ruga de las antiguas ceremonias.
486. Esta petición hizo María santísima
con ardentísimo fervor, porque conoció que Lucifer y todo el infierno
pretendían por medio de los judíos conservar la ley de la circuncisión con
el bautismo y los ritos de Moisés con la verdad del evangelio, y que con
este engaño serían pertinaces muchos judíos en su ley vieja por los siglos
futuros de la Iglesia. Y uno de los frutos y triunfos que alcanzó nuestra
gran Señora en esta batalla que tuvo con el dragón, fue que luego se
comenzase a prohibir la circuncisión en el concilio que luego diré y que
para adelante se apartase el grano puro de la verdad evangélica en el curso
de la Iglesia, de todas las pajas y aristas secas y sin fruto de las
ceremonias mosaicas, como hoy lo hace nuestra madre Iglesia. Todo esto
disponía con sus merecimientos y oraciones la beatísima Madre, mientras
llegaban a Jerusalén san Pablo y san Bernabé, que ya sabía venían desde
Antioquía enviados por los fieles para resolver con san Pedro y los demás
las cuestiones que sobre esto habían movido los judíos, como lo cuenta san
Lucas en el capítulo 15 de los Hechos apostólicos.
487. Llegaron san Pablo y san Bernabé,
sabiendo que ya la Reina del cielo estaba en Jerusalén, y con el deseo que
san Pablo tenía de verla se fueron de camino a donde estaba y se arrojaron
ante su presencia con abundantes lágrimas de gozo que sintieron con su
vista. No fue menor el que recibió la divina Madre con los dos apóstoles, a
quienes amaba en el Señor con especial afecto por lo que trabajaban en la
exaltación de su nombre y dilatación de la fe. Deseaba la Maestra de los
humildes que primero se presentasen los dos apóstoles a san Pedro y a los
demás y a ella la última, como quien se juzgaba menor entre las criaturas.
Pero ellos ordenaron bien la veneración y caridad, juzgando que ninguno se
debía anteponer a la que era Madre de Dios y Señora de todo lo criado y
principio de todo nuestro bien. Se postró también la gran Señora a los pies
de sen Pablo y san Bernabé y les besó la mano y pidió la bendición. Tuvo san
Pablo en esta ocasión una maravillosa abstracción extática, en que se le
revelaron de nuevo grandes misterios y prerrogativas de aquella mística
ciudad de Dios, María santísima, y la vio toda como vestida de la misma
divinidad.
488. Con esta visión quedó san Pablo
lleno de admiración y con incomparable amor y veneración de María santísima.
Y volviendo más en sí mismo la dijo: Madre de toda piedad y clemencia,
perdonad a este hombre pecador y vil haber perseguido a vuestro Hijo
santísimo y mi Señor y a su santa Iglesia. Le respondió la Madre Virgen y le
dijo: Pablo, siervo del Altísimo, si el mismo que os crió y redimió os llamó
a su amistad y os ha hecho vaso de elección
(Act 9,15),
¿cómo dejará de perdonaros esta esclava suya? Mi alma le
magnifica y engrandece, porque en vos se quiso manifestar tan poderoso,
santo y liberal. Dio gracias san Pablo a la divina Madre por el beneficio de
su conversión y por los favores que sobre esto le había hecho guardándole de
tantos peligros. Y lo mismo hizo también san Bernabé, y de nuevo le pidieron
su protección y amparo, y todo lo ofreció María santísima.
489. San Pedro, como cabeza de la
Iglesia, había llamado a los apóstoles y discípulos que estaban cerca de
Jerusalén y con los que estaban en ella, los juntó un día en presencia de la
gran Señora del mundo, interponiendo para esto la autoridad de vicario de
Cristo, para que la prudente Virgen no se retirase de la junta con su
profunda humildad. Estando todos juntos les habló san Pedro, y dijo:
Hermanos e hijos míos en Cristo nuestro Señor, necesario ha sido juntarnos
todos para resolver las dudas y negocios que nuestros carísimos hermanos
Pablo y Bernabé nos han informado y otras cosas que tocan al aumento de la
santa fe. Para esto conviene que preceda la oración, en que pidamos nos
asista el Espíritu Santo y en ella
perseveraremos diez días, como tenemos de costumbre. Y el primero y último
día, celebraremos el sacrificio sacrosanto de la misa, con que preparemos
nuestros corazones para recibir la divina luz. Aprobaron todos este medio, y
para celebrar la primera misa al otro día preparó la Reina la sala del
cenáculo, limpiándola y ordenándola decentemente con sus manos, y previno
todo lo necesario para comulgar ella y los demás en aquellas misas. Celebró
sólo san Pedro, guardando en estas misas los mismos ritos y ceremonias que
en las otras de que arriba queda dicho
(Cf. supra n.112,217,227).
490. Los demás apóstoles y discípulos
comulgaron de mano de san Pedro y después de todos María santísima, que
siempre tomaba el último lugar. Descendieron muchos ángeles al cenáculo y al
tiempo de consagrar, viéndolo todos, se llenó de admirable resplandor y
fragancia, con efectos divinos que les comunicó el Señor en sus almas. Y
dicha la primera misa, destinaron las horas en que juntos habían de
perseverar en la oración, sin que se faltase a los ministerios de las almas
en lo que fuese necesario, para volverse luego a su oración. Pero la gran
Señora se retiró a un lugar donde estuvo sola, sin moverse, ni comer ni
hablar en aquellos diez días. En ellos sucedieron tan ocultos secretos y
misterios a la Señora del mundo, que para los ángeles fueron de nueva
admiración y para mí es inefable lo que de ellos se me ha manifestado. Diré
algo si pudiere con brevedad, que todo no será posible. En habiendo
comulgado la divina Madre en la primera misa de aquellos diez días se
recogió a solas, como he dicho, y luego por mandado del Señor la levantaron
sus ángeles y los demás que allí asistían para llevarla en alma y cuerpo al
cielo empíreo, quedando un ángel sustituyendo por ella su figura, para que
en el cenáculo no la echasen de menos los apóstoles que allí estaban. La
llevaron con la majestad y grandeza que en otras ocasiones he dicho
(Cf. supra n.399),
y en ésta fue algo más para el intento del Señor que lo
ordenaba. Y cuando llegó su Madre santísima a la región del aire muy
levantada de la tierra, mandó el Señor omnipotente que Lucifer con todos sus
demonios del infierno viniesen a la presencia de la misma Reina, en la
región del aire donde ella estaba. Y al punto parecieron todos y se
presentaron delante de ella, que los vio y conoció como ellos son y el
estado que tienen. Le fuera de alguna pena esta vista, porque son
abominables y ofensivos, pero estaba guarnecida de la virtud divina para que
no la ofendiese aquella visión de tan feas y execrables criaturas. No
sucedió así a los demonios; porque les dio el Señor a conocer con particular
modo y especies la grandeza y superioridad que sobre ellos tenía aquella
mujer a quien perseguían como a enemiga y que era loca osadía lo que contra
ella habían presumido e intentado. Y a más de esto, conocieron, para mayor
terror, que tenía en su pecho a Cristo sacramentado y que toda la divinidad
la tenía como encerrada debajo de la protección de su omnipotencia, para que
con la participación de sus divinos atributos los destruyese, humillase y
quebrantase.
491. Oyeron los demonios junto con esto
una voz que conocieron salía del mismo ser de Dios, y les decía: Con este
escudo de mi brazo poderoso tan invencible y fuerte defenderé siempre. mi
Iglesia, y esta Mujer quebrantará la cabeza de la antigua serpiente y
triunfará siempre de su altiva soberbia para gloria de mi santo nombre. Todo
esto y otros misterios de María santísima entendieron y oyeron los demonios
estándola mirando a su despecho. Y
fue tal y tan desesperado el dolor y quebranto que
sintieron, que como a grandes voces dijeron: Arrójenos luego al infierno el
poder de Dios y no nos tenga en presencia de esta Mujer que nos atormenta
más que el fuego. Oh Mujer invencible y fuerte, aléjate de nosotros, pues no
podemos huir de tu presencia, donde nos tiene atados la cadena del poder
infinito. ¿Por qué tú también antes de tiempo nos atormentas
(Mt 8,29)?
Tú sola en la naturaleza humana eres instrumento de la Omnipotencia contra
nosotros y por ti pueden ganar los hombres los bienes eternos que nosotros
perdimos. Y cuando no esperaran ver a Dios eternamente, tu vista, que para
nosotros es castigo y tormento por lo que te aborrecemos, fuera premio para
ellos por las obras buenas que deben a su Dios y Redentor. Déjanos ya, Señor
y Dios omnipotente, acábese ya este nuevo tormento en que nos renuevas el
que nos vino cuando nos arrojaste del cielo, pues aquí ejecutas lo que allí
amenazaste con esta maravilla de tu brazo poderoso.
492. Con estos
y otros lamentables despechos
estuvieron los demonios detenidos grande rato en presencia de la invencible
Reina y aunque forcejaban para huir y retirarse, no se les concedió tan
presto como su furor lo deseaba. Y para que el terror de María santísima
contra ellos les fuese más notorio y les quedase más impreso, ordenó el
mismo Señor que ella les diese como licencia y permiso con autoridad de
Señora y Reina, y así lo hizo. Y al punto se despeñaron todos de la región
del aire hasta el profundo con toda la presteza que sus potencias tienen
para moverse y dando espantosos aullidos turbaron a todos los condenados con
nuevas penas, confesando en su presencia el poder de Dios y de su Madre,
aunque lo conocían a su despecho y con violentas penas de no poderlo negar.
Con este triunfo prosiguió su camino la serenísima Emperatriz hasta llegar
al cielo empíreo, donde fue recibida con admirable y nuevo júbilo de sus
cortesanos y estuvo en él veinticuatro horas.
493. Se postró ante el soberano trono
de la beatísima Trinidad y la adoró en la unidad de una indivisa naturaleza
y majestad. Luego pidió por la Iglesia, para que los apóstoles entendiesen y
determinasen lo que convenía para establecer la ley evangélica y término de
la ley de Moisés. A estas peticiones oyó una voz del trono en que las tres
Personas divinas, cada una singularmente y por su orden, la prometían
asistirían a los apóstoles y discípulos para que declarasen y estableciesen
la verdad divina, gobernando el eterno Padre con su omnipotencia, el Hijo
con su sabiduría y como cabeza y el Espíritu Santo como esposo con su amor e
ilustración de sus dones. Luego vio la divina Madre que la humildad
santísima de su Hijo presentaba al Padre las oraciones y peticiones que ella
misma había hecho por la Iglesia y aprobándolas todas pedía o proponía las
razones por las cuales era debido que así se cumpliesen, para que la fe del
evangelio y toda su ley santa se plantase en el mundo conforme la eterna
determinación de la mente y voluntad divina.
494. Y
luego, en ejecución de esta voluntad y proposición de
Cristo nuestro Salvador, vio la misma Señora que de la divinidad y ser
inmutable de Dios salió una forma de templo o iglesia tan pura y hermosa y
refulgente como si fuera fabricada de un diamante o lucidísimo cristal,
adornada de muchos esmaltes y resaltos que la hacían más bella y más
preciosa. La vieron los ángeles y los santos y con admiración dijeron:
Santo, Santo, Santo y poderoso eres, Señor,
en tus obras. Esta iglesia o templo entregó la
beatísima Trinidad a la humanidad santísima de Cristo y Su Majestad la unió
consigo por un modo admirable que yo no puedo declarar con propios términos.
Y luego el Hijo la entregó en manos de su santísima Madre. Al mismo tiempo
que María recibió la iglesia fue llena de nuevo resplandor, que la anegó
toda en sí mismo y vio la Divinidad intuitiva y claramente, con eminente
visión beatífica.
495. Estuvo la gran Reina en este gozo
muchas horas, verdaderamente introducida por el supremo Rey en el retrete y
en la oficina del adobado vino que dijo en los Cantares
(Cant 8,2).
Y porque excede a todo pensamiento y capacidad lo que allí
recibió y le sucedió, bástame decir que de nuevo fue ordenada en ella la
caridad (Cant 2,4),
para que de nuevo la estrenase en la santa Iglesia,
que debajo de aquel símbolo se le entregaba. Y con estos favores la
devolvieron los ángeles al cenáculo, llevando siempre en sus manos aquel
misterioso templo que su Hijo santísimo le entregó. Estuvo en oración los
nueves días siguientes sin moverse ni interrumpir los actos en que la dejó
la visión beatífica, que no caben en pensamiento humano, ni pueden
manifestarlo las palabras. Pero entre otras cosas que hizo fue distribuir
los tesoros de la Redención entre los hijos de aquella Iglesia, comenzando
por los apóstoles y discurriendo por los futuros tiempos los aplicaba a
diversos justas y santos, según los ocultos secretos de la eterna
predestinación. Y porque la ejecución de estos decretos se le cometió a
María santísima por su Hijo purísimo, le dio el dominio de toda la Iglesia y
el uso de la dispensación de la gracia que a cada uno alcanzaría de los
méritos de la Redención. En misterio tan alto y escondido no puedo yo darme
más a entender.
496. El último de los diez días celebró
san Pedro otra misa y en ella comulgaron los mismos que en la primera. Y
luego, estando todos congregados en el nombre del Señor, invocaron el
Espíritu Santo y comenzaron a conferir y definir las dudas que en la Iglesia
se ofrecían. Y san Pedro como cabeza y pontífice habló el primero y luego
san Pablo y san Bernabé y tras ellos Jacobo el Menor, como lo refiere san
Lucas en el capítulo 15 de los Actos
(Act 15, 6ss).
Lo primero que se determinó en este concilio fue que no se
les impusiese a los bautizados la pesada ley de la circuncisión y ley
mosaica, pues ya la salud eterna se daba por el bautismo y fe de Cristo. Y
aunque esto es lo que principalmente refiere san Lucas, pero también se
determinaron otras cosas que tocaban al gobierno y ceremonias eclesiásticas,
para atajar algunos abusos que con indiscreta devoción comenzaban a
introducir algunos fieles. Este concilio se juzga por el primero de los
apóstoles, no obstante que también se juntaron para ordenar el Credo y otras
cosas, como arriba se ha dicho
(Cf. supra n.215),
pero en el Credo concurrieron solos los doce apóstoles, y en
esta junta fueron convocados los discípulos que pudieron concurrir, y las
ceremonias de conferir y determinar fueron diferentes y en forma propia de
determinación, como parece por las que refiere san Lucas
(Act 15,28):
Ha parecido al Espíritu Santo y
a nosotros, congregados en uno, etc.
497. Con esta forma de palabras se
escribió este concilio a los fieles y a las iglesias de Antioquía, Siria y
Cilicia, lo que en él se había definido, y remitieron las cartas por mano
del mismo san Pablo con san Bernabé y otros discípulos. Y para aprobar el
Señor esta definición sucedió que en el cenáculo, cuando la hicieron los
apóstoles, y en Antioquía, cuando leyeron las cartas en presencia de la
Iglesia, descendió el Espíritu Santo en forma de fuego visible, con que
todos los fieles quedaron consolados y confirmados en la verdad católica.
Dio gracias María santísima al Señor por el beneficio que con esta
determinación había recibido la Iglesia santa. Y luego despidió a san Pablo
y a san Bernabé con los demás y para su consuelo les dio parte de las
reliquias que tenía de los paños de Cristo nuestro Salvador y de la Pasión,
y ofreciéndoles su protección y oraciones los envió llenos de consolación y
nuevo espíritu y esfuerzo para los trabajos que les esperaban. En todos
aquellos días que se tuvo este concilio no pudo llegar al cenáculo el
príncipe de las tinieblas, ni sus ministros, por el temor que les había
puesto María santísima, aunque de lejos andaban acechando, pero nada
pudieron ejecutar contra los agregados. ¡Dichoso siglo y dichosa
congregación!
498. Pero como siempre andaba rodeando
a la gran Reina y rugiendo contra ella como león, viendo que por sí nada
conseguía, buscó unas mujeres hechiceras con quien tenía pacto expreso en
Jerusalén y las persuadió que quitasen la vida con maleficios a María
santísima. Engañadas estas infelices mujeres lo intentaron por diversos
caminos, pero nada pudieron obrar sus maleficios. Y muchas veces que para
esto se pusieron en presencia de la gran Señora quedaron enmudecidas y
pasmadas. Y la piedad sin medida de la dulcísima Madre trabajó mucho para
reducirlas y desengañarlas con palabras y beneficios que les hizo, pero, de
cuatro que se valió el demonio para esto, sola una se redujo y recibió el
bautismo. Como todos estos intentos se le desvanecían a Lucifer, estaba el
astuto dragón tan turbado y confuso que muchas veces se hubiera retirado de
tentar a María santísima, mas no lo podía acabar con su irreparable
soberbia, y el Todopoderoso Señor daba lugar a esto para que el triunfo y
victorias de su Madre fuesen más gloriosas, como veremos en el capítulo
siguiente.
Doctrina que me dio la Reina de los ángeles María santísima
499. Hija mía, en la constancia y
fortaleza invencible con que yo vencí la dura porfía de los demonios tienes
uno de los documentos más importantes para perseverar en la gracia y
adquirir grandes coronas. La naturaleza humana y la de los ángeles, aunque
sea en los demonios, tienen condiciones muy opuestas y desiguales; porque la
naturaleza espiritual es infatigable y la de los mortales es frágil, y tan
cansado que luego se cansa y desfallece en obrar y hallando alguna
dificultad en la virtud desmaya y vuelve atrás en lo comenzado; lo que un
día hace con gusto otro le da el rostro, lo que hoy le parece fácil mañana
lo halla dificultoso, ya quiere ya no quiere, ya está fervorosa ya tibia;
mas el demonio nunca se da por fatigado ni cansado en perseguirla y
tentarla. Pero en esta providencia no es defectuoso el Altísimo, porque a
los demonios les limita y detiene en su poder, para que no pasen la raya de
la permisión divina ni estrenen todas sus fuerzas infatigables en perseguir
a las almas, y a los hombres ayuda en su flaqueza y les da gracia y virtudes
con que puedan resistir y vencer a sus enemigos en la esfera y en el plazo
que tienen permisión para tentarlos.
500. Con esto queda inexcusable la
inconstancia de las almas que desfallecen en la virtud y en la tentación,
por no padecer con fortaleza y paciencia la breve amargura que hallan del
presente en obrar bien y en resistir al demonio. Luego se atraviesa la
inclinación de las pasiones que apetece el deleite presente y sensible, y el
demonio con astucia diabólica se lo representa con fuerza y con ella misma
les pondera la aceda y dificultad de la mortificación y si puede se la
representa como dañosa para la salud y la vida. Y con estos engaños derriba
innumerables almas hasta precipitarlas de un abismo a otro. Y verás, hija
mía, en esto un error muy ordinario entre los mundanos, pero muy aborrecible
en los ojos del Señor y en los míos; esto es, que muchos hombres son
débiles, inconstantes y flacos para hacer una obra de virtud y mortificación
y penitencia por sus pecados en servicio de Dios, y estos mismos, que para
el bien son flacos, para pecar son fuertes y en el servicio del demonio son
constantes y emprenden y hacen en esto obras más arduas y trabajosas que
cuantas les manda la ley de Dios; de manera que para salvar sus almas son
flacos y sin fuerzas y para granjear su condenación eterna son fuertes y
robustos.
501. Este daño suele alcanzar en parte
a los que profesan vida de perfección y escuchan sus penalidades más de lo
que conviene, y con este error o se retardan mucho en la perfección, o gana
el demonio muchas victorias de sus tentaciones. Para que tú, hija mía, no
incurras en estos peligros, te servirá de advertencia atender a la fortaleza
y constancia con que yo resistí a Lucifer y a todo el infierno y la
superioridad con que despreciaba sus falsas ilusiones y tentaciones sin
turbación ni atender a ellas, que éste es el mejor modo de vencer su altiva
soberbia. Tampoco por las tentaciones fui remisa en obrar ni omitir mis
ejercicios, antes los acrecenté con más oraciones, peticiones y lágrimas,
como se debe hacer en el tiempo de las batallas contra estos enemigos. Y así
te advierto que lo hagas con todo desvelo, porque tus tentaciones no son
ordinarias, sino con suma malicia y astucia, como muchas veces te lo he
manifestado y la experiencia te lo enseña.
502. Y porque has reparado mucho en el
terror que causó a los demonios el conocer que yo tenía en mi pecho a mi
Hijo santísimo sacramentado, te quiero advertir dos cosas. La una es, que
para destruir al infierno y poner terror a todos los demonios son armas
poderosas en la santa Iglesia todos los sacramentos y sobre todos el de la
sagrada eucaristía. Y éste fue uno de los fines ocultos que tuvo mi Hijo
santísimo en la institución de este soberano misterio y los demás. Y si las
almas no sienten hoy esta virtud y efectos con ordinaria experiencia, esto
sucede porque con la costumbre de estos sacramentos se les ha perdido mucho
la veneración y estimación con que se debían tratar y recibir. Pero las
almas que con reverencia y devoción los frecuentan, no dudes que son
formidables para los demonios y sobre ellos tienen grande y poderoso
imperio, al modo que de mí lo has conocido en lo que has escrito. La razón
de esto es, porque este fuego divino, cuando el alma es pura, está en ella
como en su natural esfera, y en mí estuvo con toda la actividad que en pura
criatura era posible, y por eso fue tan terrible para el infierno.
503. Lo segundo que en prueba de esta
verdad te digo es que este beneficio que yo recibí no se acabó en mí sola,
porque respectivamente le ha hecho Dios con otras almas. Y en estos tiempos
ha sucedido en la Iglesia, que para vencer Dios al dragón infernal le
manifestó y puso delante a un alma con Cristo sacramentado en el pecho y con
esto le humilló y arruinó de manera, que muchos días no se atrevió el mismo
Lucifer a ponerse en presencia de esta alma y pidió al Omnipotente que no se
la manifestase en aquel estado con la comunión en el pecho. Y en otra
ocasión sucedió que el mismo Lucifer con intervención de algunos herejes y
otros malos cristianos intentó un gravísimo daño contra este reino católico
de España y, si Dios no le atajara por medio de esta misma persona, ya
estuviera hoy España de todo punto perdida y en poder de sus enemigos. Mas
la divina clemencia se valió para atajarlo de la misma persona que te digo,
manifestándosela al demonio y sus ministros, después que había comulgado. Y
con el terror que les causó desistieron de la maldad que tenían fraguada
para acabar de una vez con España. Y no te declaro quién es esta persona,
porque no es necesario y sólo te he manifestado este secreto para que
entiendas la estimación que tiene en los ojos de Dios un alma que se dispone
a merecer sus favores y dignamente le recibe sacramentado, y que no sólo
conmigo por la dignidad y santidad de Madre se manifiesta liberal y
poderoso, sino también con otras almas esposas suyas quiere ser conocido y
glorificado, acudiendo a las necesidades de su Iglesia según los tiempos y
ocasiones lo piden.
504. Pero de aquí entenderás que por la
misma razón que los demonios temen tanto a las almas que dignamente reciben
la sagrada comunión y otros sacramentos con que se hacen invencibles para
ellos, por esto mismo se desvelan mucho más contra estas almas para
derribarlas o para impedirlas que no cobren contra ellos tan gran potencia
como les comunica el Señor. Trabaja, pues, contra enemigos tan infatigables
y astutos y procura imitarme en esta fortaleza. También quiero que tengas en
gran veneración los concilios de la Iglesia santa y luego todas las
congregaciones de ella con lo que se ordena y determina, porque en los
concilios asiste el Espíritu Santo y en las congregaciones que se juntan en
el nombre del Señor es promesa suya que estará también con ellos
(Mt 8,20).
Y por esto se debe obedecer a lo que ordenan y mandan. Y
aunque no se vean hoy señales visibles de la asistencia del Espíritu Santo
en los concilios, no por eso deja de gobernarlos ocultamente, y las señales
y milagros no son ahora tan necesarios en esto como en los principios de la
Iglesia, y en la que son menester tampoco los niega el Señor. Por todos
estos beneficios bendice y alaba su liberal piedad y misericordia, y sobre
todo por las que hizo conmigo cuando vivía en carne mortal.
CAPITULO 7
De Nuevo a Tapa
Concluyó María santísima las batallas, triunfando
gloriosamente de los demonios, como lo contiene san Juan en el capítulo 12
de su Apocalipsis.
505. Para entender mejor los misterios
ocultos de este capítulo es necesario suponer los que dejo escritos en la
primera parte, libro primero, desde el capítulo 8 hasta el 10, donde por
aquellos tres capítulos declaré el 12 del Apocalipsis, como allí se me dio a
entender. Y no sólo entonces, pero en el discurso de toda esta divina
Historia (Cf. supra
p.II n.327,363), me he remitido a esta tercera parte
para manifestar en su lugar propio cómo se ejecutaron las batallas que María
santísima tuvo con Lucifer y sus demonios y los triunfos que de ellos
alcanzó y el estado en que después de estas victorias misteriosas la dejó el
Altísimo por el tiempo que vivió en carne mortal. De todos estos venerables
secretos tuvo noticia el evangelista san Juan y los escribió en su
Apocalipsis, como otras veces he dicho
(Cf. supra n.II),
particularmente en los capítulos 12 y 21, cuyas
declaraciones repito en esta Historia, siendo forzoso por dos razones.
506. La una, porque estos secretos son
tantos, tan grandiosos y levantados, que nunca se pueden apear ni manifestar
adecuadamente, y menos habiéndolos encerrado el evangelista, como sacramento
del Rey y de la Reina, en tantos enigmas y metáforas tan oscuras para que
sólo los declarase el mismo Señor, cuando y como fuese su voluntad; que así
se lo mandó María santísima al evangelista
(Cf. supra n. II).
La segunda razón es, porque la rebelión y soberbia de
Lucifer, aunque fue levantándose contra la voluntad y órdenes del altísimo y
omnipotente Dios, pero la materia principal sobre quien cayó esta rebeldía
fueron Cristo nuestro Señor y su Madre santísima, a cuya dignidad y
excelencia no quisieron sujetarse los ángeles apostatas y rebeldes. Y aunque
sobre esta rebeldía fue la primera batalla que tuvieron con san Miguel y sus
ángeles en el cielo, pero entonces no la pudieron tener con el Verbo
humanado y con su Madre Virgen en persona, mas de en aquella señalo
representación de la misteriosa Mujer que se les propuso y manifestó en el
cielo, con los misterios que encerraba como Madre del Verbo eterno que en
ella tomaría forma humana. Y cuando ya llegó el tiempo en que se ejecutaron
estos admirables sacramentos y encarnó el Verbo en el tálamo virginal de
María, fue conveniente que se renovase con ellos esta batalla con Cristo y
María en sus personas y por sí mismos triunfasen de los demonios, como el
mismo Señor les había amenazado, así en el cielo como después en el paraíso,
que pondría enemistades entre la mujer y la serpiente y entre la semilla de
la mujer para que ella le quebrase la cabeza
(Gen 3,15).
507. Todo esto se cumplió a la letra en
Cristo y María, porque de nuestro gran Pontífice y Salvador dijo san Pablo
(Heb 4,15),
que fue tentado por todas las cosas por similitud y ejemplo,
pero sin pecado, y lo mismo fue María santísima. Y para tentarlos tenía
permiso Lucifer después que cayó del cielo, como dije en el capítulo 10
citado de la primera parte
(Cf. supra p.I n.127).
Y porque esta batalla de María santísima correspondía a la
primera que pasó en el cielo y fue para los demonios ejecución de la amenaza
y amago que allí tuvieron con la señal que la representaba, por esto las
escribió y encerró debajo de unas mismas palabras y enigmas. Y explicado ya
lo que toca a la primera pelea
(Cf. supra p.I n.92),
es necesario manifestar lo que pasó en la segunda. Y aunque
Lucifer y sus demonios en aquella primera rebelión fueron castigados con la
carencia eterna de la visión beatífica y arrojados al infierno, pero en esta
segunda batalla fueron de nuevo castigados con accidentales penas
correspondientes a los deseos y conatos con que perseguían y tentaban a
María santísima. La razón de esto es, porque a las potencias es natural en
la criatura tener delectación y contentamiento cuando consiguen lo que
apetecen, según la fuerza con que lo apetecían, y por el contrario reciben
dolor y pena con la displicencia, cuando no lo consiguen o les sucede al
revés de lo que deseaban y esperaban; y los demonios desde su caída ninguna
cosa más vehemente habían deseado que derribar de la gracia a la que había
sido medianera para que los hijos de Adán la consiguiesen.
Y por esto fue incomparable
tormento para los dragones infernales verse vencidos, rendidos y
desesperados de la confianza y deseos que tantos siglos habían maquinado.
508. Para la divina Madre por las
mismas razones y por otras muchas fue de singular gozo este triunfo de ver
quebrantada la antigua serpiente. Y para término de la batalla y principio
del nuevo estado que había de tener después de estas victorias, le tuvo
prevenidos su Hijo santísimo tales y tantos favores, que exceden a toda
capacidad humana y angélica. Y para explicar yo algo de lo que se me ha dado
a conocer, es necesario advierta el que esto leyere, que nuestros términos y
palabras por nuestra limitada capacidad y potencias siempre son unas mismas
con que declaramos estos y otros misterios sobrenaturales, así los más altos
como los que no son tan distantes de nosotros; pero en el objeto de que
hablo hay capacidad o latitud infinita con que pudo la omnipotencia de Dios
levantarla de un estado que nos parece altísimo a otro más alto, y de éste a
otro nuevo y mejorado, y confirmarla en el mismo género de gracias, dones y
favores, porque llegando como llegó María santísima a todo lo que no es ser
de Dios, encierra una inmensa latitud y hace por sí sola una jerarquía mayor
y más elevada que todo el resto de las otras criaturas humanas y angélicas.
509. Advertido, pues, todo esto, diré
como pudiere lo que sucedió a Lucifer hasta ser últimamente vencido por
María santísima y por su Hijo y nuestro Salvador. No quedó desengañado del
todo el dragón y sus demonios con los triunfos que referí en el capítulo
pasado (Cf. supra
n.492), en que la gran Señora le arrojó y precipitó
al profundo desde la región del aire, ni con los maleficios que intentó por
aquellas mujeres de Jerusalén, aunque todos se le desvanecieron. Antes bien,
presumiendo su implacable malicia de este enemigo que la restaba poco tiempo
del permiso que tenía para tentar y perseguir a María santísima, intentó de
nuevo recompensar el corto plazo que imaginaba, con añadir más furor y
temeridad contra ella. Para esto buscó primero otros hombres mayores
hechiceros que tenía muy versados en el arte mágica y maléfica y, dándoles
nuevas instrucciones, les encargó quitasen la vida a la que ellos tenían por
enemiga. Lo intentaron así muchas veces aquellos maléficos ministros con
diversos modos de hechizos de gran crueldad y eficacia, pero con ninguno
pudieron ofender en mucho ni en poco a la salud ni a la vida de la beatísima
Madre, porque los efectos del pecado no tenían jurisdicción sobre la que no
tuvo parte en él, y por otros títulos era privilegiada y superior a todas
las causas naturales. Viendo esto el dragón y frustrados sus intentos en que
tanto se había desvelado, castigó con impía crueldad a los hechiceros de
quien se había valido, permitiéndolo el Señor y mereciéndolo ellos por su
temeridad y para que conocieran a qué dueño servían.
510. Irritándose Lucifer a sí mismo con
nueva indignación, convocó a todos los príncipes de las tinieblas y les
ponderó mucho las razones que tenían, desde que fueron arrojados del cielo,
para estrenar todas sus fuerzas y malicia en derribar aquella Mujer su
enemiga, que ya conocían era la que allá se les había mostrado; convinieron
todos en esto y determinaron ir juntos y cogerla a solas, presumiendo que en
alguna ocasión estaría menos prevenida o acompañada de quien la defendía. Se
aprovecharon luego de la ocasión que les pareció oportuna y, despoblándose
el infierno para esta empresa, acometieron todos de tropel juntos, estando
María santísima sola en su oratorio. La batalla fue la mayor que con pura
criatura se ha visto ni se verá desde la primera del cielo empíreo hasta el
fin del mundo, porque ésta fue semejante a aquélla. Y para que se vea cuál
sería el furor de Lucifer y sus demonios, se ha de ponderar el tormento que
sentían de llegar a donde estaba María santísima y mirarla, así por la
virtud divina que en ella sentían como por las muchas veces que los había
oprimido y vencido. Contra este dolor y pena de los demonios prevaleció su
indignación y envidia y les obligó a forcejear contra el tormento que
sentían y meterse como por las picas o espadas a trueque de ejecutar su
venganza contra la divina Señora, porque el no intentarlo era mayor tormento
para Lucifer que otra cualquier pena.
511. El primer ímpetu de este
acometimiento fue principalmente a los sentidos exteriores de María
santísima con estruendo de aullidos, gritos, terrores y confusión, y
formando en el aire y por especies un estrépito y temblor tan espantoso como
si toda la máquina del mundo se arruinara; y para mayor asombro tomaron
diversas figuras visibles, unos de demonios feos, abominables en diferentes
formas, otros de ángeles de luz, y entre unos y otros fingieron una riña o
batalla tenebrosa y formidable, sin que pudiera conocer la causa, ni se
oyera más que el estrépito confuso y muy terrible. Esta tentación fue para
causar terror y turbación en la Reina. Y verdaderamente se le diera
grandísimo a cualquiera otra humana criatura, aunque fuera santa, dejándola
en el orden común de la gracia, y no lo pudiera tolerar sin perder la vida,
porque duró esta batería doce horas enteras.
512. Pero nuestra gran Reina y Señora a
todo estuvo inmóvil, quieta y serena, y con el mismo sosiego que si nada
viera ni oyera; no se turbó, ni alteró, ni mudó semblante, ni tuvo tristeza
ni movimiento alguno por toda esta infernal turbación. Luego encaminaron los
demonios otras tentaciones a las potencias interiores de la invencible
Madre, y en éstas derramaron el corriente de sus pechos diabólicos más de lo
que yo puedo decir, porque fue cuanto ellos pudieron hacer con falsas
revelaciones, luces, sugestiones, promesas, amenazas, sin dejar virtud que
no tentasen con todos los vicios contrarios y por todos los medios y modos
que pudo fabricar la astucia de tantos demonios. Y no me detengo en
particularizar estas tentaciones, porque ni es necesario ni conveniente.
Pero las venció nuestra Reina y Señora tan gloriosamente, que en todas las
materias de las virtudes hizo actos contrarios y tan heroicos, como se puede
imaginar sabiendo que obró con todo el conato y fuerza de la gracia,
virtudes y dones que tenía en el estado de santidad en que entonces se
hallaba.
513. Pidió en esta ocasión por todos
los que fuesen tentados y afligidos del demonio, como quien experimentaba la
fuerza de su malicia y la necesidad del socorro divino para vencerla. La
concedió el Señor que todos los afligidos de tentaciones que la invocasen en
ellas fuesen defendidos por su intercesión. Perseveraron los demonios en
esta batalla hasta que ya no tenían nueva malicia que estrenar contra la
Purísima entre las criaturas. Y entonces clamó de su parte la justicia para
que se levantase
Dios a juzgar su causa, como dijo David
(Sal 73,22),
y fuesen disipados sus enemigos y ahuyentados los que le
aborrecen con su presencia. Para hacer este juicio descendió el Verbo
humanado desde el cielo al cenáculo y retiro donde estaba su Madre Virgen,
para ella como Hijo dulcísimo y amoroso y para los enemigos como Juez muy
severo en trono de suprema majestad. Le acompañaban innumerables ángeles, y
de los antiguos santos, Adán y Eva con muchos patriarcas y profetas, san
Joaquín y Ana, y todos se presentaron y manifestaron a María Santísima en su
oratorio.
514. Adoró la gran Señora a su Hijo y
Dios verdadero postrada en tierra con la veneración y culto que solía. Los
demonios no vieron al Señor, pero sintieron y conocieron por otro modo su
real presencia, y con el terror que les causó intentaron huir para alejarse
de lo que allí temían. Mas el poder divino los detuvo, aprisionándolos como
con cadenas fuertes, en el modo que se ha de entender lo puede hacer con las
naturalezas espirituales, y el extremo de estas prisiones o cadenas puso el
Señor en manos de su santísima Madre.
515. Salió luego una voz del trono que
decía contra ellos: Hoy vendrá sobre vosotros la indignación del Omnipotente
y os quebrantará la cabeza una mujer descendiente de Adán y Eva y se
ejecutará la antigua sentencia que se fulminó en las alturas y después en el
paraíso, porque inobedientes y soberbios despreciasteis a la humanidad del
Verbo y a la que se la vistió en su virginal tálamo. Luego fue levantada
María santísima de la tierra donde estaba por manos de seis serafines de los
supremos que asistían al trono real y puesta en una refulgente nube la
colocaron al lado del mismo trono de su Hijo santísimo. Y de su propio ser y
divinidad salió un resplandor inefable y excesivo, que toda la rodeó y
vistió como si fuera el globo del mismo sol. Pareció también debajo de sus
pies la luna, como quien hollaba todo lo inferior, terreno y variable que
manifiestan sus vacíos. Y sobre la cabeza le pusieron una diadema o corona
real de doce estrellas, símbolo de las perfecciones divinas que se le habían
comunicado en el grado posible a pura criatura. Manifestaba también estar
preñada del concepto que en sí tenía del ser de Dios y del amor que le
correspondía proporcionalmente. Daba voces como con dolores de parto de lo
que había concebido, para que lo participasen todas las criaturas capaces, y
ellas lo resistían aunque ella lo deseaba con lágrimas y gemidos
(Ap 12,lss).
516. Esta señal, tan grande como en la
mente divina había sido fabricada, se le propuso en aquel cielo a Lucifer
que estaba en forma de dragón grande y rafa, con siete cabezas coronadas con
siete diademas y diez cuernos, manifestando en esta horrenda figura que él
era autor de todos los siete pecados capitales, y que los quería coronar en
el mundo con las imaginadas herejías, que por esto se reducían a siete
diademas, y con la agudeza y fortaleza de su astucia y maldad había
destrozado en los mortales la divina ley reducida a los diez mandamientos,
armándose con diez cuernos contra ellos. Arrebataba también con el círculo
de su cola la tercera parte de las estrellas del cielo
(Ap 12,4),
no sólo por los millares de ángeles apostatas que desde allá
le siguieron en su inobediencia, sino también porque ha derribado del cielo
de esta Iglesia a muchos que parecían levantarse sobre las estrellas, o en
dignidad o en santidad.
517. Con esta figura tan espantosa y
fea estaba Lucifer, y con otras muy diversas, pero todas abominables,
estaban sus demonios en esta batalla en presencia de María santísima, que
estaba para producir el parto espiritual de la Iglesia, que con él se había
de perpetuar y enriquecer. Y el dragón esperaba que pariese este hijo para
devorarle, destruyendo la nueva Iglesia, si pudiera, por la demasiada
envidia con que se indignaba y enfurecía de que aquella Mujer fuese tan
poderosa en establecer la Iglesia y llenarla de tantos hijos, y con sus
méritos, ejemplo e intercesiones fecundarla de tantas gracias y llevar tras
de sí misma tantos predestinados para la felicidad eterna. Y no obstante la
envidia del dragón, parió un hijo varón, que gobernase a todas las gentes
con vara fuerte de hierro
(Ap 12,5).
Este hijo varón fue el espíritu rectísimo y fuerte de la
misma Iglesia, que con la rectitud y potestad de Cristo nuestro bien rige a
todas las gentes en justicia, y a si mismo son también todos los varones
apostólicos que con él han de juzgar en el juicio
(Mt 19,28)
con la vara de hierro de la divina justicia. Y todo esto fue
parto de María santísima, no sólo porque parió al mismo Cristo, sino también
porque con sus méritos y diligencia parió a la misma Iglesia debajo de esta
santidad y rectitud y la crió el tiempo que vivió ella en el mundo y ahora y
siempre la conserva con el mismo espíritu varonil en que nació, cuanto a la
rectitud de la verdad católica y a la doctrina contra quien no prevalecerán
las puertas del infierno
(Mt 16,18).
518. Y dice san Juan
(Ap 12,5-6)
que fue arrebatado este hijo al trono de Dios y la mujer
huyó a la soledad donde tenía preparado lugar, para que la alimentasen allí
mil doscientos y sesenta días. Esto es, que todo el parto legítimo de esta
soberana Mujer, así en la común santidad del espíritu de la Iglesia, como en
las almas particulares que ella engendró y engendra como parto propio suyo
espiritual, todo llega al trono donde está el parto natural, que es Cristo,
en quien y para quien los engendra y cría. Pero la soledad a que fue llevada
desde esta batalla María santísima fue un estado altísimo y lleno de
misterios, de que diré algo adelante
(Cf. infra n.525),
y se llama soledad porque sola ella estuvo en él entre todas
las criaturas y ninguna otra le pudo alcanzar ni llegar a él. Y allí estuvo
sola de criaturas, como diremos
(Cf. infra n.535),
y más sola para el demonio, que sobre todos ignoraba este
sacramento, y no pudo tentarla ni perseguirla más en su persona
(Cf. infra n.526).
Y allí la alimentó el Señor mil doscientos y sesenta días,
que fueron los que vivió en aquel estado antes de pasar a otro.
519. Todo esto conoció Lucifer y se le
intimó antes que se escondiera aquella divina Mujer y señal viva que con sus
demonios estaba mirando. Y con esta noticia perdió la confianza, en que su
gran soberbia le había mantenido por más de cinco mil años, de vencer a la
que fuese Madre del Verbo humanado. Y con esto se deja entender algo cuál
sería el despecho y tormento de este dragón grande y de sus demonios, y más
viéndose atados y rendidos de la Mujer que con tanto estudio y furiosa saña
habían deseado y procurado derribar de la gracia e impedirla sus méritos y
fruto de la Iglesia. Forcejaba el dragón para retirarse y decía: Oh Mujer,
dame permiso para arrojarme a los infiernos, que no puedo estar en tu
presencia, ni me pondré más en ella mientras vivieres en este mundo.
Venciste, oh Mujer, venciste, y te conozco por poderosa en la virtud del que
te hizo Madre suya. Dios omnipotente, castíganos por ti mismo, que a ti no
te podemos resistir, y no por el instrumento de una mujer de tan inferior
naturaleza. Su caridad nos consume, su humildad nos quebranta y en todo es
una demostración de tu misericordia para los hombres y esto nos atormenta
sobre muchas penas. Es, demonios, ayudadme, pero ¿qué podemos todos contra
esta Mujer, pues no alcanzan nuestras fuerzas a retirarnos de ella, mientras
no quiere arrojarnos de su intolerable presencia? Oh estultos hijos de Adán,
¿por qué me seguís a mí y dejáis la vida por la muerte, la verdad por la
mentira? ¿Qué absurdo y qué desacierto es el vuestro así lo confieso a mi
despecho pues tenéis de vuestra parte y en vuestra naturaleza al Verbo
encarnado y esta Mujer? Mayor ingratitud es la vuestra que la mía, y esta
Mujer me obliga a confesar las verdades que de todo mi corazón aborrezco.
Maldita sea la determinación que tuve de perseguir a esta hija de Adán que
así me atormenta y me quebranta.
520. Cuando el dragón confesaba estos
despechos, se manifestó el príncipe de los ejércitos celestiales san Miguel
para defender la causa de María santísima y del Verbo humanado, y con las
armas de sus entendimientos se trabó otra batalla con el dragón y sus
seguidores (Ap 12,7).
Altercaron con ellos san Miguel y sus ángeles,
redarguyéndolos y convenciéndolos de nuevo de la antigua soberbia y
desobediencia que cometieron en el cielo y de la temeridad con que habían
perseguido y tentado al Verbo humanado y a su Madre, en quien ni tenían
parte ni derecho alguno, por no haber tenido ningún pecado, ni dolo ni
defecto. Justificó san Miguel las obras de la divina justicia, declarándolas
por rectísimas y sin querella en haber castigado la inobediencia y apostasía
de Lucifer y sus demonios, y los anatematizaron e intimaron de nuevo la
sentencia de su castigo, y confesaron al Omnipotente por santo y justo en
todas sus obras. Defendía también el dragón y los suyos la rebelión y
audacia de su soberbia, pero todas sus razones eran falsas, vanas y llenas
de diabólica presunción y errores.
521. Fue hecho silencio en esta
altercación y el Señor de los ejércitos habló con María santísima y la dijo:
Madre mía y amiga mía, elegida entre las criaturas por mi eterna sabiduría
para mi habitación y templo santo; vos sois quien me dio la forma de hombre
y restauró la pérdida del linaje humano, la que me ha seguido, imitado y
merecido la gracia y dones que sobre todas mis criaturas os he comunicado y
jamás en vosotros estuvieron ociosos ni vacíos. Sois el objeto digno de mi
infinito amor, el amparo de mi Iglesia, su Reina, Señora y Gobernadora.
Tenéis mi comisión y potestad, que como Dios omnipotente puse en vuestra
fidelísima voluntad; mandad con ella al infernal dragón que mientras
viviereis en la Iglesia no siembre en ella la cizaña de los errores y
herejías que tiene prevenidas y degollad su dura cerviz, quebrantadle la
cabeza, porque en vuestros días quiero que por vuestra: presencia goce de
este favor la Iglesia.
522. Ejecutó María santísima este orden
del Señor y con potestad de Reina y de Señora mandó a los dragones
infernales enmudeciesen y callasen sin derramar entre los fieles las sectas
falsas que tenían prevenidas, y que mientras ella estaba en el mundo, no se
atreviesen a engañar a ninguno de los mortales con sus heréticos dogmas y
doctrinas. Esto sucedió así, aunque la ira de la serpiente, en venganza de
la gran Reina, tenía intento de derramar aquel veneno en la Iglesia, y para
que no lo hiciese viviendo en ella la divina Madre lo impidió por su mano el
mismo Señor por el amor que la tenía. Después de su glorioso tránsito se dio
permiso al demonio para que lo hiciese, por los pecados de los hombres
pesados en los justos juicios del Señor.
523. Luego fue arrojado, como dice san
Juan (Ap 12,9),
el dragón grande, antigua serpiente que se llama diablo y
Satanás, y con sus ángeles salió de la presencia de la Reina y cayó en la
tierra, a donde se le dio permiso que estuviese, como alargándole un poco la
cadena con que estaba preso. Al punto se oyó una voz, que fue del arcángel
en el cenáculo, y decía: Ahora se ha obrado la salud y virtud y el reino de
Dios y la potestad de su Cristo, porque ha sido arrojado el acusador de
nuestros hermanos, que los acusaba de día y de noche; y ellos le han vencido
por la sangre del Cordero y por las palabras de su testimonio y se
entregaron a la muerte. Alégrense por esto los cielos y los que en ellos
viven. ¡Ay de la tierra y del mar, porque baja a vosotros el diablo con
grande saña sabiendo que tiene poco tiempo
(Ap 12,10)!
Declaró el ángel en estas palabras que, en virtud de las victorias y
triunfos de María santísima con los de su Hijo y Salvador nuestro, quedaba
asegurado el reino de Dios, que es la Iglesia, y los efectos de la redención
humana para los justos; y a todo esto llamó salud, virtud y potestad de
Cristo. Y porque si María santísima no hubiera vencido al dragón infernal,
sin duda este impío y poderoso enemigo impidiera los efectos de la
redención, por esto salió aquella voz del ángel cuando se concluyó esta
batalla y cuando fue vencido y arrojado el dragón a la tierra y al mar; y
dio la enhorabuena a los santos, porque ya quedaba quebrantada la cabeza y
los pensamientos del demonio que calumniaba a los hombres, a quienes llamó
el ángel hermanos por el parentesco del alma y de la gracia y gloria.
524. Y las calumnias con que perseguía
y acusaba el dragón a los mortales eran las ilusiones y engaños con que
pretendía pervertir los principios de la Iglesia evangélica y las razones de
justicia que alegaba ante el Señor de que los hombres, por su ingratitud y
pecados y por haber quitado la vida a Cristo nuestro Salvador, no merecían
el fruto de la redención ni la misericordia del Redentor, sino el castigo de
dejarlos en sus tinieblas y pecados para su eterna condenación. Pero contra
todo esto alegó María santísima, como Madre dulcísima y clementísima, y nos
mereció la fe y su propagación y la abundancia de misericordias y dones que
se nos han dado en virtud de la muerte de su Hijo; todo lo cual
desmerecerían los pecados de los que le crucificaron y de los demás que no
le han recibido por su Redentor. Pero avisó el ángel a los moradores de la
tierra con aquella dolorosa compasión, para que estuviesen prevenidos contra
esta serpiente que bajaba a ellos con grande saña, porque sin duda juzgó que
le quedaba poco tiempo para ejecutarla y después que conoció los misterios
de la redención y el poder de María santísima y la abundancia de gracia,
maravillas y favores con que se fundaba la primitiva Iglesia; porque de
todos estos sucesos, entró en sospecha de que se acabaría luego el mundo, o
que todos los hombres seguirían a Cristo nuestro bien y se valdrían de la
intercesión de su Madre para conseguir la vida eterna. Mas, ¡ay dolor, que
los mismos hombres han sido más locos y estultos y desagradecidos de lo que
pensó el mismo demonio!
525. Y declarando más estos misterios,
dice el evangelista (Ap
12,13) que, cuando se vio el dragón grande arrojado a
la tierra, intentó perseguir a la mujer misteriosa que parió al varón. Mas a
ella le fueron dadas dos alas de una grande águila, para que volase a la
soledad o desierto, donde es alimentada por tiempo y tiempos y mitad del
tiempo, fuera de la cara de la serpiente. Y por esto la misma serpiente
arrojó de su boca tras de la mujer un copioso río, para que la atrajese si
fuera posible. En estas palabras se declara más la indignación de Lucifer
contra Dios y su Madre y contra la Iglesia, pues cuanto era de su parte de
este dragón siempre arde su envidia y se levanta su soberbia y le quedó
malicia para tentar de nuevo a la Reina, si le quedaran fuerzas y permiso.
Pero éste se le acabó en cuanto tentarla a ella, y por esto dice que le
dieron dos alas de águila para que volase al desierto, donde es alimentada
por los tiempos que allí señala. Estas alas misteriosas fueron la potestad o
virtud divina que le dio el Señor a María santísima para volar y ascender a
la vista de la divinidad y de allí descender a la Iglesia a distribuir los
tesoros de la gracia en los hombres, de que hablaremos en el capítulo
siguiente (Cf. infra
n.535).
526. Y porque desde entonces no tuvo
licencia el demonio para tentarla más en su persona, dice que en esta
soledad o desierto estaba lejos de la cara de la serpiente. Y los tiempos y
tiempo y mitad del tiempo, son tres años y medio, que hacen los mil
doscientos y sesenta días que arriba se dijo menos algunos días. Y en este
estado, y otros que diré
(Cf. infra n.601),
estuvo María santísima lo restante de su vida mortal. Pero
como el dragón quedó desahuciado de tentarla a ella, arrojó el río de su
venenosa malicia tras de esta divina Mujer
(Ap 12,15),
porque, después de la victoria que de él alcanzó, procuró
tentar astutamente a los fieles y perseguirlos por medio de los judíos y
gentiles; y especialmente después del tránsito glorioso de la gran Señora,
soltó el río de las herejías y sectas falsas, que tenía como represadas en
su pecho. Y las amenazas que contra María santísima había hecho después que
le venció, fue la guerra que intentó hacerle, vengarse en los hombres, a
quien la gran Señora tenía tanto amor, ya que no podía ejecutar su ira en la
persona de la misma Reina.
527. Por esto dice luego san Juan (Ap
12,17) que, indignado el dragón, se fue para hacer guerra a los demás
quieran de su generación y semilla y que guardan la ley de Dios y tienen el
testimonio de Cristo. Y estuvo este dragón sobre la arena del mar (Ap
12,18), que son los innumerables infieles, idólatras, judíos y paganos,
donde hace y ha hecho guerra a la santa Iglesia, a más de la que hace
ocultamente tentando a los fieles. Pero la tierra firme y estable, que es la
inmutabilidad de la santa Iglesia y su incontrastable verdad católica, ayudó
a la misteriosa mujer, porque abrió su boca y sorbió el río que derramó la
serpiente contra ella (Ap 12,16). Y esto sucede así, pues la santa Iglesia,
que es el órgano y la boca del Espíritu Santo, ha condenado, convencido y
confundido todos los errores y falsas sectas y doctrinas con las palabras y
enseñanza que de esta boca salen por las divinas Escrituras, concilios,
determinaciones, doctores, maestros y predicadores del evangelio.
528. Todos estos misterios y otros
muchos encerró el evangelista declarando o refiriendo esta batalla y
triunfos de María santísima. Y para darles fin en el cenáculo, aunque ya
Lucifer estaba arrojado fuera de él y como asido de la cadena que tenía la
victoriosa Reina, conoció la gran Señora era tiempo y voluntad de su Hijo
santísimo que le arrojase y precipitase a las cavernas infernales. Y en esta
fortaleza y virtud divina los soltó y con imperio les mandó descendiesen en
un punto al profundo. Y como lo pronunció María santísima, cayeron todos los
demonios por entonces a las cavernas más distantes del infierno, donde
estuvieron algún tiempo dando formidables aullidos y despechos. Luego los
santos ángeles cantaron nuevos cánticos al Verbo humanado por sus victorias
y las de su invencible Madre. Los primeros padres Adán y Eva le hicieron
gracias porque había elegido aquella Hija suya para madre y reparadora de la
ruina que ellos habían causado en su posterioridad; los patriarcas, porque
tan feliz y gloriosamente veían cumplidos sus largos deseos y vaticinios;
san Joaquín, santa Ana y san José con mayor júbilo glorificaron al
Omnipotente por la Hija y Esposa que les había dado; y todos juntos cantaron
la gloria y loores al Muy Alto, santo y admirable en sus consejos. María
santísima se postró ante el trono real y adoró al Verbo humanado y de nuevo
se ofreció a trabajar por la Iglesia, y pidió la bendición y se la dio su
Hijo santísimo con admirables efectos; la pidió también a sus padres y
esposo y les encomendó la santa Iglesia y que rogasen por todos sus fieles,
y con esto se despidió toda aquella celestial compañía y se volvió a los
cielos.
Doctrina que me dio la Reina de los ángeles María santísima.
529. Hija mía, con la rebeldía de
Lucifer y sus demonios se comenzaron en el cielo las batallas, que no se
acabarán hasta el fin del mundo, entre el reino de la luz y el de las
tinieblas, entre Jerusalén y Babilonia. Por capitán y cabeza de los hijos de
la luz se constituyó el Verbo humanado como autor de la santidad y de la
gracia, y por caudillo de los hijos de tinieblas se constituyó Lucifer,
autor del pecado y de la perdición. Cada uno de estos príncipes defiende su
parcialidad y procura aumentar su reino y seguidores. Cristo con la verdad
de su fe divina, con los favores de su gracia, con la santidad de la virtud,
con los alivios de los trabajos y con la esperanza cierta de la gloria que
les prometió; y mandó a sus ángeles que los acompañen, consuelen y defiendan
hasta llevarlos a su mismo reino. Pero Lucifer granjea a los suyos con
falacias, mentiras y traiciones, con vicios torpes y abominables, con
tinieblas y confusión; y los trata ahora como señor tirano, afligiéndolos
sin aliviarlos, despechándolos sin consuelo verdadero, y después les apareja
eternos y lamentables tormentos, que por sí mismo y por sus demonios les
dará con inhumana crueldad mientras Dios fuere Dios.
530. Mas ¡ay dolor! hija mía, que con
ser esta verdad tan infalible y sabida de los mortales, con ser el
estipendio tan diferente y el premio tan distante infinitamente, son pocos
los soldados que siguen a Cristo, su legítimo Señor, Rey, cabeza y ejemplar,
y muchos los que tiene Lucifer de su bando, sin haberlos criado, sin darles
vida ni alimentos ni algún retorno, sin habérselo merecido ni haberlos
obligado, como lo hizo y lo hace el autor de la vida y de la gracia mi Hijo
santísimo. Tanta es la ingratitud de los hombres, tan estulta su infelicidad
y tan infeliz su ceguedad. Y sólo por haberles dado voluntad libre para
seguir a su Capitán y Maestro y que sean agradecidos, se han hecho del bando
de Lucifer y de balde le sirven y le franquean la entrada en la casa de Dios
y en su templo, para que como tirano lo disipe y lo profane y lleve tras de
sí a los tormentos eternos el mayor resto del mundo.
531. Pero siempre dura esta contienda,
porque el Príncipe de las eternidades no cesará, por su bondad infinita, en
defender a sus almas que crió y redimió con su sangre. Mas no ha de pelear
con el dragón por sí solo, ni tampoco por sus ángeles, porque redunda en
mayor gloria suya y exaltación de su nombre santo vencer a sus enemigos y
confundir su dura soberbia por manos de las mismas criaturas humanas, en las
cuales ellos pretenden tomar venganza del Señor. Yo, que soy pura criatura,
fui la capitana y maestra de estas batallas, después de mi Hijo, que era
Dios y hombre verdadero. Y aunque Su Majestad venció en su vida y muerte a
los demonios, cuya soberbia estaba muy engreída por el dominio que desde el
pecado de Adán le habían dado los mortales, pero después de Su Majestad le
vencí yo en su nombre, y con estas victorias se plantó la santa Iglesia en
tan alta perfección y santidad, y así hubiera perseverado, quedando Lucifer
debilitado y flaco, como otras veces te lo he manifestado
(Cf. supra p.II
n.370,999,1415,1434; p.III n.138), si la ingratitud y
olvido de los hombres no le hubiera dado los nuevos alientos con que hoy
tiene tan perdido y estragado a todo el orbe.
532. Con todo eso no desampara a su
Iglesia mi Hijo santísimo que la adquirió con su sangre, ni yo que la miro
como su Madre y protectora; y siempre queremos tener en ella algunas almas
que defiendan la gloria y honra de Dios, y peleen sus batallas contra el
infierno, para confusión y quebranto de sus demonios. Para esto quiero que
te dispongas con el favor de la divina gracia, y ni te admires de la fuerza
del dragón, ni te encojas por tu miseria y pobreza. Ya sabes que la ira de
Lucifer contra mí fue mayor que contra ninguna de las criaturas y más que
contra todas juntas y con la virtud del Señor le vencí gloriosamente, y con
ella podrás tú resistirle en lo menos. Y aunque eres tan débil y sin las
condiciones que te parece habías menester, quiero que entiendas que mi Hijo
santísimo procede ahora en esto como un rey que, cuando le faltan soldados y
vasallos, admite a cualquiera que le quiere servir en su milicia. Anímate,
pues, a vencer al demonio en lo que a ti toca, que después te armará el
Señor para otras batallas. Y te hago saber que no hubiera llegado la Iglesia
católica a los aprietos en que hoy la conoces, si en ella hubiera muchas
almas que tomaran por su cuenta defender la causa de Dios y su honra; pero
está muy sola y desamparada de los mismos hijos que ha criado la santa
Iglesia.
CAPITULO 8
De Nuevo a Tapa
Se declara el estado en que puso Dios a su Madre
santísima, con visten de la divinidad, abstractiva pero continua, después
que venció a los demonios y
el modo de obrar que en él tenía.
533. Al paso que los misterios de la
infinita y eterna sabiduría se iban cumpliendo en María santísima, se iba
también levantando la gran Señora sobre la esfera de toda santidad y
pensamiento de todo el resto de las criaturas. Y como los triunfos que ganó
del infernal dragón y sus demonios fueron con las condiciones,
circunstancias y favores que he dicho, y todo eso venía sobre los misterios
de la encarnación, redención y los demás de que había sido coadjutora de su
Hijo santísimo, no es posible a nuestra bajeza anhelar a la consideración de
los efectos que todo hacía en el purísimo corazón de esta divina Madre.
Confería estas obras del Señor consigo misma y las ponderaba con el peso de
su altísima sabiduría. Crecía la llama y el incendio del amor divino con
admiración de los ángeles y cortesanos del cielo, y no pudiera tolerar la
vida natural los impetuosos vuelos con que se levantaba para anegarse toda
en el abismo de la divinidad, si por milagro no se la conservaran. Y como al
mismo tiempo la tiraba juntamente la caridad de Madre piadosísima para sus
hijos los fieles, que todos pendían de ella, como las plantas del sol que
las alimenta y vivifica, vino a estado que vivía en una dulcísima pero
fuerte violencia para juntarlo todo en su pecho.
534. En esta disposición se halló María
santísima con las victorias que alcanzó del dragón y, no obstante que por
todo el discurso de su vida, desde el primer instante de ella, había obrado
en todos tiempos respectivamente lo más puro, santo y levantado, sin
embarazarle las peregrinaciones, trabajos y cuidados de su Hijo santísimo y
de los prójimos, con todo eso en esta ocasión llegaron como a competir en su
ardentísimo corazón la fuerza del amor divino y de las almas. En cada una de
estas obras de la caridad sentía la violenta y santa emulación con que
aspiran a más altos y nuevos dones y efectos de la gracia. Por una parte,
deseaba abstraerse de todo lo sensible para levantar el vuelo a la suprema y
continua unión de la divinidad, sin impedimento ni medio de criaturas,
imitando a los comprensores, y mucho más al estado de su Hijo santísimo
cuando vivía en el mundo, en todo lo que no era gozar de la visión beatífica
que su alma tenía junto a la unión hipostática; y aunque esto no era posible
a la divina Madre, pero la alteza de su santidad y amor parece que pedía
todo lo que era inmediato y menos que el estado de comprensora. Por otra
parte, la llamaba el amor de la Iglesia, y el acudir a todas las necesidades
de los fieles, porque sin este oficio de Madre de familias no le satisfacían
harto los regalos y favores del Altísimo. Y como era menester tiempo para
acudir a estas acciones de María, estaba confiriendo cómo lo ajustaría sin
faltar a las unas y a las otras.
535. Dio lugar el Altísimo a este
cuidado de su beatísima Madre, para que fuese más oportuno el nuevo favor y
estado que le tenía prevenido con su brazo poderoso. Y para esto la habló Su
Majestad y la dijo: Esposa mía y amiga mía, los cuidados y pensamientos de
tu ardentísimo amor han herido mi corazón y con la virtud de mi diestra
quiero hacer en ti una obra que con ninguna generación se ha hecho ni se
hará jamás, porque tú eres única y escogida para mis delicias entre todas
las criaturas. Yo tengo para ti sola aparejado un estado y un lugar solo,
donde te alimentaré con mi divinidad como a los bienaventurados, aunque por
diverso modo, pero en él gozarás de mi vista continua y de mis abrazos en
soledad, sosiego y tranquilidad, sin que te embaracen las criaturas ni el
ser viadora. A esta habitación levantarás tu vuelo libremente, donde
hallarás los infinitos espacios que pide tu excesivo amor para extenderse
sin medida y límite, y desde allí volarás también a mi Iglesia santa, de
quien eres Madre, y cargada de mis tesoros los repartirás a tus hermanos,
distribuyéndolos a tu disposición y voluntad en sus necesidades y trabajos,
para que por ti reciban el remedio.
536. Este es el beneficio que toqué en
el capítulo pasado (Cf. supra n.518), y le encerró el evangelista san Juan
en aquellas palabras que dice (Ap 12,6): Y la mujer huyó a la soledad donde
tenía preparado por Dios un lugar para ser alimentada por mil doscientos y
sesenta días; y luego adelante dice (Ap 12,14) que le fueron dadas dos alas
de una grande águila para volar al desierto donde era alimentada, etc. No es
fácil para mi ignorancia darme a entender en este misterio, porque contiene
muchos efectos sobrenaturales que sin ejemplar de otra criatura se hallaron
en las potencias de sola María santísima, para quien reservó Dios esta
maravilla; y pues la fe nos enseña que nosotros no le podemos medir su
omnipotencia incomprensible, razón es confesar que pudo hacer con ella mucho
más que nosotros podemos entender y que sólo aquello se le ha de negar que
tiene evidente y manifiesta contradicción en sí mismo. Y en lo que se me ha
dado a entender para escribirlo, supuesto que lo entiendo, no hallo
repugnancia para que sea como lo conozco, aunque para manifestarlo me faltan
propios términos.
537. Digo, pues, que pasadas las
batallas y victorias que nuestra Capitana y Maestra ganó contra el dragón
grande y sus demonios, la levantó Dios a un estado en que le manifestó la
divinidad, no con visión intuitiva como a los bienaventurados, pero con otra
visión clara y por especies criadas, que en todo el discurso de esta
Historia he llamado visión abstractiva; porque no depende de la presencia
real del objeto, ni él mueve por sí el entendimiento como presente, sino por
otras especies que le representan como él es en sí mismo, aunque está
ausente: al modo que Dios me pudiera infundir a mí todas las especies y
semejanzas de Roma y me la representaran como ella es en sí misma. Esta
visión de la divinidad tuvo María santísima en el discurso de su vida, como
en toda ella he repetido muchas veces, y aunque en sustancia no fue nueva
para ella, pues la tuvo en el instante de su concepción, como allí se dijo,
pero fue nueva desde ahora en dos condiciones. La una, que fue desde este
día continua y permanente hasta que murió y pasó a la visión beatífica, y
las otras veces había sido de paso. La segunda diferencia fue que desde esta
ocasión creció cada día en este beneficio, y así fue más alto, admirable y
excelente sobre toda regla y pensamiento criado.
538. Para este nuevo favor la retocaron
todas sus potencias con el fuego del santuario, que fueron nuevos efectos de
la divinidad con que fue iluminada y elevada sobre sí misma. Y porque este
nuevo estado era una participación del que tienen los comprensores y
bienaventurados y juntamente era diferente de ellos, es necesario advertir
en qué estaba la similitud y en qué la diferencia. La similitud era que
María santísima miraba al mismo objeto de la divinidad y atributos divinos
de que ellos gozan con segura posesión y de esto conocía más que ellos. Pero
la diferencia estaba en tres cosas: la primera, que los bienaventurados ven
a Dios cara a cara y con visión intuitiva y la de María santísima era
abstractiva, como se ha dicho. La segunda, que los santos en la patria no
pueden crecer más en la visión beatífica ni en la fruición esencial en que
consiste la gloria del entendimiento y voluntad, pero María santísima en la
visión abstractiva que tenía como viadora no tuvo término ni tasa, antes
cada día crecía en la noticia de los infinitos atributos y ser de Dios; y
para esto le dieron las alas de águila con que volase siempre en aquel
piélago interminable de la divinidad, donde hay más y más que conocer
infinitamente sin algún fin que lo comprenda.
539. La tercera diferencia era que los
santos no pueden padecer ni merecer, ni esto es compatible con su estado,
pero en el que estaba nuestra Reina padecía y merecía como viadora. Y sin
esto no fuera tan grande y estimable el beneficio para ella ni para la
Iglesia, porque las obras y merecimientos de la gran Señora en este estado
de tanta gracia y santidad fueron de subido valor y precio para todos. Era
espectáculo nuevo y admirable para los ángeles y santos y como un retrato de
su Hijo santísimo, porque como Reina y Señora tenía potestad de dispensar y
distribuir los tesoros de la gracia y por otra parte con sus inefables
méritos los acrecentaba. Y aunque no era comprensora y bienaventurada, pero
en el estado de viadora tenía un lugar tan vecino y parecido al de Cristo
nuestro Salvador cuando vivía en esta vida, que si bien, comparándolo con
él, era viadora en el alma como en el cuerpo, pero comparada con los demás
viadores parecía comprensora y bienaventurada.
540. Pedía aquel estado que en la
armonía de los sentidos y potencias naturales hubiese nuevo orden y modo de
obrar proporcionado en todo; y para esto se le mudó el que hasta entonces
había tenido, y fue de esta manera: Todas las especies o imágenes de
criaturas que por los sentidos había admitido el entendimiento de María
santísima se le acabaron y borraron del alma, no obstante que como dije
arriba en esta tercera parte
(Cf. supra n.126)
no admitía la gran Señora más especies ni imágenes
sensitivas de las que para el uso de la caridad y virtudes eran precisamente
necesarias. Pero con todo eso, por lo que tenían de terrenas y haber entrado
al entendimiento por los órganos sensitivos del cuerpo, se las quitó el
Señor y las despejó y purificó de todas estas imágenes y especies. Y en
lugar de las que de allí adelante había de recibir por el orden natural de
las potencias sensitivas e intelectuales, la infundía el Señor otras
especies más puras e inmateriales en el entendimiento y con aquéllas
entendía y conocía más altamente.
541. Esta maravilla no será dificultosa
de entender para los doctos. Y para declararme más a todos advierto que,
cuando obramos con los cinco sentidos corporales exteriores con que oímos,
vemos y gustamos, recibimos unas especies del objeto que sentimos, las
cuales pasan a otra potencia interior y corpórea, que llaman sentido común,
imaginativa, fantasía o estimativa; y allí se recogen estas especies para
que aquel sentido común conozca o sienta todo lo que entró por los cinco
exteriores y allí se depositan y guardan como en una oficina común para
todas; y hasta aquí somos semejantes en esto a los animales sensitivos,
aunque con alguna diferencia. Después que en nosotros, que somos racionales,
se guardan o entran estas especies en el sentido común y fantasía, obra con
ellas nuestro entendimiento por el orden que naturalmente tienen nuestras
potencias y saca el mismo entendimiento otras especies espirituales o
inmateriales, y por esta acción se llama entendimiento agente; y con estas
especies que en sí produce, conoce y entiende natural mente lo que entra por
los sentidos. Y por esto dicen los filósofos que nuestro entendimiento, para
entender, conviene que se convierta a especular la fantasía, para tomar de
allí las especies de lo que ha de entender según el orden natural de las
potencias, por estar el alma unida al cuerpo, de quien en sus operaciones
depende.
542. Pero en María santísima, en el
estado que digo, no se guardaba este orden en todo; porque milagrosamente
ordenó el Señor en ella otro modo de obrar el entendimiento, sin dependencia
de la fantasía y sentido común. Y en lugar de las especies que naturalmente
había de sacar su entendimiento de los objetos sensibles que entran por los
sentidos, le infundía otras que los representaban por más alto modo; y las
que adquiría por los sentidos se quedaban sin pasar de la oficina de la
imaginativa, sin que obrase con ellas el entendimiento agente, que al mismo
tiempo era ilustrado con las especies sobrenaturales que se le infundían;
pero con las que recibía en el sentido común obraba allí lo que era
necesario para sentir y padecer dolor, aflicciones y penalidades sensibles.
Y sucedía en efecto en este templo de María santísima lo que en el de su
figura sucedió, que las piedras se labraban fuera de él y dentro no se oyó
martillo ni golpe, ni otro estrépito de ruidos
(3 Re 6,7).
Y también los animales se degollaban y se ofrecían en
sacrificio en el altar que estaba fuera del santuario
(Ex 40,27)
y en él sólo se ofrecía el holocausto del incienso y los
aromas encendidos en sagrado fuego
(Ex 40,25).
543. Se ejecutaba este misterio en
nuestra gran Reina y Señora, porque en la parte inferior de los sentidos del
alma se labraban las piedras de las virtudes que miraban a lo exterior y en
el atrio de los sentidos comunes se hacía el sacrificio de las penalidades,
dolores y tristezas que padecía por los hijos de la Iglesia y por sus
trabajos. Y en el Sancta Santorum de las potencias del entendimiento y
voluntad sólo se ofrecía el perfume de su contemplación y visión de la
divinidad y el fuego de su incomparable amor. Y para esto no eran
proporcionadas las especies que entraban por los sentidos representando los
objetos más terrenamente y con el estrépito que ellos obran, y por esto las
excluyó el poder divino y dio otras infusas y sobrenaturales de los mismos
objetos, pero más puras, para servir a la contemplación de la visión
abstractiva de la divinidad y acompañar en el entendimiento a las que tenía
del ser de Dios, a quien incesantemente miraba y amaba en sosiego,
tranquilidad y serenidad de inviolable paz.
544. Dependían estas especies infusas
del ser de Dios, porque en él representaban al entendimiento de María
santísima todas las cosas, como el espejo representa a los ojos todo lo que
se le pone delante de él y lo conocen sin convertirse a mirarlo en sí mismo.
Y así conocía en Dios todas las cosas y lo que le pedían y necesitaban los
hijos de la Iglesia, lo que debía hacer con ellos conforme a los trabajos
que padecían y todo lo que en esto quería la voluntad divina para que se
hiciese en la tierra como en el cielo; y en aquella vista lo pedía y lo
alcanzaba todo del mismo Señor. De este modo de entender y obrar exceptuó el
Omnipotente las obras que la divina Madre había de hacer por la obediencia
de san Pedro y de san Juan y alguna vez si le ordenaban algo los demás
apóstoles. Y esto pidió al Señor la misma Madre, por no interrumpir la
obediencia que tanto amaba y porque se entendiese que por ella se conoce la
voluntad divina con tanta certeza y seguridad que no ha menester el
obediente recurrir a otros medios ni rodeos para conocerla más de saber que
se lo manda el que tiene poder y es su superior; porque aquello es lo que
sin duda le manda Dios y le conviene y lo quiere Su Majestad.
545. Para todo lo demás, fuera de esta
obediencia en que se contenía el uso de la comunión sagrada, no dependía el
entendimiento de María santísima del comercio de las criaturas sensibles, ni
de las imágenes que de ellas pudo recibir por los sentidos. Pero de todas
quedó libre y en soledad interior, gozando de la vista abstractiva de la
divinidad, sin interrumpirla durmiendo y velando, ocupada y ociosa,
trabajando y descansando, sin discurrir ni raciocinar para conocer lo más
alto de la perfección, lo más agradable al Señor, las necesidades de la
Iglesia, el tiempo y modo de acudir a su remedio. Todo esto lo conocía con
la vista de la divinidad, como los bienaventurados con la que tienen. Y como
en ellos lo menos que conocen es lo que toca a las criaturas, así también
nuestra gran Reina, fuera de lo que tocaba el estado de la santa Iglesia y a
su gobierno y de todas las almas, conocía como principal objeto los
misterios incomprensibles de la divinidad, más que los supremos serafines y
santos. Con este pan y alimento de vida eterna fue alimentada en aquella
soledad que le preparó el Señor. Allí estaba solícita de la Iglesia sin
turbarse, oficiosa sin inquietud, cuidadosa sin divertirse y en todo estaba
llena de Dios dentro y fuera, vestida del oro purísimo de la divinidad,
anegada y absorta en aquel piélago incomprensible, y junto con esto atenta a
todos sus hijos y a su remedio, porque sin este cuidado no descansara del
todo su maternal caridad.
546. Para todo esto la dieron las dos
alas de grande águila, con que levantó tanto el vuelo que pudo llegar a la
soledad y estado a donde no llegó pensamiento de hombre ni de ángel, y para
que desde aquella encumbrada habitación descendiese y volase al socorro de
los mortales, no paso a paso, sino con ligero y acelerado vuelo. ¡Oh
prodigio de la omnipotencia de Dios!, ¡oh maravilla inaudita que así
manifiestas su grandeza infinita! Me faltan razones, se suspende el discurso
y se agota nuestra capacidad en la consideración de tan oculto sacramento.
¡Dichosos siglos de oro de la primitiva Iglesia que gozaron de tanto bien, y
venturosos nosotros si llegásemos a merecer que en nuestros infelices siglos
renovase el Señor estas señales y maravilla por su beatísima Madre en el
grado posible y en el que pide nuestra necesidad y miserias!
547. Se entenderá mejor la felicidad de
aquel siglo y el modo de obrar que tenía María santísima en el estado que
digo, si lo reducimos a práctica en algunos sucesos de almas que ganó para
el Señor. Una fue de un hombre que vivía en Jerusalén muy conocido entre los
judíos, porque era principal y de aventajado ingenio y tenía algunas
virtudes morales, pero en lo demás era muy celador de su ley antigua, al
modo de san Pablo, y muy opuesto a la doctrina y ley de Cristo nuestro
Salvador. Conoció esto María santísima en el Señor, que por los ruegos de la
divina Madre tenía prevenida la conversión de aquel hombre. Y por la opinión
que tenía, deseaba la purísima Señora su reducción y salvación. La pidió al
Altísimo con ardentísima caridad y fervor, de manera que Su Majestad se la
concedió. Antes que María santísima tuviera el estado que he dicho,
discurriera con la prudencia y altísima luz que tenía para buscar los medios
oportunos con que reducir aquella alma, pero no tuvo ahora necesidad de este
discurso, sino atender al mismo Señor donde a su instancia se le manifestaba
todo lo que había de hacer.
548. Conoció que aquel hombre vendría a
su presencia por medio de la predicación de san Juan y que le mandase
predicar donde le pudiese oír aquel judío. Lo hizo así el evangelista, y al
mismo tiempo el ángel de guarda de aquella alma le inspiró que fuese a ver a
la Madre del Crucificado, que todos alababan de caritativa, modesta y
piadosa. No penetró entonces aquel hombre el bien espiritual que de aquella
visita se le podía seguir, porque le faltaba la divina luz para conocerlo,
pero sin atender a este fin se movió para ir a ver a la gran Señora por
curiosidad política, con deseo de conocer quién era aquella Mujer tan
celebrada de todos. Llegó a la presencia de María santísima y, de verla y
oírla las razones que con divina prudencia le habló, fue todo aquel hombre
renovado y convertido en otro. Se postró luego a los pies de la gran Reina,
confesando a Cristo reparador del mundo y pidiendo su bautismo. Le recibió
luego de mano de san Juan y, al pronunciar la forma de este sacramento, vino
el Espíritu Santo en forma visible sobre el bautizado, que después fue varón
de grande santidad. Y la divina Madre hizo un cántico de alabanza del Señor
por este beneficio.
549. Otra mujer de Jerusalén, ya
bautizada, apostató de la fe, engañada del demonio por medio de una
hechicera deuda suya. Tuvo noticia nuestra gran Reina de la caída de aquella
alma, porque todo lo conoció en la vista del Señor. Y dolorida de este
suceso, trabajó con muchos ejercicios, lágrimas y peticiones por la
reducción de aquella mujer, que siempre es más difícil en los que
voluntariamente se apartan del camino que una vez comenzaron de la vida
eterna. Pero los ruegos de María santísima alcanzaron el remedio de esta
alma engañada de la serpiente. Y luego conoció la Reina que convenía la
amonestase y exhortase el evangelista, para traerla al conocimiento de su
pecado. Lo ejecutó san Juan y la mujer le oyó y se confesó con él, y fue
restituida a la gracia. Y María santísima la exhortó después para que
perseverase y resistiese al demonio.
550. No tenía Lucifer y sus demonios
por este tiempo atrevimiento para inquietar la Iglesia en Jerusalén, porque
estando allí la poderosa Reina temían llegarse tan cerca y su virtud los
amedrentaba y ahuyentaba. Con esto, pretendieron hacer presa en algunos
fieles bautizados hacia la parte del Asia donde predicaban san Pablo y otros
apóstoles y pervirtieron a algunos para que apostatasen y turbasen o
impidiesen la predicación. Conoció en Dios la celosísima Princesa estas
maquinaciones del dragón y pidió a Su Majestad el remedio, si convenía
ponerle en aquel daño. Tuvo por respuesta que obrase como Madre, como Reina
y Señora de todo lo criado y que tenía gracia en los ojos del Altísimo. Con
este permiso del Señor se vistió de invencible fortaleza y, como la fiel
esposa que se levanta del tálamo o del trono de su esposo y toma sus propias
armas para defenderle de quien pretende injuriarle, así la valerosa Señora
con las armas del poder divino se levantó contra el dragón y le quitó la
presa de la boca, hiriéndole con su imperio y virtudes y mandándole caer de
nuevo al profundo; y como lo mandó María santísima se ejecutó. Otros
innumerables sucesos de esta condición se podían referir entre las
maravillas que obró nuestra Reina, pero bastan éstos para que se conozca el
estado que tenía y el modo con que en él obraba.
551. El cómputo de los años en que
recibió María santísima este beneficio se debe hacer para mayor adorno de
esta Historia, resumiendo lo que arriba se ha dicho en otros capítulos
(Cf. supra
n.376,465,496). Cuando fue de Jerusalén a Efeso tenía
de edad cincuenta y cuatro años, tres meses y veintiséis días, y fue el año
del nacimiento de cuarenta, a seis de enero. Estuvo en Efeso dos años y
medio y volvió a Jerusalén el año de cuarenta y dos, a seis de julio, y de
su edad cincuenta y seis y diez meses. El concilio primero, que arriba
dijimos (Cf. supra
n.496), celebraron los apóstoles dos meses después
que la Reina volvió de Efeso; de manera que en el tiempo de este concilio
cumplió María santísima cincuenta y siete años de edad. Luego sucedieron las
batallas y triunfos y el pasar al estado que se ha dicho
(Cf. supra n.535)
entrando en cincuenta y ocho años, y de Cristo nuestro
Salvador cuarenta y dos y nueve meses. Le duró este estado los mil
doscientos y sesenta días que dice san Juan en el capítulo 12 y pasó al que
diré adelante (Cf.
infra n.601,607).
Doctrina que me dio la Reina del cielo María Santísima.
552. Hija mía, ninguno de los mortales
tiene excusa para no componer su vida a la imitación de la de mi Hijo
santísimo y la mía, pues para todos fuimos ejemplo y dechado donde todos
hallasen que seguir cada uno en su estado, en que no tiene disculpa si no es
perfecto a vista de su Dios humanado, que se hizo maestro de santidad para
todos. Pero algunas almas elige su divina voluntad y las aparta del orden
común para que en ellas se logre más el fruto de su sangre, se conserve la
imitación más perfecta de su vida y de la mía y resplandezcan en la santa
Iglesia la bondad, omnipotencia y misericordia divina. Y cuando estas almas
escogidas para tales fines corresponden al Señor con fidelidad y fervoroso
amor, es ignorancia muy terrena admirarse los demás de que se muestre con
ellas el Señor tan liberal y poderoso en hacerles beneficios y favores sobre
el pensamiento humano. Quien pone duda en esto, quiere impedir a Dios la
gloria que él mismo pretende conseguir en sus obras, y se las quiere medir
con la cortedad y bajeza de la capacidad humana, que en tales incrédulos de
ordinario está más depravada y oscurecida con pecados.
553. Y si las mismas almas elegidas por
Dios son tan groseras que le pongan en duda sus beneficios o no se disponen
para recibirlos y usar de ellos con prudencia y con el peso y estimación que
piden las obras del Señor, sin duda se da Su Majestad por más ofendido de
estas almas que de los otros a quien no distribuyó tantos dones ni talentos.
No quiere el Señor que se desprecie y arroje a los perros el pan de los
hijos (Mt 15,26),
ni las margaritas a quien las pise y maltrate
(Mt 7,6),
porque estos beneficios de particular gracia son lo
segregado por su altísima providencia y lo principal del precio de la
redención humana. Atiende, pues, carísima, que cometen esta culpa las almas
que con desconfianza se dejan desfallecer en los sucesos adversos o más
arduos y las que se encogen o impiden al Señor para que no se sirva de ellas
como de instrumentos de su poder para todo lo que es servido. Y esta culpa
es más reprensible, cuando no quieren confesar a Cristo en estas obras por
temor humano del trabajo que se les puede seguir y de lo que dirá el mundo
de estas novedades. De manera que sólo quieren servir y hacer la voluntad
del Señor cuando se ajusta con la suya y si han de obrar alguna cosa de
virtud ha de ser con tales y tales comodidades; si han de amar, ha de ser
dejándolas en la tranquilidad que ellas apetecen; si han de creer y estimar
los beneficios, ha de ser gozando de caricias; pero en llegando la
adversidad o el trabajo para padecerle por Dios, luego entra el descontento
y la tristeza, el despecho y la impaciencia, con que se halla frustrado el
Señor en sus deseos y ellas incapaces de lo perfecto de las virtudes.
554. Todo esto es defecto de prudencia,
de ciencia y amor verdadero, que hace a estas almas inhábiles y sin provecho
para sí y para otras. Porque primero se miran a sí mismas que a Dios y se
gobiernan por su amor más que por el amor y caridad divina y tácitamente
cometen una gran osadía porque quieren gobernar al mismo Dios y aun
reprenderle, pues dicen que hicieran por él muchas cosas si fueran con éstas
y aquellas condiciones pero sin ellas no pueden, porque no quieren aventurar
su crédito o su quietud, aunque sea por el bien común y por la mayor gloria
de Dios. Y porque esto no lo dicen tan claro, piensan que no cometen esta
culpa tan atrevida, que el demonio les oculta para que la ignoren cuando la
hacen.
555. Para que te guardes, hija mía, de
cometer esta monstruosidad, pondera con discreción lo que de mí escribes y
entiendes y cómo quiero que lo imites. Yo no podía caer en estas culpas y
con todo eso mi continuo desvelo y peticiones eran para obligar al Señor a
que gobernase todas mis acciones por solo su voluntad santa y agradable y no
me dejase libertad para hacer obra alguna que no fuese de su mayor
beneplácito, y para esto procuraba de mi parte el olvido y retiro de todas
las criaturas. Tú estás sujeta a pecar y sabes cuántos lazos te ha puesto el
dragón por sí y por las criaturas para que cayeras en ellos. Luego razón
será que no descanses en pedir al Todopoderoso te gobierne en tus acciones y
que cierres las puertas de tus sentidos de manera que a tu interior no pase
imagen ni figura de cosa mundana o terrena. Renuncia, pues, el derecho de tu
libre voluntad en la. divina y cédele al gusto de tu Señor y mío. Y en lo
forzoso de tratar con las criaturas, en lo que te obliga la divina ley y
caridad, no admitas otra cosa más de lo que para esto es inexcusable y luego
pide que se borren de tu interior todas las especies de lo no necesario.
Consulta todas tus obras, palabras y pensamientos con Dios, conmigo o con
tus ángeles, que estamos siempre contigo, y si puedes con tu confesor, y sin
esto ten por sospechoso y peligroso todo lo que haces y determinas, y
ajustándolo todo con mi doctrina conocerás si disuena o se conforma con
ella.
556. Sobre todo y para todo nunca
pierdas de vista al ser de Dios, pues la fe y la luz que sobre ella has
recibido te sirven para esto. Y porque éste ha de ser el último fin, quiero
que desde la vida mortal comiences a conseguirle en el modo que en ella te
es posible con la divina gracia. Para esto es ya tiempo que te sacudas de
los temores y vanas fabulaciones con que ha pretendido el enemigo
embarazarte y detenerte para que no des constante crédito a los beneficios y
favores del Señor. Acaba ya de ser fuerte y prudente en esta fe y confianza
y entrégate del todo al beneplácito de' Su Majestad, para que en ti y de ti
haga lo que fuere servido.
CAPITULO 9
De Nuevo a Tapa
El principio que tuvieron los evangelistas
y sus evangelios
y lo que en esto hizo María
santísima; se apareció a san Pedro en Antioquía y
en Roma y
otros favores semejantes con otros apóstoles.
557. He declarado, cuanto me ha sido
permitido, el estado en que nuestra gran Reina y Señora quedó después del
primer concilio de los apóstoles y de las victorias que alcanzó del dragón
infernal y sus demonios. Y aunque las obras maravillosas que hizo en estos
tiempos y en todos no se pueden reducir a historia ni a breve suma, entre
todas se me ha dado luz para escribir el principio que tuvieron los cuatro
evangelistas y sus evangelios y lo que obró en ellos María santísima y el
cuidado con que gobernaba a los apóstoles ausentes y el modo milagroso con
que lo hacía. En la segunda parte y en muchas ocasiones de esta Historia
queda escrito (Cf.
supra p.II n.790,797,846; p.III n.210,214) que la
divina Madre tuvo noticia de todos los misterios de la ley de gracia y de
los evangelios y Escrituras santas que para fundarla y establecerla se
escribirían en ella. En esta ciencia fue confirmada muchas veces
(Cf. supra p.II n.1524),
en especial cuando subió a los cielos el día de la
ascensión con su Hijo santísimo. Y desde aquel día, sin omitir alguno, hizo
particular petición postrada en tierra para que el Señor diese su divina luz
a los sagrados apóstoles y escritores y ordenase que escribiesen cuando
fuese el tiempo más oportuno.
558. Después de esto, en la ocasión que
la misma Reina estuvo en el cielo y bajó de él con la Iglesia que se le
entregó, como dije en el capítulo 6 de este libro
(Cf. supra n.494-495),
la manifestó el Señor que ya era tiempo de comenzar a
escribir los sagrados evangelios, para que ella lo dispusiese como Señora y
Maestra de la Iglesia. Pero con su profunda humildad y discreción alcanzó
del mismo Señor que esto se ejecutase por mano de san Pedro, como vicario
suyo y cabeza de la Iglesia, y que le asistiese su divina luz para negocio
de tanto peso. Se lo concedió todo el Altísimo y cuando los apóstoles se
juntaron en aquel concilio que refiere san Lucas
(Act 15,6)
en el capítulo 15, después que resolvieron las dudas de la
circuncisión, como queda dicho en el capítulo 6, propuso san Pedro a todos
que era necesario escribir los misterios de la vida de Cristo nuestro
Salvador y Maestro para que todos sin diferencia ni discordia los enseñasen
en la Iglesia y con esta luz se desterrase la antigua ley y se plantase la
nueva.
559. Este intento había comunicado san
Pedro con la Madre de la sabiduría. Y habiéndole aprobado todo el concilio,
invocaron al Espíritu Santo para que señalase a quiénes de los apóstoles y
discípulos se cometería el escribir la Vida del Salvador. Luego descendió
una luz del cielo sobre el apóstol san Pedro y se oyó una voz que decía: El
Pontífice y cabeza de la Iglesia señale cuatro que escriban las obras y
doctrina del Salvador del mundo. Se postró en tierra el apóstol y le
siguieron los demás y dieron al Señor gracias por aquel favor; y
levantándose todos habló san Pedro y dijo: Mateo, nuestro carísimo hermano,
dé luego principio y escriba su evangelio en el nombre del Padre y del Hijo
y del Espíritu Santo. Y Marcos sea el segundo que también escriba el
evangelio en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Lucas sea
el tercero que lo estriba en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo. Y nuestro carísimo hermano Juan también sea el cuarto y último que
escriba los misterios de nuestro Salvador y Maestro, en el nombre del Padre
y del Hijo y del Espíritu Santo. Este nombramiento confirmó el Señor con la
misma luz divina que estuvo en san Pedro hasta que lo hizo y fue aceptado
por todos los nombrados.
560. Dentro de pocos días determinó san
Mateo escribir su evangelio, que fue el primero. Y estando en oración una
noche en un aposento retirado en la casa del cenáculo, pidiendo luz al Señor
para dar principio a su Historia, se, le apareció María santísima en un
trono de gran majestad y resplandor, sin haberse abierto las puertas del
aposento donde el apóstol oraba. Y cuando vio a la Reina del cielo, se
postró sobre la cara con admirable reverencia y temor. Le mandó la gran
Señora que se levantase y así lo hizo pidiéndola la bendijese; luego le
habló María santísima y le dijo: Mateo, siervo mío, el Todopoderoso me envía
con su bendición para que con ella deis principio al sagrado evangelio que
por buena suerte os ha tocado escribir. Para esto asistirá en voz su divino
Espíritu y yo se lo pediré con todo el afecto de mi alma. Pero de mí no
conviene que escribáis otra cosa fuera de lo que es forzoso para manifestar
la encarnación y misterios del Verbo humanado y plantar su fe santa en el
mundo como fundamento de la Iglesia. Y asentada esta fe, vendrán otros
siglos en que dará el Altísimo noticia a los fieles de los misterios y
favores que su brazo poderoso obró conmigo, cuando sea necesario
manifestarlos. Ofreció san Mateo obedecer a este mandato de la Reina y
consultando con ella el orden de su evangelio descendió sobre él el Espíritu
Santo en forma visible y en presencia de la misma Señora comenzó a
escribirle como en él se contiene. Desapareció María santísima y san Mateo
prosiguió la Historia, aunque la acabó después en Judea, y la escribió en
lengua hebrea el año del Señor de cuarenta y dos.
561. El evangelista san Marcos escribió
su evangelio cuatro años después, que fue el de cuarenta y seis del
nacimiento de Cristo, y también lo escribió en hebreo, y en Palestina. Y
para comenzar a escribir pidió al ángel de su guarda diese noticia a la
Reina del cielo de su intento y la pidiese su favor y que le alcanzase la
divina luz de lo que había de escribir. Hizo la piadosa Madre esta petición
y luego mandó el Señor a los ángeles que la llevasen, con la majestad y
orden que solían, a la presencia del evangelista que perseveraba en su
oración. Le apareció la gran Reina del Cielo en un trono de grande hermosura
y refulgencia y postrándose el evangelista ante el trono dijo: Madre del
Salvador del mundo y Señora de todo lo criado, indigno soy de este favor,
aunque siervo de vuestro Hijo santísimo y también lo soy vuestro. Respondió
la divina Madre: El Altísimo, a quien servís y amáis, me envía para que os
asegure que oye vuestras peticiones y su divino Espíritu os gobernará para
escribir el evangelio que os ha mandado. Y luego le ordenó que no escribiese
los misterios que tocaban a ella, como lo hizo a san Mateo. Y al punto
descendió en forma visible de grandiosa refulgencia el Espíritu Santo,
bañando exteriormente al evangelista y llenándole de nueva luz interior, y
en presencia de la misma Reina dio principio a su evangelio. Tenía la
Princesa del cielo en esta ocasión sesenta y un años de edad. San Jerónimo
dice que san Marcos escribió en Roma su breve evangelio a instancia de los
fieles que allí estaban, pero advierto que éste fue traslado o copia del que
había escrito en Palestina, y porque no le tenían en Roma los cristianos ni
tampoco tenían otro le volvió a escribir en lengua latina, que era la
romana.
562. Dos años después, que fue el
cuarenta y ocho, y de la Virgen el sesenta y tres, escribió san Lucas en
lengua griega su evangelio. Y para comenzarle a escribir, se le apareció
María como a los otros dos evangelistas. Y habiendo conferido con la divina
Madre que, para manifestar los misterios de la encarnación y vida de su Hijo
santísimo, era necesario declarar el modo y orden de la concepción del Verbo
humanado y otras cosas que tocaban a la verdad de ser Su Alteza Madre
natural de Cristo, por esto se alargó san Lucas más que los otros
evangelistas en lo que escribió de María santísima, reservando los secretos
y maravillas que le tocaban por ser Madre de Dios, como ella misma se lo
ordenó al evangelista. Y luego descendió sobre él el Espíritu Santo y en
presencia de la gran Reina comenzó su evangelio, como Su Majestad
principalmente le informó. Quedó san Lucas devotísimo de esta Señora y jamás
se le borraron del interior las especies o imagen que le quedó impresa de
haber visto a esta dulcísima Madre en el trono y majestad con que se le
apareció en esta ocasión, con que la tuvo presente por toda su vida. Estaba
san Lucas en Acaya, cuando le sucedió este aparecimiento y escribió su
evangelio.
563. El último de los cuatro
evangelistas que escribió su evangelio fue el apóstol san Juan en el año del
Señor de cincuenta y ocho. Y le escribió en lengua griega estando en el Asia
Menor, después del glorioso Tránsito y Asunción de María santísima, contra
los errores y herejías que luego comenzó a sembrar el demonio, como arriba
dije (Cf. supra n.522),
que principalmente fueron para destruir la fe de la
encarnación del Verbo divino, porque, como este misterio había humillado y
vencido a Lucifer, pretendió luego hacer la batería de las herejías contra
él. Y por esta causa el evangelista san Juan escribió tan altamente y con
más argumentos para probar la divinidad real y verdadera de Cristo nuestro
Salvador, adelantándose en esto a los otros evangelistas.
564. Y para dar principio a su
evangelio, aunque María santísima estaba ya gloriosa en los cielos,
descendió de ellos personalmente con inefable majestad y gloria, acompañada
de millares de ángeles de todas las jerarquías y coros y se le apareció a
san Juan y le dijo: Juan, hijo mío y siervo del Altísimo, ahora es tiempo
oportuno que escribáis la vida y misterios de mi Hijo santísimo, y deis muy
expresa noticia de su divinidad al mundo, para que le conozcan todos los
mortales por Hijo del eterno Padre y verdadero Dios como verdadero Hombre.
Pero los misterios y secretos que de mí habéis conocido, no es tiempo de que
los escribáis ahora ni los manifestéis al mundo, tan acostumbrado a
idolatría, porque no los conturbe Lucifer a los que han de recibir ahora la
santa fe de su Redentor y de la beatísima Trinidad. Para todo asistirá en
usted el Espíritu Santo y en mi presencia quiero que comencéis a escribir.
El evangelista adoró a la gran Reina del cielo, y fue lleno del Espíritu
divino como los demás. Y luego dio principio a su evangelio, quedando
favorecido de la piadosa Madre, y pidiéndola su bendición y amparo se la dio
y ofreció ella para todo lo restante de la vida del apóstol, con que se
volvió a la diestra de su Hijo santísimo. Este fue el principio que tuvieron
los sagrados evangelios por medio e intervención de María santísima, para
que todos estos beneficios reconozca la Iglesia haberlos recibido por su
mano. Y para continuar esta Historia ha sido necesario anticipar la relación
de los evangelistas.
565. Pero en el estado que la gran
Señora tenía después del concilio de los apóstoles, así como vivía más
elevada de la ciencia y vista abstractiva de la divinidad, así también se
adelantó en el cuidado y solicitud de la Iglesia, que cada día iba creciendo
en todo el orbe. Especialmente atendía, como verdadera Madre y Maestra, a
todos los apóstoles, que eran como parte de su corazón donde los tenía
escritos. Y porque luego que celebraron aquel concilio se alejaron de
Jerusalén, quedando allí solos san Juan y Santiago el Menor, con esta
ausencia les tuvo la piadosa Madre una natural compasión de los trabajos y
penalidades que padecían en la predicación. Los miraba con esta compasión en
sus peregrinaciones, y con suma veneración por la santidad y dignidad que
tenían como sacerdotes, apóstoles de su Hijo santísimo, fundadores de su
Iglesia, predicadores de su doctrina y elegidos por la divina Sabiduría para
tan altos ministerios de la gloria del Altísimo. Y verdaderamente fue como
necesario que, para atender y cuidar de tantas cosas en toda la esfera de la
santa Iglesia, levantase Dios a la gran Señora y Maestra al estado que
tenía, porque en otro más inferior no pudiera tan convenientemente y
acomodadamente encerrar en su pecho tantos cuidados y gozar de la
tranquilidad, paz y sosiego interior que tenía.
566. Y a más de la noticia que la gran
Reina tenía en Dios del estado de la Iglesia, encargó de nuevo a sus ángeles
que cuidasen de todos los apóstoles y discípulos que predicaban y que
acudiesen con presteza a socorrerlos y consolarlos en sus tribulaciones;
pues todo lo podían hacer con la actividad de su naturaleza y nada les
embarazaba para ver juntamente y gozar de la cara de Dios, y la importancia
de fundar la Iglesia era tan grande y ellos debían ayudar a ella como
ministros del Altísimo y obras de su mano. Les ordenó también que le diesen
aviso de todo lo que hacían los apóstoles y singularmente cuando tuviesen
necesidad de vestiduras, porque de esto quiso cuidar la vigilante Madre para
que anduvieran vestidos uniformemente, como lo hizo cuando los despidió de
Jerusalén, de que hablé en su lugar (Cf. supra n.237). Y con esta
prudentísima atención, todo el tiempo que vivió la gran Señora tuvo cuidado
que los apóstoles no anduviesen vestidos con diferencia alguna en el hábito
exterior, pero todos vistiesen una forma y color de vestido semejante al que
tuvo su Hijo santísimo. Y para esto les hilaba y tejía las túnicas por sus
manos, ayudándola en esto los ángeles, por cuyo ministerio se las remitía a
donde los apóstoles estaban, y todas eran semejantes a las de Cristo nuestro
Señor, cuya doctrina y vida santísima quiso la gran Madre que predicasen
también los apóstoles con el hábito exterior. En lo demás necesario para la
comida y sustento los dejó a la mendicación y al trabajo de sus manos y
limosnas que les ofrecían.
567. Por el mismo ministerio de los
ángeles y orden de su gran Reina fueron socorridos los apóstoles muchas
veces en sus peregrinaciones y en las tribulaciones y aprietos que padecían
por la persecución de los gentiles y judíos y de los demonios que los
irritaban contra los predicadores del evangelio. Los visitaban muchas veces
visiblemente, hablándoles y consolándolos de parte de María santísima. Otras
veces lo hacían interiormente sin manifestarse; otras los sacaban de las
cárceles; otras les daban avisos de los peligros y asechanzas; otras los
encaminaban por los caminos y los llevaban de unos lugares a otros a donde
convenía que predicasen, y les informaban de lo que debían hacer, conforme a
los tiempos, lugares y naciones. Y de todo esto daban aviso los mismos
ángeles a la divina Señora, que sola ella cuidaba de todos y trabajaba en
todos y más que todos. Y no es posible referir los cuidados, diligencias y
solicitud de esta piadosísima Madre en particular, porque no pasaba día ni
noche alguna en que no obrase muchas maravillas en beneficio de los
apóstoles y de la Iglesia. Y sobre todo les escribía muchas veces con
divinas advertencias y doctrina con que los animaba, exhortaba y llenaba de
nueva consolación y esfuerzo.
568. Pero lo que más admira es que, no
sólo los visitaba por medio de los santos ángeles y por cartas, mas algunas
veces se les aparecía ella misma cuando la invocaban o estaban en alguna
gran tribulación y necesidad. Y aunque todo esto sucedió con muchos de los
apóstoles, fuera de los evangelistas de que ya he dicho
(Cf. supra n. 560ss),
sólo haré aquí relación de los aparecimientos que hizo con
san Pedro, que como cabeza de la Iglesia tuvo mayor necesidad de la
asistencia y consejos de María santísima. Por esta causa le remitía ella más
de ordinario los ángeles, y el santo los que tenía como pontífice de la
Iglesia, y la escribía y comunicaba más que los otros apóstoles. Luego
después del concilio de Jerusalén caminó san Pedro al Asia Menor y paró en
Antioquía, donde puso la primera vez la Silla pontifical. Y para vencer las
dificultades que sobre esto se le ofrecieron, se halló el vicario de Cristo
con algún aprieto y aflicción de que María santísima tuvo conocimiento y él
tuvo necesidad del favor de la gran Señora. Y para dársele como convenía a
la importancia de aquel negocio la llevaron los ángeles a la presencia de
san Pedro en un trono de majestad, como otras veces he dicho
(Cf. supra n.193,399).
Apareció al apóstol, que estaba en oración, y cuando la vio
tan refulgente se postró en tierra con los ordinarios fervores que
acostumbraba, y hablando con la gran Señora la dijo bañado en lágrimas: ¿De
dónde a mí pecador que la Madre de mi Redentor y Señor venga a donde yo
estoy? La gran Maestra de los humildes descendió del trono que estaba y
templándose sus resplandores se hincó de rodillas y pidió la bendición al
Pontífice de la Iglesia. Y sólo con él hizo esta acción que con ninguno de
los apóstoles había hecho cuando les aparecía; aunque fuera de los
aparecimientos, cuando les hablaba naturalmente, les pedía la bendición de
rodillas.
569. Pero como san Pedro era vicario de
Cristo y cabeza de la Iglesia procedió con él diferentemente y descendió del
trono de majestad en que iba la gran Reina y le respetó como viadora y que
vivía en la misma Iglesia en carne mortal. Y hablando luego familiarmente
con el santo apóstol, trataron tos negocios arduos que convenía resolver. Y
uno de ellos, fue que desde entonces se comenzasen a celebrar en la Iglesia
algunas festividades del Señor. Y
con esto volvieron los ángeles a María santísima desde
Antioquía a Jerusalén. Y después que san Pedro pasó a Roma para trasladar
allí la Silla apostólica, como lo había ordenado nuestro Salvador, se le
apareció otra vez al mismo apóstol. Y allí determinaron que en la Iglesia
romana mandase celebrar la fiesta del Nacimiento de su Hijo santísimo y la
Pasión e Institución del santísimo Sacramento todo junto, como lo hace la
Iglesia el Jueves Santo. Y después de muchos años se ordenó en ella la
festividad del Corpus, señalándose día sólo el jueves primero después de la
octava de Pentecostés, como ahora lo celebramos. Pero la primera del Jueves
Santo manó de san Pedro, y también la fiesta de la Resurrección y los
Domingos y la Ascensión, con las Pascuas y otras costumbres que tiene la
Iglesia romana desde aquel tiempo hasta ahora, y todas fueron con orden y
consejo de María santísima. Después de esto vino san Pedro a España y visitó
algunas Iglesias fundadas por Jacobo y volvió a Roma dejando fundadas otras.
570. En otra ocasión, antes y más cerca
del glorioso tránsito de la divina Madre, estando también san Pedro en Roma,
se movió una alteración contra los cristianos, en que todos y san Pedro con
ellos se hallaron muy apretados y afligidos. Se acordaba el apóstol de los
favores que en sus tribulaciones había recibido de la gran Reina del mundo
yen la que entonces se hallaba echaba menos su consejo y el aliento que con
él recibía. Pidió a los ángeles de su guarda y de su oficio manifestasen su
trabajo y necesidad a la beatísima Madre, para que le favoreciese en aquella
ocasión con su eficaz intercesión con su Hijo santísimo, pero Su Majestad,
que conocía el fervor y humildad de su vicario san Pedro, no quiso
frustrarle sus deseos. Para esto mandó a los santos ángeles del apóstol que
le llevasen a Jerusalén, a donde estaba María santísima. Luego ejecutaron
este mandato y llevaron los ángeles a san Pedro al cenáculo y presencia de
su Reina y Señora. Con este singular beneficio crecieron los fervorosos
afectos del apóstol y se postró en tierra en presencia de María santísima
lleno de gozo y lágrimas de ver cumplido lo que en su corazón había deseado.
Le mandó la gran Señora que se levantase y ella se postró y dijo: Señor mío,
dad la bendición a vuestra sierva como vicario de Cristo, mi Señor y mi Hijo
santísimo. Obedeció san Pedro y la dio su bendición y luego dieron gracias
por el beneficio que le había hecho el Omnipotente en concederle lo que
deseaba y, aunque la humilde Maestra de las virtudes no ignoraba la
tribulación de san Pedro y de los fieles de Roma, le oyó que se la contase
como había sucedido.
571. Le respondió María santísima todo
lo que en ella convenía saber y hacer, para sosegar aquel alboroto y
pacificar la Iglesia de Roma. Y habló con tal sabiduría a san Pedro que, si
bien él tenía altísimo concepto de la prudentísima Madre, como en esta
ocasión la conoció con nueva experiencia y luz, quedó fuera de sí de
admiración y júbilo y la dio humildes gracias por aquel nuevo favor; y
dejándole informado de muchas advertencias para fundar la Iglesia de Roma,
le pidió la bendición otra vez y le despidió. Los ángeles volvieron a san
Pedro a Roma y María santísima quedó postrada en tierra en la forma de cruz
que acostumbraba, pidiendo al Señor sosegase aquella persecución. Y así lo
alcanzó, porque en volviendo san Pedro halló las cosas en mejor estado y
luego los cónsules dieron permiso a los profesores de la Ley de Cristo para
que libremente la guardasen. Con estas maravillas que he referido se
entenderá algo de las que hacía María santísima en el gobierno de los
apóstoles y de la Iglesia, porque si todas se hubieran de escribir fueran
menester más volúmenes de libros que aquí escribo yo líneas. Y así me excuso
de alargarme más en esto, para decir en lo restante de esta Historia los
inauditos y admirables beneficios que hizo Cristo nuestro Redentor con la
divina Madre en los últimos años de su vida; aunque confieso, por lo que he
entendido, no diré más que algún indicio, para que la piedad cristiana tenga
motivos de discurrir y alabar al Omnipotente, autor de tan venerables
sacramentos.
Doctrina que me dio la Reina de los ángeles.
572. Hija mía carísima, en otras
ocasiones te he manifestado una querella que tengo, entre las demás, contra
los hijos de la santa Iglesia, y en especial contra las mujeres, en quienes
la culpa es mayor y para mí más aborrecible, por lo que se opone a lo que yo
hice viviendo en carne mortal; y quiero repetírtela en este capítulo, para
que tú me imites, y te alejes de lo que hacen otras mujeres estultas hijas
de Belial. Esto es, que tratan a los sacerdotes del Altísimo sin reverencia,
estimación ni respeto. Esta culpa crece cada día más en la Iglesia y por eso
renuevo yo este aviso que otras veces dejas escrito. Dime, hija mía, ¿en qué
juicio cabe que los sacerdotes ungidos del Señor, consagrados y elegidos
para santificar al mundo y para representar a Cristo y consagrar su cuerpo y
sangre, éstos sirvan a unas mujeres viles, inmundas y terrenas? ¿Que ellos
estén en pie y descubiertos y hagan reverencia a una mujer soberbia y
miserable, sólo porque ella es rica y él es pobre? Pregunto yo, ¿si el
sacerdote pobre tiene menor dignidad que el rico? ¿O si las riquezas dan
mayor o igual dignidad, potestad y excelencia que la da mi Hijo santísimo a
sus sacerdotes y ministros? Los ángeles no reverencian a los ricos por su
hacienda, pero respetan a los sacerdotes por su altísima dignidad. Pues
¿cómo se admite este abuso y perversidad en la Iglesia, que los cristos del
Señor sean ultrajados y despreciados de los mismos fieles, que los conocen y
confiesan por santificados del mismo Cristo?
573. Verdad es que son muy culpados y
reprensibles los mismos sacerdotes en sujetarse con desprecio de su dignidad
al servicio de otros hombres y mucho más de mujeres. Pero si los sacerdotes
tienen alguna disculpa en su pobreza, no la tienen en su soberbia los ricos,
que por hallar pobres a los sacerdotes los obligan a ser siervos, cuando en
hecho de verdad son señores. Esta monstruosidad es de grande horror para los
santos y muy desagradable para mis ojos, por la veneración que tuve a los
sacerdotes. Grande era mi dignidad de Madre del mismo Dios y me postraba a
sus pies y muchas veces besaba el suelo donde ellos pisaban y lo tenía por
grande dicha. Pero la ceguedad del mundo ha oscurecido la dignidad
sacerdotal, confundiendo lo precioso con lo vil
(Jer 15,19),
Y ha hecho que en las leyes y desórdenes el sacerdote sea
como el pueblo (Is
24,2), y de unos y otros se dejan servir sin
diferencia; y el mismo ministro que ahora está en el altar ofreciendo al
Altísimo el tremendo sacrificio de su sagrado cuerpo y sangre, ese mismo
sale luego de allí a servir y acompañar como siervo hasta a las mujeres, que
por naturaleza y condición son tan inferiores y tal vez más indignas en sus
pecados.
574. Quiero, pues, hija mía, que tú
procures recompensar esta falta y abuso de los hijos de la Iglesia en cuanto
fuere posible. Y te hago saber que para esto desde el trono de la gloria que
tengo en el cielo miro con veneración y respeto a los sacerdotes que están
en la tierra. Tú los has de mirar siempre con tanta reverencia como cuando
están en el altar o con el santísimo Sacramento en sus manos o en su pecho;
y hasta los ornamentos y cualquiera vestidura de los sacerdotes has de tener
en gran veneración, y con esta reverencia hice yo las túnicas para los
apóstoles. A más de las razones que has escrito y entendido de los sagrados
evangelios y todas las Escrituras divinas, conocerás la estimación en que
las debes tener por lo que en sí encierran y contienen y por el modo con que
ordenó el Altísimo que los evangelistas los escribiesen, y en ellos y en los
demás asistió el Espíritu Santo para que la Santa Iglesia quedase rica y
próspera con la abundancia de la doctrina, de ciencia y luz de los misterios
del Señor y de sus obras. Al Pontífice romano has de tener suma obediencia y
veneración sobre todos los hombres y cuando le oyeres nombrar le harás
reverencia inclinando la cabeza, como cuando oyes el nombre de mi Hijo y el
mío, porque en la tierra está en lugar de Cristo, y yo cuando vivía en el
mundo y nombraban a san Pedro le hacía reverencia. En todo esto te quiero
advertida, perfecta imitadora y seguidora de mis pasos, para que practiques
mi doctrina y halles gracia en los ojos del Altísimo, a quien todas estas
obras obligan mucho y ninguna es pequeña en su presencia si por su amor se
hiciere.
CAPITULO 10
De Nuevo a Tapa
La memoria y
ejercicios de la pasión que tenía María santísima
y la veneración con que
recibía la sagrada comunión y
otras obras de su vida perfectísima.
575. Sin faltar la gran Reina del cielo
al gobierno exterior de la Iglesia, como hasta ahora dejo escrito, tenía a
solas otros ejercicios y obras ocultas con que merecía y granjeaba
innumerables dones y beneficios de la mano del Altísimo, así en común para
todos los fieles, como para millares de almas que por estos medios ganó para
la vida eterna. De estas obras y secretos no sabidos escribiré lo que
pudiere en estos últimos capítulos para nuestra enseñanza y admiración y
gloria de esta beatísima Madre. Para esto advierto que, por muchos
privilegios de que gozaba la gran Reina del cielo, tenía siempre presente en
su memoria toda la vida, obras y misterios de su Hijo santísimo, porque, a
más de la continua visión abstractiva que tenía siempre de la divinidad en
estos últimos años y en ella conocía todas las cosas, le concedió el Señor
desde su concepción que no olvidase lo que una vez conocía y aprendía,
porque en esto gozaba de privilegio de ángel, como en la primera parte queda
escrito (Cf. supra p.I
n.537,604).
576. También dije en la segunda parte
(Cf. supra p.II
n.1264,1274,1287,1341), escribiendo la pasión, que la
divina Madre sintió en su cuerpo y alma purísima todos los dolores de los
tormentos que recibió y padeció nuestro Salvador Jesús, sin que nada se le
ocultase, ni dejase de padecerlo con el mismo Señor. Y todas las imágenes o
especies de la pasión quedaron impresas en su interior, como cuando las
recibió, porque así lo pidió Su Alteza al Señor. Y éstas no se le borraron,
como las otras imágenes sensibles que arriba dije
(Cf. supra n.540)
para la visión de la divinidad, antes se las mejoró Dios,
para que con ellas se compadeciese milagrosamente gozar de aquella vista y
sentir juntamente los dolores, como la gran Señora lo deseaba, por el tiempo
que fuese viadora en carne mortal; porque a este ejercicio se dedicó toda,
cuanto era de parte de su voluntad. No permitía su fidelísimo y ardentísimo
amor vivir sin padecer con su dulcísimo Hijo, después que le vio y acompañó
en su pasión. Y aunque Su Majestad la hizo tan raros beneficios y favores,
como de todo este discurso se puede entender, pero estos regalos fueron
prendas y demostraciones del amor recíproco de su Hijo santísimo, que, a
nuestro modo de entender, no podía contenerse ni dejar de tratar a su Madre
purísima como Dios de amor, omnipotente y rico en misericordias infinitas.
Mas la prudentísima Virgen no los pedía ni apetecía, porque sólo deseaba la
vida para estar crucificada con Cristo, continuar en sí misma los dolores,
renovar su pasión, y sin esto le parecía ocioso y sin fruto vivir en carne
pasible.
577. Para esto ordenó sus ocupaciones
de tal manera que siempre tuviese en su interior la imagen de su Hijo
santísimo, lastimado, afligido, llagado, herido y desfigurado de los
tormentos de su pasión, y dentro de sí misma le miraba en esta forma como en
un espejo clarísimo. Oía las injurias, oprobios, denuestos y blasfemias que
padeció, con los lugares, tiempos y circunstancias que todo sucedió, y lo
miraba todo junto con una vista viva y penetrante. Y aunque a la de este
doloroso espectáculo por todo el discurso del día continuaba heroicos actos
de virtudes y sentía gran dolor y compasión, pero no se contentó su
prudentísimo amor con estos ejercicios. Y para algunas horas y tiempos
determinados en que estaba sola, ordenó otros con sus ángeles,
particularmente con aquellos que dije en la primera parte
(Cf. supra p.I n.208,373)
traían consigo las señales o divisas de los
instrumentos de la pasión. Con éstos en primer lugar, y luego con los demás
ángeles, dispuso que le ayudasen y asistiesen en los ejercicios siguientes.
578. Para cada especie de llagas y
dolores que padeció Cristo nuestro Salvador hizo particulares oraciones y
salutaciones con que las adoraba y daba especial veneración y culto. Para
las palabras injuriosas de afrenta y menosprecio, que dijeron los judíos y
los otros enemigos a Cristo, así por la envidia de sus milagros como por
venganza y furor en su vida y pasión santísima, por cada una de estas
injurias y blasfemias hizo un cántico particular, en que daba al Señor la
veneración y honra que los enemigos pretendieron negarle y oscurecerla. Por
otros gestos, burlas y menosprecios que le hicieron, por cada uno hacía Su
Alteza profundas humillaciones, genuflexiones y postraciones, y de esta
manera iba recompensando y como deshaciendo los oprobios y desacatos que
recibió su Hijo santísimo en su vida y pasión, y confesaba su divinidad,
humanidad, santidad, milagros, obras y doctrina, y por todo esto le daba
gloria, virtud y magnificencia; y en todo la acompañaban los santos ángeles
y la respondían admirados de tal sabiduría, fidelidad y amor en una pura
criatura.
579. Y
cuando María santísima no hubiera tenido otra
ocupación en toda su vida más que estos ejercicios de la pasión, en ellos
hubiera trabajado y merecido más que todos los santos en todo cuanto han
hecho y padecido por Dios. Y con la fuerza del amor y de los dolores que
sentía en estos ejercicios, fue muchas veces mártir, pues tantas hubiera
muerto en ellos si por virtud divina no fuera preservada para más méritos y
gloria, Y si todas estas obras ofrecía por la Iglesia, como lo hacía con
inefable caridad, consideremos la deuda que sus hijos los fieles tenemos a
esta Madre de clemencia que tanto acrecentó el tesoro de que somos
socorridos los miserables hijos de Eva. Y porque nuestra meditación no sea
tan cobarde o tibia, digo que los efectos de la que tenía María santísima
fueron inauditos; porque muchas veces lloraba sangre hasta bañársele todo el
rostro, otras sudaba con la agonía no sólo agua, sino sangre hasta correr al
suelo y, lo que más es, se le arrancó o movió algunas veces el corazón de su
natural lugar con la fuerza del dolor; y cuando llegaba a tal extremo,
descendía del cielo su Hijo santísimo para darle fuerzas y vida y sanar
aquella dolencia y herida que su amor había causado o por él había padecido
su dulcísima Madre, y el mismo Señor la confortaba y renovaba para continuar
los dolores y ejercicios.
580. En estos efectos y sentimientos
sólo exceptuaba el Señor los días que la divina Madre celebraba el misterio
de la resurrección, como diré adelante
(Cf. infra n.674),
para que correspondiesen los efectos a la causa. Tampoco
eran compatibles algunos de estos dolores y penas con los favores en que
redundaban sus efectos al virginal cuerpo, porque el gozo excluía la pena.
Pero nunca perdía de vista el objeto de la pasión y con él sentía otros
efectos de compasión y mezclaba el agradecimiento de lo que su Hijo
santísimo padeció. De manera que en estos beneficios donde gozaba, siempre
entraba la pasión del Señor, para templar en algún modo con este agrio la
dulzura de otros regalos. Dispuso también con el evangelista san Juan que le
diese permiso para recogerse a celebrar la muerte y exequias de su Hijo
santísimo el viernes de cada semana, y aquel día no salía de su oratorio. Y
san Juan asistía en el cenáculo, para responder a los que la buscaban y para
que nadie llegase a él, y si faltaba el evangelista asistía otro discípulo.
Se retiraba María santísima a este ejercicio el jueves a las cinco de la
tarde y no salía hasta el domingo cerca del mediodía. Y para que en aquellos
tres días no se faltase al gobierno y necesidades graves si alguna se
ofrecía, ordenó la gran Señora que para esto saliese un ángel en forma de
ella misma, y brevemente despachaba lo que era menester si no permitía
dilación. Tan próvida y tan atenta era en todas las cosas de caridad para
con sus hijos y domésticos.
581. No alcanza nuestra capacidad a
decir ni pensar lo que en este ejercicio pasaba por la divina Madre en
aquellos tres días; sólo el Señor que lo hacía lo manifestará a su tiempo en
la luz de los santos. Lo que yo he conocido tampoco puedo explicarlo y sólo
digo que, comenzando del lavatorio de los pies, proseguía María santísima
hasta llegar al misterio de la resurrección, y en cada hora y tiempo
renovaba en sí misma todos los movimientos, obras, acciones y pasiones como
en su Hijo santísimo se habían ejecutado. Hacía las mismas oraciones y
peticiones que él hizo, como dijimos en su lugar
(Cf. supra pII
n.1162,1184,1212). Sentía de nuevo la purísima Madre
en su virginal cuerpo todos los dolores y en las mismas partes y al mismo
tiempo que los padeció Cristo nuestro Salvador. Llevaba la cruz y se ponía
en ella. Y para comprenderlo todo, digo que mientras vivió la gran Señora se
renovaba en ella cada semana toda la pasión de su Hijo santísimo. Y en este
ejercicio alcanzó del Señor grandes favores y beneficios para los que fueron
devotos de su pasión santísima. Y la gran Señora como Reina poderosa les
prometió especial amparo y participación de los tesoros de la pasión, porque
deseaba con íntimo afecto que en la Iglesia se continuase y conservase esta
memoria. Y en virtud de estos deseos y peticiones ha ordenado el mismo Señor
que después en la santa Iglesia muchas personas hayan seguido estos
ejercicios de la pasión, imitando en ello a su Madre santísima, que fue la
primera maestra y autora de tan estimable ocupación.
582. Se señalaba en ellos la gran Reina
en celebrar la institución del santísimo sacramento con nuevos cánticos de
loores, de agradecimiento y fervorosos actos de amor. Y para esto
singularmente convidaba a sus ángeles y a otros muchos que descendían del
empíreo cielo para asistirla y acompañarla en estas alabanzas del Señor. Y
fue maravilla digna de su omnipotencia, que como la divina Maestra y Madre
tenía en su pecho al mismo Cristo sacramentado que, como he dicho arriba,
perseveraba de una comunión a otra, enviaba Su Majestad muchos ángeles de
las alturas, para que viesen aquel prodigio en su Madre santísima y le
diesen gloria y alabanza por los efectos que hacía sacramentado en aquella
criatura más pura y santa que los mismos ángeles y serafines, que ni antes
ni después vieron obra semejante en todo el resto de las mismas criaturas.
583. Y no era de menor admiración para
ellos y lo será para nosotros, que con estar la gran Reina del cielo
dispuesta para conservarse dignamente en su pecho Cristo sacramentado, con
todo, para recibirle de nuevo cuando comulgaba, que era casi cada día, fuera
de los que no salía del oratorio, se disponía y preparaba con nuevos
fervores, obras y devociones que tenía para esta preparación. Y lo primero
ofrecía para ella todo el ejercicio de la pasión de cada semana; luego,
cuando se recogía a prima noche del día de la comunión, comenzaba otros
ejercicios de postraciones en tierra, puesta en forma de cruz y otras
genuflexiones y oraciones, adorando al ser de Dios inmutable. Pedía licencia
al Señor para hablarle y con ella le suplicaba profundamente humilde que no
mirando a su bajeza terrena le concediese la comunión de su Hijo santísimo
sacramentado, y que para hacerle este beneficio se obligase de su misma
bondad infinita y de la caridad que tuvo el mismo Dios humanado en quedarse
sacramentado en la santa Iglesia. Le ofrecía su misma pasión y muerte y la
dignidad con que se comulgó a sí mismo, la unión de la humana naturaleza con
la divina en la persona del mismo Cristo, todas sus obras desde el instante
que encarnó en el virginal vientre de ella misma, toda la santidad y pureza
de la naturaleza angélica y sus obras, todas las de los justos pasados,
presentes y futuros.
584. Luego hacía intensísimos actos de
profunda humildad, considerándose polvo y de naturaleza de tierra en
comparación del ser de Dios infinito, a quien las criaturas somos tan
inferiores y desiguales. Y con esta contemplación de quién era ella y quién
era Dios, a quien había de recibir sacramentado, hacía tanta ponderación y
tan prudentes afectos, que no hay términos para manifestarlo, porque se
levantaba y trascendía sobre los supremos coros de los querubines y
serafines; y como entre las criaturas tomaba el último lugar, en su propia
estimación, convidaba luego a sus ángeles y a todos los demás y con afecto
de incomparable humildad les pedía suplicasen con ella al Señor la
dispusiese y preparase para recibirle dignamente porque era criatura
inferior y terrena. La obedecían en esto los ángeles y con admiración y gozo
la asistían y acompañaban en estas peticiones, en que ocupaba lo más de la
noche que precedía a la comunión.
585. Y
como la sabiduría de la gran Reina, aunque en sí era
finita, es para nosotros incomprensible, nunca se podrá entender dignamente
a dónde llegaban las obras y virtudes que ejercitaba y los afectos de amor
que tenía en estas ocasiones. Pero solían ser de manera que obligaban al
Señor muchas veces a que la visitase o la respondiese, dándole a entender el
agrado con que vendría sacramentado a su pecho y corazón, y en él renovaría
las prendas de su infinito amor. Cuando llegaba la hora de comulgar, oía
primero la misa que de ordinario la decía el evangelista; y aunque entonces
no había epístola ni evangelio, que no estaban escritos como ahora, pero la
decían con otros ritos y ceremonias y muchos salmos y otras oraciones, pero
la consagración fue siempre la misma. En acabando la misa, llegaba la divina
Madre a comulgar, precediendo tres genuflexiones profundísimas, y toda
enardecida recibía a su mismo Hijo sacramentado, y a quien en su tálamo
virginal había dado aquella humanidad santísima le recibía en su pecho y
corazón purísimo. Se retiraba en comulgando y si no era muy forzoso salir
para alguna grande necesidad de los prójimos perseveraba recogida tres
horas. Y en este tiempo el evangelista mereció verla muchas veces llena de
resplandor que despedía de sí rayos de luz como el sol.
586. Y para celebrar el sacrificio
incruento de la misa, conoció la prudente Madre que convenía tuviesen los
apóstoles y sacerdotes diferente ornato y vestiduras misteriosas, fuera de
las ordinarias de que se vestían para vivir. Y con este espíritu hizo por
sus manos vestiduras y ornamentos sacerdotales para celebrar, dando ella
principio a esta costumbre y ceremonia santa de la Iglesia. Y aunque no eran
aquellos ornamentos de la misma forma que ahora los tiene la Iglesia romana,
pero tampoco eran muy diferentes, aunque después se han reducido a la forma
que ahora tienen. Pero la materia fue más semejante, porque los hizo de lino
y sedas ricas, de las limosnas y dones que la ofrecían. Pero cuando
trabajaba en estos ornamentos y los cogía y aliñaba, siempre estaba de
rodillas o en pie, y no los fiaba de otros sacristanes más que de los
ángeles que la asistían y ayudaban en todo esto; y así tenía con increíble
aliño y limpieza todos los ornamentos y lo demás que servía al altar, y de
tales manos salía todo con una celestial fragancia que encendía el espíritu
de los ministros.
587. De muchos reinos y provincias
donde predicaban los apóstoles venían a Jerusalén diferentes fieles
convertidos para visitar y conocer a la Madre del Redentor del mundo y la
ofrecían ricos dones. Entre otros la visitaron cuatro príncipes soberanos,
que eran como reyes en sus provincias, y la trajeron muchas cosas de valor;
para que se sirviese de ellas y diese a los apóstoles y discípulos.
Respondió la gran Señora que ella era pobre como su Hijo y los apóstoles
eran como el Maestro y que no les convenían aquellas riquezas para la vida
que profesaban. Le replicaron que por su consuelo las recibiese y diese a
los pobres o sirviesen al culto divino. Y por la instancia que le hicieron
recibió parte de lo que la ofrecieron y de algunas telas ricas hizo
ornamentos para el altar; lo demás repartió a pobres y hospitales, a quien
visitaba de ordinario, y con sus manos los servía y limpiaba a los pobres, y
estos ministerios y dar limosnas lo hacía de rodillas. Consolaba a todos los
necesitados, ayudaba a morir a todos los agonizantes a quien podía asistir,
y jamás descansaba en obras de caridad, o ejecutándolas exteriormente, o
pidiendo y orando cuando estaba retirada en su recogimiento.
588. A estos reyes o príncipes que la
visitaron les dio saludables consejos, amonestaciones e instrucciones para
gobernar sus estados y les encargó que guardasen y administrasen justicia
con igualdad y sin aceptación de personas, que se reconociesen por hombres
mortales como los demás y temiesen el juicio del supremo Juez, donde todos
han de ser juzgados por sus propias obras, y sobre todo, que procurasen la
exaltación del nombre de Cristo y la propagación y seguridad de la santa fe,
en cuya firmeza se establecen los verdaderos imperios y monarquías; porque
sin esto el reinar es lamentable y muy infeliz servidumbre de los demonios,
y no la permite Dios sino para castigo de los que reinan y de los vasallos,
por sus ocultos y secretos juicios. Todo ofrecieron ejecutarlo aquellos
dichosos príncipes y después conservaron la comunicación con la divina Reina
por cartas y otras correspondencias. Y lo mismo sucedió a cuantos la
visitaron respectivamente, porque todos de su vista y presencia salían
mejorados y llenos de luz, alegría y consolación que no podían explicar. Y
muchos que no habían sido fieles hasta entonces, en viéndola confesaban a
voces la fe del verdadero Dios, sin poderse contener con la fuerza que
interiormente sentían en llegando a la presencia de su beatísima Madre.
589. Y no es mucho que esto sucediese
cuando toda esta gran Señora era un instrumento eficacísimo del poder de
Dios y de su gracia para los mortales. No sólo sus palabras llenas de
altísima sabiduría admiraban y convencían a todos comunicándoles nueva luz,
pero así como en sus labios estaba derramada la gracia para comunicarla con
ellos, así también con la gracia y hermosura diversa de su rostro, con la
majestad apacible de su persona, con la modestia de su semblante
honestísimo, grave y agradable, y con la virtud oculta que de ella salía
como de su Hijo santísimo lo dice el evangelio
(Lc 6,19),
atraía los corazones y los renovaba. Unos quedaban
suspensos, otros se deshacían en lágrimas, otros prorrumpían en admirables
razones y alabanza, confesando ser grande el Dios de los cristianos que tal
criatura había formado. Y verdaderamente podían testificar lo que algunos
santos dijeron, que María era un monstruo divino de toda santidad.
Eternamente sea alabada y conocida de todas las generaciones por Madre
verdadera del mismo Dios, que la hizo tan agradable a sus ojos, tan dulce
Madre para los pecadores y tan amable para todos los ángeles y los hombres.
590. En estos últimos años ya la gran
Reina no comía ni dormía sino muy poco, y esto lo admitía por la obediencia
de san Juan, que le pidió se recogiese de noche a descansar algún rato. Pero
el sueño era no más que una leve suspensión de los sentidos y esto no más de
media hora y cuando más una entera y sin perder la visión divina de la
divinidad en el modo que se ha dicho arriba
(Cf. supra n.535).
La comida era algunos bocados de pan ordinario y alguna vez
comía un poco de algún pescado a instancia del evangelista y por
acompañarle; que fue tan dichoso el santo en esto como en los demás
privilegios de hijo de María santísima, pues no sólo comía con ella en una
mesa, sino que la gran Reina le aderezaba a él la comida y se la
administraba como madre a su hijo y le obedecía como a sacerdote y sustituto
de Cristo. Bien pudiera pasar la gran Señora sin este sueño y alimento, que
más parecía ceremonia que sustento de la vida, pero no lo tomaba por esta
necesidad, sino por el ejercicio de la obediencia del apóstol y por el de la
humildad, reconociendo y pagando en algo la pensión de la naturaleza humana;
porque en todo era prudentísima.
Doctrina que me dio la gran Señora de los ángeles María
santísima.
591. Hija mía, de todo el discurso de
mi vida conocerán los mortales la memoria y el agradecimiento que yo tuve de
las obras de la redención humana y de la pasión y muerte de mi Hijo
santísimo, especialmente después que se ofreció en la cruz por la salud
eterna de los hombres. Pero en este capítulo particularmente he querido
darte noticia del cuidado y repetidos ejercicios con que renovaba en mí no
sólo la memoria sino los dolores de la pasión, para que con este
conocimiento quede reprendido y confuso el monstruoso olvido que los hombres
redimidos tienen de este incomprensible beneficio. ¡Oh cuán pesada, cuán
aborrecible y peligrosa ingratitud es ésta de los hombres! El olvido es
claro indicio del menosprecio, porque no se olvida tanto lo que se estima en
mucho. Pues ¿en qué razón o en qué juicio cabe que desprecien y olviden los
hombres el bien eterno que recibieron, el amor con que el eterno Padre
entregó a su unigénito Hijo a la muerte, la caridad y paciencia con que el
mismo Hijo suyo y mío la recibió por ellos? La tierra insensible es
agradecida a quien la cultiva y beneficia. Los animales fieros se domestican
y amansan agradeciendo el beneficio que reciben. Los mismos hombres unos con
otros se dan por obligados a sus bienhechores, y cuando falta en ellos este
agradecimiento lo sienten, lo condenan y encarecen por grande ofensa.
592. Pues ¿qué razón hay para que sólo
con su Dios y Redentor sean ellos desagradecidos y olviden lo que padeció
para rescatarlos de su eterna condenación? Y sobre este mal pago se
querellan, si no les acude a todo lo que desean. Para que entiendan lo que
monta contra ellos esta ingratitud, te advierto, hija mía, que conociéndola
Lucifer y sus demonios en tantas almas, hacen esta consecuencia y dicen de
cada una: Esta alma no se acuerda ni hace estimación del beneficio que le
hizo Dios en redimirla; pues segura la tenemos, mas quien es tan estulto en
este olvido, tampoco entenderá nuestros engaños. Lleguemos a tentarla y
destruirla, pues le falta la mayor defensa contra nosotros. Y con la
experiencia larga que han probado ser casi infalible esta consecuencia,
pretenden con desvelo borrar de los hombres la memoria de la redención y
muerte de Cristo y que se haga despreciable el tratar de ella y predicarla,
y así lo han conseguido en la mayor parte con lamentable ruina de las almas.
Y por el contrario,
desconfían y temen tentar a los que se acostumbran a la meditación y memoria
de la pasión, porque de este recuerdo sienten contra sí los demonios una
fuerza y virtud que muchas veces no les deja llegar a los que renuevan en su
memoria con devoción estos misterios.
593. Quiero, pues, de ti, amiga mía,
que no apartes de tu pecho y corazón este manojo de mirra
(Cant 1,12)
y que me imites con todas tus fuerzas en la memoria y
ejercicios que yo hacía para imitar a mi Hijo santísimo en sus dolores y
para deshacer los agravios que su divina persona recibió con las injurias y
blasfemias de los enemigos que le crucificaron. Procura tú ahora en el mundo
desagraviarle en algo de la torpe ingratitud y olvido de los mortales. Y
para hacerlo como yo quiero de ti, nunca interrumpas la memoria de Cristo
crucificado, afligido y blasfemado. Y persevera en hacer los ejercicios sin
omitirlos, si no fuere por la obediencia o justa causa que te impida, que si
en esto me imitares, yo te haré participante de los efectos que sentía en
estas obras.
594. Para disponerte cada día para la
comunión, aplicarás lo que en esto hicieres y luego me imitarás en las demás
obras y diligencias que has conocido yo hacía; y considerando que si yo, con
ser Madre del mismo Señor que había de recibir, no me juzgaba digna de su
sagrada comunión y por tantos medios solicitaba la pureza digna de tan alto
sacramento, ¿qué debes hacer tú, pobre y sujeta a tantas miserias de
imperfecciones y culpas? Purifica el templo de tu interior, examinándole a
la luz divina y adornándole con excelentes virtudes, porque es Dios eterno a
quien recibes, y sólo él mismo fue por sí digno de recibirse sacramentado.
Invoca la intercesión de los ángeles y santos, para que te alcancen gracia
de Su Majestad, y sobre todo te advierto, que me llames y me pidas a mí este
beneficio, porque te hago saber soy especial abogada y protectora de los que
desean llegar con gran pureza a la sagrada comunión. Y cuando para esto me
invocan me presento en el cielo ante el trono del Altísimo y pido su favor y
gracia para los que así desean recibirle sacramentado, como quien conoce la
disposición que pide el lugar donde ha de entrar el mismo Dios. Y no he
perdido, estando en el cielo, este cuidado y celo de su gloria, que con
tanto desvelo procuraba estando en la tierra. Luego, después de mi
intercesión pide la de los ángeles, que también están solícitos de que las
almas lleguen a la sagrada eucaristía con gran devoción y pureza.
CAPITULO 11
De Nuevo a Tapa
Levantó el Señor con nuevos beneficios a María
santísima sobre el estado que se dijo arriba en el capítulo
8 de este libro.
595. En aquel capítulo queda escrito
que la gran Reina del cielo fue alimentada con aquel sustento que la señaló
el Señor, del estado y disposición que allí declaré
(Cf. supra n.536s),
por los mil doscientos y sesenta días que dijo el
evangelista en el capítulo 12 del Apocalipsis
(Ap 12,6).
Estos días hacen tres años y medio poco más o menos, con que
la purísima Madre cumplió los sesenta años de su edad y dos meses, pocos
días más, y el año del Señor de cuarenta y cinco. Y como la piedra en su
natural movimiento con que baja a su centro cobra mayor velocidad cuanto más
se va acercando a él, nuestra gran Reina y Señora de las criaturas, cuanto
se iba acercando a su fin y término de su vida santísima, tanto eran más
veloces los vuelos de su purísimo espíritu y los ímpetus de sus deseos para
llegar al centro de su eterno descanso y reposo. Desde el instante de su
inmaculada concepción, había salido como río caudaloso del océano de la
divinidad, donde en los eternos siglos fue ideada, y con las corrientes de
tantos dones, gracias, favores, virtudes, santidad y merecimientos, había
crecido de tal manera, que ya le venía angosta toda la esfera de las
criaturas, y con un movimiento rápido y casi impaciente de la sabiduría y
amor se apresuraba a unirse con el mar, de donde salió, para volverse a él,
y redundar de allí otra vez su maternal clemencia sobre la Iglesia
(Ecl 1,7).
596. Vivía ya la gran Reina en estos
últimos años con la dulce violencia del amor en un linaje de martirio
continuado. Porque sin duda, en estos movimientos del espíritu, es verdadera
filosofía que el centro cuando está más vecino atrae con mayor fuerza lo que
se llega a él; y en María santísima, de parte del infinito y sumo bien,
había tanta vecindad que sólo le dividía, como dijo en los Cantares
(Cant 2,9 (A.)),
el cancel o la pared de la mortalidad y ésta no impedía para
que se viesen y mirasen con vista y con amor recíproco; y de parte de los
dos, mediaba el amor tan impaciente de medios que impidan la unión de lo que
se ama que ninguna cosa más desea que vencerlos y apartarlos para llegar a
conseguirla. Lo deseaba su Hijo santísimo y le detenía la necesidad que
siempre tenía la Iglesia de tal Maestra. Lo deseaba la dulcísima Madre y,
aunque se encogía para no pedir la muerte natural, mas no podía impedir la
fuerza del amor para que sintiese la violencia de la vida mortal y de sus
prisiones que la detenían el vuelo.
597. Pero mientras no llegaba el plazo
determinado por la eterna Sabiduría, padecía los dolores del amor que es
fuerte como la muerte (Cant 8,6 (A.)). Llamaba con ellos a su amado que
saliese fuera de sus retretes, que bajase al campo, que se detuviese en esta
aldea (Cant 7,11 (A.)), que viese las flores y los frutos tan fragantes y
suaves de su viña. Con estas flechas de sus ojos y de sus deseos hirió el
corazón del amado, y le hizo volar de la alturas y descender a su presencia.
Sucedió, pues, que un día, por el tiempo que voy declarando, crecieron las
ansias amorosas de la beatísima Madre de manera que con verdad pudo decir
que estaba enferma de amor (Cant 2,5 (A.)); porque, sin los defectos de
nuestras pasiones terrenas, adoleció con los ímpetus del corazón
moviéndosele de su lugar, y dándole el Señor para que así como él era la
causa de la dolencia lo fuese gloriosamente de la cura y medicina. Los
santos ángeles que la asistían, admirados de la fuerza y efectos del amor de
su Reina, la hablaban como ángeles para que recibiese algún alivio con la
esperanza tan segura de su deseada posesión, pero estos remedios no apagaban
la llama, que antes la encendían, y la gran Señora no les respondía más que
conjurarlos dijesen a su dilecto que estaba enferma de amor (Cant 5,8), y
ellos la replicaban dándole las señas que deseaba. Y en esta ocasión, y en
otras de estos últimos años, advierto que especialmente se ejecutaron en
esta única y digna Esposa todos los misterios ocultos y escondidos en los
Cánticos de Salomón. Fue necesario que los supremos Príncipes que en forma
visible la asistían, la recibiesen en los brazos por los dolores que sentía.
598. Bajó del cielo su Hijo santísimo
en esta ocasión a visitarla en un trono de gloria acompañado de millares de
ángeles que le daban loores y magnificencia. Y llegándose a la purísima
Madre la renovó y confortó en su dolencia y juntamente la dijo: Madre mía,
dilectísima y escogida para nuestro beneplácito, los clamores y suspiros de
vuestro amoroso pecho han herido mi corazón. Venid, paloma mía, a mi
celestial patria, donde se convertirá vuestro dolor en gozo, vuestras
lágrimas en alegría y allí descansaréis de vuestras penas. Luego los santos
ángeles por mandado del mismo Señor pusieron a la Reina en el trono y al
lado de su Hijo santísimo y con música celestial subieron todos al empíreo
cielo, y María Santísima adoró al trono de la beatísima Trinidad. La tenía
siempre a su lado la humanidad de Cristo nuestro Salvador, causando
accidental gozo a todos los cortesanos del cielo; y manifestándole el mismo
Señor, como si, a nuestro modo de entender, pusiera nueva atención a los
santos, habló con el eterno Padre, y dijo:
599. Padre mío y Dios eterno, esta
mujer es la que me dio forma de hombre en su virginal tálamo, la que me
alimentó a sus pechos y me sustentó con su trabajo; la que me acompañó en
los míos y cooperó conmigo en las obras de la redención humana; la que fue
siempre fidelísima y ejecutó en todo nuestra voluntad con plenitud de
nuestro agrado; es inmaculada y pura como digna Madre mía y por sus obras
llegó al colmo de toda santidad y dones que nuestro poder infinito le ha
comunicado; y cuando tuvo merecido el premio y pudo gozarle para no dejarle,
careció de él por sola nuestra gloria y volvió a la Iglesia militante para
su fundación, gobierno y magisterio; y porque viva en ella para socorro de
los fieles le dilatamos el descanso eterno, que muchas veces nos tiene
merecido. En la suma bondad y equidad de nuestra providencia hay razón para
que mi Madre sea remunerada en el amor y obras con que sobre todas las
criaturas nos obliga, y no debe correr en ella la común ley de los demás. Y
si yo para todas merecía premios infinitos y gracia sin medida, justo es que
mi Madre las reciba sobre todo el resto de las que son tan inferiores, pues
ella con sus obras corresponde a nuestra liberal grandeza y no tiene
impedimento ni óbice para que se manifieste en ella el poder infinito de
nuestro brazo y participe de nuestros tesoros como Reina y Señora de todo lo
que tiene ser criado.
600. A esta proposición de la humanidad
santísima de Cristo respondió el eterno Padre: Hijo mío dilectísimo, en
quien yo tengo la plenitud de mi agrado y complacencia: Vosotros sois
primogénito y cabeza de los predestinados, y en vuestras manos puse todas
las cosas para que juzguéis con equidad a todos los tribus y generaciones y
a todas mis criaturas. Distribuid mis tesoros infinitos y haced participante
a vuestra voluntad a nuestra Amada, que os vistió de la carne pasible,
conforme a su dignidad y mérito, en nuestra aceptación tan estimables.
601. Con este beneplácito del eterno
Padre determinó Cristo nuestro Salvador en presencia de los santos, y como
prometiéndolo a su Madre santísima, que desde aquel día, mientras ella
viviese en la carne mortal, fuese levantada por los ángeles al mismo cielo
empíreo todos los días del domingo que daba fin a los ejercicios que hacía
en la tierra y correspondían a la resurrección del mismo Señor, para que
estando en presencia del Altísimo en alma y cuerpo celebrase allí el gozo de
aquel misterio. Determinó también el Señor que en la comunión cotidiana se
le manifestase su santísima humanidad unida a la divinidad, por otro nuevo y
admirable modo, diferente del que había tenido en esta luz hasta aquel día,
para que este beneficio fuese como arras y prenda rica de la gloria que para
su Madre tenía preparada en su eternidad. Conocieron los bienaventurados
cuán justo era hacer estos favores a la divina Madre para gloria del
Omnipotente y demostración de su grandeza, y por la dignidad y santidad de
la gran Reina y por la digna retribución que sola ella daba a tales obras, y
todos hicieron nuevos cánticos de gloria y alabanza al Señor, que en todas
ellas era santo, justo y admirable.
602. Convirtió luego las razones Cristo
nuestro bien a su purísima Madre, y la dijo: Madre mía amantísima, con vos
estaré siempre en lo que os resta de vuestra mortal vida, y seré por nuevo
modo tan admirable que hasta ahora no le conocieron los hombres ni los
ángeles. Con mi presencia no tendréis soledad y donde yo estoy será mi
patria, en mí descansaréis de vuestras ansias, yo recompensaré vuestro
destierro, aunque será corto el plazo; no sean penosas para vos las
prisiones del mortal cuerpo que presto seréis libre de ellas. Y en el
ínterin que llega el día, yo seré el término de vuestras aflicciones y
alguna vez correré la cortina que impide vuestros deseos amorosos y para
todo os doy mi real palabra. Entre estas promesas y favores estaba María
santísima en lo profundo de su inefable humildad alabando, engrandeciendo y
agradeciendo al Omnipotente la liberalidad de tan grande beneficio y
aniquilándose a sí misma en su propia estimación. Este espectáculo ni se
puede explicar ni entender en esta vida. Ver al mismo Dios levantar a su
digna Madre justamente a tan alta excelencia y estimación de su divina
sabiduría y voluntad, y verla a ella en competencia del poder divino
humillarse; abatirse y deshacerse, mereciendo en esto la misma exaltación
que recibía.
603. Tras de todo esto, fue iluminada y
retocadas sus potencias, como otras veces he declarado (Cf. supra p.I
n.626ss), para la visión beatífica. Y estando así preparada se corrió la
cortina y vio a Dios intuitivamente, gozando sobre todos los santos por
algunas horas la fruición y gloria esencial: bebía las aguas de la vida en
su misma fuente, saciaba sus ardentísimos deseos, llegaba a su centro y
cesaba aquel movimiento velocísimo para volverle a comenzar de nuevo.
Después de esta visión dio gracias a la beatísima Trinidad, y rogaba de
nuevo por la Iglesia, y toda renovada y confortada la volvieron los mismos
ángeles al oratorio, donde quedó su cuerpo del modo que otras veces he
significado para que no la echasen de menos (Cf. supra n.400,490). Y en
bajando de la nube en que la volvieron, se postró en tierra como
acostumbraba y allí se humilló después de este favor y beneficio, más que
todos los hijos de Adán se reconocieron y humillaron después de sus pecados
y miserias. Y desde aquel día por todos los que vivió en la tierra se
cumplió en ella la promesa del Señor; porque todos los domingos, cuando
acababa los ejercicios de la pasión, después de media noche, cuando llegaba
la hora de la resurrección, la levantaban todos sus ángeles en un trono de
nube y la llevaban al cielo empíreo, donde Cristo su Hijo santísimo la salía
a recibir, y con un linaje de inefable abrazo la unía consigo. Y aunque no
siempre se le manifestaba la divinidad intuitivamente, pero fuera de no ser
esta visión gloriosa, era con tantos efectos y participación de los de la
gloria que excede a toda capacidad humanada. Y en estas ocasiones la
cantaban los ángeles aquel cántico: Regina coeli loetare, alleluia; y era
día muy festivo para todos los santos, especialmente para san José, santa
Ana y san Joaquín, y todos sus más allegados y sus ángeles custodios. Y
luego consultaba con el Señor los negocios arduos de la Iglesia, pedía por
ella y singularmente por los apóstoles, y volvía a la tierra cargada de
riquezas, como la nave del mercader que dice Salomón en el capítulo 31 de
sus Proverbios (Prov 31,14).
604. Este beneficio, aunque fue
singular gracia del Altísimo, pero en algún modo se le debía a su beatísima
Madre por dos títulos. El uno, porque ella misma carecía de la visión
beatífica que por sus méritos se le debía y se privó de este gozo por el
gobierno de la Iglesia, y estando en ella llegaba tantas veces a los
términos de la vida, por la violencia del amor y deseos de ver a Dios, que
para conservársela era muy congruente medio llevarla alguna vez a su divina
presencia y lo que era posible y conveniente era como debido de Hijo a
Madre. El otro título era, porque renovando cada semana en sí misma la
pasión de su Hijo santísimo venía a sentirlo y como a morir de nuevo con el
mismo Señor y por consiguiente debía resucitar con él. Y como Su Majestad
estaba ya glorioso en el cielo, era puesto en razón que en su misma
presencia hiciera participante a su misma Madre e imitadora del gozo de su
resurrección, para que con alegría semejante cogiese el fruto de los dolores
y lágrimas que había sembrado.
605. En el segundo beneficio que le
prometió su Hijo santísimo de la comunión, advierto que hasta la edad y
tiempo de que voy hablando, dejaba algunos días la gran Reina la sagrada
comunión, como fue en la jornada de Efeso y en algunas ausencias de san
Juan, o por otros incidentes que se ofrecían. Y la profunda humildad la
obligaba a acomodarse a todo esto, sin pedirlo a los apóstoles, dejándose a
su obediencia; porque en todo fue la gran Señora dechado y maestra de la
perfección, enseñándonos el rendimiento que debemos imitar, aun en lo que
nos parece muy santo y conveniente. Pero el Señor, que descansa en los
corazones humildes y sobre todo quería vivir y descansar en el de su Madre y
muchas veces renovar en él sus maravillas, ordenó que desde este beneficio
de que trato comulgase cada día por los años que le restaban de vida. Esta
voluntad del Altísimo conoció en el cielo Su Alteza, pero como prudentísima
en todas sus acciones ordenó que se ejecutase la voluntad divina por medio
de la obediencia de san Juan, porque obrase en todo ella como inferior, como
humilde y sujeta a quien la gobernaba en estas acciones.
606. Para esto no quiso manifestar por
sí misma al evangelista lo que sabía de la voluntad del Señor. Y sucedió que
un día estuvo muy ocupado el santo apóstol en la predicación y se pasaba la
hora de la comunión. Habló a los santos ángeles, consultándoles qué haría, y
la respondieron que se cumpliese lo que su Hijo santísimo había mandado, y
que ellos avisarían a san Juan y le intimarían este orden de su Maestro. Y
luego uno de los ángeles fue a donde estaba predicando y manifestándosele le
dijo: Juan, el Altísimo quiere que su Madre y nuestra Reina le reciba
sacramentado cada día mientras viva en el mundo. Con este aviso volvió luego
el evangelista al cenáculo, donde María santísima estaba recogida para la
comunión, y la dijo: Madre y Señora mía, el ángel del Señor me ha
manifestado el orden de nuestro Dios y Maestro para que os administre su
sagrado cuerpo sacramentado todos los días sin omitir alguno. Le respondió
la beatísima Madre: Y usted, señor, ¿qué me ordenáis en esto? Replicó san
Juan: Que se haga lo que manda vuestro Hijo y mi Señor. Y la Reina dijo:
Aquí está su esclava para obedecer en esto. Desde entonces le recibió cada
día sin faltar alguno por lo restante que vivió. Y los días de los
ejercicios comulgaba viernes y sábado, porque el domingo era levantada al
cielo empíreo, como se ha dicho
(Cf. supra n.603),
y aquel beneficio era en lugar de la comunión.
607. Al punto que recibía en su pecho
las especies sacramentales, desde aquel día se le manifestaba debajo de
ellas la persona de Cristo en la edad que instituyó el santísimo sacramento.
Y aunque no se le descubría en esta visión la divinidad más que con la
abstractiva que siempre tenía, pero la humanidad santísima se le manifestaba
gloriosa, mucho más refulgente y admirable que cuando se transfiguró en el
Tabor. Y de esta visión gozaba tres horas continuas en acabando de comulgar,
con efectos que no se pueden manifestar con palabras. Este fue el segundo
beneficio que le ofreció su Hijo santísimo para recompensarle en algo la
dilación de la eterna gloria que le tenía preparada. Y a más de esta razón
tuvo otra el Señor en esta maravilla, que fue recompensar de antemano y
desagraviarse de la ingratitud, tibieza y mala disposición con que los hijos
de Adán en los siglos de la Iglesia habíamos de tratar y recibir el sagrado
misterio de la eucaristía. Y si María santísima no hubiera suplido esta
falta de todas las criaturas, ni quedara dignamente agradecido este
beneficio de parte de la Iglesia, ni el Señor quedara satisfecho del retorno
que le deben los hombres por habérseles dado en este sacramento.
Doctrina que me dio la Reina de los ángeles
608. Hija mía, cuando los mortales,
fenecido el breve curso de su vida, llegan al término que les puso Dios para
merecer la eterna, entonces fenecen también todos sus engaños con la
experiencia de la eternidad en que comienzan a entrar, para gloria o para
pena que nunca tendrá fin. Allí conocen los justos en qué consistió su
felicidad y remedio, y los réprobos su lamentable y eterna perdición. ¡Oh
cuán dichosa es, hija mía, la criatura que en el breve momento de su vida
procura anticiparse en la ciencia divina de lo que tan presto ha de conocer
por experiencia! Esta es la verdadera sabiduría, no esperar a conocer el fin
en el fin, sino en el principio de la carrera, para correrla no con tantas
dudas de conseguirle, sino con alguna seguridad. Considera tú, pues, ahora
cómo estarían los que al principio de una carrera mirasen un estimable
premio puesto en el término y fin de aquel espacio y le hubiesen de ganar
corriendo a él con toda diligencia. Cierto es que partirían y correrían con
toda ligereza, sin divertirse ni embarazarse en cosa alguna que los pudiese
detener. Y si no corriesen y dejasen de mirar al premio y fin de su camino,
o serían juzgados por locos, o que no saben lo que pierden.
609. Esta es la vida mortal de los
hombres, en cuyo breve curso está por premio o por castigo la eterna de
gloria o tormento que ponen fin a la carrera. Todos nacen en el principio
para correrla con el uso de la razón y libertad de la voluntad, y en esta
verdad nadie puede alegar ignorancia y menos los hijos de la Iglesia. ¿Pues
dónde está el juicio y el seso de los que tienen fe católica? ¿Por qué los
embaraza la vanidad? ¿Por qué o para qué se enredan en el amor de lo
aparente y engañoso? ¿Por qué así ignoran el fin a donde llegarán tan
brevemente? ¿Cómo no se dan por entendidos de lo que allí los aguarda?
¿Ignoran por ventura que nacen para morir, y que la vida es momentánea, la
muerte infalible, el premio o castigo inexcusable y eterno
(2 Cor 4,17)?
¿Qué responden a esto los amadores del mundo, los que consumen toda su corta
vida que todas lo son mucho en adquirir hacienda, en acumular honras, en
gastar sus fuerzas y potencias, gozando corruptibles y vilísimos deleites?
610. Es, amiga mía, advierte cuán falso
y desleal es el mundo en que naciste y tienes a la vista. En él quiero que
seas mi discípula, mi imitadora y parto de mis deseos y fruto de mis
peticiones. Olvídalo todo con íntimo aborrecimiento, no pierdas de vista el
término a donde a prisa caminas, el fin para que te formó de nada tu
Criador; por esto anhela siempre, en esto se ocupen tus cuidados y suspiros;
no te diviertas a lo transitorio, vano y mentiroso; sólo el amor divino viva
en ti y consuma todas tus fuerzas, que no es amor verdadero el que las deja
libres para amar otra cosa y todo no lo sujeta, mortifica y arrebata. Sea en
ti fuerte como la muerte
(Cant 8,6),
para que seas renovada como yo deseo. No impidas la voluntad
de mi Hijo santísimo en lo que quiere obrar contigo, y asegúrate de su
fidelidad, que remunera más que ciento por uno. Atiende con veneración
humilde a lo que contigo hasta ahora se ha manifestado, y te exhorto y
amonesto que hagas experiencia de nuevo de su verdad, corno yo te lo mando.
Para todo continuarás mis ejercicios con nuevo cuidado en acabando esta
Historia. Y agradécele al Señor el grande y estimable beneficio de haber
ordenado y dispuesto por tus prelados que le recibas cada día sacramentado,
y disponiéndote a mi imitación continúa las peticiones que yo te he
amonestado y enseñado.
CAPITULO 12
De Nuevo a Tapa
Cómo celebraba María santísima su inmaculada concepción
y natividad
y los beneficios que estos días
recibía de su Hijo y
nuestro Salvador Jesús.
611. Todos los oficios y títulos
honoríficos que tenía María santísima en la santa Iglesia, de Reina, de
Señora, de Madre, de Gobernadora y Maestra de los demás, se los dio el
Omnipotente, no vacíos como los dan los hombres, sino con la plenitud y
gracia sobreabundante que cada uno pedía y el mismo Dios podía comunicarle.
Este colmo era de manera, que como Reina conocía toda su monarquía y lo que
se extendía; como Señora sabía a dónde llegaba su dominio; como Madre
conocía todos sus hijos y familiares de su casa, sin que ninguno se le
ocultase por ningún siglo de los que sucederían en la Iglesia; como
Gobernadora conocía a todos los que estaban por su cuenta; y como Maestra
llena de toda sabiduría estaba muy capaz de toda la ciencia con que la santa
Iglesia en todos tiempos y edades había de ser gobernada y enseñada,
mediante su intercesión, por el Espíritu Santo, que la había de encaminar y
regir hasta el fin del mundo.
612. Por esta causa, no sólo tuvo
nuestra gran Reina clara noticia de todos los santos que la precedieron y
sucedieron en la Iglesia, de sus vidas, obras, muerte y premios que
alcanzarían en el cielo, pero junto con esto la tuvo de todos los ritos,
ceremonias, determinaciones y festividades que en la sucesión de los tiempos
ordenaría la Iglesia, de las razones, motivos, necesidad y tiempos oportunos
en que todas estas cosas se establecerían con la asistencia del Espíritu
Santo, que nos da el alimento en el tiempo más conveniente para la gloria
del Señor y aumento de la Iglesia, Y porque de todo esto he dicho algo en el
discurso de esta divina Historia, particularmente en la segunda parte (Cf.
supra p.II n.734,789), no es necesario repetirlo en ésta. Pero de esta
plenitud de ciencia y de la santidad' que le correspondía en la divina
Maestra, nació en ella una emulación santa del agradecimiento, del culto,
veneración y memoria que tenían los ángeles y santos en la Jerusalén
triunfante, para introducirlo todo en la militante, en cuanto ésta pudiese
imitar aquella, donde tantas veces había visto todo lo que allí se hacía en
alabanza y gloria del Altísimo.
613. Con este espíritu más que seráfico
comenzó a practicar en sí misma muchas de las ceremonias, ritos y ejercicios
que después ha imitado la Iglesia, y les advirtió y enseñó a los apóstoles
para que los introdujesen según entonces era posible. Y no sólo inventó los
ejercicios de la pasión que dije arriba
(Cf. supra n.577),
sino otras muchas costumbres y acciones que después se han
renovado en los templos y en las congregaciones y religiones. Porque todo
cuanto conocía que fuese del culto del Señor o ejercicio de virtud lo
ejecutaba, y como era tan sabia, nada ignoraba de lo que se podía saber.
Entre los ejercicios y ritos que inventó, fue celebrar muchas fiestas del
Señor y suyas, para renovar la memoria de los beneficios de que se hallaba
obligada, así los comunes del linaje humano como los particulares suyos, y
dar gracias y adoración al autor de todos. Y no obstante que toda su vida
ocupaba en esto sin omisión ni olvido, con todo eso, cuando llegaban los
días en que sucedieron aquellos misterios, se disponía y señalaba en
celebrarlos con nuevos ejercicios y reconocimiento. Y porque de otras
festividades diré en los capítulos siguientes, sólo quiero decir en éste
cómo celebraba su inmaculada concepción y nacimiento, que eran los primeros
de su vida. Y aunque estas conmemoraciones o fiestas las comenzó desde la
encarnación del Verbo, pero singularmente las celebraba después de la
ascensión y más en los últimos años de su vida.
614. El día octavo de diciembre de cada
año celebraba su inmaculada concepción con singular júbilo y agradecimiento
sobre todo encarecimiento, porque este beneficio fue para la gran Reina de
suma estimación y aprecio y para corresponder a él con el debido
agradecimiento se imaginaba menos suficiente. Comenzaba desde la tarde antes
y ocupaba toda la noche en admirables ejercicios y lágrimas de gozo,
humillaciones, postraciones y cánticos de alabanza y loores del Señor. Se
consideraba formada del común barro y descendiente de Adán por el común
orden de la naturaleza, pero elegida, entresacada y preservada sola ella
entre todos de la común ley y exenta del pesado tributo de la culpa y
concebida con tanta plenitud de dones y de gracia. Convidaba a los ángeles
para que la ayudasen a ser agradecida, y con ellos alternaba los nuevos
cánticos que hacía. Luego pedía lo mismo a los demás ángeles y santos que
estaban en el cielo, pero de tal manera se inflamaba en el amor divino, que
siempre era necesario la confortase el Señor para que no muriese y se le
consumiera el natural temperamento.
615. Después de haber gastado casi toda
la noche en estos ejercicios, descendía del cielo Cristo nuestro Salvador y
los ángeles la levantaban a su real trono y la llevaban en él al cielo
empíreo, donde se continuaba la celebridad de la fiesta con nuevo júbilo y
gloria accidental de los cortesanos de la celestial Jerusalén. Allí la
beatísima Madre se postraba y adoraba a la santísima Trinidad y de nuevo
daba gracias por el beneficio de su inmunidad y concepción inmaculada, y
luego la volvían a la diestra de Cristo su Hijo santísimo. Y estando así, el
mismo Señor hacía un género de confesión y alabanza al eterno Padre porque
le había dado Madre tan digna y llena de gracia y exenta de la común culpa
de los hijos de Adán. Y de nuevo confirmaban las tres divinas Personas aquel
privilegio, como si le ratificaran, aprobaran y confirmaran la posesión de
él en la gran Señora, complaciéndose de haberla tanto favorecido entre todas
las criaturas. Y para testificar de nuevo a los bienaventurados esta verdad,
salió una voz del trono en nombre de la persona del Padre que decía:
Hermosos son tus pasos, hija del Príncipe
(Cant 7,1),
y concebida sin mácula de pecado. Otra voz del Hijo decía:
Purísima es y sin contagio de la culpa mi Madre, que me dio forma en que
redimir a los hombres. Y el Espíritu Santo dijo: Toda es hermosa mi Esposa,
toda es hermosa y sin mancha de la común culpa
(Cant 4,7).
616. Tras de estas voces se oían las de
todos los coros de los ángeles y santos, que con armonía dulcísima decían:
María santísima concebida sin pecado original. A todos estos favores
respondía la prudentísima Madre con agradecimiento, culto y alabanza del
Altísimo y con tan profunda humildad que excedía a todo pensamiento
angélico. Y luego para concluir la solemnidad era levantada a la visión
intuitiva de la santísima Trinidad y gozaba por algunas horas de esta gloria
y después la volvían los ángeles al cenáculo. Con este modo se continuó la
celebridad de su concepción inmaculada después de la ascensión de su Hijo
santísimo a los cielos. Y ahora se celebra en ellos el mismo día por
diferente modo, que diré en otro libro que tengo orden para escribir, de la
Iglesia y Jerusalén triunfante, si el Señor me concediere escribirlo (Parece
ser que la autora no llegó a escribir este libro.). Pero desde la
encarnación del Verbo comenzó a celebrar esta fiesta y otras, porque
hallándose Madre de Dios comenzó a renovar los beneficios que para esta
dignidad había recibido, pero entonces hacía estas festividades con sus
santos ángeles y con el culto y agrade cimiento que daba a su mismo Hijo, de
quien había recibido tantas gracias y favores. Lo demás que hacía en su
oratorio, cuando descendía del cielo, es lo mismo que otras veces he dicho
(Cf. supra n.4,168,388,400,etc.), después de otros beneficios semejantes,
porque en todos crecía su humildad admirable.
617. La fiesta y memoria de su
nacimiento celebraba a ocho de septiembre en que nació y comenzaba a prima
noche con los mismos ejercicios, postraciones y cánticos que en la
concepción. Daba gracias por haber nacido con vida a la luz de este mundo y
por el beneficio que luego recibió en naciendo, de haber sido llevada al
cielo y haber visto la divinidad intuitivamente, como dije en la primera
parte en su lugar (Cf.
supra p.I n.331,333). Proponía de nuevo emplear toda
su vida en el mayor servicio y agrado del Señor que alcanzase Su Alteza a
conocer, pues sabía que se la daban para esto. Y la que en el primer lugar,
paso y entrada de la vida se adelantó en merecimientos a los supremos santos
y serafines, en el término así proponía comenzar de nuevo aquel día a
trabajar como si fuera el primero en que comenzara la virtud, y de nuevo
pedía al Señor la ayudara y gobernara todas sus acciones y las encaminara al
más alto fin de su gloria.
618. Para lo demás que hada en esta
fiesta, aunque no era llevada al cielo como el día de su concepción, pero de
allá descendía su Hijo santísimo a su oratorio con muchos coros de ángeles,
con los antiguos patriarcas y profetas, y señaladamente con san Joaquín,
santa Ana y san José. Con esta compañía bajaba Cristo nuestro Salvador a
celebrar la natividad de su beatísima Madre en la tierra. Y la purísima
entre las criaturas, en presencia de aquella celestial compañía, le adoraba
con admirable reverencia y culto y de nuevo le daba gracias por haberla
traído al mundo, y por los beneficios que para esto le había hecho. Luego
los ángeles hacían lo mismo, y le cantaban diciendo:
Nativitas tua, etc., que
quiere decir: tu nacimiento, oh Madre de Dios, anunció a todo el universo
grande gozo, porque de ti nació el sol de justicia, nuestro Dios. Los
patriarcas y profetas también hacían sus cánticos de gloria y
agradecimiento: Adán y Eva porque había nacido la reparadora de su daño, los
Padres y Esposo de la Reina porque les había dado tal hija y tal Esposa. Y
luego el mismo Señor levantaba a la divina Madre de la tierra donde estaba
postrada y la colocaba a su diestra, y en aquel lugar se le manifestaban
nuevos misterios con la vista de la divinidad, que si bien no era intuitiva
y gloriosa, era la abstractiva con mayor claridad y aumentos de la divina
luz.
619. Con estos favores tan inefables
quedaba de nuevo transformada en su Hijo santísimo, encendida y
espiritualizada para trabajar en la Iglesia, como si comenzara de nuevo. En
estas ocasiones mereció el sagrado evangelista Juan participar algunos gajes
de la fiesta, oyendo la música con que los ángeles la celebraban.
Y estando el mismo Señor en el
oratorio con los ángeles y santos que le asistían, decía misa el evangelista
y comulgaba a la gran Reina, asistiendo a la diestra de su mismo Hijo a
quien sacramentado recibía en su pecho. Todos estos misterios eran
espectáculo de nuevo gozo para los santos, que también servían como de
padrinos en la comunión más digna que después de Cristo se vio, ni se verá
en el mundo. Y en recibiendo la gran Señora a su Hijo sacramentado, la
dejaba recogida consigo mismo en aquella forma, y en la que tenía gloriosa y
natural se volvía a los cielos. ¡Oh maravillas ocultas de la Omnipotencia
divina! Si con todos los santos se manifiesta Dios grande y admirable
(Sal 47,36),
¿qué sería con su digna Madre, a quien amaba sobre todos y
para quien reservó lo grande y exquisito de su sabiduría y poder? Todas las
criaturas le confiesen y le den gloria, virtud y magnificencia.
Doctrina que me dio la gran Reina del cielo María santísima.
620. Hija mía, la primera doctrina de
este capítulo quiero que sea la respuesta de un recelo que conozco en tu
corazón sobre los misterios tan altos y singulares de mi vida, que escribes
en esta Historia. Dos cuidados te han salteado el interior: el uno es si tú
eres instrumento conveniente para escribir estos secretos, o fuera mejor los
escribiera otra persona más sabia y perfecta en la virtud, que les diera más
autoridad, porque tú eres la menor de todas y más inútil e ignorante; lo
segundo, dudas, si los que leyeren estos misterios les darán crédito por muy
raros y nunca oídos, particularmente las visiones beatíficas e intuitivas de
la divinidad que yo tuve tantas veces en la vida mortal. A la primera de
estas dudas te respondo, concediéndote que tú eres la menor y más inútil de
todos, que pues de la boca del Señor lo has oído, y yo te lo confirmo, así
debes entenderlo; pero advierte que el crédito de esta Historia y todo lo
que en ella se contiene, no pende del instrumento sino del autor, que es la
suma verdad y de la que en si contiene lo que escribes, y en esto nada le
pudiera añadir el más supremo serafín si la escribiera, ni tú tampoco se la
puedes quitar ni disminuir.
621. Que lo escribiera un ángel no era
conveniente; y también los incrédulos y tardos de corazón hallaran cómo
calumniarlo. Necesario era que el instrumento fuera hombre; pero no era
conveniente el más docto, ni sabio, a cuya ciencia se atribuyera, o que con
ella se equivocara la divina luz y se conociera menos, o se atribuyera a
industria y pensamiento humano. Mayor gloria de Dios es que lo sea una
mujer, a quien nada pudo ayudar la ciencia ni la propia industria. Y también
yo tengo especial gloria y agrado en esto, y que seas tú el instrumento;
porque conocerás tú y todos que no hay en esta Historia cosa tuya, ni que tú
la debes atribuir más a ti que a la pluma con que lo escribes, pues tú sólo
eres instrumento de la mano del Señor y manifestadora de mis palabras. Y
porque tú eres tan vil y pecadora, no temas que negarán a mí la honra que me
deben los mortales, pues si alguno no diere crédito a lo que escribes no te
agraviará a ti, sino a mí y a mis palabras. Y aunque tus faltas y culpas
sean muchas, todas puede extinguirlas la caridad del Señor y su piedad
inmensa, que para eso no ha querido elegir otro mayor instrumento, sino
levantarte a ti del polvo y manifestar en ti su liberal potencia, empleando
esta doctrina en quien se pueda conocer mejor la verdad y eficacia que en sí
tiene; y así quiero que la limites y ejecutes en ti misma y seas tal como
deseas.
622. A la segunda duda y cuidado que
tienes, si te darán crédito a lo que escribes por la grandeza de estos
misterios, tengo respondido mucho en todo el discurso de esta Historia. El
que hiciere de mí digno concepto y aprecio, no hallará dificultad en darme
crédito, porque entenderá la proporción y correspondencia que tienen todos
los beneficios que escribes en el de la dignidad de Madre de Dios, a que
todos corresponden, porque Su Majestad hace las obras perfectas; y si alguno
duda en esto, cierto es que ignora lo que Dios es y lo que yo soy. Pero si
Dios se ha manifestado tan poderoso y liberal con lo demás santos y de
muchos hay opinión en la Iglesia que vieron la divinidad en vida mortal y es
cierto que la vieron, ¿cómo o con qué fundamento se me ha de negar a mí lo
que se concede a otros tan inferiores? Todo lo que les mereció mi Hijo
santísimo y los favores que les hizo se ordenaron a su gloria y después a la
mía, y más se estima y ama el fin que los medios que se aman por él; luego
mayor fue el amor que inclinó a la voluntad divina para favorecerme a mí que
a todos los demás que por mí ha beneficiado; y lo que hizo una vez con
ellos, no es maravilla que lo hiciera muchas con la que eligió por Madre.
623. Ya saben los piadosos y los
prudentes, y así lo han enseñado en mi Iglesia, que la regla por donde se
miden los favores que recibí de la diestra de mi Hijo santísimo es su
omnipotencia y mi capacidad, porque me concedió todas las gracias que pudo
concederme y yo fui capaz de recibir. Estas gracias no estuvieron en mí
ociosas, antes siempre fructificaron todo cuanto en pura criatura era
posible. El mismo Señor era mi Hijo y poderoso para obrar donde no le pone
óbice la criatura; pues yo no le puse, ¿quién se atreverá a limitarle sus
obras y el amor que me tenía como a Madre, que él mismo hizo digna de sus
beneficios y favores sobre todo el resto de los santos, y que ninguno
careció de gozarle una hora por ayudar a su Iglesia, como yo lo hice? Y si
pareciere mucho todo lo demás que hizo conmigo, quiero que entiendas y
entiendan todos que todos sus beneficios se fundaron y encerraron en hacerme
concebida sin pecado, porque más fue hacerme digna de su gloria cuando no
pude merecerla, que manifestármela cuando la tenía merecida y sin
impedimento para recibirla.
624. Con estas advertencias quedarán
vencidos tus recelos y lo demás queda por mi cuenta y por la tuya seguirme e
imitarme, que para ti es el fin de todo lo que entiendes y escribes. Este
hade ser tu desvelo, proponiendo de no omitir virtud alguna que conocieres,
en que no trabajes para ejecutarla. Y para esto quiero que entiendas también
a lo que obraban otros santos que han seguido a mi Hijo santísimo y a mí,
pues tú no debes menos que ellos a su misericordia y con ninguno he sido yo
más piadosa y liberal. En mi escuela quiero que aprendas el amor, el
agradecimiento y la humildad de verdadera discípula mía, porque en estas
virtudes quiero que te señales y adelantes mucho. Todas mis festividades has
de celebrar con íntima devoción y convidar a los santos y ángeles que te
ayuden en esto y en especial la fiesta de mi inmaculada concepción en que yo
fui tan favorecida del poder divino y tuve tanto gozo con este beneficio, y
ahora le tengo muy particular de que los hombres le reconozcan y alaben al
Altísimo por este raro milagro. El día que tú naciste al mundo harás
particulares gracias al Señor a mi imitación y alguna cosa señalada de su
servicio, y sobre todo debes proponer desde aquel día mejorar tu vida y
comenzar de nuevo a trabajar en esto; y así debían hacerlo todos los nacidos
y no emplear esta memoria en vanas demostraciones de alegría terrena en los
días de sus nacimientos.
CAPITULO 13
De Nuevo a Tapa
Celebra María santísima otros beneficios
y fiestas con sus ángeles, en
especial su presentación, y
las festividades de san Joaquín, santa Ana
y san José.
625. La gratitud de los beneficios que
recibe la criatura de mano del Señor es una virtud tan noble, que con ella
conservamos el comercio y correspondencia con el mismo Dios, dándonos él
como rico y liberal y poderoso, y agradeciendo nosotros como pobres,
humildes y reconocidos. Condición es del que da como liberal y generoso
contentarse con solo el agradecimiento del que como necesitado ha menester
recibir; y el agradecimiento es un retorno breve, fácil y deleitable, que
satisface al liberal y le obliga a serlo de nuevo con el agradecido. Y si
esto sucede aun entre los hombres de corazón magnánimo y generoso, mucho más
cierto será entre Dios y los hombres; porque nosotros somos la misma miseria
y pobreza, él es rico, liberalísimo y que si alguna necesidad podremos
imaginar en él no es de recibir sino de dar. Pero como este gran Señor es
tan sabio, justo y rectísimo, nunca nos desecha por pobres, sino por
ingratos; quiere darnos mucho, pero que seamos agradecidos y le demos la
gloria, honra y alabanza que se encierran en la gratitud. Esta
correspondencia en los menores beneficios le obliga para otros mayores y, si
todos los agradecemos, los multiplica, y sólo el que es humilde los asegura
siendo también agradecido.
626. La Maestra de esta ciencia fue
María santísima, porque habiendo recibido sola ella el colmo y plenitud de
beneficios que la Omnipotencia pudo comunicar a una pura criatura, ninguno
olvidó, ni dejó de reconocer y agradecer con todo el lleno y perfección que
a una pura criatura se le podía pedir. Para cada uno de los dones de
naturaleza y gracia que reconocía haber recibido, y ninguno dejaba de
conocer, tenía sus particulares cánticos de alabanza y agradecimiento y
otros particulares ejercicios y admirables en que hacía memoria de ellos con
algún especial retorno. Y para esto tenía en todo el año señalados días, y
en los días y horas en que renovaba estas mercedes daba gracias por ellas. A
todas estas obras y solicitud se añadía la que tenía del gobierno de la
Iglesia, de la enseñanza de los apóstoles y discípulos, el consejo de los
que la consultaban y venían a ella, que eran innumerables, y a ninguno se le
negaba, ni faltaba a necesidad alguna de los fieles.
627. Y si el agradecimiento digno
obliga tanto a Dios y le inclina para renovar y acrecentar sus beneficios,
¿qué pensamiento podrá imaginar cuánto le obligaba y rendía su corazón el
que por tantos y tan levantados favores le daba su prudentísima Madre con la
plenitud, humildad y amor y alabanzas que por todos y por cada uno ofrecía?
Todos los demás hijos de Adán en su comparación somos tardos, ingratos, y
tan pesados de corazón que lo poco, si algo hacemos, nos parece mucho; pero
a la oficiosa y agradecida Reina lo mucho le pareció poco, y obrando lo sumo
de potencia se juzgaba remisa y menos diligente. En otra ocasión he dicho
(Cf. supra n.308)
que la actividad de María santísima era semejante a la del mismo Dios, que
es un acto purísimo que obra con el mismo ser, sin que pueda cesar en sus
operaciones infinitas. De esta condición y excelencia de la divinidad tuvo
nuestra gran Reina una participación inefable, porque toda ella parecía una
operación infatigable y continua; y si la gracia en todos es impaciente,
sólo por estar ociosa en María, que era gracia sin tasa y, a nuestro modo de
entender, sin la común medida, no es mucho que la diese tan alta
participación del ser de Dios y de sus condiciones.
628. No puedo encarecer ni manifestar
este secreto mejor que con la admiración de los santos ángeles, a quienes
era más patente. Muchas veces sucedía que, maravillados de lo que en su gran
Reina y Señora contemplaban, entre sí mismos unas veces y otras hablando con
Su Majestad, decían: Poderoso, grande y admirable es Dios en esta criatura
sobre todas sus obras. Grandemente nos excede en ella la humana naturaleza.
Eternamente sea bendito y engrandecido tu Hacedor, oh María. Tú eres el
decoro y hermosura de todo el linaje humano. Tú eres emulación santa de los
espíritus divinos angélicos y admiración de los moradores del cielo. Eres la
maravilla del poder de Dios, la ostentación de su diestra, el compendio de
las obras del Verbo humanado, retrato ajustado de sus perfecciones, estampa
de todos sus pasos, que se asimila en todo al mismo que diste forma en tu
vientre. Tú eres digna Maestra de la Iglesia militante y especial gloria de
la triunfante, honra de nuestro pueblo y Reparadora del propio tuyo. Todas
las naciones conozcan tu virtud y grandeza, y todas las generaciones te
alaben y bendigan. Amén.
629. Con estos príncipes celestiales
celebraba María santísima las memorias de sus beneficios y dones del Señor.
Y el convidarlos para que la asistiesen y ayudasen en este agradecimiento,
no sólo nacía de su ardentísimo y ferventísimo amor que todo lo merecía y
solicitaba por la insaciable sed que causa el fuego de caridad donde arde,
pero también obraba en esto su profunda humildad con que se reconocía
obligaba sobre todas las criaturas, y así las convidaba a todas para que le
ayudasen a desempeñarse de esta deuda, aunque nadie sino ella misma podía
pagarla dignamente. Y con esta sabiduría trasladaba a la tierra en su
oratorio la corte del supremo Rey y del mundo hacía un nuevo cielo.
630. El día que correspondía a su
presentación en el templo celebraba todos los años este beneficio,
comenzando de la vigilia por la tarde y gastando toda la noche en ejercicios
y hecho de gracias, como en la concepción y natividad se ha dicho
(Cf. supra n.614,617).
Reconocía el beneficio de haberla llevado el Señor a su
templo y casa de oración en tan pequeña edad y todos los favores que en ella
recibió mientras allí estuvo. Pero lo más admirable de esta fiesta es que,
estando la gran Señora de las virtudes llena de divina sabiduría, renovaba
en su memoria los documentos y doctrina que el sacerdote y su maestra le
habían dado en su niñez en el templo. El mismo cuidado tenía de lo que sus
santos padres Joaquín y Ana le habían enseñado y luego todo lo que de los
apóstoles había advertido. Y todo esto lo ejecutaba de nuevo en el grado que
para aquella mayor edad convenía. Y aunque para todas sus obras y sobre toda
enseñanza bastaba la de su Hijo santísimo, con todo eso renovaba la que de
todos había recibido; porque en materia de humillarse y obedecer como
inferior, dejándose enseñar, ni perdía punto ni secreto ingenioso de estas
virtudes que no ejecutase. ¡Oh cuánto levantó de punto los documentos de los
sabios! No estribes en tu prudencia, ni seas sabio contigo mismo
(Prov 3,5-7 (A.)),
no desprecies los avisos y doctrina de los presbíteros y
vive siempre conforme a sus proverbios
(Eclo 8,9 (A.)),
no queráis saber altamente con vosotros mismos, pero
ajustados a los humildes
(Rom 12,16 (A.)).
631. Cuando celebraba esta fiesta,
sentía la gran Reina algún cariño como natural del retiro que tuvo en el
templo, no obstante que prontamente obedeció al Señor en dejarle y en todos
los altísimos fines para que la sacó de él; pero con todo eso se lo
recompensaba su largueza con algunos favores que en esta fiesta la hacía.
Descendía Su Majestad del cielo este día con la magnífica grandeza y
compañía de ángeles que en otras ocasiones y llamando a su beatísima Madre
en su oratorio la decía: Madre mía y paloma mía, venid a mí que soy vuestro
Dios y vuestro Hijo. Yo quiero daros templo y habitación más alta, más
segura y divina, que será en mi propio ser; venid, carísima y amiga mía, a
vuestra legítima morada. Con estas dulcísimas palabras levantaban los
serafines del suelo a su Reina porque en la presencia de su Hijo siempre
estaba postrada hasta que la mandase levantar y con música celestial la
colocaban a la diestra del mismo Señor. Y luego sentía o conocía que la
divinidad de Cristo la llenaba toda como a templo de su gloria y que la
bañaba, vestía y rodeaba como el mar al pez que en sí tiene, y con este
linaje de unión y como contacto divino sentía nuevos e indecibles efectos,
porque se le daba un género de posesión de la divinidad que no puedo
explicar, pero en él sentía la divina Madre gran satisfacción y júbilo fuera
de ver a Dios cara a cara.
632. A este gran favor llamaba la
prudente Madre "mi altísimo refugio y morada," y a la fiesta llamaba "del
ser de Dios;" y hacía cánticos admirables para significarlo y agradecerlo. Y
el fin de este día era dar gracias al Omnipotente por los patriarcas y
profetas antiguos, desde Adán hasta sus padres naturales, en quien se
concluían. Agradecía todos los dones de gracia y de naturaleza que el poder
divino les había dado y por todo lo que profetizaron y lo que de ellos
cuentan las Escrituras sagradas. Luego se volvía a sus padres san Joaquín y
santa Ana y les daba gracias porque tan niña la ofrecieron a Dios en el
templo, les pedía que en la celestial Jerusalén, donde gozaban de la visión
beatífica, agradeciesen por ella este beneficio y que pidiesen al Muy Alto
la enseñase a ser agradecida y la gobernase en todas sus obras. Y sobre todo
les volvía a rogar diesen gracias al omnipotente Señor por haberla hecho
exenta del pecado original para elegirla por Madre suya, porque estos dos
beneficios siempre los miraba como inseparables.
633. Los días de san Joaquín y santa
Ana los celebraba casi con estas mismas ceremonias; y entrambos los santos
descendían al oratorio con Cristo nuestro Salvador y con multitud de ángeles
innumerables, y con ellos daba gracias al Señor por haberla dado padres tan
santos y conformes a la divina voluntad y por la gloria con que los había
remunerado. Por todas estas obras del Señor hacía nuevos cánticos con los
ángeles, y ellos los repetían con música dulcísima y sonora. A más de esto
sucedía otra cosa en estas festividades de sus padres, que los ángeles de la
misma Reina, y otros que descendían de las alturas, cada orden y coro
explicaba a la gran Señora un atributo o perfección del ser de Dios y luego
del Verbo humanado. Y
este coloquio tan divino era para ella de incomparable júbilo y nuevos
incentivos de sus afectos amorosos. Y san Joaquín y santa Ana recibían de
esto grande gozo accidental; y al fin de todos estos misterios la gran
Señora pedía la bendición a sus padres y se volvían al cielo, quedando ella
postrada en tierra, agradeciendo de nuevo aquellos beneficios.
634. En la fiesta de su castísimo y
santísimo esposo José celebraba el desposorio en que se le dio el Señor por
compañía fidelísima, para ocultar los misterios de la encarnación del Verbo
y para ejecutar con tan alta sabiduría los secretos y obras de la redención
humana. Y como todas estas obras del altísimo y eterno consejo estaban
depositadas en el corazón prudentísimo de María y les daba la ponderación
digna que pedían, era inefable el gozo y el agradecimiento con que celebraba
estas memorias. Descendía a la fiesta el santísimo esposo José con
resplandores de gloria y millares de ángeles que le acompañaban, y con su
música celebraban la solemnidad con grande júbilo y autoridad y
cantaban los himnos y nuevos
cánticos que hacía la divina Maestra para agradecimiento de los beneficios
que su santo esposo y ella misma habían recibido de la mano del Altísimo.
635. Y después de haber gastado en esto
muchas horas, hablaba en otras de aquel día con el glorioso esposo José
sobre las perfecciones y atributos divinos; porque en ausencia del Señor
éstas eran las pláticas y conferencias en que más se deleitaba la amantísima
Madre. Y para despedirse del santo esposo, le pedía rogase por ella en la
presencia de la divinidad y la alabase en su nombre. Le encomendaba también
las necesidades de la Iglesia santa y de los apóstoles, para que rogase por
todos, y sobre esto le pedía la bendición, con que el glorioso santo se
volvía a los cielos y Su Alteza quedaba continuando los actos de humildad y
agradecimiento que acostumbraba. Pero advierto dos cosas: la primera, que en
estas festividades, cuando su Hijo vivía en el mundo y se hallaba presente a
ellas, solía asistir a su Madre beatísima y mostrársele transfigurado como
en el Tabor. Este favor la hizo muchas veces a ella sola, y las más fue en
estas ocasiones; porque con él la pagaba en algún premio su íntima devoción
y humildad y la renovaba toda con los efectos divinos que de esta maravilla
le resultaban. Lo segundo advierto que, para celebrar estos favores y
beneficios, sobre todo lo dicho añadía la gran Reina otra diligencia digna
de su piedad y de nuestra atención. Esto es, que en los días ya señalados, y
en otros que diré adelante, daba de comer a muchos pobres aderezándoles la
comida y sirviéndolos por sus manos, puesta de rodillas en su presencia para
servirlos. Y para esto ordenó al evangelista le trajese los pobres más
desvalidos y necesitados, y el santo lo ejecutaba como su Reina lo mandaba.
Y a más de esto aderezaba otra comida. de más regalo, para enviar a los
hospitales a los enfermos pobres que no podía traer a su casa, y después iba
ella a consolarlos y remediarlos con su presencia. Este era el modo con que
celebraba María santísima sus fiestas y el que enseñó a los fieles que
imitasen, para ser agradecidos en todo y por todo lo que les fuese posible
con sacrificio de alabanza y de obras.
Doctrina que me dio la gran Reina del cielo María santísima.
636. Hija mía, el pecado de la
ingratitud con Dios es uno de los más feos que cometen los hombre y con que
se hacen más indignos y aborrecibles en los ojos del mismo Señor y de los
santos, que tienen un linaje de horror con esta torpísima grosería de los
mortales. Y aunque para ellos es tan perniciosa, ninguna otra culpa cometen
con mayor descuido y frecuencia cada uno en particular. Verdad es que para
no desobligarse tanto el mismo Señor de este ingratísimo y general olvido de
sus beneficios ha querido que la santa Iglesia en común recompense en algo
el defecto que sus hijos y todos hombres tienen en ser agradecidos a Dios. Y
para reconocer sus beneficios hace el cuerpo de la Iglesia tantas oraciones,
peticiones y sacrificios de su alabanza y gloria, como están ordenados en la
misma Iglesia. Pero como los favores y gracias de su liberal y atenta
providencia tocan no sólo a lo común de los fieles, mas también a cada uno
en particular que recibe el beneficio, no se desempeñan de esta duda con el
agradecimiento común, porque cada uno singularmente le debe por lo que a él
le toca de la divina largueza.
637. ¡Cuántos hay en los mortales, que
en toda su vida no han hecho un acto de verdadero agradecimiento a Dios,
porque se la dio, porque se les conservó, porque les da salud, fuerzas,
alimentos, honra, hacienda, con otros bienes temporales y naturales! Otros
hay que, si alguna vez agradecen estos beneficios, no lo hacen porque de
verdad aman a Dios que se los ha dado, sino por el amor que tienen a sí
mismos y porque se deleitan en estas cosas temporales y terrenas y se
alegran de poseerlas. Y este engaño se conocerá con dos indicios: el uno,
que cuando pierden estos bienes terrenos y transitorios se contristan,
despechan y desconsuelan y no saben pensar en otra cosa ni pedirla ni
estimarla, porque sólo aman lo aparente y transitorio; y aunque muchas veces
suele ser beneficio del Señor privarlos de la salud, honra, hacienda y otras
cosas semejantes, para que no se entreguen desordenada y ciegamente a ellas,
con todo eso lo tienen por desdicha y como por agravio, y siempre quieren
que se vaya el corazón tras de lo que perece y se acaba, para perecer con
ello.
638. El otro indicio de este engaño es,
que con el ciego apetito de esto transitorio no se acuerdan de los
beneficios espirituales, ni saben conocerlos ni agradecerlos. Esta culpa es
torpísima y formidable entre los hijos de la Iglesia, a quienes la
misericordia infinita, sin que nadie la obligara y se lo mereciera, quiso
traer al camino seguro de la eterna vida, aplicándoles señaladamente los
merecimientos de la pasión y muerte de mi Hijo santísimo. Cada uno de los
que hoy están en la Iglesia santa pudo nacer en otros tiempos y en otros
siglos antes que viniera Dios al mundo, y después le pudo criar entre
paganos, idólatras, herejes y otros infieles, donde fuera inexcusable su
eterna condenación. Sin haberlo merecido los llamó a la fe, dándoles
conocimiento de la verdad segura, los justificó por el bautismo, diales
sacramentos, ministros, doctrina y luz de la vida eterna. Los puso en el
camino cierto, ayúdales con auxilios, perdónales cuando han pecado,
levántalos cuando han caído, espéralos a penitencia, convídalos con
misericordia y los premia con mano liberalísima. Defiéndelos con sus
ángeles, dales a sí mismo en prendas y en alimento de vida espiritual, para
esto acumula tantos beneficios, que ni hay número ni medida, ni pasa día ni
hora en que no crece esta deuda.
639. Pues dime, oh hija mía, ¿qué
agradecimiento se debe a tan liberal y paternal clemencia? Y ¿cuántos hay
que le tengan dignamente? Y el más ponderable beneficio es que con esta
ingratitud no se hayan cerrado las puertas y secado las fuentes de esta
misericordia, porque es infinita. La raíz de donde principalmente se origina
este desagradecimiento tan formidable en los hombres es la desmedida
ambición y codicia que tienen de los bienes temporales, aparentes y
transitorios. De esta insaciable sed nace su ingratitud, porque, como desean
tanto lo temporal, les parece poco lo que reciben y ni agradecen estos
beneficios ni se acuerdan de los espirituales, y con esto son ingratísimos
en los unos y en los otros. Y sobre esta pesada estulticia suelen añadir
otra mayor, que es pedir a Dios les conceda no sólo aquello que han menester
sino las cosas que se les antojan y han de ser para su misma perdición.
Entre los hombres es cosa fea que uno pida a otro algún beneficio cuando le
han ofendido, y mucho más si lo pide para ofenderle más con ello. Pues ¿qué
razón hay para que un hombre vil y terreno, enemigo de Dios, le pida la
vida, la salud, la honra, la hacienda, y otras cosas que nunca las supo
agradecer ni usó de ellas más que contra el mismo Dios?
640. Y si a esto se añade que jamás
agradeció el beneficio de haberle criado, redimido, llamado, esperado,
justificado y tenerle preparada la misma gloria de que goza Dios, si el
hombre quiere granjearla, claro está que será desmedida temeridad y audacia
pedir el que se hizo tan indigno por su ingratitud, si no pide el
conocimiento y dolor de tal ofensa. Asegúrate, carísima, que este pecado tan
repetido de la ingratitud con Dios es una de las mayores señales de
reprobación en los que le cometen con tanto olvido y descuido. Y también es
mal indicio que conceda el justo juez los bienes temporales a los que piden
éstos con olvido del beneficio de la redención y justificación, porque todos
éstos, olvidando el medio de su eterna vida, piden el instrumento de su
muerte, y el concedérsele no es beneficio sino castigo de su ceguedad.
641. Todos estos daños te manifiesto
para que los temas y te alejes de su peligro; pero entiende que tu
agradecimiento no ha de ser común y ordinario, porque tus beneficios exceden
a tu conocimiento y ponderación. No te dejes llevar ni engañar con encogerte
a título de humildad, para no conocerlos y agradecerlos como debes. No
ignoras el desvelo que ha puesto el demonio contigo, para que se te
desvanezcan las obras y favores del Señor y míos a vista de tus faltas y
miserias, procurando hacer incompatibles con ellas los bienes y verdad que
has recibido. De este engaño acaba ya de sacudirte, conociendo que te
aniquilas y humillas cuando más atribuyes a Dios los bienes que de su larga
mano recibes; y cuanto más le debes, tanto más pobre te hallarás para el
retorno de la mayor deuda, si no puedes satisfacer por la menor que tienes.
El conocer esta verdad no es presunción sino prudencia, y el quererla
ignorar no es humildad sino estulticia muy reprensible; porque no puedes
agradecer lo que ignoras, ni puedes amar tanto, si no te conoces obligada y
estimulada de los beneficios que te obligan. Tus temores son de no perder la
gracia y amistad del Señor, y con razón debes temer no la malogres, porque
ha hecho contigo lo que bastaba para justificar muchas almas. Pero es muy
diferente cosa temer con prudencia el no perderla o poner duda en ella para
no darle crédito; y el enemigo con su astucia pretende equivocarte en esto y
que en vez del temor santo introduzca en ti una pertinacia muy incrédula,
cubriéndola con capa de buena intención y temor santo. Este ha de ser en
guardar tu tesoro y procurar una pureza de ángel en imitarme con desvelo y
en ejecutar toda la doctrina que para esto te doy en esta Historia.
CAPITULO 14
De Nuevo a Tapa
El admirable modo con que María santísima celebraba los
misterios de la encarnación y natividad del Verbo humanado y agradecía estos
grandes beneficios.
642. Quien era tan fiel en lo poco como
María santísima, no hay duda que en lo mucho sería fidelísima; y si en
agradecer los beneficios menores fue tan diligente, oficiosa y solícita,
cierto es que lo sería con toda plenitud en las mayores obras y beneficios
que de la mano del Altísimo recibió ella y todo el linaje humano. Entre
todos ellos el primer lugar tiene la obra de la encarnación del Verbo eterno
en las entrañas de su beatísima y purísima Madre, porque ésta fue la más
excelente obra y la mayor gracia de cuantas pudo extenderse el poder y
sabiduría infinita con los hombres, juntando el ser divino como el ser
humano en la persona del Verbo por la unión hipostática, que fue el
principio de todos los dones y beneficios que hizo el Omnipotente a la
naturaleza de los hombres y de los ángeles. Con esta maravilla nunca
imaginada se puso Dios en tal empeño que, a nuestro modo de entender, no
saliera de él con tanta gloria, si no tuviera en la misma naturaleza humana
algún fiador, en cuya santidad y agradecimiento se lograra tan raro
beneficio con toda plenitud, conforme a lo que dije en la primera parte (Cf.
supra p.I n.58). Y esta verdad se hace más inteligible, suponiendo lo que
nos enseña la fe, que la divina Sabiduría tuvo prevista en su eternidad la
ingratitud de los réprobos y cuán mal usarían y se aprovecharían de tan
admirable y singular favor como hacerse Dios hombre verdadero, Maestro,
Redentor y ejemplar de todos los mortales.
643. Por esto la misma sabiduría
infinita ordenó esta maravilla, de manera que entre los hombres hubiera
quien pudiera recompensar esta injuria y deshacer este agravio de los
ingratos a tan alto beneficio y con digno agradecimiento mediase entre ellos
y el mismo Dios, para aplacarle y satisfacerle en cuanto era posible de
parte de la humana naturaleza. Esto hizo en primer lugar la humanidad
santísima de nuestro Redentor y Maestro Jesús, que fue el medianero con el
eterno Padre, reconciliando con él a todo el linaje humano y satisfaciendo
por sus culpas con superabundante exceso de merecimientos y paga de nuestra
deuda. Pero como este Señor era Dios verdadero y Hombre verdadero, todavía
parece que la naturaleza humana le quedaba deudora a él mismo, si entre las
puras criaturas no tuviera alguna que le pagara esta deuda, todo cuanto de
parte de ellas era posible con la divina gracia. Pero este retorno le dio su
misma Madre y nuestra Reina, porque sola ella fue la secretaria del gran
consejo y el archivo de sus misterios y sacramentos; sola ella los conoció,
ponderó y agradeció tan dignamente cuanto a la naturaleza humana sin
divinidad se le pudo pedir; sola ella recompensó y suplió nuestra ingratitud
y la cortedad y grosería con que en su comparación lo hacían los hijos de
Adán; sola ella supo y pudo desenojar y satisfacer a su mismo Hijo del
agravio que recibió de todos los mortales, por no haberle recibido por su
Redentor y Maestro ni por verdadero Dios humanado para la salud de todos.
644. Este incomprensible sacramento
tuvo la gran Reina tan presente en su memoria, que jamás le olvidó por solo
un instante. Y también conocía siempre la ignorancia que tenían tantos hijos
de Adán de este beneficio. Y para agradecerlo ella por sí y por todos, cada
día muchas veces hacía genuflexiones, postraciones y otros actos de
adoración, y repetía continuamente por diversos modos esta oración: Señor y
Dios altísimo, en vuestra real presencia me postro y me presento en mi
nombre y de todo el linaje humano; y por el admirable beneficio de vuestra
encarnación os alabo, bendigo y magnifico, os confieso y adoro en el
misterio de la unión hipostática de la divina y humana naturaleza en la
divina persona del Verbo eterno. Si los miserables hijos de Adán ignoran
este beneficio y los que le conocen no le agradecen dignamente, acordaos,
piadosísimo Señor y Padre nuestro que viven en carne flaca, llena de
ignorancias y pasiones, y no pueden venir a vos si no los trajere vuestra
clementísima dignación (Jn 6,44). Perdonad, Dios mío, este defecto de tan
frágil condición y naturaleza. Yo, esclava vuestra y vil gusanillo de la
tierra, por mí y por cada uno de los mortales os doy gracias por este
beneficio con todos los cortesanos de vuestra gloria. Y a vosotros, Hijo y
Señor mío, suplico de lo íntimo de mi alma toméis por vuestra cuenta esta
causa de vuestros hermanos los hombres y alcancéis perdón para ellos de
vuestro eterno Padre. Favoreced con vuestra piedad inmensa a los míseros y
concebidos en pecado, que ignoran su propio daño y no saben lo que hacen ni
lo que deben hacer. Yo pido por vuestro pueblo y por el mío; pues en cuanto
sois hombre todos somos de vuestra naturaleza, no la despreciéis; y en
cuanto Dios dais valor infinito a vuestras obras, sean ellas el retorno y
agradecimiento digno de nuestra deuda, pues sólo vos podéis pagar lo que
todos recibimos y debemos al eterno Padre, que para remedio de los pobres y
rescate de los cautivos quiso enviaros de los cielos a la tierra. Dad vida a
los muertos, enriqueced a los pobres, alumbrad a los ciegos; vosotros sois
nuestra salud, nuestro bien y todo nuestro remedio.
645. Esta oración y otras eran
ordinarias en la gran Señora del mundo, pero sobre este continuo y cotidiano
agradecimiento añadía otros nuevos ejercicios para celebrar el soberano
misterio de la encarnación, cuando llegaban los días en que tomó carne
humana el Verbo divino en sus purísimas entrañas; y en éstos era más
favorecida del Señor que en otras fiestas de las que celebraba, porque ésta
no era de solo un día, sino de nueve continuos, que precedieron
inmediatamente al de veinte y cinco de marzo, en que se ejecutó este
sacramento con la preparación que se dijo en el principio de la segunda
parte (Cf. supra p.II n.5). Allí declaré por nueve capítulos las maravillas
que precedieron a la encarnación, para disponer dignamente a la divina Madre
que había de concebir el Verbo humanado en su alma y en su vientre virginal.
Y aquí es necesario suponerlo y repetirlo brevemente, para manifestar el
modo con que celebraba y renovaba el agradecimiento de este sumo milagro y
beneficio.
646. Comenzaba esta solemnidad del día
diez y seis de marzo por la tarde y en los nueve siguientes hasta el día
veinte y cinco estaba encerrada sin comer y sin dormir; y sólo para la
sagrada comunión la asistía el evangelista, que se la administraba en estos
nueve días. Renovaba el Omnipotente todos los favores y beneficios que hizo
con María santísima en los otros nueve que precedieron a la encarnación,
aunque en éstos añadía otros nuevos de su Hijo y nuestro Redentor, porque ya
Su Majestad, como había nacido de la beatísima y digna Madre, tomaba por su
cuenta el asistirla, regalarla y favorecerla en esta fiesta. Los seis días
primeros de aquella novena sucedía de esta manera: que después de algunas
horas de la noche, en que la digna Madre continuaba sus acostumbrados
ejercicios, descendía a su oratorio el Verbo humanado de los cielos con la
majestad y gloria que está en ellos y con millares de ángeles que le
acompañaban, y con esta grandeza entraba en el oratorio y presencia de María
santísima.
647. La prudentísima y religiosa Madre
adoraba a su Hijo y Dios verdadero con la humildad, veneración y culto, que
sola sabía hacerlo dignamente su altísima sabiduría. Y luego por ministerio
de los santos ángeles era levantada de la tierra y colocada a la diestra del
mismo Señor en su trono, donde sentía una íntima e inefable unión con la
misma humanidad y divinidad que la transformaba y llenaba de gloria y nuevas
influencias que con ningunas palabras se pueden explicar. En aquel estado y
en aquel puesto renovaba el Señor en ella las maravillas que obró los nueves
días antes de la encarnación, correspondiendo el primero de éstos al primero
de aquéllos, y el segundo al segundo y así en los demás. Y de nuevo añadía
otros favores y efectos admirables, conforme al estado que tenía el mismo
Señor y su beatísima Madre. Y aunque en ella se conservaba siempre la
ciencia habitual de todas las cosas que hasta entonces había conocido, pero
en esta ocasión con nueva inteligencia y luz divina era aplicado su
entendimiento al uso y ejercicio de esta ciencia con mayor claridad y
efectos.
648. El día primero de estos nueve se
le manifestaban todas las obras que hizo Dios en el primero de la creación
del mundo; el orden y modo con que fueron criadas todas las cosas que tocan
a este día: el cielo, tierra y abismos, con su longitud, latitud y
profundidad; la luz y las tinieblas y su separación, con todas las
condiciones, calidades y propiedades de estas cosas materiales y visibles. Y
de las invisibles conocía la creación de los ángeles y todas sus especies y
calidades, la duración en la gracia, la discordia entre los obedientes y
apostatas, la caída de éstos y confirmación en gracia de los otros, y todo
lo demás que misteriosamente encerró Moisés en las obras del primer día (Gen
1,1-5). Conocía a si mismo los fines que tuvo el Omnipotente en la creación
de estas cosas y de las demás, para comunicar su divinidad y manifestarla
por ellas, para que todos sus ángeles y los hombres, como capaces, le
conociesen y alabasen por ellas. Y porque el renovar esta ciencia no era
ocioso en la prudentísima Madre, la decía su Hijo santísimo: Madre y paloma
mía, de todas estas obras de mi poder infinito os di noticia para
manifestaros mi grandeza antes de tomar carne en vuestro virginal tálamo y
ahora la renuevo para daros de nuevo la posesión y el señorío de todas como
a mi verdadera Madre, a quien los ángeles, los cielos, la tierra, la luz y
las tinieblas quiero que sirvan y obedezcan, y para que vos dignamente deis
gracias y alabéis al eterno Padre por el beneficio de la creación que los
mortales no saben agradecer.
649. A esta voluntad del Señor y deuda
de los hombres respondía y satisfacía nuestra gran Reina con plenitud,
agradeciendo por sí y por todas las criaturas estos incomparables
beneficios; y en estos ejercicios y otros misteriosos pasaba el día hasta
que su Hijo santísimo volvía a los cielos. El segundo día con el mismo orden
descendía Su Majestad a la media noche y en la divina Madre renovaba el
conocimiento de todas las obras del segundo de la creación (Gen 1,6-8); cómo
fue formado en medio de las aguas el firmamento, dividiendo las unas de las
otras, el número y disposición de los cielos y toda su compostura y armonía,
calidades y naturaleza, grandeza y hermosura; y todo esto conocía con
infalible verdad, como sucedió y sin opiniones, aunque también conocía las
que sobre ello tienen los doctores y escritores. El día tercero se le
manifestaba de nuevo lo que de él refiere la escritura (Gen 1,9-13), que el
Señor congregó las aguas que estaban sobre la tierra y tormo el mar,
descubriendo la tierra, para que diese frutos, como los hizo luego al
imperio de su Criador, produciendo plantas, yerbas, árboles y otras cosas
que la hermosean y adornan; y conoció la naturaleza, calidades y propiedades
de todas estas plantas y el modo con que podían ser útiles o nocivas para el
servicio de los hombres. El cuarto día (Gen 1,14-19) conoció en particular
la formación del sol, luna y estrellas de los cielos, su materia, forma,
calidades, influencias, y todos los movimientos con que obran y distinguen
los tiempos, los años y los días. El día quinto (Gen 1,20-23) se le
manifestaba la creación o generación de las aves del cielo, de los peces del
mar, que fueron todos formados de las aguas, y el modo con que sucedieron
estas producciones en su principio y el que después tenían para su
conservación y propagación, y todas las especies, condiciones y calidades de
los animales de la tierra y peces del mar. El día sexto (Gen 1,24-31) se le
daba nueva luz y conocimiento de la creación del hombre, como fin de todas
las otras criaturas materiales; y a más de entender su compostura y armonía,
en que las encierra todas por modo maravilloso, conocía el misterio de la
encarnación a que se ordenaba esta formación del hombre, y todos los demás
secretos de la sabiduría divina que en esta obra y en las de toda la
creación estaban encerrados, testificando su infinita grandeza y majestad.
650. En cada uno de estos días hacía la
gran Reina su cántico particular en alabanza del Criador, por las obras que
correspondían a la creación de aquel día, y por los misterios que en ellas
conocía. Luego hacía grandes peticiones por todos los hombres, en particular
por los fieles, para que fuesen reconciliados con Dios y se les diese luz de
la divinidad y de sus obras para que en ellas y por ellas le conociesen,
amasen y alabasen. Y como alcanzaba a conocer la ignorancia de tantos
infieles que no llegarían a este conocimiento ni a la fe verdadera que se
les podía comunicar y que muchos fieles, aunque confesasen estas obras del
Altísimo, serían tardos y negligentes en el agradecimiento que deben, por
estos defectos de los hijos de Adán hacía María santísima obras heroicas y
admirables para recompensarlos. Y en esta correspondencia la favorecía y
levantaba su Hijo santísimo a nuevos dones y participación de su divinidad y
atributos, acumulando en ella lo que desmerecían los mortales por su
ingratísimo olvido. Y en cada una de las obras de aquel día le daba nuevo
dominio y señorío, para que todas la reconocieran y sirvieran como a Madre
de su Criador, que la constituía por suprema Reina de todo lo que él había
criado en cielo y tierra.
651. En el día séptimo se renovaban y
adelantaban estos divinos favores, porque no descendía del cielo estos tres
días su Hijo santísimo, mas la divina Madre era levantada y llevada a él,
como sucedió en los días que correspondían a éstos antes de la encarnación.
Para esto de la media noche, por mandado del mismo Señor, la llevaban los
ángeles. al cielo empíreo, donde en adorando al ser de Dios la adornaban los
supremos serafines con una vestidura más pura y cándida que la nieve y
refulgente que el sol. Ceñían la con una cinta de piedras tan ricas y
hermosas, que no hay en la naturaleza a quien compararlas, porque cada una
excedía en resplandor al globo del mismo sol y a muchos si estuvieran
juntos. Luego la adornaban con manillas y collar y otros adornos,
proporcionados a la persona que los recibía y a quien los daba, porque todas
estas joyas las bajaban los serafines con admirable reverencia, del mismo
trono de la beatísima Trinidad, cuya participación señalaba y manifestaba
cada uno con diferente modo. Y no sólo estos adornos significaban la nueva
participación y comunicación de las divinas perfecciones que se le daban a
su Reina, pero los mismos serafines que la adornaban y eran seis
representaban también el misterio de su ministerio.
652. A estos serafines sucedían otros
seis que daban otro nuevo adorno a la Reina, como retocándola todas sus
potencias Y dándoles una facilidad, hermosura y gracia que no se pueden
manifestar con palabras. Y sobre todo este ornato llegaban otros seis
serafines y por su ministerio le daban las calidades y lumen con que era
elevado su entendimiento y voluntad para la visión y fruición beatífica. Y
estando la gran Reina tan adornada y llena de hermosura, todos aquellos
serafines que eran diez y ocho la levantaban al trono de la beatísima
Trinidad y la colocaban a la diestra de su Unigénito nuestro Salvador. Allí
la preguntaban qué pedía, qué quería y qué deseaba, y la verdadera Ester
respondía: Pido, Señor, misericordia para mi pueblo (Est 7,3); y en su
nombre y mío, deseo y quiero agradecer el favor que le hizo vuestra
misericordiosa omnipotencia dando forma humana al eterno Verbo en mis
entrañas para redimirle. A estas razones y peticiones añadía otras de
incomparable caridad y sabiduría, rogando por todo el linaje humano y en
especial por la santa Iglesia.
653. Luego su Hijo santísimo hablaba
con el eterno Padre y decía: Yo te confieso y alabo, Padre mío, y te ofrezco
esta criatura hija de Adán, agradable en tu aceptación, como elegida entre
las demás criaturas para Madre mía y testimonio de nuestros infinitos
atributos. Ella sola con dignidad y plenitud sabe estimar y conocer con
agradecido corazón el favor que hice a los hombres vistiéndome de su
naturaleza para enseñarles el camino de la salud eterna y redimirlos de la
muerte. A ella escogimos para aplacar nuestra indignación contra la
integridad y mala correspondencia de los mortales. Ella nos da el retorno
que los demás o no pueden o no quieren, pero no podemos despreciar los
ruegos de nuestra Amada, que por ellos nos ofrece con la plenitud de su
santidad y agrado nuestro.
654. Se repetían todas estas maravillas
por los tres días últimos de esta novena, y en el postrero, que era el
veinte y cinco de marzo, a la hora de la encarnación se le manifestaba la
divinidad intuitivamente con mayor gloria que la de todos los
bienaventurados. Y aunque en todos estos días recibían los santos nuevo gozo
accidental, pero este último era más festivo y de extraordinaria alegría
para toda aquella Jerusalén triunfante. Mas los favores que la beatísima
Madre recibía en estos días exceden sin medida a todo humano pensamiento,
porque todos los privilegios, gracias y dones se los ratificaba y aumentaba
el Omnipotente por un modo inefable. Y como era viadora para merecer y
conocía todos los estados de la santa Iglesia en el siglo presente y en los
futuros, pidió y mereció para todos tiempos grandes beneficios o, por
decirlo mejor, todos cuantos el poder divino ha obrado y obrará hasta el fin
del mundo con los hombres.
655. En todas las festividades que
celebraba la gran Señora alcanzaba la reducción de innumerables almas que
entonces y después han venido a la fe católica. Y este día de la encarnación
era mayor esta indulgencia, porque mereció para muchos reinos, provincias y
naciones los beneficios y favores que han recibido con haberlos llamado a la
santa Iglesia. Y en los que más ha perseverado la fe católica son más
deudores a las peticiones y méritos de la divina Madre. Pero singularmente
se me ha dado a entender que, en los días que celebraba el misterio de la
encarnación, sacaba a todas las ánimas que estaban en el purgatorio; y desde
el cielo, donde se le concedía este favor como Reina de todo lo criado y
Madre del Reparador del mundo, enviaba ángeles que las llevasen a él y
ofrecía al eterno Padre como fruto de la encarnación, con que envió al mundo
a su unigénico Hijo para granjearle las almas que su enemigo había
tiranizado, y por todas estas almas hacía nuevos cánticos, de alabanza. Y
con este júbilo de dejar aumentada aquella corte del cielo volvía a la
tierra, donde de nuevo hacía gracias por estos beneficios con la humildad
acostumbrada. Y no se haga increíble esta maravilla, pues el día que María
santísima fue levantada a la dignidad inmensa de Madre del mismo Dios y
Señora de todo lo criado, no es mucho que franquease los tesoros de su
divinidad con los hijos de Adán, sus hermanos y sus mismos hijos, cuando a
ella se le franquearon, recibiéndola en sus entrañas unida hipostáticamente
con su misma sustancia; y sola su sabiduría alcanzaba a ponderar este
beneficio propio para ella y común para todos.
656. La solemnidad del nacimiento de su
Hijo celebraba con otro modo y favores. Comenzaba la víspera con los
ejercicios, cánticos y disposiciones que en las demás fiestas, y a la hora
del nacimiento descendía del cielo su Hijo santísimo con millares de ángeles
y gloriosa majestad, cual otras veces venía. Le acompañaban también los
patriarcas san Joaquín y santa Ana, san José y santa Isabel, madre del
Bautista, y otros santos. Luego los ángeles por mandado del Señor la
levantaban del suelo y la colocaban a su divina diestra, y cantaban con
celestial armonía el cántico de la Gloria, que cantaron el día del
Nacimiento (Lc 2,14), y otros que la misma Señora había hecho en
reconocimiento de este misterio y beneficio y en loores de la divinidad y de
sus infinitas perfecciones. Y después de haber estado en estas alabanzas
grande rato, pedía la divina Madre licencia a su Hijo Jesús y descendía del
trono y se postrada en su presencia de nuevo. Y en aquella postura le
adoraba en nombre de todo el linaje humano y le daba gracias porque había
nacido al mundo para su remedio. Y sobre este agradecimiento hacía una
fervorosa petición por todos, y singularmente por los hijos de la Iglesia,
representando la fragilidad de la condición humana, y la necesidad que tenía
de la gracia y auxilio de la divina diestra para levantarse y venir al
conocimiento del Señor y merecer la vida eterna. Alegaba para esto la
misericordia de haber nacido el mismo Señor de su virginal tálamo, para
remedio de los hijos de Adán, y la pobreza en que nació, los trabajos y
penalidades que admitió, el haberle alimentado ella a sus pechos y criado
como Madre, y todos los misterios que en estas obras se sucedieron. Esta
oración aceptaba su Hijo y nuestro Salvador, y en presencia de todos los
ángeles y santos que le asistían se daba por obligado de la caridad y
razones con que su felicísima Madre pedía por su pueblo, y de nuevo la
concedía que como Señora y Dispensadora de todos sus tesoros de la gracia
los aplicase y distribuyese entre los hombres a su voluntad. Esto hacía la
prudentísima Reina con admirable sabiduría y fruto de la Iglesia. Y para fin
de esta solemnidad pedía a los santos alabasen al Señor en el misterio de su
nacimiento en nombre suyo y de los demás mortales. Y a su Hijo pedía la
bendición, y dándosela se volvía Su Majestad a los cielos.
Doctrina que me dio la gran Señora de los ángeles María
santísima.
657. Hija y discípula mía, la
admiración con que escribes los secretos que de mi vida y santidad te
manifiesto, quiero que la conviertas toda en alabar por ellos al Omnipotente
que fue conmigo tan liberal y en levantarte sobre ti con la confianza que
debes pedir mi poderosa intercesión y protección. Pero si te admiras de que
mi Hijo santísimo añadiese en mí gracias sobre gracias y dones sobre dones y
tan frecuentemente me visitase o me llevase a su presencia a los cielos,
acuérdate de lo que dejas escrito (Cf. supra p.II n.1522; p.III n.2), que yo
carecía de la visión beatífica para gobernar la Iglesia. Y cuando esta
caridad no mereciera con el Altísimo la recompensa que por ella me dio
viviendo en carne mortal, por los títulos de ser yo su Madre y él mi Hijo
hiciera conmigo tales obras y maravillas, cuales ni caben en pensamiento
criado ni convenían a otra criatura. La dignidad de Madre de Dios excede
tanto a toda la esfera de las demás, que fuera torpe ignorancia negarme a mí
los favores que no se hallan en los otros santos. Y el tomar carne humana de
mi sustancia el Verbo eterno, fue un empeño de tanto peso para el mismo Dios
que, a tu modo de entender, no saliera de él, si consiguientemente no
hiciera conmigo todo lo que su omnipotencia alcanza y yo era capaz de
recibir. Este poder de Dios es infinito y no se puede agotar, siempre queda
infinito; y lo que comunica fuera de sí mismo, siempre es finito y tiene
término. Yo también soy pura criatura finita, y en comparación del ser de
Dios todo lo criado es nada.
658. Pero junto con esto, de mi parte
no puse impedimento, antes merecía que la Omnipotencia obrase en mí sin
límite y sin medida todos los dones, gracias y favores a que debidamente se
podía extender. Y como todos éstos siempre eran finitos, por grandes y
admirables que fuesen, y el poder y ser de Dios era infinito y sin término,
de aquí se entiende que pudo acumular en mí gracias sobre gracias y
beneficios sobre beneficios. Y no sólo pudo hacerlo, pero convenía que así
lo hiciese, para obrar con toda perfección esta obra y maravilla de hacerme
digna Madre suya, pues ninguna de sus obras queda en su género imperfecta ni
con alguna mengua. Y porque en esta dignidad de hacerme Madre suya se
contienen todas mis gracias corno en su origen y principio a donde
corresponden, por esto el día que me conocieron los hombres por Madre de
Dios conocieron implícitamente y como en su causa las condiciones que para
tal excelencia me pertenecen; dejando a la devoción, piedad y cortesía de
los fieles que para obligar a mi Hijo santísimo y merecer mi protección
fuesen discurriendo dignamente de mi santidad y dones y los coligiesen y
confesasen conforme a su devoción y mi dignidad. Y para esto a muchos santos
y a los autores y escritores se les ha dado particular ciencia y luz y otras
revelaciones que han tenido de algunos favores y de muchos privilegios que
me concedió el Altísimo.
659. Y como en esto muchos de los
mortales han sido unos con buen celo tímidos, otros con indevoción más
tardos de lo que debían, ha querido mi Hijo santísimo, en dignación paternal
y en el tiempo más oportuno para su santa Iglesia, manifestarles estos
ocultos sacramentos, sin fiarlo del humano discurso ni de la ciencia a que
se extiende, sino de su misma y divina luz y verdad, para que los mortales
reciban alegría y esperanza, sabiendo lo que yo los puedo favorecer y dando
al Omnipotente la gloria y alabanza que deben en mí y en las obras de la
redención humana.
660. En esta obligación quiero, hija
mía, que tú te juzgues la primera y más deudora que todos los demás, pues yo
te elegí por mi especial hija y discípula, para que escribiendo mi Vida se
levantase tu corazón con más ardiente amor y deseos de seguirme por la
imitación que te convido y llamo. Y la doctrina de este capítulo es, que me
sigas en el agradecimiento inefable que yo tuve del beneficio y misterio de
la encarnación del Verbo eterno en mis entrañas. Escribe en tu corazón esta
maravilla del Omnipotente, para que jamás la olvides, y señálate más en esta
memoria los días que corresponden a los misterios que de mí has escrito. En
ellos y en mi nombre quiero que celebres en la tierra esta festividad con
singular disposición y júbilo de tu alma, agradeciendo por todos los
mortales el haber encarnado Dios en mí para su remedio, y también le alabes
por la dignidad a que me levantó con hacerme Madre suya. Y advierte que los
ángeles y santos en el cielo, después del conocimiento que tienen del ser de
Dios infinito, ninguna otra cosa les causa mayor admiración que verle unido
a la humana naturaleza; y aunque más y más conocen de este misterio, les
queda siempre más que conocer por todos los siglos de los siglos.
661. Y para que tú celebres y renueves
en ti estos beneficios de la encarnación y nacimiento de mi Hijo santísimo,
quiero que procures alcanzar una humildad y pureza de ángel; que con estas
virtudes será grato al Señor el agradecimiento que le debes y con este
retorno pagarás algo de la deuda que tienes por haberse hecho Dios de tu
naturaleza. Considera y pondera cuánto pesan las culpas de los hombres,
después que tienen a Cristo por su hermano y degeneran de esta excelencia y
obligación. Considérate como retrato o imagen de Dios hombre, y que lo
menosprecias y le borras con cualquiera culpa que haces. Esta nueva dignidad
a que fue levantada la humana naturaleza tienen muy olvidada los hijos de
Adán y no se quieren desnudar de sus antiguas costumbres y miserias para
vestirse de Cristo. Pero tú, hija mía, olvídate de la casa de tu antiguo
padre y de tu pueblo, y procura renovarte con la hermosura de tu Reparador,
para que seas agradable en los ojos del supremo Rey.
CAPITULO 15
De Nuevo a Tapa
De otras festividades que celebraba María santísima de la
circuncisión, adoración de los Reyes, su purificación, el bautismo, el
ayuno, la institución del santísimo sacramento, pasión y resurrección.
662. En renovar la memoria de los
misterios, vida y muerte de Cristo nuestro Salvador no sólo pretendía
nuestra gran Reina darle el debido agradecimiento por sí misma y por todo el
linaje humano y enseñar a la Iglesia esta ciencia divina como Maestra de
toda santidad y sabiduría, pero sobre cumplir esta deuda pretendía obligar
al Señor, inclinando su bondad infinita a la misericordia y clemencia de que
conocía necesitaba la fragilidad y miseria humana de los hombres. Conocía la
prudentísima Madre que a su Hijo santísimo y al eterno Padre desobligaban
mucho los pecados de los mortales y que en el tribunal de su misericordia no
tenían qué alegar en su favor más que la caridad infinita con que los ama y
reconcilió consigo cuando eran pecadores y enemigos (Rom 5,8 (A.)). Y como
esta reconciliación la hizo Cristo nuestro reparador con sus obras, vida,
muerte y misterios, por esta razón los días que sucedieron todos estos
beneficios juzgaba la divina Señora convenientes para multiplicar sus ruegos
y para inclinar al Omnipotente pidiéndole que amase a los hombres por
haberlos amado, que los llamase a su fe y amistad por habérsela merecido y
que con efecto los justificase por haberles granjeado la justificación y
vida eterna.
663. Nunca llegarán los hombres ni los
ángeles a ponderar dignamente la deuda que tiene. el mundo a la maternal
piedad de esta Señora y gran Reina. Y los muchos favores que recibió de la
diestra del Omnipotente, con tantas veces como se le manifestó la visión
beatífica en carne mortal, no fueron beneficios para sola ella, sino también
para nosotros; porque en estas ocasiones llegaron su divina ciencia y
caridad a lo sumo que pudo caber en pura criatura, y a este paso deseaba la
gloria del Altísimo en la salvación de las criaturas racionales. Y como
juntamente quedaba en estado de viadora para merecer y granjearla, excede a
toda capacidad el incendio de amor que en su purísimo corazón ardían, para
que ninguno se condenase de los que podían llegar a gozar de Dios. De aquí
le resultó un prolongado martirio que padeció en su vida, y la consumiera
cada hora y cada instante si el poder de Dios no la guardara o la detuviera.
Esto fue, el pensar que se condenarían tantas almas y quedarían privadas
eternamente de ver a Dios y gozarle y, a más de esto, padecerían los
tormentos eternos del infierno sin esperanza del remedio que despreciaron.
664. Esta infelicidad tan lamentable
sentía la dulcísima Madre con dolor inmenso, porque la conocía, pesaba y
ponderaba con igual sabiduría. Y como a ésta correspondía su ardentísima
caridad, no tuviera consuelo en estas penas, si se dejaran a la fuerza de su
amor y a la consideración de lo que hizo nuestro Salvador y lo que padeció
para rescatar a los hombres de la perdición eterna. Pero el Señor prevenía
en su fidelísima Madre los efectos de este mortal dolor, y algunas veces la
conservaba la vida milagrosamente, otras la divertía de él con diferentes
inteligencias y otras veces se las daba de los secretos ocultos de la
predestinación eterna, para que conociendo las razones y equidad de la
Justicia divina sosegase su corazón. Todos estos arbitrios y otros
diferentes tomaba Cristo nuestro Salvador, para que su Madre santísima no
muriese a vista de los pecados y condenación eterna de los réprobos. Y si
esta infeliz y desdichada suerte, prevenida por la divina Señora, pudo
afligir tanto su candidísimo corazón, y en su Hijo y Dios verdadero hizo
tales efectos que para remediar la perdición de los hombres se ofreció a la
pasión y muerte de cruz, ¿con qué palabras se puede ponderar la ciega
estulticia de los mismos hombres, que con tal ímpetu y tan sensibles
corazones se entregan a tan irreparable y nunca bien encarecida ruina de sí
mismos?
655. Pero con lo que nuestro Salvador y
Maestro Jesús aliviaba mucho este dolor de su amantísima Madre, era con oír
sus ruegos y peticiones por los mortales, con darse por obligado de su amor,
con ofrecerle sus tesoros y merecimientos infinitos y con hacerla su
limosnera mayor y dejar en su piadosa voluntad la distribución de las
riquezas de su misericordia y gracias, para que las aplicase a las almas que
con su ciencia conocía ser más conveniente. Estas promesas del Señor con su
beatísima Madre eran tan ordinarias, como también eran los cuidados y
oraciones que de parte de la piadosa Reina las solicitaba, y todo crecía más
en las festividades que celebraba de los misterios de su Hijo santísimo. En
el de la circuncisión, cuando llegaba el día en que sucedió, comenzaba los
ejercicios acostumbrados a la hora que en las otras fiestas, y en ésta
descendía también el Verbo humanado a su oratorio con la majestad y
acompañamiento que otras veces (Cf, supra n.615,640) de ángeles y santos. y
como este misterio fue en el que nuestro Redentor comenzó a derramar sangre
por los hombres y se humilló a la ley de los pecadores como si fuera uno de
ellos, eran inefables los actos que su purísima Madre hacía en la
conmemoración de tal dignación y clemencia de su Hijo santísimo.
666. Se humillaba la gran Madre hasta
el profundo de esta virtud, se dolía tiernamente de lo que padeció el niño
Dios en aquella tierna edad, le agradecía este beneficio por todos los hijos
de Adán; lloraba el común olvido y la ingratitud en no estimar aquella
sangre derramada tan temprano para rescate de todos. Y como si de no pagar
este beneficio se hallara corrida en presencia de su mismo Hijo, se ofrecía
a morir y derramar ella su misma sangre y vida en retorno de esta deuda y a
imitación de su ejemplar Maestro. Y sobre estos deseos y peticiones tenía
dulcísimos coloquios con el mismo Señor en todo aquel día. Pero aunque Su
Majestad aceptaba este sacrificio, como no era conveniente reducir a
ejecución los inflamados deseos de la amantísima Madre, añadía otras nuevas
invenciones de caridad con los mortales. Pidió a su Hijo santísimo que de
los regalos, caricias y favores que recibía de su poderosa diestra,
repartiese con todos sus hijos los hombres, y que en el padecer por su amor
y con este instrumento fuese ella singular, pero en el recibir el retorno
entrasen todos a la parte y todos gustaran de la suavidad y dulzura de su
divino Espíritu, para que obligados y atraídos con ella vinieran todos al
camino de la vida eterna y ninguno se perdiera con la muerte, después que el
mismo Señor se hizo hombre y padeció para traer todas las cosas a sí mismo
(Jn 12,32 (A.)). Ofrecía luego al eterno Padre la sangre que su Hijo Jesús
derramó en la circuncisión y la humildad de haberse circuncidado siendo
impecable, le adoraba como a Dios y hombre verdadero, y con éstas y otras
obras de incomparable perfección la bendecía su Hijo santísimo y se volvía a
los cielos a la diestra de su eterno Padre.
667. Para la adoración de los Reyes se
prevenía algunos días ante que llegase la fiesta, como juntando algunos
dones que ofrecerle al Verbo humanado. La principal ofrenda, que la
prudentísima Señora llamaba oro, eran las almas que reducía al estado de la
gracia; y para esto se valía mucho antes del ministerio de los ángeles y les
daba orden que la ayudasen a prevenir este don, solicitándole muchas almas
con inspiraciones grandes y más particulares para que se convirtiesen al
verdadero Dios y le conociesen. Y todo se ejecutaba por ministerio de los
ángeles, y mucho más por las oraciones y peticiones que ella hacía, con que
sacaba muchas del pecado, otras reducía a la fe y bautismo y otras a la hora
de la muerte sacaba de las uñas del dragón infernal. A este don añadía el de
la mirra, que eran las postraciones de cruz, humillaciones y otros
ejercicios penales que hacía para prevenirse y llevar qué ofrecer a su mismo
Hijo. La tercera ofrenda, que llamaba incienso, eran los incendios y vuelos
del amor, las palabras y oraciones jaculatorias y otros afectos dulcísimos y
llenos de sabiduría.
668. Para recibir esta ofrenda, llegado
el día y la hora de la fiesta, descendía del cielo su Hijo santísimo con
innumerables ángeles y santos, y en presencia de todos y convidando a los
cortesanos del cielo a que la ayudasen, la ofrecía con admirable culto,
adoración y amor; y por todos los mortales hacía con este ofrecimiento una
ferviente oración. Luego era levantada al trono de su Hijo y Dios verdadero
y participaba la gloria de su humanidad santísima por un modo inefable,
quedando divinamente unida con ella y como transfigurada con sus
resplandores y claridad, y algunas veces, para que descansara de sus
ardentísimos afectos, la reclinaba el mismo Señor en sus brazos. Y estos
favores eran de condición que no hay términos para explicarlos, porque el
Omnipotente sacaba cada día de sus tesoros beneficios antiguos y nuevos (Mt
13,52).
669. Después de haber recibido estos
beneficios y favores, descendía del trono y pedía misericordia para los
hombres, y concluía estas peticiones con un cántico de alabanza para todos y
pedía a los santos la acompañasen en todo esto. Y sucedía este día una cosa
maravillosa, que para dar fin a esta solemnidad pedía a todos los patriarcas
y santos que en ella asistían, rogasen al Todopoderoso la asistiese y
gobernase en todas sus obras. Y para esto iba de uno en uno continuando esta
petición y humillándose ante ellos como quien llegara a besarles la mano. Y
para que la Maestra de la humildad ejercitara esta virtud con sus
progenitores, patriarcas y profetas, que eran de su misma naturaleza, daba
lugar su Hijo santísimo con incomparable agrado. Pero no hacía esta
humillación con los ángeles, porque éstos eran sus ministros y no tenían con
la gran Señora el parentesco de la naturaleza que tenían los santos padres,
y así la asistían y acompañaban los espíritus divinos por otro modo de
obsequio que con ella mostraban en aquel ejercicio.
670. Luego celebraba el bautismo de
Cristo nuestro Salvador, con grandioso agradecimiento de este sacramento y
que el mismo Señor le hubiese recibido para darle principio en la ley de
gracia. Y después de las peticiones que hacía por la Iglesia, se recogía por
los cuarenta días continuos para celebrar el ayuno de nuestro Salvador,
repitiéndole como Su Majestad y ella a su imitación lo hicieron, de que
hablé en la segunda parte en su lugar (Cf. supra p.II n.988,990ss). En estos
cuarenta días, no dormía, ni comía, ni salía de su retiro, si no ocurría
alguna grande necesidad que pidiese su presencia, y sólo comunicaba con el
evangelista san Juan para recibir de su mano la sagrada comunión y despachar
los negocios en que era fuerza darle parte para el gobierno de la Iglesia.
En aquellos días asistía más el amado discípulo, ausentándose pocas veces de
la casa del cenáculo; y aunque venían muchos necesitados y enfermos, los
remediaba y curaba, aplicándoles alguna prenda de la poderosa Reina. Venían
muchos endemoniados y algunos antes de llegar quedaban libres, porque no se
atrevían los demonios a esperar, acercándose a donde estaba María santísima.
Otros, en tocando al enfermo con el manto o velo, o con otra cosa de la
Reina, se arrojaban al profundo. Y si algunos estaban rebeldes, la llamaba
el evangelista, y al punto que llegaba a la presencia de los pacientes
salían los demonios sin otro imperio.
671. De las obras y maravillas que le
sucedían en aquellos cuarenta días era necesario escribir muchos libros, si
todas se hubieran de referir, porque si no dormía, ni comía, ni descansaba,
¿quién podrá contar lo que su actividad y solicitud tan oficiosa obraba en
tanto tiempo? Basta saber que todo lo aplicaba y ofrecía por los aumentos de
la Iglesia, justificación de las almas y conversión del mundo, y en socorrer
a los apóstoles y discípulos que por todo él andaban predicando. Pero
cumplida esta cuaresma la regalaba su Hijo santísimo con un convite
semejante al que los ángeles hicieron al mismo Señor cuando cumplió la de su
ayuno, como queda dicho en su lugar (Cf. supra p.II n.1000). Sólo tenía éste
de mayor regalo, que se hallaba presente el mismo Dios glorioso y lleno de
majestad con muchos millares de ángeles, unos que administraban, otros que
cantaban con celestial y divina armonía, pero el mismo Señor la daba de su
mano lo que comía la amantísima Madre. Era este día muy dulce para ella. más
por la presencia de su Hijo y por sus caricias que por la suavidad de
aquellos manjares y néctares soberanos. Y en hecho de gracias por todo se
postraba en tierra y pedía la bendición, adorando al Señor, y Su Majestad se
la daba y volvía a los cielos. Pero en todos estos aparecimientos de Cristo
nuestro Señor hacía la religiosa Madre grandes y heroicos actos de humildad,
sumisión y veneración, besando los pies de su Hijo, reconociéndose por no
digna de aquellos favores y pidiendo nueva gracia para servirle mejor con su
protección desde entonces.
672. Sería posible que alguno con
humana prudencia juzgase que son muchos los aparecimientos del Señor que
aquí escribo, en tan frecuentes y repetidas ocasiones como he dicho que los
hacía. Pero quien esto pensare está obligado a medir la santidad de la
Señora de las virtudes y de la gracia y el amor recíproco de tal Madre y de
tal Hijo, y decirnos cuánto sobran estos favores de la regla con que mide
esta causa, que la fe y la razón tienen por inmensurable con el humano
juicio. A mí bástame, para no hallar duda en lo que digo, la luz con que lo
conozco y saber que cada día, cada hora y cada instante baja del cielo
Cristo nuestro Salvador consagrado a las manos del sacerdote que
legítimamente le consagra en cualquiera parte del mundo. Y digo que baja, no
con movimiento corporal, sino por la conversión del pan y del vino en su
sagrado cuerpo y sangre. Y aunque esto sea por diferente modo, que yo no
declaro ni disputo ahora, pero la verdad católica me enseña que el mismo
Cristo por inefable modo se hace presente y está en la Hostia consagrada.
Esta maravilla obra el Señor tan repetidas veces por los hombres y para su
remedio, aunque son tantos los indignos y también lo son algunos de los que
le consagran. Y si alguno le puede obligar para continuar este beneficio,
sola fue María santísima por quien lo hiciera y principalmente lo ordenó,
como en otra parte he declarado (Cf. supra n.19). Pues no parezca mucho que
a ella sola visitase tantas veces, si ella sola pudo y supo merecerlo para
sí y para nosotros.
673. Después del ayuno celebraba la
gran Señora la fiesta de su purificación y presentación del niño Dios en el
templo. Y para ofrecer esta hostia y aceptarla el mismo Señor, se le
aparecía en su oratorio la beatísima Trinidad con los cortesanos de su
gloria. Y en ofreciendo al Verbo humanado, la vestían y adornaban los
ángeles con las mismas galas y joyas ricas que dije en la fiesta de la
encarnación (Cf. supra
n.652). Y luego hacía una larga oración, en que pedía
por todo el linaje humano y en especial por la Iglesia. El premio de esta
oración y de la humildad con que se sujetó a la ley de la purificación y de
los ejercicios que hacía, eran para ella nuevos aumentos de gracias y nuevos
dones y favores, y para los demás alcanzaba grandes auxilios y beneficios.
674. La memoria de la pasión de su Hijo
santísimo, la institución del santísimo sacramento y resurrección, no sólo
la celebraba cada semana como arriba dejo escrito (Cf. supra n.577ss), sino
cuando llegaba el día en que sucedió cada año hacía otra particular memoria,
como ahora la hace la Iglesia en la Semana Santa. Y sobre los ejercicios
ordinarios de cada semana añadía otros muchos, y a la hora que Cristo Jesús
fue crucificado se ponía en la cruz y en ella estaba tres horas. Renovaba
todas las peticiones que hizo el mismo Señor, con todos los dolores y
misterios que en aquel día sucedieron. Pero el domingo siguiente, que
correspondía a la resurrección, para celebrar esta solemnidad era levantada
por los ángeles al cielo empíreo, donde aquel día gozaba de la visión
beatífica, que en los otros domingos de entre año era abstractiva.
Doctrina que me dio la Reina de los ángeles y nuestra.
675. Hija mía, el Espíritu divino, cuya
sabiduría y prudencia gobiernan a la santa Iglesia, ha ordenado por mi
intercesión, que en ella se celebrasen tantos días de fiestas diferentes, no
sólo para que se renovase la memoria de los misterios divinos y de las obras
de la redención humana, de mi vida santísima y de los otros santos, y los
hombres fuesen agradecidos a su Criador y Redentor y no olvidasen los
beneficios que jamás podrán dignamente agradecer; sino que también se
ordenaron estas solemnidades para que en aquellos días vacasen a los
ejercicios santos y se recogiesen interiormente de lo que los otros días se
derraman en la solicitud de las cosas temporales, y con el ejercicio de las
virtudes y buen uso de los sacramentos recompensasen lo que divertidos han
perdido, imitasen las virtudes y vidas de los santos, solicitasen mi
intercesión y mereciesen la remisión de sus pecados y la gracia y beneficios
que por estos medios les tiene prevenidos la divina misericordia.
676. Este es el espíritu de la Iglesia,
con que desea gobernar y alimentar a sus hijos como piadosa Madre, y yo, que
lo soy de todos, pretendí obligarlos y atraerlos por este camino a la
seguridad de su salvación. Pero el consejo de la serpiente infernal ha
procurado siempre, y más en los infelices siglos que vives, impedir estos
santos fines del Señor y míos, y cuando no puede pervertir el orden de la
Iglesia hace que por lo menos no se logre en la mayor parte de los fieles y
que para muchos se convierta este beneficio en mayor cargo para su
condenación. Y el mismo demonio se les opondrá en el tribunal de la divina
Justicia, porque no sólo en los días más santos y festivos no siguieron el
espíritu de la santa Iglesia empleándolos en obras de virtud y culto del
Señor, sino que en tales días cometieron más graves culpas, como de
ordinario sucede a los hombres carnales y mundanos. Grande es, por cierto, y
muy reprensible el olvido y desprecio que comúnmente hacen de esta verdad
los hijos de la Iglesia, profanando los días santos y sagrados, en que
ordinariamente se ocupan en juegos, deleites, excesos, en comer y beber con
mayor desorden; y cuando debían aplacar al Omnipotente entonces irritan más
su justicia, y en lugar de vencer a sus enemigos invisibles, quedan vencidos
por ellos, dándoles este triunfo a su altiva soberbia y malicia.
677. Llora tú, hija mía, este daño,
pues yo no puedo hacerlo ahora como lo hice y lo hiciera en la vida mortal,
procura recompensarle cuanto por la divina gracia te fuere concedido y
trabaja en ayudar a tus hermanos en este descuido tan general. Y aunque la
vida de los eclesiásticos se debía diferenciar de la de los seculares en no
hacer distinción de los días, para ocuparse todos en el culto divino y en
oración y santos ejercicios, y así quiero que lo enseñes a tus súbditas,
pero singularmente quiero que tú con ellas te señales en celebrar las
fiestas, y más las del Señor y mías, con mayor preparación y pureza de la
conciencia. Todos los días y las noches quiero que las llenes de obras
santas y agradables a tu Señor, pero en los días festivos añadirás nuevos
ejercicios interiores y exteriores. Fervoriza tu corazón, recógete toda el
interior, y si te pareciere que haces mucho, trabaja más para hacer cierta
tu vocación y elección (2 Pe 1,10), y jamás dejes ejercicio alguno por
negligencia. Considera que los días son malos y la vida desaparece como la
sombra, y vive muy solícita para no hallarte vacía de merecimientos y obras
santas y perfectas. Dale a cada hora su legítima ocupación, como entiendes
que yo lo hacía y como muchas veces te lo he amonestado y enseñado.
678. Para todo esto te advierto que
vivas muy atenta a las inspiraciones santas del Señor, y sobre los demás
beneficios no desprecies el que en esto recibes. Y sea de manera este
cuidado, que ninguna obra de virtud o mayor perfección que llegare a tu
pensamiento dejes de ejecutarla en el modo que te fuere posible. Y te
aseguro, carísima, que por este desprecio y olvido pierden los mortales
inmensos tesoros de la gracia y de la gloria. Todo cuanto yo conocí y vi que
mi Hijo santísimo hacía cuando vivía con él lo imitaba, y todo lo más santo
que me inspiraba el Espíritu divino lo ejecutaba, como tú lo has entendido.
Y en esta codiciosa solicitud vivía como con la natural respiración y con
estos afectos obligaba a mi Hijo santísimo a los favores y visitas que
tantas veces me hizo en la vida mortal.
679. Quiero también que, para imitarme
tú y tus religiosas en los retiros y soledad que yo tenía, asientes en tu
convento el modo con que se han de guardar los ejercicios que acostumbráis,
estando retiradas las que los hacen por los días que la obediencia les
concediere. Experiencia tienes del fruto que se coge en esta soledad, pues
en ella has escrito casi toda mi vida y el Señor te ha visitado con mayores
beneficios y favores para mejorar la tuya y vencer a tus enemigos. Y para
que en estos ejercicios entiendan tus monjas cómo se han de gobernar con
mayor fruto y aprovechamiento, quiero que les escribas un tratado
particular, señalándolas todas las ocupaciones y las horas y tiempos en que
las han de repartir (Se refiere la autora al Ejercicio cotidiano en que el
alma ocupa las horas del día variamente según la. voluntad y agrado del Muy
Alto. Puede verse, entre otras, la edición del P. Ramón Buldú, Tipografía
Católica, Barcelona, 1879, y la traducción al italiano publicada en la Tip,
degli Acattoncelli, Nápoles, 1882.). Y éstas sean de manera que no falte a
las comunidades la que estuviere en ejercicios, porque esta obediencia y
obligación se debe anteponer a todas las particulares. En lo demás,
guardarán inviolable silencio y andarán cubiertas con velo aquellos días
para que sean conocidas y ninguna les hable palabra. Las que tuvieren
oficios, no por eso han de ser privadas de este bien, y así los encargará la
obediencia a otras que los hagan en aquel tiempo. Pide al Señor luz para
escribir esto y yo te asistiré para que entonces entiendas más en particular
lo que yo hacía y lo pongas por doctrina.
CAPITULO 16
De Nuevo a Tapa
Cómo celebraba María santísima las fiestas de la ascensión
de Cristo nuestro Salvador y venida del Espíritu Santo, de los ángeles y
santos y otras memorias de sus propios beneficios.
680. En cada una de las obras y
misterios de nuestra gran Reina y Señora hallo nuevos secretos que penetrar,
nuevas razones de admiración y encarecimiento, pero me faltan nuevas
palabras con que manifestar lo que conozco. Por lo que se me ha dado a
entender del amor que tenía Cristo nuestro Salvador a su purísima Madre y
dignísima Esposa, me parece que según la inclinación y fuerza de esta
caridad se privara Su Majestad eterna del trono de la gloria y compañía de
los santos por estar con su amantísima Madre (Cf. supra n.123), si por otras
razones no conviniera el estar el Hijo en el cielo y la Madre en la tierra
por el tiempo que duró esta separación y ausencia corporal. Y no se entienda
que esta ponderación de la excelencia de la Reina deroga a la de su Hijo
santísimo ni de los santos; porque la divinidad del Padre y del Espíritu
Santo estaba en Cristo indivisa con suma unidad individual, y las tres
personas todas están en cada una por inseparable modo de inexistencia, y
nunca la persona del Verbo podía estar sin el Padre y Espíritu Santo. La
compañía de los ángeles y santos, comparada con la de María santísima,
cierto es que para su Hijo santísimo era menos que la de su digna Madre;
esto es, considerando la fuerza del amor recíproco de Cristo y de María
purísima. Pero por otras razones, convenía que el Señor, acabada la obra de
la redención humana, se volviera a la diestra del eterno Padre, y que su
felicísima Madre quedara en la Iglesia, para que por su industria y
merecimientos se ejecutara la eficacia de la misma redención y ella
fomentara y sacara a luz el parto de la pasión y muerte de su Hijo
santísimo.
681. Con esta providencia inefable y
misteriosa ordenó Cristo nuestro Salvador sus obras, dejándolas llenas de
divina sabiduría, magnificencia y gloria, confiando todo su corazón de esta
Mujer fuerte, como lo dijo Salomón en sus Proverbios (Prov 31,11 (A.)). Y no
se halló frustrado en su confianza, pues la prudentísima Madre, con los
tesoros de la pasión y sangre del mismo Señor, aplicados con sus propios
méritos y solicitud, compró para su Hijo el campo en que plantó la viña de
la Iglesia hasta el fin del mundo, que son las almas de los fieles, en
quienes se conservará hasta entonces, y de los predestinados, en que será
trasladada a la Jerusalén triunfante por todos los siglos de los siglos. Y
si convenía a la gloria del Altísimo que toda esta obra se fiase de María
santísima, para que nuestro Salvador Jesús entrase en la gloria de su Padre
después de su milagrosa resurrección, también convenía que su Madre
beatísima, a quien amaba sin medida y la dejaba en el mundo, conservase la
correspondencia y comercio posible a que le obligaba, no sólo su propio amor
que la tenía, sino también el estado y la misma empresa en que la gran
Señora se ocupaba en la tierra, donde la gracia, los medios, los favores y
beneficios se debían proporcionar con la causa y con el fin altísimo de tan
ocultos misterios. Y todo esto se conseguía gloriosamente con las frecuentes
visitas que el mismo Hijo hacía a su Madre y con levantarla tantas veces al
trono de su gloria, para que ni la invicta Reina estuviera siempre fuera de
la corte, ni los cortesanos de ella carecieran tantos años de la vista
deseable de su Reina y Señora, pues era posible este gozo y para todos
conveniente.
682. Uno de los días que se renovaban
estas maravillas, fuera de los que dejo escritos, era el que celebraba cada
año la ascensión de su Hijo santísimo a los cielos. Este día era grande y
muy festivo para el cielo y para ella, porque para él se preparaba desde el
día que celebraba la resurrección de su Hijo. En todo aquel tiempo, hacía
memoria de los favores y beneficios que recibió de su Hijo preciosísimo y de
la compañía de los antiguos padres y santos que sacó del limbo y de todo
cuanto le sucedió en aquellos cuarenta días, uno por uno; hacía gracias
particulares con nuevos cánticos y ejercicios, como si entonces le
sucediera, porque todo lo tenía presente en su indefectible memoria. Y no me
detengo en referir las particularidades de estos días, porque dejo escrito
lo que basta en los últimos capítulos de la segunda parte. Sólo digo que en
esta preparación recibía nuestra gran Reina incomparables favores y nuevos
influjos de la divinidad, con que estaba siempre más y más deificada y
prevenida para los que había de recibir el día de la fiesta.
683. Llegando, pues, el misterioso día
que en cada año correspondía al que nuestro Salvador Jesús subió a los
cielos, descendía de ellos Su Majestad en persona al oratorio de su
beatísima Madre, acompañado de innumerables ángeles y de los patriarcas y
santos que llevó consigo en su gloriosa ascensión. Esperaba la gran Señora
esta visita postrada en tierra como acostumbraba, aniquilada y deshecha en
lo profundo de su inefable humildad, pero elevada sobre todo pensamiento
humano y angélico hasta lo supremo del amor divino posible a una pura
criatura. Se le manifestaba luego su Hijo santísimo en medio de los coros de
los santos y, renovando en ella la dulzura de sus bendiciones, mandaba el
mismo Señor a los ángeles que la levantasen del polvo y la colocasen a su
diestra. Se ejecutaba luego la voluntad del Salvador, y ponían los serafines
en su trono a la que le dio el ser humano; y estando allí la preguntaba su
Hijo santísimo qué deseaba, qué pedía y qué quería. A esta pregunta
respondía María santísima: Hijo mío y Dios eterno, deseo la gloria y
exaltación de vuestro santo nombre; quiero agradeceros en el de todo el
linaje humano el beneficio de haber levantado vuestra omnipotencia en este
día a nuestra naturaleza a la gloria y felicidad eterna. Pido por los
hombres que todos conozcan, alaben y magnifiquen a vuestra divinidad y
humanidad santísima.
684. La respondía el Señor: Madre mía y
paloma mía, escogida entre las criaturas para mi habitación, venid conmigo a
mi patria celestial, donde se cumplirán vuestros deseos y serán despachadas
vuestras peticiones, y gozaréis de la solemnidad de este día, no entre les
mortales hijos de Adán, sino en compañía de mis cortesanos y moradores del
cielo. Luego se encaminaba toda aquella celestial procesión por la región
del aire, como sucedió el día mismo de la ascensión, y así llegaba al cielo
empíreo, estando siempre la Virgen Madre a la diestra de su Hijo santísimo.
Pero en llegando al supremo lugar, donde ordenadamente paraba toda aquella
compañía, se reconocía en el cielo como un nuevo silencio y atención, no
sólo de los santos, sino del mismo Santo de los santos. Y luego la gran
Reina, pedía licencia al Señor y descendía del trono y postrada ante el
acatamiento de la beatísima Trinidad hacía un cántico admirable de loores,
en que comprendía los misterios de la encarnación y redención, con todos los
triunfos y victorias que ganó su Hijo santísimo hasta volver glorioso a la
diestra del eterno Padre el día de su admirable ascensión.
685. De este cántico y alabanzas
manifestaba el Altísimo el agrado y complacencia que tenía, y los santos
todos respondían con otros cantares nuevos de loores glorificando al
Omnipotente en aquella tan admirable criatura, y todos recibían nuevo gozo
con la presencia y excelencia de su Reina. Después de esto por mandado del
Señor la levantaban los ángeles otra vez a la diestra de su Hijo santísimo,
y allí se le manifestaba la divinidad por visión intuitiva y gloriosa,
precediendo las iluminaciones y adornos que en otras ocasiones semejantes he
declarado (Cf. supra p.I n.626ss; p.1I n. 1522). De esta visión beatífica
gozaba la Reina algunas horas de aquel día, y en ellas le daba el Señor de
nuevo la posesión de aquel lugar que por su eternidad le tenía preparado,
como se dijo en el día de la ascensión. Y para mayor admiración y deuda
nuestra, advierto que todos los años en este día era preguntada por el mismo
Señor si quería quedarse en aquel eterno gozo para siempre o volver a la
tierra para favorecer a la santa Iglesia. Y dejándola en su mano esta
elección, respondía que, si era voluntad del Todopoderoso, volvería a
trabajar por los hombres, que eran el fruto de la redención y muerte de su
Hijo santísimo.
686. Esta resignación, repetida cada
año, aceptaba de nuevo la santísima Trinidad con admiración de los
bienaventurados. De manera que no una vez sola sino muchas, se privó la
divina Madre del gozo de la visión beatífica por aquel tiempo, para
descender al mundo, gobernar la Iglesia y enriquecerla con estos inefables
merecimientos. y porque el encarecerlos no cabe en nuestra corta capacidad,
no será falta de esta Historia remitir el conocimiento para que le tengamos
en la visión divina. Pero todos estos premios le quedaban guardados como de
repuesto en la divina aceptación, para que después en la posesión fuese
semejante a la humanidad de su Hijo en el grado posible, como quien había de
estar dignamente a su diestra y en su trono. A todas estas maravillas se
seguían las peticiones que la gran Reina hacía en el cielo por la exaltación
del nombre del Altísimo, por la propagación de la Iglesia, por la conversión
del mundo y victorias contra el demonio; y todas se le concedían en el modo
que se han ejecutado y ejecutan en todos los siglos de la Iglesia; y fueran
mayores los favores, si los pecados del mundo no los impidieran con hacer
indignos a los mortales para recibirlos. Después de todo esto, volvían los
ángeles a su Reina al oratorio del cenáculo con celestial música y armonía y
luego se postraba y humillaba para agradecer de nuevo estos favores. Pero
advierto que el evangelista san Juan, con la noticia que tenía de estas
maravillas, mereció participar algo de sus efectos, porque solía ver a la
Reina tan llena de refulgencia, que no la podía mirar al rostro por la
divina luz que despedía. Y como la gran Maestra de la humildad siempre
andaba como por el suelo y a los pies del evangelista pidiéndole licencia de
rodillas, tenía el santo muchas ocasiones de verla, y con el temor
reverencial que le causaba venía muchas veces a turbarse en presencia de la
gran Señora, aunque esto era con admirable júbilo y efectos de santidad.
687. Los efectos y beneficios de esta
gran festividad de la Ascensión ordenaba la gran Reina para celebrar más
dignamente la venida del Espíritu Santo, y con ellos se preparaba en
aquellos nueve días que hay entre estas dos solemnidades. Continuaba sus
ejercicios incesantemente, con ardentísimos deseos de que renovase en ella
el Señor los dones de su divino Espíritu. Y cuando llegaba el día, se le
cumplían estos deseos con las obras de la Omnipotencia, porque a la misma
hora que descendió la primera vez al cenáculo sobre el sagrado colegio,
descendía cada año sobre la misma Madre de Jesús, Esposa y templo del
Espíritu Santo. Y aunque esta venida no era menos solemne que la primera,
porque venía en forma visible de fuego con admirable resplandor y estruendo,
pero estas señales no eran manifiestas a todos como lo fueron en la primera
venida, porque entonces fue así necesario y después no convenía que todos lo
entendiesen, más que la divina Madre y algo que conocía el evangelista. La
asistían en este favor muchos millares de ángeles con dulcísima armonía y
cánticos del Señor, y el Espíritu Santo la inflamaba toda y la renovaba con
superabundantes dones y nuevos aumentos de los que en tan eminente grado
poseía. Luego le daba la gran Señora humildes gracias por este beneficio y
por el que había hecho a los apóstoles y discípulos llenándolos de sabiduría
y carismas, para que fuesen dignos ministros del Señor y fundadores tan
idóneos de su santa Iglesia, y porque con su venida había sellado las obras
de la redención humana. Pedía luego con prolija oración al divino Espíritu
que continuase en la santa Iglesia, por los siglos presentes y futuros, los
influjos de su gracia y sabiduría, y no los suspendiese en ningún tiempo por
los pecados de los hombres, que le desobligarían y los desmerecían. Todas
estas peticiones concedía el Espíritu Santo a su única Esposa, y el fruto de
ellas gozaba la santa Iglesia, y le gozará hasta el fin del mundo.
688. A todos estos misterios y
festividades del Señor y suyas añadía nuestra gran Reina otras dos, que
celebraba con especial júbilo y devoción en otros dos días por el discurso
del año: la una a los santos ángeles y la otra a los santos de la naturaleza
humana. Para celebrar las excelencias y santidad de la naturaleza angélica
se preparaba algunos días con los ejercicios de otras fiestas y con nuevos
cánticos de gloria y loores, recopilando en ellos la obra de la creación de
estos espíritus divinos, y más la de su justificación y glorificación, con
todos los misterios y secretos que de todos y de cada uno de ellos conocía.
Y llegando el día que tenía destinado los convidaba a todos, y descendían
muchos millares de los órdenes y coros celestiales y se manifestaban con
admirable gloria y hermosura en su oratorio. Luego se formaban dos coros, en
el uno estaba nuestra Reina, y en el otro todos los espíritus soberanos; y
alternando como a versos comenzaba la gran Señora y respondían los ángeles
con celestial armonía, por todo lo que duraba aquel día. Y si fuera posible
manifestar al mundo los cánticos misteriosos que en estos días formaban
María santísima y los ángeles, sin duda fuera una de las grandes maravillas
del Señor y asombro de todos los mortales. No hallo yo términos, ni tengo
tiempo para declarar lo poco que de este sacramento he conocido. Porque en
primer lugar, alababan al ser de Dios en sí mismo, en todas sus perfecciones
y atributos que conocían. Luego la gran Reina le bendecía y engrandecía por
lo que su majestad, sabiduría y omnipotencia se había manifestado en haber
criado tantas y tan hermosas sustancias espirituales y angélicas, y por
haberlas favorecido con tantos dones de naturaleza y gracia, y por sus
ministerios, ejercicios y obsequio en cumplir la voluntad de Dios y en
asistir y gobernara los hombres y a toda inferior y visible naturaleza. A
estas alabanzas respondían los ángeles con el retorno y desempeño de aquella
deuda, y todos cantaban al Omnipotente admirables loores y alabanzas, porque
había criado y elegido para Madre suya a una Virgen tan pura, tan santa y
digna de sus mayores dones y favores y porque la había levantado sobre todas
las criaturas en santidad y gloria y le había dado el dominio e imperio para
que todas la sirviesen, adorasen y predicasen por digna Madre de Dios y
restauradora del linaje humano.
689. De esta manera discurrían los
espíritus soberanos por las grandes excelencias de su Reina y bendecían a
Dios en ella, y Su Alteza discurría por las de los ángeles y hacía las
mismas alabanzas; con .que venía a ser este día de admirable júbilo y
dulzura para la gran Señora y gozo accidental de los ángeles, y en especial
le recibían los mil que para su ordinaria custodia la asistían, si bien
todos participaban en su modo de la gloria que daban a su Reina y Señora. Y
como ni de una ni de otra parte impedía la ignorancia, ni faltaba la
sabiduría y aprecio de los misterios que confesaban,
690. Otro día celebraba fiesta a todos
los santos de la naturaleza humana, disponiéndose primero con muchas
oraciones y ejercicios como en otras festividades; y en ésta descendían a
celebrarla con su Reparadora todos los antiguos padres, patriarcas y
profetas, con los demás santos que después de la redención habían muerto. En
este día hacía nuevos cánticos de agradecimiento por la gloria de aquellos
santos y porque en ellos había sido eficaz la redención y muerte de su
santísimo Hijo. Era grande el júbilo que la Reina tenía en esta ocasión,
conociendo el secreto de la predestinación de los santos y que habiendo
estado en carne mortal y vida tan peligrosa estaban ya en la segura
felicidad de la eterna. Por este beneficio bendecía al Señor y Padre de las
misericordias y recopilaba en estas alabanzas los favores, gracias y
beneficios que cada uno de los santos había recibido. Les pedía que rogasen
por la santa Iglesia y por aquellos que militaban en ella y estaban en la
batalla, con peligro de perder la corona que ya ellos poseían. Después de
todo esto hacía memoria y nuevo agradecimiento de las victorias y triunfos
que con el poder divino había ganado ella misma del demonio en las batallas
que con él había tenido. Y por estos favores y las almas que del poder de
las tinieblas había rescatado, hacía nuevos cánticos y humildes y fervientes
actos de agradecimiento.
691. De admiración será para los
hombres, como lo fue para los ángeles, que una pura criatura en carne mortal
obrase tantas y tan incesantes maravillas que a muchas almas juntas parecen
imposibles, aunque fueran tan ardientes como los supremos serafines; pero
nuestra gran Reina tenía cierta participación de la omnipotencia divina, con
que en ella era fácil lo que en otras criaturas es imposible. Y en estos
últimos años de su vida santísima creció en ella esta actividad de manera
que no cabe en nuestra capacidad la ponderación de sus obras: sin hacer
intervalo ni descansar, de día y de noche; porque ya no la impedía la
mortalidad y peso de la naturaleza, antes obraba como ángel
infatigablemente, y más que ellos juntos, y toda era una llama y un incendio
de inmensa actividad. Con esta divinísima virtud le parecían breves los
días, pocas las ocasiones, limitados los ejercicios, porque siempre se
extendía el amor a infinito más de lo que hacía, aunque esto era sin medida.
Yo he dicho poco o nada de estas maravillas para lo que en sí mismas eran, y
así lo conozco y confieso, porque veo un intervalo o distancia casi infinita
entre lo que se me ha declarado y lo que no soy capaz de entender en esta
vida. Y si de lo que se me ha manifestado no puedo dar entera noticia, ¿cómo
diré lo que ignoro, sin conocer más que la ignorancia? Procuremos no
desmerecer la luz que nos espera para verlo en Dios, que sólo este premio y
gozo pudiera obligarnos, cuando no esperáramos otro, para trabajar y padecer
hasta el fin del mundo todas las penas y tormentos de los mártires, y se nos
pagarán muy bien con el gozo de conocer la dignidad y excelencia de María
santísima, viéndola a la diestra de su Hijo y Dios verdadero sublimada sobre
todos los espíritus angélicos y santos del cielo.
Doctrina que me dio la gran Reina de los ángeles.
692. Hija mía, al paso que caminas en
escribir el discurso de mis obras y vida mortal, deseo yo que te adelantes y
camines en mi perfectísima imitación y secuela. Este deseo crece también en
mí, como en ti la luz y admiración de lo que entiendes y escribes. Ya es
tiempo que restaures lo que hasta ahora te has detenido y que levantes el
vuelo de tu espíritu al estado que te llama el Altísimo y yo te convido.
Llena tus obras de toda perfección y santidad y advierte que es impía y
cruel la contradicción que para esto te hacen tus enemigos, demonio, mundo y
carne; y no es posible vencer tantas dificultades y tentaciones, si no
enciendes en tu corazón una emulación fervorosa y un fervor ardentísimo que
con ímpetu invencible atropelle y huelle la cabeza de la serpiente venenosa,
que con astucia diabólica se vale de muchos medios engañosos o para
derribarte o a lo menos para detenerte en esta carrera y que no llegues al
fin que tú deseas y al estado que te previene el Señor que te eligió para
él.
693. No debes ignorar tú, hija mía, el
desvelo y atención que tiene el demonio a cualquiera descuido, olvido y
mínima inadvertencia de las almas, que siempre anda rodeando y acechando (1
Pe 5,8), y de cualquiera negligencia que reconoce en ellas se aprovecha, sin
perder ocasión para introducirles con astucia sus tentaciones, inclinándolas
y moviendo sus pasiones en que las reconoce incautas para que reciban la
herida de la culpa antes que enteramente la conozcan, y cuando después la
sientan y desean el remedio entonces hallan mayor dificultad, y para
levantarse ya caídas necesitan de más abundante gracia y esfuerzo para
resistir antes que cayesen. Con la culpa se enflaquece el alma en la virtud
y sus enemigos cobran mayor brío y las pasiones se hacen más indómitas e
invencibles, y por estas causas caen muchos y se levantan menos. El remedio
contra este peligro es vivir con vigilante atención, con ansias y continuos
deseos de merecer la divina gracia, con incesante porfía en obrar lo mejor,
con no dejar tiempo vacío en que halle el enemigo el alma desocupada e
inadvertida y sin algún ejercicio y obra de virtud. Con esto se aligera el
mismo peso de la naturaleza terrena, se quebrantan las pasiones y malas
inclinaciones, se atemoriza el mismo demonio, se levanta el espíritu y cobra
fuerzas contra la carne y dominio sobre la parte inferior y sensitiva,
sujetándola a la divina voluntad.
694. Para todo esto tienes ejemplo vivo
en mis obras, y para que no le olvides las escribes, y yo te las he
manifestado con tanta luz como has recibido. Atiende, pues, carísima, a todo
lo que en este claro espejo se te representa, y si me conoces y confiesas
por Maestra y Madre tuya y de toda la santidad y perfección verdadera, no
tardes en imitarme y seguirme. No es posible que tú ni otra criatura llegue
a la perfección y alteza de mis obras, ni a esto te obliga el Señor, pero
muy posible es, con su divina gracia, que llenes tu vida con las obras de
virtud y santidad y que ocupes en ellas todo el tiempo y todas tus
potencias, añadiendo ejercicios santos a otros ejercicios, oraciones a
oraciones, peticiones a peticiones y virtudes a virtudes, sin que a ningún
tiempo, día y hora de tu vida le falte obra buena, como conoces que yo lo
hacía. Para esto, a unas obras añadía otras ocupaciones que tenía en el
gobierno de la Iglesia, celebraba tantas festividades con el modo y
disposición que has conocido y escrito. Y en acabando una, comenzaba a
prevenirme para otra, de manera que ni un instante de mi vida quedase vacío
de obras santas y agradables al Señor. Todos los hijos de la Iglesia, si
quieren pueden imitarme en esto, y tú lo debes hacer más que todos, que para
eso ordenó el Espíritu Santo las solemnidades y memoria de mi Hijo
santísimo, las mías y de otros santos que celebra la misma Iglesia.
695. En todas ellas quiero que te
señales mucho, como otras veces te lo dejo mandado, y en especial en los
misterios de la divinidad y humanidad de mi Hijo santísimo y en los de mi
vida y de mi gloria. Después de esto quiero que tengas singular veneración y
afecto a la naturaleza angélica, así por grande excelencia, santidad,
hermosura y ministerios, como por los grandes favores y beneficios que por
estos espíritus celestiales has recibido. Quiero que procures asimilarte a
ellos en la pureza de tu alma, en la alteza de los santos pensamientos, en
el incendio del amor y en vivir como si no tuvieras cuerpo terreno ni sus
pasiones. Ellos han de ser tus amigos y compañeros en tu peregrinación, para
que después lo sean en la patria. Con ellos ha de ser ahora tu conversación
y trato familiar, en que te manifestarán las condiciones y señales de tu
Esposo y te darán cierta noticia de sus perfecciones, te enseñarán los
caminos rectos de la justicia y de la paz, te defenderán del demonio, te
avisarán de sus engaños y en la ordinaria escuela de estos espíritus y
ministros del Altísimo aprenderás las leyes del amor divino. Los oye y los
obedece en todo.
CAPITULO 17
De Nuevo a Tapa
La embajada del Altísimo que tuvo María santísima por el
ángel san Gabriel de que la restaban tres años de vida y lo que sucedió con
este aviso del cielo a san Juan y a todas las criaturas de la naturaleza.
696. Para decir lo que me resta de los
últimos años de la vida de nuestra única y divina fénix María santísima,
justo es que el corazón y los ojos administren el licor con que deseo
escribir tan dulces, tan tiernas como sensibles maravillas. Quisiera
prevenir a los devotos corazones de los fieles que no las lean y consideren
como pasadas y ausentes, pues la virtud poderosa de la fe hace presentes las
verdades, y si de cerca las miramos con la debida piedad y devoción
cristiana, sin duda cogeremos el fruto suavísimo, sentiremos los efectos y
gozará nuestro corazón del bien que no alcanzaron nuestros ojos.
697. Llegó María santísima a la edad de
sesenta y siete años sin haber interrumpido la carrera y detenido el vuelo,
ni mitigado el incendio de su amor y merecimiento desde el primer instante
de su inmaculada concepción, pero habiendo crecido todo esto en todos los
momentos de su vida. Los inefables dones, beneficios y favores del Señor la
tenían toda deificada y espiritualizada; los afectos, los ardores y deseos
de su castísimo corazón no la dejaban descansar fuera del centro de su amor;
las prisiones de la carne la eran violentas; la inclinación y peso de la
misma divinidad, para unirla consigo con eterno y estrecho lazo, estaba, a
nuestro modo de entender, en lo sumo de la potencia; y la misma tierra,
indigna por los pecados de los mortales de tener en sí al tesoro de los
cielos, no podía ya conservarle más sin restituirle a su verdadero dueño. El
eterno Padre deseaba a su única y verdadera Hija, el Hijo a su amada y
dilectísima Madre y el Espíritu Santo deseaba los abrazos de su hermosísima
Esposa; los ángeles codiciaban la vista de su Reina, los santos de su gran
Señora y todos los cielos con voces mudas pedían a su moradora y Emperatriz
que los llenase de gloria, de su belleza y alegría. Sólo alegaban en favor
del mundo y de la Iglesia la necesidad que tenía de tal Madre y Maestra y la
caridad con que amaba el mismo Dios a los míseros hijos de Adán.
698. Pero como era inexcusable que
llegase el plazo y término de la carrera mortal de nuestra Reina, se
confirió, a nuestro entender, en el divino consistorio el orden de
glorificar a la beatísima Madre y se pesó el amor que a ella sola se le
debía, habiendo satisfecho a la misericordia con los hombres copiosamente en
los muchos años que la había tenido la Iglesia por Fundadora y Maestra.
Determinó el Altísimo entretenerla y consolarla, dándole aviso cierto de lo
que le restaba de vida, para que, asegurada del día y de la hora tan deseada
para ella, esperase alegre el término de su destierro. Para esto despachó la
beatísima Trinidad al santo arcángel Gabriel con otros muchos cortesanos de
las jerarquías celestiales que evangelizasen a su Reina cuándo y cómo se
cumpliría el plazo de su vida mortal y pasaría a la eterna.
699. Bajó el santo Príncipe con los
demás al oratorio de la gran Señora en el cenáculo de Jerusalén, donde la
hallaron postrada en tierra en forma de cruz, pidiendo misericordia por los
pecadores. Pero con la música y presencia de los santos ángeles se puso de
rodillas para oír y ver al embajador del cielo y a sus compañeros, que todos
con vestiduras blancas y refulgentes la rodearon con admirable agrado y
reverencia. Venían todos con coronas y palmas en las manos, cada una
diferente, pero todos representaban con inestimable precio y hermosura
diversos premios y glorias de su gran Reina y Señora. La saludó el santo
ángel con la salutación del Ave María y prosiguiendo dijo: Emperatriz y
Señora nuestra, el Omnipotente y Santo de los santos nos envía desde su
corte para que de parte suya os evangelicemos el término felicísimo de
vuestra peregrinación y destierro de la vida mortal. Ya, Señora, llegará
presto el día y la hora tan deseada, en que por medio de la muerte natural
recibiréis la posesión eterna de la inmortal vida que os espera en la
diestra y gloria de vuestro Hijo santísimo y nuestro Dios. Tres años
puntuales restan desde hoy para que seáis levantada y recibida en el gozo
interminable del Señor, donde todos sus moradores os esperan, codiciando
vuestra presencia.
700. Oyó María santísima esta embajada
con inefable júbilo de su purísimo y ardentísimo espíritu y postrándose de
nuevo en tierra respondió también como en la encarnación del Verbo: Ecce
ancilla Domini, fiat mihi secundum verbum tuum (Lc 1,38); aquí está la
esclava del Señor, hágase en mí según vuestra palabra. Pidió luego a los
santos ángeles y ministros del Altísimo la ayudasen a dar gracias por aquel
beneficio y nuevas de tanto gozo para Su Alteza. Comenzó la gran Madre y
respondieron los serafines y ángeles, alternando los versos de este cántico
por espacio de dos horas continuas. Y aunque por su naturaleza y dones
sobrenaturales son tan prestos, sabios y elegantes los espíritus angélicos,
con todo eso la divina Madre los excedía en todo a todos como Reina y Señora
a sus vasallos; porque en ella abundaba la sabiduría y gracia como en
Maestra y en ellos como discípulos. Acabado este cántico y humillándose de
nuevo encargó a los espíritus soberanos rogasen al Señor la preparase para
pasar de la vida mortal a la eterna y de su parte pidiesen lo mismo a los
demás ángeles y santos del cielo. La ofrecieron que en todo la obedecerían,
y con esto se despidió san Gabriel y se volvió al empíreo con toda su
compañía.
701. La gran Reina y Señora de todo el
universo quedó sola en su oratorio y entre lágrimas de humildad y júbilo se
postró en tierra y hablando con ella y abrazándola como a común madre de
todos, dijo estas palabras: Tierra, yo te doy las gracias que te debo.
porque sin merecerlo me has sustentado sesenta y siete años. Tú eres
criatura del Altísimo y por su voluntad me has conservado hasta ahora. Yo te
ruego que me ayudes en lo que me resta de ser tu moradora, para que así como
de ti y en ti fui criada, de ti y por ti llegue al fin deseado de la vista
de mi Hacedor. Se convirtió también a otras criaturas y hablando con ellas
dijo: Cielos, planetas, astros y elementos fabricados por la mano poderosa
de mi Amado, testigos fieles y predicadores de su grandeza y hermosura,
también os agradezco lo que vosotros y vuestras criaturas habéis obrado con
vuestras influencias y virtud en la conservación de mi vida; ayudadme, pues,
de nuevo desde hoy, que yo la mejoraré con el favor divino en el plazo que
falta a mi carrera, para ser agradecida a mi Criador y vuestro.
702. El día que sucedió esta embajada,
conforme a las palabras del arcángel, sería el mes de agosto, el que
correspondía tres años antes del glorioso tránsito de María santísima de que
hablaré adelante (Cf. infra n.742). Pero desde aquella hora que recibió este
aviso, de tal manera se inflamó de nuevo en la llama del amor divino y
multiplicó con más prolijidad todos los ejercicios, como si tuviera que
restaurar algo que por negligencia o menos fervor hubiera omitido hasta
aquel día. El caminante apresura el paso cuando se le acaba el día y le
falta mucha parte del camino; el trabajador y mercenario acrecientan las
fuerzas y el conato cuando llega la tarde y no se acaba la tarea. Pero
nuestra gran Reina, no por el temor de la noche ni por el riesgo de la
jornada, sino por el amor y deseos de la eterna luz, apresuraba el paso de
sus heroicas obras, no para llegar antes, sino para entrar más rica y
próspera en el perdurable gozo del Señor. Escribió luego a todos los
apóstoles y discípulos que andaban predicando para animarlos de nuevo en la
conversión del mundo y repitió más veces esta diligencia en aquellos tres
últimos años. Con los demás fieles que tenía presentes hizo mayores
demostraciones, exhortándolos y confirmándolos en la fe. Y aunque de todos
guardaba su secreto, pero las obras eran como de quien ya comenzaba a
despedirse y deseaba dejarlos a todos ricos y prósperos y llenos de
beneficios celestiales.
703. Con el evangelista san Juan
corrían diferentes razones que con los demás, porque le tenía por hijo y la
asistía y servía singularmente entre todos. Por esto le pareció a la gran
Señora darle noticia del aviso que tenía de su muerte y pasados algunos días
le habló, pidiéndole primero la bendición y licencia, y con ella le dijo: Ya
sabéis, hijo mío y mi señor, que entre las criaturas del Altísimo yo soy la
más deudora y obligada al rendimiento de su divina voluntad: y si todo lo
criado pende de ella, en mí se ha de cumplir enteramente su beneplácito por
tiempos y eternidad; y vosotros, hijo mío, debéis ayudarme en esto, como
quien conoce los títulos con que soy toda de mi Dios y Señor. Su dignación y
misericordia infinita me han manifestado que se llegará presto el término de
mi vida mortal para pasar a la eterna, y del día que recibí este aviso me
restan solo tres años en que se acabará mi destierro. Yo os suplico, señor
mío, me ayudéis en este breve tiempo para que yo trabaje en dar gracias al
Altísimo y algún retorno de los inmensos beneficios que de su liberalísimo
amor tengo recibidos. Orad por mí, como de lo íntimo de mi alma os lo
suplico.
704. Estas razones de la beatísima
Madre dividieron el corazón amoroso de san Juan y, sin que pudiese contener
el dolor y lágrimas, la respondió: Madre y Señora mía, a la voluntad del
Altísimo y la vuestra estoy rendido para obedecer en lo que me mandáis,
aunque mis méritos no llegan a mi obligación y deseos. Pero vosotros, Señora
y Madre piadosísima, amparad a este pobre hijo vuestro que se ha de ver solo
y huérfano sin vuestra deseable compañía. No pudo san Juan añadir más
razones, oprimido de los sollozos y lágrimas que le causaba su dolor. Y
aunque la dulcísima Reina le animó y consoló con suaves y eficaces razones,
con todo eso desde aquel día quedó el santo apóstol penetrado el corazón con
una flecha de dolor y tristeza que le debilitaba y volvía macilento; como
sucede a las flores que vivifica el sol y se les ausenta y esconde, que
habiéndole seguido y acompañado en su carrera, a la tarde se desmayan y
entristecen porque le pierden de vista. En este desconsuelo fueron piadosas
las promesas de la beatísima Madre, para que san Juan no desfalleciese en la
vida, asegurando que ella sería la Madre y Abogada con su Hijo santísimo.
Dio cuenta de este suceso el evangelista a Santiago el Menor, que como
obispo de Jerusalén asistía con él al servicio de la Emperatriz del mundo
como san Pedro lo había ordenado y dije en su lugar (Cf. supra n.230) y los
dos apóstoles quedaron prevenidos desde entonces y acompañaron con más
frecuencia a su Reina y Señora, especialmente el evangelista, que no se
podía alejar de su presencia.
705. Y corriendo el curso de estos tres
últimos años de la vida de nuestra Reina y Señora, ordenó el poder divino
con una oculta y suave fuerza que todo el resto de la naturaleza comenzara a
sentir el llanto y prevenir el luto para la muerte de la que con su vida
daba hermosura y perfección a todo lo criado. Los sagrados apóstoles, aunque
estaban derramados por el mundo, comenzaron a sentir un nuevo cuidado que
les llevaba la atención, con recelos de cuándo les faltaría su Maestra y
amparo, porque ya les dictaba la divina y oculta luz que no se podía dilatar
mucho este plazo inevitable. Los otros fieles moradores de Jerusalén y
vecinos de Palestina, reconocían en sí mismos como un secreto aviso de que
su tesoro y alegría no sería para largo tiempo. Los cielos, astros y
planetas perdieron mucho de su hermosura y alegría, como lo pierde el día
cuando se acerca la noche. Las aves del cielo hicieron singular demostración
de tristeza en los dos últimos años, porque gran multitud de ellas acudían
de ordinario donde estaba María santísima y, rodeando su oratorio con
extraordinarios vuelos y meneos, formaban en lugar de cánticos diversas
voces tristes, como quien se lamentaba y gemía con dolor, hasta que la misma
Señora las mandaba que alabasen a su Criador con sus cánticos naturales y
sonoros; y de esta maravilla fue testigo muchas veces san Juan, que las
acompañaba en sus lamentos. Y pocos días antes del tránsito de la divina
Madre concurrieron a ella innumerables avecillas, postrando sus cabecitas y
picos por el suelo y rompiendo sus pechos con gemidos, como quien
dolorosamente se despedía para siempre, y la pedían su última bendición.
706. Y no solas las aves del aire
hicieron este llanto, sino hasta los animales brutos de la tierra las
acompañaron en él. Porque saliendo la gran Reina del cielo un día a visitar
los sagrados Lugares de nuestra redención, como lo acostumbraba, llegando al
monte Calvario la rodearon muchas fieras silvestres que de diversos montes
habían venido a esperarla, y unas postrándose en tierra, otras humillando
las cervices y todas formando tristes gemidos, estuvieron algunas horas
manifestándola el dolor que sentían de que se ausentaba de la tierra donde
vivían la que reconocían por Señora y honra de todo el universo. Y la mayor
maravilla que sucedió en el general sentimiento y mudanza de todas las
criaturas fue que, por seis meses antes de la muerte de María santísima, el
sol, luna y estrellas dieron menos luz que hasta entonces habían dado a los
mortales y el día del dichoso tránsito se eclipsaron como sucedió en la
muerte del Redentor del mundo. Y aunque muchos hombres sabios y advertidos
notaron estas novedades y mudanza en los orbes celestes, todos ignoraban la
causa y sólo pudieron admirarse. Pero los apóstoles y discípulos que, como
diré adelante (Cf. infra n.735), asistieron a su dulcísima y feliz muerte,
conocieron entonces el sentimiento de toda la naturaleza insensible, que
dignamente anticipó su llanto, cuando la naturaleza humana y capaz de razón
no supo llorar la pérdida de su Reina, de su legítima Señora y su verdadera
hermosura y gloria. En las demás criaturas parece se cumplió la profecía de
Zacarías (Zac 12,10-12): que en aquel día lloraría la tierra y las familias
de la casa de Dios, una por una, cada cual por su parte, y sería este llanto
como el que sucedió en la muerte del Primogénito, sobre quien todos suelen
llorar. Y esto que dijo el Profeta del Unigénito del eterno Padre y
primogénito de María santísima, Cristo Jesús nuestro Salvador, también se
debía a la muerte de su Madre purísima respectivamente, como Primogénita y
Madre de la gracia y de la vida. Y como los vasallos fieles y siervos
reconocidos, no sólo en la muerte de su príncipe y su reina se visten de
luto, pero en su peligro se entristecen anticipando el dolor a la pérdida,
así las criaturas irracionales se adelantaron en el sentimiento y señales de
tristeza cuando se acercaba el tránsito de María santísima.
707. Sólo el evangelista las acompañaba
en este dolor y fue el primero y el que solo sintió sobre todos los demás
esta pérdida, sin poderlo disimular ni ocultar de las personas que más
familiarmente le trataban en la casa del cenáculo. Algunas de aquella
familia, especialmente dos doncellas, hijas del dueño de la casa, que
asistían mucho a la Reina del mundo y la servían; estas personas y algunas
otras muy devotas advirtieron en la tristeza del apóstol san Juan y
repetidas veces llegaron a verle derramar muchas lágrimas. Y como conocían
la igualdad tan apacible y continua del santo, les pareció que aquella
novedad suponía algún suceso de mucho cuidado, y con piadoso deseo llegaron
algunas veces a preguntarle con instancia la causa de su nueva tristeza,
para servirle en lo que fuera posible. El santo apóstol disimulaba su dolor
y ocultó muchos días la causa de él, pero, no sin dispensación divina, con
las importunaciones de sus devotos les manifestó que se acercaba el dichoso
tránsito de su Madre y Señora; con este título nombraba el evangelista en
ausencia a María santísima.
708. Por este medio se comenzó a
divulgar y llorar, algún tiempo antes que sucediese, este trabajo que
amenazaba a la Iglesia entre algunos más familiares de la gran Reina, porque
ninguno de los que llegaron a entenderlo se pudo contener en sus lágrimas y
tristeza tan irreparable. Y desde entonces frecuentaban mucho más la
asistencia y visitas de María santísima, arrojándose a sus pies, besando el
suelo donde hollaban sus sagradas plantas; pidiéndola los bendijese y
llevase tras de sí y no los olvidase en la gloria del Señor, a donde consigo
se llevaba todos los corazones de sus siervos. Fue gran misericordia y
providencia del Señor, que muchos fieles de la primitiva Iglesia tuviesen
esta noticia tan anticipada de la muerte de su Reina; porque no envía
trabajos ni males al pueblo que primero no los manifieste a sus siervos,
como lo aseguró por su profeta Amós (Am 3,7); y aunque esta tribulación era
inexcusable para los fieles de aquel siglo, pero ordenó la divina clemencia
que en cuanto era posible recompensase la primitiva Iglesia esta pérdida de
su Madre y Maestra, obligándola con sus lágrimas y dolor para que en aquel
espacio de tiempo que le restaba de su vida los favoreciese y enriqueciese
con los tesoros de la divina gracia, que como Señora de todos les podía
distribuir para consolarlos en su despedida, como en efecto sucedió; porque
las maternales entrañas de la beatísima Señora se conmovieron a esta
extremada piedad con las lágrimas de aquellos fieles, y para ellos y todo el
resto de la Iglesia alcanzó en los últimos días de su vida nuevos beneficios
y misericordias de su Hijo santísimo; y por no privar de estos favores a la
Iglesia, no quiso el Señor quitarles de improviso a la divina Madre, en
quien tenían amparo, consuelo, alegría, remedio en las necesidades, alivio
en los trabajos, consejo en las dudas, salud en las enfermedades, socorro en
las aflicciones y todos los bienes juntos.
709. En ningún tiempo ni ocasión se
halló frustrada la esperanza de los que en la gran Madre de la gracia la
buscaron. Siempre remedió y socorrió a todos cuantos no resistieron a su
amorosa clemencia; pero en los últimos dos años de su vida, ni se pueden
contar ni ponderar las maravillas que hizo en beneficio de los mortales, por
el gran concurso que de todo género de gentes la frecuentaban. A todos los
enfermos que se le pusieron presentes dio salud de cuerpo y alma, convirtió
muchos a la verdad evangélica, trajo innumerables almas al estado de la
gracia sacándolas de pecado. Remedió grandes necesidades de los pobres; a
unos dándoles lo que tenía y lo que la ofrecían, a otros socorriéndolos por
medio milagroso. Confirmaba a todos en el temor de Dios, en la fe y
obediencia de la Iglesia santa y, como Señora y Tesorera única de las
riquezas de la divinidad y de la vida y muerte de su Hijo santísimo, quiso
franquearlas con liberal misericordia antes de su muerte, para dejar
enriquecidos a los hijos de quien se ausentaba como fieles de la Iglesia, y
sobre todo esto los consoló y animó con las promesas de lo que hoy nos
favorece a la diestra de su Hijo.
Doctrina que me dio la Reina de los ángeles.
710. Hija mía, para que se entendiera
el júbilo que causó en mi alma el aviso del Señor, de que se llegaba el
término de mi vida mortal, era necesario conocer el deseo y fuerza de mi
amor para llegar a verle y gozarle eternamente en la gloria que me tenía
preparada. Todo este sacramento excede a la capacidad humana, y lo que
pudieran alcanzar de él para su consuelo los hijos de la Iglesia no lo
merecen ni se hacen capaces, porque no se aplican a la luz interior y a
purificar sus conciencias para recibirlas. Contigo hemos sido liberales mi
Hijo santísimo y yo en esta misericordia y en otras y te aseguro, carísima,
que serán muy dichosos los ojos que vieren lo que has visto (Lc 10,24 (A.))
y oyeren lo que has oído. Guarda tu tesoro y no le pierdas, trabaja con
todas tus fuerzas para lograr el fruto de esta ciencia y de mi doctrina. Y
quiero de ti que una parte de ella sea imitarme en disponerte desde luego
para la hora de tu muerte; pues cuando tuvieras de ella alguna certeza,
cualquiera plazo te debiera parecer muy corto para asegurar el negocio que
en ella se ha de resolver de la gloria o pena eterna. Ninguna de las
criaturas racionales tuvo tan seguro el premio como yo y, con ser esta
verdad tan infalible, se me dio tres años antes el aviso de mi muerte; y con
todo eso, has conocido que me dispuse y preparé, como criatura mortal y
terrena, con el temor santo que se debe tener en aquella hora. Y en esto
hice lo que me tocaba en cuanto era mortal y Maestra de la Iglesia, donde
daba ejemplo de lo que los demás fieles deben hacer como mortales y más
necesitados de esta prevención para no caer en la condenación eterna.
711. Entre los absurdos y falacias que
los demonios han introducido en el mundo, ninguno es mayor ni más pernicioso
que olvidar la hora de la muerte y lo que en el justo juicio del riguroso
Juez les ha de suceder. Considera, hija mía, que por esta puerta entró el
pecado en el mundo, pues a la primera mujer lo principal que le pretendió
persuadir la serpiente fue que no moriría (Gen 3,4 (A.)) ni tratase de esto.
Y con aquel engaño continuado son infinitos los necios que viven sin esta
memoria y mueren como olvidados de la suerte infeliz que les espera. Para
que a ti no te alcance esta perversidad humana, desde luego te da por
avisada que has de morir inexcusablemente, que has recibido mucho y pagado
poco, que la cuenta será tanto más rígida cuanto el supremo Juez ha sido más
liberal con los dones y talentos que te ha dado y en la espera que ha
tenido. No quiero de ti más ni tampoco menos de lo que debes a tu Señor y
Esposo, que es obrar siempre lo mejor en todo lugar, tiempo y ocasión, sin
admitir descuido, intervalo ni olvido.
712. Y si como flaca tuvieres alguna
omisión o negligencia, no caiga el sol ni se pase el día sin dolerte y
confesarte, si puedes, como para la última cuenta. Y proponiendo la
enmienda, aunque sea levísima culpa, comenzarás a trabajar con nuevos
fervores y cuidados, como a quien se le acaba el tiempo de conseguir tan
ardua y trabajosa empresa, cual es la gloria y felicidad eterna y no caer en
la muerte y tormentos sin fin. Este ha de ser el continuo empleo de todas
tus potencias y sentidos, para que tu esperanza sea cierta (2 Cor 1,7) y con
alegría, para que no trabajes en vano (Flp 2,16) ni corras a lo incierto (1
Cor 9,26 (A.)), como corren los que se contentan con algunas obras buenas y
cometen muchas reprensibles y feas. Estos no pueden caminar con seguridad y
gozo interior de la esperanza, porque la misma conciencia los desconfía y
entristece, si no es cuando viven olvidados y con estulta alegría de la
carne. Para llenar tú todas tus obras continúa los ejercicios que te he
enseñado y también el que acostumbras de la muerte, con todas las oraciones,
postraciones y recomendaciones del alma que sueles hacer. Y luego
mentalmente recibe el viático como quien está de partida para la otra vida y
despídete de la presente olvidando todo cuanto hay en ella. Enciende tu
corazón con deseos de ver a Dios y sube hasta su presencia, donde ha de ser
tu morada y ahora tu conversación (Flp 3,20).
CAPITULO 18
De Nuevo a Tapa
Cómo crecieron en los últimos días de María santísima los
vuelos y deseos de ver a Dios, se despide de los lugares santos y de la
Iglesia católica, ordena su testamento asistiéndola la santísima Trinidad.
713. Más pobre de razones y palabras me
hallo en la mayor necesidad para decir algo del estado a donde llegó el amor
de María santísima en los últimos días de su vida, los ímpetus y vuelos de
su purísimo espíritu, los deseos y ansias incomparables de llegar al
estrecho abrazo de la divinidad. No hallo símil ajustado en toda la
naturaleza, y si alguno puede servir para mi intento es el elemento del
fuego, por la correspondencia que tiene con el amor. Admirable es la
actividad y fuerza de este elemento sobre todos, ninguno es más impaciente
que él para sufrir las prisiones, porque o muere con ellas, o las quebranta
para volar con suma ligereza a su propia esfera. Si se halla encarcelado en
las entrañas de la tierra, la rompe, divide los montes, arranca los peñascos
y con suma violencia los arroja o los lleva delante de su cara, hasta donde
les dura el ímpetu que les imprime. Y aunque la cárcel sea de bronce, si no
la rompe, a lo menos abre sus puertas con espantosa violencia y terror de
los que están vecinos y por ellas despide el globo de metal que le impedía
con tanta violencia, como lo enseña la experiencia. Tal es la condición de
esta insensible criatura.
714. Pero si en el corazón de María
santísima estaba en su punto el elemento del fuego del amor divino, que no
puedo explicar con otros términos, claro está que los efectos
corresponderían a la causa y no serían aquellos más admirables en el orden
de la naturaleza que éstos en el de la gracia, y tan inmensa gracia. Siempre
nuestra gran Reina fue peregrina del mundo en el cuerpo mortal y fénix única
en la tierra, pero cuando estaba ya de partida para el cielo y asegurada del
feliz término de su peregrinación, aunque el virginal cuerpo se tenía en la
tierra, la llama de su purísimo espíritu con velocísimos vuelos se levantaba
hasta su esfera, que era la misma divinidad. No podía tenerse ni contener
los ímpetus del corazón, ni parecía árbitra de sus movimientos interiores,
ni que tenía dominio de voluntad sobre ellos; porque toda su libertad había
entregado al imperio del amor y a los deseos de la posesión que la esperaba
del sumo bien, en que vivía transformada y olvidada de la mortalidad
terrena. No rompía estas prisiones porque, más milagrosa que naturalmente,
se las conservaban; ni levantaba consigo el cuerpo mortal nuestra gran Reina
fue peregrina del mundo en el cuerpo mortal y pesado, porque tampoco era
llegado el plazo, aunque la fuerza del espíritu y del amor pudiera
arrebatarle tras de sí mismo. Pero en esta dulce y contenciosa lucha le
suspendía todas las operaciones vitales de la naturaleza, de manera que de
aquella alma tan deificada sólo parece que recibía la vida del amor divino
y, para no consumir la natural, era necesario el conservarla milagrosamente
y que interviniera otra causa superior que la vivificase porque cada
instante no se resolviese.
715. La sucedió muchas veces en estos
últimos días que, para dar algún ensanche a estas violencias, retirada a
solas rompía el silencio para que no se le dividiese el pecho y hablando con
el Señor decía: Amor mío dulcísimo, bien y tesoro de mi alma, llevadme ya
tras el olor de vuestros ungüentos (Cant 1,3) que habéis dado a gustar a
esta vuestra sierva y Madre peregrina en el mundo. Mi voluntad toda siempre
estuvo empleada en vos, que sois suma verdad y verdadero bien mío, nunca
supo amar fuera de vos alguna cosa ¡Oh única esperanza y gloria mía! no se
detenga mi carrera, no se alargue el plazo de mi deseada libertad. Soltad ya
las prisiones de la mortalidad que me detienen, cúmplase ya el término,
llegue al fin donde camino desde el primer instante que recibí de vos el ser
que tengo. Mi habitación se ha prolongado entre los moradores de Cedar (Sal
119,5 (A.)) pero toda la fuerza de mi alma y sus potencias miran al sol que
les da vida, siguen al norte fijo que les encamina y desfallecen sin la
posesión del bien que esperan. Oh espíritus soberanos, por la nobílisima
condición de vuestra espiritual y angélica naturaleza, por la dicha que
gozáis de la vista y hermosura de mi amado, de quien jamás carecéis, os pido
os lastiméis de mí, amigos míos. Doleos de esta peregrina entre los hijos de
Adán, cautiva en las prisiones de la carne. Decid a vuestro Dueño y mío la
causa de mi dolencia, que no ignora; decidle que por su agrado abrazo el
padecer en mi destierro, y así lo quiero; mas no puedo querer vivir en mí, y
si vivo en él para vivir, ¿cómo podré vivir en ausencia de mi vida? Dámela
el amor y me la quita. No puede vivir sin amor la vida, pues ¿cómo viviré
sin la vida que sólo amo? En esta dulce violencia desfallezco; referid me
siquiera las condiciones de mi Amado, que con estas flores aromáticas se
confortarán los deliquio s de mi impaciente amor.
716. Con estas razones y otras más
sentidas acompañaba la beatísima Madre los fuegos de su inflamado espíritu,
con admiración y gozo de los santos ángeles que la asistían y servían. Y
como inteligencias tan atentas y llenas de la divina ciencia, en una ocasión
de éstas la respondieron a sus deseos con las razones siguientes: Reina y
Señora nuestra, si de nuevo queréis oír las. señas que de vuestro amado
conocemos, sabed que es la misma hermosura y encierra en sí todas las
perfecciones que exceden al deseo. Es amable sin defecto, deleitable sin
igual, agradable sin sospecha. En sabiduría inestimable, en bondad sin
medida, en potencia sin término, en el ser inmenso, en la grandeza
incomparable, en la majestad inaccesible, y todo lo que en sí contiene de
perfecciones es infinito. En sus juicios terrible, en sus consejos
inescrutable, en la justicia rectísimo, en pensamientos secretísimo, en sus
palabras verdadero, en las obras santo y en misericordias rico. Ni el
espacio le viene ancho, ni la estrechez le limita, ni lo triste le turba, ni
lo alegre le altera, ni en la sabiduría se engaña, ni en la voluntad se
muda, ni la abundancia le sobra, ni la necesidad le mengua, no le añade la
memoria, ni el olvido le quita, ni lo que ya fue se le pasó, ni lo futuro le
sucede. No le dio el principio origen a su ser, ni el tiempo le dará fin.
Sin tener causa que le diese principio, le dio a todas las cosas, no porque
necesitase alguna, pero todas necesitan de su participación; consérvalas sin
trabajo, gobiérnalas sin confusión. Quien le sigue no anda en tinieblas,
quien le conoce es dichoso, quien le ama y le granjea es bienaventurado;
porque a sus amigos los engrandece y al fin los glorifica con su eterna
vista y compañía. Este es, Señora, el bien que vos amáis y de cuyos abrazos
con mucha brevedad gozaréis para no dejarle por toda su eternidad. Hasta
aquí le dijeron los ángeles.
717. Se repetían estos coloquios
frecuentemente entre la gran Reina y sus ministros; pero como al sediento de
una ardiente fiebre no le aplacan la sed, antes la encienden las pequeñas
gotas de agua, tampoco mitigaban la llama del divino amor estos fomentos en
la amantísima Madre, porque renovaba en su pecho la causa de su dolencia. Y
aunque en estos últimos días de su vida se continuaban los favores que
arriba dejo escritos (Cf. supra n.615ss), de las festividades que celebraba
y los que recibía todos los domingos y otros muchos que no es posible
referirlos, con todo eso, para entretenerla y alentarla entre estas congojas
amorosas, la visitaba su Hijo santísimo personalmente con más frecuencia que
hasta entonces. Y en estas visitas la recreaba y confortaba con admirables
favores y caricias, y de nuevo la aseguraba que sería breve su destierro,
que la llevaría a su diestra, donde por el Padre y Espíritu Santo sería
colocada en su real trono y absorta en el abismo de su divinidad, y sería
nuevo gozo de los santos, que todos la esperaban y deseaban. Y en estas
ocasiones multiplicaba la piadosa Madre las peticiones y oraciones por la
santa Iglesia y por los apóstoles y discípulos y todos los ministros que en
los futuros siglos la servirían en la predicación del evangelio y conversión
del mundo, y para que todos los mortales le admitiesen y llegasen al
conocimiento de la vida eterna.
718. Entre las maravillas que hizo el
Señor con la beatísima Madre en estos últimos años, una fue manifiesta, no
sólo al evangelista san Juan, sino a muchos fieles. Y esto fue que, cuando
comulgada, la gran Señora quedaba por algunas horas llena de resplandores y
claridad tan admirable que parecía estar transfigurada y con dotes de
gloria. Y este efecto le comunicaba el sagrado cuerpo de su Hijo santísimo
que, como arriba dije (Cf. supra n.607), se le manifestaba transfigurado y
más glorioso que en el monte Tabor. Y a todos los que así la miraban dejaba
llenos de gozo y efectos tan divinos, que más podían sentirlos que
declararlos.
719. Determinó la piadosa Reina
despedirse de los Lugares Santos antes de su partida para el cielo y
pidiendo licencia a san Juan salió de casa en su compañía y de los mil
ángeles que la asistían. Y aunque estos soberanos príncipes siempre la
sirvieron y acompañaron en todos sus caminos, ocupaciones y jornadas, sin
haberla dejado un punto sola desde el primer instante de su nacimiento, pero
en esta ocasión se le manifestaron con mayor hermosura y refulgencia, como
quienes participaban entonces nuevo gozo de que estaban ya de camino. Y
despidiéndose la divina Princesa de las ocupaciones humanas para caminar a
la propia y verdadera patria, visitó todos los Lugares de nuestra redención,
despidiéndose de cada uno con abundantes y dulces lágrimas, con memorias
lastimosas de lo que padeció su Hijo y fervientes operaciones y admirables
efectos, con clamores y peticiones por todos los fieles de que llegasen con
devoción y veneración a aquellos sagrados Lugares por todos los futuros
siglos de la Iglesia. En el monte Calvario se detuvo más tiempo, pidiendo a
su Hijo santísimo la eficacia de la muerte y redención que obró en aquel
lugar para todas las almas redimidas. Y en esta oración se encendió tanto en
el ardor de su inefable caridad, que consumiera allí la vida si no fuera
preservada por la virtud divina.
720. Descendió luego del cielo en
persona su Hijo santísimo y se le manifestó en aquel lugar donde había
muerto. Y respondiendo a sus peticiones la dijo: Madre mía y paloma mía
dilectísima y coadjutora en la obra de la redención humana, vuestros deseos
y peticiones han llegado a mis oídos y corazón; yo os prometo que seré
liberalísimo con los hombres, y les daré de mi gracia continuos auxilios y
favores, para que con su voluntad libre merezcan en virtud de mi sangre la
gloria que les tengo prevenida, si ellos mismos no la despreciaren. En el
cielo seréis su medianera y abogada, y a todos los que granjearen vuestra
intercesión llenaré de mis tesoros y misericordias infinitas. Esta promesa
renovó Cristo nuestro Salvador en el mismo lugar que nos redimió. Y la
beatísima Madre postrada a sus pies le dio gracias por ello y le pidió que
en aquel mismo lugar consagrado con su preciosa sangre y muerte le diese su
última bendición. Se le dio Su Majestad y la ratificó su real palabra en
todo lo que había prometido y se volvió a la diestra de su eterno Padre.
Quedó María santísima confortada en sus congojas amorosas y prosiguiendo con
su religiosa piedad besó la tierra del Calvario y la adoró, diciendo: Tierra
santa y lugar sagrado, desde el cielo te miraré con la veneración que te
debo en aquella luz que todo lo manifiesta en su misma fuente y origen, de
donde salió el Verbo divino que en carne mortal os enriqueció. Luego encargó
de nuevo a los santos ángeles que asisten en custodia de aquellos sagrados
Lugares que ayudasen con inspiraciones santas a los fieles que con
veneración los visitasen, para que conociesen y estimasen el admirable
beneficio de la redención que se había obrado en ellos. Les encomendó
también la defensa de aquellos santuarios. Y si la temeridad y pecados de
los hombres no hubieran desmerecido este favor, sin duda los santos ángeles
les hubieran defendido para que los infieles y paganos no los profanaran, y
en muchas cosas los defienden hasta el día de hoy.
721. Les pidió también la Reina a los
mismos ángeles de los Santos Lugares y al evangelista que todos la diesen
allí la bendición en esta última despedida, y con esto se volvió a su
oratorio llena de lágrimas y cariño de lo que tan tiernamente amaba en la
tierra. Se postró luego y pegó su rostro con el polvo, donde hizo otra
prolija y fervorosísima oración por la Iglesia; y perseveró en ella hasta
que por la visión abstractiva de la divinidad la dio el Señor respuesta de
que sus peticiones eran oídas y concedidas en el tribunal de su clemencia. Y
para dar en todo la plenitud de santidad a sus obras, pidió licencia al
Señor para despedirse de la santa Iglesia y dijo: Altísimo y sumo bien mío,
Redentor del mundo, cabeza de los santos y predestinados, justificador y
glorificador de las almas, hija soy de la santa Iglesia, adquirida y
plantada con vuestra sangre; dadme, Señor, licencia para que de tan piadosa
Madre me despida y de todos los hermanos hijos vuestros que en ella tengo.
Conoció en esto el beneplácito de su Hijo y con él se convirtió al cuerpo de
la santa Iglesia, hablándola con dulces lágrimas en esta forma:
722. Iglesia santa y católica, que en
los futuros siglos te llamarás romana, madre y señora mía, tesoro verdadero
de mi alma, tú has sido el consuelo único de mi destierro; tú el refugio y
alivio de mis trabajos; tú mi recreo, mi alegría, mi esperanza; tú me has
conservado en mi carrera; en ti he vivido peregrina de mi patria; y tú me
has sustentado después que recibí en ti el ser de gracia, por tu cabeza y
mía, Cristo Jesús, mi Hijo y mi Señor. En ti están los tesoros y riquezas de
sus merecimientos infinitos. Tú eres para sus fieles hijos el tránsito
seguro de la tierra prometida y tú les aseguras su peligrosa y difícil
peregrinación. Tú eres la señora de las gentes, a quien todos deben
reverencia; en ti son joyas ricas de inestimable precio las angustias, los
trabajos, las afrentas, los sudores, los tormentos, la cruz, la muerte;
todos consagrados con la de mi Señor, tu Padre, tu Maestro y tu cabeza, y
reservadas para sus mayores siervos y carísimos amigos. Tú me has adornado y
enriquecido con tus preseas para entrar en las bodas del Esposo; tú me has
enriquecido y prosperado y regalado, y tienes en ti misma a tu Autor
sacramentado. Dichosa madre, Iglesia mía militante, rica estás y abundante
de tesoros. En ti tuve siempre todo mi corazón y mis cuidados; pero ya es
tiempo de partir y despedirme de tu dulce compañía, para llegar al fin de mi
carrera. Aplícame la eficacia de tantos bienes, báñame copiosamente con el
licor sagrado de la sangre del Cordero en ti depositada, y poderosa para
santificar a muchos mundos. Yo quisiera a costa de mil vidas hacer tuyas a
todas las naciones y generaciones de los mortales, para que gozaran tus
tesoros. Iglesia mía, honra y gloria mía, ya te dejo en la vida mortal, mas
en la eterna te hallaré gozosa en aquel ser donde se encierra todo. De allá
te miraré con cariño y pediré siempre tus aumentos y todos tus aciertos y
progresos.
723. Esta fue la despedida que hizo
María santísima del cuerpo místico de la santa Iglesia católica romana,
madre de los fieles, para enseñarles, cuando llegare a su noticia, la
veneración y amor y aprecio en que la tenía, testificándolo con tan dulces
lágrimas y caricias. Después de esta despedida determinó la gran Señora,
como Madre de la sabiduría, disponer su testamento y última voluntad. y
manifestando al Señor este prudentísimo deseo, Su Majestad mismo quiso
autorizarle con su real presencia. Para esto descendió la beatísima Trinidad
al oratorio de su Hija y Esposa, con millares de ángeles que asistían al
trono de la divinidad, y luego que la religiosa Reina adoró al ser de Dios
infinito, salió una voz del trono que la decía: Esposa y escogida nuestra,
ordena tu postrimera voluntad corno lo deseas, que toda la cumpliremos y
confirmaremos con nuestro poder infinito. Se detuvo un poco la prudentísima
Madre en su profunda humildad, porque deseaba saber primero la voluntad del
Altísimo antes que manifestara la suya propia. Y el mismo Señor la respondió
a este deseo y encogimiento; y la persona del Padre la dijo: Hija mía, tu
voluntad será de mi beneplácito y agrado, no carezcas del mérito de tus
obras en ordenar tu alma para la partida de la vida mortal, que yo satisfaré
a tus deseos. Lo mismo confirmaron el Hijo y el Espíritu Santo. Y con estas
promesas ordenó María santísima su testamento en esta forma:
724. Altísimo Señor y Dios eterno, yo
vil gusanillo de la tierra os confieso y adoro con toda reverencia de lo
íntimo de mi alma, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas en
un mismo ser indiviso y eterno, una sustancia, una majestad infinita en
atributos y perfecciones. Yo os confieso por único, verdadero, solo Criador
y Conservador de todo lo que tiene ser. Y en vuestra real presencia declaro
y digo que mi última voluntad es ésta: De los bienes de la vida mortal y del
mundo en que vivo nada tengo que dejar, porque jamás poseí ni amé otra cosa
fuera de vos, que sois mi bien y todas mis cosas. A los cielos, astros,
estrellas y planetas, a los elementos y todas sus criaturas les doy las
gracias, porque obedeciendo a vuestra voluntad me han sustentado sin
merecerlo, y con afecto de mi alma desee y les pido os sirvan y alaben en
los oficios y ministerios que les habéis ordenado y que sustenten y
beneficien a mis hermanos los hombres. Y para que mejor lo hagan, renuncio y
traspaso a los mismos hombres la posesión y, en cuanto es posible, el
dominio que Vuestra Majestad me tenía dado de todas estas criaturas
irracionales, para que sirvan a mis prójimos y los sustenten. Dos túnicas y
un manto, de que he usado para cubrirme, dejaré a Juan para que disponga de
ellas, pues le tengo en lugar de hijo. Mi cuerpo, pido a la tierra le reciba
en obsequio vuestro, pues ella es madre común y os sirve como hechura
vuestra. Mi alma despojada del cuerpo y de todo lo visible entrego, Dios
mío, en vuestras manos, para que os ame y magnifique por toda vuestra
eternidad. Mis merecimientos y los tesoros que con vuestra gracia divina y
mis obras y trabajos he adquirido, de todos dejo por universal heredera a la
santa Iglesia, mi madre y mi señora, y con licencia vuestra los deposito, y
quisiera que fueran muchos más. Y deseo que en primer lugar, sean para
exaltación de vuestro santo nombre y para que siempre se haga vuestra
voluntad santa en la tierra como en el cielo y todas las naciones vengan a
vuestro conocimiento, amor, culto y veneración de verdadero Dios.
725. En segundo lugar, los ofrezco por
mis señores los apóstoles y sacerdotes, presentes y futuros, para que
vuestra inefable clemencia los haga idóneos ministros de su oficio y estado,
con toda sabiduría, virtud y santidad, con que edifiquen y santifiquen a las
almas redimidas con vuestra sangre. En tercer lugar, las aplico para bien
espiritual de mis devotos que me sirvieren, invocaren y llamaren, para que
reciban vuestra gracia y protección y después la eterna vida. Y en cuarto
lugar, deseo que os obliguéis de mis trabajos y servicios por todos los
pecadores hijos de Adán, para que salgan del infeliz estado de la culpa. Y
desde esta hora propongo y quiero pedir siempre por ellos en vuestra divina
presencia, mientras durare el mundo. Esta es, Señor y Dios mío, mi última
voluntad rendida siempre a la vuestra. Concluyó la Reina este testamento y
la santísima Trinidad le confirmó y aprobó y Cristo nuestro Redentor, como
autorizándole en todo, le firmó escribiendo en el corazón de su Madre estas
palabras: Hágase como lo queréis y ordenáis.
726. Cuando los hijos de Adán, en
especial los que nacemos en la ley de gracia, no tuviéramos otra obligación
a María santísima más que de habernos dejado herederos de sus inmensos
merecimientos y de todo lo que contiene su breve y misterioso testamento, no
podíamos desempeñarnos de esta deuda aunque en su retorno ofreciéramos la
vida con todos los tormentos de los esforzados mártires y santos. No hago
comparación, porque no la hay, con los infinitos merecimientos y tesoros que
Cristo nuestro Salvador nos dejó en la Iglesia. Pero ¿qué disculpa o qué
descargo tendrán los réprobos, cuando ni de unos ni de otros se
aprovecharon? Todo los despreciaron, olvidaron y perdieron. ¿Qué tormento y
despecho será el suyo cuando sin remedio conozcan que perdieron para siempre
tantos beneficios y tesoros por un deleite momentáneo? Confiesen la justicia
y rectitud con que digna y justísimamente son castigados y arrojados de la
cara del Señor y de su Madre piadosísima, a quien con temeridad estulta
desprecian.
727. Luego que la gran Reina ordenó su
testamento, dio gracias al Omnipotente y pidió licencia para hacerle otra
petición; y con ella añadió y dijo: Clementísima Señor mío y Padre de las
misericordias, si fuere de vuestra gloria y beneplácito, desea mi alma que
para su tránsito se hallen presentes los apóstoles, mis señores y ungidos
vuestros, con los otros discípulos, para que oren por mí y con su bendición
parta yo de esta vida para la eterna. A esta petición la respondió su Hijo
santísimo: Madre mía amantísima, ya vienen mis apóstoles a vuestra presencia
y los que están cerca llegarán con brevedad, y por los demás que están muy
lejos enviaré a mis ángeles que los traigan; porque mi voluntad es que
asistan todos a vuestro glorioso tránsito para consuelo vuestro y el suyo,
en veros partir a mis eternas moradas, y para lo que fuere de mayor gloria
mía y vuestra. Este nuevo favor y los demás agradeció María santísima
postrada en tierra; con que las divinas Personas se volvieron al cielo
empíreo.
Doctrina que me dio la Reina de los ángeles María santísima.
728. Hija mía, por lo que admiras de la
estimación que yo hice de la santa Iglesia y del amor grande que la tuve,
quiero ayudar más a tus afectos para que tú también concibas de ella nuevo
aprecio y veneración. No puedes entender en carne mortal lo que por mi
interior pasaba mirando a la santa Iglesia. Y sobre lo que has conocido
entenderás más, si ponderas las causas que movían mi corazón. Estas fueron
el amor y obras de mi Hijo santísimo con la misma Iglesia, y ellas han de
ser tu meditación de día y de noche, pues en lo que hizo Su Majestad por la
Iglesia conocerás el amor que la tuvo. Para ser su cabeza en este mundo y
siempre de los predestinados, descendió del seno del eterno Padre y tomó
carne humana en mis entrañas. Para recobrar a sus hijos perdidos por el
primer pecado de Adán, tomó carne mortal y pasible. Para dejar el ejemplar
de su inculpable vida y la doctrina verdadera y saludable, vivió y conversó
con los hombres treinta y tres años. Para redimirlos con efecto y merecer
infinitos bienes de gracia y gloria, que no podían merecer los fieles,
padeció durísima pasión, derramó su sangre y admitió la muerte dolorosa y
afrentosa de la cruz. Para que de su sagrado cuerpo ya difunto saliera
misteriosamente la Iglesia, se le dejó romper con la lanza.
729. Y porque el eterno Padre se
complació tanto de su vida, pasión y muerte, ordenó el mismo Redentor en la
Iglesia el sacrificio de su cuerpo y sangre, en que se renovase su memoria y
los fieles le ofreciesen para aplacar y satisfacer a la divina Justicia; y
junto con esto se quedase sacramentado perpetuamente en la Iglesia para
alimento espiritual de sus hijos y que tuviesen consigo la misma fuente de
la gracia, viático y prenda cierta de la vida eterna. Sobre todo esto, envió
sobre la Iglesia al Espíritu Santo, que la llenase de sus dones y sabiduría,
prometiéndosele para que siempre la encaminase y gobernase sin errores, sin
sospecha y sin peligro. La enriqueció con todos los merecimientos de su
pasión, vida y muerte, aplicándoselos por medio de los sacramentos,
ordenando todos los que eran necesarios para los hombres, desde que nacen
hasta que mueren, para lavarse de los pecados y ayudarse a perseverar en su
gracia y defenderse de los demonios y vencerlos con las armas de la Iglesia,
y para quebrantar las propias y naturales pasiones, dejando ministros
proporcionados y convenientes para todo. Se comunica en la Iglesia militante
familiarmente con las almas santas, las hace participantes de sus ocultos y
secretos favores, obra milagros y maravillas por ellas y, cuando conviene
para su gloria, se obliga de sus obras, oye sus peticiones por sí misma y
por otras, para que en la Iglesia, se conserve la comunión de los santos.
730. Dejó en ella otra fuente de luz y
de verdad que son los santos evangelios y las sagradas Escrituras dictadas
por el Espíritu Santo, las determinaciones de los sagrados concilios, las
tradiciones ciertas y antiguas. Envió a sus tiempos oportunos doctores
santos llenos de sabiduría, la dio maestros y varones doctos, predicadores y
ministros en abundancia. La ilustró con admirables santos, la hermoseó con
variedad de religiones donde se conserve y profese la vida perfecta y
apostólica, gobiérnala con muchos prelados y dignidades. Y para que todo
fuese con orden y concierto. puso en ella una cabeza superior, que es el
Pontífice romano, vicario suyo con plenitud suprema y divina potestad, como
cabeza de este cuerpo místico y hermosísimo, y le defiende y guarda hasta el
fin del mundo contra las potestades de la tierra y del infierno. Y entre
todos estos beneficios que hizo y hace a su amada la Iglesia, no fue el
menor dejarme a mí en ella, después de su admirable ascensión a los cielos,
para que la gobernase y plantase con mis merecimientos y presencia. Desde
entonces y para siempre tengo por mía esta Iglesia, el Muy Alto me hizo esta
donación y me mandó cuidase de ella como su Madre y Señora.
731. Estos son, carísima, los grandes
títulos y motivos que yo tuve y los que ahora tengo para el amor que en mí
has conocido con la santa Iglesia, y los que yo quiero que despierten y
enciendan tu corazón para imitarme en todo lo que te toca como mi discípula,
hija mía y de la misma Iglesia. La ama, la respeta y la estima con todo tu
corazón, goza de sus tesoros, logra las riquezas del cielo, que con su mismo
Autor están depositadas en la Iglesia. Procura unirla contigo y a ti con
ella, pues en ella tienes refugio y remedio, consuelo en tus trabajos,
esperanza en tu destierro, luz y verdad que te encamina entre las tinieblas
del mundo. Por esta Iglesia santa quiero que trabajes todo lo que te restare
de vida, pues para este fin se te ha concedido y para que me imites y sigas
en la solicitud infatigable que yo tuve con ella en la vida mortal; ésta es
tu mayor dicha que debes agradecer eternamente. Y quiero, hija mía,
adviertas que con este intento y deseo te he aplicado mucha parte de los
tesoros de la Iglesia para que escribas mi Vida, y el Señor te eligió por
instrumento y secretaria de sus misterios y sacramentos ocultos para los
fines de su mayor gloria. Y no entiendas que con haber trabajado algo en
esto le has dado parte de retorno con que desempeñarte de esta deuda, porque
antes quedas ahora más empeñada y obligada para poner en ejecución toda la
doctrina que has escrito, y mientras no lo hicieres siempre estarás pobre,
sin descargo de tu deuda y con rigor se te pedirá cuenta del recibo. Ahora
es tiempo de trabajar, para que te halles prevenida y desocupada en la hora
de tu muerte y no tengas impedimento para recibir al Esposo. Atiende al
desembarazo en que yo estaba abstraída y libre de todo lo terreno, y por
esta regla quiero que te gobiernes y que no te falte el aceite de la luz y
del amor, para que entres a las bodas del Esposo franqueándote las puertas
de su infinita misericordia y clemencia.
CAPITULO 19
De Nuevo a Tapa
El tránsito felicísimo y glorioso de María santísima y cómo
los apóstoles y discípulos llegaron antes a Jerusalén y se hallaron
presentes a él.
732. Se acercaba ya el día determinado
por la divina voluntad en que la verdadera y viva arca del Testamento había
de ser colocada en el templo de la celestial Jerusalén con mayor gloria y
júbilo que su figura fue colocada por Salomón en el santuario debajo de las
alas de los querubines (3 Re 8,6). Y tres días antes del tránsito felicísimo
de la gran Señora se hallaron congregados los apóstoles y discípulos en
Jerusalén y casa del cenáculo. El primero que llegó fue san Pedro, porque le
trajo un ángel desde Roma, donde estaba en aquella ocasión. Y allí se le
apareció y le dijo cómo se llegaba cerca el tránsito de María santísima, que
el Señor mandaba viniese a Jerusalén para hallarse presente. Y dándole el
ángel este aviso le trajo desde Italia al cenáculo, donde estaba la Reina
del mundo retirada en su oratorio, algo rendidas las fuerzas del cuerpo a
las del amor divino, porque como estaba tan vecina del último fin,
participaba de sus condiciones con más eficacia.
733. Salió la gran Señora a la puerta
del oratorio a recibir al vicario de Cristo nuestro Salvador y puesta de
rodillas a sus pies le pidió la bendición y le dijo: Doy gracias y alabo al
Todopoderoso porque me ha traído a mi santo padre, para que me asista en la
hora de mi muerte. Llegó luego san Pablo, a quien la Reina hizo
respectivamente la misma reverencia con iguales demostraciones del gozo que
tenía de verle. La saludaron los apóstoles como a Madre del mismo Dios, como
a su Reina y propia Señora de todo lo criado, pero con no menos dolor que
reverencia, porque sabían venían a su dichoso tránsito. Tras de los
apóstoles llegaron los demás y los discípulos que vivían, de manera que tres
días antes estuvieron todos juntos en el cenáculo, y a todos recibió la
divina Madre con profunda humildad, reverencia y caricia, pidiendo a cada
uno que la bendijese, y todos lo hicieron y la saludaron con admirable
veneración; y por orden de la misma Señora, que dio a san Juan, fueron todos
hospedados y acomodados, acudiendo también a esto con san Juan Santiago
apóstol el Menor.
734. Algunos de los apóstoles que
fueron traídos por ministerio de los ángeles y del fin de su venida los
habían ya informado, se fervorizaron con gran ternura en la consideración
que les había de faltar su único amparo y consuelo, con que derramaron
copiosas lágrimas. Otros lo ignoraban, en especial los discípulos, porque no
tuvieron aviso exterior de los ángeles, sino con inspiraciones interiores e
impulso suave y eficaz en que conocieron ser voluntad de Dios que luego
viniesen a Jerusalén, como lo hicieron. Comunicaron luego con san Pedro la
causa de su venida, para que los informase de la novedad que se ofrecía;
porque todos convinieron que si no la hubiera no los llamara el Señor con la
fuerza que para venir habían sentido. El apóstol san Pedro, como cabeza de
la Iglesia, los juntó a todos para informarlos de la causa de su venida y
estando así congregados les dijo: Carísimos hijos y hermanos míos, el Señor
nos ha llamado y traído a Jerusalén de partes tan remotas no sin causa
grande y de sumo dolor para nosotros. Su Majestad quiere llevarse luego al
trono de la eterna gloria a su beatísima Madre, nuestra maestra, todo
nuestro consuelo y amparo. Quiere su disposición divina que todos nos
hallemos presentes a su felicísimo y glorioso tránsito. Cuando nuestro
Maestro y Redentor se subió a la diestra de su eterno Padre, aunque nos dejó
huérfanos de su deseable vista, teníamos a su Madre santísima para nuestro
refugio y verdadero consuelo en la vida mortal; pero ahora que nuestra Madre
y nuestra luz nos deja, ¿qué haremos? ¿Qué amparo y qué esperanza tendremos
que nos aliente en nuestra peregrinación? Ninguna hallo más de que todos la
seguiremos con el tiempo.
735. No pudo alargarse más san Pedro,
porque le atajaron las lágrimas y sollozos que no pudo contener, y tampoco
los demás apóstoles le pudieron responder en grande espacio de tiempo, en
que con íntimos suspiros del corazón estuvieron derramando copiosas y
tiernas lágrimas; pero después que el vicario de Cristo se recobró un poco
para hablar, añadió y dijo: Hijos míos, vamos a la presencia de nuestra
Madre y Señora, acompañémosla lo que tuviere de vida y pidámosla nos deje su
santa bendición. Fueron todos con san Pedro al oratorio de la gran Reina y
la hallaron de rodillas sobre una tarimilla que tenía para reclinarse cuando
descansaba un poco. La vieron todos hermosísima y llena de resplandor
celestial y acompañada de los mil ángeles que la asistían.
736. La disposición natural de su
sagrado y virginal cuerpo y rostro era la misma que tuvo de treinta y tres
años; porque desde aquella edad, como dije en la segunda parte (Cf. supra
p.II n.856), nunca hizo mudanza del natural estado, ni sintió los efectos de
los años ni de la senectud o vejez, ni tuvo rugas en el rostro ni en el
cuerpo, ni se le puso más débil, flaco y magro, corno sucede a los demás
hijos de Adán, que con la vejez desfallecen y se desfiguran de lo que fueron
en la juventud o edad perfecta. La inmutabilidad en esto fue privilegio
único de María santísima, así porque correspondiera a la estabilidad de su
alma purísima, como porque en ella fue correspondiente y consiguiente a la
inmunidad que tuvo de la primera culpa de Adán, cuyos efectos en cuanto a
esto no alcanzaron a su sagrado cuerpo ni a su alma purísima. Los apóstoles
y discípulos y algunos otros fieles ocuparon el oratorio de María santísima,
estando todos ordenadamente en su presencia, y san Pedro con san Juan se
pusieron a la cabecera de la tarima. La gran Señora los miró a todos con la
modestia y reverencia que solía y hablando con ellos dijo: Carísimas hijos
míos, dad licencia a vuestra sierva para hablar en vuestra presencia y
manifestaros mis humildes deseos. La respondió san Pedro que todos la oirían
con atención y la obedecerían en lo que mandase y la suplicó se asentase en
la tarima para hablarles. Le pareció a san Pedro estaría algo fatigada de
haber perseverado tanto de rodillas, y que en aquella postura estaba orando
al Señor y para hablar con ellos era justo tomase asiento como Reina de
todos.
737. Pero la que era maestra de
humildad y obediencia hasta la muerte, cumplió con estas virtudes aquella
hora y respondió que obedecería en pidiéndoles a todos su bendición y que le
permitieran este consuelo. Con el consentimiento de san Pedro salió de la
tarima y se puso de rodillas ante el mismo apóstol y le dijo: Señor, como
pastor universal y cabeza de la santa Iglesia, os suplico que en vuestro
nombre y suyo me deis vuestra santa bendición y perdonéis a esta sierva
vuestra lo poco que os he servido en mi vida, para que de ella parta a la
eterna. Y si es vuestra voluntad, dad licencia para que san Juan disponga de
mis vestiduras, que son dos túnicas, dándolas a unas doncellas pobres, que
su caridad me ha obligado siempre. Se postró luego y besó los pies de san
Pedro como vicario de Cristo, con abundantes lágrimas y no menor admiración
que llanto del mismo apóstol y todos los circunstantes. De san Pedro pasó a
san Juan y puesta también a sus pies le dijo: Perdonad, hijo mío y mi señor,
el no haber hecho con vosotros el oficio de Madre que debía, como me lo
mandó el Señor, cuando de la cruz os señaló por hijo mío y a mí por madre
vuestra (Jn 19,27). Yo os doy humildes y reconocidas gracias por la piedad
con que como hijo me habéis asistido. Dadme vuestra bendición para subir a
la compañía y eterna vista del que me crió.
738. Prosiguió esta despedida la
dulcísima Madre, hablando a todos los apóstoles singularmente y algunos
discípulos, y después a los demás circunstantes juntos, que eran muchos.
Hecha esta diligencia se levantó en pie y hablando a toda aquella santa
congregación en común dijo: Carísimos hijos míos y mis señores, siempre os
he tenido en mi alma y escritos en mi corazón, donde tiernamente os he amado
con la caridad y amor que me comunicó mi Hijo santísimo, a quien he mirado
siempre en vosotros como en sus escogidos y amigos. Por su voluntad santa y
eterna me vaya las moradas celestiales, donde os prometo, como Madre, que os
tendré presentes en la clarísima luz de la divinidad, cuya vista espera y
desea mi alma con seguridad. La Iglesia mi madre os encomiendo con la
exaltación del santo nombre del Altísimo, la dilatación de su ley
evangélica, la estimación y aprecio de las palabras de mi Hijo santísimo, la
memoria de su vida y muerte y la ejecución de toda su doctrina. Amad, hijos
míos, a la santa Iglesia y de todo corazón unos a otros con aquel vínculo de
la caridad y paz que siempre os enseñó vuestro Maestro. Y a vosotros, Pedro,
pontífice santo, os encomiendo a Juan mi hijo y también a los demás.
739. Acabó de hablar María santísima,
cuyas palabras como flechas de divino fuego penetraron y derritieron los
corazones de todos los apóstoles y circunstantes, y rompiendo todos en
arroyos de lágrimas y dolor irreparable se postraron en tierra, moviéndola y
enterneciéndola con gemidos y sollozos; lloraron todos, y lloró también con
ellos la dulcísima María, que no quiso resistir a tan amargo y justo llanto
de sus hijos. Y después de algún espacio les habló otra vez y les pidió que
con ella y por ella orasen todos en silencio, y así lo hicieron. En esta
quietud sosegada descendió del cielo el Verbo humanado en un trono de
inefable gloria, acompañado de todos los santos de la humana naturaleza y de
innumerables de los coros de los ángeles, y se llenó de gloria la casa del
cenáculo. María santísima adoró al Señor y le besó los pies y postrada ante
ellos hizo el último y profundísimo acto de reconocimiento y humillación en
la vida mortal, y más que todos los hombres después de sus culpas se
humillaron, ni jamás se humillarán, se encogió y pegó con el polvo esta
purísima criatura y Reina de las alturas. Le dio su Hijo santísimo la
bendición y en presencia de los cortesanos del cielo la dijo estas palabras:
Madre mía carísima, a quien yo escogí para mi habitación, ya es llegada la
hora en que habéis de pasar de la vida mortal y del mundo a la gloria de mi
Padre y mía, donde tenéis preparado el asiento a mi diestra, que gozaréis
por toda la eternidad. Y porque hice que como Madre mía entraseis en el
mundo libre y exenta de la culpa, tampoco para salir de él tiene licencia ni
derecho de tocaros la muerte. Si no queréis pasar por ella, venid conmigo,
para que participéis de mi gloria que tenéis merecida.
740. Se postró la prudentísima Madre
ante su Hijo y con alegre semblante le respondió: Hijo y Señor mío, yo os
suplico que vuestra Madre y sierva entre en la eterna vida por la puerta
común de la muerte natural, como los demás hijos de Adán. Vosotros, que sois
mi verdadero Dios, la padecisteis sin tener obligación a morir; justo es que
como yo he procurado seguiros en la vida os acompañe también en morir.
Aprobó Cristo nuestro Salvador el sacrificio y voluntad de su Madre
santísima y dijo que se cumpliese lo que ella deseaba. Luego todos los
ángeles comenzaron a cantar con celestial armonía algunos versos de los
cánticos de Salomón y otros nuevos. Y aunque de la presencia de Cristo
nuestro Salvador solos algunos apóstoles con san Juan tuvieron especial
ilustración y los demás sintieron en su interior divinos y poderosos
efectos, pero la música de los ángeles la percibieron con los sentidos así
los apóstoles y discípulos, como otros muchos fieles que allí estaban. Salió
también una fragancia divina que con la música se percibía hasta la calle. Y
la casa del cenáculo se llenó de resplandor admirable, viéndolo todos, y el
Señor ordenó que para testigos de esta nueva maravilla concurriese mucha
gente de Jerusalén que ocupaba las calles.
741. Al entonar los ángeles la música,
se reclinó María santísima en su tarima o lecho, quedándole la túnica como
unida al sagrado cuerpo, puestas las manos juntas y los ojos fijados en su
Hijo santísimo, y toda enardecida en la llama de su divino amor. Y cuando
los ángeles llegaron a cantar aquellos versos del capítulo 2 de los Cantares
(Cant 2,10): Surge, propera, amica, mea, etc., que quieren decir: Levántate
y date prisa, amiga mía, paloma mía, hermosa mía, y ven que ya pasó el
invierno, etc., en estas palabras pronunció ella las que su Hijo santísimo
en la cruz: En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu (Lc 23,46). Cerró
los virginales ojos y expiró. La enfermedad que le quitó la vida fue el
amor, sin otro achaque ni accidente alguno. Y el modo fue que el poder
divino suspendió el concurso milagroso con que la conservaba las fuerzas
naturales para que no se resolviesen con el ardor y fuego sensible que la
causaba el amor divinoy cesando este milagro hizo su efecto y la consumió el
húmido radical del corazón y con él faltó la vida natural.
742. Pasó aquella purísima alma desde
su virginal cuerpo a la diestra y trono de su Hijo santísimo, donde en un
instante fue colocada con inmensa gloria. Y luego se comenzó a sentir que la
música de los ángeles se alejaba por la región del aire, porque toda aquella
procesión de ángeles y santos, acompañando a su Rey y a la Reina, caminaron
al cielo empíreo. El sagrado cuerpo de María santísima, que había sido
templo y sagrario de Dios vivo, quedó lleno de luz y resplandor y
despidiendo de sí tan admirable y nueva fragancia que todos los
circunstantes eran llenos de suavidad interior y exterior. Los mil ángeles
de la custodia de María santísima quedaron guardando el tesoro inestimable
de su virginal cuerpo. Los apóstoles y discípulos, entre lágrimas de dolor y
júbilo de las maravillas que veían, quedaron como absortos por algún espacio
y luego cantaron muchos himnos y salmos en obsequio de María santísima ya
difunta. Sucedió este glorioso tránsito de la gran Reina del mundo, viernes
a las tres de la tarde, a la misma hora que el de su Hijo santísimo, a trece
días del mes de agosto y a los setenta años de su edad, menos los veintiséis
días que hay de trece de agosto en que murió hasta ocho de septiembre en que
nació y cumpliera los setenta años. Después de la muerte de Cristo nuestro
Salvador, sobrevivió la divina Madre en el mundo veinte y un años, cuatro
meses y diez y nueve días; y de su virgíneo parto, eran el año de cincuenta
y cinco. El cómputo se hará fácilmente de esta manera: Cuando nació Cristo
nuestro Salvador tenía su Madre Virgen quince años, tres meses y diez y
siete días. Vivió el Señor treinta y tres años y tres meses, de manera que
al tiempo de su sagrada pasión estaba María santísima en cuarenta y ocho
años, seis meses y diez y siete días; añadiendo a éstos otro veinte. y un
años, cuatro meses y diez y nueve días, hacen los setenta años menos veinte
y cinco o seis días.
743. Sucedieron grandes maravillas y
prodigios en esta preciosa muerte de la Reina. Porque se eclipsó el sol,
como arriba dije (Cf. supra n.706), y en señal de luto escondió su luz por
algunas horas. A la casa del cenáculo concurrieron muchas aves de diversos
géneros y con tristes cantos y gemidos estuvieron algún tiempo clamoreando y
moviendo a llanto a cuantos las oían. Se conmovió toda Jerusalén, y
admirados concurrían muchos confesando a voces el poder de Dios y la
grandeza de sus obras; otros estaban atónitos y como fuera de sí. Los
apóstoles y discípulos con otros fieles se deshacían en lágrimas y suspiros.
Acudieron muchos enfermos y todos fueron sanos. Salieron del purgatorio las
almas que él estaban. Y la mayor maravilla fue que, en expirando María
santísima, en la misma hora tres personas expiraron también, un hombre en
Jerusalén y dos mujeres muy vecinas del cenáculo; y murieron en pecado sin
penitencia, con que se condenaban, pero llegando su causa al tribunal de
Cristo pidió misericordia para ellos la dulcísima Madre y fueron restituidos
a la vida, y después la mejoraron de manera que murieron en gracia y se
salvaron. Este privilegio no fue general para otros que en aquel día
murieron en el mundo, sino para aquellos tres que concurrieron a la misma
hora en Jerusalén. De lo que sucedió en el cielo y cuán festivo fue este día
en la Jerusalén triunfante, diré en otro capítulo, porque no lo mezclemos
con el luto de los mortales.
Doctrina que me dio la gran Reina del cielo Maria santísima.
744. Hija mía, sobre lo que has
entendido y escrito de mi glorioso tránsito, quiero declararte otro
privilegio que me concedió mi Hijo santísimo en aquella hora. Ya dejas
escrito (Cf. supra n.739) cómo Su Majestad dejó a mi elección si quería
admitir el morir o pasar sin este trabajo a la visión beatífica y eterna. Y
si yo rehusara la muerte, sin duda me lo concediera el Altísimo, porque como
en mí no tuvo parte el pecado, tampoco la tuviera la pena que fue la muerte.
Como también fuera lo mismo en mi Hijo santísimo, y con mayor título, si él
no se cargara de satisfacer a la divina Justicia por los hombres, por medio
de su pasión y muerte. Esta elegí yo de voluntad para imitarle y seguirle,
como lo hice en sentir su dolorosa pasión; y porque, habiendo yo visto morir
a mi Hijo y a mi Dios verdadero, si rehusara yo la muerte no satisficiera al
amor que le debía y dejara un gran vacío en la similitud y conformidad que
yo deseaba con el mismo Señor humanado, y Su Majestad quería que yo tuviese
en todo con su humanidad santísima; y como yo no pudiera desde entonces
recompensar este defecto, no tuviera mi alma la plenitud de gozo que tengo
de haber muerto como murió mi Dios y Señor.
745. Por esto le fue tan agradable que
yo eligiese el morir, y se obligó tanto su dignación en mi prudencia y amor
que en retorno me hizo luego un singular favor para los hijos de la Iglesia,
conforme a mis deseos. Este fue, que todos mis devotos que le llamaren en la
muerte, interponiéndome por su abogada para que les socorra, en memoria de
mi dichoso tránsito y por la voluntad con que quise morir para imitarle
estén debajo de mi especial protección en aquella hora, para que yo los
defienda del demonio y los asista y ampare y al fin los presente en el
tribunal de su misericordia y en él interceda por ellos. Para todo esto me
concedió nueva potestad y comisión y el mismo Señor me prometió que les
daría grandes auxilios de su gracia para morir bien, y para vivir con mayor
pureza, si antes me invocaban, venerando este misterio de mi preciosa
muerte. Y así quiero, hija mía, que desde hoy con íntimo afecto y devoción
hagas continuamente memoria de ella y bendigas, magnifiques y alabes al
Omnipotente, que conmigo quiso obrar tan venerables maravillas en beneficio
mío y de los mortales. Con este cuidado obligarás al mismo Señor y a mí para
que en aquella última hora te amparemos.
746. Y porque a la vida sigue la muerte
y ordinariamente se corresponden, por esto el fiador más seguro de la buena
muerte es la buena vida, y en ella despegarse el corazón y sacudirse del
amor terreno, que en aquella última hora aflige y oprime al alma y le sirve
de fuertes cadenas para que no tenga entera libertad, ni se levante sobre
aquello que ha tenido amor en su vida. Oh hija mía, ¡qué diferentemente
entienden esta verdad los mortales y cuán al contrario obran! Dales el Señor
la vida para que en ella se desocupen de los efectos del pecado original
para no sentirlos en la hora de la muerte, y los ignorantes y míseros hijos
de Adán gastan toda esa vida en cargarse de nuevos embarazos y prisiones,
para morir cautivos de sus pasiones y debajo del dominio de su tirano
enemigo. Yana tuve parte en la culpa original, ni sobre mis potencias tenían
derecho alguno sus malos efectos, y con todo eso viví ajustadísima, pobre,
santa y perfecta, sin afición a cosa terrena; y esta libertad santa
experimenté bien en la hora de mi muerte. Advierte, pues, hija mía, y
atiende a este vivo ejemplo y desocupa tu corazón más y más cada día, de
manera que con los años te halles más libre, expedita y sin afición de cosa
visible para cuando el Esposo te llamare a las bodas y no sea necesario que
vayas a buscar entonces la libertad y prudencia que no hallarás.
CAPITULO 20
De Nuevo a Tapa
Del entierro del sagrado cuerpo de María santísima y lo que
en él sucedió.
747. Para que los apóstoles, discípulos
y otros muchos fieles no quedaran oprimidos y que algunos no murieran con el
dolor que recibieron en el tránsito de María santísima, fue necesario que el
poder divino con especial providencia obrase en ellos el consuelo, dándoles
esfuerzo particular con que dilatasen los corazones en su incomparable
aflicción; porque la desconfianza de no haber de restaurar aquella pérdida
en la vida presente no hallaba desahogo, la privación de aquel tesoro no
conocía recompensa y como el trato y conversación dulcísima, caritativa y
amabilísima de la gran Reina tenía robado el corazón y amor de cada uno,
todos quedaron sin ella como sin alma y sin aliento para vivir, careciendo
de tal amparo y compañía. Pero el Señor, que conocía la causa de tan justo
dolor, les asistió en él y con su virtud divina los animó ocultamente para
que no desfallecieran y acudieran a lo que convenía disponer del sagrado
cuerpo y a todo lo demás que pedía la ocasión.
748. Con esto los apóstoles santos, a
quienes principalmente tocaba este cuidado, trataron luego de que se le
diese conveniente sepultura al cuerpo santísimo de su Reina y Señora. Le
señalaron en el valle de Josafat un sepulcro nuevo, que allí estaba
prevenido misteriosamente por la providencia de su santísimo Hijo. Y
acordándose los apóstoles que el cuerpo deificado del mismo Señor había sido
ungido con ungüentos preciosos y aromáticos, conforme a la costumbre de los
judíos, para darle sepultura, envolviéndole en la santa sábana y sudario,
les pareció que se hiciera lo mismo con el virginal cuerpo de su beatísima
Madre y no pensaron entonces otra cosa. Para ejecutar este intento llamaron
a las dos doncellas que habían asistido .a la Reina en su vida y quedaban
señaladas por herederas del tesoro de sus túnicas (Cf. supra n.737), y a
estas dos dieron orden que ungiese con suma reverencia y recato el cuerpo de
la Madre de Dios y la envolviesen en la sábana, para ponerle en el féretro.
Las doncellas entraron con grande veneración y temor al oratorio donde
estaba en su tarima la venerable difunta, y el resplandor que la vestía las
detuvo y deslumbró de suerte que ni pudieron tocarle ni verle ni saber en
qué lugar determinado estaba.
749. Se salieron del oratorio las
doncellas con mayor temor y reverencia que entraron, y no con pequeña
turbación y admiración dieron cuenta a los apóstoles de lo que les había
sucedido. Ellos confirieron, no sin inspiración del cielo, que no se debía
tocar ni tratar con el orden común aquella sagrada arca del Testamento. Y
luego entraron san Pedro y san Juan al mismo oratorio y conocieron el
resplandor y junto con eso oyeron la música celestial de los ángeles que
cantaban: Dios te salve, María, llena de gracia, el Señor es contigo. Otros
repetían: Virgen antes del parto, en el parto y después del parto. Y desde
entonces muchos fieles de la primitiva Iglesia tomaron devoción con este
divino elogio de María santísima, y desde allí por tradición se derivó a los
demás que hoy le confesamos, y le confirmó la santa Iglesia. Los dos
apóstoles santos, Pedro y Juan, estuvieron un rato suspensos con admiración
de lo que oían y miraban sobre el sagrado cuerpo de la Reina, y para
deliberar lo que debían hacer se pusieron de rodillas en oración, pidiendo
al Señor se lo manifestase, y luego oyeron una voz que les dijo: Ni se
descubra ni se toque el sagrado cuerpo.
750. Con esta voz les dio inteligencia
de la voluntad divina, y luego trajeron unas andas o féretro y, templándose
un poco el resplandor, se llegaron a la tarima donde estaba y los dos mismos
apóstoles con admirable reverencia trabaron de la túnica por los lados y sin
descomponerla en nada levantaron el sagrado y virginal tesoro y le pusieron
en el féretro con la misma compostura que tenía en la tarima. Y pudieron
hacerlo fácilmente, porque no sintieron peso, ni en el tacto percibieron más
de que llegaban a la túnica casi imperceptiblemente. Puesto en el féretro se
moderó más el resplandor y todos pudieron percibir y conocer con la vista la
hermosura del virgíneo rostro y manos, disponiéndolo así el Señor para común
consuelo de todos los presentes. En lo demás reservó su omnipotencia aquel
divino tálamo de su habitación, para que ni en vida ni en muerte nadie viese
alguna parte de él, más de lo que era forzoso en la conversación humana, que
era su honestísima cara, para ser conocida, y las manos con que trabajaba.
751. Tanta fue la atención y cuidado de
la honestidad de su beatísima Madre, que en esta parte no celó tanto su
cuerpo deificado como el de la purísima Virgen. En la concepción inmaculada
y sin culpa la hizo semejante a sí mismo, y también en el nacimiento, en
cuanto a no percibir el modo común y natural de nacer los demás. También la
preservó y guardó de tentaciones de pensamientos impuros. Pero en ocultar su
virginal cuerpo hizo con ella, como mujer, lo que no hizo consigo mismo,
porque era varón y Redentor del mundo, por medio del sacrificio de su
pasión; y la purísima Señora en vida le había pedido que en la muerte le
hiciese este beneficio de que nadie viese su cuerpo difunto y así lo
cumplió. Luego trataron los apóstoles del entierro, y con su diligencia y la
devoción de los fieles, que había muchos en Jerusalén, se juntaron gran
número de luces y en ellas sucedió una maravilla: que estando todas
encendidas aquel día y otros dos, ninguna se apagó ni gastó ni deshizo en
cosa alguna.
752. Y para esta maravilla y otras
muchas que el brazo poderoso obró en esta ocasión fuesen más notorias al
mundo, movió el mismo Señor a todos los moradores de la ciudad para que
concurriesen al entierro de su Madre santísima, y apenas quedó persona en
Jerusalén, así de judíos como de gentiles, que no acudiese a la novedad de
este espectáculo. Los apóstoles, levantaron el sagrado cuerpo y tabernáculo
de Dios, llevando sobre sus hombros estos, nuevos sacerdotes de la ley
evangélica el propiciatorio de los divinos oráculos y favores, y con
ordenada procesión partieron del cenáculo para salir de la ciudad al valle
de Josafat; y éste era el acompañamiento visible de los moradores de
Jerusalén. Pero a más de éste había otro invisible de los cortesanos del
cielo, porque en primer lugar iban los mil ángeles de la Reina continuando
su música celestial, que oían los apóstoles, discípulos y otros muchos y
perseveró tres días continuos con gran dulzura y suavidad. Descendieron
también de las alturas otros muchos millares o legiones de ángeles con los
antiguos padres y profetas, especialmente san Joaquín, santa Ana, san José,
santa Isabel y el Bautista, con otros muchos santos que desde el cielo envió
nuestro Salvador Jesús para que asistiesen a las exequias y entierro de su
beatísima Madre.
753. Con todo este acompañamiento del
cielo y de la tierra, visible e invisible, caminaron con el sagrado cuerpo,
y en el camino sucedieron grandes milagros, que sería necesario detenerme
mucho para referirlos. En particular todos los enfermos de diversas
enfermedades, que fueron muchos los que acudieron, quedaron perfectamente
sanos. Muchos endemoniados fueron libres, sin atreverse a esperar los
demonios que se acercasen al santísimo cuerpo las persanas donde estaban. Y
mayores fueron las maravillas que sucedieron en las conversiones de muchos
judíos y gentiles, porque en esta ocasión de María santísima se franquearon
los tesoros de la divina misericordia, con que vinieron muchas almas al
conocimiento de Cristo nuestro bien y a voces le confesaban por Dios
verdadero y Redentor del mundo y pedían el bautismo. En muchos días después
tuvieron los apóstoles y discípulos que trabajar en catequizar y bautizar a
los que se convirtieron en aquel día a la santa fe. Los apóstoles, llevando
el sagrado cuerpo, sintieron admirables efectos de la divina luz y
consolación y los discípulos la participaron respectivamente. Todo el
concurso de la gente, con la fragancia que derramaba y la música que se oía
y otras señales prodigiosas, estaba como atónito y todos predicaban a Dios
por grande y poderoso en aquella criatura y en testimonio de su conocimiento
herían sus pechos con dolorosa compunción.
754. Llegaron al puesto donde estaba el
dichoso sepulcro en el valle de Josafat. Y los mismos apóstoles, san Pedro y
san Juan, que levantaron el celestial tesoro de la tarima al féretro, le
sacaron de él con la misma reverencia y facilidad y le colocaron en el
sepulcro y le cubrieron con una toalla, obrando más en todo esto las manos
de los ángeles que las de los apóstoles. Cerraron el sepulcro con una losa,
conforme a la costumbre de otros entierros, y los cortesanos del cielo se
volvieron a él, quedando los mil ángeles de guarda de la Reina continuando
la de su sagrado cuerpo con la misma música que la habían traído. El
concurso de la gente se despidió, y los santos apóstoles y discípulos con
tiernas lágrimas volvieron al cenáculo; y en toda la casa perseveró un año
entero el olor suavísimo que dejó el cuerpo de la gran Reina, y en el
oratorio duró muchos años. y quedó en Jerusalén por casa de refugio aquel
santuario para todos los trabajos y necesidades de los que en él buscaban su
remedio, porque todos le hallaban milagrosamente, así en las enfermedades
como en otras tribulaciones y calamidades humanas. Los pecados de Jerusalén
y de sus moradores, entre otros castigos merecieron también ser privados de
este beneficio tan estimable, después de algunos años que continuaron estas
maravillas.
755. En el cenáculo determinaron los
apóstoles que algunos de ellos y de los discípulos asistieran al sepulcro
santo de su Reina mientras en él perseverara la música celestial, porque
todos esperaban el fin de esta maravilla. Con aquel acuerdo acudieron unos a
los negocios que se ofrecían de la Iglesia, para catequizar y bautizar a los
convertidos, y otros volvieron luego al sepulcro, y todos le frecuentaron
aquellos tres días. Pero san Pedro y san Juan estuvieron más continuos y
asistentes y aunque iban al cenáculo algunas veces volvían luego a donde
estaba su tesoro y corazón. Tampoco faltaron los animales irracionales a las
exequias de la común Señora de todos, porque, en llegando su sagrado cuerpo
cerca del sepulcro, concurrieron por el aire innumerables avecillas y otras
mayores, y de los montes salieron muchos animales y fieras, corriendo con
velocidad al sepulcro; y unos con cantos tristes y los otros con gemidos y
bramidos, y todos con movimientos dolorosos, como quien sentía la común
pérdida, manifestaban la amargura que tenían. Y solos algunos judíos
incrédulos, y más duros que las peñas y más crueles que las fieras, no
mostraron este sentimiento en la muerte de su Remediadora, como tampoco en
la de su Redentor y Maestro.
Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.
756. Hija mía, con la memoria de mi
muerte natural y entierro de mi sagrado cuerpo quiero que esté vinculada tu
muerte civil y entierro, que ha de ser el fruto y el efecto primero de haber
conocido y escrito mi Vida. Muchas veces en el discurso de toda ella te he
manifestado este deseo y te he intimado mi voluntad para que no malogres
este singular beneficio que por la dignación del Señor y mía has recibido.
Fea cosa es que cualquier cristiano, después que murió al pecado y renació
en Cristo por el bautismo y conoció que Su Majestad murió por él, vuelva a
revivir otra vez en la culpa; y mayor fealdad es ésta en las almas que con
especial gracia son elegidas y llamadas para amigas carísimas del mismo
Señor, como lo son las que con este fin se dedican y consagran a su mayor
obsequio en las religiones, cada una según su condición y estado.
757. En estas almas los vicios del
mundo ponen horror al mismo cielo, porque la soberbia, la presunción, la
altivez, la inmortificación, la ira, la codicia y la inmundicia de la
conciencia y otras fealdades obligan al Señor y a los santos a que retiren
su vista de esta monstruosidad y se den por más indignados y ofendidos que
de los mismos pecados en otros sujetos. Por esto repudia el Señor a muchas
que tienen injustamente el nombre de esposas suyas y las deja en manos de su
mal consejo, porque como desleales prevaricaron el pacto de fidelidad que
hicieron con Dios y conmigo en su vocación y profesión. Pero si todas las
almas deben temer esta desdicha, para no cometer tan formidable deslealtad,
advierte y considera tú, hija mía, qué aborrecimiento merecerías en los ojos
de Dios si fueses rea de tal delito. Tiempo es ya que acabes de morir a lo
visible y tu cuerpo quede ya enterrado en tu conocimiento y abatimiento y tu
alma en el ser de Dios. Tus días y tu vida para el mundo se acabaron, y yo
soy el juez de esta causa para ejecutar en ti la división de tu vida y del
siglo: no tienes ya que ver con los que viven en él, ni ellos contigo. El
escribir mi Vida y morir, todo ha de ser en ti una misma cosa, como tantas
veces te lo dejo advertido, y tú me lo has prometido en mis manos,
repitiendo estas promesas en mis manos con lágrimas del corazón.
758. Esta quiero que sea la prueba de
mi doctrina y el testimonio de su eficacia, y no consentiré que la
desacredites en deshonor mío, sino que entiendan el cielo y la tierra la
fuerza de mi verdad y ejemplo, verificada en tus operaciones. Para esto ni
te has de valer de tu discurso ni de tu voluntad, y menos de tus
inclinaciones ni pasiones, porque todo esto en ti se acabó. Y tu ley ha de
ser la voluntad del Señor y mía y la de la obediencia. Y para que nunca
ignores por estos medios lo más santo, perfecto y agradable, todo lo tiene
el Señor prevenido por sí mismo, por mí, por sus ángeles y por quien te
gobierna. No alegues ignorancia, pusilanimidad ni flaqueza, y mucho menos
cobardía. Pondera tu obligación, tantea tu deuda, atiende a la luz incesante
y continua; obra con la gracia que recibes, que con todos estos dones y
otros beneficios no hay cruz pesada para ti, ni muerte amarga que no sea muy
llevadera y amable. Y en ella está todo tu bien y ha de estar tu deleite;
pues si no acabas de morir a todo, a más que te sembraré de espinas los
caminos, no alcanzarás la perfección que deseas, ni el estado a donde el
Señor te llama.
759. Si el mundo no te olvidare,
olvídale tú a él; si no te dejare, advierte que tú le dejaste y yo te alejé
de él; si te persigue, huye; si te lisonjea, despréciale; si te desprecia,
súfrele, y si te busca, no te halle más de para que en ti glorifique al
Omnipotente. Pero en todo lo demás no te has de acordar más que se acuerdan
los vivos de los muertos y le has de olvidar como los muertos a los vivos, y
no quiero que tengas con los moradores de este siglo más comercio que tienen
los vivos y los muertos. Es te parecerá mucho que en el principio, en el
medio y en el fin de esta Historia te repita tantas veces esta doctrina, si
ponderas lo que te importa ejecutarla. Advierte, carísima, las persecuciones
que a lo sordo y en lo oculto te ha fabricado el demonio por el mundo y sus
moradores con diferentes pretextos y cubiertas. Y si Dios lo ha permitido
para prueba tuya y ejercicio de su gracia, cuanto es de tu parte, razón es
que te des por entendida y avisada, y adviertas que es grande el tesoro y le
tienes en vaso frágil (2 Cor 4,7), y que todo el infierno se conspira y se
rebela contra ti. Vives en carne mortal, rodeada y combatida de astutos
enemigos. Eres esposa de Cristo mi Hijo santísimo, y yo soy tu Madre y
Maestra. Reconoce, pues, tu necesidad y flaqueza, y correspóndeme como hija
carísima y discípula perfecta y obediente en todo.
CAPITULO 21
De Nuevo a Tapa
Entró en el cielo empíreo el alma de María santísima y, a
imitación de Cristo nuestro Redentor, volvió a resucitar su sagrado cuerpo y
en él subió otra vez a la diestra del mismo Señor al tercero día.
760. De la gloria y felicidad de los
santos que participan en la visión beatífica y fruición bienaventurada, dijo
san Pablo (1 Cor 2,9) con Isaías (Is 64,4) que ni los ojos de los mortales
vieron, ni los oídos oyeron, ni pudo caber en corazón humano lo que Dios
tiene preparado para los que le aman y en él esperan. Y conforme a esta
verdad católica, no es maravilla lo que se refiere sucedió a san Agustín,
que con ser tan gran luz de la Iglesia, estando para escribir un tratado de
la gloria de los bienaventurados, se le apareció su grande amigo san
Jerónimo, que acababa de morir y entrar en el gozo del Señor, y desengañó a
Agustino de que no podía conseguir su intento como deseaba, porque ninguna
lengua ni pluma de los hombres podría manifestar la menor parte de los
bienes que gozan los santos en la visión beatífica. Esto dijo san Jerónimo.
Y cuando por la divina Escritura no tuviéramos otro testimonio más de que
aquella gloria será eterna, por sola esta parte vuela sobre todo nuestro
entendimiento, que no puede dar alcance a la eternidad por más que extienda
sus fuerzas; porque, siendo el objeto infinito y sin medida, es inagotable e
incomprensible, por más y más que sea conocido y amado. Y así como quedando
infinito y omnipotente crió todas las cosas, sin que todas ellas y otros
infinitos mundos, aunque los criara de nuevo, no evacuan ni agotan su poder,
porque siempre se quedará infinito e inmutable; así también, aunque le
vieran y gozaran infinitos santos, quedara infinito que conocer y amar,
porque en la creación y en la gloria todos le participan limitadamente,
según la condición de cada uno, pero él en sí mismo no tiene término ni fin.
761. Y si por esto es inefable la
gloria de cualquiera de los santos, aunque sea el menor, ¿qué diremos de la
gloria de María santísima, pues entre los santos es la santísima, y ella
sola es semejante a su Hijo más que todos los santos juntos, y su gracia y
gloria les excede a todos como la emperatriz o reina a sus vasallos? Esta
verdad se puede y se debe creer, pero en la vida mortal no es posible
entenderla, ni explicar la mínima parte de ella, porque la desigualdad y
mengua de nuestros términos y discurso más la pueden oscurecer que declarar.
Trabajemos ahora, no en comprenderla, sino en merecer que después se nos
manifieste en la misma gloria, donde según nuestras obras alcanzaremos más o
menos este gozo que esperamos.
762. Entró en el cielo empíreo nuestro
Redentor Jesús con la purísima alma de su Madre a su diestra. Y sólo ella
entre todos los mortales no tuvo causa para que pasara por juicio
particular, y así no le tuvo ni se le pidió cuenta del recibo ni se le hizo
cargo, porque así se lo prometieron cuando la hicieron exenta de la común
culpa, como elegida para Reina y privilegiada de las leyes de los hijos de
Adán. Y por esta misma razón en el juicio universal, sin ser juzgada corno
los otros, vendrá también a la diestra de su Hijo santísimo, como conyúdice
de todas las criaturas. Y si en el primer instante de su concepción fue
aurora clarísima y refulgente, retocada con los rayos del sol de la
divinidad sobre las luces de los más ardiente serafines, y después se
levantó hasta tocar con ella misma en la unión del Verbo con su purísima
sustancia y humanidad de Cristo, consiguiente era que toda la eternidad
fuera compañera suya, con la similitud posible entre Hijo y Madre, siendo él
Dios y Hombre y ella pura criatura. Con este título la presentó el mismo
Redentor ante el trono de la divinidad, y hablando con el eterno Padre en
presencia de todos los bienaventurados, que estaban atentos a esta
maravilla, dijo la Humanidad santísima estas palabras: Eterno Padre mío, mi
amantísima Madre, vuestra Hija querida y Esposa regalada del Espíritu Santo,
viene a recibir la posesión eterna de la corona y gloria que para premio de
sus méritos la tenemos preparada. Esta es la que nació entre los hijos de
Adán como rosa entre las espinas, intacta, pura y hermosa, digna de que la
recibamos en nuestras manos y en el asiento a donde no llegó alguna de
nuestras criaturas, ni pueden llegar los concebidos en pecado. Esta es
nuestra escogida, única y singular, a quien dimos gracia y participación de
nuestras perfecciones sobre la ley común de las otras criaturas, en la que
depositamos el tesoro de nuestra divinidad incomprensible y sus dones y la
que fielísimamente le guardó y logró los talentos que le dimos, la que nunca
se apartó de nuestra voluntad y la que halló gracia (Lc 1,30) y complacencia
en nuestros ojos. Padre mío, rectísimo es el tribunal de nuestra
misericordia y justicia, y en él se pagan los servicios de nuestros amigos
con superabundante recompensa. Justo es que a mi Madre se le dé el premio
como a Madre; y si en toda su vida y obras fue semejante a mí en el grado
posible a pura criatura, también lo ha de ser en la gloria y en el asiento
en el trono de Nuestra Majestad, para que donde está la santidad por
esencia, esté también la suma por participación.
763. Este decreto del Verbo humanado
aprobaron el Padre y el Espíritu Santo; y luego fue levantada aquella alma
santísima de María a la diestra de su Hijo y Dios verdadero y colocada en el
mismo trono real de la beatísima Trinidad, a donde hombres, ni ángeles, ni
serafines llegaron, ni llegarán jamás por toda la eternidad. Esta es la más
alta y excelente preeminencia de nuestra Reina y Señora, estar en el mismo
trono de las divinas personas y tener lugar en él como Emperatriz, cuando
los demás le tienen de siervos y ministros del sumo Rey. Y a la eminencia o
majestad de aquel lugar, para todas las demás criaturas inaccesible,
corresponden en María santísima los dotes de gloria, comprensión, visión y
fruición; porque de aquel objeto infinito, que por innumerables grados y
variedad gozan los bienaventurados, ella goza sobre todos y más que todos.
Conoce, penetra, entiende mucho más del ser divino y de sus atributos
infinitos, ama y goza de sus misterios y secretos ocultísimos más que todo
el resto de los bienaventurados. Y aunque entre la gloria de las divinas
personas y la de María santísima hay distancia infinita, porque la luz de la
divinidad, como dice el Apóstol (1 Tim 6,16) es inaccesible y sola ella
habita la inmortalidad y gloria por esencia, y también el alma santísima de
Cristo excede sin medida a los dotes de su Madre, pero comparada la gloria
de esta gran Reina con todos los santos, se levanta sobre todos como
inaccesible y tiene una similitud con la de Cristo que no se puede entender
en esta vida ni declararse.
764. Tampoco se puede reducir a
palabras el nuevo gozo que recibieron este día los bienaventurados, cantando
nuevos cánticos de loores al Omnipotente y a la gloria de su Hija, Madre y
Esposa, en quien glorificaba las obras de su diestra. Y aunque al mismo
Señor no le puede venir ni suceder nueva gloria interior, porque toda la
tuvo y tiene inmutable e infinita desde su eternidad, pero con todo eso, las
demostraciones exteriores de su agrado y complacencia en el cumplimiento de
sus eternos decretos fueron mayores en este día, porque salía una voz del
trono real, como de la persona del Padre, que decía: En la gloria de nuestra
dilecta y amantísima Hija se cumplieron nuestros deseos y voluntad santa y
se ha ejecutado con plenitud de nuestra complacencia. A todas las criaturas
dimos el ser que tienen, criándolas de la nada, para que participasen de
nuestros bienes y tesoros infinitos conforme a la inclinación y peso de
nuestra bondad inmensa. Este beneficio malograron los mismos a quienes
hicimos capaces de nuestra gracia y gloria. Sola nuestra querida y nuestra
Hija no tuvo parte en la inobediencia y prevaricación de los demás y ella
mereció lo que despreciaron como indignos los hijos de perdición, y nuestro
corazón no se halló frustrado en ella por ningún tiempo ni momento. A ella
pertenecen los premios que con nuestra voluntad común y condicionada
preveíamos para los ángeles inobedientes y para los hombres que los han
imitado, si todos cooperaran con nuestra gracia y vocación. Ella recompensó
este desacato con su rendimiento y obediencia y nos complació con plenitud
en todas sus operaciones y mereció el asiento en el trono de Nuestra
Majestad.
765. El día tercero que el alma
santísima de María gozaba de esta gloria para nunca dejarla, manifestó el
Señor a los santos su voluntad divina de que volviese al mundo y resucitase
su sagrado cuerpo uniéndose con él, para que en cuerpo y alma fuese otra vez
levantada a la diestra de su Hijo santísimo, sin esperar a la general
resurrección de los muertos. La conveniencia de este favor y la consecuencia
que tenía con los demás que recibió la Reina del cielo y con su
sobreexcelente dignidad, no la podían ignorar los santos, pues a los
mortales es tan creíble que, cuando la santa Iglesia no la aprobara,
juzgáramos por impío y estulto al que pretendiera negarla. Pero la
conocieron los bienaventurados con mayor claridad, y la determinación del
tiempo y hora, cuando en sí mismo les manifestó su eterno decreto. Y cuando
fue tiempo de hacer esta maravilla, descendió del cielo el mismo Cristo
nuestro Salvador, llevando a su diestra el alma de su beatísima Madre, con
muchas legiones de ángeles y los padres y profetas antiguos. Y llegaron al
sepulcro en el valle de Josafat y estando todos a la vista del virginal
templo habló el Señor con los santos y dijo estas palabras:
766. Mi Madre fue concebida sin mácula
de pecado, para que de su virginal sustancia purísima y sin mácula me
vistiese de la humanidad en que vine al mundo y le redimí del pecado. Mi
carne es carne suya, y ella cooperó conmigo en las obras de la redención, y
así debo resucitarla como yo resucité de los muertos; y que esto sea al
mismo tiempo y a la misma hora, porque en todo quiero hacerla mi semejante.
Todos los antiguos santos de la naturaleza humana agradecieron este
beneficio con nuevos cánticos de alabanza y gloria del Señor. Y los que
especialmente se señalaron fueron nuestros primeros padres Adán y Eva, y
después de ellos santa Ana, san Joaquín y san José, como quien tenía
particulares títulos y razones para engrandecer al Señor en aquella
maravilla de su omnipotencia. Luego la purísima alma de la Reina con el
imperio de Cristo su Hijo santísimo entró en el virginal cuerpo y le informó
y resucitó, dándole nueva vida inmortal y gloriosa y comunicándole los
cuatro dotes de claridad, impasibilidad, agilidad y sutileza,
correspondientes a la gloria del alma, de donde se derivan a los cuerpos.
767. Con estos dotes salió María
santísima en alma y cuerpo del sepulcro, sin remover ni levantar la piedra
con que estaba cerrado, quedando la túnica y toalla compuestas en la forma
que cubrían su sagrado cuerpo. Y porque es imposible manifestar su
hermosura, belleza y refulgencia de tanta gloria, no me detengo en esto.
Bástame decir que, como la divina Madre dio a su Hijo santísimo la forma de
hombre en su tálamo virginal y se la dio pura, limpia, sin mácula e
impecable para redimir al mundo, así también en retorno de esta dádiva la
dio el mismo Señor en esta resurrección y nueva generación otra gloria y
hermosura semejante a sí mismo. Y en este comercio tan misterioso y divino
cada uno hizo lo que pudo, porque María santísima engendró a Cristo
asimilado a sí misma en cuanto fue posible, y Cristo la resultó a ella,
comunicándole de su gloria cuanto ella pudo recibir en la esfera de pura
criatura.
768. Luego desde el sepulcro se ordenó
una solemnísima procesión con celestial música por la región del aire, por
donde se fue alejando para el cielo empíreo. Y sucedió esto a la misma hora
que resucitó Cristo nuestro Salvador, domingo inmediato después de media
noche; y así no pudieron percibir esta señal por entonces todos los
apóstoles, fuera de algunos que asistían y velaban al sagrado sepulcro.
Entraron en el cielo los santos y ángeles con el orden que llevaban, y en el
último lugar iban Cristo nuestro Salvador y a su diestra la Reina vestida de
oro de variedad, como dice David (Sal 44,10), y tan hermosa que pudo ser
admiración de los cortesanos del cielo. Se convirtieron todos a mirarla y
bendecirla con nuevos júbilos y cánticos de alabanza. Allí se oyeron
aquellos elogios misteriosos que la dejó escritos Salomón: Salid, hijas de
Sión, a ver a vuestra Reina, a quien alaban las estrellas matutinas y
festejan los hijos del Altísimo. ¿Quién es ésta que sube del desierto como
varilla de todos los perfumes aromáticos (Cant 3,6)? ¿Quién es ésta que se
levanta como la aurora, más hermosa que la luna, electa como el sol y
terrible como muchos escuadrones ordenados (Cant 6,9)? ¿Quién es ésta que
asciende del desierto asegurada en su dilecto y derramando delicias con
abundancia (Cant 8,5)? ¿Quién es ésta en quien la misma divinidad halló
tanto agrado y complacencia sobre todas sus criaturas y la levanta sobre
todas al trono de su inaccesible luz y majestad? ¡Oh maravilla nunca vista
en estos cielos!, ¡oh novedad digna de la sabiduría infinita!, ¡oh prodigio
de esa omnipotencia que así la magnificas y engrandeces!
769. Con estas glorias llegó María
santísima en cuerpo y alma al trono real de la beatísima Trinidad, y las
tres divinas Personas la recibieron en él con un abrazo indisoluble. El
eterno Padre la dijo: Asciende más alto que todas las criaturas, electa mía,
hija mía y paloma mía. El Verbo humanado dijo: Madre mía, de quien recibí el
ser humano y el retorno de mis obras con tu perfecta imitación, recibe ahora
el premio de mi mano que tienes merecido. El Espíritu Santo dijo: Esposa mía
amantísima, entra en el gozo eterno que corresponde a tu fidelísimo amor y
goza sin cuidados, que ya pasó el invierno del padecer (Cant 2,11) y
llegaste a la posesión eterna de nuestros abrazos. Allí quedó absorta María
santísima entre las divinas Personas y como anegada en aquel piélago
interminable y en el abismo de la divinidad; los santos, llenos de
admiración, de nuevo gozo accidental. Y porque en esta obra de la
Omnipotencia sucedieron otras maravillas, diré algo si pudiere en el
capítulo siguiente.
Doctrina que me dio la Reina de los ángeles María santísima.
770. Hija mía, lamentable y sin excusa
es la ignorancia de los hombres en olvidar tan de propósito la eterna gloria
que Dios tiene prevenida para los que se disponen a merecerla. Este olvido
tan pernicioso quiero que llores con amargura y te lamentes sobre él, pues
no hay duda que quien con voluntad se olvida de la felicidad y gloria eterna
está en evidente peligro de perderla. Y ninguno tiene legítimo descargo en
esta culpa, no sólo porque el tener esta memoria y procurar alcanzarla no
les cuesta a todos mucho trabajo, sino antes, para olvidar el fin para que
fueron criados, trabajan muchos con todas sus fuerzas. Cierto es que nace
este olvido de entregarse los hombres a la soberbia de la vida, a la codicia
de los ojos y a la concupiscencia de la carne (1 Jn 2,16); porque, empleando
en esto todas las fuerzas y potencias del alma y todo el tiempo de la vida,
no queda cuidado ni atención ni lugar para pensar con sosiego, ni aun sin
él, en la felicidad eterna de las bienaventuranzas. Pues digan los hombres y
confiesen si les cuesta mayor trabajo esta memoria que el seguir sus
pasiones ciegas, en adquirir honra, hacienda y deleites transitorios, que se
acaban antes que la vida. Y muchas veces después de fatigados no los
consiguen ni pueden.
1477
771. ¡Cuánto más fácil es para los
mortales no caer en esta perversidad, y más para los hijos de la Iglesia,
pues a la mano tienen la fe y la esperanza, que sin trabajo les enseña esta
verdad! Y cuando merecer el bien eterno les fuera tan costoso como lo es
alcanzar la honra y la hacienda y otros deleites aparentes, gran locura es
trabajar tanto por lo falso como por lo verdadero, por las penas eternas
como por la eterna gloria. Esta abominable estulticia conocerás bien, hija
mía, para llorarla, si consideras en el siglo que vives, tan turbado con
guerras y discordias, cuántos son los infelices que se van a buscar la
muerte por un breve y vano estipendio de honra, de venganza y otros
vilísimos intereses; y de la vida eterna ni se acuerdan ni cuidan más que si
fueran irracionales; y sería dicha suya acabar como ellos con la muerte
temporal, pero como los más obran contra justicia y otros que la tienen
viven olvidados de su fin, los unos y los otros mueren eternamente.
772. Este dolor es sobre todo dolor y
desdicha sin igual y sin remedio. Aflígete, laméntate y duélete sin consuelo
sobre esta ruina de tantas almas compradas con la sangre de mi Hijo
santísimo. Y te aseguro, carísima, que desde el cielo, donde estoy en la
gloria que has conocido, si los hombres no la desmerecieran, me inclina la
caridad a darles una voz que se oyera por todo el mundo y clamando les
dijera: Hombres mortales y engañados, ¿qué hacéis?, ¿en qué vivís?, ¿por
ventura sabéis lo que es ver a Dios cara a cara y participar su eterna
gloria y compañía?, ¿en qué pensáis?, ¿quién así os ha turbado y fascinado
el juicio?, ¿qué buscáis, si perdéis este verdadero bien y felicidad sin
haber otra? El trabajo es breve, la gloria infinita y la pena eterna.
773. Con este dolor que en ti quiero
despertar, procura trabajar con desvelo para no incurrir en este peligro. El
ejemplo vivo tienes en mi vida, que toda fue un continuado padecer y tal
como has conocido, pero cuando llegué a los premios que recibí, todo me
pareció nada y lo olvidé como si nada fuera. Determínate, amiga, a seguirme
en el trabajo y aunque sea sobre todos los de los mortales, repútalo como
levísimo y nada dificultes ni te parezca grave ni muy amargo aunque sea
entrar por fuego y acero. Alarga la mano a cosas fuertes y guarnece a los
domésticos, tus sentidos, con dobladas vestiduras (Prov 31,19.21) de padecer
y obrar con todas tus potencias. Y junto con esto quiero que no te toque
otro común error de los hombres que dicen: procuremos asegurar la salvación,
que más o menos gloria no importa mucho, pues allá estaremos todos. Con esta
ignorancia, hija mía, no se asegura la salvación, antes se aventura, porque
se origina de grande estulticia y poco amor a Dios, y quien pretende estos
partidos con Su Majestad le desobliga para que le deje en el peligro de
perderlo todo. La flaqueza humana siempre obra menos en lo bueno de lo que
se extiende su deseo, y cuando éste no es grande ejecuta muy poco, pues si
desea poco se pone a riesgo de perderlo todo.
774. El que se contenta con lo mediano
o ínfimo de la virtud, siempre deja lugar en la voluntad y en las
inclinaciones para admitir de intento otros afectos terrenos y amar a lo
transitorio, y esto no se puede conservar sin encontrarse luego con el amor
divino; y por esto es imposible dejar de que se pierda el uno y permanezca
el otro. Determinándose la criatura a amar a Dios de todo corazón y con
todas sus fuerzas, como él lo manda (Dt 6,5), este afecto y determinación
toma el Señor en cuenta cuando el alma por otros defectos no alcanza a los
más levantados premios. Pero el despreciarlos o no estimarlos de intento, no
es amor de hijo ni de amigos verdaderos, sino de esclavos que se contentan
con vivir y pasar. Y si los santos pudieran volver a merecer de nuevo algún
grado de gloria padeciendo los tormentos del mundo hasta el día del juicio,
sin duda lo hicieran, porque tienen verdadero y perfecto conocimiento de lo
que vale aquel premio y aman a Dios con caridad perfecta. No conviene que se
conceda esto a los santos, pero se me concedió a mí, como lo dejas escrito
en esta Historia (Cf. supra n.2); y con mi ejemplo queda confirmada esta
verdad y reprobada la insipiencia de los que por no padecer ni abrazarse con
la cruz de Cristo quieren el premio limitado contra la misma inclinación de
la bondad infinita del Altísimo, que desea que las almas tengan méritos para
ser premiadas copiosamente en la felicidad de la gloria.
CAPITULO 22
De Nuevo a Tapa
Fue coronada María santísima por Reina de los cielos y de
todas las criaturas, confirmándole grandes privilegios en beneficio de los
hombres.
775. Cuando se despidió Cristo Jesús
nuestro Salvador de sus discípulos para ir a padecer, les dijo (Jn 14,1) que
no se turbasen sus corazones por las cosas que les dejaba advertidas, porque
en la casa de su Padre, que es la bienaventuranza, había muchas mansiones. Y
fue asegurarles que había lugar y premios para todos, aunque los
merecimientos y las obras buenas fuesen diversas, y que ninguno se turbase
ni contristase perdiendo la paz y la esperanza, aunque viese a otro más
aventajado o adelantado, porque en la casa de Dios hay muchos grados y
estancias en que cada uno estará contento con la que le tocare, sin envidiar
al otro, que esto es una de las grandes dichas de aquella felicidad eterna.
He dicho (Cf. supra n.765) que María santísima fue colocada en el supremo
lugar y estancia en el trono de la beatísima Trinidad, y muchas veces he
usado esta palabra para declarar misterios tan grandes, como también usan de
ella los santos y la misma Escritura Sagrada. Y aunque con esto no era
menester otra advertencia, con todo eso, para los que menos entienden, digo
que Dios, como es purísimo espíritu sin cuerpo y juntamente infinito,
inmenso e incomprensible, no ha menester trono material ni asiento, porque
todo lo llena y en todas las criaturas está presente y ninguna le comprende
ni ciñe o rodea, antes él las comprende y encierra todas en sí mismo. Y los
santos no ven la divinidad con ojos corporales sino con los del alma, pero
como le miran en alguna parte determinada, para entenderlo a nuestro modo
terreno y material decimos que está en su real trono, donde la beatísima
Trinidad tiene su asiento, aunque en sí mismo tiene su gloria y la comunica
a los santos. Pero la humanidad de Cristo nuestro Salvador y su Madre
santísima no niego que en el cielo están en lugar más eminente que los demás
santos, y que entre los bienaventurados que estarán en alma y cuerpo habrá
algún orden de más o menos cercanía con Cristo nuestro Señor y con la Reina;
pero no es para este lugar declarar el modo cómo esto sucede en el cielo.
776. Pero llamamos trono de la
divinidad a donde se manifiesta a los santos como principal causa de la
gloria y como Dios eterno, infinito y que no depende de nadie y todas las
criaturas penden de su voluntad; y se manifiesta como Señor, como Rey, como
Juez y Dueño de todo lo que tiene ser. Esta dignidad tiene Cristo nuestro
Redentor en cuanto Dios por esencia y en cuanto Hombre por la unión
hipostática con que se le comunicó a la humanidad santísima, y así está en
el cielo como Rey, Señor y Juez supremo; y los santos, aunque su gloria y
excelencia excede a todo humano pensamiento, están como siervos e inferiores
de aquella inaccesible Majestad. Después de Cristo nuestro Salvador
participa María santísima esta excelencia en grado inferior a su Hijo
santísimo y por otro modo inefable y proporcionado al ser de pura criatura
inmediata a Dios Hombre; y siempre asiste a la diestra de su Hijo, como
Reina, Señora y Dueña de todo lo criado, extendiéndose su dominio hasta
donde llega el de su mismo Hijo, aunque por otro modo.
777. Colocada María santísima en este
lugar y trono eminentísimo, declaró el Señor a los cortesanos del cielo los
privilegios de que gozaba por aquella majestad participada. Y la persona del
eterno Padre, como primer principio de todo, hablando con los ángeles y
santos, dijo: Nuestra hija María fue escogida y poseída de nuestra voluntad
eterna entre todas las criaturas y la primera para nuestras delicias y nunca
degeneró del título y ser de hija que le dimos en nuestra mente divina, y
tiene derecho a nuestro reino, de quien ha de ser reconocida y coronada por
legítima Señora y singular Reina. El Verbo humanado dijo: A mi madre
verdadera y natural le pertenecen todas las criaturas que por mí fueron
criadas y redimidas, y de todo lo que yo soy Rey ha de ser ella legítima y
suprema Reina. El Espíritu Santo dijo: Por el título de Esposa mía, única y
escogida, a que con fidelidad ha correspondido, se le debe también la corona
de Reina por toda la eternidad.
778. Dichas estas razones, las tres
divinas personas pusieron en la cabeza de María santísima una corona de
gloria de tan nuevo resplandor y valor, cual ni se vio antes ni se verá
después en pura criatura. Al mismo tiempo salió una voz del trono que decía:
Amiga y escogida entre las criaturas, nuestro reino es tuyo; tú eres Reina,
Señora y Superiora de los serafines y de todos nuestros ministros los
ángeles y de toda la universidad de nuestras criaturas. Atiende, manda y
reina prósperamente (Sal 44,5) sobre ellas, que en nuestro supremo
consistorio te damos imperio, majestad y señorío. Siendo llena de gracia
sobre todos, te humillaste en tu estimación al inferior lugar; recibe ahora
el supremo que se te debe y el dominio participado de nuestra divinidad
sobre todo lo que fabricaron nuestras manos con nuestra omnipotencia. Desde
tu real trono mandarás hasta el centro de la tierra, y con el poder que te
damos sujetarás al infierno y todos sus demonios y moradores; todos te
temerán como a suprema Emperatriz y Señora de aquellas cavernas y moradas de
nuestros enemigos. Reinarás sobre la tierra y todos los elementos y sus
criaturas. En tus manos y en tu voluntad ponemos las virtudes y efectos de
todas las causas, sus operaciones, su conservación, para que dispenses de
las influencias de los cielos, de la lluvia de las nubes y de los frutos de
la tierra; y de todo distribuye por tu disposición, a que estará atenta
nuestra voluntad para ejecutar la tuya. Serás Reina y Señora de todos los
mortales para mandar y detener la muerte y conservar su vida. Serás
Emperatriz y Señora de la Iglesia militante, su Protectora, su Abogada, su
Madre y su Maestra. Serás especial Patrona de los reinos católicos; y si
ellos y los otros fieles y todos los hijos de Adán te llamaren de corazón y
te sirvieren y obligaren, los remediarás y ampararás en sus trabajos y
necesidades. Serás amiga, defensora y capitana de todos los justos y amigos
nuestros, y a todos los consolarás y confortarás y llenarás de bienes
conforme te obligaren con su devoción. Y para esto te hacemos depositaria de
nuestras riquezas, tesorera de nuestros bienes, ponemos en tu mano los
auxilios y favores de nuestra gracia para que los dispenses, y nada queremos
conceder al mundo que no sea por tu mano y no queremos negarlo si lo
concedieres a los hombres. En tus labios está derramada la gracia (Sal 44,3)
para todo lo que quisieres y ordenares en el cielo y en la tierra, y en
todas partes te obedecerán los ángeles y los hombres, porque todas nuestras
cosas son tuyas como tú siempre fuiste nuestra, y reinarás con nosotros para
siempre.
779. En ejecución de este decreto y
privilegio concedido a la Señora del universo, mandó el Omnipotente a todos
los cortesanos del cielo, ángeles y hombres, que todos prestasen la
obediencia a María santísima y la reconociesen por su Reina y Señora. Esta
maravilla tuvo otro misterio, y fue recompensar a la divina Madre la
veneración y culto que con profunda humildad había dado ella a los santos
cuando era viadora y se aparecían, como en toda esta Historia queda escrito,
siendo ella Madre del mismo Dios y llena de gracia y santidad sobre todos
los ángeles y santos. Y aunque, por ser ellos comprensores cuando la
purísima Señora era viadora, convenía para su mayor mérito que se humillase
a todos, que así lo ordenaba el mismo Señor, pero ya que estaba en la
posesión del reino que se le debía era justo que todos le diesen culto y
veneración y se reconociesen vasallos suyos. Así lo hicieron en aquel
felicísimo estado donde todas las cosas se reducen a su orden y proporción
debida. Este reconocimiento y adoración hicieron los espíritus angélicos y
las almas de los santos, al modo que adoraron al Señor con temor, culto y
reverencia, dando la misma respectivamente a su divina Madre, y los santos
que estaban en cuerpo en el cielo se postraron y adoraron con acciones
corpóreas a su Reina. Y todas estas demostraciones y coronación de la
Emperatriz de las alturas fueron de admirable gloria para ella y de nuevo
gozo y júbilo para los santos y complacencia de la beatísima Trinidad, y en
todo fue festivo este día y de nueva y accidental gloria para el cielo. Los
que más la percibieron fueron su esposo castísimo san José, san Joaquín y
santa Ana y todos los demás allegados a la Reina, y en especial los mil
ángeles de guarda.
780. En el pecho de la gran Reina en su
glorioso cuerpo se manifestó a los santos una forma de un pequeño globo o
viril de singular hermosura y resplandor, que les causó y les causa especial
admiración y alegría. Y esto es como premio y testimonio de haber
depositado, como en sagrario digno, en su pecho al Verbo encarnado
sacramentado y haberle recibido tan digna, pura y santamente, sin defecto ni
imperfección alguna, pero con suma devoción, amor y reverencia, a que no
llegó ninguno de los otros santos. En los demás premios y coronas
correspondientes a sus virtudes y obras sin igual, no puedo hablar cosa
digna que lo manifieste, y así lo remito a la vista beatífica, donde cada
uno lo conocerá como por sus obras y devoción lo mereciere. En el capítulo
19 pasado dije (Cf. supra n.742) cómo el tránsito de nuestra Reina fue a
trece de agosto. Su resurrección, asunción y coronación sucedió domingo a
quince, en el que la celebra la santa Iglesia. Estuvo su sagrado cuerpo en
el sepulcro otras treinta y seis horas como el de su Hijo santísimo, porque
el tránsito y resurrección fue a las mismas horas. El cómputo de los años
queda ajustado arriba, donde dije que esta maravilla sucedió al año del
Señor de cincuenta y cinco, entrando este año los meses que hay desde el
nacimiento del mismo Señor hasta los quince de agosto.
781. Dejamos a la gran Señora a la
diestra de su Hijo santísimo reinando por todos los siglos de los siglos.
Volvamos ahora a los apóstoles y discípulos que sin enjugar sus lágrimas
asistían al sepulcro de María santísima en el valle de Josafat. San Pedro y
san Juan, que fueron los más perseverantes y continuos, reconocieron el día
tercero que la música celestial había cesado, pues ya no la oían, y como
ilustrados con el Espíritu divino coligieron que la purísima Madre sería
resucitada y levantada a los cielos en cuerpo y alma como su Hijo santísimo.
Confirieron este dictamen, confirmándose en él, pero san Pedro como cabeza
de la Iglesia determinó que de esta verdad y maravilla se tomase el
testimonio posible, que fuese notorio a los que fueron testigos de su muerte
y entierro. Para esto juntó a todos los apóstoles y discípulos y otros
fieles a vista del sepulcro, a donde el mismo día los llamó. Les propuso las
razones que tenía para el juicio que todos hacían y para manifestar a la
Iglesia aquella maravilla que en todos los siglos sería venerable y de tanta
gloria para el Señor y su beatísima Madre. Aprobaron todos el parecer del
vicario de Cristo y con su orden levantaron luego la piedra que cerraba el
sepulcro, y llegando a reconocerle le hallaron vacío y sin el sagrado cuerpo
de la Reina del cielo, y su túnica estaba tendida como cuando la cubría, de
manera que se conocía había penetrado la túnica y lápida sin moverlas ni
descomponerlas. Tomó san Pedro la túnica y toalla, la adoró él y todos los
demás, quedando certificados de la resurrección y asunción de María
santísima a los cielos, y entre gozo y dolor celebraron con dulces lágrimas
esta misteriosa maravilla y cantaron salmos e himnos en alabanza y gloria
del Señor y de su beatísima Madre.
782. Pero con la admiración y cariño
estaban todos suspensos y mirando al sepulcro sin poder apartase de él,
hasta que descendió y se les manifestó un ángel del Señor que les habló y
dijo: Varones galileos, ¿qué os admiráis y detenéis aquí? Vuestra Reina y
nuestra ya vive en alma y cuerpo en el cielo y reina en él para siempre con
Cristo. Ella me envía para que os confirme en esta verdad y os diga de su
parte que os encomienda de nuevo la Iglesia y conversión de las almas y
dilatación del evangelio, a cuyo ministerio quiere que volváis luego, como
lo tenéis encargado, que desde su gloria cuidará de vosotros. Con estas
nuevas se confortaron los apóstoles, y en las peregrinaciones reconocieron
su amparo, y mucho más en la hora de sus martirios; porque a todos y a cada
uno les apareció en ellos y presentó sus almas al Señor. Otras cosas que se
refieren al tránsito y resurrección de María santísima no se me han
manifestado, y así no las escribo, ni en toda esta divina Historia he tenido
más elección que decir lo que se me ha enseñado y mandado escribir.
Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.
783. Hija mía, si alguna cosa pudiera
aminorar el gozo de la suma felicidad y gloria que poseo y si con ella
pudiera admitir alguna pena, sin duda me la diera grande ver a la santa
Iglesia y lo restante del mundo en el trabajoso estado que hoy tiene,
sabiendo los hombres que me tienen en el cielo por Madre, Abogada y
Protectora suya, para remediarlos y socorrerlos y encaminarlos a la vida
eterna. Y siendo esto así, y que el Altísimo me concedió tantos privilegios
como a Madre suya y por los títulos que has escrito, y que todos los
convierto y aplico al beneficio de los mortales como Madre de clemencia, el
ver que no sólo me tengan ociosa para su propio bien y que por no llamarme
de todo corazón se pierdan tantas almas, causa era de gran dolor para mis
entrañas de misericordia. Pero si no tengo dolor, tengo justa queja de los
hombres, que para sí granjean la pena eterna y a mí no me dan esta gloria.
784. Nunca se ha ignorado en la Iglesia
lo que vale mi intercesión y el poder que tengo en los cielos para remediar
a todos, pues la certeza de esta verdad la he testificado con tantos
millares de millares de milagros, maravillas y favores, como he obrado con
mis devotos, y con los que en sus necesidades me han llamado, siempre he
sido liberal y por mí lo ha sido el Señor para ellos, y aunque son muchas
las almas que he remediado, son pocas respecto de las que puedo y deseo
remediar. El mundo corre y los siglos caminan muy adelante; los mortales
tardan en volverse a Dios y conocerle; los hijos de la Iglesia se embarazan
y enredan en los lazos del demonio; los pecadores crecen en número y las
culpas se aumentan; porque la caridad se resfría, después de haberse hecho
Dios hombre, enseñado al mundo con su vida y doctrina, redimiéndole con su
pasión y muerte, dando ley evangélica y eficaz, concurriendo de su parte la
criatura, ilustrando la Iglesia, con tantos milagros, luces, beneficios y
favores por sí y por sus santos; y sobre esto franqueando sus misericordias
por su bondad y por mi mano e intercesión, señalándome por su Madre, Amparo,
Protectora y Abogada, y cumpliendo yo puntual y copiosamente con estos
oficios no basta. Después de todo esto, ¿qué mucho es que la Justicia divina
esté irritada, pues los pecados de los hombres merecen el castigo que les
amenaza y comienzan a sentir? Pues con estas circunstancias llega ya la
malicia a lo sumo que puede.
785. Todo esto, hija mía, es así
verdad, pero mi piedad y clemencia excede a tanta malicia, y tiene inclinada
a la infinita bondad y detenida la justicia; y el Altísimo quiere ser
liberal de sus tesoros infinitos y determina favorecerlos si saben granjear
mi intercesión y me obligan para que yo la interponga con eficacia en la
divina presencia. Este es el camino seguro y el medio poderoso para
mejorarse la Iglesia, remediarse los reinos católicos, dilatarse la fe,
asegurarse las familias y estados y reducirse las almas a la gracia y
amistad de Dios. En esta causa, hija mía, he querido que trabajes y me
ayudes en lo que pudieres ayudada de mi virtud divina. Y no sólo ha ser en
haber escrito mi Vida, sino en imitarla con la observancia de mis consejos y
saludable doctrina que tan abundantemente has recibido, así en lo que dejas
escrito como en otros innumerables favores y beneficios correspondientes a
éste que el Altísimo ha obrado contigo. Pondera bien, carísima, tu estrecha
obligación de obedecerme como a tu Madre única y como a legítima y verdadera
Maestra y Prelada, pues hago contigo todos estos y otros beneficios de
singular dignación, y tú has renovado y ratificado los votos de tu profesión
muchas veces en mis manos y en ellas me has prometido especial obediencia.
Acuérdate de las palabras que tantas veces has dado al Señor y a sus
ángeles, y todos te hemos manifestado nuestra voluntad de que seas, vivas y
obres como uno de ellos, y participes en carne mortal de las condiciones y
operaciones de ángel y tu conversación y trato sea con estos espíritus
purísimos; y como ellos se comunican unos a otros entre sí mismos, como se
ilustran e informan los superiores a los inferiores, así te ilustren e
informen de las perfecciones de tu Amado y de la luz que necesitas para el
ejercicio de todas las virtudes, y principalmente para la señora de ellas,
que es la caridad con que te enciendas en amor de tu dulce Dueño y de los
prójimos. A este estado debes aspirar con todas tus fuerzas para que el
Altísimo te halle digna para hacer en ti su santísima voluntad y servirse de
ti en todo lo que desea. Su diestra poderosa te dé su bendición eterna, te
manifieste la alegría de su cara y te dé paz; procura tú no desmerecerla.
CAPITULO 23
De Nuevo a Tapa
Confesión de alabanza y hecho de gracias que yo, la menor de
los mortales, sor María de Jesús, hice al Señor y a su Madre santísima por
haber escrito esta divina Historia con el magisterio de la misma Señora. Se
añade una carta en que se dirige a las religiosas de su convento.
786. Yo te confieso Dios eterno, Señor
del cielo y de la tierra, Padre, Hijo y Espíritu Santo, un solo y verdadero
Dios, una sustancia y majestad en trinidad de Personas; porque sin haber
alguna criatura que te dé algo primero para que tú le pagues (Rom 11,35),
por sola tu inefable dignación y clemencia revelas tus misterios y
sacramentos a los pequeños (Mt 11,25); y porque tú lo haces con inmensa
bondad e infinita sabiduría y en ello te complaces, está bien hecho. En tus
obras magnificas tu santo nombre, ensalzas tu omnipotencia, manifiestas tu
grandeza, dilatas tus misericordias y aseguras la gloria que se te debe por
santo, sabio, poderoso, benigno, liberal y solo principio y autor de todo
bien. Ninguno es santo como tú, ninguno es fuerte como tú, ninguno altísimo
fuera de ti, que levantas del polvo al mendigo, resucitas de la nada y
enriqueces al pobre necesitado. Tuyos son, oh Dios altísimo, los términos y
polos de la tierra y todos los orbes celestiales. Tú eres Señor y Dios
verdadero de las ciencias; tú mortificas y das vida; tú humillas y derribas
al profundo los soberbios, levantas al humilde según tu voluntad; tú
enriqueces y empobreces, para que en tu presencia no se pueda gloriar toda
carne, ni el más fuerte presuma de su fortaleza, ni el más flaco desmaye y
desconfíe en su fragilidad y vileza.
787. Confiésate Señor verdadero, Rey y
Salvador del mundo, Jesucristo. Confieso y alabo tu santo nombre y doy la
gloria a quien da la sabiduría. Confiésate soberana Reina de los cielos
María santísima, digna Madre de mi Señor Jesucristo, templo vivo de la
divinidad y depósito de los tesoros de su gracia, principio de nuestro
remedio, restauradora de la general ruina del linaje humano, nuevo gozo de
los santos, gloria de las obras del Altísimo y único instrumento de su
omnipotencia. Confiésate por Madre dulcísima de misericordia, refugio de los
miserables, amparo de los pobres y consuelo de los afligidos; y todo lo que
en ti, por ti y en ti confiesan los espíritus angélicos y los santos, todo
lo confieso, y lo que en ti y por ti alaban a la divinidad y la glorifican,
todo lo alabo y glorifico, y por todo te bendigo y magnifico, confieso y
creo. Oh Reina y Señora de todo lo criado, que por tu sola y poderosa
intercesión y porque tus ojos de clemencia me miraron, por esto convirtió a
mí tu Hijo santísimo los de su misericordia, y mirándome como Padre, no se
designó por ti de escoger a este vil gusanillo de la tierra y la menor de
las criaturas para manifestar sus venerables secretos y misterios. No
pudieron extinguir su caridad inmensa las muchas aguas de mis culpas y
pecados e ingratitudes y miserias, y mis tardas y torpes groserías no
pusieron término ni ahogaron la corriente de la divina luz y sabiduría que
me ha comunicado.
788. Confieso, oh Madre
piadosísima, en presencia del cielo y de la tierra, que conmigo misma y con
mis enemigos he luchado y
mi interior se ha conturbado entre mi indignidad y mi
deseo de sabiduría. Extendí mis manos y lloré mi insipiencia, encaminé mi
corazón y encontré con el conocimiento, poseí con la ciencia la quietud y
cuando la he amado y buscado hallé buena posesión y no quedé confusa. Obró
en mí la fuerte y suave
fuerza de la sabiduría, me manifestó lo más oculto y a la ciencia humana más
incierto. Me puso delante los ojos a ti, oh imagen especiosa de la divinidad
y Ciudad Mística de su
habitación, para que en la noche y tinieblas de esta mortal vida me guiases
como estrella, me alumbrases como luna de la inmensa luz, para que yo te
siguiese como a Capitana, te amase como a Madre, le obedeciese como a
Señora, te oyese como a Maestra y
en ti como en espejo inmaculado y puro me mirase
y compusiese con la noticia y
nuevo ejemplo de tus inefables virtudes y obras, suma
perfección y santidad.
789. Pero ¿quién pudo inclinar a la
suprema Majestad para que tanto se inclinase a una vil esclava, sino tú, oh
Reina poderosa, que eres la magnitud del amor, la latitud de la piedad, el
fomento de la misericordia, el portento de la gracia y la que llenaste los
vacíos de las culpas de todos los hijos de Adán? Tuya es, Señora, la gloria,
y tuya es también esta Obra que yo he escrito, no sólo porque es de tu Vida
santísima y admirable, sino porque tú le diste principio, medio y fin, y si
tú misma no fueras la Autora y Maestra no viniera en pensamiento humano.
Sea, pues, tuyo, el agradecimiento y el retorno, porque tú sola puedes darle
dignamente a tu Hijo santísima y nuestro Redentor de tan raro y nuevo
beneficio. Yo sólo puedo suplicártelo en nombre de la santa Iglesia y mío.
Así deseo hacerlo, oh Madre y Reina de las virtudes, y humillada en tu
presencia, más que lo ínfimo del polvo, confieso haber recibido este favor y
los que jamás pude merecer. Sólo aquello he escrito que me has enseñado y
mandado, sólo soy instrumento mudo de tu lengua, movido y gobernado por tu
sabiduría. Perfecciona tú esta obra de tus manos, no sólo con la digna
gloria y alabanza del Altísimo; pero ejecuta lo que falta, para que yo obre
tu doctrina, siga tus pasos, obedezca tus mandatos y corra tras el olor de
tus ungüentos, que es el de la suavidad y fragancia de tus virtudes, que con
inefable dignación has derramado en esta Historia.
790. Yo me reconozco, oh Emperatriz del
cielo, como la más indigna, la más obligada entre los hijos de la santa
Iglesia. Y para que en ella y en la presencia del Altísimo y
tuya no se vea la monstruosidad de mis ingratitudes,
propongo, ofrezco y quiero que se entienda renuncio todo lo visible y lo
terreno, y cautivo de nuevo mi libertad en la voluntad divina y en la tuya,
para no usar de mi albedrío fuera de lo que sea de su mayor agrado y gloria.
Te ruego, bendita entre las criaturas, que así como por la clemencia del
Señor y tuya tengo sin
merecerlo el título de su esposa y tú me diste el de hija y discípula
y el mismo Señor Hijo tuyo
tantas veces se dignó de confirmarle, no permitas, oh purísima Señora, que
yo degenere de estos nombres. Tu protección y
amparo me asistieron para escribir tu milagrosa Vida;
ayúdame ahora para ejecutar la doctrina, en que consiste la vida eterna. Tú
quieres y me mandas que te imite; estampa y grava en mí tu viva imagen. Tú
sembraste la semilla santa en mi terreno corazón; guárdala y foméntala,
Madre, Señora y Dueña mía para que dé fruto centésimo. No me la roben las
aves de rapiña, el dragón y sus demonios, cuya indignación he conocido en
todas las palabras que de ti, Señora mía, dejo escritas. Encamíname hasta el
fin, mándame como Reina, enséñame como Maestra y corrígeme como Madre.
Recibe en agradecimiento tu misma vida y el sumo agrado que con ella diste a
la beatísima Trinidad como epílogo de sus maravillas. Te alaban los ángeles
y santos, te conozcan todas las naciones y generaciones, y todas las
criaturas en ti y por ti bendigan a su Criador eternamente, y a ti te
alaben, y mi alma y todas mis potencias te magnifiquen.
791. Esta divina Historia, como en toda
ella queda repetido, dejo escrita por la obediencia de mis prelados y
confesores que gobiernan mi alma, asegurándome por este medio ser voluntad
de Dios que la escribiese y que obedeciese a su beatísima Madre, que por
muchos años me lo ha mandado. Y aunque toda la he puesto a la censura y
juicio de mis confesores, sin haber palabra que no la hayan visto y
conferido conmigo, con todo eso la sujeto de nuevo a. su mejor sentir y
sobre todo a la enmienda y corrección de la santa Iglesia católica romana, a
cuya censura y enseñanza, como hija suya, protesto estoy sujeta, para creer
y tener sólo aquello que la misma santa Iglesia nuestra madre aprobare y
creyere, y para reprobar lo que reprobare, porque en esta obediencia quiero
vivir y morir. Amén.
EPILOGO
De Nuevo a Tapa
792. A las religiosas del Convento de
la Concepción Inmaculada de la villa de Agreda, sor María de Jesús, su
indigna sierva y abadesa, en nombre de la soberana Reina María santísima
concebida sin pecado original.
Carísimas hijas y hermanas mías
presentes y futuras en este convento de la Inmaculada Concepción de nuestra
gran Reina y Señora: desde la hora que la providencia del Señor me puso por
la obediencia en el oficio de prelada que indignamente tengo, sentí mi
corazón herido con dos flechas de dolor que hasta ahora le penetran y
lastiman. La primera fue el temor de ver puesto en mis manos
y por mi cuenta el vaso de lo
más precioso de la Sangre de Cristo nuestro Salvador; que éste es el estado
y almas de VV. RR., llamadas y elegidas en virtud de su pasión y muerte para
lo más alto de la santidad y pureza de vida; este gran tesoro, depositado en
vasos frágiles y encargado el cobro de él a otro más terreno y quebradizo, a
la menor, más tibia y negligente, grande admiración y mayor pena pudo darme.
La segunda fue consiguiente, que era el cuidado; porque la que no sabe
guardar su viña, ¿cómo guardará las ajenas? La que tiene su consuelo, alivio
y remedio en obedecer, ¿con qué aliento perdería este bien que conocía
y se pondría a mandar lo
que ignoraba? Muchas veces han oído VV. RR., que la pureza virginal y la
castidad religiosa es el primero, más fragante y gustoso fruto de la vida y
muerte de nuestro Salvador Cristo, y con estos honrosos títulos la celebraba
nuestro seráfico padre san Francisco. Y si por todos y para todos derramó Su
Majestad la sangre de sus sagradas venas, pensemos las religiosas que para
nosotras nos, aplicó ésta, y singularmente la de su corazón, pues no fue sin
misterio decirle él mismo a la Esposa que se le había herido
(Cant 4,9 (A.));
y quien se deja herir el corazón no quiere negar su sangre y parece que la
derrama y ofrece con mayor amor. Y por lo menos, hermanas mías, conocemos
todas en la doctrina verdadera y católica que nos cría la santa Iglesia, que
a las almas puras y religiosas las trata Cristo nuestro sumo bien como a
esposas, con especiales regalos, caricias, favores y familiaridad, como
donde tiene sus delicias, coge el fruto de su sangre, logra su vida y
doctrina, su pasión y dolorosa muerte; y de esta verdad está llena toda la
Escritura y cuanto VV. RR. oyen cada día de los
misterios de los Cantares.
793. No extrañarán VV. RR. con esto mi
dolor y cuidado, sí ya que no quieran examinar tanto mi flaqueza examine
consigo misma cada una la suya. Conozcan VV. RR. que todas somos de un barro
y masa quebradiza, mujeres imperfectas e ignorantes, y ninguna más que la
que debía serlo menos; y esto todas deben conocerlo y confesarlo, para que
todas temamos el peligro. Cuánto mayor sea el de la prelada que el de las
súbditas, pudieran penetrarlo VV. RR., si pusieran en una balanza su
descanso y consuelo y en otra mi tormento y aflicciones. Treinta años ha
cumplidos que estoy injusta como violentamente en este oficio, y ¿qué
consuelo o qué sosiego puede tener una prelada, sabiendo que si duerme, y
aun si dormita, aventura el tesoro que le han entregado, pues para
asegurarnos el Señor que es guarda de Israel nos dice
(Sal 120,4)
que ni duerme ni dormita?
794. Fuerte cosa es mandar Dios a una
criatura terrena y flaca que no duerma, pero pedirle que no dormite ¿quién
lo pudiera tolerar, si el mismo Señor no fuera la centinela que nos guarda
con desvelo, la virtud que nos da fuerzas, la luz que nos encamina, el
escudo que nos defiende y el autor que hace todas nuestras obras? Muchas
veces me han visto VV. RR. afligida, otras impaciente y todas descontenta en
este oficio, y las confieso que con la experiencia de mis negligencias
hubiera desmayado en él, si Dios no me hubiera confortado como Padre de
consolación y misericordias. Confieso sus reales manda tos y promesas y que
llegando la ocasión siempre me ha mandado que admita el gobierno de VV. RR.
Y obedezca a mis prelados, prometiéndome la asistencia de su gracia
poderosa; y para mayor quietud y satisfacción mía, sin manifestar yo el
orden del Señor, ha movido a nuestros superiores y prelados, prometiéndome
el acierto en la obediencia, para que me obligasen con su autoridad y
fuerza, y con esto he rendido mi dictamen al yugo que me ha puesto, que son
todas VV. RR.
795. A esta seguridad se dignó el Señor
de añadir otra por mano de su divina Madre: porque la Reina y Señora me
ordenó y enseñó que convenía obedecer al Muy Alto y a sus ministros,
encargándome de su casa, y para que a mí no se me frustrase el deseo de
obedecer y ser súbdita haría su dignación oficio de prelada conmigo y me
gobernaría en todo, y yo obedecería a Su Majestad y VV. RR. a mí. En esta
ocasión, que fue cuando entré en el gobierno, me mandó la beatísima Madre
escribiese la Historia de su Vida, porque esta era su voluntad y de su Hijo
santísimo, como lo dejo declarado en la primera introducción, donde también
dije cómo se continuaron estos mandatos con la dilación de dar principio a
la obra. Desde el primer día conocí mucho de la grandeza de este asunto y no
fue lo que menos me acobardaba, aunque el legítimo impedimento para
excusarme de escribir eran mis culpas y tibieza. De los fines que el mismo
Señor ha tenido en esta obra, no fui tan informada en los principios, porque
a mí me bastaba obedecer al Altísimo y a mis prelados sin otro examen de su
santa voluntad. Después en el discurso de lo que dejo escrito he dicho le
que me ha ordenado y manifestado la gran Reina del cielo en orden a mi
propio bien y aprovechamiento, y no menos al de VV. RR., como lo entenderán
cuando lean esta Vida santísima, y encontrarán en ella muchas veces las
amonestaciones y advertencias que la misma clementísima Reina me ha mandado
diese a todas VV. RR.
796. Pero en el fin de esta divina
Historia quiero declararme más, advirtiendo a VV. RR. de la obligación en
que las ha puesto nuestra gran Reina del cielo; porque muchas veces he
conocido en su maternal corazón el amor especial con que mira a este pobre
convento, y que por esto, y obligada de los buenos deseos y oraciones de VV.
RR. se ha inclinado a hacernos este singular beneficio a nosotras y a
nuestras sucesoras, dándonos su Vida santísima por arancel y espejo
clarísimo y sin mácula para componer las nuestras. Y cuando no tuviera yo
otras razones para conocer esta voluntad de nuestra piadosa Madre y Maestra,
era indicio claro para todas el haberme mandado Su Majestad escribir su Vida
santísima. Esta dignación tan maternal moderó mis despechos, consoló mi
tristeza y alentó mi afligido corazón; porque de verdad, hermanas mías,
aunque soy tan tibia y sin virtud, conocí que debía trabajar para obligar a
VV. RR. cuanto era de mi parte para que fuesen ángeles en la pureza,
diligentes en la perfección, encendidas en el amor que pide el nombre y el
estado que profesamos de hijas de María purísima y esposas de su Hijo
santísimo nuestro Redentor.
797. Yo pude desear todo esto y muchos
bienes para VV. RR., pero no pude merecerlos, ni me hallaba capaz para criar
y alimentar a VV. RR. con la doctrina y ejemplo que habían menester y yo
debía darlas. Esta falta recompensó nuestra amantísima Reina y Madre,
dándosenos a sí misma en doctrina y ejemplar, que fue lo que más pudo darnos
en la vida mortal en que estamos. A este singular beneficio se llegó otro,
que todas VV. RR. conocen, pero no saben todo lo que monta para estimarlo; y
que ni VV. RR. ni las que vinieren le juzguen por ceremonia y devoción
ordinaria. Esto es, haberse movido sus corazones de todas VV. RR. con
especial afecto para que eligiesen y nombrasen por Patrona y Prelada de esta
comunidad a la beatísima Señora, concebida sin pecado original. Yo propuse a
VV. RR. este intento por las razones que arriba dije, y por otras que no es
necesario referir, y en virtud de todas hicimos el papel de Patronato de la
Reina que tenemos escrito, para que ninguna de nuestras sucesoras lo ignoren
ni deroguen y para que todas las preladas se reputen y tengan por
coadjutoras y vicarias de María santísima, nuestra única y perpetua Prelada,
y todas la obedezcamos y obedezcan, pues en esto consiste todo nuestro
acierto y buenas dichas.
798. Con esta condición me concedió la
divina Madre este favor, porque yo soy la primera y que más lo había
menester, como la más inferior e indigna de las criaturas. Y porque este
beneficio fue confirmación del primero, quiero que entiendan VV. RR. que la
elección y nombramiento que hicimos de Patrona y Prelada, le aceptó la gran
Reina y le recibió y confirmó su Hijo santísimo, y ésta es la fuerza que
tiene en el cielo. Con estas diligencias he puesto en manos de María
santísima el vaso de la sangre preciosa que me entregó el Señor en sus almas
de VV. RR. para dar de él el mejor cobro que deseo. Y como no por esto quedo
libre de la obligación y cuidado que me toca, me pongo a los pies de VV. RR.
y de todas las que vinieren a este convento y las pido y ruego por el mismo
Señor y su dulcísima Madre se reconozcan por obligadas y atadas con tan
fuertes y suaves cadenas del amor divino sobre todas las hijas de la Iglesia
y de nuestra sagrada religión. Despídanse VV. RR. del mundo, olvídenle de
todo corazón, sin memoria de criaturas ni de las casas de sus padres,
desocupen todas sus potencias y sentidos de otras imágenes y cuidados
peregrinos, que para desempeñarse de esta deuda tienen mucho que hacer, y no
pueden satisfacer a Cristo nuestro Señor ni a su Madre santísima con una
virtud común y ordinaria, si no es con vida y pureza angélica. El retorno se
ha de medir y pesar con el beneficio; pues ¿cómo pagarán VV. RR. con lo que
pagan otras almas si deben más que todas? Bien pudiera Cristo nuestro
Salvador y su Madre santísima hacer con este convento lo que hacen
comúnmente con otros, pero su clemencia divina se ha extendido pródigamente
con nosotras. Pues ¿en qué ley y razón cabe que nosotras no nos señalemos en
el amor, en la humildad, en la pobreza, en el olvido del mundo y en la
perfección de la vida?
799. Nuestra gran Reina y Prelada
cumple con este oficio como fidelísima y verdadera superiora. Y en fe de
esto, antes de acabar de escribir esta tercera parte y pensando yo cómo le
dedicaría su misma Historia y Vida santísima, me respondió al deseo
aprobándole y admitiéndole, porque todo era de la misma Señora; pero luego
me mandó que la dedicase y ofreciese a VV. RR., para enseñarlas en ella y
por ella el camino de la vida y la perfección
altísima, a donde somos llamadas y escogidas del mundo. Y aunque esto es
lo que he querido manifestar a VV. RR. en lo que aquí escribo, me ha
parecido referirles las mismas palabras y razones con que me mandó Su
Majestad que de su parte se lo intimase, y porque en ellas hablará nuestra
Prelada, callaré yo. Las razones fueron éstas:
800. Hija mía, dedica esta obra a tus
monjas nuestras súbditas, y de mi parte les dirás que se la doy por espejo
en que adornen sus almas y como tablas de la divina ley, que en ellas se
contiene clarísima y expresamente. Por ello quiero se gobiernen y ordenen
sus vidas, y para esto las exhorta y pide que la estimen, aprecien y
escriban en sus corazones y jamás la olviden. Yo manifesté al mundo su
remedio, y a ellas en primer lugar, para que sigan mis pisadas, que con
tanta claridad les pongo delante de los ojos, y todo es con providencia del
Altísimo. Tres cosas quiere Su Majestad que inviolablemente guarden y
conserven las monjas de este convento. La primera, olvido del mundo,
viviendo alejadas y retiradas de todo trato, conversaciones e íntimas
amistades con todo género de criaturas, de cualquier estado y sexo o
condición que sean, y que jamás hablen a nadie del siglo a .solas, ni con
frecuencia, aunque sea con buenos fines, si no es confesor para confesarse.
La segunda, que guarden paz y caridad inviolable entre sí mismas, amándose
en Dios unas a otras de todo corazón, sin parcialidades, divisiones, ni
rencillas, antes cada una quiera para todas lo que para sí misma. La
tercera, que se ajusten estrechamente a su regla y constituciones en lo
mucho y en lo poco, como fidelísimas esposas, Y para todo esto sean
especiales devotas mías, con un afecto muy cordial, y también del santo
arcángel Miguel y de mi siervo Francisco. Y si alguna intentare con osadía
alterar alguna cosa de las que están escritas en el papel de mi patronato o
despreciare este singular beneficio de mi vida como está escrita, entienda
que incurrirá en la indignación del Altísimo y en la mía y será castigada en
esta vida y en la otra con la severidad de la divina justicia. Y a las que
con celo de sus almas, de la honra del Señor y la mía, trabajaren en la
guarda y aumento de esta vida y observancia y recogimiento de la comunidad,
de la paz y caridad que de ellas quiero, las doy mi palabra como Madre de
Dios, que las seré Madre, Amparo y Prelada suya, las consolaré y cuidaré de
ellas en la vida mortal y después las presentaré a mi Hijo santísimo. Y si
algún otro convento de religiosas, así de mi Orden de la Concepción, como
otro cualquier instituto, quisiere admitir, estimar y obrar esta doctrina,
le hago la misma promesa que a tus monjas.
801. Hasta aquí son las palabras que me
dijo la gran Señora y Reina de los cielos, con que excusara yo las mías, si
no me compeliera el amor que VV. RR. me han merecido por sufrirme tantos
años, no sólo por hermana, sino como a prelada indignísima. Este
agradecimiento no le puedo negar a tanta caridad ni le puedo pagar más
adecuadamente que con pedir a VV. RR., repetidas veces no olviden jamás las
promesas y amenazas que han oído, advirtiendo que son palabras de Reina
poderosa y Soberana liberalísima en cumplirlas y severa para castigar a
quien la ofendiere. Esta exhortación, aviso y amonestación deseo ponderar a
VV. RR. recompensando con mis instancias la brevedad de la vida, que, si
bien no sé cuánto me la dará el Señor, pero el más largo plazo es brevísimo
para satisfacer tantas obligaciones, y así quisiera que todas las
conversaciones de VV. RR. fueran siempre renovando esta memoria y beneficios
del Señor y de su beatísima Madre, sin acordarse de otra cosa.
802. Acuérdense también VV. RR.,
hermanas y amigas mías, no sólo de los beneficios ocultos
y secretos, sino de los que a
vista del mundo ha hecho Dios con este convento desde el día de su
fundación, aumentándolos cada hora con su liberal clemencia. A todos pareció
milagro que, con la pobreza de mis padres se le diese principio y que para
esto conformase las voluntades de su familia, que para estar unidas no eran
pocas seis personas si no obrara la diestra del Altísimo. Luego nos fundó
casa en brevísimo tiempo, sin tener hacienda para el más moderado sustento,
y la brevedad, el modo y disposición del convento conveniente y no excesivo,
y fue para todos de admiración lo que ha obrado la divina gracia. A esto se
juntan otros beneficios, que si bien no es necesario referirlos, porque VV.
RR. no los ignoran, pero obligan a los corazones
humildes y agradecidos para dar a Dios el
retorno de tanta clemencia y
al mundo la satisfacción que debemos, desvelándonos
para ser tales y tan buenas como piensan de nosotras y mejores de lo que
hasta ahora hemos sido. Todo esto han visto VV. RR. en poco tiempo.
803. Y para concluir con mayor
eficacia la súplica y amonestación que les hago, referiré algunos sucesos
que se me han ofrecido cuando ya tenía adelante esta Historia y me manda la
obediencia escriba algo aquí para que VV. RR. conozcan lo que han de estimar
la doctrina de la Reina, del cielo. Me sucedió un día de la Inmaculada
Concepción estando en el coro en Maitines, que reconocía una voz que me
llamaba y pedía nueva atención a lo alto. Y luego fui levantada de aquel
estado a otro más superior, donde vi al trono de la Divinidad con inmensa
gloria y majestad. Salió del trono una voz que me parecía se podía oír de
todo el universo, y decía: Pobres, desvalidos, ignorantes, pecadores,
grandes, pequeños, enfermos, flacos y todos los hijos de Adán, de
cualesquiera estados, condiciones y sexos, prelados, príncipes e inferiores,
oíd todos desde el oriente al poniente y desde el uno al otro polo; venid
por vuestro remedio a mi liberal e infinita providencia por la intercesión
de la que dio carne humana al Verbo. Venid, que se acaba el tiempo y se
cerrarán las puertas, porque vuestros pecados echan candados a la
misericordia. Venid luego y daos prisa, que sola esta intercesión los
detiene y sola ella es poderosa para solicitar vuestro remedio y alcanzarle.
804. Tras de esta voz del trono vi
que del mismo Ser divino salían cuatro globos de admirable luz y como unos
cometas refulgentísimos se derramaban por las cuatro partes del mundo. Y
luego se me dio a entender que en estos últimos siglos quería el mismo Señor
engrandecer y dilatar la gloria de su beatísima Madre y manifestar al mundo
sus milagros y ocultos sacramentos, reservados por su providencia para el
tiempo de su mayor necesidad y que en ella se valga del socorro, amparo y
poderosa intercesión de nuestra gran Reina y Señora. Pero vi luego que de la
tierra se levantaba un dragón muy disforme y abominable, con siete cabezas,
y de lo profundo salían otros muchos que le seguían, y todos rodearon al
mundo, buscando y señalando algunas personas para valerse de ellas y
oponerse a los intentos del Señor y procurar impedir la gloria de su Madre
santísima y los beneficios que por su mano se prevenían para todo el orbe.
Procuraban el astuto dragón y sus secuaces derramar humo y veneno, que
oscureciese, divirtiese e inficionase a los hombres, para que no buscasen y
solicitasen el remedio de sus propias calamidades por intercesión de la
dulcísima Madre de misericordia y que no la diesen la gloria que para
obligarla convenía.
805. Me causó justo dolor esta visión
de los dragones infernales. Y luego vi que en el cielo se prevenían y se
formaban dos ejércitos bien ordenados para pelear contra ellos. El un
ejército era de la misma Reina y de los santos, el otro era san Miguel y sus
ángeles. Conocí que de una y otra parte sería muy reñida la batalla, pero
como la justicia y la razón y el poder están de parte de la Reina del mundo,
no quedaba que temer en esta demanda. Pero la malicia de los hombres
engañados por el dragón infernal puede impedir mucho los fines altísimos del
Señor, porque en ellos pretende nuestra salvación y vida eterna; y como de
nuestra parte es necesaria nuestra libre voluntad, con ella puede la
perversidad humana resistir a la bondad divina. Y aunque por ser ésta causa
de la Reina y Señora de todos era justo que los hijos de la Iglesia la
tomaran por propia, a las religiosas de esta casa nos toca esta obligación
más de cerca, porque somos hijas y primogénitas de esta gran Madre y
militamos debajo de su nombre y del primero de sus privilegios y dones que
recibió en su concepción inmaculada, y sobre todo esto nos hallamos tan
favorecidas de su piedad maternal.
806. En otra casación me sucedió que me
hallé muy cuidadosa, como era justo, sobre el acierto en escribir esta
divina Historia; porque la grandeza de ella excedía a todo pensamiento
angélico y humano, y si cometía algún yerro no podía ser pequeño, y otras
razones con éstas me afligían en mi natural encogimiento y poca virtud.
Estando con estos pensamientos fui llamada y
puesta en otro estado superior y
vi al trono real de la santísima Trinidad con las tres
Personas divinas y a la diestra del Hijo sentada su Madre Virgen,
y todos con inmensa gloria. Hubo
como silencio en el cielo, atendiendo todos los ángeles y santos a lo que se
hacía en el trono de la Suprema Majestad. Y vi que la persona del Padre
sacaba como del pecho de su ser infinito e inmutable un libro hermosísimo de
gran estimación y
riqueza, más que se puede pensar y ponderar, pero cerrado, y entregándole al
Verbo humanado le dijo: Este libro y todo lo que en él se contiene es mío
y de mi beneplácito
y agrado. Le recibió
Cristo nuestro Salvador con mucha estimación y aprecio,
y como llegándole a su pecho
confirmaron lo mismo el Verbo divino y
el Espíritu Santo. Y luego le entregaron en manos de
María santísima, que lo recibió con incomparable agrado y gusto. Yo atendía
a la hermosura y belleza
del libro y a la
aprobación que de él se hacía en el trono de la divinidad,
y esto me despertó un íntimo
afecto y deseando saber lo que contenía, pero el temor y reverencia me
detenía para no atreverme a preguntarlo.
807. Luego me llamó la gran Señora del
cielo y me dijo: ¿Quieres saber qué libro es éste que has visto? Pues
atiende y mírale. Le abrió la divina Madre y me le puso delante para que yo
lo pudiese leer. Lo hice y hallé que era su misma Historia y vida santísima
que yo había escrito, con su mismo orden y capítulos. Con esto añadió la
Reina: Bien puedes estar sin cuidado. Esto me dijo la beatísima Madre para
quietar y moderar mis temores, como lo hizo; porque estas verdades y
beneficios del Señor son de condición, que no dejan en el alma por entonces
turbación ni duda, antes con una suavísima fuerza la llenan, ilustran,
satisfacen y sosiegan. Verdad es también que no por esto se da por vencida
la ira del dragón, y permitiéndoselo el Señor para nuestro ejercicio vuelve
a molestar a las almas como inoportuna mosca. Y así lo ha hecho conmigo, sin
haber palabra en esta Historia que no haya contradicho con infatigable
porfía y tentaciones, que no es necesario referirlas. La más ordinaria ha
sido decirme que todo lo que escribía es imaginación mía o discurso natural;
otras veces, que era falso y para engañar al mundo. Y es tanta la enemiga
que ha tenido con esta obra, que por desvanecerla se humillaba este dragón a
decir que a lo más venía a ser meditación y efecto de la oración ordinaria.
808. De todas estas persecuciones
me ha defendido el Señor con el escudo y dirección de la obediencia, sus
consejos y doctrina; y para confirmarse en el beneficio que he referido,
añadió otro semejante a éste. Cuando daba fin a esta Historia, y que un día
en la oración de la comunidad, por el modo que otras veces me pusieron a la
vista del trono de la divinidad, y después de los actos y operaciones que
allí hace el alma, vi que del mismo ser de Dios, como por la persona del
Padre; se levantaba un árbol de inmensa grandeza y
hermosura. A un lado y otro estaba Cristo
nuestro Salvador y su
beatísima Madre, y el árbol entre los dos. En las hojas de este árbol
estaban escritos todos los misterios v sacramentos de la encarnación, vida,
muerte y obras de Cristo nuestro bien y todos los de la vida y privilegios
de su Madre santísima; y cada uno en particular y todos en común los entendí
yo como los dejo escritos. El fruto de este árbol era como fruto de la vida,
y el árbol conocí verdaderamente era el que significaba el otro que plantó
Dios en medio del paraíso terreno. Miraban los santos con atención y gozo
este árbol, y los ángeles con admiración decían: ¿Qué árbol es éste de tan
rara hermosura, que nos causa emulación de los que gozan de sus frutos?
Dichosos y felices aquéllos que le cogieren y gustaren, para recibir tanta
gracia y vida eterna como en sí mismo encierra. ¿Es posible que puedan los
mortales alimentarse con este fruto y no se apresuren por cogerle? Venid,
venid todos, que ya su fruto está en sazón para gustarle. La flor que
alimentó a los antiguos padres y profetas ya llegó a ser suavísimo
y dulcísimo fruto. Las ramas que tan levantadas estaban ya
se han inclinado para todos. Se convirtieron a mí los ángeles, y me dijeron:
Esposa del Altísimo, coge tú con abundancia la primera, pues tienes tan
cerca este árbol de la vida. Sea éste el fruto de tu trabajo en haberle
escrito y el agradecimiento de habértelo manifestado, y clama al Omnipotente
para que todos los hijos de Adán le conozcan y logren la ocasión en el
tiempo que les toca y alaben al Muy Alto en sus maravillas.
809. No es necesario referir a VV. RR.
otros sucesos para aficionarlas a este árbol y a sus frutos. Se le pongo
delante de sus ojos, para que extiendan sus manos y los cojan y gusten. Y
les aseguro, hermanas carísimas, que no les sucederá lo que a nuestra madre
Eva, porque aquel árbol y su fruto eran vedados, pero con éste convida a VV.
RR. el mismo Señor que le plantó para esto. Aquel era árbol y fruto que
encerraba en sí la muerte; éste contiene la vida. Y gustemos del que nos
ofrece nuestra Patrona y Prelada y alejémonos del que nos tiene prohibido,
que para no tocarle es menester no mirarle, y para no gustarle no tocarle. Y
para que VV. RR. se dispongan mejor con los ejercicios y retiro que a
tiempos acostumbran en la Religión, les daré una forma de hacerlos,
sacándola de esta Historia, como en ella queda dicho
(Cf, supra n.679)
me lo ha mandado la Reina. Y en el ínterin tomen la de la
pasión de Cristo nuestro Señor como está escrita
(Se refiere al Tratado
breve de la Pasión de Nuestro Redentor, que escribió, al parecer, en su
juventud.), y pídanle VV. RR. su divina gracia para
mí, como para sí mismas; y su bendición eterna venga sobre todas. Amén.
Acabé de escribir esta divina Historia
y Vida de María santísima la segunda vez a seis de mayo del año mil
seiscientos y sesenta, día de la Ascensión de Cristo nuestro Señor. Suplico
a las religiosas de esta comunidad no consientan que les falte este original
del convento; y que si fuere necesario para el
examen y censura, den un
traslado; y si le pidieren para concordar el traslado con el original, no le
den sino de libro en libro, volviendo a cobrar cada uno, por evitar muchos
inconvenientes y por ser voluntad de Dios y de la Reina del cielo. |